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INSTITUTO DE ESTUDIOS ASTURIANOS «El Reino de Asturias» (Selec- ción).-Claudio Sánchez Albornoz. «Boletines 1 y 2» (reedición facsimi- lar). «Historia de los Boticarios de Oviedo».-Melquíades Cabal. «La creación de la Real Audiencia en la Asturias de su tiempo».-Fran- cisco Tuero Bertrand. «Refranero Asturiano».-Luciano Castañón. «Del folklore Asturiano».-Aurelio de Llano. «Astu rías por la independencia y la libead de España».. E. Casario. "Excavaciones en la cueva "Tito Bustillo"».-J. A Moure Romanillo. 1 · D·E·A PLAZA DE PORLI ER, 5 OVIEDO SOCIEDAD FONOGRAFICA ASTURIANA, S. A. Ceantes, 2-7. 0 - OVIEDO Títulos editados: Canciones asturianas, (Suite llanisca, La Xana, etc.). Vaqueiras y otras canciones as- turianas. ¡Ay rapacina! Esparabanes, (intérprete: Julio Ramos). Próxima publicación: Canción lírica asturiana, (intérpretes: Joaquín Pixán y Luis Vázquez del Fresno). Representante: Juan Taboada Buceta Tel. 291306- OVIEDO Los Cuadernos de la Actualidad LA MEMORIA DE MRS. WEINSTEIN Lauren Bacall. Por mí misma. Ultra- mar Editores. Madrid, 1980. L a primera virtud de By myself (Por mí misma) no suele encontrarse muy a menudo en los libros de memorias: el «bueno» de la película no es el autor -la autora en este caso. Y ya es algo. By myse nos hará amar más a algunos perso- najes que ya amábamos, pero es más que improbable que nos haga amar más a su autora. Por lo que afecta a mis relaciones personales con ella, preferiría no haberlo leído. En cam- bio, este libro me ha rmado en una antigua teoría: donde esté el persone, que se quite la persona. Porque si algo he sacado en claro de la lectura de By myse es que sería un grave error conndir a Betty Joan Weinstein Perske con Lauren Baca!!. La primera, nacida en Nueva York el 16 de septiembre de 1924, casada con Humphrey Bogart (1945-1957) y con Jason Robards (1961-1968), e una buena actriz de teatro y cine, de cuya carrera cabría destacar escasos títulos, Mi descon- fiada esposa de Minnellli y pocos más. Lauren Bacall, en cambio, na- ció en 1943 en una portada de Har- per' s Bazaar. Sus padres eron el matrimonio Howard y Slim Hawks. Tuvo una corta pero brillante ca- rrera cinematográfica, compuesta por cuatro películas: To have and have not (1944) y e big sleep (1946), ambas dirigidas por su padre, y Dark Passage (1947) y Key Largo (1948), dirigidas por Delmer Daves y John Huston, respectivamente. El libro de la señora Weinstein es particularmente atractivo por lo que se refiere a las actividades de Lau- ren Bacall, a sus relaciones con su padre, y a los datos que aporta sobre personajes tan interesantes como Humphrey Bogart, John Huston o el propio señor Hawks. Si no era por ellos, las vicisitudes de la existencia de la señora Weinstein se nos harían bastante difíciles de soportar. Queda, pese a todo, un relato y di- recto y más o menos eficaz, sin pre- tensiones literarias, lo que es muy de agradecer, y que puede leerse por el recomendable 'método de saltarse 70 capítulos integral y olímpicamente, tarea en la que un «Indice de nom- bres citados» sería de una gran ayuda. La falta de fotograas, exis- tentes y bastante curiosas en la edi- ción americana, supone una notable ausencia, sobre todo en un volumen que no vale un solo fotograma de To have and have not. By myse posee algunos pasajes especialmente recomendables para amantes y practicantes del teatro experimental, los cursillos de expre- sión corporal, y todo tipo de simula- cros strasbergianos y actor's studio- sos, que no dudarían un instante en aplicar tamañas insensateces al cine. He aquí uno de ellos: «Hacia la tercera o cuarta toma me di cuenta de que una manera de tener mi temblorosa cabeza quieta era mantenerla baja, con la barbilla inclinada, casi sobre el pecho, y le- vantar los ojos hacia Bogart. Esto ncionó bien, y resultó ser el co- mienzo de «la mirada». Fernando Trueba LA MUJER DE MODA e oo Jean Seberg necesita- ba estar completamente se- gura de que no amaba a Belmondo y como era y estaba enctadora con ves- tido a rayas y gas oscuras, terminó por denunciarlo a la policía al igual que años después la Schneider aca- baría con Erando sin recurrir a in- termediarios, apretando ella misma el gatillo al final de la escapada. Es cierto que el problema siempre es-

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INSTITUTO DE ESTUDIOS ASTURIANOS

«El Reino de Asturias» (Selec­ción).-Claudio Sánchez Albornoz.

«Boletines 1 y 2» (reedición facsimi­lar).

«Historia de los Boticarios de Oviedo».-Melquíades Cabal.

«La creación de la Real Audiencia en la Asturias de su tiempo».-Fran­cisco Tuero Bertrand.

«Refranero Asturiano».-Luciano Castañón.

«Del folklore Asturiano».-Aurelio de Llano.

«Astu rías por la independencia y la libertad de España».--J. E. Casariego.

"Excavaciones en la cueva "Tito Bustillo"».-J. A Moure Romanillo.

1 · D·E·A PLAZA DE PORLI ER, 5

OVIEDO

SOCIEDAD FONOGRAFICA

ASTURIANA, S. A.

Cervantes, 2-7.0 - OVIEDO

Títulos editados:

• Canciones asturianas, (Suite llanisca, La Xana, etc.).

• Vaqueiras y otras canciones as­turianas.

• ¡Ay rapacina!

• Esparabanes, (intérprete: Julio Ramos).

Próxima publicación:

• Canción lírica asturiana, (intérpretes: Joaquín Pixán y Luis Vázquez del Fresno).

Representante:

Juan Taboada Buceta Tel. 291306- OVIEDO

Los Cuadernos de la Actualidad

LA MEMORIA DE MRS.

WEINSTEIN

Lauren Bacall. Por mí misma. Ultra­mar Editores. Madrid, 1980.

La primera virtud de By myself (Por mí misma) no suele encontrarse muy a menudo en los libros de memorias: el «bueno» de

la película no es el autor -la autora en este caso. Y ya es algo. By myself nos hará amar más a algunos perso­najes que ya amábamos, pero es más que improbable que nos haga amar más a su autora. Por lo que afecta a mis relaciones personales con ella, preferiría no haberlo leído. En cam­bio, este libro me ha afirmado en una antigua teoría: donde esté el personaje, que se quite la persona. Porque si algo he sacado en claro de la lectura de By myself es que sería un grave error confundir a Betty Joan Weinstein Perske con Lauren Baca!!. La primera, nacida en Nueva York el 16 de septiembre de 1924, casada con Humphrey Bogart (1945-1957) y con Jason Robards (1961-1968), fue una buena actriz de teatro y cine, de cuya carrera cabría destacar escasos títulos, Mi descon­fiada esposa de Minnellli y pocos más. Lauren Bacall, en cambio, na­ció en 1943 en una portada de Har­per' s Bazaar. Sus padres fueron el matrimonio Howard y Slim Hawks. Tuvo una corta pero brillante ca­rrera cinematográfica, compuesta por cuatro películas: To have and have not (1944) y The big sleep (1946), ambas dirigidas por su padre, y Dark Passage (1947) y Key Largo (1948), dirigidas por Delmer Da ves y John Huston, respectivamente.

El libro de la señora Weinstein es particularmente atractivo por lo que se refiere a las actividades de Lau­ren Bacall, a sus relaciones con su padre, y a los datos que aporta sobre personajes tan interesantes como Humphrey Bogart, John Huston o el propio señor Hawks. Si no fuera por ellos, las vicisitudes de la existencia de la señora Weinstein se nos harían bastante difíciles de soportar. Queda, pese a todo, un relato y di­recto y más o menos eficaz, sin pre­tensiones literarias, lo que es muy de agradecer, y que puede leerse por el recomendable 'método de saltarse

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capítulos integral y olímpicamente, tarea en la que un «Indice de nom­bres citados» sería de una gran ayuda. La falta de fotografías, exis­tentes y bastante curiosas en la edi­ción americana, supone una notable ausencia, sobre todo en un volumen que no vale un solo fotograma de To have and have not.

By myself posee algunos pasajes especialmente recomendables para amantes y practicantes del teatro experimental, los cursillos de expre­sión corporal, y todo tipo de simula­cros strasbergianos y actor's studio­sos, que no dudarían un instante en aplicar tamañas insensateces al cine. He aquí uno de ellos:

«Hacia la tercera o cuarta toma me di cuenta de que una manera de tener mi temblorosa cabeza quieta era mantenerla baja, con la barbilla inclinada, casi sobre el pecho, y le­vantar los ojos hacia Bogart. Esto funcionó bien, y resultó ser el co­mienzo de «la mirada».

Fernando Trueba

LA MUJER DE MODA e orno Jean Seberg necesita­

ba estar completamente se­gura de que no amaba a Belmondo y como era y estaba encantadora con ves­

tido a rayas y gafas oscuras, terminó por denunciarlo a la policía al igual que años después la Schneider aca­baría con Erando sin recurrir a in­termediarios, apretando ella misma el gatillo al final de la escapada. Es cierto que el problema siempre es-

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tuvo en decidir quién es más moral, si la mujer que traiciona o el hombre que abandona, y tal vez no haya más remedio que darle la razón a Parvu­lesco cuando opinaba que la pri­mera; sobre todo si tenemos en cuenta que señoras traicioneras siempre fueron tema de películas maravillosas y que si ahora, después de los setenta y de su aburridísima carencia de misoginia, andamos en camino de volver a hacer las paces con el cine es porque las pantallas han vuelto a alegrarse, es un decir, con arteras traiciones femeninas. Convendría también preguntárselo a otro experto, a Bertrand Morane, el hombre que amaba a las mujeres, aunque es de suponer que ambos es­tén de acuerdo porque a ambos les gusta Rilke. Conque no hay más que hablar: la vida moderna separará cada vez más al hombre de la mujer, una mujer es una mujer y todas ellas, maldita sea, tienen sus razo­nes, desde Mariel Hemingway hasta Candice Bergen, desde Meryl Streep hasta Diane Keaton. ¿A quién puede extrañar, ante tal panorama, que la perversa Charlotte Rampling prota­gonice la última película de Woody? En manos de Angela Molina, de la Anita de Monicelli o de Bo Derek cualquiera no es más que un juguete, como con Gilda, con el que hacen lo que quieren, cómo y cuando quie­ren. El reviva/ Rita Hayworth está a la vuelta de la esquina y la grandiosa bofetada de Montevideo va a con­vertirse en lección imprescindible ante la muy encarnizada batalla campal que se avecina. Al tiempo. Y es que no sólo en la pantalla prodi­gan sus tremendas y alevosas malda­des: las revistas italianas del cuore, poco fiables a decir verdad, ya han dado la fatal noticia de que Isabella Rossellini ha dejado en la estacada al infeliz Scorsese sin que por el mo­mento se sepa si la culpa la tuvo una película pornográfica o si siguen viento en popa las relaciones de Bogdanovich con Cybill Shepherd.

Los Cuadernos de la Actualidad

En tales circunstancias se nota mu­cho la ausencia del Fotogramas y nos sabe a poco el Premiere, habi­tuado el paladar al suculento y fami­liar refrito. Es como cuando com­prábamos, horror, Salut les copains, sólo que ahora Sylvie Vartan o Sheila se llaman Issabelle Huppert o Miou-Miou; el Mac Mahon, Cines­tudio Griffith; el New York Herald Tribune, El País y los Cahiers, pues Los Cuadernos de Cine de esta mismísima revista. ¿ Y Patricia Fran­chini? Hombre, está claro: Violeta. No es lo mismo, ya lo sé, porque Fernando Trueba se ha empeñado en hacer, y ha hecho bien, además de la película que pedía el momento, la que estábamos esperando, unfinal feliz estratégico pero imposible tra­tándose de primas traidoras, moder­nas y liberadas. No es que Matías y Violeta tuviesen que acabar como los retorcidos primos de la sensacio­nal Laberinto mortal pero ahí están los ejemplos anteriores y sobre todo los de California y Londres como para que resulte muy difícil no ima­ginarse a Violeta, a estas alturas, disfrutando de lo lindo con sus ami­gos marcianos del Machu Pichu. No es lo mismo pero vale y además lo agradecemos: Brassens cantaba que no hay amor feliz y a pesar de todo Belmondo opinaba lo contrario. Así que es posible llegar a un acuerdo. En cuanto a los hombres que aban­donan, ésa es otra historia y habrá que ver antes quién es El hombre de moda de Méndez-Leite. De mo­mento ya sabemos que la mujer de moda es, y siempre lo fue, la tan odiosa como fascinante, es otro de­cir, mujer traicionera.

Manuel González Cuervo

LOS ENIGMAS

DELA

CULTURA Vacas, cerdos, guerras y brujas, de

Marvin Harris. Alianza Editorial. Ma­drid, 1980. 235 páginas. 300 ptas.

Puede haber algo de común entre todas estas cosas? Sí, es la respuesta de Harris, alguien a quien ya conocíamos por una His-

toria de la Antropología reciente­mente publicada. Entre las prohibi­ciones rituales de matar a las vacas que cumplen los hindúes y el sacro horror a los cerdos que condividen

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judíos y musulmanes; entre el po­tlatch y las esperanzas cargo; entre mesianismo y brujas; entre todas ellas y entre sí hay una común espe­ranza. Son específicas respuestas. adaptativas al medio. Y otra cosa más. Para el observador que las re­laciona, todas ellas se ofrecen a una misma reflexión moral.

Las cosas, los hechos culturales y sociales no son porque sí. Esta pri­mera persuasión es algo común al pensamiento que llamamos cientí­fico. Por más que la relación entre aquellos y otros factores propios de la sociedad y el medio ecológico en que se desarrollan pueda estar os­cura o resultar aún ignota, esos enigmas pueden ser ahormados por la ciencia. Claro que el problema se plantea a renglón seguido: qué sea eso de la ciencia a la que todo el mundo se refiere. Para Harris no pa­rece haber grandes dudas: la ciencia es una mirada sobre la realidad con­figurada por una metodología positi­vista en sentido fuerte y sometida al postulado de que existe, ante todo, un gran principio unificador del complejo y abigarrado mundo de la experiencia. Ese principio, como se ha señalado, es el de la adaptación al medio y el propio Harris ha tratado de darle una expresión algebraica en ecuación más o menos famosa. Por ahí se puede caminar, señala, para librarnos de la pseudociencia (Freud, Lorenz, Ardrey son nom­bres que él mismo cita a estos efec­tos), que establece conexiones uni­versales, por ejemplo, entre sexo (masculino) y agresión, haciendo del primero causa de la segunda. Y, sin embargo, la relación es otra. El sexo sólo es causa de agresión cuando los sistemas sociales priman las recom­pensas sexuales; una prima que no es sino en razón de la adaptación al medio.

No hay en ello gran diferencia respecto de todos los métodos fun­cionalistas que en el m.undo han

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TIEMPO DE SILENCIO

cela dictadura franquista». David Ruiz

«La oposición al franquismo». Pierre C. Malerbe

Para una mejor comprens1on

de cuarenta años de la Historia

de España.

C!. Asturias, 27 - OVIEDO

VALERIANO BOZAL

LA ILUSTRACION GRAFICA

DEL SIGLO XIX EN ESPAÑA

ALBERTO CORAZON

EDITOR

ROBLE, 22 - MADRID, 20

Los Cuadernos de la Actualidad

sido, aunque como en el presente vengan tocados por la magia de la teoría de sistemas. El gran esfuerzo de Harris será recensar en función de circunstancias históricas precisas por qué las cosas han sido así y no de otra forma; por qué, por ejemplo, el lujo inaudito que supondría en la Palestina veterotestamentaria la cría y el cuidado de los suculentos boca­dos porcinos hubo de llevar a su prohibición. Un funcionalismo mate­rialista que se esfuerza en aliarse con la historia y el papel que en ella desempeñan las contradicciones de intereses.

No es que la propuesta sea des­preciable. Por lo que me toca, cuenta con buena parte de mis sim­patías intelectuales. Pero no es me­nos cierto que, a lo largo de las pá­ginas amenas y a menudo brillantes de Harris, queda por explicar la otra mitad de la verdad. Suponiendo que su versión de la porcofobia de mu­sulmanes y judíos sea cierta, ¿por qué habrían de mostrarse tan reacios a saltársela la familia Moskat o los amigos de Woody Allen, que viven en un medio ecológico y cultural ra­dicalmente distinto? Poco podemos hallar en Harris para explicar la per­vi vencia de tradiciones y símbolos cuando son precisamente eso, tradi­ciones y símbolos, y nada más.

Sin embargo, estas deficiencias no deben ocultar que la propuesta de Harris es mejor camino para avanzar que otros. Y aquí la moral que, desde la piedad por el pasado, nos habla del presente. No está mal que haya hoy quien se atreva a decir que existe un hiato entre lo que defini­mos como realidad externa y la ilimi­tación de lo imaginario o le recuerde a Castaneda que ni siquiera Don Juan le puede hacer participar en el gran juego, llevándoselo de viaje por los aires, de no ser por la acción de sustancias alucinógenas, cuya pro­ducción y efectos pueden ser contro­lados con máxima eficacia por la ciencia. Cuando una buena parte de nuestros intelectuales, a una con el Santo Oficio contrarreformista, in­siste en que, como se decía de las brujas, efectivamente podemos vo­lar, o vuela, pese a su desprecio por la concepción científica de la reali­dad, en los baratos charter que ésta ha hecho posibles, o usa del telé­fono, la FM, la hi-fi o las píldoras que hacen más placentera su vida, no es mala cosa que alguien le dé a éso su nombre de neo-oscurantismo e insista en que esos ataques no son tan peligrosos porque amenacen, que no lo hacen, la infraestructura técnica de nuestra civilización,

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cuanto porqúe el retorno de las bru­jas puede prologar el del mesías. «Como su predecesor medieval, nuestra manía actual de las brujas embota y confunde las fuerzas de la disensión. Como el resto de la con­tracultura, pospone el desarrollo de un conjunto racional de compromi­sos políticos. Y ésta es la razón por la que es tan popular entre los gru­pos más opulentos de nuestra pobla­ción. Esta es la razón por la que ha vuelto la bruja».

Si las cosas son como las plantea Harris, no hay duda de que buena parte de la filosofía y la ciencia so­cial más recientes, que se pasa la vida reconstruyendo a dios, al sen­tido o a lo soberanemente ignoto, con el método mágico de la herme­néutica, se van a llevar más de un disgusto.

Julio Rodríguez Aramberri

EL RETRATO

DE LOS

ESTUDIOSOS:

MIR CEA

ELIADE

Mircea Eliade, Fragmentos de un Dia­rio. Espasa Calpe, Colección Boreal. Madrid, 1979.

A cabo de leer con intensi­dad apasionada, el libro de Mircea Eliade, Frag­mentos de un Diario. Muy voluntariamente no reviso

ahora lo mucho que subrayé, desde sus alusiones al «culto del cargo» -subyacente en el actual conflicto de

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las Nuevas Hébridas, y que no veo comentado en ningún periódico- a sus numerosísimas referencias al pensamiento español contemporá­neo: desde Eugenio d'Ors y sus co­laboraciones en Arriba; a Zubiri; desde su alto concepto de Baroja, hasta las conversaciones perdidas que tuvo con Ortega y Gasset en Lisboa.

El libro, con sus subrayados, será utilizado por mí otras veces. La pri­mera, seguramente, en las reuniones teológicas de este año en la Escuela Asturiana de Estudios Hispánicos de La Granda. Quede para esas ocasio­nes la minuciosidad de la cita bi­bliográfica. Ahora voy, simple­mente, a recoger un eco. Por eso dejo voluntariamente el libro en mis

repletas estanterías y me pongo a escribir sobre él como no suelo, de memoria.

Mircea Eliade ha tenido una singu­lar valentía en esta presentación de sus fragmentos del Diario: enseñar a la sociedad las angustias diarias de una persona que vocacionalmente decide dedicarse a la actividad inte­lectual. Por eso me he sentido retra­tado más de una vez, o he visto el retrato de mis maestros, o el de los pensadores cuya vida por un motivo u otro escudriñé.

Porque los que nos dedicamos a estos afanes recibimos pequeñas re­muneraciones la mayor parte de nuestras vidas. Ni tan escuálidas como para vernos impulsados a abandonar la vocación para supervi­vir, ni tan altas como para no sentir casi cada día el desasosiego de cómo hacer un viaje, adquirir un mueble que nos apetece, o de qué modo será posible conseguir que no soporten la escasez los otros miembros de la familia. De vez en cuando viene la mala racha. Se vive sin calefacción, con lo que los inviernos son duros; no se poseen ni siquiera estanterías para acumular los libros y revistas, que inundan poco a poco, en desor-

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den, la habitación; se implora una beca, un curso, una ayuda de inves­tigación. Horas y horas son gastadas en antesalas de los administradores de las actividades científicas, y el cartero, con eventual carta de una Universidad extranjera, es acechado con tensión diaria.

Mientras tanto, nos dedicamos a escribir, a dictar clases. Se remiten largas y minuciosas investigaciones a revistas que, naturalmente, o no pagan, o envían una cantidad minús­cula. Se firman contratos con edito­res, que exigen perentoriamente el original a fecha fija. El autor mira angustioso el calendario. Ciertos días la pereza le vence. Se disfraza de investigación colateral. La mente mariposea sobre todo tema que la apasiona, y ágilmente se escribe y se investiga sobre él. Pero, ¿ésto no será de nuevo para la revista cientí­fica paupérrima? Se vuelve al tajo durísimo de la obligación y así, con fallos absurdos mezclados, con días de excelentes rendimientos, se llega al día n-1. La marcha de las horas pasa a ser espantosa. El autor opta por cortar unas cosas, por abreviar otras, por redactar apresuradamente las conclusiones, por eliminar una última revisión. Sale el manuscrito de sus manos, y cuando llega en forma de libro, no le apetece el leerlo, aterrado por lo que apresura­damente se hizo.

Pese a todo, el que es digno, ob­serva cómo muchos políticos desean convertirlo en marioneta suya. Ha­blan de democracia, de respeto a los derechos humanos, pero ¡ay del que no les rinde acatamiento! Surgen ve­tos oscuros -por supuesto, porque Tartufo también se viste de intelec­tual-, tentaciones de paraísos mate­riales, a veces amenazas groseras, hechas con tosquedad evidente.

Quien tiene auténtica vocación intelectual, para parodiar alguna de las grandes investigaciones de Eliade, ha de soportar con entereza esta iniciación. Sólo cuando se llega a la zona de las tinieblas -el silencio oprobioso de los críticos, la ausencia de contratos universitarios- se está cerca de la luz: el gran éxito, la ad­misión de la obra. Miramos entonces todos al salir del túnel, más que nuestras arrugas, las de nuestra compañera; más que nuestro can­sancio, el desorden cultural que así se ha engendrado. Melancólicamente se entra en la estación de los hono­res. ¡ Todos se cambiarán por aquella beca no otorgada cuando la prima­vera nos sonreía!

Somos así; como se pinta Mircea Eliade. Ni más petulantes ni menos

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orgullosos. Somos una tropilla espe­cial, que se cruza con los grandes burgueses de la City, con los Babitt de Nueva Inglaterra, con los diri­gentes del proletariado soviético, que va y viene de París a Harvard, de Londres a Roma, de Heidelberg a Princeton. Parece que si desapare­cemos, nadie lo va a notar. Pero, grande o chica, llevamos en nuestras desgastadas carteras de mano, entre libros, notas manuscritas, revistas eruditas, nada menos que la quintae­sencia de lo que hace que la vida merezca la pena de ser vivida. Por­que, y eso es lo que nadie nos puede quitar, contemplamos inmensamente lúcidos cómo, quienes pretendida­mente nos ignoran, pasan por este mundo espantosamente anestesia­dos, sin saber siquiera que han vi­vido.

Juan Velarde Fuertes

ALTIVO

PERDEDOR

Norman Mailer, La cancwn del ver­dugo. Ed. Argos Vergara. Barcelona, 1980. e on la técnica de T. Ca­

pote y con la fuerza de Faulkner, Norman Mailer, ha trenzado un vibrante relato de amor y de muer­

te, reciente aún aquella estremece­dora mirada de Gary Gilmore tras haber escuchado la decisión del Juez de Distrito para ser ejecutado ante un pelotón de fusilamiento, como alucinadamente atraído ya el con­victo asesino por las bocas de fuego contra las que se negó a apelar y que quemarían finalmente el 17 de enero de 1977, en el patio de la Penitencia­ría Estatal de Utah, la semilla de maldad que anidaba en su corazón. Quizá la misma magnética mirada con la que los bellos ojos azules de Gary se fijaron en el primer carce­lero del primer sombrío establecí-

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MONUMENTA HISTORICA ASTURIENSIA Apartado 425

GIJON-ESPAÑA

ULTIMAS PUBLICACIONES:

VI. ELVIRO MARTINEZ,Los documentos asturianos del

Archivo Histórico Nacional.

Gijón 1979.

VII. JULIO SOMOZA,El carácter asturiano. Edic. de

J. L. PEREZ DE CASTRO,Gijón 1979.

DE INMEDIATA APARICION:

VI 11. CARLOS GONZALEZ POSADA, Asturianos ilustres.

Edic. de J. M. FERNANDEZ PAJARES.

BIBLIOFILOS

ASTURIANOS

PROXIMOS TITULOS

El Fénix Católico Don Pe­layo el Restaurador Reena­cido de las Cenizas del Rey Witiza, del doctor don Joseph Micheli y Márquez. Madrid, 1548.

Missale Antiqum de la Ca-tedral de Oviedo.

Apuntes históricos, Genea-lógicos y Biográficos de Lla­nes y sus hombres, de don Manuel García Mijares. Torre­lavega, 1893.

Pedidos a:

BIBLIOFILOS ASTURIANOS Cimadevilla, 10-3.º OVIEDO

Los Cuadernos de la Actualidad

miento penitenciano que conoció, todavía adolescente, más de veinte años atrás, en el comienzo fortuito de lo que acabó siendo una inexora­ble pasión delictiva.

Con una maestría narrativa que debe mucho al mejor periodismo y al mejor cine americanos (es decir, al mejor periodismo y al mejor cine de nuestro tiempo), Mailer, afamado experto en perdedores, desde Los desnudos y los muertos hasta la fa­llida por imposible evocación de una Marilyn Monroe que tal vez nunca existió, capta y se sumerge en esa mirada para ofrecer todos sus mati­ces, no con el afán analítico y didác­tico de quien desea explicar una desconcertante sangre fría, sino con el respeto de quien no siente lejana la sombra de las palmeras salvajes de la soledad, del dolor y de la de­sesperación.

Memorable, en verdad, es este re­trato de Gary Gilmore, como lo es el de su amante Nicole y la femenina afinidad con la sangre y el dolor; pero ciertamente extraordinaria es la descripción del escenario de la tra­gedia (personajes secundarios es­pléndidos, un sobrio decorado con elementos sabiamente elegidos: mo­teles, bares, remolques y coches: la carretera, las carreteras sin fin del oeste americano como referencia unificadora de la acción); y desde luego magnífico es el ritmo, el pulso mantenido y tenso de la descripción. Por eso, más allá de un feroz alegato contra el sistema penitenciario de los Estados Unidos, por encima de una magistral fotografía de una cierta so­ciedad americana de hoy, La can­ción del verdugo es, fiel a la letra de una vieja rima carcelaria, la historia de un beso sangriento que a todos nos deja húmedos los labios.

José Luis García Delgado

DE VIDAS

LITERARIAS Quentin Bel!: Virginia Woolf; vol. II:

Mrs. Woolf, 1912 a 1941. Trad. esp., Barcelona, Lumen, 1980 (el vol. I, en la misma editorial, 1979).

O uentin Bell prolonga en este segundo tomo su es­pléndida biografía de Virginia «a la inglesa»; quiero decir, entre otras

cosas, que no pretende por encima de todo ser un historiador «cientí­fico». Ello le permite, sin mengua de

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la copiosa documentación, prescin­dir del tedio y la aridez que tantos historiadores consideran indicios de científica seriedad. Abundan en suti­lezas psicológicas, no del todo in­ventadas, pero sí -brillantemente­reconstruidas; diseña retratos litera­rios; recrea paisajes o estados de ánimo. No pierde de vista que hacer literatura no es inútil para hacer his­toria -digan lo que quieran los mo­dernos-, al menos para que al lector no se le caiga el libro de las manos, pero también porque la reconstruc­ción del instante -un chisme fugaz, un ademán, una fisonomía- forma parte del gusto por la historia con tan legítimo título (y acaso con mayor título, en la génesis psicológica de ese gusto) como el afán por confir­mar con un relato el cumplimiento de algunos principios económicos y/o sociológicos. La biografía es buen género para ensayar esa plura­lidad de planos (singulares, particu­lares, generales) que se resuelven úl­timamente en una individualidad nunca «definitivamente» explicada por ninguno de ellos: género tan lite­rario como histórico, en el que los ingleses han venido siendo maestros, más allá de todo ridículo desdén «científico» al respecto. Por otra parte, la biografía permite -y es el caso de ésta- ejercitar el despresti­giado realismo literario sin mala conciencia: a un biógrafo nadie le reprocha que su relato quiera remi­tirse a otra cosa que el texto mismo; de ahí que la lectura de biografías -también de libros de memorias­pueda ser un alivio pasajero en mo­mentos en que la destrucción del re­lato parece de rigor cuando se tratade pura novela: buscamos, a travésde la coartada de la «historicidad»,la ilusión perdida de la realidad.Quizá por ello el género biográfico,o el libro de memorias, tengan tantosadeptos.

Bell habla de su tía (y de su madre y su padre, con la cohorte de amigos y parientes) sin rehuir la simpatía ni la imparcialidad. Virginia Woolf si­gue en su puesto de narradora ge­nial, pero a la vez, no se disimula que es una loca, incluso una pobre

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loca. Se subraya lo consciente e inte­ligente de su feminismo, pero tam­bién se mencionan implacablemente -sin concesiones hagiográficas- lasque, al menos psicológicamente, sonen su caso componentes del mismo:la frigidez, la antipatía mórbida porel deseo sexual masculino, etc. Sucondición de maga del lenguaje -«elclima inglés, en ella, flota, flota»,decía Lytton Strachey- es asociada,a la vez, a cierta incapacidad paralas abstracciones «sólidas». Su fi­nura minuciosa en la captación deambiguos y delicuescentes «estadosde alma» tiene que ver con su evi­dente snobismo... Y así sucesiva­mente. El resultado ni rebaja ni en­salza, ni santifica ni desmitifica: muyen cierta tradición inglesa, participade la lírica y la etología.

Después de todo, lo más curioso quizá sea que nos interesemos por Virginia y aquel círculo de homose­xuales sutiles, de snobs, de ladies hiperestésicas, de contradictorios pacifistas, y que nos importen sus amores y desamores, la tela de araña de sus caprichos, fobias, vagabun­deos, tanto o más que sus ideas o sus virtudes estilísticas. Quizá se trata de que en pocos momentos de la historia de la intelligentsia se dio una más plena confusión entre vida y literatura. Para el hombre de letras pensar su propia vida como algo es­crito es una tentación permanente, más fuerte acaso que la de la verdad. La búsqueda de realismo biográfico coincide, en este caso, con el placer de la ficción; lo vivo no se distingue gran cosa de lo pintado: parece ha­ber vivido, en suma, como si hubiera de ser pintado.

Vidal Peña

DE OMKS A

NEOCHOMKS A lo largo de su ilustre obra literaria, Vladimir Nabo­kov tuvo siempre cariño­sos recuerdos para Sig­mund Freud y su caterva

de discípulos, entusiastas y seguido­res. Habitualmente estos luminosos elogios figuran en los prólogos de sus novelas, no como en «El Cµar­teto de Alejandría», donde Law­

rence Durrell incluye a Freud como personaje dentro del texto. Las referencias de Nabokov al padre del psicoanálisis son más de pasada:

Los Cuadernos de la Actualidad

El intruso no es el Charlatán Vienés (todos mis libros debieran titularse: Freudianos, prohibido el paso.)

( «Barra Siniestra»)

Me permito aconsejar a los miembros de la Delegación vie­nesa que no pierdan su precioso tiempo analizando el sueño de Klara.

( «Mashenka»)

Los discípulos del médico-hechi­cero vienés lo desmenuzarán en un grotesco mundo de culpa co­lectiva.

( «Invitado a una decapitación»)

Respecto al marxismo, Nabokov no lo estimaba, no tanto porque in­vocándolo se le hubiera desposeído de sus tierras, bienes, paisajes y re­cuerdos, como porque da lugar a ideólogos taciturnos. Nabokov no podía apreciar el marxismo porque tenía excelente gusto literario y era un señor; que fuera un exiliado desde 1917 habría de tener menos importancia para él que la mala prosa de los secretarios de comité local convertidos en escritores. Si alguien se empeña en considerar una novela a «Así se forjó el acero», niega la condición de tal a «Lo/ita» o a «Ada o el ardor». La Rusia sovié­tica pertenecía a otro planeta, tan lejano e incógnito que Nabokov ni siquiera se refería a ella. Rusia, para él, tampoco era la Santa Rusia, sombría, milagrera y flagelante, sino el recuerdo de una civilizada infan­cia, de un espíritu liberal y europeo, de mansiones en verano o de la im­presión del viento sobre una pradera en el crepúsculo. Rusia vivía en Ev­geni Oneguin y su comentario, en el espíritu a la europea de Ivan Tur­gueniev o en un vagón de ferrocarril de primera clase descrito por Tols­toi. El resto, fue el irónico valor de

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un exilio sin nostalgia, flanqueado de hoteles decadentes, mariposas, y lá­pices cuya goma se terminaba antes que la mina. Los escritores de la Revolución habían de ser inconcebi­bles para Nabokov y ya se sabe que un escritor culto y bien educado siempre considera más importante la literatura que la historia, el texto que la tierra, el hombre que el régimen político.

No era Nabokov escritor con en­tusiasmos por la modernez, aunque quienes le denominan reaccionario más parece que piensan que todo el mundo ha de ser como ellos y que no conciben otro tipo de intelectual que el orgánico. Espíritu elegante, jamás habló de la Unión Soviética en sus libros, sino de Rusia, a veces. Comprendía que su mundo había de­saparecido definitivamente y el que le sucedería era una grotesca carica­tura de aquél, aunque sin atisbos de un infantil paraíso perdido.

Quedaba por ocuparse Nabokov de otra de las supersticiones más inútiles de este siglo: la lingüística. En su última y excelente novela «¡Mira los arlequines!» dedica una línea a Chomsky:

El chimpancé y el campeón hicie­ron todo el viaje desde Omks hasta Neochomks. ¡Qué deli­ciosa relación entre un lugar real y esa tierra de nadie creada por la moderna filosofía lingüística!

Del Omks soviético a la abstrac­ción lingüística, todo un recorrido, irónicamente desdeñado, de adustas burocracias.

José Ignacio Gracia Noriega

NOTAS DE

MI MOLINO Richrnal Crornpton: Las aventuras de

Guillermo. Ed. Molino. Barcelona, 1979.

G uillermo consideraba que el mundo de los mayores le estaba tratando mal ... » Los proscritos atacan de nuevo a lomos de la

editorial Molino, que reedita la co­lección respetando escrupulosa­mente la entidadJísica de la edición de los cuarenta. Hasta el tipo de pa­pel, su olor, su tacto están aquí para desesperación de la generación que ahora lo compra con la esperanza de que, además, lo lean los hijos, los sobrinos y la amiga desvanecida en monumento histórico.

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BIBLIOTECA POPU.AR ASTURIANA Uria, 5 OVIEDO

TITULOS PUBLICADOS

JUAN URIA RIU. Obras Completas: Tomos I y IV.

AURELIO DE LLANO, Esfoyaza de cantares asturianos.

AMBROSIO DE MORALES, Viaje a los reinos de León y Galicia, y Princi-pado de Asturias.

LUIS ARRONES PEON, Historia Co­ral de Asturias.

CONDE DE TORENO, Descripción de varios mármoles minerales y otras diversas producciones del Principado de Asturias y sus inmediaciones.

JOSE CAVEDA Y NAVA, Esvilla de poesíes na llingua asturiana.

RAMIRO SUAREZ, Vida, obra y re­cuerdos de Manuel Llaneza.

COLECCION EL TRASGU

DIEGO TERRERO Y TEODORO CUESTA, Andalucía y Asturias.

DOCTRINA ASTURIANISTA. ANTONIO GARCIA OLIVEROS, Más

cuentiquinos del escañu. TEODORO CUESTA, Poesíes Astu­

rianes.

AEDA COLECCION DE POESIA

Apdo. de Correos 4112

GIJON

- Del lado de la ausencia.M.ª del Carmen Pallarés

- Atardecer en la fábrica.Xavier Palau

- Sinfonía Interior.Fernando Menéndez

- De volver a ella.Luis Beltrán

- Vértigo de la Infancia.Antonio Rodríguez Jiménez

- Los Caracteres del Agua.Alvaro Díaz Huici

En preparación: Tratado de So­ledad, de Jesús Aguilar Marina; Manuscrito del Mar, de Rosa Espada.

Pedidos y suscripción al Apartado de co­rreos 4112 de Gijón. Número suelto, 200 pesetas; suscripción por 3 números, 450 pesetas; por seis, 900 pesetas. Pago m&­diante talón bancario o giro postal.

Los Cuadernos de la Actualidad

Pero en los años ochenta todo ha cambiado; Guillermo se fue en el so­bre de las primeras elecciones por la ranura de las urnas que engulleron un mogollón generacional y vomita­ron otro sin remedio .

El niño que lo leyese hoy y se identificase con él habría que en­viarlo al doctor Mediavilla para un psicorrepaso. O quizás no. No lo en­tiendo pero mis ancianas tías lo compran y releen mientras se des­cascarillan lentamente.

* * *

«Hubo una reunión de almas anti­guas aquella noche y Guillermo se deslizó por el agujero de la valla ... »

Estamos reunidos varios amigos en mi estudio. Acabamos de fundar la Sociedad de amigos de la Editorial Molino. También quisiéramos crear unas subsecciones para Clíper, Ibe­ria, Cosmópolis y Calleja pero nos adormecemos bebiendo una botella de agua de regaliz con ron. Llega­mos a una conclusión: en nuestra in­fancia los quioscos eran redondos.

* * *

«El campo no era apetecible con­tenía a Guillermo ... »

G. Brown es un invento de mi ge­neración y no sé muy bien por qué. Superpongo a veces entorno a en­torno, sociedad a sociedad; comparo las estructuras mínimas del perso­naje con las nuestras y todo queda en este juego. Desde mi corpus de conocimientos desarbolado es impo­sible aprehenderlo y sólo queda la nostalgia. Pero la nostalgia aquí no es inocente; es un recuerdo podrido. Los años camp de los niños buenos no pueden añorarse impunemente.

* * *

«La sociedad secreta estaba te­n iendo un éx i to demasiadogrande ... »

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Lo importante es que las gentes de papel funcionen en el espacio que les pertenece; sean coherentes en su te­rritorio. En este sentido, G. B. desa­rrolla la lucha contra el sistema. To­dos salimos de ella transformados, incapaces de integración en el vario­pinto complejo que dimos en llamar «el Régimen». Incómodos a perpe­tuidad en todos los posibles entor­nos. Pregnados de anarco-gui­llermismo todos los futuribles.

Desde Molino, G. B. y sus pros­critos continuaron irreductibles la

guerra de papá introduciéndose en los cuartos de los niños como solda­ditos de papel en una guerrilla impo­sible de documentar en los archivos de Martínez Bando, y humilde pero implacablemente desalojaron las huestes de Fray Justo Pérez de Ur­be! el primer «Amigo de los niños» ( ... que tenía la barbilla como Carlos VII pero sin la barba florida), Los «Flechas y Pelayos», Juan Centella «11 piccolo Duce», Roberto Alcázar (De Toledo) y Pedrín, el Guerrero del antifaz ...

En nuestro apacible mundo de ca­balleritos pequeño-burgueses, Gui­llermo y la inefable ancianita Rich­mal, su madre putativa, fueron sem­brando estas perlas que ningún escri­tor de la época pudo estampar en sus escritos.

«Aquella mañana G., contem­plando a su familia entre bocado y bocado, llegó a la conclusión -y por primera vez- de que apenas era digna de él...»

«El hecho de que G. fuera con regularidad a la Iglesia los domingos, no implicaba profundos sentimientos religiosos por su parte. Era más bien el resultado de presión exterior. .. »

«A G. el colegio le aburría siem­pre. Le disgustaban los hechos, le disgustaba que le sujetasen a detalles y le disgustaba tener que contestar preguntas. Como político le hubiera esperado un gran porvenir. .. »

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Compárese con la literatura esco­lar al uso.

* * *

«Pero ... ¡Pero si son unos mucha­chos horribles y ordinarios ... !»

El Prado de don Ramón es un so­lar más en las afueras de Oviedo en los cuarenta. Tiene una cerca de la­drillo casi derruida que sirve para entrar, o según otros, para salir. Como todos los solares de por aquí tiene bastante hierba, hortigas junto al ladrillo lagartijero y grandes man­chas de zarzamora, que dicen ahora.

Este día que estoy contando «y cuando termine sabremos más de lo que sabemos ahora», en el centro del solar se levanta una carpa de sa­cos cosidos que mágicamente y por arte de la imaginación aparenta una carpa de sacos cosidos.

Era antes de que se llevasen todas las verjas de la ciudad y allí había una cancela y en ella Quique «El patatu» vendía entradas dibujadas ingenuamente a mano con lápices Alpino.

Bajo la carpa los Hermanos Sierra levantan la pirámide humana, la base de los más fuertes tiene siete años. ¿O menos? José Ceceda manda la troupe de los payasos, y un servidor, bajo un cajón de madera, pasa ban­deritas de feria a través de un agu­jero para la ilusión del ilusionista.

Las madres que han pagado veinte céntimos y aportan la silla de tijera aplauden. Otros vecinos silban. La torre se derrumba y coge debajo a un niño. Quique sisa dos pesetas a la caja, para ver la tercera jornada de «Fu-Man-Chú». A los payasos se les llena la cara de granos. ¿Quién Jo hace ahora?

Guillermo Brown era un colectivo.

* * *

«Para G. la idea de cambiar de vida era una cosa asombrosa y no exenta de atractivos ... »

Cuando estoy sentado en la mece­dora, que hace cric-crac, y atardece, y me miro los pies de hombre grande y melancólico, quisiera ser el padre de Guillermo, leer el Daily Tele­graph, vivir las noticias y los ecos de sociedad de su pequeña ciudad.

También quisiera ser el hombre que se apea del tren, sufre el asalto combinado de Guillermo y la seño­rita Crompton, pasa por la ordalía del viejo cobertizo y comienza de nuevo en el tren siguiente una nueva vida.

Jaime Herrero

Los Cuadernos de la Actualidad

GREGUESCO ALIGERO DE LA GRANDE ESCRITURA, PARAGRAPHI QUATTUOR

Jorge Ordaz, Celebración de la impos­tura. Oviedo. Ed. del autor, 1980.

Este que aquí pasa es Sir Horatio Carteret, muy '.1Ílcion_ado al experimento mductivo comprobatorio, y que viajara científico

y algo enamoradizo el mundo veinti­dós años consecutivos, y al volver a casa se fue dehisciendo, y su último viaje transcurrió de la biblioteca a lo bajo de su cama, y de aquí a ese ovillo que dicen muerte, fetal. Este otro es el monje gaélico Fergus, que, entre otras paseatas en las que abundara, excursionó al Purgatorio de San Patricio, con entrada notoria, aunque enramada, junto a la costa galesa; finalmente se dio una vuelta por las altas alamedas del más allá; y volviera. Allí al fondo parece entre­verse a Magnus Olarsson, noruego, gran apetecido de ciencias y saberes varios, preferentemente ocultos, y que, a la vuelta de su periplo de nueve años europeos, siempre an­duvo encerrado en su castillo, tan horro de presencia que al final no apareció, y todo estaba polvoriento intocado como de hacía varios lus­tros. Y aquel otro, Oliver de Mal­mesbury, fraile benito, que .... Histo­rias, historias, historias.

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Historias todas cuyo aire vincular es la medida áurea de la ironía om­nisciente, valga decir, la despropor­ción impertérrita en tráfico comple­tivo y contrario. No sólo, por ejem­plo, que si el asunto se refiera a un artilugio, éste no se describa, antes bien no funcione; ni que si la carac­terística de un personaje sea su in­clinación viajera, se nos reduzca a un solo viaje, irrelevante, y éste con­forme a escritura ignaciana e ico­nografía sulpiciense. Sino que tam­bién (subiendo, subiendo) se delinea contumaz, con aplicación entomoló­gica y obsesión codiciaría, la genea­logía del pretendido héroe, sit veniaverbis; pero nada hay en la filogenia que prefigure el futuro. Asimismo (parece que se delinean las nubes), si resulta que la mayoría son viandan­tes de larga temporada e ilustrados de fervor científico, su andadura principal es corta, y por lo demás común -la muerte-, y sus investiga­ciones, por lo general ridículas y, en concreto, fracasos. Es que, además (y casi a la caza Se da alcance), no sólo es que se conduzca al daguerro­tipo a gente fundamentalmente de acción, sino que el tratamiento lite­rario que se esperaría -gran econo­mía de medios, para que aquella avance- se suple con una narración parsimoniosa, llena de meandros, de desvíos, y en una prosa con infinitas resonancias, matizadísima, por me­diación de un léxico perlectamente apabullante. Por último (y ya esta­mos casi en las esferas platónicas), queda el guiño fundacional de dar relevancia biográfica a seres, a fuerza de vulgares, verosímiles, y sobre cuya exactitud reproductora abunda el hecho de que sean un grano más deformes.

Qué más lógico, entonces, con­forme al sesgo propuesto, que ahora que la Multinacional del Relato de­cide la vuelta al fabular, estos ta­bleaux d' époque fueran escritos hace una decena larga de años; que si se dinamiza en ediciones populis­tas, amicales, por estaciones, de bolsillo posterior del tejano, etc., este libro comparezca en edición provinciana, a costo del autor y casi intransitiva; que si éste es el tiempo de, alentados por nuestras mediocri­dades rectoras, trepadores, trepana­d ores y trepanadadores, imprevisto surja este hombre, sin prisas, con­firmando que la literatura puede serlo todo perversidad, acrimonia, obsesión, desidia, todo, menos pro­fesión u oficio rentable.

Como dijera Eliottus, ajos y zafiro sobre el barro.

José Doval

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Historia de Asturias

Atlas de Asturias

Romancero Asturiano

Colección Popular Asturiana

Ediciones facsímiles

Diccionario Ilustrado de la Lengua

Castellana

Colección «País Astur»:

Flora y Vegetación de Asturias

Fauna Salvaje de Asturias

Geografía de Asturias

Colección «El Cuélebre»

°tJªaªJedicione)SALINAS/ASTURIAS

La Ilustración Gallega y Asturiana.

Crónica General de España.

Gran Enciclopedia Asturiana.

Gran Enciclopedia Gallega.

Quixote de la Cantabria ...

Son tan sólo algunos de nuestros títulos,

Silveri.o

Cañada Editor.

Los Cuadernos de la Actualidad

BENETIANA Juan Benet, Saúl ante Samuel. La

Gaya Ciencia, Barna, 80.

H asta quienes se han acer­cado a la obra de Benet en plan aplauso -llegaron a calificarle como «el más europeo de nuestros

escritores» con un sentido africa­nista de la literatura que ya me di­rán- no pueden evitar cierto miedo a sentirse objeto de una suerte de to­comocho intelectual. De ahí que,

tras hablar de las influencias faulk­nerianas en Benet y tres o cuatro tópicos de uso común, dejen caer algún que otro tímido adjetivo re­probatorio: epatante y farragoso, si están de humor, cínico y molesto, los días malos. Es una especie de sálvese quien pueda que aquí llegan los párrafos oscuros.

El asunto es que a nadie se le es­capa el desmarque benetiano, esa incómoda postura suya de tronío frente a las letras. «Este ingeniero» escribe cosas tan hilarantes como «De Canudos a Macondo», como al­gunos capítulos de En el estado, pró­logos «de fina ironía» como el que Alianza antepone a Volverás a Re­gión. Pero luego vienen las drogas duras: Una meditación, Un viaje de invierno, Saúl ante Samuel. «Cam­bio todo Galdós por una página de Stevenson», « ... autores amenos, como Bossuet», «Heinrich Bóll es Samaniego en alemán» frente a «es­cribir cuesta mucho trabajo, pero nunca decepciona», « ... mi ansia de fama y gloria». El sentido disperso.

Creo recordar que fue una tarde especialmente lluviosa. Benet -que confiesa leer periódicos sólo cuando enceran su casa y puede, a cuatro patas, enterarse de lo que pasa por ahí- leía en voz alta algo sobre Ni-

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xon, en un diario inglés. O quizá analizaba los anacronismos del na­rrador de una serie televisiva sobre la Segunda Guerra. El caso es que terminó diciéndome: «El coraje con­vertido en literatura da lugar a la verborrea». Y en la dedicatoria de Puerta de tierra dejó escrito « ... para que no llegue nunca a desvelar el mis­terio». Envolver más que descubrir. Benet presumía de desconocer tanto la trayectoria que los críticos le asignaban como un toro la de una mariposa. Es más: su recomenda­ción más ferviente era que no le le­yesen para evitarles piadosamente el fárrago del aburrimiento. El fá­rrago de la ruina: no ya la ruina fí­sica: la atmósfera de una total desin­tegración, las fotos de Colita para Una tumba. El laberinto del tiempo, la dimensión donde el hombre sólo puede ser desdichado. La guerra ci­vil -tantas veces pretendidamente alejada- en sus maniobras militares con unos protagonistas que en Re­gión no pueden ser más que estúpi­dos maniquíes sujetos a la prosopo­peya. Como en Saúl ante Samuel, donde el destino depende de un gesto, de un naipe, de una posible herencia en la que los genes no son nada ante la definitiva decisión de un viento malhadado o un río clandes­tino que sólo el Numa podría alum­brar. El miedo, la vergüenza, los ri­tos útiles. La impotente verborrea para contar los gestos congelados, las decisiones aplazadas, los fantas­mas.

Quizá sea la inevitable tozudez be­netiana, quizá aprendida en la tertu­lia de don Pío Baroja: el desmarque hacia el malhumor narrativo, el ca­breo y la confusión; el citar al lector con la franela tensa para construir un natural de rictus, nada ayudado con la espada. Quizá Benet esté cada vez más cerca de sus narrado­res, charlatanes sin puntos y aparte en su vacío. Por ello, Benet es pesa­dísimo: nadie aguante diez páginas suyas seguidas.

Pero, ¿cómo se puede narrar si no la absoluta abyección, la ruina? Tampoco aguantaba nadie a Faulk­ner cuando el bourbon le reclamaba. Ante la almidonada claridad y ame­nidad, de la vanguardia literaria his­pana se levanta el eructo de casti­llaza desesperanzado y conminato­rio:

«¿ Te das cuenta, joven? ¿ Te das cuenta de que, al igual que esos os­curos párrafos que sólo entregan su contenido tras repetidas lecturas y sólo se leen realmente si no se han comprendido ... ?» (pág. 81).

Francisco García

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LOS VIAJES DEL COMER

Eduardo Méndez Riestra, Comer en Asturias. Madrid. Dédalo ediciones, 1980. E sta no es una guía al

uso; su autor sabe que una guía común excita la segunda de las causas por las que Sterne pen­

saba que la gente ociosa abandona su país, región o nacionalidad nata­les por el extranjero: enfermedad del cuerpo, imbecilidad de la mente o necesidad inevitable. Conoce ade­más la confesión de aquellos dos personajes de Stevenson perdidos en un territorio cenagoso pese a las co­piosas instrucciones que solicitaron a un pirata: «viajar por referencias es casi imposible».

Así que ni el libro abunda en con­sejos, ni su autor hubo de viajar apenas, ni se perdió en su región natal. Consecuencia: nos escribe no sólo una guía, sino un ensayo.

Léanlo, porque nadie debe ignorar a qué facción culinaria pertenece: si a la del jugo -«lo que sale de dentro, lo cálido, lo natural»- o a la de la salsa -«el líquido elaborado desde fuera del alimento, prototipo de lo frío y lo artificial»-; si a la que con­dena la perfumería o a la que exalta las especias y las hierbas aromáti­cas; si a la que, en fin, aborrece las mentiras coquinarias o a la que pos­tula lo fingido verdadero.

Fernando Pessoa proclamó que fingir es conocerse. La Asturias cu­linaria eligió la vía opuesta. En sus caminos se cruzarán desde ahora dos bandos, uno frecuentará secre­tos lugares del occidente y del oriente, el otro vagará, preferente­mente y siempre descontento, por el centro. Me temo que este libro puede inaugurar -de hecho tras leer el prólogo afirmo que ya lo con-

Los Cuadernos de la Actualidad

tiene- un nuevo ºenfrentamiento en­tre astures y afrancesados.

A la espera del desarme, recor­demos Inglaterra. Allí, en 1662, el tiempo no se atenía a la estación, sofocaba tanto el calor que pareciera verano el invierno. El 25 de enero, Samuel Pepys y Mr. Berkenshaw luego de desayunarse un trozo de carne (aunque no consta, conjeturo que en su jugo y no con salsa), ad­virtieron que habían cometido una falta y acrecentado el riesgo de epi­demia: en el siglo XVII el Parla­mento inglés combatió la sequía de­cretando el ayuno. Nuestros políti­cos han abandonado esta práctica, no sé si atendiendo al racionalismo o a la ignorancia. Ahora Eduardo Méndez Riestra les ofrece no sólo agudas teorías ya insinuadas, tam­bién excelente prosa, buen humor, direcciones, recetas, un prólogo de Juan Cueto y nombres propios, por si decidieran implorar lluvia y dejar de mortificarse el cuerpo. El común, a su modo, ya lo viene haciendo, pues sabe que no hay discurso acerca del buen gobierno que no comience discurriendo sobre el yan­tar y el buen vino, o mejor que dis­currir, probar. Y Comer en Asturias es una inmejorable introducción al gozoso empirismo en el gobierno del cuerpo.

Bernardo Fernández Pérez

AMARA ASTURIAS DESDE ASTURIAS

Homenaje a Asturias. La montaña (Texto de Víctor Alperi con un original y diez litografías de Amador Martín Soto). Edición de los autores. Gijón, 1980.

Sea Dios muy alabado por­que dio por bueno que el día 18 de mayo del año en curso y fiesta religiosa dedicada al Papa San Ce-

lestino V (Pedro Morrone), a Santa Claudia, a Santa Gracia y a San Adolfo, los talleres de «La Indus­tria» gijonesa acabaran de imprimir una carpeta que lleva en sus aden­tros un pliego de cordel, diez litogra­fías y un original al óleo. Séalo asi­mismo porque haya gentes que amen a Asturias desde sus entrañas como lo hacen los autores de la misma, pues sabido es bien que el hombre sólo acostumbra a valorar lo valioso

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una vez que lo pierde o lo tiene le­jos. Pero, taus Deo, no es éste el caso.

En la carpeta en cuestión (her­moso papel marfil y mate, cuidada impresión), pintura y literatura se dan la mano para homenajear de consuno a su país nuevamente. Y digo nuevamente porque el ilustra­dor literario, el novelista Víctor Al­peri, ya había rendido tributo de admiración a su tierra con una ante­rior carpeta consagrada al Bosque (1979) e iluminada por Humberto. La vieja Hispano-Olivetti del escri­tor mierense lleva destilando pasión por Asturias tantos años como tiene el modelo y no parece su intención cejar, ya que anuncia un ciclo amoroso que se completará con La Mar, La Mina, La Fábrica y Los Indianos: un amor, un hijo por cada primavera venidera con los pintores Kiker, Maruja Valdés Solís y D. Bo­rrego.

A la montaña la homenajea Alperi en el pliego -con su correspondiente cordel- con más brevedad de la de­seable, más con el hondo lirismo que le viene no sólo de su pluma desen­vuelta, sino también de su experien­cia andariega de cimas a vaguadas sin fin. Bien conoce el mierense lo que canta y sabe no menos bien que aún se queda corto ante estos prodi­gios con que la Naturaleza ha que­rido regalarnos.

Corre la parte gráfica a cargo de Amador Martín Soto, un muy joven pintor que muestra una pasión por la pintura como conozco pocas: más que pintar sus cuadros diríase que los devora, como si temiera que fue­ran a extinguirse los paisajes y natu­ralezas que plasma y no quisiera perderse una. Su contribución son diez litografías -lamentablemente monocromáticas- centradas en el paisaje de montaña, así como un ori-

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ginal de idéntico tema, óleo sobre cartulina de 14,5 x 18 cms., que el pintor remata con una sugestiva téc­nica de pressing.

La pintura de Martín Soto marca sus preferencias por el paisaje, al que sabe imprimir, más que luz, una especial luminosidad con una paleta que hereda tonos de Valle y Piñole y, más hipotéticos, de Casariego o de Pola. Yo siento una especial pre­dilección por los espléndidos verdes, que son para mí el mayor encanto de esos sus paisajes a medio camino en­tre el impresionismo y un naif que se resiste a prescindir del perfilado por resultar aún más espontáneo y libre.

«Asturias es un bosque sagrado lleno de leyendas y bellas historias. Dolorosas historias, también. Pero Asturias es, en primero y último lu­gar, una inmensa montaña que besa el cielo», escribe Alperi. Víctor y Amador han renunciado a la mon­taña trágica, oscura o misteriosa y nos ofrecen una montaña feliz, ra­diante y diáfana; ésa es una de sus caras y éste es un homenaje cálido, cordial y amable.

Eduardo Méndez Riestra

UNA MANCHA

DE SIDRA Sara Suárez Solís, Camino con re­

torno. Ed. Laertes.

A I fondo del armario que­daban dos abrigos de pie­les y el abrigo Dior que sólo se había puesto una vez en su vida. Lo des­

colgó lentamente y lo contempló. Sobre la falda, una leve mancha

Los Cuadernos de la Actualidad

blanquecina de moho recordaba la sidra de la taberna Astúrica» (pág. 318).

Cuando Sor Gracia, de regreso a casa, abre el armario ropero de Carmina Quirós, repara en la man­cha de sidra en la falda del abrigo. A Carmina le producía repugnancia beber sidra en el mismo vaso que sus compañeras: en la taberna Astú­rica, todos sus deseos e ilusiones se derrumban al tiempo que la sidra se derrama sobre su abrigo. Hay pren­das respetadas (y un abrigo de Dior, en efecto, lo es) que se visten muy pocas veces en la vida. Después de aquella escena en la taberna Astú­rica, Carmina Quirós se iría al con­vento para convertirse en Sor Gra­cia. Y ahora, en esta página 318, veinticinco años después, se intro­duce, de sorpresa en sorpresa, en el mundo ya olvidado o cuando menos definitivamente perdido, de Car­mina. La mancha de sidra en el abrigo pone ante Sor Gracia, como si fuera la magdalena de Proust, su juventud irremediablemente derro­tada. Aquí no se trata de abrir las espitas de la memoria para recrear un mundo de recuerdos: el encuen­tro de Sor Gracia con su ambiente anterior es demasiado amargo, de­masiado sórdida su historia y la de quienes la habían rodeado, para que mereciera la pena recuperarla; y en­tre Sor Gracia y Carmina se abre el blanco vacío de veinticinco años en un convento de clausura mientras que la mancha de sidra en su abrigo Dior testimonia la fatalidad del tiempo perdido e irrecobrable. El breve retorno al siglo de Sor Gracia es una sucesión de sorpresas, des­cubrimientos y reencuentros: re­construyendo por noticias que le proporcionan amigos y familiares, por fragmentos de conversaciones, por silencios llenos de significado, aquel mundo que había sido el suyo y que encuentra puesto al revés, no porque ella hubiera estado del otro lado sino porque al cabo de tantos años de clausurada, había alcanzado a olvidarlo o a imaginarlo de otro modo. Y en definitiva, nada tan amargo podía sucederle como el reencuentro con Carmina.

El tiempo perdido, tema ilustre, es uno de los fundamentos de esta no­vela. El otro es la Ciudad. Vetusta, Pilares, Fontán, son los diversos nombres de un solo rostro urbano, de una ciudad irrepetible, de unas calles y plazas, de un determinado color en los crepúsculos o después de la lluvia, de unas gentes, de un fraseo, de una forma de andar, ha­blar o detenerse, de un sentido del

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humor, de un estilo. Como la Ale­jandría de Lawrence Durrell, como el condado de Yoknapatawpha go­bernado por William Faulkner, como los escenarios de Proust, Oviedo es un escenario literario de primera magnitud. Su peculiaridad suprema radica en que ese territorio fue edifi­cado y poblado por personajes e his­torias de escritores muy distintos a través de un período de tiempo muy vasto: Clarín, Pérez de Ayala, Pala­cio Valdés, Dolores Medio, García Pavón, etc.; Sara Suárez Solís, ahora. Aunque la denominen de mil maneras diversas, Oviedo es reco­nocible bajo cualquiera de sus pseu­dónimos. La personalidad y el estilo de esta ciudad son tan acusados que configuran las novelas que a ella se refieren: de «La Regenta» recorda­mos menos las interiorizaciones de Ana Ozores que a Pepe Ronzal ase­gurando que Habana se escribe sin «hache» y con «uve» porque así consta en un diccionario que tiene en su casa, o al capitán Bedoya tras­ladando con sigilo pero sin pausa la biblioteca del Casino de Vetusta a su casa. O la tragedia de Carmina Qui­rós, que no es únicamente la miseria en que convierte su vida, sino tam­bién que de pequeña no la llamaran Carmencita, como a la hija del gene­ral Franco, sino Carmina, nombre que a una trepadora como su madre se Je antojaba aldeano.

El humor de la novela, conforme avanza, se avinagra en sarcasmo. Al final, Sor Gracia llegará a descubrir que es la cuñada del hombre que había creído amar.

Eduardo Noriega