Unidad 1. El Impacto de las enfermedades crónicas. Tema 2 multiples enfermedades crónicas
1 crónicas
-
Upload
sanchez1967 -
Category
Self Improvement
-
view
105 -
download
4
Transcript of 1 crónicas
1 CRÓNICASLos dos libros de Crónicas (como los de Samuel y Reyes) formaban
un solo volumen en la Biblia Hebrea, con el título de «Palabras de
los días», es decir, una especie de Anales breves de Israel desde
Adán hasta el edicto de Ciro que permitió a los judíos volver a su
país. Los LXX le dieron el título de «Paralipómenos», que significa
«omitido» o «dejado aparte». Jerónimo los llamó «Crónica de toda
la historia divina». Finalmente, fue Lutero quien, al seguir el título de
Jerónimo, les puso el nombre de «Crónicas», con tal éxito que ha
sido adoptado incluso por la Iglesia de Roma. Su redacción se
atribuye a Esdras. Aparte del espacio que abarcan (desde Adán
hasta Ciro), tres detalles son dignos de mención acerca de estos
libros: 1) El texto original presenta muchas variantes en
comparación con el de los libros de Samuel y Reyes, por lo que
varias equivocaciones cometidas por los copistas en Samuel y
Reyes quedan subsanadas en Crónicas, y viceversa. 2) Abundan
los detalles importantes omitidos en los otros libros. 3) Como el
objetivo de Esdras era renovar el estado espiritual del pueblo, al
componer estos libros se preocupó de enfatizar los factores
religiosos: La Ley, el templo y el sacerdocio, y omitió episodios
sociopolíticos de reyes y profetas; y, aparte de la mención de
Jeroboam por causa del cisma se omite completamente la historia
del reino del norte, puesto que nada tenía que ver con el templo ni
con el sacerdocio.
1 Crónicas se divide en tres partes: I. Una colección de
genealogías desde Adán hasta David (caps. 1 al 9). II. Historia del
reinado de David con importantes añadiduras a lo que ya sabemos
por 1 y 2 Samuel (caps. 10 al 21). III. Un informe original de la
organización que llevó a cabo David en asuntos del sacerdocio y del
tabernáculo, y las instrucciones que dejó para la edificación del
templo (caps. 22 al 29).
CAPÍTULO 1Las genealogías que aquí hallamos son de gran utilidad, no sólo
para preservar los linajes de las tribus respectivas, sino
especialmente para establecer la genealogía del Mesías, el hijo de
David, de Judá, de Abraham y de Adán. I. Los descendientes de
Adán hasta Noé y sus hijos (vv. 1–4). II. Posteridad de los hijos de
Noé, mediante la cual fue repoblada la tierra después del Diluvio
(vv. 5–23). III. Descendientes de Sem hasta Abraham (vv. 24–28).
IV. Posteridad de Ismael y de los hijos que Abraham tuvo con su
concubina Queturá (vv. 29–35). V. Posteridad de Esaú (vv. 36–43).
Los nombres aparecen transcritos (nota del traductor) conforme a la
RV 1977, pues el ajuste total al original resultaría demasiado
revolucionario para la mayoría de los lectores hispanoparlantes.
Versículos 1–27Esta porción comienza por Adán y termina por Abraham. Adán
fue el primer padre de la humanidad; Abraham, el primer padre de
los creyentes. Con la ruptura que el primero efectuó del pacto de
obras en la dispensación de la inocencia, todos caímos en la
miseria; por el pacto de gracia que Dios hizo con el segundo, todos
podemos salir de la miseria. Por naturaleza, todos somos, como
posteridad de Adán, ramas del olivo silvestre. Procuremos ser, por
fe, posteridad de Abraham (Ro. 4:11, 12), para ser injertados en el
buen olivo y participar de su raíz y savia.
I. Los cuatro primeros versículos de esta porción y los cuatro
últimos, unidos entrambos por Sem (vv. 4, 24), contienen el linaje
de Cristo y aparecen, en orden ascendente, en Lucas 3:34–38.
II. En los versículos 5–23 el historiador sagrado comienza con los
ajenos al pacto, los hijos de Jafet, pobladores especialmente de
Europa. Los hijos de Cam se esparcieron por el África y los
territorios de Asia que caen hacia ese lado. La posteridad de Sem
(vv. 17–23) pobló Asia extendiéndose hacia el oriente. De Sem
descendían los asirios, sirios, caldeos, persas, árabes, etc. Al
principio se distinguían bien los aborígenes de las respectivas
naciones. Hoy, en cambio, están mezclados de tal manera los
habitantes de la tierra, que lo único que sabemos es que Dios ha
hecho de una misma sangre toda nación de los hombres (Hch.
17:26). La gran promesa del Mesías pasó de Adán a Set, de Set a
Sem, de Sem a Héber y, así, a la nación hebrea, a la cual fue
confiada, por encima de las demás naciones, hasta que se
cumpliese en la venida del Mesías.
Versículos 28–54Desde ahora, sólo en la posteridad de Abraham se hallará la
heredad de Jehová, con exclusión de las demás naciones y
familias. Esto no significa que no hallasen favor con Dios otros
individuos de otras naciones; siempre hubo buenas personas que
aun no perteneciendo al pueblo escogido, por la gracia de Dios y
una fe virtual en un futuro Salvador, tuvieron sus nombres inscritos
en el libro de la vida. Sólo el Señor conoce los que son suyos (2 Ti.
2:19). Pero Israel era la nación escogida, con todos los privilegios y
honores que esto comportaba. Ésta es la nación santa, objeto
principal de la historia sagrada; por eso, veremos pronto excluida de
esta historia la restante posteridad de Abraham, y queda sólo la
posteridad de Jacob.
I. Poco vamos a ver de los descendientes de Ismael pues
procedían de la esclava y, por tanto, no podían heredar junto con el
hijo de la promesa. Se nombran aquí los doce hijos de Ismael (vv.
29–31), a fin de mostrar el cumplimiento de la promesa que hizo
Dios a Abraham de que ese hijo llegaría a ser una gran nación y, en
particular, que engendraría doce príncipes (Gn. 17:20).
II. Tampoco vamos a leer mucho de los madianitas,
descendientes de Abraham por medio de Queturá, separados de
Isaac el heredero de la promesa (Gn. 25:6). Por eso se les nombra
únicamente aquí (v. 32).
III. Justamente un poco más vemos aquí acerca de los edomitas,
pues fueron desde antiguo enemigos acérrimos de Israel; pero, al
ser descendientes de Esaú (o Edom), hijo de Isaac, se nos da un
breve informe de sus familias y de los nombres de algunos de sus
hombres famosos (vv. 35–54).
CAPÍTULO 2Registro de los hijos de Israel. I. Nombres de los doce hijos (vv.
1, 2). II. Informe especial de la tribu de Judá, que tenía la
precedencia del cetro, no precisamente en atención a David, sino
en atención al Hijo de David, Jesucristo, quien procedía de Judá
(He. 7:14).
Versículos 1–17I. La familia de Jacob. Se nombran aquí sus doce hijos, ese
ilustre número (símbolo de autoridad) tan celebrado a lo largo de
casi toda la Biblia. A cada paso nos encontramos con las doce
tribus, descendientes de los doce patriarcas. El carácter personal de
muchos de ellos dejaba mucho que desear, especialmente de los
cuatro primeros; con todo, el pacto de Dios quedó ligado a su
posteridad, pues era por gracia; no por obras, para que nadie se
gloríe (Ef. 2:8). «A Jacob amé» (Ro. 9:13).
II. La familia de Judá. Esta tribu, tan alabada y multiplicada, más
que cualquiera de las otras, aparece la primera con su larga
genealogía. Ya en las primeras ramas de este ilustre árbol, cuya
copa cimera sería Cristo, hallamos: 1. Algunos que fueron muy
malos: Er, el primogénito de Judá, que fue malo delante de Jehová
y cortado en la flor de la edad (v. 3). No lo pasó mejor Onán, el
segundo. Aquí está Tamar, de quien su suegro Judá tuvo dos
mellizos al cometer incesto por ignorancia (v. 4). Es muy
significativo que el historiador haya cambiado el nombre de Acán
(Jos. 7:1) por el de Acar, que significa «perturbar» y añade «el que
perturbó a Israel» (v. 7). 2. Otros que fueron muy buenos y
prudentes, como Etán, Hemán, Calcol y Dara, no precisamente
hijos, sino descendientes, de Zera, son mencionados aquí como
gloria de la casa de su padre (1 R. 4:31). 3. Otros fueron muy
importantes, como Naasón (v. 10), que fue príncipe de los hijos de
Judá cuando los israelitas acampaban en el desierto, y su hijo
Salmón (llamado aquí, Salmá), que ocupó este lugar cuando
entraron en Canaán, y casó con Rahab (vv. 10, 11; comp. Mt. 1:5).
III. La familia de Isaí (vv. 13 y ss.), cuyo detallado informe se
debe a que el Hijo de David sería una vara del tronco de Isaí (Is.
11:1). Aquí vemos que David era el séptimo hijo de Isaí y que sus
tres generales—Joab, Abisay y Asael—eran hijos de una hermana
suya (Sarvia), y Amasá de otra (Abigail).
Versículos 18–55Muy pocos de los mencionados en esta porción aparecen en
ningún otro lugar de la Biblia. Hallamos aquí a: Bezaleel (v. 20),
artífice principal de la construcción del tabernáculo (Éx. 31:2). 2.
Hezrón (hebr. Jesrón), nieto de Judá y uno de los setenta que
descendieron con Jacob a Egipto (Gn. 46:12). Los hechos de Jaír,
que aquí se mencionan (vv. 22, 23), tuvieron lugar mucho después
de la conquista de Canaán. La genealogía de algunos termina, no
en una persona, sino en una ciudad, pues a uno se le llama «padre
de Quiratjearim» (v. 50), y a otro «padre de Belén» (v. 51), donde
nació David. Ello significa que sus respectivos descendientes
poblaron dichas ciudades. Entre estas grandes familias hallamos
algunas de escribas (v. 55), expertos en la Ley. ¡Ojalá todas las
familias de los hijos de Dios estuviesen tan bien instruidas en el
Reino de los Cielos!
CAPÍTULO 3De todas las familias de Israel, ninguna tan ilustre como la de
David. Aunque mencionada en 2:15, aquí tenemos un informe
detallado de ella. I. Los hijos de David (vv. 1–9). II. Sus sucesores
en el trono hasta la deportación (vv. 10–16). III. El resto de su
familia en, y después de, la cautividad de Babilonia (vv. 17–24).
Versículos 1–9Vemos repetida la lista de los hijos de David, que ya conocemos
por 2 Samuel 3:2 y ss. y 5:14 y ss. Tres de los mayores, Amnón,
Absalón y Adonías sirvieron de gran pesadumbre a su padre y aun
el que más imitó la piedad y devoción de su padre, Salomón, quedó
muy por debajo de él en esto. Uno de los que Betsabé le dio, Natán
(probablemente en honor del profeta Natán), fue antepasado del
Señor por la línea (lo más probable) de su madre María (Lc. 3:31).
Aparecen dos Elisamas y dos Elifélets (vv. 6, 8); es probable que
los primeros se muriesen y David quisiera preservar sus nombres.
Se notan algunos cambios: 1. Samúa (2 S. 5:14) es llamado aquí (v.
5) Simeá. 2. Betsabé, hija de Eliam (2 S. 11:3), se la llama aquí (v.
5) Bat-súa, hija de Amiel (inversión de Eliam). 3. Al tercer hijo de
David se le llama Daniel (v. 1); Quileab, en 2 Samuel 3:3.
Versículos 10–24Aunque David tuvo diecinueve hijos, sólo se nos informa aquí de
los descendientes de Salomón, y en Lucas 3 de los de Natán. 1.
Los nombres famosos y celebrados de los descendientes de David
y reyes de Judá en sucesión lineal hasta la cautividad. Raras veces
en la historia ha pasado la corona de padre a hijo durante diecisiete
sucesiones como aquí. Esto fue una recompensa de la piedad de
David. Hacia el tiempo de la deportación, esta sucesión de padre a
hijo se interrumpió y pasó la corona de un hermano a otro mayor, y
de un sobrino a un tío. 2. Los nombres menos famosos, la mayoría
muy oscuros, del linaje de David después de la deportación. El
único hombre famoso de esa casa, después de la deportación, es
Zorobabel, quien (con toda probabilidad) era hijo de Pedaías (v. 19),
aunque legalmente, por la ley del levirato (Dt. 25:5–10), es tenido
por hijo de Sealtiel en todos los demás lugares (Esd. 3:2, 8; 5:2;
Neh. 12:1; Hag. 1:12; Mt. 1:12; Lc. 3:27). Extrañará ver a Jeconías
con siete hijos (es necesario corregir «Asir» de nuestras versiones y
sustituirlo por «el cautivo»—nota del traductor) cuando en Jeremías
22:30 se dice de él «privado de descendencia». El propio versículo
explica posteriormente que no se le niega descendencia en general,
sino descendientes que se sienten en el trono.
CAPÍTULO 4Continuación de la descendencia de Judá (vv. 1–23). II. Un
informe de la descendencia y de las ciudades de Simeón, y sus
victorias sobre los habitantes de Guedor y los amalecitas (vv. 24–
43).
Versículos 1–10El motivo principal por el que Esdras registra más
detalladamente la genealogía de Judá, aparte de ser la tribu de
David y del Hijo de David, es por ser la que, con los «apéndices» de
Benjamín, Simeón y Leví, formaba el reino de Judá, y la única que
regresó del exilio, mientras la mayoría absoluta de los de las tribus
del norte se perdieron en el reino de Asiria. El personaje más
importante de esta porción es Jabés (hebr. Yabés), jefe de una
estirpe ilustre dentro de las familias de Aharhel (vv. 8, 9). (En el v. 1,
téngase en cuenta que sólo Peres fue hijo de Judá, los demás son
jefes de distintos clanes dentro de la tribu, pero no hermanos.) De
este Jabés se nos dice:
I. El motivo de su nombre. Su madre se lo puso por haberlo dado
a luz con dolor (en un juego de palabras con oseb = dolor). De
ordinario, el dolor del parto se olvida al nacer la criatura (Jn. 16:21),
pero aquí el recuerdo del dolor se perpetúa: 1. Para que la madre
misma recordara con gratitud que Dios le había conservado la vida,
después de pasar por los dolores del parto. 2. Para que Jabés
aprendiera a amar y honrar a su madre y se esforzase en ser un
consuelo para quien le había traído a este mundo con tanto dolor.
II. La bondad de su carácter, que aparece aquí especialmente en
su piedad de hombre orante. Pronunció la oración que aquí se
menciona, cuando se preparaba para las empresas de su vida.
Sobre esta oración, obsérvese:
1. A quién oró: al Dios de Israel (v. 10). Al Dios que había
pactado con su pueblo, al Dios que había luchado por Jacob, y por
haber éste prevalecido le fue cambiado el nombre por el de Israel.
2. Cuál fue la naturaleza de su oración. (A) Hay quienes ven en
ella una especie de voto, y deja el párrafo sin apódosis: «Si me
dieras bendición, etc., tú serás mi Dios», como si ofreciese a Dios
un cheque en blanco para que Él lo llene como le plazca. (B) Con
mayor probabilidad, expresa un deseo ferviente: «¡Oh, si me dieras
bendición, etc.!»
3. Cuál fue la materia de su oración. Cuatro cosas le pidió a Dios:
(A) Que Dios le bendijera en todo lo que iba a emprender. (B) Que
Dios ensanchara su territorio. (C) Que la mano de Dios estuviese
con él a fin de tener éxito en su empresa, y le diese sabiduría,
medios y fuerzas. ¡Cuán grande es nuestro privilegio al tener a un
Dios Todosuficiente! (D) Que Dios le librase de todo daño. Sin duda,
recordaba su propio nombre: Jabés = dado a luz con dolor.
4. «Y le otorgó Dios lo que le pidió»: Prosperó, tuvo éxito en sus
empresas, en sus conflictos con los cananeos, en sus negocios y en
sus estudios, pues es tradición judía que fue un eminente doctor de
la Ley, y fue al atraer atrayendo a su lado tal cantidad de discípulos
que por eso se dio su nombre a la ciudad (2:55).
Versículos 11–231. Tenemos a toda una familia de artesanos que se dedicaron a
muchas clases de manufacturas, en las que eran expertos y
laboriosos (v. 14); tanto es así que el valle donde vivían se llamó
Valle de los Artífices (hebr. Gue-Jarasim). 2. Uno de ellos se casó
con la hija de Faraón (v. 18), que era el nombre común de los reyes
de Egipto. 3. De otro se dice que fue padre de las familias que
trabajan lino (v. 21). Eran los mejores tejedores del país, y
enseñaron el oficio a sus hijos, de generación en generación. Sus
descendientes habitaron en la ciudad de Maresá, donde se
trabajaba el lino del que iban vestidos los reyes y los sacerdotes. 4.
Otra familia dominó en Moab (v. 22), pero ahora estaban al servicio
del rey de Babilonia (v. 23). (A) Fue en los registros antiguos donde
se halló que habían tenido dominio sobre Moab; es probable que se
trasladasen allá en tiempo de David, cuando fue conquistado aquel
país. (B) Sus descendientes eran ahora alfareros y jardineros de
Babilonia, donde moraban con el rey, con quien disfrutaban de
comodidad y buen sueldo, por lo que no les interesó volverse a su
país después que expiró el plazo de la cautividad.
Versículos 24–43Algunas genealogías de la tribu de Simeón. De esta tribu se nos
dice que, aunque tuvieron muchos descendientes, no multiplicaron
su familia con los hijos de Judá (v. 27). 1. En cuanto a las ciudades
que se les asignaron, véase Josué 19:1 y ss. Cuando leemos que
éstas fueron sus ciudades hasta el reinado de David» (v. 32), se
nos insinúa que la tribu de Simeón había desaparecido como tal
cuando subió al trono David, pues por 1 Samuel 27:6; 30:27–30
sabemos que las ciudades del v. 30 ya no eran simeonitas. 2. Los
supervivientes se dispersaron. En tiempo de Ezequías, grupos de
simeonitas se animaron a obtener residencia fija. (A) Unos atacaron
un lugar de Arabia llamado la entrada de Gedor (v. 39), del que se
apoderaron, y residieron allí. Esto es un nuevo timbre de gloria para
el reinado de Ezequías, pues al prosperar el reino, también
prosperaban las familias particulares. (B) Otros, en número de 500,
bajo el mando de cuatro hermanos cuyos nombres se mencionan
fueron hasta el monte Seír, exterminaron a los amalecitas que
habían quedado y tomaron posesión de aquel territorio (vv. 42, 43).
CAPÍTULO 5Las dos tribus y media que habían quedado al otro lado del
Jordán. I. Rubén (vv. 1–10). II. Gad (vv. 11–17). III. La media tribu
de Manasés (vv. 23, 24). IV. De las tres tribus en conjunto se nos
dice que: 1. Derrotaron a los agarenos (vv. 18–22). 2. Al fin, ellos
mismos fueron hechos cautivos por el rey de Asiria, por haberse
rebelado contra el Dios de sus padres (vv. 25, 26).
Versículos 1–17Extracto de las genealogías:
I. De la tribu de Rubén.
1. Motivo por el que esta tribu fue pospuesta. Rubén perdió el
derecho a la primogenitura al acostarse con la concubina de su
padre (Gn. 49:4). Los privilegios del primogénito eran dominio y
doble porción. Al perderlos Rubén Jacob pensó que eran
demasiados como para pasárselos a un solo hijo y, por ello, los
dividió: (A) José tuvo la doble porción, pues de él descendieron las
dos tribus de Efraín y Manasés; cada uno tenía los derechos de
«hijos de Jacob», conforme a la bendición de éste (Gn. 48:15, 22;
He. 11:21) y cada una de estas dos tribus creció de forma
considerable hasta llegar al nivel de crecimiento de cualquier otra
de las tribus, excepto Judá. (B) Judá tuvo el dominio, pues a su
descendencia asignó el cetro el moribundo patriarca (Gn. 49:10). De
Judá salió el principal gobernante, primero David, y, en el
cumplimiento del tiempo, el Mesías-Rey (Mi. 5:2).
2. La genealogía de los principales de esta tribu hasta llegar a
Beerá, que era el jefe del clan cuando el rey de Asiria se llevó
cautivas a las tribus del norte (vv. 4–6).
3. La ampliación del territorio de esta tribu. Al multiplicarse ellos y
sus ganados, se metieron en tierra de los agarenos, donde
extendieron sus conquistas (vv. 9–10).
II. De la tribu de Gad. Se mencionan aquí algunas importantes
familias de esta tribu (v. 12), entre ellas las de Abiháyil, con sus
siete hijos, y cuya genealogía se traza hacia arriba por siete
generaciones (vv. 14, 15), así como la de Beerá se había trazado
de arriba abajo (vv. 4–6).
Versículos 18–26
Se mencionan ahora los cabezas de familia de la media tribu de
Manasés que se había quedado al otro lado del Jordán (vv. 23, 24).
La heredad que les correspondió al principio fue solamente Basán;
pero aumentaron después tanto en riqueza y poder que se
extendieron mucho hacia el norte hasta llegar a Hermón. Dos cosas
se nos refieren aquí de estas tribus del otro lado del Jordán, de las
que todas ellas participaron:
I. Una gloriosa victoria sobre los agarenos (como eran llamados
los descendientes de Ismael), para recordar a éstos que eran hijos
de la esclava (Agar), que fue echada fuera.
1. Reunieron un formidable ejército de hombres expertos y
aguerridos: 44.760 hombres, que entraron en batalla contra los
agarenos (vv. 18, 19).
2. Clamaron a Dios en la guerra y esperaron en Él (v. 20). A
pesar de contar con un ejército tan poderoso, no pusieron su
confianza en el número, la bravura o la experiencia de sus
soldados, sino sólo en el poder de Dios (v. 2 Cr. 13:14). En nuestras
luchas espirituales hemos de buscar fuerzas en el Cielo; la oración
del creyente es la prevaleciente.
3. Al ser de Jehová la batalla, por fuerza habían de tener éxito en
esta guerra (vv. 20–22).
II. Una ignominiosa cautividad. Si se hubiesen mantenido
adheridos a su Dios, habrían continuado disfrutando de su herencia
y de sus conquistas, pero se rebelaron contra el Dios de sus padres
(v. 25). Sus fronteras daban hacia países idólatras, y de ellos
aprendieron costumbres idolátricas y transmitieron la infección a
otras tribus. Estas tribus fueron las primeras en ser establecidas y
las primeras en ser desplazadas de su heredad. Quisieron poseer lo
mejor del país, sin considerar el peligro al que se exponían; así lo
hizo también Lot. Quienes se rigen por los sentidos, más bien que
por la razón y la fe, en sus decisiones, han de esperar que reciban
de acuerdo con lo que escogieron.
CAPÍTULO 6Aunque José y Judá compartieron los derechos de la
primogenitura, fue Leví la principal tribu, al ser distinguida con el
sacerdocio, honor más valioso que la precedencia del dominio o la
de doble porción. Fue la tribu que Dios separó para sí. De ella
surgió Moisés, lo que añadió nuevo honor a la tribu. De esta tribu
tenemos: I. Las genealogías (vv. 1–30). II. La obra de los levitas y
de los sacerdotes (vv. 31–53). III. Las ciudades que les fueron
asignadas (vv. 54–81).
Versículos 1–30Los sacerdotes y los levitas estaban más interesados que los
demás israelitas en conservar sus genealogías, por depender del
linaje los honores y privilegios de su oficio. Con todo, es poco lo que
aquí se nos dice de las genealogías de esta tribu sagrada.
1. Dos veces se nombran los tres primeros padres de esta tribu
(vv. 1–16): Gersón, Coat y Merarí, nombres con los que nos hemos
familiarizado al leer el libro de Números. Todavía conocemos más y
mejor los nombres de Aarón, Moisés y María, descendientes de
Coat, pues Dios les confirió el honor de ser instrumentos en la
liberación de Israel, y tipos del que había de venir; Moisés como
profeta, y Aarón como sacerdote. La mención de Nadab y Abiú no
puede menos de traernos a la memoria el terror de la justicia divina.
2. La línea del sumo sacerdote Eleazar, hijo y sucesor de Aarón,
es trazada aquí hasta el tiempo de la cautividad (vv. 4–15).
Comienza con Eleazar, que salió de la casa de esclavitud en Egipto,
y termina con Josadac, quien fue a otra casa de esclavitud en
Babilonia. No todos fueron sumos sacerdotes, ya que, en tiempo de
los Jueces, la dignidad pasó, por el motivo que fuese, de la familia
de Eleazar a la de Itamar, de quien procedía Elí; pero en tiempo de
David y Salomón volvió, con Sadoc, a la línea de Eleazar.
3. De Azarías se nos dice (v. 10) que tuvo el sacerdocio en la
casa que Salomón edificó en Jerusalén. Se supone que éste fue el
Azarías que se opuso valientemente al rey Uzías cuando usurpó el
ministerio sacerdotal (2 Cr. 26:17, 18), con lo que mostró así el celo,
propio de un sumo sacerdote, por la santidad del ministerio
sacerdotal. Una de las familias de Leví es trazada aquí hasta
Samuel, quien tuvo el honor de profeta además del de levita. Otra
familia levítica (por Merarí) es mencionada también por varias
generaciones (vv. 29, 30).
Versículos 31–53Cuando los levitas fueron primeramente designados en el
desierto, gran parte del trabajo que se les encomendó consistía en
cuidar del tabernáculo y transportarlo, con todos sus utensilios,
cuando tenían que marchar de un lugar a otro. En tiempo de David,
su número había aumentado mucho; y aun cuando gran parte de
ellos estaban esparcidos por todo el país, a fin de instruir al pueblo
en el conocimiento de Dios, los que quedaron al servicio del
santuario eran aún tan numerosos que no había trabajo suficiente
para todos; por ello, David, bajo el encargo y la dirección de Dios,
reorganizó a los levitas, como veremos en la última parte de este
libro. Aquí se nos dice el trabajo que les fue asignado.
I. La obra del canto (v. 31). David había sido el dulce cantor de
Israel (2 S. 23:1), no sólo por los salmos que compuso, sino
también por la designación de cantores en la casa de Jehová, una
vez que el Arca tuvo reposo (v. 31). Continuaron con el servicio del
canto cuando Salomón edificó el templo (v. 32), sin abandonar los
demás ministerios. Especial mención reciben entre los cantores las
tres figuras señeras de Hemán, Asaf y Etán; tan importantes, que se
traza su genealogía hasta llegar a Leví. 1. Hemán, nieto de Samuel,
parece ser que anduvo en los caminos de su abuelo, aun cuando su
padre, Joel, no había andado así (1 S. 8:2, 3). Parece ser que este
Hemán compuso el Salmo 88; quizá le tenía David en gran estima,
no sólo por su valía como músico, sino en atención a Samuel, su
gran amigo. 2. Asaf, llamado su hermano (a pesar de ser
descendiente de Gersón, mientras Hemán lo era de Coat) por ser
del mismo oficio, estaba a la derecha de Hemán en el coro de
cantores (v. 39). Se le llama vidente en 2 Crónicas 29:30. Llevan su
nombre varios salmos. 3. Etán, de la casa de Merarí (v. 44), se
situaba en el coro a la izquierda de Hemán.
II. La obra del servicio, muy abundante en el tabernáculo de la
casa de Dios (v. 48): proveerla de agua y combustible, lavarla y
barrerla, transportar las cenizas, degollar las víctimas,
descuartizarlas y cocerlas. Todos estos servicios serían
encomendados a los levitas que no tenían buena voz o buen oído
para ser cantores. Cada uno ha de servir conforme al don que ha
recibido.
III. La obra del sacrificio, exclusiva de los sacerdotes (v. 49),
pues eran los únicos designados para rociar con sangre y quemar el
incienso. En el Lugar Santísimo, sólo el sumo sacerdote podía
hacerlo una vez al año. Cada uno tenía su trabajo, y todos se
ayudaban unos a otros, pues se necesitaban mutuamente. Con
respecto a la obra de los sacerdotes, se nos dice aquí que hacían
las expiaciones por Israel, esto es, servían de mediadores entre el
pueblo y Dios, no para engrandecerse a sí mismos, sino para servir
al público. Presidían en la casa de Dios, pero debían hacer lo que
se les pedía, conforme a todo lo que Moisés siervo de Dios había
mandado.
Versículos 54–81Ciudades de los levitas. Lo mismo ellos que sus posesiones
estaban a cargo de la Providencia de una manera especial; al ser
Dios su porción, también era su provisión; y una cabaña puede ser
un palacio para los que están cobijados bajo las alas del
Omnipotente y protegidos por su sombra. Podemos notar que
algunas de estas ciudades tuvieron diversos nombres, como ocurre
también entre nosotros. Al designar las ciudades de los levitas Dios
quería: 1. Que estuvieran esparcidas por todo Israel, conforme a la
predicción de Jacob con respecto a esta tribu (Gn. 49:7). 2. Que
pudieran así impartir a todos los israelitas el conocimiento de Dios y
de su Ley. Por eso había ciudades de levitas en todas las tribus. 3.
Que tuviesen acomodo y sustento convenientes, por eso, varias de
las más importantes ciudades de Israel correspondieron a los
levitas.
CAPÍTULO 7Genealogías: I. De Isacar (vv. 1–5). II. De Benjamín (vv. 6–12).
III. De Neftalí (v. 13). IV. De Manasés (vv. 14–19). V. De Efraín (vv.
20–29). VI. De Aser (vv. 30–40).
Versículos 1–19Breve informe:
I. De la tribu de Isacar, que Jacob había comparado a un asno
fuerte que se recuesta entre los apriscos (Gn. 49:19); tribu
laboriosa, que se esmeraba en llevar bien sus negocios y se
alegraba en sus tiendas (Dt. 33:18). Tan fructífero era su territorio
que podía proveer para una población extraordinaria. De este
aumento de población da la razón el historiador sagrado al decir (v.
4) que tuvieron muchas mujeres e hijos. El número cinco del v. 3 se
debe, sin duda, a que se incluye a Israhías con sus cuatro hijos.
II. De la tribu de Benjamín. Para más detalles, véase el capítulo
8. Es notable el detalle, repetido tres veces (vv. 7, 9, 11), de que
todos los jefes de familias eran hombres muy valerosos y
esforzados. A esta tribu cupo el honor de que el primer rey de Israel
surgiese de ella; el segundo Saúl, el Apóstol Pablo, añadió un honor
todavía mayor a la tribu. También es digno de alabanza el hecho de
que, cuando las tribus del norte se sublevaron contra la casa de
David, la de Benjamín continuó adherida a Judá.
III. De la tribu de Neftalí (v. 13). Sólo se mencionan los primeros
padres de esta tribu, los mismos que figuran en Génesis 46:24,
excepto que el Silem de allí es llamado aquí Salum. Se les llama
hijos, esto es, nietos de Bilhá, concubina de Jacob. Ninguno de sus
descendientes se menciona, quizá porque se habían perdido los
registros genealógicos.
IV. De la media tribu de Manasés, la que residía de este lado del
Jordán, pues de la otra mitad ya se nos habló en 5:23 y ss. Asriel
era, en realidad, bisnieto de Manasés (v. Nm. 26:29–33). Los vv.
14–19 ofrecen un texto resumido y aun complicado, que ha de
interpretarse a la luz de otros lugares, especialmente Números 26.
Versículos 20–40Informe:
I. De la tribu de Efraín. Grandes cosas leemos de esta tribu
cuando llegó a la madurez, pero aquí tenemos los desastres de su
infancia en Egipto.
1. La mortandad que los de Gat hicieron entre los hijos de Efraín
porque vinieron a tomarles sus ganados (v. 21). Son varios los
autores que traducen la conjunción hebrea por «cuando», en vez de
«porque», y hacen de los hijos de Gat los agresores ya que alega
que los israelitas eran pastores, no soldados (M. Henry es de esta
opinión—nota del traductor—), y tenían abundante ganado; por lo
que no necesitaban robarlo a los de Gat. Otros, con mayor razón,
piensan que fueron los efrainitas los que fueron a robar los ganados
de los de Gat. El propio texto hebreo parece favorecer sta opinión.
2. Lo cierto es que esta mortandad llenó de pesar a Efraín quien
para entonces debía de ser de edad avanzada. Sus hermanos esto
es, los parientes de las otras tribus, vinieron a consolarle; además,
Dios le permitió, aun en su avanzada edad, tener un hijo (como
Adán y Eva tuvieron a Set después de la muerte de Abel). Dios
alegra muchas veces a sus hijos a la medida de los días en que los
afligió (Sal. 90:15) y les imparte sus favores por encima de sus
cruces. Con todo, el nacimiento de este hijo no le hizo a Efraín
olvidar la muerte de los otros, pues le puso por nombre Beriá, que
significa «en la desgracia», pues nació cuando la familia hacía gran
duelo por la muerte de los otros hijos. Para honor de la familia de
Efraín, se menciona al gran introductor de Israel en el país de
Canaán, Josué el hijo de Nun (v. 27), cuya genealogía se traza
desde el propio patriarca.
II. De la tribu de Aser. Se mencionan ciertos hombres de nota de
esta tribu. Sus soldados no eran tan numerosos como los de otras
tribus: sólo 26.000 en total, pero los cabezas de familia fueron gente
escogida, esforzados guerreros, jefes de príncipes (v. 40); quizá fue
la prudencia la que les indujo a tener pocas tropas, pero bien
entrenadas y expertas.
CAPÍTULO 8
Algo leímos ya de Benjamín en el capítulo anterior; en éste se
nos dan más detalles de los grandes hombres de esta tribu, por ser
la tribu de Saúl y por ser la que se adhirió a Judá en la rebelión de
las otras tribus. Tenemos: I. La mención de los principales de esta
tribu (vv. 1–32). II. Un informe más detallado de la familia de Saúl
(vv. 33–40).
Versículos 1–32Poco o nada de historia tenemos en estos versículos. En éstas y
en otras genealogías, unos linajes son ascendentes; otros,
descendentes; de unas, se nos dan los números; de otras, los
lugares; algunas abundan en detalles históricos; otras carecen de
ellos; unas son cortas; otras, largas; algunas están de acuerdo con
otros lugares; otras difieren; es probable que varias de ellas
sufriesen desperfectos por obra de los copistas y, más aún, por
romperse o borrarse con el paso del tiempo o por otras
circunstancias. Con todo se conservan de Israel muchísimas más
noticias históricas y mayor número de personajes que de cualquier
otra nación.
Como se recordará, la tribu de Benjamín llegó casi a extinguirse
en tiempo de los Jueces por causa de la iniquidad de los habitantes
de Guibeá, cuando solamente 600 hombres escaparon de la
espada de la justicia. Con todo, como puede verse por Esdras 2,
volvió de la deportación a Babilonia más gente de esta tribu que de
cualquier otra, excepto Judá. El autor sagrado parece remontarse a
una emigración masiva, que llama «transportación», a Moab, de las
que les habría librado Eúd hijo de Guerá en tiempo de los Jueces
(v. 6). Especial mención tienen los que habitaron en Jerusalén (vv.
30, 32).
Versículos 33–40
Entre todas las genealogías de las tribus no se menciona a
ningún rey de Israel después de la rebelión contra la casa de David,
ni por supuesto, a sus familias: ni una palabra de la casa de
Jeroboam, de Baasá, de Omrí, de Jehú, pues todos ellos fueron
idólatras. Pero de la familia de Saúl, con la que se inauguró la
monarquía de Israel, tenemos aquí un informe detallado. 1 Antes de
Saúl sólo se menciona Cis como padre suyo, y Ner como abuelo (v.
33–9:39), en contraste con 1 Samuel 9:1–2; 14:51 y 1 Crónicas
9:35, 36, donde Jehiel aparece como padre de Cis y de Ner. La
única solución posible es una equivocación del copista, pues tanto
en 1 Crónicas 8:33 como en 9:39 debería decir: «Ner engendró a
Abner y Cis engendró a Saúl». Por otra parte, 1 Samuel 14:51 nos
asegura que el abuelo de Saúl fue Abiel, siendo Cis y Ner hijos
suyos; por lo que es fácil deducir que Jehiel es un segundo nombre
de Abiel. 2. Después de Saúl se menciona a sus hijos, pero sólo de
Jonatán se da una genealogía muy larga, en atención a su sincera y
profunda amistad con David. Es de notar el cambio de Is-bóset por
Es-báal, y de Mefi-bóset por Merib-báal (o Meribáal). «Báal»
significa «amo» o «dueño» en este caso, no el nombre del ídolo de
Baal. Aun así, los nombres aparecen a veces con el componente
«bóset», que significa «vergüenza», como eufemismo para evitar el
vocablo ambiguo «báal» o «baal».
CAPÍTULO 9Este capítulo tiene por objeto informarnos de los que regresaron
de la deportación de Babilonia. Al final aparece una repetición de la
genealogía de Saúl, quizá para dar paso al desgraciado final de él y
de sus hijos. I. Tras el registro de los de Judá y Benjamín que
regresaron de Babilonia (vv. 1–9), II. Se mencionan especialmente
los sacerdotes y levitas que volvieron con ellos (vv. 10–34). III. Se
repite la genealogía de Saúl (vv. 35–44).
Versículos 1–9El primer versículo nos habla del «libro de los reyes de lsrael y
Judá». No se refiere a 1 y 2 Reyes, sino a crónicas o anales de la
corte, los cuales no nos han sido conservados. Sigue un informe de
los primeros que regresaron de Babilonia. Con el nombre genérico
de «israelitas» se da a entender que, además de los de las tribus de
Judá y Benjamín había muchos de otras tribus, especialmente de
Efraín y de Manasés (vv. 2, 3), que habían escapado a Judá cuando
la masa de las diez tribus fue deportada a Asiria, o que habían
regresado a Judá durante las revoluciones de Asiria y habían
marchado a Babilonia con los del reino de Judá. Estaba predicho
(Os. 1:11) que un día se congregarían los hijos de Judá y de lsrael y
que volverían a ser una sola nación (Ez. 37:22). Las piezas de
metal que se han separado por rotura, pueden unirse de nuevo si se
derriten en el mismo crisol. Todavía, sin embargo, quedaron
muchos de Judá y de Israel en cautividad hasta más tarde.
Versículos 10–13A continuación se mencionan los sacerdotes (v. 10). Son de
alabar por haber regresado con los de la primera expedición.1. De
Azarías se dice que era «príncipe (esto es, inspector jefe) de la
casa de Dios» (v. 11), no sumo sacerdote, pues lo era Josué, sino
el que los judíos llamaban sagán, el segundo en autoridad. 2. De
muchos de ellos se dice que eran hombres muy eficaces en la obra
del ministerio en la casa de Dios (v. 13). En la casa de Dios siempre
hay servicios que desempeñar; y bien va la iglesia cuando dispone
de ministros capacitados de un nuevo pacto (2 Co. 3:6). El hebreo
llama a esos 1.770 sacerdotes poderosos hombres de valor, pues el
servicio del templo requería temple de ánimo, mente clara y vigor
físico.
Versículos 14–34El buen estado en que fueron puestos los asuntos religiosos tan
pronto como regresó de Babilonia el pueblo. El haber carecido por
tanto tiempo de los servicios del templo les hizo más celosos de
restaurar entre ellos el culto de Dios, así que comenzaron a adorar
a Dios por donde se debía empezar.
I. Antes de ser edificado el templo, el tabernáculo era la casa de
Dios, una gran tienda de campaña, sencilla y transportable. Los que
no disponen de fondos para edificar un templo no deben quedar sin
un tabernáculo, sino que han de estar agradecidos por ello y sacar
de él el mejor partido posible. La obra de Dios no ha de dejarse sin
hacer por carecer de un lugar tan conveniente como desearíamos.
II. Al asignar a los sacerdotes y levitas sus respectivos oficios
tenían el modelo que habían trazado David y Samuel el vidente (v.
22). Samuel, en su tiempo, había trazado como un esbozo, aun
cuando el Arca estaba entonces en la oscuridad; David perfeccionó
después el modelo, y ambos actuaron bajo la inmediata dirección
de Dios.
III. La mayoría de sacerdotes y levitas habitaban en Jerusalén (v.
34), aunque algunos vivían en las aldeas y villas (vv. 16, 22),
porque tal vez no había sitio para todos en Jerusalén; sin embargo,
venían cada siete días según su turno (v. 25).
IV. Muchos levitas eran empleados como porteros en las puertas
de la casa de Dios; cuatro de ellos eran jefes de los porteros (v. 26)
y tenían bajo su mando a otros hasta la cifra de 212 (v. 22). Estaban
encargados de guardar las puertas del tabernáculo (vv. 19, 23).
Podría pensarse que éste era un oficio muy bajo; sin embargo, el
autor del Salmo 84 (v. 10) prefería morar allí antes que en las
moradas de iniquidad. Su oficio era: 1. Abrir cada mañana (v. 27)
las puertas de la casa de Dios y cerrarlas al anochecer. 2. Impedir
que entrasen los ceremonialmente inmundos y que metiesen allí
cosas prohibidas por la Ley. 3. Guiar e introducir a los atrios a
quienes venían a adorar. Los actuales ministros de Dios tienen que
cumplir también servicios parecidos a éstos.
V. Se menciona especialmente a Fineés (v. 20)—hebreo, Pinjás
—como quien estuvo antiguamente al frente de los porteros; sin
duda, en vida de su padre Eleazar. Se dice aquí que Jehová estaba
con él. Es posible que esta frase aluda al episodio mencionado en
Números 25:6–13.
VI. De algunos se dice que moraban (mejor, pasaban la noche)
alrededor de la casa de Dios (v. 27), como hacían los levitas cuando
el pueblo estuvo caminando por el desierto. Su oficio consistía
ahora en vigilar las cámaras del tesoro; por eso, pernoctaban
alrededor, a fin de que por ningún lado pudiese filtrarse ningún
intruso.
VII. Cada uno sabía el cargo que había de desempeñar. Unos
estaban encargados de los utensilios sagrados, para sacarlos y
meterlos (v. 28). Otros preparaban la flor de harina, el vino, el
aceite, etc. (v. 29). Otros, pertenecientes a las familias sacerdotales
(v. 30), confeccionaban los perfumes y el aceite de la unción. Otros
(v. 31) se encargaban de preparar los alimentos de las ofrendas de
paz. Otros, de los panes de la proposición (v. 32). Dios es Dios de
orden, no de confusión (v. 1 Co. 14:33, 40); y, como dice el
proverbio inglés «everybody’s business nobody’s business» =
negocio de todos, negocio de ninguno. De ahí la necesidad de
organizar los ministerios y oficios, a fin de que cada hombre esté en
su lugar, y cada lugar sea ocupado por su hombre.
VIII. Finalmente se mencionan los cantores (v. 33), de los que no
se nos han conservado los nombres. Eran jefes de familias de los
levitas, por donde vemos la prominencia que se daba al canto. No
era cosa de cualquiera ni un servicio de mercenarios. Éstos
moraban en las cámaras del templo, a fin de que estuviesen
siempre prestos para su servicio, y estaban exentos de otros
servicios, para dedicarse de lleno a este ministerio. Así el Señor era
alabado constante y dignamente. Esto nos ha de enseñar la
importancia de un canto esmeradamente preparado y dignamente
ejecutado en las reuniones de nuestras iglesias.
Versículos 35–44Estos versículos son idénticos a los de 8:29–38 y nos repiten el
informe sobre los antepasados de Saúl y la posteridad de Jonatán.
En el capítulo 8 servían de conclusión a la genealogía de Benjamín;
aquí sirven de introducción a la historia de Saúl.
CAPÍTULO 10Aquí vemos: I. La fatal derrota que los filisteos infligieron al
ejército de Saúl, y la herida fatal que él se produjo a sí mismo (vv.
1–7). II. El consiguiente triunfo de los filisteos (vv. 8–10). III. El
respeto que los hombres de Jabés de Galaad mostraron al regio
cadáver (vv. 11, 12). IV. El motivo por el que fue rechazado Saúl
(vv. 13, 14).
Versículos 1–7Este informe de la muerte de Saúl es similar al que ya vimos en 1
Samuel 31:1 y ss. Observemos únicamente aquí que: 1. Pecan los
príncipes y, por ello, sufre las consecuencias el pueblo. 2. Pecan los
padres y sufren por eso los hijos. Cuando se colmó la medida de la
iniquidad de Saúl y le llegó su día (como había previsto David—1 S.
26:10—), no sólo él descendió a la batalla para perecer en ella, sino
también sus hijos (excepto Is-bóset); entre ellos, Jonatán, aquel
amigo tan bueno y generoso de David.
Versículos 8–14I. Del triunfo de los filisteos sobre el cuerpo de Saúl hemos de
aprender: 1. Que cuanto más alto es el puesto que una persona
ocupa, mayor es el peligro de caer en un lugar tanto más bajo. 2.
Que, si no damos a Dios la gloria por nuestros éxitos, hasta los
filisteos se levantarán contra nosotros en el juicio y nos condenarán;
pues, tras obtener su victoria sobre Saúl, enviaron sus noticias y
sus trofeos a sus ídolos (vv. 9, 10)—¡pobres ídolos, que no pudieron
enterarse de lo que pasaba a unos cuantos kilómetros de distancia,
ni tampoco se enteraron cuando les llevaron las noticias, pues
tenían orejas, pero no oían!
II. Del triunfo de los hombres de Jabés de Galaad al rescatar
valientemente los cadáveres de Saúl y de sus hijos aprendemos el
respeto debido a los restos mortales de los fallecidos. Hemos de
tratar los cadáveres como a parte integrante, con el alma inmortal,
de la persona, y que, en el caso de los creyentes, han de resucitar
con gloria para unirse de nuevo al alma.
III. De la justicia divina en la ruina de Saúl hemos de aprender: 1.
Que los pecados de los pecadores han de alcanzarles tarde o
temprano. 2. Que no hay hombre tan encumbrado como para
quedar exento de los juicios de Dios.
CAPÍTULO 11Aquí se repite: 1. La elevación de David al trono, inmediatamente
después de la muerte de Saúl, por consenso unánime (vv. 1–3). 2.
Su conquista de la fortaleza de Sion de manos de los jebuseos (vv.
4–9). 3. Catálogo de los valientes de David (vv. 10–47).
Versículos 1–9David entra aquí en posesión:
I. Del trono de Israel, después de reinar siete años y medio en
Hebrón, sólo sobre Judá. En consideración a su parentesco con él
(v. 1), a los anteriores buenos servicios que había prestado al país
y, en especial, a su designación por Dios (v. 2) le ungieron por rey.
Él se obligó por pacto a protegerles, y ellos se obligaron a prestarle
fidelidad (v. 3).
II. De la fortaleza de Sion, que había estado en poder de los
jebuseos hasta el tiempo de David. Ya fuese que David la
considerase como el lugar más apropiado para una ciudad regia, o
que Dios se lo hubiese prometido, parece ser que uno de sus
primeros planes fue hacerse con ella; y, cuando la tuvo en sus
manos, la llamó «la Ciudad de David» (v. 7). A esto se hace
referencia, como tipo del Mesías, cuando se dice en el Salmo 2:6:
«Yo mismo he ungido a mi rey sobre Sion, mi santo monte».
Versículos 10–47Catálogo de los valientes de David. Ya vimos una primera
edición de este catálogo en 2 Samuel 23:8 y ss. Únicamente difiere
ahora en que se añaden aquí los que se mencionan desde el
versículo 41 hasta el final.
I. La conexión de este catálogo con lo que se dice de David (v.
9): «… Jehová de las huestes estaba con él»; y, a continuación (v.
10) «He aquí los jefes de los valientes que David tuvo, y los que le
ayudaron en su reino». Dios estaba con él y actuaba para él, pero
por medio de hombres y de otras causas segundas. Estos valientes
al fortalecer a David, se fortalecieron a sí mismos y sus intereses
pues los éxitos de David eran también éxitos de ellos.
II. Lo que confirió mayor honor a estos hombres fue el buen
servicio que prestaron a su rey y a su país: «le ayudaron en su
reino» (v. 10). ¡Buena obra! Mataron a los filisteos y a otros
enemigos públicos y fueron así instrumentos de salvación para
Israel. Los honores del reino de Cristo están preparados para los
que pelean la buena batalla de la fe (1 Ti. 6:12); para los que se
fatigan, sufren y están dispuestos a arriesgarlo todo, incluida la vida
misma, por Cristo y por una buena conciencia.
III. Entre las grandes hazañas de estos valientes de David sólo
se menciona aquí, en lo que concierne a la persona misma de
David, lo de derramar el agua para Jehová, un agua que tanto
deseaba beber (vv. 17–19). En esta acción se muestran cuatro
buenas cualidades de David: 1. El arrepentimiento por su debilidad.
2. Rehusar satisfacer su deseo. Su anhelo por beber del agua de
Belén era muy grande; sin embargo, cuando la tuvo no la quiso
beber, para no satisfacer sus caprichos. 3. Devoción a Dios. El agua
aquella, que él consideró demasiado valiosa para beberla, la
derramó en ofrenda de libación a Jehová. 4. Ternura para con sus
ayudantes. Le conmovió profundamente el pensamiento de que
estos tres valientes habían arriesgado sus vidas únicamente por
traerle agua.
IV. En las grandiosas hazañas de estos valientes es menester
reconocer el poder de Dios y su amor hacia el pueblo.
V. En esta lista hallamos un amonita (v. 39) y un moabita (v. 46)
a pesar de que la Ley (Dt. 23:3) decía: «No serán admitidos
amonitas ni moabitas en la congregación de Jehová». Es muy
probable que estos hombres hubiesen desempeñado otros muchos
buenos servicios por el bienestar de Israel, suficientes para que, en
su caso, se les considerase como verdaderos israelitas a pesar de
su origen. Esto era también una insinuación de que el Hijo de David
contaría con creyentes de extracción gentil entre sus valientes.
CAPÍTULO 12No fue de una vez, sino gradualmente, como se hizo David con
el trono. Como su reino había de ser duradero, maduró lentamente,
como los frutos que más duran. Aquí vemos: I. La ayuda que le vino
en Siclag para hacerle rey de Judá (vv. 1–22). II. La ayuda que le
vino en Hebrón para hacerle rey sobre todo Israel (vv. 23–40).
Versículos 1–22Informe de los que actuaron como amigos de David, a la muerte
de Saúl, para ayudarle a sentarse en el trono. Todas las fuerzas de
que disponía cuando era perseguido por Saúl sumaban 600
hombres, pero cuando llegó la hora en que tenía que pasar a la
ofensiva, la Providencia trajo mayor número de amigos en su
ayuda. Incluso cuando estaba él encerrado por causa de Saúl (v. 1),
cuando él no se mostraba en público para invitar y animar a sus
amigos a que viniesen a él (pues no podía prever que estuviese tan
cercana la muerte de Saúl), Dios los inclinaba y preparaba para que
se unieran a él. Quienes confían en que Dios actuará a favor de
ellos en el tiempo y por los medios que Dios mismo escoja, hallarán
que su Providencia supera todos los planes y pronósticos de ellos.
I. Hasta de la tribu de Benjamín, la de Saúl y de entre sus
parientes, vinieron algunos en ayuda de David (v. 2). Se nos
describen estos benjaminitas como hombres de extraordinaria
destreza, honderos expertos y ambidextros (v. Jue. 20:16).
II. Algunos de la tribu de Gad, aunque residentes al otro lado del
Jordán, estaban convencidos de los derechos y de las aptitudes de
David hasta tal punto que se separaron de sus hermanos para
pasarse a David, aunque él estaba aún en el desierto (v. 8). Eran
pocos, once son los que aquí se mencionan, pero añadieron mucho
a la fuerza de David. Los que anteriormente se habían unido a
David eran gente descontenta y en bancarrota, que acudían a él
más para que les protegiera que por servirle a él (1 S. 22:2). Pero
estos gaditas eran valientes y diestros (v. 8), hombres de mando,
orden y disciplina dentro de su propia tribu (v. 14). Con qué
enemigos se enfrentaron al pasar el Jordán (v. 15), no se nos dice;
pero lo cierto es que les hicieron huir dispersos por los valles en
todas direcciones.
III. Se mencionan otros de Benjamín y de Judá que vinieron a él
(v. 16). Al jefe de los treinta se le llama Amasay (v. 18); es muy
probable que se refiera a Amasá.
1. Prudente trato que hizo David con ellos (v. 17). Se sorprendió
de verlos, al haber estado tantas veces en peligro a causa de la
traición de los hombres de Zif y de Keilá, todos ellos de la tribu de
Judá. No es extraño que los recibiera con ciertas precauciones.
Véase: (A) Cuán noblemente se dirige a ellos: (a) Si le son fieles, él
les protegerá; (b) pero si son falsos y vienen a entregarle en manos
de Saúl bajo capa de amistad, invoca a Dios como su vengador.
Nunca hubo hombre (excepto el Hijo de David) tan injusta y
violentamente perseguido; con todo, la conciencia le daba
testimonio de que no había mal en sus manos. (B) Es de observar
en las palabras de David: (a) Que llama a Dios el Dios de nuestros
padres, tanto de David como de ellos. Así les daba a entender que
no debían hacerle ningún daño, pues descendían de los mismos
patriarcas y dependían del mismo Dios. (b) No lanza ninguna
imprecación contra ellos.
2. Ellos cerraron trato con él de todo corazón (v. 18). Amasay fue
el portavoz de ellos, sobre quien vino entonces el Espíritu. «Por ti,
oh David, y contigo, hijo de Isaí», dijo Amasay; y no pudo decir nada
mejor ni más pertinente. Al llamarle hijo de Isaí, reconocían que
descendía directamente de Naasón y Salmón, quienes en su tiempo
habían sido príncipes en la tribu de Judá. Saúl le llamó así por
desdén (1 S. 20:27; 22:7), pero ellos lo hacían por honor. «Paz, paz
contigo, todo bien que tu corazón desee, y paz con tus ayudadores,
entre los que deseamos contarnos, para que también con nosotros
haya paz». Y añadió, completamente seguro de la ayuda que el
Cielo prestaba a David: «Pues también Dios te ayuda». De estas
expresiones de Amasay hemos de aprender a dar testimonio de
nuestra fidelidad y nuestro amor al Señor Jesús.
3. David los aceptó gozosamente entre sus amigos y partidarios:
«David los recibió», y los promocionó al instante, pues «los puso
entre los capitanes de la tropa».
IV. También se unieron a él algunos de Manasés (v. 19). Les dio
la Providencia una buena oportunidad de hacerlo así cuando David
marchó con sus hombres por el territorio de Manasés, como
sabemos por 1 Samuel 29:4 y ss. A su regreso, algunos hombres
importantes de Manasés ayudaron a David contra la banda de
merodeadores (v. 21) que habían saqueado a Siclag, como
sabemos por 1 Samuel 30:1 y ss.
Versículos 23–40Ahora tenemos la lista de las tropas que cada tribu puso a
disposición de David tras la muerte de Is-bóset, a fin de asegurar su
accesión al trono contra cualquier oposición que pudiese surgir (v.
23).
I. Las tribus más cercanas fueron las que menor número de
soldados aportaron: Judá, solamente 6.800 (v. 24); Simeón, 7.100
(v. 25), en cambio, Zabulón, tan remota, aportó 50.000 (v. 33); Aser,
40.000 (v. 36); y las dos tribus y media que residían al otro lado del
Jordán, 120.000. Esto no significa que las tribus adyacentes
mostrasen frialdad hacia la causa de David, sino que mostraron
prudencia al aportar pocos, puesto que el resto quedaba en reserva,
prestos para cualquier llamada.
II. Los levitas y los sacerdotes (llamados éstos aquí los del linaje
de Aarón, para distinguirlos de los levitas) también se adhirieron de
corazón a la causa de David, prestos, si se presentaba la ocasión, a
luchar por él, así como a orar por él, pues sabían que había sido
designado por Dios para el gobierno de la nación (vv. 26–28).
III. Incluso algunos de los parientes de Saúl se adhirieron a David
(v. 1ch 12).
IV. De la mayoría de ellos se dice que eran valientes y
esforzados (vv. 25, 28, 30); de otros, que eran dispuestos (esto es,
expertos) para pelear (vv. 35, 36). De todos ellos se dice que
estaban dispuestos para guerrear o, mejor, formados en orden de
batalla (v. 38). Algunos venían con toda clase de armas (vv. 33, 37).
V. La tribu de Isacar aportó un número no determinado de tropas,
pues sólo se mencionan 200 principales, pero estos 200 eran de
inestimable valor para David, pues eran duchos en discernir las
oportunidades y saber lo que Israel debía hacer; en otras palabras,
eran expertos en los asuntos públicos, sociales o políticos, conocían
el estado en que se hallaba el país y sabían discernir el sesgo que
tomaban los acontecimientos. En Jueces 5:15 se mencionan los
caudillos de Isacar. Sus jefes sabían mandar, y sus hermanos de
tribu sabían obedecer: «cuyo dicho seguían todos sus hermanos»,
conocedores de las aptitudes que los jefes poseían para mandar.
VI. De todos ellos se dice también que estaban de un mismo
ánimo para poner a David por rey (v. 38). Una de las mayores
bendiciones de un país (y, sobre todo, de una iglesia—v. Hch. 4:24,
32; Fil. 2:2—) es la unanimidad de sentimientos y de afectos.
VII. Los hombres de Judá y otros de tribus adyacentes trajeron
víveres de sus respectivos campamentos cuando vinieron a Hebrón
(vv. 39, 40).
CAPÍTULO 13En este capítulo vemos que: I. David consulta con los
representantes del pueblo acerca de traer a un lugar manifiesto el
Arca de Dios, la cual permanecía en la oscuridad (vv. 1–4). II. Con
gran solemnidad y regocijo es transportada desde Quiryat-jearim
(vv. 5–8). III. Uzá muere por tocarla (vv. 9–14).
Versículos 1–8I. Piadosa propuesta de David de traer a Jerusalén el Arca de
Dios para que la ciudad regia fuese también la ciudad santa (vv. 1–
3).
1. Tan pronto como David estuvo bien asentado en su trono
comenzó a pensar en el Arca de Dios (v. 3): «Traigamos el Arca de
nuestro Dios a nosotros». (A) Para honrar a Dios, y mostrar respeto
al Arca, que era la señal de su presencia. (B) Para tener el consuelo
y el beneficio de tan sagrado oráculo. Quienes tienen que enredarse
en los negocios del mundo, bien harán en llevar consigo el Arca de
Dios que es su Palabra, a fin de que sus oráculos les sirvan de guía
y sus leyes les sirvan de norma.
2. Consultó acerca de ello a los jefes del pueblo (v. 1). (A) Para
honrar así a los principales del reino. Ningún monarca prudente
codicia el ser absoluto. (B) Para recibir dirección de la multitud de
consejeros en cuanto al proyecto que tenía, así como al modo de
llevarlo a cabo.
3. Se nos dice que David dijo a toda la asamblea de Israel (v. 2),
esto es, a todo el pueblo, que deseaba una convocatoria general,
tanto para mejor honrar el Arca como para satisfacción y edificación
de todo el pueblo (v. 2). (A) Llama hermanos a todos los israelitas,
lo cual muestra la humildad y condescendencia de David. (B) Habla
de ellos como de nuestros hermanos que han quedado en todas las
tierras de Israel, ya que habían pasado por experiencias dolorosas
de dispersión y separación. (C) Muestra especial interés en que
acudan los sacerdotes y levitas.
4. En todo ello se somete a los designios de la Providencia: «Si
es voluntad de Jehová nuestro Dios».
5. Así debe hacerse para reparar el olvido en que se había tenido
el Arca durante el reinado anterior (v. 3): «Porque desde el tiempo
de Saúl no hemos hecho caso de ella». Nótese la delicadeza,
exenta de todo resentimiento personal, con que David habla de ese
descuido, y compartir él mismo la culpabilidad general al hablar en
primera persona de plural.
II. El pueblo acepta unánime la propuesta de David (v. 4): «La
cosa parecía bien a todo el pueblo».
III. La solemnidad en el traslado del Arca (vv. 5 y ss.), que ya
vimos en 2 Samuel 6:1 y ss.
Versículos 9–14Ya vimos en 2 Samuel 6:6 y ss., la desgracia que sobrevino a
Uzá, con lo que cesó el regocijo popular. El pecado de Uzá ha de
servirnos de aviso para no caer en la presunción, la precipitación y
la irreverencia al tratar las cosas sagradas (v. 9). No pensemos que
una buena intención justifica una mala acción.
CAPÍTULO 14I. Fortalecimiento del reinado de David (vv. 1, 2). II. Su familia
(vv. 3–7). III. Sus enemigos los filisteos, son derrotados en dos
campañas (vv. 8–17). Esto es una repetición de lo que ya vimos en
2 Samuel 5:11 y ss.
Versículos 1–71. Nadie se basta a sí mismo como para no necesitar de sus
vecinos, de cuya ayuda debe estar agradecido. David tenía un reino
grande, el de Hiram era pequeño; no obstante, David no pudo
construirse una casa a su gusto a menos que Hiram le suministrase
tanto obreros como materiales (v. 1). 2. Para un rey prudente es
una satisfacción ver su trono bien establecido y para un buen rey lo
es el ver la providencia especial de Dios en el establecimiento de su
trono. El pueblo había aclamado a David por rey; pero él no estuvo
tranquilo hasta que entendió que Jehová le había confirmado como
rey sobre Israel (v. 2). 3. En cada promoción que consigamos,
hemos de ver el designio de Dios para que le sirvamos mejor y
seamos más útiles a los demás. Somos bendecidos para ser
bendición (Gn. 12:2).
Versículos 8–17El relato del triunfo de David sobre los filisteos es similar al que
vimos en 2 Samuel 5:17 y ss. Este ataque que los filisteos llevaron
a cabo contra David nos enseña a no sentirnos demasiado seguros
en ninguna posición en que nos hallemos. Cuanto más cómodos
nos sintamos, tanto mayor es el peligro de que nos sobrevenga una
aflicción u otra. También el reino de Cristo es tanto más atacado por
la simiente de la serpiente cuanto mayor sea el auge está alcance.
El agradecimiento que David muestra al reconocer la mano de Dios
en sus éxitos nos ha de enseñar a llevar al altar de Dios todos
nuestros sacrificios de alabanza. «No a nosotros, oh Jehová no a
nosotros, sino a tu nombre da gloria» (Sal. 115:1).
CAPÍTULO 15A causa de la muerte de Uzá, el Arca de Dios no fue entonces
traída a Jerusalén, sino que se quedó en casa de Obed-edom. En
este capítulo vemos completada la traída del Arca a Jerusalén. I.
Ahora se observaron las normas pertinentes: 1. Se le preparó lugar
adecuado (v. 1). 2. Se dio orden a los sacerdotes de transportarla
(vv. 2–15). 3. A los levitas se les asignó el cometido que les
correspondía (vv. 16–24). II. Ahora se obtuvo en el traslado el éxito
deseado (v. 25). 1. Los levitas no cometieron ningún error en esta
ocasión (v. 26). 2. Ni David ni el pueblo vieron empañado su gozo
(vv. 27, 28).
Versículos 1–24Preparativos para trasladar el Arca desde la casa de Obed-edom
hasta la ciudad de David.
1. David preparó lugar para el Arca antes de traerla junto a sí. No
tenía tiempo para edificarle un templo, pero le levantó una tienda (v.
1), probablemente semejante al tabernáculo, conforme al modelo
mostrado a Moisés en el monte. Siempre que edifiquemos casa
para nuestra familia, hemos de hacer sitio para el Arca de Dios, una
pequeña iglesia en la casa.
2. David ordenó a los levitas que transportasen a hombros el
Arca (v. 2). En las marchas ordinarias estaban encargados de ello
los coatitas, por eso se les daban carros (Nm. 7:9). Pero en casos
muy especiales, como al cruzar el Jordán y al rodear Jericó, los
sacerdotes fueron quienes la transportaron. Esta norma era
explícita, y, con todo, tanto David como los levitas la habían
olvidado anteriormente al ponerla sobre una carreta tirada por
bueyes. David se preocupó ahora, no sólo de convocar a la
solemnidad a los levitas, así como a todo Israel (v. 3), sino también
de hacer que, en efecto, se reunieran los levitas y los sacerdotes
(vv. 4, 11). A estos últimos dio el solemne encargo (v. 12): Vosotros
que sois los principales padres de las familias de los levitas …
pasad el Arca de Jehová Dios de Israel.
3. Los levitas y los sacerdotes se santificaron (v. 14), es decir, se
purificaron para estar en condiciones de transportar el Arca
conforme a la Ley (v. 15).
4. Fueron designados cantores y jefes de cantores, que se
acompañasen de címbalos, salterios y cítaras (éstas, a la octava—
baja o alta—), para dirigir el canto (vv. 16–21). Ya conocemos a los
jefes de los cantores: Hemán, Asaf y Etán aun cuando aparecen
aquí como designados por primera vez. Los sacerdotes (v. 24)
tocaban las trompetas, como solían hacerlo en los traslados del
Arca (Nm. 10:8) y en las fiestas solemnes (Sal. 81:3). Además de
los tres jefes de los cantores, aparece aquí (v. 22) un director
general de la música.
Versículos 25–29Al estar ya todo listo para el traslado del Arca a la ciudad de
David y para su recepción allí, tenemos ya el relato del traslado
desde la casa de Obed-edom.
I. Dios ayudó a los levitas que la transportaban. Si no nos ayuda
Dios, ni un paso podemos dar. Es probable que, al tomar el Arca, se
echaran a temblar recordando la desgracia de Uzá; pero Dios les
ayudó, les quitó el miedo y les fortaleció la fe. Los ministros de Dios
que llevan el tesoro del Evangelio en vasos frágiles (v. 2 Co. 4:7)
tienen especial necesidad de la ayuda de Dios para que en ellos
sea glorificado Él mismo, y su Iglesia sea edificada.
II. Al experimentar las señales de la presencia divina entre ellos,
le ofrecieron sacrificios de alabanza (v. 26).
III. Hubo grandes muestras de regocijo: los cantores entonaron
música sagrada, David danzó, y el pueblo lanzaba gritos de júbilo
(vv. 27, 28). De ello estamos ya enterados por 2 Samuel 6:14, 15.
CAPÍTULO 16Con este capítulo se concluye el establecimiento del culto público
a Jehová durante el reinado de David. I. La solemnidad con que fue
asentada el Arca (vv. 1–6). II. El salmo que David dio a cantar en
esta ocasión (vv. 7–36). III. La ordenación del culto público para en
adelante (vv. 37–43).
Versículos 1–6El día en que el Arca de Dios fue asentada en la tienda que
David había levantado para ella fue un día verdaderamente
glorioso.
I. El Arca había estado en la oscuridad de una aldea, en la
campiña; ahora era trasladada a un lugar público, a la ciudad capital
del reino. Había sido descuidada y hasta despreciada; ahora se le
rendía la debida veneración y se consultaba a Dios por medio de
ella. No había todavía más que una tienda de campaña, una
habitación muy modesta, con todo, éste era el tabernáculo del que
David habla en los Salmos con tanto afecto. David levantó para el
Arca una modesta tienda de campaña pero se portó mucho mejor
que Salomón, a pesar de que éste le edificó un magnífico templo,
pues después le volvió la espalda. Los tiempos más pobres de la
Iglesia suelen ser los más puros.
II. Ahora que David está satisfecho por tener el Arca acomodada
y próxima a él, se preocupa: 1. De que a Dios le sea dada por ello la
gloria: (A) Por medio de sacrificios (v. 1): holocaustos, en adoración
de sus perfecciones, y ofrendas de paz, en reconocimiento de sus
favores. (B) Por medio de cánticos; encargó a los levitas que
hicieran constar por escrito la historia de este acontecimiento,
mediante un cántico, para beneficio de otros. 2. De que el pueblo
disfrute del regocijo consiguiente. Lo van a pasar muy bien a causa
de la solemnidad de este día, pues él les va a dar, no sólo un regalo
como rey, sino también una bendición en el nombre de Jehová (v.
2) como padre y como profeta.
Versículos 7–36El salmo de acción de gracias que compuso David por
inspiración de Dios, lo entregó a los jefes de los cantores (v. 7) para
que fuese cantado con ocasión de la entrada del Arca en la tienda
preparada para ella. Está tomado de varios salmos: Desde el
comienzo hasta el versículo 23, del Salmo 105:1 y ss.; del versículo
23 al 34 es todo el Salmo 96 con ligeras variaciones; el versículo 34
está tomado del Salmo 136:1 y algunos otros; y los dos últimos
versículos están tomados del final del Salmo 106. Algunos
comentaristas aseguran que esto nos garantiza el derecho de hacer
lo mismo, de componer himnos con extractos de los Salmos, según
parezca mejor para expresar y excitar la devoción de los creyentes.
En medio de nuestras alabanzas, no hemos de olvidar orar por
ayuda y alivio para los creyentes y siervos de Dios que se hallan en
apuros y aflicciones (v. 35): Sálvanos, oh Dios, salvación nuestra,
recógenos, y líbranos de las naciones, de los paganos entre los que
estamos dispersos y, con frecuencia, oprimidos. Cuando nos
regocijemos de los favores que Dios nos dispensa, acordémonos de
nuestros hermanos afligidos y perseguidos y oremos por su
liberación como oraríamos por la nuestra, pues somos miembros
unos de otros (Ro. 12:5), por lo que no es impropio dar a entender:
«Sálvanos», cuando decimos: «Sálvales», y viceversa. David
comienza con: «Alabad a Jehová» (v. 8), y concluye con «Bendito
sea Jehová» (v. 36). Alabar y bendecir a Dios ha de ser el Alfa y
Omega de nuestras oraciones.
Versículos 37–43El culto a Dios no ha de ser obra solamente de un día solemne o
de un día de triunfo, sino que debe ser obra de cada día. Por eso
David se preocupa de que haya continuidad en el culto. 1. En
Jerusalén, donde estaba el Arca, fueron designados Asaf y sus
compañeros para que ministrasen de continuo delante del Arca (v.
37). Allí no se ofrecían sacrificios ni se quemaba incienso, puesto
que los altares no estaban allí, pero las oraciones de David eran
como el incienso, y el alzar de sus manos como la ofrenda de la
tarde (Sal. 141:2), así de temprano ocupó el culto espiritual el lugar
del ceremonial. 2. No por eso había de omitirse el culto ceremonial,
al ser de institución divina; por eso estaban en Gabaón los altares
donde los sacerdotes ministraban, pues su oficio era sacrificar y
quemar incienso, lo cual hacían continuamente, mañana y tarde,
conforme a la ley de Moisés (vv. 39, 40). Aun cuando, por su
naturaleza, estos servicios ceremoniales eran inferiores a los
servicios espirituales de oración y alabanza, sin embargo, por ser
tipo de la mediación de Cristo, se les honraba grandemente y su
observancia era de gran importancia. En Gabaón, donde estaban
los altares, David nombró también cantores para glorificar a Jehová
por ser eterna su misericordia (v. 41). Al final de la solemnidad: (A)
El pueblo se fue satisfecho a sus casas. (B) David regresó para
bendecir su casa, pues el culto congregacional no significa la
abolición del culto familiar.
CAPÍTULO 17Este capítulo es idéntico a 2 Samuel 7. I. Dios acepta la buena
intención de David al proponerse edificarle casa; y la promesa que
Dios le hace a raíz de ello (vv. 1–15). II. David acepta la benévola
promesa de Dios de edificarle casa; y la oración que eleva en
agradecimiento a Dios (vv. 16–27).
Versículos 1–15I. David no se sentía a gusto en su casa de cedro mientras el
Arca moraba entre cortinas (v. 1). 1. Quienes consideran cómo
emplear el fruto de sus labores o negocios, harán bien en inquirir en
qué condición se halla el Arca de Dios (el Evangelio y la iglesia),
para ofrendar según el Señor les haya prosperado.
II. También vemos cuán dispuestos deben hallarse los profetas y
ministros de Dios para ofrecer ánimos a todo buen propósito (v. 2).
III. Cuán poco le afecta a Dios la pompa exterior en el culto. Su
Arca se había contentado con un tabernáculo (v. 5). Dios había
mandado a los jueces que apacentasen a su pueblo, pero no que le
edificasen a Él casa de cedro (v. 6).
IV. Cuán benignamente acepta Dios los buenos propósitos e
intenciones de los suyos, aun en el caso en que impide llevarlos a la
práctica. No quiere que David edifique casa (v. 4). Ha de proveer
para su construcción, pero no la ha de construir él. También Moisés
condujo a Israel hasta la vista de Canaán, pero tuvo que dejar a
Josué el honor de introducir al pueblo en la Tierra Prometida. Pero
no por prohibirle Dios edificar el templo ha de pensar que: 1. Su
elevación al trono fue en vano (v. 7): «Yo te tomé del redil, no para
que me edificases templo, sino para que fueses príncipe sobre mi
pueblo Israel». 2. Ni ha de pensar que su buena intención fue en
vano y que va a perder la recompensa por no llevarla a cabo, pues
Dios le va a recompensar como si la pusiera por obra (v. 10):
«Jehová te edificará casa y, aneja a ella, la corona de Israel». 3. Ni
ha de pensar que, puesto que él no ha de llevar a cabo esta buena
obra, nadie la va a hacer y que en vano pensó él hacerla, pues
«levantaré descendencia después de ti … Él me edificará casa» (vv.
11, 12). 4. Además, Dios le promete confirmar su trono eternamente
en el reinado del Mesías (v. Lc. 1:32, 33).
Versículos 16–27David se dirige ahora a Dios del modo más solemne en
respuesta al mensaje amoroso que ha recibido de Él. Recibe por fe
las promesas, las acoge y queda persuadido de ellas, como los
antiguos patriarcas (He. 11:13). ¡Qué estupendo ejemplo, para
nosotros, de oración humilde, creyente y ferviente! Observemos
únicamente aquellos puntos en que dicha oración, conforme la
vemos aquí, difiere de la que consta en 2 Samuel 7:
I. Lo que allí estaba en forma de interrogación («¿Es así como
procede el hombre, Señor Jehová?»), aquí está en forma de
reconocimiento (v. 17): «Me has mirado como a un hombre
excelente, oh Jehová Dios». Por la relación pactada en la que
admite a los creyentes, Dios los considera como a personas de alto
rango, aunque de su natural sean bajos y viles.
II. Después de la frase: «¿Qué más puede añadir David pidiendo
de ti», se añade aquí: «para glorificar a tu siervo?» (v. 18). El honor
con que Dios favorece a sus siervos al admitirlos, por pacto, a la
comunión con Él es tan grande, que ellos no necesitan, ni pueden,
desear ser exaltados más honrosamente.
III. Es muy de notar que lo que en 2 Samuel 7:21 se dice ser
«por tu palabra», aquí se cambia en «por amor de tu siervo» (v. 19).
Jesucristo es «el Verbo (la Palabra) de Dios» (Ap. 19:13) y, al
mismo tiempo, «el siervo de Dios» (Is. 42:1), y es en atención a Él y
a su mediación por lo que se hacen y se cumplen a los creyentes
todas las promesas.
IV. En Samuel, el Dios de las huestes es llamado «Dios sobre
Israel», aquí se le llama «Dios de Israel, Dios para Israel» (v. 24).
Había en las naciones limítrofes los llamados dioses de tal y tal
nación, pero no eran dioses para ellos, pues eran meras figuras que
no les servían para nada. Pero el Dios de Israel es un Dios para
Israel pues todas sus perfecciones y todas sus obras redundan en
beneficio de su pueblo.
V. Las últimas palabras de la oración eran en 2 Samuel 7:29: «y
con tu bendición será bendita la casa de tu siervo para siempre»; es
éste el lenguaje de un santo deseo. Pero aquí las frases finales
expresan una fe ardiente: «porque lo que tú, oh Jehová, bendices,
será bendito para siempre» (v. 27). La oración de David concluye,
como la promesa de Dios (v. 14), con un «para siempre». La
palabra de Dios apunta hacia lo eterno, y a lo eterno deben apuntar
nuestros deseos y esperanzas.
CAPÍTULO 18A quienes buscan primero el reino de Dios y su justicia, las
demás cosas les serán añadidas (Mt. 6:33). Así le pasó a David. I.
Sus éxitos en el exterior. Derrotó a los filisteos (v. 1), a los moabitas
(v. 2), al rey de Sobá (vv. 3, 4), a los sirios (vv. 5–8) y a los
edomitas (vv. 12, 13), además de hacer tributario suyo al rey de
Hamat (vv. 9–11). II. Su prosperidad en el interior. Florecimiento de
su corte y de su reino (vv. 14–17). De todo esto ya se nos informó
en 2 Samuel 8.
Versículos 1–8«Después de estas cosas» (v. 1), David tuvo muchos éxitos.
Después de la suave comunión con Dios, prosiguió en sus
empresas con un vigor y una bravura extraordinarios. Los filisteos
habían oprimido a los israelitas durante varias generaciones, pero
ahora David los derrotó y los humilló (v. 1). Tal es la incertidumbre
de las cosas de este mundo que, con frecuencia, los hombres
pierden su riqueza y su poder cuando piensan que los tienen
seguros. David derrotó a Hadad-ézer cuando éste iba a asegurar su
dominio sobre el río Éufrates (v. 3). Y los sirios de Damasco fueron
derrotados cuando vinieron en ayuda de Hadad-ézer.
Versículos 9–17Con aquello con que Dios nos bendice, con eso mismo hemos de
honrarle. Ya vimos antes (v. 6), y se repite ahora (v. 13), que
Jehová daba el triunfo a David dondequiera que iba. Dios da poder
a los hombres, no para que se engrandezcan con él, sino para que
hagan el bien con él.
CAPÍTULO 19Se repite aquí el relato de la guerra de David con los amonitas y
los sirios, que ya vimos en 2 Samuel 10. I. Cortesía de David al
enviar mensajeros al rey de Amón para darle el pésame por la
muerte de su padre (vv. 1, 2). II. Gran descortesía del rey de Amón
al tratar tan vilmente a los mensajeros de David (vv. 3, 4). III. Justo
resentimiento de David, y la guerra que estalló por esta causa, en la
que los amonitas obraron con prudencia al conseguir la ayuda de
los sirios (vv. 6, 7), pero Israel alcanzó una completa victoria (vv. 8–
19).
Versículos 1–5Bien les cae a los buenos ser buenos vecinos y, especialmente,
ser agradecidos. David presentó sus respetos a Hanún por ser
vecino suyo; la religión nos enseña a ser corteses y amables con
quienes viven entre nosotros, y la diferencia de creencias no debe
ser obstáculo a esto. Pero, además, David recuerda la amistad que
le había mostrado el padre de Hanún. Vemos también que quienes
vilmente traman hacer daño, suelen sospechar de otros, sin motivo
alguno, lo mismo que ellos piensan hacer. Los servidores de Hanún
le dijeron que los mensajeros de David eran espías como si un
hombre tan grande y poderoso como David necesitase hacer cosa
tan vil. Hanún se dejó persuadir y trató villanamente a los emisarios.
Versículos 6–19El corazón de los pecadores se endurece para su destrucción.
Los amonitas se dieron cuenta de que se habían hecho odiosos a
David (v. 6); si hubiesen sido prudentes, habrían ofrecido
compensación por la injuria que habían cometido. Pero, en vez de
eso, se prepararon para la guerra, con lo que no hicieron otra cosa
que atraer sobre sí mismos la ruina por mano de David. La valentía
de los bravos se crece ante las dificultades. Cuando Joab se vio
atacado de frente y por la retaguardia (v. 10), en vez de tocar a
retirada, redobló su resolución, y no sólo habló, sino que actuó
como un caballero al mostrar gran presencia de ánimo cuando se
vio rodeado. Se comprometió con su hermano a ayudarse
mutuamente (v. 12), se animó a sí mismo y animó a sus oficiales a
actuar vigorosamente en sus respectivos puestos, y dejó a Dios el
resultado (v. 13): «Haga Jehová lo que bien le parezca». Los
amonitas hicieron cuanto pudieron para sacar partido de su buena
posición, trajeron al campo de batalla buen ejército, pero luchaban
por una mala causa, por lo que perdieron la guerra. Los sirios que
habían luchado como mercenarios al lado de los amonitas, al verse
derrotados, buscaron el apoyo de los sirios del otro lado del
Éufrates, pero todo fue en vano (v. 18): «el pueblo sirio huyó
delante de Israel», y al ver que la fortuna estaba de parte de Israel,
no sólo rompieron su alianza con los amonitas, sino que
concertaron la paz con David (v. 19), hasta quedarle sometidos.
CAPÍTULO 20Se repite aquí el relato de las guerras de David. I. Con los
amonitas (vv. 1–3). II. Con los gigantes de los filisteos (vv. 4–8).
Versículos 1–3Destrucción de Rabá, la capital de los amonitas (v. 1), tras lo cual
David se ciñó la corona de su rey (v. 2) y sometió a la gente a duros
trabajos (v. 3). De este episodio tenemos más detalles en 2 Samuel
capítulos 11 y 12. Fue durante el sitio de Rabá cuando David cayó
en el gran pecado del asunto de Urías, cosa que el autor de
Crónicas no menciona.
Versículos 4–8Los filisteos habían sido sometidos (18:1), pero quedaban por
abatir los gigantes de Gat. En los conflictos espirituales hay
pecados que, como estos gigantes, no se dominan sino tras larga
lucha y con gran dificultad. 1. Vemos gigantes entre los filisteos,
pero nunca entre los israelitas; vemos gigantes en Gat, pero no en
Jerusalén. Es que el crecimiento de las plantas de Dios no se
efectúa en volumen, sino en utilidad. 2. Los ayudantes de David
aunque de estatura ordinaria, resultaban demasiado fuertes para los
gigantes de Gat en cada encuentro, por cuanto tenían a Dios de su
parte. No tenemos por qué temer a los hombres grandes que se nos
opongan, pues es más grande el Dios que está por nosotros. ¿Qué
puede significar un dedo más o menos en cada mano y en cada pie
(v. 6), frente al Dios Todopoderoso?
CAPÍTULO 21Pecado de David al censar al pueblo, y expiación que hizo por
ese pecado, después de arrepentirse. Ya conocemos esta historia
por 2 Samuel 24.
Versículos 1–6Habría de pensarse que censar no tenía nada malo. ¿Por qué no
ha de conocer el pastor el número de sus ovejas? Pero David obró
a impulso de su orgullo, y no hay pecado que más ofenda a Dios.
I. Cuán activo se mostró en esto el tentador (v. 1): «Satanás se
levantó contra Israel e incitó a David». En 2 Samuel 24:1 leemos
que «Volvió a enojarse Jehová contra Israel e incitó a David».
Hemos de entender que Dios permitió que Satanás incitase a David.
La diferencia entre ambos relatos se explica por la diferencia de
tiempo en la redacción de las respectivas fuentes. Crónicas se
escribió después del destierro, cuando la mención de Satanás ya no
ofrecía tropiezo a los judíos confirmados en su monoteísmo,
mientras que los libros de Samuel se escribieron muchos siglos
antes, cuando (como en el libro de Job) no podían concebir que
Satanás pudiese actuar al margen de Dios, sino a su servicio.
Notemos que Satanás no movió a Dios contra Israel, sino que incitó
a David, el mejor amigo de Israel, a censar al pueblo, con lo que
atrajo la ira de Dios contra Israel. El diablo nos causa mayor
perjuicio cuando nos incita a pecar contra Dios que cuando nos
acusa delante de Dios.
II. Joab, a quien David encargó este cometido, fue forzado a
cumplir la orden del rey, después de haber opuesto la resistencia
que pudo. Nadie estaba tan presto como él para todo que
redundase en honor del rey o en beneficio del reino, pero en este
asunto le habría gustado que se le excusara de actuar, pues lo veía
como algo innecesario y peligroso. Hubo disgusto general ante la
orden de David, lo cual confirmó a Joab en el desagrado que sentía.
Dejó sin censar (vv. 5, 6) dos importantes tribus, Leví y Benjamín, y
no procuró ser exacto en el censo de las demás porque lo hacía de
mala gana. Ésta parece ser la mejor explicación de las diferencias
que hallamos entre las cifras de 2 Samuel 24 y las de aquí.
Versículos 7–17David bajo la vara de Dios, vara de corrección por el pecado de
censar al pueblo.
I. Cómo se le aplicó la corrección. Dios se percata de los
pecados de los suyos y se disgusta sumamente con ellos, y no hay
pecado que le disguste tanto como el orgullo. David se empeña en
hacer el censo (v. 2): «Haced censo.… e informadme sobre el
número». Pero Dios los cuenta ahora de otra manera diferente a la
del informe que él recibe de Joab. Para su confusión, recibe
amenaza de mortandad y ve al ángel con una espada desenvainada
en su mano extendida contra Jerusalén (v. 16). La peste produce la
mayor devastación en las ciudades más populosas.
II. Cómo recibió la corrección. Reconoció su pecado y su
necedad, y suplicó que, fuese cual fuese la forma de expiación, le
fuese perdonado su pecado: «Yo fui quien pequé …» Como si
dijese: «Yo soy el culpable, así que yo debo sufrir el castigo, ya que
soy yo el pecador». 1. Se echa en brazos de la misericordia de Dios
(aunque sabía que Dios estaba disgustado con él), sin quejarse de
su justicia (v. 13): «Ruego que yo caiga en la mano de Jehová,
porque sus misericordias son muchas en extremo». Los buenos,
aun cuando Dios se enoje contra ellos, siempre piensan bien de
Dios. 2. Expresa gran preocupación por el pueblo, y le llega al
corazón verles atormentados con la plaga por culpa de él (v. 17):
«Estas ovejas, ¿qué han hecho?»
Versículos 18–30Tan pronto como David se arrepintió de su pecado, se arrepintió
Dios del castigo y ordenó al ángel exterminador que volviera su
espada a la vaina (v. 27). David recibió instrucciones de erigir un
altar en la era de Ornán, como se llama aquí a Arauna (v. 18). La
orden de erigir un altar fue para David una bendita señal de
reconciliación. David ofreció a Ornán pagarle por la era. Ornán se la
cedía gratis. Dios mostró su aceptación del sacrificio respondiendo
por fuego desde los cielos en el altar del holocausto (v. 26). El altar
de bronce que había hecho Moisés estaba en Gabaón (v. 29), y allí
se ofrecían todos los sacrificios de Israel, pero David se aterrorizó
de tal forma al ver al ángel con la espada desenvainada, que no se
atrevía a ir allá (v. 30). La cosa requería prisa, ante la extensión de
la plaga, y, por ello, Dios, en su misericordia, le ordenó levantar allí
mismo un altar. Ante la urgencia, en cualquier lugar podía Dios ser
aplacado. Cuando se pasó esta calamidad, David sacrificó allí
siempre, a pesar de que todavía subsistía el altar de Gabaón. «Aquí
me salió Dios al encuentro—parece pensar David—; y aquí espero
volver a encontrarle.»
CAPÍTULO 22Fue tan grande la impresión que recibió David en aquel lugar,
que se sintió movido por Dios a edificar allí el templo (v. 1). I.
Animado para esta empresa, se puso a hacer los preparativos (vv.
2–5). II. Dio instrucciones a su hijo Salomón acerca de la obra (vv.
6–16). III. Ordenó a los jefes o principales de Israel que ayudasen a
Salomón en dicha obra. ¡Qué diferencia entre el comienzo del
capítulo anterior y el de éste! Allí, David, en su orgullo, se disponía
a censar al pueblo; aquí, en su humildad, se dispone a hacer los
preparativos para el servicio de Dios.
Versículos 1–5I. Se fija el lugar para la construcción del templo (v. 1). El suelo
era una era, pues el pueblo de Dios es muchas veces trillado y
aventado (Is. 21:10). El aventador está en la mano de Cristo, a fin
de purificar el suelo de su era. Aquí ha de estar la casa de Dios,
porque aquí está el altar de Dios; el templo fue edificado en
atención al altar. Existen muchos altares antes de que allí haya
templos.
II. Preparativos para el edificio. David no lo va a construir, pero
va a hacer todo cuanto pueda (v. 5): «David, antes de su muerte,
hizo preparativos en gran abundancia».
1. Lo que le impulsó a ello. (A) Salomón era aún joven y no podía
esperarse de él que se dedicase de inmediato a llevar adelante esta
empresa con el vigor y la resolución que requería el caso, de forma
que, a no ser que hallase ya las ruedas funcionando, estaba en
peligro de perder mucho tiempo en los comienzos. (B) El templo
había de ser majestuoso y suntuoso, fuerte y hermoso; todos los
materiales habían de ser de lo mejor de sus clases respectivas,
puesto que estaba destinado a servir y honrar al Señor del Universo
entero, y a ser tipo de Cristo, en quien habita la plenitud de la
Deidad y en quien están escondidos todos los tesoros. La grandeza
del edificio ayudaría a los adoradores a sentir un santo pavor y una
piadosa reverencia hacia Dios, e invitaría a los extranjeros a venir
para ver esta maravilla, por la que podrían llegar tal vez al
conocimiento del verdadero Dios.
2. Lo que preparó para la obra. En general, preparó abundante
cantidad de madera de cedro, de piedras, hierro y bronce (vv. 2–4).
El cedro lo adquirió de los de Tiro y Sidón. También escogió como
canteros extranjeros que había en la tierra de Israel (v. 2).
Versículos 6–16Salomón había de edificar casa a Jehová Dios de lsrael (v. 6).
I. David le dice por qué no podía edificarla él mismo. Pensaba
hacerlo (v. 7), pero Dios se lo había prohibido por haber derramado
mucha sangre (v. 8). Hay quienes opinan que Dios se refería a la
sangre de Urías, pero tal honor le fue negado antes de que David
cometiese dicho pecado; por tanto, debe indicar la sangre
derramada en las guerras, aun cuando éstas tuviesen una causa
justa.
II. Le indica la razón por la que esta empresa estaba reservada a
él. 1. Porque Dios le había designado como el hombre que había de
llevarla a cabo (vv. 9, 10). 2. Porque él disfrutaría de la comodidad y
de la oportunidad para hacerla, pues tenía reposo de sus enemigos
de fuera y disfrutaba de paz y tranquilidad en el país.
III. Le da cuenta de los preparativos que ha hecho para el edificio
(v. 14), para animarle a poner manos en una obra de tan sólidos
fundamentos; el dinero que David había atesorado para esta obra
era (v. 14) cien mil talentos de oro y un millón de talentos de plata
(en 1976, y a juicio del Dr. Ryrie, el equivalente a unos dieciséis o
diecisiete mil millones de dólares. Nota del traductor).
IV. Le encarga la observancia de los mandamientos de Dios (v.
13). No ha de pensar Salomón que la construcción del templo le va
a dispensar de guardar la ley de Dios.
V. Le anima grandemente a emprender la obra y a llevarla a
cabo (v. 13): Es una obra para Dios, y debe ser lo más perfecta
posible.
VI. Le anima a que no se contente con los preparativos que ha
hecho su padre (v. 14). Ora por él (v. 12): «Jehová te de
entendimiento y prudencia». Y concluye (v. 16): «Levántate, y
manos a la obra; y Jehová esté contigo».
Versículos 17–19David ordena aquí a los principales de Israel que ayuden a
Salomón en la gran obra que tiene que llevar a cabo. Dios les ha
dado victoria, reposo y una buena tierra por heredad (v. 18). Por
tanto, les urge a poner todo esfuerzo en aquello que debe estimular
su celo (v. 19).
CAPÍTULO 23Después de las órdenes que ha dado acerca de la construcción
del templo, David procede ahora a organizar el servicio del templo y
poner en orden los oficios y los oficiales que han de servir allí. I.
Nombra por sucesor suyo a Salomón (v. 1). II. Cuenta a los levitas y
les asigna sus respectivos oficios (vv. 2–5). III. Hace la cuenta de
varias familias de levitas (vv. 6–23). IV. Hace un nuevo alistamiento
de los levitas desde los veinte años de edad y les asigna sus oficios
respectivos (vv. 24–32).
Versículos 1–23I. David nombró rey a Salomón, no para que reinase con él o
bajo él, sino después que él. Lo nombró en solemne asamblea de
todos los jefes de Israel, con lo que la intentona de Adonías de
hacerse con el trono resultó tanto más desvergonzada y ridícula.
II. Enumeración de los levitas, de treinta años para arriba hasta
cincuenta, conforme a la norma vigente desde tiempos de Moisés
(Nm. 4:2, 3). Su número en tiempos de Moisés según esta norma
era de 8.580 (Nm. 4:47, 48), pero ahora era de 38.000.
III. Distribución de los levitas en sus respectivos oficios (vv. 4, 5),
a fin de que todas las manos tengan algo que hacer, pues un levita
ocioso es, más que ningún otro hombre, un mal parásito. La obra
asignada a los levitas era de cuatro clases: 1. Al mayor número de
ellos se les asignó la dirección de la obra de la casa de Jehová. De
este servicio fueron encargados 24.000, casi dos tercios, a fin de
que ayudasen a los sacerdotes a matar a las víctimas, lavarlas y
quemarlas, tener a punto las ofrendas y las libaciones, conservar
limpios todos los utensilios del templo y procurar que cada cosa
estuviese en su lugar. Cada semana eran empleados 1.000 en este
servicio; así que había 24 turnos. Quizás éstos, mientras se llevaba
a cabo la construcción del templo, eran empleados en ayudar a los
albañiles. 2. Otros cumplían su oficio de enseñar y juzgar, no en los
asuntos del templo, sino dispersos por el país. De éstos había en el
reino 6.000, encargados de ayudar a los jefes y ancianos de cada
tribu en la administración de la justicia. 3. Otros estaban encargados
de guardar todas las entradas de la casa de Dios, examinar a los
que deseaban entrar, y prohibir la entrada a los que no eran aptos
para entrar en el templo. 4. Otros eran cantores y músicos para
tomar parte en los servicios; éste era un oficio recién creado.
IV. Los levitas fueron alistados en sus respectivas familias, para
mejor conservar sus recíprocos registros, tarea que cada familia
tenía que hacer para sí. En esta enumeración de las familias de los
levitas, la posteridad de Moisés quedó al mismo nivel que los
demás levitas, mientras que la posteridad de Aarón fue toda ella
promocionada al oficio sacerdotal: «para ser dedicados a las cosas
más santas» (v. 13). La nivelación de la familia de Moisés con las
demás familias de los levitas fue un ejemplo de humildad y de
abnegación por su parte. No era Moisés un hombre que buscase su
propio interés ni el de su familia, como se ve por el hecho de no
haber dejado a sus hijos ninguna distinción, lo que era señal de que
poseía el espíritu de Dios, no el del mundo. La elevación de Aarón y
de su familia al sacerdocio fue una recompensa por su abnegación.
Cuando Moisés, su hermano menor, fue hecho como un «dios»
para Faraón, mientras él le servía de «boca» o portavoz para decir y
hacer lo que se ordenase, Aarón no le discutió el puesto (más tarde
lo hizo a instigación de su hermana María). Al someterse así a su
hermano menor, conforme a la voluntad de Dios, Dios exaltó
grandemente a su familia.
Versículos 24–32I. Se hace una alteración en el alistamiento de los levitas para el
servicio, pues mientras anteriormente no eran admitidos al servicio
hasta que tenían treinta años (aunque eran admitidos a entrenarse
a los veinticinco—Nm. 8:24—), David ordenó, bajo instrucción de
Dios, que se les alistase para el ministerio de la casa de Jehová
desde veinte años arriba (v. 24). Quizá los jóvenes levitas, al no
serles asignado ningún servicio hasta los veinticinco años de edad,
se volvían haraganes y, para impedir la formación de este mal
hábito David quiere que se les emplee de veinte años arriba,
poniéndolos así bajo disciplina. Ya no había que transportar el
tabernáculo ni sus utensilios, el servicio era así mucho más fácil, y
al entrar en él a los veinte años nadie quedaría sobrecargado de
trabajo y, al haber tantos, todo israelita que trajese una ofrenda
podría hallar un levita listo para atenderle.
II. El servicio de los sacerdotes era (v. 13): «Quemar incienso
delante de Jehová, ministrarle y bendecir en su nombre». En este
servicio no se habían de interferir los levitas; ya tenían suficientes
oficios que cumplir (vv. 4, 5). 1. Los que habían sido designados
para dirigir la obra de la casa de Jehová (v. 4) estaban bajo las
órdenes de los hijos de Aarón (v. 28). Tenían a su cargo todo el
trabajo de ordenación y limpieza en la casa de Dios. También
habían de preparar los panes de la proposición que los sacerdotes
colocarían después en la mesa, y suministrar la flor de harina y las
tortas para ofrendas a fin de que los sacerdotes tuviesen todo a
mano. 2. Los modelos de todas las pesas y medidas se guardaban
en el santuario, y a los levitas correspondía cuidar de ellas,
observar si eran exactas y contrastar con ellas toda otra clase de
pesas y medidas cuando se les pedía. 3. El servicio de los cantores
era dar gracias y tributar alabanzas a Jehová (v. 30) mientras se
ofrecían los sacrificios de la mañana y de la tarde, así como durante
otras ofrendas de los sábados, novilunios, etc. (v. 31). Moisés les
había encargado de tocar las trompetas sobre los holocaustos y los
sacrificios de paz, así como en otras solemnidades (Nm. 10:10). El
sonido de la trompeta era estremecedor y podía afectar a los que
asistían a los servicios, pero no era modulado como éste que David
ordenaba ahora. Conforme la comunidad judía crecía, también se
hacía más inteligente en sus devociones. 4. El oficio de los porteros
(v. 5) era tener la guarda del tabernáculo de reunión y la guarda del
santuario (v. 32), a fin de que sólo se acercasen aquellos a quienes
estaba permitido.
CAPÍTULO 24Especial distribución de sacerdotes y levitas en sus respectivas
clases, para mayor regularidad en el descargo de sus funciones. I.
De los sacerdotes (vv. 1–19). II. De los levitas (vv. 20–31).
Versículos 1–19
La referencia especial que a estas regulaciones hizo Esdras fue
de gran utilidad para poner en orden, al regreso de la cautividad, las
cosas de Dios. Comienza el capítulo con la distribución de los
sacerdotes de acuerdo con los hijos de Aarón (v. 1).
1. Esta distribución se hizo para reglamentar con orden el
descargo de las funciones del ministerio sacerdotal. Así también en
la iglesia, reino de sacerdotes y sacerdocio de reyes, cada miembro
tiene su oficio para bien de todo el Cuerpo de Cristo (Ro. 12:4, 5; 1
Co. 12:12).
2. La distribución se hizo por suertes, para que su disposición
fuese de Dios y se evitasen así disputas. Dios es Dios de paz tanto
como de orden.
3. Las suertes se echaron en público con gran solemnidad, en
presencia del rey, de los príncipes y de los sacerdotes, para que no
cupiese ni sospecha de manipulaciones fraudulentas.
4. El oficio que se les encomendó a estos sacerdotes fue presidir
en las cosas del santuario (v. 5), en sus diversos turnos y clases. Lo
que se había de decidir a suerte era sólo la precedencia, es decir,
quién había de servir primero y quién después. De los 24 jefes de
los sacerdotes, 16 eran de la casa de Eleazar y 8 de la de Itamar.
Se da a entender (v. 6) que el método de sacar las suertes era
designar una casa paterna para Eleazar y otra para Itamar. Los
dieciséis nombres de la de Eleazar se pusieron en una urna, los
otros ocho de Itamar en otra y se sacaban alternativamente hasta
que se acabasen los de Itamar, y los demás se adjudicaban a los de
Eleazar; pero es más probable que se sacasen por suerte dos de
Eleazar por cada uno de Itamar.
5. Entre las veinticuatro clases escogidas por suerte, la octava es
la de Abías (v. 10), la cual se menciona en Lucas 1:5 por ser la de
Zacarías, el padre del Bautista, con lo que se muestra que estos
turnos que David estableció, aunque se interrumpieron
probablemente en algunos malos reinados, y del todo durante la
cautividad de Babilonia, volvieron a funcionar hasta que los
romanos destruyeron el segundo templo.
Versículos 20–31La mayoría de los levitas aquí citados se mencionaron ya en el
capítulo 23:16 y ss. Pero aquí se mencionan como cabezas de los
veinticuatro turnos de levitas que habían de asistir a los sacerdotes
de los correspondientes veinticuatro turnos. Se hace notar (v. 31)
que fueron tratadas las primeras familias igual que las últimas, lo
cual significa que la precedencia se determinó, no por antigüedad,
sino conforme Dios indicó por medio de las suertes. Los hermanos
más jóvenes son tan aceptables para Cristo como los padres más
antiguos.
CAPÍTULO 25Después de organizar los turnos de sacerdotes y levitas, procede
David a distribuir igualmente por sus turnos a los cantores. I. Las
personas que fueron empleadas en este ministerio: Asaf, Hemán
Jedutún (v. 1), sus hijos (vv. 2–6) y otros expertos en el oficio (v. 7).
II. Se determina por suertes el orden en que habían de asistir (vv.
8–31).
Versículos 1–7I. Cantar las alabanzas de Dios es llamado aquí profetizar (vv. 1–
3). Ya tuvimos una indicación de esto en 1 Samuel 10:5; 19:20,
aunque allí entra el elemento probable de «trance», como es claro
en el caso de Eliseo (2 R. 3:15). No significa, pues, que hablasen en
nombre de Dios ni que tuviesen visiones, aunque de Hemán se nos
dice (v. 5) que era «vidente del rey en las cosas de Dios».
II. Este servicio se llama «la obra del ministerio» (v. 1; comp. Ef.
4:12). Así que estos cantores eran ministros y obreros. En nuestro
presente estado de corrupción y debilidad, ni aun este elevado
servicio puede ejecutarse sin trabajo y fatiga.
III. Hallamos aquí una gran variedad de instrumentos musicales
para acompañar al canto: arpas, salterios, címbalos (vv. 1, 6) y, si
traducimos literalmente la frase «para exaltar su poder», tenemos
«para levantar el cuerno», lo que podría quizá significar que Hemán
tocaba el único instrumento de viento (trompa o trompeta) entre los
de cuerda, o que estaba al frente de los que tocaban instrumentos
de viento (v. 5).
IV. El principal objetivo de esta música, tanto vocal como
instrumental, era la gloria y el honor de Dios. Y el objetivo de
perpetuar en la iglesia el canto sagrado es salmodiar al Señor
desde el fondo de nuestro corazón (v. Ef. 5:19); es de notar que el
Apóstol menciona eso a continuación de su exhortación a ser llenos
del Espíritu, como primer fruto de tal llenura.
V. Se toma nota (vv. 2, 6) de que esto se llevaba a cabo bajo las
órdenes del rey. Su interés por la observancia correcta de las
divinas instituciones, tanto antiguas como recientes, es un ejemplo
a todos los constituidos en autoridad para usar su poder a favor de
la religión.
VI. Los padres de las respectivas familias presidían este servicio:
Asaf, Hemán y Jedutún (v. 1), y los hijos, lo llevaban a cabo bajo la
dirección de sus padres (vv. 2, 3, 6). Es probable que Hemán Asaf y
Jedutún hubiesen sido educados en las escuelas de los profetas por
Samuel, quien había sido su fundador y presidente; entonces
habrían sido alumnos, pero ahora eran maestros. Salomón
perfeccionó lo que David había comenzado, así como David
perfeccionó lo que había comenzado Samuel.
VII. Había también otros, además de los hijos de esos grandes
maestros, que son llamados hermanos de ellos, instruidos en el
canto para Jehová, todos ellos maestros, en número de 288 (v. 7).
Estarían al frente de los 4.000 que David había designado para
alabar a Jehová (23:5) en todos los lugares en que hubiese sagrada
convocación, pues aun cuando los sacrificios instituidos por medio
de Moisés habían de ofrecerse sólo en un lugar, las alabanzas a
Dios han de ser expresadas y cantadas en todo lugar.
Versículos 8–31Al comienzo del presente capítulo se mencionan 24 personas
como hijos de Asaf, Hemán y Jedutún. Etán había sido el tercero
(6:44), pero es probable que hubiese muerto antes de esta nueva
organización del culto y que hubiese sido designado Jedutún en su
lugar (a no ser que Etán y Jedutún sean dos nombres de una
misma persona). Todos los 24, mencionados por sus nombres en
los versículos 2–4, habían de servir según el orden que determinara
la suerte.
I. Las suertes se echaron imparcialmente. Fueron distribuidos en
24 grupos de doce hombres cada uno, lo que hace la suma de 288,
quienes servían una semana por turno. La mención de las tres hijas
de Hemán se debe, probablemente, a que eran cantoras o
acompañaban el canto con instrumentos musicales (v. Sal. 68:25).
II. Dios determinó el orden como le plugo, sin tener en cuenta la
precedencia de edad o de aptitudes musicales (v. 8).
III. Es probable que fueran doce, unos para el canto y otros para
los instrumentos, los que formasen cada coro. Aprendamos también
nosotros a glorificar a Dios como un solo corazón, una sola mente y
una sola boca; sólo así puede haber «concierto».
CAPÍTULO 26La tribu de Leví había perdido importancia durante el tiempo de
los Jueces hasta que aparecieron Elí y Samuel. Pero en tiempo de
David gozaron de la más alta reputación. Fue un honor y una suerte
para esa tribu contar con levitas numerosos y expertos en todos los
servicios del santuario. Aquí se nos habla: I. De los que fueron
designados porteros (vv. 1–19). II. De los que fueron designados
tesoreros (vv. 20–28). III. De los que servían como escribas y
jueces por todo el país, encargados de la administración de los
asuntos públicos (vv. 29–32).
Versículos 1–19I. Había porteros encargados de guardar las entradas del
santuario, a fin de abrir y cerrar las puertas exteriores e instruir a los
que venían a adorar en los atrios del santuario para que lo hiciesen
con el mayor decoro, a animar a los tímidos y prohibir la entrada a
los extranjeros y a los ceremonialmente inmundos, y custodiar el
santuario contra los enemigos de la casa de Dios. Hallamos una
alusión a este oficio en las palabras de Jesús (Mt. 16:19) sobre las
llaves del reino de los cielos (v. el comentario a ese lugar).
II. De algunos entre los llamados a este servicio se dice que eran
valerosos y esforzados (v. 6), esforzados (v. 7), de gran valor para
el servicio (v. 8), y uno de ellos (v. 14) consejero entendido, esto es,
prudente y con visión. Siempre que Dios llama a alguien para un
servicio, o encuentra a los que son aptos, o los hace aptos.
III. Los hijos y nietos de Obed-edom, 62 en total, fueron
empleados en este oficio. Dios le había bendecido por la reverencia
y el gozo con que había custodiado el Arca. 1. Tenía ocho hijos (v.
5). 2. Sus hijos y los hijos de sus hijos fueron designados para
cargos de confianza en el santuario. Habían custodiado fielmente el
Arca en su propia casa y ahora se les encargaban servicios
importantes en la casa de Dios. El que observa las ordenanzas de
Dios en su propia tienda es apto para custodiarlas en el tabernáculo
de Dios (comp. con 1 Ti. 3:4, 5).
IV. De uno de ellos se dice que, aunque no era el primogénito, su
padre lo puso por jefe (v. 10), ya fuese porque era excelente, o
porque el primogénito era muy débil.
V. Los porteros, igual que los cantores, tenían designados por
suerte sus puestos: tantos en esta puerta, tantos en la otra, etc., a
fin de que cada cual conociese bien su puesto y actuase con
fidelidad en él.
Versículos 20–281. Había tesoros de la casa de Dios (v. 20), pues una casa
grande no puede estar sin un buen almacén de provisiones. Eran
tipo de la abundancia que hay en casa de nuestro Padre de los
cielos. En Cristo, el verdadero templo, están escondidos todos los
tesoros de Dios. 2. Además de estos tesoros procedentes de las
contribuciones ordinarias del pueblo (Lv. 27; Nm. 18:16 y 1 Cr. 29:7,
8) estaban los tesoros de las cosas santificadas (mejor, dedicadas),
en agradecimiento por la protección de Dios. Abraham dio a
Melquisedec el diezmo de los despojos (He. 7:4). En tiempos de
Moisés, los jefes del ejército, cuando volvían victoriosos, traían de
sus despojos ofrendas a Jehová (Nm. 31:50). Más recientemente,
esta piadosa costumbre había resurgido; no sólo Samuel y David,
sino también Saúl, Abner y Joab habían dedicado parte de sus
despojos al honor y sostén del santuario (v. vv. 26–28, así como
18:11 y 2 Cr. 5:1).
Versículos 29–32La magistratura es una ordenanza de Dios para el bien de la
Iglesia tanto como del Estado, pues el magisterio viene de Dios lo
mismo que el ministerio.
1. Los levitas eran empleados en la administración de la justicia
juntamente con los jefes y ancianos de las diversas tribus, ya que
estos últimos no serían tan expertos en la Ley como los levitas,
quienes tenían como parte de su oficio el estudio de la Ley. En
estos servicios no eran empleados los levitas que servían en el
santuario como cantores o porteros, o como asistentes de los
sacerdotes, pues cada persona tenía bastante con el servicio que
se le había asignado, y habría sido grave presunción asumir otras
funciones.
2. Tenían a su cargo toda la obra de Jehová y el servicio del rey
(vv. 30, 32). Administraban, pues, los negocios del país, tanto civiles
como religiosos: recoger los diezmos de Dios y las tasas del rey, así
como castigar las ofensas cometidas contra Dios y su honor, o
contra el gobierno y la paz pública, enfrentarse a la idolatría y a la
injusticia y cuidar de que se pusieran en ejecución las leyes contra
ambos crímenes.
3. Había más levitas empleados como escribas y jueces en las
dos tribus y media del otro lado del Jordán que en todas las demás
tribus juntas de este lado del río: 2.700, mientras que de este lado
sólo había 1.700 (vv. 30, 32). Esto se debía, tal vez, a que las tribus
del otro lado del Jordán no estaban provistas de jueces propios
como las otras, o porque, al estar más lejos de Jerusalén y más
cerca de las fronteras de las naciones paganas, tenían mayor
peligro de ser infectadas por la idolatría y, por tanto, necesitaban
más la ayuda de los levitas para impedirlo.
CAPÍTULO 27Aquí tenemos la lista: I. De los jefes militares que estaban al
frente de cada división, distribuidos por meses (vv. 1–15). II. De los
jefes de las distintas tribus (vv. 16–24). III. De los oficiales de la
corte (vv. 25–34).
Versículos 1–15Informe de la organización de la milicia del reino. David era
hombre de armas y procuró tener siempre a mano una fuerza militar
suficiente, aunque no fuese un ejército muy numeroso. 1. Tenía
constantemente en pie de guerra 24.000 hombres. Esto era
suficiente para asegurar la paz pública y la seguridad del país. 2.
Los cambiaba cada mes, de forma que la cifra total del ejército
sumaba 288.000 hombres, quizás una quinta parte de todos los
hombres aptos para las armas en el país. 3. Cada división o sección
tenía al frente un comandante en jefe. Todos ellos son mencionados
entre los valientes de David (2 S. 23 y 1 Cr. 11).
Versículos 16–34Se nos habla:
I. De los jefes de las tribus. Todavía se conservaba de la
organización llevada a cabo por Moisés en el desierto el que cada
tribu tuviese su jefe. No está claro si ejercían las funciones en el
plano militar como ayudantes de los comandantes en jefe, o en el
plano judicial como presidentes de los tribunales de justicia. Es de
suponer que su poder, ahora que todas las tribus estaban bajo la
jurisdicción del rey, no sería tan grande como antes, cuando las
tribus actuaban con frecuencia de forma independiente.
II. Del censo del pueblo (vv. 23, 24). Con respecto a esto se nos
dice: 1. Que cuando David ordenó censar al pueblo, prohibió que se
contasen los de veinte años para abajo. 2. Que dicho censo, al
provenir del orgullo del corazón de David, no produjo buenos
resultados, pues ni se terminó de hacer, ni se hizo con exactitud, ni
fue jamás registrado como censo oficial del reino. Joab lo hizo con
repugnancia y sin interés; David se avergonzó después de este
censo y quiso que se olvidase, ya que, a causa de él, vino la ira de
Dios sobre Israel.
III. De los oficiales de la corte. 1. Los administradores de la
hacienda del rey (v. 31) o superintendentes de los ingresos del rey
procedentes de la agricultura y del ganado. David era gran soldado,
gran músico y poeta, gran príncipe; pero, además, era un gran amo
y administrador de su hacienda. 2. Sus asistentes pesonales eran
hombres eminentes por su prudencia. Su tío Jonatán, varón
prudente y escriba (hebr. sofer = instruido, culto, mejor que
«escriba»), era su consejero (v. 32). Husay (v. 33), hombre muy
honesto, fue su compañero y confidente.
CAPÍTULO 28Llegamos ya al final del reinado de David. Este final aparece en 1
Crónicas más brillante que en el comienzo de 1 Reyes. I. David
convoca una convención general de los principales del pueblo (v. 1).
II. Hace una solemne declaración del privilegio que Dios mismo
había otorgado a Salomón, tanto en cuanto a la sucesión de la
corona como en la obra de la edificación del templo (vv. 2–7). III.
Exhorta tanto al pueblo como a su hijo Salomón a que sirvan a Dios
de todo corazón y observen sus preceptos (vv. 8–10). IV. Entrega a
Salomón el plano del templo y le provee de los materiales para la
construcción (vv. 11–19). V. Anima a su hijo a llevar a cabo esta
empresa (vv. 20–21).
Versículos 1–10
David había servido a su propia generación según la voluntad de
Dios (Hch. 13:36), pero ahora le llega la hora de morir y, como tipo
del Hijo de David, cuanto más cerca está de su fin, más ocupado se
halla.
I. Convoca a todos los principales de las tribus de Israel para
poder despedirse de todos (v. 1), como lo habían hecho Moisés (Dt.
31:28) y Josué (Jos. 23:2; 24:1).
II. Se dirige a ellos con respeto mezclado de gran ternura. No
sólo se levantó de su lecho, sino también de su silla, «poniéndose
en pie» (v. 2), por reverencia a Dios, cuya voluntad iba a declarar, y
por respeto a esta solemne asamblea de Israel de Dios, ante la que,
aun siendo él el soberano, se tenía por inferior al conjunto de los
representantes del pueblo. Se había complacido demasiado en que
eran siervos suyos (21:3), pero ahora los llama hermanos (v. 2), a
quienes amaba, no sus siervos, en quienes mandaba.
III. Les declara el deseo que tenía de edificarle templo a Dios y la
prohibición de Dios a que lo edificase él (vv. 2, 3). Él ha servidó al
pueblo con la espada; otro debe servir a Dios con la plomada. Los
tiempos de edificar son tiempos de paz (Hch. 9:31).
IV. Les presenta sus derechos, y después los de su hijo, a la
corona. Ambos eran, sin duda, por elección divina. 1. Judá no era el
hijo mayor de Jacob, pero Dios escogió su tribu para que a ella
estuviese vinculado el cetro, y así lo profetizó Jacob (Gn. 49:10). 2.
No aparece en ningún lugar que la familia de Isaí fuese la más
antigua dentro de esa tribu. 3. David era el más joven de los hijos
de Isaí pero plugo a Dios que él fuera el rey de Israel. 4. Salomón
era uno de los más jóvenes hijos de David, pero plugo a Dios que
se sentara en el trono de su padre pues era el más adecuado, por
su sabiduría y buena inclinación, para edificar el templo.
V. Les descubre los benévolos propósitos de Dios con respecto a
Salomón (vv. 6, 7): «A éste he escogido por hijo—dice Dios—, y yo
le seré a él por padre». De él dijo Dios, como en figura del que
había de venir: 1. Él edificará mi casa (v. 6). Cristo es el fundador y
el fundamento del templo del Evangelio. 2. Yo confirmaré su reino
para siempre (v. 7). Esto ha de tener cumplimiento pleno y perfecto
en el reino mesiánico, cuyo cetro estará en las manos de Cristo
para siempre (Is. 9:7; Lc. 1:33). En cuanto a Salomón esta promesa
del establecimiento de su reino es condicional: «Si él se esfuerza en
poner por obra mis mandamientos y mis decretos, como lo hace
hoy» (v. 7).
VI. Les encarga que se adhieran firmemente a Dios y a su deber
(v. 8). 1. Objeto del encargo: «Guardad e inquirid todos los
preceptos de Jehová vuestro Dios». Jehová era su Dios, así que los
mandamientos de Jehová debían ser su norma. Deben inquirir
acerca de este deber, escudriñar las Escrituras, tomar consejo
buscar la Ley de la boca de quienes tenían por cargo guardar este
conocimiento, y orar a Dios para que les enseñase y guiase. 2. La
solemnidad del momento. Les hizo el encargo ante los ojos de todo
Israel, como si dijese: «Dios es testigo, y esta asamblea es testigo,
de que se os ha dado un buen consejo y un aviso a tiempo, si no
hacéis caso, será culpa vuestra; Dios y los hombres darán
testimonio contra vosotros» (v. 1 Ti. 5:21; 2 Ti. 4:1). 3. El motivo
para guardar con esmero este encargo: Era el único modo de
continuar en pacífica posesión de la buena tierra que Dios les había
dado y de que sus descendientes la heredaran.
VII. Concluye con un encargo al propio Salomón (vv. 9, 10), pues
tenía sumo interés en que Salomón fuese piadoso.
1. El encargo que le da. Había nacido junto a la casa de Dios y
tenía el deber de adherirse a Dios; había sido educado en la casa
de Dios y estaba obligado a serle agradecido.
2. Los argumentos con que refuerza este encargo: (A) Dos
argumentos de carácter general: (a) Dios conoce los secretos de los
corazones, incluidos los de los reyes, para los cuales no hay
investigación posible por parte de otros hombres (Pr. 25:3). (b)
Nuestra felicidad aquí y en la otra vida depende de si buscamos o
no a Dios (v. 9; comp. con He. 11:6): «Si tú le buscas, lo hallarás;
mas si lo dejas, Él te desechará para siempre». Dios a nadie
abandona, a no ser que el hombre le abandone primero a Él. (B)
Otro argumento de carácter especial para Salomón (v. 10); «Jehová
te ha elegido para que edifiques casa para el santuario». Esto
obligaba especialmente a Salomón a buscar y servir a Dios, a fin de
que tal obra se realizase basada en un buen principio, llevada a
cabo de la manera correcta y aceptada por Dios.
3. Los medios que le prescribe, lo cual tiene aplicación para
todos nosotros: (A) Precaución: «Mira, pues …». Como si dijese:
«Ten cuidado de todo lo que sea malo o conduzca al mal». (B)
Valentía: «Esfuérzate y hazla». No podremos hacer nuestros
trabajos bien a menos que pongamos resolución en ello y
acudamos en busca de fuerzas a la gracia de Dios.
Versículos 11–21En cuanto al encargo que dio David a Salomón de buscar a Dios
y servirle, el libro de la Ley era la única norma y no necesitaba otra;
pero, en cuanto a la construcción del templo, David le da tres cosas:
1. Un modelo del edificio, pues había de ser un templo que ni él
ni sus arquitectos habían visto jamás. A Moisés le fue mostrado en
el monte un modelo de tabernáculo (He. 8:5); así le fue trazado a
David el diseño del templo por la mano de Jehová (v. 19). David le
dio este diseño a Salomón a fin de que supiese lo que tenía que
emplear para la construcción y la forma en que se había de llevar a
cabo la obra. Le dio una lista de los turnos de los sacerdotes y los
modelos de los utensilios del ministerio (v. 13), así como el diseño
del carro de los querubines (v. 18), pues los ángeles son llamados
los carros de Dios (Sal. 68:17). Además de los dos querubines que
estaban sobre el propiciatorio, habría otros dos mucho más
grandes, cuyas alas llegasen de pared a pared (1 R. 6:26 y ss.).
2. Materiales para los utensilios más costosos del templo. Para
que en todo se ajustasen al diseño, hizo pesar la cantidad exacta
tanto de oro como de plata (v. 14). En el tabernáculo había un solo
candelabro; pero en el templo había diez (1 R. 7:49), además de los
candeleros de plata (v. 15), que es de suponer que fuesen
candeleros de mano. En el tabernáculo había una sola mesa; pero
en el templo, además de la mesa de los panes de la proposición,
había otras diez para otros usos (2 Cr. 4:8), además de las mesas
de plata, pues al ser el templo de proporciones mucho mayores que
el tabernáculo, habría parecido casi vacío si no tenía el mueblaje
correspondiente a sus proporciones. Del oro para el altar del
incienso se dice que era oro acrisolado (v. 18—mejor que puro), es
decir, refinado a fuego, más puro que el resto del oro; pues era tipo
de la intercesión de Cristo, más puro y perfecto que la cual no hay
nada.
3. Instrucciones para ver adónde mirar en primer lugar (v. 20):
«Jehová Dios, mi Dios, estará contigo; el Dios a quien he escogido
y servido, que ha estado siempre conmigo y me ha protegido, y al
que, por mi propia experiencia de su poder y bondad, te
encomiendo a ti, Él estará contigo para dirigirte, instruirte,
fortalecerte y prosperarte; no te dejará ni te abandonará». Podemos
estar seguros de que el Dios que tuvo por suyos a nuestros padres
y les protegió a lo largo de su vida, nos protegerá también a
nosotros si, como ellos, le somos fieles, y no nos abandonará
mientras tenga trabajo que hacer en nosotros o por medio de
nosotros. «Además, le dice, un grupo de buenas personas estarán
contigo en toda la obra» (v. 21). Los sacerdotes y levitas tenían el
deber de aconsejarle, así como él tenía el deber de consultarles. Le
dice que estos ayudadores son «voluntarios e inteligentes», dos
estupendas cualidades de todo obrero, especialmente de los que
trabajan en el templo.
4. Finalmente, la seguridad de que los príncipes y todo el pueblo,
lejos de oponerse a la obra o tratar de retrasarla, estarán totalmente
dispuestos a ejecutar todas sus órdenes, a fin de acelerarla y
esmerarse en que salga perfecta.
CAPÍTULO 29Antes de despedir la congregación, David: I. Les urgió a
contribuir, según las posibilidades de cada uno a la construcción y
al mueblaje del templo (vv. 1–5). II. Ellos hicieron sus donativos con
gran generosidad (vv. 6–9). III. Él ofreció a Dios, en esta ocasión,
solemnes oraciones y alabanzas (vv. 10–20), con sacrificios (vv. 21,
22). IV. Luego fue entronizado Salomón con gran regocijo y
magnificencia (vv. 23–25). V. David, después, terminó su curso en
esta vida (vv. 26–30). Y resulta difícil decir cuál brilla más aquí, el
sol poniente o el sol saliente.
Versículos 1–9I. David urgió a los representantes de los israelitas a procurar
contribución para las obras del templo. Sin imponerles como tributo
lo que habían de darles hace ver que es una estupenda ocasión
para hacer ofrendas voluntarias, puesto que lo que se emplea en
obras de piedad y de caridad ha de darse de corazón, no por fuerza
«Dios ama al dador alegre» (2 Co. 9:7).
1. Habían de tener en cuenta que Salomón era muy joven y
necesitaba ayuda; pero, al fin y al cabo, era la persona que Dios
había escogido para llevar a cabo esta obra.
2. También habían de considerar que la obra era colosal y todas
las manos debían contribuir a sacarla adelante. Él ha hecho
grandes preparativos para ella. No piensa echar sobre ellos toda la
carga, pero quiere que muestren su buena voluntad y añadan a lo
que él ha preparado (v. 2): «Yo con todas mis fuerzas he preparado
para la casa de mi Dios».
3. Les da con ello un buen ejemplo. De su fortuna personal había
ofrecido generosamente para el embellecimiento y enriquecimiento
de la casa de Dios 3.000 talentos de oro y 7.800 de plata (vv. 4, 5),
y ello porque tenía puesto su corazón en la casa de su Dios. Así
que les anima a hacer lo mismo (v. 5): «¿Y quién quiere hacer hoy
ofrenda voluntaria a Jehová?» Hemos de hacer del servicio de Dios
asunto de nuestra mayor incumbencia o, como dice literalmente el
texto sagrado, «llenar nuestras manos para Jehová». El llenar
nuestras manos con el servicio de Dios da a entender que hemos
de servirle a Él solo, con toda generosidad y con toda la fuerza que
nos preste la gracia recibida de Él (comp. 1 Co. 15:10).
II. Cuán generosamente contribuyeron ellos a la construcción del
templo luego que fueron animados de tal modo por el rey. Su
liberalidad se muestra en la suma de sus contribuciones (vv. 7, 8).
Dieron como príncipes de Israel. Se alegró el pueblo (v. 9) de haber
tenido la ocasión de honrar a Dios con el fruto de sus labores y de
contribuir a que se llevase pronto a cabo esta gran obra. Asimismo
se alegró mucho el rey David (v. 10) de que su hijo y sucesor
tuviese en torno suyo a tantas personas interesadas en la casa de
Dios, y de que esta obra, en la que tenía puesto su corazón, portase
todas las señales de que iba a llevarse a cabo perfectamente.
Versículos 10–22I. David se dirige ahora solemnemente a Dios (v. 10): Bendijo a
Jehová delante de toda la congregación. Los salmos de David,
hacia el final del libro de los Salmos, son en su mayor parte salmos
de alabanza. Cuanto más cerca estamos del mundo de las eternas
alabanzas, tanto mejor habríamos de hablar el lenguaje de ese
mundo y hacer la obra de ese mundo. En esta oración:
1. David adora a Dios y le tributa la gloria debida al Dios de
Israel, bendito por siempre. La oración que nos dejó el Salvador
termina con una doxología parecida a la que encabeza la oración de
David (v. 11): «Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la
gloria, la victoria y el honor». Esto es verdadera alabanza de Dios,
con santo pavor y reverencia, reconocer: (A) Sus infinitas
perfecciones. Él es la fuente y el centro de todo cuanto hay de
hermoso y bendito. Suya es la magnificencia, pues su grandeza es
inmensa e incomprensible. Suyo, el poder, pues es omnímodo e
irresistible. Suya, la gloria, pues es el fin que Dios se propone y al
que toda la creación tiende por voluntad suya. Suya, la victoria,
pues Él prevalece contra todos y puede subyugar todo a su imperio.
Y suyo es el honor, su majestad inefable e inconcebible. (B) Su
dominio soberano, como dueño absoluto y legítimo poseedor de
todo: «Todas las cosas que están en los cielos y en ta tierra son
tuyas. Tuyo oh Jehová es el reino, y tú eres excelso sobre todos,
pues todos los reyes son súbditos tuyos». (C) Su munificencia
universal. Todas las riquezas y todos los honores que poseen los
hombres se los deben a Dios. Lo que le damos no es sino una
mínima parte de lo que recibimos de Él.
2. Reconoce agradecido la gracia de Dios que le capacita para
contribuir tan gozosamente a la edificación del templo (vv. 13, 14):
«Ahora, pues, Dios nuestro, nosotros alabamos y loamos tu glorioso
nombre». Siempre es una prueba del poder de la gracia de Dios en
nosotros el que podamos hacer de buena gana la obra de Dios.
3. Habla muy humildemente de sí mismo, de su pueblo y de las
ofrendas que acaban de presentar a Dios. (A) En cuanto a sí mismo
y a los que se habían unido a él, aun cuando eran jefes del pueblo
se admira de que Dios se haya fijado en ellos y haya hecho tanto
por ellos (v. 14): «¿Quién soy yo y quién es mi pueblo …?» Y añade
(v. 15): «Nosotros, extranjeros y advenedizos somos delante de ti …
y nuestros días sobre la tierra, cual sombra que no dura». Nuestra
vida en este mundo es efímera, flor de un día, vana sombra que
pasa para desembocar en una perfecta luz o en una total oscuridad.
(B) En cuanto a las ofrendas, dice (v. 14): «De lo recibido de tu
mano te damos». Y de nuevo (v. 16): «Toda esta abundancia que
hemos preparado … de tu mano es». «El que se gloría, gloríese en
el Señor» (1 Co. 1:31).
4. Ora a Dios por el pueblo y por Salomón, para que continúen
como han empezado. En su oración se dirige a Dios como al Dios
de Abraham, de Isaac y de Israel (v. 18), un Dios que pactó con
ellos, y por nosotros en atención a ellos.
(A) Por el pueblo ora que lo que ha puesto en el corazón de ellos
lo conserve allí perpetuamente, para que abriguen los mismos
pensamientos y sentimientos que ahora parecen tener. Todo en
nuestra vida depende de los pensamientos que abrigamos en
nuestro corazón, lo que queremos y aquello en que nos gusta
pensar. El Apóstol da a esto gran importancia (Fil. 4:8). El cuerpo
vive de lo que come; el espíritu vive de lo que piensa (v. Pr. 23:7). Y
si algo bueno se ha posesionado de nuestro corazón o del corazón
de nuestros amigos, conviene encomendarlo a la gracia de Dios
para que lo conserve.
(B) Por Salomón ora (v. 19) que le de Dios corazón perfecto, esto
es, recto, íntegro. No pide que le de Dios riquezas, honores ni
siquiera sabiduría, sino que le de un corazón sincero para con Dios,
pues eso es lo mejor de todo. El deseo de edificar este templo no
era suficiente para demostrar que su corazón era perfecto, si no
estaba resuelto a guardar los mandamientos de Dios. El contribuir a
la construcción de iglesias no nos salvará si vivimos en
desobediencia a las leyes de Dios.
II. El regocijo de toda la asamblea en esta gran solemnidad. 1.
Se unieron a David en la adoración de Dios. A la exhortación de
David (v. 20: «Bendecid ahora a Jehová vuestro Dios»)
respondieron ellos haciendo inclinación delante de Jehová y del rey,
tras bendecir a Dios. La verdadera adoración a Dios, en espíritu y
en verdad, no consiste tanto en inclinar la cabeza cuanto en elevar
el corazón. 2. Pagaron sus respetos al rey considerándole como a
instrumento en la mano de Dios de los bienes que poseían, así que,
al honrarle a él, honraban a Dios. 3. Al día siguiente ofrecieron a
Dios abundantes sacrificios (v. 21). 4. Hicieron fiesta y se
regocijaron delante de Dios (v. 22). 5. Por segunda vez hicieron rey
a Salomón. Como había sido ungido a toda prisa, con motivo de la
rebelión de Adonías, pensaron que era conveniente repetir la
ceremonia, para mayor satisfacción del pueblo: «Ante Jehová te
ungieron por príncipe».
Versículos 23–30
Estos versículos traen a Salomón al trono y se llevan a David al
sepulcro.
I. Aquí tenemos a Salomón como el sol que sale (v. 23): «Y se
sentó Salomón por rey en el trono de Jehová». El trono de Israel es
llamado el trono de Jehová, no sólo porque Él es el Rey de todas
las naciones, y todos los reyes reinan bajo su imperio, sino porque
era de manera muy especial Rey de Israel (1 S. 12:12). El reinado
de Salomón era tipo del reinado del Mesías, cuyo es el trono de
David su padre (Lc. 1:32). Salomón comenzó bien su reinado, pues:
1. Su pueblo le rindió el honor que le era debido (v. 23): «Le
obedeció todo Israel» esto es, le juraron lealtad. Dios les inclinó el
corazón a que lo hiciesen así, a fin de que su reinado fuese pacífico
desde el principio. Su padre era mejor hombre que él y, sin
embargo, llegó al trono con gran dificultad, con mucha tardanza y
poco a poco. David tenía más fe, por eso, fue probado más. El v. 24
dice que todos los príncipes y poderosos, y todos los hijos del rey
David, prestaron homenaje al rey Salomón. El hebreo dice
literalmente: «dieron mano bajo Salomón el rey». Esta frase es
interpretada de dos maneras distintas (nota del traductor):
«Pusieron su mano debajo de la mano de Salomón», para besar el
dorso de la mano del rey. Ésta es la interpretación de Jamieson-
Fausset-Brown, quienes aducen como ejemplo 2 Reyes 10:15. M.
Henry lo interpreta—mejor, en mi opinión—: «Pusieron la mano bajo
el muslo de Salomón», pues ésta era la forma antigua de jurar.
Efectivamente, véase Génesis 24:2; 47:29.
2. Dios también le honró, ya que quienes rinden honor a Dios de
Dios reciben honor (v. 25): «Y Jehová engrandeció en extremo a
Salomón». Ninguno de los jueces ni de los reyes que le habían
precedido vivió en medio de tanta pompa y tal esplendor como los
que tuvo Salomón.
II. También tenemos aquí la puesta de sol de David, la salida de
aquel gran hombre del escenario de la vida presente. E1 historiador
sagrado lo lleva al fin de sus días, lo deja dormido y corre las
cortinas del dormitorio.
1. Da un resumen de los años de su reinado (vv. 26, 27).
2. Da otro informe resumido de su muerte (v. 28): «Murió en
buena vejez, lleno de días, de riquezas y de gloria». Honrado por
Dios y por los hombres. Había sido hombre de guerra desde su
juventud pero fue preservado a través de todos los peligros de la
vida militar, vivió hasta una buena vejez (unos setenta años) y murió
en paz, en su lecho, lecho de honor. Para más detalles, el
historiador hace referencia a los anales existentes aquellos días, los
cuales habían sido redactados por Samuel y continuados, después
de su muerte, por Natán y Gad (v. 29).