05 la noche de los versos

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El Heraldo Hispano 03 de Diciembre de 2014 Página 7 LA NOCHE DE LOS VERSOS Era la noche del 1 de noviembre, fecha en que se celebra el Día de Todos los Santos, en Guatemala; fiesta religiosa que antecede al Día de los Difuntos, el 2 de noviembre. Estábamos reunidos en la vivienda de la tía Elsita, allá en San Luis Jilotepeque, muy al oriente de nuestro país. Aquella construcción aún conserva, tras el revestimiento de sus paredes, algunos muros de adobe, material con el que originalmente fue construida hace casi cien años. Es un sitio emblemático para nuestra familia. Allí nacieron mi madre, mis tíos y tías, lo que nos ha motivado a elegirla como punto de reunión familiar en diversas ocasiones especiales, sin faltar las celebraciones de Navidad y Año Nuevo todos los años. Pero, el motivo de nuestra reunión aquella noche de luna llena era muy especial: desde hacía varias semanas habíamos planificado con un amigo que venía de paseo, desde Estados Unidos, una convivencia fraternal, donde unos pocos familiares y amigos tuviéramos la oportunidad de compartir un momento de inspiración. No había un programa o una secuencia para la participación de los que asistieran; ni siquiera estábamos seguros de quiénes estarían presentes. Pero estábamos convencidos de que la pasaríamos bien y en nuestras mentes sería imborrable aquella velada. Por fin llegó la hora. A las siete de la noche empezamos a llegar los convocados. Allí estaba tía Elsita sonriente, sentada en su sofá, vestida con un lindo traje azul. A sus ochenta y cinco años, nuestra anfitriona conserva el optimismo de una jovencita de quince. Mi madre, mi familia y un servidor, procedentes de la ciudad capital, estábamos hospedados en una casa de la vecindad, así que fuimos los primeros en llegar. Momentos después apareció don Óscar Argueta un poeta sanluiseño radicado en Mount Pleasant, Iowa, vestido con un elegante traje y corbatín. Luego vino don Obispo Martínez con su familia, entre ellos su hijo Nelson, quien aspira a ser un prodigioso poeta; iba dispuesto a demostrar sus dotes artísticos. El profesor Carlos López, quien también tiene gran inclinación por la poesía no podía faltar; llegó acompañado de su esposa Glenda y su hijo mayor José Carlos, de diecinueve años de edad, quien es orador y un apasionado por la música. Aquella escena era de ensueño: tres generaciones de sanluiseños, a quienes el destino ha llevado por distintos caminos, pero con algo en común: la pasión por el arte y la poesía. Alguien tenía que “romper el hielo”, así que empecé cantando la canción que compuse para mi pueblo: “Mi Querido San Luis”. Enseguida se hicieron escuchar las intervenciones oportunas de mis paisanos, quienes alternaron uno y otro poema de esos que erizan la piel y arrancan lágrimas. La tía Elsita declamó los versos de “El Nocturno a Rosario” del mejicano Manuel Acuña; además recitó una poesía dedicada a las madres e improvisó una autobiografía impresionante. Don Óscar emotivamente disertó “Lo Fatal”, de Rubén Darío; “La Higuera” de Juana de Ibarbourou; y “Para Entonces”, escrito por Manuel Gutiérrez. Por mi parte, fui cantando algunas canciones del recuerdo, que fueron solicitadas por la concurrencia. Las cuerdas vocales y el corazón del joven Nelson, vibraron con “En Paz”, de Amado Nervo, “El Cristo de la Quebrada” y “Enrique el Campesino” de Abelardo Cano. José Carlos, acompañado de su guitarra, interpretó las melodías “Apnea” y “Animal Nocturno” del compatriota Ricardo Arjona. Glenda, su madre, narró la mítica crónica de su padre, en una noche de cacería. Finalmente el profesor Carlos tuvo a bien leer algunos poemas escritos por don Óscar, los cuales estaban enmarcados con fotografías de paisajes y personajes sanluiseños e iban a ser donados a la biblioteca del pueblo. Entre verso y verso nos dieron las diez de la noche. Queríamos continuar, pero don Óscar tenía otro compromiso importante: debía ir a compartir cuentos y poesías con un grupo de paisanos que viven en las orillas del pueblo. Le ofrecí trasladarlo en una motocicleta a su destino, a lo cual accedió. Nos despedimos con un mutuo agradecimiento; satisfechos por haber compartido con familiares y amigos un momento cultural muy especial que quedará grabado en nuestras mentes y corazones: la noche de los versos. "Alguien tenía que “romper el hielo”, así que empecé cantando la canción que compuse para mi pueblo: “Mi Querido San Luis”. Enseguida se hicieron escuchar las intervenciones oportunas de mis paisanos, quienes alternaron uno y otro poema de esos que erizan la piel y arrancan lágrimas..."

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El Heraldo Hispano 03 de Diciembre de 2014 Página 7

LA NOCHE DE LOS VERSOS

Era la noche del 1 de noviembre, fecha en que se celebra el Día de Todos los Santos, en Guatemala; fiesta religiosa que antecede al Día de los Difuntos, el 2 de noviembre. Estábamos reunidos en la vivienda de la tía Elsita, allá en San Luis Jilotepeque, muy al oriente de nuestro país. Aquella construcción aún conserva, tras el revestimiento de sus paredes, algunos muros de adobe, material con el que originalmente fue construida hace casi cien años. Es un sitio emblemático para nuestra familia. Allí nacieron mi madre, mis tíos y tías, lo que nos ha motivado a elegirla como punto de reunión familiar en diversas ocasiones especiales, sin faltar las celebraciones de Navidad y Año Nuevo todos los años. Pero, el motivo de nuestra reunión aquella noche de luna llena era muy especial: desde hacía varias semanas habíamos planificado con un amigo que venía de paseo, desde Estados Unidos, una convivencia fraternal, donde unos pocos familiares y amigos tuviéramos la oportunidad de compartir un momento de inspiración. No había un programa o una secuencia para la participación de los que asistieran; ni siquiera estábamos seguros de quiénes estarían presentes. Pero estábamos convencidos de que la pasaríamos bien y en nuestras mentes sería imborrable aquella velada. Por fin llegó la hora. A las siete de la noche empezamos a llegar los convocados. Allí estaba tía Elsita sonriente, sentada en su sofá, vestida con un lindo traje azul. A sus ochenta y cinco años, nuestra anfitriona conserva el optimismo de una jovencita de quince. Mi madre, mi familia y un servidor, procedentes de la ciudad capital, estábamos hospedados en una casa de la vecindad, así que fuimos los primeros en llegar. Momentos después apareció don Óscar Argueta un poeta sanluiseño radicado en Mount Pleasant, Iowa, vestido con un elegante traje y corbatín. Luego vino don Obispo Martínez con su familia, entre ellos su hijo Nelson, quien aspira a ser un prodigioso poeta; iba dispuesto a demostrar sus dotes artísticos. El profesor Carlos López, quien también tiene gran inclinación por la poesía no podía faltar; llegó acompañado de su esposa

Glenda y su hijo mayor José Carlos, de diecinueve años de edad, quien es orador y un apasionado por la música. Aquella escena era de ensueño: tres generaciones de sanluiseños, a quienes el destino ha llevado por distintos caminos, pero con algo en común: la pasión por el arte y la poesía. Alguien tenía que “romper el hielo”, así que empecé cantando la canción que compuse para mi pueblo: “Mi Querido San Luis”. Enseguida se hicieron escuchar las intervenciones oportunas de mis paisanos, quienes alternaron uno y otro poema de esos que erizan la piel y arrancan lágrimas. La tía Elsita declamó los versos de “El

Nocturno a Rosario” del mejicano Manuel Acuña; además recitó una poesía dedicada a las madres e improvisó una autobiografía impresionante. Don Óscar emotivamente disertó “Lo Fatal”, de Rubén Darío; “La Higuera” de Juana de Ibarbourou; y “Para Entonces”, escrito por Manuel Gutiérrez. Por mi parte, fui cantando algunas canciones del recuerdo, que fueron solicitadas por la concurrencia. Las cuerdas vocales y el corazón del joven Nelson, vibraron con “En Paz”, de Amado Nervo, “El Cristo de la Quebrada” y “Enrique el Campesino” de Abelardo Cano. José Carlos, acompañado de su guitarra, interpretó las melodías “Apnea” y

“Animal Nocturno” del compatriota Ricardo Arjona. Glenda, su madre, narró la mítica crónica de su padre, en una noche de cacería. Finalmente el profesor Carlos tuvo a bien leer algunos poemas escritos por don Óscar, los cuales estaban enmarcados con fotografías de paisajes y personajes sanluiseños e iban a ser donados a la biblioteca del pueblo. Entre verso y verso nos dieron las diez de la noche. Queríamos continuar, pero don Óscar tenía otro compromiso importante: debía ir a compartir cuentos y poesías con un grupo de paisanos que viven en las orillas del pueblo. Le ofrecí trasladarlo en una motocicleta a su destino, a lo cual accedió. Nos despedimos con un mutuo agradecimiento; satisfechos por haber compartido con familiares y amigos un momento cultural muy especial que quedará grabado en nuestras mentes y corazones: la noche de los versos.

"Alguien tenía que “romper el hielo”, así que

empecé cantando la canción que compuse para mi pueblo: “Mi

Querido San Luis”. Enseguida se

hicieron escuchar las intervenciones oportunas de mis paisanos, quienes

alternaron uno y otro poema de esos que erizan la piel y arrancan

lágrimas..."