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ECONOMÍA RURAL

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Efectos de los desastres naturales en la economía rural de Hispanoamérica durante el siglo XVII

María Eugenia Petit-Breuilh SepúlvedaUniversidad de Huelva

Los desastres en general han sido definidos como fenómenos que afectan direc-tamente a las personas y/o sectores productivos provocando daños de consideración a la infraestructura física y de servicios; al mismo tiempo empeoran las condiciones de vida de diversos sectores de la población alterando su actividad cotidiana1. Por estas razones, se suele dar la denominación de desastres naturales a aquellos sucesos catastróficos relacionados de alguna manera con procesos geológicos (terremotos, erupciones volcánicas, tsunamis o remociones en masa), climatológicos (sequías, inundaciones o huracanes) o biológicos (plagas o epidemias). En este sentido, cual-quiera de los fenómenos antes mencionados desempeña un papel importante como iniciadores de los desastres, aunque no son la causa; ésta es de naturaleza múltiple y debe buscarse fundamentalmente en las características socioeconómicas y ambienta-les de la región impactada2. A este respecto, actualmente está admitido que las catás-

1 ESPINOZA, G.: «El manejo de los desastres naturales: conceptos y definiciones básicas aplicadas a Chile», Medio Ambiente y urbanización, año 8, núm. 30 (1990), p. 21. Número especial, Desastres y vul-nerabilidad en América Latina. PETIT-BREUILH, Mª. E.: «Los desastres naturales en América: El aporte de la geografía histórica en el caso de Chile», Revista Rábida, núm. 18 (1999), p. 25.

2 Vid. FEDEROVISKY, S.: «Influencias de la urbanización en un desastre: el caso del área metro-politana de la ciudad de Buenos Aires», Medio Ambiente y urbanización, año 8, núm. 30 (1990), p. 31. HERZER, H.: «Los desastres naturales no son tan naturales como parecen», Medio Ambiente y urbanización, año 8, núm. 30 (1990), p. 4.

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trofes naturales —a diferencia de lo que se pensaba en siglos pasados— no respon den a actos divinos, sino que están íntimamente ligadas a las decisiones realizadas por una sociedad. Por ello, en esta investigación se pretende identificar el efecto que provocaron los desastres naturales en la economía rural de Hispanoamérica durante el siglo XVII, al tiempo que se busca reconocer las distintas vulnerabilidades regio-nales que se dieron en aquella época para que llegaran a producirse esas situaciones de pérdidas.

Las fuentes utilizadas para desarrollar este trabajo han sido manuscritas e impresas y se ha procurado acceder a los originales o primeras ediciones cuando ha sido posible. En este sentido, las crónicas de Indias a pesar de que tienen cierto grado de subje-tividad no dejan de representar una de las pocas fuentes directas susceptibles de ser utilizadas para el estudio de los desastres naturales que afectaron a Hispanoamérica durante el XVII. Por su parte, los relatos de viajeros y las relaciones geográficas han sido fundamentales para completar la información relacionada con los terremotos, tsunamis, sequías, inundaciones, y erupciones volcánicas, además de las descripciones que aportaron sobre la sociedad americana. Debido a que este estudio tiene una dimen-sión histórico-geográfica ha requerido, además, de la utilización de cartografía históri-ca del siglo XVII y de un detallado análisis de la toponimia para evitar la pérdida de información originada por los cambios de nombres geográficos en América. Por otra parte, el área de estudio abarca alrededor de 8.000 kilómetros, desde México hasta el sur de Chile. La metodología se ha basado en la selección de 73 casos de la cronolo-gía que he elaborado sobre los desastres naturales que han afectado a Hispanoamérica durante el siglo XVII; de este modo, de un listado amplio de sucesos catastróficos documentados se han considerado los que —según las fuentes consultadas— causaron víctimas humanas y, además, dañaron la economía rural, ya fuera originando pérdidas en las cosechas, en la ganadería o en la producción en general.

EFECTOS DE LOS DESASTRES NATURALES EN EL MUNDO URBANO Y RURAL DE HISPANOAMÉRICA

El análisis crítico de la información histórica seleccionada demuestra que los terre-motos, dentro del conjunto de los desastres naturales, fueron los que se produjeron con mayor frecuencia durante el siglo XVII causando importantes pérdidas económicas en las ciudades Hispanoamericanas (Gráfico núm. 1). Este hecho se explica debido a que la energía liberada en cada seísmo de gran magnitud provocaba la ruina y el des-plome de las viviendas y edificios públicos que no estaban construidos para soportar este tipo de fenómenos, trayendo como consecuencia numerosas muertes de personas; por el contrario, en el espacio rural, los procesos naturales que causaron mayores pérdidas a la economía fueron aquellos que se dieron de manera combinada. En este

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sentido se encuentran documentos de la época que reseñan terremotos asociados a remociones en masa, erupciones volcánicas y/o cambios geomorfológicos en el terreno (Gráfico núm. 2).

Sin duda, los resultados que arrojan los datos estadísticos con respecto a la alta frecuencia de desastres naturales están relacionados directamente con las áreas geográficas que eligieron los hispanos y los indígenas para ocupar el territorio; así, una de las incógnitas a resolver es la articulación de la distribución del poblamiento indígena antes del descubrimiento. Precisamente, las descripciones de las primeras crónicas de América y algunos datos registrados en las relaciones topográficas del siglo XVI demuestran que motivos de supervivencia y religiosos —especialmente vinculados con las guacas y el culto a las alturas3— explicarían los asentamientos en zonas peligrosas desde el punto de vista de los procesos naturales; de este modo, los habitantes prehispánicos tuvieron este tipo de razones para instalarse junto al mar, en zonas sísmicamente activas o cercanas a volcanes con erupciones recientes. Posterior-mente, a medida que los hispanos fueron ocupando el territorio americano —desde principios del siglo XVI— los intereses comerciales, la necesidad de contacto entre las diversas colonias y la explotación de los recursos de interés (minerales, bosques y productos agrícolas) les llevaron a fundar ciudades-puerto próximas al mar y por tanto, vulnerables a terremotos y tsunamis. Del mismo modo, se fundaron emplazamientos urbanos en regiones con un volcanismo y tectonismo activo que coincidía justamente con lugares en los que abundaban los recursos minerales que los nuevos colonizadores iban buscando. En particular, las zonas volcánicas tuvieron una gran atracción para los

Gráfico núm. 1Relación porcentual de los desastres naturales que han afectado a Hispanoamérica durante el siglo XVII: 1. Erupciones volcánicas, 2. Terremotos, 3. Inundaciones, 4. Procesos geoló-gicos combinados, 5. Sequías.

3 Ejemplo de ello son los asentamientos en los alrededores del volcán Popocatepetl en México, del Pichincha y Chimborazo en Ecuador y del Misti en Perú.

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conquistadores, puesto que además de ofrecerles el azufre que necesitaban para fabri-car la preciada pólvora y el agua dulce que emanaba de sus ríos y esteros, ponía a su disposición de ellos bosques con madera de calidad para la utilización en sus edificios y para la elaboración de utensilios; además de materiales de construcción como gravas, gravillas y arenas que facilitaban las labores de edificación. Sin embargo, aparte de estos motivos prácticos para instalarse en sitios peligrosos se encontraba una razón de fondo y era el desconocimiento que tenían los hispanos sobre el verdadero origen de los procesos naturales; para ellos era técnicamente imposible prever o solucionar el efecto de los fenómenos naturales de gran magnitud y, por ello, se refugiaban en ideas providencialistas promovidas por la Iglesia y la Corona española.

Por otra parte, con el fin de que el sistema colonial pudiera mantener el abas-tecimiento del mercado interno americano y las exportaciones al Viejo Mundo se ocuparon preferentemente los terrenos cercanos a las ciudades; allí se desarrollaban actividades económicas diversas como la ganadería extensiva, el cultivo de cereales, algodón y cacao, la explotación de los bosques nativos y la minería, entre otras. Asi-mismo, la mayoría de los oficios y trabajos artesanales que suministraban artículos de primera necesidad para la vida cotidiana —como la fabricación de calcetines, paños, jabón, frazadas, utensilios de cocina, cuerdas, zapatos, etcétera— se efectuaban en las zonas rurales, aldeas o pueblos próximos a los centros urbanos en torno a los cuales se articulaba el comercio colonial; este fue el caso de los alrededores de la Ciudad de México, de Guatemala, de Popayán, de Lima, de Santiago de Chile, del valle de Ambato y Latacunga —cercanos a Quito y Riobamba—.

Gráfico núm. 2Relación porcentual de los desastres naturales que han afectado a Hispanoamérica duran-te el siglo XVII mediante la acción de procesos geológicos combinados: 1. Erupciones, terremotos y remociones en masa, 2. Terremotos y erupciones volcánicas, 3. Terremotos con generación de tsunamis, 4. Terremotos que originaron remociones en masa, 5. Terre-motos que produjeron cambios geomorfológicos (hundimientos y/o solevantamientos).

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DEFICIENCIAS DEL SISTEMA ADMINISTRATIVO DURANTE EL SIGLO XVII

Si se atiende a las fuentes consultadas es evidente que las ayudas del sistema administrativo fueron lentas e insuficientes en las ciudades y resultaron absolutamente ineficaces en el ámbito rural. En este último espacio la población residente —aparte de sobrellevar de manera cotidiana el aislamiento en el que vivían— debía resistir el permanente desgaste que les causaba la alta frecuencia de los procesos naturales que originaban desastres; éstos perjudicaban su calidad de vida y alteraban el ritmo de su trabajo enfocado principalmente a la producción y al mantenimiento del sistema colonial4. De este modo, los auxilios solicitados a las diferentes instancias del aparato administrativo —virreyes, Consejo de Indias o el propio monarca— debían superar trámites largos y burocráticos, generando una sensación de absoluta indefensión de los vecinos afectados5. Como ejemplo de esta situación puede reseñarse lo que sucedió tras la erupción de octubre de 1660 del volcán Pichincha (Ecuador), ubicado junto a la populosa ciudad de San Francisco de Quito, y el derrumbe que se produjo de una parte del volcán Sincholagua como consecuencia de los fuertes sismos que acompañaron la mencionada erupción, lo que aumentó el impacto negativo en los vecinos y en el entor-no. En esta ocasión, una de las zonas más afectadas por los flujos de ceniza del volcán fue la de los indios yumbos y las inmediatas al volcán Sincholagua; precisamente un lugar que frecuentemente había sido afectado por las erupciones del Pichincha durante el siglo XVI. Con relación al citado derrumbe y a sus desastrosas consecuencias, Manuel Rodríguez en su condición de testigo de los hechos expresaba lo siguiente:

«(…) Están otros montes de nieve muy vistosos y uno de ellos llamado Sincholagua, del cual desciende el río de Alangasí, a los últimos estruendos del volcán, disparó contra sus peñascos encendidos, medio monte de barro y nieve derrumbándose por una ladera y cayendo en el río represó hasta que a violencia de las aguas y de la misma gravedad del lodo corrió por la madre de aquel río tan grande avenida de un raudal todo lodo, que ocupó picas de profundidad entre los montes que encaminan el río»6.

4 Algunos ejemplos de esta realidad fueron recopilados por BARRIGA, V.: Los terremotos en Are-quipa 1582-1868. Documentos de los Archivos de Arequipa y de Sevilla, Arequipa, La Colmena, S. A., 1951, pp. 196, 272 y 272.

5 El tiempo que se demoraban los trámites de solicitud de ayudas o de exención de impuestos durante el siglo XVII —según la documentación consultada— oscila entre algunos meses y cinco años hasta que se lograba alguna respuesta por parte del Monarca. Vid. AGI-Chile, 61. AMUNÁTEGUI, M.: El terremoto del 13 de mayo de 1647, Santiago, Imprenta Cervantes, 1882.

6 ESTUPIÑÁN, T.: Volcán Pichincha. Erupciones, destrucciones e invenciones, Quito, Banco Cen-tral de Ecuador, 1988, pp. 181-182.

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El citado derrumbe produjo la muerte de algunas cabezas de ganado que se encon-traban en la orilla del río Alangasí, así como la inundación de las sementeras que estaban en sus riberas a consecuencia del rebalse del flujo de detritos que se formó; al mismo tiempo esta remoción en masa causó un fuerte temblor de tierra que atemorizó a los habitantes de Quito. Si se analizan los contenidos de las cartas que se enviaron entre 1660 y 1662 desde Quito al Consejo de Indias y al Rey con relación a los hechos antes reseñados —doce en total— y se comparan con las respuestas que se recibían desde España, se vislumbra la alta vulnerabilidad económica y de gestión administrati-va que tenían las colonias americanas para resolver las situaciones de crisis coyuntura-les, como era el caso de las producidas por erupciones volcánicas y terremotos. Prueba de ello fue que la recomendación real —fechada cuatro años después de la erupción y dos años más tarde de haber tenido lugar los terremotos que asolaron la ciudad de Quito— se limitaba a encargar a los súbditos que continuaran haciendo sacrificios y realizando rogativas a Dios mediante la petición de la intercesión de la Virgen; al mismo tiempo, aconsejaba que se pusiese especial cuidado en evitar los pecados públicos7 y se procurara que la justicia fuera administrada con la igualdad y la rectitud necesarias para mantener los favores divinos8. Igualmente, se insistía a los miembros de la Real Audiencia de Quito que negociaran con los eclesiásticos del obispado «sin ninguna violencia» un «donativo gracioso» con el fin de financiar los gastos de esta institución, puesto que esta contribución se había retrasado como consecuencia del impacto económico producido por la erupción.

DEFICIENCIAS DE LA POLÍTICA ECONÓMICA EN EL MUNDO RURAL HISPANOAMERICANO

La activa geodinámica americana hizo tambalear en varias ocasiones la restringida economía colonial haciendo evidentes las carencias administrativas y políticas durante el siglo XVII. En este sentido, la crisis que afectó a la dinastía de los Austrias duran-te esta centuria hizo que muchas de las peticiones que se realizaban desde las colonias americanas, especialmente, las relacionadas con socorros y exención de impuestos debido a los desastres naturales que asolaban sus ciudades y dañaban sus campos, fueran recibidas con poco entusiasmo e interés. Esa sería una explicación razonable a los interminables trámites que debían realizar los enviados a la Corte española desde

7 La recomendación real remitida a las diferentes regiones americanas para que se hicieran rituales religiosos por diferentes motivos fue una constante durante la primera mitad de siglo XVII; de esta manera, se estructuraron una serie de rogativas con el fin de pedir por el triunfo del ejército español en las batallas, el mantenimiento de los territorios reales, la salud y la felicidad del Rey, entre otras cuestiones. Vid. AHN, Diversos, 32, doc. 2. AGI-Indiferente, 429, L. 38, f. 150-153. ARAH-ML. Tomo XCIX, f. 217.

8 AGI-Quito, 210. L. 4, f. 24v.

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las distintas regiones americanas que fueron afectadas por terremotos, erupciones vol-cánicas e inundaciones durante el Seiscientos. De este modo, la inexistencia de una política previsora que ayudara a superar en el corto plazo las situaciones de crisis, trajo como consecuencia que el desorden y las luchas de poder locales fueran las verdade-ras protagonistas durante los momentos más difíciles de esta centuria. Por otra parte, debido a la falta de soluciones concretas y estructurales para superar los desastres naturales en el mundo rural, los hispanos e indios debían costear los gastos inmedia-tos generados por las labores de reconstrucción, al tiempo que debían sacar adelante los cultivos o trabajos que se realizaran en aquellas zonas9. Uno de los ejemplos más dantescos del siglo XVII con respecto a este tema fue la ruina de la ciudad de Arequipa y sus alrededores durante la erupción pliniana del volcán Huainaputina iniciada el 19 de febrero de 1600; la actividad explosiva dejó un saldo de un centenar de muertos10 y cuantiosos daños materiales tras 26 días en que Arequipa y otras localidades sufrieron la caída permanente de ceniza y lapilli. De los testimonios de observadores directos de la citada erupción se desprende que en el Huainaputina se generaron al menos tres flujos de piroclastos que sepultaron seis pueblos de indios, afectando seriamente la economía regional. Por su parte, el abundante volumen de ceniza emitido posibilitó la formación de altas y densas columnas eruptivas que empujadas por el viento se dis-persaron preferentemente hacia el norte, atestiguándose su caída incluso en Nicaragua, situada a más de 3.000 kilómetros de distancia11.

En este marco, si se analizan los perjuicios económicos sufridos por los vecinos de Arequipa se observa que los daños padecidos no se limitaron a las propiedades que tenían en la ciudad, sino que también se produjeron en las tierras que poseían en los valles de Tambo12, Siguas y Víctor13, las cuales se dedicaban especialmente al cultivo de la vid y de la caña de azúcar y a la explotación ganadera14. A estas repercusiones se sumaron las enfermedades respiratorias y las generadas por problemas de higiene que ya intuía un jesuita en marzo de 1600 tras sobrevivir al desastre volcánico:

9 BARRIGA, V.: op. cit., p. 271.10 Vid. COBO, B.: «Historias del Nuevo Mundo» en Obras del padre Bernabé Cobo de la Compañía

de Jesús, vol. 1. Biblioteca de Autores Españoles, Madrid, Ediciones Atlas, 1964, p. 99. MURÚA, M. de: Historia general del Perú, Madrid, Historia 16, 1987, p. 545. EGAÑA, A. de y FERNÁNDEZ, E.: Monu-menta Peruana VII (1600-1602), vol. 127, Romae, Apud «Institutum Historicum Societis Iesu», 1981, p. 16.

11 Vid. VÁSQUEZ DE ESPINOZA, A.: Compendio y descripción de las Indias Occidentales, f. 88v. Biblioteca Apostólica Vaticana. Signatura: Barb. Lat. 3584. CALANCHA, A. de y TORRES, B. de: Cróni-cas Agustinianas del Perú (primera mitad del siglo XVII), tomo 2, Madrid, CSIC, 1972, p. 80.

12 Vid. VÁSQUEZ DE ESPINOZA, A.: op. cit., f. 88v. MURÚA, M. de: op. cit., p. 540.13 Vid. EGAÑA, A. de y FERNÁNDEZ, E.: op. cit., p. 16. COBO, B.: op. cit., p. 101. MURÚA. M.:

de, op. cit., p. 545.14 OCAÑA, D. de: A través de la América del Sur (inicios del siglo XVII), Madrid, Historia 16, 1987,

p. 213.

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«(...) las bacas de quinientas en quinientas las hallan muertas. Lo que yo temo y temen assí los médicos, como los que no lo son, es alguna peste o mal grave, porque ya todos del mucho polvo y continuo andamos asmáticos, y la causa que nos hace más temer esta peste es el mucho ganado que en este con-torno se ha muerto, y con esto muchas otras causas que se han juntado»15.

Esta preocupación transmitida por el clérigo jesuita se cumplió poco tiempo des-pués, ya que durante los años posteriores a la catástrofe la mayor parte de la población pasó hambre y enfermedades como consecuencia de la erupción del Huainaputina16. La situación económica llegó a ser tan negativa que en 1603 el jesuita Rodrigo de Cabredo mencionaba que los vecinos de Arequipa y sus alrededores pasaron de tener altos niveles de calidad de vida antes de 1600 a un deplorable estado de pobreza general:

«(...) la tierra se va esterilizando, y los más de los árboles se pierden, las zenisas y obscuridades no decrecen, antes han tomado tanto asiento en este lugar, que hace temer que en muchos años no le dejarán, con estas obscuridades se cubre el sol, de la falta del se sigue gran frío y con este los frutos en todo género demedran; el caudal y hazienda de esta república están totalmente rematadas (...) que los que solían tener en sus casas unos perpetuos banquetes y sus bestidos eran de telas y bordados, ahora no tie-nen con qué cubrirse y las noches se pasan sin dormir, pensando para el día siguiente donde comerán»17.

Esta crisis de subsistencia de los habitantes de Arequipa trató de ser remediada por Antonio Raya —obispo del Cuzco—, quien cumpliendo con sus deberes de pastor eclesiástico envió limosnas en metálico que se distribuyeron entre los pobres; no obs-tante, según consta en informes de clérigos de la época, el grado de necesidad de sus pobladores motivó que la caridad episcopal no fuera suficiente para satisfacer a todos, a pesar de que la cantidad económica repartida fue cuantiosa18. Siendo incuestionables los esfuerzos que se realizaron para superar la situación, un porcentaje elevado de la población se vio obligado a abandonar progresivamente la ciudad, debido a que la acti-vidad volcánica había mermado considerablemente las posibilidades de subsistencia; según se atestigua en algunos informes eclesiásticos los que se quedaron en la ciudad

15 EGAÑA, A. de y FERNÁNDEZ, E.: op. cit., p. 17.16 MURÚA, M. de: op. cit., p. 544.17 FERNÁNDEZ, E.: Monumenta Peruana VIII (1603-1604), Romae, Institutum Historicum Socie-

tatis Iesu, 1986, p. 265.18 FERNÁNDEZ, E.: op. cit., p. 266.

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permanecieron sumidos en la desesperanza y alejados de las costumbres cristianas19, probablemente tras haber sido defraudados al comprobar que los cultos y rituales realizados no surtieron el efecto deseado. En este contexto, el agustino Antonio de Calancha describía las precarias condiciones en que estaban los habitantes de Arequipa y de los pueblos de sus alrededores:

«Duróles mucho tiempo el sobresalto y la memoria de esta calamidad, porque los vecinos se hallaron sin hacienda, los encomenderos y feudatarios sin indios ni renta. A los unos y a los otros les era necesario labrar los campos y comer el pan con el sudor de su rostro, o mendigar para no perecer»20.

La situación narrada por el clérigo agustino debió ser una dura experiencia para los que con anterioridad a la erupción gozaban de una posición social acomodada, ya que lógicamente debido a su mentalidad no estaban acostumbrados a ganarse la vida con el trabajo de sus manos. Esta realidad cotidiana permaneció vigente en Arequipa durante un largo período de tiempo; de ahí que, incluso diez años después de la catástrofe, el cronista Martín de Murúa dejara constancia del lamentable estado en que se encontra-ba la ciudad, evidenciando que los habitantes no fueron capaces de recuperarse a corto plazo de los efectos dañinos que la erupción del Huainaputina causó en la economía local y en la estructura social:

«Porque, quien vio a esta, tan rica, tan opulenta, tan llena de gente y la ve ahora tan pobre, tan miserable, tan desdichada, tan sola, casi podrá decir: aquí fue Troya, pues ya casi sólo quedan las memorias»21.

Del mismo modo, el cronista Bernabé Cobo decía a mediados del siglo XVII que las tierras aledañas a Arequipa se encontraban cubiertas todavía en esa fecha con cenizas sueltas —pómez—, que formaban molestas polvaredas los días de viento recio22; explicaba este hecho diciendo que una de las causas de no haberse integrado las cenizas en el suelo era el clima poco lluvioso de la zona.

Finalmente, el siglo XVII se cerró con la actividad explosiva del volcán Cotopaxi (Ecuador), ya que éste entró en actividad a mediados de 1698. Nuevamente, el desastre se extendió territorialmente debido a que junto con la fase paroxismal de la erupción se produjo un fuerte terremoto que a su vez desencadenó el derrumbe de una parte del

19 Ibídem, p. 266.20 CALANCHA, A. de y TORRES, B. de: op. cit., tomo 2, p. 84.21 MURÚA, M. de: op. cit., p. 538.22 COBO, B.: op. cit., p. 99.

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volcán Carguairazo (Ecuador)23. Como consecuencia de este derrumbe se formó un flujo de detritos voluminoso que se depositó violentamente en los pueblos del valle sobre una extensión 36 km2 24, aproximadamente, afectando especialmente a las locali-dades de Ambato y Latacunga. En este caso la conjunción de procesos naturales catas-tróficos deben estudiarse relacionados —erupción, terremoto y derrumbe—, ya que afectaron negativamente a la población de Quito y a sus alrededores25. A este respecto, en el diario del padre Samuel —clérigo de la misión jesuita de Omaguas— se confirma que el derrumbe de parte de la estructura del volcán Carguairazo generó un flujo de detritos que asoló los poblados de Ambato y Latacunga entrando en el río Pastasa y con posterioridad en el río Marañón, lo que mantuvo sus aguas turbias durante más de una semana26. Por su parte, Jorge Juan y Antonio de Ulloa identificaron, a mediados del siglo XVIII, los terrenos afectados por el derrumbe del Carguairazo en la zona de Latacunga y los describían de la siguiente forma:

«(…) el formidable río de lodo (…) causó tal inundación que assoló las sementeras; consumió los ganados, que pastaban en los sitios, por donde diriguió su curso; y dexó los rastros del mismo lodo, que aún permanece á la parte del Sur del Asiento»27.

Otras localidades sufrieron también con este derrumbe; este es el caso de la villa de Riobamba28. Sobre la base de los datos consultados, aparte de Quito, la zona más afectada fue una vez más la de los pueblos de Ambato y Latacunga, ya que el terre-moto y el flujo de detritos formado por el derrumbe del volcán Carguairazo arrasaron la casi la totalidad de las construcciones de importancia de estas localidades —igle-

23 El volcán Carguairazo se encuentra localizado junto al volcán Chimborazo y cercano al volcán Tungurahua. El derrumbe de junio de 1698 quedó registrado en 1748 por Jorge Juan y Antonio de Ulloa como una erupción volcánica del Carguairazo; sin embargo, según las evidencias geológicas e históricas es un error. Seguramente lo que se produjo fue una remoción en masa como la que tuvo lugar en el volcán Agua (Guatemala) en 1541 o en el volcán Sincholagua (Ecuador) en 1660.

24 BARROS ARANA, D.: Elementos de Jeografía Física, Santiago de Chile, Imprenta de la Repú-blica, 1871, p. 79.

25 «Plano geográfico e hidrográfico de la Real Audiencia de Quito por Dionisio de Alsedo y Herrera. Madrid, 30 de mayo de 1766» en Relaciones histórico geográficas de la Audiencia de Quito, tomo II (siglos XVII-XIX), Madrid, CSIC, 1992, p. 436.

26 «Diario del P. Samuel, en que se refiere lo sucedido en esta misión (de Omaguas, Yarimaguas, etc.) desde el año de 1697 hasta el año de 1703», en JIMÉNEZ DE LA ESPADA, M.: «Noticias auténticas del famoso río Marañón», Boletín de la Sociedad Geográfica de Madrid, tomo XXX (1891), p. 394.

27 JUAN, J. y ULLOA, A.: Relación histórica del viaje a la América Meridional, Madrid, Antonio Marín, 1748. Vid. Edición facsimilar, tomo 1. Madrid, 1978, p. 428.

28 «La villa de Riobamba» en Relaciones histórico geográficas de la Audiencia de Quito, tomo II (siglos XVII-XIX), op. cit., p. 440.

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sias, conventos y colegios29—. Por ello, con objeto de evitar posteriores situaciones de desastre, al menos cuatro monasterios de religiosas de Quito y uno de Latacunga fueron trasladados a lugares más seguros30.

Los ejemplos antes analizados, sirven como una muestra de la realidad que debie-ron afrontar los habitantes de las colonias americanas con respecto a los desastres natu-rales. En este sentido, es evidente que durante una centuria tan crítica para la dinastía de los Austrias como lo fue el siglo XVII, las noticias de catástrofes no encontraban el eco que los americanos esperaban en la Administración española, ya que ésta trataba de demorar al máximo la concreción de las ayudas o subvenciones a los damnificados por este tipo de fenómenos. Sin duda, una época en la que había guerras y crisis de subsistencia en Europa no era el mejor momento para que los americanos recibiesen solidaridad y comprensión por parte del poder central. No obstante, cuando existió algún tipo de ayuda, ésta se limitó a la exención de algunos impuestos en las ciudades, principalmente con objeto de que invirtieran los capitales disponibles en las labores de reconstrucción, dejando casi en el olvido a los habitantes de las zonas rurales. Realmente la vuelta a la normalidad de las zonas afectadas por catástrofes naturales dependía en gran medida de la solidaridad de las regiones vecinas y de las limosnas y donativos de personas distinguidas de sus respectivas comunidades locales que estu-vieran dispuestas a contribuir con recursos económicos.

LOS DESASTRES CASI NUNCA VIENEN SOLOS

De los 73 casos estudiados de desastres naturales que afectaron alguna región de Hispanoamérica durante el siglo XVII, sin duda destacan los procesos geológicos combinados, pues —como su nombre lo indica— aumentaron su impacto catastrófico, especialmente en el mundo rural, debido a que se conjugaban varios fenómenos al ins-tante o, en su caso, en un corto período de tiempo. Los documentos consultados para esta investigación señalan de este modo que algunas erupciones volcánicas se dieron junto a terremotos o fuertes crisis sísmicas como sucedió en 1600, 1609, 1611, 1651, 1658; también hubo terremotos que generaron tsunamis en 1615, 1618, 1633, 1657, 1664 y 1687; así como otros movimientos sísmicos de gran magnitud que provocaron remociones en masa en 1610, 1645, 1650, 1655 y 1689. En otras ocasiones, los terre-motos originaron cambios geomorfológicos en las zonas afectadas —hundimiento y solevantamientos de terreno— como en 1604, 1619 y 1640. Con todo, los dos casos

29 Ideas del Reyno de Quito, f. 29r y 32v. AGI-Quito, 223.30 Vid. carta al Rey pidiendo licencia para varias fundaciones de carmelitas descalzos, Lima, 7 de

febrero de 1699. AGI-Audiencia de Lima, Legajo 535. «Plano geográfico e hidrográfico de la Real Audien-cia de Quito por Dionisio de Alsedo y Herrera. Madrid, 30 de mayo de 1766» en Relaciones histórico geo-gráficas de la Audiencia de Quito, tomo II (siglos XVII-XIX), op. cit., pp. 419-421.

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TABLA NÚM. 1ESQUEMA DE LOS DIFERENTES DESASTRES NATURALES COMBINADOS ENCONTRADOS EN LA DOCUMENTACIÓN HISTÓRICO-GEOGRÁFICA PARA EL SIGLO XVII Y LAS REGIONES AFECTADAS POR CADA UNO DE ELLOS

Tipo de desastre combinado Año Zona afectada Región

Erupción, terremoto y remoción en masa 1660 -Quito, Ecuador Andes del Norte 1698 -Riobamba, Ecuador

Terremoto y erupción volcánica 1600 -Vn. Huainaputina, Perú Andes Centrales 1609 -Vn. Momotombo, Nicaragua México-Centro 1611 -Vn. Popocatepetl, México América 1651 -Vn. Pacaya, Guatemala 1658 -Vn. San Salvador, El Salvador

Terremoto y tsunami 1615 -Arica, Antofagasta, Perú 1618 -Arica, Perú Costa de Perú y 1633 -Carelmapu, Chile Chile 1657 -Concepción, Chile 1664 -Ica, Perú 1687 -Callao, Lima, Perú

Terremotos y remociones en masa 1610 -Venezuela, Colombia Cordillera de los 1645 -Riobamba, Ecuador Andes 1650 -Cuzco, Perú 1655 -Lima, Perú 1689 -Tixán, Alausí, Ecuador

Terremotos que han producido 1604 -Arequipa, Arica, Perú Toda el área decambios geomorfológicos 1619 -Ciudad de México, México estudio 1640 -Riobamba, Ecuador

más catastróficos que ocurrieron en Hispanoamérica debido a la combinación de pro-cesos geológicos durante el siglo XVII fueron los de 1660 y 1698 (Tabla núm. 1).

Estas complejas situaciones se explican —en particular en las zonas aledañas a las zonas volcánicas de Centro América31 y a la Cordillera de los Andes—, debido a la pro-pia constitución de estos terrenos, puesto que al estar cubiertos por profundos suelos volcánicos son inestables cuando se someten a los efectos generados por terremotos o lluvias torrenciales. Ahora bien, la zona costera circumpacífica, debido a su condición geodinámica ha sido afectada por movimientos sísmicos de gran magnitud con epicen-

31 PETIT-BREUILH, Mª. E.: «Terremotos y remociones en masa en Centroamérica: cinco siglos de planificación territorial», Revista Rábida, núm. 20 (2001), pp. 11-21.

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tro en el mar que han producido históricamente tsunamis y algunas veces han estado acompañados de hundimientos y solevantamientos de la costa, acarreando importantes trastornos en los sistemas de producción32.

La ocupación de estas zonas susceptibles de sufrir este tipo de riesgos geológicos durante el siglo XVII tiene al menos tres explicaciones que a su vez se complemen-tan: 1) el desconocimiento por parte de los hispanos sobre el verdadero origen de los procesos naturales, motivo por el que les era imposible prevenirlos o reducir sus efectos realizando una ocupación distinta del territorio, 2) la alta productividad de las zonas volcánicas en distintos ámbitos de la economía —agricultura, actividades forestales y minería— y 3) al elevado interés por materializar la ocupación de zonas costeras —puertos— como consecuencia de las ventajas comparativas que presenta-ban estos espacios en relación con otros lugares en cuanto a las vías de comunica-ción y como centros de intercambios comerciales.

Según lo mencionado anteriormente y atendiendo a los casos investigados para el siglo XVII se demuestra que los indios e hispanos se necesitaban mutuamente para supe-rar in situ los efectos negativos provocados por los desastres naturales en la ciudad y en el campo; hasta tal punto era así que se ha podido documentar que unos y otros trabaja-ban conjuntamente en las labores de reconstrucción y de abastecimiento al ser la única respuesta eficiente que podían desarrollar en este tipo de situaciones. A este respecto, el sistema colonial demostró que era vulnerable ante los procesos naturales con caracte-rísticas de desastre, tanto desde el punto de vista administrativo como económico, pues los pobladores se encontraban abandonados a su suerte, justamente cuando requerían de ayuda. De este modo, las extemporáneas exenciones de impuestos por parte del Monarca —especialmente alcabalas33— marcaban diferencias notables entre los súbditos de las colonias americanas, pues solían favorecer sólo a los vecinos de las ciudades, mientras que los habitantes de los pueblos y campos tenían pocas posibilidades de recibir algún tipo de «socorro» o consideración especial en el caso de sufrir daños materiales debido a catástrofes naturales. Esta situación era comprensible dentro la mentalidad hispana

32 Vid. PETIT-BREUILH, Mª. E.: «Geografía histórica de la Isla Mocha (38°26’ S-74° W) y sus cambios geomorfológicos». Actas del V Congreso Internacional de Ciencias de la Tierra, Santiago de Chile (1998), formato CD. PETIT-BREUILH, Mª. E.: «Antecedentes histórico-geográficos sobre la relación entre la actividad sísmica, erupciones volcánicas y otros procesos geológicos asociados en el sur de Chile (37º-40ºS), entre los siglos XVI al XX». Actas de la Conferencia Internacional Sistemas modernos de preparación y respuesta ante riesgos sísmicos, volcánicos y tsunamis, pp. 151-155. Santiago de Chile, Instituto Geográ-fico Militar, 1998.

33 Después de haber sucedido el terremoto que afectó a Lima y Arequipa el 20 de octubre de 1687, el Monarca aceptó «la relevación por seis años de los tributos y contribuciones» que pagaban los vecinos de la Ciudad de Los Reyes y, asimismo, que en Arequipa no se contribuyese con el «derecho de la real alcabala por espacio de seis años», según consta en las reales cédulas de 1689 y 1692, respectivamente. BARRIGA, V.: op. cit., p. 275.

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del siglo XVII, si se tiene en cuenta que las labores de reconstrucción —tanto de las ciudades como de la recuperación de la explotación de las zonas rurales— dependían en gran medida del trabajo que pudieran realizar los indios y mestizos, quienes —por otra parte— no contaban con delegados que defendieran sus intereses en la Corte.

Finalmente se puede decir que, sin temor a caer en planteamientos de determinis-mo geográfico, es evidente que el medio ambiente físico fue un factor que condicionó el desarrollo rural y urbano durante los primeros siglos de la ocupación hispana en América y, por lo tanto, afectó a la economía rural potenciando directamente a aque-llos sectores menos susceptibles de sufrir desastres naturales.