012-La cuestion criminal - Espectadores · mer, Theodor Adorno, Herbert Marcuse y Erich Fromm,...

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La cuestión criminal Eugenio Raúl Zaffaroni Suplemento especial de P ágina I 12 12

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La cuestióncriminalEugenio Raúl Zaffaroni

Suplemento especial de PáginaI12

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26. La vertiente marxista de la criminología radical

Como era de esperar, las críticas al poder punitivollamaron la atención de quienes formulaban planteoscríticos más amplios de la sociedad, que comenzaron avincularlos con los resultados de la criminología liberal.

Por nuestra parte llamamos criminología radical a laque proviene de este encuentro con los marcos ideo-lógicos que reclaman cambios sociales y civilizatoriosprofundos o generales, aunque esto no es pacífico,pues se discute qué es y no es radical. Sin entrar en esadiscusión, la definimos de ese modo, por puras razonesde orden expositivo.

En ese entendimiento, para nosotros la criminologíaradical (o crítica radical) responde a tantas versionescomo marcos ideológicos la inspiran y, por supuesto,la más extendida crítica social del siglo pasado ha si-do el marxismo, que no podía dejar de impactarla.

Desde el campo marxista se publicó en 1939 un tra-bajo anterior a toda la criminología sociológica de losaños sesenta, que fue la obra de Georg Rusche y OttoKirchheimer, titulada Pena y estructura social. Por vezprimera se profundizó desde el marxismo el análisis delpoder punitivo, a diferencia de los anteriores ensayos–como el del holandés Willen Bonger– que procedíandel marxismo pero analizando las causas del delito.

Esta investigación se realizó en el Instituto de Inves-tigación Social de Frankfurt, fundado para renovar elmarxismo frente a la versión institucionalizada de laUnión Soviética. Si bien se habla de la escuela deFrankfurt, no fue propiamente una escuela, porqueconvocó a prestigiosos pensadores bajo la única con-signa de la crítica social. Formaron parte de ese equipofiguras tan notorias y dispares como Max Horkhei-mer, Theodor Adorno, Herbert Marcuse y ErichFromm, entre muchos otros.

La investigación de la cuestión penal fue encargadaa Georg Rusche, quien permaneció en Europa mien-tras el instituto, perseguido por el nazismo, se trasla-daba a New York. Rusche enviaba sus escritos a NewYork, donde no era suficiente lo investigado y enco-mendaron a Kirchheimer que lo completase, lo queno mereció la total aprobación de Rusche. Por tal ra-zón, la versión final tiene dos partes diferentes.

De todas formas, la idea central del libro es que exis-te una relación entre el mercado de trabajo y la pena,o sea, que con la pena se quita a una cantidad de per-sonas del mercado laboral, al tiempo que demanda tra-bajo para el propio sistema y, por eso, reduce la ofertae impide que bajen mucho los salarios; inversamente,aumenta la oferta cuando hay una demanda de manode obra, evitando una suba grande del salario.

Esto lo verificarían con la historia: en la edad me-dia la oferta era enorme y el poder punitivo podía ma-tar sin problemas; la fuerza del trabajo habría comen-zado a cuidarse cuando con el capitalismo aumentabala demanda de mano de obra.

Por otra parte, sostenían que el mercado determinalas penas conforme a la ley de menor exigibilidad, se-gún la cual, para tener efecto disuasivo, las condicio-nes de la vida carcelaria deben ser inferiores a las peo-res de la sociedad libre.

Este libro cayó prácticamente en el olvido y –comoa veces sucede– fue revalorado treinta años más tarde,en plena vigencia de la criminología crítica, reeditadoy traducido a varios idiomas.

En torno a Pena y estructura social se abrió un deba-te en 1979, cuando sus autores habían muerto (Kirch-heimer en 1965 y Rusche en fecha incierta) y su tesisfue confrontada en la obra Carcere e fabbrica de DarioMelossi y Massimo Pavarini, que sostuvieron que pe-caba de excesivo economicismo.

Estos autores de la escuela de Bologna no niegan laimportancia del mercado de trabajo, pero no creenque opere en forma tan mecánica, sino a través del

disciplinamiento en el momento del sur-gimiento del capitalismo y la acumula-ción originaria de capital. La similitudentre la cárcel y la fábrica en esta época(recordemos a Bentham y su panóptico)respondía a un programa de disciplina-miento que procuraba la oferta de manode obra capacitada.

García Méndez en el epílogo a su tra-ducción castellana de esta obra señalaque la función de disciplinamiento noles pasó del todo por alto a Rusche yKirchheimer y que lo vigente de su tesises el punto de partida según el cual ca-da sistema de producción tiende al descu-brimiento de castigos que corresponden asus relaciones productivas, indicando quela categoría de mercado de trabajo parecedemasiado estrecha, al tiempo que la derelaciones de producción se muestra comomuy amplia.

Cabe aclarar que la idea del disciplina-miento fue desarrollada al máximo den-tro de la criminología radical pero fuerade las corrientes marxistas, por MichelFoucault en Vigilar y castigar (1975), enlo que podría señalarse un camino hacia elabolicionismo, sobre lo que volveremos.

Para Foucault el poder punitivo no estanto el negativo de la prisionización,como el positivo, en que el modelo pa-nóptico se extiende a toda la sociedaden forma de vigilancia. En esto lleva to-da la razón, porque el mero poder de en-cerrar a un número siempre muy reduci-do –en relación con la población total–de personas de los estratos más subordi-nados de la sociedad no importa el ejer-cicio de un poder políticamente muysignificativo: lo importante es que con esepretexto se nos vigila a todos los que esta-mos sueltos.

La escuela de Bologna le objetó a Fou-cault que en su planteo la disciplina apa-rece descolgada, porque no la relacionacon el cambio operado en el sistemaproductivo, al que los de Bologna atribu-yen las reformas penales del iluminismo.

Al margen de esto, en los años seten-ta hubo manifestaciones del marxismocriminológico en Estados Unidos y enGran Bretaña. Sus expositores más no-torios en Estados Unidos son RichardQuinney y William Chambliss.

Quinney sostuvo que los delincuentesson rebeldes inconscientes contra el capi-talismo y el poder punitivo es el instru-mento de represión al servicio de lasclases hegemónicas. Si el criminal ac-ciona brutalmente contra la víctima, es resultado dela forma en que se lo brutaliza. Con esto inaugura unasuerte de visión romántica de los delincuentes.

Por cierto, este autor estaba muy cerca de la nuevaizquierda (New Left) de las protestas estudiantiles deBerkeley y se deprimió con su fracaso. Las autoridadesuniversitarias no vieron con buenos ojos su movimien-to y optaron por disolver su grupo. De cualquier mane-ra, fue un fenómeno que llamó la atención en su mo-mento y –dejando de lado exageraciones– sembró bas-tantes dudas acerca de las racionalizaciones corrientes.

Chambliss sostuvo una tesis menos lineal, pues sibien considera que el poder punitivo es un instru-mento del capitalismo, éste lo usaría para postergarhasta donde fuese posible el colapso final del sistema,que considera inevitable.

En líneas generales –y pese a los matices–, este mar-xismo criminológico norteamericano sostiene una ra-cionalidad del delito, como respuesta a las contradiccio-nes del capitalismo. Quien nos asalta en la calle o nosarrebata la cartera, sin saberlo, estaría obrando racio-nalmente frente a las contradicciones del sistema.

Como en las ideas de la New Left se hallaba la cre-encia de que los intelectuales podían concientizar alos delincuentes y marginales respecto de la racionali-dad de su función, algo de eso hay en estas construc-ciones. Con eso le enmendaban la plana a Marx,quien –como vimos– despreciaba olímpicamente alLumpenproletariat, en tanto que la New Left creía en supotencial revolucionario. A pesar de su ingenuidad yde que Marx les hubiese dicho de todo menos bonitos,no podemos negar la generosidad de su pensamiento,

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teniendo en cuenta el contexto en que se expresó. La criminología marxista británica tuvo mucho más

éxito y se expandió desde la publicación en 1973 deLa nueva criminología de Ian Taylor, Paul Walton yJock Young. Esta obra alcanzó singular éxito porque laprimera parte es una cuidada síntesis de la criminolo-gía teórica desde el iluminismo, rescatando a partir deDurkheim los elementos críticos de cada corriente,con conocimiento y aguda penetración sociológica.

Luego analizan a Marx y Engels y señalan que –co-mo vimos– Marx se ocupó sólo tangencialmente de lacuestión criminal, por lo que concluyen que la teoríacriminológica marxista debe construirse a partir de losprincipios y no de las incidentales manifestaciones delpropio Marx.

Si el marxismo nos ofrece algo útil para apreciar las for-

mas en que se genera y mantiene el conflic-to social –escriben– y en que éste coadyu-va a determinar el tipo y la cantidad de ac-tividad delictiva y desviada en general, esmás probable que lo encontremos en la teo-ría general de Marx que en las afirmacionesmás concretas hechas como respuesta acuestionamientos empíricos aislados.

Una cabal teoría marxista de la desvia-ción –afirman– tendría por fin explicar có-mo determinados períodos históricos, carac-terizados por conjuntos especiales de rela-ciones sociales y medios de producción,producen intentos de los económica y políti-camente poderosos por ordenar la sociedadde determinada manera. Pondría el mayorénfasis en la pregunta que Howard Beckerformula (pero no examina), a saber,¿quién impone la norma y para qué?

Sostienen que esto no lo logró ningu-na teoría de la desviación y consideranque tendría como consecuencia vincularlas tesis de la criminología liberal con lasteorías de la estructura social que están im-plícitas en el marxismo ortodoxo.

Este pensamiento también se apartadel desprecio de Marx por el Lumpen,otorgándole carácter dinamizante, loque permite entender que, en general,los criminólogos marxistas del primermundo que escribían en plena sociedadde consumo habían perdido la confianzaen la fuerza dinamizante y revoluciona-ria del proletariado (según ellos adorme-cida por el welfare State) y la deposita-ban en la marginación social.

La criminología radical impulsó en Eu-ropa y en América la creación de gruposde estudios que aglutinaron a los crimi-nólogos de esta tendencia y en algunospaíses a los críticos en general. Hubo unimportante grupo europeo, otro italiano,grupos británicos, un círculo de jóvenescriminólogos alemán, etc. En 1981, poriniciativa de la criminóloga venezolanaLola Aniyar de Castro, se emitió en Mé-xico el Manifiesto del Grupo Latinoameri-cano de Criminología Crítica, suscriptopor ésta (profesora de la Universidad delZulia), Julio Mayaudon (de la de Cara-bobo), Roberto Bergalli (exiliado y pro-fesor en Barcelona) y Emiro SandovalHuertas (de Bogotá, asesinado en la ma-sacre de la Corte Suprema el 6 de no-viembre de 1985).

27. Hacia el abolicionismo y el minimalismo

Era natural que la obra de Goffmancausase cierta impresión en la psiquiatría, puesto quese basaba en la experiencia manicomial de las institu-ciones totales. De la crítica al manicomio se pasó rá-pidamente a la de la psiquiatría y de allí a la crítica ra-dical de todo el sistema psiquiátrico, lo que se dio enllamar antipsiquiatría.

Todo el movimiento antipsiquiátrico fue una críticaradical al control social represivo ejercido al margendel sistema penal formal. El poder punitivo se revistede muchas formas y ya vimos el efecto del acuerdo en-tre médicos y policías que acabó en los campos deconcentración nazistas y otros no tan notorios, perono por eso menos letales.

Si nos colocasen ante la disyuntiva de cargar conuna etiqueta negativa, dándonos la opción entre la decriminalizado o de psiquiatrizado, si bien el último

evoca un sentimiento de pretendida piedad (y el pri-mero oculta el de venganza), lo cierto es que sería pre-ferible el de criminalizado, porque por lo menos no senos podría negar el derecho a defendernos y a denun-ciar los abusos que se cometan con nosotros, dado queal psiquiatrizado hasta esos derechos se le niegan, ar-gumentando simplemente que el pobre está loco, no sa-be lo que hace, hay que tutelarlo, protegerlo de sí mismo.

No en vano un connotado psiquiatra húngaro radi-cado en los Estados Unidos, Thomas Szasz, escribióun interesantísimo libro comparando el sistema psi-quiátrico con la inquisición y afirmando que la medi-cina reemplazó a la teología, el alienista al inquisidory el paciente a la bruja. Todo lo que el paciente ale-gue en contra de su condición de enfermo no será másque prueba de su enfermedad, al igual que sucedía conel hereje: pobre, no tiene consciencia de enfermedad.

En la corriente antipsiquiátrica se enrolaron autoresfamosos en las décadas de los años setenta y ochenta,como el italiano Franco Basaglia, el escocés RonaldLaing, el inglés David Cooper, el mencionado Szasz ymuchos más, que fundaron en 1975 en Bruselas unaRed Internacional de Alternativa a la Psiquiatría.

La idea de varios de estos antipsiquiatras era que laenfermedad mental es una respuesta política, o sea,que el ser humano ante las contradicciones del poderse encamina hacia la locura o hacia la revolución yque, por lo tanto, no debe matarse el potencial sub-versivo de la locura, sino politizarla para convertir alloco en un agente de cambio social.

La extrema radicalización de estas posiciones –aligual que las referidas al propio sistema penal formal–pueden llevar a la impotencia, puesto que es obvioque algo hay que hacer frente a un esquizofrénico quequeda inmóvil como un mueble en el extremo de suautismo psicótico (hoy hay pocos, es cierto) y otrosmuchos padecimientos en los que no se puede menosque reconocer que el paciente sufre.

No bastará con explicarle que su sufrimiento es unareacción a las contradicciones del poder, porque el ca-tatónico no se va a enterar.

No obstante, dejando de lado el extremismo quepuede llevar a la inmovilidad, lo cierto es que estemovimiento ha contribuido ampliamente a la consi-deración de los derechos de los pacientes psiquiátri-cos, abriendo un campo de debate que en modo algu-no se ha cerrado.

Si bien los psicofármacos han eliminado los chale-cos de fuerza y las celdas acolchadas y casi no se usa elshock eléctrico (que era lo más parecido a la picana),el actual chaleco químico se reparte con increíble gene-rosidad en la población. El efecto de este abuso es quetiende a suprimir toda resistencia y tolerancia al do-lor, cuando sabemos que los hay inevitables y no espara nada saludable su simple supresión psicofarmaco-lógica ni la generalización de la anestesia ante los su-frimientos socialmente condicionados.

El resultado práctico más importante de la antipsi-quiatría ha sido la desmanicomialización, o sea, la re-ducción de la institucionalización al mínimo, paraevitar el deterioro de la persona.

Como nunca faltan los vivos o perversos que todolo desvirtúan, este generoso movimiento de desmani-comialización ha pretendido ser usado por políticos in-morales para reducir el gasto en atención psiquiátricay por delincuentes corruptos para intentar hacer unnegociado inmobiliario con los edificios y terrenos delos manicomios. Pero esto no puede imputarse a la an-tipsiquiatría, sino sólo a la necesidad de cuidarnos delas contradicciones del poder, que no son sólo las quelos antipsiquiatras imaginaron.

En paralelo a la abolición del manicomio y la antip-siquiatría y con referencia al sistema penal formal sefue abriendo camino un complejo movimiento de abo-licionismo penal, que podemos denominar nuevo aboli-

cionismo, para distinguirlo del viejo, que era el delos teóricos anarquistas.

Si bien tuvo como antecedente el libro del profe-sor de criminología de Ginebra Paul Reiwald titula-do La sociedad y sus criminales, publicado en 1948, suobra no fue comprendida en su momento, quizás in-cluso debido a la temprana muerte del autor, por loque el nuevo abolicionismo eclosionó en los añossetenta y ochenta, recibiendo un notorio impulsocon los trabajos de Michel Foucault, aunque éste nose proclamase abolicionista, pues su pensamiento re-siste a las clasificaciones y él mismo se ocupó toda suvida de evitar los encasillamientos.

No tiene mucho sentido seleccionar aspectos par-ticulares de la crítica de Foucault, porque impactó alas ciencias sociales y a la criminología de modo talque a lo largo de estas páginas estamos viendo suclara marca transversal.

Los filósofos discutirán durante mucho tiempo lasideas de Foucault, en especial su concepción antro-pológica, pero en las ciencias sociales sus aportes soninvalorables y no necesariamente están soldados conésta, que es el principal punto de discusión en elcampo de la filosofía pura.

El nuevo abolicionismo surgió casi enteramente demovimientos y organizaciones que se ocupaban delos derechos de los presos y por las que se interesaroncriminólogos y otros académicos, que conforme a es-ta experiencia pasaron a teorizar y postular la aboli-ción de la prisión y finalmente del sistema penal.

Estos movimientos se crearon en Europa en losaños sesenta del siglo pasado, algunos de ellos seconvirtieron en verdaderas organizaciones y fueronimitados más tímidamente en otras latitudes.

Los primeros fueron los movimientos escandina-vos: el KRUM sueco (1965), el KRIM danés (1967)y el KROM noruego (1968). Le siguieron en 1970 elRAP británico (Radical Alternatives to Prison), en1971 la COORNHERT Liga holandesa, el grupo deBielefeld alemán, el Liberarsi del carcere italiano y elGroup d’information sur les prisons (GIP) francés. EnCanadá el impulso más importante provino del cam-po religioso, de los cuáqueros. Cabe anotar que des-pués de la dictadura argentina se organizó algo simi-lar en Buenos Aires como ONG: SASID (Servicio deAsistencia Social Integral al Detenido), que sobrevivióalgunos años. No podemos aquí seguirlos en detalle,pero fue un conjunto importante y demostrativo deuna tónica humanista muy interesante. Si alguno deustedes quiere profundizar en su historia e ideología,hay en castellano un libro de Iñaki Rivera Beiras(¿Abolir o transformar?, Buenos Aires, 2010) que seocupa del tema.

De estas organizaciones participaron académicosprestigiosos: Michel Foucault en el GIP, Louk Huls-man y Herman Bianchi en la Liga holandesa, RuthMorris en el movimiento cuáquero canadiense yThomas Mathiesen y Nils Christie en el KROMnoruego. Ellos fueron los principales promotores teó-ricos del nuevo abolicionismo penal, que se institucio-nalizó internacionalmente en ICOPA (InternationalConference on Penal Abolition), que lleva a cabo con-gresos bianuales en muy diferentes países del mundo.

El pensamiento de Louk Hulsman se sintetiza enun libro escrito en colaboración con Jacqueline Ber-nat de Celis (Peines perdues, Le système pénal enquestion, París, 1982), donde pone de manifiesto lairracionalidad del poder punitivo y en cierta formasu derivación teológica, lo que lo vincula con elplanteamiento de Szasz en psiquiatría. Cabe precisarque era profesor emérito de la Universidad de Rot-terdam y cabeza visible del documento sobre decrimi-nalización del Consejo de Europa de 1980. En el añode su fallecimiento –2009– había sido nominado co-mo candidato al Premio Nobel de la Paz, en razón

de haber promovido las primeras iniciativas de polí-tica de drogas en Holanda.

En cuanto a Nils Christie, su obra más conocida encastellano es Los límites del dolor (1981), cuya tesiscentral es que hasta el presente el poder punitivo in-flige intencionalmente dolor, por lo que postula alter-nativas y no meras limitaciones. El marco ideológicode Christie es más bien de antropología cultural. Ensu bibliografía posterior señala los peligros del modelonorteamericano de las últimas décadas; de allí el su-gestivo subtítulo de una de sus obras: Hacia el gulag es-tilo occidental. Quizás el primer libro de la nueva olaabolicionista sea el del noruego Thomas Mathiesen:The Politics of Abolition (1974), donde vuelca su expe-riencia en el KRUM a lo largo de varios años. Si bienla obra participa del marco ideológico del marxismono institucionalizado, no se somete al mismo forzandolos hechos verificados con su experiencia. De allí quehaya varios aportes interesantes, que han abierto elcamino a posteriores elaboraciones.

Consideramos que el mayor aporte de Mathiesenes la caracterización del poder punitivo como fagoci-tario respecto de todos los movimientos que lo en-frentan, a los que procura comprometer e incluir ensu discurso y acción. De allí que advierta que éstosdeben mantener una estricta posición de confronta-ción no contaminante. En este sentido, construye unconcepto que tiene plena vigencia: el de unfinished,lo nunca finalizado. Veremos más adelante, cuandohagamos referencia a la cautela, que ésta debe operarcomo un unfinished, o sea, un camino hacia la con-tención del poder punitivo nunca del todo acabado.

Entre todos los personajes humanamente increí-bles del nuevo abolicionismo se destacó Ruth Mo-rris, socióloga canadiense de muy interesante perso-nalidad, tanto teórica como activista. Su obra másdifundida fue Penal Abolition: The Practical Choice(1995), donde entre otras cosas plantea que la fe enel poder punitivo es una religión. Creemos que es unainteresante idea, teniendo en cuenta que hoy se atri-buye a éste una omnipotencia que no es de estemundo, por lo cual se ha convertido en un verdade-ro ídolo y su culto en una idolatría. Quienes desdelas distintas religiones lo adoran sería bueno que re-flexionen acerca de la posibilidad de que este cultono les haga incurrir en un gravísimo error dogmáti-co. Morris fue miembro activo de la Religious Societyof Friends (cuáqueros) y embarcó a todo su grupo enel abolicionismo penal.

La pregunta inevitable cuando se plantea el aboli-cionismo es: ¿Qué en lugar del sistema penal? Los nue-vos abolicionistas proponen soluciones conforme atodos los otros modelos de solución de conflictos alos que hemos hecho referencia: reparador, terapéu-tico, conciliador, etc. Por mi parte no creo que suspropuestas sean de política criminal, sino de políticaen general, pero en el sentido de un profundo cam-bio cultural y civilizatorio. En el fondo, la discusiónpodría sintetizarse en la cuestión de la posibilidad deeliminación de la venganza, lo que nos lleva a un te-ma que por su complejidad trataremos extensamentemás adelante y que no es nada sencillo de resolver.

El abolicionismo tuvo una virtud, que compartecon otras corrientes a las que nos referiremos a con-tinuación, pero que llega a su máximo extremo conestos autores y que consiste en que desnaturaliza alpoder punitivo.

En efecto: tal como lo explican Berger y Luck-mann, hay muchas cosas que se nos vuelven natura-les porque subjetivamente coincidimos o conveni-mos todos en ellas: nos parece que siempre han exis-tido o debido existir. Desde el bife de chorizo hasta lapizza con fainá, todo nos parece natural y no nos pre-guntamos por qué existe: está allí porque tenía que es-tar allí y punto. Con el poder punitivo pasa lo mis-

mo: siempre existió se dice, aunque no sea cierto,como vimos. Está porque tiene que estar. Eso determi-nó que todo aquel que lo critica debe explicar porqué lo hace, en tanto que el poder punitivo no debeexplicar nada acerca de su existencia.

Me imagino que lo mismo habrá pasado con laesclavitud, con la tortura, con la monarquía y contantas otras cosas tan poco naturales como la penade muerte, la cárcel o el propio poder punitivo. Es-to es lo que cambia con la crítica abolicionista: esel poder punitivo el que debe justificar su existencia yno a la inversa.

Y la verdad es que cuando hacemos esto, cuandotratamos de justificar la existencia del poder puniti-vo, aunque no seamos abolicionistas y tengamos di-ferencias con las soluciones y las veamos como plan-teos no criminológicos sino directamente civilizato-rios, nos hallamos en dificultades, y el abolicionismoes una de las principales fuentes de esas dificultades.

Por otros caminos hay propuestas menos radicalese incluso críticas del abolicionismo, puesto que nopostulan la abolición del sistema penal, sino su re-ducción. Se trata de lo que se conoce como minima-lismo penal, cuyos autores más conocidos –aunquepor diferentes caminos– son el inolvidable Alessan-dro Baratta, el querido Luigi Ferrajoli y en general laescuela de Bologna, con Massimo Pavarini y otrosmuchos.

Con diferencias, estos autores señalan que el po-der punitivo debería limitarse a conflictos muy gra-ves y que comprometan masivamente bienes básicos(como la vida o el medio ambiente) y resolver losconflictos de menor entidad por otras vías. Es in-cuestionable que si bien nuestra cultura no admitiríala decisión no punitiva de algunos conflictos, estono sucede con todo el inmenso campo abarcado porla proyección de criminalización secundaria ni mu-cho menos.

No obstante, cabe señalar que estas propuestas dederechos penales mínimos exigen también una profun-da transformación del poder que hoy camina en sen-tido diametralmente opuesto, aunque –al igual queel abolicionismo– tienen la virtud de invertir lacuestión: una vez más es el poder punitivo, como ar-tificio humano, el que debe justificar su existencia yextensión.

Estas posiciones que exigen profundos cambiossociales y civilizatorios tienen el inconveniente deque resulta muy difícil reconducirlas a respuestasconcretas a problemas urgentes, lo que no es fun-cional en una región donde la violencia del poderpunitivo es muy alta o, al menos, constituye unaamenaza constante.

Esto no significa que debamos subestimarlas nimucho menos, porque contribuyen con aportes quenos ayudan a reflexionar sobre nuestra realidad. Enlo personal, entiendo que la posición de Baratta ytoda su escuela minimalista –al igual que el abolicio-nismo– hacen ineludible la cuestión de la legitima-ción del poder punitivo y a preguntarnos a qué sedebía la incapacidad del derecho penal para asignar-le una función a la pena. Hulsman demuestra que elmodelo punitivo no resuelve los conflictos y, por en-de, nos impone la tarea de buscar en el campo de lasciencias sociales una explicación a su permanenciaen el tiempo. El unfinished de Mathiesen, por su par-te, es una idea que puede proporcionar un funda-mento fuerte para una criminología cautelar y pararefundar el derecho penal liberal desde una perspec-tiva más sólida.

IV JUEVES 11 DE AGOSTO DE 2011

Equipo de trabajo: Romina Zárate, Alejandro Slokar, Matías Bailone