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UNIVERSIDAD NACIONAL DE QUILMES INSTITUTO DE ESTUDIOS SOCIALES SOBRE LA CIENCIA Y LA TECNOLOGÍA MAESTRÍA EN CIENCIA TECNOLOGÍA Y SOCIEDAD Tesis Status científico, discursos y conflictos: El proceso de institucionalización de la homeopatía argentina. La revista Homeopatía, Buenos Aires, 1933- 1940. Autor: Manuel A. González Director: Dr. Pablo Kreimer

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE QUILMES

INSTITUTO DE ESTUDIOS SOCIALES SOBRE LA CIENCIA Y LA TECNOLOGÍA

MAESTRÍA EN CIENCIA TECNOLOGÍA Y SOCIEDAD

Tesis

Status científico, discursos y conflictos: El proceso de institucionalización

de la homeopatía argentina. La revista Homeopatía, Buenos Aires, 1933-

1940.

Autor: Manuel A. González

Director: Dr. Pablo Kreimer

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Índice

INTRODUCCIÓN 3

CAPITULO 1. PRINCIPIOS DE ANÁLISIS 6

CAPITULO 2. LA HOMEOPATÍA 20

CAPITULO 3. ORÍGENES DE LA HOMEOPATÍA. ANTECEDENTES

EN LA ARGENTINA Y CONTEXTO HISTÓRICO DE LA DÉCADA

DE 1930 36

CAPITULO 4. CONSTRUCCIÓN DE UN NUEVO ROL 52

CAPITULO 5. LA PELEA CON EL VIEJO ROL 98

CONCLUSIONES 128

BIBLIOGRAFÍA 133

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INTRODUCCIÓN

Este trabajo es un relato sociohistórico que da cuenta de los principales rasgos acerca de

cómo se produjo el proceso inicial de institucionalización “perdurable” de la homeopatía en

Argentina. Dicho proceso comprende el lapso que se extiende desde julio de 1933, cuando un

reducido grupo de médicos que utilizaban la terapéutica homeopática decidió crear una

Sociedad que los nucleara, hasta noviembre de 1940, cuando el presidente Agustín Justo dictó

un decreto por el que se le otorgó reconocimiento jurídico legal.

El adjetivo “perdurable” indica una distinción respecto a otros procesos truncos de

institucionalización de la homeopatía en este país que florecieron durante el último cuarto del

siglo XIX, que en rigor son los primeros de los que se tienen noticias. La Sociedad que se

analiza en este trabajo (la SMHA, Sociedad Médica Homeopática Argentina, posteriormente

Asociación, AMHA) es la más antigua de las vigentes y la más importante: todos los centros de

homeopatía en la actualidad fueron desprendimientos, o emprendimientos (en el caso de los

centros del interior) de médicos egresados de la AMHA.

Tanto los procesos de institucionalización de la homeopatía del siglo XIX, como el que

se aborda en este trabajo, han sido atravesados por la cuestión de la legitimidad, que puede

analizarse desde la cuestión de las disputas por determinados espacios sociales o institucionales

(por ejemplo, el reconocimiento jurídico), o de la controversia más general que tiene que ver

con la validez “científica” del conocimiento apelado. En esta tesis se analiza históricamente el

posicionamiento social e institucional de la medicina homeopática en la década de 1930 en

Argentina y su vinculación con un modelo médico “oficial” o “hegemónico” que la excluye.

En consonancia con los trabajos desarrollados por los autores de orientación

constructivista de los Estudios Sociales de la Ciencia y por Eduardo Menéndez (en el caso

específico de la medicina), se considera aquí a la ciencia y a las concepciones de salud y

enfermedad como desarrollos socio-históricos, como construcciones producidas en un contexto

cultural determinado, tomando además a los discursos de los actores como prácticas en

situaciones sociales.

Así, a partir de la reconstrucción histórica de los procesos de desarrollo e

institucionalización de la homeopatía en el país, y del estudio de las acciones discursivas

generadas por médicos homeópatas a través de la publicación de una revista científica –

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Homeopatía–, se desarrolla un trabajo de análisis y conceptualización acerca de los objetos y

sentidos que están en juego en los discursos legitimadores de una práctica considerada como

“marginal y anticientífica” por la mayoría de los médicos alópatas. De ella se han seleccionado

los artículos que se analizan y que al mismo tiempo brindan la posibilidad de identificar a los

actores y establecer hitos en la disputa.

La mirada constructivista del problema, acarrea la lectura de dos ejes que construyen el

problema: la constitución de un nuevo rol científico y la controversia que lo atraviesa. Esta

mirada permitirá encontrar particular riqueza en las distintas estrategias discursivas y en los

supuestos en los que se apoyan, por lo que se ha intentando mostrar la yuxtaposición de los

argumentos de “cientificidad” con las luchas por el posicionamiento público y la legitimación

social.

El relato se constituye de la siguiente manera: a esta breve introducción le sigue un

capítulo con algunos principios de análisis utilizados para construir una mirada y un objeto a ser

analizado; en segundo lugar, aparece un apartado acerca de la problemática general de la

homeopatía; en tercer lugar, se da cuenta de los principales antecedentes de la homeopatía hacia

la década analizada (1930) y del contexto histórico de la época. Los dos capítulos siguientes se

concentran específicamente sobre el problema en cuestión: en “La construcción de un nuevo

rol”, se analizan varios ejes sobre los cuales va tomando forma el rol institucionalizado del

homeópata. Estos ejes son la creación de la propia revista Homeopatía; la fundación de la

Sociedad y la construcción de un mito fundacional; la figura del mítico fundador de la

homeopatía, Christian Samuel Hahnemann; la construcción de las delimitaciones entre los

distintos roles; la enseñanza y la atención médica y, finalmente, la constitución de redes

internacionales de legitimación. En el capítulo sobre “El enfrentamiento directo y la obtención

de personería jurídica” se da cuenta de los argumentos sobre los cuales se debatió con distintos

actores, detractores de la homeopatía, a distintos niveles: desde un intercambio epistolar con un

Decano de una universidad francesa hasta la pelea con el Departamento de Higiene que derivó

en la obtención de la personería jurídica de la institución homeopática. Cierra el trabajo un

breve corolario que reúne las principales impresiones que fue dejando cada capítulo,

acompañado a su vez de algunas reflexiones generales sobre el proceso de construcción de la

narración que sigue a continuación.

Si en los estudios sociales de la ciencia se han dado una serie de trabajos notables sobre

el nacimiento de la investigación en ciencias biomédicas en Argentina, durante el siglo XX (por

ejemplo: Buch, 1996 y 2000; Buta, 1996; Estebánez, 1996; Kreimer, 2007; Prego, 1996), este

interés ha estado siempre orientado a las prácticas “oficiales”. En este marco, esta tesis

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constituye el primer acercamiento a la problemática del proceso de institucionalización y el

discurso homeópata de la década de 1930 en Buenos Aires. En las páginas que siguen se pone

de relieve un discurso (de alguna manera olvidado o) sólo tangencialmente utilizado para

reconstruir una línea cronológica en otros trabajos de ciencias sociales.

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CAPITULO 1. PRINCIPIOS DE ANÁLISIS

A continuación se repasará una serie de principios analíticos que han servido para darle

un orden a este relato. Algunos fueron punto de partida para la indagación primaria, mientras

que otros fueron recursos explicativos que surgieron de la necesidad planteada por un

heterogéneo, esquivo y lábil conjunto de datos empíricos llamados a constituirse como

información ordenada en una tesis de maestría.

El primer ángulo de entrada al problema fue una indagación que pretendía comprender

al fenómeno de la homeopatía desde un estudio de “controversias” a la manera de Harry Collins

(1981): resumidamente, buscar un conjunto de actores que confluyeran sobre la discusión del

valor de verdad de un determinado conocimiento. Como la discusión sobre la validez de la

homeopatía lleva alrededor de doscientos años, más que encontrar tal conjunto de actores en

activo que se enrolen para determinar su validez, comenzó a ser más interesante buscar distintos

momentos en los que hubiera ocurrido alguna discusión puntual.

En este sentido, la obtención del reconocimiento jurídico por parte de la institución más

importante de homeopatía es un tema que no ha sido mencionado más que anecdóticamente por

algunos historiadores de la homeopatía. El interrogante pasó a ser, entonces, cómo un grupo de

médicos formados en una facultad alopática había logrado constituirse en un medio

presuntamente hostil y en menos de una década lograr el reconocimiento estatal.

Una exploración exhaustiva de la principal fuente de los testimonios de los médicos

homeópatas de la época –la revista Homeopatía– junto con una serie de principios de análisis –

que siguen a continuación–, permitieron moldear el relato a medida que se iba construyendo, en

relación a los siguientes hitos:

-La reunión de un grupo de médicos que habían aprendido la homeopatía de forma

autodidacta, en julio de 1933, durante la cual deciden crear una Sociedad.

-El inicio de una publicación “científica”, la revista Homeopatía, a principios de 1934.

-La justificación mítica de esta aparición en sociedad. La delimitación de su rol y la del

médico “alópata”.

-Los intercambios con homeópatas del exterior como una forma de recepción

disciplinaria y de legitimación internacional.

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-La creación de consultorios para público de escasos recursos y el dictado de cursos, a

partir de fines de 1934.

-Los distintos enfrentamientos entre la institución homeopática y el “entorno hostil” (en

particular con el Departamento Nacional de Higiene –con poder cuasi policial– representante de

los intereses de los médicos y farmacéuticos “alópatas”).

Juego de roles

Como ya se ha dicho, el punto de partida de este trabajo es una perspectiva

constructivista que, básicamente, considera al conocimiento científico como socialmente

construido, “lo que significa que la ciencia no opera de acuerdo a estándares universales o

criterios preestablecidos, sino que ésta es el resultado de prácticas ocasionales y

circunstanciales” (Lamo de Espinosa y otros, p. 541). En este sentido, se toma a los procesos de

legitimación y reconocimiento social como parte de la construcción de este conocimiento con

“especial atención […] al lenguaje y a la comunicación entre los científicos, dado que una parte

importante del material sobre el que se produce la actividad científica de construcción de hechos

consiste básicamente en enunciados” (Lamo de Espinosa y otros, p. 541).

Previo a la crítica constructivista, uno de los trabajos más citados e interesantes de los

estudios sociales de la ciencia sobre procesos de legitimación e institucionalización de una

“ciencia nueva” es el de Joseph Ben-David y Randall Collins, en el que destacan los factores

sociales en el origen de la psicología. En ese trabajo los autores discuten la idea de que el

conocimiento de una nueva disciplina se propaga y fortalece por la fuerza de las ideas fundantes

y, sobre todo, rompen con la explicación de que “si no prospera es por un fallo de las ideas en

sí” (Ben-David y Collins, 1966, p. 452).

Lejos de interrogarse por la “fertilidad de las ideas”, el problema pasa a ser cómo ocurre

que en cierto momento la difusión y transmisión de ideas relacionadas con una disciplina dada

crecen fuertemente en su efectividad: en vez de contemplar la mutación intelectual interna de

los campos de conocimiento, se concentran en los mecanismos contextuales que favorecen la

selección de estas mutaciones. Ben-David y Collins sostienen cuatro postulados para el

surgimiento de una nueva disciplina: 1) las ideas necesarias están disponibles por un período

prolongado antes de que se consolide la disciplina; 2) Sólo unas pocas de estas ideas llevan a un

crecimiento futuro; 3) Ese crecimiento ocurre cuando y donde las personas se interesan en estas

ideas. No sólo por su contenido intelectual sino también por su potencial de establecer una

nueva identidad intelectual y particularmente un nuevo rol ocupacional; 4) La condición bajo la

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cual este interés crece puede ser identificada y usada como la base para una eventual

construcción de una teoría predictiva (Ben-David y Collins, 1966, p. 452).

Por el tipo de conocimiento y disciplina que representa la homeopatía en Buenos Aires

en la década de 1930 (un pequeño grupo de profesionales que se opone a un sistema curativo

vigente desde la década de 1850, y a la vez educados en ése sistema), resulta particularmente

interesante el tercer postulado, que implica el “movimiento” desde un rol hacia otro, implica un

pasaje, al menos momentáneo en una “posición de rol conflictiva”. Para los autores, “el

conflicto puede resolverse abandonando las actitudes y comportamientos apropiados al antiguo

rol y adaptando las propias del nuevo rol, en este caso se pierde la identificación con el viejo

grupo”, aunque aclaran que “sin embargo, el individuo puede no desear abandonar su

identificación con el viejo grupo de referencia, dado que esta puede otorgarle un alto status

(intelectual y social), o un más alto status que su nuevo grupo” (Ben-David y Collins, 1966, p.

459).

Así como resulta elogioso el esfuerzo de estos autores “clásicos” por explicitar los

“factores sociales” en la conformación de una nueva ciencia, se han realizado algunas críticas

válidas a sus aportes. Pablo Kreimer discute el alcance de lo “social” en el trabajo de Ben David

y Collins, argumentando que “[los factores sociales] no se refieren más que a los aspectos

institucionales de las disciplinas, ignorando todo otro elemento que provenga de otros actores

sociales y que podría desempeñar un papel importante en el desarrollo de las disciplinas

estudiadas” (Kreimer, 2003, p. 17). A los fines de esta investigación, esta crítica no invalida el

trabajo de Ben David y Collins, sino que se entiende como una solución superadora de la

“nueva sociología de la ciencia” a los trabajos iniciales. El desafío pues, pasa por encontrar

marcas más amplias en las prácticas (tratándose de un trabajo sociohistórico, generalmente

discursivas) de los actores implicados en el proceso de construcción de un nuevo rol.

El nuevo frente al viejo rol

Como Ben David y Collins (1966) han señalado, a la vez que se halla un proceso de

diferenciación, por la constitución de un “nuevo rol” se produce una tensión con el rol anterior.

En el caso de la medicina, además, el sistema considerado (por una corriente de la antropología

de la medicina) como hegemónico reviste ciertas especificidades que lo estructuran:

La medicina denominada científica constituye una de las formas institucionalizadas de atención de la enfermedad y, en gran parte de las sociedades, ha llegado a ser identificada como la forma más correcta y eficaz de atender el proceso salud/enfermedad (Menéndez, 1994, p. 72).

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El Modelo Médico Hegemónico cumplió y cumple funciones curativo/preventivas, pero también funciones de control, de normatización y de legitimación, que en determinadas coyunturas económico-políticas pueden tener más relevancia que las funciones reconocidas como ‘estrictamente’ médicas (Menéndez, 1985, p. 22).1

Por ende, lo que interesa es ver cómo una naciente Sociedad Médica busca instituirse

como la única legítima en su especie, pero también en función a su posición subalterna respecto

de la “otra” medicina, que ejerce su rol controlador, y que es la que ha dado formación a los

representantes de esta nueva disciplina. El rol predominante de la “medicina alopática”, que

ostenta desde el Estado diferentes medios de sanción social, no debe hacer perder de vista que el

origen institucional y la problemática profesional entre la alopatía y la homeopatía guarda

poderosas similitudes.

Estos parecidos se ponen en juego no sólo en la pertenencia a una determinada

institución (como graduados de universidades nacionales), sino también de manera aún más

general en cuestiones estructurales:

Tanto este (el Modelo médico hegemónico) como las otras formas académicas y/o academizadas (homeopatía, quiropracia, etcétera), o populares (herbolaria, espiritualismo, entre otros) de atender a los padecimientos, tienen el carácter de “instituciones”, es decir instituyen una determinada manera de “pensar” e intervenir sobre las enfermedades y, por supuesto, sobre los enfermos (Menéndez, 1994, p. 72).2

De esta manera, la homeopatía comparte con la alopatía, antes que nada, el rol de

“sanador” a nivel más amplio (que detenta sobre el resto de las personas una legitimidad social

para la intervención “curativa”), pero también el de “médico académico” con trayectoria

1 Aún más, Menéndez entiende que: “El proceso de salud/enfermedad/atención, así como sus significaciones, se ha desarrollado dentro de un proceso histórico en el cual se construyen las causales específicas de los padecimientos, las formas de atención y los sistemas ideológicos (significados) respecto de los mismos. Este proceso histórico está caracterizado por las relaciones de hegemonía/subalternidad que opera entre los sectores sociales que entran en relación en una sociedad determinada, incluidos los saberes técnicos” (Menéndez, 1994, p. 72). Otro aspecto a poner en juego sobre la noción de hegemonía/subalternidad es el hecho de que todos los actores que participan en esta disputa compartieron una primera formación médica común, ya que la Asociación de homeópatas sólo acepta “médicos recibidos en Universidades Nacionales”, de formación convencional, alopática, “cientificista”. Sin embargo, asumieron prácticas opuestas en sus principios curativos, validatorios y legitimadores; estas diferencias en la práctica se sustentaron en contrastes radicales en las concepciones acerca de la salud y la enfermedad, y miradas culturalmente distintas sobre el hombre y su constitución física, psíquica y social. 2 Esta idea remite a los trabajos de Foucault sobre el disciplinamiento social que implicó el establecimiento de la medicina moderna sobre la sociedad occidental: “Toda la segunda mitad del siglo XVIII fue testigo del desarrollo de todo un trabajo que era, a la vez, de homogeneización, normalización, clasificación y centralización del saber médico. ¿Cómo darle un contenido y una forma, cómo imponer reglas homogéneas a la práctica de la atención, cómo imponer esas reglas a la población, por otra parte, menos para hacerla compartir ese saber que para que le resultara aceptable? Ése fue el sentido de la creación de los hospitales, de los dispensarios, de la Sociedad Real de Medicina, la codificación de la profesión médica, toda una enorme campaña de higiene pública, toda una enorme campaña, también, sobre la higiene de los lactantes y los niños, etcétera” (Foucault, 2001, p. 170).

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institucional oficial. Este punto en común es clave para entender la tensión por la legitimación

de la disciplina que la a la vez horada la lógica curativa de la alopatía, la refuerza con prácticas

curativas y de legitimación similares.

Puesto así, es menester aludir al libro “Ciencia en acción” de Bruno Latour, quien

propone la idea de que la ciencia tiene dos caras: una que sabe, la otra que todavía no sabe

(1992, p.7), la primera es la ciencia “cristalizada” y la otra es la ciencia “en acción”. El autor

separa ambas y le atribuye cierto discurso a cada uno de los tipos ideales, mientras que la

primera es más conservadora y tiende a autolegitimarse, la segunda es relativizadora y pone en

cuestión los mecanismos de legitimación.

Si bien resulta tentador (y en parte plausible) atribuirle el discurso de ciencia “en

acción” a la homeopatía, al leer los artículos de Homeopatía puede entenderse que los voceros

de esta disciplina la representan también como un saber cristalizado (instituido) y no sólo hacia

los pares, a los que se pretende adoctrinar, sino también hacia los demás médicos y la sociedad

en general.

Institucionalizar y legitimar

Como bien señala Menéndez, las diferentes prácticas médicas instituyen una manera de

pensar, de entender la realidad y de intervenir sobre ella. Siguiendo a Pierre Bourdieu (1993),

las instituciones, además, buscan consagrarse como legítimas para dotar (instituir) a

determinados actores con ciertos atributos:

al hablar de la tarea de la institución y al hacer de la inculcación más o menos dolorosa de las disposiciones duraderas un componente esencial de la operación social de la institución, no hago sino dar a la palabra institución todo su sentido. Al haber recordado, con Poincaré, la importancia que tiene la elección de las palabras, no creo que resulte inútil señalar que basta con reunir las distintas acepciones de instituere y de institutio para obtener la idea de un acto inaugural de constitución, de fundación, incluso de invención, que conduce por medio de la educación a disposiciones duraderas, a costumbres, a usos (Bourdieu, 1993, p. 119).

Es así que “la investidura (del caballero, del diputado, del presidente de la República,

etc.) consiste en sancionar y santificar, haciéndola conocer y reconocer, una diferencia

(preexistente o no), en hacerla existir en tanto que diferencia social, conocida y reconocida por

el agente investido, y por los demás” (Bourdieu, 1993, p. 115). El entramado teórico lleva a

pensar en la “hibridación de roles” (que plantearon Ben-David y Collins), el pasaje del rol de

“médico alópata” (instituido por las facultades de las Universidades Nacionales) al de “médico

homeópata” (cuya institución logra en el período estudiado, a su vez, instituirse como tal)

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requiere de una aceptación social más amplia que la del propio grupo: “El acto de institución es

un acto de comunicación, pero de una clase particular: notifica a alguien de su identidad, pero a

la vez que expresa esa identidad y se la impone, la expresa ante todos (katègoresthai es, en

principio, acusar públicamente) y le notifica con autoridad lo que es y lo que tiene que ser”

(Bourdieu, 1993, p. 117).

Es por ello que los actores que representan el nuevo rol deben hacerse de

reconocimiento social para poder ejercer la capacidad de instituir a sus miembros como

legítimos representantes de una práctica. En este caso, lo que se debe estudiar es cómo un grupo

de médicos busca legitimar su asociación ya que “los actos de magia social (como la concesión)

de cargos y honores […] sólo pueden tener éxito si la institución, en el sentido activo tendente a

instituir a alguien o algo en tanto que dotados de tal o cual estatus y de una u otra propiedad, es

un acto de institución en otro sentido, es decir, un acto garantizado por todo el grupo o por una

institución reconocida” (Bourdieu, 1993, p. 122).

Otra cuestión importante es la referente al “deber ser”: “La institución de una identidad

[…] es la imposición de una esencia social. Instituir, asignar una esencia, una competencia, es

imponer un derecho de ser que es un deber ser (o de ser). Es notificar a alguien lo que es y

notificarle que tiene que comportarse en consecuencia” (Bourdieu, 1993, p. 117). Por ello

también, los representantes del nuevo rol deben esforzarse en dejar claro qué es y qué no es

homeopatía, cuáles son los alcances, los límites, establecer esa “frontera mágica” que impide

que “los que están dentro, en el lado bueno de la línea, salgan, se degraden o pierdan categoría”

y “evitar permanentemente la tentación del paso, de la transgresión, de la dimisión” (Bourdieu,

1993, p. 119).

La reacción de las instituciones “alopáticas” debe entenderse también en esta lógica de

evitar las transgresiones, el debate entre la conducta inadecuada por ejercer la homeopatía y la

tensión con la fuerza del acto de institución que constituyó a esos transgresores en “médicos”.

Es así que Bourdieu aclara: “el poder del juicio categórico de atribución que realiza la

institución es tan grande que es capaz de hacer frente a todas las contradicciones prácticas”

(Bourdieu, 1993, p. 120), “uno de los privilegios de la consagración radica en el hecho de que,

al otorgar a los consagrados una esencia indiscutible e indeleble, ésta permite transgresiones que

de otro modo estarían prohibidas” (Bourdieu, 1993, p. 121).

Lo que ocurre es que tampoco se trata de una transgresión menor, sino una que pone en

cuestión (por momentos, por completo) a la práctica “hegemónica” que instituye a todos los

médicos del país. En el discurso de los homeópatas de la década de 1930 en Argentina, no se

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observa una voluntad de completar un sistema con fallas o deficiencias, sino un reemplazo

completo porque, se sostiene, todo su sistema de conocimiento es falaz.

La controversia, la disputa

Por lo expuesto, lo que no debe escapar al análisis es la cuestión controvertida de la

práctica, en términos económicos y cognitivos, es decir, por un lado, la naciente institución

homeopática representan una alternativa en la atención médica de la época, con el potencial

peligro de quitar pacientes. Por otro lado, se basa en un conocimiento que pone en duda los

principios que avalan y la propia terapéutica alopática. A este respecto, vale retomar a Bourdieu

quien conceptualiza al campo científico como una arena de lucha de intereses y disputa del

monopolio del poder: “el funcionamiento mismo del campo científico produce y supone una

forma específica de intereses (las prácticas científicas no aparecen como ‘desinteresadas’ más

que por referencia a intereses diferentes, producidos y exigidos por otros campos)” (Bourdieu,

1996).

Es Karin Knorr Cetina (1996) quien amplía la idea de campo para enunciar la de arenas

transepistémicas, expresando la necesidad de todo científico de interactuar con otros espacios,

que requiere competencias para vincularse con otras actividades, van desde los políticos más

encumbrados, pasando por ejemplo por el cadete del proveedor de insumos, el personal de

limpieza, hasta pares o aprendices del propio campo. La idea de “arenas” o espacios de acción,

si bien discute con una visión simplista de la noción de “campo” que el propio Bourdieu no

defendería, permite flexibilizar mejor la ya rígida posición de los actores frente a una disputa o

controversia y ayuda a la relativización de la centralidad del “conocimiento” en una contienda

científica.

En este sentido, el “programa relativista” considera que la evidencia científica y la

racionalidad ocupan un pequeño espacio en la construcción del conocimiento científico, por lo

que la actividad más relevante para explicar la ciencia en la actualidad está fuera de los

laboratorios. Son los factores sociales y no los técnicos los que explican su generación y

validación, y cuyos rasgos esenciales se pueden estudiar mejor durante las controversias (Lamo

de Espinosa y otros, 1994, p. 548, Collins, 1981, p. 6-19).

Harry Collins, uno de los cientistas sociales más célebres en el estudio de las

controversias científicas, no niega la existencia de la “naturaleza” sino más bien indica que se la

percibe como aquellos juegos infantiles de unir con líneas los puntos esparcidos en una hoja en

blanco, para formar una figura (Collins, 1985, p. 16). Por ello es que el saber científico, a pesar

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de sus intenciones, no puede denotar realidad, sino simplemente construir un discurso acerca de

su existencia y la validación del saber sobre ella.

Este tipo de posturas deriva en un punto de vista desde el cual no tiene sentido

preguntarse por el valor de verdad de una disciplina en cuestión. Lo que define a una teoría

como valedera es la aceptación social y nunca al revés, de modo que el nudo del problema pasa

por resolver cuáles son los mecanismos que intervienen en la legitimación de una teoría o

práctica. Vale retomar aquí dos puntos del programa fuerte de Bloor (1998) cuando intentaba

establecer ciertos principios de la práctica sociológica sobre la ciencia: el principio de

imparcialidad, con el que pretendía que se de cuenta de la explicación del conocimiento que a

priori se considera verdadero, tanto como del que se considera falso (que era lo que estudiaba la

sociología hasta entonces), y derivado de este, también considerar el uso del principio de

simetría, en tanto que la misma explicación debe valer para ambos conocimientos.3

Es por ello que aquí se parte de considerar al saber homeopático como de igual valor de

verdad que el alopático, y no se pretende establecer otro juicio de valor que la creencia en que

ambas prácticas se basan en saberes médicos vinculados al conocimiento científico y su

legitimación social e institucional es lo que le otorga el valor de verdad. Este posicionamiento

ha provocado acusaciones y suspicacias de favorecer a uno u otro bando (por actores no

necesariamente médicos) en las sucesivas presentaciones a congresos que se han hecho de los

avances de esta investigación, lo cual da cuenta de que el debate sigue abierto, además de haber

redundado en una constante reflexividad sobre la objetividad de este trabajo.

Tomando como punto de partida el trabajo de T.S. Kuhn (2000), Harry Collins

considera que el estado de ciencia normal (cuando los científicos trabajan dentro de un

paradigma aceptado) es el período que habían abordado los diversos estudios de laboratorio.

También reconoce en el concepto kuhniano de revolución científica (cuando se cambia por

completo un paradigma) otro de los estados en los que se produce ciencia. Finalmente una

tercera situación, llamada período de ciencia extraordinaria, comprende los momentos en los

que los científicos producen conocimiento que no encajan dentro del paradigma, de esta forma,

progresivamente, se empieza a generar controversia.

En este sentido, Latour enumera una serie de características acerca del discurso

científico que pueden ser útiles para esta narración: la tecnicización de la literatura, cuando las

3 Por otra parte, Collins rechaza del programa fuerte el principio de causalidad porque su aceptación implicaría suponer que el conocimiento parte de una serie de factores externos y más determinantes que el proceso de construcción social.

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“controversias estallan” (Latour, 1992, p. 29), la práctica de citar a otros autores (pp. 30-31), a

textos anteriores (p. 32-33), así como la importancia de ser citado por textos posteriores (p. 38-

39), o la estrategia de escribir textos que resistan los ataques de un entorno hostil (p. 44). Como

el análisis de la “ciencia en acción” de Latour se corresponde a un período distinto del estudiado

en este caso, no se espera una coincidencia absoluta con esta suerte de tipología.

Lo que permite el estudio de las controversias es develar el ordenamiento que se va

generando a través de un “poder confirmatorio” (Collins, 1981, p. 18 y Collins, 1985, cap. 2),

que condiciona la realización y valoración de “experimentos confirmatorios”. Por tanto, la

puesta a prueba “científica” tiene un valor relativo a ciertos ordenamientos sociales que pueden

ser entendidos como una red de generalizaciones conceptuales, lo cual nos permite entender de

otra manera la importancia de la publicación científica, el ordenamiento y la jerarquización

institucional.

Siguiendo la mayoría de los casos estudiados, pareciera que las controversias se cierran

con un consenso más o menos generalizado, y los “perdedores” de la contienda padecen la

dificultad creciente de mostrar la plausibilidad de sus argumentos, y a medida que se normaliza

el proceso de producción, se olvidan los puntos en cuestión y la explicación triunfante se va

cristalizando como una verdad auto evidente. Las preguntas, entonces, suelen estar orientadas a

¿Cómo es que una comunidad científica llega a un acuerdo? ¿Por qué la controversia no es

ilimitada? Habría que explicar, en definitiva, qué sustenta esa solidaridad que hace que todos

finalmente estén de acuerdo (Machamer y otros, 2000, p.7).

Se trata, entonces, de romper con la idea de controversia que simplifica la contienda

como dos posiciones definidas que se enfrentan hasta el cierre de la disputa, puesto que esto

ignora que muchas de las posiciones son evolutivas respecto de las iniciales, que muchos

actores de las controversias pertenecen a múltiples sectores y sus caminos son divergentes

(Kitcher, 2000, p. 22).4 En este sentido, se mezclan los conceptos de “controversia”, y el de

“disputa”, que se podría considerar como una confrontación que puede mantenerse sin que haya

producción de conocimiento de por medio.

Una de las críticas a la homeopatía es que no produce conocimiento nuevo y que se basa

en los ensayos de Hahnemann realizados entre fines del siglo XVIII y principios del XIX. Sin

embargo, asumir esta crítica como valedera implicaría negar que el problema del conocimiento

ocupa un lugar central en los debates para los actores, y el esfuerzo de los representantes de la

4 Véase el estudio sobre el core-set de Harry Collins, 1981.

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homeopatía por generar explicaciones y pruebas. Es por ello que, para evitar expresiones como

“disputa controvertida” o “controversia disputada”, se podría considerar este estudio como el de

una “disputa” (por un espacio social legitimado a través de la legalización de una institución)

sin por ello desdeñar su carácter cognoscitivamente controversial: lo que aquí interesa es que la

legitimación institucional y social de una disciplina científica se ve afectada en múltiples

sentidos (sociales, institucionales, culturales).

Los discursos

El estudio de las publicaciones científicas resulta crucial a la hora de construir un relato

sobre la historia de la homeopatía, ya que se trata de poner de relieve cómo la disputa sobre el

carácter científico de esta disciplina resulta central sobre su propia institucionalización, de cómo

se va organizando en torno a esta discusión. Un problema similar enfrentó Steven Shapin (1991,

sin foliar): “En el contexto de comienzos de la Restauración inglesa, el problema del

conocimiento no poseía una solución única, beneficiaria de un consenso universal. La

tecnología de producción de conocimientos debía ser inventada, ilustrada y definida contra los

ataques”.

Además, el hecho de enunciar una serie de factores contextuales acerca de un

conocimiento, es un proceso necesario para su producción social y legitimación: el discurso

sobre la realidad natural es un medio de producir conocimientos relativos a esta realidad, de

reunir un consenso sobre estos conocimientos y delimitar dominios seguros en relación con

otros más inciertos (Shapin 1991, sin foliar). Es así que, la construcción de este “nuevo rol” es

en realidad el emergente de una terapéutica que se practicaba individualmente en forma aislada,

pero que además contaba con una historia de más de cien años, con lo cual sus defensores

buscan crear un “mito fundacional” que los ubique en la historia de la medicina.

La utilización de los análisis de los mitos permite indagar en el discurso la aparición de

algunos elementos constitutivos a la práctica homeopática. Para Lévi Strauss, el mito otorga un

origen a algunas cosas del presente, y al acentuar ese origen, le da más relevancia y también

produce un pasado. Así, lo que tiene pasado, reclama en el presente una legitimidad igual y

proyecta esta estructura hacia el futuro;5 ahora bien ¿es válido utilizar la idea de “mito” como

punto de partida para estudiar la institucionalización de una disciplina científica? El autor

5 Para Mircea Eliade, resulta muy difícil llegar a una definición de mito que abarque todas las concepciones del mismo. Es de interés en este trabajo la siguiente definición “es, pues, siempre el relato de una ‘creación’: se narra cómo algo ha sido producido, ha comenzado a ser […] Los personajes de los mitos son seres sobrenaturales. Se les conoce sobre todo por lo que han hecho en el tiempo prestigioso de los ‘comienzos’” (Eliade, 1992, p.12).

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sostiene que “en nuestras sociedades la historia sustituye a la mitología y desempeña la misma

función […] a pesar de todo el muro que existe en cierta medida en nuestra mente entre

mitología e historia probablemente pueda comenzar a abrirse a través del estudio de historias

concebidas no ya en forma separada de la mitología, sino como continuación de ésta” (Lévi

Strauss, 1995b, p. 65).

La utilización de estos análisis permite indagar en el discurso de la revista Homeopatía

la aparición de los siguientes elementos característicos de los mitos:

1. “describen las diversas, y a veces dramáticas, irrupciones de lo sagrado (o de los

‘sobrenatural’) en el Mundo” (Eliade, 1992, p. 12),

2. “se considera como una historia sagrada y, por tanto, ‘verdadera’, puesto que se

refiere siempre a realidades” (Eliade, 1992, p. 13),

3. “por el mismo hecho de relatar el mito las gestas de los seres sobrenaturales y la

manifestación de sus poderes sagrados se convierte en el modelo ejemplar de todas las

actividades humanas significativas” (Eliade, 1992, p. 13),

4. “los mitos relatan no sólo el origen del Mundo […] sino también todos los

acontecimientos primordiales a consecuencia de los cuales el hombre ha llegado a ser lo

que es hoy” (Eliade, 1992, p. 17),

5. “se comunica a los neófitos durante su iniciación. O, más bien, se ‘celebran’, es decir,

se les reactualiza” (Eliade, 1992, p. 21).

Obviamente, los representantes de la Sociedad Médica estudiada no formaban parte de

una sociedad ágrafa, como las estudiadas por Eliade, pero, sin embargo cabe verificar si echan

mano a estrategias discursivas, orientadas a la construcción de un rol, que tengan que ver con

este sistema de explicación. Se trata de poner en tensión la manera de construir su aparición

como representantes de un “nuevo rol”, que remite a una “pureza de otros tiempos”; así el mito

de origen, es una continuación del mito de la creación, “rememora brevemente los momentos

esenciales de la Creación del Mundo, para pasar a narrar a continuación la genealogía de la

familia real, o la historia tribal, o la historia del origen de las enfermedades y de sus remedios, y

así sucesivamente” (Eliade, 1992, p. 43) “es la reactualización del comienzo absoluto” (Eliade,

1992, p. 44).

En este sentido, vale aquí reivindicar el supuesto de que a través del discurso se pueden

construir materialidades, causalidades y evidencias concretas partiendo de considerar el

lenguaje, los discursos, como prácticas sociales y no como una mera “expresión” o

“representación”:

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Los sujetos hacen unas veces unas cosas y otras veces, otras; dicen unas veces unas cosas y otras veces, otras. La pregunta sobre la relación entre el “decir” y el “hacer”, planteados como ámbitos separados, debe ser reemplazada por la pregunta por la relación entre la producción de prácticas –discursivas y no discursivas– en las diferentes situaciones: por la diferencia entre sus distintas “censuras estructurales” [ya que] toda práctica del sujeto se produce siempre en una situación social que le impone unos imperativos prácticos, materiales y simbólicos (Martín Criado, 1998, p. 67).

La idea, entonces, es entender el discurso que aparece en la revista Homeopatía como

una práctica concreta inserta en un contexto histórico, y susceptible de ser analizada con los

principios de análisis enunciados en este capítulo. Sobre el énfasis particular en la acción

discursiva, Hurtado de Mendoza y Busala (2002), en un trabajo dedicado a “La divulgación

como estrategia de la comunidad científica argentina” analizan una serie de factores de la

divulgación de la ciencia en Argentina post Segunda guerra mundial. Estos son los de una

utilidad dual de la publicación estudiada: “revista de divulgación y canal de comunicación

interno de la comunidad científica”. Estos objetivos que para Hurtado de Mendoza y Busala

eran “difícilmente conjugables” pueden ser vistos como “una ambigüedad inherente a la

concepción de su línea editorial, o bien puede ser tomada como indicio de que quienes hacían

Cel percibieron una ‘distancia’ no excesiva entre la cultura científica (…) y el público”

(Hurtado de Mendoza y Busala, p.41).

Si la comunicación científica y la divulgación parecen poco conjugables para un grupo

que tiene su legitimidad bien consolidada, para los homeópatas resulta crucial lograr tal mixtura

ante la necesidad de generar un medio propio por el cual demostrar su método y eficacia con sus

propias explicaciones y métodos validatorios (distintos a los que aparecen en las revistas del

modelo médico hegemónico) sin que otros intermediarios puedan malinterpretarlos, pero

además como una forma de institucionalizarse y crecer en una plataforma de tipo científico, ante

la hostilidad del entorno.6 Esta postura favorece la convergencia de lo expuesto por Ben-David

y Collins sobre la construcción de un “nuevo rol” y la de Bourdieu de la necesidad de que la

institución tenga un marco de legitimidad social más amplia que la que da el propio grupo.

La conflictividad de roles se expresa en acciones discursivas particulares por la

imperante necesidad de adquirir formas propias de socialización del propio saber, que se ajuste

a la singularidad del mismo diferenciándolo del otro, del que, al mismo tiempo, deben conservar

ciertos patrones comunes para ser considerados, en cierta medida, “pares”. El tema cognitivo, es 6 Publicar hacia el interior de la comunidad homeopática, además de divulgar al público común, implican crear un canal de comunicación y un legitimador institucional hacia dentro y hacia fuera de la disciplina. Como veremos más adelante, por ejemplo, se otorga gradualmente cierto prestigio al interior del grupo de homeópatas y hacia otras instituciones homeópatas extranjeras enviando ediciones de la revista y aceptando artículos del exterior, las sucesivas respuestas de otros centros de homeópatas jerarquizan el estatus de la institución local y otorgan la posibilidad de ostentar ante la opinión pública la aceptación foránea que no consiguen en Argentina.

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decir de la controversia que “excede” la disputa, es central en tanto que el “método científico”

es una forma cristalizada de regulación de la interacción social dentro de una comunidad, donde

se establecen ciertos “patrones de actividad” (Shapin y Schaffer, 2005).

Ahora bien, la cuestión de la “divulgación”, de la propagación de una serie de ideas y de

conocimientos al público en general, es en el caso de la medicina aún más relevante que en

cualquier otra práctica en la que se ve implicada la “ciencia”. Y lo es porque la existencia o

supervivencia de ciertas prácticas curativas parece depender más de un mercado de clientes que

solventan la actividad, que de una serie de negociaciones ligadas a la definición por la validez

de un cuerpo de conocimientos; sin embargo, estas variables también parecen ser

interdependientes.

Parece conveniente analizar estas construcciones desde la perspectiva que Martín Criado

(1998) toma de Goffman y de Bourdieu, para comprender las múltiples implicaciones que

aparecen en los distintos discursos. Como bien señala el autor español, Erving Goffman realizó

uno de los desarrollos teóricos más completos tomando a la producción lingüística como

“práctica en un universo de prácticas” (Martín Criado, 1998, p. 56).

Los elementos que Martín Criado (así como su lectura) toma de Goffman se asumen en

este trabajo como principios teórico-metodológicos válidos y se resumen en los siguientes ítems

(Martín Criado, 1998, p. 59-62):

-Se entiende a los discursos como prácticas (movimientos discursivos, “jugadas”) en la

que los actores gestionan su propia imagen delante de los demás.

-Sus discursos y prácticas van mutando, por lo que Goffman resalta la necesidad de

delimitar la “situación social”, para romper la idea de sujetos “compactos”. Esto implica una

escisión de los sujetos, correspondiente a cada “situación social” según la cual la existencia de

una “persona verdadera” es un supuesto de sentido común, sobre el que se juega el sentido de la

interacción. En cada una de estas situaciones, varían las normas de aceptabilidad.

-De esta manera, las prácticas discursivas aquí analizadas permitirían mostrar distintas

orientaciones según dichas normas de aceptabilidad en el grupo de referencia, pero (y esto cobra

fundamental importancia debido a que esas mismas normas están en discusión) la competencia

comunicativa depende también de la implicación del sujeto a un grupo de pertenencia.

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-Goffman argumenta que adquirir esta competencia comunicativa no es meramente

desarrollar una habilidad, sino también una creencia, con lo cual descarta la idea de que el sujeto

es plena y conscientemente estratégico.

Los discursos y prácticas de los actores van mutando, por lo que Goffman resalta la

necesidad de delimitar la “situación social”, para romper la idea de sujetos “compactos”. Esto

implica una escisión de los sujetos, correspondiente a cada “situación social” según la cual la

existencia de una “persona verdadera” es un supuesto de sentido común, sobre el que se juega el

sentido de la interacción.

En cada una de estas situaciones, varían las normas de aceptabilidad de lo que debe ser

“correcto”. En este sentido, en el caso aquí analizado se cruzan cuestiones que tienen que ver

con la escisión de los sujetos “instituidos” como médicos, pero que, a su vez, quieren

“instituirse” como homeópatas, lo que genera una hibridación de roles, y hace que a veces

recurran al prestigio que otorga el viejo rol. Pero la escisión no termina allí, ya que la propia

figura social de médico, entre sí como pares, frente al Estado y los pacientes va presentando

distintas “situaciones sociales” (o, por qué no, arenas).

De esta manera, las prácticas discursivas aquí analizadas permitirían mostrar distintas

orientaciones según dichas normas de aceptabilidad en el grupo de referencia, pero (y esto cobra

fundamental importancia debido a que esas mismas normas están en discusión) la competencia

comunicativa depende también de la implicación del sujeto a un grupo de pertenencia. De esta

manera, Goffman argumenta que adquirir esta competencia comunicativa no es meramente

desarrollar una habilidad, sino también una creencia, con lo cual descarta la idea de que el sujeto

es plena y conscientemente estratégico.

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CAPITULO 2. LA HOMEOPATÍA

En este apartado se reseña brevemente el primer ángulo de entrada a la investigación:

una mirada general sobre la tematización de la homeopatía en la actualidad. En primer lugar, se

presentan los principios de la homeopatía tal cual se enseñan hoy en la principal escuela

homeopática del país; posteriormente se da cuenta de las principales críticas por parte de los

opositores más visibles; en tercer lugar, se presentan algunos análisis desde las ciencias sociales

a modo de “estado de la cuestión”; por último, aparece un ligero contrapunto acerca del

nacimiento de la homeopatía. No se trata de una revisión exhaustiva, sino de un punto de partida

a partir del cual el lector puede contar con los trazos más gruesos de la problemática.

A nivel más general, la homeopatía (en Europa y América, en general y en la Argentina

en particular) constituye en la actualidad un sistema médico que pugna por legitimarse en

distintos espacios sociales oponiéndose a la medicina –en términos de Menéndez– hegemónica

(según los homeópatas, “alopática”), reproduciendo una controversia que se da a nivel

internacional sobre métodos y principios curativos. Los espacios sociales en disputa e

implicados en esta discusión son diversos y van desde la esfera social más amplia (el

“mercado”, los pacientes), pasando por sectores académicos y pseudoacadémicos, hasta otros

menos visibles relacionados con experimentos de revisión y testeo.

Principios de la homeopatía

En el manual de formación de médicos homeópatas de la Asociación Médica

Homeopática Argentina (AMHA), se establecen cuatro principios fundamentales de la

terapéutica, bajo la aclaración de que “toda medicina que pretenda llamarse homeopática debe

cumplir con estos cuatro principios en su totalidad. Ninguno de ellos es excluyente ni puede ser

obviado” (Pellegrino, 2004, p. 37):

1. Ley de semejanza o similitud.

2. Experimentación en el hombre sano.

3. Dosis infinitesimales.

4. Remedio único.

El primer principio es una generalización del aforismo similia similibus curentur (lo

semejante cura lo semejante), de Hipócrates, quien también había afirmado lo opuesto,

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contraria contrarius curentur (Valenzuela, 1990, p. 37; Kaufman, 2004, p. 15-16). En 1790 el

padre de la homeopatía, Christian Hahnemann

traduciendo la materia médica de Cullen encuentra la descripción del autor sobre la sintomatología propia de la intoxicación por quina producida en ingestiones terapéuticas, accidentales o tóxicas, que reproducen con similitud el cuadro de un acceso palúdico, afección que a su vez se trataba eficazmente con quina. Razonando que la causa por la cual ésta cura el paludismo tiene relación con la ley de la similitud, abre una hipótesis de trabajo en la que “tal vez la acción curativa de una droga está dada por poder producir en el hombre sano aquello que a su vez es capaz de curar en el enfermo” (Pellegrino, 2004, p. 38).

Razonablemente, esto lo lleva a trabajar en lo que luego se convertiría en el segundo de

los principios enunciados y según el propio Hahnemann consistían en “experimentaciones

denominadas patogenesias”:

“administrar experimentalmente los diversos medicamentos en dosis moderadas a personas sanas a fin de descubrir qué cambios, síntomas y signos produce su influencia individualmente en la salud física y mental, esto significa qué elementos morbosos son capaces de –y tienden a– producir. La única manera posible de averiguar su poder medicinal es observando los cambios que los medicamentos pueden producir en el organismo sano; estos cambios son los indicios de su acción curativa homeopática, puesto que revelan su poder para extinguir curativamente síntomas semejantes que se presentan en las enfermedades naturales” (citado en Pellegrino, 2004, p. 39)

Como se ve, este principio lleva a su vez implícito el siguiente, referente a las dosis

infinitesimales ya que al experimentar con sustancias en bruto “observaba muchas veces

fenómenos tóxicos”, al mismo tiempo, “para una mejor mezcla del soluto con el solvente,

provocó la sucusión metódica de las diluciones, observando que estas mezclas adquirían un

poder dinámico hasta entonces desconocido, tanto en la experimentación como en la acción

terapéutica” (Pellegrino, 2004, p. 39). De modo que el principio de la dilución lleva implícito el

de la “dinamización o sucusión” (sacudir vigorosamente) y observaba la siguiente metodología:

Técnicamente, Hahnemann tomaba una gota de tintura madre de las sustancias solubles y la diluía en noventa y nueve gotas de alcohol, mezcla a la cual le imprimía cierto número de sucusiones, que fue variando según la experiencia, y así obtenía la primera dinamización centesimal, o sea la primera CH. De allí tomaba una gota y en frasco separado la mezclaba con noventa y nueve gotas de alcohol, lo agitaba y obtenía la segunda CH y así sucesivamente (Pellegrino, 2004, p. 39)

El propio autor homeópata reconoce que “llega así un momento en que no hay manera

de detectar la presencia de soluto en el solvente” […] y si bien “el número de Avogadro es

indiscutible para las diluciones y establece un principio en relación a la química” sostiene que

“las dinamizaciones homeopáticas no responden a estos principios sino a los de la física” y pide

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“a los incrédulos el beneficio de la duda” ya que los medicamentos actúan “por su acción

dinámica sobre la Fuerza Vital” (Pellegrino, 2004, p. 39-40 y 42).7

El último de los principios enunciados, el del “remedio único” es establecido por

Hahnemann ya que

“El verdadero médico encuentra en los medicamentos simples, administrados solos y sin combinarlos, todo lo que posiblemente pueda desear, es decir potencias de una enfermedad artificial que son capaces por su poder homeopático de vencer completamente, extinguir en la sensibilidad de la Fuerza Vital y curar de modo permanente la enfermedad natural. Atento a la sabia máxima: ‘Es un error emplear medios compuestos cuando los simples bastan’, nunca pensará dar como remedio más de un medicamento simple a la vez” (citado por Pellegrino, p. 43, destacado en el original).

Llevado al extremo, “cada individuo es una entidad diferente, inédita, exclusiva, única”

(Moizé, 2004, p. 81), se supone que para cada uno debe existir una patogenesia y para cada una

de ellas hay un medicamento homeopático único que puede reestablecer la energía vital. Se

considera “por definición” un consenso bastante generalizado entre todas las instituciones que

se pudieron consultar para este trabajo y fueron representadas en el 59º Congreso de la Liga

Médica Homeopática Internacional (Buenos Aires, octubre de 2004). Sin embargo, debido a las

críticas que estos formulan contra algunos médicos “pluralistas” (administran varias sustancias,

en lugar de una)8 se entiende que esta práctica existe, es rechazada y combatida.

Ahora bien, más allá de estos “principios” enunciados explícitamente, puede verse como

subyacen otros supuestos igualmente relevantes, como:

1. El concepto de salud y de individuo sano

2. El concepto de enfermedad y enfermo.

3. El concepto de fuerza vital.

Respecto al primer concepto, dentro del manual citado, en un artículo se hace la

siguiente distinción en lo que debe considerarse como estado de “salud” que pasó de ser “el

silencio de los órganos” a, según la Organización Mundial de la Salud, “el completo estado de

7 Estos médicos sostienen que el proceso de dilución deja en el solvente que se utiliza para la misma (habitualmente alcohol al 70%), una estructura determinada en sus moléculas, característica para cada una de las sustancias originales. Y esta configuración espacial de moléculas del medicamento podría de alguna manera transmitirse a las moléculas de agua de los seres vivos a los cuales se les administra, desarrollándose así su acción biológica y terapéutica. A partir de la “información” que los glóbulos homeopáticos portan, el organismo registraría, acopiaría y elaboraría, una respuesta que devolvería el equilibrio a la “fuerza vital” (Crespo Duberty, 2000b, p.29). 8 La utilización de cócteles de medicamentos homeopáticos, es interpretada como pseudo homeopatía, isopatía, o alopatía con remedios homeopáticos (Valenzuela, 1990, p. 37-38). Además, buscan diferenciarse de otras terapias alternativas y complementarias, como la herboristería, resaltando la particular forma en que es preparado el medicamento.

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bienestar físico, psíquico y social y no solamente la ausencia de enfermedades” derivando en la

idea, que relaciona al sujeto con el medio, de que “el ser que tiene capacidad de adaptación a las

circunstancias de su existencia se mantiene sano; el que no la posee, se enferma” (Ambrós,

2004a, p. 31). Y concluye que “quien no esté sano de alma jamás tendrá capacidad para

conducirse correctamente en sus relaciones con el mundo exterior. Si no fallo en mi estructura

interior difícilmente lo exterior pueda afectarme” (Ambrós, 2004a, p. 32).

Respecto al concepto de enfermedad y enfermo, se señala que “hay dos enfermedades:

la dinámica y las enfermedades clínicas o entidades nosológicas”. La primera es el resultado del

desequilibrio producido en la energía vital y que pasa totalmente desapercibida (se lo compara

al período a la incubación de una enfermedad infectocontagiosa), en el segundo período se

evidencian los trastornos patológicos (Ambrós, 2004b, p. 33). Así, la enfermedad “no es un ente

fijo, inmutable, sino que es un proceso dinámico en continuo movimiento. No es de un órgano

determinado sino de todo el organismo, y se revela al observador a través de síntomas. Se

enferma antes el sujeto entero […] más tarde la enfermedad comienza a localizarse” (Ambrós,

2004b, p. 33).

Diferencian también entre “noxas” (agentes patógenos con un poder relativo para

provocar enfermedades, pueden ser agudas o crónicas, específicas o inespecíficas) y

“susceptibilidad” (predisposición a ser afectado por una noxa; pueden ser de especie, de raza o

de individuo). La susceptibilidad individual “a presentar ciertos procesos mórbidos es lo que

consideramos desde la perspectiva homeopática como susceptibilidad constitucional o

miasmática. Es precisamente esta susceptibilidad individual la que debemos tratar, la verdadera

enfermedad que debe ser curada para anular la predisposición generadora de todos los

padecimientos humanos” (Yahbes, 2004, p. 105).

El mecanismo para “enfermarse”9 sería el siguiente: hay una “acción noxal” que afecta

una susceptibilidad individual (miasma latente) y se representa en manifestaciones clínicas

(miasma manifiesto). Dentro de las enfermedades crónicas, “el miasma básico de tipo

inespecífico es denominado psora y a los específicos se los conoce como psicosis y syphilis”

9 “Cuando el homeópata habla de enfermedad, debe referirse a aquella susceptibilidad individual para desarrollar determinadas manifestaciones mórbidas, con sus modalidades individualizantes” […] “Las enfermedades agudas son proceso súbitos de evolución siempre pasajera, tienen tendencia natural a curarse o en su defecto llevan a la muerte. Las crónicas tienen una evolución solapada y progresiva, debido a que la energía vital no puede oponerle más que una resistencia insuficiente, por su alteración intrínseca. A aquella desarmonía vital crónica, predisposición constitucional individual, diatésica, la denominamos miasma” (Yahbes, 2004, p. 108).

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(Yahbes, 2004, p. 108)10 y dentro de las agudas señalan, entre otras, los “miasmas agudos o

enfermedades agudas verdaderas: son aquellas que abarcan a un grupo poblacional susceptible,

que presentan un cuadro clínico similar y un desencadenante común” (Yahbes, 2004, p. 109).

Respecto a la fuerza vital, Julio Ambrós considera que no basta con conocer la Materia

Médica, ya que “si el médico no tiene un sólido basamento filosófico e ignora las razones que

fundamentan la administración del remedio, nunca será un profesional exitoso”:

Ningún órgano, ningún tejido, ninguna célula es independiente de la actividad de los otros, sino que la vida de cada uno de estos sectores está fusionada con la vida de la totalidad. Cuando las dos células progenitoras se unen, ya está presente ese principio conocido como Energía Vital. Esta lleva dentro de sí misma el poder de originar las células de los músculos, nervios y cerebro dotadas con las facultades necesarias para funciones especializadas en el futuro. Sin esta Energía Vital, la célula y todo el cuerpo se tornan inanimados y mueren. Sólo cuando está presente la Energía Vital existe un organismo vivo capaz de acción física, del ejercicio de las facultades mentales y con la capacidad para alcanzar las fuerzas espirituales (Ambrós, 2004c, p. 47).

Ambrós sostiene que “en nuestro papel de médicos siempre tendremos que lidiar con

una energía alterada; y para dominarla nos veremos obligados a oponerle otra energía”. Sienta

precedentes en la “cosmogonía china y el yoguismo hindú”, pero señala que “quien ha

demostrado en forma incontrovertible la existencia de la Fuerza Vital es William Reich a través

de treinta y cinco años de estudios y experimentos” partiendo de la teoría freudiana y

concluyendo que “la tensión muscular es una expresión de la angustia, y el ser humando

reprimido por el medio ambiente sufre básicamente una impotencia orgástica, piedra angular

sobre la que se edifican todas las neurosis”, relacionando esta “energía que se descarga con el

orgasmo con la pulsación propia de los seres vivos demostrando que ambas son idénticas y que

sus expresiones electromagnéticas pueden ser apreciadas con instrumentos” (Ambrós, 2004c, p.

48).

La homeopatía puesta en cuestión

Este cúmulo de experiencias, principios y explicaciones teóricas no resulta aceptable o

plausible para cierto público autodenominado “escéptico” defensores del “pensamiento crítico”

(sic).11 Estos grupos tienen una gran visibilidad mediática (si bien sobre todo a través de páginas

10 “Hahnemann define la psora como el miasma básico no venéreo, origen único de todas las enfermedades. Los otros dos, syphilis y psicosis, son miasmas agregados y venéreos que no podrían existir si la psora previamente no hubiera infectado el organismo. Sin la psora no hay enfermedad y la Energía Vital no podría ser desequilibrada” (Casale, 2004, p. 222). 11 La caracterización de “escepticismo” hacia su propia práctica parece responder más a un término corriente de “desconfianza o duda de la verdad o eficacia de algo” que a la definición filosófica de “afirmar que la verdad no existe, o que, si existe, el hombre es incapaz de conocerla” (ambas definiciones de la Real Academia Española). En efecto, para quien pueda leer sus obras parece haber una férrea

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y foros de discusión en Internet) y corrientemente son invitados a opinar en la prensa escrita,

radio y televisión sobre prácticas tan diversas como la astrología, curanderismo, religión,

etcétera.

En Europa existe una asociación continental creada en 1995, el European Council of

Skepticas Organizations (ECSO), gestado en septiembre de 1994 durante el 61º Congreso

Escéptico Europeo en Ostende (Bélgica). En la revista La Alternativa Racional se señala que

por entonces y en ése ámbito:

[…] se respira un ambiente de lucha por la racionalidad. Sobre todo, se detecta una gran preocupación por el aumento de popularidad de las pseudomedicinas: homeopatía, acupuntura... En España se pretende un reconocimiento de tales prácticas de manera oficial; tanto aquí como en el parlamento europeo la industria homeopática y las terapias alternativas buscan un reconocimiento político, viendo perdida la batalla científica. No sería de extrañar su éxito. Pocas y muy contadas voces se alzan en su contra. Quizá con la creación del ECSO pueda oírse una voz que no sea la homeopática.12

De hecho, se reseña que el primer punto de la “declaración de principios” una alusión

directa al problema de las terapias alternativas: “Proteger al público de la divulgación de

afirmaciones y de terapias que no hayan estado sujetas a un análisis crítico y que de este modo

pudieran entrañar un peligro”.13 Esta postura es en líneas generales la misma para todas las

asociaciones que se han relevado para este trabajo, incluidas las agrupaciones argentinas y las

estadounidenses CSICOP (The Committee for Skeptical Inquiry) y CSMMH (The Commission

for Scientific Medicine and Mental Health).

Para los detractores de la homeopatía los fundamentos de esa práctica no pueden,

efectivamente, atribuirse al campo científico porque no están en consonancia con el cuerpo de

conocimientos (no una hipótesis, sino con todo el cuerpo de conocimientos) de la física,

creencia en la existencia objetiva de “hechos”, “cosas” y “verdades”, siendo además el conocimiento y el método científico los más cercanos (o la forma más plausible de encontrar) a la “verdad”. Estas asociaciones nuclean a personalidades heterogéneas, en su mayoría egresados universitarios, no siempre vinculados con actividades “científicas”. Por dar ejemplos de celebridades, la estadounidense CSICOP tuvo como fundadores a Carl Sagan y a Isaac Asimov, entre otros, y cuenta con la colaboración de Mario Bunge. Estos son algunos de los portales en Internet, consultados para esta investigación: Argentina Skeptics: http://www.argentinaskeptics.com.ar ARP - Sociedad para el avance del pensamiento crítico - (España): http://www.arp-sapc.org/ Center for Inquiry (CFI): http://www.cfiargentina.org/ Círculo Escéptico. Asociación para la difusión del pensamiento crítico (España): http://www.circuloesceptico.org/ CSICOP - Committee for the Scientific Investigation of Claims of the Paranormal (Estados Unidos): http://www.csicop.org/ European Council of Skeptical Organisations (ECSO): http://www.ecso.org/ Skeptic Society (Estados Unidos): http://www.skeptic.org/ 12 “Noticias”, en LAR, nº 34/35, primavera 1995, p. 56. Publicación de la ARP. 13 “Noticias”, en LAR, nº 34/35, primavera 1995, p. 56. Publicación de la ARP.

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biología, química, etc. Desde esta perspectiva, en la argumentación contra el carácter de las

terapias alternativas, prima el supuesto según el cual una terapia cuyos fundamentos no pueden

atribuirse al campo científico sólo podría ser eficaz como placebo y en algunos casos, su

práctica puede ser nociva, ya que puede provocar la “desatención” de las patologías del

paciente. Por ende, lo que aparece cuestionado es, por un lado, el carácter “científico” de sus

fundamentos, actividades y prácticas, y por otro, la eficacia de la homeopatía en términos

terapéuticos (junto con las otras prácticas denominadas “terapias alternativas y/o

complementarias”).

A continuación se repasan los argumentos esgrimidos en un documento producido en

España por la ARP (Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico) para asesorar a una

legislatura regional sobre la homeopatía. Se elige como punto de referencia este documento

como principal referencia por tres motivos: primero, se trata de un documento orientado hacia la

legislación de políticas públicas sobre homeopatía;14 segundo, lo redactaron miembros

reconocidos dentro de los “círculos escépticos” en una institución con legitimidad internacional

en su especie;15 y por último, es el más completo y articulado racconto de críticas que se

reproducen en otras páginas o guardan similitud con otros artículos u opiniones.16

Las críticas más relevantes que reúnen en su trabajo y que se rescatan a continuación

comprenden, primero, una mención al carácter dogmático e inalterable de los principios

homeopáticos; posteriormente, el rechazo a dichos principios: de individuación, de similitud, de

medicamentos infinitesimales y dinamización de los mismos, a los conceptos de salud,

enfermedad y curación, y al carácter científico o pseudocientífico de las disciplinas en cuestión.

Acerca del carácter dogmático se señala:

14 Se trata de un informe realizado para el Institut d’Estudis de la Salut Departament de Sanitat i Seguretat Social Generalitat de Catalunya. 15 La ARP fue una de las agrupaciones fundadoras del ECSO. Los autores participan en distintos medios de divulgación y tienen pertenencia institucional universitaria: Carlos Tellería (profesor del Departamento de Informática e Ingeniería de Sistemas, Universidad de Zaragoza); Miguel Ángel Sabadell (Profesor Departamento Ciencia de la Tierra, Universidad de Zaragoza y asesor Científico de TVE2); Víctor Sanz, médico cardiólogo, autor de "La medicina, su naturaleza y sus fraudes", Aranda de Duero, 2000. 16 Ver Jarvis, W. (1994) NCAHF Position Paper on Homeopathy, disponible en http://www.ncahf.org/ publicado también en Skeptic, vol. 3, nº1:pp. 50-57. En las páginas de escépticos en castellano, el texto de Tellería, Sanz y Sabadell es el punto de referencia obligado para cualquier mención a la problemática de la homeopatía. Argumentos similares aparecen en el suplemento Futuro de Página 12 del 24 de agosto de 2003, en el que se da cuenta de una discusión realizada en Buenos Aires, en el marco de un café científico entre César Lorenzano (profesor titular de Metodología de la investigación en la facultad de Medicina de la UBA) y Juan Carlos Pellegrino (médico de la AMHA).

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[Los principios de Hahnemann] son aceptados como dogmas por los homeópatas, contradicen abiertamente los principios de la física, la química, la farmacología y la patología. La homeopatía tiene todas las características de una secta —según el DRAE “conjunto de seguidores de una parcialidad religiosa o ideológica”— y de un culto —“honor que se tributa a lo que se considera divino o sagrado”—. En ningún momento los homeópatas han planteado una revisión de los principios establecidos por su fundador, a quien profesan un fervor casi religioso. La homeopatía, fundada cuando la práctica médica consistía en sangrías, purgas, vómitos y la administración de drogas altamente tóxicas, no ha evolucionado. Las ideas básicas de Hahnemann no han sido analizadas, revisadas o expurgadas a la luz de los nuevos descubrimientos que se han ido realizando en el campo de la biología, la bioquímica, la patología o la química. Atendiendo a la historia de la medicina, es muy sospechoso que los principios homeopáticos no hayan sido puestos en tela de juicio y se los considere casi como leyes fundamentales de la naturaleza (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 35).

Principio de individualización

Respecto a la validez del principio de individualización del enfermo, la crítica está

dirigida al número acotado de patogenesias para un universo enorme de personas, así:

Todo estudio sintomático y todo remedio homeopático deben confeccionarse exclusivamente para cada paciente, y no tienen sentido los remedios generales. Esta ley es la que con más frecuencia ignoran los homeópatas, y la que, en cualquier caso, permite justificar cualquier posible fracaso de un tratamiento determinado o de un estudio clínico. No impide, sin embargo, que los homeópatas refieran aquellos estudios clínicos que sí les dan la razón (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 6).

Para los opositores a la terapéutica de Hahnemann, esta individuación tiene otras

consecuencias:

1. Los síntomas comunes a muchas enfermedades carecen de importancia: “los síntomas generales y vagos, como la falta de apetito, el dolor de cabeza, la languidez, el sueño agitado, el malestar general,... merecen poca atención porque casi todas las enfermedades y medicamentos producen algo análogo” (Organón, nº 153). Así, a un infarto de miocardio que provoque dolor de estómago y sudoración, o a una tuberculosis con fiebre y anorexia no hay que hacerles ni caso. Para realizar un diagnóstico correcto homeopáticamente hay que realizar una lista exhaustiva de la sintomatología pero, debido a la ley de la Individualización, fijándose en aquellos que sean los más sorprendentes, originales, inusitados y personales: en la homeopatía hay que considerar muy especialmente cosas tales como el gusto por la música sacra o el comer cebollas (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 11) 2. No se puede desarrollar un estudio científico de la enfermedad, no es posible la patología. Si el tratamiento de la enfermedad es exclusivo para cada enfermo no se puede ni clasificar las enfermedades, ni administrar medicamentos universales, ni realizar ensayos clínicos. Entonces, ¿por qué funciona la farmacopea? Es en este punto donde la homeopatía es contradictoria consigo misma. Si el tratamiento es específico para el enfermo, ¿cómo es que hay laboratorios que producen masivos tratamientos homeopáticos? ¿Cómo pueden realizarse experimentos clínicos si, en virtud de la ley de la individualización, es imposible obtener grupos homogéneos de enfermos? (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 12)

A su vez, este “rasgo individualizador” lleva a los representantes de la homeopatía a

criticar la forma “despersonalizada” de la medicina “alopática”, para lo cual se da una respuesta

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que relativiza esta mirada crítica como no sólo enunciada por la homeopatía, sino reconocida

por la medicina “científica”:

Esto es cierto, pero sigue sin ser un argumento válido en contra de la medicina científica y a favor de la homeopatía —o cualquier otra terapia similar—. En primer lugar, hay que tener en cuenta que la situación actual del sistema sanitario público es consecuencia directa del proceso de socialización llevado a cabo en los países desarrollados, y que garantiza una sanidad pública y gratuita para todos los ciudadanos. […] En segundo lugar, el hecho de que exista este problema no quiere decir que no tenga solución. La sanidad pública es mejorable, y debe mejorarse. La crítica en este sentido, realizada tanto por terapeutas “alternativos” como por usuarios del servicio público de salud va dirigida a un problema de carácter básicamente organizativo, a cómo se desarrolla un servicio, y no al servicio en sí. Es discutible la forma en que se ejerce la medicina en los centros públicos, pero no qué medicina se ejerce, y mucho menos si debe o no existir una medicina pública. Final y principalmente, en esta crítica se confunde el ejercicio concreto de la medicina en los centros de salud dependientes de la administración, con la metodología de investigación y tratamiento utilizada por la medicina científica, y que es desarrollada en centros de salud públicos y privados, y en multitud de laboratorios de todo el mundo (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 9-10).

Similitud

Lo que sostienen estos autores es que a partir de mediados del siglo XIX “la medicina

optó por una doctrina que recogía con mucha más lógica los nuevos conocimientos: ‘diversa

diversis curantur’” que se “orienta al estudio de la etiología de las enfermedades (sus causas

determinantes), el estudio de los fármacos, la búsqueda de principios activos y la posibilidad de

sintetizarlos, la farmacodinamia” (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 13).17

Respecto al principio de similitud, según los críticos “el error aparece cuando se infiere

que entre ambos existe conexión causal cuando sólo hay coincidencia relacional entre dos

hechos independientes. Fijémonos en lo absurdo del planteamiento homeopático. Como la

penicilina produce una reacción alérgica, entonces cura la urticaria” (Tellería, Sanz y Sabadell,

1996, p. 14).

El hecho de que los estudios daten de fines del siglo XVII, parece acarrear

inconvenientes como que “para Hahnemann y sus coetáneos la fiebre estaba caracterizada como

una única enfermedad, de la que la elevación de temperatura corporal era su síntoma directo”.

Lo que implica, para la lógica “alopática” que el padre de la homeopatía “creyera” estar

“padeciendo los síntomas propios de la fiebre, como enfermedad; no que dicho síntoma,

17 “El término “alopática”, con el que frecuentemente se refieren a la medicina científica, procede de una mera contraposición al término “homeopática”, y supone una generalización de los planteamientos simplistas en los que se basa la homeopatía. […] Sin embargo, esta distinción que podía ser válida en las teorías hipocráticas e incluso en las mantenidas hace dos siglos, carece totalmente de sentido en el marco de una medicina desarrollada a la par que la tecnología e investigación modernas, y en el marco del método científico” (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 9).

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asociado a otros muchos, puede ser indicativo de múltiples y muy distintas enfermedades”

(Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 13).

La ley de la similitud es además señalada por utilizar el “razonamiento por analogía”,

atribuido al “pensamiento mágico”. Así, para los escépticos, “que el preparado homeopático

produzca síntomas similares a la enfermedad que cura es en todo punto idéntico al pensamiento

del hechicero de que una planta en forma de corazón debe utilizarse para problemas cardíacos; o

comer el corazón de un león para obtener su arrojo y bravura” (Tellería, Sanz y Sabadell, p. 15).

Infinitesimales y dinamización

La idea de que con dosis infinitesimales se evita la toxicidad, a los escépticos les resulta

“obvio”, lo que no los convence es la idea de que “simultáneamente aumenta su efectividad y

rapidez curativa. Y lo dicen sin que esto les parezca una contradicción. Realmente se está

confundiendo ‘menos perjudicial’ con ‘más beneficioso’”. Respecto a la cuestión de las

sucusiones afirman que “no se dan razones objetivas para fundamentar estos mecanismo;

simplemente es una nueva inspiración divina del gurú. Y la iluminación divina no necesita ser

probada”. Y sentencian: “lo cierto es que se violan las leyes más elementales y básicas de la

física y la química. Que preparados homeopáticos no contengan ni una sola partícula de

principio activo y sean los más ‘potentes’ es, cuando menos, chocante” (Tellería, Sanz y

Sabadell, 1996, p. 17).

El carácter legítimo de estas leyes implicaría para estos autores, alguna de estas

hipótesis: o bien que “el número de Avogadro, que permite calcular cuántas moléculas —parte

indivisible de una sustancia como tal— se encuentran en una cierta cantidad de determinada

sustancia, está equivocado” con lo cual “estaría también equivocada la práctica totalidad de la

química moderna”, o que

el principio activo modifica no se sabe qué característica del disolvente, que conservaría así las cualidades de aquél. Al margen de cuál sea esa característica, nos encontramos aquí con los mismos problemas que antes. ¿Por qué el soluto transmite al disolvente sus cualidades curativas y no su toxicidad? Además, todas los conocimientos de la reactividad química estarían equivocados. De acuerdo con la química y física oficiales, una sustancia o cuerpo puede producir algún efecto sobre otra sustancia o cuerpo, siempre que entre ellos tenga lugar algún tipo de reacción físico-química (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996 p. 18-19).

Salud, enfermedad y curación. Establecimiento de causalidad

La crítica al concepto de enfermedad se deriva lógicamente de los cuestionamientos

anteriores, por lo que se critica el reduccionismo que implica atribuir a la “psora” casi todas las

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enfermedades, señalando, además que tanto la psora como la sicosis y la sífilis están

identificadas con cuestiones religiosas:

Aún hay más. James Tyler Kent, uno de los homeópatas más influyentes a finales del siglo pasado y que estableció la llamada homeopatía clásica —la más extendida en Gran Bretaña hoy— identificó la psora con el pecado original. Es la evidente culminación a un planteamiento moral del origen de la enfermedad —no es casualidad que sean tres enfermedades venéreas el fundamento último de las enfermedades crónicas—. El meollo del problema es que los homeópatas no pueden eliminar estos conceptos tan ridículos y falsos; deben conservarlos pues son la base de la ley de la Similitud y la de los Infinitésimos. Por eso modifican los conceptos de forma ad hoc: los miasmas dejan de ser efluvios nocivos procedentes de la tierra o el aire para convertirse en una alteración dinámica o cualquier predisposición constitucional a la enfermedad. De esta forma salvan el problema y de paso evitan que sea irrefutable por lo vago y general del término (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 12)

El carácter científico de la homeopatía es también cuestionado por temas como el

establecimiento de una causalidad entre síntomas y enfermedad. Mientras que, por un lado, para

la “medicina científica”, “Todo el método científico va orientado a conocer la naturaleza en

base a las relaciones causa-efecto, o al menos a modelizarla, de manera que nos permita utilizar

las causas en nuestro beneficio, y predecir sus consecuencias” (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996,

p. 9); por el otro, para Hahnemann y sus seguidores, “no existe causa de la enfermedad, y si

existe es esencialmente incognoscible. Sus propias palabras constituyen un rechazo de la ciencia

como forma de conocimiento, fenómeno éste muy frecuente en toda una serie de doctrinas y

disciplinas actuales que se ubican a sí mismas “en las fronteras de la ciencia” (Tellería, Sanz y

Sabadell, 1996, p. 7).

La “ausencia de investigación” o “experimentación”, más allá de los estudios iniciales

de Hahnemann y las pruebas “clínicas” de eficacia, es otro aspecto por el cual la homeopatía no

sería científica:

El único proceso de carácter investigativo en el ejercicio de la homeopatía es el denominado estudio patogenético. Este estudio consiste en la ya mencionada suministración de distintas sustancias a un individuo sano, para observar si los síntomas producidos son iguales a los de la enfermedad que se desea curar. Cualquier estudio que no sea éste y el análisis estadístico que les permita valorar sus éxitos, jamás será referido en la literatura homeopática (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 7).

Ciencia, pseudociencia

Las “pseudomedicinas” necesitarían según estos autores “desmarcarse, diferenciarse en

algo, y, para ello, sacan a colación los supuestos métodos y conocimientos ‘nuevos’,

‘alternativos’ o ‘complementarios’”. Pero señalan que otra de las claves del asunto es que “a la

vez que se desmarcan, no lo hacen totalmente, para lo cual guardan analogías y utilizan datos de

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la ‘medicina oficial’ que les sirve de coartada y escudo a sus elucubraciones, o sea, para hacerla

creíble y entendible” (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 33-34).

La pretensión de cientificidad, debiera en esta lógica seguir de la consecución de

validaciones “científicas”, por lo que una de las demandas a la homeopatía es la replicación18 de

los experimentos. En este sentido, se critica que las pruebas que realizan los homeópatas sean

ensayos clínicos y no experimentos de laboratorio, considerados “los únicos capaces de

establecer una relación causa-efecto”.

Las correlaciones estadísticas, sostienen, “son reversibles: que un ensayo clínico

muestre que la alergia desaparece tomando cierto preparado homeopático también puede

interpretarse como que los que se curan de la alergia tienden a tomar ese preparado” (Tellería,

Sanz y Sabadell, 1996, p. 40-41). Este ejemplo sarcástico esconde la crítica común al problema,

la mayoría de los estudios de revisión dictaminan bajo valor a la evidencia por fallas

“metodológicas”.

El análisis “social”

Esta problemática, de manera más general es revisada por Foladori (2004), quien

considera esta controversia como una “lucha de paradigmas”, entre una práctica “normal” y la

homeopatía a la que considera dentro de un grupo de medicinas “alternativas y

complementarias”. Cita diversos estudios que probarían el crecimiento de la utilización de estas

prácticas (hecho que reivindican los homeópatas y denuncian los “escépticos”) en las últimas

dos décadas contra los cuales se dieron una serie de “estrategias de barreras sociales y

científicas” como “un mecanismo de mantener al paradigma normal libre de competencia” y la

realización de diversos estudios cuyos “resultados fueron ambiguos debido a los diferentes

paradigmas”:

Mientras que la ciencia normal espera que una droga cure una enfermedad, sin considerar otras características del paciente, para la medicina homeopática las mismas enfermedades en diferentes pacientes pueden requerir de diferentes remedios. Mientras que la medicina normal es estandarizada, la homeopatía es individualizada, lo que hace muy difícil usar procedimientos similares para testar diferentes paradigmas (Foladori, 2004, sin foliar).

El autor, además sugiere que por “el resurgimiento y emergencia de las enfermedades

infecciosas y el aumento de la resistencia de los microbios a los antibióticos, durante las décadas

18 Por replicación se entiende la exigencia de reproducir los experimentos de manera sistemática con el fin de determinar, a través de las sucesivas repeticiones, si los resultados son similares.

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de 80 y 90, los consumidores se volcaron a las medicinas alternativas” (Foladori, 2004, sin

foliar). Todo este pensamiento está en línea con otros trabajos filosófico-antropológicos que,

por un lado, hablan de un “auge” de las “medicinas alternativas en el escenario social de

occidente”, y por otro, cuestionan “el modelo de salud vigente” que:

[…] además de estar muy impregnado de una vertiente medicalizante, está fuertemente arraigado en el paradigma profesional-técnico, donde el facultativo de la medicina se ha convertido en un técnico dominado por conceptos biologicistas y tecnocráticos y el paciente en un cuerpo enfermo que necesita ser reparado (Panadero Díaz, 2003, p. 219).

Mientras que, por el contrario “la homeopatía tiene una visión integral de la medicina,

no descarta nada por insignificante que parezca, no disgrega en parcelas como la alopatía que

mantiene una visión parcial y analítica” (Panadero Díaz, 2003, p. 226), favorecida por el

contexto de la “posmodernidad” que “imprime una mayor diversidad en los valores, en las

conductas y en las vidas de los sujetos sociales”. En cierta medida contra la defensa que se ha

visto de Tellería, Sanz y Sabadell a la “sanidad pública y gratuita”, Panadero Díaz concluye que

“poder elegir entre la diversa fama de opciones que se nos presenta, es decidir al mismo tiempo

por estilos de vida diferentes que se contraponen a la ciencia biomédica y a la uniformidad

social. La atención social se ‘fragmenta’, al igual que se fragmentan otro valores de la

modernidad” (Panadero Díaz, 2003, p.227).

Foladori e Invernizzi argumentan sobre los intereses económicos de la industria

farmacéutica: “el organismo reacciona frente a las enfermedades desarrollando anticuerpos, de

manera que la medicina se enfrenta a un competidor interno con siglos de experiencia evolutiva,

el propio organismo”. Aún así “los medicamentos que pueden ser vendidos masiva y

directamente al consumidor son mejores –mercantilmente hablando– que los remedios

individualizados y que los servicios personales” (Foladori e Invernizzi, 2005, sin foliar.),

estableciendo una posición clara respecto a la pelea:

En biomedicina el remedio puede ser claramente separado del servicio del médico, y también comprado directamente por el enfermo. La medicina es estandarizada y el enfermo puede evitar al médico comprándola directamente. En la acupuntura no hay medicina. El servicio personal del médico no puede ser evitado. La homeopatía se ubica entre ambos: la práctica del médico es necesaria porque la medicina es individualizada, de manera que las posibilidades del enfermo de comprar los remedios directamente no son tan simples como en la biomedicina. Aparte de estas diferencias está la cuestión de las patentes. Medicinas ya conocidas no pueden ser patentadas. Ni la acupuntura ni la homeopatía pueden tener patentes como sí la biomedicina (Foladori e Invernizzi, 2005, sin foliar.).

Este esquema les permite deducir que “las filosofías holistas de la medicina

complementaria y alternativa no son relegadas debido a su dudosa efectividad, es el mercado

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quien elige trayectorias tecnológicas que pueden ser fácilmente subsumidas a su

funcionamiento” (Foladori e Invernizzi, 2005, sin foliar.).

Ahora bien, en un trabajo publicado en Actes de la recherche en sciences sociales,

Olivier Faure explica que el resurgimiento de la homeopatía en Francia, durante el siglo XX, “es

de nuevo sobre su fundamento a la vez místico, contestatario y práctico”. Pero no sólo eso,

señala la iniciativa de un médico, León Vannier, que atendía a la clase “acomodada”, y se asocia

a un consorcio constituido por banqueros, cambistas, industriales, comerciantes, ingenieros y

“hombres de leyes”, gracias a los cuales crea los Laboratorios Homeopáticos de Francia (LHF)

en 1926 y del que se hace accionista mayoritario en 1931, año en el que consigue beneficios por

trescientos mil francos sobre un capital de millón y medio (Faure, 2002/3, p. 94). Esto mostraría

que el resurgimiento de la homeopatía en Francia, entonces, estaba vinculado a una cuestión

fuertemente de “mercado”.

De este emprendimiento surgen disidentes y nuevos proyectos de revistas, consultorios y

laboratorios farmacéuticos: El Laboratorio Central (posteriormente PHR), regenteado por los

hermanos Henry y Jean Boiron y los Laboratorios Homeopáticos Modernos (LHM), ambos

impulsados por el “publicitario” Lucien Lévi, curado previamente por André Rouy (médico no

unicista, inclinado a la utilización de “complejos homeopáticos”). Así, mediante la

mecanización y sistematización, los productos se asemejan cada vez más a los “otros fármacos”,

“los complejos (varios componentes) triunfan sobre los unitarios (un único principio activo)”, a

la vez que “pasan a estar protegidas por el depósito de las marcas de fábrica” a partir de 1938 y

“se presentan bajo una forma atractiva y son objeto de una publicidad intensa” (Faure, 2002/3,

p. 95).

Faure argumenta que, en tanto fabricantes de medicamentos industriales, los

responsables de los medicamentos homeopáticos participan en la redacción de la normativa.

Siempre “gracias a la elección de la lógica industrial y comercial” la homeopatía gana derechos

con reconocimientos legales en 1939, 1948, 1965, y “las sociedades prosperan antes de

fusionarse (creación del grupo Boiron: PHR, LHM, Henri Boiron en 1966, fusión con LHF en

1988)” (Faure, 2002/3, p. 95).

El autor concluye que la homeopatía en Francia tiene un “componente esencial […]

siempre abierto a las síntesis más intrépidas”, lo que la hace a la vez “única y múltiple”,

cuestión que explica su “vitalidad fluctuante”:

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A este zócalo invariable, los homeópatas añaden una capacidad muy fuerte, seguramente mayor por su posición minoritaria, para integrar los elementos portadores de cada tiempo: la pretensión liberal revolucionaria y utópica al principio del siglo XIX; la denegación del materialismo en la segunda mitad del mismo siglo; el compromiso entre las utopías ecologistas y las lógicas capitalistas en la segunda mitad del XX (Faure, 2002/3, p. 95).

Con esta lectura, la homeopatía “no iría en contra sino con” la medicina “clásica”, lo

que hace pensar a Faure que “las dos medicinas triunfan juntas por la voluntad de una sociedad

demandante de bienestar”. Estos matices son el eje del trabajo de Nina Degele, quien realizó

recientemente un estudio sobre “comunidades homeopáticas” en Alemania, y se preguntó

¿cuáles son las características por las cuales la homeopatía se ve intersectada por lo que puede

reconocerse socialmente como conocimiento científico? La autora encuentra que la terapéutica

homeopática se ve “afectada” por la “ciencia”, entendida como un “intérprete global”,

“siguiendo tres criterios de demarcación que funcionan como puntos de referencia para desafiar

los reclamos de la ortodoxia”:

Primero, el poder institucional en el campo de la investigación académica es el espacio en el que los estándares científicos son definidos y donde la investigación es conducida. Segundo, los desvíos de la ciencia, básicamente, se establecen y desarrollan en la educación ya que difícilmente tengan acceso a los centros sagrados de la ciencia. La educación es el locus necesario para reclutar simpatizantes y estudiantes, el espacio para desafiar la ortodoxia. Y en tercer lugar, la aplicación práctica es fundamental ya que permite un espacio desde el que abrirse y lograr simpatías públicas (Degele, 2005, pp. 112).

La autora ve, como Foladori (2004), “que la biomedicina y la medicina alternativa

pertenecen a dos paradigmas que no permiten translaciones de métodos” porque la demanda de

conexión causa-efecto es inconmensurable con la necesidad con la necesidad de

contextualización de los síntomas y condiciones de las personas, en lugar de las enfermedades

(Degele, 2005, p. 118-119). Señala a la “adaptación” como una de las maneras de ganar

aceptación científica, así “se testean remedios, se mezclan varias sustancias en un cóctel y se lo

prescribe de acuerdo a indicaciones que son probadas y testeadas” y si bien “la homeopatía

clásica no considera esto como parte de su disciplina […] al adaptarse a las reglas de la ciencia

se logra ampliar el poder institucional” (Degele, 2005, p. 119-120).

La segunda estrategia que encuentra Degele es el “desarrollo de un espacio alternativo”,

ya que la unidad de los homeópatas está minada (principalmente por la división entre

“complejistas” y “unicistas”) y “no son suficientemente fuertes como para funcionar como un

serio antiparadigma contra la comprensión de la ciencia propia de la medicina ortodoxa,

fundamentalmente por la falta de infraestructura y dinero” (Degele, 2005, p. 121-122). Este

mecanismo de separación (impulsado por la práctica “científica”) opera en dos niveles: en la

educación y en la práctica cotidiana.

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La educación en homeopatía sería significativa por dos razones: primero, “es donde se

establece la lealtad con la tradición de investigación de Hahnemann” y, segundo, “irónicamente,

incluso quienes se identifican como homeópatas clásicos se ven afectados por demandas por

mantenerse al día” (Degele, 2005, p. 122). La autora señala en estos fenómenos la utilización de

estudiantes para la “prueba de drogas como moda” (fenómeno en expansión “en la década de

1990”, mientras se contraían las demandas homeopática de “voto positivo por una comisión

ética” y “buenas prácticas clínicas”) y la “búsqueda de reputación” (“muchos homeópatas

producen conocimientos homeopáticos nuevos y visibles sólo para figurar” Degele, 2005, p.

123). Por todo ello, la atracción de nuevos practicantes y pacientes se apoyaría entonces en la

institucionalización y el esparcimiento de la educación.

Por último, argumenta que en la práctica cotidiana las pruebas científicas no son

decisivas en homeopatía, y si los homeópatas están interesados en las pruebas de efectividad de

las drogas, es sólo porque desean aplicarlo en su trabajo diario (Degele, 2005, p. 125). Sin

embargo, la escenificación de la “ciencia” en el trabajo cotidiano los lleva a utilizar software, lo

cual los aleja de los clásicos cuestionarios llevados al papel, de la sesuda lectura del Organón y

los términos y ritos de los “clásicos”.19

La socióloga observa que “los criterios de demarcación científicamente aceptados

golpean la identidad de los homeópatas” (Degele, 2005, p.129) ya que “la ciencia funciona

como un generador de identidad profesional entre diversos grupos de outsiders de la medicina

que aun no tienen el poder de organizarse a sí mismos independientemente de la medicina

científica” (Degele, 2005, p. 130). Esto redundó en una escisión, debilitando sus estándares,

como lo que Foladori (2004) señala que ocurrió con la acupuntura: mientras que la “ortodoxia”

la adaptó quitándole todo su “sentido global”, la medicina “alopática” permaneció “intocada”.

19 En el 59º Congreso de la Liga Médica Homeopática Internacional, pudo observarse esta cuestión. Ante la demanda de un médico relativamente joven de “leer más nuestros trabajos”, no se hizo esperar la respuesta de un médico mayor de la AMHA: “hay que leer más a Hahnemann”, y ante la presentación de un trabajo experimental realizado con ratones, el primer comentario de un médico mexicano fue “no entiendo porque este sadismo con los animales”.

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CAPITULO 3. ORÍGENES DE LA HOMEOPATÍA.

ANTECEDENTES EN LA ARGENTINA Y CONTEXTO

HISTÓRICO DE LA DÉCADA DE 1930

Nacimiento de la homeopatía

Mr. Dammit no sobrevivió a su terrible

pérdida [de la cabeza]. Los homeópatas no

le suministraron bastante poca medicina,

y la poca que le dieron no pudo él tomarla.

Al final empeoró y acabó muriéndose.

Edgar Allan Poe (1991) [1841]

En el material didáctico que se brinda actualmente durante el primer año de formación

homeopática en la AMHA, la “iniciación” de la homeopatía es fechada en 1790, cuando

Christian Friedrich Samuel Hahnemann traduce las Clases sobre Materia Médica de William

Cullen: “traduciendo dicha obra le llama la atención cómo el autor describe la sintomatología

propia de la intoxicación por quina en ingestiones accidentales, voluntarias o en obreros que la

manipulan” (Kaufman, 2004, p. 20).20

A partir de allí, se produce la “iluminación genial” por la cual Hahnemann “intuye el

descubrimiento de un nuevo principio cuando viene a su memoria lo leído en Hipócrates y en

Paracelso acerca del modo de acción de los medicamentos y la curación por los semejantes” y

luego de consignar brevemente la autoexperimentación y la “replicación” en allegados del padre

fundador, el historiador oficial sentencia: “se había iniciado nada menos que el método

experimental en terapéutica, más de cincuenta años antes de los trabajos de Claude Bernard,

considerado el padre de la fisiología experimental” (Kaufman, 2004, pp. 20-21).

Este documento, que tiene como rasgo saliente ser el primero que deben leer los futuros

homeópatas diplomados como tales por la principal escuela de homeopatía del país, remonta los

inicios de la terapéutica a Empédocles, quien sostuvo que “los contrarios se rechazan y los

semejantes se atraen”, en el marco de una teoría según la cual “los fenómenos naturales

20 La obra citada corresponde al manual del primer año que leen los aspirantes a médicos homeópatas en la AMHA, por lo cual se lo considera aquí estructurante.

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corresponden a la mezcla de cuatro elementos eternos y deificados (el fuego, Júpiter; el aire,

Juno; el agua, Nestis y la tierra, Plutón)” (Kaufmann, 2004, p. 15).

Luego, se menciona el “criterio ecléctico de Hipócrates” quien enunció, como ya se

señaló, el aforismo “similia simibilus curentur” (al tiempo que el de “contraria contrarius

curentur”) y “fundó la doctrina humoral, reconociendo al vitalismo con el nombre de pneuma”

y, citando a Hahnemann, se sostiene que “no prescribía casi ningún medicamento y se

contentaba con indicar el régimen dietético y algunas reglas” (Kaufman, 2004, p. 16). Otra

referencia positiva es hecha hacia Aristóteles, de la siguiente manera:

Además de ocuparse de la filosofía, este sabio y médico griego habló de una fuerza intermediaria entre el alma y el cuerpo a la que denominó entelequia. Además, afirmó que “el alma es el acto primero del cuerpo físico orgánico que tiene la vida en potencia”. Como podrá apreciar el lector, Aristóteles manejaba la simiente de la medicina psicosomática y del vitalismo, que encontrarían en Hahnemann (¡dieciocho siglos después!) su genial creador (Kaufman, 2004, p. 16).

Más adelante se da cuenta, brevemente, del aporte de Roa Tro (125-220 d.C.) “precursor

chino de la Homeopatía que, además de la acupuntura, utilizaba también los medicamentos en

dosis infinitesimales”. Luego de hacer una breve referencia a Galeno se aclara que “después de

Hipócrates, Aristóteles y Roa Tro, en esta dura y difícil biografía de la Homeopatía las ideas de

la semejanza se pierden en la Historia hasta el siglo XVI, cuando aparecen en escena Kirchy,

Crollius y Paracelso” (Kaufman, 2004, p. 16).

De este último se hace una amplia reseña, destacando su “rebelión contra el galenismo”,

y se destaca, citando a Amaldi Titaferrante (médico homeópata), su “extraordinaria identidad

con Hahnemann. Los dos leyeron en el libro supremo de la naturaleza, que fue su mejor escuela.

Paracelso no quiso ser hombre de ciencia, sino médico y hombre de Dios” (Kaufman, 2004, p.

18).

De Hahnemann, a quien identifican con el luteranismo (sin dar más datos sobre ello),

narran una historia plagada de dificultades, y se lo califica como “itinerante y soñador”,

“admirado y perseguido”, que “vivió en la pobreza por defender sus ideales” (Kaufman, 2004,

p. 21). Sorprende también el espacio dedicado a la agonía del padre fundador, quien aún vivió

un ataque de verborragia para afirmar, entre otras cosas: “yo no he inventado nada. Yo sólo he

elegido una pizca de oro de la verdad que Dios ha extendido por la tierra. Es él quien me ha

llevado de la mano, pues yo estaba ciego, ciego por mi orgullo, al lugar donde estaba la pepita y

me la ha mostrado, ordenándome que yo profundizase para sacarla. Me he limitado a cumplir su

voluntad y obedecerle” (Kaufman, 2004, p. 22).

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En concreto, la trayectoria que puede trazarse de este “itinerante” es la siguiente: en

1796 publica los primeros trabajos de experimentación en Ensayo sobre un nuevo principio

para descubrir el poder curativo de las drogas; pasa por “dos décadas de meditación y de

experimentación” mientras “viaja de ciudad en ciudad […] curando y huyendo de la

persecución, porque el género humano muestra intolerancia hacia los cambios y la puesta en

peligro de sus intereses” hasta que se establece en Torgau, donde publica un tratado de higiene,

El amigo de la salud, y en 1810 su nueva doctrina en el Organón de la Medicina Racional (con

posteriores ediciones en 1819, 1824, 1829 y 1833), en 1830 la Materia Médica Pura (“donde

codifica sus experiencias”) y en 1835, Las enfermedades cónicas, su doctrina y tratamiento

homeopático, época en la que se traslada a París, donde se afinca hasta su muerte en 1843

(Kaufman, 2004, pp. 21-22).

Allí tiene una labor “abrumadora”, las “curaciones se suceden sin interrupción”, se

funda la “Sociedad de Homeopatía y dos periódicos” y “despierta la envidia y el encono” de la

“Academia de Medicina” que presenta un “pedido de expulsión”, rechazado por el ministro

Guizot, a quien se atribuye la siguiente respuesta:

Hahnemann es un sabio de gran mérito. La ciencia debe ser para todos. Si la homeopatía es una quimera o un sistema sin valor propio, caerá por si misma. Si es, por el contrario, un progreso, se extenderá a pesar de todas nuestras medidas preventivas y la Academia debe desearlo antes que nadie, pues ella tiene la misión de hacer avanzar la ciencia y de alentar los descubrimientos (Kaufman, 2004, p. 22).

En La homeopatía: historia, descripción y análisis crítico,21 un documento de la ARP –

Sociedad para el avance del pensamiento crítico–, se sostiene que:

En medio del ejercicio de la medicina propia del siglo XVIII, la homeopatía fue muy bien acogida, y se generó una vasta literatura sobre la misma. Esta acogida se explica en parte porque los remedios homeopáticos eran infinitamente menos agresivos que los utilizados por los médicos de la época. En aquellos años eran muy utilizados métodos como las sangrías, tratamientos con sanguijuelas o terribles dietas debilitantes. Se llegó al punto en el que algunos médicos aseguraban que “la mejor medicina consiste en no usar nada”. Cuando los avances médicos permitieron el desarrollo de técnicas curativas menos agresivas que las enfermedades, este nihilismo médico dejó de tener sentido, y la homeopatía comenzó a declinar. En el siglo XX la homeopatía fue lentamente olvidada, hasta su relativamente reciente resurrección (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 5).

Como se ve, los autores de este documento eligen poner de relieve cierta aceptación a la

homeopatía, en una época en la que la práctica “médica” (sin hacer alusión a alopatía u

ortodoxia) era nociva, para contraponerla a su rechazo actual desde una medicina “avanzada”.

21 Informe realizado a petición del Institut d’Estudis de la Salut, Departament de Sanitat i Seguretat Social, Generalitat de Catalunya

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El argumento de los médicos de la AMHA funciona al revés, la persecución perdura desde

entonces hasta hoy, por lo que las prácticas medicinales “alopáticas” son siempre nocivas.

En el documento de la ARP tampoco se desmiente la orientación vitalista de la

homeopatía, sino que se le da un sentido negativo. Y se da un sentido negativo a la genealogía

que los homeópatas ven como positiva:

El principio lógico fundamental causa-efecto no es aplicable para Hahnemann a los procesos patológicos y su curación. La base de su planteamiento es de carácter filosófico, y tampoco es original del médico alemán. Para entender su filosofía hay que remontarse a las teorías de los sofistas griegos y a las doctrinas de Hipócrates y Galeno. Más aún, para Hahnemann no existe causa de la enfermedad, y si existe es esencialmente incognoscible. Sus propias palabras constituyen un rechazo de la ciencia como forma de conocimiento, fenómeno éste muy frecuente en toda una serie de doctrinas y disciplinas actuales que se ubican a sí mismas “en las fronteras de la ciencia” (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 6).

Algo similar es la idea que defiende Olivier Faure en su crítica sociológica (ya citada) a

la homeopatía. Para este autor, en primer lugar, los aciertos y retrocesos de este método están

lejos de fundamentarse en la creencia de la eficacia de las leyes de infinitesimalidad y similitud,

o dar respuesta a las necesidades de la sociedad. Sostiene que sus logros iniciales a comienzos

del siglo XIX se basan en su interpenetración con corrientes intelectuales contestatarias que se

proponen transformar el mundo, reconciliando la ciencia con la sociedad. Esto se habría dado

por una hábil combinación de literatura polémica y militante, así como por estructurarse “en una

clase de Iglesia, rápidamente dividida en capillas y en sectas que practican la exclusión y la

excomunión mutua” (Faure, 2002/3, p. 88).

Para este autor, muchos médicos de aquella época guardan nostalgia de los sistemas

explicativos globales, lo cual explicaría la aparición en Francia de teorías que proponen

tratamientos como el magnetismo de Mesmer impulsado por Puységur, de la irritación intestinal

de Broussais, la frenología de Gall. La teoría de Hahnemann, según Faure, a pesar de tener un

punto de partida “más modesto”, termina derivando “también hacia un conflicto radical de la

medicina en vigor” (Faure, 2002/3, p. 89).

Sin embargo, el autor argumenta que no es con la generalización del aforismo de

Hipócrates de los semejantes, o de las dosis infinitesimales, presentados bajo la forma de un

“método racional”, que logra apoyo en Francia:

Numerosos testimonios certifican que las adhesiones están relacionadas mucho más a la conversión religiosa que al resultado de un razonamiento científico. El mismo Hahnemann, jugando sobre las mofas y las persecuciones que sufre o pretende sufrir, adopta de buen grado el papel de mártir, o incluso de Mesías […] Hahnemann demuestra un innegable carisma que transforma en apariciones los primeros encuentros de sus discípulos con él. La fascinación se

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ejerce también por medio de la lectura de su gran obra, el Organón de la medicina racional que tiene en la homeopatía el papel del Evangelio en el cristianismo. Por eso no es asombroso ver numerosos católicos seducidos por la doctrina y su profeta […] el catolicismo se vuelve una de las placas giratorias del movimiento homeopático francés. Los homeópatas sirven de buen grado conventos y casas religiosas […] La escena de la curación milagrosa, bien presente en los relatos de conversión, no seduce sino a los católicos y a las místicas (Faure, 2002/3, p. 89).

Según Faure, además, se “convierten” a la homeopatía “científicos aficionados”, como

el conde De Guidi, Emmanuel de Las Cases (líder del magnetismo y la frenología en Francia) y

el conde ruso Korsakov, un autodidacta que promueve un sistema de diluciones (korsakovianas,

también reseñadas en forma sucinta en el manual de la AMHA) “más avanzado”. Advierte

además que “otros convertidos vienen de un horizonte ideológico y social aún más distante de la

aristocracia católica. Especialmente en Francia, el socialismo utópico se correlaciona mucho

con la homeopatía. El primero seduce seduce médicos, el segundo a los sansimonistas o

furieristas” como León Simón, Curie y Jaenger que consiguen, con otros, ir ganando crédito en

“hombres de negocios e industriales” (Faure, 2002/3, p.90).

Esta cuestión le permite explicar a Faure el “relativo crédito” de la homeopatía en el

Segundo Imperio, compuesto en buena medida por autoridades antiguamente sansimonistas,

pero advierte que, “lejos de ser una coalición de suaves soñadores, aristócratas desclasados y

médicos en busca de clientela, la homeopatía está en el corazón de una nebulosa portadora de un

proyecto relativamente coherente de transformación social y espiritual de la cual la medicina es

parte” (Faure, 2002/3, p. 90). Además, sostiene que la relación con la Iglesia Católica no se

limitó “a empréstitos recíprocos en cuanto a ritos” sino que se acerca por momentos a un “total

cotejo”, por la desconfianza católica para “el exceso de ciencia” durante la “primera reacción

integralista” en contra de la “curiosidad”, la “razón” y el “espectro del materialismo” de la

naciente fisiología, lo que los lleva a plantear la creación de una “ciencia católica”.

Sin embargo, más que “corrientes constituidas que influyen sobre sus miembros” lo que

se observa es “una nebulosa de hombres que hacen nacer y evolucionar estas corrientes de

pensamiento que buscan fundar una ciencia religiosa o una religión de la ciencia” (Faure,

2002/3, p. 91). Así y todo, “a pesar de su capacidad para llamar la atención, la homeopatía del

segundo tercio del siglos XIX sólo atrae minorías, al igual que la nebulosa a la cual estaba

vinculada” por lo cual “el retroceso de la homeopatía entre 1860 y 1920 debe relativizarse”

(Faure, 2002/3, p. 92).22

22 El mismo autor, sin embargo, sostiene que “esta debilidad numérica es encubierta durante un determinado tiempo por el activismo de estos militantes […] la presencia de revistas es espectacular. Treinta aparecen en Francia entre 1830 y 1870. Su situación es difícil y su existencia, temporal. Más de la mitad se mueren antes de su quinto año aniversario y tres solamente superan los veinte años de publicación. El número de folletos y obras publicados en los mismos años es impresionante: seiscientos

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Faure relativiza también la “persecución” porque, afirma, la homeopatía “raramente” es

condenada por los tribunales y “ningún gobierno cuestiona la ley de 1803, que concede a todo

médico legalmente recibido la total libertad de ejercicio”. Uno de los problemas mayores parece

ser la escasa especialización de los farmacéuticos (por falta de conocimiento o por no estar de

acuerdo con los principios) en medicamentos homeopáticos, la escasez de remedios frena

capacidad de propagación de la terapéutica (Faure, 2002/3, p. 92).

Otra de las dificultades estaba relacionada a la “formación, y, en particular, el escaso

acceso a la formación clínica” de los homeópatas, cuya ausencia en hospitales es producida

“más que la oposición médica (sobre todo sensible en las experimentaciones homeopáticas

específicas en tiempo de cólera), por la debilidad del personal homeopático” (Faure, 2002/3, p.

93). La debilidad viene dada tanto por la capacidad terapéutica de actuar en grandes centros,

como la sectarización de la homeopatía a partir del Tratado de las enfermedades crónicas (1828)

“que choca con numerosos partidarios a quienes [Hahnemann] trata como mediohomeópatas,

como disidentes a quienes es necesario excomulgar”, situación que empeoraría por el prestigio

“médico” reforzado por los “descubrimientos de Pasteur y Koch” (Faure 2002/3, p. 94).

A Faure lo “asombra” que la “homeopatía resiste y conserva posibilidades de

desarrollo” y argumenta que “de nuevo, sobre ese fundamento, a la vez místico, contestatario y

práctico que la homeopatía rebrota en Francia luego de la Primera Guerra Mundial” (Faure,

2002/3, p. 94). Atribuye el desarrollo de la terapéutica en el siglo XX al emprendimiento

fuertemente vinculado con lo farmacéutico de un grupo de actores en Alemania y Francia,

opinión compartida por George Weisz, que atribuye el auge de la homeopatía en la década de

1930 también al “declive de la medicina francesa”, en la que se asistió a “una proliferación de

productos farmacéuticos de todo tipo” (Weisz, 198, p. 42).

Los efímeros antecedentes de la Homeopatía en Argentina durante el

siglo XIX y las instituciones nacionales oficiales

Actualmente, como ya se señaló, la institución más importante de homeopatía en

Argentina es la AMHA (Asociación Médica Homeopática Argentina), que siendo fundada en

julio de 193323 es la más antigua de las vigentes, pero no la primera. El principal antecedente, de

en un tercio de siglo”, todo ello sin sobrepasar el 5% del cuerpo de doctores en medicina en Francia (Faure, 2002/3, p. 92). 23 Con el nombre de Sociedad Médica Homeopática Argentina.

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la segunda mitad del siglo XIX, es la Sociedad Hahnemaniana Argentina nacida en 186524 y

cuyo órgano de difusión era el Boletín Homeopático, esta entidad sufrió un fuerte golpe cuando

intentó, en el mismo año de su fundación, crear una facultad homeopática, por lo que elevaron

una petición al gobierno que llegó a tratarse por las cámaras legislativas, derrotados “por el

escaso margen de dos votos tras serios incidentes verbales que tuvieron lugar entre Luis Varela,

ponente de la postura homeopática y los médicos-diputados presentes” (González Leandri,

1997, p. 113).

Al mismo tiempo, desarrollaron una recolección de firmas en 1877 “para solicitar ante la

Corte Suprema de Justicia la inconstitucionalidad de la ley del Consejo de Higiene (…) que

regulaba la práctica médica y farmacéutica”, poco después de que la norma fuera dictada. Si

bien finalmente la Corte la declaró constitucional, la petición obligó la paralización de la ley

durante casi un año, lo cual “hirió de muerte a la ley que nunca alcanzó a gozar, por lo tanto, de

una aplicación adecuada a los intereses de sus principales promotores” (González Leandri, p.

114).

Por entonces existían “sólo dos instituciones capacitadas oficialmente para enseñar la

medicina en todo el territorio nacional (Universidades Nacionales de Buenos Aires y Córdoba)”

(Buch, 2000, p. 7). Junto con la Academia de Medicina y el Consejo de Higiene25 generaron un

monopolio que hizo fracasar el intento por crear una Escuela Libre de Medicina e

imposibilitaron “la apertura de una Escuela de Medicina Homeopática [Esta situación]

permitiría crear a través de sucesivas crisis la consolidación de una estructura profesional

crecientemente compleja dentro de la cual los esfuerzos renovadores eran, de un modo o de

otro, reincorporados dentro el sistema” (Buch, 2000, p. 7).

24 Los años de apogeo fueron entre 1969 y 1871, desaparecieron por la “crisis social” de la epidemia de fiebre amarilla y reaparecieron en 1875 como Sociedad Homeopática Argentina cuya publicación era “El Homeópata” (Jonás, 1934c, p. 343) 25 Luego de la derrota de Juan Manuel de Rosas en 1852, la Provincia de Buenos Aires dictó varios decretos de regulación de la práctica médica. Por un lado, se reemplazó el “Tribunal de Medicina por el Consejo de Higiene Pública” y se refundó la Academia de Medicina. La creación del Consejo es trascendental ya que “a través de este organismo se le asignaba a los médicos diplomados el control de diversas áreas consideradas de incumbencia médica, particularmente la persecución de los curanderos, así como la vigilancia del ejercicio médico y farmacéutico. Este último cometido había surgido porque ya a mediados del siglo XIX, sin que todavía surgiera la industria farmacéutica, se observaban conflictos con la prescripción de fármacos por cuanto los médicos extranjeros, que podían recetar según la farmacopea de su país, prescribían numerosas recetas exóticas y remedios secretos. Como en estos tiempos, el conflicto se establecía entre los sectores proclives a la regulación Estatal y los que se oponían” (Spadafora, 2004, p. 68, destacado en el original). De esta manera, los médicos de la Universidad, alópatas en su amplia mayoría, impusieron una matriz de legalidad que se utiliza aún hoy, a partir de allí pueden confundir perfectamente lo que está bien, lo correcto, en última instancia, lo “científico”, con lo que está instituido. En esta línea, paralelo al proceso de crecimiento del Estado Nacional, en 1880 es creado el Departamento Nacional de Higiene, bajo dependencia del Ministerio del Interior.

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La publicación de los homeópatas tenía como principal objetivo atacar al Consejo de

Higiene, de categorizarlo como “un verdadero centro de tiranos que conspire contra la ciencia y

la monopolice en su provecho, levantando sobre todas las conciencias y sobre todas las

inteligencias su ridícula infalibilidad de nuevo cuño” (González Leandri, 1997, p. 114).

Junto con la medicina oficial, cerrada a corrientes alternativas, existía en el Río de la

Plata una frecuente utilización popular del curanderismo (Buch, 2000, p. 10., González Leandri,

1997, p.114). Desde las asociaciones de homeópatas debían luchar contra la imposición de las

escuelas e instituciones regulatorias oficiales, pero también contra el estigma del curanderismo

y diversos tipos de shamanismo, debido a la realización de prácticas relacionadas con la

medicina herbal y la iriología (diagnóstico por la observación del iris), por ejemplo.

El rol “invisible” de estas terapias es importante para comprender la situación de la

homeopatía por entonces: por un lado, eran prácticas más marginales en el sentido institucional,

realizadas por personas no médicas, que no requerían de ningún tipo de estructura y cuya

práctica era denostada pero no perseguida; por otro lado, tal vez por eso, se trataba de terapias

mucho más populares y extendidas en la población, que en definitiva ha sido el mejor aliado de

la homeopatía en nuestra sociedad.

Los rastros de los intentos de institucionalización se pierden y los médicos siguen

atendiendo en forma particular y aprendiendo la disciplina en forma autodidacta. Todo ello

hasta las décadas de 1920 y 1930, en las que se pueden observar rasgos particulares en distintos

planos sociales que permiten contextualizar el nacimiento de la institucionalización perdurable

de la homeopatía, existen algunos trabajos clave en relación a esta época, particularmente

destacables son los de Beatriz Sarlo (1988 y 1992) y un trabajo colectivo publicado por la

Organización Panamericana de la Salud, sobre la conformación del corporativismo médico

desde la década de 1920 hasta mediados de la de 1940 (Belmartino y otros, 1988).

El período de crisis que se desencadena en la década de 1930 y se agota con la llegada

del peronismo, tiene que ver con una “articulación entre sociedad civil, sistema político y

aparato estatal, que se implantara con relativa eficacia a partir de 1880” (Belmartino y otros,

1988, p.14). Esta época (desde 1880 hasta la crisis de 1930) coincide, aproximadamente, con el

período de desaparición de las instituciones homeopáticas del siglo XIX y la reaparición en

1933.26

26 Paralelamente, en Francia se da el proceso de declive de la homeopatía durante la misma época.

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El contexto social de la década de 1930

Este período de crisis se expresa en distintos planos como el político, militar y

económico,27 signan a la época como de pujas constantes entre distintos sectores por la

detentación del poder a distintos niveles, y el quiebre con el orden establecido en las décadas

precedentes. Toda la vida social de la época se ve afectada por estos hechos y lejos de

permanecer ajenos los sectores intelectuales y la disciplina médica, se ven interpenetrados en

esta problemática general.

En Buenos Aires, el período que comprende las décadas de 1920 y 1930 se caracteriza

además por una “cultura de mezcla”, un cosmopolitismo propiciado por el aumento

considerable de población (de 677.000, en 1895, pasando por 1.576.000 habitantes en 1914, a

2.415.000 en 1936) gracias a la llegada de inmigrantes, que coincide además con un período de

“modernización” de la ciudad (por ejemplo, implementación de luz eléctrica, utilización de

medios colectivos de transporte, asfaltado, aumento en la tirada de las publicaciones, llegada e

implementación de novedosos artefactos técnicos) y la producción intelectual (Romero, 2004;

Sarlo, 1988 y 1992):

Se trata de un período de incertidumbres pero también de seguridades muy fuertes, de relecturas del pasado y utopías, donde la representación del futuro y la de la historia chocan en los textos y las polémicas. La cultura de Buenos Aires estaba tensionada por ‘lo nuevo’, aunque también se lamentara el curso irreparable de los cambios […] La Modernidad es un escenario de pérdida pero también de fantasías reparadoras. El futuro era hoy (Sarlo, 1988, p. 29).

Lo que ocurre, argumenta Sarlo, es que “las relaciones mediatizadas propias de una

sociedad moderna […] transforman ámbitos antes familiares y gobernables, descentran sistemas

de relaciones que parecían estabilizados desde y para siempre” (Sarlo, 1988, p. 32).

Por aquel entonces, “la élite local miraba hacia Europa, en especial a Francia como un

faro de la civilización, al tiempo que sólo aquellos profesionales que lograban demostrar éxito

en Europa eran reconocidos por el establishment médico de nuestro país. ‘Desde el punto de

vista intelectual, somos franceses’, declaraba Horacio Piñero” (Plotkin, 2003, p. 31). Además, a

partir del siglo XX “se verificó un creciente interés por parte de los intelectuales

latinoamericanos hacia corrientes filosóficas de origen europeo continental, alejadas del

positivismo, que había sido la corriente hegemónica de pensamiento desde las últimas décadas

del siglo XIX” (Plotkin, 2003, p. 36).

27 Acerca de la crisis política del fin del liberalismo, el reconocimiento de los derechos sociales y el nuevo rol del Estado véase, por ejemplo, para el plano militar y político, Rouquié, A. (1978) y para el económico O’Connell, A. (1984).

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Esta tradición, en la cultura de la Buenos Aires cosmopolita que recibe millones de

inmigrantes que pugnan por el ascenso social, se da una mezcla en la que “coexisten elementos

defensivos y residuales junto a los programas renovadores, rasgos culturales de la formación

criolla al mismo tiempo que un proceso descomunal de importación de bienes, discursos y

prácticas simbólicas” (Sarlo, 1988, p.28).28 Todo este tipo de intromisiones genera un

“malestar” en la intelectualidad, y particularmente en la élite médica, que habla de una crisis

ética, producto de la corrupción de valores, señalada a nivel general de la sociedad, pero

también a nivel universitario.29 En ése sentido, existe una visión negativa del “ingreso masivo”

de estudiantes a la universidad, lo cual para algunos provocó que asistieran “sujetos cuya

educación primaria y sobre todo cuya educación moral no es la más adecuada para el ejercicio

de la medicina”.30

El espíritu intelectual y médico de la época, entonces se debate entre lo viejo y lo nuevo.

La inserción de todos estos implementos técnicos novedosos que llegan a la cultura de Buenos

Aires, abre toda una nueva dimensión imaginaria y reconfigura relaciones simbólicas con mitos

y objetos del pasado:

No hay razón para no creer que todo puede ser posible: la rapidez con que ciertas modificaciones técnicas se incorporan en el horizonte de la vida cotidiana refuerza la idea de milagro, que inspira metáforas bien conocidas: el milagro de la electricidad, el milagro de la radio, el milagro del cine… Se trata de lo ‘maravilloso moderno’, un paisaje cultural donde toda promesa puede realizarse. La radio y la telegrafía sin hilos demuestran espectacularmente que se han superado los obstáculos de la materia y se ha abierto una época donde las percepciones no están sujetas al límite corporal de los sentidos, ni al límite físico de sus extensiones (anteojos, lupas, lentes, telescopios, etc.); cuando sonidos e imágenes se difunden por conductos invisibles e inmateriales, todo un sistema de equivalencias puede edificarse a propósito de otras transmisiones y recepciones a distancia (Sarlo, 1988, p. 135-136).

Así se asienta la particular manera de asimilación de lo novedoso, una fusión de

artefactos y explicaciones “inverosímiles” con la cultura tradicional:

Viejas obsesiones de la cultura tradicional (desde el cuento de “aparecidos” hasta el curanderismo de la campaña) encuentran un nuevo discurso urbano en la teosofía, la

28 Los inmigrantes atemorizan a tal punto a la intelectualidad que “así como originalmente los inmigrantes habían sido bienvenidos como la simiente codiciada para civilizar el país, hacia 1910 éstos eran vistos como instigadores de conflictos sociales y políticos. A comienzos del siglo veinte, intelectuales nacionalistas argumentaban –citando evidencia “científica”– que la inmigración sin control podía degradar la raza nacional incorporando gran cantidad de degenerados en la sociedad” (Plotkin, 2003, p.32). 29 “El exceso de tecnicismo y maquinismo nos ha sumido en un avaro egoísmo sin Dios”, Decano Bullrich, al inaugurar los cursos de la Facultad de Medicina en 1934 (citado en Belmartino y otros, 1988, p. 17). 30 Sandberg, M., “Plétora Médica”, Rev. Col. Med. Vol. 3, nº 9, abril de 1933, citado en Belmartino y otros, 1988, p. 17.

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parapsicología y la difusión de nociones psicológicas e, incluso, psicoanalíticas. Una mitología nueva, que usa discrecionalmente un léxico que evoca a la ciencia, traduce obsesiones tan permanentes como la comunicación con el más allá, la vida después de la muerte, la fuente de la eterna juventud, el deseo de curas milagrosas y la transmisión del pensamiento (Sarlo, 1992, p. 135).

El perfil médico de la década de 1930

El mencionado trabajo colectivo de Belmartino, Bloch, Presello y Carnino, financiado

por la Organización Panamericana de la Salud, que abarca la conformación de la corporación

médica entre 1920 y 1945, señala ése lapso como una época de muchos cambios en la medicina

local, ligados a la creciente cantidad de médicos, al nacimiento de especialidades y a la

formación de la “corporación médica”, traducida en sindicatos y gremios:

La mentalidad médica argentina ha cambiado. El primer síntoma es que el antiguo individualismo, que llenó su misión, obedeciendo a causas muy dignas de su época, se abandona. En la actualidad tiene más aceptación la unión, la colaboración, lo mismo en el trabajo que en la vida. Antes de 1910 los médicos estaban atomizados, en 1936 los médicos del país, como los del mundo, están unidos, agremiados [...] La medicina deja de ser un asunto privado, principalmente privado, para entrar briosamente en el campo de lo público. La salud, si es individual, es también un fenómeno eminentemente de interés colectivo y público.31

Como vemos, la tesis de Sarlo (1992) se confirma. Frente al contexto cambiante y

crítico, los médicos construyen miradas sobre el pasado, presente y futuro, y convocan a la

unidad, a la organización y al gremialismo como forma de lucha o defensa, frente a una vida

social compleja que influye sobre el desarrollo, hasta entonces rutinario, de la profesión médica.

Hubo varios intentos de concretar el gremialismo médico, pero recién en la década de

1920 surgen las primeras instituciones “perdurables”. Los problemas a los que se enfrentan los

médicos por entonces son múltiples, causando “malestar”,32 y cuyas “formulaciones no siempre

son claras, los excesos retóricos, frecuentes, las contradicciones no faltan, así como tampoco las

identificaciones mecánicas con procesos ocurridos en otras esferas o con situaciones –bien o

mal conocidas– existentes en otros países” (Belmartino y otros, 1988, p.16). Como ya se señaló,

la cultura de Buenos Aires miraba por entonces a Francia como ideal de cultura, donde

paralelamente se da un “auge de los enfoques llamados holistas” (Weisz, 1998, p. 42). Así lo

expresa un médico porteño de orientación holista:

31 Boletín de la federación gremial Médica de la provincia de Santa Fe, año 1936, extraído de Belmartino y otros (1988, p.11). 32 Caracterización desarrollada por Belmartino y otros, a partir de la revisión de los discursos médicos de la época.

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En nuestra época se percibe ya un hálito vivificador destinado a remozar las ideas clásicas de la medicina, con el aditamento copioso de las adquisiciones científicas modernas. Comprobamos diariamente que, frente al progreso de la clínica, la terapéutica médica lleva una vida de modorra; le faltan ideas directrices y le sobran productos tóxicos que se suelen administrar con una generosidad lamentable (Semich, 1934a, p.3).

George Weisz habla de la década de 1930 como un período de crisis y reconfiguraciones

de la medicina francesa: “las nuevas perspectivas de la patología funcional parecían echar agua

al molino de la tendencia holista. La endocrinología y la inmunología, por ejemplo, insistían en

un enfoque sistémico: no se hacía hincapié en el agente causal de las enfermedades sino en las

capacidades del cuerpo para responder a estos agentes”, además de que el fuerte aumento del

número de médicos (de 15.000 en 1890 a 25.000 en 1936) los indujo a “desarrollar unas

prácticas originales atractivas para los pacientes” (Weisz, 1998, p. 42).

Al mismo tiempo, en Buenos Aires los médicos tenían una autopercepción de su trabajo

como “un ejercicio profesional insatisfactorio, escasamente retribuido, crecientemente

mercantilizado, que en ocasiones se desliza hacia prácticas reñidas con principios éticos de

aceptación generalizada” (Belmartino y otros, 1988, p. 20). De todos modos, la perspectiva no

es pesimista universalmente ya que en los discursos médicos de la época hay una importante

presencia de voluntad transformadora, que apela a que una “élite” dirija, según los valores

tradicionales, a la profesión de la “inquietud” y el “inmoralismo” al “orden” y la “moral”.

Otro de los órdenes que se ve afectado es el de la atención particular, cuestión

relacionada frecuentemente a un orden capitalista general, según el cual la libre competencia

industrial por la que los pequeños artesanos pierden espacio ante las grandes industrias, se

traslada a la profesión médica. Por lo tanto, los médicos particulares perderían posibilidades

económicas ante los grandes centros asistenciales.

Esta dificultad aparece relacionada, como se percibe en las líneas anteriores, con que el

fenómeno de masividad en las aulas trasladado al de profesionales. Este fenómeno es

cuantificado en numerosas oportunidades: por un lado, se habla de 6.500 médicos en todo el

territorio nacional, para diez millones de habitantes en 1930 (1.523 habitantes por médico),33

mientras que el Censo de 1934 señala 9.600 médicos para doce millones de habitantes (1.250

habitantes por médico). En 1944, presuntamente había 13.924 médicos para catorce millones de

habitantes (1.010 habitantes por médico).34 La mayor concentración de médicos, además, se da

33 Boero, E. Discurso pronunciado en el aniversario del Colegio de Médicos de la Capital Federal, Rev. Cir. Med. Sud. Vol. 49, nº 10, feb de 1931, citado por Belmartino y otros, 1988, p. 20. 34 Arce, J., “Asistencia médica y seguridad social. Ensayo de organización de la asistencia médica para todos los habitantes de la Nación Argentina”, S.M., vol. LI, nº 36, pp. 478-495, noviembre de 1944, citado por Belmartino y otros, p. 21.

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en Buenos Aires, a mediados de la década de 1930 la tasa es de seiscientos habitantes por

médico, y para 1944, hay cuatrocientos habitantes por profesional.

Sin embargo, estos interrogantes que suelen estar acompañados de visiones

apocalípticas, pueden incluir algunas “claves” para resultar tener éxito: “vocación”, “buena

formación técnica”, “relaciones familiares o sociales”. Lo que se expone en el discurso médico

de la época refleja dos encadenamientos causales: el primero, relacionado con la disminución de

la clientela, mercantilización, pérdida del interés por mejorar la capacitación, deterioro de los

cuidados médicos, recurso a las actividades reñidas con la ética, desprestigio, mayor retracción

de la demanda poblacional; el segundo, relativo a las deficiencias en la enseñanza universitaria

que “no está preparada para la educación masiva”, que resiente la calidad favoreciendo la

cantidad, que permite el ingreso de individuos sin la necesidad de formación moral. Así, “lo que

se discute, de una manera u otra, implícita o explícitamente, es si debe seguir considerándose a

la medicina como un apostolado, patrimonio de una élite, o una función social a cargo de

profesionales que no deben avergonzarse por exigir una retribución por su trabajo” (Belmartino

y otros, 1988, p. 24).

También aparece como problemático la cuestión de los artefactos novedosos que sirven

para realizar un diagnóstico, estableciéndose divergentes criterios de evaluación del “progreso

técnico”: “El centro de la polémica parece centrarse en el siguiente interrogante: ¿pueden los

recursos técnicos por sí solos garantizar la eficacia de la medicina como práctica técnica

ejercida sobre el individuo enfermo? (…) ¿puede el desarrollo científico asegurar la eficacia de

la medicina como práctica social?” (Belmartino y otros, p. 28-29). Este fenómeno no es menor:

A todos arrastra el vértigo de la novedad, que se piensa como una innovación indefinida y sin límites: porque la radio o el cine ya están aquí, también llegará cualquier otro tipo de comunicación a distancia; si es posible volar, se viajará a la luna en un futuro próximo; si el cuerpo puede abrirse ante la luz invisible de los rayos, también se rendirá a otras tecnologías no menos sorprendentes. Cuanto más espectaculares, las aplicaciones técnicas producen una creencia más fuerte en sus posibilidades infinitas de expansión; pero, además, estas nuevas formas de lo nuevo evocan otras formas antiguas: la videncia, la mirada profunda del adivino y el curandero, los milagros (si éstos, los actuales suceden, ¿por qué no otros, por menos verosímiles que parezcan?) (Sarlo, 1988, p. 136-137).

El temor de los médicos ya posicionados socialmente, partidarios del “médico de

cabecera”, se hace patente:

La medicina está, según él [Dr. Cushing, cirujano prestigioso], como la industria, en una encrucijada peligrosa. Todo vacila, todo se balancea alrededor de los hombres hechos demasiado poderosos ante el ídolo moderno, el progreso, de una popularidad tan atrayente, pero cuya naturaleza nadie conoce con precisión y cuyos efectos empiezan a hacerse temibles. Para el menor desarreglo de salud de un sujeto, técnicos especialistas toman su presión sanguínea, hacen su electrocardiograma, su metabolismo basal, le practican una

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punción lumbar y una ventriculografía, le radiografían de la cabeza a los pies, examinan al microscopio todo lo que le sale de su cuerpo y la sangre que le sacan, miran en todos sus orificios, miden sus calorías, dosifican su calcio, su fósforo, su nitrógeno, etcétera. Ahora bien –continúa Cushing– en las nueve décimas partes de los casos para los cuales el médico es llamado, la mesa de operaciones, el microscopio, los rayos, la enfermera diplomada, la mecanoterapia son completamente inútiles (Aráoz Alfaro, La nación febrero 5 de 1934, citado por Semich, 1934d, p. 48).

Los autores ubican a estos cambios como anteriores a la percepción de la crisis, que se

inicia en la década de 1930. Se puede interpretar también que el agotamiento del modelo médico

coincide con el surgimiento de estos cambios:

Colocada esta situación como problema concreto en la práctica corriente del médico, podría formularse de esta manera: nada que no encaje en el casillero rígido y dogmático de mi concepción patológica, es de algún valor o de algún interés para mí. Mas no ocurre esto sólo: bajo la presión de una vanidad científica mal entendida e impermisible, el médico piensa y obra de la siguiente manera: como este caso, se dice, no encuadra dentro de mi clave mágica e infalible de la enfermedad, basta con violentar la realidad concreta del caso clínico y adscribirle forzadamente un diagnóstico y una terapia como mi prejuicio teorizante me lo impone. De esta forma se hace encajar ‘a martillazos’ o a la fuerza al enfermo dentro de algún cuadro o síndrome patológico conocido, aunque totalmente ajeno al mismo en muchos casos, sobreañadiéndose así una nueva enfermedad a la ya existente: la enfermedad ‘iatrógena’ (esto es: creada por el mismo médico con sus palabras o su mal diagnóstico), como lo llaman los psiquiatras alemanes a esa superestructura patológica ‘inoculada’ por la incomprensión y el dogmatismo teórico y anticientífico del propio médico y que el mismo Molière ya ridiculizaba bizarramente en su época. Y es verdaderamente ignorada por casi todos, médicos y pacientes, la proyección o gravitación morbígena que es capaz de provocar dicha inoculación terapéutica bajo la fuerza de la elaboración intrapsíquica y subconsciente del enfermo (Pizarro Crespo, Semana Médica, Enero 25 de 1934, “Curanderismo y medicina académica”, citado en Semich 1934d, p. 43-44). Para Beatriz Sarlo “sobre un espacio dispuesto a la creencia en que todo es posible, se

despliega un conjunto de datos probados, probables, insólitos, inverosímiles que, en lugar de

anularse, se refuerzan unos a otros”, pero esto no se asienta sólo en el pasado y en el mito, sino

que “también están los milagros modernos de la tecnología y la ciencia [generando] un

continuum en donde la fuerza de lo nuevo que ya ha sido comprobado sostiene la creencia en la

posibilidad de lo imposible” (Sarlo, 1992, p. 152).

En ése sentido, en la obra de Belmartino, aparece reflejada la existencia de pujas por la

legitimidad social de la eficacia con curanderos, manosantas y herboristas, lo cual se manifiesta

en evaluaciones y propuestas de solución por parte de distintas instituciones médicas “se

analizan la legislación represora y los procedimientos destinados a aplicarla, se formulan

denuncias y, más allá del constante reclamo de una más eficaz acción de los organismos

estatales, se procura dilucidar las causas de la aceptación popular de la actividad de tales

curadores y, a partir de ellas, las posibles acciones destinadas a modificar la situación”

(Belmartino y otros, 1989, p. 36).

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Si para Sarlo los sectores populares siguen recurriendo a curanderos y videntes, al

tiempo que también depositan su fe en experimentos modernos, “y poco pesan los desmentidos

y las denuncias frente al deseo de creer que se está a un paso de la panacea universal” (Sarlo,

1992, p. 152), por su lado, Belmartino y otros resumen las explicaciones de los médicos de la

época acerca de por qué la gente recurría a los curanderos:

1. Ignorancia por parte de la población;

2. Situación de pobreza que lleva a buscar tratamientos baratos;

3. Razones políticas, conexiones entre los curanderos y los caudillos políticos;

4. Fracasos de la medicina: “médicos que se equivocan en el diagnóstico, que hacen un

pronóstico terminante, también equivocado, y que abandonan al enfermo como ‘caso

perdido’, sobre todo si se trata de enfermos pobres (…) ignorantes y no ignorantes,

acuden al curandero a última hora, cuando los médicos han pronunciado la sentencia

fatal”;35

5. Desinterés en ganar la confianza del paciente: “es indispensable para que este quede

satisfecho oír pacientemente las explicaciones que nos da: una vez que nos hemos

hecho cargo de él, mantener su contacto, interesándonos por todo lo acontecido entre

una y otra visita; no darnos más prisa en la consulta, eso al enfermo le huele a ‘time is

money’, lo que naturalmente es de mal efecto”;36

6. Impotencia de la medicina por incorporar el método científico. Se expresan en la

insistencia en definir la medicina como ciencia, pero también como “arte”, se relacionan

con la supervivencia de tendencias muy antiguas, que (se basaban) en el empirismo, el

animismo y el espiritualismo y que no han podido ser erradicadas “a pesar de los largos

decenios de predominio del método científico”.

Se plantea cierto conflicto –más o menos explícito– entre estas tendencias y la medicina

moderna, encaminada al tratamiento racional de las enfermedades mediante la

investigación de sus causas complejas. El médico práctico comprueba a diario que las

teorías médicas en general tienen corta duración, y descubre que “la misma causa puede

producir lesiones diversas, y el mismo proceso anatómico puede ser originado por

diversas causas, que la misma lesión anatómica puede tener expresiones clínicas

distintas, y que la misma expresión clínica puede ser debida a diversos procesos

anatómicos”;37

7. Escasa importancia asignada a los factores emocionales;

35 Bosio, B., “la lucha contra el curanderismo”, Semana Médica, XLI 31, agosto de 1934 p. 357/8, citado por Belmartino y otros, 1988, p. 38 36 Discurso de recepción de los nuevos diplomados por el presidente del Círculo Médico de Rosario, Rev. Med. Rosario, XVII II:642, nov. De 1927, citado por Belmartino y otros, 1988, p. 38. 37 Clase de despedida de Telémaco Susini, citada por Bermann, G. “las enseñanzas del caso Asuero”, S.M. XXXVII 26:1632-1642, junio de 1930, p. 1637, citado por Belmartino y otros, p. 203.

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8. Falta de reconocimiento por parte de las corporaciones médicas de las limitaciones en el

desarrollo científico de la medicina, y la consiguiente actitud conservadora que rechaza

avances que parecen excesivamente audaces.38

Lo que ocurre es que se trata de un período de cambios sociales amplios, pero también

fuertemente a nivel de la disciplina en sí, con el nacimiento de nuevas especialidades y

corporaciones, y la relación entre la sociedad, el Estado y estas instituciones nacientes. Estos

cambios afectan la definición de un área específica de eficacia técnica; el vínculo entre las

necesidades de la población y la capacidad de intervención de los profesionales; en el

reconocimiento social de la eficacia de la práctica y, por lo tanto, en el necesario contralor de

aquellas acciones; en la búsqueda de formas organizativas que permitan defender los intereses

profesionales ante el estado u otras instituciones; en las relaciones con el Estado, en tanto

garante del derecho de la profesión a reclamar un ámbito exclusivo de práctica poseedor de la

capacidad jurídica para definir los límites de dicho campo; en su capacidad para intervenir como

regulador de los mecanismos del mercado, o para establecer servicios o instituciones

financiadoras que desvinculen la práctica profesional de estos mecanismos; y, finalmente, como

núcleo crecientemente visible de una red más o menos estable de relaciones de poder en la cual

la profesión procura insertarse.

38 “En viena las sociedades médicas se cuadraban en contra de Semmelweis, el propagandista de la asepsia en obstetricia; las sociedades médicas de Londres condenaban a Jenner, etc. Todos estos disparates históricos de corporaciones profesionales han dejado un precipitado en el conocimiento del pueblo” (De pierris, C.A. “Formas del ejercicio ilegal de la medicina y charlatanismo extra médico” S.M. XI VIII 7:405-411, feb. 1941, p. 406 citado por Belmartino y otros, p. 39).

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CAPÍTULO 4. LA CONSTRUCCIÓN DE UN NUEVO ROL

Este capítulo comprende distintos sentidos en los que un grupo de homeópatas consolida

un “nuevo rol” que, además de una nueva institucionalización y legitimidad como grupo social

reconocido con rituales y leyes establecidas, implica conflictividad y convivencia con un rol

anterior que, como señala Bourdieu (1993), tiende a evitar desvíos. Además, siguiendo a Ben

David y Collins (1966), es usual que los detentadores del nuevo rol, hagan uso de características

del rol viejo para validarse, o directamente detenten la pertenencia a ése espacio social, con el

que combaten.

Los elementos que consolidan el nuevo rol se correlacionan con la consecución de

grados crecientes de identificación colectiva e institucionalización, desde un grupo de personas

que se reúnen con una serie de objetivos en común, hasta el establecimiento legal de una

institución con validez para establecer los “límites” dentro de su esfera. Los diferentes espacios

sociales por los que estos médicos han “transitado” dejan una serie de “implicaciones” y

“creencias” que se deslizan en su discurso, que además, va encuadrado a los distintos “marcos”

interpretativos a los que aluden en cada caso.

Lejos de ser un discurso homogéneo, a pesar de lo reducido y compacto del grupo

fundacional, las páginas de Homeopatía dan cuenta del complejo universo en el que se insertan

los fundadores de la Sociedad Médica Homeópatica Argentina. Se dará cuenta en este capítulo,

en primer lugar, de la revista Homeopatía, de sus características generales, de su carácter

heterogéneo y su alcance; a continuación, se hará referencia al mito fundacional narrado en

torno a la creación de la Sociedad Homeopática y a la necesidad de darle un marco explicativo a

tal aparición; estrechamente ligado a esta narrativa mítica se desarrollará en tercer término una

exposición de las representaciones cuasi místicas del “padre de la homeopatía” Christian

Hahnemann; en cuarto lugar, se tratará la cuestión de las “ambiguas” delimitaciones entre

alopatía y homeopatía (ligadas a la definición de los conceptos de salud y enfermedad y a las

implicancias de estos con la sociedad y el conocimiento médico de la década de 1930), la

explicación del pasaje de un rol a otro, y el vínculo con el resto de las prácticas curativas; en el

quinto punto se da lugar al surgimiento de la atención médica y el lugar de los pacientes en la

institución y la práctica; derivado de la atención aparece en sexto lugar la cuestión iniciación de

cursos formales de enseñanza junto con otras formas de transmisión del conocimiento; mientras

que por último se dará cuenta de los lazos con otras instituciones de homeópatas a nivel

internacional.

La revista Homeopatía

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La revista Homeopatía fue impresa por primera vez sólo medio año después de la

fundación de la SMHA, en enero de 1934, como órgano oficial de la institución:

Al fundarse la Sociedad […] entre sus fines primordiales destacábase el de la difusión de nuestras doctrinas y, como procedimiento adecuado a tal efecto, la publicación de una revista […] en la necesidad de expresar y propagar un conocimiento científico de alta significación médica. La homeopatía fue durante largos años injustamente exilada de los institutos de enseñanza (Semich, 1934a, p. 2).

Como se ve en este párrafo, desde el mismo momento de la fundación institucional, se

preveía la constitución de un órgano difusor, como mecanismo de institucionalización

impostergable, al igual que en el siglo XIX. Con los términos “difusión”, “expresar” y

“propagar” se hace explícita la voluntad de darle un carácter polivalente a la publicación, en un

sentido hacia el público general y en otro hacia la comunidad médica.

El cierre del párrafo hace alusión a la constitución de la Sociedad en oposición a otro,

excluyente, lo hace a través del pretérito indefinido, como una forma de diferenciar el presente

(de esta manera, si “fue” marginada, ya no lo sería en ése momento). Es decir, no constituye lo

mismo que afirmar que “la homeopatía sigue siendo exilada”, aún cuando en el contexto sigue

primando la “necesidad de expresar y propagar” la homeopatía.

En 1936, aparece una mejor definición (o redefinición) de los objetivos iniciales:

Ha sido lograda la doble finalidad perseguida: en primer término, la Revista debe ser el portavoz de los médicos homeópatas y su órgano de publicidad científica; en segundo lugar, también servirá para los demás colegas que no han tenido oportunidad de conocer los fundamentos teóricos de la admirable Materia Médica Homeopática (Semich, 1936a, p.1).

Es precisamente en estos sentidos que la principal actividad de la revista, estaba

estrechamente vinculada con la institucionalización naciente, ya que uno de sus aspectos

fundamentales era difundir por escrito las conferencias dictadas en la sede, lo que constituyó la

actividad institucional primordial durante los primeros años. Así, se busca legitimar a los

médicos fundadores dándoles un espacio para expresar sus ideas y conocimientos en las

distintas conferencias, pero además se reproducen estos testimonios por escrito y se busca

difundir, por ejemplo, a las bibliotecas de las distintas facultades.39

39 De hecho, para esta investigación se ha recurrido a la biblioteca de la AMHA, que no cuenta con la colección completa de Homeopatía durante la década de 1930, que sí en cambio se puede conseguir en la de la Facultad de Ciencias Médicas de la UBA (adonde llegaba por donación). Resulta evidente que, gracias a este accionar por parte de estos médicos homeópatas, sus ideas y las de sus predecesores han quedado al resguardo del paso del tiempo.

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A este efecto publicaremos sucesivamente las conferencias que se pronuncien en la Sociedad Médica Homeopática Argentina con las historias clínicas respectivas y su comentario; los capítulos de materia médica extractados de las obras más autorizadas; un desarrollo sencillo, didáctico de las doctrinas homeopáticas; un bosquejo histórico de las mismas y, en fin, todo lo que consideremos adecuado a la consecución de nuestros fines. (Semich, 1934a, p. 3)

La mención a los bosquejos históricos indica la necesidad de realizar una formación

completa en homeopatía (producto de la denunciada falta de formación homeopática en las

facultades), como complemento de la “doctrina” y de “materia médica”. Este rasgo indica la

voluntad de formar a un lector recién iniciado o ajeno a la homeopatía, resaltado en el desarrollo

“sencillo” y “didáctico” con el que se intentará dar a conocer.

Uno de los indicadores acerca del tipo del vínculo autor-lector por aquellos años viene

dado por la serie de artículos publicados en 1934 bajo el seudónimo “Dr. Causticum” que, se

supone, hace alusión al término vulgar de “cáustico” y está relacionado con la prosa cínica y

corrosiva utilizada para criticar a la alopatía. Si se considerara la definición “causticum” de los

propios homeópatas en la patogenesia, perdería el sentido, o cobraría uno nuevo, difícilmente

favorable para el autor:

El tipo Causticum en su parte mental es un timorato, un temeroso, un melancólico, un profundo deprimido, un verdadero neurasténico. Es un taciturno, un sospechoso, sin decisión y lleno de tristeza, inclinado a los lloros y a las crisis pasajeras de irritabilidad y de cólera. Su estado agudo le viene casi siempre a continuación de penas, de mortificaciones, de surmenaje (Deveze, 1939, p. 332).

Este desfasaje de sentidos puede ser indicativo de un grado divulgador en los primeros

números de Homeopatía, que tal vez haya ido perdiendo fuerza con el propio crecimiento del

grupo y la búsqueda de objetivos más específicos. Cómo se vio antes, en el primer número los

objetivos eran menos específicos que unos años después, con un giro hacia el refuerzo de la

representación de un grupo más consolidado y su formación científica.

Otro de los aspectos que aparece anunciado es la publicación de las “obras más

autorizadas”, un rasgo que coincide con lo “doctrinario” de la disciplina y con parte de la

formación institucional de generar un escalafón. De esta manera, explícitamente los editores se

proponen, hacer pública una jerarquía de la homeopatía a nivel nacional (quien pronuncia las

conferencias, quien comenta las obras) y otra a nivel disciplinario general (qué obras leer, en

qué orden).

Ahora bien ¿cuál fue el alcance de esta publicación? Es difícil saberlo, aunque tres

documentos permiten elaborar algunos números aproximados: en 1935, en el “balance” que

publica la Sociedad, se registran $448 en ingresos en suscripción y ventas de la revista, que

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dado el costo de $5 por suscripción anual da un total de 90 revistas por número,

aproximadamente (calculando el costo máximo, ya que había descuentos del 50% a

estudiantes).40 Siguiendo el mismo cálculo al año siguiente los números reflejarían una baja en

la venta a 62 revistas por número, pero un aumento de la recaudación en avisos que lo compensa

y lo mismo ocurre para 1938 (unas 64 revistas por número). De todos modos, la publicación es

altamente deficitaria ya que en “impresión de revista” se consignan gastos por $1675 (contra un

ingreso por venta y publicidad de $778) en 1935; que ascienden a $1940,28 en “gastos de

imprenta”41 (contra $773) en 1936,42 y $1694 (contra $702) en 1938.43

Se debe considerar además la potencial difusión por canje o donativo,44 que se desliza

como permanente con revistas de Francia, Brasil, España, México y Perú,45 y con la Facultad de

Medicina de la Universidad de Buenos Aires. En este sentido, un hito relevante para la revista se

da a principios de 1937, cuando se deja constancia de que “figura también en el Archivo de la

Secretaría de la Sociedad Médica Homeopática Argentina una nota de la Biblioteca de la

Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires, en que se solicita el envío de esta publicación”

(Semich, 1937a, p. 1).

Lo que crece de manera descomunal es el ingreso de los consultorios, de $4803 (con la

tarifa de $3,46 equivaldría a 1601 consultas) en el primer año en que funcionan los consultorios a

$9177 (3059 consultas) en 1936, y como si esto fuera poco, en el polémico 1938 recaudan en

atención $19236 (6412 consultas).

Lo que se evidencia con estos números, entonces, es la importancia crucial de los

pacientes como sustento material de la sociedad y la revista, pero además, destaca la

40 Estado financiero de la Sociedad Médica Homeopática Argentina, en Homeopatía, año 2, nº 11-12, diciembre de 1935, p. 330. 41 El aumento de gastos en este ítem, y el cambio en la definición, pareciera incluir folletería que excede a la revista, de todos modos, el número de páginas del volumen de 1935 es de 332, mientras que en 1936 asciende a 447, la economía estaba lejos de ser inflacionaria. 42 Estado financiero de la Sociedad Médica Homeopática Argentina, en Homeopatía, año 3, nº 10-11-12, diciembre de 1936, p. 443. Los ingresos por cuota de los médicos también fluctúan de $1550 (1935) a $1390 (1936) hasta $1616 (1938). 43 Movimiento financiero de la Sociedad Médica Homeopática Argentina, en Homeopatía, año 5, agosto 1938, nº 7-8, p. 222. 44 A partir de 1935 aparece en las tapas de Homeopatía una concesión de tarifa reducida con el Correo Argentino, lo cual indica un esfuerzo por enviar un buen número de revistas por ése medio. 45 Frecuentemente, revistas de publicadas en dichos países son comentadas en la sección “Revista de revistas” y en una de ellas se aclara al final que “no recibimos publicaciones, en canje, de origen inglés o norteamericano, razón por la cual no tenemos mayor contacto con los grandes centros homeopáticos de esas naciones, no ignorando tampoco toda la importancia que tienen” (Deveze, 1936d, p. 435). 46 Se supone que este precio representa un costo irrisorio: “El pobre comienza su trabajo cobrando dos o tres pesos o menos por visita. Su pudiente compañero, diez o veinte pesos a su regreso de un viaje por Europa” Differt Lastra “Ética profesional”, Semana Médica, vol. XL, nª 1, p.83-85, enero de 1933. (en Belmartino y otros, 1988, p.23).

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importancia que le daban los miembros de la Sociedad a la publicación, como para asumir

gastos extraordinarios (muy por encima de la compra de libros, y sólo superados por el alquiler

del local y la compra de muebles). Se hace evidente que, el éxito comercial de esta Sociedad

hace necesario un sustento institucional (y luego legal) ante los ataques que procuran repeler el

“avance” de esta terapéutica.

La fundación y el mito fundacional

Luego de los intentos de institucionalización de la homeopatía en el último cuarto del

siglo XIX,47 todo tipo de intentos asociacionistas desaparecen hasta que, según consta en

distintas publicaciones históricas de los propios homeópatas,48 luego de varias décadas de

esfuerzos individuales, nueve profesionales de la medicina homeopática se reúnen en la

“Confitería del Molino” del centro porteño, el 22 de julio de 1933 y deciden crear una Sociedad

que los nucleara (Jonás, 1934c).

Nace entonces la Sociedad Médica Homeopática Argentina49 que tuvo como primer

presidente a Godofredo Jonás,50 vicepresidente Armando Grosso, Rodolfo Semich secretario,

Eugenio Anselmi tesorero y como vocales a Enrique Bonicel, Francisco Monzo y Tomás

Paschero (Jonás, 1934c). Todos ellos fueron médicos recibidos en Universidades Nacionales, a

excepción de Enrique Bonicel, que era farmacéutico francés llegado a principios de la década de

1930. En pocos años, Bonicel ayudó en la formación de algunos de ellos, como Grosso y

Paschero, y logró reunirlos a Jonás, Jorge Masi Elizalde y Carlos Fisch, quienes aisladamente

practicaban la homeopatía y la habían aprendido en forma autodidacta.51

Desde la fecha de fundación hasta fin de año, la Sociedad funciona a través de sucesivas

reuniones en un local (al parecer, prestado) que incluyen una serie de conferencias de algunos

de los médicos fundadores. En dichas reuniones además de gestarse el propio lanzamiento de la

revista Homeopatía, se puede percibir un esfuerzo manifiesto por construir un mito fundacional,

que diera cuenta del surgimiento de la institución local y que luego ocupara buena parte de las

páginas de la revista (sobre todo en los primeros tiempos).

47 Véase capítulo de Antecedentes y Contexto. 48 La versión original es dada a conocer por Jonás en Homeopatía, en diciembre de 1936 (Jonás, 1936b, pp. 308-310) y republicada veinte años después por la misma revista. Dicha reedición es citada por distintos autores y constituye la referencia más citada en la materia. Ver, por ejemplo, Kaufman (2004) y González Leandri (1997). 49 Posteriormente adoptaría el nombre de Asociación Médica Homeopática Argentina, que conserva hasta la actualidad. 50 Nieto de E. Jonás, abogado y homeópata autodidacta, quien tuvo una destacada labor en la epidemia de fiebre amarilla de fines de siglo XIX (Jonás 1936b ). 51 Luis María Belgrano, citado por Walzer, Andrés (2006) mimeo, sin foliar.

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Al cumplirse un año de la fundación institucional, se publica un número entero de

Homeopatía dedicado exclusivamente a conferencias realizadas en la sede. Así se reseñaba un

balance del primer año de vida:

[…] los propósitos perseguidos han sido alcanzados. Así, hemos trabajado intensamente en pro de la difusión de nuestras doctrinas médicas y en muchos profesionales ha despertado legítimo y vivo interés el estudio de la Homeopatía. Lo comprobamos en las reuniones de la Sociedad, cada vez más concurridas; en la atención preferente que se presta a las comunicaciones presentadas; en las consultas frecuentes que los colegas nos hacen al solicitar informes acerca de multitud de cuestiones clínicas y terapéuticas. Y bien sabemos que no suele haber error en este pronóstico: el médico que se interesa por la Homeopatía –a veces el que comienza como simple curioso–, en virtud de la gravitación que ejercen las grandes ideas y los hechos claros, concluye, fatalmente, por ser homeópata (Editorial, 1934d, p.197). Aquí aparecen algunos rasgos que permiten entender que sentido le atribuían a su rol

social estos médicos, la de pioneros en un terreno hostil:

[…] cumplimos con un deber hondamente sentido al fundar nuestra institución, porque necesitamos llenar la función social que nos impone la condición de médicos en modo que mejore la capacidad técnica de que debemos estar dotados (Editorial, 1934d, p.197). La iniciación fue difícil. La Homeopatía en sí –aparte de otros factores, entre los cuales figura la oposición de la mayoría ignara, que la integran, incluso colegas–, es de gran complejidad y no ha habido en nuestro país médicos capacitados para ayudarnos en la primera etapa del aprendizaje. Felizmente, mediante la labor en común, en que cada uno aporta el resultado de sus conclusiones y de su experiencia –por humilde que sea–, ya le es posible al médico comenzar el estudio de los grandes temas –Patología, Clínica y Terapéutica Homeopáticas– en la seguridad de que ha de encontrar quienes le faciliten el camino, le adviertan de los errores que suelen cometerse por desconocimiento de una técnica que es engorrosa (Editorial, 1934d, p.197).

Una de las piezas que aquí se considera clave para entender este posicionamiento social

es la narración de un mito fundacional que acompañe a este grupo emergente. Mircea Eliade

(1992) distingue dos tipos de mito, el cosmogónico y el de origen: el primero da cuenta del

“surgimiento del mundo” y el segundo es una prolongación del cosmogónico para explicar la

aparición de fenómenos (que enriquecen y/o modifican aquel origen) e insertan en un sentido

histórico más amplio los rituales actuales. En este sentido, Lévi Strauss habla de la irrupción del

“otro tiempo” en el tiempo de los hombres.

Esto aparece bien claro en la segunda página del primer número de Homeopatía:

[La Homeopatía] había nacido bajo el cielo griego e Hipócrates, libre su espíritu de toda tradición, sin sugestiones pretéritas –no las tuvo porque vivió intelectualmente en el potencial mundo de lo increado– al formular el principio de la similitud, sentó las bases de la ciencia nueva. Hay luego un largo interregno –la figura de Galeno se interpone para neutralizar las ideas del padre de la Medicina: otra vez griegos y latinos marcan su disidencia– hasta Paracelso que, con gesto de gigante, rompe las ataduras que amarraban las doctrinas médicas a la escolástica. Redescubre y comenta con intuición de iluminado el principio de la similitud. Enuncia posteriormente una verdad trascendental que recién en estos tiempos –¡y han sido necesarios

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cuatro siglos!– recibe comprobación científica: el valor de la dosis infinitesimal, naturalmente expresado en una forma teórica y abstracta, a extremo de que fue materia de interpretaciones ocultistas […] El siglo XVIII marca otro jalón en el desarrollo de la Homeopatía: interviene Hahnemann, sin duda alguna el creador de la técnica homeopática. (Semich, 1934a, p.2).

Nótese que la serie de hitos históricos que se presentan como “homeopáticos” se cierra

con Hahnemann, lo cual implica que el texto fue pensado (más allá de los guiños a los propios

homeópatas) para un público más general, no homeópata, pero con algún conocimiento de

historia general de la medicina. No obstante, la mínima mención sirve para ubicar en el corazón

de la homeopatía al “creador de su técnica” cuya “obra es tan importante que, desde hoy, le

dedicamos una sección preferente”. Esto es importante destacarlo porque se publicaron

posteriormente obras de Hahnemann y no así de Paracelso o Hipócrates (exceptuando

eventuales citas), y si bien podría aducirse que estos autores eran leídos en las carreras de grado

de medicina, es evidente que no se los leía con el prisma homeopático.

Lo que debe tomarse en cuenta aquí es que esta construcción de una genealogía, de un

hilo metafísico,52 que trasciende todas las épocas hasta llegar a la Grecia Antigua, lugar común

de “cuna del pensamiento” y de Hipócrates, también lugar común del “padre de la medicina”.

Los términos empleados, además, dan cuenta de una narración mitológica: “había nacido bajo el

cielo griego”, le da a la disciplina una entidad sino corpórea, al menos espiritual; “libre su

espíritu de toda tradición, sin sugestiones pretéritas”, en oposición a la idea de que la

homeopatía es un dogma, anclado en una tradición pseudocientífica, el hecho de fechar su

nacimiento hasta donde pudiera tener referencias, es una manera de quitarle este estigma.

La oposición de griegos y latinos es una manera también de insertar a la disciplina en

una problemática más general (“otro tiempo” que no es el “tiempo de los hombres”), durante un

período de tiempo en el que no hay referencias posibles, siguiendo con este interés de constituir

a la homeopatía como una disciplina milenaria e “injustamente” marginada. De ahí que Lévi

Strauss hable de los mitos como “maquinarias para destruir el tiempo”, mediante un mecanismo

por el cual las cosas del presente tuvieron un origen, al darle relevancia a aquello, lo que tiene

pasado reclama en el presente una legitimación igual.

52 En el sentido de la búsqueda de aquello que hay en común más allá de lo evidente. Expresado textualmente por Semich: “Esta rápida filiación histórica que dejamos hecha tiene un solo objeto: observar como, a través de tantas centurias, quedó siempre tendido un puente de enlace entre las ideas homeopáticas” (Semich 1934a, p.3).

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La aparición de Paracelso como redescubridor “con intuición de iluminado” del

principio de similitud y de la dosis infinitesimal,53 que “rompe las ataduras que amarraban las

doctrinas médicas a la escolástica” en oposición a Galeno, un referente de la medicina alopática

que los homeópatas también oponen a Hipócrates. Al mismo tiempo, marcando que las

formulaciones teóricas de Paracelso fueron fruto de “interpretaciones ocultistas”, distancia a la

disciplina de posibles acusaciones de curanderismo, misticismo, etcétera, y pone de relieve

nuevamente una cuestión “estructural”: de esta manera, como marca Lévi Strauss, la

contingencia se resuelve subordinando la historia a la estructura.54 Por ejemplo, al citar una

conferencia del médico español Gregorio Marañón, hacen alusión a esta cuestión: “Retomo en

las páginas que siguen un viejo tema que, no obstante, para nuestro ambiente es nuevo”

(Semich, 1934b, p. 8).

En lo que podría entenderse como la misma línea “mítica”, Jonás equipara el Organon

de Hahnemann con el de Ariosto y Bacon (Jonás, 1934a, p.4), de éste señala que en Instauratio

Magna “muestra los vicios de la ciencia tal como se enseñaba desde muchos siglos atrás” y en

Novum Organon “quería dar un instrumento nuevo […] (con el cual) sacar la verdad científica o

filosófica” considerándolo “una revolución contra la escuela de Aristóteles que dominaba en

aquel entonces”. Este es otro ejemplo en el que se puede establecer una clara conexión entre

esta construcción discursiva y la formulación de los mitos en Lévi Strauss, pero en el cual se

busca la legitimidad del Organon de Hahnemann, equiparándolo al de Bacon, asignándole

similares valores y posición “revolucionaria”.

De esta manera, el agrupamiento sería, por un lado Hipócrates, Paracelso y Hahnemann,

junto con la “comprobación científica”, “la ciencia nueva”, “el espíritu libre” y, en definitiva, la

propia Sociedad; por el otro, Galeno, las “ataduras de la escolástica”, los alópatas y “las

interpretaciones ocultistas”. Este alineamiento puede entenderse como una manera de resolver

esta “contingencia” (la de la aparición de una institución, la del hecho de que sea controvertida)

por una “estructura” que divide en dos (alópatas y homeópatas; o el bien y el mal) la historia de

la medicina.

No se debe perder de vista que desde el primer artículo del primer número de la revista,

una suerte de carta de presentación al lector ideal (mediante un breve editorial en el que no se da

53 Aclara Semich, además, que “PARACELSO, médico, empleó siempre sus medicamentos a dosis débiles: hablaba corrientemente de una unidad, karenas, que definía diciendo que era la 24ª parte de una gota minúscula” (p.2). 54 Uno de los ejemplos que da Lévi Strauss: “otra finalidad consistía en emplear las tradiciones legendarias para fundamentar reivindicaciones contra los blancos –reivindicaciones territoriales, políticas y otras” (1995b, p. 59).

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cuenta de referencias bibliográficas) se plantea esta dicotomía rudimentaria que cobrará luego

otras dimensiones, otro gradiente en el cual algunas cuestiones son negociables y otras no. En

este sentido, tampoco se debe perder de vista la controversia que atraviesa este proceso y la

asimetría de fuerzas entre un grupo y otro, de manera tal que la estructura dicotómica que

plantean los homeópatas no es tal para los médicos “ortodoxos”, como se ven en el texto de

Belmartino y otros, el caso de la homeopatía no es siquiera mencionado.

La mítica estampa de Hahnemann

De un modo que refuerza la narrativa mítica fundante, la figura que representa

Hahnemann para los editores de Homeopatía es central, hasta tal punto que merece inicialmente

una serie de artículos dedicados sólo a reseñar su biografía. Esta descripción, bucólica, narra

con (más que lujo) exceso de detalles una vida iniciada “en la campiña” en una serie que tras

tres capítulos, finalmente, acaba inconclusa (Croll Picard, 1934a, 1934b, 1934c). Tómese el

siguiente extracto a modo de ejemplo:

[a Hahnemann y sus hermanos] les enseñaron a escribir ‘jugando como dice Hahnemann, y se esforzaron por elevar su espíritu sobre la común vulgaridad. El hijo rinde homenaje al padre que enseñaba a los suyos más por su ejemplo que con sus palabras y cuya divisa ‘Obrar y ser sin parecer’ muestra una vida interior profunda y una voluntad de satisfacer, ante todo, su conciencia […] [Hahmenann] a fin de poder estudiar de noche, construyó ocultamente una especie de lámpara de arcilla que le permitía alumbrarse sin que el padre se apercibiera de la falta de algún candelero (Croll Picard, 1934b, p. 50).

En el segundo artículo de la primera revista Homeopatía se inicia a los lectores en la

doctrina homeopática, con puesta en relieve del lugar de Hahnemann en la disciplina:

Nos proponemos en los capítulos que van a seguir, hacer una exposición detallada de la doctrina homeopática, tal cual la expuso Hahnemann, poniendo a la luz de los conocimientos modernos de la medicina, en los comentarios que hagamos, una infinidad de hechos nuevos que la confirman, sin alterarla en lo más mínimo (Jonás, 1934a, p.4).

Como se ve, esta voluntad iniciadora y didáctica trae consigo respectivas “traducciones”

de la época y el lugar en que escribió Hahnemann a la Argentina de la década de 1930 fijando,

además, a quienes ya detentan en este espacio la autoridad para “comentar” su obra. La

aclaración final del párrafo, comienza a indicar el carácter indiscutible e innegociable de los

escritos del padre fundador:

Examinaremos, pues, cómo Hahnemann posó los problemas filosóficos, patológicos, farmacológicos y terapéuticos y como consecuencia de ellos el surgimiento de la doctrina homeopática, única hasta la fecha, que está basada en leyes, que como la de gravitación, permanecerán inmutables (Jonás, 1934a, p.4).

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Aquí se podría pensar que, en algún sentido, se resquebraja la idea del mito fundacional

que lleva los orígenes de la homeopatía hasta Hipócrates, pasando por Paracelso, en función de

destacar lo “inédito” de la obra del padre fundador que a su vez resulta “inmutable”. Sin

embargo, vale recordar la idea de “sujetos escindidos” de Goffman y que ya la función de este

artículo es “doctrinaria” y está dirigido a médicos que, si ya no están convencidos, al menos

buscan un camino de inicio. No se supone la “escisión” como una estrategia consciente, sino

como resultado de la implicación de los médicos con sus múltiples espacios sociales: aquí se

pone de manifiesto la fascinación de la época por lo nuevo (lo nuevo viejo, en este caso, ya que

se busca mantener la novedad de lo “único hasta la fecha”), en cierta medida solapado por la

idea cientificista de “inmutabilidad” de las leyes científicas.

La legitimidad de su figura sobrepasa por momentos los méritos científicos y se asienta

sobre el carácter loable de su empresa: “La obra de Hahnemann no sólo tiene elevada

significación intelectual, sino que marca nobles normas éticas. Su vida misma fue ejemplar y

heroica […] Prefiere las horas dolorosas y acres de la voluntaria pobreza que vendrá a los

halagos de la fortuna que ya conoció en días brillantes y triunfales” (Semich, 1934f, p. 102).

En todo caso, el fundador de la homeopatía representa una figura mítica, a la que, lejos

de reconocérsele errores, se le adjudica un conjunto de virtudes que superan las de cualquier

mortal:

Hahnemann fue un revolucionario en medicina, eso a nadie le cabe duda, pero al mismo tiempo enseñó a sus discípulos a hacer uso de la observación, la experiencia y la razón, en el difícil arte de curar. Colocó en primer término el problema médico, la curación de las enfermedades. Es indudable que para esto es necesario, conocer los factores que entran en juego, enfermedad, medicamento y manera de emplearlo terapéuticamente. La armonía de estos tres términos no pudo ni debió ser alterada jamás, como ocurrió entonces y ha seguido ocurriendo hasta la fecha. Si uno de los tres factores hace un desarrollo muy grande en detrimento de los otros, resulta que se rompe el equilibrio y entonces ninguno de los tres tiene utilidad práctica (Jonás, 1934a, p.4).

La figura del fundador de la doctrina, reúne todas las bondades de la terapéutica

(“observación”, “experiencia”, “razón”) que viene a salvar la ética del médico: curar, ante todo

(como se vio en el capítulo anterior, era cuestión que forma parte de los médicos de la época):

Esta idea de que la clasificación nosológica corriente es mala, surge nítidamente para todo médico que sabe ver y razonar. Pero no se crea que es nueva. Hoy no hacemos sino comprobar la verdad y exactitud de las profundas observaciones clínicas de Hahnemann sobre éste y muchos otros temas. Se advierte en la actualidad que el alto valor conceptual de la obra hahnemanniana es tan importante y demostrativo que debe servir de orientación al pensamiento médico y a la práctica terapéutica. […] En estos momentos la medicina moderna está redescubriendo hechos y principios que Hahnemann enunció hace más de un siglo. Y quien dude de esto que lea el

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‘Organon’ y se asombrará de las ideas que emitió aquel hombre extraordinario, en untado de acuerdo con lo que ahora se afirma como una verdad nueva. Hoy la Homeopatía ejercita su derecho de reinvindicación (Semich, 1934d, p. 46).

Es difícil discernir hasta qué punto forma parte de la implicación de la propia

homeopatía o más bien una adaptación a la problemática general de la época, o una

combinación de ambas, según el cual la homeopatía sería per se una disciplina cuyos

representantes la sostienen adaptándose a la problemática de la época.55

En todo caso, el rol central de la cuestión de la curación juega un papel central en los

artículos de Homeopatía y en el propio subtítulo de la obra capital de Hahnemann: el Organon o

el Arte de Curar. El Organon, de Hahnemann es considerada la obra más importante y

constituye un punto de referencia ineludible a lo que fue la experimentación en esta disciplina y

a lo que fue y es la base de la terapéutica. Es el punto de partida “científico” de los principios

que rigen la disciplina:

El nombre de Organon que puso Hahnemann a su obra capital, indica desde ya, que esta obra no es un tratado dogmático y menos didáctico, sino que se trata de una lógica de la medicina. En efecto, en él no se hace prevalecer una idea concebida a priori sino de dar a quienes se ocupan de curar, un instrumento, un método, o recurso, para dirigirlos en la parte más difícil de su misión, que es aliviar y curar enfermos (Jonás, 1934a, p.4).

Como se ve, se plantea la diferenciación de “ideas preconcebidas” y “dogmáticas”,

contra las críticas que arreciaban calificando de esta manera a la disciplina, aunque a la vez se

ponía de manifiesto el carácter “inmutable” de las leyes que había “descubierto” Hahnemann.

También aparece, por un lado, el carácter instrumental del Organon y, por otro, un cariz (no

“didáctico”) sino “lógico”, lo cual da como resultado una serie de premisas que pueden servir

para la curación en tanto se haga una lectura correcta de las mismas.

Se exprime también cada opinión favorable de otros autores no homeópatas, para

reivindicar al “Maestro”. Utilizan, por ejemplo, una favorable conferencia de un médico

“alópata” español en un congreso de homeopatía en Madrid:

Al final Marañón expresa que: “la medicina nuestra, la clásica, no pierde nada con declarar que Hahnemann tuvo atisbos geniales y que fue el precursor de los avances más importantes de la terapéutica actual”. Sobre el hecho de que Hahnemann fue un hombre genial no hay discrepancias, naturalmente. Pero creo que los avances de la terapéutica actual serán de gran alcurnia si, con el precioso

55 Este argumento representa la hipótesis de Olivier Faure (2002/3), para quien la homeopatía combina argumentos combativos y adaptados a la época, lo cual (desde el punto de vista que se considera válido desde este trabajo) parece violar el argumento de simetría planteado por Bloor (1998), ya que no parece considerar al menos que el resto del conocimiento médico también puede ser considerado de igual manera.

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bagaje científico de que se dispone hoy, se modifica profundamente el criterio alopático y se cae en cuenta, por ejemplo, de la necesidad de respetar la individualidad del enfermo, su personalidad mórbida y si, además, damos asilo en nuestra mente a la idea de que el principio de la similitud es una ley biológica, ampliamente experimentada, que el médico debe conocer y aplicar (Semich, 1934b, p. 12).

Es de destacar cómo se convierte un comentario de “atisbos geniales” a “hombre

genial”, el peso de lo “extraordinario”, puesto por Marañón en determinadas acciones de

Hahneman, es trasladado por Semich al propio Hahneman, resaltando la exaltación del padre

fundador como núcleo duro del imaginario homeopático.

En el primer año de publicación de Homeopatía se recuerda el aniversario del natalicio

de Hahnemann con un breve artículo:

Un aniversario de Hahnemann no puede pasar en silencio para nosotros, porque su vida y su obra fueron tan ricas en heroísmo y genialidad que obligan al homenaje. El progreso de la cultura médica en nuestro tiempo impone ya un juicio categórico –que significa una consagración como verdad probada– acerca de los métodos homeopáticos: las ideas y las prácticas hahnemannianas, día a día se extienden por el mundo civilizado en razón de su poder lógico y su eficacia terapéutica (Semich, 1934f, p. 99)

Como si ya no se le hubiesen atribuido poderes superiores, en este artículo se destaca a

Hahnemann como el creador del método experimental:

Consideremos que aún no habían surgido Pasteur ni Claudio Bernard, pero Hahmenann ya había hecho experiencias en el hombre. Hahnemann, para todo médico sin prejuicios y que conozca la historia de la medicina, es el verdadero fundador del método experimental. Este, pues, es otro título que le corresponde con toda legitimidad. Hahnemann no se limitó a ser un experimentador original y sagaz; fue mucho más que eso: fue un gran médico. Indicó directivas clínicas y terapéuticas, muchas de las cuales hoy podemos seguir al pie de la letra en nuestra práctica, en la seguridad de ser eficaces a los enfermos. Así, todos los colegas debieran leer el ‘Organon’ y meditar seriamente acerca de las grandes orientaciones que da esta obra magistral, verdadera biblia del médico (Semich, 1934f, p. 102) Dos años después, el 14 de abril de 1936, se conmemora el 181º aniversario del

nacimiento de Hahnemann con un “banquete” en el Alvear Palace Hotel, “una simpática

demostración de camaradería, donde se advirtió, una vez más, cómo los médicos homeópatas

han sabido constituir y dar vida propia, en breve tiempo, a la institución tutelar que los reúne”

(Editorial, 1936, p. 117). Cabe recordar que en esta fecha siquiera habían pasado dos años de la

primera reunión de julio de 1934, y cómo a través de la conmemoración de Hahnemann se

busca reivindicar la “institución tutelar” y a sus miembros, haciendo especial hincapié en el

escalafón de la Sociedad.

En la revista se publica en forma íntegra un discurso pronunciado por el presidente de la

Sociedad, Godofredo Jonas, que empieza con estas palabras:

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Es quizá por primera vez que se festeja en Buenos Aires el aniversario del nacimiento de Hahnemann, el médico, el filósofo, el químico lleno de sabiduría, el políglota que llenó con sus traducciones científicas anaqueles enteros, nuestro inmortal Hahnemann, que arrancó a la naturaleza la “ley de los semejantes” y de las “dosis infinitesimales” (Editorial, 1936, p. 117).

La puesta en juego de la figura del padre fundador, figura mítica que sirve como

reivindicación de la terapéutica homeopática, basada según se muestra en un ser “inmortal”,

capaz de hazañas tales como arrancar leyes a la naturaleza, llenar bibliotecas, dominar distintas

artes y ciencias... La otra función es la de resaltar el lugar en la historia de los miembros,

consiguiendo en algún sentido ser “pioneros” en el país, herederos de tal figura.

Posteriormente, Jonás destaca que el padre fundador creó una terapéutica “para bien de

la humanidad” sobre “el principio más humano que haya podido concebir la medicina hasta el

presente, como es el de la experimentación de los medicamentos en el hombre sano” con el

objetivo de “terminar con una terapéutica antirracional, anticientífica e infusa […] que para

desdicha de la humanidad todavía persiste, aunque debatiéndose en una confusión terrible, que

vislumbra su estrepitoso derrumbe” (Editorial, 1936, p. 117). Aquí se percibe más claramente el

juego entre el pasado y el presente, la cuestión estructural que signó la época de Hahnemann y

perdura en la lucha entre los homeópatas de hoy y lo “antirracional” y “anticientífico”.

Así, explicando que “prefiere” no ahondar en la “grandeza [que] impide abreviar” del

padre fundador, el presidente de la Sociedad sigue su disertación refiriéndose a los “logros de la

homeopatía” en Argentina, básicamente ligados a la pelea contra los “intereses creados” de la

“ciencia médica oficial”, apoyada por el éxito de sus curaciones (Editorial, 1936, p.118). Al año

siguiente, se vuelve a realizar una reunión en la que Jonás “ofreció la comida en un galano

discurso, haciendo resaltar la personalidad de Hahnemann y los beneficios que produce a la

humanidad la Homeopatía” y de la que los médicos salieron “satisfechos, pensando cada día ser

más homeópatas y luchar con entusiasmo por la expansión de la doctrina (Editorial, 1937b, p.

51).56

En el mismo número de abril de 1937 en el que se publica la breve misiva sobre el

segundo “banquete” aparece también un editorial que hace referencia al natalicio de Hahnemann

como “aniversario fausto del glorioso genio”. Allí se alude al padre de la homeopatía como

quien “aprendió la medicina de entonces, agotando todos los conocimientos, hasta que,

56 Curiosamente, aparece aludido un “colega” que “hizo leer unas aleluyas de autor desconocido que lamentamos no tener a mano para imprimir […] donde a cada médico se le hacen resaltar sus cualidades en forma caricaturesca y divertida. Felicitamos al colega humorista y sólo buscaremos una oportunidad para editar su composición” (Editorial, 1937b, p. 51). Lamentablemente, dicha oportunidad no fue nunca encontrada.

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desilusionado de la terapéutica, cerró su consultorio médico porque no podía, de acuerdo con su

moral, dar a los enfermos lo que le pedían: la salud” (Editorial, 1937a, p. 49).

En el citado editorial se da una explicación acerca de cómo Hahnemann “descubrió” la

terapéutica que lo haría famoso:

No consolándose con que el Divino Creador hubiera puesto a la criatura humana en tan precarias condiciones en el mundo, vióse un día iluminado por esa luz que sólo sabe percibir el genio, y llegó a su inteligencia la causa única y verdadera por la cual los medicamentos pueden ser eficaces. Esta revelación la tradujo en palabras, diciendo que: los medicamentos sólo curan las enfermedades o los síntomas que ellos son capaces de producir en el hombre sano […] Constituye esto la única ley sobre la que se basa la curación y […] ningún agente medicamentoso es capaz de curar nada si no actúa de acuerdo esta ley (Editorial, 1937a, p. 49-50).

De Dios a Hahnemann,57 de éste a la SMHA, de allí a la farmacia y a su casa, el milagro

homeopático no sólo logra curar, sino que además hace que sus defensores se sientan “fuertes” y

“confiados” para seguir las huellas de esta “revelación [que] puso a Hahnemann sobre el camino

de la verdadera ciencia de curar”. Tal acto de fe, supuso el ofrecimiento sacramental de “mil

francos” enviados a “la Societé Homéopathique Française, para que sirvan a la conservación del

mausoleo que en el cementerio de Père Lachaise guarda sus restos” (Editorial, 1937a, p. 50).58

Lo que cabe destacar, entonces, es como esta figura central del padre fundador opera

como elemento de cohesión último e indiscutible, favoreciendo reuniones rituales en las que se

reivindica su imagen, pero sobre todo se da espacio a los médicos locales para poner en juego

socialmente su escalafón. Esta jerarquización es transmitida mediante las revistas por canje, acto

consolidado a nivel internacional por el donativo y la pompa de las reuniones, como reaseguro

de que esta legitimación se sostenga de modo más amplio.

Además, hacia el naciente grupo de homeópatas de la SMHA funciona como una figura

a seguir, una representación perfecta de la puesta en acto de los médicos homeópatas de la

década de 1930, denodados luchadores propios de una época “rebelde”:

Hahnemann, como todos los grandes innovadores, fue combatido acerbamente; se usaron contra él todas las armas, incluso la calumnia y la injuria. Se vociferaba contra la Homeopatía tachándola de embuste y engaño vil. Pero en tanto la sabiduría oficial se debatía en su

57 Como epígrafe de una fotografía de la tumba de Hahnemann se indica: “El Divino Fundador de la Homeopatía, Samuel Hahnemann, falleció en París, en plena Gloria, en el año 1843” (Deveze, 1936, p. 345). Se reseña también: “En Costa Rica, el médico homeópata Dr. Eduardo Álvarez mantiene la fe Homeopática” (Deveze, 1936, p. 361). 58 Ya en 1935 el presidente de la SMHA, Godofredo Jonás (en el viaje que hizo al congreso de homeopatía de Budapest), de paso por París rindió “un homenaje ante la tumba de Hahnemann”, acto que consta en una fotografía en la que se puede ver al médico argentino y una ofrenda floral junto a la tumba (“Homenaje de los Médicos Homeópatas Argentinos”, 1935, en Homeopatía, año 2, nº 9-10, p. 260).

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impotencia frente a los enfermos, Hahnemann los curaba. Aún después de desaparecido de este mundo aquel hombre extraordinario, no cesó la campaña hostil y hasta hace algunos años ser médico homeópata y defender las ideas hahnemannianas significaba ofrecer cómodo blanco para las burlas sangrientas de los colegas y del público. Esta situación injusta ha terminado en forma definitiva. En nuestra época –tan impregnada de rebeldía y obligadamente revisionista de los errores cometidos– la medicina tiende a una evolución fatal que la lleva a modificar de raíz sus principios y sus métodos. Y tal modificación tiene ya un perfil inconfundible por lo bien delineado, y, por ello, de fácil identificación: las ideas científicas que la nutren son de indiscutible filiación homeopática. Las pruebas son tan nítidas que su reconocimiento implica la más completa rectificación de las ideas alopáticas y, a la vez, significa esto reivindicar para Hahnemann la prioridad y el mérito de haber construido una admirable doctrina que se impone por sabia y por verdadera. De este modo, las conclusiones científicas a que se arriba en lo que va corrido de este siglo constituyen el mejor homenaje al fundador de la Homeopatía; en cuanto al que nosotros podamos rendirle, es diario y permanente, ya que en el ejercicio profesional tratamos de seguir respetuosamente las normas que él trazara (Semich 1934f, p. 103).

Crítica y construcción homeopática de la Alopatía: nociones

contrapuestas de salud y enfermedad

Buena parte del posicionamiento de la homeopatía pasa por diferenciar sus conceptos de

salud y enfermedad59 respecto a los de la medicina oficial, de manera heterogénea y constante,

entramándolos con la problemática médica de la época. De alguna manera, coincidiendo con

Menéndez, permiten ver como dichos conceptos se han constituido “dentro de un proceso

histórico en el cual se construyen las causales específicas de los padecimientos, las formas de

atención y los sistemas ideológicos” y signado por la cuestión de hegemonía y subalternidad

(Menéndez, 1994, p. 72).

La tensión entre las dos terapéuticas se ve reflejada constantemente en las conferencias

y en las páginas de Homeopatía, como muestra cabal del conflictuado origen de un nuevo rol,

subordinado al de la práctica “hegemónica”. Y es que no se trata de un desprendimiento que

procura ocupar un espacio social nuevo, sino que se solapa con el anterior, lo contradice, lo

denosta y, aún así, comparte en su rol subordinado espacios sociales, códigos, prácticas y

saberes comunes.

Por eso es que incluso en los capítulos destinados a la “Doctrina Homeopática”,

dedicados a explicar y difundir la obra de Hahnemann, se realiza una crítica a las prácticas

“alopáticas”: “muchos que no son cánceres se hacen cáncer después de estos tratamientos [los

alopáticos]; otros que son verdaderos cánceres son influenciados por esta terapéutica en forma

desalentadora” (Jonás, 1934a, p. 4). Si, por un lado, se realiza una crítica a la alopatía como

59 Véase el capítulo 2 “La homeopatía” de esta tesis.

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manera de legitimarse y posicionarse socialmente en un ámbito determinado, por otro lado,

también el propio Hahnemann se habría potenciado de esta manera y así lo seguían haciendo sus

seguidores en Francia, según Olivier Faure (2002/3), en la misma época en la que nacía la

SMHA.

Ante la aparición de avisos de “cura homeopática” por fuera de la SMHA, Jonás y

Semich definen de esta manera a los homeópatas:

1. El médico homeópata se apoya en principios terapéuticos que son esenciales y establecidos por Hahenmann […]. 2. La experimentación de los remedios en el hombre sano y la comparación de la imagen de esta experimentación con los síntomas mórbidos del enfermo, son las únicas bases de la prescripción homeopática. 3. La investigación prolija de todos los síntomas del enfermo y la manera de reaccionar contra la enfermedad y el medio ambiente, constituyen la única forma de llegar a la prescripción homeopática […] 4. Uno de los grandes méritos de la Homeopatía […] ha sido la supresión de la polifarmacia de los viejos médicos de siglos pasados. La indagación y la aplicación de un solo remedio para un caso dado, es principio esencial y absoluto de la Homeopatía […] (Jonas y Semich, 1936, p.65-66).

Qué significa curar

Las definiciones más precisas sobre los conceptos de salud y enfermedad, de curación,

vienen dados principalmente en la serie de artículos de “doctrina homeopática” basados en la

obra de Hahnemann. Para los homeópatas el “ideal de curación ‘consiste en restablecer la salud

de una manera pronta, suave y duradera, en sacar y destruir la enfermedad toda entera, por la vía

más corta, la más segura y la menos nociva, procediendo según indicaciones fáciles de tomar’”

(Jonás, 1934d, p. 38-39).

Uno de los argumentos principales de los defensores de la homeopatía, es que su

terapéutica logra “curar” y no “suprimir”, síntomas. Hasta tal punto que llegan a afirmar que

El diagnóstico es importante, pero es mucho más importante curar, esto es lo que quiere hacer resaltar bien Hahnemann en su definición de lo que es el verdadero médico. El concepto sobre lo que es enfermedad es simplista si se quiere, pero es lo único verdadero. El conjunto de síntomas subjetivo y objetivo refleja él sólo la enfermedad y desaparecidos éstos sólo quedara la salud (Jonás, 1934d, p. 39).60

60 No obstante, el diagnóstico es crucial y diferencia a las prácticas: “Al afirmar que un enfermo tiene gripe no hablamos con claridad; empleamos una palabra que carece de significación etiológica, porque el agente causal no es conocido, y que, además, no exprese ninguna sintomatología precisa. Todo resulta variable, precisamente, porque las formas clínicas dependen en gran parte del sujeto mismo y están subordinadas a su particular individualidad, ya que el enfermo es el que reacciona ante los agentes actuantes para producir el cuadro mórbido. Entonces, la gripe de Juan es, sin duda, diferente de la gripe de Pedro. No obstante, con un criterio absurdo, en la práctica alopática observamos que se administran a granel vacunas antigripales standarizadas que, desde luego, fracasan. En

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La posibilidad de definir la “cura” viene dada por la propia definición de enfermedad, o

mejor dicho de enfermo:

El concepto de enfermedad que [Hahnemann] plantea, es también sumamente importante en homeopatía, pues quien no consiga empaparse bien de él, jamás podrá llegar a ser un buen médico homeópata, ni obtener los resultados que deba: “Cualquiera que sea la perspicacia de que un hombre esté dotado, el observador exento de perjuicios, el que conoce la futilidad de las especulaciones metafísicas a las cuales la experiencia no presta ningún apoyo, no percibe en cada enfermedad individual, más que modificaciones accesibles a los sentidos del estado del cuerpo y del alma, los signos de la enfermedad, accidentes, síntomas, es decir desviaciones del anterior estado de salud, que son sentidos por el enfermo mismo, notados por las personas que lo rodean y observados por el médico. El conjunto de estos signos representa la enfermedad en toda su extensión, es decir, que ellos constituyen su forma verdadera y la sola en la que se pueda concebir” (Jonás, 1934d, p. 38).61

La contraposición de lógicas curativas, delinean la forma de entender los conceptos de

salud y enfermedad de la práctica:

Vamos a entrar ahora en la parte del Organon donde el Maestro da su concepto sobre lo que debe ser un médico […] se hace esta distinción bien necesaria hoy entre lo que debe ser el verdadero médico y el hombre de especulación científica que corre detrás de la fama, que forja teorías, sistemas, hipótesis, sobre la vida y las enfermedades, cuando dice en el primer párrafo de su obra: ‘la primera y única vocación del médico es la de devolver la salud a las personas enfermas: esto es lo que se llama curar’. En realidad no dice que esos hombres de trabajo y de laboratorio no sean necesarios, pues a nadie se le ocurriría esto sino que va contra los teorizantes, que con sus elucubraciones llenas de pompa y abstracciones ininteligibles, han hecho una medicina teórica, para imponerse a los ignorantes, mientras los enfermos suspiran por un alivio que no les llega (Jonás, 1934d, p. 38, destacado en el original).

Esto les otorga herramientas para definir en sus propias palabras a la homeopatía frente

a los médicos de la época. Así define Godofredo Jonás, comentando los trabajos de un alópata,62

lo que debe ser una “buena terapéutica”:

una palabra, la enfermedad y el enfermo son distintos, pero la medicación es la misma. En nombre de la lógica más elemental, de la Biología y de la Clínica protestemos contra estos procedimientos” (Semich, 1934d, p. 40-41). Para establecer la individuación se remite a una detallada visión holística: “Si dos hombres no son iguales más que en groso modo morfológicamente, pues la igualdad desaparece desde que se recorre desde sus reacciones psíquicas, hasta lo más interno de su constitución íntima” (Jonás, 1937b, p. 372). 61 Esta definición tiene implicancias directas en la atención: “[…] otra cosa de mucha importancia es la investigación de todas las funciones biológicas, y su manera de expresarse con arreglo a lo que el enfermo siente […] órgano por órgano debe agotarse el interrogatorio para poder, de esta manera, sacar conclusiones que sean comparables. […] El objeto de esta investigación tan minuciosa no es otro que el de individualizar perfectamente cada caso particular que se nos presenta. En esta forma de la concepción de que ‘no hay enfermedades sino enfermos’ aparecen bien clara, y la utilidad terapéutica que este hecho nos depara la veremos más adelante cuando comentemos la terapéutica” (Jonás, 1934b, p. 17). 62 Al comentar los experimentos en enfermos reumáticos que hizo el Dr. Gandolfi, Jonás critica la manera de presentar y analizar los casos: “las historias clínicas presentadas carecen de interés a mi juicio. Todas son más o menos calcadas sobre el mismo patrón y se especializan en describir los dolores nada más que

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El uso de muchos medicamentos, para combatir una sola y única afección en un individuo es, por lo general, contraproducente. Si uno de los medicamentos es bueno, teniendo en cuenta sus síntomas bien marcados, del individuo y remedio, éste, sólo, debe curar. Los medicamentos que no están indicados, aunque se usen a dosis no tóxicas, son perjudiciales, pues provocan síntomas (dolores y otros) que son propios de su patogenesia y hacen que el enfermo en muchos casos no termine nunca de curarse. La pretensión de abarcar un gran campo de acción con tratamientos Standard para gran número de síntomas, está destinada a fracasar. Sólo el trabajo de individualización de enfermo y remedio por el conocimiento profundo de ambos, es el destinado a imponerse y triunfar. La concepción hahnemanniana del Psora, la sicosis y la sífilis, comprende todas las enfermedades crónicas y abarca toda la patología. Debe ser conocida pues hasta la fecha y desde cien años atrás, los descubrimientos de la medicina no hacen otra cosa que confirmarla (Jonás, 1934b, p.22-23).

Y así resume Semich las “virtudes” de la terapéutica homeopática:

1. –satisface intelectualmente, porque explica el fenómeno mórbido dando de él una interpretación –perfectamente acordada, por otra parte, al tono de los conocimientos científicos actuales que no hacen sino confirmarla– de gran fuerza lógica y comprensiva. 2. –Del punto de vista clínico, el enfermo es estudiado en forma mucho más completa y precisa porque se especifican sus características, modalidades físicas y psíquicas, su constitución y temperamento; hechos éstos poco menos que inaccesibles al alópata que desconoce su importancia y su técnica de investigación. 3. – Individualizado así el caso, se facilita la búsqueda del medicamento adecuado a ese enfermo, no a todos los que ciertas nociones turbias de la patología colocarían en el mismo casillero diagnóstico. 4. – se logra así una admirable correlación entre la patología y la clínica, por una parte, –que en alopatía no existe– y la clínica y la terapéutica por otra. 5. – Es de tal eficiencia terapéutica que bien merece le dediquemos nuestros mejores esfuerzos tendientes a conocer una disciplina que se va imponiendo en forma decidida (Semich, 1934d, p. 48-49).

La delimitación del rol médico, una forma de posicionamiento y legitimación social en

una época en que las fronteras no sólo eran difusas sino que estaban en tensión y discusión,

resultó fundamental en la legitimación de los homeópatas:

Los preparados cada vez más complejos de mercurio, arsénico, bismuto y sus sales, yodo y sus compuestos, en fin, se prodigan y se inyectan hasta producir aberraciones monstruosas de la enfermedad. Esto es un ejemplo [cita a Hahnemann]: “Sin desconocer los servicios que un gran número de médicos han dado a las ciencias accesorias del arte de curar, a la física, la química, a la historia natural, en sus diferentes ramas, y a la del hombre en particular, a la antropología, a la fisiología, y a la anatomía y patológica, etc., etc., yo no me ocupo aquí más que de la práctica de la medicina, para demostrar cuan imperfecta es la manera en que las enfermedades han sido tratadas hasta la fecha”. Exactamente lo mismo podemos decir hoy de la forma como se hace medicina actualmente (Jonás, 1934a, p.5, itálica en el original, para señalar la cita textual a Hahnemann).

como dolores […] si se toman las historias clínicas haciendo constar solamente lo dolorido del enfermo, no podemos nunca ver lo que en realidad se pasa por alto […] investigar el estado mental de los reumáticos, estoy seguro que daría a quien lo haga con precisión un cúmulo de sorpresas no imaginadas y de utilidad terapéutica insuperables” (Jonás, 1934b, p. 16). Esta crítica es corriente: “En las investigaciones de este género se debe estudiar la constitución física del enfermo sobre todo cuando se trata de un caso crónico, el estado de su espíritu, su carácter, sus ocupaciones, su género de vida, sus costumbres, sus relaciones sociales y domésticas, edad, sexo, etc.” (Jonás, 1934d, p. 38).

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Esta postura ante la multiplicidad de drogas63 y diversidad de métodos curativa es

sostenida corrientemente como forma de reforzar el argumento según el cual la homeopatía se

concentra en el enfermo y en el problema que representa la cura (aludiendo a los principios

Hipocráticos). También pueden utilizarse argumentos no estrictamente médicos para justificar la

mirada holística:

¿Es que no comprendemos nunca que la amígdala, chica o grande, enferma o sana, no representa en el individuo otra cosa que un órgano puesto allí por la mano del Creador, por ser necesario y llenar su función? La amígdala enferma no es más que un pequeño pedazo de individuo enfermo y es por eso que ella está también enferma” (Causticum, 1934a, p.35).

De la misma manera, la legitimación de la “cura por los semejantes” puede obtenerse

por medio de analogías y experiencias no médicas:

Desde muy antiguo las personas extrañas al arte de curar han encontrado también que los tratamientos homeopáticos eran los más eficaces: así, por ejemplo, los cocineros y personas que manejan fuego, saben muy bien que las quemaduras dejan de molestar de inmediato, y se curan rápidamente, aplicando sobre ellas con suavidad nuevamente la llama. Es también digno de notarse que desde tiempo inmemorial conocen las personas que viven en las regiones heladas, que las frotaciones de nieve o de hielo constituyen el tratamiento más eficaz para los miembros congelados (Jonás, 1934d, p. 37).64

Pareciera que la verdadera forma de curar se valida con indicios de todo tipo, como una

realidad autoevidente que se deduce de manera lógica y de la que sólo hace falta convencerse.

Confronta Semich:

Dice el profesor Julios Bauer [médico alópata]: “Habíamos olvidado, en verdad, que la variabilidad individual repercute en el diagnóstico de la enfermedad y hace insuficiente en la práctica de la medicina la actual sistematización de las enfermedades”. Eso que “habíamos olvidado” los alópatas es un hecho fundamental que nunca escapó a la Homeopatía. […] el buen sentido va destruyendo teorías y prácticas que, aunque predominen en los centros oficiales de enseñanza, son substancialmente falsas. No deja de entusiasmarme el hecho de que muchos, repitiendo a Hahnemann –quizá sin saberlo ni desearlo– colaboran en la tarea de imponer la Homeopatía (Semich, 1934d, p. 47).

Lo viejo y lo nuevo

63 Semich llegó a calificar de “libertinaje terapéutico” a las prácticas alopáticas contemporáneas, lo cual es subrayado por Jonás como “calificativo duro, si se quiere, pero que es, en realidad, la expresión que cuadra para denominar el uso inmoderado y nocivo de drogas, cuyos efectos mal conocidos, mal apreciados e impropiamente experimentados, hacen de esta terapéutica una especie de azote de la humanidad” (Jonás, 1936c, p. 153). 64 Incluso afirma Jonás que: “las curaciones de enfermos obtenidas por los procedimientos alopáticos, demuestran que siempre que se obtienen curaciones, ellas se deben, a que los medicamentos que se han empleado han sido Homeopáticos para las afecciones de que se trataba [los cuales han sido] probados por las observaciones de los médicos desde la antigüedad, [y] demuestran que, cuando los remedios son capaces de lograr curaciones, no las producen sino en virtud de sus propiedades homeopáticas, para las afecciones tratadas” (Jonás, 1934d, p. 37).

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La idea de disputa como eje central del posicionamiento social de los médicos

homeópatas aparece ya desde la primera página de la revista, como un carácter constitutivo que

aparece asociado a una rebelión frente a lo “tradicional”:

Hay un deber que nos impone nuestra propia cultura y nuestra labor profesional: es necesario rectificar ideas y prácticas que la experiencia clínica ha demostrado plenamente que son equivocadas. Chocaremos contra un obstáculo pesado y de remoción difícil: en medicina como en todo, las nociones clásicas hondamente arraigadas en el espíritu, hacen que las generaciones vivan sujetas al ancla poderosa de la tradición y sientan cierto escalofrío al percibir la necesidad de moverse según otro itinerario (Semich, 1934a, p. 2).

En este párrafo puede detectarse como se hace mención a la situación de la

institucionalidad médica tratada en el capítulo del contexto, sobre la constitución “alopática” de

las Facultades de Medicina y el Consejo de Higiene, pero también recobra fuerza la

construcción mítica fundante, ya que se hace alusión a las “nociones clásicas” y a la “tradición”.

De esta manera, se establece que la fundación naciente “impone” enfrentar a un “otro” que no es

nuevo, que tiene su historicidad (esta vez, fuertemente negativa) conservadora e intolerante:

[…] modificar todo un estado de cosas y todo un sistema de pensar no es tarea baladí. Hay una marcada tendencia a protestar contra la mutación de conceptos básicos, por lo mismo que ellos constituyen fundamento de doctrinas y de procedimientos. No obstante, iniciamos hoy esta labor difícil en la seguridad de que tales propósitos encontrarán resonancia favorable en el ámbito médico (Semich, 1934b, p. 8).

Ante las acusaciones65 de pertenecer a una medicina que no se adecua a los “avances”,

se invierte la carga de la prueba y se intenta mostrar como este problema es en realidad propio

de la alopatía que carga con una terapéutica falaz. Lo que se ve en estos párrafos es una idea de

“modernidad” frente al retraso de la alopatía, pero una contraposición constante con la idea de

saber centenario de la homeopatía.

De este modo, a pesar de las “modernizaciones”, la terapéutica alopática sigue siendo

infructuosa y las críticas que hizo el propio Hahnemann siguen siendo válidas a pesar del paso

del tiempo:66

65 Estas aparecen de manera solapada: “Días pasados, conversando con un colega me manifestó su sorpresa al saber que hay médicos homeópatas en Buenos Aires […] alguna que otra idea vaga y desarticulada, concerniente al asunto, había resbalado sobre su mente, dejando apenas un recuerdo tenue. El colega fue comprendiendo en el curso de nuestra plática, que la Homeopatía tiene existencia real, que no es fantasía, leyenda ni tradición moribunda sino al revés: doctrina médica que renace vivificada por las conclusiones terminantes de la ciencia actual” (Semich, 1934e, p. 70). 66 Permanentemente se hacen alusiones en este sentido: “quien lee el Organon en los tiempos presentes, ve con evidencia que hace 140 años Hahnemann con su inteligencia y con su clarividencia expresó y resolvió cuestiones de orden médico biológico que hoy la ciencia pone sobre el tapete como una novedad” (Jonás, 1935b, p. 294).

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Con el Maestro hace 100 años y con nuestros conocimientos, veremos como no ha avanzado nada, pues, los métodos actuales siguen siendo justificables de las mismas críticas. Dice el Organon: “Desde que el hombre existe sobre la tierra, individualmente o en masa, está expuesto a la influencia de causas morbígenas, físicas o morales. Mientras ha quedado en Natura, pocos remedios han sido suficientes porque la simplicidad de su género de vida lo hace accesible a muy pocas enfermedades. Pero las causas de la alteración de la salud y la necesidad de recursos han crecido proporcionalmente a los progresos de la civilización” “Desde entonces, es decir, desde los tiempos de Hipócrates, o sea 2200 años, ha habido hombres que se han dedicado al tratamiento de las enfermedades, que se han multiplicado cada día, y a quienes la vanidad ha conducido a buscar en su imaginación los medios de aliviar”. “Tantas cabezas distintas han dado a luz una infinidad de doctrinas sobre la naturaleza de las enfermedades y sus remedios, que se decoró con el nombre de sistemas, y que están en contradicción los unos con los otros así como también con ellos mismos”. “Cada una de estas teorías, admira primero al mundo, por su profundidad ininteligible y lleva alrededor una multitud de entusiastas prosélitos, de los cuales ninguno puede sacar provechos útiles o prácticos; de ahí que cuando un nuevo sistema aparece, a menudo en contradicción con el anterior, todo el mundo se olvida de este, para adherirse al nuevo. Es que ningún sistema está de acuerdo con la naturaleza y con la experiencia. Todos son tejidos con sutilezas y conducen a consecuencias ilusorias que no pueden servir de nada frente al lecho del enfermo, y no son propios sino para alimentar vanas discusiones”. Tal decía Hahnemann hace cien años y hoy se puede repetir lo mismo […] (Jonás, 1934a, p.5, itálica en el original, para señalar la cita textual a Hahnemann).

Como se mostró en el contexto médico de la época, esta es una problematización con la

que buena parte de los médicos de la época podrían estar de acuerdo: la idea de los médicos de

consultorio, defensores del rol social del médico de cabecera, del poder de la observación del

médico al paciente que puede pagar una consulta personalizada y extensa frente al nuevo

fenómeno de la atención masiva, favorecida por la hiperespecialización y algunos instrumentos

técnicos nuevos. Este punto de encuentro, esta implicación (en términos de Goffman, una serie

de exigencias incorporadas de la estructura social, naturalizadas), constituye un lazo

fundamental entre la homeopatía y algunos alópatas críticos de su época.

Este aspecto les ha permitido tener aliados ocasionales entre los alópatas, como se ve en

esta cita que Semich hace del médico español Gregorio Marañón:

¿Es posible, suponer, acaso, que se marchará eternamente por ruta tan equivocada y torcida? No. La Homeopatía está científicamente habilitada para retomar con dignidad el camino y mostrar la magnífica potencia curativa de que es capaz. Y esto ocurrirá porque [cita a Marañón]: “Por desgracia, en la ciencia médica, aun muy pedante y muy pagada de la importancia de sus rápidos progresos, lo domina todo un ansia irrefrenable de novedad y una paralela falta de crítica propia, genuina. Y esta crítica tiene en consecuencia que ser ejercida por las sectas colaterales y, entre ellas, por la de mayor categoría, gracias a su indudable trasfondo científico, a saber por la Homeopatía” (Semich, 1934b, p. 9). Si se podría pensar que lo que hace Marañón es más que nada criticar nuevas técnicas al

servicio de la medicina y poner a la homeopatía en el lugar de la crítica marginal, Semich afirma

que “[gracias a Marañón] Han quedado así maltrechos ciertos credos académicos, de viejo

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abolengo, que ya gravitaban demasiado y por ello pierden vigencia en estos tiempo que

vivimos, tan henchidos de savia nueva y tan ávidos de luz” (Semich, 1934b, p. 12).

Las propias investigaciones de Pasteur, como referentes de una (“la”) manera de

entender la medicina, son puestas en cuestión a través, paradójicamente, de nuevas

explicaciones alopáticas de entender la enfermedad:

La era Pasteuriana de la medicina en la cual nos hemos educado, parecía haber dado con la causa, sino de todas, por lo menos de gran parte de las enfermedades. El tiempo y la experiencia se va encargando de destruirla poco a poco, para entrar en la era de los virus filtrables y de la anafilaxia, que es la que empezamos a vivir. En tiempo de Pasteur ya se conocían algunos virus, aunque no se creía en ellos, y se pensaba que un microbio tan sutil que la investigación minuciosa no encontraba; pero hace pocos años ya se da en hablar de los virus filtrables para muchos otros microbios, entre ellos el de la tuberculosis, que hasta hace doce años fuera una profanación hablar de tal cosa. Sin embargo, parece, por trabajos del Instituto Pasteur mismo, que es asunto acabadamente demostrado. En el cáncer sigue primando la idea de que el tumor canceroso es la enfermedad, pero hay una tendencia un tanto revolucionaria, que habla de enfermedad cancerígena. Aunque esto ocurra, se sigue haciendo la cura quirúrgica del cáncer y de las aplicaciones locales, con los resultados desastrosos de estos tratamientos; otros que son verdaderos cánceres son influenciados por esta terapéutica en forma desalentadora y lamentable. Casi me atrevo a afirmar que los pocos que curan después de operaciones cruentas o de aplicaciones de radio o de radium no habrían nunca llegado a ser cánceres de verdad. Es que la enfermedad no es el tumor, sino que este es el resultado de una enfermedad que toma la totalidad del organismo, tal cual lo ha concebido Hahnemann y tantos ilustres médicos homeópatas que han pasado hace muchos años, honrando a la Homeopatía (Jonás, 1934a, p. 6).

Si la lógica del Instituto Pasteur se basa en la construcción de nuevas explicaciones que

complejizan los fenómenos estudiados, la de los representantes de la SMHA pareciera ser más

bien la de la aplicación de las leyes hahnemannianas a todos ellos. Además, en algún sentido,

las nuevas explicaciones, al tiempo que son denostadas, sirven para quitar valor a la alopatía y

sumárselo a la homeopatía, por lo cual Jonás agrega que “el maestro pone el grito en el cielo al

criticar la terapéutica de entonces; nosotros en la actualidad podemos decir lo mismo y más aún.

Se clasifican las enfermedades por un síntoma o dos y se va contra eso aunque se destruya el

organismo entero” (Jonás, 1934a, p. 7).

Esta idea ambigua sobre viejo y nuevo, tradicional y antiguo, es permanente. Incluso la

crítica a las experiencias clínicas de médicos alópatas es vista de mal modo y contrastada con

una supuesta modernidad argentina a la que se alude tangencial y convenientemente:

Esta parte de tanteos y de experiencias practicados con enfermos […] no merece para mí otro comentario que el profundo dolor que experimento al ver que tales cosas ocurran en un momento en que las lumbreras de la medicina argentina hacen gala de su sabiduría y de sus progresos. Y lo que es peor aún es que para todos los médicos alópatas ese mismo empirismo ciego, antojadizo y “personal” es la norma (Jonás, 1934b, p. 17)

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Complejidad y simpleza

En numerosas oportunidades la cuestión de la modernidad se traduce en interpretaciones

sobre la simpleza o complejidad de la terapéutica homeopática, también de forma ambigua y

vinculada con la oposición a la alopatía:

Yo creo que hay, desde luego, una razón de ser en este resurgimiento potente y avasallador de la Homeopatía, pero no es la que se supone. No se trata de una reacción de simplicidad contra la complicación, “a la verdad incongruente”, de la clínica y de la terapéutica clásicas. La mejor prueba de ello es que la observación semiológica del enfermo y el tratamiento que instituye el médico homeópata son visiblemente más complejos que en alopatía. (Semich, 1934b, p. 8).

En la discusión sobre la atención médica queda patente el tema de la complejidad, que

puede servir para legitimarse ante la supuesta sencillez y celeridad del diagnóstico alopático:

Frente al enfermo, el homeópata realiza cuatro diagnósticos, a saber: 1. El diagnóstico clínico (usando, desde luego, los mismos elementos de juicio: a) interrogatorio más fino, naturalmente, interpretando circunstancias metereológicas, psíquicas, etc., que carecen de significación para el práctico corriente que desconoce estos hechos); b) examen físico, (inspección, palpación, percusión, auscultación, análisis de laboratorio, radiografía, etc.). 2. El diagnóstico de la constitución individual. 3. El diagnóstico del temperamento. 4. El diagnóstico del medicamento. Este último está perfectamente vinculado con los anteriores. Por eso hay en homeopatía esa magnífica sinergia entre el hecho clínico y la conducta terapéutica. La circunstancia de ser necesarios estos cuatro diagnósticos expresa claramente las dificultades serias de la Homeopatía, que de suyo, como va dicho, es bien complicada y requiere una serie de conocimientos cuya adquisición demanda ardua labor intelectual (Semich, 1934b, pp. 8-9).

Al mismo tiempo se niega una mirada sobre la sencillez aparente, una supuesta lectura

alopática de la homeopatía:

La homeopatía no consiste, como muchos simplistas lo creen, en dar grageas con cantidades pequeñas de remedios o, más simplemente, en sugestionar a los enfermos impresionables para hacerles que se han curado […] Ella, antes que nadie, tiene el mérito de haber afirmado y probado con la constancia de la clínica, que la especificidad del enfermo debe constituir el elemento más importante y primero de la cura […] la práctica ha demostrado que fuera de un pequeño número de enfermedades que pueden siempre catalogarse en un mismo sitio, la mayor parte de los enfermos que concurren a los consultorios queda sin clasificarse porque no están comprendidos en los catálogos; de allí la incertidumbre y la arbitrariedad terapéutica […] Estas reacciones mórbidas traducen, podemos decir, una forma del psiquismo individual elemental que nos da cuenta de la manera en que ha sido atacada la fuerza vital, fuerza vital cuyo principio no lo vemos, porque como todo lo que es dinámico no se ve, pero de cuya fuerza y potencia estamos seguros porque vemos los efectos (Jonás, 1940, p. 67-69). Esta complejidad legitima el saber y la práctica de los médicos homeópatas y aleja a los

mediocres:

[La Homeopatía] tiene también sus inconvenientes. Así, su aprendizaje es difícil, porque demanda una labor muy intensa. El profesional que no sienta la necesidad de poseer una cultura médica seria y, además, de útil aplicación, que no cuente con una voluntad poderosa y gran

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capacidad de trabajo, puede seguir recetando específicos, drogas tóxicas y todas las formulitas que andan por ahí (Semich, 1934d, p. 49).67

Sin embargo, cuando la cuestión pasa por una crítica hacia lo intrincado de la

terapéutica homeopática (sino se opta por acusar a quien “no la entiende” como ignorante)

puede adaptarse el discurso hacia una manera menos intrincada y más sencilla:

Pidiendo desde ya disculpas al colega si se me escapa algún término que pueda causarle enojo; quiero hacer un esfuerzo para atraerlo hacia la Homeopatía, donde con una inteligencia tan clara y un criterio tan amplio, podrá en poco tiempo, multiplicar sus servicios a la humanidad doliente (Jonás, 1934b, p. 16)

Sin complicado utilaje, sin aparatosidad, con el recurso potente de la observación, la experiencia y la lógica, la Homeopatía intuyó las grandes verdades de la Patología y de la Terapéutica; fue así capaz de generar una teoría explicativa de la enfermedad y una técnica útil para el tratamiento (Semich, 1934d, p. 48).

Estos comentarios vienen de la mano “empirista” de la terapéutica, por la cual “los

homeópatas desechan las teorías y sólo los hechos son los que llevan e inducen su terapéutica”

(Jonás, 1934b, p. 17). Así, la oposición se realizaba entre la complicación de las nuevas teorías,

de la mano de las especialidades médicas que surgían por entonces y que no formaban parte de

la lógica de salud-enfermedad de la Homeopatía.

Sin embargo, se incorporaron a la SMHA algunos médicos con especialidades68 y así se

retrataba la inauguración de un consultorio privado de odontología homeopática: “Es nuestro

deber felicitar al Doctor Deveze, homeópata entusiasta y colaborador de nuestra revista, por

haber puesto al alcance de todos este consultorio, que nos permitirá entendernos perfectamente

en rama tan delicada de la medicina” (Sociales, 1937, p. 91).

Si por momentos se favorece la incorporación de especialidades Godofredo Jonás,

citando a Hahnemann, hace una crítica a la extensión de métodos con los cuales abordar las

enfermedades:

Mis vistas –dice- se levantan por encima de esta rutina mecánica, en la que se juega la vida tan preciosa de los hombres, tomando por guía los manojos de recetas, cuyo número, cada día

67 Semich advierte a continuación que “para iniciarse en el estudio de la homeopatía el médico debe despojarse de toda su vanidad, que generalmente es mucha. Esta actitud de modestia, aparte de lo que espiritualmente significa, es la única adecuada porque quien se decide a estudiar Homeopatía lo hace, desde luego, porque la ignora y por ello mismo empezará por confesar, ante sí mismo, la insuficiencia de sus conocimientos médicos” (Semich, 1934d, p. 49). 68 En un aviso de propaganda del dispensario figuran “especialidades”: “Nariz, garganta y oídos” (Dr. Héctor Martínez y Ernesto González Ávila) y “ojos” (Dr. Juan C. Orfila), (Aviso, 1936, p. 151).

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creciente, prueba a qué punto está desgraciadamente extendido el uso que de ellas se hace (Jonás, 1934a, pp. 5-6).69

En esta cita se vislumbra buena parte de la ambigüedad, que partiría de una forma

mecánica de atención al paciente (síntoma y prescripción de un supresor del síntoma) y una

complejidad en la forma de entender la enfermedad (bagaje de conocimientos y teorías puestos

al servicio de la manufacturación de los medicamentos supresores de síntomas). Entonces, la

homeopatía sería diferente en los dos casos: una atención “compleja” que requiere una

“minuciosa” indagación de los síntomas y características del paciente, frente a la “simpleza” de

la ley de la similitud (presentada como “ley natural”).

Resulta necesario poner de relieve la tensión que destacara Belmartino y otros (1988)

sobre los tipos de atención médica en la época: los más conservadores hacia la práctica de

médico de cabecera, que parecía menguar, y los médicos que proponían prácticas hospitalarias,

junto con el nacimiento o consolidación de distintas especialidades. En este sentido, la

importancia que los médicos homeópatas otorgan a la particular atención médica que proponen

y su marcado desdén (por su propia teoría holista y vitalista) hacia la especialización y

suministración “mecánica” de antagonistas, se parecería insertarse en esta problemática general

de la época.

Sin embargo, la práctica hospitalaria también pertenece al imaginario homeopático. Su

implicancia con las facultades y la vida médica de sus tiempos, así como las nuevas técnicas de

diagnóstico se hacían palpables en algunos comentarios:

Hace falta un Instituto bien organizado e instalado, para nuestro control, lo mismo que para hacer experimentaciones nuevas. Debemos contar con un Laboratorio Homeopático para producir nuestros medicamentos bajo un severo control. No podemos vivir siempre dependiendo del extranjero: hay medicamentos que debemos fabricar en casa. Los nosodes deben ser los nuestros, preparados con productos nuestros. Hay muchas plantas medicinales que son exclusivamente nuestras y que nosotros debemos experimentar. Contar, pues, con un Laboratorio Homeopático debe ser una de nuestras aspiraciones. La acción de los medicamentos debe controlarse con el Laboratorio, Rayos X, etc. y para esto nos hace falta un hospital con internado, donde el enfermo puede ser sometido a un riguroso estudio. En esta forma podremos demostrar experimentalmente y de acuerdo a los principios científicos modernos que la Homeopatía es la única verdad en terapéutica (Causticum, 1934b, pp. 67-68).70

69 Para Jonás, “basta que un producto demuestre tal o cual acción momentánea sobre los animales para que un criterio materialista de igualdad se le aplique al hombre como si hubiera igualdad o comparación posible entre un perro y un hombre, entre un gato y un enfermo, entre un caballo y la persona que experimenta” (Jonás, 1937b, p. 272). 70 En 1938, con inusual fascinación y fe por la técnica, se hace referencia a la instalación de un laboratorio que cuenta con “aparatos de cristal neutro, para obtener en forma permanente agua bidestilada, la que se utilizará en todos los procedimientos de dilución y dinamización. Un dinamizador automático hará las preparaciones de forma impecable, por el procedimiento de Korsakof, que es el que

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Y dos años después insistían con un nuevo editorial (seguido de un informe de “notas

históricas de la homeopatía” en Argentina y en el mundo):

Los crecientes progresos de la homeopatía en Buenos Aires hacen sentir cada vez más la necesidad de un Hospital en que pueda prestarse asistencia homeopática a los enfermos de las clases pobres. La capacidad de los médicos Homeópatas que tenemos, y su número más que suficiente […] con la ayuda de la estadística [podrían demostrar] la bondad de una Escuela Médica cuya eficacia no se discute, y cuyos beneficios podrán ser palpados por todos los que deseen gozar de una asistencia médica económica y beneficiosa para el restablecimiento de su salud (Jonás, 1936a, p. 307).

Los homeópatas de la SMHA, entonces, si bien se van definiendo en función de la

diferenciación permanente con la alopatía, tienden a prácticas instituidas y legitimadas por

aquella, sin que necesariamente hayan sido identificadas con la homeopatía y aún cuando

pueden entenderse como ajenas a la misma. Si en otro rasgo guardan similitud con la época es el

“combate del curanderismo” con el que temen ser identificados y con los “oportunistas” que

dicen ser homeópatas y no han pasado por este nuevo grupo que pretende consolidarse como

“instituyente” de la práctica en el país.

De la Alopatía a la Homeopatía

Todo aquel que abrace la causa homeopática es considerado en Homeopatía con

características que marcan un gradiente entre la alopatía y Hahnemann, al tiempo que puede

coexistir esta “proximidad” con legitimidades propias del “viejo rol”.71 La construcción de

“aliados” puede efectuarse a través de argumentos por autoridad (“el autorizado endocrinólogo

español muestra su criterio sagaz y penetrante”, Semich, 1936b, p. 9) a partir de los cuales se

valida una opinión contraria a los valores que otorgaron tal autoridad:

actualmente se usa en casi todos los laboratorios homeopáticos […] Nuestros enfermos estarán de parabienes, ya que podrán curar rápida y definitivamente muchos que no alcanzan a terminar su curación homeopática sino con el nosodo que les corresponde a alta dinamización” (Editorial, 1938c, pp. 225-226). 71 Sin dejar de observar, claro la importancia de atraer alópatas hacia el nuevo rol homeópata: “Contribuiremos, con la modestia de nuestros conocimientos, a que los colegas orienten sus preocupaciones médicas hacia la homeopatía que es fuente de un saber auténtico y eficiente, para que no prejuzguen en forma ligera y, en cambio, estudien concientemente y se compenetren de una disciplina cuya adquisición es ardua pero que comporta la satisfacción de poder desempeñarse profesionalmente con mayor capacidad cada vez” (Semich, 1934a, p.3). Esta cuestión se expresa patentemente en la editorial del número tres del primer año, firmado con el seudónimo “Dr. Causticum”, en la que establece la necesidad de captar a los mejores médicos, puesto que “un mal Alópata no podrá ser más que un peor Homeópata (…) deben interesarnos los médicos buenos y sinceros, con espíritu eminentemente médico y con cultura suficiente para comprendernos”. Aquí realiza otra distinción importante, a la que aluden en otros apartados a la homeopatía como la “aristocracia médica”.

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No necesito exaltar el serio valor intelectual de la obra realizada por Marañón que es bien apreciada por nosotros en su doble aspecto médico y literario. En diversas publicaciones me he ocupado de su labor científica expresando, con mi modesto juicio, el elogio que ella merece. Reflexiono acerca de la admirable sinceridad y valentía que su autor muestra. Para un hombre que en la ciencia oficial ha adquirido prestigio tan firme, el sólo hecho de abordar el espinoso asunto de la Homeopatía y además, en rápida crítica pero a fondo, exhibir al desnudo algunos de los muchos errores de la Alopatía, es, realmente, acto heroico (Semich, 1934b, p. 8).

El acto heroico lleva el supuesto de que la crítica a la alopatía representa un gran riesgo

y es un acto de bien. Como si el hecho de que seguir los pasos de Hahnemann no fuese

suficiente, estos supuestos alópatas convertidos vienen a dar legitimidad a la empresa difusora

de la homeopatía: “Para estar a tono con la misma sinceridad [de Marañón] y porque fluye

limpiamente de mis propias inquietudes de médico joven que contempla serenamente, pero no

es pasividad, el descalabro de la Terapéutica actual, daré mi opinión con toda independencia”

(Semich, 1934b, p. 8).

La conversión, además, constituye prueba fehaciente del valor de verdad y la eficacia de

la terapéutica homeopática:

El avance extraordinario de la Homeopatía en todo el mundo civilizado es un hecho y como tal nadie pretende discutirlo. Su causa originaria es seguramente la eficacia terapéutica de que es capaz. Eso lo saben bien los médicos homeópatas que antes ejercieron la Alopatía y vieron con amargura, fracasar la medicación clásica, no en sus propias manos solamente sino en las de los maestros más eminentes (Semich 1934b, p. 9).

Aquí entonces, aparece un punto clave: el ser un “maestro eminente” no alcanza, hace

falta ése paso extra, el plus que puede otorgar el don de curar. Este razonamiento se repite, por

ejemplo, cuando un médico colombiano da apoyo a los homeópatas argentinos enviándole una

carta al presidente argentino donde destaca luego de enumerar a los médicos de la SMHA:

TODOS estos TREINTA Y DOS MÉDICOS HOMEÓPATAS DE HOY, que honran a la homeopatía mundial, MÉDICOS GRADUADOS EN LAS UNIVERSIDADES ALOPÁTICAS DE BUENOS AIRES!! Y tome nota V.E. que para que estos TREINTA Y DOS ALÓPATAS SE HAYAN CONVERTIDO HOY A HOMEÓPATAS, es porque alguna verdad científica encarna nuestra ley, ya que nadie está dispuesto a pasar de la ciencia al error o de la luz a la oscuridad (Mazuera Ayala, 1939, p. 247, en mayúsculas en el original).

Aquí se mezcla la prueba “social”, la de un número de médicos convertidos a la

homeopatía (que, por lo demás, para la cantidad que había por entonces en Buenos Aires era

insignificante), con una idea de cientificidad, como saber puro que representa a la verdad,

opuesto al error, y de carácter positivo, es decir, lejos de ser reconocido como socialmente

validado. La idea de “luz” y de “ciencia” está ocupada por el saber homeopático, frente a la

oscuridad y el error de la “escuela clásica”, una idea positivista en la que el futuro es

homeópata:

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Nuestra incipiente organización va cumpliendo paulatinamente los fines para los que ha sido creada; hay actualmente un grupo de médicos homeópatas que nos conocemos cada vez más íntimamente, que tenemos entusiasmo en ayudarnos los unos a los otros, que queremos la difusión de la Homeopatía, el más precioso arte de curar, para bien de nuestros semejantes, y, sobre todas las cosas, para que nuestra querida Patria cuente, en días no lejanos, con un gran número de médicos homeópatas y una mayor cantidad de gente culta e intelectual que sepa propagar sus principios y conceptos hasta los rincones más humildes del país (Jonás 1934f, p. 199)

Los que quedan fuera vienen siendo cada vez menos y los peores dotados

intelectualmente:

Durante más de un siglo muchos médicos permanecieron ignorando los hechos nítidos que se derivan de la aplicación de la ley del similimum y aún hoy –son pocos, es verdad, pero siempre se observan estos casos sueltos de colegas cuyo intelecto marcha a ritmo bastante lento– algunos quedan asombrados ante la circunstancia de que las comprobaciones científicas sean terminantes en favor de la Homeopatía (Semich 1934f, p.100-101). Sin olvidar, por supuesto, que además a los homeópatas los guía la hombría de bien y la

verdad, mientras que a los “otros” la búsqueda de beneficio económico:

Hoy se ha llegado a saber que en muchos estados crónicos y aún agudos, las amígdalas están afectadas, y no encontrando a la vista otro desorden que éste, se las extirpa sin ninguna consideración. Es grande el número de enfermos que son sometidos a esta mutilación; casi no hay niño que escape a ella y el número de adultos y viejos operados es sumamente grande. Ya llevan los médicos varios años de experiencia en estas cosas, sin embargo las mutilaciones continúan con sólo beneficio para los mutilantes. Los enfermos siguen sus procesos crónicos y muchos de ellos reparan sus órganos con exceso, debiendo repetirse la operación dos, tres o más veces (Causticum, 1934a, p. 35).

Segundos afuera: otras delimitaciones del nuevo rol

Como se vio en el capítulo anterior, el aumento del número de médicos era utilizado

como explicación de las dificultades para el sostén económico de la profesión, junto con la

expansión del curanderismo y una arenga a la persecución pública de los curanderos. La

necesidad de consolidarse como la alternativa “científica” a la medicina oficial (que estaba

rodeada de un halo de escepticismo) aumentaba la preocupación de los médicos de la sociedad

homeopática por diferenciarse públicamente de las otras prácticas no oficiales. Buena parte de la

legitimidad social parece ir por ése camino:

Homeopatía, milagro, sugestión, superchería, todo en la conciencia de la mayor parte de la gente está ligado. Debemos nosotros, aunque escasos de número pero grandes en voluntad y energía ya que hemos podido desprendernos de los prejuicios, luchar intensamente para hacer brillar la verdad terapéutica, para desenmascarar a los logreros que llamándose Homeópatas propalan toda clase de charlatanismos y embauques y que al confundir al público sobre lo que verdaderamente es Homeopatía no hacen otra cosa que vilipendiar el nombre de Hahnemann (Editorial, 1936, p. 118-119).

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Una de las estrategias pasa por vincular la emergencia del curanderismo con las

carencias y vicios de la práctica alopática, y con las nuevas técnicas aplicadas a la práctica

médica que no se había incorporado por entonces a la práctica homeopática. Si por un lado hay

algunos esbozos sobre técnicas que permitirán en un futuro cercano dar la “prueba” de la

eficacia de la homeopatía, se alude a las innovaciones técnicas para criticar nuevas formas de

atención médica “alopática” y la consiguiente utilización del curanderismo como modo de

atención alternativa:

Un caso típico lo tenemos en la generalización de un aparatito muy útil que sirve para tomar la presión arterial. (Hoy se considera una falta imperdonable, el examinar un enfermo sin tomar su tensión arterial con estos aparatos). Se descubre el aumento de tensión y empieza la vía crucis del enfermo: la dieta brutal, los purgantes con sulfato de soda, de magnesia y otros, que destruyen lo más noble del organismo, su aparato de nutrición, y la inyección de preparados yódicos, a cual más tóxico, que producen la baja de la tensión arterial a costa del desfallecimiento de la fibra muscular cardíaca, y que traen síntomas subjetivos más atroces que los que antes padecía el enfermo. Cuando éste está suficientemente intoxicado con yodo, se lo suspende y vienen síntomas de reacción con nuevo aumento de la tensión y agravación del estado primitivo, hasta que el enfermo o sucumbe o se salva, escapando de las manos del médico, para caer en las del curandero o yuyero, que con tisanas hábilmente elegidas salva la situación. He aquí el descrédito en que ha caído la medicina y del que tanto se quejan los médicos y cuyos consultorios se ven de más en más, menos concurridos, mientras que en los de los curanderos y yuyeros la gente se agolpa hasta en las calles. El público, en su ignorancia de la medicina, acude a quien menos daño le hace […] (Jonás, 1934a, p. 7).

En abril de 1936, Jonás y Semich publican una “declaración” ante “la aparición de

numerosos avisos en diarios y revistas, de profesores y médicos que se titulan homeópatas y que

de Homeopatía no conocen las bases ni los fundamentos, ni la ética” (Jonás y Semich, 1936, p.

65). Estas diferenciaciones tienden a terminar de definir el nuevo rol, recortándolo del resto del

espacio social, una vez que se han “separado” de los médicos “alópatas”.

Esta declaración (dada en la sala de sesiones SMHA, el 11 febrero de 1936) incluye tres

ítems orientados a la diferenciación de la homeopatía:

[…] 3. […] El examen del iris, la mano o cualquier órgano como único medio de diagnóstico medicamentoso, no es homeopático y es atentatoria contra la seriedad de la Doctrina Homeopática, a la que perjudica en su honestidad, progreso y valor científico. 5. […] bajo el nombre de Homeopatía, se venden estas fórmulas complejas, las cuales los médicos homeópatas rechazamos terminantemente, por no ver en ellas sino productos comerciales que sólo producen provecho al fabricante que los expende, amén del envilecimiento de la terapéutica mas científica y razonable que haya producido la inteligencia del hombre. 6. La homeopatía no tiene nada que ver con los específicos o remedios complejos […] La Sociedad Médica Homeopática Argentina cumple, pues, con el deber de hacer notar al público ilustrado que no basta poner una chapa y un aviso de homeópata o instituto homeopático para ser homeópata. Es necesario que el profesional tenga la preparación científica indispensable como médico alópata primero y luego como médico homeópata, y a esto agregar las condiciones de seriedad y ética profesional, que lo distinguirá siempre de un mero y vulgar comerciante de la medicina (Jonas y Semich, 1936, p.65-66).

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Este tipo de declaraciones parecen incluir, por un lado, un conjunto de “creencias

comunes” con los médicos alópatas y, tal vez de manera más deliberada, un “guiño” a la

“medicina oficial”. Si en otros textos parecen ser absolutamente contrarios a la alopatía, en estos

pronunciamientos parecen acercarse a la lógica alopática, evidenciando además, que pretenden

ser los “policías” de la homeopatía.

A mediados de 1938 los médicos de la SMHA hacen pública una denuncia contra un

médico, el “Dr. B…” que envía una carta (reproducida en facsímil) que “desde luego quedó sin

contestación”. En ella el Dr. B pedía al farmacéutico homeopático Enrique Bonicel que le

enviara una “nómina [de los productos homeopáticos] y si fuera posible, indicar en cada uno

para que casos debe emplearse” (Editorial, 1938b, p. 110). Lo que agrava la exasperación de los

médicos homeópatas es el membrete de la carta, que bajo el nombre del médico (oculto tras una

franja negra) reza “Homeopatía-medicina natural” y un aviso en un diario local de Mercedes

anunciado la visita del mismo médico con la promesa de “Irisdiagnóstico. Tratamiento de las

enfermedades por el sistema Homeopático y Naturalista” (Editorial, 1938b, p. 111).

El editorial concluye con una sentencia:

Adquirir los conocimientos homeopáticos, cuesta muchos sacrificios, que sólo pueden sobrellevarse cuando la medicina se ha constituido en un ideal, servido constantemente por la vocación de aprenderla. Las puertas de la homeopatía están cerradas para los que solo buscan el medro económico, y bien venido sea el hombre honesto que procura ser eficaz en un ansia de continua superación, para ser cada día más médico y sentirse más cómodo, al percibir el dinero que legítimamente le corresponde por el derecho de su propia honradez (Editorial, 1938b, p. 111). Si la reacción contra los más marginales es permanente, en cambio, el interés más

evidente en acercarse a lo instituido se deja ver en 1937, luego de que comenzara el envío de la

revista Homeopatía a la Biblioteca de Medicina de la UBA, cuando publican una breve nota

aislada que indica “lo que no es la Homeopatía”:

1º La Homeopatía no es una cosa nueva. Hipócrates, Galeno, Haller, Store y muchos otros grandes maestros de la Medicina, estaban familiarizados con la ley homeopática de curar. Hahnemann reconoció primero su completo valor e hizo su aplicación general. 2º La Homeopatía no es una flor marchita, como tantos llamados maravillosos descubrimientos en Medicina, que se olvidan al poco tiempo. La Homeopatía ha sido por más de una centuria diariamente comprobada y su compresión persiste en todas las comunidades y es más fuerte hoy que antes. 3º La Homeopatía no es una ecuación complicada que sólo alcanzan las elevadas inteligencias. Se basa sobre una simple y demostrable Ley Natural; las drogas en pequeñas dosis, curan los síntomas de la enfermedad, que se parecen a los que causa la droga cuando es tomada en grandes dosis por personas en estado de salud. 4º La Homeopatía no es simplemente paliativo del dolor. Va hasta la raíz del trastorno y por lo tanto vence permanentemente el dolor, mientras que los opiados y otros paliativos sólo alivian temporalmente.

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5º La Homeopatía no perjudica el organismo. Sus efectos son suaves. Sus métodos no empeoran al enfermo, ni gastan sus fuerzas vitales retardando el restablecimiento. Ella dulcifica la energía vital y hace una rápida y segura convalecencia. No hace al enfermo más enfermo. 6º La Homeopatía no es una panacea universal, pero por más de un siglo ha demostrado en todas partes del mundo civilizado su poder curativo en todas las condiciones conocidas de enfermedad, y en cualquier época de la vida. Actúa tan rápidamente en hombres y mujeres vigorosas, como en los niños. 7º La Homeopatía no reemplaza el cuchillo del cirujano, pero cuando se emplea con habilidad, a menudo hace al cuchillo innecesario. Por sus eficaces efectos constitucionales, su acción es profunda y extensa, y el cirujano, tocólogo o ginecólogo que está familiarizado con los remedios homeopáticos, obtiene mejores resultados que con el bisturí. 8º La Homeopatía no es un atraso; el homeópata está educado, como los otros médicos, en la Escuela de Medicina; se le exige y pasa los mismos exámenes. Sabe todo lo que hacen los otros médicos y ADEMAS ha realizado un estudio completo de los principios de la Homeopatía y un detallado conocimiento de la materia médica homeopática y de la práctica de la homeopatía (Editorial, 1937c, p. 110).

Esta declaración parece orientada a la búsqueda de cierto consenso, de cierta aceptación

y convivencia, mucho menos agresiva que las que se han visto hasta ahora, o la que a

continuación alude a las fallas de la “ciencia oficial” como generadoras y potenciadoras del

curanderismo:

Es curioso advertir que esta pedantería y fatuidad de la ciencia oficial se muestra agudizada en estos tiempos en que más ruidoso es su fracaso, a extremo de que enfermos y médicos sienten la necesidad imperiosa de otros tratamientos. Así el enfermo va al curandero, y el médico, vencido por sus propios errores, adopta una posturita de escepticismo, el cual debe ser considerado como una forma de la impotencia y de la incapacidad. Que cada profesional haga su examen de conciencia, frente a sí mismo, a su razón, a su entendimiento, y luego medite acerca de si los métodos que emplea diariamente son legítimos y útiles, terapéuticamente hablando. Caso de que la respuesta sea negativa –en ese careo hondo, ante la propia conciencia, todos son sinceros– no caiga en el escepticismo. Más honrado es buscar la posibilidad de conocer otras técnicas. Ahí está precisamente la Homeopatía para colmar las ansias de saber y de llenar decorosamente el rol que los médicos tienen asignado en el escenario local (Semich, 1934b, p. 9-10).

Por lo expuesto, se da a entender que la ineficacia, la falta de ética y reflexividad,

favorece la emergencia de otras prácticas. Ante tal cuadro, los homeópatas se desmarcan como

los científicos entre los marginales, una solución “lógica” y “racional” a los dos “males”.

Inclusive, a partir de un congreso en Budapest en 1935, se da testimonio de la

emergencia de un fenómeno dentro de la ciencia oficial, el “hipocratismo o neo-hipocratismo”,

tendiente, según Jonás, a “tratar al hombre enfermo todo entero [cuestión que] recién la

descubre la ciencia oficial y [que] de un concepto materialista o mecánico en que ha vivido,

pasa ahora con un gran entusiasmo al concepto vitalista” (Jonás, 1935b, p. 294). El presidente

de la SMHA advierte que estas vertientes de la medicina son “como un puente tendido entre la

ciencia oficial y la escuela homeopática” y que la tarea de los médicos homeópatas ante este

fenómeno debe ser la de “esperar a pie firme y sin claudicaciones que quien tiende este pasaje

venga darnos las reparaciones justas” correspondientes al “violento embate [que] la doctrina

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pasteuriana, con su idea simplista de la enfermedad, dominó el mundo médico durante los

últimos 60 años” (Jonás, 1935b, p. 294).72

El posicionamiento inflexible y la defensa del “núcleo duro” se reitera, así lo expresa

Godofredo Jonás durante la conmemoración del 181º aniversario del nacimiento de

Hahnemann:

Debemos, entonces, cerrar lo más posible nuestras filas sociales para que no se vea a ninguno de nosotros sino trabajando honestamente y procurando hacer brillar la verdadera Homeopatía por el lustre de sus prácticos. Procuraremos que no se infiltre entre nuestro círculo ninguno de esos elementos que venga al solo efecto de especular (Editorial, 1936, p. 119). O en palabras de Rodolfo Semich, durante el mismo evento:

No hay disidencias entre nosotros, porque hemos comprendido claramente que nada noble ni perdurable se alcanza si no es por vía y virtud del esfuerzo común. Tampoco hay plaza disponible para el egoísta en esta sencilla pero ya progresista Escuela de Homeopatía que hemos fundado, donde todos aprendemos y lo que es aprendido conceptuamos es un deber trasmitirlo (Editorial, 1936, p. 120)

Los enfermos, pacientes y clientes

La legitimidad que buscan los homeópatas no está circunscripta a una evaluación

exclusiva de “pares” (otros médicos como ellos, o inclusive farmacéuticos, físicos o químicos)

sino que están disputando un mercado con los alópatas, que se define por cuestiones no médicas

que tienen que ver con la construcción de una eficacia social de sus tratamientos. Uno de los

datos más relevantes sobre el peso de los enfermos ha sido ya expresado cuando se explicó

cómo se sostenían las actividades de la Sociedad durante la década de 1930, al menos en los

períodos en lo que se ha informado sobre los movimientos financieros. El rol eminente de los

pacientes parece ser entonces el de solventar materialmente el funcionamiento de esta

institución.

72 En el congreso de Berlín de 1937 la preocupación persiste: “se tratará de demostrar la importancia de la ley de la similitud […] Entrarán en tela de juicio en este tema la hidroterapia, la fisioterapia, radioterapia, kinesiterapia, higiene naturista y, en fin, todos los métodos alopáticos, donde se hagan curaciones por el procedimiento, aunque inconsciente, de la terapéutica de la Similitud” (Jonás, 1937, p. 163). Como contrapunto, en 1935, en Budapest, uno de los organizadores del congreso de homeopatía promovía la hidroterapia en las termas próximas a la ciudad y no se deja constancia de que sea considerado alópata por ello (Jonás, 1935b). A fines de 1937, en la tesitura de que “todos los medicamentos exitosos son homeopáticos” Jonás publica un artículo sobre “La ley de similitud en la escuela oficial” (Jonás, 1937b, pp. 369-372).

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Los consultorios médicos institucionales facilitan la relación con un contexto social que

por momentos juzgan muy favorable:

Nuestro movimiento homeopático se extiende día a día llamando la atención de los espíritus más cultos de todas las esferas sociales. Es necesario pues, que trabajemos todos sin cesar para aprovechar este momento, en que el ambiente nos es francamente propicio y debemos hacerlo sobre todo en los dominios del espíritu médico y sin que se nos pueda hacer el reproche de ser puramente teóricos. Por este motivo necesitamos la instalación de un gran Instituto Médico de Experimentación donde todos podamos aportar nuestros conocimientos y adquirir por medio de la experimentación mayor capacidad. Tenemos que aportar hechos precisos que demuestren a los que se interesan por nuestra Ciencia la verdad de la disciplina Homeopática. La “Sociedad Médica Homeopática Argentina”, aunque joven, cuenta ya en su seno con espíritus cultivados y con hombres hábiles en todas las disciplinas. No nos faltan bacteriólogos, farmacéuticos, doctores en bioquímica, ingenieros, físicos, etc., capaces de controlar y contribuir eficazmente a nuestros trabajos y experimentaciones. […] En ninguna parte del mundo han faltado hombres de capitales y entusiasmo Homeopático para poner sus donaciones en manos de instituciones como la nuestra […] Muy pronto tendremos nuestro Hospital o Dispensario, en que podamos trabajar todos en bien de la humanidad y la Homeopatía” (Causticum 1934b, p. 67-68).

Cabe recordar entonces que en 1935 se atienden aproximadamente 1601 consultas, que

ascienden a 3059 en 193673 y a 6412 en 1938:74 es decir casi se duplican en el segundo año de

atención y dos años después el número vuelve a crecer en la misma proporción. La cantidad de

pacientes atendidos con el paso del tiempo constituye uno de los pilares de las “pruebas” de

efectividad de la terapéutica:

Hoy se comenta por todas partes de la Ciudad los resultados prácticos que los homeópatas obtienen en el tratamiento de sus enfermos. […] Es que nuestra Sociedad Médica Homeopática Argentina ha producido un intenso movimiento de curiosidad entre los profesionales, y los pacientes, por su parte, cansados de los Apóstoles de la Ciencia de Galeno y de sus Grandes Sacerdotes, buscan alivio a sus dolencias por los procedimientos más simples, más humanos y más sabios de la escuela de Hahnemann (Editorial, 1934c, p. 341).

El 13 de noviembre de 1934 la Sociedad Homeopática inauguraba su nueva sede con

consultorio, alquilada (hasta entonces se hacían en una casa prestada), que permitía acceder a un

espacio para atender pacientes de “bajos recursos”.75 Una vez inaugurados los consultorios

médicos se delineó mejor la gama de otros intereses:

73 Semich expresa ése año que “hasta este momento tenemos cuidadosamente registradas más de 3000 historias clínicas. Quien las compulse podrá verificar de manera clara y categórica que los enfermos salen grandemente beneficiados con el tratamiento instituido” (Semich, 1936a, p. 1). Posteriormente indica que “se nos plantea un problema de local: necesitamos uno más amplio y cómodo para adecuarlo a nuestras exigencias” (Semich, 1936a, p.2). 74 Como ya se ha consignado, los valores son anuales y aproximados. Fuente: Estado financiero… 1935, p. 330; Estado financiero… 1936, p. 443; Movimiento financiero… 1938, p. 222. 75 Se publica un aviso (1934c, p. 342) que consigna que los “médicos no llevan, al atender a los enfermos, el más mínimo fin lucrativo, ya que ninguno percibe de la Sociedad honorario alguno. La tarifa de $3.- que se cobra por asistencia, tiene sólo por objeto cubrir los gastos que demande nuestra instalación y

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La inauguración de los consultorios de la SMHA marca un gran paso en el camino de la difusión de la doctrina homeopática en Buenos Aires, pero Buenos Aires merece mucho más de lo que actualmente tiene. Siendo la segunda ciudad latina del mundo, debe contar con instituciones homeopáticas, por lo menos, a la altura de las de París, Ginebra, Roma, Río de Janeiro, etc. No dudamos que en un porvenir cercano, contaremos con la ayuda particular para nuestro progreso, ya que la oficial sólo está reservada a la Alopatía, que acapara injustamente todas las situaciones. Hay muchos procedimientos para obtener el tratamiento de los males que aquejan a la humanidad, pero la Homeopatía es, como ya lo dijera otro antes que el que escribe, la Aristocracia en el arte de curar” (Editorial, 1934c p. 341).

Se vislumbra aquí la necesidad de los consultorios como legitimadores, tanto como

práctica de la homeopatía en otros países como un instrumento de presión sobre la sociedad

local. También se menciona la cuestión del financiamiento, sobre los fondos públicos que

sostenían actividades “alopáticas”: esto es una verdad parcial ya que numerosas revistas e

instituciones de la “ciencia oficial” eran sostenidas con el aporte de sus miembros.76

Cabe recordar que en estos consultorios se cobraba una tarifa muy baja para la época

que cubría los “gastos administrativos”, sin que hubiera fin de lucro por parte de los médicos,

puesto que pretendían atender a “personas de recursos modestos, que deseen ser atendidos

homeopáticamente, pudiendo a ellos acercarse todos los profesionales médicos que tengan

interés”.77 Pero si los beneficios no fueron estrictamente “personales” vale decir que los “gastos

administrativos” pudieron incrementarse notablemente a expensas del creciente número de

pacientes, como se mostró antes.

La representación sobre estos verdaderos sostenes materiales de la institución resulta,

con frecuencia, benevolente y cercana al lugar de “víctimas”. El caso más extremo recoge la

experiencia de la operación de amígdalas, tan frecuente en la época:

En un rato vi pasar un gran número de niños, que con gritos de terror que partían el corazón de los presentes, y angustiaban a las madres que también lloraban con sus hijos, desfilaban hacia la sala de Operaciones, donde los médicos con delantales ensangrentados, y vestidos como unos demonios, infundían el terror a esas pobres criaturas, que entregaban sus pedazos de carne al sacrificio […] Una vez estas criaturas salidas del Consultorio de garganta, continuarán pacientemente recorriendo las otras dependencias del Hospital hasta que en un día no muy lejano

administración. Nuestros consultorios son, pues, para personas de recursos modestos, que deseen ser atendidos homeopáticamente, pudiendo a ellos acercarse todos los profesionales médicos que tengan interés por conocer Homeopatía. Todos los días de 9 a 11 horas”. 76 Por ejemplo, el caso de la revista Cel, mencionado por Hurtado de Mendoza y Busala, se trata de una revista sostenida por la familia de uno de sus fundadores. 77 Publicidad de los consultorios de la SMHA, publicada en diciembre de 1934 en la revista Homeopatía, año 1, nº 11-12, p. 342.

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los veremos yacer en las dependencias heladas que están en los fondos (Causticum, 1934a, p. 36).78

El paciente como víctima es utilizado para mostrar el recorrido doliente de la medicina

alopática:

El enfermo va ambulando de especialista en especialista sin que, desde luego, nadie lo cure. Uno le extirpa las amígdalas, otro el apéndice; el tercero le da un régimen alimenticio porque –amén de radiografías y análisis abundantes de toda índole– el sujeto acusa, entre otras cosas, ardor gástrico y meteorismo abdominal, etcétera. Como el enfermo sigue de mal en peor, no falta quien le aconseje que vaya a ver a un cirujano experto –esto lo hemos visto todos aunque es monstruoso– para que le practique una laparotomía exploradora […] ¿qué encuentra el cirujano? En más de un caso, nada. Y como si no fuera bastante, otro médico le instituye un tratamiento antiluético con neosalvarsán: si el enfermo no tolera bien el arsénico le aparecerá una taxidermia que en breve le obligará a solicitar los servicios de un especialista de piel, etc., etc. No exagero mucho al hacer este relato. Más de una vez, luego de haber escuchado la narración que un paciente hace de todas sus peripecias y sufrimientos, un sentimiento de admiración profunda hacia el desventurado me hubiera impulsado a manifestarle conmovido: Señor: ¡es usted un héroe! (Semich, 1934d, p. 44)

Sin embargo, en un discurso por el aniversario de Hahnemann, el presidente de la

SMHA, Godofredo Jonás, impone una visión distinta, una representación poco común de los

pacientes:

Todos nosotros, Homeópatas, tenemos en nuestra clientela multitud de desagradecidos de la Homeopatía que cuando tienen entre los suyos un enfermo desahuciado nos lo traen y nos dicen: “Ah, yo recuerdo que de niño mi padre o mi abuelo eran muy homeópatas y hacían curar los casos graves en su familia por médicos homeópatas”. Y esta gente que ha vivido envenenándose con drogas y productos tóxicos de todas clases, que se expenden y con autorización del Gobierno, cuando ven a la muerte asomarse entre os suyos recurren, como último recurso, a la Homeopatía para que haga el milagro. Y bien, señores, el milagro se hace en muchas ocasiones, aunque sea atribuido a los santos tantas veces; pero cuando el milagro de salvar al moribundo no se puede hacer, entonces la Homeopatía ha fracasado, y cada fracaso caerá sobre nuestros hombros como un fardo diabólico sin que jamás se acuerden de que ese enfermo no podía vivir ya, porque había agotado su vitalidad con los tóxicos medicamentosos ingeridos, que le produjeron una enfermedad más grande y más potente que la que tenía y de la cual el pobre enfermo no pudo desprenderse más (Editorial, 1936, p. 118). Y es que la frustración ante la falta de reconocimiento no es inverosímil, sobre todo

cuando proviene del objeto en el que se pone todo el esfuerzo y la expectativa del trabajo

propio:

Sus fines terapéuticos [de la homeopatía] harán que, divulgando sus ventajas, pueda la humanidad pasar a una nueva era de felicidad, confiando al médico los cuidados de su salud, en la seguridad de que en ningún caso se atentará contra ella.

78 Para Jonás “el médico Homeópata es siempre querido y pedido por los niños que conocen sus procedimientos suaves y sus confites para aliviarlos de sus males, mientras que nuestros colegas Alópatas son el terror de las criaturas, y éstas se espantan a su presencia, amén de que las madres amenazan muchas veces a sus hijos con traerle el médico como uno de los eficaces castigos” (Jonás, 1937, p. 163).

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La aplicación de sus principios en el cuidado de los niños, bebés, infantes o escolares podrá, con seguridad, llegar al mejoramiento ansiado de la raza. (Jonás, 1934e, p. 170). De hecho, la casuística les permite afirmar que el mejoramiento de la especie ya se ha

evidenciado en algunos casos:

Entre las viejas familias homeopáticas hay menos casos agudos y serios de enfermedades que atender. Raramente vemos un caso de apendicitis, neumonía, meningitis o tuberculosis desarrollarse en una familia que haya estado bajo el vigilante cuidado de un buen médico homeópata. Nuestros pacientes no se levantan por la mañana con una dosis de frutas salinas o algún otro catártico. No llevan aspirinas en sus bolsillos lista para ser ingerida a la menor provocación. […] el uso por su médico homeópata del remedio constitucional después de cada condición aguda por la cual los trata, tiende a levantar su fuerza corporal y resistencia a un grado tan efectivo que la ordinaria enfermedad no asume las graves formas tan frecuentemente encontradas entre aquellos que no se encuentran bajo la protección del remedio dinamizado. No nos comprendan mal: los pacientes homeopáticos se enferman a veces porque están rodeados del mismo medio que los demás, y en este medio hay penas, exceso de trabajo, miedo, exposición a los elementos de la infección y al shock físico y mental (Editorial, 1938, pp. 1-2 bis).

Enseñanza

La enseñanza sobre la disciplina homeopática comenzó a impartirse en las conferencias

dictadas en la sede y desde el primer número de Homeopatía.79 No sólo se inició la publicación

de la doctrina y numerosos artículos extranjeros de aplicación instrumental (traducidos de

revistas francesas primordialmente),80 sino también se cuidó detalles, como por ejemplo indicar

cómo debe leerse un tratado de materia médica homeopática:

Nos llama la atención todo lo que está en mayúsculas, después lo que está en bastardilla y luego lo demás que ella expresa. Lo que va en mayúsculas quiere decir que en los enfermos que necesitan Sulfur estos síntomas son casi constantes, sino todos (lo que no es posible), por lo menos tres o cuatro. Los síntomas en bastardilla quieren decir que son también buenas expresiones para la indicación de Sulfur, y su constatación conjuntamente con otros anteriores que también encontramos en muchos otros medicamentos; sin embargo, muchas veces es por la acentuación de estos síntomas menores o

79 Así lo atestigua un “Aviso” publicado en Homeopatía: Colega: Suscríbase a nuestra Revista, donde encontrará la información científica, referente a la Patología, Clínica y Terapéutica homeopáticas, que Vd. necesita para adquirir un concepto cabal de nuestra doctrina. Concurra Vd. a las conferencias de la Sociedad Médica Homeopática Argentina que le serán de utilidad (Aviso publicitario, 1934, en Homeopatía, año I, nº 3, p. 88). También un editorial del mismo año reseña: “A este efecto, en las conferencias, los disertantes ilustran el tópico con historias clínicas donde se pone de manifiesto la elección y efectos del medicamento, diagnóstico diferencial, etc. El éxito obtenido hasta el presente, es el mejor estímulo para proseguir en la tarea con entusiasmo redoblado y con la convicción de que somos poseedores de una verdad terapéutica que es necesario extender y poner en manos de los colegas bien intencionados y de suficiente altura intelectual como para comprender el admirable valor de nuestras doctrinas y prácticas médicas” (Editorial, 1934d p. 198). 80 Inclusive, a fines de 1934, la sección “Revista de revistas” pasa a llamarse “Notas clínicas y terapéuticas”, mejor descripción de las reseñas que se hacían de las revistas que llegaban por canje a la Sociedad.

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por su aspecto de gravedad que el enfermo consulta al médico. Este debe entonces buscar si existen los síntomas característicos, para así poder propinar Sulfur con miras de éxito (Jonás, 1934b, p. 20). […] en cada ficha –lo que equivale a decir en cada síntoma– están marcados los remedios que cubren ese síntoma. Es labor de suma, el obtener el resultado (Grosso, 1935, p. 8).

La voluntad pedagógica era explícita: “Nuestra aspiración es encauzar los trabajos que

hacemos conocer dentro de los asuntos que puedan presentar para los debutantes en Homeopatía

la mayor simplicidad, para, en esta forma, facilitar los primeros ensayos de terapéutica, cuyos

éxitos, estamos seguros, los inducirá a estudiar asuntos más complejos” (Nuestra Revista, 1934,

p. 104). Algunos médicos que aprendieron la terapéutica de forma autodidacta ya aparecen

posicionados para la enseñanza:

Habiendo estudiado Homeopatía por nuestros propios medios, estamos al tanto de la labor, algunas veces ardua, necesaria para llegar a manejarla medianamente. No se nos escapan sus dificultades, puesto que hemos luchado con ellas. […] El objeto de estas pequeñas notas que se van publicando en “Homeopatía”, es tratar de enseñar la manera de evitar los escollos y vencer las dificultades, difundiendo de esta manera la comprensión y utilización de esta terapéutica que tantas veces es verdaderamente maravillosas (Grosso, 1935, p. 7).81 Esto se justifica por la demanda de los nuevos miembros hacia conocimiento específico

y técnico:

Un gran número de profesionales, médicos y farmacéuticos, nos interrogan muy frecuentemente sobre el mecanismo de preparación de los remedios homeopáticos, así como también sobre las distintas formas como ellos se presentan y se prescriben corrientemente por el médico homeópata (Nota de la redacción, en Peuvrier, 1934, p. 267). Los conferencistas recibían refuerzos positivos que los posicionaban. Las conferencias

que se realizaban se reseñaban brevemente mes a mes, frecuentemente con halagos a los

oradores:

[El Dr. Armando Grosso] hizo con admirable destreza las comparaciones con los otros remedios que se le asemejan en algunos de los síntomas, exponiendo una cantidad de historias clínicas en las que se demuestra la eficacia de la droga. Las condiciones descollantes de didacta que posee el doctor Grosso, hicieron que su exposición fuera seguida con mucho interés por los que la escucharon, interés que no decayó en ningún momento. […] Tres sesiones científicas llenas de público auditor, en que se trataron temas de capital importancia y en las que se demostró un gran espíritu de camaradería (SMHA ,1934b, pp.103-104).

81 Un aviso del “Dispensario de la SMHA” revela que en las consultas existía una distinción entre “jefes” y “médicos”. Los jefes eran los fundadores: Jonás, Grosso, Paschero, Anselmo y Semich; además de Héctor Martínez y Ernesto González Ávila, “especialistas en nariz, garganta y oído” y Juan Orfila de especialidad “ojos” (Aviso, 1936, p. 151).

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Más allá de este esfuerzo pedagógico, existía una necesidad de transmitir conocimientos

tácitos mediante las consultas en la sede ya que, por ser una disciplina estrechamente vinculada

a la interpretación psicofísica de los pacientes, la atención permitía potencialmente la enseñanza

y experimentación:

El objeto de los consultorios es ofrecer en primer lugar a los médicos asociados que recién llegan a la Homeopatía, un campo de acción amplio, donde puedan practicar y ver al lado de colegas más experimentados los procedimientos de nuestro difícil arte terapéutico […]Al mismo tiempo que estos consultorios servirán de enseñanza para profesionales post-graduados, prestarán un servicio incalculable a los hogares modestos, cuyos miembros, por una cuota mínima, podrán tener eficaz y útil asistencia (Editorial, 1934b, p. 293).82

Inclusive en la conferencia inaugural de la nueva sede y los consultorios, Godofredo

Jonás marcaba claramente la intencionalidad pedagógica de la atención: “hoy inauguramos […]

también el primer sitio en la ciudad donde se transmiten conocimientos homeopáticos con fines

de enseñanza y propaganda”. Y agrega “no dudo que en el porvenir se podrá llamar la primera

Escuela de Homeopatía de Buenos Aires y que será la base de la Facultad Homeopática

Argentina” (Jonás, 1934c, p. 343), destacando que “el médico que aspira a hacerse homeópata,

debe pasar por la evolución que todos hemos hecho para llegar al período final de convicciones

profundas y sinceras” (p. 345).

Al cumplirse el primer año de la revista, se consignan todos los métodos de enseñanza,

destacando al grupo que ya ha alcanzado el saber necesario para impartir la enseñanza:

Como esa tarea inicial [la de aprender homeopatía] la hemos realizado ya todos nosotros, estamos en condiciones de facilitarla, para hacerla accesible con economía de tiempo y energía. El conocimiento de las patogenesias de Materia Médica se aclara para quien lee los artículos de esta Revista y luego, cuando tiene oportunidad de ver, en el consultorio de la Sociedad Médica Homeopática Argentina, frente a los enfermos, la manera concienzuda cómo se los examina y cómo se llega a la prescripción del remedio adecuado, es conocimiento vivo, adquirido así, ante el caso clínico, no se borra jamás. Sólo de este modo es posible la recordación de la Materia Médica: formándose la imagen mental del remedio frente a la imagen real del enfermo” percibiendo “la similitud de ambas” Disponemos ya de los elementos de trabajo indispensables –Revista propia, publicaciones extranjeras, conferencias, enfermos que acuden a los consultorios en mayor número cada día– para que los colegas puedan iniciarse en la Homeopatía. Todo esto se ha conseguido dentro de los muy escasos recursos con que contábamos, mediante la contribución personal de cada uno, de los cuales nadie titubeó en aportar, además, su entusiasmo, su tiempo, su saber, por modesto que fuera (La Dirección, 1935, p. 2).

Como ya se ha citado, Nina Degele (2005) establece que uno de los criterios que hace a

la homeopatía “científica” es la educación, destacando el rol de “captación de adeptos” de la 82 Unos meses antes aparecía en primera página el anuncio: “La resolución de nuestra Asamblea, de habilitar un consultorio médico destinado a la atención de enfermos que puedan servir para la enseñanza y la práctica de los jóvenes médicos homeópatas, nos ha hecho suspender nuestras sesiones científicas durante el mes de Agosto, cuyo tiempo dedicamos a la búsqueda de ubicación adecuada para sede social y consultorio” (SMHA, 1934, p. 261).

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enseñanza. En septiembre de 1935 se da el primer acontecimiento importante en relación en este

sentido: “por primera vez –es todo un acontecimiento científico– se dictará curso de

Homeopatía en el país [que] será dedicado, desde luego, exclusivamente a médicos” (Semich,

1935e, p. 202).

Se trataba de un curso de “Introducción al estudio de la Homeopatía”, a cargo del

vicepresidente de la SMHA, Armando Grosso, que respondía (coincidiendo con Degele)83 a que

numerosos colegas alópatas nos habían manifestado su deseo de iniciarse en el estudio de la doctrina, materia médica y clínica homeopáticas; pero habían advertido, por cierto, las dificultades a vencer en los comienzos, ya que la terapéutica positiva es de acceso arduo para el práctico de la escuela antigua. Pedían, así, se les auxiliase en los pasos primeros; una guía, una orientación les era indispensable (Semich, 1935e, p. 202).84

Se anunciaba luego de la finalización del curso (“muy concurrido” y realizado en “tres

conferencias”) que el año siguiente se dictarían otros cursos: “de la misma índole uno –

vulgarización para los médicos alópatas– y los demás concernientes a temas especiales”

(SMHA, 1935, p. 249). Como se ha consignado anteriormente, al año siguiente, durante la

celebración del 181º aniversario del nacimiento de Hahnemann, Rodolfo Semich ya hablaba de

“Escuela de Homeopatía”, refiriéndose a la institución en general.

A mediados de 1936 se vuelve a hacer referencia a los “un verdadero curso de

‘Introducción a la Clínica Homeopática’” constituido por tres conferencias dictadas por Rodolfo

Semich, que incluyó “los síntomas, las patogenesias, la manera de interrogar, de apreciar y

jerarquizar los distintos fenómenos que ofrece la enfermedad […] para terminar con la

preparación farmacéutica de los remedios y las distintas maneras de prescribirlos” (Jonás,

1936c, p. 153).85 A fines de 1936, la diferencia entre “curso” y “conferencia” parece

desaparecer: “se ha trabajado intensamente dando un número considerable de conferencias para

médicos y de divulgación científica” (Jonás, 1936b, p. 310).86

83 Se publica un breve aviso que consiga: “Colega: Concurra Ud. a nuestra Sociedad, donde se le ofrece desinteresadamente la oportunidad de aprender Homeopatía, cuyo conocimiento ampliará su cultura médica y lo capacitará para desempeñarse con mayor eficacia en la profesión” (Aviso, 1935, p. 203). 84 Respecto al contenido señala que “doctrina, materia médica, clínica homeopáticas, son tres etapas del conocimiento que de aquí en adelante estarán al alcance de los colegas estudiosos” (Semich, 1935e, p. 203). 85 Estas conferencias fueron publicadas en tres números consecutivos de Homeopatía, sin un carácter distintivo, como cualquiera de las demás. 86 En enero de 1937 directamente se señala “los cursos de Materia Médica Clínica desarrollados en 1936 han tenido éxito franco” (Semich, 1937a, p. 1).

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En 1937, se anuncian las conferencias con la advertencia de que “la índole estrictamente

técnica de los temas a considerarse, explica que estas reuniones sean reservadas a médicos

exclusivamente” (SMHA, 1937, p. 113). En 1938, reseñando el quinto aniversario de la SMHA,

se habla vagamente de realización de “cursos de conferencias” (Semich, 1938, sin foliar.) y se

pide en una nota

[…] a la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires, en la que nuestra Sociedad le expresa el reiterado deseo de numerosos colegas de seguir un curso ordenado y completo de la Homeopatía. La Sociedad solicita de la Facultad el envío de un profesor extranjero de materia médica, que podría ser elegido entre las universidades más prestigiosas, como por ejemplo, las de Alemania, Estados Unidos y Brasil. Esta última, por razones de vecindad e idioma es la más indicada, por lo cual nuestro pedido se refiere a un profesor de la Facultad Hahnemanniana de Río de Janeiro (Semich, 1938, sin foliar). En 1938, ya enfrascados en la pelea con el Departamento de Higiene87 apenas se deja

constancia de una conferencia dictada el 26 de octubre en el “Patronato de la Infancia”, por

Héctor Martínez, con el espíritu divulgador de los primeros “cursos”, según se desprende de las

palabras del orador que previene que “algunos sonreirán ante este preámbulo con una sonrisita

irónica significativa” (Martínez, 1938, p. 230).

Durante la primera mitad de 1939, se dedican los primeros cinco números de

Homeopatía a la publicación de la “Doctrina y tratamiento homeopático de las enfermedades

crónicas” de Hahnemann, publicado originalmente en 1828. Y sólo se hace propaganda de un

ciclo de conferencias (a realizarse a lo largo del año) a cargo de Jonás sobre el “embarazo y sus

complicaciones” (SMHA, 1939, p. 97).

A las puertas de la obtención de la personería jurídica, ante el clima hostil que se

retratará en el capítulo siguiente, los médicos de la SMHA habían regresado a la práctica

habitual interna de “conferencias” específicas. No obstante, se refuerza la idea de que dichas

conferencias formaban parte, cada vez más, de un plan estratégico educativo cuyo poder de

legitimación se incrementaba, sobre todo hacia dentro del grupo homeopático.

Relaciones exteriores

Como ya se consignó, la referencia a la situación exterior era una constante de la

sociedad porteña de la década de 1930 (Sarlo, 1988; Plotkin, 2003) y de sus médicos

homeópatas que consideraban que Buenos Aires “siendo la segunda ciudad latina del mundo”

debería ponerse “a la altura de las de París, Ginebra, Roma, Río de Janeiro” (Editorial, 1934c, p.

342) en cuanto a institucionalidad homeopática. Pero también la propia institucionalización

87 Véase capítulo siguiente.

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tiene como objetivo que los médicos, hasta ese momento disgregados, pudieran mantener

contactos y actualizaciones con el exterior:

El 29 de Julio de 1933, nos reunimos en la ‘confitería del Molino’ nueve médicos que nos citamos allí a fin de conversar sobre la conveniencia de instalar una Sociedad de Médicos Homeópatas, con el objeto de propender a la propagación de la doctrina de Hahnemann, de estrechar los vínculos entre nosotros, así como también procurar establecer relaciones con los ases mundiales de la Homeopatía (Jonás 1934c, p. 343).

El intercambio por canje de revistas bastante frecuente con Europa, fundamentalmente

con Francia, cómo se ha indicado en las páginas precedentes, es la primera muestra de la ventaja

de asociarse y mostrarse como un grupo hacia el exterior.

Los primeros reconocimientos foráneos vienen del Perú mediante una “Distinción

Honorífica”88 de la Liga Peruana de Homeopatía, reseñada también en el editorial del siguiente

número: “esto nos estimula para seguir en la brecha, con entusiasmo cada vez mayor, dadas las

evidentes muestras de aceptación que nuestra labor tiene, tanto aquí como en el exterior”

(Nuestra Revista, 1934).

Ése mismo año se reproduce una reseña de un médico español a propósito del Congreso

Homeopático Internacional89 realizado en julio de 1934 en Holanda, en el que se destaca un

“Estado actual de la Homeopatía en diversos países del mundo”90 y una descripción bastante

bucólica de la organización del congreso, a tono con las descripciones de la vida de Hahnemann

que se publicaban en Homeopatía:

Luego nos dirigimos a Bennekom, a unos 23 km. de Arnhem, donde el Dr. Wouters tiene una “villa”, y con su esposa rivalizaron en obsequiarnos con té, pastas, vinos, etc., quedando todos muy complacidos de las atenciones recibidas. […] luego visitamos el Museo Colonial, de vastas proporciones, y que resulta muy vistoso: hay una infinidad de cosas interesantes: trajes de Java, joyas, brillantes de gran tamaño, máquinas

88 “El presidente de nuestra Sociedad ha sido designado socio correspondiente de su similar del Perú”, (Distinción honorífica, 1934, en Homeopatía, año I, nº 3, p. 69). Hay constancia de intercambio epistolar, desde 1932, entre el Dr. Rodrigues Galhardo de Río de Janeiro y Godofredo Jonás, cuando el médico brasileño le comunicara la fundación de la Liga Homeopática Brasileira “respondiendo a otra del 22 de octubre firmada por […] Jonás […] Mantengo desde entonces cambio de correspondencia” (Monzo, 1937, p. 305). 89 Organizado por la Liga Homeopática Internacional, “una asociación fundada en 1925, en Rótterdam, con el fin de desarrollar la homeopatía en todos los países del mundo, creando un lazo entre las personas o grupos que se interesaran por las cuestiones homeopáticas, organizando congresos internacionales, centralizando y facilitando los canjes de trabajos homeopáticos y vigilando los intereses de los homeópatas” (Editorial, 1938d, p. 249). 90 Resulta interesante ver que en el país en el que se organizaría el siguiente congreso, el número de homeópatas no pareciera mayor al del grupo porteño: “También en Hungría progresó la Homeopatía, y según el Dr. Schimert, hay en dicho país unos 16 médicos homeópatas, y cree que el Congreso que ha de celebrarse en Budapest el año próximo contribuirá sin duda al progreso de nuestra doctrina en dicho país” (Vinyals, 1934, p. 315-316).

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agrícolas antiguas y modernas, inmensidad de fotografías, de escenas, cultivos, costumbres, etc. y gran cantidad de estatuitas, representando dioses varios, y entre ellos figura el Dios Hahnemann, con risa enigmática y en una mano un ramo como de hechicero (Vinyals, 1934, p. 319).91

Si por un lado se destaca el desarrollo de la homeopatía en el “mundo civilizado”, rara

vez aparecen noticias de los traspiés. En este caso, claramente se lo justifica por no pertenecer a

ése mundo:

Estonia.- En este país, contaminado quizás por la lógica y la moral bolchevique, no es de extrañar que ocurran cosas al revés de otros. Así, mientras que la Homeopatía progresa en todos los países civilizados, el Gobierno de este Estado en 27 de Junio de 1934, acaba de prohibir por un “úkase” y de un modo absoluto el ejercicio de la Homeopatía y la fabricación y venta de los remedios homeopáticos. El Dr. Assmann, presidente de la Liga Hom. Internacional, ha enviado su protesta al Gobierno estoniano. Esperamos que una rápida solución haga terminar este conflicto –propio de otras épocas–, instigado probablemente por la alopatía local que no desea estar expuesta a comparaciones terapéuticas.92 Los anuncios sobre los logros de la homeopatía siguen llegando a la redacción de la

revista y sirven explícitamente como validadores ante la sociedad local:

[…] en la publicación de noticias solicitada por la Liga Homeopática Internacional figuran algunas que adquieren singular importancia para nosotros, porque revelan que ahora, más que nunca, en los centros científicos europeos se presta atención preferente a la Homeopatía. Y nos halaga la constatación porque ya no será posible que permanezca desconocida por nuestras entidades universitarias (Semich, 1935d, p.129). Estos prodigios legitimadores incluyen una conferencia en la Universidad de Granada

“donde se expusieron casos clínicos que demuestran en forma terminante el inmenso valor de

nuestra terapéutica”, una clase de Farmacognosia en la Facultad de Ginebra y varias

conferencias en distintos centros homeopáticos de Francia y Brasil (Semich, 1935d, pp. 129-

130). Tales noticias llegaron también con dos misivas de apoyo, una del Dr. Assman, presidente

de la Liga Homeopática Internacional y una carta del Dr. Vinyals, médico de Barcelona y

representante de la Liga para los países de habla hispana (Editorial, 1935, p. 153).

En el número de julio-agosto de 1935, se publica en portada un editorial sobre el

próximo “Congreso Internacional de Homeopatía” de Budapest que “congregará a los más

famosos cultores de la doctrina de Hahnemann […] alrededor de 150 médicos representantes de

más de 20 naciones” (Editorial, 1935, p 201). Sostienen que no pueden rechazar la posibilidad

91 Sólo un párrafo empaña la descripción: “Ya en Ámsterdam, visitamos el puerto, parte antigua de la ciudad y el arrabal judío, no muy sobrado éste de limpieza, y que por ser sábado estaban cerradas absolutamente todas las tiendas… Sólo unos mercaderes callejeros de frutas, quesos y arenques, aumentaban la suciedad de este barrio feo y maloliente” (Vinyals, 1934, p. 319). 92 Se reseña que la fuente es: Informaciones transmitidas por la “Comisión de Prensa y Propaganda Homeopática” de la Liga Homeopática Internacional, en “Notas clínicas y terapéuticas” (1934), en Homeopatía, año I, nº 11-12, p. 381.

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de asistir al congreso, evidenciando la importancia estratégica de legitimar en el exterior su

posición interna:

Por la mera circunstancia de que las universidades argentinas permanezcan aún totalmente ajenas al poderoso movimiento científico mundial en favor de la Homeopatía, no era posible hacer oídos sordos y cerrar los ojos a la evidencia […] Nuestro presidente, doctor Godofredo L. Jonás, será así, como delegado, el portavoz de la única institución médica argentina que ha sabido responder a estos imperativos técnicos y culturales de nuestro tiempo. Por virtud de ello, nos incorporamos ya definitivamente a una corriente científica cuya fuente de origen ha surgido en los más prestigiosos centros intelectuales del mundo. Desde ahora se advertirá allí que hay entre los médicos argentinos un núcleo bien seleccionado –y como tal poco numeroso– por su capacidad y aptitud de trabajo (Editorial, 1935, p. 201).93

Al enviado se le organizó una “demostración” de “afectuosa adhesión” antes de su

partida y a su regreso dictó una conferencia “refiriendo las impresiones recogidas en el ambiente

homeopático europeo” (SMHA, 1935, p. 249) que llevaron a uno de los asistentes94 a “confiar

decididamente en el futuro de nuestra Sociedad como entidad médica que cuenta en su seno con

profesionales excelentemente dotados, por sus vastos conocimientos científicos y especiales,

para llevar a alto nivel la cultura médica de nuestro medio” (SMHA, 1935, p. 250).

En dicha conferencia, además de la usual descripción geográfica y culinaria, Jonás

resume buena parte de las exposiciones realizadas en el congreso, muchas de las cuales han sido

acompañadas de folletos que se anexan a la biblioteca de la SMHA. El esperanzado racconto de

los éxitos institucionales de la homeopatía en distintos países, va precedido de alguna dificultad

“sufrida” por los médicos de Hungría, a quienes se los incluye en una “charla oficial sobre

charlatanismo” (Jonás, 1935b).

En 1936 se consigna la primera recepción de un médico extranjero, el uruguayo Vado

Duce, que asistió a la celebración del natalicio de Hahnemann (Editorial, 1936, p. 120) y se

envía una carta de felicitación al Dr. Manuel Torres Oliveros, nuevo director del Instituto

Homeopático y Hospital San José, de Madrid. En esta misiva se aprovecha para hacer alusión a

la SMHA y los cursos que en ella se dictaron (Semich y Jonás, 1936d, p. 155).

93 Esta explicitación del carácter legitimador del congreso se repite en el primer editorial de 1936, en el que se reseña que Jonás ha sido designado representante de la Liga Internacional Homeopática: “tal designación –aparte lo que de significación consagratoria tiene para quien ha realizado una inteligente y perseverante campaña en nuestro ambiente en pro de las ideas homeopáticas– implica que en los países europeos se nos tiene debidamente en cuenta y se reconoce la existencia de un núcleo de profesionales capacitados y con suficiente personería para el ejercicio de la Medicina Homeopática” (Semich, 1936a, p. 1). 94 Según reseña el editorial fue el Dr. Tomás Paschero, uno de los fundadores de la SMHA, quien en 1971 funda una nueva asociación: La Escuela Médica Homeopática Argentina (que luego llevaría su nombre), de fuerte orientación psicoanalítica.

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Este contacto fluido con otras instituciones se cristaliza a fines de 1936 en un artículo

sobre el “Estado actual de la Homeopatía en el mundo” que contiene descripciones y numerosas

fotografías de instituciones y publicaciones de más de treinta países, con especial detalle en las

de EE.UU., Inglaterra y Francia (Deveze, 1936). Dicha descripción es justificada por Jonás:

Como Buenos Aires es la única ciudad grande del mundo donde no existe un Hospital Homeopático, damos a continuación una reseña general de las actividades homeopáticas que se desarrollan en casi todos los países del mundo para demostrar la necesidad de crear una Institución de ese género en la gran capital de la República Argentina (Jonás, 1936a, p. 307). Por entonces también se reproduce un informe del congreso internacional realizado en

Agosto de 1936 en Glasgow (del que ya se habían publicado dos misivas durante el año), al que

no asiste ningún médico argentino y no se le otorga mayor importancia.

En 1937 se destaca el Congreso de la Liga Homeopática Internacional en Berlín,

“combinado con el Congreso de la Federación Central de Médicos Homeópatas de Alemania”

por lo cual sería “por su volumen uno de los más numerosos que se hayan llevado a cabo hasta

la fecha” (Jonás, 1937, p. 163), para el que se designa como representante al Dr. Francisco

Monzo (Jonás, 1937, p. 165). El representante argentino destaca que el congreso estuvo

patrocinado por “el gobierno del Reich”95 y que

[…] el frente de la Universidad [estaba] totalmente embanderado y la insignia del Congreso [se cernía] sobre su pórtico, dando muestras inequívocas del adelanto científico del pueblo alemán, y especialmente el de su cuerpo médico, que sabe investigar y estudiar, llegando a conclusiones positivas, y no se enrola a priori en conceptos equivocados tan perniciosos para la humanidad (Monzo, 1937, p. 289). Monzo aprovechó la ocasión también para invitar al congreso a “algunos compatriotas

que se hallaban en Berlín como asistentes a uno de los cursos de la Academia Germano Ibero

Americana de Medicina” (Monzo, 1937, p. 298) quienes, según el cronista, se sorprendieron

ante el reconocimiento alemán de la homeopatía (Monzo, 1937, p. 289). Durante el evento,

además de renovar la vicepresidencia de la Liga para Argentina a Jonás, se decidió agregar a los

idiomas oficiales el español, “de modo que desde el próximo Congreso habrá intérprete para

95 Para dar muestras del apoyo oficial al congreso, Monzo señala también que asistió al congreso el “señor Rodolfo Hess, representante del ‘Fuehrer’ y ministro del Reich”, el “Director General de Sanidad”, el “Jefe del Cuerpo de Farmacéuticos del Reich” y “autoridades de la ciudad de Berlín”. También puede observarse una fotografía del público asistente en el que se destaca una primera fila poblada de uniformes militares con el brazalete de la svástica (Monzo, 1937, p. 297). Se destacan las palabras de Rodolfo Hess, ministro del Reich, quien dice haber asumido “el patrocinio del Congreso […] con el propósito de manifestar el interés que el Estado nacional-socialista tiene en todos los métodos terapéuticos terapéuticos que contribuyan al mejoramiento de la salud del pueblo, invitando a la vez a todo el cuerpo médico a examinar desapasionadamente los métodos rechazados y hasta hostilizados” (Monzo, 1937, p. 290).

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96

este idioma, debiendo hacer por lo tanto el delegado argentino la comunicación en español”

(Monzo, 1937, p. 301).96

Así como Jonás hizo una escala en París en su viaje a Budapest, Monzo visitó la ciudad

de Río de Janeiro, donde estableció fuertes vínculos con el Instituto Hahnemanniano del Brasil,

conociendo además a las autoridades de la revista Voz Homeopática, la Facultad de Medicina

Homeopática y el Hospital Homeopático. Allí recibe reconocimiento como “parte integrante de

ese abnegado y altruista grupo de médicos, cuya capacidad científica y visión clínica conducirán

en el camino de la verdad a la medicina […] miembros de la SMHA, va, con inteligencia,

capacidad profesional y cultura científica, concurriendo a la franca prosperidad que señala a la

Homeopatía la República Argentina” (Monzo, 1937, p. 303).

A pesar de que se destaca la “importancia del congreso de la Liga Internacional en

Niza”, en 1938, apenas se dedican tres páginas a la reseña del mismo (Editorial, 1938d). En

dicha reseña pareciera que el congreso ha sido cooptado por la sociedad homeopática local y en

las resoluciones se espera que “trascienda las fronteras de Francia” y se supere a la “ortodoxia”,

sin que los médicos argentinos hagan algún comentario.

Si durante 1938 crece decididamente el intercambio epistolar con Brasil,97 ya en 1939, y

naturalmente en los años subsiguientes, no se hace referencia a congresos europeos, con lo cual

empieza a tomar mayor importancia los lazos con las sociedades americanas. Es así que se logra

un importante contacto con el congreso panamericano (Gacetilla, 1939), con médicos de México

y EE.UU. que redundará en un apoyo importante reseñado en el próximo capítulo.

Finalmente, no obstante, para abonar la idea general de este apartado acerca del valor de

los lazos internacionales en la constitución, legitimación y ampliación del grupo local, vale citar

las palabras de Jonás quien pide que “los homeópatas sudamericanos nos hagamos presentes” en

el Congreso Médico Homeopático Panamericano de 1940:

[…] los médicos homeópatas en todas partes permanecen separados, no tienen una unidad conjunta que los haga formar grupos numerosos, que sería la única forma de propender a la expansión de la Homeopatía dentro de la clase intelectual. […] los congresos reúnen muchos médicos homeópatas y ese trato con los compañeros de otros países educa los sentimientos, pone activos los cerebros y los hace más abiertos en la comprensión de estas cuestiones.

96 A pesar de la admiración por el régimen nazi de parte de la sociedad porteña de aquellos años, el alemán no era un idioma comúnmente manejado. En el último número de Homeopatía de 1937 se publica un resumen de las comunicaciones al congreso de Berlín con la siguiente aclaración: “estas comunicaciones han sido traducidas del alemán al francés, y luego trasladadas al español” (SMHA, 1937b, p. 378). 97 Véase capítulo siguiente.

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97

El progreso de las Sociedad Científicas suele deberse, en la práctica, a la labor de unos pocos que son los que en realidad trabajan. Hay que conseguir por todos los medios una mayor colaboración de los demás, a objeto de que no se pierdan energías que pueden ser útiles. Debemos admirar a los que trabajan y animarlos con nuestra solidaridad para que triunfen, mirando siempre con entusiasmo su labor. (Jonás, 1940, p. 123-124).

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98

CAPÍTULO 5. LA PELEA CON EL “VIEJO ROL”

En el capítulo precedente se mostró la manera en la que un “nuevo rol” homeópata se

iba constituyendo como tal, definiéndose, es decir, marcando los límites con respecto al otro rol

(el alópata, oficial), buscando identidades en el pasado y en el exterior, presentándose ante la

sociedad como legítimamente válido. Ahora bien, como se ha visto, el sólo acto de marcar el

límite entre una terapéutica y la otra, implicaba diferenciarse de una identidad a la que también

se caracterizaba o caricaturizaba, imponiéndole definiciones entre lo imaginario y lo “real”.

Sólo esta acción implicaba una disrupción, un enfrentamiento: desde una posición

marginal (y subordinada) se empezaba a configurar un contexto pleno de conflictividades para

la profesión médica (durante el cual se percibían cuestionamientos sociales). En ese marco, un

grupo de médicos expresa que el sistema de curación que sostiene el Estado no sólo no es

efectivo, sino que es producto de una lógica absurda y se traduce en una práctica nociva para los

pacientes.

Este apartado constituye una revisión de los enfrentamientos en los cuales se hace

presente la intervención más o menos directa de los defensores del “viejo rol”, la medicina

oficial, tan frecuentemente representados por los autores y editores de Homeopatía en función

de la construcción social y legitimación de su disciplina. Curiosamente, no sólo son

representantes médicos sino también de otra disciplina aledaña: los farmacéuticos del

Departamento de Higiene, en defensa de la medicina alopática u oficial.

En función de facilitar la lectura, se presentan a continuación, somera y

cronológicamente, cuatro episodios de enfrentamiento directo (entre la SMHA y representantes

de la alopatía) el último de los cuales deriva en la obtención de reconocimiento jurídico por

parte de la institución homeopática. En tres de ellos, los conflictos locales (por la expulsión de

un médico homeópata de la UNLP, la prohibición de venta de medicamentos homeopáticos y el

pedido de reconocimiento jurídico para la Sociedad), aparece constantemente la cuestión de la

delimitación de un nuevo rol médico o de configuración institucional, entramando lo que sería

una disputa con una cuestión más amplia de controversia cognitiva. El caso restante, la

discusión con un Decano de una Universidad francesa, está más ligado a la cuestión cognitiva.

Posteriormente, se utilizan dos ejes para analizar con mayor detalle los argumentos

esgrimidos en estos enfrentamientos: primero, la estructurante dicotomía entre moderno y

arcaico y, en segundo lugar, los argumentos de validez y cientificidad (carácter científico de las

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99

terapéuticas) como delimitación de lo válido. Si bien aparecen imbricados, difusos y ambiguos

la separación de los ejes permite, en el caso de la dicotomía entre lo moderno y lo arcaico

encontrar mayores marcas de época, más allá de una base estructurada de razonamientos, y en

cambio, en el caso de la discusión sobre lo válido y lo científico, una estructura que bien puede

identificarse con los argumentos actuales que han sido señalados en el capítulo Homeopatía de

este trabajo.

Los conflictos

Primer conflicto: expulsión de un médico de la Facultad de Medicina de la UNLP

En este conflicto interviene Ernesto González Ávila, un médico profesor de la Facultad

de Ciencias Médicas de la Universidad de La Plata (que en forma particular ejerce la

homeopatía), el Consejo Académico de dicha universidad (consejeros médicos y delegados

estudiantiles) y la Sociedad Médica Homeopática Argentina (el presidente Godofredo Jonás y el

secretario Rodolfo Semich). A raíz de que González Ávila publica un aviso promocionándose

como médico homeópata, el Consejo Académico decide suspenderlo, lo cual provoca las

protestas airadas tanto del médico como de la SMHA.

En el segundo número de Homeopatía de 1935, aparece una nota titulada “Los primeros

conflictos” en la que Rodolfo Semich explica que “La SMHA intervino en el conflicto

planteado en la Facultad de Ciencias Médicas de La Plata […] porque lo juzgó su deber”

(Semich, 1935b, p. 33), ante la suspensión de un profesor por promocionar la atención

homeopática en su consultorio privado, en diciembre de 1934. En dicho número se adjunta,

además, una copia del acta de la sesión en la que se pide la destitución del Profesor Ernesto

González Ávila, una nota de éste al Decano y otra de la SMHA al Consejo Académico reunido

en dicha sesión. Además, se publica un discurso que pronunciara el presidente de la Sociedad,

Godofredo Jonás, en un acto de “homenaje y desagravio” organizado por la institución

homeopática en el Alvear Palace Hotel el 23 de febrero.

Según consta en el acta del Consejo Académico,98 a instancias del “Delegado

Estudiantil”, Enrique Benedetti, se lee un aviso publicado en “los diarios locales” en los que

González Ávila es promocionado como “Médico Homeópata” y “Profesor libre de la Facultad

de Medicina”. Para Benedetti, “un profesional que emplee métodos curativos reñidos con las

98 Del diecinueve de diciembre de 1934. Copia del acta de la VIIIª Sesión del C. Académico de la Facultad de Ciencias Médicas de La Plata, 19 de diciembre de 1934, en Homeopatía, año II, nº 2, p. 35-36.

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100

enseñanzas que se vierten en la Facultad, no puede seguir siendo profesor de la misma” y aún

más, “mociona para que se solicite del Ministerio de Guerra las razones por las cuales el doctor

González Ávila fue separado de su puesto de Médico del ejército nacional”.99

Dos Consejeros médicos, Diego Argüello y Francisco Rophille, apoyan la moción y éste

último cree que “lo que corresponde es la suspensión [de González Ávila] hasta tanto una

Comisión nombrada por el señor Decano estudie el asunto, y que en caso de comprobarse la

falta denunciada debe aplicar sanción al citado profesor”. En cambio, el Dr. Antonio

Montenegro cree conveniente que “se establezca con toda exactitud, si el aviso fue o no

publicado por el doctor González Ávila”. Finalmente, se vota por unanimidad la moción de

Rophille y se otorga la autorización pedida por el Decano Héctor Dasso a “suspender al doctor

González Ávila en sus funciones” y a designar (considerando la opinión de Montenegro) una

“comisión que investigue los cargos formulados por la Delegación Estudiantil”. Los

representantes estudiantiles “piden que se haga constar su aplauso por la resolución”.100

En una nota al Consejo Académico,101 González Ávila expresa su “extrañeza por no

haber sido citado a integrar la mesa de examen de Clínica Otorrinolaringológica” y que ante la

presentación por Mesa de Entradas de dicha “extrañeza” había sido comunicado

“telefónicamente, de parte del señor Decano, por un empleado de Secretaría, que dicha citación

no había tenido lugar en virtud de que, por resolución del Consejo Académico, había sido

suspendido” (González Ávila, 1935a, p. 36-37). Incluso habiendo sido noticia del diario “El

Día” el tres de enero, el profesor no había recibido “hasta el presente, una comunicación oficial

por escrito, como es correcto y de práctica” (González Ávila, 1935a, p. 37) sobre la resolución.

Según él mismo narra, “llevado por la explicable curiosidad de conocer los motivos de

tan extraña resolución” tuvo que asistir a la Secretaría para leer el acta de la Asamblea. A partir

de lo cual establece comentarios sobre la misma: “las razones aducidas por el delegado

estudiantil carecen de valor lógico, cosa explicable en un alumno […] y debo ser tolerante. Pero

99 Copia del acta de la VIIIª Sesión del C. Académico de la Facultad de Ciencias Médicas de La Plata, 19 de diciembre de 1934, en Homeopatía, año II, nº 2, pp. 35-36. 100 Copia del acta de la VIIIª Sesión del C. Académico de la Facultad de Ciencias Médicas de La Plata, 19 de diciembre de 1934, en Homeopatía, año II, nº 2, p. 36. Lo cierto es que el problema de la propaganda médica no era menor en aquella época, tal es así que “en 1936 la dirección del Departamento Nacional de Higiene dicta una resolución por la cual encarga a la Sección Ejercicio de la Medicina y Profesiones Conexas, la fiscalización de la propaganda profesional” (Belmartino y otros, 1988, p. 109). Sin especificar la entidad, Belmartino sostiene que el reglamento de la Facultad de Medicina es claro respecto a la propaganda y que “estaba vedado a los docentes el anuncio de tratamientos ‘especiales, radicales o infalibles’. El incumplimiento de dicha disposición era causa suficiente para que el Consejo decidiera la exoneración del culpable (art. 163)” (Belmartino, 1988, p. 109). 101 Sin fechar, pero presumiblemente de finales de enero o principios de febrero de 1935.

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101

tal tolerancia no puede ser extendida hacia quienes deben tener mayor responsabilidad

intelectual y científica” (González Ávila, 1935a, p. 37). Confirmando las pocas expectativas de

ser reincorporado a la Facultad, concluye que todo esto es un “triste espectáculo” para el que

“será inútil toda tentativa ulterior de rectificación”. Se declara homeópata “a mucha honra” a fin

de “evitar un trabajo a la Comisión que intervenga, por cuanto no tiene nada que averiguar

acerca del aviso que, como profesional, tengo derecho a insertar en los diarios” sugiriendo que,

“antes de emitir opinión” se dirijan a la “Sociedad Médica Homeopática Argentina” (González

Ávila, 1935a, p. 39).

En la breve nota que Jonás y Semich, en carácter de presidente y secretario de la

Sociedad, respectivamente, envían al Decano, Dr. Héctor Dasso, establecen una lucha de

unanimidades… Si la Asamblea del consejo se decidió por tal mayoría, lo mismo ocurrió en la

“sesión plenaria” del quince de febrero de 1935 en la SMHA, en la que también por

“unanimidad” resolvieron: “elevar una protesta al Consejo Directivo”, “manifestar su extrañeza

por el desconocimiento absoluto […] respecto de la Homeopatía”, y “solidarizarse” con el

profesor suspendido (Semich y Jonás, 1935, p. 40). Además, se organizó una “fiesta en

homenaje y desagravio” para González Ávila el veintitrés de febrero de 1935, donde Jonás hace

un llamamiento a la “resistencia” de los homeópatas, basándose en la tradición homeopática de

“lucha” y en la unión en torno a la SMHA, así, los amigos que cada médico pierda entre los

“alópatas” los ganará entre los homeópatas con “amistad y compañerismo verdadero”.

La polémica por la suspensión de González Ávila es leída por el médico catalán

Augusto Vinyals que envía una nota de apoyo y felicitación por Homeopatía, y da aviso a la

presidencia de la Liga Homeopática Internacional, cuyo presidente, a su vez, felicita al

presidente de la SMHA, Godofredo Jonás, por la defensa y exhorta a que le envíen noticias

“sobre el progreso y el desarrollo de la Homeopatía en Argentina” (Editorial, 1935, p. 153).

La discusión con Mauriac

En abril de 1936, Rodolfo Semich inicia una discusión con el Decano de la Facultad de

Medicina de Burdeos, Dr. Pierre Mauriac, autor de una Crítica general de la Homeopatía,

artículo aparecido en Le Monde Medical en enero de ése mismo año. Utilizando términos

descalificadores (lo acusa de “múltiples errores de concepto”, y de “confesar dolorosamente sus

fracasos”), Semich se encarga de poner de relieve algunos comentarios de Mauriac y dar

respuesta a cada uno de ellos (Semich, 1936b), todos ellos en torno a aclarar cuestiones

cognitivas de la homeopatía.

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De un orden menor que el resto de los conflictos de este capítulo, el hecho de que

Mauriac haya leído y contestado el artículo de Semich, además del carácter específicamente

cognitivo de la discusión, permite obtener ciertas consideraciones relevantes. En efecto, la

respuesta del Decano de Burdeos llega en forma de breve misiva manuscrita, en junio de 1936,

dirigida al presidente de la SMHA, Godofredo Jonás:

No tengo la intención de responder al señor Semich, porque la discusión científica supone por lo menos el respeto de los textos. Puede, como pretende el señor Semich, que cometa errores, pero jamás falsifiqué un texto. Quiero creer que el señor Semich puede decir lo mismo sobre eso; le queda entonces aclarar en su periódico que pone bajo mi pluma una frase que jamás escribí. "Siendo muy pobre su materia médica..."102 Yo había escrito: "Siendo muy pobre su materia experimental..."103 No es lo mismo: la materia médica, en francés, no es materia experimental... en español tampoco. Espero la rectificación y los saludo distinguidamente (Mauriac, 1936, p. 249, original publicado en francés, traducción propia).104

La respuesta de Semich no se hace esperar: lo primero que hace es aclarar que obtiene

de la “edición española” de “Le Monde Medical” (indicando página y número de línea) la frase

“siendo muy pobre su materia médica”. Lejos de plantearse si la traducción de la edición

española es o no fiel a la intención del Decano de Burdeos (sobre todo considerando que

Mauriac lo había intentado aclarar) la vuelve a utilizar para afirmar que “queda así demostrado

categóricamente, mediante aporte de pruebas fehacientes, que la cita que hice de los términos

por él empleados es exacta y literal” (Semich, 1936d, p. 251). Menciona, asimismo

“escapatorias muy usadas en casos análogos”, como “errores de imprenta” o “inculpar a la

traducción de tergiversar conceptos”, por lo cual adjunta una copia de la carta manuscrita de

Mauriac. No obstante, también le parece que “lo que su nota quiere corregir empeora la cosa”:

“se escriba en francés, español, alemán o inglés, la materia médica homeopática es

experimental. Uno de los méritos más admirables de la Homeopatía es que los medicamentos

usados fueron experimentados concienzudamente” (Semich, 1936d, p. 252, destacado del

original).

Semich resalta que “Hahnemann inauguró esta admirable técnica y para que no fuera

ignorado el criterio que lo había inspirado dejó impresa una serie de obras que merecen ser

veneradas, entre otras ‘El Organon’, que constituye un magnífico tratado de medicina

experimental”. Posteriormente, cita varios “parágrafos” de la obra “en francés, porque así los

entenderá mejor”, en los que se resalta la experimentación en el hombre sano y cómo se

construye a partir de allí la materia médica (Semich, 1936d, p. 253).

102 En español, en el original. 103 “Souffrant de leur indigence en matiére expérimentale”. 104 En la página siguiente se reproduce un “facsímil” de la breve nota con membrete de Mauriac (Homeopatía, año 3, nº 8, p. 250).

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Semich finaliza el castigo a Mauriac, a quien califica de ignorante, indicando que estas

apreciaciones las hace a partir del manuscrito que “apagará, seguramente, cualquier deseo de

rectificación” y le “servirá de advertencia al señor Profesor Mauriac para no reincidir” (Semich,

1936d, p. 254).

La pelea por el reconocimiento jurídico

En el conflicto que se alude a continuación intervienen, además de la SMHA, la

Academia Nacional de Medicina105 y el Ministerio de Instrucción Pública, con su organismo

dependiente, el Departamento Nacional de Higiene106 (a su vez con la intervención de la

Inspección General de Farmacias). La disputa por el reconocimiento jurídico de la Sociedad, se

inicia el 27 de octubre de 1936, cuando los doctores Godofredo Jonás (presidente) y Semich

(secretario) iniciaron el trámite con una presentación formal ante la Inspección Nacional de

Justicia (Ministerio de Instrucción Pública). Unos meses antes, en la conmemoración del

natalicio de Hahnemann, aparecen algunos comentarios que dan una idea de por qué emprenden

esta misión:

En nuestro país, como en todas las naciones latinas, sólo el aproximarse a las situaciones oficiales, al Estado, da consideración y autoridad. Aquí tenemos médicos, abogados y maestros oficiales; las artes y las letras son consagradas solamente cuando el Estado los distingue y recompensa con premios; pero todo lo que el Estado no toma en cuenta ya no tiene ningún valor y quien siente o habla fuera de la tutela del Estado y en contra de las Academias que se dicen científicas, comete una herejía y debe ser despreciado. […] mientras la libertad de enseñanza sea un mito o una hipocresía hábilmente enmascarada, tendremos que luchar mucho, y por largo tiempo vernos en inferioridad de condiciones, ya que el gran público no ve con beneplácito nada más que lo que el Estado protege.

105 Luego de una efímera vida entre 1822 y 1824, la Academia Nacional de Medicina fue refundada “recién durante el gobierno del general Manuel Pinto y su ministro Valentín Alsina que por decreto del 29 de octubre de 1852 [divide al cuerpo médico] en tres secciones a saber: Facultad de Medicina, Consejo de Higiene Pública, Academia de Medicina”. Siendo “su objeto en general […] el adelantamiento de la medicina y de sus ciencias auxiliares” y quedando inicialmente compuesta por “todos los facultativos que compongan hoy la Facultad y el Consejo de Higiene”. En el último cuarto de siglo, “La Academia cesa en sus funciones directivas, aunque permanece, desde 1908, anexada a la Facultad de Medicina como ente asesor de la misma, hasta 1925” a partir de allí hasta 1952 pasa por un período de autonomía en el que se “separa de la Universidad a las Academias y procede a organizarlas como entidades autónomas” (Quiroga, 1972, sin foliar). 106 En 1852 se crea el “Consejo de Higiene” a nivel bonaerense. Ya en diciembre de 1880, con la creación del Departamento Nacional de Higiene, “Argentina se convierte en el primer país de Latinoamérica que organiza burocráticamente una unidad estatal para tratar asuntos de salud. Sus objetivos eran: organización del cuerpo médico de las fuerzas armadas, elaboración y aplicación de medidas sanitarias y profilácticas generales y específicas contra enfermedades a nivel nacional, control del ejercicio de la medicina y farmacia, inspección de la vacunación, de la industria y mejoramiento de la higiene pública de la Capital Federal” (Estébanez, 1996, p. 431).

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Los intereses creados alrededor de lo que se llama “Ciencia Médica oficial”, aunque esto parezca una mentira, mantienen a la Medicina en un estado como jamás se ha visto desde que el mundo tiene historia (Editorial, 1936, p. 118).

Según estas palabras, pronunciadas por Jonás tras un “banquete” entre médicos

homeópatas, existe una “frontera mágica” entre lo que es protegido por el Estado y lo que

permanece fuera. Siguiendo este razonamiento, no sólo se premia a lo que ya posee una

legitimidad legal, sino que se segrega socialmente y se persigue a lo que está por fuera, lo cual

afecta al “gran público” que no es otra cosa que potenciales clientes.

El Ministro de Justicia e Instrucción Pública, Dr. Jorge de la Torre,107 para poder

expedirse sobre el pedido de la SMHA, pidió “opinión” al Departamento Nacional de Higiene.

Este emitió un dictamen (el siete de junio de 1937) basado en un informe de la dependencia de

Inspección General de Farmacias. El dictamen “aconseja no acceder a lo solicitado” (Informe

del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p. 273) por las autoridades de la Sociedad

Homeopática.

Los argumentos son variados y, someramente, van desde que la homeopatía “no se

enseña en las facultades” (p. 266), tiene un trasfondo “místico” ya que “opera cambios

invisibles” y se basa en una “potencia morbífica natural” (p. 266), alude a que las curaciones

que se le atribuyen forman parte de “fenómenos naturales de la enfermedad” (p. 267), “los

medicamentos no están aprobados” por la farmacopea argentina (p. 268), si se autoriza esto

resultará difícil “desautorizar al curanderismo” (p. 269), la SMHA promovería “la instalación

conjunta de dispensarios y farmacias” con claros “fines comerciales” y sumado a la

“predisposición de los enfermos a curarse por fuera de lo científico” (Informe del Departamento

Nacional de Higiene, 1937, p. 273).

En resumen, el Departamento Nacional de Higiene se basa en un informe de su

dependencia de “Inspección General de Farmacias” para aconsejar “no acceder” al

reconocimiento jurídico de la SMHA, a partir de la puesta en duda de la eficacia del

medicamento homeopático y la denuncia de “falta de pruebas científicas”, con el consiguiente

“gran peligro, en que enfermos portadores de cuadros clínicos perfectamente curables, pierdan

tiempo en ensayos de medicaciones y dosis que no son las oficialmente enseñadas y

aconsejadas” (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, pp. 272-273). Es decir, lo

que pudiera ser un informe más bien técnico, alude a cuestiones de relación médico-paciente,

proliferación del curanderismo y aceptación de la homeopatía en círculos médicos.

107 Este Ministro fue cuestionado por entonces por firmar un decreto de normativa educativo institucional con inspiraciones filofascistas y contra la militancia política de grupos estudiantiles, en el contexto de un gobierno conservador y autoritario, que conllevó la expulsión de alumnos de varios centros de enseñanza.

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105

En septiembre de 1937, tres meses después de que el Consejo emitiera su dictamen,

Semich y Jonás presentan una respuesta nuevamente ante el Ministro de Justicia e Instrucción

Pública. En ella, parten de excusar la larga extensión debido al “ataque desconsiderado e injusto

que el Departamento Nacional de Higiene lleva contra la homeopatía, a la que desconoce su

carácter científico” (Jonás y Semich, 1937, p. 274).

Punto por punto, cuestionan los argumentos del Departamento: consideran a la Facultad

de Medicina “exclusivista” (p. 274), critican que se pida opinión a la dirección de Farmacia y

afirman que la farmacopea argentina está “atrasada” (p. 275), y hacen una extensa explicación

sobre de qué manera funciona la ley de la similitud y de los infinitesimales (aún en la alopatía) y

hacen un extenso racconto de los lugares donde la homeopatía es reconocida (Jonás y Semich,

1937, p. 274).

Afirman, además, que habían “invitado al presidente del Departamento Nacional de

Higiene en varias oportunidades” para demostrar su forma de atención, que “cuentan con varios

miles de historias clínicas” con “curaciones exitosas”, que “la creación de centros de atención”

no es con “fines de lucro”, sino para “contribuir al estudio, progreso y difusión de la

homeopatía”, tendiendo a beneficiar a la “clase pobre”, que “no existe propósito alguno de crear

farmacias y consultorios con fines comerciales”, a pesar de lo cual están “dispuestos a

considerar cualquier sugestión o indicación por parte del Gobierno sobre reforma de los

Estatutos proyectados” (Jonás y Semich, 1937, pp. 288-290).108

Los médicos homeópatas no recibirían mayor respuesta hasta un año después de que

enviaran la misiva, luego del cambio de cúpula del Poder Ejecutivo, con el nuevo Ministro de

Justicia e Instrucción Pública, Dr. Jorge E. Coll,109 quien recibe a los homeópatas y pide nuevos

informes (atendiendo a las objeciones del Departamento de Higiene) a la Academia de Medicina

y a las embajadas argentinas en EE.UU. y Alemania (Coll, 1938).

Las embajadas remiten informes favorables a la Homeopatía (Informe de la Embajada

Argentina en Washington, febrero de 1939; Informe del Ministerio de Relaciones de Alemania a

la Embajada Argentina, marzo de 1939), ya que indican formación y atención legal en Estados

108 Como anexo dicen anexar informes de la legislación en varios países (Alemania, Italia, Francia, Inglaterra, EE.UU., México, Brasil, Chile, China e India). 109 Jorge Eduardo Coll, conocido por redactar una reforma al Código Penal en 1937, por acciones ejecutivas como financiar lo que luego sería la Feria del Libro y conseguir la aprobación en el Congreso de un millonario presupuesto para la construcción de una sede para la Facultad de Ingeniería, en cinco minutos, casi a las seis de la madrugada, en medio de acaloradas protestas (ver Huertas, 2005).

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106

Unidos y Alemania, así como legislación específica para los fármacos en este último. Por su

parte, la Academia Nacional de Medicina (el seis de junio de 1939) emite un dictamen en el que

no la considera “científica”, que sus escuelas en otras partes del mundo “existen” –“aunque

cada vez menos numerosas”–, y que “esta Academia piensa que a los médicos diplomados en

Universidades nacionales no puede prohibírseles su aplicación” (Informe de la Academia de

Medicina, 1939, p. 293).110

Con el aval de la Academia y los informes favorables de las embajadas de EE.UU. y

Alemania, el camino parecía despejado. Sin embargo, poco después de que la Academia se

expidiera el Departamento Nacional de Higiene intentó una última jugada: prohibir la venta de

medicamentos homeopáticos.

La prohibición de los fármacos homeopáticos y la obtención de la personería jurídica

El Departamento Nacional de Higiene emitió a mediados de 1939 un “dictamen en

contra de la venta de productos homeopáticos” (Semich, 1939, p. 217, La Prensa, 7 de agosto de

1939). Ante tal acción, los médicos de la SMHA despliegan por primera vez diversos recursos

mediáticos y a su vez apelan a la colaboración de entidades homólogas de otros países y

continentales, consiguiendo que se movilicen a través de cartas al presidente de la Nación,

Roberto Ortiz y en medios de comunicación de sus países.

Luego de destacar lo “arbitrario” de la medida, Semich pone de relieve lo curioso que

resulta que el Dr. Jacobo Spangemberg111 firmara el dictamen del Departamento Nacional de

Higiene (en calidad de presidente) prohibiendo la venta de medicamentos, cuando días atrás,

como miembro de la Academia de Medicina, había firmado el pronunciamiento citado

anteriormente que abría una posibilidad de reconocimiento legal a la terapéutica homeopática.

Ahora bien, si el fallo de la Academia apunta al reconocimiento de una forma de

atención médica, la jugada del Departamento Nacional de Higiene lo hace respecto a la venta de

fármacos, dos actividades relacionadas estrechamente en la práctica pero con marcos diferentes.

Los fallos de las instituciones firmantes podrían estar representando dos grupos corporativos

distintos: farmacia y medicina. Es así que

110 El visto bueno de la Academia Nacional de Medicina fue firmado por los doctores Alberto Peralta Ramos, Gregorio Aráoz Alfaro, Rafael A. Bullrich, Mariano R. Castex, Jacobo Spangemberg y Carlos Bonorino Udaondo. 111 El Dr. Spangemberg había presidido la Asociación Médica Argentina entre 1928 y 1930, era un reconocido médico que ejercía la docencia y la clínica médica en numerosos hospitales, miembro de la Academia de Medicina, que asumió la presidencia del Departamento Nacional de Higiene en 1934. Su labor en esta institución estuvo ligada principalmente al combate de la fiebre amarilla en zonas limítrofes.

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Después de haber soportado durante varias décadas las acusaciones de ejercicio ilegal y las pretensiones de control de su actividad formuladas por los médicos, hacia 1932 los farmacéuticos parecen tomar la iniciativa […] Se solicita la creación de la División Farmacia en el Departamento Nacional de Higiene, “integrada única y exclusivamente por farmacéuticos (…) concluyendo así, de una vez por todas, la injusta e irritante tutela que ejercen actualmente médicos sin noción alguna de lo que es y significa la profesión farmacéutica”112 (Belmartino y otros, 1988, p. 47).

Por un lado, el informe de la Academia de Medicina resalta que “el valor de científico

de la Homeopatía” es “muy discutido” y “hasta ahora, no aceptado por esta Institución”, además

de considerar que sus representantes son “cada vez menos numerosos” (Informe de la Academia

de Medicina, 1939, p. 293) lo cual concuerda con las ideas de la Inspección General de

Farmacias. La diferencia puede estar en el hincapié que han hecho en su momento Jonás y

Semich sobre la idea de que un farmacéutico parece inmiscuirse en cuestiones de terapéutica

médica. Lo que resulta indudable es que la prohibición que pretende el Departamento se realiza

dos meses después del Informe de la Academia de Medicina, como una forma de respuesta

táctica a esa suerte de “visto bueno” a la legalización de la homeopatía.

Es de destacar, además, que en la época había “descontento ante la inoperancia de los

organismos estatales encargados de la supervisión de las actividades relacionadas con las

condiciones de salud de la población” (Belmartino y otros, 1988, p. 111). Además, “las

apelaciones a la intervención estatal y las denuncias de casos concretos de violación de las

ordenanzas del Departamento Nacional de Higiene tuvieron escaso éxito” por lo que, ante lo

que parecía un organismo obsoleto, se comienzan a crear “Consejos Deontológicos” lo cual

muestra una brecha entre los médicos y el DNH, pero cuya “instalación generalizada requirió

todavía muchos años de demandas insatisfechas” (Belmartino y otros, 1988, p. 116).

El primer indicio de la prohibición que intenta establecer el Estado aparece en un aviso

del número de junio de Homeopatía (que salía al menos a mes vencido) en el que la “Farmacia

Central Homeopática” anunciaba:

A NUESTRA CLIENTELA Nos complacemos en comunicarles que las dificultades derivadas de las actuales circunstancias, no influirán en el desenvolvimiento de nuestras actividades, manteniendo los mismos precios, para nuestros preparados homeopáticos (Aviso, 1939, p. 215).

Un par de meses después, la SMHA se encarga de publicar un número exclusivo de

Homeopatía para explicar que el Departamento de Higiene busca normas en desuso,

sancionadas “décadas atrás” al sólo efecto de interponer un recurso legal que poco tiene que ver

112 La Nación, 3 de enero de 1932, p. 12, citado por Belmartino y otros (1988, p. 47).

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con un “debate científico” y, sobre todo, para poner de relieve el apoyo internacional que

lograron recabar luego de difundir la maniobra del Departamento.

Además de este número que corresponde a dos meses (julio y agosto), se movilizan

publicando una solicitada en La prensa el 2 de agosto de 1939, que logra gran repercusión en

ése y otros periódicos. La opinión del Departamento Nacional de Higiene es tomada por

publicaciones de distinto extracto ideológico como “arbitraria” (diario Nueva Palabra, 2 de

agosto de 1939) y “burocrática” (diario Bandera Argentina, 3 de agosto de 1939). La Razón

también se hace eco de la noticia y La Prensa entrevista el siete de agosto a Jonás y Semich y al

día siguiente publican también un editorial. Los argumentos a favor de la homeopatía, que

reproducen los diarios, son aquellos que los homeópatas se han encargado de utilizar en

Homeopatía en sus siete años de historia: la difusión en países centrales, la eficacia clínica y los

puntos flojos de la práctica “oficial”.

Si puede parecer significativa la promoción de los homeópatas en la prensa nacional, es

aún más sorprendente lo que ocurrió en Río de Janeiro. Aún antes de que la SMHA publicara la

solicitada en La Prensa, el Instituto Hahnemanniano y la Escuela Hahnemanniana de Río de

Janeiro difundió en los diarios O Globo y Da Noite la noticia y se reunió el dos de agosto para

tratar el caso argentino, cuestión que también fue difundida y en primera plana, como consta en

las “copias fotográficas” publicadas por Homeopatía (año VI, nº 7-8, pp. 264-265). Se destaca

un titular del Diario Da Noite (29-07-1939) que reza “Agora, a guerra á homeopathia!” sobre el

epígrafe “A saude publica da Argentina prohibiu a venda da homeopathia. A allopathia cada vez

mais penetra nos dominios da homeopathia!” y en O Globo (31-09-1939) “O combate á

homeopathia na Argentina causa sensaçao no Rio. Repercutiram vivamente nos meios medicos

e sociaes desta Capital as medidas tomadas pela Saude Publica do paiz irmao”.

Tal vez semejante muestra de poder de movilización mediática logró a su vez motivar a

los médicos porteños a promover una acción similar, la duda es acerca de cuáles eran los

tiempos de comunicación de la época. Por lo que se sabe, luego de reunirse en el Instituto

Hahenmanniano, los médicos homeópatas cariocas decidieron enviar un “telegrama” a los

argentinos (Solidaridad de los médicos y de la prensa del Brasil, 1939, pp. 266-267), Julio César

Mazuera Ayala, presidente de la Liga Homeopática Vallecaucana, de Colombia, habla de

“cables llegados de Buenos Aires” y W. Guild, presidente del Pan American Homeopathic

Congreso envía su misiva a la SMHA “por correo aéreo para que la reciba cuanto antes” (Guild,

1939, p. 230).

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Además de servir a la idea de cierta inmediatez en las comunicaciones de la época, pero

también la repercusión que tuvo en dichas instituciones la situación de la homeopatía argentina.

El representante colombiano envío una extensa carta (Mazuera Ayala, 1939) al presidente Ortiz

en el que expresa su preocupación por la situación planteada y comenta los principios de la

homeopatía y la extensión mundial de sus seguidores, adjudicando un lugar importante a la

SMHA.

Luis Salinas Ramos, homeópata mexicano representante del Pan American

Homeopathic Medical Congress para los países hispanoamericanos, hace lo mismo en una

misiva más breve pero más contundente: reconoce en Argentina “uno de los países más cultos

del mundo científico” con lo cual “es lógico suponer que se conoce el desenvolvimiento de la

Homeopatía en el mundo civilizado” (Salinas Ramos, 1939, p. 224), representada en el país por

la SMHA “instituida por médicos homeópatas de prestigio” por lo cual solicita se les de

“personería jurídica y de esta forma se ponga un dique a la verdadera charlatanería que trate de

escudarse en la homeopatía” (Salinas Ramos, 1939, p. 225) y “nombre una Delegación

integrada por Médicos Homeópatas, que representen oficialmente a la República Argentina en

nuestra próxima reunión” (Salinas Ramos, 1939, p. 226).

La tercera carta que recibe Ortiz, es del máximo exponente del Congreso Panamericano,

W. Guild, quien se muestra “grandemente sorprendido por el informe de que ciertas

prohibiciones y excesivas limitaciones habían sido oficialmente efectuadas por una Repartición

de su Gobierno sobre la práctica de los médicos homeópatas” (Guild, 1939b, p. 356). Hace un

informe de la situación de la homeopatía con especial hincapié en Estados Unidos, nombrando

presidentes atendidos con esa terapéutica (Hoover, Harding y Coolidge) y médicos del “alto

mando” del ejército que la ejercen, así como hace mención a normas que regulan y permiten tal

ejercicio. Por último, expresa que “le agradaría mantener correspondencia oficial o personal con

el Señor Presidente […] u otros funcionarios […] referente a esta cuestión, la cual es

verdaderamente de gran importancia para el ejercicio de una profesión liberal en su país y el

bienestar de su pueblo” (Guild, 1939b, p. 359).

Guild también envía una carta de apoyo al presidente de la SMHA, Godofredo Jonás,

aclarando que conocía la misiva enviada por Salinas Ramos al presidente Ortiz y que “se hará

todo lo posible para influir sobre los funcionarios de su Gobierno contra las calumnias y falsas

representaciones de aquellos que tratan de menospreciar la Homeopatía” al tiempo que invita

envíen un delegado “por avión si fuera necesario” para “presentar todos los aspectos de la

situación” y para llevarse “munición para la lucha, reclamando para la Homeopatía y los

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110

médicos homeópatas el ejercicio de sus derechos legítimos en la Argentina” (Guild, 1939a, p.

230).

La SMHA no consiguió enviar un representante, pero los resultados de la X Convención

del Congreso Panamericano, indican que la SMHA logró que una moción de Jonás (enviada por

correo) se apruebe (que “los trabajos de la próxima reunión se publiquen en Inglés y Español”

Salinas Ramos 1939b, p. 351) y que se solicite a John T. Lloyd Laboratories, Inc. se le envíe a

Jonás, en carácter de vicepresidente del Congreso Panamericano en Argentina, una “colección

completa de fotografías de sus laboratorios, así como propaganda de los medicamentos

elaborados en los mismos” con el fin de “defender los intereses generales de la Homeopatía en

nuestro Continente Americano” (Salinas Ramos 1939b, p. 355).

Movilización de la prensa, recortes de periódicos extranjeros, opiniones autorizadas (y

no tanto), anécdotas de celebridades, fotos de laboratorios, hospitales y monumentos, folletos,

menciones difusas a normativas, alusiones a textos centenarios, citas (o comentarios sin citar) a

textos con “pruebas” (sin desarrollo exhaustivo de las mismas), informes de embajadas en dos

países centrales (Alemania y Estados Unidos), aluviones de cartas… Todo un arsenal contra la

reacción, relativamente tibia, del Departamento Nacional de Higiene y la displicencia de la

Academia Nacional de Medicina.

Según informa en una nota al Ministro de Instrucción Pública el 29 de diciembre de

1939, la Inspección General de Justicia “ante la contradicción de los diversos informes

acumulados”113 resolvió realizar “una visita de inspección en la Asociación114 destinada a

constatar las condiciones de funcionamiento de la misma y establecer así, si sus finalidades

encuadraban dentro del concepto de bien común” (Nota de la Inspección General de Justicia,

1939, p. 294).

Como “el inspector, Sr. Lamarca […] puntualizó la situación de encontrarse

confundidos en la entidad, los móviles culturales y científicos, con actividades de ejercicio de la

profesión, lo que a su entender podría desvirtuar el principio de bien común prescripto en la

disposición legal pertinente” los miembros de la asociación de homeópatas no dudaron en

113 Citan los informes del Departamento de Higiene, de la Academia de Medicina y “elementos de juicio sobre opiniones y desarrollo de los principios homeopáticos en diversos países de Europa y América” presentados por “los interesados” (Nota de la Inspección General de Justicia, 1939, pp. 293-294) 114 Una de las cuestiones de forma fue cambiar la denominación de “Sociedad” por el de “Asociación”, con lo cual quedó el definitivo Asociación Médica Homeopática Argentina (ya en el número correspondiente a noviembre y diciembre de 1939 de Homeopatía, se hace constar el nuevo nombre, sin ningún tipo de aclaración al respecto).

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111

adaptar “la fisonomía de sus estatutos a modalidades exclusivamente científicas y culturales”.115

La Inspección General de Justicia confía en que van a “ahondar estudios, con el objeto de

establecer el verdadero carácter de la homeopatía” y que:

Esos estudios, efectuados por personas capacitadas y con título de médico, a los que la Academia de Medicina reconoce (informe de fs. 132), que pueden ejercer la homeopatía, incidirán, seguramente, en forma ventajosa en la completa dilucidación del problema controvertido con la repartición pública – Departamento Nacional de Higiene. Por ello, esta Inspección General es de opinión que puede accederse al pedido de concesión de personalidad jurídica solicitada (Nota de la Inspección General de Justicia, 1939, p. 294).

El 15 de noviembre de 1940, finalmente, se le otorga la personería jurídica a la AMHA

por decreto del vicepresidente Ramón S. Castillo, en ejercicio de la presidencia por enfermedad

del presidente Roberto Ortiz, firmado el 15 de noviembre de 1940: “visto […] el dictamen

favorable de la Inspección General de Justicia” (Decreto el Poder Ejecutivo, 1940, p. 295). Se

cerraba así el ciclo en el que las instituciones representantes de la homeopatía en el país

conseguían lo que, probablemente, constituya el logro más importante y trascendental para que

la terapéutica pueda ejercerse aún a pesar del hostil entorno que la circunda hasta la actualidad.

Los ejes de la discusión

Lo moderno y lo arcaico

La abrumadora inserción de implementos técnicos novedosos, la irrupción de nuevas

corrientes intelectuales y el crecimiento poblacional transforman la cultura de Buenos Aires en

las décadas de 1920 y 1930 y abren toda una nueva dimensión imaginaria que reconfigura

relaciones simbólicas con mitos y objetos del pasado, y se da la coexistencia de lógicas y

prácticas tradicionales con otras nuevas e implementos técnicos impulsores de “modernidad”

que marcan un período de “incertidumbres pero también de seguridades muy fuertes, de

relecturas del pasado y de utopías, donde la representación del futuro y de la historia chocan en

los textos y las polémicas” (Sarlo, 1988, p. 29).

Por ejemplo, Sarlo destaca dos oposiciones “epistemológicas” acerca de la ciencia, a

partir de un editorial de El Mundo, a principios de la década de 1930: la primera “ciencia

positivista y nueva ciencia sensible a los fenómenos que el positivismo hubiera descartado de su

campo de estudio. Hay más en el mundo físico que lo que captan nuestros sentidos, y los

115 Principalmente exigen que sea eliminanda la categoría de socios adjuntos (es decir, no médicos), con lo cual deben ser todos “médicos con título expedido por Universidad Nacional”.

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fenómenos mentales, la vida en el más allá, las resurrecciones pueden ser un objeto de estudio

tan legítimo como cualquier otro”; la segunda hace referencia a “la ciencia viva y desprejuiciada

que se enfrenta con la ciencia de las academias, donde se ha refugiado el positivismo

decimonónico. Ser moderno, en ciencia, es aceptar la naturaleza a veces intangible, a veces

extraña, de fenómenos que se producen aunque todavía no pueda explicarse su origen, en los

tradicionales términos causales”, concluyendo que “la ciencia que se desarrolla fuera de las

academias experimenta de modo desprejuiciado y dinámico con los efectos de sus

intervenciones: produce curas, aunque no pueda, del todo, explicarlas” (Sarlo, 1992, p. 149).

En este contexto de “tensión” alrededor de la modernidad y de ruptura con el

positivismo (una ruptura parcial y ambigua, en tanto permanecen lógicas positivistas en algunos

argumentos), en los enfrentamientos entre la SMHA y los representantes de la alopatía se

observa como un eje articulador de los argumentos una muy fuerte distinción entre lo

“moderno” y lo “arcaico”. Los aspectos conceptuales que ilustran esta distinción son reflejados

en los argumentos como: una confrontación entre lo nacional y lo internacional (un grupo

cerrado de una Facultad local particular respecto a “otras” del resto del mundo); la

contraposición de un grupo cerrado (cuasi religioso) respecto a otro abierto a los debates y

nuevas ideas (cientificista); y una cultura nacional avanzada, de vanguardia, respecto a

tradiciones nacionales recalcitrantes.

A principios de 1935, el propio Ernesto González Ávila, una vez suspendido de la

Facultad de Medicina de la UNLP, habla de distintos “avances” de la homeopatía “en todos los

países civilizados del mundo”, citando como fuente el tercer número de Homeopatía116 y el

artículo de Gregorio Marañón en El día médico,117 por lo que “pareciera que los señores

consejeros no sólo permanecen desconociendo el movimiento homeopático mundial, sino que

tampoco se enteran de lo que dicen las revistas médicas más difundidas en nuestro país”

(González Ávila, 1935a, p. 39).

Aquella fascinación por la cultura francesa, como ideal de civilidad aparece en la

contraposición que hace González Ávila a su situación respecto al hecho de que en París

[…] el ministro de Salud Pública concurre oficialmente a inaugurar una Clínica Homeopática y hace el merecido elogio de esta ciencia [mientras que] aquí, los consejeros de la Facultad de Medicina, a quienes debiera suponerse poseedores de un acervo científico completo, pretenden excomulgar a un médico que desempeña cargo docente y que ejerce su profesión poniendo en práctica los métodos que conceptúa mejores […] Si tal excomunión es un acto injusto, peor aún es la razón que intenta fundamentarlo: se me impone una

116 En el que aparece el artículo de Semich (1934c) “El desarrollo mundial de la Homeopatía. Su progreso y su porvenir”, pp. 70-75. 117 Citado reiteradamente en Homeopatía, siendo el primero Semich (1934b).

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suspensión porque empleo “métodos curativos reñidos con las enseñanzas que se vierten en la Facultad”… (González Ávila, 1935a, p. 38).

La utilización de términos religiosos para explicar la lógica de funcionamiento de la

Facultad, opone claramente la idea de Francia como “moderna” frente a una institución que se

“equivoca reiteradamente usando métodos que han demostrado su pobreza terapéutica” y que

“raras veces curan y a menudo empeoran” al enfermo. Para el médico homeópata es la propia

institución la que debiera no sólo tener la “iniciativa” de “cambiar el rumbo” sino que “está en

la obligación de hacerlo”, lo cual refuerza la idea de conocimiento de vanguardia versus

conocimiento arcaico. En este sentido vaticina que, si sigue “reincidiendo”, la Facultad “perderá

autoridad y, además, defraudará las legítimas esperanzas que la sociedad entera, el Estado, han

depositado en ella” (González Ávila, 1935a, p.38).

Evidentemente, González Ávila se veía irremediablemente fuera de la Facultad, ya que

el tono dista de ser conciliador y sigue arremetiendo con afirmaciones como que la institución

se opone al “progreso de la Ciencia”, que “está en retardo” y que el Consejo “se abroga de

considerar intangibles e inmodificables los principios que supone científicos”, criterio

“inaceptable” por “dogmático” y “exclusivista”. Muy al contrario, para el profesor cuestionado:

Toda escuela universitaria, en efecto, debe conceptuarse como centro de emisión y discusión de ideas, y de ningún modo puede permitirse que sea transformada en tribunal inquisitorial, que niega el libre examen, y, además, en forma de sentencia, reproduce el acto más típicamente medieval: la excomunión (González Ávila, 1935a, p. 38).

También Rodolfo Semich y Godofredo Jonás refuerzan la idea con una carta al Decano

de la Facultad de Medicina de la UNLP, donde recrean la contraposición entre un grupo arcaico

que toma una decisión “injusta” y “una rama terapéutica que goza de un merecido prestigio

universal”. Califican al consejo de “no estar habilitados para juzgar al respecto” por “ignorar” la

terapéutica estando “obligados a no desconocer” a una “disciplina científica trascendental”

(Semich y Jonás, 1935, p. 40-41), al contrario se presentan como “la única institución de

reconocida autoridad técnica en nuestro medio”.

A Semich y Jonás “les llama profundamente la atención que una sugestión formulada

por un joven que inicia sus balbuceos científicos haya tenido el eco auspicioso de que da cuenta

la resolución adoptada por hombres que suponíamos dotados de capacidad reflexiva y serenidad

intelectual” aclarando finalmente que el “señor Decano y los señores Consejeros nos merecen

individualmente el más alto concepto; de modo, pues, que nuestra crítica al lamentable hecho

producido es de índole puramente objetiva” (Semich y Jonás, 1935, p. 41). Sin duda, la nota

“institucional” de la SMHA es de un tono de agresividad marcadamente menor que la de

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114

González Ávila o las que se desde la SMHA produjeran contra médicos particulares, como las

de Semich y Jonás (1935b) contra Mario Soto, la de Semich (1936b y 1936d) contra Mauriac, o

el editorial citado de Semich (1935b) para el mismo caso de la Facultad de Medicina de la Plata:

Por una ficción teórica, la Universidad pretende ser el centro único y máximo del saber y de la cultura. Esto, sin embargo, precisamente por ser ficción, no ocurre en la realidad. Es evidente que, extramuros de la Facultad, se desarrollan doctrinas y métodos que deben ser respetados porque tienen alguna significación intelectual y científica. La Facultad de Ciencias Médicas de La Plata no ha hecho lo que otras más evolucionadas: en lugar de disponer sus antenas receptoras en aptitud de que no escapara ninguna onda mental útil, prefiere no sintonizar. En cuanto a sus dirigentes, los consejeros, se encuentran tan convencidos de que son representantes de una sabiduría exclusiva e intangible, que tienen arrestos de absolutismo que parecen un gracioso remedo del espíritu del Rey Sol […] parecieran decir: “La Ciencia soy Yo”. Y juzgan delito –y lo castigan– la circulación y ejercicio de ideas opuestas a las que germinan en sus cerebros, que no hay ninguna obligación de suponer sean, por su calidad y rendimiento, vísceras privilegiadas (Semich, 1935b, p. 33).

Aquí lo arcaico aparece encarnado en el supuesto “absolutismo” pero también en el

establecimiento del saber legítimo: si el “Rey Sol” es parte del pasado en una Francia que dio

lugar a facultades “más evolucionadas”, en la Facultad de Medicina de la Plata ocurre lo

contrario. En el discurso del presidente de la SMHA, Godofredo Jonás, durante la “fiesta en

homenaje y desagravio”, del veintitrés de febrero de 1935, se vuelve a la carga:

A quien hay que desagraviar es a la cultura y a la ciencia argentinas, ofendidas por el hecho insólito de suspender en su cátedra a un profesor por ejercer una forma del arte de curar, que no es conocida por los sicarios de la ciencia que se han adueñado de las poltronas en los consejos directivos de una Facultad. Si el ignorar puede en algún momento tener disculpas, el no querer aprender, el encerrarse dentro de prejuicios, no lo podrá tener jamás. (Jonás, 1935, p. 60).

Se hace un esfuerzo también por demostrar que esta persecución es de “otros tiempos” y

que la mirada “absolutista” no tiene nada que ver con la “ciencia” y lo “moderno”:

[…] la homeopatía ha sido excomulgada de los centros y academias científicas en otros tiempos [porque] las ciencias físico-químicas demostraban que con sus diluciones los médicos no daban remedio sino agua pura. Pero es que sus procedimientos que creían completos y llegados a la última expresión, no eran tales, y los modernos descubrimientos en sus respectivos campos de acción han demostrado que estaban, como estamos actualmente, muy lejos de la última palabra. En 1923, el doctor Boyd, de Glasgow, demostró ante comisiones especiales del Real Colegio de Médicos de Londres, que las más altas diluciones homeopáticas estaban animadas de un dinamismo que era susceptible de ponerse en evidencia y que este dinamismo variaba según la dilución y el medicamento (Jonás, 1935b, p. 61-62)

Es necesario aclara que si por un lado han cargado las tintas contra la “excomunión” de

un grupo de “sicarios” que “creían completos” sus conocimientos que incluso “actualmente”

están “muy lejos” de ser definitivos, por otro lado, “ninguna persona con cierto grado de cultura

pone en duda el poder de lo infinitesimal en terapéutica, bioquímica, física, etc.” (Jonás, 1935b,

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p.62) “en una tendencia clara, cierta, honesta, científica e indiscutida” (González Ávila, 1935b,

p. 63).118

Ahora bien, cuando se alude a la homeopatía como un cerrado grupo de fieles, no se

reconoce el carácter dogmático de la misma. Al contrario, en la crítica de Semich a Pierre

Mauriac, se somete al Decano de Burdeos a un lugar de ignorancia e incompetencia:

Hace el profesor Mauriac una confesión dolorosa de sus propios fracasos: “No es que pueda alabarme de poseer una experiencia personal del método; los pocos ensayos que he practicado, por indicación de los que desearían convertirme, no han sido afortunados; por haberlo declarado con toda franqueza fui tratado como el infiel que penetra en el templo y numerosas fueron las imprecaciones dirigidas contra el atrevido que quiso practicar la Homeopatía sin haberla aprendido”. De estos párrafos, retengamos: 1º que su autor no posee experiencia personal porque ha realizado pocos ensayos. 2º que, natural y lógicamente, fracasa en su aplicación. ¿De qué se queja, entonces? Habría de ser desmedida la pretensión del profesor Mauriac si quisiera estar habilitado para utilizar un arte terapéutico sin tomarse el trabajo de estudiarlo clínicamente, con prolijidad y constancia (Semich, 1936b, p. 84, destacado en el original).

No parece haber posibilidad de diálogo: ante la crítica de Mauriac a la “dificultosa”

posibilidad de encontrar el “medicamento adaptado a cada individuo”, Semich señala que “para

formular una prescripción acertada se necesita el conocimiento de la Materia Médica

homeopática, que no tiene la simplicidad de la terapéutica corriente que maneja el alópata con

tanta rapidez y, a menudo, con tanta ineficacia” (Semich, 1936b, p. 84-85). Si en el capítulo

anterior se mostró cómo la idea de sencillez y complejidad aparecía entremezclada y ambigua,

aquí es utilizada para denotar un grado de conocimiento inferior (el simple, el alopático)

respecto a uno superior (complejo, homeopático).

Mauriac osó, además, dar a entender que la ley de la similitud “es, a veces, cierta, y

todos (ignorándolo o a sabiendas, esto poco importa) recurrimos al similla simibilus curentur”,

lo cual Semich interpreta como una relativización de una ley “universal”, por lo que contesta:

¿con qué derecho niega el carácter de constancia a lo que no ha podido comprobar? Muy endeble es su lógica al no aportar una sola prueba en apoyo de su tesis. La verdad es que, desde Hipócrates al presente, todos los investigadores que se han ocupado concienzudamente de la ley de la similitud, verificaron su exactitud y generalidad” (Semich, 1936b, p. 85).

Esta es una muestra más de la inmutabilidad del conocimiento homeopático que, como

se vio, se criticaba contra la Facultad de Medicina de la Plata. Esta es una muestra más de que el

mismo carácter inmutable del conocimiento utilizado para criticar a la Facultad de Medicina, es

al mismo tiempo en otros contextos utilizado por los mismos homeópatas para defender su

118 En el capítulo anterior se ha mostrado también distintas argumentaciones sobre el carácter “inmutable de las leyes hahnemannianas.

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posición. Si Mauriac afirma que “a propósito de la acción de las pequeñas dosis todos estamos

de acuerdo”, Semich remarca que “estamos de acuerdo ahora” (destacado en el original) ya que

“la alopatía lo negó” durante siglos y ahora “ha caído derrotada categóricamente”. En ese

“interminable lapso”, “los homeópatas fueron ridiculizados y sufrieron burlas sangrientas”,

afirma Semich, que con el pretérito pone al presente en un estadio en el que ya no sufrirían esas

persecuciones y que vendrían a reivindicar la idea de que la homeopatía siempre fue moderna.

A Semich le molesta la diferenciación de Mauriac entre dosis “ponderables” e

“infinitesimales” y la crítica hacia las teorías que en 1932 presentaron “Martiny, Pretet y Berné”

(“todos ellos homeópatas”, “biólogos los dos primeros, matemático y físico químico el último”)

que intentan justificar teóricamente el funcionamiento de las dosis infinitesimales:119 “en todas

las partes del mundo, y desde hace rato, tal verificación se ha hecho y se halla perfectamente

documentada. Los que aún no conocen dicha acción, están simplemente en retardo, y es hora de

que se pongan al día en lugar de alegar sus ‘pocos ensayos’” (Semich, 1936b, p. 86).

Mauriac no logra estar de acuerdo con estas teorías ad hoc que respaldan a la

homeopatía, a lo cual contesta Semich que “si no encuentra una teoría a su paladar, nadie ni

nada le impiden que se invente una”, tal vez en disonancia con el debate de ideas que se

proclamaba como propio de los centros científicos. El argumento vuelve a ser una alusión al

supuesto arcaísmo del contrincante: “es extraordinario que todavía haya en nuestra época un

médico que no alcance a hacer una discriminación elemental entre los hechos clínicos y las

teorías científicas. Un principio de buen método científico debiera haber impulsado al Decano

de Burdeos a conocer y verificar los hechos” (Semich, 1936b, p. 85-86).

El Departamento Nacional de Higiene pone en cuestión la idea del consenso que

sustenta a la homeopatía “a pesar del largo tiempo que llevan emitidas, sólo son aceptadas por

escasa cantidad de médicos” (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p. 273). En

respuesta a ello, los homeópatas, afirman que su terapéutica representa “una ciencia conocida

universalmente y de amplia divulgación y aplicación en países que marchan a la cabeza de la

civilización, como Inglaterra, Francia, Estados Unidos de Norteamérica, Alemania, Italia,

España, etc.” (Jonás y Semich, 1937, p. 274).

Además, enumeran distintas personalidades de la realeza Europea y del gobierno de

EE.UU. que se tratan con homeopatía y que, más allá de que en su dispensario traten a

“enfermos pobres, sin percibir nosotros honorarios de ninguna índole, no implica que a nuestros 119 Semich critica incluso el término de “dosis infinitesimales”, prefiriendo utilizar “micro dosis” hoy en desuso.

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consultorios privados no concurran personas de alta cultura (universitarios, industriales,

políticos, hombres de ciencia)” (Jonás y Semich, 1937, p. 288). Además de hacer esta distinción

elitista de sus pacientes, aclaran también que en Alemania la homeopatía se institucionalizó

recién desde 1929, y que la “cantidad de médicos homeópatas sea relativamente menor”, “no

dice nada del valor de la Homeopatía” (Jonás y Semich, 1937, p. 288).

Si el Departamento de Higiene sugiere que la máxima autoridad científica está

representada por la Facultad de Medicina y que “lo que la Facultad no enseña es ilegal y debe

ser perseguido por los poderes públicos”, uno de los contraargumentos apunta al supuesto

arcaísmo de tal postura:

No creemos que pueda asentarse mayor desatino científico ¿qué papel harían, según eso, ante los ojos de nuestra Facultad los Pasteur, Koch, Roentgen que enseñaron y practicaron lo que las facultades de aquellos tiempos no conocían ni enseñaban? ¿Qué dirán nuestros Roffo, Robertson Lavalle, Vitón, Caride que practican y enseñan algo que nuestra Facultad no sabía ni practicaba? ¿Qué esperanza les queda a los investigadores? Es tan grande el absurdo de esa afirmación que no nos queda más que lamentarla y avergonzarnos de ella, aunque no sea más que por el ridículo con que de rechazo nos cubre a todos los argentinos. El dogmatismo en la ciencia es absurdo. Tanto más en la ciencia médica que es la más cambiante y la más insegura de las ciencias (Semich, 1939b, p. 260).

El Departamento de Higiene establece una distinción entre el consenso “científico” y el

de los pacientes ya que destacan una cuestión que deriva de la creencia (justificada o no) de que

la homeopatía no es científica y de que el público en general, así lo percibe, pero aún así recurre

a ella, llevando el arcaísmo al público. Ya que:

Dada la tendencia cada vez más exagerada en muchos enfermos de esperar sus curas con hechos fuera de lo científico, cosa que es agraviante para la cultura alcanzada por las escuelas médicas y agraviante también como un índice inferior de cultura general, es necesario no dar carácter oficial a todo aquello que pueda favorecer esta mala predisposición de los hombres (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p. 273).

De este considerando se observa que las prácticas alternativas eran percibidas como

“amenaza” significativa y creciente para la medicina oficial, y que el Departamento de Higiene

atribuía su ineficacia policíaca a los pacientes que, se supone, buscaban deliberadamente

opciones por “fuera de lo científico”. Si, por un lado, sostienen que Argentina es un país “cuyo

adelanto científico es indiscutible” (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p.

269), incluyendo al Departamento y toda la órbita del Estado, por otro lado, se marca que hay

amenazas a ése estatus alcanzado, en definitiva, a su carácter “indiscutible”.

La respuesta de la SMHA sostiene que lo que más colabora con formas no médicas de

curación son “las posibilidades de automedicación [a las que la] Homeopatía no contribuye

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tanto como la Alopatía” pues “¿quién impide que un profano se dirija a la farmacia cercana y

compre un jarabe para la tos o una aspirina para el dolor de cabeza, etc.?” y que estos productos

“manejados arbitrariamente, pueden producir daño a la salud; en cambio, el único riesgo de

ingerir un medicamento homeopático no apropiado al caso clínico es que éste no cure” y que “es

hecho bien conocido que el gran contingente de charlatanes se ha constatado entre los alópatas,

por una razón de número” (Jonás y Semich, 1937, p. 283).120

Las pruebas de eficacia y de cientificidad: la frontera de la validez

Los argumentos alrededor del carácter “científico” de la homeopatía, conforman el

segundo eje destacable en los enfrentamientos entre homeópatas y alópatas. En este aspecto, el

acercamiento hacia una lógica positivista de lo científico como lo veraz o lo real, contrasta

nuevamente con la crítica hacia lo instituido, lo inmutable, desde una posición de algo novedoso

y revolucionario que no responde a los cánones.

Al mismo tiempo, las lógicas respecto al eje analítico anterior son, a menudo,

yuxtapuestas: de forma evidente, lo moderno es científico; tal vez de manera menos obvia, lo

científico es moderno (por más que lleve doscientos o dos mil años de enunciado);121 lo arcaico

es anticientífico; y lo anticientífico es arcaico (por más novedoso que sea). De modo que, si hay

un esfuerzo por definir qué es moderno y qué es arcaico, también lo hay por probar qué es lo

científico.

Si el consejero de la Facultad de Medicina de la Plata, Dr. Argüello, considera que el

hecho de que un médico homeópata se cuente entre sus pares podría significar un “desprestigio”

para el cuerpo docente, el acusado Dr. González Ávila “niega rotundamente” ser responsable de

ello y cree que “el prestigio de los señores profesores de la Facultad, sufrirá grave mella si se

empecinan en seguir desconociendo el valor científico de la Homeopatía” y recuerda las

palabras de Hahnemann que rezan “cuando se trata de curar, la negligencia en no aprender es un

crimen” (González Ávila, 1935a, p. 40). Dicho carácter, vendría otorgado, como se vio páginas 120 También recurren a la argumentación ad hominem, descalificando al autor del informe de la inspección de farmacia de poseer un manejo “ruinoso del latín” que “transcribe en mala gramática el aforismo” (por Similia Simibilus Curantur y Contraria contrari curantur) y dicen que Hipócrates “el sabio de Cos era un espíritu ecléctico y no parcial”; de allí que haya formulado ambos principios, cosa que conocería el informante si estuviera provisto de algunos rudimentos de cultura clásica” ya que el principio de similitud también fue declamado por Hipócrates. De la misma manera, generalizan la falta de conocimiento por parte del Departamento Nacional de Higiene sobre lo que “piensan y saben los médicos homeópatas” (Jonás y Semich, 1937, p. 279). 121 En una nota al pie, Rodolfo Semich recuerda “que un colega alópata que se dignó a leer uno de mis trabajos, como única objeción me reprochó que yo hubiera citado un aforismo de Hipócrates y un comentario de Paracelso acerca del drenaje de las toxinas. Agregó que ‘eso era de mal gusto, por tratarse de cosas viejas’” (Semich, 1935c, p. 78).

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atrás, en el reconocimiento social en Europa y Estados Unidos de la homeopatía como

“científica”.

Por ejemplo, en el marco de esta discusión, en el tercer número de Homeopatía, de

1935, Semich refuerza el carácter “inmutable” de su ciencia al relatar “la conversión” del

médico alemán Augusto Bier, de quien destaca la “imparcialidad de sus opiniones” ya que “se

trata de un sabio que conquistó su prestigio como alópata y que luego de una labor intensa, de

una vida científica gloriosa, no ha trepidado en confesar sus errores y aconsejar el estudio y

aplicación de las innegables verdades de la Homeopatía” (Semich, 1935c, p. 77).122

Ya en 1936, en plena discusión con el Decano de Burdeos, Pierre Mauriac, Semich

argumenta que a pesar de estar “comprobada universalmente” hace más de cien años la ley de

los infinitesimales “algunos homeópatas que poseen el dominio de la alta matemática y de la

físicoquímica, no se contentan con el admirable conocimiento de la materia médica y de la

terapéutica clínica: investigan el mecanismo de los fenómenos en su esencia íntima”. Y cita

sucintamente trabajos de Marage (“efectos en la fermentación del kefir, de la 11 dilución

decimal del bicarbonato de sodio”), Jarricot, Nebel y Chavanon (Semich, 1936b, p. 87).

Mauriac cree que estas argumentaciones son “poco sólidas” y que llevan “la

investigación de la especificidad biológica” a un terreno “complejo” y “arduo”, al que le niega

“todo interés práctico”. Sin embargo, para Semich este es el “día a día” al que desafía la

homeopatía y “toda la biología contemporánea y que constituyeron la preocupación persistente

de Richet, Abdelhalden, Behring, Bordet y tantos otros investigadores”, por lo que “huir de la

consideración de aquellas cuestiones denota falta de espíritu científico” (Semich, 1936b, p. 87-

88).

Todas estas cuestiones, toda esta complejidad, considera Semich, son producto de la

“personalidad humana”, que llevan necesariamente a considerar la “individuación del enfermo,

labor sutil ‘que no está al alcance de cualquiera’, es uno de los pilares de la Clínica

Homeopática, tal cual la concibió Hahnemann, con una intuición que asombra, ya que no pudo

122 Sin embargo, en la lectura del artículo de Bier se destaca que Hahnemann puede generar con su obra la imagen de “la sabiduría más grande o la más grande extravagancia”, ya que “como muchos de los modernos que alcanzan una edad madura, [Hahnemann] gradualmente altera su opinión a medida que pasa el tiempo y con frecuencia se contradice” (Bier, 1935, p. 104). Denuncia que “la medicina científica […] con fines de discusión, ha sido muy gravemente insultada y deprimida por la homeopatía” (tradición, afirma, iniciada por el propio Hahnemann y seguido por “cierto número de sus seguidores”, Bier, 1935, p. 102). Como cierre, exhorta a los homeópatas a que “no traspasen sus límites […] que no pregonen que lo realizan todo [ya que] promesas extravagantes siempre han resultado en perjuicio; pretensiones exageradas siempre dañan; excesiva estimación de sí mismo siempre ha ofendido, o bien ha hecho de sí mismo un hazme reír” (Bier, 1935, p. 105).

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servirse de los datos relativamente recientes de la fisiopatología”. A pesar de estas alusiones,

más bien solapadas, a estudios novedosos, se exclama “¡Qué útil le sería al profesor Mauriac

corregir sus múltiples errores de concepto y de información mediante la lectura atenta y

concienzuda del Organon” (Semich, 1936b, p. 88).

Mauriac reconoce cierta efectividad, sobre todo en casos “agudos”, pero no en el

remedio homeopático sino “a la bondad solícita del médico homeópata, a la aureola de misterio

que rodea su doctrina, a las palabras alentadoras con que acompaña su prescripción”. A lo que

Semich responde que la homeopatía busca un “trasfondo mórbido”, “crónico” y que es

“demasiado generoso al atribuir sólo a la psicoterapia del médico homeópata los triunfos

obtenidos en el tratamiento”, ya que, efectivamente “los síntomas del psiquismo figuran en

primera fila [lo que] marca una superioridad neta e innegable de la Homeopatía” ya que “el

médico alópata suele estar huérfano de conocimientos en materia de psicoterapia […] [o]

poseen sólo rudimentos teóricos y librescos de difícil adaptación a la práctica clínica” (Semich,

1936b, p. 89, destacado original).

No obstante Semich destaca tres recursos “poderosos”: el medicamento homeopático

actúa en la “esfera psíquica”, “sobre todo a alta dilución”; el interrogatorio “prolijo y completo”,

“agente provocador de catarsis”; “sugestión de los múltiples casos curados” como “propicio

ambiente intelectoafectivo” (Semich, 1936b, p. 90). Lo científico, lo eficaz de la terapéutica,

pasa entonces de ser atribuido por una serie de teorías y experimentos puntuales sobre el valor

de la dosis infinitesimal, a estar determinados por una mirada holística del paciente.

La defensa final es a la “materia médica homeopática” que Mauriac considera “pobre”

por lo cual los homeópatas irían “al acecho de todas las novedades biológicas para encontrar en

ellas una confirmación de sus teorías”. La respuesta va orientada a destacar la

“experimentación” sobre “más de mil quinientos medicamentos” y que “las investigaciones

modernas, no sólo de la biología sino de la física y de la química, aportan múltiples datos que

corroboran lo que la Homeopatía viene afirmando de largo tiempo atrás, es algo que nadie

osaría negar… salvo el profesor Mauriac” quien “sólo ha puesto de manifiesto sus numerosas y

gruesas fallas de información técnica” (Semich, 1936b, p. 90).

La asociación entre los experimentos de física y química con la homeopatía nunca

termina de estar clara en esta instancia, y parece más un compendio de nombres que una

explicación coherente que pueda convencer a quien no lo está. Está claro que esta relación de

las “investigaciones modernas” como prueba de cientificidad de la homeopatía sólo la ven

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claramente los homeópatas, al contrario, el Departamento Nacional de Higiene con el objeto de

rechazar el pedido de personería jurídica de la SMHA sostiene en 1937 que:

Nuestras Facultades de Medicina no incluyen en el plan de enseñanza de las carreras médicas y farmacéuticas el estudio del tratamiento de las enfermedades por el sistema homeopático y tampoco la Farmacopea Argentina lo contempla, ni hace indicaciones sobre la forma de preparar y despachar las recetas de ese carácter (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p. 266).

La brecha que procuraba zanjar Semich vuelve a ser abierta: los límites de lo científico

son impuestos por el saber oficializado, consensuado en un paradigma para el cual la

explicación vitalista de la homeopatía no tiene sentido:

Cada enfermedad […] resulta de un cambio invisible producido en el cuerpo humano por una potencia morbífica natural […] Es por eso y por su lado místico que la Homeopatía se presta para los ilusos que creen de buena fe poder practicar eficazmente la medicina, prescindiendo de todo conocimiento de la economía humana (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p. 266).

Esta lógica, en algún punto, esconde la fe en las pruebas bioquímicas que sí pueden

“ver” aquello que sin “ayuda técnica” no resulta “visible”. Esto se salva mediante la alusión a

un problema técnico: “Los medicamentos se emplean a dosis infinitesimales, de imposible

identificación, porque no responde a los reactivos más sensibles, siendo imposible por

consiguiente, comprobar en cada caso si se administra substancia medicamentosa o simplemente

agua y azúcar” (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p. 266).

Pero al mismo tiempo, mientras se pone en cuestión la cientificidad del medicamento

homeopático también se cuestiona la lógica vitalista: tanto medicamento como energía vital son

categorizados como inexistentes. El énfasis en el ataque al medicamento despierta recelos en los

representantes de la SMHA:

Remitido el expediente al Departamento Nacional de Higiene, éste se asesora por vía de la Inspección de Farmacias, hecho sorprendente, por cuanto la preparación técnica del farmacéutico es limitada y no alcanza a cubrir el vasto círculo de las doctrinas médicas. Por ello mismo tal opinión es forzosamente parcial (Jonás y Semich, 1937, p. 275).

Aquí lo que se busca es delimitar la base disciplinaria de la discusión: la formación

farmacéutica es “técnica”, frente a una formación más global (“científica”) del médico, sobre

todo del homeópata que posee un conocimiento más “profundo”. No es otra cosa que una

estrategia de invalidar al interlocutor poniendo en duda el carácter científico de sus argumentos.

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122

Volviendo al razonamiento del Departamento Nacional de Higiene, si se ha determinado

que la terapéutica homeopática es ineficaz, debe desarrollarse alguna explicación que de cuenta

de la supesta “eficacia” homeopática:

Las pretendidas acciones de este sistema curativo no son más que los fenómenos naturales de la enfermedad, interpretados por los que no los conocen […] a la supuesta acción dinámica del medicamento. Las dosis administradas no tienen acción alguna sobre el organismo del enfermo. Es así que la Homeopatía se reduce solamente al hacer medicina expectante y sugestiva (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p. 267).

Los homeópatas son “ilusos” que “creen” en una práctica, y que “ignoran” las

propiedades del organismo y las relaciones causales entre éste y las sustancias químicas. La

explicación curativa se reduciría a un fenómeno simbólico de “sugestión”, lo cual acerca a los

médicos homeópatas a los curanderos y los aleja de la “ciencia”.

Jonás y Semich dan respuesta también a la utilización del término “ilusos” que utiliza el

Departamento de Higiene para los homeópatas: “¿Con qué derecho, el farmacéutico que

informa se permite decir que los médicos son ilusos y no tienen conocimiento de la economía

humana? Entraña esta afirmación una falta de respeto hacia nosotros y hacia nuestras

universidades” (Jonás y Semich, 1937, p. 276). Aquí Jonás y Semich, se acercan a las

Facultades de las que se habían distanciado, excluyendo del campo a los farmacéuticos, lo cual

no es un dato menor, ya que el período de alta conflictividad por el que se estaba pasando hace

difusa la delitimitación del espacio médico: si en principio, según denuncian los farmacéuticos,

el control policial de la salud estaba en manos exclusivamente de los médicos, los

representantes de Farmacia se agruparon a principios de la década de 1930 en un ente

autónomo, la Dirección General de Farmacia, dentro del Departamento Nacional de Higiene. La

distinción se hace explícita “pretender que nosotros, médicos, no conozcamos los fenómenos de

la enfermedad, es reincidir en la falta de respeto” (Jonás y Semich, 1937, p. 277).

La delimitación vuelve a marcarse entre lo consensuado como científico y la propuesta

homeopática que lo desdeña:

No interesa tanto la entidad mórbida como el síntoma, no interesa la causa, no interesa la anatomía patológica, no interesa la fisiopatología, no interesa la bacteriología; en suma, se prescinde de las conquistas inconmovibles de la medicina. No es, pues, una ciencia, es una simple hipótesis que no tiene razón de ser, puesto que las hipótesis sirven mientras los hechos no han sido demostrados […] la analogía entre los síntomas medicamentosos y los consecutivos a lesiones de órganos, no existe en patología (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p. 267).

Lo que se aprecia aquí es la argumentación aludiendo a un grupo de especialidades

médicas que han obtenido legitimación posterior a los planteos de Hahnemann y que no son

comprendidas por la lógica homeopática, cuyas “leyes” serían en realidad “hipótesis no

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demostradas” y que incluso no son comprendidas por el saber “legitimado” (en patología “no

existe la analogía” que plantean con el principio de similitud). Esta idea es reforzada cuando

agregan que la homeopatía “no ha evolucionado de por sí, nada, toma lo que le acomoda de la

ciencia” (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p. 267), lo cual, en alguna

medida contrasta con su propia aseveración de que la ciencia tiene “conquistas inconmovibles”,

ya que si lo “científico” fuese per se inconmovible, no se le puede criticar la falta de evolución.

Al mismo tiempo, si por un lado se legitimó su posición contraria a la homeopatía

justificándose con los planes de estudio de la Facultad de Medicina, por otro se hace mención a

las “prescripciones legales en vigencia, a los intereses de salud pública y ética profesional. La

ley nº 4687 y su reglamentación123 no se ocupan, bajo ningún rubro especial, de los ‘productos

homeopáticos’” (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p. 268). Entonces, la

cuestión jurídica (no ya un consenso académico-científico) aparece como parámetro de validez:

paradójicamente, lo que está en discusión, una normativa legal, aparece como legalizadora de su

propia continuidad.

Ahora bien, si la normativa legal aparece como parámetro de validez, e inclusive se

reconoce desde el Estado el valor de la aceptación y el consenso académico, desde el

Departamento de Higiene se rebate un argumento análogo de los homeópatas según el cual su

terapéutica es válida porque se la ha incorporado a la legalidad y a la academia en Alemania:

No se trata de una transcripción de disposiciones legales […] llama mucho la atención que apenas un año ha que la farmacopea homeopática esté en vigencia [en Alemania], a pesar de ser ésta la patria del creador de la homeopatía y donde, por cuyo motivo, pueden gravitar más los sentimientos nacionalistas que las razones científicas (Informe del DNH, 1937, p. 274).

Luego de haber quitado carácter científico a la homeopatía, apelando a cuestiones

claramente debatibles, se encargan de equiparar a esta práctica con otras ajenas a toda

institución: “si se autorizan preparaciones homeopáticas […] ¿con qué argumento podrá ponerse

dique a las innumerables especialidades que a diario se presentan plagadas de charlatanismo, o

aquellas otras que se fundan en concepciones descabelladas?” (Informe del Departamento

Nacional de Higiene, 1937, p. 269). Los tratamientos no científicos representan un riesgo para la

salud pública porque “entretienen” al enfermo con “medicamentos indiferentes” aplazando la

123 Agregan, confundiendo ex profeso cuestiones técnicas y legales, que “el artículo 76, último apartado del inc. a), al referirse a las solicitudes, dice: ‘se agregará además una exposición sumaria del principio fisiológico y terapéutico en que se base el producto y la razón de ser o la ventaja higiénica o farmacológica que el mismo satisface’. Tales preparaciones carecen del principio fisiológico y carácter farmacológico. Obvia, pues, todo comentario” (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p.269).

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oportunidad de ser “curado con un tratamiento adecuado” (Informe del Departamento Nacional

de Higiene, 1937, p. 269).

Si por un lado se le ha quitado validez a la terapéutica homeopática por no ser enseñada

en las Facultades (poniendo de relieve el carácter legitimador de tales instituciones), por otro

lado, se relativiza su carácter legitimador con un interrogante: “¿habilita el título de médico a

emplear cualquier procedimiento o método a su antojo, que no sea el consagrado por la

ciencia?” (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p. 270).

Si, en algún sentido el Departamento de Higiene sostiene que la Facultad de Medicina

cuenta con autoridad para “instituir” a ciertas personas como las “aptas” para ejercer la

medicina, también cuestiona la posibilidad de que puedan ejercerse desvíos. Es decir, no basta

ser médico (poseer el diploma) sino también “actuar como tal”, lo cual exige un doble

legitimación por el sujeto (ya validado por la academia) y por las prácticas (no validadas).

La posterior respuesta de la SMHA está orientada al carácter “exclusivista” de las

Facultades de Medicina ya que enseñan “sólo una parte de la terapéutica […] la alopática” y

agregan que “la circunstancia de que la escuela oficial se encuentre en evidente retardo […] de

ningún modo significa que deba trabarse el progreso de la cultura médica del país” (Jonás y

Semich, 1937, p.274).

Otra objeción importante es hecha contra el artículo diecisiete de los estatutos de la

Sociedad Homeopática donde se indica que “se determinará la creación e instalación de

dispensarios médicos homeopáticos, hospitales, sanatorios o dependencias afines (las farmacias

son dependencias afines), y la tarifa a regir en ellos” haciendo notar que “es una sociedad

netamente comercial […] en contravención a lo que establece el artículo 55, reglamentario de la

ley n° 4687” por el cual “queda prohibida la asociación del médico y del farmacéutico para

explotar ambas profesiones, así como el establecimiento de consultorios médicos en las

farmacias y en los locales que tengan comunicación entre ellos” (Informe del Departamento

Nacional de Higiene, 1937, p. 272). Para el Departamento Nacional de Higiene, esto probaría

que la sociedad homeópata no tiene fines “científicos” sino “comerciales”: aquí la noción de

ciencia se aleja de cuestiones materiales y se orienta hacia la idea tácita de un bien común.

La operación, además, esconde una lógica según la cual el asociacionismo entre médicos

y farmacéuticos al que alude el Departamento de Higiene respecto de los homeópatas no es

ajeno a las prácticas institucionalizadas, que no lo hacían, tal vez, en la escala de atención y

venta al público pero sí en las esferas más altas, con dos prácticas, alopatía y medicalización,

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125

que protegían dos sectores económicos asociados. Como se ha visto, el Departamento contaba

con dos líneas de influencia bien marcadas a partir de la década de 1930, la clásica (y a la vez en

vías de resignificación) corporación médica y la naciente autonomía de farmacia.

Aludiendo nuevamente a lo moderno como prueba de cientificidad, Jonás y Semich

reiteran que el concepto de “atraso” que se ha dado a la Facultad de Medicina, también es

atribuible a la “farmacopea argentina”: se indica que por esta situación en las farmacias se debe

recurrir a manuales auxiliares que sí contienen capítulos sobre Homeopatía, lo cual indicaría una

mayor complejidad de los fármacos homeopáticos. Aunque el saber homeopático sea previo a la

mayoría de los desarrollos farmacológicos que figuran en la farmacopea, el hecho de que

quienes quieran fabricar remedios homeopáticos deban recurrir a manuales auxiliares denotaría

una carencia en la farmacopea, atribuída a un arcaísmo anticientífico. En esta línea argumental,

refieren que el “farmacéutico” (del Departamento de Higiene) ignora que la ley de similitud es

conocida “desde Hipócrates” por médicos “aún los que no eran homeópatas” y hacen una

extensa enumeración de casos en los que este principio se ha utilizado (Jonás y Semich, 1937, p.

277).

También explican que “la mayoría de los enfermos vienen a solicitar nuestro auxilio

técnico, precisamente porque ya han estado en manos de médicos que practican la medicina

oficial y luego de enormes sufrimientos sólo han observado una agravación de sus males”

(Jonás y Semich, 1937, p. 288) quitándole a los pacientes la responsabilidad en busca de

prácticas alternativas que el Consejo de Higiene les había otorgado y colocándola en la

“ineficacia” de la práctica alopática. De prohibir la atención en consultorios, el Departamento de

Higiene le estaría quitando una fuerte de legitimación, por ello remarcan los médicos de la

SMHA que persiguen el “bien común”, con lo cual cumplen el requisito que la ley exige para la

personería jurídica,124 contrastándolo claramente con la acusación de fines de lucro.

Si la crítica hacia los argumentos del Departamento Nacional de Higiene aluden a un

carácter general de la ciencia (“el informante pretende borrar de un plumazo todo lo que la

física, la físico-química, la bacteriología, la fisiopatología experimental, han ido atesorando

mediante prolijas investigaciones”), luego se cita algunas experiencias de “eminentes

homeópatas” cuyo rasgo carácter científico, cuyo consenso como tal viene dado por el recinto

en que han sido presentadas: “en el anfiteatro de medicina de la Sorbona” (en 1926), aclarando

que “sería inoficioso traer más datos a colación porque la acción de las dosis infinitesimales es

124 Invocan el artículo 33, inc. 5 del Código Civil, en tanto la asociación “necesita tener vida y patrimonio propios, adquirir los derechos y ejercer los actos que la ley le permite, esto es, tener capacidad de derecho” (Jonás y Semich, 1937, p. 274).

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uno de los hechos más resaltantes y conocidos por todos, aunque a veces se hace notar la

disidencia aislada de algún funcionario técnico del D. N. de Higiene” (Jonás y Semich, 1937, p.

278).

De esta manera, se busca invertir la correlación de fuerzas que expresara el

Departamento al afirmar que es “escasa la cantidad de médicos” que profesa la homeopatía. Así,

este grupo de investigaciones, y sobre todo los lugares de origen de quiénes han hecho las

experiencias (no citadas bibliográficamente, por lo demás) vienen a conformar una multitud

frente al solitario firmante del Informe del Departamento Nacional de Higiene. En este sentido

hacen un compendio de “opiniones de hombres de completa y probada ilustración científica”

favorables a la homeopatía, realizadas por Salvador de Madariaga (un “ilustre no médico”) y los

mentados Gregorio Marañón (un “alópata”) y Augusto Bier (“titular de clínica quirúrgica en la

Facultad de Medicina de Berlín y a quien ningún médico tiene derecho a desconocer”), para

concluir que “creemos innecesario agregar la cita de otras opiniones que indudablemente serían

numerosas y categóricas en nuestro favor” (Jonás y Semich, 1937, p. 280-281).

Aunque la vacunación no sea una ni remotamente una técnica homeopática, Semich y

Jonás citan a Marañón cuando afirma que “el método curativo de las vacunas es la realización

más perfecta del dogma fundamental homeopático” y que “para lograrlo diluimos, además, la

materia curativa, los microbios, en proporciones altísimas, netamente homeopáticas”. El

mecanismo es citar estas frases oportunas para concluir que “en una palabra, la ciencia moderna

recién viene a comprobar, no a descubrir, lo que la Homeopatía ya sabía y utilizaba

clínicamente” (Jonás y Semich, 1937, p. 282).

La eficacia, la validez y la cientificidad de las terapéuticas

Y he aquí que, por primera vez, nuestro héroe vacila. Por pocas que fueran las ilusiones alimentadas

hasta el presente sobre su técnica, ha encontrado ahora una todavía más falsa, todavía más mistificadora, todavía más deshonesta que la suya. Porque él al menos ofrece algo a su clientela: le

presenta la enfermedad bajo forma visible y tangible, mientras que sus colegas extranjeros no muestran absolutamente nada, y sólo pretenden haber capturado el mal. Y su método obtiene resultados, mientras

que el otro es inútil. Así, nuestro héroe se encuentra preso de un problema que tal vez no carece de equivalente en el desarrollo de la ciencia moderna: dos sistemas, de los cuales se sabe que son ambos

igualmente inadecuados, ofrecen sin embargo, uno respecto al otro, un valor diferencial y esto a la vez desde un punto de vista lógico y desde un punto de vista experimental ¿Con respecto a qué sistema de

referencias se los juzgará entonces? ¿El de los hechos, donde ambos se confunden, o el que les es propio, donde adquieren valores desiguales, teórica y prácticamente?

Claude Lévi-Strauss (1995, p.203).

Este epígrafe resulta revelador sobre varios hilos que cruzan la discusión acerca del

carácter científico de la homeopatía. El texto refiere a un escéptico llamado Quesalid que debido

a la desconfianza sobre las prácticas de curación de su propia tribu (y en su afán por conocer

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127

más acerca de estas) acaba convirtiéndose en un aprendiz shamán. La historia, narrada por Lévi-

Strauss en “El hechicero y su magia”, encuentra un punto de inflexión cuando Quesalid se hace

de cierta legitimidad y eficacia, lo cual lo lleva a recorrer otras tribus promoviendo su sistema

curativo que considera falaz.

Sin embargo, comienza a conocer el accionar de shamanes de otras tribus, a los que

empieza a considerar con métodos mucho menos creíbles que los de su pueblo. En ese momento

se replantea los métodos de su cultura, los cuales (conforme gana fama en los pueblos

extranjeros a fuerza de realizar curaciones) parecen ganar crecientemente en complejidad y

eficacia.

La alusión del texto a la “ciencia moderna”, bien puede aplicarse al problema de la

homeopatía, ya que uno de los ejes centrales que subyace a toda la discusión pasa por la

dificultad de juzgar los conocimientos de esta práctica con los parámetros de la química y la

medicina “ortodoxa”, o de cualquier otra perspectiva que no sea la de los homeópatas. En una

época en la que la que la práctica médica parece ponerse en duda y resignificarse, la mayor

alusión de los homeópatas se remite a la eficacia propia y a la ineficacia ajena. Desde la

perspectiva alópata, si se quiere, se parte de una serie de críticas severas hacia la propia

terapéutica, con grandes cuestionamientos en distintos sentidos, sin embargo, ante un sistema

que no los satisface desde lo lógico y lo experimental, su propia práctica recobra valor.

La yuxtaposición de lo arcaico y lo moderno, con la delimitación de lo científico, lo

válido y lo eficaz, como se ha visto, no parece responder a una presentación de evidencia y

argumentos ordenada y de tipo lógica (tal el ideal cientificista) sino a una confrontación local y

espacialmente situada. Las distintas implicaciones de los actores intervinientes, las lógicas

discursivas orientadas a distintos espacios sociales, las alusiones ambiguas que parecen rozar lo

contradictorio: todo es susceptible de ser constituido como prueba de validez, de eficacia y de

cientificidad.

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CONCLUSIONES

De todas las traiciones que comente un intelectual, sólo hay una grave: creer que ha entendido algo

por el mero hecho de haber sido capaz de ordenar una determinada parcela del lenguaje

Manuel Vázquez Montalbán

La frase del epígrafe fue pronunciada por el autor catalán en la década de 1970, y

recogida a fines del siglo XX, en 1989, cuando se compilaron en un libro cuatro obras

ensayísticas del mismo (Vázquez Montalbán, 1989). Retrata en buena medida los debates y las

tensiones de parte de la intelectualidad de fines del siglo pasado y principios del actual,

naturalmente, no resueltos en su mayoría.

De todas las traiciones que se han cometido para construir este relato, ninguna es

deliberadamente grave, al menos en el sentido que Vázquez Montalbán otorga al término.

Constituir ex profeso tal acción en el proceso de producción de una tesis de maestría sería

juzgado, cuanto menos, de pretencioso.

El objetivo más material de este producto académico es traducir en papel y tinta el

proceso de aprendizaje de ciertos conocimientos específicos y generales, de ciertas técnicas y

habilidades para abordar una determinada temática de lo social que pueda categorizarse dentro

de la subespecie de lo científico. Para ello, ha sido necesario ajustar este proceso de

construcción y traducción a ciertas formas específicas, que per se parecen traicioneras.

El planteamiento primario del problema de investigación fue orientado a la controversia

más general, a los alineamientos sociales detrás de cada bando y al tipo de pruebas que se

contraponían, procurando en alguna medida reproducir un estudio de controversias como los

que había publicado Harry Collins (1981, 1985). Finalmente, la gran pregunta a responder fue

cómo había logrado legalizarse la homeopatía en un país donde las instituciones legales que

detentan el poder de policía médica eran claramente adversas: ¿cuándo y de qué manera se dio

este proceso? ¿cómo se constituyeron como una institución? ¿a quiénes enrolaron en su favor?

¿qué ocurrió con la controversia cognitiva?

La búsqueda, entonces, se profundizó hacia la década de 1930, principalmente en la

lectura de la revista Homeopatía y en algunos textos contextuales y teóricos que pudieran

constituir un relato del proceso y formular preguntas sobre el mismo. Es decir, construir un

análisis del discurso de la revista a partir de los elementos que ofrecía el contexto, adecuados a

una serie de preguntas teóricas.

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Así, Ben David y Collins (1967) explican el surgimiento de un nuevo rol científico (el

de la psicología) a partir de la “saturación” de un viejo rol, el de la fisiología. Al no tener cabida

dentro de los espacios académicos del “viejo rol”, algunos fisiólogos buscan explorar nuevas

líneas de investigación que terminan constituyendo una serie de preguntas y métodos que no

encuadran en lo establecido, constituyendo un “nuevo rol”. Sin embargo, aclaran los autores, la

búsqueda de legitimidad suele hacer recurrente la alusión de los nuevos psicólogos a su

condición inicial de fisiólogos, o a las referencias que pudieran hacer a los representantes de esa

disciplina, constituyendo un proceso denominado “hibridación de roles”.

Si bien la homeopatía no es, estrictamente, un “rol novedoso” alrededor de la década de

1930, sí se produce en esa época un resurgimiento de la misma en países como Francia y

Alemania, referentes culturales de la sociedad porteña. Además, se produce por entonces una

profunda crisis al interior de la medicina, con el surgimiento de numerosas especialidades,

agrupaciones y sindicatos.

A diferencia de la mayoría de las nuevas especialidades, la homeopatía reniega de casi

todos los principios y conocimientos que sustentan la práctica médica “oficial”, que se enseña

en las Facultades y se controla desde el Estado. Sin embargo, a la vez que se van constituyendo

como un “nuevo rol” basan su legitimidad en el hecho de que son médicos (¡tan médicos cómo

los alópatas!) por lo que en aquella época constituyen un rol “híbrido”.

La presentación en sociedad de la homeopatía se hace a través de ciertos pasos

emparentados con la cualquier institución médica alopática: el establecimiento de un escalafón

dentro del grupo, una serie de normas regulatorias, el dictado de conferencias, la publicación de

una revista, de artículos propios y extranjeros, la atención clínica, la enseñanza, al reseña de

libros, el canje de revistas, el intercambio epistolar con pares del exterior, la asistencia a

congresos y la puesta en escena de estos vínculos en el ámbito local. Así, la manera en que

Pierre Bourdieu (1993) entiende al poder de la institución está en este caso desdoblado, hacia lo

que representa el poder de instituir del “viejo rol” y el poder que pretenden ejercer para poder

instituir los miembros de la sociedad homeopática. Así lo entiende también Eduardo Menéndez

(1994) cuando explica la manera en la que prácticas subordinadas a la “medicina hegemónica”

validan a la misma y como alguna de ellas son también “medicinas institucionalizadas” y

reproducen algunos de sus mecanismos estructurales.

Además, como grupo novedoso plantean un posicionamiento social a partir de la

construcción de un relato similar a lo que se ha caracterizado como un relato mítico del origen

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(Eliade, 1992) en el que se establece una historia y un escalafón disciplinario. Esto, sumado a

las características místicas atribuidas al fundador de la terapéutica, Hahnemann, los alejan

necesariamente del discurso alópata para acercarlos al específico y particular universo de la

homeopatía, en una época de alguna manera fértil para el desarrollo de este tipo de ideas.

Esto puede entenderse también en la lógica goffmaniana del juego situacional y

creyente: las creencias vienen dadas por la trayectoria de cada actor (en este caso por, al menos,

dos roles médicos) y lo situacional por el universo de “normas de aceptabilidad” al que se

enfrentan cada vez que se produce una acción comunicacional (el universo del Departamento de

Higiene, del Ministerio de Instrucción Pública, de un grupo de colegas comidos y bebidos en

una conmemoración hahnemanniana, etc.).

Esto no sólo complejiza las potenciales respuestas, sino que quita la posibilidad de

pensar en actores puramente conscientes y no contradictorios. Muy al contrario, lo expuesto en

los anteriores capítulos parece mostrar personas a las que les cuesta contener sus pasiones, que

recurrentemente parecen contradecirse y cuya motivación y lógica de la acción se va

redefiniendo constantemente.

De esta manera, aunque pueda esbozarse que los médicos homeópatas de la SMHA en

1930 han buscado formas de desarrollo de tipo científico “oficial” (como la publicación

científica, educación, investigación, asistencia a congresos, pertenencia institucional

internacional y atención médica con fines educacionales e investigativos) no puede afirmarse

que haya sido una estrategia plenamente consciente y deliberada. Si decían defender también

principios hahnemannianos y seguir al pie de la letra sus enseñanzas, tampoco puede sostenerse,

por ejemplo, que hayan realizado investigaciones en el hombre sano para verificar los estudios

ya nomenclados o probar nuevas sustancias y diluciones.

Más bien, parecen haber hecho lo que Belmartino y otros (1988) indican que hacía el

resto de los médicos de la época: “quejarse”, incurrir frecuentemente en “excesos retóricos”,

“asociarse o agremiarse” y “demandar al Estado” para defender la por entonces endeble

profesión de médico, sobre todo orientándose a incrementar su clientela. Como se vio en el

capítulo anterior, para los homeópatas de la SMHA era crucial entrar dentro de la órbita del

Estado ya que el reconocimiento legal, potencialmente, implicaría aumentar el número de

pacientes (valga la contradicción, ya que constantemente se aludía a la gran clientela de los

curanderos; lo cual reafirma la “institucionalidad” que Menéndez, 1996, atribuye a la

homeopatía y no a otras prácticas “alternativas” como el curanderismo).

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131

Así, al momento de pelear por el reconocimiento jurídico la SMHA cuenta con varios

rasgos que le permiten reclamar la personería jurídica: una red de apoyo internacional, un buen

número de historias clínicas, una biblioteca más o menos nutrida y una revista de cierta

antigüedad en la que aparecen artículos de autores de países “civilizados”. Todo ello, en

definitiva, sentado sobre la base de haber pasado la “frontera mágica” de la Facultad de

Medicina, lo cual les otorga el derecho a la transgresión, mediante la indiferencia

condescendiente de la Academia Nacional de Medicina.

La movilización de recursos por parte de la Sociedad Homeopática, en particular la

presión ejercida al Ministro de Justicia e Instrucción Pública, y fundamentalmente a través de

los medios y colegas extranjeros, pudieron más que el accionar de los grupos más radicalizados,

ligados oportunamente a las instituciones de farmacia. Nuevamente, es de destacar que la época

era particularmente favorable al nacimiento de nuevas disciplinas y que la profesión médica

estaba en entredicho, así como la relación con el rol farmacéutico tampoco pasaba por el

momento de mayo fluidez: si luego de 1852 a nivel provincial, y a partir de 1880 a nivel

nacional, los médicos se habían erigido como los policías, legisladores y jueces de la salud, en

1930 los farmacéuticos se sumaron al resquebrajamiento generalizado y crearon su espacio

represor dentro del Departamento Nacional de Higiene.

De esta manera, los homeópatas consiguieron un reconocimiento trascendental a partir

del cual pudieron ejercer, enseñar y difundir su disciplina desde un marco legal. No obstante, el

lugar que consiguieron fue marginal y fruto de una gran movilización de recursos a lo largo de

varios años para conseguir reconocimientos que resultaron siempre incompletos, lo cual

probablemente, haya dejado secuelas en la interacción de esta y otras asociaciones respecto al

resto de las instituciones médicas y estatales.

La legitimación de esta práctica marginal se constituyó en función de una serie de

interacciones con instituciones que la antecedían y cuyo desarrollo estuvo ligado a un proceso

de validación social más amplio que excede, incluso, los márgenes de la Academia (donde está

la homeopatía). Por ejemplo, tal vez se pueda reconocer –cómo ya lo hicieran Jonás y Semich

hace casi setenta años–, que la automedicación que hoy hace importante a la industria

farmacéutica se puede explicar como producto de la lógica alopática. En todo caso, este es un

aspecto más de la madeja social que define estos procesos y no una explicación causal del

mismo.

Vale recordar que no ha mediado ningún “descubrimiento” relevante entre la fundación

de la institución y su reconocimiento jurídico que avale “científicamente” a la homeopatía,

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exceptuando la impresionante multiplicación de pacientes durante los primeros años de la

SMHA. En definitiva, los pacientes fueron los grandes financistas de la institución (al menos en

lo declarado), en una época en la que, al parecer menguaba la clientela para los médicos. Cabe

interrogarse, entonces, cuál hubiera sido el destino de la SMHA (aún con sus avances

institucionales) sin la eficacia –el éxito comercial– de sus tratamientos.

En definitiva, ante la abrumadora pluralidad de indicios y la infinita posibilidad de

conexiones causales que abre la indagación sobre los discursos de la época, difícilmente pueda

concluir en una solución única (pluri o monocausal) sino a una multiplicidad de voces que

pueden convertirse en un relato más o menos complejo, más o menos atrapante o convicente

sobre un determinado problema.

Esta multiplicidad de voces, fantasmales en el caso de Hipócrates, Paracelso y

Hahnemann, vivas en los discursos de barricada de Semich y Jonás, que a su vez aludían a otras

(aunque no en forma absolutamente verosímil) tan vivas como sacramentales, tan civilizadas y

modernas como arcaicas, tan revolucionarias y relativistas como conservadoras y positivistas…

tan imbricadas con el contexto y tan emparentadas con el resquebrajamiento de la disciplína

médica de la época.

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aparecida en El Sol de Meissen, de Barcelona].