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EN EL MAS
PURO ESTILO
ANGLOSAJON
Martín Amis, El Libro de Rache!. Traducción de Antonio Mauri. Editorial Anagrama, Barcelona, 1984. M artín Amis conquistó con
El Libro de Rache! el Premio Somerset Maugham, creado para impulsar a jóvenes autores. Doce años
más tarde, de la mano de Anagrama, el libro llega a España tan fresco y vigoroso como si el tiempo no hubiera pasado por sus páginas.
Al igual que hiciera su padre, Kingsley Amis, con Lucky Jim en los años cincuenta, el autor nos sorprende con una primera novela descabelladamente divertida, corrosiva y ridiculizante. Amis asimila su background cultural y mira hcia el grupo literario The Movement, formado por escritores «cansados del pesimismo de los años cuarenta, poco interesados en el sufrimiento y extremadamente intolerantes con la sensibilidad poética», tal y como los definió J. D. Scott, entonces director de la revista Spectator, en un polémico artículo publicado en 1954. Si hurgamos en la literatura inglesa no será difícil encontrar un elenco de escritores que cultivan una prosa cínica e insolente; que hacen reír al lector mientras subrepticiamente cuestionan el valor de las convenciones sociales o levantan ampollas en el establishment cultural. Quién no ha traslucido en su rostro una sonrisa de complicidad al descubrir el aguijón de la ironía en las primeras novelas de. Bruce Montgomery, o entre las páginas de Philip Larkin, John W ain y el mismo Kingsley Amis.
El Libro de Rache! revela una novela imaginativa y cínica. Rebosante de humor. Provocativa. Charles Highway, el narrador y principal protagonista, es un adolescente a punto de cumplir los veinte años, atareado en saborear la libertad que le brinda un año de estancia en Londres, y en preparar el examen de ingreso de la Universidad de Oxford. Es egocéntrico y narcisista. Estrafalario y megalómano. Un hipocondríaco precoz temeroso de no sobrepasar los veintiséis años,
Los Cuadernos de la Actualidad
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«como el pobre Keats». Pero sobre todo, Charles Highway es un joven con acnéicas pretensiones literarias, que suele escribir un promedio de «siete diarios al año, por grandes que sean las páginas, y por muy lacónico y austero que trate de ser». En estos cuadernos ejerce la profesión de biógrafo, psicoanalista, poeta y cronista de su propia historia, y le gusta ponerles títulos tan dispares y singulares como «Conquistas y Técnicas. Una síntesis»; «Generalizaciones Altisonantes»; o «Certezas y Absurdos», que reúne, ordenados de mayor a menor importancia, los diez motivos que cada semana le causan ansiedad: una especie de hit parad e freudiano.
No podía faltar en la novela una copiosa ración de William Blake, de la misma manera que no falta en el diario de ningún teenager que se estime. Blake no sospechó, allá por el dieciocho, que los jóvees con escasas estrategias para la conquista amorosa recurrían, con la misma esperanza con la que se recurre a un método de probada eficacia, a la recitación de estrofas de los Cantos de Experiencia. Ni tampoco imaginó Blake que sus libros servirían -junto con los suplementos dominicales de color, fundas de discos de rabiosa actualidad y otros objetos exquisitamente seleccionados- para formar parte de una escenografía creada exclusivamente para impresionar.
El Libro de Rache! transcurre en Londres y en las cercanías de Oxford. Estos lugares configuran dos mundos distintos, dos polos opuestos para el protagonista. Oxford representa la vida de provincias, la casa paterna y la monotonía familiar. Pero a Charles Highway, que envidia a los hijos adoptivos e ilegítimos, y que le gustaría perte-
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necer a un hogar despedazado, la vida de familia le resulta insoportable, hasta el punto de albergar la secreta esperanza de no ser admitido en Oxford y poder estudiar en otra universidad a cientos de kilómetros de distancia. Londres, por el contrario, encarna la independencia familiar y el libre albedrío, la espontaneidad, las borracheras con los amigos, el sexo, las anfetaminas, lo incógnito. Una colección multicolor de experiencias urbanas. Gustosamente, Highway cambia el paisaje rural de la casa paterna por un dormitorio en un sótano de Campden Hill Square con vistas a los cubos de basura y carbón. El hecho de que prefiera vivir en la metrópoli, en la complejidad, reviste la novela de un halo de credibilidad que sería imposible lograr en un ambiente rural.
Beatriz Campón
LA HISTORIA
SOSIFICADA
J. Femández-Santos, El griego. Barcelona, Planeta, 1985. J. A. Vallejo-Nágera, Yo, el rey. Barcelona, Planeta, 1985.
Tanto se han complicado los problemas de género de Aristóteles a esta parte que, probablemente hoy, la línea entre lo literario y
lo histórico no pase ya por la distancia entre lo que pudo haber sido y lo que en realidad fue. Pero también es probable que en un género concreto, a saber, la novela histórica, las diferencias de éste con la historiografía canónica estén aún situadas en ese punto en que los hechos escuétamente documentados dejan paso al vuelo de lo posible.
Es éste un límite impreciso, en el que la fantasía no deserta del todo del historiador, que debe también rellenar los huecos documentales con ayuda de la imaginación combinatoria, como tan ahincádamente recomendó -y practicósiempre don Claudia Sánchez Albornoz. Pero, mientras el «arte»
del historiador termina allí donde las hipótesis empiezan a adoptar aire de cábalas, llegando como máximo a bordear los límites de la lección pirrónica (de lo que tan magistral ejemplo es El regreso de Martin Guerre, de Natalie Z. Davis), la «ciencia» del novelista histórico consiste, o bien en travestir historiográficamente un hecho puramente ficcional, generalmente con ánimo metafórico o transpositivo (de ello serían buenos ejemplos Opus Nigrum, de la Yourcenar, y El nombre de la Rosa, de Eco), o más comúnmente, en aprovechar los vanos del relato histórico atado al documento, para convertir lo posible en «real narrativo», por vía de la mímesis que desata la misma Forma-relato (de lo que el ejemplo más ampliamente conocido serían Las memorias de Adriano).
De cuanto se deduce que, mientras la prosa histórica no se debe a otra verdad que a la restitución de los hechos, por vía del juicio probable, la «verdad» narrativa de la novela histórica consiste en mimar el relato histórico para hacer creíbles unos hechos que sólo son deseables (y no tanto en sentido optativo, cuanto en el del «deseo» freudiano).
Y, correlativamente, aunque la evaluación de lo opinable histórico se hace desde criterios histórica y socialmente determinados -lo que nos remitiría a un cierto wunsch colectivo-, estos se elevan a tal punto a la categoría de límites trascendentales, que difícilmente una hipótesis podría trascender esos límites verosimilizantes sin ser inmediatamente tachada de fantasiosa. En tanto que, para la novela histórica, la fantasía -concebida por en-
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lace inverosímil de hechos verosímilmente inconexos- aparece como condición sine qua non de su peculiar mímesis, en cuanto «revela» la emulsión histórica de una manera nueva, al someterla a un tratamiento retórico de los hechos distinto del aceptado.
Un revelado por vía del retruécano ucrónico -de hecho, el chiste a la argentina- es el que desde hace algún tiempo viene practicando entre nosotros Abel Posse -y que alcanzó su máxima perfección con Los perros del paraíso-. Otro, por vía de la acumulación caótica -lcabría llamarla «sorites» en suoriginal sentido de «montón»- dedetritus de estilemas tomados del«realismo mágico», son las novelasdiz-que-históricas de J. J. ArmasMarcelo. Lo más habitual, no obstante, es limitarse a conseguir efectos de «aura» histórica, mediante lamás o menos hábil combinación deelementos temáticos y estilísticosmuy fechados ( el caso de Extramuros, de Fdez.-Santos), o la apropiación de un tono y unos recursos yaexperimentados en el tratamientode la misma época, y que aparecencanónicamente ligados a ella ( elgaldosismo de El himno de Riego,de Esteban, o de Cabrera, de Fdez.Santos).
Este último procedimiento ( época problemáticamente refleja de la nuestra + reflexión sobre los males de España + la personalización del falso estilo diario), sólo que acentuando el aspecto documental y el tono de ensayo ficcionalizado, hasta despertar la duda sobre los límites que la separan de la simple reconstrucción histórica a lo Madariaga (en quien los límites entre novela histórica y ensayo históriéos siempre fueron tan vacilantes), ha sido el empleado por el último premio Planeta, en su recreación, atada a diarios, cartas y memorias de los implicados -de los cuarenta primeros días del reinado de José l.
El símil de vida que Vallejo-Nágera ha pretendido, al adoptar la primera persona de José Bonaparte como punto focal donde vienen a confluir sintética e identificatoriamente testimonios y documentos, queda falseado por su afán de amontonar detalles testificales -índices verosimilizadores que acaban adquiriendo un tono demostrativo, más que realista-, sin darse cuenta de que la novela resulta tanto más vívida cuanto menos cargada de detalles abrumadoramente
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«significativos» esté. Del mismo modo que la historia. resulta tanto más «figura!», imaginativa, cuanto menos se la pretenda cargar de elementos plásticos (uno de los fallos, por ejemplo, de Sánchez Albornoz
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en su Estampas de la vida de León hace mil años).
Esta reducción de la novela a una especie de ensayo plástico, que hace añorar el ensayo puro y simple, adquiere en El griego, última novela de Fernández-Santos, caracteres de verdadera banalización tanto de la historia -a cuyas posibilidades abstractas nada añade, y sí quita mucho, al plasmarlas malcomo de la literatura -por vía del kitch, o si se prefiere, del autorremedo.
Construida en forma polifónica -procedimiento que en cine sueledar resultados muy aparentes, peroque en novela suele terminar dando un aire entre letánico y seudopoético-, la novela, como no puede ser menos, tiene como trasfondo a un Greco ignoto, cuya interioridad supuestamente habría defranquearnos las voces de sus allegados: fútil intento, que ni el relativo morbo de la traición de suamante, Jerónima, con uno de susaprendices, consiguen hacernos interesante.
Todo viene a resumirse, como tan bien ha hecho notar el insobornable Alejandro Montero (El cocodrilo, 14.11.85), en esa «escritura mona» y aproblemática que parece ser patrimonio exclusivo en estos tiempos de Fernández-Santos (como novelista) y de Antonio Gala ( como articulista). Ni historia, ni novela histórica, ni siquiera un en-
sayo plástico, a lo Vallejo-Nágera, sobre el Greco senil: para esto le faltaría a Fernández Santos el saber psiquiátrico de bolsillo que Vallejo-Nágera demostró tener en Locos egregios.
Alberto Cardín
MASONERIA
EN ASTURIAS
Victoria Hidalgo Nieto, La Masonería en Asturias en el siglo XIX, Oviedo, Servicio de Publicaciones de la Comunidad Autónoma del Principado de Asturias, 1985, 303 páginas.
En un artículo del English Historical Review, de abril de 1969, John M. Roberts, miembro del Merton College de Oxford, seña-
laba con sorpresa que la historia de la masonería no había atraído, en el país que la vio nacer, a ningún historiador profesional, y que las obras de historia general sólo hacían algunas furtivas alusiones a ella.
Sin embargo, el mismo historiador reconocía que en Francia el estudio científico de la masonería se había hecho con gran seriedad, y en gran medida por historiadores ajenos a la masonería, como Pierre Chevallier y Alain le Bihan. Precisamente de este último tomaba la idea-de que «la historia de la masonería, al fin de cuentas, era uno más de los aspectos de la historia social, de la historia de las mentalidades, de la historia del pensamiento».
Por su parte, Daniel Ligou, uno de los historiadores oficiales del Grande Oriente de Francia, autor de una gran obra y creador de escuela de historiadores desde su universidad de Dijon, se preguntaba en 1972, en un trabajo dedicado a la historia de la masonería, si era posible una «masonología», término tomado -y aceptado- de Alee Mellar en cuanto integración del hecho masónico en las ciencias del hombre. Y tras reconocer que en Francia no existía divorcio o separación entre historia masónica e historia profana, reconocía que en su país, en los últimos quince o veinte años, la historia masónica
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había progresado y seguía progresando.
Afortunadamente en España, recientemente, estamos asistiendo tambín al florecer de una generación de jóvenes historiadores interesados por el tema de la masonería, lo que hace augurar un próximo y mejor conocimiento de uno de los temas que también en nuestro país ha estado no sólo divorciado de la historia general, sino rodeado de tabúes y fuertes polémicas de escaso valor científico.
En este sentido, y entre los más de media docena de libros de historia de la masonería publicados en nuestro país entre 1984 y 1985, quisiera destacar el de Victoria Hidalgo Nieto, La Masonería en Asturias en el siglo XIX, prologado por el que fue el último presidente de la República en el exilio, don José Maldonado, y publicado de forma impecable por la Consejería de Educación, Cultura y Deportes de la Comunidad Autónoma del Principado de Asturias, tras haber recibido el IV Premio Juan Uría Ríu.
La Masonería en Asturias en el siglo XIX es algo más que una mera aproximación a su estudio, aún cuando así se presente con la mirada puesta en un trabajo posterior más ambicioso y completo. Y el mérito es doble por cuanto no sólo nos acerca a la implantación y desarrollo de la masonería en la Asturias del XIX, sino porque la historia masónica se ensambla perfectamente dentro de la historia de Asturias dando nueva luz a aspectos parciales de su pasado. Y lo hace igualmente dentro de la historia general de España al abordar temas de interés estatal como la represión de la masonería en tiempos de Fernando VII e Isabel 11, el contencioso Iglesia-Masonería, especialmente vinculado con la Liga Antimasónica y sus derivaciones en la enseñanza laica, prensa masónica, etc., todo lo cual hace que la proyección histórica e interés del libro de Victoria Hidalgo supere las fronteras del Principado de Asturias incluso desde el punto de vista de la historia de la masonería sobre la que aporta una serie de noticias importantes y no conocidas de los años que precedieron a la revolución de 1868.
En el aspecto metodológico, el libro de Victoria Hidalgo hay que enmarcarlo dentro de una serie de trabajos paralelos que se han ocupado de la masonería en Canarias,
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Cataluña, Aragón, Andalucía, Galicia, Madrid ... con vistas a la futura y definitiva historia de la masonería en España. Razón por la que aún predominando fundamentalmente un criterio descriptivo-cronológico, se han usado correctamente otros de tipo geográfico, sociológico e ideológico que nos permiten acercarnos a los algo más de medio millar de masones ubicados y localizados en Asturias, entre los que hay un neto predominio de empleados (con todo lo que de ambiguo tiene el término), seguidos de artesanos, industriales, comerciantes y profesiones liberales.
Masones que, como deja bien claro Victoria Hidalgo, tienen una clara y decidida vocación laicista, plasmada en su lucha por la enseñanza laica, dignificación de cementerios civiles y ayuda a cuanto tuviera signo de progresismo que lógicamente tendrá su vertiente social en una especial preocupación por la cuestión obrera y situación de las cárceles.
VICTORIA HIDALGO NIETO
LA MASONERIA EN
ASTURIAS EN EL SIGLO
XIX
1 V Premio Juan U ria Ríu
COMt:NíPAD ,\l'TONOMA Dtl. Pkfl'iCI.PllcOO Dt AS'ltlRIA,
C0l\.WlfUA DE a>l!CAOON, CtLTtlA Y Dt:POICT1:s
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El complemento de listados parciales y totales de los masones de las distintas logias asturianas permiten al lector adentrarse en un terreno mucho más íntimo, e incluso familiar en casos, al tiempo que proporcionan una fuente de información que será muy útil para el estudio de tantos otros aspectos políticos, sociales, culturales e ideológicos de la historia interna de Asturias.
Curiosamente, de las múltiples obediencias o grupos masónicos con que contó la escindida masonería ibérica del siglo XIX, hay dos que no lograron imponerse en As-
turias, a pesar del influjo conseguido en otras zonas: El Grande Oriente Lusitano Unido, y el Grande Oriente Regular, más conocido como Grande Oriente de España, de Pérez. Significativa igualmente la escasa incidencia del Grande Oriente Español con sólo una logia y un triángulo, en tanto que llama la atención el poderío obtenido por el Grande Oriente de España, el Grande Oriente Nacional de España y el Grande Oriente Nacional de España de Ros que luego adoptaría el nombre de Grande Oriente Ibérico. En este sentido se echa en falta un listado claro o cuadro que permita al lector hacerse cargo de un golpe de vista no sólo de los grupos masones que actúan en Asturias, sino del transvase o cambio que algunas logias van haciendo de unas obediencias a otras como es el caso de los Amigos de la Naturaleza y la Humanidad que pasa por el Grande Oriente de Francia, el Grande Oriente Nacional de España, el Grande Oriente de España y el Grande Oriente Nacional de España de Ros.
Por lo que respecta a los grupos u obediencias masónicas que actúan en Asturias en el siglo XIX y que nos proporcionan el mapa masónico asturiano, destacan el Grande Oriente de Francia con una logia (Les Amis de la Nature et de /'Humanité de Gijón), el Grande Oriente Nacional de España con nueve logias (Luz Ovetense n. º 102 de Oviedo, Nueva Luz n. º 104 de Oviedo, La Justicia n.º 123 de Avilés, Fraternidad n.º 128 de Belmonte, Razón n.º 124 de Gijón, Amigos de la Naturaleza y de la Humanidad
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n. º 136 de Gijón, Estrella Benéfican.º 169 de Luarca, Antorcha Civilizadora n.º 122 de Navia, y El Trabajo n.º 75 de Trubia), el GrandeOriente de España con ocho logias(Ciencia y Virtud n.º 128 de Gijón,Nueva Luz n. º 234 de Oviedo, LaJusticia n.º 237 de Avilés, Concordia n.º 375 de Avilés, Fraternidadn.º 238 de Belmonte, Amigos de laNaturaleza y de la Humanidad n. º239 de Gijón, Luz de Luarca n.º 236de Luarca, y El Trabajo n.º 235 deTrubia), el Grande Oriente Nacional de España, de Ros y GrandeOriente Ibérico con cuatro logias(Juan González Río n.º 44 de Oviedo, Amigos de la Humanidad n. º61de Gijón, Luz de Luarca n. º 32 deLuarca, y El Trabajo n.º 39 de Trubia), la Gran Logia Simbólica Española de Memphis y Mizraim condos logias (Perla del Cantábrico n.º75 de Gijón y Luz de Bimenes n.º 86de Bimenes), el Grande OrienteEspañol con una logia: Jovellanosn. º 128 de Luarca y el triángulo Rafael Riego n.º 22 de Navia; y finalmente la Confederación MasónicaEspañola posteriormente Confederación Masónica Iberoamericanacon una logia: Caballeros de la Luzn.º 5 de Oviedo. Quedan, por supuesto sin mencionar otros talleresde rango superior como capítulos,grandes logias, etc.
De todas estas logias encontramos acertadas y abundantes, en su caso, referencias en La Masonería en Asturias en el siglo XIX, a excepción de la Ciencia y Virtud n.º 128 de Gijón desaparecida antes de abril de 1881 y que ya no figura en el listado oficial del Grande Oriente de España de dicho año en que se cambió la numeración correlativa de todas las logias una vez eliminadas las que ya habían dejado de existir.
La dificultad de localizar el material y la escasez del mismo en muchos casos hace que la labor del historiador de la masonería española se encuentre con una serie de dificultades suplementarias no siempre fáciles de superar que hacen que el trabajo de investigación adquiera a veces tintes de pesquisa verdaderamente policial, siguiendo las menores pistas en legajos, Boletines, Gacetas, expedientes personales ... , trabajo que supone horas y horas de esfuerzo personal y colectivo del que no siempre queda fiel reflejo en obras de síntesis en las que, al fin de cuentas, hay que dejar el tema abierto a futuras inves-
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tigaciones o a la aparición de nueva documentación. Este es el sino y el aliciente del auténtico historiador -y más aún del de la masoneríaque se ve forzado a asumir limitaciones propias y ajenas, pero queen el fondo nos ponen en presenciadel temple y valía del verdaderoprofesional, como es el caso deVictoria Hidalgo, que busca la verdad histórica sin tomas de posturasprevias y que, con un estilo claro yconciso, nos va acercando a unaobra, meritoriamente premiada,que no se podrá ignorar en los futuros estudios que sobre la masonería española se hagan.
José A. Ferrer Benimeli
UNA
REEDICION
OPORTUNA
Lauro Olmo, La camisa. El cuarto poder, Ediciones Cátedra, Colección Letras Hispánicas, n.º 208, Madrid, 1984; edición de Angel Berenguer.
En 1962 Lauro Olmo estrena su drama La camisa con general buena acogida por parte de la crítica aunque hubo unas esca
sas voces discordantes. Su resonancia llegó a lugares muy diferentes y, en este sentido, también Asturias ofrece algunos ejemplos de la
atracción que suscitó dicha obra. Así, en La Nueva España del 31-IX-1962 aparece una crónica desde Madrid titulada «El chabolismo en el teatro» y escrita por Juan Alberti. En ella, tras afirmar que en esta pieza dramática la «víctima es el amor, que muere acogotado por la chabola», el periodista ataca el lenguaje utilizado y concluye con estas palabras: «no vamos a decir que sea un léxico escatológico, es un léxico ordinario que suena mal hasta en la chabola. Si esto es lo que gusta y enardece, no tendremos otra solución que hacernos existencialistas».
Criterios muy diferentes son los que hacen que el grupo de teatro «Gesto», de Gijon, represente La camisa en el marco del Primer Festival de Teatro Contemporáneo celebrado en dicha ciudad en septiembre de 1963. Según Ricardo Doménech (Cuadernos Hispanoamericanos, n.º 166, octubre 1963), dicha función batió todas las marcas de taquilla y de aplausos. Entre quienes formaban parte de «Gesto» figuraban Eladio Sánchez (que hacía el papel de Juan), Pili Ibaseta (Lola), Eloína Vega (Señora Balbina), Pilar Bejarano (Abuela), Juan Otero (Luis), etc.; además, como escenógrafo interviene el pintor Eduardo Urculo. La representación mereció igualmente elogios por parte de la prensa local, como puede comprobarse con el comentario de Silvio aparecido en Voluntad el 5-Xl-1963.
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Un año más tarde el grupo gijonés «Esquilo», con varios miembros comunes a «Gesto», representa la misma obra en la ciudad francesa de Talence, dentro del Festival de Teatro Español organizado por la Universidad de Burdeos. Las críticas vuelven a ser favorables a La camisa y a quienes la interpretan. La periodista Simone Pereuilh es contundente en sus elogios: «nous sommes atteints en plein coeur, littéralement blessés et, sachez-le, il ne s'agit pas la de facile melo. La sobrieté, la sincerité y sont exemplaires. Tout, l'oeuvre, l'interpretation des seize acteurs, étudiants et ouvriers, inspire le plus grand respect, une grande amitié aussi». Y el hispanista Fran<;ois López, tan vinculado a Oviedo y al Centro de Estudios del Siglo XVIII, afirma en Insula, n.º 221, abril 1965) que la representación fue magnífica, añadiendo que al ver la reacción emocionada de algunos espectadores pudo comprender «lo que podría ser un teatro de toma de conciencia».
La vinculación de Lauro Olmo con Asturias podemos verla también en otros hechos. Además de conferencias y coloquios en la Universidad, en la Consejería de Cultura, en la Universidad Popular de Gijón o en la avilesina Casa de la Cultura, recordaremos que es uno de los firmantes de la famosa y conflictiva «Carta de los 102 intelectuales» que el 30-IX-1963 es enviada al entonces ministro de Información y Turismo, señor Fraga Iribarne. En ella se solicitan noticias veraces acerca de las presuntas torturas que se decía habían infligido determinados miembros de las fuerzas de seguridad a algunos mineros huelguistas y a familiares de éstos. La firma de este escrito, que originó un largo enfrentamiento entre los intelectuales y la Administración, causó ciertos problemas a Lauro Olmo que, entre otras cosas, fue llamado a declarar ante el juez bajo la acusación de propaganda clandestina, aunque el caso acabó sobreseyéndose.
Por último y tras tener presentes la versión de La noticia llevada a cabo por el grupo de teatro del Ateneo de Oviedo animado por Javier Villanueva, y la de El león enamorado por «Telón de Fondo», aludiremos a que la primera edición de La niña y el pelele (Cuadernos de Ruedo ibérico, n. 0 7, junio-julio 1966) apareció con ilustraciones de Eduardo Urculo.
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Pues bien, de Lauro Olmo acaba de ver la luz una oportuna reedición de La camisa y El cuarto poder. Sabido es que una obra de éxito resonante puede hacer que un autor casi sólo sea recordado por dicho texto, en detrimento de otras obras de un evidente interés objetivo. Esto es lo que en cierto modo ha ocurrido con Lauro Olmo y La camisa. El éxito de esta obra relegó a un segundo plano a otras piezas teatrales como los seis breves textos que constituyen El cuarto poder, los cuales, en varios casos, utilizan unos recursos formales que se encaminan por los senderos del simbolismo o la alegoría, frente al realismo temático y expresivo de su obra más conocida.
En este sentido, el libro que comentamos tiene como primer aspecto positivo el hecho de que ofrezca esta doble faceta de Lauro Olmo. Además gracias a esta edición de Angel Berenguer, Conflicto a la hora de la siesta, La niña y el pelele y Ceros a la izquierda se publican por primera vez en España. Dicho especialista en el teatro español contemporáneo nos ofrece una edición anotada de La camisa y El cuarto poder, con abundantes comentarios a pie de página que explican frases o hechos aludidos en el texto, aunque alguna interpretación política parece un tanto forzada.
Incluye también unos detallados datos biográficos del autor y una bibliografía dividida en dos partes: obras de Lauro Olmo hasta 1984 inclusive, y crítica sobre él. Por lo que concierne a la bibliografía de Olmo, aunque hay alguna ausencia en el campo de las obras no dramáticas, no cabe duda de que es una excelente base de partida para conocer la trayectoria del autor. Algo más incompleta nos parece la bibliografía sobre Olmo ya que faltan importantes trabajos críticos de Martha T. Halsey, César Oliva, Xosé Anxo Fernández Roca, Ricardo Doménech o incluso, creemos que por modestia, del propio Angel Berenguer.
Lo más discutible del trabajo del editor radica, a nuestro entender, en el enfoque que da a la «Introducción», cuando comenta las obras desde una perspectiva que se limita casi exclusivamente a los aspectos ideológicos y, más en concreto, a los políticos. Echamos en falta una mayor atención a la estética de las obras: el engarce de las
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situaciones escénicas, la gravedad o la viveza de los diálogos, inclusoel humor, que aparecen en La camisa, o, por poner un ejemplo deEl cuarto poder, la estructura de esapequeña obra maestra que es Lanoticia. Por otra parte y dado queBerenguer relaciona a Olmo con elambiente político de su época, quizá debería haber situado las dosobras editadas dentro de la trayectoria literaria del autor: por un lado, con su obra narrativa anterior,especialmente los cuentos, y porotro, con la trayectoria «comercial»y menos política que representanLa pechuga de la sardina o El cuerpo, prácticamente simultáneas a Elcuarto poder.
De todos modos, el enfoque político de Berenguer tiene una clara virtud: puede ser un acicate para que, sin tapujos ni beaterías de ninguna clase, la crítica se plantee, a los veinte años del apogeo de la llamada «Generación Realista», cuánto hubo de intencionalidad política en ésta y cuáles fueron sus logros artísticos en unas obras, a nuestro entender, más variadas de lo que habitualmente se considera.
Antonio Fernández Insuela
UNA NOVELA PARA QUEVEDO
Eduardo Alonso, El insomnio de una
noche de invierno. Anagrama, Barcelona, 1984.
He visto a muchos condenados a muerte; pero a ninguno condenado a que se muera». Estas palabras escribía Quevedo
desde la húmeda celda en que pasc'J casi cinco años, sin ánimos para so-
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bremorir, en el convento de San Marcos de León, panteón de los antiguos reyes castellanos. La causa por la que el escritor mereció trato semejante no está aún clara. La más divulgada leyenda cuenta que Felipe IV encontró bajo su servilleta el célebre «Memorial» atribuido a Quevedo, que destilaba acusaciones contra el conde-duque de Olivares, valido todopoderoso, y contra el propio rey. Acaso, como sostiene Gregorio Marañón, fue una razón de alta política -intrigas hispanofrancesas en medio- la causa del apresamiento de Quevedo una fría noche de diciembre de 1639. Puede, sin embargo, que la detención y prisión del escritor no fueran sino una espesa cortina de humo, para ocultar algo de mayores dimensiones: la conjura, capitaneada por el futuro privado don Luis de Haro, contra el tío de éste, el magnífico Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares.
Sobre estos y otros cascotes de hipótesis históricas, dentro del escenario de una España que se tambaleaba ante la mirada amable e indolente de Felipe IV, ha trazado Eduardo Alonso los hilos de su novela El insomnio de una noche de invierno. La obra, que obtuvo el Premio Azorín de novela de 1982, quiere ser crónica de un tiempo, tapiz de personajes áulicos, acendrada visión del dolor de España, historia de amor (i qué difuminada y, sin embargo, qué lacerante la relación entre Quevedo y Lisi!) y, por fin, escritura, nada más que escri-
tura que se engendra y se consume a sí misma.
Planteada como una recreación que va abriendo con su escalpelo diversas zonas de la realidad y del conocimiento, la novela se concentra en muy pocas horas de la vida de un hombre, para desde ahí lanzar irradiaciones literarias hacia ámbitos más abiertos: la corte de los Austrias, el rey Felipe el Grande ( que «como los pozos, se. torna más grande cuando más tierra le sacan»), las intrigas palaciegas, la personalidad de Olivares, la desolada situación de un país que confía su salud a paranoicos arbitristas y a monjas visionarias de llagas ·purulentas y nada milagrosas.
En medio de todo, España. Más allá, un estilo -el de Eduardo Alonso- que se sostiene sólidamente incluso cuando se aplica al propio Quevedo. lEs modestia o vanidad del autor el prestar su pluma a quien con ella alcanzó cotas que no pueden superarse? Tanto da, en realidad; lo cierto es que la prosa de Eduardo Alonso avanza cadenciosa, con gustosa morosidad, por meandros y recodos en los que se detiene con deleite el arte. Tal ejercicio de estilo comporta el uso de un vocabulario y una sintaxis de época. Solamente por eso merecería salvarse esta novela pero existen otros valores que n� deben velarse tras el logro citado. Me refiero a una composición esmerada, en la que la voz del narrador falsamente objetiva en ocasione� (así, cuando repasa la vida de doña Inés o nos muestra las ambiciones de don Luis de Haro ), alterna con la que el autor atribuye a Quevedo enjundiosa y apretada, que se dis� tribuye simétricamente en cláusulas de repujada geometría.
En El insomnio de una noche de
invierno puede pasar desapercibido uno de los, a mi juicio, mayores aciertos: el de los juegos de perspectiva, que presentan al lector una diversidad de planos ora lejanos
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ora prox1mos, en una manera de ri-
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rnidad desmitificadora que empequeñeciera su magnitud histórica. Cierto es que puede pensarse que ello es una muestra de dibujo literario difuminado y hasta borroso. Creo yo, en cambio, que el juego de contrastes y perspectivas, tan barroco por otra parte, es mérito y no baldón de esta novela, cuya lectura por ello, nos arrasa la imaginería que el lector tiene previamente construida con los personajes de la obra.
El insomnio de una noche de in
vierno es una conjunción de la sabiduría histórica y literaria, por una parte (ello se muestra desde el título a la_ construcción), y la sabiduría narrativa, por otra. Puede que esta última tenga que soportar el peso de unos personajes prefigurados, por lo que se repliega la fantasía ante la buscada fidelidad literaria e histórica. lSupone esto un lastre en el discurrir de la novela? Alguien dijo que las virtudes de los antiguos eran sólo brillantes defectos. Permítaseme sostener que el posible defecto de esta novela es más bien, una entrañable virtud: '1a de la buscada sujeción a la materia histórica 9ue da cuerpo al relato, y que permite al autor volcarse en la creación de un aliento literario en el que personajes y situaciones son absorbidos por la belleza de una prosa de tan acabadas hechuras.
Angel L. Prieto de Paula
ca complejidad al mostrarnos el mundo que se narra. Mientras que figuras como la del rey o la del embajador francés se nos aparecen en una relativa cercanía (siempre matizada por una estética distanciadora), otras como la de Olivares su esposa, Aguedilla, incluso la 'del propio Quevedo, se asoman temerosamente a las páginas del libro como si el autor hubiera prescindi� A a a a A A A do voluntariamente de una proxi- W W W W W W W
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Leviatán
REVISTA DE HECHOS E IDEAS
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Editada por la Fundación Pablo Iglesias.
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CRONICAS
PARA
ATOLON
DRADOS
NAVEGANTES
Fernando Poblet, Contra la Moderni
dad. Ediciones Libertarias, Madrid, 1985.
Fernando Poblet es esa voz más bien grave y no mal importada que expectora cuchilladas en forma de adjetivo desde el aparato
de radio, con distinta frecuencia (antes media, ahora modulada, monada) y a las horas más inverosímiles. No hace tanto, Fernando Poblet -esa voz de que hablo -impartía do-ctrina a los noctámbulos, con un cierto sabor a almendra amarga para paladear tras el último whisky en ese jergón casi siempre inhóspito en el que uno arrumba sus despojos tras pasearlos erráticos por todas las expendedurías de alcoholes de la ciudad. Ahora acompaña a menestrales, mancebos de botica, oficinistas, estudiantes de COU y chicas de servir, y eyacula sus textos, tiernos y malvados, mientras los mencionados eliminan los vestigios de la resaca con pasta dentífrica y agua de colonia o perpetran un frugal desayuno.
Fernando Poblet -textos, recuérdese-, no es un radiofonista a la violeta, que vive de prestado (realquilado de un oscuro pero eficaz guionista, quiero decir), ni uno de esos detestables piquitos de oro que se llenan el buche de onomatopeyas y aullidos de licántropo yanqui, de lugares y pensares comunes, y los endosan al respetable entre disco y disco, prueba de imbecilidad por la que llegan a percibir hasta cuarenta mil duros al mes. Fernando Poblet hállase al margen de esas ágrafas aves canoras. El es un tipo que escribe desde hace treinta y algunos años (júzguese pues a qué altura de la bota campera le quedan los novísimos). Antes lo hacía en revistas y periódicos, y ahora lo hace mojando la pluma en el éter, dándole marcha hertziana al carro de la Olivetti, si prefieren una metáfora más moderna.
Los Cuadernos de la Actualidad
Todo eso sin olvidar los libros. Dos de encargo, en los que extrajo con paciencia de entomólogo los menudillos a sus conciudadanos (Guía indiscreta de Gijón), y a una profesión (Historia de la radio enAsturias), y una dura, hermosa y breve novela (Tú serás Baudelaire),en la que mostraba hasta qué punto puede ser brutal la educación sentimental -compañero Flaubert- de un niño de posguerra.
Vuelve ahora Fernando Poblet desde el micrófono a palpar los anaqueles de las librerías con lo que él denomina «un artículo gordo y con pastas», que traducido al román paladino quiere decir libro. Contra la Modernidad no es un libro de encargo, ni un pliego de descargo, sino una compilación de artículos radiofónicos de Fernando Poblet escritos ante, cabe, contra, de, desde la modernidad, esa muletilla patriótica de torero cojitranco que -acompañada generalmente por el prefijo pos- tanto y tan en vano usan las ratitas presumidas de ese poblachón manchego al que dicen Madrid. No se confunda el lector con el adjetivo radiofónico: esa paronomasia macluhiana de que el medio media es una mierda. Quiero decir que Poblet es un señor articulista, un columnista de fuste (seguramente dórico), y poco importa el lugar en el que cometa la pifia. Estas crónicas para atolon-
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drados navegantes en las revueltas aguas de la modernidad fueron urdidas para la onda hertziana, pero igual servirían para una primera plana.
Efectuada esta precisión inicial, vayamos, sin más, al libro. Ciento dieciséis artículos -glosas de la cosa moderna, entiéndase-, doscientas cuarenta páginas de inventario arbitrario como no podía ser me� nos. Porque lqué es la modernidad? Veamos: «la empanada gallega» preparada por Alvaro Cunqueiro, «un DC-10 de Iberia pilotado por esquiroles y azafatas cutres que reparten naranjada podrida entre Madrid y Nueva York», «un cuento», «San Almodóvar y Santa Olvidito del Niño Jesús», «un patio de chismosas con tocadiscos», e incluso «un complejo de inferioridad camuflado tras una cresta punkie, una chaqueta de Adolfo Domínguez, un Totem, media docena de discos, esa cosa blanca que se esnifa y una ignorancia elegante». Tales son algunas de las definiciones de la cosa que Fernando Poblet facilita en su libro y, hasta un total de cuatrocientas o así, todas disímiles, contradictorias, enfrentadas, escindidas. Lo dicho: un inventario arbitrario (tan arbitrario como el itinerario dublinés de Léopold Bloom en el Ulises, por poner un ejemplo de mérito).
Cuentan quienes saben de esto que lo efímero, lo fragmentario lo incontingente, las salidas por' la tangente y demás floridas anarquías de salón son lo que caracteriza la posmodernidad. De tales asuntos habla Fernando Poblet en su libro, con prosa de la mejor factura, y exponiéndose a la fractura en ocasiones -el citerío exige un cierto arrojo en un país tan huérfano de sentido del humor-. Si quieren un avance de los títulos de crédito, ahí va: Almodóvar, Alpuente, Alaska, Ceesepe, El Hortelano, Oukalele, Ilegales, Sádaba, Savater, Cueto, La Luna ... Pero eso es lo de menos. Lo de más, en ésta como en las anteriores entregas librescas del señor Poblet, es la capacidad del interfecto para olisquear un asunto, ponerle coto verbal con fintas de viejo zorro columnero, supurar media docena de malvadas metáforas y encerrar una joya en folio y medio. Así pues, no queda más que concluir invirtiendo el chusco precepto mural: listo el que lo lea.
Francisco Orejas