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EN EL MAS PURO ESTILO ANGLOSAJON Martín Amis, El Libro de Rache!. Traducción de Antonio Mauri. Edito- rial Anagrama, Barcelona, 1984. M t Amis conquistó con El Libro de Rache! el Pre- mio Somerset Maugh, creado pa impuls a jó- venes autores. Doce os más tarde, de la mano de Anagra- ma, el libro llega a España tan es- co y vigoroso como si el tiempo no hubiera pasado por sus páginas. Al igual que hiciera su padre, Kingsley Amis, con Lucky Jim en los años cincuenta, el autor nos sorprende con una primera novela descabelladamente divertida, co- rrosiva y ridiculizante. Amis asimi- la su backgund cultural y mira hcia el grupo literario e Move- ment, rmado por escritores «can- sados del pesimismo de los años cuarenta, poco interesados en el suimiento y extremadamente in- tolerantes con la sensibilidad poé- tica», tal y como los definió J. D. Scott, entonces director de la revis- ta Spectator, en un polémico artícu- lo publicado en 1954. Si hurgamos en la literatura inglesa no será di- cil encontrar un elenco de escrito- res que cultivan una prosa cínica e insolente; que hacen reír al lector mientras subrepticiamente cuestio- nan el valor de las convenciones sociales o levantan ampollas en el establishment cultural. Quién no ha traslucido en su rostro una sonrisa de complicidad al descubrir el aguijón de la ironía en las primeras novelas de. Bruce Montgomery, o entre las páginas de Philip Larkin, John Wain y el mismo ngsley Amis. El Libro de Rache! revela una no- vela imaginativa y cínica. Rebosan- te de humor. Provocativa. Charles Highway, el narrador y principal protagonista, es un adolescente a punto de cumplir los veinte años, atareado en saborear la libertad que le brinda un año de estancia en Londres, y en preparar el examen de ingreso de la Universidad de Oxford. Es egocéntrico y narcisista. Estralario y megalómano. Un hi- pocondríaco precoz temeroso de no sobrepasar los veintiséis años, Los Cuadernos de la Actualidad - l �·' . �.,· 1, / . ! i ". .. ' . «como el pobre Keats». Pero sobre todo, Charles Highway es un joven con acnéicas pretensiones litera- rias, que suele escribir un prome- dio de «siete diarios al año, por grandes que sean las páginas, y por muy lacónico y austero que trate de ser». En estos cuadernos ejerce la prosión de biógra, psicoana- lista, poeta y cronista de su propia historia, y le gusta ponerles títulos tan dispares y singulares como «Conquistas y Técnicas. Una sínte- sis»; «Generalizaciones Altisonan- tes»; o «Certezas y Absurdos», que reúne, ordenados de mayor a me- nor importancia, los diez motivos que cada semana le causan ansie- dad: una especie de hit parade eu- diano. No podía ltar en la novela una copiosa ración de William Blake, de la misma manera que no lta en el diario de ningún teenager que se estime. Blake no sospechó, allá por el dieciocho, que los jóvees con escasas estrategias para la con- quista amorosa recurrían, con la misma esperanza con la que se re- curre a un método de probada efi- cacia, a la recitación de estros de los Cantos de eriencia. Ni tam- poco imaginó Blake que sus libros servirían -junto con los suplemen- tos dominicales de color, ndas de discos de rabiosa actualidad y otros objetos exquisitamente selecciona- dos- para rmar parte de una es- cenograa creada exclusivamente para impresionar. El Libro de Rache! transcurre en Londres y en las cercanías de Ox- rd. Estos lugares configuran dos mundos distintos, dos polos opues- tos para el protagonista. Oxrd re- presenta la vida de provincias, la casa paterna y la monotonía mi- liar. Pero a Charles Highway, que envidia a los hijos adoptivos e ilegítimos, y que le gustaría perte- 97 necer a un hogar despedazado, la vida de milia le resulta insoporta- ble, hasta el punto de albergar la secreta esperanza de no ser admiti- do en Oxrd y poder estudiar en otra universidad a cientos de kiló- metros de distancia. Londres, por el contrario, encarna la indepen- dencia miliar y el libre albedrío, la espontaneidad, las borracheras con los amigos, el sexo, las anta- minas, lo incógnito. Una colección multicolor de experiencias urba- nas. Gustosamente, Highway cam- bia el paisaje rural de la casa pater- na por un dormitorio en un sótano de Campden Hill Square con vistas a los cubos de basura y carbón. El hecho de que prefiera vivir en la metrópoli, en la complejidad, re- viste la novela de un halo de credi- bilidad que sería imposible lograr en un ambiente rural. Beatz Campón LA HISTORIA SOSIFICADA J. Femández-Santos, El griego. Bar- celona, Planeta, 1985. J. A. Vallejo-Ná- gera, Yo, el r. Barcelona, Planeta, 1985. T anto se han complicado los problemas de género de Aristóteles a esta parte que, probablemente hoy, la línea entre lo literario y lo histórico no pase ya por la dis- tancia entre lo que pudo haber sido y lo que en realidad e. Pero tam- bién es probable que en un género concreto, a saber, la novela históri- ca, las direncias de éste con la historiograa canónica estén aún situadas en ese punto en que los hechos escuétamente documenta- dos dejan paso al vuelo de lo posi- ble. Es éste un límite impreciso, en el que la ntasía no deserta del to- do del historiador, que debe tam- bién rellenar los huecos documen- tales con ayuda de la imaginación combinatoria, como tan ahincáda- mente recomendó -y practicó- siempre don Claudia Sánchez Al- bornoz. Pero, mientras el «arte»

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EN EL MAS

PURO ESTILO

ANGLOSAJON

Martín Amis, El Libro de Rache!. Traducción de Antonio Mauri. Edito­rial Anagrama, Barcelona, 1984. M artín Amis conquistó con

El Libro de Rache! el Pre­mio Somerset Maugham, creado para impulsar a jó­venes autores. Doce años

más tarde, de la mano de Anagra­ma, el libro llega a España tan fres­co y vigoroso como si el tiempo no hubiera pasado por sus páginas.

Al igual que hiciera su padre, Kingsley Amis, con Lucky Jim en los años cincuenta, el autor nos sorprende con una primera novela descabelladamente divertida, co­rrosiva y ridiculizante. Amis asimi­la su background cultural y mira hcia el grupo literario The Move­ment, formado por escritores «can­sados del pesimismo de los años cuarenta, poco interesados en el sufrimiento y extremadamente in­tolerantes con la sensibilidad poé­tica», tal y como los definió J. D. Scott, entonces director de la revis­ta Spectator, en un polémico artícu­lo publicado en 1954. Si hurgamos en la literatura inglesa no será difí­cil encontrar un elenco de escrito­res que cultivan una prosa cínica e insolente; que hacen reír al lector mientras subrepticiamente cuestio­nan el valor de las convenciones sociales o levantan ampollas en el establishment cultural. Quién no ha traslucido en su rostro una sonrisa de complicidad al descubrir el aguijón de la ironía en las primeras novelas de. Bruce Montgomery, o entre las páginas de Philip Larkin, John W ain y el mismo Kingsley Amis.

El Libro de Rache! revela una no­vela imaginativa y cínica. Rebosan­te de humor. Provocativa. Charles Highway, el narrador y principal protagonista, es un adolescente a punto de cumplir los veinte años, atareado en saborear la libertad que le brinda un año de estancia en Londres, y en preparar el examen de ingreso de la Universidad de Oxford. Es egocéntrico y narcisista. Estrafalario y megalómano. Un hi­pocondríaco precoz temeroso de no sobrepasar los veintiséis años,

Los Cuadernos de la Actualidad

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«como el pobre Keats». Pero sobre todo, Charles Highway es un joven con acnéicas pretensiones litera­rias, que suele escribir un prome­dio de «siete diarios al año, por grandes que sean las páginas, y por muy lacónico y austero que trate de ser». En estos cuadernos ejerce la profesión de biógrafo, psicoana­lista, poeta y cronista de su propia historia, y le gusta ponerles títulos tan dispares y singulares como «Conquistas y Técnicas. Una sínte­sis»; «Generalizaciones Altisonan­tes»; o «Certezas y Absurdos», que reúne, ordenados de mayor a me­nor importancia, los diez motivos que cada semana le causan ansie­dad: una especie de hit parad e freu­diano.

No podía faltar en la novela una copiosa ración de William Blake, de la misma manera que no falta en el diario de ningún teenager que se estime. Blake no sospechó, allá por el dieciocho, que los jóvees con escasas estrategias para la con­quista amorosa recurrían, con la misma esperanza con la que se re­curre a un método de probada efi­cacia, a la recitación de estrofas de los Cantos de Experiencia. Ni tam­poco imaginó Blake que sus libros servirían -junto con los suplemen­tos dominicales de color, fundas de discos de rabiosa actualidad y otros objetos exquisitamente selecciona­dos- para formar parte de una es­cenografía creada exclusivamente para impresionar.

El Libro de Rache! transcurre en Londres y en las cercanías de Ox­ford. Estos lugares configuran dos mundos distintos, dos polos opues­tos para el protagonista. Oxford re­presenta la vida de provincias, la casa paterna y la monotonía fami­liar. Pero a Charles Highway, que envidia a los hijos adoptivos e ilegítimos, y que le gustaría perte-

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necer a un hogar despedazado, la vida de familia le resulta insoporta­ble, hasta el punto de albergar la secreta esperanza de no ser admiti­do en Oxford y poder estudiar en otra universidad a cientos de kiló­metros de distancia. Londres, por el contrario, encarna la indepen­dencia familiar y el libre albedrío, la espontaneidad, las borracheras con los amigos, el sexo, las anfeta­minas, lo incógnito. Una colección multicolor de experiencias urba­nas. Gustosamente, Highway cam­bia el paisaje rural de la casa pater­na por un dormitorio en un sótano de Campden Hill Square con vistas a los cubos de basura y carbón. El hecho de que prefiera vivir en la metrópoli, en la complejidad, re­viste la novela de un halo de credi­bilidad que sería imposible lograr en un ambiente rural.

Beatriz Campón

LA HISTORIA

SOSIFICADA

J. Femández-Santos, El griego. Bar­celona, Planeta, 1985. J. A. Vallejo-Ná­gera, Yo, el rey. Barcelona, Planeta, 1985.

Tanto se han complicado los problemas de género de Aristóteles a esta parte que, probablemente hoy, la línea entre lo literario y

lo histórico no pase ya por la dis­tancia entre lo que pudo haber sido y lo que en realidad fue. Pero tam­bién es probable que en un género concreto, a saber, la novela históri­ca, las diferencias de éste con la historiografía canónica estén aún situadas en ese punto en que los hechos escuétamente documenta­dos dejan paso al vuelo de lo posi­ble.

Es éste un límite impreciso, en el que la fantasía no deserta del to­do del historiador, que debe tam­bién rellenar los huecos documen­tales con ayuda de la imaginación combinatoria, como tan ahincáda­mente recomendó -y practicó­siempre don Claudia Sánchez Al­bornoz. Pero, mientras el «arte»

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del historiador termina allí donde las hipótesis empiezan a adoptar aire de cábalas, llegando como má­ximo a bordear los límites de la lección pirrónica (de lo que tan magistral ejemplo es El regreso de Martin Guerre, de Natalie Z. Da­vis), la «ciencia» del novelista his­tórico consiste, o bien en travestir historiográficamente un hecho pu­ramente ficcional, generalmente con ánimo metafórico o transposi­tivo (de ello serían buenos ejem­plos Opus Nigrum, de la Yourcenar, y El nombre de la Rosa, de Eco), o más comúnmente, en aprovechar los vanos del relato histórico atado al documento, para convertir lo po­sible en «real narrativo», por vía de la mímesis que desata la misma Forma-relato (de lo que el ejemplo más ampliamente conocido serían Las memorias de Adriano).

De cuanto se deduce que, mien­tras la prosa histórica no se debe a otra verdad que a la restitución de los hechos, por vía del juicio proba­ble, la «verdad» narrativa de la no­vela histórica consiste en mimar el relato histórico para hacer creíbles unos hechos que sólo son desea­bles (y no tanto en sentido optati­vo, cuanto en el del «deseo» freu­diano).

Y, correlativamente, aunque la evaluación de lo opinable histórico se hace desde criterios histórica y socialmente determinados -lo que nos remitiría a un cierto wunsch co­lectivo-, estos se elevan a tal pun­to a la categoría de límites trascen­dentales, que difícilmente una hi­pótesis podría trascender esos lími­tes verosimilizantes sin ser inme­diatamente tachada de fantasiosa. En tanto que, para la novela histó­rica, la fantasía -concebida por en-

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lace inverosímil de hechos verosí­milmente inconexos- aparece co­mo condición sine qua non de su peculiar mímesis, en cuanto «reve­la» la emulsión histórica de una manera nueva, al someterla a un tratamiento retórico de los hechos distinto del aceptado.

Un revelado por vía del retruéca­no ucrónico -de hecho, el chiste a la argentina- es el que desde hace algún tiempo viene practicando entre nosotros Abel Posse -y que alcanzó su máxima perfección con Los perros del paraíso-. Otro, por vía de la acumulación caótica -lcabría llamarla «sorites» en suoriginal sentido de «montón»- dedetritus de estilemas tomados del«realismo mágico», son las novelasdiz-que-históricas de J. J. ArmasMarcelo. Lo más habitual, no obs­tante, es limitarse a conseguir efec­tos de «aura» histórica, mediante lamás o menos hábil combinación deelementos temáticos y estilísticosmuy fechados ( el caso de Extramu­ros, de Fdez.-Santos), o la apropia­ción de un tono y unos recursos yaexperimentados en el tratamientode la misma época, y que aparecencanónicamente ligados a ella ( elgaldosismo de El himno de Riego,de Esteban, o de Cabrera, de Fdez.­Santos).

Este último procedimiento ( épo­ca problemáticamente refleja de la nuestra + reflexión sobre los males de España + la personalización del falso estilo diario), sólo que acen­tuando el aspecto documental y el tono de ensayo ficcionalizado, has­ta despertar la duda sobre los lími­tes que la separan de la simple re­construcción histórica a lo Mada­riaga (en quien los límites entre novela histórica y ensayo históri­éos siempre fueron tan vacilantes), ha sido el empleado por el último premio Planeta, en su recreación, atada a diarios, cartas y memorias de los implicados -de los cuarenta primeros días del reinado de José l.

El símil de vida que Vallejo-Ná­gera ha pretendido, al adoptar la primera persona de José Bonaparte como punto focal donde vienen a confluir sintética e identificatoria­mente testimonios y documentos, queda falseado por su afán de amontonar detalles testificales -índices verosimilizadores que aca­ban adquiriendo un tono demos­trativo, más que realista-, sin dar­se cuenta de que la novela resulta tanto más vívida cuanto menos car­gada de detalles abrumadoramente

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«significativos» esté. Del mismo modo que la historia. resulta tanto más «figura!», imaginativa, cuanto menos se la pretenda cargar de ele­mentos plásticos (uno de los fallos, por ejemplo, de Sánchez Albornoz

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en su Estampas de la vida de León hace mil años).

Esta reducción de la novela a una especie de ensayo plástico, que hace añorar el ensayo puro y sim­ple, adquiere en El griego, última novela de Fernández-Santos, ca­racteres de verdadera banalización tanto de la historia -a cuyas posi­bilidades abstractas nada añade, y sí quita mucho, al plasmarlas mal­como de la literatura -por vía del kitch, o si se prefiere, del autorre­medo.

Construida en forma polifónica -procedimiento que en cine sueledar resultados muy aparentes, peroque en novela suele terminar dan­do un aire entre letánico y seudo­poético-, la novela, como no pue­de ser menos, tiene como trasfon­do a un Greco ignoto, cuya interio­ridad supuestamente habría defranquearnos las voces de sus alle­gados: fútil intento, que ni el rela­tivo morbo de la traición de suamante, Jerónima, con uno de susaprendices, consiguen hacernos in­teresante.

Todo viene a resumirse, como tan bien ha hecho notar el insobor­nable Alejandro Montero (El coco­drilo, 14.11.85), en esa «escritura mona» y aproblemática que parece ser patrimonio exclusivo en estos tiempos de Fernández-Santos (co­mo novelista) y de Antonio Gala ( como articulista). Ni historia, ni novela histórica, ni siquiera un en-

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sayo plástico, a lo Vallejo-Nágera, sobre el Greco senil: para esto le faltaría a Fernández Santos el sa­ber psiquiátrico de bolsillo que Va­llejo-Nágera demostró tener en Lo­cos egregios.

Alberto Cardín

MASONERIA

EN ASTURIAS

Victoria Hidalgo Nieto, La Masone­ría en Asturias en el siglo XIX, Oviedo, Servicio de Publicaciones de la Comu­nidad Autónoma del Principado de As­turias, 1985, 303 páginas.

En un artículo del English Historical Review, de abril de 1969, John M. Rober­ts, miembro del Merton College de Oxford, seña-

laba con sorpresa que la historia de la masonería no había atraído, en el país que la vio nacer, a ningún historiador profesional, y que las obras de historia general sólo ha­cían algunas furtivas alusiones a ella.

Sin embargo, el mismo historia­dor reconocía que en Francia el es­tudio científico de la masonería se había hecho con gran seriedad, y en gran medida por historiadores ajenos a la masonería, como Pierre Chevallier y Alain le Bihan. Preci­samente de este último tomaba la idea-de que «la historia de la maso­nería, al fin de cuentas, era uno más de los aspectos de la historia social, de la historia de las mentali­dades, de la historia del pensa­miento».

Por su parte, Daniel Ligou, uno de los historiadores oficiales del Grande Oriente de Francia, autor de una gran obra y creador de es­cuela de historiadores desde su universidad de Dijon, se pregunta­ba en 1972, en un trabajo dedicado a la historia de la masonería, si era posible una «masonología», térmi­no tomado -y aceptado- de Alee Mellar en cuanto integración del hecho masónico en las ciencias del hombre. Y tras reconocer que en Francia no existía divorcio o sepa­ración entre historia masónica e historia profana, reconocía que en su país, en los últimos quince o veinte años, la historia masónica

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había progresado y seguía progre­sando.

Afortunadamente en España, re­cientemente, estamos asistiendo tambín al florecer de una genera­ción de jóvenes historiadores inte­resados por el tema de la masone­ría, lo que hace augurar un próxi­mo y mejor conocimiento de uno de los temas que también en nues­tro país ha estado no sólo divorcia­do de la historia general, sino ro­deado de tabúes y fuertes polémi­cas de escaso valor científico.

En este sentido, y entre los más de media docena de libros de his­toria de la masonería publicados en nuestro país entre 1984 y 1985, qui­siera destacar el de Victoria Hidal­go Nieto, La Masonería en Asturias en el siglo XIX, prologado por el que fue el último presidente de la República en el exilio, don José Maldonado, y publicado de forma impecable por la Consejería de Educación, Cultura y Deportes de la Comunidad Autónoma del Prin­cipado de Asturias, tras haber reci­bido el IV Premio Juan Uría Ríu.

La Masonería en Asturias en el si­glo XIX es algo más que una mera aproximación a su estudio, aún cuando así se presente con la mira­da puesta en un trabajo posterior más ambicioso y completo. Y el mérito es doble por cuanto no sólo nos acerca a la implantación y de­sarrollo de la masonería en la Astu­rias del XIX, sino porque la histo­ria masónica se ensambla perfecta­mente dentro de la historia de As­turias dando nueva luz a aspectos parciales de su pasado. Y lo hace igualmente dentro de la historia general de España al abordar temas de interés estatal como la represión de la masonería en tiempos de Fer­nando VII e Isabel 11, el contencio­so Iglesia-Masonería, especialmen­te vinculado con la Liga Antimasó­nica y sus derivaciones en la ense­ñanza laica, prensa masónica, etc., todo lo cual hace que la proyección histórica e interés del libro de Vic­toria Hidalgo supere las fronteras del Principado de Asturias incluso desde el punto de vista de la histo­ria de la masonería sobre la que aporta una serie de noticias impor­tantes y no conocidas de los años que precedieron a la revolución de 1868.

En el aspecto metodológico, el libro de Victoria Hidalgo hay que enmarcarlo dentro de una serie de trabajos paralelos que se han ocu­pado de la masonería en Canarias,

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Cataluña, Aragón, Andalucía, Gali­cia, Madrid ... con vistas a la futura y definitiva historia de la masone­ría en España. Razón por la que aún predominando fundamental­mente un criterio descriptivo-cro­nológico, se han usado correcta­mente otros de tipo geográfico, so­ciológico e ideológico que nos per­miten acercarnos a los algo más de medio millar de masones ubicados y localizados en Asturias, entre los que hay un neto predominio de empleados (con todo lo que de am­biguo tiene el término), seguidos de artesanos, industriales, comer­ciantes y profesiones liberales.

Masones que, como deja bien claro Victoria Hidalgo, tienen una clara y decidida vocación laicista, plasmada en su lucha por la ense­ñanza laica, dignificación de ce­menterios civiles y ayuda a cuanto tuviera signo de progresismo que lógicamente tendrá su vertiente so­cial en una especial preocupación por la cuestión obrera y situación de las cárceles.

VICTORIA HIDALGO NIETO

LA MASONERIA EN

ASTURIAS EN EL SIGLO

XIX

1 V Premio Juan U ria Ríu

COMt:NíPAD ,\l'TONOMA Dtl. Pkfl'iCI.PllcOO Dt AS'ltlRIA,

C0l\.WlfUA DE a>l!CAOON, CtLTtlA Y Dt:POICT1:s

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El complemento de listados par­ciales y totales de los masones de las distintas logias asturianas per­miten al lector adentrarse en un te­rreno mucho más íntimo, e incluso familiar en casos, al tiempo que proporcionan una fuente de infor­mación que será muy útil para el estudio de tantos otros aspectos políticos, sociales, culturales e ideológicos de la historia interna de Asturias.

Curiosamente, de las múltiples obediencias o grupos masónicos con que contó la escindida maso­nería ibérica del siglo XIX, hay dos que no lograron imponerse en As-

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turias, a pesar del influjo consegui­do en otras zonas: El Grande Oriente Lusitano Unido, y el Gran­de Oriente Regular, más conocido como Grande Oriente de España, de Pérez. Significativa igualmente la escasa incidencia del Grande Oriente Español con sólo una logia y un triángulo, en tanto que llama la atención el poderío obtenido por el Grande Oriente de España, el Grande Oriente Nacional de Espa­ña y el Grande Oriente Nacional de España de Ros que luego adop­taría el nombre de Grande Oriente Ibérico. En este sentido se echa en falta un listado claro o cuadro que permita al lector hacerse cargo de un golpe de vista no sólo de los grupos masones que actúan en As­turias, sino del transvase o cambio que algunas logias van haciendo de unas obediencias a otras como es el caso de los Amigos de la Natura­leza y la Humanidad que pasa por el Grande Oriente de Francia, el Grande Oriente Nacional de Espa­ña, el Grande Oriente de España y el Grande Oriente Nacional de Es­paña de Ros.

Por lo que respecta a los grupos u obediencias masónicas que ac­túan en Asturias en el siglo XIX y que nos proporcionan el mapa ma­sónico asturiano, destacan el Gran­de Oriente de Francia con una lo­gia (Les Amis de la Nature et de /'­Humanité de Gijón), el Grande Oriente Nacional de España con nueve logias (Luz Ovetense n. º 102 de Oviedo, Nueva Luz n. º 104 de Oviedo, La Justicia n.º 123 de Avi­lés, Fraternidad n.º 128 de Belmon­te, Razón n.º 124 de Gijón, Amigos de la Naturaleza y de la Humanidad

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n. º 136 de Gijón, Estrella Benéfican.º 169 de Luarca, Antorcha Civili­zadora n.º 122 de Navia, y El Traba­jo n.º 75 de Trubia), el GrandeOriente de España con ocho logias(Ciencia y Virtud n.º 128 de Gijón,Nueva Luz n. º 234 de Oviedo, LaJusticia n.º 237 de Avilés, Concor­dia n.º 375 de Avilés, Fraternidadn.º 238 de Belmonte, Amigos de laNaturaleza y de la Humanidad n. º239 de Gijón, Luz de Luarca n.º 236de Luarca, y El Trabajo n.º 235 deTrubia), el Grande Oriente Nacio­nal de España, de Ros y GrandeOriente Ibérico con cuatro logias(Juan González Río n.º 44 de Ovie­do, Amigos de la Humanidad n. º61de Gijón, Luz de Luarca n. º 32 deLuarca, y El Trabajo n.º 39 de Tru­bia), la Gran Logia Simbólica Es­pañola de Memphis y Mizraim condos logias (Perla del Cantábrico n.º75 de Gijón y Luz de Bimenes n.º 86de Bimenes), el Grande OrienteEspañol con una logia: Jovellanosn. º 128 de Luarca y el triángulo Ra­fael Riego n.º 22 de Navia; y final­mente la Confederación MasónicaEspañola posteriormente Confede­ración Masónica Iberoamericanacon una logia: Caballeros de la Luzn.º 5 de Oviedo. Quedan, por su­puesto sin mencionar otros talleresde rango superior como capítulos,grandes logias, etc.

De todas estas logias encontra­mos acertadas y abundantes, en su caso, referencias en La Masonería en Asturias en el siglo XIX, a excep­ción de la Ciencia y Virtud n.º 128 de Gijón desaparecida antes de abril de 1881 y que ya no figura en el listado oficial del Grande Orien­te de España de dicho año en que se cambió la numeración correlati­va de todas las logias una vez eli­minadas las que ya habían dejado de existir.

La dificultad de localizar el ma­terial y la escasez del mismo en muchos casos hace que la labor del historiador de la masonería espa­ñola se encuentre con una serie de dificultades suplementarias no siempre fáciles de superar que ha­cen que el trabajo de investigación adquiera a veces tintes de pesquisa verdaderamente policial, siguiendo las menores pistas en legajos, Bole­tines, Gacetas, expedientes perso­nales ... , trabajo que supone horas y horas de esfuerzo personal y colec­tivo del que no siempre queda fiel reflejo en obras de síntesis en las que, al fin de cuentas, hay que de­jar el tema abierto a futuras inves-

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tigaciones o a la aparición de nueva documentación. Este es el sino y el aliciente del auténtico historiador -y más aún del de la masonería­que se ve forzado a asumir limita­ciones propias y ajenas, pero queen el fondo nos ponen en presenciadel temple y valía del verdaderoprofesional, como es el caso deVictoria Hidalgo, que busca la ver­dad histórica sin tomas de posturasprevias y que, con un estilo claro yconciso, nos va acercando a unaobra, meritoriamente premiada,que no se podrá ignorar en los fu­turos estudios que sobre la maso­nería española se hagan.

José A. Ferrer Benimeli

UNA

REEDICION

OPORTUNA

Lauro Olmo, La camisa. El cuarto po­der, Ediciones Cátedra, Colección Le­tras Hispánicas, n.º 208, Madrid, 1984; edición de Angel Berenguer.

En 1962 Lauro Olmo estre­na su drama La camisa con general buena acogi­da por parte de la crítica aunque hubo unas esca­

sas voces discordantes. Su resonan­cia llegó a lugares muy diferentes y, en este sentido, también Astu­rias ofrece algunos ejemplos de la

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atracción que suscitó dicha obra. Así, en La Nueva España del 31-IX-1962 aparece una crónica desde Madrid titulada «El chabolismo en el teatro» y escrita por Juan Alber­ti. En ella, tras afirmar que en esta pieza dramática la «víctima es el amor, que muere acogotado por la chabola», el periodista ataca el len­guaje utilizado y concluye con es­tas palabras: «no vamos a decir que sea un léxico escatológico, es un léxico ordinario que suena mal hasta en la chabola. Si esto es lo que gusta y enardece, no tendre­mos otra solución que hacernos existencialistas».

Criterios muy diferentes son los que hacen que el grupo de teatro «Gesto», de Gijon, represente La camisa en el marco del Primer Fes­tival de Teatro Contemporáneo ce­lebrado en dicha ciudad en sep­tiembre de 1963. Según Ricardo Doménech (Cuadernos Hispa­noamericanos, n.º 166, octubre 1963), dicha función batió todas las marcas de taquilla y de aplausos. Entre quienes formaban parte de «Gesto» figuraban Eladio Sánchez (que hacía el papel de Juan), Pili Ibaseta (Lola), Eloína Vega (Seño­ra Balbina), Pilar Bejarano (Abue­la), Juan Otero (Luis), etc.; ade­más, como escenógrafo interviene el pintor Eduardo Urculo. La re­presentación mereció igualmente elogios por parte de la prensa local, como puede comprobarse con el comentario de Silvio aparecido en Voluntad el 5-Xl-1963.

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Un año más tarde el grupo gijo­nés «Esquilo», con varios miem­bros comunes a «Gesto», represen­ta la misma obra en la ciudad fran­cesa de Talence, dentro del Festi­val de Teatro Español organizado por la Universidad de Burdeos. Las críticas vuelven a ser favorables a La camisa y a quienes la interpre­tan. La periodista Simone Pereuilh es contundente en sus elogios: «nous sommes atteints en plein coeur, littéralement blessés et, sa­chez-le, il ne s'agit pas la de facile melo. La sobrieté, la sincerité y sont exemplaires. Tout, l'oeuvre, l'interpretation des seize acteurs, étudiants et ouvriers, inspire le plus grand respect, une grande amitié aussi». Y el hispanista Fran­<;ois López, tan vinculado a Oviedo y al Centro de Estudios del Siglo XVIII, afirma en Insula, n.º 221, abril 1965) que la representación fue magnífica, añadiendo que al ver la reacción emocionada de al­gunos espectadores pudo compren­der «lo que podría ser un teatro de toma de conciencia».

La vinculación de Lauro Olmo con Asturias podemos verla tam­bién en otros hechos. Además de conferencias y coloquios en la Uni­versidad, en la Consejería de Cul­tura, en la Universidad Popular de Gijón o en la avilesina Casa de la Cultura, recordaremos que es uno de los firmantes de la famosa y conflictiva «Carta de los 102 inte­lectuales» que el 30-IX-1963 es en­viada al entonces ministro de In­formación y Turismo, señor Fraga Iribarne. En ella se solicitan noti­cias veraces acerca de las presuntas torturas que se decía habían infligi­do determinados miembros de las fuerzas de seguridad a algunos mine­ros huelguistas y a familiares de éstos. La firma de este escrito, que originó un largo enfrentamiento entre los in­telectuales y la Administración, causó ciertos problemas a Lauro Olmo que, entre otras cosas, fue llamado a decla­rar ante el juez bajo la acusación de propaganda clandestina, aunque el ca­so acabó sobreseyéndose.

Por último y tras tener presentes la versión de La noticia llevada a cabo por el grupo de teatro del Ateneo de Oviedo animado por Ja­vier Villanueva, y la de El león ena­morado por «Telón de Fondo», aludiremos a que la primera edi­ción de La niña y el pelele (Cuader­nos de Ruedo ibérico, n. 0 7, junio-ju­lio 1966) apareció con ilustraciones de Eduardo Urculo.

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Pues bien, de Lauro Olmo acaba de ver la luz una oportuna reedi­ción de La camisa y El cuarto po­der. Sabido es que una obra de éxi­to resonante puede hacer que un autor casi sólo sea recordado por dicho texto, en detrimento de otras obras de un evidente interés objeti­vo. Esto es lo que en cierto modo ha ocurrido con Lauro Olmo y La camisa. El éxito de esta obra relegó a un segundo plano a otras piezas teatrales como los seis breves tex­tos que constituyen El cuarto po­der, los cuales, en varios casos, uti­lizan unos recursos formales que se encaminan por los senderos del simbolismo o la alegoría, frente al realismo temático y expresivo de su obra más conocida.

En este sentido, el libro que co­mentamos tiene como primer as­pecto positivo el hecho de que ofrezca esta doble faceta de Lauro Olmo. Además gracias a esta edi­ción de Angel Berenguer, Conflicto a la hora de la siesta, La niña y el pelele y Ceros a la izquierda se pu­blican por primera vez en España. Dicho especialista en el teatro es­pañol contemporáneo nos ofrece una edición anotada de La camisa y El cuarto poder, con abundantes comentarios a pie de página que explican frases o hechos aludidos en el texto, aunque alguna inter­pretación política parece un tanto forzada.

Incluye también unos detallados datos biográficos del autor y una bibliografía dividida en dos partes: obras de Lauro Olmo hasta 1984 inclusive, y crítica sobre él. Por lo que concierne a la bibliografía de Olmo, aunque hay alguna ausencia en el campo de las obras no dramá­ticas, no cabe duda de que es una excelente base de partida para co­nocer la trayectoria del autor. Algo más incompleta nos parece la bi­bliografía sobre Olmo ya que faltan importantes trabajos críticos de Martha T. Halsey, César Oliva, Xo­sé Anxo Fernández Roca, Ricardo Doménech o incluso, creemos que por modestia, del propio Angel Be­renguer.

Lo más discutible del trabajo del editor radica, a nuestro entender, en el enfoque que da a la «Intro­ducción», cuando comenta las obras desde una perspectiva que se limita casi exclusivamente a los as­pectos ideológicos y, más en con­creto, a los políticos. Echamos en falta una mayor atención a la esté­tica de las obras: el engarce de las

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situaciones escénicas, la gravedad o la viveza de los diálogos, inclusoel humor, que aparecen en La ca­misa, o, por poner un ejemplo deEl cuarto poder, la estructura de esapequeña obra maestra que es Lanoticia. Por otra parte y dado queBerenguer relaciona a Olmo con elambiente político de su época, qui­zá debería haber situado las dosobras editadas dentro de la trayec­toria literaria del autor: por un la­do, con su obra narrativa anterior,especialmente los cuentos, y porotro, con la trayectoria «comercial»y menos política que representanLa pechuga de la sardina o El cuer­po, prácticamente simultáneas a Elcuarto poder.

De todos modos, el enfoque político de Berenguer tiene una clara virtud: puede ser un acicate para que, sin tapujos ni beaterías de ninguna clase, la crítica se plan­tee, a los veinte años del apogeo de la llamada «Generación Realista», cuánto hubo de intencionalidad política en ésta y cuáles fueron sus logros artísticos en unas obras, a nuestro entender, más variadas de lo que habitualmente se considera.

Antonio Fernández Insuela

UNA NOVELA PARA QUEVEDO

Eduardo Alonso, El insomnio de una

noche de invierno. Anagrama, Barcelo­na, 1984.

He visto a muchos conde­nados a muerte; pero a ninguno condenado a que se muera». Estas pa­labras escribía Quevedo

desde la húmeda celda en que pasc'J casi cinco años, sin ánimos para so-

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bremorir, en el convento de San Marcos de León, panteón de los antiguos reyes castellanos. La cau­sa por la que el escritor mereció trato semejante no está aún clara. La más divulgada leyenda cuenta que Felipe IV encontró bajo su ser­villeta el célebre «Memorial» atri­buido a Quevedo, que destilaba acusaciones contra el conde-duque de Olivares, valido todopoderoso, y contra el propio rey. Acaso, como sostiene Gregorio Marañón, fue una razón de alta política -intrigas hispanofrancesas en medio- la causa del apresamiento de Queve­do una fría noche de diciembre de 1639. Puede, sin embargo, que la detención y prisión del escritor no fueran sino una espesa cortina de humo, para ocultar algo de mayo­res dimensiones: la conjura, capita­neada por el futuro privado don Luis de Haro, contra el tío de éste, el magnífico Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares.

Sobre estos y otros cascotes de hipótesis históricas, dentro del es­cenario de una España que se tam­baleaba ante la mirada amable e in­dolente de Felipe IV, ha trazado Eduardo Alonso los hilos de su no­vela El insomnio de una noche de invierno. La obra, que obtuvo el Premio Azorín de novela de 1982, quiere ser crónica de un tiempo, tapiz de personajes áulicos, acen­drada visión del dolor de España, historia de amor (i qué difuminada y, sin embargo, qué lacerante la re­lación entre Quevedo y Lisi!) y, por fin, escritura, nada más que escri-

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tura que se engendra y se consume a sí misma.

Planteada como una recreación que va abriendo con su escalpelo diversas zonas de la realidad y del conocimiento, la novela se concen­tra en muy pocas horas de la vida de un hombre, para desde ahí lan­zar irradiaciones literarias hacia ámbitos más abiertos: la corte de los Austrias, el rey Felipe el Gran­de ( que «como los pozos, se. torna más grande cuando más tierra le sacan»), las intrigas palaciegas, la personalidad de Olivares, la desola­da situación de un país que confía su salud a paranoicos arbitristas y a monjas visionarias de llagas ·puru­lentas y nada milagrosas.

En medio de todo, España. Más allá, un estilo -el de Eduardo Alonso- que se sostiene sólida­mente incluso cuando se aplica al propio Quevedo. lEs modestia o vanidad del autor el prestar su plu­ma a quien con ella alcanzó cotas que no pueden superarse? Tanto da, en realidad; lo cierto es que la prosa de Eduardo Alonso avanza cadenciosa, con gustosa morosi­dad, por meandros y recodos en los que se detiene con deleite el arte. Tal ejercicio de estilo comporta el uso de un vocabulario y una sinta­xis de época. Solamente por eso merecería salvarse esta novela pe­ro existen otros valores que n� de­ben velarse tras el logro citado. Me refiero a una composición esmera­da, en la que la voz del narrador falsamente objetiva en ocasione� (así, cuando repasa la vida de doña Inés o nos muestra las ambiciones de don Luis de Haro ), alterna con la que el autor atribuye a Quevedo enjundiosa y apretada, que se dis� tribuye simétricamente en cláusu­las de repujada geometría.

En El insomnio de una noche de

invierno puede pasar desapercibido uno de los, a mi juicio, mayores aciertos: el de los juegos de pers­pectiva, que presentan al lector una diversidad de planos ora lejanos

, .

'

ora prox1mos, en una manera de ri-

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rnidad desmitificadora que empe­queñeciera su magnitud histórica. Cierto es que puede pensarse que ello es una muestra de dibujo lite­rario difuminado y hasta borroso. Creo yo, en cambio, que el juego de contrastes y perspectivas, tan barroco por otra parte, es mérito y no baldón de esta novela, cuya lec­tura por ello, nos arrasa la imagine­ría que el lector tiene previamente construida con los personajes de la obra.

El insomnio de una noche de in­

vierno es una conjunción de la sabi­duría histórica y literaria, por una parte (ello se muestra desde el títu­lo a la_ construcción), y la sabiduría narrativa, por otra. Puede que esta última tenga que soportar el peso de unos personajes prefigurados, por lo que se repliega la fantasía ante la buscada fidelidad literaria e histórica. lSupone esto un lastre en el discurrir de la novela? Alguien dijo que las virtudes de los anti­guos eran sólo brillantes defectos. Permítaseme sostener que el posi­ble defecto de esta novela es más bien, una entrañable virtud: '1a de la buscada sujeción a la materia histórica 9ue da cuerpo al relato, y que permite al autor volcarse en la creación de un aliento literario en el que personajes y situaciones son absorbidos por la belleza de una prosa de tan acabadas hechuras.

Angel L. Prieto de Paula

ca complejidad al mostrarnos el mundo que se narra. Mientras que figuras como la del rey o la del em­bajador francés se nos aparecen en una relativa cercanía (siempre ma­tizada por una estética distanciado­ra), otras como la de Olivares su esposa, Aguedilla, incluso la 'del propio Quevedo, se asoman teme­rosamente a las páginas del libro como si el autor hubiera prescindi� A a a a A A A do voluntariamente de una proxi- W W W W W W W

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Leviatán

REVISTA DE HECHOS E IDEAS

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Editada por la Fundación Pablo Iglesias.

Redacción y Administración:

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Madrid-4. Telfs. 410 28 39 - 4IO 24 55.

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CRONICAS

PARA

ATOLON­

DRADOS

NAVEGANTES

Fernando Poblet, Contra la Moderni­

dad. Ediciones Libertarias, Madrid, 1985.

Fernando Poblet es esa voz más bien grave y no mal importada que expectora cuchilladas en forma de adjetivo desde el aparato

de radio, con distinta frecuencia (antes media, ahora modulada, monada) y a las horas más inve­rosímiles. No hace tanto, Fernando Poblet -esa voz de que hablo -im­partía do-ctrina a los noctámbulos, con un cierto sabor a almendra amarga para paladear tras el último whisky en ese jergón casi siempre inhóspito en el que uno arrumba sus despojos tras pasearlos erráti­cos por todas las expendedurías de alcoholes de la ciudad. Ahora acompaña a menestrales, mance­bos de botica, oficinistas, estudian­tes de COU y chicas de servir, y eyacula sus textos, tiernos y malva­dos, mientras los mencionados eli­minan los vestigios de la resaca con pasta dentífrica y agua de colo­nia o perpetran un frugal de­sayuno.

Fernando Poblet -textos, recuér­dese-, no es un radiofonista a la violeta, que vive de prestado (real­quilado de un oscuro pero eficaz guionista, quiero decir), ni uno de esos detestables piquitos de oro que se llenan el buche de onomato­peyas y aullidos de licántropo yan­qui, de lugares y pensares comu­nes, y los endosan al respetable en­tre disco y disco, prueba de imbeci­lidad por la que llegan a percibir hasta cuarenta mil duros al mes. Fernando Poblet hállase al margen de esas ágrafas aves canoras. El es un tipo que escribe desde hace treinta y algunos años (júzguese pues a qué altura de la bota campe­ra le quedan los novísimos). Antes lo hacía en revistas y periódicos, y ahora lo hace mojando la pluma en el éter, dándole marcha hertziana al carro de la Olivetti, si prefieren una metáfora más moderna.

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Todo eso sin olvidar los libros. Dos de encargo, en los que extrajo con paciencia de entomólogo los menudillos a sus conciudadanos (Guía indiscreta de Gijón), y a una profesión (Historia de la radio enAsturias), y una dura, hermosa y breve novela (Tú serás Baudelaire),en la que mostraba hasta qué pun­to puede ser brutal la educación sentimental -compañero Flau­bert- de un niño de posguerra.

Vuelve ahora Fernando Poblet desde el micrófono a palpar los anaqueles de las librerías con lo que él denomina «un artículo gor­do y con pastas», que traducido al román paladino quiere decir libro. Contra la Modernidad no es un li­bro de encargo, ni un pliego de descargo, sino una compilación de artículos radiofónicos de Fernando Poblet escritos ante, cabe, contra, de, desde la modernidad, esa mule­tilla patriótica de torero cojitranco que -acompañada generalmente por el prefijo pos- tanto y tan en vano usan las ratitas presumidas de ese poblachón manchego al que di­cen Madrid. No se confunda el lec­tor con el adjetivo radiofónico: esa paronomasia macluhiana de que el medio media es una mierda. Quie­ro decir que Poblet es un señor ar­ticulista, un columnista de fuste (seguramente dórico), y poco im­porta el lugar en el que cometa la pifia. Estas crónicas para atolon-

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drados navegantes en las revueltas aguas de la modernidad fueron ur­didas para la onda hertziana, pero igual servirían para una primera plana.

Efectuada esta precisión inicial, vayamos, sin más, al libro. Ciento dieciséis artículos -glosas de la co­sa moderna, entiéndase-, doscien­tas cuarenta páginas de inventario arbitrario como no podía ser me� nos. Porque lqué es la moderni­dad? Veamos: «la empanada galle­ga» preparada por Alvaro Cunquei­ro, «un DC-10 de Iberia pilotado por esquiroles y azafatas cutres que reparten naranjada podrida entre Madrid y Nueva York», «un cuen­to», «San Almodóvar y Santa Olvi­dito del Niño Jesús», «un patio de chismosas con tocadiscos», e inclu­so «un complejo de inferioridad ca­muflado tras una cresta punkie, una chaqueta de Adolfo Domín­guez, un Totem, media docena de discos, esa cosa blanca que se esni­fa y una ignorancia elegante». Ta­les son algunas de las definiciones de la cosa que Fernando Poblet fa­cilita en su libro y, hasta un total de cuatrocientas o así, todas disí­miles, contradictorias, enfrentadas, escindidas. Lo dicho: un inventario arbitrario (tan arbitrario como el itinerario dublinés de Léopold Bloom en el Ulises, por poner un ejemplo de mérito).

Cuentan quienes saben de esto que lo efímero, lo fragmentario lo incontingente, las salidas por' la tangente y demás floridas anar­quías de salón son lo que caracteri­za la posmodernidad. De tales asuntos habla Fernando Poblet en su libro, con prosa de la mejor fac­tura, y exponiéndose a la fractura en ocasiones -el citerío exige un cierto arrojo en un país tan huérfa­no de sentido del humor-. Si quie­ren un avance de los títulos de cré­dito, ahí va: Almodóvar, Alpuente, Alaska, Ceesepe, El Hortelano, Oukalele, Ilegales, Sádaba, Savater, Cueto, La Luna ... Pero eso es lo de menos. Lo de más, en ésta como en las anteriores entregas librescas del señor Poblet, es la capacidad del interfecto para olisquear un asunto, ponerle coto verbal con fintas de viejo zorro columnero, supurar media docena de malvadas metáforas y encerrar una joya en folio y medio. Así pues, no queda más que concluir invirtiendo el chusco precepto mural: listo el que lo lea.

Francisco Orejas