[ ] En la 4ª y última Semana de Adviento, la Liturgia nos coloca de inmediato ante el nacimiento...

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En la 4ª y última Semana de Adviento, la Liturgia nos coloca de inmediato ante el nacimiento de Jesús, invitándonos, a partir de la experiencia espiritual vivida por S. José (Mt. 1, 18-24), a abrirnos para que Dios nos hable al corazón.

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A José, igual que a María, la encarnación de Dios le cambió la vida. Ante tal novedad, él tuvo una primera reacción: pensó rechazar en secreto a María. Pero el Ángel de Dios le habló en sueños diciéndole: no dudes en recibir en tu casa a María; Ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. A este Hijo, tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él será el salvador de su pueblo. Es decir: no te cierres a la vida, a Dios. Y esta palabra hablada al corazón le bastó a San José.

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Estamos a las puertas de la Navidad, a las puertas de la presencia de Dios en nuestras vidas y son muchas las señales que Dios nos ha dado en este tiempo. Estas señales llenan de luz nuestras noches, sueños, sombras y silencios. Y es que Dios no se cansa de colocarnos ante la esperanza.

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Emmanuel, el Dios-con-nosotros, es el nuevo modo como Dios ha elegido estar presente en la vida de las personas y en el curso del mundo. Puede que nos quedemos en la primera reacción de José: sin saber interpretar los signos de la vida, de la realidad, de Dios. Puede que nuestras convicciones impidan captar por dónde van las personas, la vida, la esperanza.

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Cuando se está ante la realidad, los retos, hay que saber interpretar los signos de Dios. En el silencio, en la oscuridad, en el sueño, Dios se atreve a tocar la intimidad de cada hombre y de cada mujer, sin abandonarlos a su suerte, sino para que despierten agarrados a su mano y sostenidos por la fuerza de su Espíritu.

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En los sueños, y no en las ensoñaciones (ideologías, fijaciones o empecinamientos), Dios habla al corazón humano despertándolo, enterneciéndolo y, muchas veces, estremeciéndolo, de tal modo que no se paralice ante las dificultades o ante los grandes retos, sino para que contagie vida a sí mismo, a los otros y especialmente a quienes la han perdido.

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Allá, en lo más interno de cada quien, Dios habla y lo hace, en primer lugar, para que no claudiquemos, pero sobre todo, para que remontemos el vuelo, superando la nostalgia que petrifica la alegría, transformando la avidez que masacra la armonía y desterrando la ansiedad que desquicia la esperanza.

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Que nada nos impida escuchar la voz de Dios ni captar sus señales. Que nos abramos a un Dios que quiere estar junto a nosotros. Y que nos dispongamos como Él, a tocar, a enternecer y hasta estremecer el corazón del mundo.

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EVANGELIO DE MATEO (1, 18-24)

Cristo vino al mundo de la siguiente manera: estando María, su madre, desposada con José y, antes de empezar a vivir juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo. José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto.

Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados.

Todo esto sucedió para que se cumpliera el oráculo del Señor que había pronunciado el profeta: Vean que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios con nosotros.

Cuando José despertó de aquel sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y recibió a su esposa. Palabra del Señor.

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Al final, rezo el Padrenuestro,

saboreando cada palabra.

Vengo

a disponerme

para que Dios

me hable al corazón.

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Me sereno para esta cita con Dios.Me acomodo con una postura que implique todo mi ser. Al ritmo de la respiración doy lugar al silencio.(Una y otra vez repito este ejercicio)

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NOTA: La oración preparatoria me ayuda a experimentar libertad de apegos. La repito tantas veces como quiera, dejando que resuene en mí.

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NOTA:NOTA:Conviene hacer este momento con esmero. Conviene hacer este momento con esmero. Le dedico 10 minutos.Le dedico 10 minutos.

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Señor, que capte tus señalesy descubra por dónde van

las personas, la vida y la esperanza.

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La encarnación de Dios cambió la vida a José. Ante tal novedad, Él pensó rechazar en secreto a María. Pero el Ángel de Dios le habló en sueños diciéndole: no dudes en recibir en tu casa a María; Ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. A este Hijo, tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él será el salvador de su pueblo. Es decir: no te cierres a la vida, a Dios. Y esta palabra hablada al corazón le bastó a José.

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Cuando se entra en la noche de la vida, el silencio o la oscuridad, Dios se atreve a tocar nuestra intimidad, para que despertemos agarrados a su mano. En lo más interno de cada quien, Dios habla, en primer lugar, para que no claudiquemos, pero sobre todo, para que remontemos el vuelo, superando la nostalgia que petrifica la alegría, transformando la avidez que masacra la armonía y desterrando la ansiedad que desquicia la esperanza.

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Puede que nos quedemos en la primera reacción de José: sin saber interpretar los signos del mundo, de la realidad, de Dios. Puede que nuestras convicciones impidan captar por dónde van las personas, la vida, la esperanza. Dios habla al corazón despertándolo, enterneciéndolo y hasta estremeciéndolo, para que contagie vida a sí mismo, a los otros y especialmente a quienes la han perdido.

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TÚ, MI PADRE Y GRAN AMIGO

Caballero de la tarde entristecida, camina que te aguarda la distancia, tu amor será la fragancia de la rosa campesina, el aliento de tu vida y tesón de tu constancia.Compañero de camino y luna llena, centinela de la más hermosa flor, tu conociste el amor entre pétalo de ensueño, de la mañana eres dueño y del tiempo todo un Señor.

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El abrojo de los años cultivados, a tu lado me enseñaron tantas cosas, cosas por demás hermosas, que asimilé sin cautela, porque tú fuiste la escuela, que le dio acento a mi prosa.

Viejo mío, caballero de la tarde, tú mi padre, tú mi hermano y gran amigo los dos que fuimos testigos en el monte del dolor, conocimos el amor, que nos dio calor y abrigo.

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Taciturno cuantas veces te sentí, aquí donde claudican nuestros días, viendo la policromía del exótico paisaje, para con rudo lenguaje, descifrar su fantasía.

Esas cosas que me diste padre mío, me enseñaron a quererte mucho más, me hicieron sentir capaz, de luchar ante la vida, a superar las caídas, y a no olvidarte jamás.

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Cabizbajo, soñoliento y admirable, transitaste los caminos de mi infancia, tu noble perseverancia de buen padre, gran amigo, me hizo sentir protegido, en los brazos de tu constancia.

Gran señor, yo te agradezco tanto amor. Gran señor, yo te agradezco tu actitud, tú posees la virtud, de haber sabido ser padre, con permiso de mi madre, cuidaste mi juventud.

(Cf. Reinaldo Armas)[ ]

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Para centrar la experiencia vivida en la Oración, respondo en forma sencilla las siguientes interrogantes:

[ Termino con la oración siguiente ]

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