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EL HOMBRE QUE VOLVI ! A LA VIDA

Las sierras ofrecen pocas distracciones a

quienes han menes ter el incentivo de la vida

exterior. En verano algo animan las cabal

gatas,regocij o de la gente moza . También es

causa de feliz esparcimiento la inevitable“kermesse ”

,organizada a beneficio de los

pobres una veces , y otras con el fin de pro

piciar las obras de la iglesia en construcción .

Este suele ser el acontecimiento de la tempe

rada . Se reúne,para el efecto

,numerosa

concurrencia,procedente de los chalets cir

cunvecin o s , que dej a una extensa hilada de

automóviles en la calle,sin aceras y sin em

pedrado . El atavío de las damas evoca las

fiestas análogas que se efectúan en la ciu

dad . En rigor,es la metrópoli que ofrece un

episodio más de la caridad mundana . Cumple

consignar que los resultados financieros son

JOSE LE ÓN PAGANO

casi siempre muy significativos . Tambien es

cierto que , en su mayor parte , l o s produce

el juego de azar, l ícito en este caso , atendi

dos los fines . Un descontento observa que las

obras del templo están siempre igual .—En cuanto a l o s pobres observa otro

,

¿ para qué inquietarse ? ¿No se acaba de

inaugurar el cementerio grande ?

A estas reuniones da realce la banda del

pueblo , que , además de director , tiene un

presidente y un secretario , i gnorándose la

causa de estas designaciones .

Pero termina el estío,y con él toda ani

mación desaparece . Las “ villas cierran sus

portones , c esan las cabalgatas , enmudeccn

las bocinas de los automóviles. y la calma

de las sierras torna a imponer su dominio

de quietud . Mas no todos l o s forasteros vucl

ven a la ciudad . Los que se quedan , huel

ga decirlo,son precisamente quienes m ás an

sían abandonar las sierras, porque sus con

diciones orgánicas l es obliga a permanecer

allí . La despedida , po co grata siempre . t o

ma en algun os casos aspecto de resignación

desgarradora . Hay , es cierto , quien sabe so

brel l evar su invisible carga de angustia . y ,consciente de su “ es tado”, sonríe al salu

dar con la mano mientras el tren se aleja .

E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 7

Otros permanecen inmóviles , con l a mirada

sin expresión , fij a en un punto determina

do . . sin ver . 0 viendo solamente las

sombras de su propio espíritu ent en ebre

cido . Al pequeño mundo que se alej a con el

út l im o tren de la temporada , y donde van

confundidos el hogar, los anhelos , las ilusio

nes, sucede la vida del pueblo , siempre i gual ,

monótona , somnoli enta . Y entonces,de tar

de en tarde,vuelve a verse el mismo paisa

no , enjuto y seco , j inete en su m agro ro

cín . Ha recorrido largas distancias , y viene

a mercar los cabritos que trae enfundado s

en las alforjas de tejido serran o . 0 bien es

el burrito l eñat ero que , después de cruzar

la loma , se detiene cabizbaj o delante la puer

ta,como esperando verse l ibre de la carga ,

cuyo valor es tan exi guo . Con frecuen cia es

también el chinito , descalzo y andrajoso . que

pregunta si quieren comprar cinco huevos .

La urgencia del apremio no l e permite com

pletar la media docena para convertir en me

talico la pobre mercanc ía . Ni siquiera falta“ el loco del pueblo", un infeliz que llama“tatita

” a cuantos pide diez centavos . Es

el viej o Crespo . Anda como si el suelo fuese

movedizo , zangoloteando . Su indumentaria ,

de procedencia varia , da l a impresión de

JO SE LE ! N PAGANO

estar él metido en ella , no de vestir él las

prendas que la componen . En efecto , al ver

sus bragas en forma de acordeón , dijérase

que ha caído dentro de ellas , sin atinar a

explicars e la causa . El saco,desmesurado ,

mo rt iñca al paciente , obligándo l e a buscar

sus manos extraviadas en la inverosímil lar

gura de las mangas . Así es cómo a cada

instante dej a caer el bastón , que recoge con

presteza,para dejarlo caer de nuevo . El vie

j o Crespo tiene un den : el de llorar a l á

grima viva siempre que se l o proponga . Y

algunas almas caritativas se l e exi gen antes

de darles los diez centavos p edidos . Es una

de las distracciones del pueblo . Pero la ma

yor de todas, es ir a la estación l o s días en

que pas a el tren procedente de Buenos Ai

res . Es , sin duda , el único punto donde se

ve reunida la pequeña colonia forastera .

También concurren otras personas,como ser

los encargados de trasladar al correo la co

rrespo ndencia, l o s comisionistas de hoteles

y uno de l os tres agentes de policía en quie

nes descansa toda la seguridad del vill e

rrio . Acude , por último , algún“ break”

, por

si hay pasajeros , y el carro para trasladar

las provisiones . Esquiva su paso la t o rcaz ,

que pone una nota tornasolada en la tierra

E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA

jalde,y continúa pieo t eando el suelo con

fina elasticidad .

Y allí es donde m ás se ve que la vida

no es muy difluída. Se ven siempre las mis

mas caras , se oyen idénticas palabras , y la

escena es i gual siempre,invariable

, unifo r

me,monótona .

Ese día el tren tardaba más de lo ordina

rio . Hacía un tiempo desapacible . El otoño

comenzaba co n

'

la acidia de los dias sin so l ,

destemplados , Diluías e en la at

mósfera una niebla tenue , que se int ensifi

có po r el lado del norte . Al guien observó que

tardaría en llover . Bajaba de la sierra un

aire húmedo , frío , y la espera se hacía pe

nosa . El charl o t eo de los circunstantes fué

perdiendo , poco a poco , su animación habi

tual . Todos buscaban un reparo contra e l

aire que l os entumecía. Andaban de aqu í

para allá, con el cuello del abrigo levanta

do y las manos metidas en los bolsillos .

De improviso se anunció la lle gada del

tren , y al rato se d ivisó el penacho de hu

m o que arrojaba la locomotora . Poco des

pués,la enorme culebra ferrada se vió

aparecer en la extensa curva del camino ao

cidentado . Aun no estaba próxima al andén ,

cuando el vendedor de periódicos saltó del

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vagón a tierra , y todos se precipitaron a él

para arrebatarle los diarios y las revistas

ilustradas , porque viene all í el comentario

palpitante de esa vida que “ ellos ” n o pue

den vivir . Y entonces la exigua colonia

rebulle , se arrem o lina ; pero la garulla es

de pocos instantes , brev ísim a. Luego cada

uno se alej a con el periódico ansiado,y t o

do vuelve a su calma habitual,es decir

,a

una quietud de letargo .

Pero esa tarde n o ocurri ó así . Ayudado

por dos camareros del vagón restaurant,la

concurrencia vió cómo descendían del tren

a un hombre que n o podía tenerse en pie .

Impresionaba su aspecto desmedrado . Era

alto , curvo , todo hues os mal avenidos . y de

una palidez tal, que excluía toda aparien

cia de vida.

Le sentaron sobre una maleta . Se ap roxi

mó un “ break ”. Le subieron al veh ícu l o y

después de cargar el equipaj e , el coche se

alej ó .

El enfermo había dicho que le llevaran

al mejor Hotel . Llegaron . Pero al ver al

pasaj ero declararon que n o tenían habita

ciones . El desconocido ordenó que l e lleva

ran a otro hotel . El -cochero emprendió el

viaj e de mala gana.

'

Al deten erse ante la

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puerta del segundo hotel , el enfermo oyó

decir

—Aquí tampoco hay piezas .

—Vamos a º o tro articuló el paciente,

con vo z desmayada .

— Será inútil dijo para s í mismo el co

chero . Cuando no l o reciben éstos .

Y fué inútil .

El enfermo , no obstante , descendió ayuda

do po r el cochero . Quiso hablar con el due

ño o con el gerente del hotel . Ofreció pa

gar l o que fuese menester. Su aspecto era

de persona acomodada . Se l e contestó in

vocando el reglamento , se gún el cual esta

ba prohibido recibir enfermos en los hote

l es .

Poco a poco fueron acercándose al gunos

curiosos y,entre éstos , varios forasteros que

volvían de la estación . Todos comentaban

el caso con vez queda . Inmediatamente l l e

gó el comisario . Miró al enfermo , y dijo co n

suficiencia

—Ya me l o mal iciaba.

Y uno de lo s mirones replicó

— N o l o qui eren recibir en ning una par

t e . ¡ Pucha , digo , con la herej ía !—Y no se le puede abandonar así aña

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dió otro . Hay que ampararl e de cual

quier modo .

El pobre enfermo estaba allí,xaurado , con

la mirada llena de estupor

—Lo“ pedimos yebar

” a la com isaría . Si

quiera que pase la noche baj o techo . Y

dirigiéndose al paciente ¿No le parece

amigo ?

El interpelado no contestó . Su mísero

cuerpo fué sacudido po r una vibracion ner

vio sa, y un ligero tinte rosado cubrió sus me

jil las .

Anochecía . El poniente manchaba de san'

gre las nubes , que se dilataban amenaza

doras .

Uno de los curiosos , que miraba la esce

na montado en un jam elgo malacara,se

aproximó más al grupo de mirones . El es

pect á cul o parecía rego cijarl e . Su rostro te

n ía una expresión de malicia artera . Algo

obl ícuo desprendíase de su mirar avieso.Era

un recovero . Una o dos veces por semana

v eíasel e bajar de la sierra al tranco del ma

lacara,repletas de huevos y gallinas las al

forj as de cuero duro . Le apodaban “Martín

Vizcacha “,porque dedicábas e a cazar viz

cachas cuando no eampaba de su comercio .

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Martín Vizcacha miró al enfermo,y ex

c l amó con voz agria

— Ese ya n o sirve más que pa l o caran

chos . Y una risa brutal puso al descubier

t o su dentadura ennegrecida por el tabaco .

El enfermo se estremeció : Sus ojos se dila

taron,y una mirada relampagueante fué a

clavarse en e l hombre de a caballo . El re

covero quedó subyugado . ¿ Qué vió en el mis

terio de aquellos ojos ? Eran como dos abis

mos de luz y sombra donde se agitaran las

tempestades de una tragedia sin palabras .

Todos enmudecieron . E l hombre de a ca

ballo permanecía all í , rígido, inmóvil . Des

pués el enfermo hizo un gesto brusco,como

si acabara de pactar algo cons igo mismo en

el secreto de su alma . Y cerró l os ojos .

El j inete pareció despertar de un letargo .

Miró a los circunstantes, y después de picar

su caballo , s e alej ó sin volver la cabeza .

Hubo una pausa . Luego el comis ario dij o

que trasladasen a la com isaría al desco no

cido . E l cochero pareció vacilar. Hizo enton

ces nu es fuerzo el paciente , y con vo z ape

nas perceptible , dij o resignado

—Vamos .

— Es l o mejor. Haremos que le traigan un

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colchón de cualquier “ lao”, y

“endespues

veremos .

º

El triste convoy se pus o en marcha . Iba

al paso . Muchos curiosos le seguían en si

leucio . Hubiéras e dicho un cortej o fúnebre .

Las sombras caían como si am o rta

j aran la tierra ; y allá, en el horizonte , des

fallecía la úl tima vislumbre del ocaso . A l o

lejos,una campana plañía lenta

,pausada ,

melancólica . Llamaba a la novena de San

Antonio,patrono del pueblo .

Poco después , el coche se detuvo en un

callej ón orillado de copudo s guaribays. Allá,en los fondos de un terreno baldío

,perci

bias e un a casucha baj a . Era la com isaría

Ayudaron al viaj ero a descender del break .

Luego le sostuvieron para andar el trecho

que l o separaba de la vivienda hospitalaria .

Al verles ll egar , los agentes acudieron. Le

llevaron a una habitación amplia y obscura ,donde solo había una mesa y algunos ban

cos de madera . La lámpara, cuyo tubo bpa

co permitía una luz amenguada, colgaba de

una de las vigas que sostenían el techo ahu

mado . El piso era de tierra apisonada.

Dejaron provisionalmente al desconocido

en uno de los bancos .

El comisario imparti ó órdenes . La pºstra

EL HOMBRE Q UE VOLVI ! A LA VIDA 15

ción del enf ermo era agonio sa. Estaba como

abismado en su prºpio infortunio . Sus o jos

miraban l lenos de estupor . La fiebre l os con

sumia .

Cumpl iendo las disposiciones del co

misario, se traen un catre de lona , un j er

gón ,unas cobij as y dos almohadas . La cama

queda tendida al instante,y el enfermo es

trasladado a ella con solícito miramiento .

Un detall e sorprende a todos : el silencio

del paci ente .

— Pa mí que no yega a mañana dice

un o de los poli cía al oído de un forastero .

El comisario se diri gió al desconocido— Sería bueno avisar a su familia . ¿N o l e

parece,señor ?

'

Lo s ojos del enfermo se fij aron en él , y su

semblante se tornó sombrío .

— ¿N o tiene parientes“ aya en la ciu

dad ? ¿De dónde es us ted ?

Si guió una pausa . El interpelado suspiró ,

y con vo z angustiada , repus o :—N o t engo a nadie .

— ¡ Sí que es un trance ! Y l o malo es que

no“po dim o s

” hacerlo quedar aquí . Se v'a

tener qu'ir a Córdoba n o m ás .

El com isario cal ló de improviso , y todas

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las miradas se fij aron en la negra silueta

que aparecía en el umbral de la puerta .

El senor cura ! — expres ó un agente .

Pero a nadie extrañó verle allí .— Buenas noches dij o con sencillez el

padre Gonzalo . Luego , dirigiéndose al co

misario, mientras indicaba al enfermo que

yacía en el catre : ¿Está tan grave como

dicen ?

El padre Gonzalo se aproximó al enfermo ,e inclinándose sobre él , prefirió muy suave— La paz de Dios sea con nosotros

,her

mano .

Y aguardó un instante . El desconocido

permaneció inmóvil . Entonces el sacerdote

posó el dorso de la mano izqui erda sobre

la frente sudorosa del enfermo .

—La fiebre l e abrasa dij o en vo z queda ,

dirigiéndose al comisario . Y tras un silen

cio,inclinándose sobre el cuitado

,l e bisbisó

casi al oído : Vengo a traerle los auxi

lios de nuestra santa religión .

El padre Gonzalo era un hombre recio y

de arrestos varonilºs Había ido a las sie

rras en busca de clima propicio , anos atrás ,cuando su organismo amenazó desquiciarse .

E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 17

Y allí c ontinuaba . A él se debía que la i gle

sia fuese parroquial .

Afrontaba las situaciones segú n las cir

cunstancias . Porque hay quien no se avic

ne si un o s e achica” . Cuando subía al pul

pito,convcrt íase en pedestal la ignominia de

aquella cátedra . Los bueno s feligreses n o s e

percataron nunca de que ese púl pito semej a

ba un tablado de titiriteros . Eran sus pelda

ñ o s tres caj ones sobrepuestos,algunas ta

blas irre gulares su piso,y cuatro palitro ques

forrados de bramante colorado y chillón e l

antepecho . Desde allí predicaba el padre

Gonzalo al pintore sco grupo de sus oyentes .

Por lo regular, bacialo en tono á 8pero . Eu

ro strábal es su falta de piedad, fustigando

sin miramientos el desquicio moral que reba

j aba a cuantos vivían sin el temor de Dios ,“porque vivir sin el temor de Dios es pro

pio de bestias,no de cristianos Luego en

traba en detalles de orden doméstico,pres

cribía normas de higiene , llamando a las co

sas por su nombre,

“ para que entendiesen

mej or “ . Ya sabía él po r qué adoptaba ese

tono . En efecto,el menos observador hu

biera advertido que , terminada la prédica, al

guna penit en ta se alejaba con la cabeza ga

cha,enco jiéndo sc como para ocultarse . Las

18 JOSE LE ÓN PAGANO

alusiones , que sóla alcanzaban al interesado

eran de efecto se guro .

Si , por mala ventura, t opaba el padre Gon

zalo en la calle con alguno que olvidas e el

respeto debido a su condición de sacerdote,

“no se andaba con chicas para retrucarl c

y hacerlo ¡ Qué diablos ! E l

también era hombre como el primero ” .

Y así había logrado imponerse,“ ajustan

dose al medio,y según las circunstancias ” .

Frisaba en los cuaren tas años . Era de esta

tura regular . Lo inquieto de su espíritu re

fl ejábase en el bri llo de sus oj os garzos . Y es

t e clérigo,a ratos desconcertante

,era pia

doso y compasivo ante el do lor y la d esven

tura . Donde hubiese un cuitado n o era me

nester llamarle . Acudía solícito a la cabece

ra del paciente,desdeñando con entereza t o

do temor de contagio . Entonces se transfor

maba . Su voz adquiría inflexiones de infini

ta dulz ura . N o eran infrecuentes sus actos

de abnegación . Y muchos l e'

vieron en las

madrugadas invernales cruzar a caballo'

el

valle,internarse en una quebrada , aparec

en la loma,recorrer la extensa curva del

camino sesgo, desaparecer un trecho para

divisarl e después en una ladera , a cuyos pies

amenazaba un precipicio , y andar así , lio

20 JOSE LE ÓN PAGANO

después es inefable . Si, hermano en Cristo ,

acepte los auxilios de la fe . Deje que l e ad

m inistre los santos óleos y D ios le acogerá

en su bondad infinita . ¿Verdad que l o desea

usted ?

El enf ermo call aba, inmóvil, fij a en el sa

cerdo t e su mirada febril . El silencio era ah

soluto . Todo estaba al l í como suspenso . Na

die parecía respirar .

Siguió una pausa . El sacerdote y el enfer

m o se miraban con ñjeza. Al go se decían al

mirarse . Al go que nadi e penetraba pero que

logró turbar a todos . Los ojos del enfermo

se dilataban en sus órbitas profundas . Un

rictus extraño contraía su boca trému la . La

luz mortecina dá bale el aspecto de un ser

próximo ya al tránsito supremo . El misterio

del m á s al lá parecía po seerl e . Estaba como

en el lím ite de lo no sabido . Y el silen

cio pro lóngábase inquietante . ¿ Qué ocu

rría ? ¿Por qué se miraban de tal modo esos

dos hombres ? ¿Era acaso una revelación sin

pal abras ? ¿Es que el sacerdote escudriñaba

su alma y penetraba su misterio ? ¿Era un

abismo de luz o de sombra ? ¿ Qué veía en su

fondo ? Indudablemente es os dos hombres

sostenían una lucha angustiosa . Eran dos

conciencias que se debatían y chocaban en

E L HOMBRE QU E VOLVIÓ A LA VIDA

un mutismo estremecedor . Por momentos e l

semblante de esos dos hombres se contraía ,

los ojos adquirían una fij eza hipnótica ,y

baj o sus frentes dij érase que pasaban e n

desorden , pensamientos rebeldes en uno v

sentimientos persuasivos y piadosos en el

otro .

El padre Gonzalo dij o de pronto con voz

poco se gura

Sea humilde ante l a misericordia del

Supremo Hacedor . Acepte el Viático . Es la

vida eterna . Es Dios mismo . Y añadió co n

acento más débil : Voy a disponerlo todo

y usted recibirá al Señor en l o s Sacram en

tos .

Entonces el enfermo se agitó est rem ee 1en

dose . Luego se incorporó bruscamente y di

j o con firmeza—¡ No ! y se tendió en la cama de nue

vo,volviendo las espaldas . Fué una impre

sión de indescriptible estupor .

El sacerdote dej ó caer la cabeza sobre el

pecho y continuó co n los ojos fijos en el

desconocido . De pronto éste tuvo un sacu

dimien t o que l e agitó fuertemente . Siguió

un golpe de tos, seco . Inco rpo róse de nuevo .

Su rostro desencajado se congestionó . La

tus l e acometió recia ,convulsa v una boca

22 JOSE LE ÓN PAGANO

nada de sangre parecio ah o garle . Entonces

el padre Gonzalo acudió y le sostuvo la fren

te sudorosa .

— Es una h em optisis . Tenga ánimo . Trate

de descansar .

— Yo n o sirve pa estas cosas . d1j 0 El

comisario . Y luego consultando la hora agre

gó : Nosotros “t enim o s

” que salir pa la

ronda . Y dirigiéndose a un o de l o s agen

tes que parecía extraño a la escena : Vos

po dís quedarte , por si acaso . ¿No l e pare

ce,p

'

adre cura ?

— Yo me quedaré . Atiendan ustedes a sus

deberes . El mío es velar al enfermo . Su

v ez había adquirido la energía casi impera

tiva que le era habitual . Tomó un banco,lo

aproximó a la cabecera del catre,y se dej ó

caer en él como quien s e dispone a velar .

Su actitud decía que estaba hecho a esas

prácticas piadosas . Ya en el “patio mien

tras los agentes cinchaban sus caballos,ex

clamó el comisario , lleno de as ombro

Pucha,digo con el hombre ese ! Miren

que había sido No querer l o s

Y va a estirar la pata , no

Y en esa persuasion emprendió la marcha .

más

E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 2

Pero a la manana si guiente sorprendieron

dos noticias a la colonia forastera : el des

conocido vivía aún y ya no es taba en la co

mis aría .

— Se fué al rancho del “ negro Jaime .

N o es zonzo el negro . .

He aquí como se verificaron las cosas

El enfermo pasó la noche en relativo so

siege . Descansó a ratos y se desveló po r mo

m en t o s .E l com isario quiso“t om arsignificación

por si acaso”

. Pero el paciente pidió que l e

dej aran en reposo . Antes de aman ecer . en el

gal icinio ,el padre Gon zalo se alej ó . para dis

ponerse a los oficios de su ministerio . E u

ton ces el comisario preguntó al enfermo qué

disp onía .

Presenciaba la escena el negro Jaime,

qui en . hal l ándose deten ido . p idió ver al “m o

ribundo”

. Había estado cebando mate a l o s

pol ic ías en la cocina . All í se percatara de l o

aconteci do respecto al forastero . Snn o . ade

m á s , que éste era p ersona de“posibl e s

”. El

dato tenía su imp ortancia . De modo que

al oirl o. Dre fm n t ar“ande i ría ,

el negro Jai

m e in tervino so l icitº :

— Si ha de vivir que se vaya a mi ran

ch o . ;. Ande mejor ?— Eso es dij o el comisario , presum so .

2i JOSE LE ÓN PAGANO

Ay lº puede cuidar, y ver si va tiran

do . ¡ No l e'

parece ?

— ¡ Clarº, pues ! Siquiera estará comº en

cas a prºpia . Lo servirán a su gustº . Yº vºy

y traigº a la Donatila, que es de primera pa

cocinar—Y después irá viendo si se acºmºda , y

de nº , puede que salga ºtra cºsa, arguyó

el cºmisario .

Jaime , aunque l e llamaran negrº nº

lº era . Tenía brºnceada l a cºl ºr ; y a pesar

de que estuviera alteradº por las muchas

lacerías de su vivir disoluto , aun conserva

ba su rºstrº vestigios de l íneas regulares y

finas . E ra un beodo cºnsuetudinariº . El vi

ciº , degra'

dándºl e pocº a pºcº , habíal e con

vertido en un rezago human º . En ºtrºs

tiempos pºseyó heredades y haciendas . Hºy

sólº dispºne del ranchº que habita y esº

pºrque una“hip ºteca" nº l e permite cuaj e

narl º . Vive al día “changueandº

” anni y

allí,

“pa mantener el viciº”. E s frecu ente

oírle p edir un ºs centavºs“pa chup ar” To

dºs lºs sentimientºs fuerºn ap agándose en

lº que persiste de su miseria ºrq ánica, y co

m e nº sea el ansia de “ chup ar” ya hasta es

insensible a la galga mordiente que aféal e el

E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 26

Cuandº bebe y alborota demasiadº, acude

el cºmisario , y l e intima

Ché , negrº insolente , andá pa la cºmi

saría y decile que yº t e mando ! Y el né

grº Jaime acata la intimación , perº es cºsa

de o írle mientras va a constituirse prisiº

nerº “hasta que l e pasan lºs humos”.

Sus denuestos mayores se diri gen cºntra

la “ tiranía pºlicial” que ni siquiera lº de

j a al pobre trabaj adºr chupar una cºpa a

gusto

Pºr unº de esºs episodiºs , tantas veces ré

petidºs , veíase allí al negrº Jaime desde la

tarde anteriºr .

A la hºra en que interven ía en el diál ºgº

referidº , estaba“ frescº " y a puntº de ré

cuperar su l ibertad . Tenía el rºstrº abº ta

gadº . en rºj ecidºs los ºj ºs . cuvºs párp adºs

se abul taban emneo uen ec1éndº lºs . A cºnse

cuen ci a de un gºlp e ten ía hinch ada l a parte

sup eriºr de la nariz . pºr lº cual adquiría

una exp resión grºtesca . Su vºz era rºn ca ,

ºbligán dºl e a carrasp e ar cºn fre cuen cia . Ac …

ciºnaba sin en erg ía . Su decaim i ento era la

la re acción l óm'

ea de las exp an siºne s que ha

bían dadº cºn él . una vez m á s . dºnde l e vimºs

cºn el descºnºcidº y el cºmis ariº . Después

que éste había dirigido al enfermº las re

26 JOSE LE ÓN PAGANO

flexiºnes cºnsignadas,el negrº Jaime le ins

tó diciendo—Espero el cºntestº

,patroncito .

El paciente dij º que aceptaba cuanto se

le prºponía y que deseaba trasladarse al ran …

chº apenas amaneciese . Y así se hizº,cºn

gran desahºgº del comisario .

— ¡ Curtido el hºmbre ! exclamó asom

brado pºrque el descºnºcidº nº se había

muerto según sus pronósticºs . Y en segui

da preguntó ¿ Sabe qué dij º el padre

cuandº se“ fué yendo ” ? Pues dij º : “

Este

hºmbre es un enemigº de sí mismº ” Y vie

ra que tristón se pusº mientras lº decía.

El ranchº del negrº Jaime se hall aba al

pie de un altozano , mediº oculte pºr un

cºrn n l en tº al garrºbo . Era p eq ueñº t e nía

enj albegadas las p aredes. lº que en su tiem

pº debió cºn stituir un lujo inauditº . Un ta

biq ue dividía su interiºr . La p arte m ás pe

queíia era la cºcina . y la m ás grande , aunque

reducida también . serv íal e de al cºba. Pero

cºmº en la p ared divisºria nº hubiese puer

ta algun a que aisl ara la cºcin a del dºrm i

torio . los murºs de ésta y de aqu él . enluci

do s antañº , aparecían ahºra amarillentos y

28 JOSE LE ÓN PAGANO

Cuando el fo rasterº entró en el rancho ,ayudadº pºr el

“ negrº ” Jaime , un'

agent e

y el cochero que lo había cºnºcidº,paseó

en tºrnº una mirada,y el desaliento m ás

amargº se dibuj ó en su rostrº .

— E ch ese aquí y descanse,patroncito l e

dijº el dueñº de aquella pocilga,indicando

le el catre . Pero el huésped dijo que lº

sacaran ; quería estar afuera“para tºm ar el

so l

— Cºm º guste , patroncito , aunque mejºr

estaría aco staº .

Nº ºbstante la ºbj ec10n , el enfermº fué l l e

vadº afuera . Le sentarºn bajo el al erº apo

yándºl e cºntra la p ared . Pagó al cochero , le

dió para “ cigarrillºs" al agente ; y al que

dar sºl o cºn el n egrº Jaime le encargó varias

comision e s . Había algº de imperativº en su

ac en tº debilitado .

D e sde luegº v eíase al hºmbre habituadº a

dirigirse a la servidumbre . El negrº Jaime

le escuch aba resp etuºsº .

En primer lugar era nece sari º cºn seguir

cama, cºlchón ,sábanas

,almºhada , fundas ,

cºl chas .— Cºn ir a l ºs turcºs en un momentº

está todo .

E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 29

— Bueno . Después se necesita una mujer

para que cºcine y atienda la casa .

— La Donatila, patrón ; la Dºnatil a, que es

muy propia . Si usted quiere agºra mesmo

la traigº .

— S í . Después yº iré indicandº lº que ha

ga falta .

Pocº después el negrº Jaime se diri gía al

pueblº , y su andar, cºsa extraordinaria , era

aceleradº y ágil .

El enfermº le miró alej arse,y cuando el

negrº hubº desaparecido,continuó cºn la

m irada fij a en el vacío : un aire de incºns

ciencia dibujábase en su rºstrº sin expre

sión . Era la extrema laxitud física , que al

fin postraba aquel ºrganismº aniquiladº pºr

la viºlencia de emociºnes crueles y brutales .

Sus oj ºs,faltºs de luz

,estaban vidriosos e

inmóviles . Antes era l o únicº que parec ía

vivir en aquel ser tan ahincadamente heri

do pºr la desventura . Y ahºra estaban yer

tos . Dijérase que miraban sin ver,cºmº anu

blades pºr las sºmbras de su prºpia alma .

¡ Y esa mañana la luz envo lvíalº todº en

su riente beso cálidº !

El sºl tºrnaba de ºro las cºpas de lºs ar

30 JOSE LE ÓN PAGAN O

hºles y refulgía*

en la quebrada de las mºn

tañas,haciéndolas resaltar en aristas cabri

l l eant es . ¡ Cuánta prºmesa de vida parecía

palpitar en la atmósfera,diáfana de ese día

lum inºso l .

Tºdº se había transfºrmadº en el ranchº

del negro Jaime . Las paredes estaban enlu

cidas . La pequena ventana tenía cristales yuna cortinilla transparente . El piso

,limpiº .

El descºnºcido hal l ábase en una cama blan

ca , de hierro . Estaba algo incºrpºradº,re

clinada la cabeza en dos almºhadºnes pul

erºs y muelles . Vestía un pijama de seda

gris .

En el pavimentº , junto a la cama, veíase

una alfºmbra . Y arrimada a la pared,una

mesita de luz c ºn una lámpara de petróleº,

y algunas dalias puestas en un vasº con

agua Tºdº ellº debíase a Dºnatila.

Al ne grº Jaime no se le veía en el ranchº . Andaba “

alsaº”

. Do natila tenía la cul

pa . El se hubiera “regenerao

” si ella le hi

ciera casº , pºrque Dºnat ila l e gustaba . Pe

rº la muy ladina “rumbiaba pa ºtrº lao

y así estaba él,“m á s triste que entierrº e

pºbre”

E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 3 1

Dºnatila es una chinita de veinticincº

anos , metida en carnes . La bºca, de labiºs

rosadºs , sºnreía siempre . El negro afirmaba

que era cºn“ mal icia“

,porque mostraba lºs

dientes, que eran blancºs y muy iguales, y

también porque se le formaban en las m e

jil las esos“ pºcitos que a é l l e daban ra

bia . Lºs ºj ºs eran dºs brasas . El negrº

no pºdía mirarlos sin sentir un cosquilleº

que lº hacía corcovear . Pero la m uy pi

cara “nº le hace juiciº N º ; nº le ha

ce “ juicio “ . Siempre está muy compues t ita.

Es ágil e inquieta cºm º u na ardilla .Va y viene,

deja estº y toma aquello , colocandº las cº

sas en su sitio ; pasa y repasa cºnt ºn eá ndo se

ligeramente al andar ; barre aqui , sacude allí

el pºlvo, se sienta a coser un bºtón, corre

presurosa a levantar la tapa de la ºlla,dis

pone la bandej a para servir al patrón , oxea

las moscas . Y el negrº Jaime la mira y la

Ella l e nºta y sonríe . Cuandº la

requiebra y le hace gracia , responde cºn

risa cristalina a la fineza,perº si al negro

se l e van las manºs y se propasa , entonces

cºntesta ella cºn una manotada que suele

resultar sonºra en la cara curtida d e l pre

tendiente .

32 JOSE LE ÓN PAGANO

—¡ A ver negrº cachafaz si dejas tranqui

la a la muchacha !

Es el patrón . Al oírle,el negrº se aquieta .

Pero nº puede conteners e muchº tiempo .

Vuelve a lºs requiebros primerº,después

t óm ase m á s efusivo,y entºnces recibe ºtra

manotada de Dºnatila . Y la vºz del patrón

insiste—¡ N o seas impertinente, negrº !

—¡ Perº, qué demºnio ! Donatila l e gusta,

ba demasiadº .

Y cuandº no podía m á s, entonces el negrº

se iba al almacén de dºn Abraham,y allí

abogaba sus quebrantºs amat oriºs“ chupan

do de lº lindº ”. ¿“ Qué otrº remediº l e que

da al pºbre " ? Perº esa vez la causa de su

ausencia era ºtra . Desde “ un principiº , an

daba mediº am o scaº”

. Tºdos querían saber

quien era el fºrastero que se había “ guare

cidº ” en el ranchº . El cºmisariº mismº no

consiguió “ tºmar significación” ¿ Por qué

se negaba a decir quién era ? Nº recibía ni

expedia carta“ a ningún lao ”. ¡ Pucha cºn

el hºmbre ! ¿Y l º que hizº cºn el cura la

nºche que casi se muere ” ? El negrº Jaime

escuchaba y se pºnía nervioso . Y cuandº se

veía sºlº,discurría a su vez : “ Sí, ¿por qué

nº quería hablar y se lº pasaba todº el día

EL HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 33

y tºda la nºche calladº ? Es verdad que era

generºso y nº regat eaba en los gastºs , y t o

dº l o hacía cºn largueza”

. Perº , ¡ de dónde

canejº sacaba la plata ! Pºrque naide lº vía

moverse e la cama . El baúl siempre lº

tenía cerraº y la bal ij a también Y

lº m á s raro es que pa sacar la rºpa la hacía

venir a Dºnatila, y en después cerraba

ºtra vez,y nunca la hizº que sacas e la pla

ta”. Perº el negro Jaime esa nºche iba a

hacer “una de las suyas , y sabría qui én era

el fºrastero , º el demoniº se l o iba a“ye

bar” de patas al infiernº .

Y siguiendº el impulsº de lºs tímidºs se

metió resue lt º al ranchº y presentóse al en

fermo .

Algº extraºrdinari º ºcurríale , pºrque te

nía puestº el sºmbrerº y nº pensó en quitar

selo . Estaba agitadº y trémul º . El enfermº

le miró indiferente . Esa calma nº dej ó de

amenguar sus bríºs . Hasta pareció descºn

certarl e . Po r fin dijo , con vo z insegura— Vea , mi patrón ; a mi ya me tiene hartº

la gente del pueblº , ¿ sabe ? Y nº es que a

m i me importe . Pºrque nunca m e“ daº

pºr averiguar l a vida de“ naide ” . Perº

a fuerza de darle a la nºria e l burrº se can

sa, aunque esté mal la Y

34 JOSE LE ÓN PAGANO

yº nº estºy pa que m e sospeche “ naide”.

Aunque pobre , nº tengº mancha ninguna, y

mi “ cºncencia” está limpia . Puede t estimº

niarlº el'

cura que me confiesa, ¡ canejº ! Y

sinº pregunte quién le cruzó la cara de un

chirlo a mi cºmpadre Hilariº cuandº vinº

a ºfertarm e cuatreriar

Dºnatila, que le había se guido, le escu

chaba cºn asombrº indes criptible .

“¿Dónde

iría a parar con semejantes rºdeºs ? ” El en

fermo le miraba impasible . Siguió una pausa .

El negrº había perdidº la ilación de su dis

curso . Sus arrestºs iban debilitándºse , ll e

nándo l º de asombro .

—Bueno, ¿ y qué ? interrogó

,brusca , Do

natila.

—Lo de siempre .

—¿Y qué es lº de siempre ?

—Ya lº “sabís

”vo s, y no

'

te hagas la m e

rrºnga.

— Quieren saber qui en sºy, de dºnde ven

gº y cómo me llamº, ¿ nº es esº ? dijº

el enfermo .

— ¡ Eso mesmo ! replicó, satisfechº , Jai

me , pues la pregun ta del patrón l e s acaba

del apuro .

— Este negro zonzo intervinº Donatila

nº cºmprende que hablan de envidia .

36 JOSE LE ÓN PAGANO

lºs crueles . Cºn éstºs se debe ser impl a

bl e

— As í es el que anda en el malacara , y

usted lº deja .

—¡ A ése ! . dij º con rápidº acentº

a ése . Y, dominándo se, anadió : Si,

a ése hay que dej arlº .

— Así es tá él de insºlente arguyó Do

natila, acudiendº a sus quehaceres .

¡ Y así estaba !

El recºverº detenía allí al malacara siem

pre que baj aba al pºbladº . Sin apearse , di

rigías e al enfermo , hablándole pºr la venta

nilla del ranchº .

Qué tal,dºn ? ¿ En tuavía sigue tiran

do”? Tºdo s no s chasqueamos la tarde que

yegº ¿ Quiere cºmprar una yun ta de gai

nas ? Son pºnedºras . Yº pens é que iba a en

treger el rºsquet e“ ay” nº m á s. ¡Mire qu

'

e

“jué

” un trance aquel ! ¿ Quiere que l e ven

da una dºcena de giíevºs ? Están lindºs . Tam

bién supe l º del cura . Dice que no quisº la“extermaución

”pºr nº confesarse . Y pºr al

go a e ser nº m á s que nº ha querio . ¿Pºr

qué nº me cºmpra a m i l as gainas y lºs

giievºs, dºn ?

E L HOMBRE QU E VOLVIÓ A LA VIDA 37

Hasta que intervenía Dºnat ila, y decíal e

terminante :— Pºrque nº precisamºs .

Y tras semejante réspice , prºferida cºn

vºz aceda, gºlpeaba , colérica , el postigo de

l a ventanilla,dejándºla cerrada . Entºnces ,

ºíase fuera una carcaj ada , y el recºverº ale

jábas e al trance del malacara .

— ¡Habrá se vistº ! prºfería, indignada ,

Dºnatila. Hay que dar parte a la policía

pa que pongan a raya al trºmpeta ese . ¿Quie

re que l e diga al cºmisariº , señor ?

—Es que vºlverá a las andadas .

— Déjalo .

Y l a escena se repetía una y ºtra vez .

siempre que al recovero s e le anto jaba pasar

por allí . El descºnºcidº cºnllevaba la befa

sin inmutarse . En su presencia , adquiría una

impasibilidad inexplicable . Su rostrº queda

ba inmóvil,sin expresión Pero cuandº el

recºverº se iba , azºtándo l e cºn su risa de

escarniº , él cerraba los ºjºs , y hacía el mis

mo gesto que le vi éramºs la tarde de su l le

gada, cuandº pareció pactar algº cºnsigº

m ismº,en el secretº de su prºpia alma .

Y ese gestº era cada vez m á s enérgicº y

afirmativo .

38 JOSE LE ÓN PAGANO.

El tiempo transcurría . Ya'

nº inquietaba

a nadie el enfermo . Pocos se ocupaban de

él Y puestº que nº pudo sabers e “ quién

era le denominaban “ El desconocido ",

cuando se le aludía po r incidencia.

De vez en vez iba a verl e el cºmisariº pa

enterarse s i el negrº Jaime se “ demandaba ” .

A veces,cuando la tarde era templada, h á

ll ábal e junto a la puert a , sentadº en un si

l lón de mimbre al calºr del “so lsitº” .

—¡ Perº ami gº ! decíal e . ¿ Sabe que

se va pom endº bien ?

S í ; él l º sabía . Y al acercarse la prima

vera , que allí se adelanta sie'

mpre , veía que

cºn l ºs nuevºs brºtes también fluía en sus

venas un vigor nuevº .

Ya nº estaba tan agobiado . Las espaldafs

parecían libres de aquel pesº invisible que

las dob'legaba, cansándºlº hasta po stra

'

rl e .

Pºcº a pºcº fué abandonandº el lechº . Da

ba cortos paseºs por sitiºs apartados,y

"

vol

vía radiante al cºmprobar que nº se fati

gabe . Su rostrº habías'

e llenadº . El”

pechº

m º'

strábase anchº,y su aspecto era de vi

gor. Las manos,antes huesudas y d escar

nadas , eran ahºra recias y fuertes . Dij érase

que la talla de ese hºmbre había crecido .

Tenía erguida la cabeza,y sus ojºs miraban

E L HOMBRE Q UE VOLVIÓ A LA VIDA 39

cºn altivez imperativa . Una tarde lº expe

rim en tó el recovero . Se había allegadº a la

ventana c omº de'

cºstumbre, pero notó cºn

asºmbrº que el descºnºcidº nº estaba en el

lecho .

—¿Es que cantó pal carnerº ? pregun

tó en voz destemplada .

Entonces el descºnºcidº,que hal lábase en

cuclillas,hurgando en su maleta , se incor

po ró brusco , y sus ºj os se clavaron en el

recºverº . Aquella aparición sobrecogió al

provocativo j inete,inmutándolo . Siguió un

silenciº largo . Después el recºvero apartó

la mirada , picó su caballº y se alej ó sin vo l

ver la cabeza,

“ comº aquella tarde” .

Lºs ojos del descºnºcido brillarºn . Su

rºstrº tení a la expresión de un alucin ado .

Al verle,Dºnatila

,sintió miedo .

Qué le pasa,señºr ?

El nº cºntestó . Y Donatila se alej ó , tur

bada .

Desde entºnces el recºverº nº vºlvió por

allí . Daba un rºdeo cuandº bajaba al po

blade . Y una tarde que el descºnocidº sa

l iera a su paseº de costumbre,el reco verº

vºlvió grapas al encºntrars e cºn Fué la

tarde en que el desconºcidº levantó e l puñº

en ademán de amenaza y pre firió palabras

40 JOSE LE ! N PAGANO

que nadie pudo Ciertº día fué al pueblº ,y al verle preguntarºn

“ qui én era ese foras

tero altº y arrºgante que pasaba

E l negrº Jaime le temía . Ya nº iba con

tretas" para sacarle dinero . A Donatila

baciala temblar cºn sólº mirarla .

Se aprºximaba e l estío . Una mañana pi

dió el almuerzo muy tempranº y encargó

al negro Jaime que le alquilara un buen ca

bal lº ,“ para sali r a dar una Vuelta“ y pro

bar el ! inchester que l e vendió e l turco

Elías .

Ves tía saco y “ breech” de gabardina gris,calzaba botines amarillºs cºn polainas del

mismº color .

Almorzó cºn excelente apetitº , repartió en

los bºl sillos del sacº una merienda, se pusº

el sºmbrerº café de anchas alas con barbij o

de cuerº y montó el zaino que le traj era el

negrº .

— Al canzam e el winchester, Jaime . Tené

cuidado pºrque lleva carga .

Pocº después se alej ó,siguiendo la ruta

del “ cerrº grande” .

Dºnatila y el “ negrº ” Jaime l e siguierºn

con la mirada hasta que se pe rdió de vista .

E L HOMBRE Q UE VOLVIÓ A LA VIDA 41

— Y es de a caballº el patrón dij o e l

negrº” . Y luegº añadió Y “asigún

parece,el rºdeº va ser larguit o . Pa esº

yeba” merienda .

Y el rºde º fué largº de verdad , pues anº

checía cuandº regresó el descºnºcidº .

Dºs días después un guía se presentó cºn

dºs caballºs y dºs mulas . Al verle , dijº co n

voz firm e

— A ver, negro ayúdale a cargar mis

cosas a ese hombre .

El “negrº” Jaime y Dºnatila s e quedaron

atónitos . Una expresión de anºnadamient o

se dibuj ó en sus rostrºs .

— ¡ Movete , pues ! añadió el desconocí

do . Nº hay tiempº que perder .

El “negrº " Jaime o'

bedecw sin volver de

su estupor . Iba y venía cºmº un autómata ,

sin cºmprender nada de cuantº ºcurría .

Después el descºnºcidº se dirigió a Dºna

tila y l e intim ó autºritariº y bºsco—Y vo s , arreglé. tus pilchas , y vamºs .

La chinita tuvº un sobresalto . Su rostrº

de demudó

And á , t e digº ! Caray cºn la gente es

Y la chinita fué cºmo si una fuerza extra

42 JOSE LE ÓN PAGANO

ña la empujara , sin lºgrar substraerse a su

influjo .

Al ºír la intimación, el negro Jaime

quedó comº paralizadº . Un ligerº temblor

agitaba su Por mºmentos creyó

ser presº de hºrrible pesadilla . La cabe za

empezó a darle vueltas,cºmo en un vértigo .

Y hubºde buscar apoyo cºntra la pared pa

ra nº caer en tierra . Una vo z enérgica l e

hizo estremecers'

e

! ¡ A ver,

“ negrº” ! Venga un abrazº y si

l l egá s a precisar de m i, bus came allá arri

ba . El desconºcidº indicó el cerrº dºnde

anidan las águ ilas . Tomá,guardá esto

,y

adiós .

El descºnºcidº le dejaba una buena suma

de dinero . El negrº tendió la manº para

recibirla , pero su ademán era el de un 5 0

nambulo_ .Lºs ºjºs, desmesuradamente abier

t o s,

'

t en ían el asºmbrº de la estupidez .

Ya se había puestº en marcha la carava

na,y él permanecía allí

,clavadº en el mis

mº“

sitiº , cºn la manº tendida , ll ena de dine

rº . Trans currió así largº ratº. Después, cs

trem eciéndose de imprºvisº,miró su manº

tendida . Luegº esa manº se crispó , estru

jandº lºs bil letes cºmº garra . Su rostro se

cºntraj º en un gestº desesperadº , yarrojan

44 JOSE LE ÓN PAGANO

Ocultº en las grietas del picachº , como

incrustadº en ellas, º agazapado en la reta

ma ardida pºr el sol , estaba a toda h o ra . el

fºrasterº , cºnvertidº en un vigía que otea

ra el infinito .

Casi nº hablaba . Donatila veíal e ir y ve

nir cºn terrºr supersticioso . ¿ Quién era ese

hºmbre ? ¿Y por qué estaba ella a su ladº ?

¿ Qué pºder la dominaba , subyugándola ? Y

cstrem ecíase pensandº en que podía llegar y

sorprenderla en esos pensamientºs . Pºrque

él adivinaba sus ideas,y todº, lº sabía sin

necesidad de int errºgarla . Bastábal e cºn

mirarle lºs ºjºs,un breve instante . Ella

echábase a temblar cºmº un azºgue , y él

reía , ¿pero no con sarcasmº , nº ; reía cºn in

dulgencia benévola . E invariablemente l e

oía repetir— Tu eres la única persºna que nada pue

de temer de mí . Tranquilízate .

Y se alej aba .

Había transfºrmadº en choza una cavidad

enorme,labrada en la mºntaña pºr un des

m ºronam ientº quizás milenariº .

A poca dist ancia de la chºza , ºculta entre

las laderas , ext endíase una breve planicie

m ºt eada de matºrrales . Allí cºnstruyó el vi

gía una enorme jaula de paredes y techº de

E L HOMBRE Q UE VOLVIÓ A LA VIDA 45

tela metálica . Se dividía en dºs partes , una

mayºr que la ºtra . La m á s pequeña tenía

techº levadizo . Este maniobraba merced a

una cuerda,cuyº extremº se extendía a re

gular distancia,permaneciendº oculta en la

retama . La pared medianera tenía una puer

ta cºrrediza, también de alambre tej idº , m a

nejable desde afuera .

Pºcºs días después,al rayar el alba

, el fº

rasterº penetró en la j aula cºn dos cabritºs ,y de spués de darles muerte l o s coloc ó en

la parte de techº levadizo, que dej ó abiert o ,

-

y se fué . Al cabº de algunas hºras , lºs ca

ranchos comenzarºn a revolotear en tºrnº a

los animalitos sºcrificadºs . Acompañaban su

vuelº con gritos breves y agudos . Pocº des

pués , aguijºneadºs pºr el hambre , dejá rºnse

caer sobre la presa fácil y comenzarºn a de

vºrarla . Comían cºn ansia vºraz, sin estor

barse lo s unºs a lºs ºtrºs , atentºs cada cual

a. cºnsumir su parte , hasta que el hartazgº

fué cºmpletº . Y cuandº estaban ahit ºs,

cuandº el vuelo se hizº pesadº,cuandº e l

ansia faméli ca estuvº aplacada,entºnces e l

techº cayó sºbre ellºs, aprisiºná ndº lºs . Esc

festín cºstá bales la libertad . Inm ediatam en

t e e l forasterº abandºnó su escºndit e y cº

rrió juntº a la trampera . Lºs caranchºa agi

46 JOSE LE ÓN PAGANO

tarºn las alas y,lanzandº graznidos estri

dule s,revolotearon, chocandº cºntra la tela

metál ica,azorados y enloquecidos .

El cazadºr abrió la portezuela que divi

día en dºs la j aula , y lºs caranchºs se pre

cipitarºn hacia el otrº cºmpartimiento, ere

yendo sin duda hal lar de ese modº la liber

tad . Luegº vºlvió a cerrase la puerta media

nera , tornó a levantarse el techº y, atraídos

pºr el graznar de lºs cautivos y pºr el“cc

bº renºvadº de la carnada ”, acudierºn ºtrºs

caranchºs, que fuerºn, a su vez, apresadºs

cºn facilidad extrema . El núm ero de ellºs

era cºns iderable . Su cazadºr lºs miraba cºn

frui ción indefinible , cºn ternura, casi cºn

amºr . Hubiera queridº acariciarl ºs , cºn ea

ricias nº prodigadas jamás a ser algunº . Y

nº pudiendº hacerlo cºn sus manos,l es ha

blaba y su vºz descubría el acento m ás sua

ve , las inflexiºnes más dulces . Ah , ¿ por qué

nº le escuchaban , pºr qué nº entendían, pºr

qué nº penetraban tºdº el secretº de su car

ne y de su espíritu ?

¿ Quién podí a expresar, traducir con ente

a eficacia el deleite enl ºquecedºr que les

anticipaba la liberación de todos ellos,ya

próxima,ya inminente ?

El fºrastero había dej adº de alimentar

E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 47

lºs . Lºs caranchºs se agitaban, revºlwendº

se en la trampa infernal . Su graznido llena

ba lºs aires y repercutía en el espaciº .

— Oye, patrón advirtió Do natila,

lºs

earancho s es tán rabiosos de hambre “ayá

arriba . Si nº les da de cºmer se devoran en

tre“eyo s

”.

— Ya l es daré de cºmer, nº t e af lij as .

Y sonri ó de mºdº inefable . Luego se trepó

al picachº a otear el camino , pºr el ladº de '

la cumbre alta . Desde ella pºdía mirar sin

ser vistº . Ese día estaba inquietº , andaba

de aquí para allá sin sosiegº,esperandº al

go que nº llega, o que tarda en aparecer .

T odº su cuerpo se paralizó de pro nt º . Ade

lan tó la cabeza entre las hierbas que l e ocul

taban, fijºs lºs ojos en un puntº lejanº , cºn

teniendº la respiración ; y tras un instante

de inmovilidad absºluta em i tió un prºfundº

suspirº, un suspirº hºndº cºmº un gemidº ,

que pareció resumir todas las ansias de una

espera angustiºsa . Dejóse caer po r las bre

nas, agazapándose comº si hasta quisiera

ºcultarse de las rºcas por las cuales se des

lizara . M etióse en la chºza , de dºnde sali ó

pºcº d espués armado de su ! inchester ; y ,

cautelºso,s e trepó de nuevº al arcabuco ,

dºnde su mantuvo en acechº .

48 JOSE LE ÓN PAGANO

Allá abaj º , lej os aún , avanzaba un j inete

pºr e l desfiladerº , costeando el precipiciº .

Venía al paso tardº de su cabalgadura se

rrana . Avanzaba segurº . En lºs recodos el

mºntadº parecía quebrarse y formaba cºmº

un ángulº al afirmar las patas delanteras en

el plano avanz ado . El j inete no l e dirigía .

Iba la bestia librada a su ins tintº segurº .

Y de ese mºdº ve íase le adelantar, pºco a

pocº , lenta y tranquilamente . Era el j inete

Martín Vizcacha,el recºverº . Cuandº estu

vº próxim º, casi debaj º del picachº, l os ca

ranchos lanz arºn un graznido que hizº pa

rar las ºrej as del malacara y estremecer al

j inete . Es te miró a tºdºs ladºs,perº nada

lºgró distinguir . Mientras se guía su caminº ,

vºlvía la cabeza para apreciar, sin duda ,

donde se hallaban lºs caranchºs alborotado

res . El recºvero había ll egadº al puntº má s

encumbrado d e la lade ra, desde donde era

m á s hºndo el precipiciº . Nº había memo

ria de que ser humanº hubiese podidº des

cender hasta aquellas profundidades .

“¡ E se

era el sitio

El estampido de una detonación tronó en

el ámbitº,repercutió en el valle

,lº devºlvió

en el ecº la quebrada sonºra, y luego se pro

pagó lej ano hasta extinguirse . El j inete va,

'

E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 4 9

cil ó un instante y luegº cayó del lad o onnes

t o al precipiciº,entre las patas del caballº .

Estas impedíanl e rºdar al abismº . M ás cºmº

el pesº del caídº gravitara sºbre ellas,empu

j ándºlo hacia la hondonada, el caballº dió

unºs pasºs para esquivar el peligrº . Entºn

ces el cuerpº inert e se despen ó, chºcando

sordamente en las fragosidades de la mºn

taña . _ Y de tumbº en tumbo fué precipitando

cºmº si cada saliente riscosº en que golpea

ra lo arroj ase diciendº : “¡ más abaj º ; más

abajº ; más, más !” Hasta que llegó al fºn

dº del earcavón . Y allí quedó de espaldas .

Y,cºsa particular, el brazº derechº quedó

tendidº , cºmº señalando al ºtero de dºnde

partiera la detºnación .

Al verle yacer en el precipiciº , el descºnº

cidº se lanzó impetuºsº hacia la enºrme

trampera alambrada . Al llegar juntº a la

chºza, se encºntró cºn Dºnatila . En ese

instante el malacara pasó cºmº una exhala

ción,camino a la ºtra banda . Dºnat ila fij ó

en el descºnocido sus oj ºs llenºs de espantº .

El la miró con una expre sión de salvaj e ale

gria . Luegº corrió hasta donde se hallara

la extremidad de la cuerda . Sus manºs la

aferraron crispándose,y tiró de ella , enér

gieo y afanoso .Súbitamente. un gran revue

50 JOSE LE ÓN PAGANO

lº se levantó en espiral de la trampera , y el

jabardº de caranchos se arremºl in ó, llenan

do lºs aires de graznidos agudos . Dijérase

que la liberación l es hubiera enl ºquec idº . Des

cribían amplios vuelºs circulares, cºmº per

siguiéndose lºs unos a l o s otrºs , y tºdºs a la

vez lanzaban gritºs que parec ían ya jubile

sºs, ya amenazadores . De imprºvisº,aquellºs

que má s altº se remontaron , abrierºn el cicur

lº y tendierºn el vuelº hacia el ladº de la

hondonada . El des cºnºcidº se hallaba de

nuevº en su puestº de ºbservación,desde

dºnde seguía ansiºsº las evºluciºnes de lºs

caranchºs . Estºs hicierºn aun m á s estriden

t e su graznido,y arremºlinándºse cºmpactº s

se dej aron caer en la hondanada , sobre el

cuerpº yacente del recºvero cubriéndºl e en

absolutº . E l jabardº famélico rebullía lu

ci'ente allá en la hondonada . Dijérase

mºns truº descºnocido,contráctil, inquieto,

que se dilatara ya en un a fºrma, ya en ºtra ,

elástico y ágil,indiferente a las ºtras banda

das que revolotearan sobre él, pidiendº ca

bida en el lúgubre festín .

La tarde caía lenta y plácida . Desde su

arcabuco, el descºnocidº lº miraba tºdº comº

alucinadº . Tras cºrtos intervalºs,parecía

que el monstruº movible se disgregara,y al

52 JOSE LE ÓN PAGANO

gura de sus cruentas tribulaciones . E irgm en

dºse , magníficº de horrºr, levantó l o s bra

zos al cielº en actitud ºfertºria. Hubiéras e

dichº la encarnación de un remotº dios ven

gativº, retando la ºmnipotencia inmensurab l e

de las fuerzas obscuras . Luegº cºrrió ha

cia la choza,al aire su enmaranada cabe

llera . Tºdºs lºs encºno s, todas las angus tias ,

tºdºs lºs l ivºres, tºdos lºs espasmº s y tºdº

el hºrror que huracanaban el abismo de su

alma trágica estaban patentizados en la si

niestra cºntracción de su rostrº .

Al verle aparecer en el umbral, Dºnatila

retrocedió aterrada. Y él lanzó una carcaL

j ada que la estremeció paralizándola en el

rincón dºnde había idº a refugiarse .—¿N o me pedías que castigara ? rug10

él.,

Ya lº hi ce . Y fuí inexºrable . ¡ Ah ! ¿Yº

debía ser “ pa lºs caranchos ? . Y lº de

cía mientras tºdºs m e negaban su amparo ,sin piedad

,inexºrable, escarneciendo mi in

fortunio,brutal y cruel

,cºn saña, escupién

deme a la cara la hiel de su alma perver

regºcijándºse al verme trans ido pºr

tºdas las angustias y pºr todas las misc

rias . ¿Pa lºs caranchºs ?” y reía , cºmº si

quisiera hacer aun más bárbara mi agºnía en

mi abandonº Y creº haber muerto, por

E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 53

que cerré l os ºjos , y cuando l ºs abrí,fué

para ver las tinieblas en que m e arrºjaba el

egºísmº y la crueldad de los

Perº vºlví de entre l o s muertos .

Interrumpióse de imprºvisº , y sus ºj os si

guieron la dirección en que fij ara l os suyos

Dºnatila. Y al velverse , vió , en el vanº de

la puerta la erguida figura del padre Gon

zalo . El cura articuló en vºz queda— La paz de Diºs .

Perº la fras e quedó trun ca en sus labiºs .

El vengadºr había lanzadº un bramido de

fiera acosada . Crispáronse sus manºs , y t o

dº él se cºntrajº cºmº si fuese a saltar so

bre el intruso .

—La nºche me sºrprendió . Y comº nº

es prudente arri esgarse pºr el desfiladero,

pidº albergue en esta vivienda .

Lo s oj ºs del desconºcidº revo lvíanse ho s

cºs,sus sienes pulsaban

,sus músculos esta

ban tensos,y una vibración torturadora l e

estremecía , cºmº si en su palpitar tumultuo

se la sangre le quemara las arterias enarde

cidas .—¡ M entira l ¡ Mentira ! Perº yº nº caeré

en la celada,miserable impos tºr replicó

terrible .

Y el sacerdote repuso

54 JOSE LE ÓN PAGANO

Que el Señºr tenga pieºdad de tu alma

pecadora .

— ¡ Ah , pastor taimado ! Estabas en acechº ,espiandº mis días y mis horas .

— Diºs tºdº lº ve .

— Para sºrprenderme .

— Diºs todo lº sabe .

Y delatarine,emulando a Judas .

— Diºs sºlº puede juzgar, y su justicia es

en eterno .

— ¡ N o emplees ese tono ! Háblam e como

aye r.— Ayer tu alma estaba limpia de pecadº .

Hºy se mancha cºn la sangre de Abel . Que

Diºs tenga piedad de tí, hermano en Cris

t o .

—N o pongas a prueba las artim añas de

tu oficiº— El sacerdºciº es misión.

— ¿Y qué te enseña?— Que sºlo Dios es árbitrº de la vida y

de la muerte .

— Y cuandº baj es al llanº, ¿ qué dirá tu

cºnciencia al dej ar tras de s í el misteriº que

mancha mi alma cºn la sangre de Abel ?—Lo mismo que t e dice ahºra : mi pala

bra es de paz, nº de castigº .

—Perº al callar mi culpa,tú la encubres .

E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 55

—El sacerdºc io nº es delator.— Tu silenciº prºpicia mi impunidad .

— N o . D iºs está presente . Su jus ticia es en

eterno .

Sea ! replicó,enérgicº .

Lºs dºs hºmbres quedarºn frente a fren

te,mirándose con fij eza

,cºmº para llegar

al fondº de sus almas . El descºnºcidº , vi

braba,anhelante

,convulso . El sacerdºte mi

rábal e dolorido .

¡ Sea ! replicó aquél . Aunque yºsé si tiene D iºs el derechº de juzgarme ; ya

nº sºy un hombre . He cesadº de serlº cuan

do el instintº brutal de mi especie me re

chazó abandonándome a ladisolución en vi

da . Y desde entºnces,nº recºnozcº a mis

semejantes en lºs humanºs . Sºy de ºtra es

peci e . Mejor º peor , nº sé , perº diferente .

Hubº un silencio . Sus pupilas se cruza

rºn . El desconºcidº estaba jadeante ; sus

ºj os fulguraban . Luego , cºmº quien tºma'

una resºlución súbita,sacudió la cabeza y

dijº º

Tºdºs querían saber qui én sºy a t o

dos les mºrdía la curiºsidad po r conocer

—Yo lº supe al verte . Leí tu destinº en

56 JOSE LE ÓN PAGANO

tus ºjºs . El presagiº de ayer, hºy se cum

ple , repusº el sacerdote .

— Tú conoces al hºmbre que surgió del

dºlºr,a éste de ahºra. Yº t e hablo del ºtro ,

que tú nº has pºdidº cºnºcer .

—Unº y ºtrº se reconºcen en la misma

rebelión de ayer y de hºy.

—¡ No ! prorrumpió cºl éricº ; tú m e

viste ya transfigurado pºr la ferocidad de los

hombres . Tu pasadº es mi presente . Perº

hay,º hubº en mi vida un ayer que tú nº

alcanzas,que tú nº penetras .

¡ Nº m e interrumpas !— Habla .

— He dichº que nº sºy un hombre . ¿Y sa

bes pºr qué ? Pºrque la especi e humana me

horroriza .

— Amala en sus desvíºs, y ºfrece , cºmº Jc

sús, l a ºtra mejilla .

— Lo hice . Practiqué el bien y hallé el mal ;

fuí generºsº y fuerºn injustºs ; sembró amºr

y recogí ºdiº . Tuve una mujer, la mía en

l a l ey de D iºs y de lºs hºmbres , aquella a

quien tu Evangeliº ºrdena : “Dejarás a tu

padre y a tu madre . .

'

y a quien yº dedi

qué todºs l o s anhelºs de mi alma , ¡ mi

alma digo ! pues cuandº el morbº hincó ,sus garras en mi vida de fe y de amºr, ella ,

E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 57

l a elegida , la única, se apartó de m i, huyen

do del cºntagiº .

—Diºs tenga piedad de ella .

—¡ N o la tendrá ! ¡ N o debe tenerla !—La misericºrdia de Diºs es infinita .

—Misericordia es dar a cada unº lº suyo .

El justº y el protervo no deben ampararse

en la misma ley.

—La l ey es el amºr . de Diºs , y en él se

redime la criatura humana .

—Mal haya ese amor,s i en él se cºnfunden

el bien y el mal .—Que Diºs tenga piedad de tu alma en

la hºra de la muerte . Amén .

“El descºnºcidº“ l e miraba acezandº . El

sacerdote observábal e serenº y triste .

—Esta m ontaña'

pudº ser tu calvariº . Has

podidº redimirte en el dºlºr , porque el do

lºr revela el aspectº profundº de las cºsas .

Diºs te había señaladº para hacer de t í una

criatura el egida . Bas taba con que devºlvie

sea bien pºr mal . La prueba t e pareció dura

y t e rebelaste .

Para nº caer anul adº en la resi gnación de

tu pal ingenesia terrible .

— Has preferido ºpºner el mal al mal . Pc

rº vuelve lºs ºjos hacia tí m ismº , y mira en

e l“

fondº de tu ser . ¿ Quién es e l castigadº ?

58 JOSE LE ÓN PAGANO

¿Aquel a quien envías a la eternidad , º tú ,qué cargas cºn e l misteriº trágicº de su

muerte ?

El desconºcidº intentó replicar, pero sus

labios sólº pudieron contraerse en un gestº

nerviosº y rápidº .

— Es verdad prosi guió el sacerdºte cºn

vºz quebrada pºr la emºción ; hºy eres ºtrº

hºmbre . Algº acaba de morir en tí ; es el ser

que se doblegó cediendº a la pasión enemi

ga . Pºr esº me detuve : para sºcorrert e cºn

tra tí mismo . Imploré hospitalidad cºn el fin

de que mi presencia nº fuese acusadora . Pe

rº una voz habló en tí contra tí mismo . Mu

chas veces la ºirás . Siempre que interrogues

tu cºnciencia . N º la desoi gas , hermanº en

Cristo . Y cºnfía en la misericordia de Diºs

que es infinita . Y ahora puedº cºntinuar mi

camino ; el desfiladerº ya nº ºfrece ning ún

ri es gº para m i .

Y sali ó de l a chºza .

La nºche era apacible y diáfana . El pl eni

lunio envºlvía en una luz plateada la exten

sión de las sierras , que se escalonaban atala

yando el horizºnte . El cielº era de un azul

cristalinº, y l a armºnía estelar titilaba vívi

da en la profunda quietud adamantina .

El sacerdote se aproximó al cercº , tºmó el

60 JOSE LE ÓN PAGANO

sar de su prºpia sangre que afluía al cere

brº cºn violentas palpitaciºnes .

Escudriñaba ansiosº el panorama de la sie

rra, cºmº para acelerar el claror que apenas

cºmenzaba a difluirse indecisº allá detrás de

lºs últimºs cerrºs lej anos . Un vapºr az ulºsº

flºtaba en los collados , y en el valle , y accu

tuábase a medida que el cielº desvanecíase

en una suave colºración nacarada . Las estre

llas empal idecían , acelerando cºn vividº tre

mor su parpadeº ; y la luna solo hacía visi

ble nu arcº de ºrº pálidº . La mºntaña des

pertaba. Oíase el revoloteo de las aves de

rapm a y el chillido del zºrrº avizor . De

prºntº,asºmó entre dos cimas del cerrº

,l en

t o y radiante , el disco del sºl . Lo s prime

ros haces de luz , reflej arºn en el picachº

frºnterizº a ºriente , dºnde oteaba el desconº

eido . Sus pupilas enroj ecidas se volvi erºn

al sini estro earcavón . Perº nada alcanzaba

a percibir . La luz naciente pºnía vivº el cla

ro r en lºs resaltes , perº sumergía en una som

bra intensa las hºndºnadas, dºnde flºtaba

una niebla viºl ácea que hacía imperceptible

su prºfundidad . Al sentirse bañadº por el

sºl , l e asaltó un ansia lºca . N º se explicaba

pºr qué ese mismº sºl nº hacía resbalar sobre

el “ ºtrº ” un haz de sus rayºs . Y el aguij ón

E L HOMBRE Q UE VOLVIÓ A LA VIDA 6 1

de su impaciencia baciale fij ar lºs ºjos en el

hºrizonte comº si quisiera llevar a las pupi

las la luz que iba a volcarse en el fondº del

abismº siniestrº .

Perº al apartarlos del encendidº claror pa

ra vºlverlºs a la obscuridad,sus ºj ºs

,sólº

percibían una sºmbra que se coloraba y en

la cual se mºvían en rotación mil c írculos vi

bratºriºs. Luegº tºd o se borraba, fºrma, cº

lo r ; y el intensº azul vio lá ceº de la montana

parecía desvanecerse,y el vértigº amenazaba

dar cºn él en tierra . Entºnces cerraba lºs

ºjºs , levantando l a cabeza para recibir en

pleno rºstro la refrigerante brisa matinal .

La última vez debió quedar buen ratº en esa

actitud, pºrque al abrir de nuevo lºs ºj ºs ,

vió que el sºl, altº ya, doraha hasta el fºndº

un ladº de la hondonada . Un cstrcm ecimien

to le agitó convulso,dilatando sus pupilas de

alucinadº . Un espectáculº hºrrendº mºstrá

base a sus ºjºs . Allá en el fondº del abismº ,

aparec ía el recºverº en una transfiguracióu

alucinan t e . Il al lá base cºmpletamente despr

j ado de su rºpa , que yacía en j irºnes a unº

y ºtrº flancº de su cuerpº yacente . Estaba

sin ºjºs,sin nariz

,sin ºrejas ; faltº de la

biºs y mej illas , mºstrandº la dºble hilera

de sus d ientes . Y aquel rºstrº sin carne pa

62 JOSE LE ÓN PAGAN O

recia re ír cºn una mueca burlºna y siniestra.

El brazº derechº , descam ado, rígidº, t en

diass y cºntinuaba señalandº el picachº.

Estaba allí, degarrado , mutiladº , trituradº,

mºstrandº l os huesos en una visión de espan

tosa pesadill a . Al gunos carancho s iban y ve

nían sobre sus despºjºs, ahítos del fest ín ma

cabro .

Pºcºs días después ,el esqueletº blanquea

ba al sºl . Así habíanl º vistº algunos“ paisa

nºs ” que venían de la º tra banda siguiendo

la ruta del desfil aderº . La nºtic ia llegó al

pºbladº y cundió causandº) hºnda impre

sión . ¡ Un esqueletº en la hºndºnada ! Y sú

bitament e tºdºs pensarºn en que el ser a

quien pertenecía debió ser devºradº pºr las

aves de rapiña . La imaginación aldeana se

lanz ó en un torbellino de cºnjeturas ,inspi

radas tºdas pºr el terrºr supersticioso .

—¡ Claro ! decía uno,

su alma debe

andar en pena.

—¿A que aparece la luz mala ? asegu

raba ºtrº .

“¡ Cºmº pa ir pºr hay

” después de la

ºración !

antes de amanecer !

E L HOMBRE Q UE VOLVIÓ A LA VIDA 63

Lindº pa l o s que vienen arreando as ien

da de pº aya l

¡ Cómo iba a ser de ºtrº modº !

El “ñnaº” nº había recibidº lºs sacra

m entos, pasandº a la ºtra vida sin que“ nai

de ” rºgara pºr él ni un Padrenuestro . Ni

quien iba a pensar en la velación de la cruz

estandº el “ finao ” en aquel precipiº.

— S i lo más fierº del casº es que n º se

puede sacar de “ ande ” está par enterrarlo

en “sagraº

” arguyó ºtrº .

Esta observación pareció estremecer a los

circuns tantes . Sólº entºnces adquirió su ver

dadero significadº aquella tragedia . E se es

quel etº p erm anecía allí, a la vista del cá

minante,sobrecogiendo con la blancura de

sus huesº s en el día , y llenandº de terrºr

pºr la nºche al encenderse en las fosfores

cencias de la luz mala . Nº pºdían avenirse

a estº de ninguna manera . Y guiados pºr

la inquietud,que dom inaba a todºs , acudie

rºn a las autºridades . ¿Para qué ? Se propo

n ían bajar al carcavón y recºger l ºs restos

cºn el propósitº de darles cristiana sepul tu

ra . ¡ Nada menºs !

Evidentemente estaban exaltadºs .

Aquellº era absurdº . Para efectuar una

empresa de ese génerº eran precisºs apa

64 JOSE LE ÓN PAGANO

rej o s cºmplicadºs y cºstºsºs . El departam en

t º nº se hallaba en cºndiciºnes de sufragar

gastºs de índºle tan imprevista . La conster

nación fué general , pues l os argumentºs nº

admitían réplica . Entºnces el“ negro

” Jai

m e prºpuso una idea que fué acºgida con

entusiasmº : hacer decir una misa “ pa que

el alma de l ñnaº nº pene tantº ". Al com

prºbar el éxito de su prºpºsición, el“ne

gro” Jaime se sintió arrebatadº por el fer

vo r reli gioso .

Aunque unº¿

chupe a veces alguna co

pita , nº pºr esº ºlvida la reli gión . Y yº soy

buen cristianº, ¿ sabe ? Yº tenía cruz en el

mate dende antes de nacer, ¡ canejº ! Y aura

mesmo vamºs a la cas a 'el cura . Y a la

casa del cura se dirigieron sin vacilar.

Qué diablºs ! decía el imprºvisadº

caudillº . Las cºsas se hacen º nº se ha

cen .

Y marchaba al frente de l grupº que l e

seguía,cºn la arrºgancia de un libertadºr.

El padre Gºnzalº lºs recibió con al guna

sºrpresa,mas al reconºcer el móvil que l os

guiara,respºndió cºn frases de aprobación

muy elogiosa . Luegº dij º

—Muy bien . Aplicaré la m isa de ma

EL HOMBRE Q UE VOLVI ! A LA VIDA 05

ñana pºr el descansº eternº del pºbre re

covero .

— ¿Ah , perº el señºr cura sabe Gw en es

el“ finao inte rrºgó con asºmbrº el

“ negro” Jaime .

— Ya m e lº maliciaba dijº ºtro .

El padre Gonzalº nº lo gró disimular la

prºfunda turbación de su eSpíritu . Pero,ré

poniéndºse,preguntó :

Qué maliciabas, vos , Silvano ?— Qu 'el finao había '

e ser el recºverº .

Cómº así ?— Pºrque su cabayo gºlv1º sºlº a la que

rencia,y en después naide supº nada del

recºverº hasta el día de hºy . Pºr eso di

go .

Martín Vizcacha es el finao ? pregun

tó Jaime aturdidº po r la inesperada revela ,

ción . ¡ El recºvero l

Y quedóse perplej º cºn los ºjos fij ºs en el

sacerdote . Este g uardó silenciº un instante

y luego despidió a las piadºsas visitas dicien

dº conmºvidº— Hasta mañana mis buenºs fe li greses .

— Es que dijº el negrº Jaime , sºbrepº

n1endºse a su emºción . nºsºtrºs “ queri

m os”

cºn perdón de usted , señºr cura, que

la misa se diga ayá mesmo dºnde está el ñnaº,

66 JOSE LE ÓN PAGANO

¿ nº es ciertº ? Y se dirigió a sus acompa

ñan tes . Tºdºs asintieron .

En vano aseguró el padre Gºnzalº que el

finado beneficiaría más de la misa si esta se

aplicaba en la iglesia,que era la casa de Dios .

La voluntad unánime exijía que se oficiara

ante l ºs despojos del recºverº. Y así que

dó convenidº .

—¡ Señºr ! ¡ Señºr ! Vienen a prenderl o , y

sºn muchos . ¡ Veia ! ¡ Veia !

La voz alterada de Do natila hizº que el

descºnºcidº se sobresaltara pºniéndose de

pie bruscamente . Cºrrió hacia afuera,y mi

ró a ambºs ladºs del cam inº . Lejos , muy le

j os , costeando la ladera avanzaba una mu

ch edumbre , todº un ej ércitº . El descºnºcidº

vºlvió al interior de la chºza,tºmó con ma

nos crispadas el cinturón de balas que se

ciñó cºn rapidez,y apºderándºse del win

chester corrió al picaehº dispuestº a vender

cara su vida . Un prºpósitº muy firme le

guiaba : nº dejarse tomar vivº . Y ºcultº en

la retama,agazapadº, esperó . En su mente

cruzó rápida una idea : el padre Gºnzalº l e

había delatado . ¡ Tenía que ser ! La altura

mºral revelada en su diálogº la noche tra

68 JOSE LE ÓN PAGANO

Luegº baj aron de una mula carguera al

gunos aparej ºs,y poco después quedó arma

da una mesa a manera de altar . Mientras al

guien cºlocaba sºbre la mesa el cru cifij º , el

cáliz,la patena y las vinajeras , el padre

Gºnzalo se pus º el amito, el alba y la es to

la. Lºs paisanos , que aun pe rmanecían a

caballo,descendierºn y todºs se arrodilla

ron para presenciar el drama divinº .

El padre Gonzalº dió principiº a la misa

de“ réquiem ”

. Previas las genuflexiones ri

tuales,musitó

“In trºibo ad altare Dei

Cabríal e el semblante una palidez insóli

ta , y su vºz, segura siempre , era desmaya

da comº si pas ara pºr el tamiz de intensa

emºción .

E l vengador seguía cºn viva inquietud el

desarrollº de aquella ceremºnia terrible .

Allá , a su prºpia vista, y ante los despoj os

del ºdiºsº recºvero,se oficiaba el sacrific iº

de la misa,y en fºrma tal que nº hubiese

desdeñado para sí un místicº que fuese a

la vez pºeta y santº . Tenía comº estradº una

mes eta, labrada en la rºca viva ; cºmº gra

de¡rías, las laderas abruptas , y cºmº techº

la infinita maj estad del cielº . ¿Y todº esº pa

E L HOMBRE Q UE VOLVIÓ A LA VIDA 6 3

ra consagrar un alma proterva ante la jus

t icia del Eternº Padre ?

Y se irguió para imprecar, cºn un ademán

de rebelión .

En ese instante el padre Gonzalo dijo— “ Ite

,misa es t

”.

Y el acólito repusº“Deº gratias ”

El descºnºcido iba a respºnder cºn unac arcajada , perº un sollozo emitidº casi a

sus pies,le hizo estremecers e . Era Dºnat ila,

que tirada en el suelº,llºraba y se estre

mecía cºmº una pºsesa— Señor

, ¡ estamºs malditos ! ¡ estamos mal

ditºs !

Y la vºz del sacerdote prefería cºn suave

unción”Benedicat vºs ºmnipºt ens Deus Pa

ter,et filius , et spiritus sanctus

".

“Amen “ replicó el acólito, persignándºse

º

.

El sacrificiº de la misa había terminadº .

Pºcº después la muchedumbre pros ternada

se incorporó tºrnandº a sus cabal gaduras . Y

emprendió el regres º cºn el padre Gonzal º

a l a cabeza .

Al día siguiente llegó al llanº una nºticia ,

70 JOSE LE ÓN PAGANO

y se difundió,exaltando la imaginación del

pueblº entero : los despoj ºs de Martín Viz

cacha ya nº estaban en el abismº . Habían

desaparecido .

La muchedumbre corri ó a la casa parro

quia ] , y encendida en fervºr religiºso, anun

ció al padre Gonzalo el prºdigio . El milagrº

de la misa era evidente .

Desde entºnces las almas piadºsas creye

rºn ver flºtar en tornº a la cabeza del cl é

rigº montañés una aureºla de santidad .

He vacilado muchº antes de publicar es

t a narración . Temía cometer una infiden

cia ; parecíam e viºlar un secreto,

“sorpren

didº ” m ás que cºnfiadº . Quise vencermis

escrúpulºs y me dirigí al prºbº sacerdºte

identificado en esta narración en el padre

Gonzalº . Me acºgió cºn benevºlencia,y me

escuchó,vivamente sºrprendido .

— Ignoro esa histºria m e dij o .

— Creí que nº se bºrraría de su meme

ria repliqué . Y añadí : Comº no se

trata de un secretº habidº en cºnfesión .

Entºnces el cura ! repusº cºn severa ex

presión :

E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 71

— Repito que nada sé de cuantº se ha ser

vido usted referirme .

Comprendí que hubiera sidº inútil insistir,y m e retiré .

Veamos ahºra cómo llegué a conºcer la

historia referida

En el estíº del año . variºs amigºs efec

tuam ºs una excursión al Cerrº Grande . Per

n o ctam os allí ; y al día si guiente , mientras

preparaban el almuerzº , yº salí a caballº ,

solicitadº por la belleza abrupta del paisaj e

montañºso .

— Si va pa 'el lao 'e l a encrucijada,nº se

aleje mucho . El sitiº es malº me advir

t ió el guía .

—Ah , ¿ es pºr allá donde tiene su guarida

el descºnºcidº aquel ? . inquirí.

— Allá mesmo,niño . Y cºmº nadie tiene

pa' qué aventurarse .

Así era en efecto . Tomé una dirección

ºpuesta, y eché a andar , siguiendº el cami

no menos apeñascado . Tras cºrtºs rºdeºs ,

emprendí la vu elta . Anduve así largº trechº .

De prºntº me hallé en una ladera. en cuyo

fºndo se extendía la profundidad de un bºs

que . Evidentemente m e había extraviadº .

Quise retrºceder,perº fué inútil intentarlº .

E l sendero , estrech ísim º . n º permitía volver

72 JOSE LE ÓN PAGANO

grupas . Era forzºsº seguir adelante , hasta

que el senderº,ensanchándose en al guna par

te , hiciera pºsible la evºlución para desan

dar lº andado . Perº el s enderº era cada vez

m á s riscºso y estrecho , y también m á s prº

funda la hondonada que se abría a mis pies .

Comprendí que nada debía esperar. Mi im

prudencia me había perdido . Nº sé cuanto

duró la angustia mºrtal de aquel trayecto ,

limitado por un desenlace inevitable . Un re

lincho de mi caballº me estremeció , h elandº

la sangre en mis venas . Me hallaba próximº

a un ranchº,en cuya puerta el hºmbre de

la encrucijada m irábam e cºn expresión ia

definible . Nº sé si era de sarcasmº º de sor

presa . Sonreía,sºnreía sin prºferir palabra .

Yº detuve mi caballo con bruscº ademán .

Quise decir al gº,perº nº atiné a mºver mis

labiºs . El hºmbre del ranchº permanecía en

la puerta,sºnriente

,inmóvil .

—¿De modº que viene extraviadº , no ?

Un temblor recºrrió tºdº mi cuerpº . Sin

duda alguna yº estaba a merced de aquel

hombre . Nº había vislumbre de esperanza.

— Apéese y descanse un rato , para repo

n erse . Ya se ve que el trance lº ha contra

riado .

Y sigui º sºnriente, cºn lºs ºjos fijºs en

E L HOM BRE QUE VOLVI ! A LA VIDA 73

m i, cºmº gozándose en mi turbac10n . Yº es

taba como p etrificadº .

— ¿Usted vinº de excursion al Cerrº Gran

de,n o ? Ahºra usted quiere reunirs e cºn lºs

suyºs, ¿ verdad ? Perº nº va a ser p os ible

cºn l a fi esta que se l e prepara aquí . Eche pie

a tierra,mi amigº . Y levantandº la v o z

llamó enérgicº : ¡ Che , Leocadio ! Tomale

el caballº a este amigo .

Entºnces cºmº poseídº nº s é por qué in

flujo maligno,descendí del caballo

,y m e

aproximé a mi verdugº . Penetramos en su

vivi enda , Al pºcº rato , ºyóse fuera un r uido

que no acerté a definir . Mis oídos zumbaban .

El ruidº fué aumentandº , reciº , hasta pe

n etrar cºn fuerza en la guarida dºnde n ºs

hallábamos .

— Y, ¿ qué m e dice ? Tenía yº razón al askº

gurarl e que nº podría usted vºlverse ?

Una vºz aulló fuera, sºbresal t ándºm e

— ¡ Aura ,“ Fiera ” ! ¡ Aura

“ Fiera” !

M e incorpºré .

— Es el peºncit o que entra las cabras al

corral . “Fi era” se llama mi perro,un mas

t ín que justifica su nombre por lº bravº .

Y volvió a sonreir cºn toda calma .

Fuera rugía la tºrmenta . O íase el chasqui

do de la lluvia cºntra la vivienda. E l vien

74 JOSE LE ÓN PAGANO

tº silbaba, y arrem ºl in ándo se; sacudía la

puerta y la ventanilla de aquella chºza con

vertida en refugiº de pesadilla .

Tampocº pueden bajar al valle sus cºm

pañ erºs . Tendrán que aguantarse allá,n o

m ás . Y comº nº pueden encender fogatas ,la cosa va a ser peliaguda Y tras una

pausa prºsiguió ¿Usted ha vistº cºrrer

el ag ua pºr el abismº del“ Cerrº Grande ”

cuandº llueve y hay creciente ? ¿N º ? Yº sí.

Una vez . Allá, hace muchº ,“ supº ” haber

un esqueleto . Lº arrastró la cºrriente,ha

ciéndºlº desaparecer . La pºblación de allá

abaj º creyó en un milagrº .

Fué en un día cºmº hoy .

A la manana siguiente , muy tempranº ,cabalgábamos el “ desconºcidº” y yº, cami

nº al “ Cerrº Grande ” para reunirme a mis

cºmpanerºs de excursmn . Yº había pasadº la

nºche en el rancho , oyéndole hablar . Cuando

hubº amanecido,tºmé el desayuno , que Do

natila,

“señºra” de la casa , m e brindara

con toda cortesía ; y después, guiadº pºr el

hºmbre de la encrucijada,emprendí la mar

cha . Cabalgamos muy entretenidºs .

'

Al l l e

gar a un puntº dºnde el sendero se bifurca ,

mi guía detuvº su caballº .

76 JOSE LE ÓN PAGANO

a usted el recursº del padre y pº

dria,comº él

,contestar :

— Nada sé de cuantº se ha servidº usted

referirme . Cºn lº cual todº queda cºmº'e staba antes .

“Así se justiñca su muy aff .m o

(Y aquí mi firma ) .

LA REVELACION

Cuandº m e anunciarºn la visita de Jºrge

Douglas , cre í haber ºídº mal , y pregunté

de nuevº,persuadidº de que rectificarían e l

errºr . Mas la chinita repitió claramente— Jorge Dºuglas .

Quedé cºmº abismado en mi estupºr. Y

debí permanecer así buen ratº,pues la cria

da , a pesar de su cortedad respetuosa ,erc

yó pertinente insistir— ¿ Qué le digº ?

N o estºy en cºndiciºnes de pre cisar si ºr

dené que lº introdujera . Mas , pºcº después .

Jorge Douglas estaba en mi imprºvisadº ga

binet e de campaña . Tampºco puedº decir

cóm o le saludé,ni siquiera afirmar haberle

saludado . Sólº sé que , al verle , mi sºrpresa

y mi cºnfusión crecierºn ,hasta delatar mis

impresiºnes . Douglas tenía sus ºjºs fij ºs en

78 JOSE LE ÓN PAGANO

m i, y después de contraer sus labiºs en un

gesto de. amargura, dij º con acento veladº

por la emºción :— N o me extraña : en todas partes m e re

ciben así . Perº n o se preºcupe pºr disimu

lar su sºrpresa .

Traté en vanº de dirigirl e algunas pala

bras amables para desvanecer el efectº que

le causara mi actitud , y también para recº

brar el dºminiº de mis facultades . Dºuglas

sºnrió con benevºlencia,y luegº dij º :

— Vengo a pedirle un favºr .

Y sin aguardar a que le contestara, añadió

receloso— N o m e lº niegue . Necesitº que acceda

us ted a lº que le pido .

Su rostrº se cºntraj o en una expresrºn tan

extraña,que me apresuré a consentir en su

pedido . Perº Douglas nº se tranquilizó del

todº . Sus ºjos quedarºn fij os en mi , como

interrogándome . N º supe interpretar su mi

rada, y aguardé . Siguió una pausa embare

zosa para ambos .

Si, es verdad dijº pºr último , l e

debº una explicación previa .

Se pasó una manº pºr la frente , cºmº pá

ra bºrrar las inquietudes que le embargaban ,

y después de vacilar,dij º cºn vez queda :

LA RE VOLUC IÓN 79

— Mi aspectº revela que algº terrible debe

haber sacudidº mi alma . Nº trate us ted de

negar pºr cºrtesía , o pºr lástima, una cºsa

que está evidenciando su impresión desde

mi llegada aquí . ¿Ve usted mis cabell os ? Has

ta hace pocº eran rubiºs,us ted lº sabe . Pues

en una nºche se tºrnarºn blancºs . En una

Y desde entonces tiene mi cara

nº sé qué cºntracciºnes , y mis ºjos nº sé

qué brillo . y en mi boca hay un rictus

que nº había antes . Hasta mi vºz tiene un

timbre descºnocidº . Sºy otrº hombre . Y

esº es lº que impresiºna a cuantos vuelven

a verme desd e entonces . Soy cºmo el os

pectrº de mí mismº .

Jorge Dºuglas nº mentía . Cada frase suya

acentuaba aún la inquietante verdad de su

prºpia transñguración . Habíal e vistº en fe

cha cercana,gallardº

,co n su hermºsa ca

beza de Byron joven,rizadº el cabell º de

un rubiº cálidº,los ºjºs de fino diamante ,

fuerte y ágil , en la plenitud de su vi rilidad .

Ah ºra estaba allí,encanecido , la tez amarfi

lada , y.

en lºs ºj ºs un brill º de alucinadº .

Sus manos,largas y finas ,

se agitaban cºmo

si fuesen a crisparse . Estaba en lº ciertº al

afirmar que era ºtrº hºmbre . Y sin embar

gº , sólº habían trans curridº pºcos meses de

80 JOSE LE ! N PAGANO

nuestra úl tima entrevista . Lº recuerdº per

fectamen t e . Fué en París , en la legación ar

gentina . Un día desapareció , y porque era

persºna de maneras cultas, a tºdºs nºs so r

prendió que se marchara sin despedirse . Lue

gº , a mi vez , vºlví a Buenos Ai res , y me ha

l laba en las s ierras de Córdºba , dºnde m e

había cºnfinadº cºn el prºpósitº de pºner

cima a una ºbra que sºlicitaba completa de

dicación .

Cuál nº sería,pues, mi asombrº al ºir

prºnunciar en aquel destierrº el nombre de

Jºrge Douglas ! ¡ Y cuál no sería mi impre

sión al verle transformadº de manera tan

extraña ! Luegº el mºdo de presentarse , en

tre cohibido y receloso, sin aquella libera

lidad expans iva que le hiciera persona grata

a l o s pocºs instantes de cºno cerle .

Mi curiosidad fué creciendº de tal suerte ,que hubiera deseadº pre guntarle mi l cºsas

a la vez : cóm o estaba allí ; qué misteriº en

t enebrecía su espíritu ; qué sentimientºs cºn

vulsiºnaban su alma . qué había sidº de

él desde nuestra última entrevista . Y co

m e s i Douglas hubiese “ vistº " el suceder

se de mis ideas,m e sorprendió diciendº

— Voy a decirle por qué dej é París cº

m e lº hice .

LA REVE LACION 81

Y Dºuglas,haciendº un esfuerzo eviden

t e para dºminar la emoción que le embarga

ba, com enzó a hablar, estrujándose las ma,

nºs

— Es como una cºnfes1ºn . Hasta hoy na

die conoce mi secreto . Usted sabe que soy

huérfanº,y que un t ío maternº cuidó d e

mí y de los bienes que yº heredera de mis

padres . Mis tíos sólº tenían una hij a , mi

primita Dolly , cºn quien cºmpartí los juegos

infantiles y un cariñº fraternal . Des de pe

queñºs, jugábamos a los nºviºs , y recuerdº

que l a inºcencia de aquellºs amºres compla

cía a mis tíºs . Después , mi afectº por Dolly

fué int ensiñcándo se hasta ver en ella una

hermana menor.

Entretantº , el tiempº transcurría . Ya m e

zo , estudiante universitariº primerº , y dºc

torado después,nuestro cariñº nº sufrió al

t ernativa ninguna . En el hºgar de mis t íºs

yº había halladº mi prºpiº hogar, y en la

ternura de Dºlly la suavidad de un cariñº

al que yo correspondía con el m á s purº de

l o s afectºs .

De prontº,el carácter de Dºlly comenzó

a mºdificarse . Ya nº era la niña alegre y

decidºra de ºtrºs tiempºs . Se tºrnó re t rai

da, casi huraña . Cuandº le anunció mi viw

82 JOSE LE ÓN PAGANO

j e a París,pareci º acoger la noticia cºn l a

más absºluta indiferencia . Nuestra despedi

da nº fué muy afectuosa pºr parte de ella .

Sus palabras casi me parecieron esquivas . Y

dada la situación en que las pronunciara ,eran para m i del tºdº inexplicables . Yº nº

quería alej arme de Dºll y llevandº en mi al

ma la pena inquietante de su esquivez .

N ºs hallábamos a bordº del transat lánti

cº que debía conducirme a Europa . M e acom

pañaban para despedirme , mis tíos , Dolly ,amigºs

,demasiadºs amigºs . que no se dis

traían un segundº en ºtras persºnas 0 cº

sas . Y yº necesitaba hablar cºn Dolly, que

ría saber, inquirir, pues una ansiedad pro

funda l l enábam e de angus tia . Por fin , apro

vechandº un instante de cºnfusión, produci

da pºr un incidente sanitariº , pude apar

tarme algunºs minutos cºn Dºlly .

La Cºm isión Sanitaria había descubiertº

entre los viaj erºs un enf ermº contagiºsº , y

le in t im aban desembarcar . El pobre hºmbre ,

que pºr lº vistº ignºraba su prºpiº estado ,sufrió un ataque nervioso ; e l clamºr de su

familia atraj º la atención del públicº,y yo

pude dirigir a Dºll y algunas preguntas . N º

recuerdo mis palabras ; perº presume que t o

das iban a cºnverger en una sºla . ¿ Pºr qué

84 JOSE LE ÓN PAGANO

dadº,casi cºnt raído, y de tºda aquella cºn

fus ión , y de todº aquel vocear, sólº pers is

tía cn mis ºídºs la voz de Dºlly—Al gún día quizás l ºEl vapor ya se alej aba , y yº permanecía

comº enclavadº en mi sitiº,fij a la mirada

en la ciudad que se iba bºrrandº en las bru

mas de un cielº plomizo .

Sigu10 un largo silencio .

Dºuglas parecía exhaustº . Respiraba cºn

celeridad afanosa . Apenas si sus manºs rc

velaban alguna energía en la inquietud que

las agitaba constantemente . Después,excla

mó en un quej ido— Y Dolly era hermosa cºmº un ideal .

Desde que Douglas cºmenzara su relato ,había lºgradº despertar en mí el deseº de

cºnºcer la verdadera causa d e su dºlor. Creí

ºpºrtunº inducirl e a detenerse en un punto

de su narración,y le pregunté

—¿Pºr qué dijo usted que Dolly era ”

¿Acaso ha perdidº esa cualidad ?— No repusº . Perº ahºra tiene ºtra

belleza más augusta : la del misterio . Dolly

ya nº es . Ha muerto . Yº la maté . Y desde

entºnces, su espíritu me persigue .

LA R EVE LAC ION 85

Al escuchar la cºnfesmn de Douglas,m e

incºrpºré sobresaltado . Y él, advirt iéndºlº ,

se puso de pie brus camente y se colºcó ante

la puerta, cºmº para impedirme el pasº .

Luegº , antes que yº articulase una palabra ,se apresuró a decir :— Es necesariº que me escuche . Aún no

conoce us ted lº terrible de mi drama .

Y con un ademán imperativo m e indicó la

silla en que yº perm aneciera sentadº hasta

ese ins tante . Comprendí la inutilidad de opo

ner una negativa a su indicación,y m e re

signé a es cucharle . Douglas reanudó su rc

lato cºn vºz pausada y honda— Mi viaj e fué penosº y m e pareció in

terminable . La tristeza que embargaba mi

alma,inducíam e a buscar la sºledad . Creía

estar comº bajº una amenaza , y cuando pro

pºn íam e explicar mis inquietudes , me era

de tºdº puntº impºsible cºncretar lºs me

t ivºs de esº que , en rigºr , sólº eran spreu

siones . Y sin embargº , había en ello tal per

sist encia, que un espanto indefinibl e dºminó

todº mi ser .

— Prometió usted explicar las circunstan

cias que le indujeron a asesinar a Dºlly ,l e advertí

,impaciente ya pºr cºnºcer la tra

gedia de mi desdichadº amigº .

86 JOSE LE ÓN PAGANO

—¡ No ! exclamó él cºn vºz colérica .

Yº nº he dichº haber asesinadº a Dºlly.

Dij e que la maté , que ocasioné su muerte ;perº no sºy ni culpable ni responsable de

su muerte .

Y al decir estº lº hizo Dºuglas cºn tal

congoj a,pusº en su v ez un acento tan cºn

movedor, que me sentí subyugado .

Reanudó de nuevº el relatº, precipit ándºo

l o en el desºrden de sus palabras :— Eu Europa nº recibí de Dºlly ninguna

nºticia directa ; perº mis tíºs nº dejaban de

hablarme de ella en sus cartas . En una me

decían que Dºlly desmejoraba hasta inquie

t arl es . Y pºco después me cºmun icarºn que

debía trasladarse a las sierras para resta

blecer su salud quebrantada .

Douglas,cuya vºz se había idº apagandº

pºcº a pocº , guardó silencio . Luegº,cºmº

si quisiera librarse de una idea que l e ago

biara demasiadº, dijº brus camente— Yº esperaba ans iosº noticias de Dºlly,

pºcas líneas en las cuales m e dij eran que

su jºven ºrganismº había reacciºnado . Una

nºche me hallaba en mi habitación del hº

tel , sºlº . Dispon íam e a releer algun as car

tas , cºn el prºpósitº de revivir impresiºn es

d e grata evºcación para mí . D e prºntº se

LA R EVE LACION 87

ºyó a mi ladº un fuerte ruidº , que m e hizº

estremecer e inmediatamente sentí una pun

zada aguda en el cºrazón , que m e obl igó a

lanzar un grito . Luegº advertí que la luna

del rºperº se había quebradº,y que las l í

neas de la rotura fºrmaban un corazón . Pe

rº había allí un detalle que m e impresiºnó

profundamente . Al restal lar el cristal , hizº

que se saltara el azºgue del espej º , y era cº

me una mancha de sangre en mediº del cº

razón . Pocas horas después,un tele grama

procedente de las sierras,m e anunciaba que

Dºlly había muertº .

Y Dºuglas dejó caer la cabeza entre s us

manºs .

Luegº m e explic ó en qué cons ist ía el fa

vor pedidº tan empeñºsam en t e . Muy cerca

de all í, a una hora m ás º menos , hal lábase

l a prºpiedad dºnde había dejadº de exi st ir

Dºlly. Jorge Dºuglas “ necesitaba ” vºlver a

esa casa y pedíam e que le acompañase . Que

ría recoger un libro,el diariº de Dºlly , y

fal tábalc ánimº para ir sºlº . El habia pa

sado en aquella mºrada una nºche al vºlver

de Eurºpa ; y aquella noche ºcurrió lº“te

rribl e ” de su his tori a , cuyºs detalles prome

tiame relatar all í dºnde acºn tecicrºn .

88 JOSE LE ÓN PAGANO

Al día siguiente, Dºuglas y yº salimºs a

caballº . Era una tarde canicul ar. Abrasada

por el so l , l a tierra se resquebraj aba cºmº si

la sed anhelante de sus entranas la desga

rrase para recibir una lluvia largamente an

siada.

Después de sostenida marcha , trabspusi

mos el valle , y nuestras cabalgaduras se des

l izarºn pºr un desfil aderº donde un hilo

de agua palpitaba como la única arteria vi

va en aquella aridez sitibunda. Tras cºrtº

andar,llegamos luegº a una ladera

,desde

dºnde percibíase el caminº que se extendía

sinuosº en su blancura calcinada,hasta per

derse detrás de un mºnte de algarrobos .

Cabalgábamos en silencio . A medida que

se acortaba la distancia , Dºuglas iba siendº

presa de una agitación febril : su boca se

contraía,y un temblor angustiºsº le tortu

raba despiadadamente .

— Ya lle gamos dij º al fin .

Yº miré,y mis oj os nº percibierºn vi

vicuda alguna . Nºs hallábamos en una pro

m inencia del terreno . Allá abajo advert ía

se una extensa perspectiva,que se escalona

ba hasta el horizºnte . A nuestra derech a ,perº cºmº huyendº de quien mira

,algunas

charcas bruñidas por el sºl indicaban el ca

LA R EVE LACION 89

nal de un ríº , y cºmº bºrdeándºlº,la si

métrica extens ión de una alameda .

— Allí es añadió Dºuglas .

Ladeamos una cuesta,y entonces pude

ver, mediº ºculto pºr las plantaciones, un

edificio comº nº creía que existiese en lugar

tan apartadº .

Desde ese instante , la turbac10n de Deu

glas llegó a inquietarm e, y confies o que nº

pude substraerm e a su influjo . Y así llega

m es hasta la verj a de aquella mºrada, que

tenía el aspecto de un pequeñº castillº .

Salió a recibirnºs un vej ete , s ecº de car

nes y mirada felina . Era Cristián , el encar

gado de cuidar aq uel retirº . Cruzamos el

parque , cuyº césped recºrtábase en prolijas

cºmbinaciºnes geométricas ; y descendimos

de nuestras cabalgaduras frente a una gale

ría acristalada .

Pocas veces he tenidº la sensación m á s ab

soluta del silenciº . Hubiérase dicho aquél un

lugar aletargado . De su cºnjuntº despren

díase es e algo indefinibl c que caracteriza

las viviendas deshabitadas . Había allí, es

cierto,una mano cuidadºsa ; perº ese mis

mo afán de pulir acentuaba aún m á s la sen

sación de cºsa inerte,sin vida . Hasta las

plantas d1j érase que languidecían en aquel

90 JO SE LE ÓN PAGANO

abandºnº ºrdenadº y meticulosº . Una cosa

sºla reves t íase de vida . Allá recatado en

la oquedad de lºs árbºles,veíase un banco

de piedra , y juntº a él , un rosal tºdº flo

recido de rºsas roj as, pero de un rºj º ani

mado y cambiante , comº si en cada una hu

biese nº sé qué fuegº interiºr.

El guarda,al nºtar que yº tenía la mirada

fij a en aquel sitiº,se m e aprºximó , y. en voz

muy baja me dijº en tonº cºnfidencial

— Al l í es donde la niña pasaba hºras y

horas escribiendº en un l ibro . Yº llevo aquí

muchos anºs,y no recuerdº haber plantadº

ese rºsal

Las llaves !

Era Douglas,que de ese mºdº impºnía

silenciº al viejº guarda .

Pºco después , ést e vºlv1º cºn un llaverº ,

que mi pºbre amigº recibió con manº tem

bl o rºsa.

As cendimos la breve escalinata que da

acc esº a la galería,y penetramos en el edi

ficiº . Dºuglas me guiaba y yº l e seguía si

l enciºso . Cruzamos algunas habitaciºnes , ca

si a obscuras . La escasez de luz y el ºlºr

característicº de tºda habitación que haya

permanecidº cerrada algún tiempo, acentua

92 JOSE LE ON PAGANO

tº a través de un velº y a cierta distancia .

Era cºmº si el alma que había puestº el

artis ta hubiese huidº de ese lienzº , dej an

do allí una sºmbra,atenuada en su prºpia

palidez desvanecida .

Douglas, inmóvil en la puerta , m e miraba

cºmº si se complaciese en la inquietud de

mis impresiones .

— Ah ora comprenderá mejºr cuantº voy a

rev elarl e me dijº . Y cruzó resueltamente

la salita . Abri ó con nerviosidad la puert a que

daba accesº a la habitación cºntigua , y pasa

mos pºr ell a . En la inmed iata, Douglas y yºnºs detuvimºs . Cºmº las anteriºres , ésta ya

c ía casi ºen la! sºmbra . Era la alcºba de

Dºlly .

Douglas guardaba silenci o,y yº esperé .

Cºmprendí que el secretº de mi amigº iba

a serme revelad º .

'Apenas si cºn una mi

rada furtiva intenté examinar el sitiº en

que me hallaba . Y cºmº Dºuglas lº advir

tiera , se dirigió a la llave eléctrica, y dió

luz . I lUminóse tenue y vagamente la al cº

ba . Luegº,mi amigº fué hacia un “ secre

t aire”, y abriéndolo , se apoderó de un libro

que en él había .

— Este era el ºbj etº de mi venida di

jº. Y con vºz alterada y en un desºrden

LA REVE LAC ION 93

que precipitaba sus palabras y cºnfundía

sus ideas , me refirió cómº envej eciera en

una nºche .

Dºlly habíal e pedidº un libro en blancº

para anotar en él sus impresiºnes diarias ,y Douglas había tenido el mundano capri

ch o de encuadernar ese diario “ cºn un

guante de “ soirée ” usadº pºr Dºlly . (Y

mientras Dºuglas hablaba,oprimía el librº

contra su pecho ) . Al vºlver de Eurºpa,qui

sº vis itar la mºrada donde se extinguiera

su prima . Impulsábalº a ello una fuerza im

periºsa. Llegó al caer de la tarde de un

día de otºñº . E l campo estaba doradº y los

árbºles comenzaban a desprenderse de sus

hºjas amarillentas . Cºnversó largamente

cºn el viej º Cristián , interrogándolo acer

ca de mil detalles . Dolly había venidº cºn

sus padres . Cuando llegó, según ºbservara

Cristián,nº parec ía estar enferma . Perº

muy prºnto cºm enzó a decaer sensiblem en

te . Se pas aba los días en un mutismº absº

luto . Siempre que la interrogaban si que

ría algº,comº para complacerla en sus m á s

mínimos deseºs,ella contestaba

— N o . Estºy bien así .

Entºnces la pºbre madre se iba para ocul

tar sus lá grimas . De Córdoba venía casi a

94 JOSE LE ON PAGANO

diario el médico ; y muchas veces se queda

ba hasta anºcheeido . Después , Dolly ya nº

pudº levantarse . Pasó algún tiempº . Una

tarde vieron lle gar al cura . Y después .

— Fué cuando me enviarºn el telegrama

dijº Douglas .

Para cºnversar cºn el guarda, Dºuglas

había fingido compartir la frugal comida de

aquél. Con tºdo,la sºbrem esa nº pudo pro

lºngarse muchº , pues Cristián comenzó a

dormitar,habituadº comº estaba a recoger

se tempranº .

— Entonces dij º Douglas vine a es

ta alcºba,y abrí casi maquinalmente el “ se

cretaire” dºnde hallé el “ diariº ” de Dolly .

Mr dirigi a esa habitación . (E indicóm e la

inmediata) . Al lí , continuó,

había

veladºuna enfermera . Cerré la puerta,lº

recuerdº perfectamente ; y sentándome jun

to a esa mesilla, dí principiº a la lectura .

Leía con ansia febril . En el silenciº de la

noche sólº percibíase el ruido que produj e

ra cl volver de las páginas . De prºnto , una

prºfunda emºción m e sobrecogió pºr ente

rº . Acababa de leer en el “ diari º” de Do

l ly mi prºpiº nºmbre . Quise percatarme de

lº que se guía,y nº m e fué posible . Tuve

la sensación de que las líneas siguientes se

LA REVE LAC ION 95

hacían cºnfusas,comº si una manº invis i

ble las En ese mismº instante

ºí en la alcºba cºntigua un ruido extrañº ,

algo así cºmº el rºce de un vestidº . Dije

rase que alguien andaba en ella . Y casi en

seguida,la puerta se entreabri ó con suavi

dad cautelosa . Miré , y nada ví . Me incor

poré entonces cºn viveza , dej andº el librº

abierto sobre la mesilla . Fui a la alcºba, y

tampoco vierºn nada mis ojºs . . Las puertas

que comunicaban cºn l as ºtras habitaciºnes

permanecían cerradas . Pensé , entºnces , que

tºdº fuera ilusión de mis sentidºs , algº-

so

breexcitadºs pºr razºnes bien fácil de cºm

prender . Volví , pues, a sentarme ju ntº a la

mesilla para prºse guir la lectura . Perº al

tomar de nuevº en mis manºs el diariº ” ,

noté que l a página en la cual pºcº antes

leyera mi nºmbre,ya n o estaba all í .

Y al decirme esto,Douglas, me mostró el

diariº añadiendº—Mire usted .

En efecto,una hºj a había sidº rasgada .

Quedé perplejº ante aquella revelación

inesperada . Un tumult º de impres iºnes co n

t radictºrias m e llenarºn de prºfunda in

quietud . Y permanecimos así,comº abisma

96 JOSE LE ON PAGANO

dos en un silenciº aterrador . Dºuglas , de

pie , con sus ojos fij os en lºs míos , en una

inmºvilidad hipnótica . Yº,agitadº y ner

viºsº,cºn la mirada llena de interrºgantes .

¿ Qué se prºpo nía Douglas ? ¿Nada m á s que

recuperar ese“ diariº ” ? ¿ Con qué propó

sito ?— Con el de cºnºcer la verdad, tºda la

verdad,

replicó Douglas .

M e estremecí al escuchar su vºz . Yº nº

había articulado una sºla palabra,y Dou

glas respºndía a mi soliloquio mental . Su

semblante se iluminó cºn una luz desconº

cida , y tenía en la mirada fulgores que ja

más reflej arºn pupilas humanas . Una sere

nidad inefable irradiaba y dul cificaba su

expresión apacible .

— Creo que vuelvº a ser el hºmbre de

ºtrºs tiempºs me dijº . Y añadió : La

revelación de este “ diariº ” me libertará de

las persecuciones que sufrí desde la noche

terrible .

Y en verdad,Dºuglas parecía t ransfigu

rado . N º sé si influían l ºs reflej ºs de la luz

dºrada,º si era yº víctima de una fuerza

sugestiva ; perº es el caso que sus cabellºs

vºlvierºn a recºbrar la blºnda tonalidad de

ºtros tiempos .

LA REVE LAC ION 97

— Ya nº m e perseguirá, ya nº me perse

guira,

dij º cºn vºz dul ce y clara .

—¿ Qu1en ? interrogué .

— Dºl ly, Dºlly, su espíritu ,su fantasma .

Ya nº me perseguirá . Todº me lº anuncia ,

tºdº . .

Dºuglas había recobrado una serenidad ,

un dominio tan absºlutº de sí mismº, que

me impresionaban tantº cºmo las febriles

agitaciºnes precedentes . Y exclamó cºn un

suspirº que parecía al iviar tºdº el pes o de

su alma atribulada—¡ Ah , us ted no sabe que significa ser

perseguidº pºr un espíritu ! Y prºs i gui ó— Está en todo

,siempre

,sin descansº

,sin

tregua , siempre , siempre . Vive nuestra

vida, m odificá ndºla comº una fuerza extra

na y hºstil . Y de ese modº no s ºbl iga a

participar de su ºtra vida . Es hºrrible .

A vec es , creemºs verlº en e l fºndº d e nues

tros propios oj os . Y en la sºledad , llena

el silenciº de nuestras nºches . Y yº he

vividº así, desde que desaparecrº la hºja de

este “ diario “ . dºnde Dºlly a nºtó las cºn

fidencias que nºs unen en un mismº secretº

misteriºsº . Es cºmo si e l alma de Dºlly hu

biese volcadº aquí su esencia y su perfume .

Yº sabré po r fin la verdad ,tºda la verdad

98 JOSE LE ! N PAGANO

que transfu ndió en sus páginas . Ha llegadº

la hºra . Ella m e lº dij o .

—¿Dºl ly ?

— S í,Dolly .

Dºuglas advirt 10 la in t errºgacmn que pu

se en mis ºjºs, y dijº—Me sería impºsible determinar cómº

pasé el restº de la nºche en que desapare

ció la hºj a de este “ diariº “ . Cuandº amm

neció salí en busca de Cristián para que me

conduj era a la estación, pues quería alej ar

me de esta casa,huir, lejºs . El asºmbrº

y la turbación que se produj erºn en Cris

tian al verme,tºrnaron a despertar en m i

las hºrribles tºrturas de la nºche pasada

cºmº en una pesadill a . Perº nº imaginé que

mi aspectº se había transfigurado tan ex

trañam ent e Lº advertí en el tren, en mi

cºmpartimento . Desde entonces, nº pude

volver a mirar en un espej o mis prºpios

ºjos . Había vistº en ell ºs un abismº aterra

dor . Llegué a Buenºs Aires cºmº un so

nambulo . Tºdº lo veía cºmº a través de

una niebla,bºrrºsº

,confusº . incºlºrº

Cuando recobraba mi persºnalidad en la más

perfecta lucidez,m e acometían deseos sú

bitºs de vºlver aquí,para apoderarm e de

este “ diario “,y apurar toda la verdad de

100 JOSE LE ON PAGANO

De prºnto Douglas se detuvo , y dij o cºn

viveza :—Se m e ºlvidó apagar la luz en la al cº

ba de Dºlly. Usted perdone . Vuelvo en se

guide .

Y se alej º,dejandºme en la penumbra de

una habitación cºntigua . Apenas habían

transcurridº unºs segundºs, cuandº m e sº

brecogió un gritº so focado . Luegº tuve la

impres ión de dºs personas que lucharan

cuerpº a cuerpo , e inmedia tamente después

oí a Dºuglas que decía cºn vºz quebrada—¡ Déjame el libro ! ¡ Déjam elº ! ¡ M e per

t en ece ! ¡He conquistadº su verdad cºn tºdº

el dolºr de mi vida ! . ¡ Dºlly ! ¡ Dºl ly ! .

Y ºí que un cuerpº se desplomaba en el

suelo . Estremeci—do de espanto, sentí que la

sangre se m e helaba en las venas . Con to

do , hallé el impulso necesario para preci

pitarm e en la alcºba cºntigua, envuelta en

una s ombra de inquietante misteriº . Al pe

n etrar, tuve la impresión de que una fºrma

vaga se desvaneciese cºmº huyendº de mi

pres enc ia . Oi clara y distintament e sus pá

se s presurosos . Quis e avanzar y tropecé

cºn un cuerpº que me detuvº . Entºnces

dí luz, y pude ver a Do uglas tendido en

LA REVELACION 101

1

el pavimentº de la alcoba con el rºstrº con

traído en una suprema expresión de ang us

tia y 1as manºs crispadas sºbre el pechº .

El “ diariº ” de Dºlly había desaparecido .

Me precipité afuera para llamar a Cris

tián , cºrriendo hacia su pequeño pabellón , y

al pasar juntº al bancº de piedra , ví que el

rºsal de rºsas rojas se había deshojado . Los

pétalºs caídºs semejaban en el suelº man

chas de sangre .

104 JOSE LE ON PAGANO

dadero ºrgullº . Además la cosa era se

gura, el día de su inauguración vendría

el gºbernadºr de Córdºba . Y había motivºs

muy at endibl es para c reer que el prºpiº

obispo bendeciría el puente . De todos mo

dos , los trabaj os adelantaban con satisfac

toria rapidez . Ya se veía asentarse sºbre

las anchas y maciz as pilastras lºs arcos de

mediº punto , firmes en sus curvaturas de

granitº . Sólº un accidente hubiera pºdidº

retrasar la obra,y quizás destruir en parte

el trabaj º realizado . Perº tºdº estaba pre

visto . El ingenierº había construido un di

que provisional , allá arriba , casi al pie del

ranchº de los Mºntoya . El agua estaba de'

tenida allí . Evelin da le veía aumentar,un

día y ºtrº cºn vagº temºr . Parecíal e que el

agua queria subir hasta rebalsar por la cºm

puerta del dique . El vi ejo Montoya sonreía

tranquilo :— No hay cuidaº . A m alhaya venga una

creciente juertasa, y nº ha 'e pºder cºn esa

tranquera .

Sin embargº,al egrábase Evelinda cuando

su padre daba vuelta a la manivela para de

j ar pasar el agua indispensable a la ºbra en

cºnstrucción . Entºnces veía conjurado todº

peligrº de rebalse . Una cosa anhelaba con

EL VOLTEADOR 105

viva impaciencia : ver llegado el momentº

de que se abriese totalmente la compuerta

del dique para admirar el desbºrde de las

aguas “ acorraladas ” . Todas las tardes, des

pués de la faena , recibía al viejº Mºntºya

cºn la misma pregunta

Cuándº va a ser,tata ?

— Muy prºntº, m'hija, y Dios sea bendito .

Eve linda Mºntoya había logradº atraer la

atención de la mºzada puebl era . Sus diez y

ºchº añºs estaban en flºr . La tez mºrena se

s onrosaba en sus mej illas , form andº dºs ho

yuel o s cuandº sºnreía . Su bºca,de labios

carnºsºs,era de una gracia “ endiablada ” .

Lo s ojºs parecían acariciar cuando fijaban

en unº su mirada dulce y prºfunda . Era

fuert e y ágil , ale gre y activa ; y nº reali

zaba tarea que no fuese acºmpañada de un

cantar . Además de do nºsita era muy fºrmal .

De ahí que nº pºcºs l a cºdiciaran . Y algunºs

eran mºzºs de pºsición . Sin embargº , ella nº

respºndía a l o s requiebros . Pasaba de largº ,

sin dejar de sºnreir cºn cierta malicia a lo s

cumplidos galantes .

—¡ Está linda la mºza !

La muchacha lº sabía , y , más que nadie ,

106 JOSE LE ON PAGANO

lº sabía Ciprianº Luna . Era el m á s experto .

Un instinto segurº hacíal e adivinar tºda la

exhuberancia de vitalidad comprimida en

sus carnes recias . Era cºmº un espléndidº

fruto en sazón . Nun ca se había detenidº a

cºnsiderarla cºmo ahºra . Si él quisiera

Y se maravilló de que aun nº lº hubiese in

tentado . Lo había hechº con tantas ºtras .

Luegº,tenía para él un picºr estimulante

era esquiva y esº le gustaba . Presentía la

resistencia,adivinaba la lucha , brava quizás .

Mejºr . Así era él . Los mediºs persuasivos

nº le cuadraban . Prefería lºs idilios bruscos

y rápidºs , de sorpresa , comº de cazadºr fur

tivº . La persecución le enardecía . Y así cº

m o ºtrºs se dedican a cazar águilas , él se

dedicaba a “ vºl tear chinitas ” . El mujerío ,que l º sabía mirábal e cºn recelº . Aunque

tampºcº faltº quien se hizº la encontradiza.

¡ Qué diablºs !

¡Miren que camina lindº la dºnºsa !

¿Y se han fijaº cómº sºn l ºs ºjºs , que

parecen de terciºpelº ? ¿Y qué me dice de la

bºca ? Si parece una herida abierta pºr lº

coloradita . ¡ Diºs benditº ! ¡ Am alhaya juese

pa m i ese boeae l ¡ Perº qué iba a ser, si a

naide le hacía juicio !

Ciprianº Luna nº intervenía en la conver

108 JOSE LEON PAGANO

qué ?— Pregún t eselº a la Lisarda, y a la Edu

v 1g1s, y a la Zoila , y a la Micaela .

— Diabluras que le achacan a un o,pa pº

nerl e“piegras

” en el

— Y lº de la Rºsario, la hij a de mi coma

dre, ¿

“tamién

” fué diablura ?— Invenciones de la gente mal pensada, nº

más Créam e,mi prenda

,a naide he querio

cºmº a usted la quierº,de endevera .

Perº no había medio . Y dispuesta Evel in

da a truncar la chá chara, advertía maliciº

sa

— Bueno , despídas e ya mismitº, pºrque

Leal nº cons iente cºnversaciones— Puesto que usted así lº quiere

,hasta la

vuelta será .

— Eso es,y que le vaya bien .

Y Ciprianº Luna se volvía,mordiéndose

lºs labiºs,trémulo de rabia .

“¡Miren que

había sidº ladina la muy zºrra !”

Perº él se tenía la culpa . ¿Por qué andaba

cºn tantºs rodeºs , en vez de atrºpellar ? ¿Le

faltaban agallas para el trance , a él, avezado

a luchar cuerpº a cuerpº con pumas y gatos

monteses ?

¡ Que nº se diga !

E L VOLTEADOR 109

Su fama de muy hºmbre databa de la

mocedad , y era merecida . Fué en unas ca

rreras, disputandº cºn el ñato Filemón , gau

cho entrañudº si los había . Pero,en un prin

cipiº, la cosa no tuvº gracia, pºr lº despa

reja . Filemón era un paisanº m achaso ,“ ca

paz de vºl tiar una res a puñº limpiº y

Ciprianº apenas si era un mocito tie rno .

¡ Qué se iba a cºmparar ! Por esº nº sºrpren

dió a nadie cuandº el ñato le gºlpeó la ca

beza con el cabº del rebenque,causándºle

una herida . El entrevero duró muy pºcº . Ci

prianº se alej ó sin decir nada,perdiéndºse

entre la muchedumbre que había venidº a

presenciar las carreras .

Filemón lucía su tordillo,recºrriendº la

cancha en demanda de apuestas . El inciden

te estaba olvidado . Com enzarºn las partidas .

Todas las miradas conv ergierºn en lºs caba

llos dispuestºs a disputarse la victºria . Ci

priamo Lun a estaba de rodillas sºbre e l ala

zán ,elevando la talla

,cºmº para dºminar

mejºr la cancha .

— Doy veinte cºntra quince y vºy al ºbs

curº .

Era Filemón quien lan zaba ese retº, pa

sando muy jun tº a la hilera de mirones . En

ese instante l o s que estaban cerca vierºn un

110 JOSE LE ÓN PAGANO

espectáculº inesperadº . Vi erºn a Ciprianº

Luna saltar sobre Filemón, comº un gato

mºntés salta sobre su presa . El tordillo se

encabritó,espantado sin duda y , después de

caracolear,se levantó en dos patas , dandº en

tierra cºn l ºs dos hºmbres , que rºdarºn con

fundidos en unº sºl o . Casi en seguida, Ci

prianº se irguió de un brincº . Estaba trans

figuradº . Sus ºj ºs relampagueaban de - cº

raj e . La diestra ºprim ía, nerviºsa, el cabº

del rebenque pºr el ladº de la lºnj a . Y é s

peró , fij a la mirada en el gauchº malo . In

mediatamente acudieron para separarlos . Pe

rº Filemón nº lºgró incºrpºrarse sin ayuda

de l a cabeza le manaba sangre chºrreándºl e

por la frente y pºr las mej illas . Cuando el

pºlicía lo interpeló—¿ Qué hais hecho , pícaro ? Ciprianº

cºntestó tranquilo :—¿Y que nº l º ve ? Pues devºlverle la

gracia, pºrque nº me gusta quedarme cºn

lº aj enº .

Todos pens arºn : Ciprianº ha firmado su

sentencia de muerte” . Mas Filemón nº l e

buscó nunca, ni él vºlv ió a meterse con el

ñato . La cuenta quedó saldada . Perº desde

entonces , ya se sabía en el pueblº quién era

Cipriano Luna . Con tºdo,no sentó su fama

112 JOSE LE ÓN PAGANO

El chºrriao lanzaba bufidºs y escarba

ha el suelº cºn la pezuña . Mala señal . Ahí

estaban, sinº , l as astas enroj ecidas po r la

sangre del caballº despanzurrado .

Ciprianº Luna miró a la bestia brava , y

afirmó,temerariº

—¿A que lº “

muent º cºn la cara pa

atrás ?

Y sin espe rar m ás , desprendió el lazº del

anca del caballº , fijºs lºs oj os en el “chº

rriaº que ij adeaba y segu ía escarbando'

la tierra con las patas bisulcas, lºs cuernos

bajos,prºntos para acometer . La expecta

tiva se hizº in quietante . De prºntº , la bestia

atrºpelló cºn furia . El j inete hincó las rºda

j as de sus nazaren as en lºs ij ares del caballº ,

que se tendió a un cºstadº , y esquivó la cor

nada salvaj e . El tºrº pasó huyendo,escarne

cido pºr la gritería de l ºs pialadºres . En

tºnces Ciprianº revolcó el lazo , y cuandº la

bestia se hubº distanciadº,sºltó la arm ada

cºn todºs los rºllºs , que , vibereando en el

aire , fué a cerrarse de gºlpe en las patas

delanteras del tºrº El tirón viºlentº l o ' tum

bó de lºmº .

Un clamoreo admirativo respºndió a la

prºeza . Ciprianº gritó con vºz firme

Venga el aperº !

E L VOLTEADOR 113

Los pialadºres acudieron en algazara . Ma

n earºn al tumbadº que resollaba ij adeando

y en un santiamén lº ensil larºn . Cipriano se

colºcó a horcaj adas en la montura , cºn la

cara “ pa trás ”, y tºmandº la cºla del tºrº

a guisa de riendas , gritó :—¡Agºra !

Sºl tá rºnl e las ligaduras, y mient ras el toro

se incºrpºraba , estremecido de terror, lºs

pialadores huyerºn a la desbandada, vºlvién

dºse luegº asombrados a cºntemplar aquel

alarde machasº . Primerº fué un gritº de en

tusiasmº frenétic o . D espués sucedió un si

leucio anheloso . E l tºrº pareció enlºquecer .

Daba saltºs y tumbºs,echándose de un ladº

a ºtrº ; se revolvía girandº en remº linº, sa

cudiéndºse cºn violentºs estertores,cºrría

desenfrenadº , se paraba de gºlpe , revo l cá

base en el suelº,se incºrpºraba ºtra vez , y

dando cºrcovo s lanzaba cornadas en t ºdas

direcciones . Perº el j inete es taba cºmº en

clavado en aquel tronco sacudidº por tºdas

las viºlencias . Sus piernas parec ían incrus

tadas en l ºs flancºs sudorosos y humeantes

de la bestia . Era impºnente y grºtescº a

la vez . Aquel hºmbre vueltº de espalda a

la cabeza del toro ,—suj etándºle la cola a

manera de rendaj e , tenía algº de monstruo

114 JOSE LE ON PAGANO

sº . El grupº de paisanºs l e s eguía, exaltan

dºse en sus prºpiºs clamores . A cada brin

cº de la bestia, a cada sacudón, a cada go l

pe , respondía cºn alaridºs ensºrdecedo res .

Pºr fin,el tºrº se detuvº

,tembloroso

,llena

de espumarajo la bºca, inyectados lºs ºjos .

Se le dºblaron las rºdillas,y cayó extenua

do,impotente , vencidº . Eso era Ciprianº Ln

na .

¿Y ahºra hacía befa de él una mocita

chúcara porque la guardaba un “ faldero” ?

¡ Juá , juá l

Al gº apartadº del ranchº,en un baj ío pe

dregosº, cºrría un hilº de agua , en cuyos

bºrdes nunca escaseaba la yerba tiernecita.

All í s e iba Evel inda cºn sus ovej as . Sentaba

se eh una piedra , a la sombra, y las contem

plaha triscar, cºn los cºdºs en las rºdillas

y la cara apºyada en la palma de las manºs .

Sºlía permanecer en esa actitud las hºras

muertas,esperando que cayese la tarde para

reunir su majada y emprender el regreso a

la querencia . En realidad , quien realizaba la

tarea era “ Leal”. Este iba toreando a lºs

animales dispersºs , y ya reunidos guiábalºs

al cºrralitº,cercadº de ramas secas y espi

116 JOSE LE ON PAGAN O

sauces cubríanse de un verde tiernº , lºs fru

tales estaban en flºr, y las plantas abrían sus

yemas a l ºs brotes nuevºs .

Cipriano también sintió renºvarse la ener

gía de sus venas palpitantes .

El zaino se detuvo , dócil a las riendas que

lo suj etaron . Aun no había llegado,perº echó

pie a tierra y ºcultó el caballº en la ca

ñada. Después com enzó a subir lento y cau

teloso . An daba echandº el cuerpº hacia ade

lante , encorvado según l o exigía lº enhiesto

del terreno pedregoso . Temía que “ Leal” l e

viese asºmar la cabeza sin darle tiempº a

que ganara la loma . En ese casº lº arries

gaba tºdº . Ya a puntº de llegar se detu

vo , agazapado , conteniendo la respiración ,

atentº el º ídº al rumor m ás leve . Y esperó .

La quietud era absºluta . Entºnces se incor

po ró como un felinº , y vió el perrº echadº

junto a la tranquera , nº muy distante. Pero,a su vez

,

“ Leal“ había vis tº al intruso . Sal

tó ágil y elástico,lanzando un ladrido agudº .

Al verse acºsadº cºn desventaj a, Cipriano

se afirmó en el pie izquierdo, hincando la ro

dilla derecha en el terrenº en declive y es

peró la acometida terrible . El perro se aba

lanzó rabioso cºntra el gauchº salteador . Es

te se encogió rápido , torciéndose a un ladº ,

EL VOLTEADOR 117

y mientras l e echaba el poncho a la cabeza

hundíal e el facón hasta la empuñadura . El

mastin contestó con un gritº extranº , y cayó

sºbre sus patas , rechazadº po r el gºlpe cer

tere . Un chºrrº de sangre brºtó de su pc

ch o . Quiso acometer de nuevo , perº las pa

tas traseras le flaquearºn . Blanqueó lºs ºjºs ,y mientras un temblºr convuls o agitábal e el

cuerpº , estiraba el hocicº hacia dºnde encon

trabase Evelinda, cºmº si quisiera prev e

nirla del peligro inminente . El sacrificador

ya pisaba en terrenº planº . Limpió la hºj a

del facón en el pelo del animal agºnizante,

y envainándºlº en la cintura,fué resuelto

en busca de Ev elinda.

Al oir el ladrido de “Leal”,su dueña se

incºrpºró de sºbresaltº , sin comprender el

silencio que siguiera luegº . El corazón pare

c ía sal társel e del pecho . Estaba inmóvil , ri

gida , comº si todºs sus miembrºs se hubiesen

paralizado . Súbitamente,sus ºj os brillantes

se encºntrarºn cºn l a mirada ávida de Ci

prianº . Al verle , gritó cºn vºz descºmpuesta

Y comº para escarn ecerl a, el ecº repitió ,

lejanº y cºnfusº :

— N o se me asuste , prenda .

“Leal” no ha'e

118 JOSE LE ON PAGANO

venir. Pero naide la va a cuidar mejºr que

yº .

Entºnces,lº cºmprendi ó todo . Obedecien

dº a un impul sº instintivº,echó a cºrrer, des

pavºrida. Tras cºrtº andar se encontró ce

rrada pºr las rocas . Trepó a ellas , ganó a

brincos una ladera, y j adeante , extraviada ,enloquecida pºr el terrºr seguía huyendº , sin

vºlver la cabeza .

— N o te mi has de juir ; a ºtras m ás pin

tadas bié vºl tiaº .

Y sentía repercutir en sus o ídºs las pisa

das multiplicadas de su perseguidºr. De pron

tº Evel inda se detuvº . La mºntaña le cerró

el pas º . Antes que intentara cambiar direc

ción , cºmº el tigre se echa sobre la presa ,así se echó Ciprianº sºbre

'

Evel inda, asién

dºla cual si fuese a sofocarla entre sus bra

zos musculosos . Ella intentó debatirs e,perº

con un mºvimientº rápido,l a hizº caer de

espaldas . Aulló m ás que gimió al sentir ya

inevitable la afrenta brutal ; perº un besº

de fuegº l e selló la bºca .

Sonriente,Cipriano Luna miraba a Evelin

da,que permanecía sentada en el suelº cºn la

cara ºculta entre sus manºs.

120 JOSE LE ÓN PAGANO

un charcº de sangre, Evelinda dijº cºn vºz

muy serena :— No vayas a tu casa agºra . Sal íl e al pasº

a tata,haciéndote el encon tradizº , y lº acom

pañás un trechº , ¿ querís ? Pá que nº mali

ceie lº de “ Leal— Cómo nº h e

”querer. Y la estrechó en

sus brazºs cºn júbilº . Luegº , al despedir

s e,1e pidió un beso . Evel inda ofreció sus la

bios pálidºs .

Ciprianº fué a la cañada,montó a caballº

y al t ranquitº , se l e vió desaparecer en un

recºdº . Pocº después,se internaba en el

callejó n del ríº , avanzandº pºr la ºrilla are

nosa . Desde allá abajº, se vºlvi ó a saludarla

cºn la manº . Evel inda cºntestó al saludº cºn

expresión cºrdial .

Cuandº Ciprianº Luna tuvo a unº y ºtrº

ladº la mºntaña altísima,cºrtada a pico

,Eve

linda corrió al dique . En su carrera ni pa

recia rºzar el suelº . Se apoderó de l a mani

vela y haciéndºla girar cºn ans ia rabiosa ,

levantó la cºmpuerta dejandº paso libre a

la catarata . El desbºrde produjº un retum

bº que resºnó con fragºr en lºs paredones és

carpadºs de la mºntaña . El agua desbordada

cºrría bullendo,espumosa

,cºmº si

"

tuviese

prisa en alcanzar al jinete . El caballº se de

E L VOLTEADO R 121

tuvº bruscamente , parandº las ºrejas . Ci

priamo,sobrecogido , s e volvió a mirar ; y al

ver el ríº desbºrdadº , dirigió una mirada

hºradant e hacia Evelinda y gritó cºléricº :

Ah , hija'e perra !

En ese instante , el rebullir impetuºsº del

ríº desencadenadº , chocó en el cabal lo , arre

l lándºlº en la cºrriente formidable . El j ine

te desapareció , arrastradº po r el vértigº de

la marej ada . Pºr mºmentºs veíasel e aparecer

en un puntº,sumergirs e de nuevº en ºtro ,

mientras las aguas se precipitaban cada vez

m ás en el furºr de su carrera des enfrenada .

El cuerpº de Cipriano Luna chocaba cºntra

las rºcas, deteniéndose hasta que una cº

rrient e de mayºr empuje arrancábalº de al l í

para lanzarlº,embravecida , cºntra otra pie

dra , cºmº ensañándose cºn él .

Y desde arriba del dique , cual si hubiese

enloquecido,Evelinda lanzaba gritºs frené

ticos . A cada vuelta de manivela , rugía cºn

acentº vindicado r :

—¡ Pºr la Lisarda l ¡ Pºr la Micaela ! ¡ Pºr

la Eduvigis ! ¡ Pºr la Rosariº ! ¡ Y pºr“Leal ”

maldito !

124 JOSE LE ON PAGAN0

cididas en negar el fenómenº eran las mu

j eres .

Aquí viene el doctºr ; pregúntele a él si

la ciencia admite s emejantes paparr uchas.

El dºctor Sºler,médicº de la pedán ía, era

amigº de l ºs Durán , perº sus deberes pro

fesiºnal es no le permitierºn es a nºche asis

tir a l a cºmida inaugural . Iba ahºra a to

mar una cºpita de licºr “ para cumplir ”

—¿De qué se trata ? preguntó después

de saludar a lºs cºmensales .

— Pretenden que una persona puede en

canecer en un abrir y cerrar de ºjos. ¡ Caleu

l e usted !

Quien hablaba era una señºra adorabl e .

Su cabellº negrº y ºnduladº daba mayºr

realce a la blancura del rostrº m ás finam en

te exp res ivo que he vistº j amás . Ah"

, nº ,

ella nº deb ía encan ecer nunca .

El doctºr Soler miró a l ºs cincrunstan t es ,

y tras breve pausa dij º cºn vºz firme :— A este respectº , yo pºdría referir una

historia ºcurrida aquí en las sierras .

Y la senºra adºrabl e replicó vivaz— Si es impresiºnante

,cuéntela dºctor.

— Lº es º , al menºs , a mí m e impresiºnó

el presenciarla en su episºdiº final . Hela

aqui

E N E L DE SF ILADE RO 125

Se refiere a la épºca de mi llegada a es

t e pueblº . La gente sencilla nº vió con agra

do que viniese un médicº a fij ar aquí su re

sidencia . Y l o manifestó cºn la esquivez hu

raña propia del nativº receloso .

“¿ Qué sa

bía el de la ciudad de la gente del campº ? ”

¿Acasº“ allá ” se vivía comº aquí ? “

¡ Cual

quier día se iban e llºs a poner en sus mar

nºs !” Para eso es taba el viej º Filemón ,

“m á s baquiano que todºs l os médicºs jun

tos ” . Y nada de “m edecinas raras escritas

en lºs papeles Cºn unºs yuyos él salía del

pasº . Y muy pºcas veces “ erraba el viejo ”.

Cuandº se vía mediº apurao , y el enfer

mº segu ía mal,cºmº retºbaº, l e pºnía una

cruz fºrmada con dºs pajitas dºnde tenía el

dañº , y prºnunciaba unas palabras que na

die oyó nunca,pºrque era secretº

,y ent ºn

ces cl tumbao se curaba de fij º " .

Inspirában les m á s confianza el curande

rº que el médico y, muchº m ás el ensalmo

que la ciencia . Heridº po r la hºstilidad del

paisanaje , y pocº dispuestº a soportarla ,

resºlví abandºnar el campº y vºlverme a la

ciudad . Entºnces tomaron cartas en el asun

t o las persºnas ilustradas influyentes . Lo

hicierºn con tantº calºr que,dichº sea de

paso , yº estaba muy lejos de sospechar. ¡ Có

126 JOSE LE ON PAGANO

m o l decían . Hemºs bregadº años en

t ero s para cºnseguir que viniese un médicº ,

¿ y ahºra lº vamºs a dej ar que se vaya así

cºmº así ? ¡ N º faltaba m á s !

Unº de l o s que tºmó el asuntº cºn ma

yor interés fué Celestinº Gómez , prºpietario

de “ Los Rºsales “,el chalet asentadº en el

rellanº que da sobre el ríº . Vivía allí cºn

su únicº hijo,un muchachº de veinte años,

enf ermº . El señºr Góme z fué a verme y me

hizº tºdº género de ºfrecimientos . Era hºm

bre de sólida fºrtuna y muy generosº . Pºr

últimº añadió— Yo pensaba traer un m édicº pºr

-mi

cuenta . Quédese , y aun sºy yº el agrade

cidº .

Y resºlví quedarme,pero sin restringir

mi acción al cuidadº de su hijº .

An tes de mi llegada aquí,era precisº tras

ladarse hasta Cºsquín para lºgrar médicº ;y, en casº de urgencia se moría unº sin au

xiliº de ninguna clase .

Yº iba a ver al señºr Gómez casi a dia

riº , y nº era infrecuente que pasara las ve

ladas en su chalet . Cºn la primavera , ilega

ban do s sºbrinºs suyºs procedentes de la

ciudad ; y cºmº acudiesen ºtras persºnas de

las casas circunvecinas,las tertulias sol ían

128 JOSE LE ON PAGANO

En tºda ºportunidad l e acariciaba, pasán

dºl e la manº pºr la testera . Y el alazan

mºvía inquieto las ºrejas comº si l e escu

chara . Tºdos l o s días , después del almner

zº , iba Fern andº al p es ebre , cºn la manº

derecha metida en el bºlsill º del sacº .

“ Pre

sumido ” aprºxim ábase a él , le tºmaba cºn

l o s dientes por la manga , t irºneándo l e cºmº

una criatura caprichºsa . R eclam ába unºs

terrones de azúcar, a cuyº regalº le acos

tumbrara el mºzº andarie go . El alazan l e

se guía) dócil y fielmente . Mucha s veces lº

ensil laba el prºpiº Fernandº,poniéndose en

marcha a pie . Y tras del duenº iba el ca

hallº .

Al in iciar sus cºrrerías,sólº se le recom en

dó . a Fernandº que nº se aventurase a cru

zar el río internándose en el desfiladerº .

El pasº era peligrºsº aun de día, pues se

refugiaba allí una gavilla de salteadores,

verdadero azºte d e l a comarca . Se intentó

combatirlos,env

'

iando en su persecución par

tidas de hºmb res prºbadºs en esas lides ; pe

rº todº fué i nútil . Nº lºgraron dar cºn.

el los . E ra—n invisibles . Y l o s delitos se su

cedían,sembrandº el terrºr en una v ºtra

banda . Quienes m ás lº sufrían eran l os

me ncero s ambulantes y lºs conductores de

EN EL DESFILADE RO 129

hacienda , ºbligados a internarse en la que

brada . Según pudº inferirse,la última víct i

ma de tan misteriosos cuatreros fué un cº

m erciant e si riº, desaparecidº con su mercaderia , sin dej ar el rastro más leve .

Una noche,Fernandº salió cºmo de cos

tumbre . Hac ía un pleniluniº espléndidº . Lºs

árbºles tenían brºtes nuevºs , y lºs de du

raznº dijéranse cubiertºs con flºres de plata .

Era tan diáfana la nºche que se alcanzaba

a ver la extensión del paisaj e,detal ladº en

tºdºs sus planos .

Hasta que se ºculte la luna pºdré an

dar cºmº si fuese de día comentó Fernan

do con evidente satisfacciºn .

— No crea,señºr

,l e ºbj etó un j ºven

peón de la casa ; pºr aquel laº se ven nu

barrones , y cºmº nº se levante un vientº

fuerte , tenemºs agua después de media nº

che .

— Buenº , si la nºche se pºne fea , pegº l a

vuelta . ¿ Qué le parece ?

Muy atinao , s enor .

— Hasta la vuelta,

Y tºdos auguramos— Buen paseo .

Le vimºs alejarse al trºt ecit o ,proyectan

do una sombra nítida en e l caminº,donde re

130 JOSE LE ÓN PAGANO

lucía el pedrusco de granitº cºmo lentcjuc

las .

A la mañana siguiente, al salir para visi

tar a mis enf ermos , me encontré cºn el senºr

Gómez juntº al pºrtón de mi casa . De salu

dé sºrprendido . Y al preguntarle si ocurría

algº , m e dij o visiblemente turbado :— ¿ Sabe , doctor, que mi sobrinº todavía

nº ha vu eltº ?

Hice un ademán instintivº para cºnsultar

la hºra,y él agregó presuroso

— Van a ser las nueve .

Intenté tranquilizarl e .

— Observe me dijº que Fernandº

nunca se retrasó tanto en volver a casa . N o

sé qué pensar .

1 clavó su mirada en la mia comº para

sºrprender mis pensamientºs m ás íntimºs .

— Saldremos a buscarle dij e con torpe

za pºr decir algo . En realidad estaba yº tan

inquieto cºmo él .

— Lº mejºr será avisar a la justicia . El

cºmisariº es muy atentº . Además es hºmbre

prºbadº . ¿ Qué le parece , doctºr ?

Me pareció bien,y sin dem orarl º m á s fui

mºs a la comisaría . La seguridad del pueblº

des cansaba en el comisario, —un sargento ydºs vigilantes .

132 JOSE LE ON PAGANO

Habían transcurridº dºs días . La nºche

era destemplada . Nos hallábamos sen

fados a la mesa,aunque nadie probara boca

do . Las pausas se prolongaban, permitien

do que cada unº si guiese el cursº de sus ca

vilaciºnes . Cuandº alguien interrumpía el

silenciº, parecíanºs volver a la realidad , des

pertandº de un sueñº febril . Lºs criados

iban y venían cºmº sºmbras . Pºr fin sirv ie

rºn el café y lºs licºres . Y pºrque era el há

bito,allí nºs quedamos de sobremesa . Perº

nadie cºmentó las nºticias traídas pºr l ºs pc

riódicºs , según la costumbre . Y así estaba

m o s .

De prºnto , se abriº bruscamente l a puerta

que daba a la galería exteriºr,y la figura

de un hºmbre andraj oso , demudado , al tera

das las facciºnes y los ºjºs llenºs de espan

t o , se mºstró en el umbral para caer en t ie

rra boca abaj º . La sangre pareció helarse

nos en las venas . Nadie atinó a mºvers e de

su sitio . Luegº , sºbrepºniéndºn o s a la pro

funda sacudida de aquella aparición , acudi

m ºs a sºcºrrer al hºmbre que yacía tendidº

en el suelº,inmóvil . Nuestra turbación cre

ció llenándonos de sºbresalto al recºnºcer en

ese extrañº personaj e al prºpiº Fern ando .

Sus cabellºs habían encanecidº tºt almente .

E N E L DE SF IL ADE RO 133

Le llevamºs a su alcºba , dºnde tardó buen

ratº en recuperar el cºnocimientº . Al vºl

ver en sí, giró en tornº sus ºj os desorbita

dºs, y se incºrporó bru scº en el l echº , tra

tando de huir . A cºsta de muchº bregar, pu

dimos reducirl e a un sosiegº relativº ; y des

pués de sum inistrarl e un calmante , lº gramºs

cºnºcer en sus pormenºres la tragedia de

aquel espíritu .

Estimulado pºr la claridad de la nºche ,Fern andº dió en segu ir un caminº para él

descºnºcido . Iba absºrtº , a tal extremo , que

ni siquiera reparaba en lºs cambiantes aspec

t es del paisaj e lunar . El aire era tibiº y en

balsamado . Y Fernandº seg uía su marcha

en la quietud impregnada de misteriº . Sólº

a ratºs fijábase en el nubarrón que parec ía

seguirle , cºmº si tuviese el prºpósitº d e en

volverle en su densa ºbscuridad .

Fernando sintió de imprºvisº una brusca

sacudida . Creyó que despertaba de un sue

ñº de muchas hºras para abismarse en una

pesadilla . Se hallaba en el callej ón del ríº ,al bºrde de un despeñadero . El alazá n pro

cedía cautel oso , tanteando el terreno antes

de afirm ar las patas delanteras . Un pasº en

fal so era bastante para rºdar al precipiciº .

Practicado en un sa l iente de la mºntaña gi

134 JOSE LE ON PAGANO

gan tesca, el senderº era tan angostº que nº

permitía hacer evºlucionar al cabal l º para

vºlver atrás . Y prosiguiendo en la dirección

que llevaba,iba fatalmente a internarse en

el desfiladero ! Fernandº perdió t oda sere

nidad . El cºrazón lat íal e cºn fuerza . Las

si enes le palpitaban . Y “ Presumido ” prºce

día,l ento y seguro, caminº adelante . Allá ,

abaj º , el ríº serpeaba plateadº pºr l a luna .

El silen ciº era absolutº . Y en esa quietud

de let argo , Fernandº sentía que un zumbido

persistente le acribillaba l ºs ºídos . Su an

gustia fué mayor cuandº vió que , d e impro

viso , la nºche se entenebrecía . Poco después

sinti ó aligerarse el pasº del alazán ,comº si

el caminº fuese más holgado,indiciº eviden

te de que ya se hallaba en el desfilade rº .

Fernandº habíal e dejado sueltas las riendas ,según su costumbre en esºs casos . De prºn

t o vibró en la nºche un agudº silbido,y el

caballº se paró en tenazón : un g ºlpe cim

brado se ºyó juntº a las patas delanteras del

alazán , que se estremecía vibrante y cºnvul

so . Sobrecogido de espantº , Fernando su

j eté las riendas , clavó las espuelas en los ij a

res del caballº , perº éste n º pudº moverse

por más que l º intentara . Sin duda alguna ,“Presumido ” estaba enlazadº . Un temblºr

13 6 JO SE LE ! N PAGANO

salva . Pero el tiempo iba pasando y los sal

t eadores permanecían ocultos .

En esa espera aterradora sus oj os llenos

de espanto vieron de pronto que el cielo co

menzaba a clarear allá en el horizonte . Y

Fernando se estremeció como sacudido por

un estertor de agonía . Aquella vislumbre era

sin duda el anuncio de su muerte próxima .

Lo s bandidos no podían aguardar que avan

zara el día para poner fin a su obra . Con

tuvo la respiración , dilató las pupilas como

para horadar la sombra , y esperó devorado

po r una fiebre en l oquecedo ra . Pero el hori

zonte fué adquiriendo un ténue claror diá

fano , al tiempo que empal idecían las estre

llas . Rayaba el alba . Entonces miró con an

sia en torno suyo , y al fij ar en el suelo sus

oj os de alucinado,vió una enorme cul ebra

muerta , enroscada en las patas delanteras de

su caballo yerto .

EL HOMBRE QUE PERDI ! LA

VOLUNTAD

Aquella tarde mi trabaj o apremiaba . Te

nía que entregar a la imprenta varios plie

gos corregidos . Sent íam e muy dispuesto a

l ibrarme de tan engorrosa tarea . Cuatro 0

cinco horas de paciencia pondrían ¡ po r fin !

término a los requerimientos, n o siempre per

tin ent es, del edi to r . Me senté , pues , a m i

mesa de trabaj o , pero en el preciso momento

en que iba a comenzar la faena de liberación ,

me anunciaron la visita de Albert o Cas tro

y Jorge Silva . Soy fatalista como un moro ;

y,por eso mismo , pens é :

“ Estaba escrito …

'

N o podía negarme a recibirlos . Y aún hay

quien afirma : “ Soy dueño de mi voluntad

y de mis actos ” ,

“Hago lo que yo quiero y

dispongo a mi albedrío “ . ¡ M ajadcro s ! Rº

138 JO SE LE ! N PAGANO

cuerdo cierto día en que . Pero n o : esto

será motivo de otro cuento .

Hice pasar a mis amigos,resignado . Ape

nas si éstos m e diri gieron un saludo , atentos

a la discusión que traían sabe Dios de dón

de .

—Esas son paradojas decía uno .

— R efútalas si puedes replicaba el o tro .

—Pues n o se necesitan grandes argum en

tos oponía aquél .

— Bastan los necesarios argiíía éste .

Y como para hacerme participar en la con

troversia, Alberto se diri gió a mí , diciendo— Figúrat e que pretende sostener . Y

,

encogiéndose de hombros,añadió

,desdeñoso :

Vamos . eso es absurdo .

Jorge era el hombre'

de las discusiones .

Nada le complacía tanto como un debate .

Era, puede decirse , su vocación m á s neta

mente definida . Controvertir un principio

aceptado,oponerse a una idea generalizada ,

atacar un sentimiento de profundo arraigo,

le llenaba de fervor has ta enardecerle . Y

discutía siempre , en todo momento , co n cual

quier motivo , por un simple pretexto si n o

existía una causa at endibl e .

—¿ Puede saberse de qué se trata ? in

quiri .

140 JOSE LE ÓN PAGANO

de , quebrantando nuestra razón, o debilitan

dela, que es lo mismo explicó Alberto .

—¿Pueden admitirse esas niñerías ?

—“Deben” admitirse insis tió Alberto .

Fatal no es solamente la muj er que n o s

induce a supñ mirn o s . Es también la que nos

absorbe,aniquilándonos . Es, asimismo , la

que nos impulsa al delito,perpetrado a ve

ces en ella .

— N o prosigas n o añades nada a tu defi

nición primera obj etó Jorge .

— Defínela tú mejor .

— Pero, ¿ cómo voy yo a definir l o que no

existe ?

Alberto opuso un gesto de fastidio . Jorge

preguntó :— Veam o s z ¿ crees tú, acaso , en el fatal is

mo de las aguj as ?— Ya vuelve a las paradoj as .

¿Paradoj as ? Acuérdate de la novia de

Enrique : el pinchazo de una aguj a descom

pone su sangre,es decir

,l e produce una sep

t icemia y l e ocasiona la muerte .

Existen,como ves

,agujas “ fatales”

—Muy bien dijo Alberto,dominando su

contrariedad admito la premisa Pero el

que se necesite un hombre “ propenso a vol…

verse tonto , n o excluye a la mujer capaz

E L HOMBRE Q I : E PE R DIO LA VOLUNTAD 141

de volverle tonto . Aunque te molesten los

ej emplo s, opondré esto : para hacer un borra

ch o se necesitan , po r i gual, el alcohol y quien

lo beba .

—¿Es tu último ej emplo ? Pues resulta el

peor de todos para la tesis que sostienes : el

alcohol es fatal po rque existen borrachos , que

son los tontos de la embriaguez . La fatali

dad, mi querido Al berto , n o está en la natu

ral eza del al cohol . Por el contrario , éste es

excelente,y hasta indispensable en dosis re

guladas , del mismo modo que el arsénico y la

estricnina .

A no dudarlo,Jorge le aventaj aba en dia

lectica . Luego discutía con mayor serenidad ,

calculando el efecto de sus argumentaciones .

Alberto lo comprendía, y al perder terreno ,

po níase nervioso , excediéndose , a veces , en

la acometida . Yo intervine para impedirlo :— Veamos pregunté a Jorge

, ¿ qué

idea tienes tú de la mujer ?

La mejor replicó ; la mejor p01que

no la hag o responsable de nuestros ext . a

vío s, por no emplear una palabra m ás enér

gica y también m á s exacta

Y tras breve silencio prosiguió—Cuando reaccionamos es porque no s im

pulsa la ferocidad sexual : amamos el amor ,

142 JOSE LE ÓN PAGANO

no la mujer . Por eso se rebela el bruto , y

mata l o que no ha sabido retener en la con

quista de todas las horas y en el amor conti

nuado . El verdadero amor persiste aú n en

el desvío ; má s : se acrecienta en él . No des

truye , pues , el obj eto amado . N o admito , no

puede admitir que la so lución del amor sea

la muerte . El amor está en nosotros,no en

la reciprocidad que puede sus citar en quien

lo motiva . Y ese amor n o s e apaga en e l

sombrío impulso de un instante . El odio sí

emponzoña y destruye ; pero no el amor . Y

no se no s diga que el odio es, con frecuen

cia , una forma del am ór. Es grotesco pre

tender hermanar l o antinómico por defini

ción .

Entonces,lo que en nosotros mata es

el odio ? Según eso , ¿ ni ega usted el crimen

pasional ?

Al escuchar estos interrogantes , nos volvi

mos sobrecogidos . Era Lisandro quien aca

baba de pre ferirlos . N adie le había visto ni

oído entrar allí .

Hal lábase en un ángulo de la habitacion,

junto a una biblioteca, pegado a la pared .

Su voz parec ía venir de muy lejos . Estaba

visiblement e turbado . Nadie atinó a contes

tarle . El silencio que siguió nos indujo a

144 JOSE LE ÓN PAGANO

hom bre llega al extravío exaltado por la pa

sión ? ¿Por qué niega usted lo que no recha

zan las leyes y admite la ciencia ? El amo r

es exaltación ; se gún se encauza no s irradia

e inspira grandes acciones o nos ofusca y cae

m os en la degradación del crimen . O curre

a cada instante . Usted no l o ignora ; us ted

no puede ni debe negarle .

Y se dej ó caer exhausto en una silla , cual

si hubiese realizado un esfuerzo que agotara

sus energías . Los demás nos quedamos per

pl ejos . Apenas si no s atrevim os a interro

garn os recíprocamente c on la mirada . N o sé

por qué aso ció al nombre de Lisandro el re

cuerdo penoso de Carmencita Alm eida . Na

die se atrevía a interrumpir ese nuevo si len

cio . Una vaga sensación de malestar se adue_

ñ ó de nosotros,pues no sabíamos a qué ate

nem os . Yo no lograba disimu lar mi inquie

tud . Hal lábam e en presencia de un Lisandro

Dorival desconocido , transfigurado . Después

del trágico accidente de Carmencita Almeida,

habíal e visto decaer y agobiarse hasta preo

cupar a sus amigos . Se tornó huraño y nada

comunicativo . Apenas si de tarde en tarde

m e visitaba, pero sin poner mayor cordiali

dad en nuestros breves diá logos . Venía, cr u

zábam os un saludo, n o muy efusi—vo por cier

E L HOMBRE Q UE PE RDIO LA VOLUNTAD 145

to ; dirigíase luego a mi bibl ioteca , sacaba un

libro,ho j eá bal o con displiccneia, volvía a de

jarl o en su sitio,se detenía después a leer el

título de otros en los t ejue l o s , y , po r úl timo ,

se m archm a . Pero todo ello bacialo con des

gano, sin ninguna curiosidad , casi en forma

automática . Desde luego , era fácil advertir

que su espíritu estaba ausente . A todos nos

condolía verle en ese estado y más aún co

no ciendo la caus a de su íntimo quebranto .

Quizás me llegara a m i m ás a lo hondo , pues

fuí, hasta cierto punto , testigo de su trage

dia . Con todo , nu nca le había visto como

esa tarde .

Jorge no cesaba de mirarle . Acas o sin

tió“ Lisandro la mirada persistente de aquél ,

porque,incorporándose

,l e miró a su vez con

fij eza para in t erpe larle

Cree usted que hay en m i algún est ig

ma,alguna tara ? ¿ Supone us ted que el fo n

do obscuro de mi conciencia puede ocultar

un crimen ?

No ! ¡ No ! se apresuró a decir Jorge

con viva inquietud .

¿N o , verdad ? Y sin darle tiempo a

rat ificar su denegación,añadió co n vo z alte

rada— Pues yo maté . Luego

,añadió enca

146 JOSE LE ÓN PAGANO

rándo se conmigo Todos creyeron que

Carmencita Almeida se despeñó y rodó al

abismo por un accidente , ¿ verdad ? Pues no

fui yo quien la precipitó a él , yo , enloquecido

por ella .

La estupefacci on m á s inquietante se refle

30 en nuestros rostros .

—E l los pueden creer que estoy loco ana

dió, indicando a Jorge y Alberto ; pero

us ted n o , usted no , porque usted sabe que

digo la verdad . Y subrayaba con fuerza

las palabras “ usted sabe ” .

— Ellos pueden pensarlo,como l o piensa

el médico legista ; pero us ted no . Y agregó

con amargura : Pero si es cierto que m e

manché con un crimen, no l o es menos que

estoy castigado porque perdí la voluntad .

Por es o no m e creyeron en la policía cuan

do fuí a cons tituirme prisionero . No pude

probar mi crimen .

de qué modo ocasionó usted la muer

te de la señorita Almeida ? pregunté con

profundo desagrado .

— Voy a referirl o . A usted se l o puedo de

cir todo , pues usted comprenderá cosas que

otros no alcanzan . Pero n o m e interrumpa .

—Hable usted : nadie le obj etará a usted

nada .

148 JOSE LE ÓN PAGANO

a mi hij a ! Esto es intolerable Obedecí en

el acto , casi a pesar mío . La madre tomó a

Carmencita del brazo, y mientras la aparta

ba de allí, decíal e en todo reprensivo :“Estas

brom as no son de mi agrado y se acabaron

ya definitivamente ” . Noté que algunos me

miraban y sonreían con sorna . Lo noté : no

trate usted de negarlo : ¿Por qué lo hac1an ?

Además , yo tuve la confirmación de mi sos

pecha . Nadie ignoraba allí que yo le había

hablado a Carmencita en ese sentido . ¿ Por

qué se me indicaba que la interpelase de ma

nera alevosa ? Por otra parte, si la madre

apoyaba mis pretensiones,como era evidente ,

¿ por qué“ temió ” que interrogara a su hij a ?

Por lo que yo,usted y todos habíamos ob

servado desde la llegada de Salazar . Y

con nerviosidad creciente continuó diciendo :

Carmencita no era como antes había sido .

Me e ludía ; y, sin dej ar de ser correcta, evita

ba hallarse a solas conmigo Ahora , la casua

lidad hacía que siempre se encontrara junto

a Salazar,Ernesto Salazar . Desde que habló

con ell a,no me fué posible verla sin testigos .

En vano traté de aprovechar el menor ins

tant—e para diri girla un a palabra de súplica .

O n o contestaba o fingía no oírme ; y aleja

E L HOMBRE Q UE PERDIO LA VOLUNTAD 140

base como si huyera , huyendo , mejor dicho ,de mi lado .

Hubo un silencio . Dorival oprim íase las

sienes , como para acallar el tumulto de sus

cvo caciones

— Una tarde prosigu ió al cruzar el

corredor del hotel , nos encontramos Carmen

cita y yo cara a cara . La interrogué : ¿Ya no

siente usted por mí ningún afecto ? Conteste

me con franqueza,Carmencita

,se lo suplico .

¿Ama a Salazar ! ¡ No diga usted dispara

tes , por Dios !" replicó

,y se alej ó riendo .

¡ No quiera usted saber cómo sufrí desde

aquel instante ! Después,viví , puede decirse ,

al atisbo de cuanto la rodeaba . Sus gestos ,

sus ademanes , sus miradas , todo , todo lo ana

licé yo,relacionándo lo con su esquivez para

conmigo . Una cosa huía a mi razón : ¿ po r

qué negaba Carmencita inclinarse a Salazar ?

¿ Sólo prepo níase darm e celos con él , y ven

garse de al go que yo sin advertirl o , había

hecho eausándo la en030 ? Las hipótesis iban

suecdiéndo sc minuto tras minuto , pero nin

gun a era lenitivo a mi quebranto desgarra

do r . Los celos m e at enazaro n ahincadam cn t c ,

y a tal punto que ya no podia contener mis

impulsos agresivos . Ansiaba provocar al in

truso , y definir co n él aquella situación in

150 JOSE LE ON PAGAN O

sostenible . Por fin me asaltó una idea, una

idea diabólica ; al concebirla, m e estremecí

de júbilo . Después tuve miedo de mí mismo.

Sostuve una lucha que hacía restal lar mis

nervios . Nun ca vi en mis ojos—nu brillo m ás

sinies tro ; pero j amás h e sentido con mayor

intensidad su poder multiplicado . Era como

si un maleficio asomara a ellos . Quise expe

rim en tarl o . Y entré en el salón,fij o en

esa idea , tenso el espíritu, firme la voluntad

concentrada . Busqué a Carmencita . Hal lá

bas e en un grupo,no muy próxima, vuelta

de espaldas . Puse todo el flúido de mi ener

gía hipnótica en un acto de afirmación im

perio sa, y la fij é en sus ojos que , sin embargo ,

yo“n o pod ia” ver . Un ligero temblor la

hizo estremecerse , y se volvió para fij ar su

mirada en l a mía . Interrumpí el flúido en el

acto . Carmencita se p asó una mano por la

frente,como si acabase de tener un vahído .

Me dejó caer en un sillón , loco de alegría

aquell a muj er estaba definitivamente suj eta

a mi volun tad . N o era menester un Contacto

directo para someterla a mi albedrío . A par

tir de ese instante , yo po día hacerla vivir a

mi antojo , infundirle sensaciones de toda ín

dote,despo jándo la de su verdadera personal i

dad . Estaba seguro ; no obstante, quis e impo

152 JOSE LE ON PAGANO

ayuda mutua si las circunstanci as lo requie

ren” Hasta que nos alej amos . Yo esperé

ver llegado el día de esa cabalgata con inde

cible anhelo . Lo esperé como se espera algo

definitivo en la vida . Porque , pensé , durante

el trayecto me sería fácil hablar con Car

m encita, interrogarla, conocer la verdad en

todos sus pormenore s . A cada instante se

me“ ofrecería una coyuntura propicia para

acercarme a ella y,de ese modo

,acaso lle

gara de nuevo a su alma,y despertaría otra

vez su cariño que ya comenzara a sentir por

mí . Yo no admitía que antes fingiese al de

dicarm e sus preferencias . D ebió ser sincera .

Lo fué sin duda .

“ Cr uzamos el río , y vi que Carmencita y

Salazar iban delante,junto uno al otro . Pero

eso debió ser casual . No pensé que “ ella”

l o hubiese hecho con el propósito deliberado

de evitarme como compañero de excursión .

Poco después,al internarnos en un terreno

pedregoso ori llado de “pileas”,el sendero º

n o perm 1t ía andar en parej as : l a columna se

alargó ,y yo me vi obligado a relegarme au

mentando la dist ancia que me separaba de

Carmencita . Seguíala inmediatamente Sala

zar, con quien hablaba sin interrumpirse .

“Alguien anunció que la lluvia nos'

so'

r

E L HOMBRE Q UE PE RDIO LA VOLUNTAD 153

prendería en el camino . En efecto , poco des

pués comenz ó a sentirse un aire frío y há

medo . Perdóneme usted si mi relato se ex

tiende con nimiedad en sus cvo cacio nes . N o

puedo evitarlo . Tengo la impresión de que

mi vida se ha detenido en ese día . Mi sensi

bilidad,sobreexcitada por mil sens aciones

convergentes , agudizó todos los recuerdos de

aquellas horas . Así l o s obj etos tomaron un

relieve tan vivo , tan pronunciado , tan defi

nido,que fué como si todo yo lo hubiese visto

por primera vez . Se afirma que el niño y el

salvaj e ven mejor las cosas que el adulto y

el hombre civilizado porque las ven tales co

mo son ellas . No las deform a la impresión

producida en los demás transmitida luego

con una imagen alterada .

“¿Recuerda usted , a poco de pasar el río ,

un árbol que se veía entre las peñas de la

o tra orilla ? Era un árbol negro , seco y hueco .

Tenía dos troncos axilares a manera de bra

zo s abiertos . Yo no sé si habíal o quemado el

hombre o el rayo . As í como se ofreció a mi

vista,semejaba una persona en cr uz carbo

nizada . Nunca se borrará de mi memoria

aquel árbol de expresión verdaderamente hu

m ana,erg uido en la montaña desierta . Hu

biérase dicho que experimentaba la honda

J U b bi L D U PJ I'

A U A N U

tristeza de hallars e solo en la muerte .

Al ll e gar aquí guardó silencio , y fué para

nosotros un alivio . Acaso él mismo advirtió

que divagaba, pues volvi ó al tema de su re

lato,con ciert a nerviosidad .

— La caravana dij o hizo alto en un

rellano : era menes ter proveerse de algunos

troncos para afirmar la carpa allá arriba .

Más adelante,cuando comenzara la ascensión

del Urit o rco , ya no hallaríamos árboles de

donde cortar l os postes indispensables . Con

ese motivo echamos pie a tierra alborozados .

Todo nos regocij aba , hasta las cosas menos

significativas . El estado de ánimo era tal ,

que , al ser sorprendidos allí por la lluvia, nos

alegramos como si fues e algo realmente pro

picio . Y acudimos a nuestros impermeables

con al gazara , feli ces de que ese contratiempo

ofreciese alguna dificultad a la excursión .

Ya suj etos los troncos a un o y otro lado de

la mula carguera , emprendimos de nuevo la

marcha ; pero esta vez con mayor brí o , pues

a partir de allí comenzábamos , realmente , a

escalar la montana m á s alta de Capilla del

Monte . Cesó de llover, pero el cielo continuó

encapotado . La caravana proseguía jubilosa .

Una frase,una observación , un comentario

cualquiera,continuaban siendo motivo de re

156 JOSE LE ÓN PAGANO

clinando a un lado todo el peso conducido .

Los que estaban próximos al guía le ayuda

ron a equilibrar el transporte,y emprendí

mos de nuevo la marcha . Pero el percance

tornó a repetirse una y o tra vez hasta ha

cerse molesto . Tras cortos trayectos era n e

cesario interrumpir el camino,y esperar . En

tonces cada uno dedicábase a “ ver” el paisa

j e . Desde luego imponía su aspecto bravío

y su grandeza vertiginosa . Todo era variado

en la forma y en el color ; todo estaba lleno

de sorpresa, como si a cada instante el ca

prich o de una fuerza obscura hubiera puesto

a prueba un a imaginación regida por lo gi

gant esco . En aquella multiplicidad sin limi

tes,no se veían dos aspectos iguales , o aná

logos,o parecidos siquiera . Una forma se

o ponía a otra,sucesivamente

,y así en todo

momento , tras corto andar, ya apreciáramos

las profundidades de un desfiladero,ya con

t empl áram o s extensiones panorámicas . A m i

llegó a t orturarm e una idea fij a : ¿ cómo vería

toda esta magnificencia Carmencita,comen

tada po r Salazar ? ¿Hasta qué grado partici

p-aria ella de las sensaciones de él ? Porque

Salazar no callaba, máxime en l o s altos de

la caravana . Y sorprendía en todo momento .

No es q ue dij era nada extraordinario . Cuan

E L HOMBRE QUE PE RDIO LA VOLUNTAD 157

do el terreno lo permitía , cada uno aproxi

maba su cabalgadura para escucharle mej or .

“Nos hallamos en las montañas más an

tiguas del mundo ” advertía .

interpelaba alguien con

asombro .

“ Estas , sí . Su cronología se remonta a

la formación de la tierra " .

exclamaba Carmencita .

Y si al guien apuntaba : “ Esto debió ser e l

fondo del mar en una época remota “,él opo

nía prontamente :— “No : es tas montañas son de origen plu

tónico , es decir, volcánicas . Su naturaleza

granítica lo dice . Y deslizaba toda una di

sertación de orogenia . Luego hacía admirar

e l plano inclinado de una ladera cubiert o de

paja brava, observando cómo al ser ondula

da por el viento la hierba t o rnaso laba su co

lor amarillo grisáceo . Las indicaciones siem

pre eran exactas y de efecto seguro . Para

todo tenía una explicación . Ahora presen

t á base l e otra oportunidad , y él , s o l icit o , ex

plicaba cómo un hilo de agua invisible iba

fil trándo se poco a poco en un iut ers t icio de

la montaña hasta cons eguir partirla , origi

nando, a veces , desprendimientos pavorosos .

“Al lí están,para comprobarlo , esos enorm es

158 JOSE LE ÓN PAGANO

bloques que ninguna fuerza humana hubiera

podido trasladar sobre aquella meseta, aísla

da por el abismo “ . Y esta vez, como todas ,

era exact ísim o el ej emplo indicado .

Lisandro Dorival se interrumpió incorpo

rándo se bruscamente . Nos miró con expre

sión extraviada,y como quien se dispone a

marcharse dij o— No puedo proseguir . Lo que sigue es ho

rribl e . No puedo .

— Es absolutamente necesario l e intimé

con autoridad imperiosa . Usted no s debe

el final de su relato .

Dorival se dej ó caer en su asiento como

aniquilado . M e miró algo sorprendido . Des

pués, deseoso de precipitar su confesión, pro

si guió con creciente nerviosidad .

— Llegamos al Urit orco al promediar el

día . Las torturas padecidas en aquella mar

cha,debieron delatarm e , porque alguien pre

gun t ó si n o me sentía bien . Observé que Car

m encita miró de soslayo, pero sin poner ma

yor interés en su mirada . Acampamos en una

planicie a pocos metros del vértice . Lo s m ás

animosos se dispusieron a enclavar las esta

cas para la carpa, cuyos lienzos quedaron,poco después

,tensos y firmes . Luego , mien

tras el guía o cupábase de las cabalgaduras ,

160 JOSE LE ! N PAG AN O

naba con furia . La lluvia,lanzada por vien

t o s contrario s, cris tal izábase en granizo , que

las descargas eléctricas hacían rebril lar en

fulguraciones interm itentes : l o encendían iri

sándo l o en refracciones súbitas, y apagábal o

en una sombra rápida para hacerlo irradiar

de nuevo . La tempes tad arreciaba a nues

tros pies , ¡ y nosotros nos hallábamos al sol

baj o el cielo m ás sereno y transparente !

Mientras tanto las nubes se arrem o linaban

chocando entre si en un batallar impetuoso ,

como enfurecidas po r las sierpes de fuego

que parecían desgarrarlas en el livor de ca

da relámpago . Por moment os , hubiérase di

cho que toda la montaña tronara a la vez,escalonando el tableteo que de la zona baja

subía hasta nosotros . Todo aquello l o comen

t ábam o s con gritos de asombro . Si a ratos

nos inhibía lo insospechado del fen óm ero at

m o sférico , súbitamente nos exaltaba la admi

ración de otro efecto no menos prod igioso .

Y en esa alternativa que es truj aba mis ner

vio s,permanecimos hasta que se aplacó la

tormenta . Por fin,las nubes se espesaron ,

obscureciéndo se , borrando po co a poco cuan

t o nos rodeaba . Quedamos,puede decirse ,

aislados en la meseta del Urit o rco . La niebla

nos impidió juntar maleza para encender la

EL HOMBRE QUE PE RD IO LA VOLUNTAD 161

consabida hoguera que debía verse desde Ca

pilla . Las incidencias de aquella j ornada fa

tigosa hizo deseable el reposo apenas ano

checió . Luego el aire era desapacible y hú

medo . Se refugiaron , pues, en la carpa las

muchachas, resguardándo se los hombres en

la cavidad de las peñas cuyos rebordes pa

recieron providenciales . Nos alumbraba una

farola de viento . Yo me coloqué detrás de

ésta,acurrucado contra el peñón que limita

la meseta y cae , del lado opuesto , cortado a

taj o has ta el precipicio . Frente a mis oj os .

muy próxima,hal l ábase la carpa , apenas vi

sible en la semiobscuridad de aquella noche

aciaga . Nada podía percibirse a ci erta dis

tancia . Todo había desaparecido : tierra ,

montaña,cielo . Evidentemente nos envolvía

una nube . Lo curioso es que el vapor con

densado en el aire,semej aba un enorme lien

zo circular,pues la luz del farol proyectaba

en él un cono del peñón ; y , se gún oscilaran

sus reflejos , m o v íase l a imagen como si todo

aquello fuese obra de una pesadilla infernal .

Yo es taba como aturdido . Las sensaciones se

habían multipl icado en pocas horas , some

tiendo mi atención a cambios inesperados .

con brusquedad violenta y dolorosa a veces .

Hubiéras e dicho que todo se producía para

162 JOSE LEÓN PAGANO

distraer mi dolor, para alej arme de la causa

que lo motivaba . Mas era inútil . Al resur

gir de nuevo en mi mente Carmencita, con

su esquivez , con sus desvíos , sólo atenta a

otro cariño , apasionándose por él , m e creía

próximo a la locura ; y som et íam e a esfuer

zos desgarradores para acallar mi angustia ,para sofocar mi fiebre de exaltación. Y tuve

miedo . La soledad me dió miedo . Hubiera

querido huir . De ser posible hubiera echa

do a correr des esperadamente . La soledad

llegó a espantarm e . Su quieud , lejos de at e

nuar el desgarrón de mi alma, lo exacerbaba,

enardeciéndolo m á s y m ás , como si quisiera

llevarme al paroxismo . Aquellos instantes

fueron horribles . De pronto mi corazón de

tuvo sus latidos . No era efecto ilusorio , n o .

Había llegado hasta mí un murmullo de vo

ces quedas . Si ; algui en bisbisaba fras es en

trecortadas,breves

, con voz temblorosa . Qui

se ver de dónde provenían y quién las for

mulaba . No fué posible . Aguce el oído . Las

mi smas voces,m á s próximas , se entrelazaron

en un diálogo de pas ión . Poco después , al

guien pasó delante de la farola , e , inm edia

tamente,dos sombras gigantescas se proyec

taron en el espacio,como se proyectan las

imágenes en un lienzo . Avanzaban cautelo

164 JOSE LE ÓN PAGANO

decía a mi influjo ! Entonces, dispuesto ya a

no dej arla recuperar su albedrío,la impulsó

con voluntad enconada has ta que desapare

ció en el abismo . Simultáneamente , un grito

de horror surgió de mi pecho . Quise incorpo

rarm e,pero caí sin sentido .

Al llegar a este punto de su confes1on ,Do

rival estaba desencaj ado, trémulo , sudoroso .

Su mirada tenía destellos que yo n o había

visto nunca en ojos humanos . Hubiéranse di

ch o los ojos de un felino acechando en la

sombra .

Hubo una pausa, que ninguno de l o s oyen

tes pudimos abreviar . El relato nos había

sobrecogido'

de espanto .

— Lo demás añadió Dorival con voz de

bilitada, l o demás usted l o sabe . Fué pre

ciso traer de Capilla cuerdas y aparejos pa

ra subir del precipicio el pobre cuerpo des

trozado .

Y un sollozo convulso apagó su voz altera

da

Aguardé algunos instantes, y sin poder

cont en erm e ya,inquiri

—¿Dij o usted que fué a la polic ía ? .

— Y l o confesó todo,sin omitir det all e .

Quería sufrir el castigo . N o me creyeron

no pude probar mi crimen

E L HOMBRE Q UE PE RDIO LA VOLUNTAD 165

Su rostro se contraj o en una mueca de pro

funda ironía . Hizo un esfuerzo,y añadió

— Las pruebas fracas aron ! Usted sabe que

la fuerza hipnótica reside toda ella en la ve

luntad , desarrollada por faciñtades magn éticas bien conocidas . Desde la noche de mi

delito yo no había vuelto a ej ercitarla . Es

t rem ecíam e el pensar que la llevaba en m i .

Ll e gué a obsesionarm e . Pensé que esa vo

luntad era de otro ser,un ser extraño , opues

to a mi “ yo verdadero ”,un ser de instintos

diabóli cos,de naturaleza execrable . Y luchó

para vencerlo,para aniquilarl o en su obson

ro ori gen .

La sola idea de que aun pudiese coexistir

con mi vida tarada, l lenábam e de pavor . N o

obstante,cuando me propusieron los experi

mentos probatorios de mi crimen , acepté va

lerme de ella . Era una liberación . Adherí ,

pues,con vehemencia . Mandaron veni r de

no sé qué hospital dos “ sujetos " pasibles

de ser hipnotizados ; y ya reunidos los facul

tativo s , me somet í a la pr ueba . ¡ Ning uno de

los dos experimentó e l menor influjo h ipnó

tic o ! Era que yo había perdido la voluntad . .

Y la m ás desgarradora expresión de dolor

se reflej ó en el rostro de Lisandro Dorival .

JOSE LE ON PAGAN0

El relato de aquel amigo desventurado

despertó en l o m ás íntimo de mi conciencia

una duda punzante . Carmencita Almada ha

bía muerte ,e tivam ent e , precipitándose al

abismo desde Urit orco ] Pero ¿ era Dorivalquien la impulsara al precipicio fragoso de

aquella montaña ? En circunstancias analo

gas , ¿ podía una persona sugestionar a otra e

inducirla al suicidio ? ¿N o sufría Dorival las

cons ecuencias de una conm oción , y, pertur

bado por ella , creíase culpable de una muer

te no cometida ? ¿ Se trataba de un arrepen

tido o de un alienado ?

Me dedique a estudiar el fenómeno en tra

tados especiales ; consulté la pericia de va

rios facultativos , algunos muy at endibl es por

cierto y éstos y aquellos admiten de consu

no que Dorival acaso dij era palabra cierta

al revelar un crimen,lamentándose , al mis

mo tiempo,de haber perdido la voluntad .

168 JOSE LE ÓN PAGAN O

cuando se procede por las h ondo nadas . En

cuanto a “ Los Paredones”, no cabe intentar

paralelo alguno . Si afrontamos las dificulta

des del descenso para llegar hasta el río in

t ern ándon o s un po co , tenemos la impresión

de hallarnos en un abismo bordeado por alu

cinant es montañas rectas , cortadas a pico .

Sus paredones son escarpados y fragosos ,

y están cubiertos de musgo en la base . Arri

ba,encaramadas en gran profusión

, se espar

cen plantas de “ flor del aire ”,como si tre

paran huyendo del musgo que parecen te

mer . A trechos, l o s irriga un hilo de agua

deslizándose sobre hierbas negruzcas y vis

cosas . Al lá abaj o se tiene la sensación de lo

enorme,y el pensamiento

,sobrecogido , no

puede substraeís e y evoca las tragedias geo

lógicas de que son testimonio esos lugares .

Es imposible no pensar allí en los paisaj es

dantescos evocados por Gustavo Doré . Si le

v an t am o s los ojos , comprendemos cómo en

las hendiduras inaccesibles puedan anidar las

águilas .

“El Zapato no ofrece tantos aspectos ni

tamaña grandeza . Pero tiene un atractivo in

discutible,designado por su prop io nombre ,

y constituye una verdadera curiosidad . La

naturaleza,pródiga en caprichos

,ha tallado

LOS HOGUE RAS DE SAN JUAN 16 9

en el granito de la montaña un zapato gi gan

t ezco . Pero n o se detiene allí lo singular del

fenómeno .

“El Zapato ” está asentado sobre

un pedestal que parece esculpido expro feso ,

y se destaca , aislándo se , como si tuviese em

peño en mostrarse nítido sobre la colina diá

fana , si le contemplan de lej os, o recort án

dose sobre el cielo , si lo admiran de cerca .

En uno y otro caso logra su propósito . Se al

canza a percibirl e de distintos puntos v a

mucha distancia .

Mi amigo Silvestre y yo no tardamos en

distinguirle perfilándo se en el azul - violeta de

la última colina que le servía de fondo . Las

cabalgaduras andaban al paso,siguiendo el

cam ino sesgo formado en la roca viva,entre

tunas y matorrales de espinillos . Apenas si

de trecho en trecho , algunas talas se erguían

en los rellanos del terreno onduloso . A nues

tra izquierda ext endíase , en declive , la am

plia perspectiva del paisaj e,limitado po r las

colinas,escalonadas en el horizonte . Según

íbamos avanzando , aumentaban“

las propor

ciones de la montaña fronteriza . y el “ Zapa

to” ascendía más y m á s hasta destacarse s o

bre el cielo .

Nos faltaba poco para llegar. cuando , de

pronto , un quej ido vino herir el silencio de

170 JOSE LE ON PAGAN O

aquella soledad . Era un lamento de angustia ,sofocado , como de persona que desfallece . Mi

amigo detuvo su caballo con ademán brusco ,y volviéndose a m i m e interrogó vivament e

impresionado .

— Es “ la viej a delZapat o l e dij e para

t ranquilizarl e . Una vieja centenari a. Una

curiosidad m á s de estos lugares . Según la

gente de aquí ,“ ha vivido tanto

,que ya na

die sabe cuántos anos tiene ”

—¿Y esos lamentos ? inquirió Silvestre .

— Con stituyen su reclamo le respondí .

Cuando advierte la presencia de al gún foras

tero , se dej a caer en el suelo y comienza a

lamentarse para atraer al paseante compasi

vo y obtener alguna limosna .

— ¿De modo que ahora ? .

— O andan forasteros cerca de su vivien

da o nos ha visto a nosotros .

Picado por la curiosidad,mi amigo talo

n eó su caballo y nos pusimos en marcha de

nuevo . Tras corto andar , comprobamos que ,

en efecto,junto a la casucha de la viej a ha

l l ábase una cabalgata : un grupo de mozos y

muchachas de la ciudad que, como nosotros ,iba a visitar el “ Zapato”. Todo se explica

ba , pues .

La vieja se exhibía en su postura habitual ,

JOSE LE ÓN PAGANO

— Y digam e, viej a : ¿ Cuándo piensa estirar

la pata ?

La centenaria levantó la cabeza y sonrió

complacida . Un ligero brillo animó sus ojos

apagados

—¿Morirme yo ?

Esto l o dij o la viej a con vo z de niño,que

hubiera sido chillona si la extrema debl li

dad n o lo impidiese .

¿ Po r qué l o dice ? insist10 el prime

ro . ¿Acaso usted se va a quedar para se

milla ?

Ya l o creo ! ¡Aj a3a ! . replicó la

viej a , añadiendo con acento m á s firme

Yo no puedo morir , no ; yo no puedo morir …

Todos rieron . Pero al fij arme en mi amigo ,observé que estaba demudado y trémulo

, co

m e si lo agitase una honda emoción .

Qué le pasa ? pregunté inquieto .

—Vám on o s repuso con voz alterada

vámonos de aquí .

Y sin aguardar mi asentimiento,puso el

montado a paso ligero . Quedé sobrecogido sin

comprender la causa . ¿ Qué ocurría ? Qué

motivos at endibl es podía tener para impre

sionarse de ese modo ? Yo cabalgaba a su la

do , y aún cuando ardía en deseos de conocer

“LAS HOGUE RAS DE SAN JUAN" 173

la causa de su extraña turbac10n ,guardé si

lencio .

Caía la tarde . El sol, que se ocultaba y a

a nuestra espalda,enroj ecía el Urit o rco , de

j ando en la sombra todo el valle .

—E s un recuerdo horrible 31j nue d e

pronto mi amigo . Es necesario m e lo

cuente .

Y m e refin o esta histori a

Allá en Huerta Grande vivía una vieja

centenaria como ésta de aqu1. Su rancho,m ás

que vivienda , era una g uarida cercada de

matorrales y rodeada de palmeras . Po r su

condición,la longeva recordaba extrañam en

te a esta pobre infeliz que acabamos de ver.

Su aspecto era conmovedor . Hubiérase d icho

una momia animada . Pequeña , menuda , enco

gida, con las rodillas que le llegaban al pc

cho descarnado , se la veía constantemente

sentada a la puerta de su miserable rancho .

Un pañuelo sucio ccñíá lc las sienes a manera

de viacha , como si en todo momento l e do

liese la cabeza . El pelo desgreñado y ralo , po

nía , al descubierto su cráneo cubierto d e

manchas amaril las .

º E ra nudosa y tan llena

de arrugas como un algarrobo seco . Sus dedos

anquilo sado s estaban re tºrcidos com o raíces

muertas . M á s que sentada en el suelo, parec ía

JOSE LE ÓN PAGANO

estar metida en él ; y daba la impres1on de

que,al intentarlo , en lugar de incorporarse ,

hubiérase hundido en la tierra, como si ya

fuese algo inherente a ella .

No tenía deudos,y como ésta del “ Zapa

to eampaba de limosnas . Acompañábala

un muchachón idiota,“

huérfano, a quien

¡ ella ! había recogido“ de lástima Era pa

t izambo , contrahecho , de brazos cortos y ma

nos pequeñas . Pero tenía enorme la cabeza .

Cuando él andaba, balanceándos e la cabezo

ta sobre los hombros,como si el peso exce

sivo la echase ya a un lado , ya al otro , inca

paz de sostenerse en equilibrio . El pelo cu

bria su frente estrecha , formando un angu

lo que baj aba hasta juntarse con las cejas .

Sus oj os eran claros,fríos y tenían la cór

nea atigrada,por lo cual habíanl e apodado

“ El Tigre La nariz deforme pendía so bre

sus labios abultados y carnoso s, … que sonreían

cons tantemente .

El Tigre había l legado a ser de alguna uti

lidad para la viej a . Medio tullida y paral íti

ca, ya n o l e era posible salir a cuestar ; se en

cargaba de hacerlo el Tigre . Este conocía las

casas dispuestas a socorrerlos , y a ellas acu

día re gularmente . N o es que pidiera : llama

ba'

y aguardaba sin añadir palabra a su lla

176 JOSE LE ÓN PAGANO

sas de la viej a centenaria,que lo miraba

,a

su vez , llena de orgullo . Cuando el Tigre no

salía a pordiosear,quedaba así

,frente a

frente , con la mirada fij a el uno en la otra ,largas e interminables horas . Por fin

,ella

exclamaba , estremeciendo al muchacho

Ya l o sabés , Tigre : yo no m e puedo m o

rir.

Y apoyándose en su bastón , se incorporaba

trabaj osamente , sin demandar ni admitir

ay uda. En trábase luego a su rancho para t o

mar unos mates y echarse a descansar en una

cucha de revueltos andrajos .

Una noche contemplábamos desde el mi

rador de mi chalet cómo se iban encen

diendo las hogueras de San Juan . Se multi

plicaban como si unas prendiesen fuego a las

otras . Poco después , ardían en todo el valle ,

enro j eciéndo l e hasta el horizonte . Eran ex

tensos matorrales y enormes grupos de pal

meras los que ardían por todas partes , lan

zando a los aires sus inmensas llam aradas

que arrojaban lluvias de chispas crepitantes

al espacio . De pronto alguien gritó :—¡ E l cerco de

“Los Cañaverale s “ está

ardiendo !

Todos no s volvimos hacia el lado opuesto

al mirador para comprobar l a noticia . Pero

“LAS HOGUE RAS DE SAN JUAN" 177

en vez de dirigir la mirada hacia “ Los Caña

verales ” , fij amos los ojos en el descampa

do donde se hallaba la choza de la mendiga

centenaria . Y algu i en dij o co n sobresalto

En el rancho de la vi ej a hay fuego

Y otro añadió con voz alterada :

¡ También arden el cerco y las palmeras

que l o circundan !

Y así era en efecto . Sin esperar m á s , des

cendim o s del mirador,saltamos a caballo , y

poco después nos deteníamos j adeantes muy

cerca del rancho . A su vista me estremecí .

Para facilitar el incendio habían arrimado a

las paredes ramas de plm earas y arbustos se

cos . El rancho quedaba,de ese modo

,en un

cerco de fuego . La paja que cubría el techo

había des aparecido,presa del incendio . Po r

la puerta y la ventanilla asomaban llamara

das que lamían las paredes , deteniéndose a

devorar los troncos y maderas que lo remon

daban apun tal ándo l o . Poco después oyósc

cruj ir las vigas del techo,y casi inmediata

mente se hundieron levantando,entre la hu

mareda , un crepitar de chispas , que se aven

taron alrededor del rancho .

Lo mirábamos todo anhelantes . co nvul

sos,roídos po r la impotencia , congestiona

dos , estremeciéndonos a cada momento . En

178 JOSE LE ÓN PAGANO

todos los labios estaba un nombre que, sin

embargo , nadie s e atrevía a pronunciar .

Mientras tanto,el fuego iba apagándose

poco a poco , dej ando aquí y allá el rescoldo

de las pavesas humeantes .

Entonces resolvimos apartar las que obs

truían el hueco de la puerta , y nos asomamos

al interior del rancho . Un grito de horror se

exhaló de nuestro pecho,y retrocedimos . En

un rincón veíase a la viej a carbonizada,re

torcida , como si las llamas , ablandando sus

huesos,la hubiesen imprimido sus formas

Y al volvernos,nos encon

tramos cara a cara con el Tigre . Clavó sus

ojos en nosotros y señalando la choza dijo :—Y andaba diciendo que no se podía mo

rir . ¡ já !

Y batiendo palmas, comenzó a dar saltos

de regocijo .

JOSE LE ÓN PAGANO

Al conocerse la tragedia , el pueblo se sin

tió sobrecogido . La consternación fué unáni

me . El nombre del Coronel , de su hija y de

su yerno estaban en todos l os labios con el

mismo gesto de dolor . Pocas personas ha

bían logrado suscitar cariño y respeto m á s

justificados . Los humildes les miraban como

una bendición,po rque todo era beneficiar al

desvalido en ellos . Su largueza no tenía l í

mites . Por iniciativa del Coronel,el pueblo

contaba con una escuela de ambos sexos los

niños menesterosos tenían útiles de e studio

y abrigo para el invi erno . El pueblo le es

peraba impaciente al iniciarse la estación ve

raniega . Con su llegada desaparecían mu

chos apremios . ¡ Era tan generoso el coro

nel ! ¿Y su hij a ? ¿Y su yerno ?

De igual modo que la gente serrana l es

querían por gratitud , así estimaban al Coro

nel y a sus hij os las p ersonas vinculadas a

ellos socialmente . B ien se echaba de ver en

las fiestas organizadas en su sun !

tuosa y magníf ica . Acudían de todas partes,

imponiéndose , a veces , recorridos en aut om ó

vil de horas y horas . De ahí que las k ermes

ses benéficas efectuadas allí, s i empre resul

tasen de gran provecho .

E N LA MISMA LLAMA 51

Todos los años iba el Coronel con su es

posa y su hij ita a pasar el verano en las sl e

rras . Le acompañaban n o pocos invitados .

Era de ver el efecto que en los m nos de l

pueblo producía la llegada del Coronel . Pero

no po r él mismo , sinó por la“ niñita ” . Ella

les traía algo más que útiles de colegio y

trajecit o s para los días invernales ; les traía

algo más y algo mej or . Les traía cosas de un

encanto insospechado , con las cuales sona

ban por la noche , y ponían un destello in e

fable en sus almitas , de día . Cosas nunca

vistas , de un mundo desconocido , como trat

das del ciel o por los ángeles reproducidos

en las estampitas que al gunas veces renart 1'

a

como premio el padre cura en la iglesia .

Esas cosas ten ían nombres,pero esos nom

bres n o exp resaban n ada , o exp resaban muy

poco . Lo decían , sus caritas tostadas po r

el so l , el brillo de sus ojos , el anhelo in

contenido de t odo su ser, l a n ecesi

dad de m irar como extasiados , y ese arr ullo

interior q ue parec ía irradiarl es en una fulgu

ración de p rodigio . ¿ Podía todo eso definir

se ? ¿ Cabía en un n om bre ? La “ niñita “ por

tado ra de tal es m aravillas . ¿ era . acaso . un

ser terrenal ? Seguramente n o . Po r eso re

part ía con mano pródiga aquel tesoro de va

JOSE LE ÓN PAGANO

l or incal culable . Eran muñecos articulados ,de abigarrada vestimenta

,pequeños seres

que tocaban l o s platillos con solo apretarl es

el vientre ; arlequines de piernas y manos

móviles , obedientes a un tirón de cordelito ;

muñecas que entornaban los ojos y decían“ papá“ y “mamá”

, ¡ tan clarito ! Trenes mi

núscul o s, ¡ con pas aj eros ! puestos en marcha“ por una cosa que no se veía” . Cochec it os

con po stil l ón ,muy echados para atrás , or

g ul l o so de su destino ; por es o agitaba la

fusta al andar el vehículo . Y so ldadit o s de

plomo , de todas las armas, y barquichue lo s,

y animales de faun a desconocida , y caballi

tos,y mil chirimbo l o s a cuál m á s digno de

lograr silencio admirativo . Y todo l o traía

la “niñita” para ellos,para los pobrecit es

moradores de la rancheria diseminada en el

valle , y medio oculta entre al garrobos y ta

las añosos .

Lo s favorecidos acudían a la “Vil la

Llegaban hechos puro azogue . Era su día .

La “niñita dispon íal o todo como verdadera

señora de la casa , pues era el la'

quién“ reci

bía” a sus amistades . Ni el Coronel,ni su

esposa intervenían sino como espectadores

cpmplacido s . Efectuaba pues la distribución

atenta sólo a propo rcionar alegría como

184 JOSE LE ÓN PAGANO

en socorrer al menesteroso ; pero el Coronel

era menos expresivo , menos jovial , y por mo

mentos hasta parecía hurano . Co n todo má sque el cambio del Coronel asombraba la

transformación de su hija . Ya n o era la chi

quilla vivaz e inquieta de hace d os años

volvía a las sierras hecha una señorita,con

cierta gravedad en su inconfundible expre

sión bondadosa . De suert e que al verla dis

tribuir como antes l o s dones maravillosos,advert íase en el gesto y en los ademanes

cierta compostura de persona mayor,menos

turbulenta , pero m ás atractiva . De.

todos

modos, ya no se l a podía imaginar como

desprendida de una de las estampitas que

repartiera el padre cura en la iglesia . Al

transformarse en mujer , se habían humanizado todos sus encantos .

El Coronel adoraba en ella. Su amor n o

conocía límites . Para él la vida solo tenía

una razón de ser, imperiosa y absoluta : la

felicidad de su hija . No hubiese escatim ado

ningún sacri ficio para lo grarla,n o retro ce

diera ante ningún obstácul o para conquis

tarla . Al perder a su e sposa,fué el padre y

la madre a un tiempo de su huerfanita . Re

dobló los cuidados, multiplicó las caricias ,

intensificó su amor, si cabe admitirse . Y vi

E N LA M ISMA LLAMA 185

vió para ella , exclusiva y totalmente consa

grado a el la . Su pºsición le permitía tºda

independencia , su fºrtuna l e ase guraba t o

da suerte de liberalidades .

Cierto día el Coronel advirt 10 en su hija

un cambiº radical . Nada pºdía escapar a sus

atisbo s . Pasaba horas y hºras como repl e

gada en si misma , atenta a una visión inte

rior, dueña ya de su sentir íntimº . El Coro

nel no adivinaba,

“ veía” la razón profunda

de ese cambio . Y esperó . La cºnfidencia no

tardarí a en l l egarl e . Aguardó cºn ansia m o r

tal . Una zozobra febril l e torturó despiada

damente . Tuvo miedº ; ¡ él que estaba hecho

a tºdas las adversidades , prºbadº en cien

ep1so diºs de arrºjo temerariº ! Fué un temor

vago , indefinible , algo que po r mom entos es

trem ecíal e . La felicidad de su hija , tºdo su

porvenir iba a tener un árbitro . ¡ Y él n o

le cºnºcía ! El destino ya había hechº un

si gnº invisible e infalible . N o cabía inter

poners e . ¿ Qué deparaba a su hij a lo que es

taba a puntº de revelarse ?

Y la confidencia llegó po r fin , breve , cºn

frases entrecortadas . Il ablaban sin mirarse

a lºs ºjos . Una prºfunda emºción l es cm

hergabe pºr i g ual . Ella había re clinado la

186 JOSE LE ON PAGANO

cabeza sºbre el pechº de su padre . Y así,

con vºz muy queda , como velada pºr el mis

terio de lo que no cabe en las palabras,se

lo dij º todº,sencilla y tiernamente

Tal una ánfora vuelca su perfume . Padre

e hij a se estrecharon m á s el un º contra el

ºtrº . Y,

—Diºs te bendiga , hij a de mi alma ; ex

clamó por fin ; me devuelves la vida . N º

podía ser de ºtro modº .

Entºnces el l a levantó la cabeza,y fij ó en

en el Cºronel sus ºj ºs radiantes de ale gría .

—¿Verdad que es dignº de mi cariñº ?

— Es un buen muchachº,y ya le quierº

comº a ºtrº hij o .

Y padre e hij a se abrazarºn de nuevº .

El Corºnel nº había exageradº . Quiso a

su yernº con ternura de padre satisfecho .

Esas criaturas colmaban tºdo s sus anhelos .

¿ Qué m á s podía esperar de l a vida ?

Cuandº el Cºronel llegó a su cºn

la pareja de l ºs desposados , fué sºrprendido

cºn demºstraciºnes que llegaron a cºnm º

verle. Esta vez n o aguardaban las mercedes

de sus benefactºres . Ahºra era el pueblº

quién tributaba sus expans iºnes generºsas .

188 JOSE LE ON PAGANO

Cuandº l os serranºs veían a la parej a en

paseºs y cabalgatas, una expresión de cºn

tento refl ejábase en sus rºstros curtidºs po r

el sºl .

“ La niña era donosa, ¡ y tantº ! ; perº

el mozº ; ¿ acaso , n o era de mi flºr ? ¡ Si esta

ban hechos el un o para el otrº ! Bastaba

verlºs juntºs . Así pensaban ellºs que debía

ser quién se casara cºn la niña . ¡ Y comº

estaban prendados lºs dos ! Porque eso l o

veía cualquiera . Bastaba fijarse cºmº l os

miraba el Coronel , m á s radiantes que un día

de sºl ”

Y las miradas se guían a los j ºvenes de

la hasta que se alej aban como en

v ueltos en una caricia de prºfunda ternura .

E ran dichosºs y n adie cºmº'

el l ºs tenía de

recho a la felicidad que disfrutaban .

— E so pensamos tºdºs,

adujº el padre

cura . ¿Pero quién penetra lºs designiºs

de nuestrº Señor ? Nº ha de ser desde luego ,quién narra esta aventura desoladora .

Lºs hechºs ºcurrierºn así :

Una noche , se retiraban l ºs j ºvenes des

posados a su mºrada,allí en la ciudad . Sa

lían de u na recepción . Era una noche in

vern al , fría y húmeda , unas de esas nºches

calificadas de pérfidas y traicioneras pºr el

do ctºr Luzan . Lºs hijºs del Cºrºnel aban

E N LA MISMA LLAMA 189

donaban un ambiente cálidº,quizás de tem

peratura demasiado elevada, y , sin duda , sá

lierou sin precaverse lo necesario antes de

subir al auto y vºlver a su aposento . La

adversidad pareció acecharl e,pués cuando

llegarºn , después que habían descendido del

vehículº,advirtió nº tener las l laves . Llamó

entºnces p ºr el timbre , pero nºtó que un li

gero temblºr hacíal e mºlesta la espera . Y

casi instintivamente tornó a subir en el auto ,para resguardarse en él . Enco gióse en el

asiento,cºn las manos en los bºlsillos del

abrigº . Tras un silencio , sºlº atinó a decir— No me sientº bien . Acasº el cambio

brusco de temperatura . N o sé .

Acudió el porterº al llamadº,y l o s espºsºs

penetraron con presteza su alºj amientº .

Algº pareció reanimar al yernº del Cºrºnel

la atmósfera templada de su alcºba . Así lº

creyó la esposa,aj ena

,cºmº tºdºs , a la des

ventura que destrozara su dicha cºn golpe

tan reciº .

Al siguiente día , n o tuvo el enfermº ani

m o para abandºnar la cama . Tuvo escalo

fríos , y una t o s ins idiosa comenzaba a m o

lestarle .

Acudió el médicº,instadº po r la espºsa ,

ya inquieta .

JOSE LE ÓN PAGANO

— N o es nada dijo pºr ahºra no hay

mºtivºs de alarma . Una “ grippe”, qui z—á s

benigna,y detenida a tiempo . En fin ve

remos . Volveré mañana .

Quien así discurría era el dºctºr Luzan,amigo fraternal del Corºnel .

Y al siguiente día, vºlvió como lº había

prometidº . El exámen fué prºlºngado y mi

nuciºsº . La espºsa le s eguía cºn ansia , aten

ta a lºs cambios pºsibles de expresión en el

médicº , fij a la mirada en tod o detalle . Nº

quería preguntar ; se prºpºnía sorprender,

guíada pºr el instintº seguro de su amor .

Perº tºdº fué inútil . El doctºr Luzan nº

dej ó traslucir ningun a impresión .

—¿Y el Cºronel ? preguntó cºmº dis

traídº .

La hij a de su amigº clavó en el médicº

una mirad a interrºgante .

Este fingió no advertirla .

— Papá está en la estancia y bajandº

muchº el tºnº,inquirió

—¿Hay que llamarle ?

Para qué ? replicó , el médicº amigo

mientras limpiaba l os cristales de sus lentes .

Y luegº , distraído en hºj ear un librº que

estaba sºbre,un veladºr

,preguntó indiferen

te

192 JOSE LE ÓN PAGANO

previº . La hija l e … recib10 temerosa y sor

prendida . ¿ Qué ocurre ?— Nada . He terminadº allá mis asuntºs .

¿ Pºr qué ?—¿ Tu regres o no ºbedece a un llamadº

—¿De quien ?

Sabes que él está enfermº ?— ¿De cuidado ?— No sé .

Qué dice el médicº ?— Temo que no m e diga la verdad .

—Yo hablaré con Luzan . A mí nº me

ºcul tará nada . Vamºs a ver a tu maridº

ahºra .

El Cºrone l hablaba con rápidº acentº : era

lacónico , breve en sus frases e impaciente

por llegar a conclusiºnes presentidas . Pe

netró en la alcoba de su hijo político . El

aspe cto del enfermo le causó una impresión

inesperada . Lºgró dominarse y disimular a

los ºj os de su hij a .

— Anim º,ánimo estº ha de ser un males

tar pasaj erº adujº por decir algº . En

realidad nº lograba expli carse cºmº en tan

breve tiempº la enfermedad hubiese que

brantado de tal suerte un organismo en ple

nº vigor .

E N LA M ISMA LLAM A 193

— A qué hora viene Luzán ? preguntó

pºr fin .

—Po cº falta ya , respºndio le su hija .

— B ien . Vºy a quitarme la rºpa de viaj e .

Cuandº llegue Luzan yº estaré aquí para re

cibirle . Estºy segurº que esto no es nada .

Animo,y hasta luegº .

Estrechó la m anº a su yern o , besó en l a

frente a su hij a , y se dirigió a su habitación .

La superchería es taba bien urdida , nº ca

be duda . ¿ Quién hubiera podido sºspechar

que acudía a un llamadº de su amigo ? Perº

el Cºrºnel i gnºraba, a su vez , las verdade

ras cºndiciones del enfermo . El Doctor Ln

zán se había limitado a ins inuar l a cºnve

niencia de t rasladarle a la sierra .

— Allí , arguyó un organismº j ºven

puede reaccionar en pºcº tiempº . ¡ Tiene

tantºs recursºs la naturaleza ! .

El médicº amigo, ºcultaba la verdad cºn

el fin de escatim ar angus tias y quebrant o s

desgarradores . En este caso,l a mentira

era en extremº piadosa . Podía curar,si

perº es a prºbabilidad so st en íase en un hilº

tan débil . Co n todº,se repitió a sí mis

mº : Tiene la naturaleza tantos recursos .

su

JOSE LEÓN PAGANO

Los t iene en efectº ; perº nº quisº º nº

pudº experimentarlos en e l enferm º , y en

las dºs vidas que languidecían a su cabe

cera . El¡

clima de las si erras , con frecuen

cia prodigioso,nada lºgró esta vez . Ins tado

pºr el Cºrºnel, el médi cº del lugar, le re

veló sin reticencias , e l estadº del paciente

la enfermedad si bien hizo crisis en pºcº

tiempº , traía un largº períodº de incuba

ción .

—¿De suerte que pudo estar enfermo al

casarse ? preguntó el Coronel cºn sobre

saltº .

A l o cual repusº el interrºgado cºn suma

naturalidad

Sin duda .

El diálogº terminó allí .

Dºs días después llegaba a la

el dºctºr Luzan llamadº por el Cºrºnel .

En la estación, trás breves saludºs , el vie

jº sºldadº había dicho a su amigº— Neces ito saber la verdad

,clara y t ermi

nante .

Y el médicº—Pero ya lº sabes tºdo adujº .

— No , 0 mejor, si ; necesitº confirmarlº pa

ra tomar luegº mi determinación .

E l dºctºr Luzan guardó silencio . Cºnº

196 JOSE LE ÓN PAGANO

dij º a su cºlega— Doctor, l e suplico que en la brusquedad

del Coronel vea tan sólº una pena muy hon

da . Idolatra a su hij a . Es ºs muchachºs lº

son tºdo para él .— Oh , l o he vistº .

— Permítame,doctºr añad10 aquél

¿Mi amigo sigue ignºrandº las condiciºnes

del enf ermº ?— Nadie ha pºdido revel á rselas . No puede

sospechar que usted y yº nºs cart eam o s .

— Perfectamente .

— Debº po nerle sobre aviso acerca de un

detalle advirtió el médicº rural al Cº

ronel le inquieta la posibilidad del cºntagiº .

—¿Le interrºgó al respecto ?

— Sí , dºctºr.

—¿Y usted dijº .

— La verdad .

— Ahora cºmprendº cºncluyó el dºctºr

Luz an Y tras breve pausa , como quien to

ma una resolución impelido pºr circunstan

cias adversas, prefirió Veamºs al en

fermo para salvar las apari encias has ta

dºnde sea pºsible . Luegº hablaré cºn el Cº

ronel . Es necesariº que lo sepa todº .

Despúes de haber escuchadº al dºctºr

Luzan el viejº sºl dado repusº

E N LA M SMA LLAM A 197

— Tus palabras nº me revelan nada .

Luegº,cºmº quién pregunta un a cºsa sen

cilla : Qué resuelves ?

El médicº l o miró es tupefacto .

— Qué resuelves repitió el Cºrºnel .

El médicº observaba a su viej o ami go cual

si quisiera penetrar el s entidº de aquella

pregunta inesperada . Pºr fin .

— N o te cºmprendº dij º,examinándo l e

con inquietud .

— Pués es muy sen cillº insist10 el Coro

nel . Quierº salvar a mi hij a .

Cómo ?— Separándola del maridº .

— Tu hij a no cºnsentirá en separarse .

— Lo sé ; perº tú puedes hacerlº .

¿Yo ? preguntó cºn sorpres a el mé

— Tú puedes y debes hacerlo afirmó

categóricº su amigo . Y cºn voz enérgica y

acentº firme reclamó l º que él cre ía un he

chº absºlutamente sencillo y humanº : pues

t e que su yerno estaba cºndenado , precipi

tar e l desenlace .

El médico profiri ó

¿ Tú pretendes ?

Abreviar una agºnía repusº

via.r una agºnía y evitar el sacrificio de mi

hija .

El reciº militar nº i gnºraba que era ur

gente defender a su: hij a cºntra si misma .

Pºrque ninguna fuerza hubiera podidº

arrancarla de junto a ese lechº donde ago

nizaba el esposo . Allí la retenía su amor, tro

cado en pasión pºr el infortun io . Nada ni

nadie lºgrara hacerla desistir. Fuera inútil

tºda advertencia de peligrº , toda amenaza

de contagiº . Luego ¿ qué vºz de persuasión

t rºcara en realidad la apariencia engañºsa ?

Ni ella ni él sospe chaban lº inevitable . El

enfermo reacciºnaria cºn la primavera . Ya

sen t íal o él,y tantº que le permitía acariciar

prºyectºs para cuandº se restabl eciera, en

término breve,sin duda . Ahora nº respira

ba bien,es ciertº . El aire fil trábase con di

ficul tad en lºs pulmºnes. Las sibilancias

eran cada vez más acentuadas . Perº el an

h elº de vivir pasaba por sºbre todº ellº ,

afirmándose con ahíncº en la esperanza de

un restablecim ientº cercanº . Y mientras

aguardaban las horas de dicha, llenas de

prom'

esa,la joven enamorada permanecía

all í, juntº al enfermº , respiraba el mismo

aire,bebía el mismº alientº .

Comprendes ahora l o que exij o de t í ?

JOSE LE ÓN PAGAN O

se m e d&garra el cºrazón al llegar a estºs

extremos ? ¡ Y tú me conºces ! La vida de

e sºs muchachºs lº es tºdº para m i. N o me

mueve ¡el ego ísmº. N º es sólº el padre que

habla en defensa de su hij a, n o . M e induce

también una prºfunda piedad hacia el en

fermo . Fíj ate bien : para llegar adºnde me

propongº,nº hubiera necesitadº de tí . Hay

un caminº m ás breve y muy segurº .

Tú !

Qué supones ?— Explícate .

Qué supones ?— N o me atrevo a interpretar tus pala

— Ya lº hicist e callando las tuyas . No

me hieres . La injuria llegó pero n o me hie

re . Nada puede herirme . El dºlor n o dej a

sitiº a otro sentimientº . Pero no es lº que

tú pensaste . En ningún casº sería yº el ej e

ca tor. Hay un caminº más breve : el enfer

m º . Es nºble y generoso . N o cºnsen tiría

nunca en caus ar la muerte de mi hij a .

¿ Comprendes ? ¡ Nunca ! Bastaría revelarl e

su estado, y él mismº haría l º demás . Es

toy seguro . ¡ Pero piensa en el hºrror de

l ºs instantes que precederían la muerte !

Porque él cree en la mejoría, ya lo he di

E N LA M ISMA LLAMA 301

chº ; está se gurº de alcanzarla ; la supºne

próxima . ¿Cºmprendes ? Por es o me dirigí

a tí . Ah ºra rehúsat e si puedes .

Perº tºdº fué inútil . Las súplicas del Cº

ronel,sus lam entºs

,su ang ustia hallaron la

misma negativa .

— La misión del médicº es curar, n o su

primir a l enf ermo .

El viej º militar tºrnaba al ataque cºn

vehemencia,cºmº quien asalta una; forta

leza irreductible . Un tumultº de ideas acu

día a su mente . En la confusión atrºpellada .

sólº dis cernía lºs ej emplos favorables a su

prºpósito .

De pronto el Corºnel fué sºrprendido pºr

esta pregunta

¿Acaso tú sabes cºmo reacciºnaria tu

hij a al perder a su marido ?

Qué quieres decir ?

El médico amigº aclaró sus palabras .

Más que la prºximidad del enfermo , inquie

tabale una separación viol enta . Nº olvide

mos que se trata de una mujer apas ionada .

La razón ínt ima de tºda ella ,es el cariño

del enfermº .

El Cºrºnel l e interrump1o brusco

N º prosigas ! Ya s é a qué atene rm e con

Yº sºy un hombre de armas . Tengo

ºtra mºral . Cuandº el deber m e lº exi gió ,

hice fuego sºbre el enemigº, sin iden tifi

carlº . Era el enemigº .

— Una advertencia .

Para qué ?

— No fíes demasiado en la abnegación de

ciertos enfermºs . Te habla mi experi encia

de muchºs años . So n e gºístas,profunda

mente egoís tas . Tantº cºmo la idea de mo

rir,m á s aún si cabe , les tortura la seguri

dad de que otrºs cºntinuarán viviendo . Su

mayºr anhelo,seria que cºn ellos se enfría

ra e l planeta y se extinguiese la humani

dad toda . Y en ese egºísmo sin límites bo

rran tºdºs lºs afectºs , tºdºs lºs vínculºs ,tºdºs los amores . En su mente, ya desvane

cida,sólo llega a cºncretarse vagamente

una fórmula de anulación universal .

El Cºrºnel ya n º le ºía. Tºda su aten

ción estaba concentrada en ºtra parte.

Te mandaré a mi hij a . Conversa con

ella el tiempo que dure mi entrevista con

el enfermº .

El viej º soldadº hablaba cºn vºz segura,

y tenía esa calma que sus camaradas admi

204 JOSE LEON PAGANO

nardos , ni el zumbido de lºs insectº s entre

las plantas : era tºdº esº y era también la

germinación del mil palpitaciºnes que fluía

en tornº . Allá,detrás de la mºntana

, e l cie

lo dilat ábase en vivido clarºr : no tardaría

en asomar la lun a , pues su luz dif usa

ya bañaba el valle , pºnía reflejºs metálicos

en la arbºleda y convertía en diamante las

gotas de rocío prendidas de cada hºja . Un

vaho cálido subía de la tie rra . Era cºmo un

respirº que evidenciara su prºfunda ener

gía en cºnstante actividad .

La atención del Cºrºnel fijóse de prºnto

en una parej a que se deslizaba en la som

bra . Era e l amor,complementº y símbºlº

de la maj estad que emanaba en tºrnº . Era el

amor eslabºnado en una est rºfa m á s que

Diºs hacía brotar en el cºrazón de la cria

tura humana .

¡ Y a pocºs pasos de allí , en brusca tran

sición,tºdo sum ergías e en las tinieblas de

l o irreparable !

Perº cabía esperar . Ella es j ºven . Puede

rehacer su existencia . La vida es generºsa

cºn la juventud . N o hay milagrº que nº

pueda realizar .

Respiraba cºn fuerza . Había salvadº a su

hij a Era como si hubiese nacidº de nuevo .

E N LA LII SM A LLAM A 205

Aún le aguardaban hºras amargas,sin duda .

Pero el peligrº ya no existía . Había desapa

recido . Prºnto estaría lej ºs de allí , libre de

tºdº temºr,de toda amenaza . ¡ Ah ,

cºmº se

dilataba su pechº ante la s eguridad absolu

ta de esta liberación ! El abismº parecía

atraerlos , ya estaban al bºrde , ¡ y lº salva

rºn sin dej ar abierta ninguna de sus pen

dientes ! Su hija volvería a él , cºmº antes ,perº difundiendº tºda la dicha estremece

dora de quien ha sido acechada pºr la

muerte y arrebatada a ella .

La señal nº tardaría en l l egarl e . Dentrº

de alg unºs instantes , al pene trar en su al

coba . Lo s primeros mºmentºs serian hºrri

bles Entºnces él acudiría . Todo lº ha cal

cul adº . Ahºra atisba , agudizando sus sen

tidos,atentº a cuantº ocurre . Pero el si

l enciº es absºlutº . Se cºmprende que flºta

un há litº de muerte en cuanto le circunda .

Apenas si ºye e l palpitar de sus sienes . E l

tiempº transcurre . Si. ¿Pºr qué , entºnces ,

l a quietud es tan honda ? ¿ La hij a aún nº

ha descubiertº nada ? ¿Le supºne dºrmidº ?

Pero el as pectº del enfermº ya es ºtrº . La

rigidez de sus miembros , la expresión de su

rºstrº . Mira la hºra y se es tremece . El eº

razón parece detener sus latidºs . Quiere cº

206 JOSE LE ON PAGANO

rrer hacia la alcoba de sus hij os , y n o pue

de . Una fuerza extraña le paraliza . Algo se

anuda a su garganta . Una garra invis ible

le estrangula . Todo él se crispa, se retrae ,

se contuerce . Está apºyado a la pared, cºn

los ojºs dilatadºs,alteradas las facciºne s ,

sacudidº pºr estertores cºnvulsºs ¿ Qué

signo misteriºso ha vistº flºtar en el espa

ciº ? ¿ Qué vºz inarticulada habla a su espi

ritu una palabra de revelación venida del

ºtrº ladº de las cºsas ?

Pºr fin un gritº roncº parec10 desgarrar

l e el pecho :

Mi hij a ! ¡Mi b1j a !

Tºda la casa sintió. repercutir ese gritº

en la quietud 'absºluta de la nºche .

El dºctºr Luzan cºrrió a la alcºba del

enfermo, y retrocedió sobresaltado .

El enfermº y su espºs a yacían exánimes ,estrechándose en un abrazº definitivº. Sº

bre la mesita de luz veíase la j eringa y l as

ampºllas de mºrfina que les había unido en

aquel suenº de inefable dulzura .

Y un ecº repetía estremeciendo la casa—¡ Mi hija ! ¡Mi hija ! ¡ Mi hija !

208 JOSE LE ÓN PAGAN O

hij a E vel inda, heroína del drama que va a

desarrollarse

Rosari o y Eduvigis,dºs chinitas serranas

en traj e de fiesta,miran muy entretenidas el

cuadrº de baile que se desarrolla ante el las

y que el espectadºr nº ve . Lis arda, en pri

mer término,a la derecha

,sentada y ajena

a cuanto ocurre en tºrno suyo . Su indum en

taria pregona que no ha ven ido atraída pºr

l a fiesta . Oyese una música ej ecutada por las

guitarras . Cesan éstas de tocar, y una vºz

recia,que quiere ser persuasiva, dice :

“Quiéram e

,flºr de mi vida

,

Ya que es gustº de quien manda ;Y no m e diga que nº

Pºrque se enºj a su tata (En cºrº , y

cºn gran algazara,reSpºnden z)

¡Mentira ! ¡ Mentira !

¡ Qué se va a enºj ar el viej º !

¡ Jui , con el embuste ! (Vuelven a oírse

las guitarras,y tras breves pases, cesan de

nuevº . Una vºz femenina respºnde : )“Yº bien quisiera quererlº

,

Perº el querer n º se manda ,Pºr eso digo que no

Aunque s e enºj e mi tata”(Acogen la

estrofa con risas y palm ºt eºs estrepitosos .

algui én dice : )

E L ZARPAZO 209

¡ Lindº !

¡ Tomá po r chambón !

¡ Jui , j a, j a ! (Rosariº y Eduvigis partici

pan de la j arana cºn vivº entusiasmo . En

es te precisº mºmentº sale Evel inda del ran

cho,al tiempº que llega dºn Zenón , su pa

dre,pºr la derecha . A ! reparar éste en las

empanadas que su hij a lleva en un platº,la

interroga

Zenón ¿Y esº, m'hi j a ?

Evelinda Unas empanadas pa o sequiar

a estas visitas .

Zenón ¿Y pa remate de una linda fiesta ,nº ?

Evel inda (A Rºsario y Eduvigis . ) To

men .…

Eduvigis ¿Vºs las hai hecho ?

Zenón ¿Y quién,si nº ? Veían la pre

gunta .

Evel inda (A Lisarda . ) Tomá , Lisarda .

Lisarda N o quero .

Evelinda Tºm á y n o seais chúcara .

Lisarda l l ic dicho que nº querº .

Eve l inda Buenº . ¿Uste quere , t ata ?

Zenón N o,m

'hija . Andá y o free e le a

mi cºmadre .

Evelinda Esº iba hacer . (Vá se po r la

210 JOSE LE ÓN PAGANO

derecha,al tiempº en que viene ñº Casianº

y Zoilo . )No Casiano (Al verla alej arse . ) Altiva y

donosa cºmo flºr del aire . Ya puede estar

satisfechº,mi cºmpadre .

Zenón Es mi o rguyº, ¿ pa qué negarl o ?

Eia ha siº mi cºnsuelo cuandº murió la fina

da .

No Casiano Tan mºdºsita y al mesmº

tiempo tan mujer pa pºnerlo a raya a unº .

Zenón Tiene a quien salir .

Nº Casiano ¡ Hijo'e tigre overo había 'e

ser ! Fij esé , mi cºmpadre, la cara de Zoilo .

Se l e cae la baba .

Zenón Nº sé por qué será .

No Casiano ¡ Y se ha puesto cºlºraº !

Zoilo (Al ejándose . ) N º le haga j uicio ,

dºn Zenón .

No Casiano — Las veces que la m o zad a le

ha dichº “ truco a la Evelinda, y cia“nº

querº” . (Aludiéndºl o a Zoilo . ) Pero agora

parece que no es ansina, ¿ eh ?

Zenón Puede .

Nº Casiano ¿Y usté qué dice , mi cºm

padre ?

Zenón Yo,ñº Casiano, l o que diga la

Evelinda .

Nº Casiano El mozº es de l ey .

212 JOSE LE ÓN PAGANO

m i ayá abaj º , entre l ºs paredºnes'e la mon

taña .

Zenón Fiera sería la cºsa . Ya avis aron

a lºs ranchºs baj os que naide se yegue al ríº

ni suelte hacienda .

Evel inda ¿Diga, tata , cuandº suelten

lºagua será más juerte que una creciente

grande ?

Zenón Diz que cuandº la suelten de re

pente será juertaza .

Nº Casiano Sah endom e est oy'e la vaina

pa verlº

Zenón Y esº que usté no vía con guenºs

ºjºs l 'ºbra 'el puente .

Nº Casiano Claro que n o .

Zenón Cºsa mala no ha 'e ser cuando el

mesmº cura la va a bendecir manana .

Evelinda Es rarº que usted nº se alegre ,padrinº . Mire que antes , cada vez que el ríº

crecía,quedaba incºmunicada la gen t e

'e la

ºtra banda . Y era cºsa de estar vadeando el

río a cabaiº,cuandº se pºdía .

Nº Casiano Y ahí me yam aban a mi

juego,pues . Buenºs pesºs me sacaba yº cºn

la gente foras tera . Era una de m andaºs que

no acababa nunca . Pero agºra se me acabó

la cºs echa . Si hasta lºs ut om óvil es pasan a la

disparada pºr e l puente .

E L ZAR PAZO 213

Zenón Esa es la ventaj a .

No Casiano Será pa l ºs ºtrºs ; lº que es

pa mí, nº le veº la gracia .

Zenón Ya n o hay que hacerle .

No Casianº Así es,nº m ás . Ust é es ºtra

cosa , cºmpadre . Y se compriende que esté

satisfecho . L'ingenierº li ha daº pr uebas de

apreciº .

Zenón Es verdad .

Nº Casiano No sólo lº hai hechº capa

taz de la piºnada, sinº que también l e ha

cºnfiaº la manija del port ón que suj eta

l 'agua . Y la cºsa es de cuidaº .

Zenón Po rque sé correspo nder .

No Casiano Cºn cuatrº vueltas de mani

j a , s e echaba a r-odar los cimientºs y se iba al

mesmo diablº tuito el trabaj º .

Vizcacha (Entrando ) ¡ La correntada ,jui

,jui !

Nº Casianº ¿Cuá la, chei ?

Vizcacha La correntada e l o s eºnvidaºs

que arrasarºn con tuitas las empanadas .

E ve linda ¡ Qué sustº ! Yo creiba que ha

bían l argao l 'agua ésa .

Vizcacha Ojalá pidieran agua . Están

quiriendº empanadas .

Evelinda Yevale . Agarrá de ahí . (En

tra al rancho )

214 JOSE LE ÓN PAGANO

No Casiano ¿Vamºs a echar untraguitº,Zono ?

Zoilo Vamºs .

Nº Casiano ¿Y usté , cºmpadre ?

Zenón Comº guste,ño Casianº . (Vanse

por derecha . )Eduvigis— Yo nunca vide tant 'agua aco

rralada .

Rosariº Yº vide perº no así rejun tada.

Eduvi gis Eso d l g0 yo . Yo también sé

que la creciente trae muy mucha barranca

abaj º . Perº yº d igo así, quieta , cºmo ma

j ada en pºtrerº chicº .

Evelinda Cuando vide que pºnían esa

tranquera, no me pensé que juese pa suj etar

tant'agua.

Rosariº Yo nº puedº mirarla fijam en

t e ; me da sustº .

Evel inda Y cuandº se ven las nubes m e

tidas adentrº 'e l 'agua , m á s miedº da en

tuavía.

Eduvigis Es cierto ; parece m ás hºndº

el río .

Evelinda Parece cºmº º tro cielo vºl caº

en l 'agua .

Rosariº í ¡ Miren que se le ºcurren cº

sas a l ºs puebl ero s !

Ey eliads Yº me asusté muy muchº

JOSE LE ÓN PAGANO

Evelinda (impresionada ) . ¿ Ciprianº Ln

na ?

Rºsario El mesmº . Pero nº creo que

rumbee pa 'ca .

Lisarda (Incorporándose de nuevº, ai

rada . ) ¿Y vºs qué sabís ?

Rosariº ¿ Oh , y que no hais ºídº ?

Lisarda Pºs yo digº que viene,y a

malhaya le saquen lºs ºj os los caranchºs .

Rosario Perº vºs entuavía lº e stás

quiriendº .

Lisarda ¿Yo ? Dios permita que lo de

v ºren los pumas en la quebrada 'e las ani

mas .

Rºsario ¿Y entºnces pa qué lo espe

ras y queris verlº ? Oigan cuento .

Lisarda Porque me ha embrujao y que

rº que me saqu'el daño y m e libre , el mal que

yevº encima . ¡ Ah , y el Mandinga me juye !

Días pasaºs jui a su ranchº , y me sºltó los

perros . Unº,el bravo

,me tiró al suelo y m e

mordió . Y el desalm aº se reía a más n º po

der , y lo asusaba gritándºl e : ¡ Chúmbal e a

la loca !

Evel inda ¿Esº hai hiechº cºn vºs Ci

prianº Luna ?

Lisarda Esº .

E L ZARPAZO 217

Eduvigis Porque vºs lº perseguía, y

él nº quere .

Evelinda ¡ Cayá t e !

Lisarda Lº persigo pºrque nº querº

mºrirme rabiºsa . Yo nº puedº con mis pe

nas . Vivo cºmº transtornada , comº cuando

tuve aquel gºlpe de sºl tan juert e que m e

dej ó mesmamente cºmo loca . Perº agºra es

pior porque es en todº el cuerpº . La sangre

se pone como fuegº . Y siempre tengº mi

ideia fij a en Ciprianº . Y más lº odio y m á s

piensº en él , y siempre está a mi laº aunque

esté aus ente . Es el daño , es el be l eño del em

brujam ien to ,y yº ya no puedº co n estas pe

nas que sºn muchas,y no m e caus an la

muerte .

Eduvigis Pºr zºnza t e estás secando co

m º cuerº al so l . Si tºdas las que ha querio

el mandinga ese iban a pºnerse ansina comº

vºs .

Lisarda Es que a m i nº mi ha vºl tiao .

Eduvi gis Oh , y a m i tampºcº .

Lisarda ¡ A vo s s i !

Rºsariº (A Eduvigis . ) Nº le hagai jui

cio .

Lisarda (A Rosariº . ) ¡ Y a vo s tam ién !

Rºsariº ¿Y qué ?

Lisarda Pero a mí nº me agarró a la

218 JOSE LE ÓN PAGANO

fuerza en un paj ona l o entre las piegras.

Rºsario No , a vºs t e agarró cºn l o s pe

rros

Eduvigis ¡ Y vºlvé pa ºtra vuelta !

Lis arda (Echándos e sobre ella . ) ¡ Ah ,

descastada ! Yo … te vi arrancar la lengua .

Evelinda (in t erponiéndºse ) . ¡ Lisarda !

Rosario Dejá la, nºmás .

Lisarda ¡ Mala penca !

Eduvigis Ya está zºns iandº de sºbra

esa cºmadrej a sin cueva .

E vel inda Cayá t e , vºs , y nº alborotes .

Lisarda Ya t e bei de alcanzar, n o ten

gás miedº .

Evelinda Vení, Lisarda ; quedá t e a mi

lao . Ya sabís que yº t e quero . Vayan pa an

de la reunión, ustedes .

Eduvi gis Si, y que se sosiegue esa .

Rºsariº Vamºs,sí . (Eduvigis y Rºsa

rio se alej an por la derecha ) .

Lisarda Deseando estaba que se jue

ran,Evel inda. Pa prevenirte .

Evelin da ¿De qué ?

Lisarda Ya te ponis pálida . Vºs sabie

lº que vºy a decirte .

Evelinda Habl á .

Lisarda Ciprianº Luna está queriendº

perderte .

220 JOSE LE ÓN PAGANO

da . ¿ Quere que yº l e arree las cabras y se

las dientre al cºrral ?

Evel inda Pa qué se va a incomºdar,Zoilo .

Zoilo Es mi gustº . Cºn su tata himºs

estaº curandº a la baya . Tenía pizote . Pe

rº se pºndrá buena . (Aparece Nº Casiano ,

pºr l a derecha . )No Casiano ¡ Comedido , el mºzº ! Así

me gusta .

Zoilo (A Evelinda. ) ¿Voy yendo, en

tonces ? Ya sabe que a la ºración el ingenie

rº nºs reune a tuit os los que himºs trabajaº

en el puente .

Nº Cas iano ¡ Lindo no más ! (A Eve

linda . ) Y decile que si, muchacha . N º desai

res el comedimiento . Agºra,que nº sé si le

interesan las cabras º la pastora . ¿A vo s qué

te parece,Lisarda ? ¿Oh , y se ha quedaº mu

da ? Y vo s también estás chusiaº . ¿ Qué es

estº ?

Lisarda Yo se lº vi a decir .

Evel inda ¡ Nº , Lisarda !

Lisarda ¿N o ? ¿ Querís que es e maldito

te vºl t eie pa arrastrarte cºmo a ºtras ?

Zoilo ¿ Qué decis ?

Nº Casianº A ver, ¿ qué es l o que estás

diciendo ?

E L ZARPAZO 221

Lisarda Que Cipriano Luna persigue a

la Evel inda .

Nº Casiano ¿Pero vos no le hacei jui

cio,verdad ?

Evel inda ¿Yo ?

Nº Casianº Contestá . ¿Vºs le hacei jui

cio

E vel inda ¡ Diºs m e libre y me guarde !

Nº Casiano As í me gusta .

Zoilo ¿Y cómo se bis vos que la persi

gue ?

No Casiano Andá vºs y nº le digas na

da al padre de la E vel inda . (Vase Zoilo pºr

la derecha . ) A ver, Lisarda, contestame .

Lisarda ¿ Qué ?

Nº Cas iano ¿Nº es el deSpechº lº que

te hace hablar así de Ciprianº Luna ?

Lisarda Nº,y usté lo sabe .

Nº Cas iano ¿ Cómº lº sé yº ?

Lisarda O, ¿ y que nº es usté quien ha

rastriaº ayer l as pisadas del mala- cara de

Cipriano en e l bajo 'e la cañada ?

Nº Casiano Si, yo mesmo .

Lisarda Pºr esº digº .

Nº Cas iano ¿Y vºs cómo has sabidº

que el mandinga ese la pers igue a la Eve

hnda ?

Lisarda Pºrque m e lo hai maliciaº al

222 JOSE LE ÓN PAGANO

ver comº la miraba . Yo tamb1en sé rastriar.

No Casiano Ta giienº .

Evelinda Oiga, ño Casiano ; yº nº que

rº que Zoilo se tºpe cºn Cipriano Luna .

Nº Casiano ¿N º ? ¿Pºr qué ?

Evel inda nº quero que se

cºmprºmeta

Nº Casianº ¡ Lindº , no más !

Evelinda Uste ya se malicea o tra cº

No Casiano Decí cual .

Evel inda ¿ O , y pa qué ?

No Casiano A ver,Lisarda, vos que

también sabís rastriar. ¿ Qué te parece ?

Lisarda Que Zoilo está prendaº de la

Evelinda,y que la quere pa quererla , cºmo

Diºs manda . Y ella le tiene ley, aunque no

lo diga . (Mutis derecha )Nº Casiano ¡ Lindº , nº más !

Evelinda Zoilo nunca s e ha fijao en mi.

No Casiano Será que vos nº lº

Evelinda ¿Y cómº , si nº m e dice nada ?

Nº Casianº Ha 'e ser que piensa en ºtra,

¿ nº ?

Evel inda Que piense . Pa m i es igual .

(Y se entra al rancho )Nº Casiano (A Zoilo , que viene por la

derecha. ) Decime vºs : ¿ cuándo le vas a de

224 JOSE LE ÓN PAGANO

en apuros,ñº Casiano ! (Vuelve la cara aver

gºnzadº ) .

E velinda ¿Y pa qué ?

Nº Cas ianº (A Zoilo . ) N º des vuelta

la cara,vos . (A E vel inda. ) M irá lº a Zoilo .

(Evelinda l º mira a Zoilo . Luegº baj a lºs

ojºs ruborizada y vuelve la cabeza ) .

Zoilo (Mediº tartamudeando . ) Se .

m e aflujean . las piernas . (Se apoya en ñº

Casiano,que lº rechaza )

No Casiano Veían esta yunta 'e bagua

les . ¡ Si m e dan ganas de emprenderla a lon

jazo limpiº !

E velinda Pero si iº n o digo nada , pa

drinº .

Zoilo Ni iº tampocº, padrinº .

Nº'

Casianº ¡ Ni su madrina tampocº ,par de pavºs ! (E velinda y Zoilo se miran , y

vuelven rápidº la cabeza )Nº Casiano (A Evel inda . ) Decí vºs : ¿ te

querés casar cºn Zoilo ?

E vel inda Yº no sé . l º que tata diga .

Nº Casiano ¿Y vos queris a la Evelin

da ?

Zoilo Yº n o sé ; lo que diga mama .

No Casianº (Tirándole un lºnjazº . ) ¡ Te

vi a dar por zonzo ! (Hace una transición

brusca,y dirigi éndºse a Evelinda, l e dice

E L ZARPAZO 225

muy serio . ) Tenis razón en no quererlo , por

flojo . A éste cualquiera se l o ieva po r de

lante .

Evelinda Tanto como esº no .

No Casiano ¿Nº ? Estoy segurº que si

le cruzan la cara de un chirlo , se queda cºn

la afrenta sin resºyar.

Zoilo (Demudado , reacciona viºlentº . )

¡Miente quien lo diga, ñº Casiano ! Nº ha na

cio el machº que m e mºj e la oreja . ¡Miente ,hie dichº !

Nº Cas iano (A Zoilo ,"

indicandº a Eve

linda ) . Y vºs también tenis razón en n o

quererla a eya, pºr ladina y amiga de que

sean muchºs lºs que l e canten serenatas .

Zoilo ¡ Esº nº es cierto !

Evelinda (Prºfundamente dºlida . ) Nº ,

padrino : naide puede j actarse de haber me

recido ni es tº de mi cariñº . (Hace sonar la

uña del pulgar en los dientes )Nº Casiano ¿ Qué no ? (A Zoilo ) . Avmi

guá l o , y verás . (Medio mutis . Zoilo hace co

m o para seguirle . )Zoilo Lº que usté hace es cobarde . Nº

Casianº .

E ve l inda ¡ No , Zoilo ! (Le detiene , y que

dº cºmo abrazada a él . Este se estremece

al sentirla tan cerca de su pecho y, sin dar

226 Jo se LEÓN PAGANO

se cuenta , casi a pesar suyo , la estrecha en

sus brazos y la besa apasiºnadamente . No

Casiano lanza una carcaj ada de satisfac

ción,y viene hacia ellos . Evelinda y Zoilo

se sueltan,aturdidos por la emºción y la

sorpresa . )No Casiano ¿Por qué nº le preguntan

agora a tata y a mama qué piensan de esº ?

Eve l inda Jue sin querer,

Zoilo Perdºne,Nº Casiano ; perº usté

mi hai hecho sufrir .

No Casiano Guen o , ¿y agora no queris

dentrarl e las cabras al corral ?

Zoilo Y cómo no . ¿Vºy iendº ?

Evelinda Vamos juntºs s i

No Casiano ¡ N º m'hijita ! Vºs t e que

dás aquí (Casi para si mismº . ) N º sea que

el yesquero prienda fuego al

Zoilo Hasta m ás luegº ,Nº Casiano Y a m i que m e salude el

padre cura, ¿ no es esº ?

Zoilo Y que le eche la bendición pºr

gú en o . (Vase Zoilo pºr la derecha, prime

ra . )Evelinda Cómo lº quero

,padrinº .

Nº Casian º ¿A quién ?

Evelinda A . a Uste.

Nº Casiano ¿Y recién te das cuenta,

228 JOSE LE ÓN PAGAN U

quedandº oculta . Vienen pºr el forº, dere

cha,Ciprianº y Vizcacha . )

Ciprian o ¿ Aude hais dichº que es tá la

Evelinda ?

Vizcacha Aquí mesmº la vide hace un

ratº,patroncito .

Ciprianº (Amenazándolo con el reben

que ) Te vi a cruzar la cara de un lºnjazº

pºr inútil .

Vizcacha Aqui estaba, patroncito .

Ciprianº ¿Y po r qué nº cumpliste mi

encargº,entºnces ?

Vizcacha Pºrque nº pude piarla sºla

a la Evel inda . No Casiano estaba con cia .

Iº me mal iceº que a m i m e desconfían .

Cipriano ¡,Y pa esº te he mandao bom

biar, pa que me resultaras gaina ?

Vizcacha Si no me dejaban arrimarm e .

Cipriano ¡ Pºrque se te ve en la pinta

que sºs floj º !

Vizcacha Es que cuando uno anda en

la mala tuit o s los abroj os se l e prienden .

Cipriano Eso a '.e ser

,nº m á s . (Y le da

con el rebenque . Aparece Lisarda, profun

d amente turbada )Lisarda ¡ Ciprianº !

Ciprianº (Cºn los dientes apretados,

a Vizcacha . ) ¿Y a ésta nº la habías vistº ?

E L ZARPAZO 229

Vizcacha (Retrºcediendº temerºsº . )Oh

, ¡,y quién hace juiciº de ésta ?

Cipriano ¡ Sºtreta ! (Le amaga un re

bencazº . )Lisarda Tenimºs que hablar .

Ciprianº ¿ Quería que ºtra vez t e suelte

los perros ?

Lisarda Quero que m e saques el daño

pºrque me tenis embrujada .

Ciprianº —¿ Iº ?

Lisarda Vºs . Na Tránsitº m e l o dij º .

Y dice que vºs sólº me po dís quitar el be

leño que me muerde aquí dentrº del pechº .

Cipriano (Bajo , a Vizcacha ) . Aguai

tá , si vi ene alguno .

Lisarda Esperº el contes to .

Ciprianº (Viene hacia ella , reprim1en

dºse ) . Mirá Lisarda : vºs te mandas mudar

agora mesmº de aqui, o iº te saco a lºn jazºs

limpiºs .

Lisarda Aunque m e acribn aras a gºl

pes n o me m a. Ya nº te vas a librar nunca

de que iº te persiga ande quiera que veias,

pa espiart c y descubrir tus intenciºnes . Co

m o agora . l o sé a qué has venio , pºrque t e

segui rastreando tu gíieya .

Ciprianº ¡Ah , perra !

Lisarda Rabea,esº querº iº . A la Eve

JOSE LE ON PAGAN O

linda nº la vas a sºrprender sºla . l o e de

estar a su lao , pa clavarte un cuchn º en las

en tranas, por _descastaº .

Cipriano l o me voy agºra . Seguím e si

sos capaz, segu ím e y

-hago que te arrastren

mis perrºs por un despeñadero y t e hagº

rodar cºmº una piegra desprendida hasta

el fondo mesmº del abismº .

Lisarda Pa vivir embruj ada, mejºr

que m e devoren l ºs pumas en el fºndº del

despenadero (Una pausa . ) Pero decime Ci

prianº : ¿ pºr qué l o preferís tºdº antes que

sacarm e el bel eñº del embrujam ientº ? ¿Pºr

qué ? Iº nº fuí mala con vºs . Y eso que me

enganas te . A m i m e hais bablaº de"

cariñº,

y yo t e quise pa que jueses mi hºmbre , pa

siempre . Y después te reiste de m i . Perº

nº l e hace . Yº tºdo lº perdonº cºn tal de

que m e saques el dañº .

Ciprianº (Cºmº quien tºma una reso

lución súbita . ) An date al rancho m á s lue

gº .

Lisarda ¿Y me vas a sacar el embruja

mientº ?

Ciprianº Si, andate al rancho y espe

rame .

Lisarda ¿N o me vas a tender una cela

da ?

JO SE LE ON PAGANO

Cºmo dicen que us té es mal º cºn las muj e

res

Cipri ano Habladurías nº más .

Petrºna Y lº de la Lisarda, y la Edu

vigis, y la Micaela, y la Rosariº, ¿ tam

bién Sºn habladurías ? .

Cipriano También . Yo nº sºy lº que

dicen .

Petrona Así me va pareciendº . (Provo

cativa ) . ¿A qué no m e vo l t eia a m i?

Ciprianº (Guiñando un ºjº para sí . )

¡ Ah i nº m á s me pica ! Pero ha erraº la

¿N º ve que aqui nº hay cence

rrº ?

Petrºna Maula me había resul tao el

t em íº .

Cipri anº ¿No supº ser us té novi a'e

Cirilo,y de Martiniano

,y de Rudesindº ?

Petrona ¿Y d'iab i ?

Cipriano Que a m i nº me gustan las

sºbras .

Petrºna (Al ej ándose ºfendida . ) ¡ Gau

cho presumido !

Cipriano ¡ Pa lºs perrºs !

Petrºna ¡ Amalhaya y se prienda de

un escuerzo !

Ciprianº ¡ Cha ! ¡ Cha ! ¡ Tºrito ! Jui ! j a !

ja ! (Petrºna se va por la derecha, segundo

E L ZARPAZO 283

términº . Ciprianº mira cautelºsº a tºdºs

lad os . Luego se aproxima a la puerta del

ranchº,y llama en voz baja . ) Evelinda,

Evelinda. (Nº Casiano asºma sin ser vistº

pºr Ciprianº Luna . Hay una pausa . Vizca

cha aparece po r se gunda derecha, y al ver

a Nº Casiano, grita : )

Vizcacha ¡ Guarda ! (Y huye . Ciprianº

se vuelve rápidº, y se encuentra cara a cara

cºn Nº Casiano . Un silenciº . )

Nº Casiano Ta giieno (Pausa . Lºs

dºs hºmbres se miran como“

desafiándºse . )Ciprianº (Sºnríe provocativo . ) Giie

nas tardes, nº Casiano .

Nº Casianº Giienas º malas .

Ciprianº Yº dij e : gúenas . Asigún pa

rec e l e extraña verme pº es tºs laos .

Nº Casiano Un po co .

Ciprianº Ypo r qué ?

No Casiano Pºrque se m e hace que vie

ne como extraviao .

Ciprianº ¿ Si?

Nº Casianº Y además,tamb1en me pa

rece que isga a destiempo .

Ciprianº ¿A ver cómº se expl ica Nº

Casiano esa adivinanza ?

Nº Casiano Es muy sencilla : el puma y

284 JOSE LEON PAGAN O

el zºrrº n o salen del mºnte ni asºman de

día sinº cuando vichan una presa .

Cipriano Siga .

Nº Cas iano Y agºra nº es de noche.

Nada más .

Ciprianº ¿Y esº es pa asustar a lºs

maulas ?

Nº Casiano Y para prevenir a lºs gua

pºs .

Ciprianº Ta guenº .

No Casianº (Cºn vºz sºrda , comº de

quien se domina apenas z) Yº también hie sio

mozº cºmº el m á s pintao .

Cipriano Nº parece .

Nº Casiano Perº de mejor laia . Hie te

n io mis cºsas como todo varón , pºrque pa

eso tengº bien suj etºs lºs calzºnes . Perº a

las mºzas las'

hie querio cuandºs ellas m e

quisierºn quererme . Nunca a sio a la fuer

za i de a trición ,como fiera º ave de rapi

na .

Ciprianº Eso va en gustºs .

No Casiano O en buena º mala entra

na .

Cipriano Puede .

Nº Casiano Pero lo que es agora ha

errao la giieya.

Ciprianº ¿Y usté me la va a ensen&r ?

236 JOSE LEON PAGANO

Nº Casiano Nº quere . Cºmo tampºco

ºtras han querio , y usté las agarró como

bestia enfurecida . Y endespués, pa que l o

sepa : la Evel inda está po r tener dueño .

Ciprianº ¡ Nº diga ! ¿Y quién es el

suertudo ese ?

No Casianº Mi ahijaº Zoilo , mozo de

ley si lºs hay .

Ciprianº Ta guenº .

Nº Casiano Esº mesmo digº : ta guenº .

Conque a relinchar a ºtrº laº .

Ciprianº Así será .

Nº Casianº Así

Cipriano ¿Pero sabe una cosa , viej º ?'M e da pena ver pa l o que usté a quedaº .

Porque es tri ste,nº me di ga .

Nº Casianº ¿Pa lo que hie quedaº ? .

Ciprianº Pa cuidar faldas aj enas , y eso

n o es de macho .

Nº Cas iano (Saca el cuchillo y acome

te rápidº . ) ¡ Ah gaucho al zao ! Yo te vi a

dar pºr mal hºmbre .

Cipriano (Dando un saltº atrás,ágil

como gatº montés) . ¡ Vale tragº la parada !

(Y ríe comº quien nº tºma a lº serio el pe

l igro de l a acºmetida ) .

No Casiano ¡ Cuatrero e pºrra !

Cipriano (Revolotea el pºnchº , y salta

E L ZARPAZO 237

de un ladº al ºtrº para esquivar las puñala

das que le tira a fºndo No Casianº . ) ¡ Jui ,

ja, ja !

Evelinda (Sale del ranchº, y grita azo

rada : ) ¡Nº Casianº ! (Se diri ge hacia el fo

ro , derecha, llamandº cºn voz alterada : )

¡ Tata, tata Zoilo, ¡ M uchachºs ! . ¡ Tata ! …

Ciprianº (Mientras ñº Casiano sigue

acom etiéndo l o ) . La Evelinda ha 'e ser mía ,

sºtreta. ¡ Jui ! (Y da un brinco para evitar

el golpe tirado pºr ñº Casianº ) . Y la hie de

alzar en el malacara en tu “prºpia j eta . Zoilo

es muy pocº hºmbre pa pºnerle su marca .

Nº Casiano ¡ Hijo e mala penca ! (Y

le acºmete ) .

Cipriano ¡ Jui, ja j a ! (Esquivándºl e .

Viene la mºzada pºr la derecha , y Evelinda,

Zoilo y Nº Zenón ) .

Unº ¿Y pºr qué se han trenzao ?

Ciprianº Nº Casianº que se le prendio

a la damajuana y se ha pasaº a la ºtra

alforj a . pa sentar fama 'e guapo .

Nº Casiano ¡ Atajate esa , trompeta ! (Le

tira una punalada y le alcanza . Nº Casiano

retrºcede . Mºmentºs de expectación . Ci

prianº arrolla la lonj a de su rebenque en la

diestra . )Ciprianº Agºra vas a ver .

238 JOSE LE ÓN PAGANO

Evelinda (Interpom endºse, cºn vºz

ahºgada z) ¡ N o , nº Ciprianº .

Cipriano (La mira, y tras de una pau

sa,sonriente : ) Es verdad . ¿Pa qué ? Está

muy vichºcº ñº Casiano . (Luegº, bºscº, mi

ra,con altivez en tºrnº suyº , y dice, cºmº

buscandº un rival de su talla : ) Pero si ºtrº

quere cºpar la banca .

Zoilo (Adelantándose . ) ¡ Ciprianº !

Cipriano (Provocativo . ) ¿ Qué ?

Zoilo (Sosteniendo la mirada fij a

en l ºs ºj ºs de Ciprianº, y en voz muy ba

ja z) Más luego , sºlos , l ºs dos , a la giiel ta

el ríº . (Una pausa)Ciprianº ¿Detrás

'e lºs álamos ?

Zoilo Ah í mesmo .

Cipriano Ta giienº .

Nº Casianº ¡ Cºnmigº ha"e s er, hij o

'e madre baguala l

Zoilo (Le detiene . ) No, padrinº . Este

asuntº ia a t erminaº. (Pºr la derecha viene

un muchachón j adeante,y cºn vºz alterada

dice)

Muchacho ¡ Guarda ! ¡ Un tºro bravo

Viene juyendº pa ca . Ia ha corneao un ca

baio .

Zenón ¿Y viene , decis ?

Muchacho ¡Veian !

240 JOSE LE ÓN PAGANO

Zoilo ¿Y usté ?

Ciprianº ¿Yo ? A ver, Viz cacha .

Vizcacha ¿ Qué , mi patroncito ?

Cipriano Traime el malacara . (A Zoi

l o . ) No creº que tenga , usté agaias pa os

tos trances . Y si nº,venga . (Vase . Zoilo

hace cºmo para seguirlº,pero Evel inda y

Nº Zenón le detienen . Unos van detrás de

Ciprian º ; ºtrºs permanecen en escena y mi

ran hacia afuera, dispuestos a pres enciar las

incidencias de tamañº alarde . )

Nº Casiano ¡ Am al haia i l e saque a cor

nada limpia las entrañas !

Zenón ¿Anda pretendiendº a la Eve

linda,n o ?

Zoilo No tenga cuidaº .

Uno (De l os que siguen atentos las evo

luciºnes de Ciprian º Luna : ) ¡ Entrañudo el

mºzº !

Otro ¡ M achasº lindº, jué pucha !

Otrº ¡ Santo Cristº ! (Un clamºr parte

de l ºs mirones que están dentro y fuera de

la escena . )No Casiano ¿ Qué es esº ?

Unº (Sin dej ar de mirar hacia afuera ,cºn vºz alterada por la emoción : ) E l tºrº

arremetió,perº Ciprianº tendió a un laº el

Malacara,esquivando la embestida . Y las

E L ZARPAZO 241

guampas del chºrriao ese sºn cºmo pa chi

fles . ¡Metale no m á s !

Otrº ¡ Veían cºsa ! el tºrº está cºmº lo

cº de furor . Echa espumaraj o s por la boca .

Agacha el testuz y escarba la tierra cºn las

patas . ¡ Ah !

Zenón (Acudiendo ) ¿ Qué es eso , pºr

Cristo padre ? (Un gritº de alarma parte de

tºdºs lºs pechºs . Los mirones ret rºceden en

masa hacia la escena , sin dejar de s eguir las

prºezas de Cipriano Luna . )

Nº Cas iano Nº se asuste, amigº ; si te

davia está lej ºs de aqui .

Uno ¡ Agºra ! Agora revo leia el lazº .

¡ Cha cºn tºdos los roios de la armada .

¡ Lindo ! (Responde un clamoreo ensordece

dºr . )

Nº Casiano ¿Que jue?

Otro Cerró el lazº en las patas delan

teras y tumbó al tºro . ¡ Ah ,mozº bravº !

Otro I agºra lo va a mºntar pa domar

lo . ¡ Veia ! Y con la cara pa atrás . ¡ Jui l

Otro ¡ Indio curtido ! Y entre el cºn

fuso vocerío de lºs mirones se perciben es

tas fras es : )

Unº ¡ Esº es ser macho !

Otrº I j uert e cºmº una peña .

242 JOSE LE ÓN PAGANO

Otrº I malº y temible cºmº temporal en

un despeñadero .

Otro (Dominándºlº tºdº co n su voz : )

¡ l a l o sueltan !

Otrº ¡ I Ciprianº se priende'e la cºla a

manera de rendaje '

Otro ¡ Parece cosa el infiernº ! (Un gran

clamoreo y tºdºs retrºceden hacia la escena .

Lºs comentariºs descriptivºs que siguen lºs

exclama cada cual con entusiasmo frenéti

co,agitándose y saltandº cºmº si cada un o

fuese el prºtagonista de la dºma que se pre

sencia .

Uno ¡ Meta corcovo !

Otrº Ciprianº está cºmº clavaº en el

lºmº del torº . ¡ Cha ! ¡ Jui l

Otrº ¡ Dale bufidos l

Otrº Si lº vºl t eia l o hace picadiiº.

Otrº Nº he visto nada comº estº en mi

vida .

Otrº Dale torº .

Otro ¡ Lindº !

Otro ¡ Zas ! ¡ Al suelº ! (Un gritº reco

rre el grupo de mirones . ) ¡ Se levanta ! ¡M e

ta cºrn ada

Otrº ¡ Dale corcºvº ! Veían la espuma'e

la boca . El belfo l e cuelga blanqueando .

244 JOSE LE ! N PAGANO

flor,patroncito

, ¡ que no m e digan ! (Tºdºs

aprueban cºn entusiasmº ) .

Ciprianº Se agradece el cumplidº .

(Luegº , a Vizcacha , baj o Yº hago agºra cº

m e que me vºy, y escuendº el malacara en

la cañada : vos te vas ayay me esperas . ¿ Cis ?

Vizcacha Si, mi patroncito . (Vizca

cha se escurre ) .

Cipriano (A Evelinda, que se ha retrai

do y fºrma un grupo con Nº Casiano , Zenón

y Zo ilº : ) M e vºy agºra pa nº se guir estor

bando . I disculpen , ¿ nº ? Aunque el entusias

m o de la m o zada quiera hacerme creer que

pa algo he serv io deteniendº al tºrº alzaº . I

gú enas tardes .

Varios (A la vez Guenas tardes .

Nº Casiano (Entre dientes : ) ¡ I ºj al á

se pierda de vista !

Cipriano (Baj º, a Zoilo Lº cºnvenido ,

¿ nº ?

Zoilo Io sólº tengo una palabra .

Cipriano Asi me gusta . (Vase pºr de

recha .

Nº Casianº Te desafio pa pel iarl o , ¿ ver

dad ?

Zo ilo N o , padrinº .

Evel inda Si, ñó Casianº : esa ha'e ser,

esa ha 'e ser.

E L ZARPAZO 245

Zoilo No , nº ha siº esº .

Zenón Giienº , muchachºs : ia es hºra de

dirno s al puente , cºmo lº mandó l'ingenierº .

Zoilo Es cierto,don Zenón .

Nº Casiano (A E vel in da) Lº que

es a éste nº lº dej º sºlº ni pa dir al sermón .

Evelinda Si, ñº Casiano : Ciprianº Luna

es capaz de madrugarl o .

Nº Casiano N º tengas miedº ; ió nº sºymancº .

Zenón ¿Vamos iendo

Zoilo Vamºs . (Tºdºs se alej an por la

derecha ; y algunos cºm entan : )Unº ¡ Fiesta más linda ! ¿Eh ?

Otro Pero que había sido mozº entrañu

dº Cipriano Luna .

Zenón I vos está t e sosegada, no más .

l á sabís que estandº “ Leal “ a tu laº,n o hay

quien se te acerque .

Evel inda Vaiasé tranquilº , tata .

Zenón Hasta más luego , y Dios sea bcn

dito,m

'hija. (Se van todos . E vel inda lºs mi

ra marcharse,y es cucha comº arrobada el

cantº de los que se al ejan . Luego el cºro se

extingue a la distan cia . Cae la tarde . El si

leucio es absºluto . Una pausa . Ciprianº Ln

na asoma detrá s de l algarrobº . y se retrae

cºn sigilº después de observar a E ve linda .

246 JOSE LE ON PAGANO

Esta se vuelve ; mira en tºrnº suyº, y cºn vºz

natural llama : )Ev elinda Leal“ . (Una pausa ) .

“Leal

(Evelinda va a encaminarse hacia el ranchº

y al llamar de nuevº a “ Leal” se queda

atónita ha vistº a Cipriano Luna que asºma

detrás del algarrobo . Un gritº se ahºga en

su garganta . Tiene un impulso ; el de correr

a refugiars e en su ranchº,pero de un brin

co, Cipriano l e cierra el paso )Cipriano N o se m e asuste , prenda ,

Leal” nº ha 'e venir . Perº naide la va a

cuidar mejor que iº . (Y mientras habla

parece contraerse cºmº una fiera pronta a

dar el zarpazº de la acometida) .

Evelinda N o . ¿ Qué quere usté de m i?

Ciprianº Quererte,pa que seas mía .

Evel inda ¡ Nº ! Ciprianº : ¡ nº !

Ciprianº Si ; pa tenerte en mis brazºs

i cubrirt e 'e besos .

Evelinda (Cºn voz sofocada ) Leal

¡ Leal !”

Cipriano De balde lo iam á s . Tu perro

con ser*

brav o y capaz de dego iarl o a unº

no ha pºdido resistir a la caricia que l e h1

h echo con éste . (Indica su facón) .

Evelinda ¿Lº ha muerto a“Leal ” ?

Cip rianº (Temible ) . ¡ Cómº mataría

248 JOSE LE ÓN PAGANO

Vizcacha ¿ 16 de usté que vi'a querer ?

Perº por usté ando acá esperandº a Cipria

no que jue en busca suya .

Lisarda ¿ 1 pa qué lado se hai ido ?

Vizcacha Pal ranchº oh, pº . ¿Nº le hai

dicho : andá pal ranchº y esperám e ?

Lisarda As í dij o .

Vizcacha I gúenº , pº . Pa ayarumbió y

me hai dejaº aqui esperando .

Lisarda ¿Estás sigurº , Vizcacha ?

Vizcacha Oh no vi '

a estar . I si no se va

yendº ió v i a cºbrar lonj a,y usté nº larga

el daño . Aprºveche . Veia . (M intiendº : ) ¿N º

es aqué l ?

Lisarda ¿ Cuál ?

Vizcacha Ahí se perdió entre las pie

gras . Vaya a largar el bel eñº de una vez ,

pº .

Lisarda Si, quero ; gracias . (Vase ) .

Vizcacha Ahí está . Veia qué cºsa ; cuan

do cuerpeio de lo lindº , nº bayº testigºs . Si

quiera tuviese Cipriano pº acá . ¿ Cipria'

n o ? . ¡ Qué va a andar Cipriano cºn la

atropellada que llevaba en la carrera¡ (H á

c e mutis izquierda . Luegº aparece E vel inda

tambaleándose,y se dej a caer Solloz

'

ando jun

to a un matºrral . Cipriano Luna ti ene,a su

vez , y la mira sonriente . Una pausa ) .

E L ZAR PAZO 249

Ciprianº ¿Pºr qué no ibas a quererme

si yº t e quiero a vos . (Ev elinda sigue sin cºn

testar : solloza ºcultandº la cabeza entre sus

manos . ) Guenº, mi prenda , m e vºy iendo

(E velinda levanta lºs ojºs y lºs

fij a en Ciprianº ) . As í me gusta, que n o

me dej es dirm c sin una miradita. Mirá que

me hais hiecho penar . Pero ia nº ha'

c ser

asi. ¿Verdad ?

E velinda Nº .

Cipriano (Abrazándola ) As í te quero

mi prenda .

Evelinda Nº vaias a tu rancho agora ;salilc al pasº tata

,haciendo t é el encontra

dizo , y decile que nº lº querº a Zoilo . Decile

que vºs sos -mi hombre pºrque ió he querio

quererte .

Cipriano Ia sabia 10 que así tenia que

ser,nºmás . Dame un beso mi vida . (Evelin

da l e ºfrece sus labios pálidºs . Cipriano se

detiene al ver a Lisarda,que aparece pºr la

derecha : )Lisarda M e l o m aliciaba . ¡ Perjurº '

Me hais hieehº dir a tu ranchº pa sacarme

de aqui i pa que nº estorbara tus fechºrías .

La muy taimada nos engañó a t uit o s hacién

dose la zorra .

Cipriano A ver lºca 'el diablº si t e

250 JOSE LE ÓN PAGANO

caiá s la lengua . (La amenaza cºn el reben

que ) .

Evelinda Nº . Ciprianº : dejála.

Lisarda ¡ N o me defiendas , vºl tiada !

Cipriano ¡ Caiat e º t e arrancº la len

gua !

Evelinda Dejá la. Andá y velo a tata,

vos .

Ciprianº Y nº l e permitas safadurías

a esta lechuza . (Y vá se pºr la izquierda .

Lisarda hace cºmº para seguirle,pero Eve

linda la detiene en érgica z)Evel inda ¡ Quedá t e, vos !

Lisarda ¿ Ió ?

Evel inda Quedá t e, hie dicho .

Lisarda ¿Pa qué ? ¿ Pa ver que agora

vºs tamb1en sos una arrastrada ?

Ev elinda ¡ Caiá t e ! (Va hacia el forº ,

y sigu e con la mirada a Ciprianº Luna , que

allá abajo , se alej a internándose en lºs pare

dºnes del río . Saluda cºn la mano , cºmo si

respondiese a ºtrº saludº) .

Lisarda'

Agora vos tamb1en t e vas a

consumir cºmº ió . Y ºj alá te degiíeie Zoilo

pºr traiciºnera . (Evel inda aparta lºs ojºs del

abismo pºr dºnde se alej a Ciprianº , y los fi

j a en Lsarda : su expresión es l a de una alu

cinada. Luegº cºrre al ranchº,y sale pºco

I N D I C E

E l h om bre que vº lvió a la vida

La re ve lación

E l vo lte ador

En e l desfiladerº

E l hºmbre que pe rdió la vºluntad

Las h ºgu e ras de San Juan

E n la m isma l lam a

E l zarpazº ( pteza en un actº )

Pá g. 5