EL HOMBRE QUE VOLVI ! A LA VIDA
Las sierras ofrecen pocas distracciones a
quienes han menes ter el incentivo de la vida
exterior. En verano algo animan las cabal
gatas,regocij o de la gente moza . También es
causa de feliz esparcimiento la inevitable“kermesse ”
,organizada a beneficio de los
pobres una veces , y otras con el fin de pro
piciar las obras de la iglesia en construcción .
Este suele ser el acontecimiento de la tempe
rada . Se reúne,para el efecto
,numerosa
concurrencia,procedente de los chalets cir
cunvecin o s , que dej a una extensa hilada de
automóviles en la calle,sin aceras y sin em
pedrado . El atavío de las damas evoca las
fiestas análogas que se efectúan en la ciu
dad . En rigor,es la metrópoli que ofrece un
episodio más de la caridad mundana . Cumple
consignar que los resultados financieros son
JOSE LE ÓN PAGANO
casi siempre muy significativos . Tambien es
cierto que , en su mayor parte , l o s produce
el juego de azar, l ícito en este caso , atendi
dos los fines . Un descontento observa que las
obras del templo están siempre igual .—En cuanto a l o s pobres observa otro
,
¿ para qué inquietarse ? ¿No se acaba de
inaugurar el cementerio grande ?
A estas reuniones da realce la banda del
pueblo , que , además de director , tiene un
presidente y un secretario , i gnorándose la
causa de estas designaciones .
Pero termina el estío,y con él toda ani
mación desaparece . Las “ villas cierran sus
portones , c esan las cabalgatas , enmudeccn
las bocinas de los automóviles. y la calma
de las sierras torna a imponer su dominio
de quietud . Mas no todos l o s forasteros vucl
ven a la ciudad . Los que se quedan , huel
ga decirlo,son precisamente quienes m ás an
sían abandonar las sierras, porque sus con
diciones orgánicas l es obliga a permanecer
allí . La despedida , po co grata siempre . t o
ma en algun os casos aspecto de resignación
desgarradora . Hay , es cierto , quien sabe so
brel l evar su invisible carga de angustia . y ,consciente de su “ es tado”, sonríe al salu
dar con la mano mientras el tren se aleja .
E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 7
Otros permanecen inmóviles , con l a mirada
sin expresión , fij a en un punto determina
do . . sin ver . 0 viendo solamente las
sombras de su propio espíritu ent en ebre
cido . Al pequeño mundo que se alej a con el
út l im o tren de la temporada , y donde van
confundidos el hogar, los anhelos , las ilusio
nes, sucede la vida del pueblo , siempre i gual ,
monótona , somnoli enta . Y entonces,de tar
de en tarde,vuelve a verse el mismo paisa
no , enjuto y seco , j inete en su m agro ro
cín . Ha recorrido largas distancias , y viene
a mercar los cabritos que trae enfundado s
en las alforjas de tejido serran o . 0 bien es
el burrito l eñat ero que , después de cruzar
la loma , se detiene cabizbaj o delante la puer
ta,como esperando verse l ibre de la carga ,
cuyo valor es tan exi guo . Con frecuen cia es
también el chinito , descalzo y andrajoso . que
pregunta si quieren comprar cinco huevos .
La urgencia del apremio no l e permite com
pletar la media docena para convertir en me
talico la pobre mercanc ía . Ni siquiera falta“ el loco del pueblo", un infeliz que llama“tatita
” a cuantos pide diez centavos . Es
el viej o Crespo . Anda como si el suelo fuese
movedizo , zangoloteando . Su indumentaria ,
de procedencia varia , da l a impresión de
JO SE LE ! N PAGANO
estar él metido en ella , no de vestir él las
prendas que la componen . En efecto , al ver
sus bragas en forma de acordeón , dijérase
que ha caído dentro de ellas , sin atinar a
explicars e la causa . El saco,desmesurado ,
mo rt iñca al paciente , obligándo l e a buscar
sus manos extraviadas en la inverosímil lar
gura de las mangas . Así es cómo a cada
instante dej a caer el bastón , que recoge con
presteza,para dejarlo caer de nuevo . El vie
j o Crespo tiene un den : el de llorar a l á
grima viva siempre que se l o proponga . Y
algunas almas caritativas se l e exi gen antes
de darles los diez centavos p edidos . Es una
de las distracciones del pueblo . Pero la ma
yor de todas, es ir a la estación l o s días en
que pas a el tren procedente de Buenos Ai
res . Es , sin duda , el único punto donde se
ve reunida la pequeña colonia forastera .
También concurren otras personas,como ser
los encargados de trasladar al correo la co
rrespo ndencia, l o s comisionistas de hoteles
y uno de l os tres agentes de policía en quie
nes descansa toda la seguridad del vill e
rrio . Acude , por último , algún“ break”
, por
si hay pasajeros , y el carro para trasladar
las provisiones . Esquiva su paso la t o rcaz ,
que pone una nota tornasolada en la tierra
E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA
jalde,y continúa pieo t eando el suelo con
fina elasticidad .
Y allí es donde m ás se ve que la vida
no es muy difluída. Se ven siempre las mis
mas caras , se oyen idénticas palabras , y la
escena es i gual siempre,invariable
, unifo r
me,monótona .
Ese día el tren tardaba más de lo ordina
rio . Hacía un tiempo desapacible . El otoño
comenzaba co n
'
la acidia de los dias sin so l ,
destemplados , Diluías e en la at
mósfera una niebla tenue , que se int ensifi
có po r el lado del norte . Al guien observó que
tardaría en llover . Bajaba de la sierra un
aire húmedo , frío , y la espera se hacía pe
nosa . El charl o t eo de los circunstantes fué
perdiendo , poco a poco , su animación habi
tual . Todos buscaban un reparo contra e l
aire que l os entumecía. Andaban de aqu í
para allá, con el cuello del abrigo levanta
do y las manos metidas en los bolsillos .
De improviso se anunció la lle gada del
tren , y al rato se d ivisó el penacho de hu
m o que arrojaba la locomotora . Poco des
pués,la enorme culebra ferrada se vió
aparecer en la extensa curva del camino ao
cidentado . Aun no estaba próxima al andén ,
cuando el vendedor de periódicos saltó del
10 JOSE LE ÓN PAGANO
vagón a tierra , y todos se precipitaron a él
para arrebatarle los diarios y las revistas
ilustradas , porque viene all í el comentario
palpitante de esa vida que “ ellos ” n o pue
den vivir . Y entonces la exigua colonia
rebulle , se arrem o lina ; pero la garulla es
de pocos instantes , brev ísim a. Luego cada
uno se alej a con el periódico ansiado,y t o
do vuelve a su calma habitual,es decir
,a
una quietud de letargo .
Pero esa tarde n o ocurri ó así . Ayudado
por dos camareros del vagón restaurant,la
concurrencia vió cómo descendían del tren
a un hombre que n o podía tenerse en pie .
Impresionaba su aspecto desmedrado . Era
alto , curvo , todo hues os mal avenidos . y de
una palidez tal, que excluía toda aparien
cia de vida.
Le sentaron sobre una maleta . Se ap roxi
mó un “ break ”. Le subieron al veh ícu l o y
después de cargar el equipaj e , el coche se
alej ó .
El enfermo había dicho que le llevaran
al mejor Hotel . Llegaron . Pero al ver al
pasaj ero declararon que n o tenían habita
ciones . El desconocido ordenó que l e lleva
ran a otro hotel . El -cochero emprendió el
viaj e de mala gana.
'
Al deten erse ante la
E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 11
puerta del segundo hotel , el enfermo oyó
decir
—Aquí tampoco hay piezas .
—Vamos a º o tro articuló el paciente,
con vo z desmayada .
— Será inútil dijo para s í mismo el co
chero . Cuando no l o reciben éstos .
Y fué inútil .
El enfermo , no obstante , descendió ayuda
do po r el cochero . Quiso hablar con el due
ño o con el gerente del hotel . Ofreció pa
gar l o que fuese menester. Su aspecto era
de persona acomodada . Se l e contestó in
vocando el reglamento , se gún el cual esta
ba prohibido recibir enfermos en los hote
l es .
Poco a poco fueron acercándose al gunos
curiosos y,entre éstos , varios forasteros que
volvían de la estación . Todos comentaban
el caso con vez queda . Inmediatamente l l e
gó el comisario . Miró al enfermo , y dijo co n
suficiencia
—Ya me l o mal iciaba.
Y uno de lo s mirones replicó
— N o l o qui eren recibir en ning una par
t e . ¡ Pucha , digo , con la herej ía !—Y no se le puede abandonar así aña
12 JOSE LE ÓN PAGANO
dió otro . Hay que ampararl e de cual
quier modo .
El pobre enfermo estaba allí,xaurado , con
la mirada llena de estupor
—Lo“ pedimos yebar
” a la com isaría . Si
quiera que pase la noche baj o techo . Y
dirigiéndose al paciente ¿No le parece
amigo ?
El interpelado no contestó . Su mísero
cuerpo fué sacudido po r una vibracion ner
vio sa, y un ligero tinte rosado cubrió sus me
jil las .
Anochecía . El poniente manchaba de san'
gre las nubes , que se dilataban amenaza
doras .
Uno de los curiosos , que miraba la esce
na montado en un jam elgo malacara,se
aproximó más al grupo de mirones . El es
pect á cul o parecía rego cijarl e . Su rostro te
n ía una expresión de malicia artera . Algo
obl ícuo desprendíase de su mirar avieso.Era
un recovero . Una o dos veces por semana
v eíasel e bajar de la sierra al tranco del ma
lacara,repletas de huevos y gallinas las al
forj as de cuero duro . Le apodaban “Martín
Vizcacha “,porque dedicábas e a cazar viz
cachas cuando no eampaba de su comercio .
E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 13
Martín Vizcacha miró al enfermo,y ex
c l amó con voz agria
— Ese ya n o sirve más que pa l o caran
chos . Y una risa brutal puso al descubier
t o su dentadura ennegrecida por el tabaco .
El enfermo se estremeció : Sus ojos se dila
taron,y una mirada relampagueante fué a
clavarse en e l hombre de a caballo . El re
covero quedó subyugado . ¿ Qué vió en el mis
terio de aquellos ojos ? Eran como dos abis
mos de luz y sombra donde se agitaran las
tempestades de una tragedia sin palabras .
Todos enmudecieron . E l hombre de a ca
ballo permanecía all í , rígido, inmóvil . Des
pués el enfermo hizo un gesto brusco,como
si acabara de pactar algo cons igo mismo en
el secreto de su alma . Y cerró l os ojos .
El j inete pareció despertar de un letargo .
Miró a los circunstantes, y después de picar
su caballo , s e alej ó sin volver la cabeza .
Hubo una pausa . Luego el comis ario dij o
que trasladasen a la com isaría al desco no
cido . E l cochero pareció vacilar. Hizo enton
ces nu es fuerzo el paciente , y con vo z ape
nas perceptible , dij o resignado
—Vamos .
— Es l o mejor. Haremos que le traigan un
14 JOSE LE ÓN PAGANO
colchón de cualquier “ lao”, y
“endespues
veremos .
º
El triste convoy se pus o en marcha . Iba
al paso . Muchos curiosos le seguían en si
leucio . Hubiéras e dicho un cortej o fúnebre .
Las sombras caían como si am o rta
j aran la tierra ; y allá, en el horizonte , des
fallecía la úl tima vislumbre del ocaso . A l o
lejos,una campana plañía lenta
,pausada ,
melancólica . Llamaba a la novena de San
Antonio,patrono del pueblo .
Poco después , el coche se detuvo en un
callej ón orillado de copudo s guaribays. Allá,en los fondos de un terreno baldío
,perci
bias e un a casucha baj a . Era la com isaría
Ayudaron al viaj ero a descender del break .
Luego le sostuvieron para andar el trecho
que l o separaba de la vivienda hospitalaria .
Al verles ll egar , los agentes acudieron. Le
llevaron a una habitación amplia y obscura ,donde solo había una mesa y algunos ban
cos de madera . La lámpara, cuyo tubo bpa
co permitía una luz amenguada, colgaba de
una de las vigas que sostenían el techo ahu
mado . El piso era de tierra apisonada.
Dejaron provisionalmente al desconocido
en uno de los bancos .
El comisario imparti ó órdenes . La pºstra
EL HOMBRE Q UE VOLVI ! A LA VIDA 15
ción del enf ermo era agonio sa. Estaba como
abismado en su prºpio infortunio . Sus o jos
miraban l lenos de estupor . La fiebre l os con
sumia .
Cumpl iendo las disposiciones del co
misario, se traen un catre de lona , un j er
gón ,unas cobij as y dos almohadas . La cama
queda tendida al instante,y el enfermo es
trasladado a ella con solícito miramiento .
Un detall e sorprende a todos : el silencio
del paci ente .
— Pa mí que no yega a mañana dice
un o de los poli cía al oído de un forastero .
El comisario se diri gió al desconocido— Sería bueno avisar a su familia . ¿N o l e
parece,señor ?
'
Lo s ojos del enfermo se fij aron en él , y su
semblante se tornó sombrío .
— ¿N o tiene parientes“ aya en la ciu
dad ? ¿De dónde es us ted ?
Si guió una pausa . El interpelado suspiró ,
y con vo z angustiada , repus o :—N o t engo a nadie .
— ¡ Sí que es un trance ! Y l o malo es que
no“po dim o s
” hacerlo quedar aquí . Se v'a
tener qu'ir a Córdoba n o m ás .
El com isario cal ló de improviso , y todas
16 JOSE LE ÓN PAGANO
las miradas se fij aron en la negra silueta
que aparecía en el umbral de la puerta .
El senor cura ! — expres ó un agente .
Pero a nadie extrañó verle allí .— Buenas noches dij o con sencillez el
padre Gonzalo . Luego , dirigiéndose al co
misario, mientras indicaba al enfermo que
yacía en el catre : ¿Está tan grave como
dicen ?
El padre Gonzalo se aproximó al enfermo ,e inclinándose sobre él , prefirió muy suave— La paz de Dios sea con nosotros
,her
mano .
Y aguardó un instante . El desconocido
permaneció inmóvil . Entonces el sacerdote
posó el dorso de la mano izqui erda sobre
la frente sudorosa del enfermo .
—La fiebre l e abrasa dij o en vo z queda ,
dirigiéndose al comisario . Y tras un silen
cio,inclinándose sobre el cuitado
,l e bisbisó
casi al oído : Vengo a traerle los auxi
lios de nuestra santa religión .
El padre Gonzalo era un hombre recio y
de arrestos varonilºs Había ido a las sie
rras en busca de clima propicio , anos atrás ,cuando su organismo amenazó desquiciarse .
E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 17
Y allí c ontinuaba . A él se debía que la i gle
sia fuese parroquial .
Afrontaba las situaciones segú n las cir
cunstancias . Porque hay quien no se avic
ne si un o s e achica” . Cuando subía al pul
pito,convcrt íase en pedestal la ignominia de
aquella cátedra . Los bueno s feligreses n o s e
percataron nunca de que ese púl pito semej a
ba un tablado de titiriteros . Eran sus pelda
ñ o s tres caj ones sobrepuestos,algunas ta
blas irre gulares su piso,y cuatro palitro ques
forrados de bramante colorado y chillón e l
antepecho . Desde allí predicaba el padre
Gonzalo al pintore sco grupo de sus oyentes .
Por lo regular, bacialo en tono á 8pero . Eu
ro strábal es su falta de piedad, fustigando
sin miramientos el desquicio moral que reba
j aba a cuantos vivían sin el temor de Dios ,“porque vivir sin el temor de Dios es pro
pio de bestias,no de cristianos Luego en
traba en detalles de orden doméstico,pres
cribía normas de higiene , llamando a las co
sas por su nombre,
“ para que entendiesen
mej or “ . Ya sabía él po r qué adoptaba ese
tono . En efecto,el menos observador hu
biera advertido que , terminada la prédica, al
guna penit en ta se alejaba con la cabeza ga
cha,enco jiéndo sc como para ocultarse . Las
18 JOSE LE ÓN PAGANO
alusiones , que sóla alcanzaban al interesado
eran de efecto se guro .
Si , por mala ventura, t opaba el padre Gon
zalo en la calle con alguno que olvidas e el
respeto debido a su condición de sacerdote,
“no se andaba con chicas para retrucarl c
y hacerlo ¡ Qué diablos ! E l
también era hombre como el primero ” .
Y así había logrado imponerse,“ ajustan
dose al medio,y según las circunstancias ” .
Frisaba en los cuaren tas años . Era de esta
tura regular . Lo inquieto de su espíritu re
fl ejábase en el bri llo de sus oj os garzos . Y es
t e clérigo,a ratos desconcertante
,era pia
doso y compasivo ante el do lor y la d esven
tura . Donde hubiese un cuitado n o era me
nester llamarle . Acudía solícito a la cabece
ra del paciente,desdeñando con entereza t o
do temor de contagio . Entonces se transfor
maba . Su voz adquiría inflexiones de infini
ta dulz ura . N o eran infrecuentes sus actos
de abnegación . Y muchos l e'
vieron en las
madrugadas invernales cruzar a caballo'
el
valle,internarse en una quebrada , aparec
”
en la loma,recorrer la extensa curva del
camino sesgo, desaparecer un trecho para
divisarl e después en una ladera , a cuyos pies
amenazaba un precipicio , y andar así , lio
20 JOSE LE ÓN PAGANO
después es inefable . Si, hermano en Cristo ,
acepte los auxilios de la fe . Deje que l e ad
m inistre los santos óleos y D ios le acogerá
en su bondad infinita . ¿Verdad que l o desea
usted ?
El enf ermo call aba, inmóvil, fij a en el sa
cerdo t e su mirada febril . El silencio era ah
soluto . Todo estaba al l í como suspenso . Na
die parecía respirar .
Siguió una pausa . El sacerdote y el enfer
m o se miraban con ñjeza. Al go se decían al
mirarse . Al go que nadi e penetraba pero que
logró turbar a todos . Los ojos del enfermo
se dilataban en sus órbitas profundas . Un
rictus extraño contraía su boca trému la . La
luz mortecina dá bale el aspecto de un ser
próximo ya al tránsito supremo . El misterio
del m á s al lá parecía po seerl e . Estaba como
en el lím ite de lo no sabido . Y el silen
cio pro lóngábase inquietante . ¿ Qué ocu
rría ? ¿Por qué se miraban de tal modo esos
dos hombres ? ¿Era acaso una revelación sin
pal abras ? ¿Es que el sacerdote escudriñaba
su alma y penetraba su misterio ? ¿Era un
abismo de luz o de sombra ? ¿ Qué veía en su
fondo ? Indudablemente es os dos hombres
sostenían una lucha angustiosa . Eran dos
conciencias que se debatían y chocaban en
E L HOMBRE QU E VOLVIÓ A LA VIDA
un mutismo estremecedor . Por momentos e l
semblante de esos dos hombres se contraía ,
los ojos adquirían una fij eza hipnótica ,y
baj o sus frentes dij érase que pasaban e n
desorden , pensamientos rebeldes en uno v
sentimientos persuasivos y piadosos en el
otro .
El padre Gonzalo dij o de pronto con voz
poco se gura
Sea humilde ante l a misericordia del
Supremo Hacedor . Acepte el Viático . Es la
vida eterna . Es Dios mismo . Y añadió co n
acento más débil : Voy a disponerlo todo
y usted recibirá al Señor en l o s Sacram en
tos .
Entonces el enfermo se agitó est rem ee 1en
dose . Luego se incorporó bruscamente y di
j o con firmeza—¡ No ! y se tendió en la cama de nue
vo,volviendo las espaldas . Fué una impre
sión de indescriptible estupor .
El sacerdote dej ó caer la cabeza sobre el
pecho y continuó co n los ojos fijos en el
desconocido . De pronto éste tuvo un sacu
dimien t o que l e agitó fuertemente . Siguió
un golpe de tos, seco . Inco rpo róse de nuevo .
Su rostro desencajado se congestionó . La
tus l e acometió recia ,convulsa v una boca
22 JOSE LE ÓN PAGANO
nada de sangre parecio ah o garle . Entonces
el padre Gonzalo acudió y le sostuvo la fren
te sudorosa .
— Es una h em optisis . Tenga ánimo . Trate
de descansar .
— Yo n o sirve pa estas cosas . d1j 0 El
comisario . Y luego consultando la hora agre
gó : Nosotros “t enim o s
” que salir pa la
ronda . Y dirigiéndose a un o de l o s agen
tes que parecía extraño a la escena : Vos
po dís quedarte , por si acaso . ¿No l e pare
ce,p
'
adre cura ?
— Yo me quedaré . Atiendan ustedes a sus
deberes . El mío es velar al enfermo . Su
v ez había adquirido la energía casi impera
tiva que le era habitual . Tomó un banco,lo
aproximó a la cabecera del catre,y se dej ó
caer en él como quien s e dispone a velar .
Su actitud decía que estaba hecho a esas
prácticas piadosas . Ya en el “patio mien
tras los agentes cinchaban sus caballos,ex
clamó el comisario , lleno de as ombro
Pucha,digo con el hombre ese ! Miren
que había sido No querer l o s
Y va a estirar la pata , no
Y en esa persuasion emprendió la marcha .
más
E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 2
Pero a la manana si guiente sorprendieron
dos noticias a la colonia forastera : el des
conocido vivía aún y ya no es taba en la co
mis aría .
— Se fué al rancho del “ negro Jaime .
N o es zonzo el negro . .
He aquí como se verificaron las cosas
El enfermo pasó la noche en relativo so
siege . Descansó a ratos y se desveló po r mo
m en t o s .E l com isario quiso“t om arsignificación
por si acaso”
. Pero el paciente pidió que l e
dej aran en reposo . Antes de aman ecer . en el
gal icinio ,el padre Gon zalo se alej ó . para dis
ponerse a los oficios de su ministerio . E u
ton ces el comisario preguntó al enfermo qué
disp onía .
Presenciaba la escena el negro Jaime,
qui en . hal l ándose deten ido . p idió ver al “m o
ribundo”
. Había estado cebando mate a l o s
pol ic ías en la cocina . All í se percatara de l o
aconteci do respecto al forastero . Snn o . ade
m á s , que éste era p ersona de“posibl e s
”. El
dato tenía su imp ortancia . De modo que
al oirl o. Dre fm n t ar“ande i ría ,
el negro Jai
m e in tervino so l icitº :
— Si ha de vivir que se vaya a mi ran
ch o . ;. Ande mejor ?— Eso es dij o el comisario , presum so .
2i JOSE LE ÓN PAGANO
Ay lº puede cuidar, y ver si va tiran
do . ¡ No l e'
parece ?
— ¡ Clarº, pues ! Siquiera estará comº en
cas a prºpia . Lo servirán a su gustº . Yº vºy
y traigº a la Donatila, que es de primera pa
cocinar—Y después irá viendo si se acºmºda , y
de nº , puede que salga ºtra cºsa, arguyó
el cºmisario .
Jaime , aunque l e llamaran negrº nº
lº era . Tenía brºnceada l a cºl ºr ; y a pesar
de que estuviera alteradº por las muchas
lacerías de su vivir disoluto , aun conserva
ba su rºstrº vestigios de l íneas regulares y
finas . E ra un beodo cºnsuetudinariº . El vi
ciº , degra'
dándºl e pocº a pºcº , habíal e con
vertido en un rezago human º . En ºtrºs
tiempos pºseyó heredades y haciendas . Hºy
sólº dispºne del ranchº que habita y esº
pºrque una“hip ºteca" nº l e permite cuaj e
narl º . Vive al día “changueandº
” anni y
allí,
“pa mantener el viciº”. E s frecu ente
oírle p edir un ºs centavºs“pa chup ar” To
dºs lºs sentimientºs fuerºn ap agándose en
lº que persiste de su miseria ºrq ánica, y co
m e nº sea el ansia de “ chup ar” ya hasta es
insensible a la galga mordiente que aféal e el
E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 26
Cuandº bebe y alborota demasiadº, acude
el cºmisario , y l e intima
Ché , negrº insolente , andá pa la cºmi
saría y decile que yº t e mando ! Y el né
grº Jaime acata la intimación , perº es cºsa
de o írle mientras va a constituirse prisiº
nerº “hasta que l e pasan lºs humos”.
Sus denuestos mayores se diri gen cºntra
la “ tiranía pºlicial” que ni siquiera lº de
j a al pobre trabaj adºr chupar una cºpa a
gusto
Pºr unº de esºs episodiºs , tantas veces ré
petidºs , veíase allí al negrº Jaime desde la
tarde anteriºr .
A la hºra en que interven ía en el diál ºgº
referidº , estaba“ frescº " y a puntº de ré
cuperar su l ibertad . Tenía el rºstrº abº ta
gadº . en rºj ecidºs los ºj ºs . cuvºs párp adºs
se abul taban emneo uen ec1éndº lºs . A cºnse
cuen ci a de un gºlp e ten ía hinch ada l a parte
sup eriºr de la nariz . pºr lº cual adquiría
una exp resión grºtesca . Su vºz era rºn ca ,
ºbligán dºl e a carrasp e ar cºn fre cuen cia . Ac …
ciºnaba sin en erg ía . Su decaim i ento era la
la re acción l óm'
ea de las exp an siºne s que ha
bían dadº cºn él . una vez m á s . dºnde l e vimºs
cºn el descºnºcidº y el cºmis ariº . Después
que éste había dirigido al enfermº las re
26 JOSE LE ÓN PAGANO
flexiºnes cºnsignadas,el negrº Jaime le ins
tó diciendo—Espero el cºntestº
,patroncito .
El paciente dij º que aceptaba cuanto se
le prºponía y que deseaba trasladarse al ran …
chº apenas amaneciese . Y así se hizº,cºn
gran desahºgº del comisario .
— ¡ Curtido el hºmbre ! exclamó asom
brado pºrque el descºnºcidº nº se había
muerto según sus pronósticºs . Y en segui
da preguntó ¿ Sabe qué dij º el padre
cuandº se“ fué yendo ” ? Pues dij º : “
Este
hºmbre es un enemigº de sí mismº ” Y vie
ra que tristón se pusº mientras lº decía.
El ranchº del negrº Jaime se hall aba al
pie de un altozano , mediº oculte pºr un
cºrn n l en tº al garrºbo . Era p eq ueñº t e nía
enj albegadas las p aredes. lº que en su tiem
pº debió cºn stituir un lujo inauditº . Un ta
biq ue dividía su interiºr . La p arte m ás pe
queíia era la cºcina . y la m ás grande , aunque
reducida también . serv íal e de al cºba. Pero
cºmº en la p ared divisºria nº hubiese puer
ta algun a que aisl ara la cºcin a del dºrm i
torio . los murºs de ésta y de aqu él . enluci
do s antañº , aparecían ahºra amarillentos y
28 JOSE LE ÓN PAGANO
Cuando el fo rasterº entró en el rancho ,ayudadº pºr el
“ negrº ” Jaime , un'
agent e
y el cochero que lo había cºnºcidº,paseó
en tºrnº una mirada,y el desaliento m ás
amargº se dibuj ó en su rostrº .
— E ch ese aquí y descanse,patroncito l e
dijº el dueñº de aquella pocilga,indicando
le el catre . Pero el huésped dijo que lº
sacaran ; quería estar afuera“para tºm ar el
so l
— Cºm º guste , patroncito , aunque mejºr
estaría aco staº .
Nº ºbstante la ºbj ec10n , el enfermº fué l l e
vadº afuera . Le sentarºn bajo el al erº apo
yándºl e cºntra la p ared . Pagó al cochero , le
dió para “ cigarrillºs" al agente ; y al que
dar sºl o cºn el n egrº Jaime le encargó varias
comision e s . Había algº de imperativº en su
ac en tº debilitado .
D e sde luegº v eíase al hºmbre habituadº a
dirigirse a la servidumbre . El negrº Jaime
le escuch aba resp etuºsº .
En primer lugar era nece sari º cºn seguir
cama, cºlchón ,sábanas
,almºhada , fundas ,
cºl chas .— Cºn ir a l ºs turcºs en un momentº
está todo .
E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 29
— Bueno . Después se necesita una mujer
para que cºcine y atienda la casa .
— La Donatila, patrón ; la Dºnatil a, que es
muy propia . Si usted quiere agºra mesmo
la traigº .
— S í . Después yº iré indicandº lº que ha
ga falta .
Pocº después el negrº Jaime se diri gía al
pueblº , y su andar, cºsa extraordinaria , era
aceleradº y ágil .
El enfermº le miró alej arse,y cuando el
negrº hubº desaparecido,continuó cºn la
m irada fij a en el vacío : un aire de incºns
ciencia dibujábase en su rºstrº sin expre
sión . Era la extrema laxitud física , que al
fin postraba aquel ºrganismº aniquiladº pºr
la viºlencia de emociºnes crueles y brutales .
Sus oj ºs,faltºs de luz
,estaban vidriosos e
inmóviles . Antes era l o únicº que parec ía
vivir en aquel ser tan ahincadamente heri
do pºr la desventura . Y ahºra estaban yer
tos . Dijérase que miraban sin ver,cºmº anu
blades pºr las sºmbras de su prºpia alma .
¡ Y esa mañana la luz envo lvíalº todº en
su riente beso cálidº !
El sºl tºrnaba de ºro las cºpas de lºs ar
30 JOSE LE ÓN PAGAN O
hºles y refulgía*
en la quebrada de las mºn
tañas,haciéndolas resaltar en aristas cabri
l l eant es . ¡ Cuánta prºmesa de vida parecía
palpitar en la atmósfera,diáfana de ese día
lum inºso l .
Tºdº se había transfºrmadº en el ranchº
del negro Jaime . Las paredes estaban enlu
cidas . La pequena ventana tenía cristales yuna cortinilla transparente . El piso
,limpiº .
El descºnºcido hal l ábase en una cama blan
ca , de hierro . Estaba algo incºrpºradº,re
clinada la cabeza en dos almºhadºnes pul
erºs y muelles . Vestía un pijama de seda
gris .
En el pavimentº , junto a la cama, veíase
una alfºmbra . Y arrimada a la pared,una
mesita de luz c ºn una lámpara de petróleº,
y algunas dalias puestas en un vasº con
agua Tºdº ellº debíase a Dºnatila.
Al ne grº Jaime no se le veía en el ranchº . Andaba “
alsaº”
. Do natila tenía la cul
pa . El se hubiera “regenerao
” si ella le hi
ciera casº , pºrque Dºnat ila l e gustaba . Pe
rº la muy ladina “rumbiaba pa ºtrº lao
y así estaba él,“m á s triste que entierrº e
pºbre”
E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 3 1
Dºnatila es una chinita de veinticincº
anos , metida en carnes . La bºca, de labiºs
rosadºs , sºnreía siempre . El negro afirmaba
que era cºn“ mal icia“
,porque mostraba lºs
dientes, que eran blancºs y muy iguales, y
también porque se le formaban en las m e
jil las esos“ pºcitos que a é l l e daban ra
bia . Lºs ºj ºs eran dºs brasas . El negrº
no pºdía mirarlos sin sentir un cosquilleº
que lº hacía corcovear . Pero la m uy pi
cara “nº le hace juiciº N º ; nº le ha
ce “ juicio “ . Siempre está muy compues t ita.
Es ágil e inquieta cºm º u na ardilla .Va y viene,
deja estº y toma aquello , colocandº las cº
sas en su sitio ; pasa y repasa cºnt ºn eá ndo se
ligeramente al andar ; barre aqui , sacude allí
el pºlvo, se sienta a coser un bºtón, corre
presurosa a levantar la tapa de la ºlla,dis
pone la bandej a para servir al patrón , oxea
las moscas . Y el negrº Jaime la mira y la
Ella l e nºta y sonríe . Cuandº la
requiebra y le hace gracia , responde cºn
risa cristalina a la fineza,perº si al negro
se l e van las manºs y se propasa , entonces
cºntesta ella cºn una manotada que suele
resultar sonºra en la cara curtida d e l pre
tendiente .
32 JOSE LE ÓN PAGANO
—¡ A ver negrº cachafaz si dejas tranqui
la a la muchacha !
Es el patrón . Al oírle,el negrº se aquieta .
Pero nº puede conteners e muchº tiempo .
Vuelve a lºs requiebros primerº,después
t óm ase m á s efusivo,y entºnces recibe ºtra
manotada de Dºnatila . Y la vºz del patrón
insiste—¡ N o seas impertinente, negrº !
—¡ Perº, qué demºnio ! Donatila l e gusta,
ba demasiadº .
Y cuandº no podía m á s, entonces el negrº
se iba al almacén de dºn Abraham,y allí
abogaba sus quebrantºs amat oriºs“ chupan
do de lº lindº ”. ¿“ Qué otrº remediº l e que
da al pºbre " ? Perº esa vez la causa de su
ausencia era ºtra . Desde “ un principiº , an
daba mediº am o scaº”
. Tºdos querían saber
quien era el fºrastero que se había “ guare
cidº ” en el ranchº . El cºmisariº mismº no
consiguió “ tºmar significación” ¿ Por qué
se negaba a decir quién era ? Nº recibía ni
expedia carta“ a ningún lao ”. ¡ Pucha cºn
el hºmbre ! ¿Y l º que hizº cºn el cura la
nºche que casi se muere ” ? El negrº Jaime
escuchaba y se pºnía nervioso . Y cuandº se
veía sºlº,discurría a su vez : “ Sí, ¿por qué
nº quería hablar y se lº pasaba todº el día
EL HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 33
y tºda la nºche calladº ? Es verdad que era
generºso y nº regat eaba en los gastºs , y t o
dº l o hacía cºn largueza”
. Perº , ¡ de dónde
canejº sacaba la plata ! Pºrque naide lº vía
moverse e la cama . El baúl siempre lº
tenía cerraº y la bal ij a también Y
lº m á s raro es que pa sacar la rºpa la hacía
venir a Dºnatila, y en después cerraba
ºtra vez,y nunca la hizº que sacas e la pla
ta”. Perº el negro Jaime esa nºche iba a
hacer “una de las suyas , y sabría qui én era
el fºrastero , º el demoniº se l o iba a“ye
bar” de patas al infiernº .
Y siguiendº el impulsº de lºs tímidºs se
metió resue lt º al ranchº y presentóse al en
fermo .
Algº extraºrdinari º ºcurríale , pºrque te
nía puestº el sºmbrerº y nº pensó en quitar
selo . Estaba agitadº y trémul º . El enfermº
le miró indiferente . Esa calma nº dej ó de
amenguar sus bríºs . Hasta pareció descºn
certarl e . Po r fin dijo , con vo z insegura— Vea , mi patrón ; a mi ya me tiene hartº
la gente del pueblº , ¿ sabe ? Y nº es que a
m i me importe . Pºrque nunca m e“ daº
”
pºr averiguar l a vida de“ naide ” . Perº
a fuerza de darle a la nºria e l burrº se can
sa, aunque esté mal la Y
34 JOSE LE ÓN PAGANO
yº nº estºy pa que m e sospeche “ naide”.
Aunque pobre , nº tengº mancha ninguna, y
mi “ cºncencia” está limpia . Puede t estimº
niarlº el'
cura que me confiesa, ¡ canejº ! Y
sinº pregunte quién le cruzó la cara de un
chirlo a mi cºmpadre Hilariº cuandº vinº
a ºfertarm e cuatreriar
Dºnatila, que le había se guido, le escu
chaba cºn asombrº indes criptible .
“¿Dónde
iría a parar con semejantes rºdeºs ? ” El en
fermo le miraba impasible . Siguió una pausa .
El negrº había perdidº la ilación de su dis
curso . Sus arrestºs iban debilitándºse , ll e
nándo l º de asombro .
—Bueno, ¿ y qué ? interrogó
,brusca , Do
natila.
—Lo de siempre .
—¿Y qué es lº de siempre ?
—Ya lº “sabís
”vo s, y no
'
te hagas la m e
rrºnga.
— Quieren saber qui en sºy, de dºnde ven
gº y cómo me llamº, ¿ nº es esº ? dijº
el enfermo .
— ¡ Eso mesmo ! replicó, satisfechº , Jai
me , pues la pregun ta del patrón l e s acaba
del apuro .
— Este negro zonzo intervinº Donatila
nº cºmprende que hablan de envidia .
36 JOSE LE ÓN PAGANO
lºs crueles . Cºn éstºs se debe ser impl a
bl e
— As í es el que anda en el malacara , y
usted lº deja .
—¡ A ése ! . dij º con rápidº acentº
a ése . Y, dominándo se, anadió : Si,
a ése hay que dej arlº .
— Así es tá él de insºlente arguyó Do
natila, acudiendº a sus quehaceres .
¡ Y así estaba !
El recºverº detenía allí al malacara siem
pre que baj aba al pºbladº . Sin apearse , di
rigías e al enfermo , hablándole pºr la venta
nilla del ranchº .
Qué tal,dºn ? ¿ En tuavía sigue tiran
do”? Tºdo s no s chasqueamos la tarde que
yegº ¿ Quiere cºmprar una yun ta de gai
nas ? Son pºnedºras . Yº pens é que iba a en
treger el rºsquet e“ ay” nº m á s. ¡Mire qu
'
e
“jué
” un trance aquel ! ¿ Quiere que l e ven
da una dºcena de giíevºs ? Están lindºs . Tam
bién supe l º del cura . Dice que no quisº la“extermaución
”pºr nº confesarse . Y pºr al
go a e ser nº m á s que nº ha querio . ¿Pºr
qué nº me cºmpra a m i l as gainas y lºs
giievºs, dºn ?
E L HOMBRE QU E VOLVIÓ A LA VIDA 37
Hasta que intervenía Dºnat ila, y decíal e
terminante :— Pºrque nº precisamºs .
Y tras semejante réspice , prºferida cºn
vºz aceda, gºlpeaba , colérica , el postigo de
l a ventanilla,dejándºla cerrada . Entºnces ,
ºíase fuera una carcaj ada , y el recºverº ale
jábas e al trance del malacara .
— ¡Habrá se vistº ! prºfería, indignada ,
Dºnatila. Hay que dar parte a la policía
pa que pongan a raya al trºmpeta ese . ¿Quie
re que l e diga al cºmisariº , señor ?
—Es que vºlverá a las andadas .
— Déjalo .
Y l a escena se repetía una y ºtra vez .
siempre que al recovero s e le anto jaba pasar
por allí . El descºnºcidº cºnllevaba la befa
sin inmutarse . En su presencia , adquiría una
impasibilidad inexplicable . Su rostrº queda
ba inmóvil,sin expresión Pero cuandº el
recºverº se iba , azºtándo l e cºn su risa de
escarniº , él cerraba los ºjºs , y hacía el mis
mo gesto que le vi éramºs la tarde de su l le
gada, cuandº pareció pactar algº cºnsigº
m ismº,en el secretº de su prºpia alma .
Y ese gestº era cada vez m á s enérgicº y
afirmativo .
38 JOSE LE ÓN PAGANO.
El tiempo transcurría . Ya'
nº inquietaba
a nadie el enfermo . Pocos se ocupaban de
él Y puestº que nº pudo sabers e “ quién
era le denominaban “ El desconocido ",
cuando se le aludía po r incidencia.
De vez en vez iba a verl e el cºmisariº pa
enterarse s i el negrº Jaime se “ demandaba ” .
A veces,cuando la tarde era templada, h á
ll ábal e junto a la puert a , sentadº en un si
l lón de mimbre al calºr del “so lsitº” .
—¡ Perº ami gº ! decíal e . ¿ Sabe que
se va pom endº bien ?
S í ; él l º sabía . Y al acercarse la prima
vera , que allí se adelanta sie'
mpre , veía que
cºn l ºs nuevºs brºtes también fluía en sus
venas un vigor nuevº .
Ya nº estaba tan agobiado . Las espaldafs
parecían libres de aquel pesº invisible que
las dob'legaba, cansándºlº hasta po stra
'
rl e .
Pºcº a pºcº fué abandonandº el lechº . Da
ba cortos paseºs por sitiºs apartados,y
"
vol
vía radiante al cºmprobar que nº se fati
gabe . Su rostrº habías'
e llenadº . El”
pechº
m º'
strábase anchº,y su aspecto era de vi
gor. Las manos,antes huesudas y d escar
nadas , eran ahºra recias y fuertes . Dij érase
que la talla de ese hºmbre había crecido .
Tenía erguida la cabeza,y sus ojºs miraban
E L HOMBRE Q UE VOLVIÓ A LA VIDA 39
cºn altivez imperativa . Una tarde lº expe
rim en tó el recovero . Se había allegadº a la
ventana c omº de'
cºstumbre, pero notó cºn
asºmbrº que el descºnºcidº nº estaba en el
lecho .
—¿Es que cantó pal carnerº ? pregun
tó en voz destemplada .
Entonces el descºnºcidº,que hal lábase en
cuclillas,hurgando en su maleta , se incor
po ró brusco , y sus ºj os se clavaron en el
recºverº . Aquella aparición sobrecogió al
provocativo j inete,inmutándolo . Siguió un
silenciº largo . Después el recºvero apartó
la mirada , picó su caballº y se alej ó sin vo l
ver la cabeza,
“ comº aquella tarde” .
Lºs ojos del descºnºcido brillarºn . Su
rºstrº tení a la expresión de un alucin ado .
Al verle,Dºnatila
,sintió miedo .
Qué le pasa,señºr ?
El nº cºntestó . Y Donatila se alej ó , tur
bada .
Desde entºnces el recºverº nº vºlvió por
allí . Daba un rºdeo cuandº bajaba al po
blade . Y una tarde que el descºnocidº sa
l iera a su paseº de costumbre,el reco verº
vºlvió grapas al encºntrars e cºn Fué la
tarde en que el desconºcidº levantó e l puñº
en ademán de amenaza y pre firió palabras
40 JOSE LE ! N PAGANO
que nadie pudo Ciertº día fué al pueblº ,y al verle preguntarºn
“ qui én era ese foras
tero altº y arrºgante que pasaba
E l negrº Jaime le temía . Ya nº iba con
tretas" para sacarle dinero . A Donatila
baciala temblar cºn sólº mirarla .
Se aprºximaba e l estío . Una mañana pi
dió el almuerzo muy tempranº y encargó
al negro Jaime que le alquilara un buen ca
bal lº ,“ para sali r a dar una Vuelta“ y pro
bar el ! inchester que l e vendió e l turco
Elías .
Ves tía saco y “ breech” de gabardina gris,calzaba botines amarillºs cºn polainas del
mismº color .
Almorzó cºn excelente apetitº , repartió en
los bºl sillos del sacº una merienda, se pusº
el sºmbrerº café de anchas alas con barbij o
de cuerº y montó el zaino que le traj era el
negrº .
— Al canzam e el winchester, Jaime . Tené
cuidado pºrque lleva carga .
Pocº después se alej ó,siguiendo la ruta
del “ cerrº grande” .
Dºnatila y el “ negrº ” Jaime l e siguierºn
con la mirada hasta que se pe rdió de vista .
E L HOMBRE Q UE VOLVIÓ A LA VIDA 41
— Y es de a caballº el patrón dij o e l
negrº” . Y luegº añadió Y “asigún
”
parece,el rºdeº va ser larguit o . Pa esº
yeba” merienda .
Y el rºde º fué largº de verdad , pues anº
checía cuandº regresó el descºnºcidº .
Dºs días después un guía se presentó cºn
dºs caballºs y dºs mulas . Al verle , dijº co n
voz firm e
— A ver, negro ayúdale a cargar mis
cosas a ese hombre .
El “negrº” Jaime y Dºnatila s e quedaron
atónitos . Una expresión de anºnadamient o
se dibuj ó en sus rostrºs .
— ¡ Movete , pues ! añadió el desconocí
do . Nº hay tiempº que perder .
El “negrº " Jaime o'
bedecw sin volver de
su estupor . Iba y venía cºmº un autómata ,
sin cºmprender nada de cuantº ºcurría .
Después el descºnºcidº se dirigió a Dºna
tila y l e intim ó autºritariº y bºsco—Y vo s , arreglé. tus pilchas , y vamºs .
La chinita tuvº un sobresalto . Su rostrº
de demudó
And á , t e digº ! Caray cºn la gente es
Y la chinita fué cºmo si una fuerza extra
42 JOSE LE ÓN PAGANO
ña la empujara , sin lºgrar substraerse a su
influjo .
Al ºír la intimación, el negro Jaime
quedó comº paralizadº . Un ligerº temblor
agitaba su Por mºmentos creyó
ser presº de hºrrible pesadilla . La cabe za
empezó a darle vueltas,cºmo en un vértigo .
Y hubºde buscar apoyo cºntra la pared pa
ra nº caer en tierra . Una vo z enérgica l e
hizo estremecers'
e
! ¡ A ver,
“ negrº” ! Venga un abrazº y si
l l egá s a precisar de m i, bus came allá arri
ba . El desconºcidº indicó el cerrº dºnde
anidan las águ ilas . Tomá,guardá esto
,y
adiós .
El descºnºcidº le dejaba una buena suma
de dinero . El negrº tendió la manº para
recibirla , pero su ademán era el de un 5 0
nambulo_ .Lºs ºjºs, desmesuradamente abier
t o s,
'
t en ían el asºmbrº de la estupidez .
Ya se había puestº en marcha la carava
na,y él permanecía allí
,clavadº en el mis
mº“
sitiº , cºn la manº tendida , ll ena de dine
rº . Trans currió así largº ratº. Después, cs
trem eciéndose de imprºvisº,miró su manº
tendida . Luegº esa manº se crispó , estru
jandº lºs bil letes cºmº garra . Su rostro se
cºntraj º en un gestº desesperadº , yarrojan
44 JOSE LE ÓN PAGANO
Ocultº en las grietas del picachº , como
incrustadº en ellas, º agazapado en la reta
ma ardida pºr el sol , estaba a toda h o ra . el
fºrasterº , cºnvertidº en un vigía que otea
ra el infinito .
Casi nº hablaba . Donatila veíal e ir y ve
nir cºn terrºr supersticioso . ¿ Quién era ese
hºmbre ? ¿Y por qué estaba ella a su ladº ?
¿ Qué pºder la dominaba , subyugándola ? Y
cstrem ecíase pensandº en que podía llegar y
sorprenderla en esos pensamientºs . Pºrque
él adivinaba sus ideas,y todº, lº sabía sin
necesidad de int errºgarla . Bastábal e cºn
mirarle lºs ºjºs,un breve instante . Ella
echábase a temblar cºmº un azºgue , y él
reía , ¿pero no con sarcasmº , nº ; reía cºn in
dulgencia benévola . E invariablemente l e
oía repetir— Tu eres la única persºna que nada pue
de temer de mí . Tranquilízate .
Y se alej aba .
Había transfºrmadº en choza una cavidad
enorme,labrada en la mºntaña pºr un des
m ºronam ientº quizás milenariº .
A poca dist ancia de la chºza , ºculta entre
las laderas , ext endíase una breve planicie
m ºt eada de matºrrales . Allí cºnstruyó el vi
gía una enorme jaula de paredes y techº de
E L HOMBRE Q UE VOLVIÓ A LA VIDA 45
tela metálica . Se dividía en dºs partes , una
mayºr que la ºtra . La m á s pequeña tenía
techº levadizo . Este maniobraba merced a
una cuerda,cuyº extremº se extendía a re
gular distancia,permaneciendº oculta en la
retama . La pared medianera tenía una puer
ta cºrrediza, también de alambre tej idº , m a
nejable desde afuera .
Pºcºs días después,al rayar el alba
, el fº
rasterº penetró en la j aula cºn dos cabritºs ,y de spués de darles muerte l o s coloc ó en
la parte de techº levadizo, que dej ó abiert o ,
-
y se fué . Al cabº de algunas hºras , lºs ca
ranchos comenzarºn a revolotear en tºrnº a
los animalitos sºcrificadºs . Acompañaban su
vuelº con gritos breves y agudos . Pocº des
pués , aguijºneadºs pºr el hambre , dejá rºnse
caer sobre la presa fácil y comenzarºn a de
vºrarla . Comían cºn ansia vºraz, sin estor
barse lo s unºs a lºs ºtrºs , atentºs cada cual
a. cºnsumir su parte , hasta que el hartazgº
fué cºmpletº . Y cuandº estaban ahit ºs,
cuandº el vuelo se hizº pesadº,cuandº e l
ansia faméli ca estuvº aplacada,entºnces e l
techº cayó sºbre ellºs, aprisiºná ndº lºs . Esc
festín cºstá bales la libertad . Inm ediatam en
t e e l forasterº abandºnó su escºndit e y cº
rrió juntº a la trampera . Lºs caranchºa agi
46 JOSE LE ÓN PAGANO
tarºn las alas y,lanzandº graznidos estri
dule s,revolotearon, chocandº cºntra la tela
metál ica,azorados y enloquecidos .
El cazadºr abrió la portezuela que divi
día en dºs la j aula , y lºs caranchºs se pre
cipitarºn hacia el otrº cºmpartimiento, ere
yendo sin duda hal lar de ese modº la liber
tad . Luegº vºlvió a cerrase la puerta media
nera , tornó a levantarse el techº y, atraídos
pºr el graznar de lºs cautivos y pºr el“cc
bº renºvadº de la carnada ”, acudierºn ºtrºs
caranchºs, que fuerºn, a su vez, apresadºs
cºn facilidad extrema . El núm ero de ellºs
era cºns iderable . Su cazadºr lºs miraba cºn
frui ción indefinible , cºn ternura, casi cºn
amºr . Hubiera queridº acariciarl ºs , cºn ea
ricias nº prodigadas jamás a ser algunº . Y
nº pudiendº hacerlo cºn sus manos,l es ha
blaba y su vºz descubría el acento m ás sua
ve , las inflexiºnes más dulces . Ah , ¿ por qué
nº le escuchaban , pºr qué nº entendían, pºr
qué nº penetraban tºdº el secretº de su car
ne y de su espíritu ?
¿ Quién podí a expresar, traducir con ente
a eficacia el deleite enl ºquecedºr que les
anticipaba la liberación de todos ellos,ya
próxima,ya inminente ?
El fºrastero había dej adº de alimentar
E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 47
lºs . Lºs caranchºs se agitaban, revºlwendº
se en la trampa infernal . Su graznido llena
ba lºs aires y repercutía en el espaciº .
— Oye, patrón advirtió Do natila,
lºs
earancho s es tán rabiosos de hambre “ayá
”
arriba . Si nº les da de cºmer se devoran en
tre“eyo s
”.
— Ya l es daré de cºmer, nº t e af lij as .
Y sonri ó de mºdº inefable . Luego se trepó
al picachº a otear el camino , pºr el ladº de '
la cumbre alta . Desde ella pºdía mirar sin
ser vistº . Ese día estaba inquietº , andaba
de aquí para allá sin sosiegº,esperandº al
go que nº llega, o que tarda en aparecer .
T odº su cuerpo se paralizó de pro nt º . Ade
lan tó la cabeza entre las hierbas que l e ocul
taban, fijºs lºs ojos en un puntº lejanº , cºn
teniendº la respiración ; y tras un instante
de inmovilidad absºluta em i tió un prºfundº
suspirº, un suspirº hºndº cºmº un gemidº ,
que pareció resumir todas las ansias de una
espera angustiºsa . Dejóse caer po r las bre
nas, agazapándose comº si hasta quisiera
ºcultarse de las rºcas por las cuales se des
lizara . M etióse en la chºza , de dºnde sali ó
pºcº d espués armado de su ! inchester ; y ,
cautelºso,s e trepó de nuevº al arcabuco ,
dºnde su mantuvo en acechº .
48 JOSE LE ÓN PAGANO
Allá abaj º , lej os aún , avanzaba un j inete
pºr e l desfiladerº , costeando el precipiciº .
Venía al paso tardº de su cabalgadura se
rrana . Avanzaba segurº . En lºs recodos el
mºntadº parecía quebrarse y formaba cºmº
un ángulº al afirmar las patas delanteras en
el plano avanz ado . El j inete no l e dirigía .
Iba la bestia librada a su ins tintº segurº .
Y de ese mºdº ve íase le adelantar, pºco a
pocº , lenta y tranquilamente . Era el j inete
Martín Vizcacha,el recºverº . Cuandº estu
vº próxim º, casi debaj º del picachº, l os ca
ranchos lanz arºn un graznido que hizº pa
rar las ºrej as del malacara y estremecer al
j inete . Es te miró a tºdºs ladºs,perº nada
lºgró distinguir . Mientras se guía su caminº ,
vºlvía la cabeza para apreciar, sin duda ,
donde se hallaban lºs caranchºs alborotado
res . El recºvero había ll egadº al puntº má s
encumbrado d e la lade ra, desde donde era
m á s hºndo el precipiciº . Nº había memo
ria de que ser humanº hubiese podidº des
cender hasta aquellas profundidades .
“¡ E se
era el sitio
El estampido de una detonación tronó en
el ámbitº,repercutió en el valle
,lº devºlvió
en el ecº la quebrada sonºra, y luego se pro
pagó lej ano hasta extinguirse . El j inete va,
'
E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 4 9
cil ó un instante y luegº cayó del lad o onnes
t o al precipiciº,entre las patas del caballº .
Estas impedíanl e rºdar al abismº . M ás cºmº
el pesº del caídº gravitara sºbre ellas,empu
j ándºlo hacia la hondonada, el caballº dió
unºs pasºs para esquivar el peligrº . Entºn
ces el cuerpº inert e se despen ó, chºcando
sordamente en las fragosidades de la mºn
taña . _ Y de tumbº en tumbo fué precipitando
cºmº si cada saliente riscosº en que golpea
ra lo arroj ase diciendº : “¡ más abaj º ; más
abajº ; más, más !” Hasta que llegó al fºn
dº del earcavón . Y allí quedó de espaldas .
Y,cºsa particular, el brazº derechº quedó
tendidº , cºmº señalando al ºtero de dºnde
partiera la detºnación .
Al verle yacer en el precipiciº , el descºnº
cidº se lanzó impetuºsº hacia la enºrme
trampera alambrada . Al llegar juntº a la
chºza, se encºntró cºn Dºnatila . En ese
instante el malacara pasó cºmº una exhala
ción,camino a la ºtra banda . Dºnat ila fij ó
en el descºnocido sus oj ºs llenºs de espantº .
El la miró con una expre sión de salvaj e ale
gria . Luegº corrió hasta donde se hallara
la extremidad de la cuerda . Sus manºs la
aferraron crispándose,y tiró de ella , enér
gieo y afanoso .Súbitamente. un gran revue
50 JOSE LE ÓN PAGANO
lº se levantó en espiral de la trampera , y el
jabardº de caranchos se arremºl in ó, llenan
do lºs aires de graznidos agudos . Dijérase
que la liberación l es hubiera enl ºquec idº . Des
cribían amplios vuelºs circulares, cºmº per
siguiéndose lºs unos a l o s otrºs , y tºdºs a la
vez lanzaban gritºs que parec ían ya jubile
sºs, ya amenazadores . De imprºvisº,aquellºs
que má s altº se remontaron , abrierºn el cicur
lº y tendierºn el vuelº hacia el ladº de la
hondonada . El des cºnºcidº se hallaba de
nuevº en su puestº de ºbservación,desde
dºnde seguía ansiºsº las evºluciºnes de lºs
caranchºs . Estºs hicierºn aun m á s estriden
t e su graznido,y arremºlinándºse cºmpactº s
se dej aron caer en la hondanada , sobre el
cuerpº yacente del recºvero cubriéndºl e en
absolutº . E l jabardº famélico rebullía lu
ci'ente allá en la hondonada . Dijérase
mºns truº descºnocido,contráctil, inquieto,
que se dilatara ya en un a fºrma, ya en ºtra ,
elástico y ágil,indiferente a las ºtras banda
das que revolotearan sobre él, pidiendº ca
bida en el lúgubre festín .
La tarde caía lenta y plácida . Desde su
arcabuco, el descºnocidº lº miraba tºdº comº
alucinadº . Tras cºrtos intervalºs,parecía
que el monstruº movible se disgregara,y al
52 JOSE LE ÓN PAGANO
gura de sus cruentas tribulaciones . E irgm en
dºse , magníficº de horrºr, levantó l o s bra
zos al cielº en actitud ºfertºria. Hubiéras e
dichº la encarnación de un remotº dios ven
gativº, retando la ºmnipotencia inmensurab l e
de las fuerzas obscuras . Luegº cºrrió ha
cia la choza,al aire su enmaranada cabe
llera . Tºdºs lºs encºno s, todas las angus tias ,
tºdºs lºs l ivºres, tºdos lºs espasmº s y tºdº
el hºrror que huracanaban el abismo de su
alma trágica estaban patentizados en la si
niestra cºntracción de su rostrº .
Al verle aparecer en el umbral, Dºnatila
retrocedió aterrada. Y él lanzó una carcaL
j ada que la estremeció paralizándola en el
rincón dºnde había idº a refugiarse .—¿N o me pedías que castigara ? rug10
él.,
Ya lº hi ce . Y fuí inexºrable . ¡ Ah ! ¿Yº
debía ser “ pa lºs caranchos ? . Y lº de
cía mientras tºdºs m e negaban su amparo ,sin piedad
,inexºrable, escarneciendo mi in
fortunio,brutal y cruel
,cºn saña, escupién
deme a la cara la hiel de su alma perver
regºcijándºse al verme trans ido pºr
tºdas las angustias y pºr todas las misc
rias . ¿Pa lºs caranchºs ?” y reía , cºmº si
quisiera hacer aun más bárbara mi agºnía en
mi abandonº Y creº haber muerto, por
E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 53
que cerré l os ºjos , y cuando l ºs abrí,fué
para ver las tinieblas en que m e arrºjaba el
egºísmº y la crueldad de los
Perº vºlví de entre l o s muertos .
Interrumpióse de imprºvisº , y sus ºj os si
guieron la dirección en que fij ara l os suyos
Dºnatila. Y al velverse , vió , en el vanº de
la puerta la erguida figura del padre Gon
zalo . El cura articuló en vºz queda— La paz de Diºs .
Perº la fras e quedó trun ca en sus labiºs .
El vengadºr había lanzadº un bramido de
fiera acosada . Crispáronse sus manºs , y t o
dº él se cºntrajº cºmº si fuese a saltar so
bre el intruso .
—La nºche me sºrprendió . Y comº nº
es prudente arri esgarse pºr el desfiladero,
pidº albergue en esta vivienda .
Lo s oj ºs del desconºcidº revo lvíanse ho s
cºs,sus sienes pulsaban
,sus músculos esta
ban tensos,y una vibración torturadora l e
estremecía , cºmº si en su palpitar tumultuo
se la sangre le quemara las arterias enarde
cidas .—¡ M entira l ¡ Mentira ! Perº yº nº caeré
en la celada,miserable impos tºr replicó
terrible .
Y el sacerdote repuso
54 JOSE LE ÓN PAGANO
Que el Señºr tenga pieºdad de tu alma
pecadora .
— ¡ Ah , pastor taimado ! Estabas en acechº ,espiandº mis días y mis horas .
— Diºs tºdº lº ve .
— Para sºrprenderme .
— Diºs todo lº sabe .
Y delatarine,emulando a Judas .
— Diºs sºlº puede juzgar, y su justicia es
en eterno .
— ¡ N o emplees ese tono ! Háblam e como
aye r.— Ayer tu alma estaba limpia de pecadº .
Hºy se mancha cºn la sangre de Abel . Que
Diºs tenga piedad de tí, hermano en Cris
t o .
—N o pongas a prueba las artim añas de
tu oficiº— El sacerdºciº es misión.
— ¿Y qué te enseña?— Que sºlo Dios es árbitrº de la vida y
de la muerte .
— Y cuandº baj es al llanº, ¿ qué dirá tu
cºnciencia al dej ar tras de s í el misteriº que
mancha mi alma cºn la sangre de Abel ?—Lo mismo que t e dice ahºra : mi pala
bra es de paz, nº de castigº .
—Perº al callar mi culpa,tú la encubres .
E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 55
—El sacerdºc io nº es delator.— Tu silenciº prºpicia mi impunidad .
— N o . D iºs está presente . Su jus ticia es en
eterno .
Sea ! replicó,enérgicº .
Lºs dºs hºmbres quedarºn frente a fren
te,mirándose con fij eza
,cºmº para llegar
al fondº de sus almas . El descºnºcidº , vi
braba,anhelante
,convulso . El sacerdºte mi
rábal e dolorido .
¡ Sea ! replicó aquél . Aunque yºsé si tiene D iºs el derechº de juzgarme ; ya
nº sºy un hombre . He cesadº de serlº cuan
do el instintº brutal de mi especie me re
chazó abandonándome a ladisolución en vi
da . Y desde entºnces,nº recºnozcº a mis
semejantes en lºs humanºs . Sºy de ºtra es
peci e . Mejor º peor , nº sé , perº diferente .
Hubº un silencio . Sus pupilas se cruza
rºn . El desconºcidº estaba jadeante ; sus
ºj os fulguraban . Luego , cºmº quien tºma'
una resºlución súbita,sacudió la cabeza y
dijº º
Tºdºs querían saber qui én sºy a t o
dos les mºrdía la curiºsidad po r conocer
—Yo lº supe al verte . Leí tu destinº en
56 JOSE LE ÓN PAGANO
tus ºjºs . El presagiº de ayer, hºy se cum
ple , repusº el sacerdote .
— Tú conoces al hºmbre que surgió del
dºlºr,a éste de ahºra. Yº t e hablo del ºtro ,
que tú nº has pºdidº cºnºcer .
—Unº y ºtrº se reconºcen en la misma
rebelión de ayer y de hºy.
—¡ No ! prorrumpió cºl éricº ; tú m e
viste ya transfigurado pºr la ferocidad de los
hombres . Tu pasadº es mi presente . Perº
hay,º hubº en mi vida un ayer que tú nº
alcanzas,que tú nº penetras .
¡ Nº m e interrumpas !— Habla .
— He dichº que nº sºy un hombre . ¿Y sa
bes pºr qué ? Pºrque la especi e humana me
horroriza .
— Amala en sus desvíºs, y ºfrece , cºmº Jc
sús, l a ºtra mejilla .
— Lo hice . Practiqué el bien y hallé el mal ;
fuí generºsº y fuerºn injustºs ; sembró amºr
y recogí ºdiº . Tuve una mujer, la mía en
l a l ey de D iºs y de lºs hºmbres , aquella a
quien tu Evangeliº ºrdena : “Dejarás a tu
padre y a tu madre . .
'
y a quien yº dedi
qué todºs l o s anhelºs de mi alma , ¡ mi
alma digo ! pues cuandº el morbº hincó ,sus garras en mi vida de fe y de amºr, ella ,
E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 57
l a elegida , la única, se apartó de m i, huyen
do del cºntagiº .
—Diºs tenga piedad de ella .
—¡ N o la tendrá ! ¡ N o debe tenerla !—La misericºrdia de Diºs es infinita .
—Misericordia es dar a cada unº lº suyo .
El justº y el protervo no deben ampararse
en la misma ley.
—La l ey es el amºr . de Diºs , y en él se
redime la criatura humana .
—Mal haya ese amor,s i en él se cºnfunden
el bien y el mal .—Que Diºs tenga piedad de tu alma en
la hºra de la muerte . Amén .
“El descºnºcidº“ l e miraba acezandº . El
sacerdote observábal e serenº y triste .
—Esta m ontaña'
pudº ser tu calvariº . Has
podidº redimirte en el dºlºr , porque el do
lºr revela el aspectº profundº de las cºsas .
Diºs te había señaladº para hacer de t í una
criatura el egida . Bas taba con que devºlvie
sea bien pºr mal . La prueba t e pareció dura
y t e rebelaste .
Para nº caer anul adº en la resi gnación de
tu pal ingenesia terrible .
— Has preferido ºpºner el mal al mal . Pc
rº vuelve lºs ºjos hacia tí m ismº , y mira en
e l“
fondº de tu ser . ¿ Quién es e l castigadº ?
58 JOSE LE ÓN PAGANO
¿Aquel a quien envías a la eternidad , º tú ,qué cargas cºn e l misteriº trágicº de su
muerte ?
El desconºcidº intentó replicar, pero sus
labios sólº pudieron contraerse en un gestº
nerviosº y rápidº .
— Es verdad prosi guió el sacerdºte cºn
vºz quebrada pºr la emºción ; hºy eres ºtrº
hºmbre . Algº acaba de morir en tí ; es el ser
que se doblegó cediendº a la pasión enemi
ga . Pºr esº me detuve : para sºcorrert e cºn
tra tí mismo . Imploré hospitalidad cºn el fin
de que mi presencia nº fuese acusadora . Pe
rº una voz habló en tí contra tí mismo . Mu
chas veces la ºirás . Siempre que interrogues
tu cºnciencia . N º la desoi gas , hermanº en
Cristo . Y cºnfía en la misericordia de Diºs
que es infinita . Y ahora puedº cºntinuar mi
camino ; el desfiladerº ya nº ºfrece ning ún
ri es gº para m i .
Y sali ó de l a chºza .
La nºche era apacible y diáfana . El pl eni
lunio envºlvía en una luz plateada la exten
sión de las sierras , que se escalonaban atala
yando el horizºnte . El cielº era de un azul
cristalinº, y l a armºnía estelar titilaba vívi
da en la profunda quietud adamantina .
El sacerdote se aproximó al cercº , tºmó el
60 JOSE LE ÓN PAGANO
sar de su prºpia sangre que afluía al cere
brº cºn violentas palpitaciºnes .
Escudriñaba ansiosº el panorama de la sie
rra, cºmº para acelerar el claror que apenas
cºmenzaba a difluirse indecisº allá detrás de
lºs últimºs cerrºs lej anos . Un vapºr az ulºsº
flºtaba en los collados , y en el valle , y accu
tuábase a medida que el cielº desvanecíase
en una suave colºración nacarada . Las estre
llas empal idecían , acelerando cºn vividº tre
mor su parpadeº ; y la luna solo hacía visi
ble nu arcº de ºrº pálidº . La mºntaña des
pertaba. Oíase el revoloteo de las aves de
rapm a y el chillido del zºrrº avizor . De
prºntº,asºmó entre dos cimas del cerrº
,l en
t o y radiante , el disco del sºl . Lo s prime
ros haces de luz , reflej arºn en el picachº
frºnterizº a ºriente , dºnde oteaba el desconº
eido . Sus pupilas enroj ecidas se volvi erºn
al sini estro earcavón . Perº nada alcanzaba
a percibir . La luz naciente pºnía vivº el cla
ro r en lºs resaltes , perº sumergía en una som
bra intensa las hºndºnadas, dºnde flºtaba
una niebla viºl ácea que hacía imperceptible
su prºfundidad . Al sentirse bañadº por el
sºl , l e asaltó un ansia lºca . N º se explicaba
pºr qué ese mismº sºl nº hacía resbalar sobre
el “ ºtrº ” un haz de sus rayºs . Y el aguij ón
E L HOMBRE Q UE VOLVIÓ A LA VIDA 6 1
de su impaciencia baciale fij ar lºs ºjos en el
hºrizonte comº si quisiera llevar a las pupi
las la luz que iba a volcarse en el fondº del
abismº siniestrº .
Perº al apartarlos del encendidº claror pa
ra vºlverlºs a la obscuridad,sus ºj ºs
,sólº
percibían una sºmbra que se coloraba y en
la cual se mºvían en rotación mil c írculos vi
bratºriºs. Luegº tºd o se borraba, fºrma, cº
lo r ; y el intensº azul vio lá ceº de la montana
parecía desvanecerse,y el vértigº amenazaba
dar cºn él en tierra . Entºnces cerraba lºs
ºjºs , levantando l a cabeza para recibir en
pleno rºstro la refrigerante brisa matinal .
La última vez debió quedar buen ratº en esa
actitud, pºrque al abrir de nuevo lºs ºj ºs ,
vió que el sºl, altº ya, doraha hasta el fºndº
un ladº de la hondonada . Un cstrcm ecimien
to le agitó convulso,dilatando sus pupilas de
alucinadº . Un espectáculº hºrrendº mºstrá
base a sus ºjºs . Allá en el fondº del abismº ,
aparec ía el recºverº en una transfiguracióu
alucinan t e . Il al lá base cºmpletamente despr
j ado de su rºpa , que yacía en j irºnes a unº
y ºtrº flancº de su cuerpº yacente . Estaba
sin ºjºs,sin nariz
,sin ºrejas ; faltº de la
biºs y mej illas , mºstrandº la dºble hilera
de sus d ientes . Y aquel rºstrº sin carne pa
62 JOSE LE ÓN PAGAN O
recia re ír cºn una mueca burlºna y siniestra.
El brazº derechº , descam ado, rígidº, t en
diass y cºntinuaba señalandº el picachº.
Estaba allí, degarrado , mutiladº , trituradº,
mºstrandº l os huesos en una visión de espan
tosa pesadill a . Al gunos carancho s iban y ve
nían sobre sus despºjºs, ahítos del fest ín ma
cabro .
Pºcºs días después ,el esqueletº blanquea
ba al sºl . Así habíanl º vistº algunos“ paisa
nºs ” que venían de la º tra banda siguiendo
la ruta del desfil aderº . La nºtic ia llegó al
pºbladº y cundió causandº) hºnda impre
sión . ¡ Un esqueletº en la hºndºnada ! Y sú
bitament e tºdºs pensarºn en que el ser a
quien pertenecía debió ser devºradº pºr las
aves de rapiña . La imaginación aldeana se
lanz ó en un torbellino de cºnjeturas ,inspi
radas tºdas pºr el terrºr supersticioso .
—¡ Claro ! decía uno,
su alma debe
andar en pena.
—¿A que aparece la luz mala ? asegu
raba ºtrº .
“¡ Cºmº pa ir pºr hay
” después de la
ºración !
antes de amanecer !
E L HOMBRE Q UE VOLVIÓ A LA VIDA 63
Lindº pa l o s que vienen arreando as ien
da de pº aya l
¡ Cómo iba a ser de ºtrº modº !
El “ñnaº” nº había recibidº lºs sacra
m entos, pasandº a la ºtra vida sin que“ nai
de ” rºgara pºr él ni un Padrenuestro . Ni
quien iba a pensar en la velación de la cruz
estandº el “ finao ” en aquel precipiº.
— S i lo más fierº del casº es que n º se
puede sacar de “ ande ” está par enterrarlo
en “sagraº
” arguyó ºtrº .
Esta observación pareció estremecer a los
circuns tantes . Sólº entºnces adquirió su ver
dadero significadº aquella tragedia . E se es
quel etº p erm anecía allí, a la vista del cá
minante,sobrecogiendo con la blancura de
sus huesº s en el día , y llenandº de terrºr
pºr la nºche al encenderse en las fosfores
cencias de la luz mala . Nº pºdían avenirse
a estº de ninguna manera . Y guiados pºr
la inquietud,que dom inaba a todºs , acudie
rºn a las autºridades . ¿Para qué ? Se propo
n ían bajar al carcavón y recºger l ºs restos
cºn el propósitº de darles cristiana sepul tu
ra . ¡ Nada menºs !
Evidentemente estaban exaltadºs .
Aquellº era absurdº . Para efectuar una
empresa de ese génerº eran precisºs apa
64 JOSE LE ÓN PAGANO
rej o s cºmplicadºs y cºstºsºs . El departam en
t º nº se hallaba en cºndiciºnes de sufragar
gastºs de índºle tan imprevista . La conster
nación fué general , pues l os argumentºs nº
admitían réplica . Entºnces el“ negro
” Jai
m e prºpuso una idea que fué acºgida con
entusiasmº : hacer decir una misa “ pa que
el alma de l ñnaº nº pene tantº ". Al com
prºbar el éxito de su prºpºsición, el“ne
gro” Jaime se sintió arrebatadº por el fer
vo r reli gioso .
Aunque unº¿
chupe a veces alguna co
pita , nº pºr esº ºlvida la reli gión . Y yº soy
buen cristianº, ¿ sabe ? Yº tenía cruz en el
mate dende antes de nacer, ¡ canejº ! Y aura
mesmo vamºs a la cas a 'el cura . Y a la
casa del cura se dirigieron sin vacilar.
Qué diablºs ! decía el imprºvisadº
caudillº . Las cºsas se hacen º nº se ha
cen .
Y marchaba al frente de l grupº que l e
seguía,cºn la arrºgancia de un libertadºr.
El padre Gºnzalº lºs recibió con al guna
sºrpresa,mas al reconºcer el móvil que l os
guiara,respºndió cºn frases de aprobación
muy elogiosa . Luegº dij º
—Muy bien . Aplicaré la m isa de ma
EL HOMBRE Q UE VOLVI ! A LA VIDA 05
ñana pºr el descansº eternº del pºbre re
covero .
— ¿Ah , perº el señºr cura sabe Gw en es
el“ finao inte rrºgó con asºmbrº el
“ negro” Jaime .
— Ya m e lº maliciaba dijº ºtro .
El padre Gonzalº nº lo gró disimular la
prºfunda turbación de su eSpíritu . Pero,ré
poniéndºse,preguntó :
Qué maliciabas, vos , Silvano ?— Qu 'el finao había '
e ser el recºverº .
Cómº así ?— Pºrque su cabayo gºlv1º sºlº a la que
rencia,y en después naide supº nada del
recºverº hasta el día de hºy . Pºr eso di
go .
Martín Vizcacha es el finao ? pregun
tó Jaime aturdidº po r la inesperada revela ,
ción . ¡ El recºvero l
Y quedóse perplej º cºn los ºjos fij ºs en el
sacerdote . Este g uardó silenciº un instante
y luego despidió a las piadºsas visitas dicien
dº conmºvidº— Hasta mañana mis buenºs fe li greses .
— Es que dijº el negrº Jaime , sºbrepº
n1endºse a su emºción . nºsºtrºs “ queri
m os”
cºn perdón de usted , señºr cura, que
la misa se diga ayá mesmo dºnde está el ñnaº,
66 JOSE LE ÓN PAGANO
¿ nº es ciertº ? Y se dirigió a sus acompa
ñan tes . Tºdºs asintieron .
En vano aseguró el padre Gºnzalº que el
finado beneficiaría más de la misa si esta se
aplicaba en la iglesia,que era la casa de Dios .
La voluntad unánime exijía que se oficiara
ante l ºs despojos del recºverº. Y así que
dó convenidº .
—¡ Señºr ! ¡ Señºr ! Vienen a prenderl o , y
sºn muchos . ¡ Veia ! ¡ Veia !
La voz alterada de Do natila hizº que el
descºnºcidº se sobresaltara pºniéndose de
pie bruscamente . Cºrrió hacia afuera,y mi
ró a ambºs ladºs del cam inº . Lejos , muy le
j os , costeando la ladera avanzaba una mu
ch edumbre , todº un ej ércitº . El descºnºcidº
vºlvió al interior de la chºza,tºmó con ma
nos crispadas el cinturón de balas que se
ciñó cºn rapidez,y apºderándºse del win
chester corrió al picaehº dispuestº a vender
cara su vida . Un prºpósitº muy firme le
guiaba : nº dejarse tomar vivº . Y ºcultº en
la retama,agazapadº, esperó . En su mente
cruzó rápida una idea : el padre Gºnzalº l e
había delatado . ¡ Tenía que ser ! La altura
mºral revelada en su diálogº la noche tra
68 JOSE LE ÓN PAGANO
Luegº baj aron de una mula carguera al
gunos aparej ºs,y poco después quedó arma
da una mesa a manera de altar . Mientras al
guien cºlocaba sºbre la mesa el cru cifij º , el
cáliz,la patena y las vinajeras , el padre
Gºnzalo se pus º el amito, el alba y la es to
la. Lºs paisanos , que aun pe rmanecían a
caballo,descendierºn y todºs se arrodilla
ron para presenciar el drama divinº .
El padre Gonzalº dió principiº a la misa
de“ réquiem ”
. Previas las genuflexiones ri
tuales,musitó
“In trºibo ad altare Dei
Cabríal e el semblante una palidez insóli
ta , y su vºz, segura siempre , era desmaya
da comº si pas ara pºr el tamiz de intensa
emºción .
E l vengador seguía cºn viva inquietud el
desarrollº de aquella ceremºnia terrible .
Allá , a su prºpia vista, y ante los despoj os
del ºdiºsº recºvero,se oficiaba el sacrific iº
de la misa,y en fºrma tal que nº hubiese
desdeñado para sí un místicº que fuese a
la vez pºeta y santº . Tenía comº estradº una
mes eta, labrada en la rºca viva ; cºmº gra
de¡rías, las laderas abruptas , y cºmº techº
la infinita maj estad del cielº . ¿Y todº esº pa
E L HOMBRE Q UE VOLVIÓ A LA VIDA 6 3
ra consagrar un alma proterva ante la jus
t icia del Eternº Padre ?
Y se irguió para imprecar, cºn un ademán
de rebelión .
En ese instante el padre Gonzalo dijo— “ Ite
,misa es t
”.
Y el acólito repusº“Deº gratias ”
El descºnºcido iba a respºnder cºn unac arcajada , perº un sollozo emitidº casi a
sus pies,le hizo estremecers e . Era Dºnat ila,
que tirada en el suelº,llºraba y se estre
mecía cºmº una pºsesa— Señor
, ¡ estamºs malditos ! ¡ estamos mal
ditºs !
Y la vºz del sacerdote prefería cºn suave
unción”Benedicat vºs ºmnipºt ens Deus Pa
ter,et filius , et spiritus sanctus
".
“Amen “ replicó el acólito, persignándºse
º
.
El sacrificiº de la misa había terminadº .
Pºcº después la muchedumbre pros ternada
se incorporó tºrnandº a sus cabal gaduras . Y
emprendió el regres º cºn el padre Gonzal º
a l a cabeza .
Al día siguiente llegó al llanº una nºticia ,
70 JOSE LE ÓN PAGANO
y se difundió,exaltando la imaginación del
pueblº entero : los despoj ºs de Martín Viz
cacha ya nº estaban en el abismº . Habían
desaparecido .
La muchedumbre corri ó a la casa parro
quia ] , y encendida en fervºr religiºso, anun
ció al padre Gonzalo el prºdigio . El milagrº
de la misa era evidente .
Desde entºnces las almas piadºsas creye
rºn ver flºtar en tornº a la cabeza del cl é
rigº montañés una aureºla de santidad .
He vacilado muchº antes de publicar es
t a narración . Temía cometer una infiden
cia ; parecíam e viºlar un secreto,
“sorpren
didº ” m ás que cºnfiadº . Quise vencermis
escrúpulºs y me dirigí al prºbº sacerdºte
identificado en esta narración en el padre
Gonzalº . Me acºgió cºn benevºlencia,y me
escuchó,vivamente sºrprendido .
— Ignoro esa histºria m e dij o .
— Creí que nº se bºrraría de su meme
ria repliqué . Y añadí : Comº no se
trata de un secretº habidº en cºnfesión .
Entºnces el cura ! repusº cºn severa ex
presión :
E L HOMBRE QUE VOLVIÓ A LA VIDA 71
— Repito que nada sé de cuantº se ha ser
vido usted referirme .
Comprendí que hubiera sidº inútil insistir,y m e retiré .
Veamos ahºra cómo llegué a conºcer la
historia referida
En el estíº del año . variºs amigºs efec
tuam ºs una excursión al Cerrº Grande . Per
n o ctam os allí ; y al día si guiente , mientras
preparaban el almuerzº , yº salí a caballº ,
solicitadº por la belleza abrupta del paisaj e
montañºso .
— Si va pa 'el lao 'e l a encrucijada,nº se
aleje mucho . El sitiº es malº me advir
t ió el guía .
—Ah , ¿ es pºr allá donde tiene su guarida
el descºnºcidº aquel ? . inquirí.
— Allá mesmo,niño . Y cºmº nadie tiene
pa' qué aventurarse .
Así era en efecto . Tomé una dirección
ºpuesta, y eché a andar , siguiendº el cami
no menos apeñascado . Tras cºrtºs rºdeºs ,
emprendí la vu elta . Anduve así largº trechº .
De prºntº me hallé en una ladera. en cuyo
fºndo se extendía la profundidad de un bºs
que . Evidentemente m e había extraviadº .
Quise retrºceder,perº fué inútil intentarlº .
E l sendero , estrech ísim º . n º permitía volver
72 JOSE LE ÓN PAGANO
grupas . Era forzºsº seguir adelante , hasta
que el senderº,ensanchándose en al guna par
te , hiciera pºsible la evºlución para desan
dar lº andado . Perº el s enderº era cada vez
m á s riscºso y estrecho , y también m á s prº
funda la hondonada que se abría a mis pies .
Comprendí que nada debía esperar. Mi im
prudencia me había perdido . Nº sé cuanto
duró la angustia mºrtal de aquel trayecto ,
limitado por un desenlace inevitable . Un re
lincho de mi caballº me estremeció , h elandº
la sangre en mis venas . Me hallaba próximº
a un ranchº,en cuya puerta el hºmbre de
la encrucijada m irábam e cºn expresión ia
definible . Nº sé si era de sarcasmº º de sor
presa . Sonreía,sºnreía sin prºferir palabra .
Yº detuve mi caballo con bruscº ademán .
Quise decir al gº,perº nº atiné a mºver mis
labiºs . El hºmbre del ranchº permanecía en
la puerta,sºnriente
,inmóvil .
—¿De modº que viene extraviadº , no ?
Un temblor recºrrió tºdº mi cuerpº . Sin
duda alguna yº estaba a merced de aquel
hombre . Nº había vislumbre de esperanza.
— Apéese y descanse un rato , para repo
n erse . Ya se ve que el trance lº ha contra
riado .
Y sigui º sºnriente, cºn lºs ºjos fijºs en
E L HOM BRE QUE VOLVI ! A LA VIDA 73
m i, cºmº gozándose en mi turbac10n . Yº es
taba como p etrificadº .
— ¿Usted vinº de excursion al Cerrº Gran
de,n o ? Ahºra usted quiere reunirs e cºn lºs
suyºs, ¿ verdad ? Perº nº va a ser p os ible
cºn l a fi esta que se l e prepara aquí . Eche pie
a tierra,mi amigº . Y levantandº la v o z
llamó enérgicº : ¡ Che , Leocadio ! Tomale
el caballº a este amigo .
Entºnces cºmº poseídº nº s é por qué in
flujo maligno,descendí del caballo
,y m e
aproximé a mi verdugº . Penetramos en su
vivi enda , Al pºcº rato , ºyóse fuera un r uido
que no acerté a definir . Mis oídos zumbaban .
El ruidº fué aumentandº , reciº , hasta pe
n etrar cºn fuerza en la guarida dºnde n ºs
hallábamos .
— Y, ¿ qué m e dice ? Tenía yº razón al askº
gurarl e que nº podría usted vºlverse ?
Una vºz aulló fuera, sºbresal t ándºm e
— ¡ Aura ,“ Fiera ” ! ¡ Aura
“ Fiera” !
M e incorpºré .
— Es el peºncit o que entra las cabras al
corral . “Fi era” se llama mi perro,un mas
t ín que justifica su nombre por lº bravº .
Y volvió a sonreir cºn toda calma .
Fuera rugía la tºrmenta . O íase el chasqui
do de la lluvia cºntra la vivienda. E l vien
74 JOSE LE ÓN PAGANO
tº silbaba, y arrem ºl in ándo se; sacudía la
puerta y la ventanilla de aquella chºza con
vertida en refugiº de pesadilla .
Tampocº pueden bajar al valle sus cºm
pañ erºs . Tendrán que aguantarse allá,n o
m ás . Y comº nº pueden encender fogatas ,la cosa va a ser peliaguda Y tras una
pausa prºsiguió ¿Usted ha vistº cºrrer
el ag ua pºr el abismº del“ Cerrº Grande ”
cuandº llueve y hay creciente ? ¿N º ? Yº sí.
Una vez . Allá, hace muchº ,“ supº ” haber
un esqueleto . Lº arrastró la cºrriente,ha
ciéndºlº desaparecer . La pºblación de allá
abaj º creyó en un milagrº .
Fué en un día cºmº hoy .
A la manana siguiente , muy tempranº ,cabalgábamos el “ desconºcidº” y yº, cami
nº al “ Cerrº Grande ” para reunirme a mis
cºmpanerºs de excursmn . Yº había pasadº la
nºche en el rancho , oyéndole hablar . Cuando
hubº amanecido,tºmé el desayuno , que Do
natila,
“señºra” de la casa , m e brindara
con toda cortesía ; y después, guiadº pºr el
hºmbre de la encrucijada,emprendí la mar
cha . Cabalgamos muy entretenidºs .
'
Al l l e
gar a un puntº dºnde el sendero se bifurca ,
mi guía detuvº su caballº .
76 JOSE LE ÓN PAGANO
a usted el recursº del padre y pº
dria,comº él
,contestar :
— Nada sé de cuantº se ha servidº usted
referirme . Cºn lº cual todº queda cºmº'e staba antes .
“Así se justiñca su muy aff .m o
(Y aquí mi firma ) .
LA REVELACION
Cuandº m e anunciarºn la visita de Jºrge
Douglas , cre í haber ºídº mal , y pregunté
de nuevº,persuadidº de que rectificarían e l
errºr . Mas la chinita repitió claramente— Jorge Dºuglas .
Quedé cºmº abismado en mi estupºr. Y
debí permanecer así buen ratº,pues la cria
da , a pesar de su cortedad respetuosa ,erc
yó pertinente insistir— ¿ Qué le digº ?
N o estºy en cºndiciºnes de pre cisar si ºr
dené que lº introdujera . Mas , pºcº después .
Jorge Douglas estaba en mi imprºvisadº ga
binet e de campaña . Tampºco puedº decir
cóm o le saludé,ni siquiera afirmar haberle
saludado . Sólº sé que , al verle , mi sºrpresa
y mi cºnfusión crecierºn ,hasta delatar mis
impresiºnes . Douglas tenía sus ºjºs fij ºs en
78 JOSE LE ÓN PAGANO
m i, y después de contraer sus labiºs en un
gesto de. amargura, dij º con acento veladº
por la emºción :— N o me extraña : en todas partes m e re
ciben así . Perº n o se preºcupe pºr disimu
lar su sºrpresa .
Traté en vanº de dirigirl e algunas pala
bras amables para desvanecer el efectº que
le causara mi actitud , y también para recº
brar el dºminiº de mis facultades . Dºuglas
sºnrió con benevºlencia,y luegº dij º :
— Vengo a pedirle un favºr .
Y sin aguardar a que le contestara, añadió
receloso— N o m e lº niegue . Necesitº que acceda
us ted a lº que le pido .
Su rostrº se cºntraj o en una expresrºn tan
extraña,que me apresuré a consentir en su
pedido . Perº Douglas nº se tranquilizó del
todº . Sus ºjos quedarºn fij os en mi , como
interrogándome . N º supe interpretar su mi
rada, y aguardé . Siguió una pausa embare
zosa para ambos .
Si, es verdad dijº pºr último , l e
debº una explicación previa .
Se pasó una manº pºr la frente , cºmº pá
ra bºrrar las inquietudes que le embargaban ,
y después de vacilar,dij º cºn vez queda :
LA RE VOLUC IÓN 79
— Mi aspectº revela que algº terrible debe
haber sacudidº mi alma . Nº trate us ted de
negar pºr cºrtesía , o pºr lástima, una cºsa
que está evidenciando su impresión desde
mi llegada aquí . ¿Ve usted mis cabell os ? Has
ta hace pocº eran rubiºs,us ted lº sabe . Pues
en una nºche se tºrnarºn blancºs . En una
Y desde entonces tiene mi cara
nº sé qué cºntracciºnes , y mis ºjos nº sé
qué brillo . y en mi boca hay un rictus
que nº había antes . Hasta mi vºz tiene un
timbre descºnocidº . Sºy otrº hombre . Y
esº es lº que impresiºna a cuantos vuelven
a verme desd e entonces . Soy cºmo el os
pectrº de mí mismº .
Jorge Dºuglas nº mentía . Cada frase suya
acentuaba aún la inquietante verdad de su
prºpia transñguración . Habíal e vistº en fe
cha cercana,gallardº
,co n su hermºsa ca
beza de Byron joven,rizadº el cabell º de
un rubiº cálidº,los ºjºs de fino diamante ,
fuerte y ágil , en la plenitud de su vi rilidad .
Ah ºra estaba allí,encanecido , la tez amarfi
lada , y.
en lºs ºj ºs un brill º de alucinadº .
Sus manos,largas y finas ,
se agitaban cºmo
si fuesen a crisparse . Estaba en lº ciertº al
afirmar que era ºtrº hºmbre . Y sin embar
gº , sólº habían trans curridº pºcos meses de
80 JOSE LE ! N PAGANO
nuestra úl tima entrevista . Lº recuerdº per
fectamen t e . Fué en París , en la legación ar
gentina . Un día desapareció , y porque era
persºna de maneras cultas, a tºdºs nºs so r
prendió que se marchara sin despedirse . Lue
gº , a mi vez , vºlví a Buenos Ai res , y me ha
l laba en las s ierras de Córdºba , dºnde m e
había cºnfinadº cºn el prºpósitº de pºner
cima a una ºbra que sºlicitaba completa de
dicación .
Cuál nº sería,pues, mi asombrº al ºir
prºnunciar en aquel destierrº el nombre de
Jºrge Douglas ! ¡ Y cuál no sería mi impre
sión al verle transformadº de manera tan
extraña ! Luegº el mºdo de presentarse , en
tre cohibido y receloso, sin aquella libera
lidad expans iva que le hiciera persona grata
a l o s pocºs instantes de cºno cerle .
Mi curiosidad fué creciendº de tal suerte ,que hubiera deseadº pre guntarle mi l cºsas
a la vez : cóm o estaba allí ; qué misteriº en
t enebrecía su espíritu ; qué sentimientºs cºn
vulsiºnaban su alma . qué había sidº de
él desde nuestra última entrevista . Y co
m e s i Douglas hubiese “ vistº " el suceder
se de mis ideas,m e sorprendió diciendº
— Voy a decirle por qué dej é París cº
m e lº hice .
LA REVE LACION 81
Y Dºuglas,haciendº un esfuerzo eviden
t e para dºminar la emoción que le embarga
ba, com enzó a hablar, estrujándose las ma,
nºs
— Es como una cºnfes1ºn . Hasta hoy na
die conoce mi secreto . Usted sabe que soy
huérfanº,y que un t ío maternº cuidó d e
mí y de los bienes que yº heredera de mis
padres . Mis tíos sólº tenían una hij a , mi
primita Dolly , cºn quien cºmpartí los juegos
infantiles y un cariñº fraternal . Des de pe
queñºs, jugábamos a los nºviºs , y recuerdº
que l a inºcencia de aquellºs amºres compla
cía a mis tíºs . Después , mi afectº por Dolly
fué int ensiñcándo se hasta ver en ella una
hermana menor.
Entretantº , el tiempº transcurría . Ya m e
zo , estudiante universitariº primerº , y dºc
torado después,nuestro cariñº nº sufrió al
t ernativa ninguna . En el hºgar de mis t íºs
yº había halladº mi prºpiº hogar, y en la
ternura de Dºlly la suavidad de un cariñº
al que yo correspondía con el m á s purº de
l o s afectºs .
De prontº,el carácter de Dºlly comenzó
a mºdificarse . Ya nº era la niña alegre y
decidºra de ºtrºs tiempºs . Se tºrnó re t rai
da, casi huraña . Cuandº le anunció mi viw
82 JOSE LE ÓN PAGANO
j e a París,pareci º acoger la noticia cºn l a
más absºluta indiferencia . Nuestra despedi
da nº fué muy afectuosa pºr parte de ella .
Sus palabras casi me parecieron esquivas . Y
dada la situación en que las pronunciara ,eran para m i del tºdº inexplicables . Yº nº
quería alej arme de Dºll y llevandº en mi al
ma la pena inquietante de su esquivez .
N ºs hallábamos a bordº del transat lánti
cº que debía conducirme a Europa . M e acom
pañaban para despedirme , mis tíos , Dolly ,amigºs
,demasiadºs amigºs . que no se dis
traían un segundº en ºtras persºnas 0 cº
sas . Y yº necesitaba hablar cºn Dolly, que
ría saber, inquirir, pues una ansiedad pro
funda l l enábam e de angus tia . Por fin , apro
vechandº un instante de cºnfusión, produci
da pºr un incidente sanitariº , pude apar
tarme algunºs minutos cºn Dºlly .
La Cºm isión Sanitaria había descubiertº
entre los viaj erºs un enf ermº contagiºsº , y
le in t im aban desembarcar . El pobre hºmbre ,
que pºr lº vistº ignºraba su prºpiº estado ,sufrió un ataque nervioso ; e l clamºr de su
familia atraj º la atención del públicº,y yo
pude dirigir a Dºll y algunas preguntas . N º
recuerdo mis palabras ; perº presume que t o
das iban a cºnverger en una sºla . ¿ Pºr qué
84 JOSE LE ÓN PAGANO
dadº,casi cºnt raído, y de tºda aquella cºn
fus ión , y de todº aquel vocear, sólº pers is
tía cn mis ºídºs la voz de Dºlly—Al gún día quizás l ºEl vapor ya se alej aba , y yº permanecía
comº enclavadº en mi sitiº,fij a la mirada
en la ciudad que se iba bºrrandº en las bru
mas de un cielº plomizo .
Sigu10 un largo silencio .
Dºuglas parecía exhaustº . Respiraba cºn
celeridad afanosa . Apenas si sus manºs rc
velaban alguna energía en la inquietud que
las agitaba constantemente . Después,excla
mó en un quej ido— Y Dolly era hermosa cºmº un ideal .
Desde que Douglas cºmenzara su relato ,había lºgradº despertar en mí el deseº de
cºnºcer la verdadera causa d e su dºlor. Creí
ºpºrtunº inducirl e a detenerse en un punto
de su narración,y le pregunté
—¿Pºr qué dijo usted que Dolly era ”
¿Acaso ha perdidº esa cualidad ?— No repusº . Perº ahºra tiene ºtra
belleza más augusta : la del misterio . Dolly
ya nº es . Ha muerto . Yº la maté . Y desde
entºnces, su espíritu me persigue .
LA R EVE LAC ION 85
Al escuchar la cºnfesmn de Douglas,m e
incºrpºré sobresaltado . Y él, advirt iéndºlº ,
se puso de pie brus camente y se colºcó ante
la puerta, cºmº para impedirme el pasº .
Luegº , antes que yº articulase una palabra ,se apresuró a decir :— Es necesariº que me escuche . Aún no
conoce us ted lº terrible de mi drama .
Y con un ademán imperativo m e indicó la
silla en que yº perm aneciera sentadº hasta
ese ins tante . Comprendí la inutilidad de opo
ner una negativa a su indicación,y m e re
signé a es cucharle . Douglas reanudó su rc
lato cºn vºz pausada y honda— Mi viaj e fué penosº y m e pareció in
terminable . La tristeza que embargaba mi
alma,inducíam e a buscar la sºledad . Creía
estar comº bajº una amenaza , y cuando pro
pºn íam e explicar mis inquietudes , me era
de tºdº puntº impºsible cºncretar lºs me
t ivºs de esº que , en rigºr , sólº eran spreu
siones . Y sin embargº , había en ello tal per
sist encia, que un espanto indefinibl e dºminó
todº mi ser .
— Prometió usted explicar las circunstan
cias que le indujeron a asesinar a Dºlly ,l e advertí
,impaciente ya pºr cºnºcer la tra
gedia de mi desdichadº amigº .
86 JOSE LE ÓN PAGANO
—¡ No ! exclamó él cºn vºz colérica .
Yº nº he dichº haber asesinadº a Dºlly.
Dij e que la maté , que ocasioné su muerte ;perº no sºy ni culpable ni responsable de
su muerte .
Y al decir estº lº hizo Dºuglas cºn tal
congoj a,pusº en su v ez un acento tan cºn
movedor, que me sentí subyugado .
Reanudó de nuevº el relatº, precipit ándºo
l o en el desºrden de sus palabras :— Eu Europa nº recibí de Dºlly ninguna
nºticia directa ; perº mis tíºs nº dejaban de
hablarme de ella en sus cartas . En una me
decían que Dºlly desmejoraba hasta inquie
t arl es . Y pºco después me cºmun icarºn que
debía trasladarse a las sierras para resta
blecer su salud quebrantada .
Douglas,cuya vºz se había idº apagandº
pºcº a pocº , guardó silencio . Luegº,cºmº
si quisiera librarse de una idea que l e ago
biara demasiadº, dijº brus camente— Yº esperaba ans iosº noticias de Dºlly,
pºcas líneas en las cuales m e dij eran que
su jºven ºrganismº había reacciºnado . Una
nºche me hallaba en mi habitación del hº
tel , sºlº . Dispon íam e a releer algun as car
tas , cºn el prºpósitº de revivir impresiºn es
d e grata evºcación para mí . D e prºntº se
LA R EVE LACION 87
ºyó a mi ladº un fuerte ruidº , que m e hizº
estremecer e inmediatamente sentí una pun
zada aguda en el cºrazón , que m e obl igó a
lanzar un grito . Luegº advertí que la luna
del rºperº se había quebradº,y que las l í
neas de la rotura fºrmaban un corazón . Pe
rº había allí un detalle que m e impresiºnó
profundamente . Al restal lar el cristal , hizº
que se saltara el azºgue del espej º , y era cº
me una mancha de sangre en mediº del cº
razón . Pocas horas después,un tele grama
procedente de las sierras,m e anunciaba que
Dºlly había muertº .
Y Dºuglas dejó caer la cabeza entre s us
manºs .
Luegº m e explic ó en qué cons ist ía el fa
vor pedidº tan empeñºsam en t e . Muy cerca
de all í, a una hora m ás º menos , hal lábase
l a prºpiedad dºnde había dejadº de exi st ir
Dºlly. Jorge Dºuglas “ necesitaba ” vºlver a
esa casa y pedíam e que le acompañase . Que
ría recoger un libro,el diariº de Dºlly , y
fal tábalc ánimº para ir sºlº . El habia pa
sado en aquella mºrada una nºche al vºlver
de Eurºpa ; y aquella noche ºcurrió lº“te
rribl e ” de su his tori a , cuyºs detalles prome
tiame relatar all í dºnde acºn tecicrºn .
88 JOSE LE ÓN PAGANO
Al día siguiente, Dºuglas y yº salimºs a
caballº . Era una tarde canicul ar. Abrasada
por el so l , l a tierra se resquebraj aba cºmº si
la sed anhelante de sus entranas la desga
rrase para recibir una lluvia largamente an
siada.
Después de sostenida marcha , trabspusi
mos el valle , y nuestras cabalgaduras se des
l izarºn pºr un desfil aderº donde un hilo
de agua palpitaba como la única arteria vi
va en aquella aridez sitibunda. Tras cºrtº
andar,llegamos luegº a una ladera
,desde
dºnde percibíase el caminº que se extendía
sinuosº en su blancura calcinada,hasta per
derse detrás de un mºnte de algarrobos .
Cabalgábamos en silencio . A medida que
se acortaba la distancia , Dºuglas iba siendº
presa de una agitación febril : su boca se
contraía,y un temblor angustiºsº le tortu
raba despiadadamente .
— Ya lle gamos dij º al fin .
Yº miré,y mis oj os nº percibierºn vi
vicuda alguna . Nºs hallábamos en una pro
m inencia del terreno . Allá abajo advert ía
se una extensa perspectiva,que se escalona
ba hasta el horizºnte . A nuestra derech a ,perº cºmº huyendº de quien mira
,algunas
charcas bruñidas por el sºl indicaban el ca
LA R EVE LACION 89
nal de un ríº , y cºmº bºrdeándºlº,la si
métrica extens ión de una alameda .
— Allí es añadió Dºuglas .
Ladeamos una cuesta,y entonces pude
ver, mediº ºculto pºr las plantaciones, un
edificio comº nº creía que existiese en lugar
tan apartadº .
Desde ese instante , la turbac10n de Deu
glas llegó a inquietarm e, y confies o que nº
pude substraerm e a su influjo . Y así llega
m es hasta la verj a de aquella mºrada, que
tenía el aspecto de un pequeñº castillº .
Salió a recibirnºs un vej ete , s ecº de car
nes y mirada felina . Era Cristián , el encar
gado de cuidar aq uel retirº . Cruzamos el
parque , cuyº césped recºrtábase en prolijas
cºmbinaciºnes geométricas ; y descendimos
de nuestras cabalgaduras frente a una gale
ría acristalada .
Pocas veces he tenidº la sensación m á s ab
soluta del silenciº . Hubiérase dicho aquél un
lugar aletargado . De su cºnjuntº despren
díase es e algo indefinibl c que caracteriza
las viviendas deshabitadas . Había allí, es
cierto,una mano cuidadºsa ; perº ese mis
mo afán de pulir acentuaba aún m á s la sen
sación de cºsa inerte,sin vida . Hasta las
plantas d1j érase que languidecían en aquel
90 JO SE LE ÓN PAGANO
abandºnº ºrdenadº y meticulosº . Una cosa
sºla reves t íase de vida . Allá recatado en
la oquedad de lºs árbºles,veíase un banco
de piedra , y juntº a él , un rosal tºdº flo
recido de rºsas roj as, pero de un rºj º ani
mado y cambiante , comº si en cada una hu
biese nº sé qué fuegº interiºr.
El guarda,al nºtar que yº tenía la mirada
fij a en aquel sitiº,se m e aprºximó , y. en voz
muy baja me dijº en tonº cºnfidencial
— Al l í es donde la niña pasaba hºras y
horas escribiendº en un l ibro . Yº llevo aquí
muchos anºs,y no recuerdº haber plantadº
ese rºsal
Las llaves !
Era Douglas,que de ese mºdº impºnía
silenciº al viejº guarda .
Pºco después , ést e vºlv1º cºn un llaverº ,
que mi pºbre amigº recibió con manº tem
bl o rºsa.
As cendimos la breve escalinata que da
acc esº a la galería,y penetramos en el edi
ficiº . Dºuglas me guiaba y yº l e seguía si
l enciºso . Cruzamos algunas habitaciºnes , ca
si a obscuras . La escasez de luz y el ºlºr
característicº de tºda habitación que haya
permanecidº cerrada algún tiempo, acentua
92 JOSE LE ON PAGANO
tº a través de un velº y a cierta distancia .
Era cºmº si el alma que había puestº el
artis ta hubiese huidº de ese lienzº , dej an
do allí una sºmbra,atenuada en su prºpia
palidez desvanecida .
Douglas, inmóvil en la puerta , m e miraba
cºmº si se complaciese en la inquietud de
mis impresiones .
— Ah ora comprenderá mejºr cuantº voy a
rev elarl e me dijº . Y cruzó resueltamente
la salita . Abri ó con nerviosidad la puert a que
daba accesº a la habitación cºntigua , y pasa
mos pºr ell a . En la inmed iata, Douglas y yºnºs detuvimºs . Cºmº las anteriºres , ésta ya
c ía casi ºen la! sºmbra . Era la alcºba de
Dºlly .
Douglas guardaba silenci o,y yº esperé .
Cºmprendí que el secretº de mi amigº iba
a serme revelad º .
'Apenas si cºn una mi
rada furtiva intenté examinar el sitiº en
que me hallaba . Y cºmº Dºuglas lº advir
tiera , se dirigió a la llave eléctrica, y dió
luz . I lUminóse tenue y vagamente la al cº
ba . Luegº,mi amigº fué hacia un “ secre
t aire”, y abriéndolo , se apoderó de un libro
que en él había .
— Este era el ºbj etº de mi venida di
jº. Y con vºz alterada y en un desºrden
LA REVE LAC ION 93
que precipitaba sus palabras y cºnfundía
sus ideas , me refirió cómº envej eciera en
una nºche .
Dºlly habíal e pedidº un libro en blancº
para anotar en él sus impresiºnes diarias ,y Douglas había tenido el mundano capri
ch o de encuadernar ese diario “ cºn un
guante de “ soirée ” usadº pºr Dºlly . (Y
mientras Dºuglas hablaba,oprimía el librº
contra su pecho ) . Al vºlver de Eurºpa,qui
sº vis itar la mºrada donde se extinguiera
su prima . Impulsábalº a ello una fuerza im
periºsa. Llegó al caer de la tarde de un
día de otºñº . E l campo estaba doradº y los
árbºles comenzaban a desprenderse de sus
hºjas amarillentas . Cºnversó largamente
cºn el viej º Cristián , interrogándolo acer
ca de mil detalles . Dolly había venidº cºn
sus padres . Cuando llegó, según ºbservara
Cristián,nº parec ía estar enferma . Perº
muy prºnto cºm enzó a decaer sensiblem en
te . Se pas aba los días en un mutismº absº
luto . Siempre que la interrogaban si que
ría algº,comº para complacerla en sus m á s
mínimos deseºs,ella contestaba
— N o . Estºy bien así .
Entºnces la pºbre madre se iba para ocul
tar sus lá grimas . De Córdoba venía casi a
94 JOSE LE ON PAGANO
diario el médico ; y muchas veces se queda
ba hasta anºcheeido . Después , Dolly ya nº
pudº levantarse . Pasó algún tiempº . Una
tarde vieron lle gar al cura . Y después .
— Fué cuando me enviarºn el telegrama
dijº Douglas .
Para cºnversar cºn el guarda, Dºuglas
había fingido compartir la frugal comida de
aquél. Con tºdo,la sºbrem esa nº pudo pro
lºngarse muchº , pues Cristián comenzó a
dormitar,habituadº comº estaba a recoger
se tempranº .
— Entonces dij º Douglas vine a es
ta alcºba,y abrí casi maquinalmente el “ se
cretaire” dºnde hallé el “ diariº ” de Dolly .
Mr dirigi a esa habitación . (E indicóm e la
inmediata) . Al lí , continuó,
había
veladºuna enfermera . Cerré la puerta,lº
recuerdº perfectamente ; y sentándome jun
to a esa mesilla, dí principiº a la lectura .
Leía con ansia febril . En el silenciº de la
noche sólº percibíase el ruido que produj e
ra cl volver de las páginas . De prºnto , una
prºfunda emºción m e sobrecogió pºr ente
rº . Acababa de leer en el “ diari º” de Do
l ly mi prºpiº nºmbre . Quise percatarme de
lº que se guía,y nº m e fué posible . Tuve
la sensación de que las líneas siguientes se
LA REVE LAC ION 95
hacían cºnfusas,comº si una manº invis i
ble las En ese mismº instante
ºí en la alcºba cºntigua un ruido extrañº ,
algo así cºmº el rºce de un vestidº . Dije
rase que alguien andaba en ella . Y casi en
seguida,la puerta se entreabri ó con suavi
dad cautelosa . Miré , y nada ví . Me incor
poré entonces cºn viveza , dej andº el librº
abierto sobre la mesilla . Fui a la alcºba, y
tampoco vierºn nada mis ojºs . . Las puertas
que comunicaban cºn l as ºtras habitaciºnes
permanecían cerradas . Pensé , entºnces , que
tºdº fuera ilusión de mis sentidºs , algº-
so
breexcitadºs pºr razºnes bien fácil de cºm
prender . Volví , pues, a sentarme ju ntº a la
mesilla para prºse guir la lectura . Perº al
tomar de nuevº en mis manºs el diariº ” ,
noté que l a página en la cual pºcº antes
leyera mi nºmbre,ya n o estaba all í .
Y al decirme esto,Douglas, me mostró el
diariº añadiendº—Mire usted .
En efecto,una hºj a había sidº rasgada .
Quedé perplejº ante aquella revelación
inesperada . Un tumult º de impres iºnes co n
t radictºrias m e llenarºn de prºfunda in
quietud . Y permanecimos así,comº abisma
96 JOSE LE ON PAGANO
dos en un silenciº aterrador . Dºuglas , de
pie , con sus ojos fij os en lºs míos , en una
inmºvilidad hipnótica . Yº,agitadº y ner
viºsº,cºn la mirada llena de interrºgantes .
¿ Qué se prºpo nía Douglas ? ¿Nada m á s que
recuperar ese“ diariº ” ? ¿ Con qué propó
sito ?— Con el de cºnºcer la verdad, tºda la
verdad,
replicó Douglas .
M e estremecí al escuchar su vºz . Yº nº
había articulado una sºla palabra,y Dou
glas respºndía a mi soliloquio mental . Su
semblante se iluminó cºn una luz desconº
cida , y tenía en la mirada fulgores que ja
más reflej arºn pupilas humanas . Una sere
nidad inefable irradiaba y dul cificaba su
expresión apacible .
— Creo que vuelvº a ser el hºmbre de
ºtrºs tiempºs me dijº . Y añadió : La
revelación de este “ diariº ” me libertará de
las persecuciones que sufrí desde la noche
terrible .
Y en verdad,Dºuglas parecía t ransfigu
rado . N º sé si influían l ºs reflej ºs de la luz
dºrada,º si era yº víctima de una fuerza
sugestiva ; perº es el caso que sus cabellºs
vºlvierºn a recºbrar la blºnda tonalidad de
ºtros tiempos .
LA REVE LAC ION 97
— Ya nº m e perseguirá, ya nº me perse
guira,
dij º cºn vºz dul ce y clara .
—¿ Qu1en ? interrogué .
— Dºl ly, Dºlly, su espíritu ,su fantasma .
Ya nº me perseguirá . Todº me lº anuncia ,
tºdº . .
Dºuglas había recobrado una serenidad ,
un dominio tan absºlutº de sí mismº, que
me impresionaban tantº cºmo las febriles
agitaciºnes precedentes . Y exclamó cºn un
suspirº que parecía al iviar tºdº el pes o de
su alma atribulada—¡ Ah , us ted no sabe que significa ser
perseguidº pºr un espíritu ! Y prºs i gui ó— Está en todo
,siempre
,sin descansº
,sin
tregua , siempre , siempre . Vive nuestra
vida, m odificá ndºla comº una fuerza extra
na y hºstil . Y de ese modº no s ºbl iga a
participar de su ºtra vida . Es hºrrible .
A vec es , creemºs verlº en e l fºndº d e nues
tros propios oj os . Y en la sºledad , llena
el silenciº de nuestras nºches . Y yº he
vividº así, desde que desaparecrº la hºja de
este “ diario “ . dºnde Dºlly a nºtó las cºn
fidencias que nºs unen en un mismº secretº
misteriºsº . Es cºmo si e l alma de Dºlly hu
biese volcadº aquí su esencia y su perfume .
Yº sabré po r fin la verdad ,tºda la verdad
98 JOSE LE ! N PAGANO
que transfu ndió en sus páginas . Ha llegadº
la hºra . Ella m e lº dij o .
—¿Dºl ly ?
— S í,Dolly .
Dºuglas advirt 10 la in t errºgacmn que pu
se en mis ºjºs, y dijº—Me sería impºsible determinar cómº
pasé el restº de la nºche en que desapare
ció la hºj a de este “ diariº “ . Cuandº amm
neció salí en busca de Cristián para que me
conduj era a la estación, pues quería alej ar
me de esta casa,huir, lejºs . El asºmbrº
y la turbación que se produj erºn en Cris
tian al verme,tºrnaron a despertar en m i
las hºrribles tºrturas de la nºche pasada
cºmº en una pesadill a . Perº nº imaginé que
mi aspectº se había transfigurado tan ex
trañam ent e Lº advertí en el tren, en mi
cºmpartimento . Desde entonces, nº pude
volver a mirar en un espej o mis prºpios
ºjos . Había vistº en ell ºs un abismº aterra
dor . Llegué a Buenºs Aires cºmº un so
nambulo . Tºdº lo veía cºmº a través de
una niebla,bºrrºsº
,confusº . incºlºrº
Cuando recobraba mi persºnalidad en la más
perfecta lucidez,m e acometían deseos sú
bitºs de vºlver aquí,para apoderarm e de
este “ diario “,y apurar toda la verdad de
100 JOSE LE ON PAGANO
De prºnto Douglas se detuvo , y dij o cºn
viveza :—Se m e ºlvidó apagar la luz en la al cº
ba de Dºlly. Usted perdone . Vuelvo en se
guide .
Y se alej º,dejandºme en la penumbra de
una habitación cºntigua . Apenas habían
transcurridº unºs segundºs, cuandº m e sº
brecogió un gritº so focado . Luegº tuve la
impres ión de dºs personas que lucharan
cuerpº a cuerpo , e inmedia tamente después
oí a Dºuglas que decía cºn vºz quebrada—¡ Déjame el libro ! ¡ Déjam elº ! ¡ M e per
t en ece ! ¡He conquistadº su verdad cºn tºdº
el dolºr de mi vida ! . ¡ Dºlly ! ¡ Dºl ly ! .
Y ºí que un cuerpº se desplomaba en el
suelo . Estremeci—do de espanto, sentí que la
sangre se m e helaba en las venas . Con to
do , hallé el impulso necesario para preci
pitarm e en la alcºba cºntigua, envuelta en
una s ombra de inquietante misteriº . Al pe
n etrar, tuve la impresión de que una fºrma
vaga se desvaneciese cºmº huyendº de mi
pres enc ia . Oi clara y distintament e sus pá
se s presurosos . Quis e avanzar y tropecé
cºn un cuerpº que me detuvº . Entºnces
dí luz, y pude ver a Do uglas tendido en
LA REVELACION 101
1
el pavimentº de la alcoba con el rºstrº con
traído en una suprema expresión de ang us
tia y 1as manºs crispadas sºbre el pechº .
El “ diariº ” de Dºlly había desaparecido .
Me precipité afuera para llamar a Cris
tián , cºrriendo hacia su pequeño pabellón , y
al pasar juntº al bancº de piedra , ví que el
rºsal de rºsas rojas se había deshojado . Los
pétalºs caídºs semejaban en el suelº man
chas de sangre .
104 JOSE LE ON PAGANO
dadero ºrgullº . Además la cosa era se
gura, el día de su inauguración vendría
el gºbernadºr de Córdºba . Y había motivºs
muy at endibl es para c reer que el prºpiº
obispo bendeciría el puente . De todos mo
dos , los trabaj os adelantaban con satisfac
toria rapidez . Ya se veía asentarse sºbre
las anchas y maciz as pilastras lºs arcos de
mediº punto , firmes en sus curvaturas de
granitº . Sólº un accidente hubiera pºdidº
retrasar la obra,y quizás destruir en parte
el trabaj º realizado . Perº tºdº estaba pre
visto . El ingenierº había construido un di
que provisional , allá arriba , casi al pie del
ranchº de los Mºntoya . El agua estaba de'
tenida allí . Evelin da le veía aumentar,un
día y ºtrº cºn vagº temºr . Parecíal e que el
agua queria subir hasta rebalsar por la cºm
puerta del dique . El vi ejo Montoya sonreía
tranquilo :— No hay cuidaº . A m alhaya venga una
creciente juertasa, y nº ha 'e pºder cºn esa
tranquera .
Sin embargº,al egrábase Evelinda cuando
su padre daba vuelta a la manivela para de
j ar pasar el agua indispensable a la ºbra en
cºnstrucción . Entºnces veía conjurado todº
peligrº de rebalse . Una cosa anhelaba con
EL VOLTEADOR 105
viva impaciencia : ver llegado el momentº
de que se abriese totalmente la compuerta
del dique para admirar el desbºrde de las
aguas “ acorraladas ” . Todas las tardes, des
pués de la faena , recibía al viejº Mºntºya
cºn la misma pregunta
Cuándº va a ser,tata ?
— Muy prºntº, m'hija, y Dios sea bendito .
Eve linda Mºntoya había logradº atraer la
atención de la mºzada puebl era . Sus diez y
ºchº añºs estaban en flºr . La tez mºrena se
s onrosaba en sus mej illas , form andº dºs ho
yuel o s cuandº sºnreía . Su bºca,de labios
carnºsºs,era de una gracia “ endiablada ” .
Lo s ojºs parecían acariciar cuando fijaban
en unº su mirada dulce y prºfunda . Era
fuert e y ágil , ale gre y activa ; y nº reali
zaba tarea que no fuese acºmpañada de un
cantar . Además de do nºsita era muy fºrmal .
De ahí que nº pºcºs l a cºdiciaran . Y algunºs
eran mºzºs de pºsición . Sin embargº , ella nº
respºndía a l o s requiebros . Pasaba de largº ,
sin dejar de sºnreir cºn cierta malicia a lo s
cumplidos galantes .
—¡ Está linda la mºza !
La muchacha lº sabía , y , más que nadie ,
106 JOSE LE ON PAGANO
lº sabía Ciprianº Luna . Era el m á s experto .
Un instinto segurº hacíal e adivinar tºda la
exhuberancia de vitalidad comprimida en
sus carnes recias . Era cºmº un espléndidº
fruto en sazón . Nun ca se había detenidº a
cºnsiderarla cºmo ahºra . Si él quisiera
Y se maravilló de que aun nº lº hubiese in
tentado . Lo había hechº con tantas ºtras .
Luegº,tenía para él un picºr estimulante
era esquiva y esº le gustaba . Presentía la
resistencia,adivinaba la lucha , brava quizás .
Mejºr . Así era él . Los mediºs persuasivos
nº le cuadraban . Prefería lºs idilios bruscos
y rápidºs , de sorpresa , comº de cazadºr fur
tivº . La persecución le enardecía . Y así cº
m o ºtrºs se dedican a cazar águilas , él se
dedicaba a “ vºl tear chinitas ” . El mujerío ,que l º sabía mirábal e cºn recelº . Aunque
tampºcº faltº quien se hizº la encontradiza.
¡ Qué diablºs !
¡Miren que camina lindº la dºnºsa !
¿Y se han fijaº cómº sºn l ºs ºjºs , que
parecen de terciºpelº ? ¿Y qué me dice de la
bºca ? Si parece una herida abierta pºr lº
coloradita . ¡ Diºs benditº ! ¡ Am alhaya juese
pa m i ese boeae l ¡ Perº qué iba a ser, si a
naide le hacía juicio !
Ciprianº Luna nº intervenía en la conver
108 JOSE LEON PAGANO
qué ?— Pregún t eselº a la Lisarda, y a la Edu
v 1g1s, y a la Zoila , y a la Micaela .
— Diabluras que le achacan a un o,pa pº
nerl e“piegras
” en el
— Y lº de la Rºsario, la hij a de mi coma
dre, ¿
“tamién
” fué diablura ?— Invenciones de la gente mal pensada, nº
más Créam e,mi prenda
,a naide he querio
cºmº a usted la quierº,de endevera .
Perº no había medio . Y dispuesta Evel in
da a truncar la chá chara, advertía maliciº
sa
— Bueno , despídas e ya mismitº, pºrque
Leal nº cons iente cºnversaciones— Puesto que usted así lº quiere
,hasta la
vuelta será .
— Eso es,y que le vaya bien .
Y Ciprianº Luna se volvía,mordiéndose
lºs labiºs,trémulo de rabia .
“¡Miren que
había sidº ladina la muy zºrra !”
Perº él se tenía la culpa . ¿Por qué andaba
cºn tantºs rodeºs , en vez de atrºpellar ? ¿Le
faltaban agallas para el trance , a él, avezado
a luchar cuerpº a cuerpº con pumas y gatos
monteses ?
¡ Que nº se diga !
E L VOLTEADOR 109
Su fama de muy hºmbre databa de la
mocedad , y era merecida . Fué en unas ca
rreras, disputandº cºn el ñato Filemón , gau
cho entrañudº si los había . Pero,en un prin
cipiº, la cosa no tuvº gracia, pºr lº despa
reja . Filemón era un paisanº m achaso ,“ ca
paz de vºl tiar una res a puñº limpiº y
Ciprianº apenas si era un mocito tie rno .
¡ Qué se iba a cºmparar ! Por esº nº sºrpren
dió a nadie cuandº el ñato le gºlpeó la ca
beza con el cabº del rebenque,causándºle
una herida . El entrevero duró muy pºcº . Ci
prianº se alej ó sin decir nada,perdiéndºse
entre la muchedumbre que había venidº a
presenciar las carreras .
Filemón lucía su tordillo,recºrriendº la
cancha en demanda de apuestas . El inciden
te estaba olvidado . Com enzarºn las partidas .
Todas las miradas conv ergierºn en lºs caba
llos dispuestºs a disputarse la victºria . Ci
priamo Lun a estaba de rodillas sºbre e l ala
zán ,elevando la talla
,cºmº para dºminar
mejºr la cancha .
— Doy veinte cºntra quince y vºy al ºbs
curº .
Era Filemón quien lan zaba ese retº, pa
sando muy jun tº a la hilera de mirones . En
ese instante l o s que estaban cerca vierºn un
110 JOSE LE ÓN PAGANO
espectáculº inesperadº . Vi erºn a Ciprianº
Luna saltar sobre Filemón, comº un gato
mºntés salta sobre su presa . El tordillo se
encabritó,espantado sin duda y , después de
caracolear,se levantó en dos patas , dandº en
tierra cºn l ºs dos hºmbres , que rºdarºn con
fundidos en unº sºl o . Casi en seguida, Ci
prianº se irguió de un brincº . Estaba trans
figuradº . Sus ºj ºs relampagueaban de - cº
raj e . La diestra ºprim ía, nerviºsa, el cabº
del rebenque pºr el ladº de la lºnj a . Y é s
peró , fij a la mirada en el gauchº malo . In
mediatamente acudieron para separarlos . Pe
rº Filemón nº lºgró incºrpºrarse sin ayuda
de l a cabeza le manaba sangre chºrreándºl e
por la frente y pºr las mej illas . Cuando el
pºlicía lo interpeló—¿ Qué hais hecho , pícaro ? Ciprianº
cºntestó tranquilo :—¿Y que nº l º ve ? Pues devºlverle la
gracia, pºrque nº me gusta quedarme cºn
lº aj enº .
Todos pens arºn : Ciprianº ha firmado su
sentencia de muerte” . Mas Filemón nº l e
buscó nunca, ni él vºlv ió a meterse con el
ñato . La cuenta quedó saldada . Perº desde
entonces , ya se sabía en el pueblº quién era
Cipriano Luna . Con tºdo,no sentó su fama
112 JOSE LE ÓN PAGANO
El chºrriao lanzaba bufidºs y escarba
ha el suelº cºn la pezuña . Mala señal . Ahí
estaban, sinº , l as astas enroj ecidas po r la
sangre del caballº despanzurrado .
Ciprianº Luna miró a la bestia brava , y
afirmó,temerariº
—¿A que lº “
muent º cºn la cara pa
atrás ?
Y sin espe rar m ás , desprendió el lazº del
anca del caballº , fijºs lºs oj os en el “chº
rriaº que ij adeaba y segu ía escarbando'
la tierra con las patas bisulcas, lºs cuernos
bajos,prºntos para acometer . La expecta
tiva se hizº in quietante . De prºntº , la bestia
atrºpelló cºn furia . El j inete hincó las rºda
j as de sus nazaren as en lºs ij ares del caballº ,
que se tendió a un cºstadº , y esquivó la cor
nada salvaj e . El tºrº pasó huyendo,escarne
cido pºr la gritería de l ºs pialadºres . En
tºnces Ciprianº revolcó el lazo , y cuandº la
bestia se hubº distanciadº,sºltó la arm ada
cºn todºs los rºllºs , que , vibereando en el
aire , fué a cerrarse de gºlpe en las patas
delanteras del tºrº El tirón viºlentº l o ' tum
bó de lºmº .
Un clamoreo admirativo respºndió a la
prºeza . Ciprianº gritó con vºz firme
Venga el aperº !
E L VOLTEADOR 113
Los pialadºres acudieron en algazara . Ma
n earºn al tumbadº que resollaba ij adeando
y en un santiamén lº ensil larºn . Cipriano se
colºcó a horcaj adas en la montura , cºn la
cara “ pa trás ”, y tºmandº la cºla del tºrº
a guisa de riendas , gritó :—¡Agºra !
Sºl tá rºnl e las ligaduras, y mient ras el toro
se incºrpºraba , estremecido de terror, lºs
pialadores huyerºn a la desbandada, vºlvién
dºse luegº asombrados a cºntemplar aquel
alarde machasº . Primerº fué un gritº de en
tusiasmº frenétic o . D espués sucedió un si
leucio anheloso . E l tºrº pareció enlºquecer .
Daba saltºs y tumbºs,echándose de un ladº
a ºtrº ; se revolvía girandº en remº linº, sa
cudiéndºse cºn violentºs estertores,cºrría
desenfrenadº , se paraba de gºlpe , revo l cá
base en el suelº,se incºrpºraba ºtra vez , y
dando cºrcovo s lanzaba cornadas en t ºdas
direcciones . Perº el j inete es taba cºmº en
clavado en aquel tronco sacudidº por tºdas
las viºlencias . Sus piernas parec ían incrus
tadas en l ºs flancºs sudorosos y humeantes
de la bestia . Era impºnente y grºtescº a
la vez . Aquel hºmbre vueltº de espalda a
la cabeza del toro ,—suj etándºle la cola a
manera de rendaj e , tenía algº de monstruo
114 JOSE LE ON PAGANO
sº . El grupº de paisanºs l e s eguía, exaltan
dºse en sus prºpiºs clamores . A cada brin
cº de la bestia, a cada sacudón, a cada go l
pe , respondía cºn alaridºs ensºrdecedo res .
Pºr fin,el tºrº se detuvº
,tembloroso
,llena
de espumarajo la bºca, inyectados lºs ºjos .
Se le dºblaron las rºdillas,y cayó extenua
do,impotente , vencidº . Eso era Ciprianº Ln
na .
¿Y ahºra hacía befa de él una mocita
chúcara porque la guardaba un “ faldero” ?
¡ Juá , juá l
Al gº apartadº del ranchº,en un baj ío pe
dregosº, cºrría un hilº de agua , en cuyos
bºrdes nunca escaseaba la yerba tiernecita.
All í s e iba Evel inda cºn sus ovej as . Sentaba
se eh una piedra , a la sombra, y las contem
plaha triscar, cºn los cºdºs en las rºdillas
y la cara apºyada en la palma de las manºs .
Sºlía permanecer en esa actitud las hºras
muertas,esperando que cayese la tarde para
reunir su majada y emprender el regreso a
la querencia . En realidad , quien realizaba la
tarea era “ Leal”. Este iba toreando a lºs
animales dispersºs , y ya reunidos guiábalºs
al cºrralitº,cercadº de ramas secas y espi
116 JOSE LE ON PAGAN O
sauces cubríanse de un verde tiernº , lºs fru
tales estaban en flºr, y las plantas abrían sus
yemas a l ºs brotes nuevºs .
Cipriano también sintió renºvarse la ener
gía de sus venas palpitantes .
El zaino se detuvo , dócil a las riendas que
lo suj etaron . Aun no había llegado,perº echó
pie a tierra y ºcultó el caballº en la ca
ñada. Después com enzó a subir lento y cau
teloso . An daba echandº el cuerpº hacia ade
lante , encorvado según l o exigía lº enhiesto
del terreno pedregoso . Temía que “ Leal” l e
viese asºmar la cabeza sin darle tiempº a
que ganara la loma . En ese casº lº arries
gaba tºdº . Ya a puntº de llegar se detu
vo , agazapado , conteniendo la respiración ,
atentº el º ídº al rumor m ás leve . Y esperó .
La quietud era absºluta . Entºnces se incor
po ró como un felinº , y vió el perrº echadº
junto a la tranquera , nº muy distante. Pero,a su vez
,
“ Leal“ había vis tº al intruso . Sal
tó ágil y elástico,lanzando un ladrido agudº .
Al verse acºsadº cºn desventaj a, Cipriano
se afirmó en el pie izquierdo, hincando la ro
dilla derecha en el terrenº en declive y es
peró la acometida terrible . El perro se aba
lanzó rabioso cºntra el gauchº salteador . Es
te se encogió rápido , torciéndose a un ladº ,
EL VOLTEADOR 117
y mientras l e echaba el poncho a la cabeza
hundíal e el facón hasta la empuñadura . El
mastin contestó con un gritº extranº , y cayó
sºbre sus patas , rechazadº po r el gºlpe cer
tere . Un chºrrº de sangre brºtó de su pc
ch o . Quiso acometer de nuevo , perº las pa
tas traseras le flaquearºn . Blanqueó lºs ºjºs ,y mientras un temblºr convuls o agitábal e el
cuerpº , estiraba el hocicº hacia dºnde encon
trabase Evelinda, cºmº si quisiera prev e
nirla del peligro inminente . El sacrificador
ya pisaba en terrenº planº . Limpió la hºj a
del facón en el pelo del animal agºnizante,
y envainándºlº en la cintura,fué resuelto
en busca de Ev elinda.
Al oir el ladrido de “Leal”,su dueña se
incºrpºró de sºbresaltº , sin comprender el
silencio que siguiera luegº . El corazón pare
c ía sal társel e del pecho . Estaba inmóvil , ri
gida , comº si todºs sus miembrºs se hubiesen
paralizado . Súbitamente,sus ºj os brillantes
se encºntrarºn cºn l a mirada ávida de Ci
prianº . Al verle , gritó cºn vºz descºmpuesta
Y comº para escarn ecerl a, el ecº repitió ,
lejanº y cºnfusº :
— N o se me asuste , prenda .
“Leal” no ha'e
118 JOSE LE ON PAGANO
venir. Pero naide la va a cuidar mejºr que
yº .
Entºnces,lº cºmprendi ó todo . Obedecien
dº a un impul sº instintivº,echó a cºrrer, des
pavºrida. Tras cºrtº andar se encontró ce
rrada pºr las rocas . Trepó a ellas , ganó a
brincos una ladera, y j adeante , extraviada ,enloquecida pºr el terrºr seguía huyendº , sin
vºlver la cabeza .
— N o te mi has de juir ; a ºtras m ás pin
tadas bié vºl tiaº .
Y sentía repercutir en sus o ídºs las pisa
das multiplicadas de su perseguidºr. De pron
tº Evel inda se detuvº . La mºntaña le cerró
el pas º . Antes que intentara cambiar direc
ción , cºmº el tigre se echa sobre la presa ,así se echó Ciprianº sºbre
'
Evel inda, asién
dºla cual si fuese a sofocarla entre sus bra
zos musculosos . Ella intentó debatirs e,perº
con un mºvimientº rápido,l a hizº caer de
espaldas . Aulló m ás que gimió al sentir ya
inevitable la afrenta brutal ; perº un besº
de fuegº l e selló la bºca .
Sonriente,Cipriano Luna miraba a Evelin
da,que permanecía sentada en el suelº cºn la
cara ºculta entre sus manºs.
120 JOSE LE ÓN PAGANO
un charcº de sangre, Evelinda dijº cºn vºz
muy serena :— No vayas a tu casa agºra . Sal íl e al pasº
a tata,haciéndote el encon tradizº , y lº acom
pañás un trechº , ¿ querís ? Pá que nº mali
ceie lº de “ Leal— Cómo nº h e
”querer. Y la estrechó en
sus brazºs cºn júbilº . Luegº , al despedir
s e,1e pidió un beso . Evel inda ofreció sus la
bios pálidºs .
Ciprianº fué a la cañada,montó a caballº
y al t ranquitº , se l e vió desaparecer en un
recºdº . Pocº después,se internaba en el
callejó n del ríº , avanzandº pºr la ºrilla are
nosa . Desde allá abajº, se vºlvi ó a saludarla
cºn la manº . Evel inda cºntestó al saludº cºn
expresión cºrdial .
Cuandº Ciprianº Luna tuvo a unº y ºtrº
ladº la mºntaña altísima,cºrtada a pico
,Eve
linda corrió al dique . En su carrera ni pa
recia rºzar el suelº . Se apoderó de l a mani
vela y haciéndºla girar cºn ans ia rabiosa ,
levantó la cºmpuerta dejandº paso libre a
la catarata . El desbºrde produjº un retum
bº que resºnó con fragºr en lºs paredones és
carpadºs de la mºntaña . El agua desbordada
cºrría bullendo,espumosa
,cºmº si
"
tuviese
prisa en alcanzar al jinete . El caballº se de
E L VOLTEADO R 121
tuvº bruscamente , parandº las ºrejas . Ci
priamo,sobrecogido , s e volvió a mirar ; y al
ver el ríº desbºrdadº , dirigió una mirada
hºradant e hacia Evelinda y gritó cºléricº :
Ah , hija'e perra !
En ese instante , el rebullir impetuºsº del
ríº desencadenadº , chocó en el cabal lo , arre
l lándºlº en la cºrriente formidable . El j ine
te desapareció , arrastradº po r el vértigº de
la marej ada . Pºr mºmentºs veíasel e aparecer
en un puntº,sumergirs e de nuevº en ºtro ,
mientras las aguas se precipitaban cada vez
m ás en el furºr de su carrera des enfrenada .
El cuerpº de Cipriano Luna chocaba cºntra
las rºcas, deteniéndose hasta que una cº
rrient e de mayºr empuje arrancábalº de al l í
para lanzarlº,embravecida , cºntra otra pie
dra , cºmº ensañándose cºn él .
Y desde arriba del dique , cual si hubiese
enloquecido,Evelinda lanzaba gritºs frené
ticos . A cada vuelta de manivela , rugía cºn
acentº vindicado r :
—¡ Pºr la Lisarda l ¡ Pºr la Micaela ! ¡ Pºr
la Eduvigis ! ¡ Pºr la Rosariº ! ¡ Y pºr“Leal ”
maldito !
124 JOSE LE ON PAGAN0
cididas en negar el fenómenº eran las mu
j eres .
Aquí viene el doctºr ; pregúntele a él si
la ciencia admite s emejantes paparr uchas.
El dºctor Sºler,médicº de la pedán ía, era
amigº de l ºs Durán , perº sus deberes pro
fesiºnal es no le permitierºn es a nºche asis
tir a l a cºmida inaugural . Iba ahºra a to
mar una cºpita de licºr “ para cumplir ”
—¿De qué se trata ? preguntó después
de saludar a lºs cºmensales .
— Pretenden que una persona puede en
canecer en un abrir y cerrar de ºjos. ¡ Caleu
l e usted !
Quien hablaba era una señºra adorabl e .
Su cabellº negrº y ºnduladº daba mayºr
realce a la blancura del rostrº m ás finam en
te exp res ivo que he vistº j amás . Ah"
, nº ,
ella nº deb ía encan ecer nunca .
El doctºr Soler miró a l ºs cincrunstan t es ,
y tras breve pausa dij º cºn vºz firme :— A este respectº , yo pºdría referir una
historia ºcurrida aquí en las sierras .
Y la senºra adºrabl e replicó vivaz— Si es impresiºnante
,cuéntela dºctor.
— Lº es º , al menºs , a mí m e impresiºnó
el presenciarla en su episºdiº final . Hela
aqui
E N E L DE SF ILADE RO 125
Se refiere a la épºca de mi llegada a es
t e pueblº . La gente sencilla nº vió con agra
do que viniese un médicº a fij ar aquí su re
sidencia . Y l o manifestó cºn la esquivez hu
raña propia del nativº receloso .
“¿ Qué sa
bía el de la ciudad de la gente del campº ? ”
¿Acasº“ allá ” se vivía comº aquí ? “
¡ Cual
quier día se iban e llºs a poner en sus mar
nºs !” Para eso es taba el viej º Filemón ,
“m á s baquiano que todºs l os médicºs jun
tos ” . Y nada de “m edecinas raras escritas
en lºs papeles Cºn unºs yuyos él salía del
pasº . Y muy pºcas veces “ erraba el viejo ”.
Cuandº se vía mediº apurao , y el enfer
mº segu ía mal,cºmº retºbaº, l e pºnía una
cruz fºrmada con dºs pajitas dºnde tenía el
dañº , y prºnunciaba unas palabras que na
die oyó nunca,pºrque era secretº
,y ent ºn
ces cl tumbao se curaba de fij º " .
Inspirában les m á s confianza el curande
rº que el médico y, muchº m ás el ensalmo
que la ciencia . Heridº po r la hºstilidad del
paisanaje , y pocº dispuestº a soportarla ,
resºlví abandºnar el campº y vºlverme a la
ciudad . Entºnces tomaron cartas en el asun
t o las persºnas ilustradas influyentes . Lo
hicierºn con tantº calºr que,dichº sea de
paso , yº estaba muy lejos de sospechar. ¡ Có
126 JOSE LE ON PAGANO
m o l decían . Hemºs bregadº años en
t ero s para cºnseguir que viniese un médicº ,
¿ y ahºra lº vamºs a dej ar que se vaya así
cºmº así ? ¡ N º faltaba m á s !
Unº de l o s que tºmó el asuntº cºn ma
yor interés fué Celestinº Gómez , prºpietario
de “ Los Rºsales “,el chalet asentadº en el
rellanº que da sobre el ríº . Vivía allí cºn
su únicº hijo,un muchachº de veinte años,
enf ermº . El señºr Góme z fué a verme y me
hizº tºdº género de ºfrecimientos . Era hºm
bre de sólida fºrtuna y muy generosº . Pºr
últimº añadió— Yo pensaba traer un m édicº pºr
-mi
cuenta . Quédese , y aun sºy yº el agrade
cidº .
Y resºlví quedarme,pero sin restringir
mi acción al cuidadº de su hijº .
An tes de mi llegada aquí,era precisº tras
ladarse hasta Cºsquín para lºgrar médicº ;y, en casº de urgencia se moría unº sin au
xiliº de ninguna clase .
Yº iba a ver al señºr Gómez casi a dia
riº , y nº era infrecuente que pasara las ve
ladas en su chalet . Cºn la primavera , ilega
ban do s sºbrinºs suyºs procedentes de la
ciudad ; y cºmº acudiesen ºtras persºnas de
las casas circunvecinas,las tertulias sol ían
128 JOSE LE ON PAGANO
En tºda ºportunidad l e acariciaba, pasán
dºl e la manº pºr la testera . Y el alazan
mºvía inquieto las ºrejas comº si l e escu
chara . Tºdos l o s días , después del almner
zº , iba Fern andº al p es ebre , cºn la manº
derecha metida en el bºlsill º del sacº .
“ Pre
sumido ” aprºxim ábase a él , le tºmaba cºn
l o s dientes por la manga , t irºneándo l e cºmº
una criatura caprichºsa . R eclam ába unºs
terrones de azúcar, a cuyº regalº le acos
tumbrara el mºzº andarie go . El alazan l e
se guía) dócil y fielmente . Mucha s veces lº
ensil laba el prºpiº Fernandº,poniéndose en
marcha a pie . Y tras del duenº iba el ca
hallº .
Al in iciar sus cºrrerías,sólº se le recom en
dó . a Fernandº que nº se aventurase a cru
zar el río internándose en el desfiladerº .
El pasº era peligrºsº aun de día, pues se
refugiaba allí una gavilla de salteadores,
verdadero azºte d e l a comarca . Se intentó
combatirlos,env
'
iando en su persecución par
tidas de hºmb res prºbadºs en esas lides ; pe
rº todº fué i nútil . Nº lºgraron dar cºn.
el los . E ra—n invisibles . Y l o s delitos se su
cedían,sembrandº el terrºr en una v ºtra
banda . Quienes m ás lº sufrían eran l os
me ncero s ambulantes y lºs conductores de
EN EL DESFILADE RO 129
hacienda , ºbligados a internarse en la que
brada . Según pudº inferirse,la última víct i
ma de tan misteriosos cuatreros fué un cº
m erciant e si riº, desaparecidº con su mercaderia , sin dej ar el rastro más leve .
Una noche,Fernandº salió cºmo de cos
tumbre . Hac ía un pleniluniº espléndidº . Lºs
árbºles tenían brºtes nuevºs , y lºs de du
raznº dijéranse cubiertºs con flºres de plata .
Era tan diáfana la nºche que se alcanzaba
a ver la extensión del paisaj e,detal ladº en
tºdºs sus planos .
Hasta que se ºculte la luna pºdré an
dar cºmº si fuese de día comentó Fernan
do con evidente satisfacciºn .
— No crea,señºr
,l e ºbj etó un j ºven
peón de la casa ; pºr aquel laº se ven nu
barrones , y cºmº nº se levante un vientº
fuerte , tenemºs agua después de media nº
che .
— Buenº , si la nºche se pºne fea , pegº l a
vuelta . ¿ Qué le parece ?
Muy atinao , s enor .
— Hasta la vuelta,
Y tºdos auguramos— Buen paseo .
Le vimºs alejarse al trºt ecit o ,proyectan
do una sombra nítida en e l caminº,donde re
130 JOSE LE ÓN PAGANO
lucía el pedrusco de granitº cºmo lentcjuc
las .
A la mañana siguiente, al salir para visi
tar a mis enf ermos , me encontré cºn el senºr
Gómez juntº al pºrtón de mi casa . De salu
dé sºrprendido . Y al preguntarle si ocurría
algº , m e dij o visiblemente turbado :— ¿ Sabe , doctor, que mi sobrinº todavía
nº ha vu eltº ?
Hice un ademán instintivº para cºnsultar
la hºra,y él agregó presuroso
— Van a ser las nueve .
Intenté tranquilizarl e .
— Observe me dijº que Fernandº
nunca se retrasó tanto en volver a casa . N o
sé qué pensar .
1 clavó su mirada en la mia comº para
sºrprender mis pensamientºs m ás íntimºs .
— Saldremos a buscarle dij e con torpe
za pºr decir algo . En realidad estaba yº tan
inquieto cºmo él .
— Lº mejºr será avisar a la justicia . El
cºmisariº es muy atentº . Además es hºmbre
prºbadº . ¿ Qué le parece , doctºr ?
Me pareció bien,y sin dem orarl º m á s fui
mºs a la comisaría . La seguridad del pueblº
des cansaba en el comisario, —un sargento ydºs vigilantes .
132 JOSE LE ON PAGANO
Habían transcurridº dºs días . La nºche
era destemplada . Nos hallábamos sen
fados a la mesa,aunque nadie probara boca
do . Las pausas se prolongaban, permitien
do que cada unº si guiese el cursº de sus ca
vilaciºnes . Cuandº alguien interrumpía el
silenciº, parecíanºs volver a la realidad , des
pertandº de un sueñº febril . Lºs criados
iban y venían cºmº sºmbras . Pºr fin sirv ie
rºn el café y lºs licºres . Y pºrque era el há
bito,allí nºs quedamos de sobremesa . Perº
nadie cºmentó las nºticias traídas pºr l ºs pc
riódicºs , según la costumbre . Y así estaba
m o s .
De prºnto , se abriº bruscamente l a puerta
que daba a la galería exteriºr,y la figura
de un hºmbre andraj oso , demudado , al tera
das las facciºnes y los ºjºs llenºs de espan
t o , se mºstró en el umbral para caer en t ie
rra boca abaj º . La sangre pareció helarse
nos en las venas . Nadie atinó a mºvers e de
su sitio . Luegº , sºbrepºniéndºn o s a la pro
funda sacudida de aquella aparición , acudi
m ºs a sºcºrrer al hºmbre que yacía tendidº
en el suelº,inmóvil . Nuestra turbación cre
ció llenándonos de sºbresalto al recºnºcer en
ese extrañº personaj e al prºpiº Fern ando .
Sus cabellºs habían encanecidº tºt almente .
E N E L DE SF IL ADE RO 133
Le llevamºs a su alcºba , dºnde tardó buen
ratº en recuperar el cºnocimientº . Al vºl
ver en sí, giró en tornº sus ºj os desorbita
dºs, y se incºrporó bru scº en el l echº , tra
tando de huir . A cºsta de muchº bregar, pu
dimos reducirl e a un sosiegº relativº ; y des
pués de sum inistrarl e un calmante , lº gramºs
cºnºcer en sus pormenºres la tragedia de
aquel espíritu .
Estimulado pºr la claridad de la nºche ,Fern andº dió en segu ir un caminº para él
descºnºcido . Iba absºrtº , a tal extremo , que
ni siquiera reparaba en lºs cambiantes aspec
t es del paisaj e lunar . El aire era tibiº y en
balsamado . Y Fernandº seg uía su marcha
en la quietud impregnada de misteriº . Sólº
a ratºs fijábase en el nubarrón que parec ía
seguirle , cºmº si tuviese el prºpósitº d e en
volverle en su densa ºbscuridad .
Fernando sintió de imprºvisº una brusca
sacudida . Creyó que despertaba de un sue
ñº de muchas hºras para abismarse en una
pesadilla . Se hallaba en el callej ón del ríº ,al bºrde de un despeñadero . El alazá n pro
cedía cautel oso , tanteando el terreno antes
de afirm ar las patas delanteras . Un pasº en
fal so era bastante para rºdar al precipiciº .
Practicado en un sa l iente de la mºntaña gi
134 JOSE LE ON PAGANO
gan tesca, el senderº era tan angostº que nº
permitía hacer evºlucionar al cabal l º para
vºlver atrás . Y prosiguiendo en la dirección
que llevaba,iba fatalmente a internarse en
el desfiladero ! Fernandº perdió t oda sere
nidad . El cºrazón lat íal e cºn fuerza . Las
si enes le palpitaban . Y “ Presumido ” prºce
día,l ento y seguro, caminº adelante . Allá ,
abaj º , el ríº serpeaba plateadº pºr l a luna .
El silen ciº era absolutº . Y en esa quietud
de let argo , Fernandº sentía que un zumbido
persistente le acribillaba l ºs ºídos . Su an
gustia fué mayor cuandº vió que , d e impro
viso , la nºche se entenebrecía . Poco después
sinti ó aligerarse el pasº del alazán ,comº si
el caminº fuese más holgado,indiciº eviden
te de que ya se hallaba en el desfilade rº .
Fernandº habíal e dejado sueltas las riendas ,según su costumbre en esºs casos . De prºn
t o vibró en la nºche un agudº silbido,y el
caballº se paró en tenazón : un g ºlpe cim
brado se ºyó juntº a las patas delanteras del
alazán , que se estremecía vibrante y cºnvul
so . Sobrecogido de espantº , Fernando su
j eté las riendas , clavó las espuelas en los ij a
res del caballº , perº éste n º pudº moverse
por más que l º intentara . Sin duda alguna ,“Presumido ” estaba enlazadº . Un temblºr
13 6 JO SE LE ! N PAGANO
salva . Pero el tiempo iba pasando y los sal
t eadores permanecían ocultos .
En esa espera aterradora sus oj os llenos
de espanto vieron de pronto que el cielo co
menzaba a clarear allá en el horizonte . Y
Fernando se estremeció como sacudido por
un estertor de agonía . Aquella vislumbre era
sin duda el anuncio de su muerte próxima .
Lo s bandidos no podían aguardar que avan
zara el día para poner fin a su obra . Con
tuvo la respiración , dilató las pupilas como
para horadar la sombra , y esperó devorado
po r una fiebre en l oquecedo ra . Pero el hori
zonte fué adquiriendo un ténue claror diá
fano , al tiempo que empal idecían las estre
llas . Rayaba el alba . Entonces miró con an
sia en torno suyo , y al fij ar en el suelo sus
oj os de alucinado,vió una enorme cul ebra
muerta , enroscada en las patas delanteras de
su caballo yerto .
EL HOMBRE QUE PERDI ! LA
VOLUNTAD
Aquella tarde mi trabaj o apremiaba . Te
nía que entregar a la imprenta varios plie
gos corregidos . Sent íam e muy dispuesto a
l ibrarme de tan engorrosa tarea . Cuatro 0
cinco horas de paciencia pondrían ¡ po r fin !
término a los requerimientos, n o siempre per
tin ent es, del edi to r . Me senté , pues , a m i
mesa de trabaj o , pero en el preciso momento
en que iba a comenzar la faena de liberación ,
me anunciaron la visita de Albert o Cas tro
y Jorge Silva . Soy fatalista como un moro ;
y,por eso mismo , pens é :
“ Estaba escrito …
“
'
N o podía negarme a recibirlos . Y aún hay
quien afirma : “ Soy dueño de mi voluntad
y de mis actos ” ,
“Hago lo que yo quiero y
dispongo a mi albedrío “ . ¡ M ajadcro s ! Rº
138 JO SE LE ! N PAGANO
cuerdo cierto día en que . Pero n o : esto
será motivo de otro cuento .
Hice pasar a mis amigos,resignado . Ape
nas si éstos m e diri gieron un saludo , atentos
a la discusión que traían sabe Dios de dón
de .
—Esas son paradojas decía uno .
— R efútalas si puedes replicaba el o tro .
—Pues n o se necesitan grandes argum en
tos oponía aquél .
— Bastan los necesarios argiíía éste .
Y como para hacerme participar en la con
troversia, Alberto se diri gió a mí , diciendo— Figúrat e que pretende sostener . Y
,
encogiéndose de hombros,añadió
,desdeñoso :
Vamos . eso es absurdo .
Jorge era el hombre'
de las discusiones .
Nada le complacía tanto como un debate .
Era, puede decirse , su vocación m á s neta
mente definida . Controvertir un principio
aceptado,oponerse a una idea generalizada ,
atacar un sentimiento de profundo arraigo,
le llenaba de fervor has ta enardecerle . Y
discutía siempre , en todo momento , co n cual
quier motivo , por un simple pretexto si n o
existía una causa at endibl e .
—¿ Puede saberse de qué se trata ? in
quiri .
140 JOSE LE ÓN PAGANO
de , quebrantando nuestra razón, o debilitan
dela, que es lo mismo explicó Alberto .
—¿Pueden admitirse esas niñerías ?
—“Deben” admitirse insis tió Alberto .
Fatal no es solamente la muj er que n o s
induce a supñ mirn o s . Es también la que nos
absorbe,aniquilándonos . Es, asimismo , la
que nos impulsa al delito,perpetrado a ve
ces en ella .
— N o prosigas n o añades nada a tu defi
nición primera obj etó Jorge .
— Defínela tú mejor .
— Pero, ¿ cómo voy yo a definir l o que no
existe ?
Alberto opuso un gesto de fastidio . Jorge
preguntó :— Veam o s z ¿ crees tú, acaso , en el fatal is
mo de las aguj as ?— Ya vuelve a las paradoj as .
¿Paradoj as ? Acuérdate de la novia de
Enrique : el pinchazo de una aguj a descom
pone su sangre,es decir
,l e produce una sep
t icemia y l e ocasiona la muerte .
Existen,como ves
,agujas “ fatales”
—Muy bien dijo Alberto,dominando su
contrariedad admito la premisa Pero el
que se necesite un hombre “ propenso a vol…
verse tonto , n o excluye a la mujer capaz
E L HOMBRE Q I : E PE R DIO LA VOLUNTAD 141
de volverle tonto . Aunque te molesten los
ej emplo s, opondré esto : para hacer un borra
ch o se necesitan , po r i gual, el alcohol y quien
lo beba .
—¿Es tu último ej emplo ? Pues resulta el
peor de todos para la tesis que sostienes : el
alcohol es fatal po rque existen borrachos , que
son los tontos de la embriaguez . La fatali
dad, mi querido Al berto , n o está en la natu
ral eza del al cohol . Por el contrario , éste es
excelente,y hasta indispensable en dosis re
guladas , del mismo modo que el arsénico y la
estricnina .
A no dudarlo,Jorge le aventaj aba en dia
lectica . Luego discutía con mayor serenidad ,
calculando el efecto de sus argumentaciones .
Alberto lo comprendía, y al perder terreno ,
po níase nervioso , excediéndose , a veces , en
la acometida . Yo intervine para impedirlo :— Veamos pregunté a Jorge
, ¿ qué
idea tienes tú de la mujer ?
La mejor replicó ; la mejor p01que
no la hag o responsable de nuestros ext . a
vío s, por no emplear una palabra m ás enér
gica y también m á s exacta
Y tras breve silencio prosiguió—Cuando reaccionamos es porque no s im
pulsa la ferocidad sexual : amamos el amor ,
142 JOSE LE ÓN PAGANO
no la mujer . Por eso se rebela el bruto , y
mata l o que no ha sabido retener en la con
quista de todas las horas y en el amor conti
nuado . El verdadero amor persiste aú n en
el desvío ; má s : se acrecienta en él . No des
truye , pues , el obj eto amado . N o admito , no
puede admitir que la so lución del amor sea
la muerte . El amor está en nosotros,no en
la reciprocidad que puede sus citar en quien
lo motiva . Y ese amor n o s e apaga en e l
sombrío impulso de un instante . El odio sí
emponzoña y destruye ; pero no el amor . Y
no se no s diga que el odio es, con frecuen
cia , una forma del am ór. Es grotesco pre
tender hermanar l o antinómico por defini
ción .
Entonces,lo que en nosotros mata es
el odio ? Según eso , ¿ ni ega usted el crimen
pasional ?
Al escuchar estos interrogantes , nos volvi
mos sobrecogidos . Era Lisandro quien aca
baba de pre ferirlos . N adie le había visto ni
oído entrar allí .
Hal lábase en un ángulo de la habitacion,
junto a una biblioteca, pegado a la pared .
Su voz parec ía venir de muy lejos . Estaba
visiblement e turbado . Nadie atinó a contes
tarle . El silencio que siguió nos indujo a
144 JOSE LE ÓN PAGANO
hom bre llega al extravío exaltado por la pa
sión ? ¿Por qué niega usted lo que no recha
zan las leyes y admite la ciencia ? El amo r
es exaltación ; se gún se encauza no s irradia
e inspira grandes acciones o nos ofusca y cae
m os en la degradación del crimen . O curre
a cada instante . Usted no l o ignora ; us ted
no puede ni debe negarle .
Y se dej ó caer exhausto en una silla , cual
si hubiese realizado un esfuerzo que agotara
sus energías . Los demás nos quedamos per
pl ejos . Apenas si no s atrevim os a interro
garn os recíprocamente c on la mirada . N o sé
por qué aso ció al nombre de Lisandro el re
cuerdo penoso de Carmencita Alm eida . Na
die se atrevía a interrumpir ese nuevo si len
cio . Una vaga sensación de malestar se adue_
ñ ó de nosotros,pues no sabíamos a qué ate
nem os . Yo no lograba disimu lar mi inquie
tud . Hal lábam e en presencia de un Lisandro
Dorival desconocido , transfigurado . Después
del trágico accidente de Carmencita Almeida,
habíal e visto decaer y agobiarse hasta preo
cupar a sus amigos . Se tornó huraño y nada
comunicativo . Apenas si de tarde en tarde
m e visitaba, pero sin poner mayor cordiali
dad en nuestros breves diá logos . Venía, cr u
zábam os un saludo, n o muy efusi—vo por cier
E L HOMBRE Q UE PE RDIO LA VOLUNTAD 145
to ; dirigíase luego a mi bibl ioteca , sacaba un
libro,ho j eá bal o con displiccneia, volvía a de
jarl o en su sitio,se detenía después a leer el
título de otros en los t ejue l o s , y , po r úl timo ,
se m archm a . Pero todo ello bacialo con des
gano, sin ninguna curiosidad , casi en forma
automática . Desde luego , era fácil advertir
que su espíritu estaba ausente . A todos nos
condolía verle en ese estado y más aún co
no ciendo la caus a de su íntimo quebranto .
Quizás me llegara a m i m ás a lo hondo , pues
fuí, hasta cierto punto , testigo de su trage
dia . Con todo , nu nca le había visto como
esa tarde .
Jorge no cesaba de mirarle . Acas o sin
tió“ Lisandro la mirada persistente de aquél ,
porque,incorporándose
,l e miró a su vez con
fij eza para in t erpe larle
Cree usted que hay en m i algún est ig
ma,alguna tara ? ¿ Supone us ted que el fo n
do obscuro de mi conciencia puede ocultar
un crimen ?
No ! ¡ No ! se apresuró a decir Jorge
con viva inquietud .
¿N o , verdad ? Y sin darle tiempo a
rat ificar su denegación,añadió co n vo z alte
rada— Pues yo maté . Luego
,añadió enca
146 JOSE LE ÓN PAGANO
rándo se conmigo Todos creyeron que
Carmencita Almeida se despeñó y rodó al
abismo por un accidente , ¿ verdad ? Pues no
fui yo quien la precipitó a él , yo , enloquecido
por ella .
La estupefacci on m á s inquietante se refle
30 en nuestros rostros .
—E l los pueden creer que estoy loco ana
dió, indicando a Jorge y Alberto ; pero
us ted n o , usted no , porque usted sabe que
digo la verdad . Y subrayaba con fuerza
las palabras “ usted sabe ” .
— Ellos pueden pensarlo,como l o piensa
el médico legista ; pero us ted no . Y agregó
con amargura : Pero si es cierto que m e
manché con un crimen, no l o es menos que
estoy castigado porque perdí la voluntad .
Por es o no m e creyeron en la policía cuan
do fuí a cons tituirme prisionero . No pude
probar mi crimen .
de qué modo ocasionó usted la muer
te de la señorita Almeida ? pregunté con
profundo desagrado .
— Voy a referirl o . A usted se l o puedo de
cir todo , pues usted comprenderá cosas que
otros no alcanzan . Pero n o m e interrumpa .
—Hable usted : nadie le obj etará a usted
nada .
148 JOSE LE ÓN PAGANO
a mi hij a ! Esto es intolerable Obedecí en
el acto , casi a pesar mío . La madre tomó a
Carmencita del brazo, y mientras la aparta
ba de allí, decíal e en todo reprensivo :“Estas
brom as no son de mi agrado y se acabaron
ya definitivamente ” . Noté que algunos me
miraban y sonreían con sorna . Lo noté : no
trate usted de negarlo : ¿Por qué lo hac1an ?
Además , yo tuve la confirmación de mi sos
pecha . Nadie ignoraba allí que yo le había
hablado a Carmencita en ese sentido . ¿ Por
qué se me indicaba que la interpelase de ma
nera alevosa ? Por otra parte, si la madre
apoyaba mis pretensiones,como era evidente ,
¿ por qué“ temió ” que interrogara a su hij a ?
Por lo que yo,usted y todos habíamos ob
servado desde la llegada de Salazar . Y
con nerviosidad creciente continuó diciendo :
Carmencita no era como antes había sido .
Me e ludía ; y, sin dej ar de ser correcta, evita
ba hallarse a solas conmigo Ahora , la casua
lidad hacía que siempre se encontrara junto
a Salazar,Ernesto Salazar . Desde que habló
con ell a,no me fué posible verla sin testigos .
En vano traté de aprovechar el menor ins
tant—e para diri girla un a palabra de súplica .
O n o contestaba o fingía no oírme ; y aleja
E L HOMBRE Q UE PERDIO LA VOLUNTAD 140
base como si huyera , huyendo , mejor dicho ,de mi lado .
Hubo un silencio . Dorival oprim íase las
sienes , como para acallar el tumulto de sus
cvo caciones
— Una tarde prosigu ió al cruzar el
corredor del hotel , nos encontramos Carmen
cita y yo cara a cara . La interrogué : ¿Ya no
siente usted por mí ningún afecto ? Conteste
me con franqueza,Carmencita
,se lo suplico .
¿Ama a Salazar ! ¡ No diga usted dispara
tes , por Dios !" replicó
,y se alej ó riendo .
¡ No quiera usted saber cómo sufrí desde
aquel instante ! Después,viví , puede decirse ,
al atisbo de cuanto la rodeaba . Sus gestos ,
sus ademanes , sus miradas , todo , todo lo ana
licé yo,relacionándo lo con su esquivez para
conmigo . Una cosa huía a mi razón : ¿ po r
qué negaba Carmencita inclinarse a Salazar ?
¿ Sólo prepo níase darm e celos con él , y ven
garse de al go que yo sin advertirl o , había
hecho eausándo la en030 ? Las hipótesis iban
suecdiéndo sc minuto tras minuto , pero nin
gun a era lenitivo a mi quebranto desgarra
do r . Los celos m e at enazaro n ahincadam cn t c ,
y a tal punto que ya no podia contener mis
impulsos agresivos . Ansiaba provocar al in
truso , y definir co n él aquella situación in
150 JOSE LE ON PAGAN O
sostenible . Por fin me asaltó una idea, una
idea diabólica ; al concebirla, m e estremecí
de júbilo . Después tuve miedo de mí mismo.
Sostuve una lucha que hacía restal lar mis
nervios . Nun ca vi en mis ojos—nu brillo m ás
sinies tro ; pero j amás h e sentido con mayor
intensidad su poder multiplicado . Era como
si un maleficio asomara a ellos . Quise expe
rim en tarl o . Y entré en el salón,fij o en
esa idea , tenso el espíritu, firme la voluntad
concentrada . Busqué a Carmencita . Hal lá
bas e en un grupo,no muy próxima, vuelta
de espaldas . Puse todo el flúido de mi ener
gía hipnótica en un acto de afirmación im
perio sa, y la fij é en sus ojos que , sin embargo ,
yo“n o pod ia” ver . Un ligero temblor la
hizo estremecerse , y se volvió para fij ar su
mirada en l a mía . Interrumpí el flúido en el
acto . Carmencita se p asó una mano por la
frente,como si acabase de tener un vahído .
Me dejó caer en un sillón , loco de alegría
aquell a muj er estaba definitivamente suj eta
a mi volun tad . N o era menester un Contacto
directo para someterla a mi albedrío . A par
tir de ese instante , yo po día hacerla vivir a
mi antojo , infundirle sensaciones de toda ín
dote,despo jándo la de su verdadera personal i
dad . Estaba seguro ; no obstante, quis e impo
152 JOSE LE ON PAGANO
ayuda mutua si las circunstanci as lo requie
ren” Hasta que nos alej amos . Yo esperé
ver llegado el día de esa cabalgata con inde
cible anhelo . Lo esperé como se espera algo
definitivo en la vida . Porque , pensé , durante
el trayecto me sería fácil hablar con Car
m encita, interrogarla, conocer la verdad en
todos sus pormenore s . A cada instante se
me“ ofrecería una coyuntura propicia para
acercarme a ella y,de ese modo
,acaso lle
gara de nuevo a su alma,y despertaría otra
vez su cariño que ya comenzara a sentir por
mí . Yo no admitía que antes fingiese al de
dicarm e sus preferencias . D ebió ser sincera .
Lo fué sin duda .
“ Cr uzamos el río , y vi que Carmencita y
Salazar iban delante,junto uno al otro . Pero
eso debió ser casual . No pensé que “ ella”
l o hubiese hecho con el propósito deliberado
de evitarme como compañero de excursión .
Poco después,al internarnos en un terreno
pedregoso ori llado de “pileas”,el sendero º
n o perm 1t ía andar en parej as : l a columna se
alargó ,y yo me vi obligado a relegarme au
mentando la dist ancia que me separaba de
Carmencita . Seguíala inmediatamente Sala
zar, con quien hablaba sin interrumpirse .
“Alguien anunció que la lluvia nos'
so'
r
E L HOMBRE Q UE PE RDIO LA VOLUNTAD 153
prendería en el camino . En efecto , poco des
pués comenz ó a sentirse un aire frío y há
medo . Perdóneme usted si mi relato se ex
tiende con nimiedad en sus cvo cacio nes . N o
puedo evitarlo . Tengo la impresión de que
mi vida se ha detenido en ese día . Mi sensi
bilidad,sobreexcitada por mil sens aciones
convergentes , agudizó todos los recuerdos de
aquellas horas . Así l o s obj etos tomaron un
relieve tan vivo , tan pronunciado , tan defi
nido,que fué como si todo yo lo hubiese visto
por primera vez . Se afirma que el niño y el
salvaj e ven mejor las cosas que el adulto y
el hombre civilizado porque las ven tales co
mo son ellas . No las deform a la impresión
producida en los demás transmitida luego
con una imagen alterada .
“¿Recuerda usted , a poco de pasar el río ,
un árbol que se veía entre las peñas de la
o tra orilla ? Era un árbol negro , seco y hueco .
Tenía dos troncos axilares a manera de bra
zo s abiertos . Yo no sé si habíal o quemado el
hombre o el rayo . As í como se ofreció a mi
vista,semejaba una persona en cr uz carbo
nizada . Nunca se borrará de mi memoria
aquel árbol de expresión verdaderamente hu
m ana,erg uido en la montaña desierta . Hu
biérase dicho que experimentaba la honda
J U b bi L D U PJ I'
A U A N U
tristeza de hallars e solo en la muerte .
Al ll e gar aquí guardó silencio , y fué para
nosotros un alivio . Acaso él mismo advirtió
que divagaba, pues volvi ó al tema de su re
lato,con ciert a nerviosidad .
— La caravana dij o hizo alto en un
rellano : era menes ter proveerse de algunos
troncos para afirmar la carpa allá arriba .
Más adelante,cuando comenzara la ascensión
del Urit o rco , ya no hallaríamos árboles de
donde cortar l os postes indispensables . Con
ese motivo echamos pie a tierra alborozados .
Todo nos regocij aba , hasta las cosas menos
significativas . El estado de ánimo era tal ,
que , al ser sorprendidos allí por la lluvia, nos
alegramos como si fues e algo realmente pro
picio . Y acudimos a nuestros impermeables
con al gazara , feli ces de que ese contratiempo
ofreciese alguna dificultad a la excursión .
Ya suj etos los troncos a un o y otro lado de
la mula carguera , emprendimos de nuevo la
marcha ; pero esta vez con mayor brí o , pues
a partir de allí comenzábamos , realmente , a
escalar la montana m á s alta de Capilla del
Monte . Cesó de llover, pero el cielo continuó
encapotado . La caravana proseguía jubilosa .
Una frase,una observación , un comentario
cualquiera,continuaban siendo motivo de re
156 JOSE LE ÓN PAGANO
clinando a un lado todo el peso conducido .
Los que estaban próximos al guía le ayuda
ron a equilibrar el transporte,y emprendí
mos de nuevo la marcha . Pero el percance
tornó a repetirse una y o tra vez hasta ha
cerse molesto . Tras cortos trayectos era n e
cesario interrumpir el camino,y esperar . En
tonces cada uno dedicábase a “ ver” el paisa
j e . Desde luego imponía su aspecto bravío
y su grandeza vertiginosa . Todo era variado
en la forma y en el color ; todo estaba lleno
de sorpresa, como si a cada instante el ca
prich o de una fuerza obscura hubiera puesto
a prueba un a imaginación regida por lo gi
gant esco . En aquella multiplicidad sin limi
tes,no se veían dos aspectos iguales , o aná
logos,o parecidos siquiera . Una forma se
o ponía a otra,sucesivamente
,y así en todo
momento , tras corto andar, ya apreciáramos
las profundidades de un desfiladero,ya con
t empl áram o s extensiones panorámicas . A m i
llegó a t orturarm e una idea fij a : ¿ cómo vería
toda esta magnificencia Carmencita,comen
tada po r Salazar ? ¿Hasta qué grado partici
p-aria ella de las sensaciones de él ? Porque
Salazar no callaba, máxime en l o s altos de
la caravana . Y sorprendía en todo momento .
No es q ue dij era nada extraordinario . Cuan
E L HOMBRE QUE PE RDIO LA VOLUNTAD 157
do el terreno lo permitía , cada uno aproxi
maba su cabalgadura para escucharle mej or .
“Nos hallamos en las montañas más an
tiguas del mundo ” advertía .
interpelaba alguien con
asombro .
“ Estas , sí . Su cronología se remonta a
la formación de la tierra " .
exclamaba Carmencita .
Y si al guien apuntaba : “ Esto debió ser e l
fondo del mar en una época remota “,él opo
nía prontamente :— “No : es tas montañas son de origen plu
tónico , es decir, volcánicas . Su naturaleza
granítica lo dice . Y deslizaba toda una di
sertación de orogenia . Luego hacía admirar
e l plano inclinado de una ladera cubiert o de
paja brava, observando cómo al ser ondula
da por el viento la hierba t o rnaso laba su co
lor amarillo grisáceo . Las indicaciones siem
pre eran exactas y de efecto seguro . Para
todo tenía una explicación . Ahora presen
t á base l e otra oportunidad , y él , s o l icit o , ex
plicaba cómo un hilo de agua invisible iba
fil trándo se poco a poco en un iut ers t icio de
la montaña hasta cons eguir partirla , origi
nando, a veces , desprendimientos pavorosos .
“Al lí están,para comprobarlo , esos enorm es
158 JOSE LE ÓN PAGANO
bloques que ninguna fuerza humana hubiera
podido trasladar sobre aquella meseta, aísla
da por el abismo “ . Y esta vez, como todas ,
era exact ísim o el ej emplo indicado .
Lisandro Dorival se interrumpió incorpo
rándo se bruscamente . Nos miró con expre
sión extraviada,y como quien se dispone a
marcharse dij o— No puedo proseguir . Lo que sigue es ho
rribl e . No puedo .
— Es absolutamente necesario l e intimé
con autoridad imperiosa . Usted no s debe
el final de su relato .
Dorival se dej ó caer en su asiento como
aniquilado . M e miró algo sorprendido . Des
pués, deseoso de precipitar su confesión, pro
si guió con creciente nerviosidad .
— Llegamos al Urit orco al promediar el
día . Las torturas padecidas en aquella mar
cha,debieron delatarm e , porque alguien pre
gun t ó si n o me sentía bien . Observé que Car
m encita miró de soslayo, pero sin poner ma
yor interés en su mirada . Acampamos en una
planicie a pocos metros del vértice . Lo s m ás
animosos se dispusieron a enclavar las esta
cas para la carpa, cuyos lienzos quedaron,poco después
,tensos y firmes . Luego , mien
tras el guía o cupábase de las cabalgaduras ,
160 JOSE LE ! N PAG AN O
naba con furia . La lluvia,lanzada por vien
t o s contrario s, cris tal izábase en granizo , que
las descargas eléctricas hacían rebril lar en
fulguraciones interm itentes : l o encendían iri
sándo l o en refracciones súbitas, y apagábal o
en una sombra rápida para hacerlo irradiar
de nuevo . La tempes tad arreciaba a nues
tros pies , ¡ y nosotros nos hallábamos al sol
baj o el cielo m ás sereno y transparente !
Mientras tanto las nubes se arrem o linaban
chocando entre si en un batallar impetuoso ,
como enfurecidas po r las sierpes de fuego
que parecían desgarrarlas en el livor de ca
da relámpago . Por moment os , hubiérase di
cho que toda la montaña tronara a la vez,escalonando el tableteo que de la zona baja
subía hasta nosotros . Todo aquello l o comen
t ábam o s con gritos de asombro . Si a ratos
nos inhibía lo insospechado del fen óm ero at
m o sférico , súbitamente nos exaltaba la admi
ración de otro efecto no menos prod igioso .
Y en esa alternativa que es truj aba mis ner
vio s,permanecimos hasta que se aplacó la
tormenta . Por fin,las nubes se espesaron ,
obscureciéndo se , borrando po co a poco cuan
t o nos rodeaba . Quedamos,puede decirse ,
aislados en la meseta del Urit o rco . La niebla
nos impidió juntar maleza para encender la
EL HOMBRE QUE PE RD IO LA VOLUNTAD 161
consabida hoguera que debía verse desde Ca
pilla . Las incidencias de aquella j ornada fa
tigosa hizo deseable el reposo apenas ano
checió . Luego el aire era desapacible y hú
medo . Se refugiaron , pues, en la carpa las
muchachas, resguardándo se los hombres en
la cavidad de las peñas cuyos rebordes pa
recieron providenciales . Nos alumbraba una
farola de viento . Yo me coloqué detrás de
ésta,acurrucado contra el peñón que limita
la meseta y cae , del lado opuesto , cortado a
taj o has ta el precipicio . Frente a mis oj os .
muy próxima,hal l ábase la carpa , apenas vi
sible en la semiobscuridad de aquella noche
aciaga . Nada podía percibirse a ci erta dis
tancia . Todo había desaparecido : tierra ,
montaña,cielo . Evidentemente nos envolvía
una nube . Lo curioso es que el vapor con
densado en el aire,semej aba un enorme lien
zo circular,pues la luz del farol proyectaba
en él un cono del peñón ; y , se gún oscilaran
sus reflejos , m o v íase l a imagen como si todo
aquello fuese obra de una pesadilla infernal .
Yo es taba como aturdido . Las sensaciones se
habían multipl icado en pocas horas , some
tiendo mi atención a cambios inesperados .
con brusquedad violenta y dolorosa a veces .
Hubiéras e dicho que todo se producía para
162 JOSE LEÓN PAGANO
distraer mi dolor, para alej arme de la causa
que lo motivaba . Mas era inútil . Al resur
gir de nuevo en mi mente Carmencita, con
su esquivez , con sus desvíos , sólo atenta a
otro cariño , apasionándose por él , m e creía
próximo a la locura ; y som et íam e a esfuer
zos desgarradores para acallar mi angustia ,para sofocar mi fiebre de exaltación. Y tuve
miedo . La soledad me dió miedo . Hubiera
querido huir . De ser posible hubiera echa
do a correr des esperadamente . La soledad
llegó a espantarm e . Su quieud , lejos de at e
nuar el desgarrón de mi alma, lo exacerbaba,
enardeciéndolo m á s y m ás , como si quisiera
llevarme al paroxismo . Aquellos instantes
fueron horribles . De pronto mi corazón de
tuvo sus latidos . No era efecto ilusorio , n o .
Había llegado hasta mí un murmullo de vo
ces quedas . Si ; algui en bisbisaba fras es en
trecortadas,breves
, con voz temblorosa . Qui
se ver de dónde provenían y quién las for
mulaba . No fué posible . Aguce el oído . Las
mi smas voces,m á s próximas , se entrelazaron
en un diálogo de pas ión . Poco después , al
guien pasó delante de la farola , e , inm edia
tamente,dos sombras gigantescas se proyec
taron en el espacio,como se proyectan las
imágenes en un lienzo . Avanzaban cautelo
164 JOSE LE ÓN PAGANO
decía a mi influjo ! Entonces, dispuesto ya a
no dej arla recuperar su albedrío,la impulsó
con voluntad enconada has ta que desapare
ció en el abismo . Simultáneamente , un grito
de horror surgió de mi pecho . Quise incorpo
rarm e,pero caí sin sentido .
Al llegar a este punto de su confes1on ,Do
rival estaba desencaj ado, trémulo , sudoroso .
Su mirada tenía destellos que yo n o había
visto nunca en ojos humanos . Hubiéranse di
ch o los ojos de un felino acechando en la
sombra .
Hubo una pausa, que ninguno de l o s oyen
tes pudimos abreviar . El relato nos había
sobrecogido'
de espanto .
— Lo demás añadió Dorival con voz de
bilitada, l o demás usted l o sabe . Fué pre
ciso traer de Capilla cuerdas y aparejos pa
ra subir del precipicio el pobre cuerpo des
trozado .
Y un sollozo convulso apagó su voz altera
da
Aguardé algunos instantes, y sin poder
cont en erm e ya,inquiri
—¿Dij o usted que fué a la polic ía ? .
— Y l o confesó todo,sin omitir det all e .
Quería sufrir el castigo . N o me creyeron
no pude probar mi crimen
E L HOMBRE Q UE PE RDIO LA VOLUNTAD 165
Su rostro se contraj o en una mueca de pro
funda ironía . Hizo un esfuerzo,y añadió
— Las pruebas fracas aron ! Usted sabe que
la fuerza hipnótica reside toda ella en la ve
luntad , desarrollada por faciñtades magn éticas bien conocidas . Desde la noche de mi
delito yo no había vuelto a ej ercitarla . Es
t rem ecíam e el pensar que la llevaba en m i .
Ll e gué a obsesionarm e . Pensé que esa vo
luntad era de otro ser,un ser extraño , opues
to a mi “ yo verdadero ”,un ser de instintos
diabóli cos,de naturaleza execrable . Y luchó
para vencerlo,para aniquilarl o en su obson
ro ori gen .
La sola idea de que aun pudiese coexistir
con mi vida tarada, l lenábam e de pavor . N o
obstante,cuando me propusieron los experi
mentos probatorios de mi crimen , acepté va
lerme de ella . Era una liberación . Adherí ,
pues,con vehemencia . Mandaron veni r de
no sé qué hospital dos “ sujetos " pasibles
de ser hipnotizados ; y ya reunidos los facul
tativo s , me somet í a la pr ueba . ¡ Ning uno de
los dos experimentó e l menor influjo h ipnó
tic o ! Era que yo había perdido la voluntad . .
Y la m ás desgarradora expresión de dolor
se reflej ó en el rostro de Lisandro Dorival .
JOSE LE ON PAGAN0
El relato de aquel amigo desventurado
despertó en l o m ás íntimo de mi conciencia
una duda punzante . Carmencita Almada ha
bía muerte ,e tivam ent e , precipitándose al
abismo desde Urit orco ] Pero ¿ era Dorivalquien la impulsara al precipicio fragoso de
aquella montaña ? En circunstancias analo
gas , ¿ podía una persona sugestionar a otra e
inducirla al suicidio ? ¿N o sufría Dorival las
cons ecuencias de una conm oción , y, pertur
bado por ella , creíase culpable de una muer
te no cometida ? ¿ Se trataba de un arrepen
tido o de un alienado ?
Me dedique a estudiar el fenómeno en tra
tados especiales ; consulté la pericia de va
rios facultativos , algunos muy at endibl es por
cierto y éstos y aquellos admiten de consu
no que Dorival acaso dij era palabra cierta
al revelar un crimen,lamentándose , al mis
mo tiempo,de haber perdido la voluntad .
168 JOSE LE ÓN PAGAN O
cuando se procede por las h ondo nadas . En
cuanto a “ Los Paredones”, no cabe intentar
paralelo alguno . Si afrontamos las dificulta
des del descenso para llegar hasta el río in
t ern ándon o s un po co , tenemos la impresión
de hallarnos en un abismo bordeado por alu
cinant es montañas rectas , cortadas a pico .
Sus paredones son escarpados y fragosos ,
y están cubiertos de musgo en la base . Arri
ba,encaramadas en gran profusión
, se espar
cen plantas de “ flor del aire ”,como si tre
paran huyendo del musgo que parecen te
mer . A trechos, l o s irriga un hilo de agua
deslizándose sobre hierbas negruzcas y vis
cosas . Al lá abaj o se tiene la sensación de lo
enorme,y el pensamiento
,sobrecogido , no
puede substraeís e y evoca las tragedias geo
lógicas de que son testimonio esos lugares .
Es imposible no pensar allí en los paisaj es
dantescos evocados por Gustavo Doré . Si le
v an t am o s los ojos , comprendemos cómo en
las hendiduras inaccesibles puedan anidar las
águilas .
“El Zapato no ofrece tantos aspectos ni
tamaña grandeza . Pero tiene un atractivo in
discutible,designado por su prop io nombre ,
y constituye una verdadera curiosidad . La
naturaleza,pródiga en caprichos
,ha tallado
LOS HOGUE RAS DE SAN JUAN 16 9
en el granito de la montaña un zapato gi gan
t ezco . Pero n o se detiene allí lo singular del
fenómeno .
“El Zapato ” está asentado sobre
un pedestal que parece esculpido expro feso ,
y se destaca , aislándo se , como si tuviese em
peño en mostrarse nítido sobre la colina diá
fana , si le contemplan de lej os, o recort án
dose sobre el cielo , si lo admiran de cerca .
En uno y otro caso logra su propósito . Se al
canza a percibirl e de distintos puntos v a
mucha distancia .
Mi amigo Silvestre y yo no tardamos en
distinguirle perfilándo se en el azul - violeta de
la última colina que le servía de fondo . Las
cabalgaduras andaban al paso,siguiendo el
cam ino sesgo formado en la roca viva,entre
tunas y matorrales de espinillos . Apenas si
de trecho en trecho , algunas talas se erguían
en los rellanos del terreno onduloso . A nues
tra izquierda ext endíase , en declive , la am
plia perspectiva del paisaj e,limitado po r las
colinas,escalonadas en el horizonte . Según
íbamos avanzando , aumentaban“
las propor
ciones de la montaña fronteriza . y el “ Zapa
to” ascendía más y m á s hasta destacarse s o
bre el cielo .
Nos faltaba poco para llegar. cuando , de
pronto , un quej ido vino herir el silencio de
170 JOSE LE ON PAGAN O
aquella soledad . Era un lamento de angustia ,sofocado , como de persona que desfallece . Mi
amigo detuvo su caballo con ademán brusco ,y volviéndose a m i m e interrogó vivament e
impresionado .
— Es “ la viej a delZapat o l e dij e para
t ranquilizarl e . Una vieja centenari a. Una
curiosidad m á s de estos lugares . Según la
gente de aquí ,“ ha vivido tanto
,que ya na
die sabe cuántos anos tiene ”
—¿Y esos lamentos ? inquirió Silvestre .
— Con stituyen su reclamo le respondí .
Cuando advierte la presencia de al gún foras
tero , se dej a caer en el suelo y comienza a
lamentarse para atraer al paseante compasi
vo y obtener alguna limosna .
— ¿De modo que ahora ? .
— O andan forasteros cerca de su vivien
da o nos ha visto a nosotros .
Picado por la curiosidad,mi amigo talo
n eó su caballo y nos pusimos en marcha de
nuevo . Tras corto andar , comprobamos que ,
en efecto,junto a la casucha de la viej a ha
l l ábase una cabalgata : un grupo de mozos y
muchachas de la ciudad que, como nosotros ,iba a visitar el “ Zapato”. Todo se explica
ba , pues .
La vieja se exhibía en su postura habitual ,
JOSE LE ÓN PAGANO
— Y digam e, viej a : ¿ Cuándo piensa estirar
la pata ?
La centenaria levantó la cabeza y sonrió
complacida . Un ligero brillo animó sus ojos
apagados
—¿Morirme yo ?
Esto l o dij o la viej a con vo z de niño,que
hubiera sido chillona si la extrema debl li
dad n o lo impidiese .
¿ Po r qué l o dice ? insist10 el prime
ro . ¿Acaso usted se va a quedar para se
milla ?
Ya l o creo ! ¡Aj a3a ! . replicó la
viej a , añadiendo con acento m á s firme
Yo no puedo morir , no ; yo no puedo morir …
Todos rieron . Pero al fij arme en mi amigo ,observé que estaba demudado y trémulo
, co
m e si lo agitase una honda emoción .
Qué le pasa ? pregunté inquieto .
—Vám on o s repuso con voz alterada
vámonos de aquí .
Y sin aguardar mi asentimiento,puso el
montado a paso ligero . Quedé sobrecogido sin
comprender la causa . ¿ Qué ocurría ? Qué
motivos at endibl es podía tener para impre
sionarse de ese modo ? Yo cabalgaba a su la
do , y aún cuando ardía en deseos de conocer
“LAS HOGUE RAS DE SAN JUAN" 173
la causa de su extraña turbac10n ,guardé si
lencio .
Caía la tarde . El sol, que se ocultaba y a
a nuestra espalda,enroj ecía el Urit o rco , de
j ando en la sombra todo el valle .
—E s un recuerdo horrible 31j nue d e
pronto mi amigo . Es necesario m e lo
cuente .
Y m e refin o esta histori a
Allá en Huerta Grande vivía una vieja
centenaria como ésta de aqu1. Su rancho,m ás
que vivienda , era una g uarida cercada de
matorrales y rodeada de palmeras . Po r su
condición,la longeva recordaba extrañam en
te a esta pobre infeliz que acabamos de ver.
Su aspecto era conmovedor . Hubiérase d icho
una momia animada . Pequeña , menuda , enco
gida, con las rodillas que le llegaban al pc
cho descarnado , se la veía constantemente
sentada a la puerta de su miserable rancho .
Un pañuelo sucio ccñíá lc las sienes a manera
de viacha , como si en todo momento l e do
liese la cabeza . El pelo desgreñado y ralo , po
nía , al descubierto su cráneo cubierto d e
manchas amaril las .
º E ra nudosa y tan llena
de arrugas como un algarrobo seco . Sus dedos
anquilo sado s estaban re tºrcidos com o raíces
muertas . M á s que sentada en el suelo, parec ía
JOSE LE ÓN PAGANO
estar metida en él ; y daba la impres1on de
que,al intentarlo , en lugar de incorporarse ,
hubiérase hundido en la tierra, como si ya
fuese algo inherente a ella .
No tenía deudos,y como ésta del “ Zapa
to eampaba de limosnas . Acompañábala
un muchachón idiota,“
huérfano, a quien
¡ ella ! había recogido“ de lástima Era pa
t izambo , contrahecho , de brazos cortos y ma
nos pequeñas . Pero tenía enorme la cabeza .
Cuando él andaba, balanceándos e la cabezo
ta sobre los hombros,como si el peso exce
sivo la echase ya a un lado , ya al otro , inca
paz de sostenerse en equilibrio . El pelo cu
bria su frente estrecha , formando un angu
lo que baj aba hasta juntarse con las cejas .
Sus oj os eran claros,fríos y tenían la cór
nea atigrada,por lo cual habíanl e apodado
“ El Tigre La nariz deforme pendía so bre
sus labios abultados y carnoso s, … que sonreían
cons tantemente .
El Tigre había l legado a ser de alguna uti
lidad para la viej a . Medio tullida y paral íti
ca, ya n o l e era posible salir a cuestar ; se en
cargaba de hacerlo el Tigre . Este conocía las
casas dispuestas a socorrerlos , y a ellas acu
día re gularmente . N o es que pidiera : llama
ba'
y aguardaba sin añadir palabra a su lla
176 JOSE LE ÓN PAGANO
sas de la viej a centenaria,que lo miraba
,a
su vez , llena de orgullo . Cuando el Tigre no
salía a pordiosear,quedaba así
,frente a
frente , con la mirada fij a el uno en la otra ,largas e interminables horas . Por fin
,ella
exclamaba , estremeciendo al muchacho
Ya l o sabés , Tigre : yo no m e puedo m o
rir.
Y apoyándose en su bastón , se incorporaba
trabaj osamente , sin demandar ni admitir
ay uda. En trábase luego a su rancho para t o
mar unos mates y echarse a descansar en una
cucha de revueltos andrajos .
Una noche contemplábamos desde el mi
rador de mi chalet cómo se iban encen
diendo las hogueras de San Juan . Se multi
plicaban como si unas prendiesen fuego a las
otras . Poco después , ardían en todo el valle ,
enro j eciéndo l e hasta el horizonte . Eran ex
tensos matorrales y enormes grupos de pal
meras los que ardían por todas partes , lan
zando a los aires sus inmensas llam aradas
que arrojaban lluvias de chispas crepitantes
al espacio . De pronto alguien gritó :—¡ E l cerco de
“Los Cañaverale s “ está
ardiendo !
Todos no s volvimos hacia el lado opuesto
al mirador para comprobar l a noticia . Pero
“LAS HOGUE RAS DE SAN JUAN" 177
en vez de dirigir la mirada hacia “ Los Caña
verales ” , fij amos los ojos en el descampa
do donde se hallaba la choza de la mendiga
centenaria . Y algu i en dij o co n sobresalto
En el rancho de la vi ej a hay fuego
Y otro añadió con voz alterada :
¡ También arden el cerco y las palmeras
que l o circundan !
Y así era en efecto . Sin esperar m á s , des
cendim o s del mirador,saltamos a caballo , y
poco después nos deteníamos j adeantes muy
cerca del rancho . A su vista me estremecí .
Para facilitar el incendio habían arrimado a
las paredes ramas de plm earas y arbustos se
cos . El rancho quedaba,de ese modo
,en un
cerco de fuego . La paja que cubría el techo
había des aparecido,presa del incendio . Po r
la puerta y la ventanilla asomaban llamara
das que lamían las paredes , deteniéndose a
devorar los troncos y maderas que lo remon
daban apun tal ándo l o . Poco después oyósc
cruj ir las vigas del techo,y casi inmediata
mente se hundieron levantando,entre la hu
mareda , un crepitar de chispas , que se aven
taron alrededor del rancho .
Lo mirábamos todo anhelantes . co nvul
sos,roídos po r la impotencia , congestiona
dos , estremeciéndonos a cada momento . En
178 JOSE LE ÓN PAGANO
todos los labios estaba un nombre que, sin
embargo , nadie s e atrevía a pronunciar .
Mientras tanto,el fuego iba apagándose
poco a poco , dej ando aquí y allá el rescoldo
de las pavesas humeantes .
Entonces resolvimos apartar las que obs
truían el hueco de la puerta , y nos asomamos
al interior del rancho . Un grito de horror se
exhaló de nuestro pecho,y retrocedimos . En
un rincón veíase a la viej a carbonizada,re
torcida , como si las llamas , ablandando sus
huesos,la hubiesen imprimido sus formas
Y al volvernos,nos encon
tramos cara a cara con el Tigre . Clavó sus
ojos en nosotros y señalando la choza dijo :—Y andaba diciendo que no se podía mo
rir . ¡ já !
Y batiendo palmas, comenzó a dar saltos
de regocijo .
JOSE LE ÓN PAGANO
Al conocerse la tragedia , el pueblo se sin
tió sobrecogido . La consternación fué unáni
me . El nombre del Coronel , de su hija y de
su yerno estaban en todos l os labios con el
mismo gesto de dolor . Pocas personas ha
bían logrado suscitar cariño y respeto m á s
justificados . Los humildes les miraban como
una bendición,po rque todo era beneficiar al
desvalido en ellos . Su largueza no tenía l í
mites . Por iniciativa del Coronel,el pueblo
contaba con una escuela de ambos sexos los
niños menesterosos tenían útiles de e studio
y abrigo para el invi erno . El pueblo le es
peraba impaciente al iniciarse la estación ve
raniega . Con su llegada desaparecían mu
chos apremios . ¡ Era tan generoso el coro
nel ! ¿Y su hij a ? ¿Y su yerno ?
De igual modo que la gente serrana l es
querían por gratitud , así estimaban al Coro
nel y a sus hij os las p ersonas vinculadas a
ellos socialmente . B ien se echaba de ver en
las fiestas organizadas en su sun !
tuosa y magníf ica . Acudían de todas partes,
imponiéndose , a veces , recorridos en aut om ó
vil de horas y horas . De ahí que las k ermes
ses benéficas efectuadas allí, s i empre resul
tasen de gran provecho .
E N LA MISMA LLAMA 51
Todos los años iba el Coronel con su es
posa y su hij ita a pasar el verano en las sl e
rras . Le acompañaban n o pocos invitados .
Era de ver el efecto que en los m nos de l
pueblo producía la llegada del Coronel . Pero
no po r él mismo , sinó por la“ niñita ” . Ella
les traía algo más que útiles de colegio y
trajecit o s para los días invernales ; les traía
algo más y algo mej or . Les traía cosas de un
encanto insospechado , con las cuales sona
ban por la noche , y ponían un destello in e
fable en sus almitas , de día . Cosas nunca
vistas , de un mundo desconocido , como trat
das del ciel o por los ángeles reproducidos
en las estampitas que al gunas veces renart 1'
a
como premio el padre cura en la iglesia .
Esas cosas ten ían nombres,pero esos nom
bres n o exp resaban n ada , o exp resaban muy
poco . Lo decían , sus caritas tostadas po r
el so l , el brillo de sus ojos , el anhelo in
contenido de t odo su ser, l a n ecesi
dad de m irar como extasiados , y ese arr ullo
interior q ue parec ía irradiarl es en una fulgu
ración de p rodigio . ¿ Podía todo eso definir
se ? ¿ Cabía en un n om bre ? La “ niñita “ por
tado ra de tal es m aravillas . ¿ era . acaso . un
ser terrenal ? Seguramente n o . Po r eso re
part ía con mano pródiga aquel tesoro de va
JOSE LE ÓN PAGANO
l or incal culable . Eran muñecos articulados ,de abigarrada vestimenta
,pequeños seres
que tocaban l o s platillos con solo apretarl es
el vientre ; arlequines de piernas y manos
móviles , obedientes a un tirón de cordelito ;
muñecas que entornaban los ojos y decían“ papá“ y “mamá”
, ¡ tan clarito ! Trenes mi
núscul o s, ¡ con pas aj eros ! puestos en marcha“ por una cosa que no se veía” . Cochec it os
con po stil l ón ,muy echados para atrás , or
g ul l o so de su destino ; por es o agitaba la
fusta al andar el vehículo . Y so ldadit o s de
plomo , de todas las armas, y barquichue lo s,
y animales de faun a desconocida , y caballi
tos,y mil chirimbo l o s a cuál m á s digno de
lograr silencio admirativo . Y todo l o traía
la “niñita” para ellos,para los pobrecit es
moradores de la rancheria diseminada en el
valle , y medio oculta entre al garrobos y ta
las añosos .
Lo s favorecidos acudían a la “Vil la
Llegaban hechos puro azogue . Era su día .
La “niñita dispon íal o todo como verdadera
señora de la casa , pues era el la'
quién“ reci
bía” a sus amistades . Ni el Coronel,ni su
esposa intervenían sino como espectadores
cpmplacido s . Efectuaba pues la distribución
atenta sólo a propo rcionar alegría como
184 JOSE LE ÓN PAGANO
en socorrer al menesteroso ; pero el Coronel
era menos expresivo , menos jovial , y por mo
mentos hasta parecía hurano . Co n todo má sque el cambio del Coronel asombraba la
transformación de su hija . Ya n o era la chi
quilla vivaz e inquieta de hace d os años
volvía a las sierras hecha una señorita,con
cierta gravedad en su inconfundible expre
sión bondadosa . De suert e que al verla dis
tribuir como antes l o s dones maravillosos,advert íase en el gesto y en los ademanes
cierta compostura de persona mayor,menos
turbulenta , pero m ás atractiva . De.
todos
modos, ya no se l a podía imaginar como
desprendida de una de las estampitas que
repartiera el padre cura en la iglesia . Al
transformarse en mujer , se habían humanizado todos sus encantos .
El Coronel adoraba en ella. Su amor n o
conocía límites . Para él la vida solo tenía
una razón de ser, imperiosa y absoluta : la
felicidad de su hija . No hubiese escatim ado
ningún sacri ficio para lo grarla,n o retro ce
diera ante ningún obstácul o para conquis
tarla . Al perder a su e sposa,fué el padre y
la madre a un tiempo de su huerfanita . Re
dobló los cuidados, multiplicó las caricias ,
intensificó su amor, si cabe admitirse . Y vi
E N LA M ISMA LLAMA 185
vió para ella , exclusiva y totalmente consa
grado a el la . Su pºsición le permitía tºda
independencia , su fºrtuna l e ase guraba t o
da suerte de liberalidades .
Cierto día el Coronel advirt 10 en su hija
un cambiº radical . Nada pºdía escapar a sus
atisbo s . Pasaba horas y hºras como repl e
gada en si misma , atenta a una visión inte
rior, dueña ya de su sentir íntimº . El Coro
nel no adivinaba,
“ veía” la razón profunda
de ese cambio . Y esperó . La cºnfidencia no
tardarí a en l l egarl e . Aguardó cºn ansia m o r
tal . Una zozobra febril l e torturó despiada
damente . Tuvo miedº ; ¡ él que estaba hecho
a tºdas las adversidades , prºbadº en cien
ep1so diºs de arrºjo temerariº ! Fué un temor
vago , indefinible , algo que po r mom entos es
trem ecíal e . La felicidad de su hija , tºdo su
porvenir iba a tener un árbitro . ¡ Y él n o
le cºnºcía ! El destino ya había hechº un
si gnº invisible e infalible . N o cabía inter
poners e . ¿ Qué deparaba a su hij a lo que es
taba a puntº de revelarse ?
Y la confidencia llegó po r fin , breve , cºn
frases entrecortadas . Il ablaban sin mirarse
a lºs ºjos . Una prºfunda emºción l es cm
hergabe pºr i g ual . Ella había re clinado la
186 JOSE LE ON PAGANO
cabeza sºbre el pechº de su padre . Y así,
con vºz muy queda , como velada pºr el mis
terio de lo que no cabe en las palabras,se
lo dij º todº,sencilla y tiernamente
Tal una ánfora vuelca su perfume . Padre
e hij a se estrecharon m á s el un º contra el
ºtrº . Y,
—Diºs te bendiga , hij a de mi alma ; ex
clamó por fin ; me devuelves la vida . N º
podía ser de ºtro modº .
Entºnces el l a levantó la cabeza,y fij ó en
en el Cºronel sus ºj ºs radiantes de ale gría .
—¿Verdad que es dignº de mi cariñº ?
— Es un buen muchachº,y ya le quierº
comº a ºtrº hij o .
Y padre e hij a se abrazarºn de nuevº .
El Corºnel nº había exageradº . Quiso a
su yernº con ternura de padre satisfecho .
Esas criaturas colmaban tºdo s sus anhelos .
¿ Qué m á s podía esperar de l a vida ?
Cuandº el Cºronel llegó a su cºn
la pareja de l ºs desposados , fué sºrprendido
cºn demºstraciºnes que llegaron a cºnm º
verle. Esta vez n o aguardaban las mercedes
de sus benefactºres . Ahºra era el pueblº
quién tributaba sus expans iºnes generºsas .
188 JOSE LE ON PAGANO
Cuandº l os serranºs veían a la parej a en
paseºs y cabalgatas, una expresión de cºn
tento refl ejábase en sus rºstros curtidºs po r
el sºl .
“ La niña era donosa, ¡ y tantº ! ; perº
el mozº ; ¿ acaso , n o era de mi flºr ? ¡ Si esta
ban hechos el un o para el otrº ! Bastaba
verlºs juntºs . Así pensaban ellºs que debía
ser quién se casara cºn la niña . ¡ Y comº
estaban prendados lºs dos ! Porque eso l o
veía cualquiera . Bastaba fijarse cºmº l os
miraba el Coronel , m á s radiantes que un día
de sºl ”
Y las miradas se guían a los j ºvenes de
la hasta que se alej aban como en
v ueltos en una caricia de prºfunda ternura .
E ran dichosºs y n adie cºmº'
el l ºs tenía de
recho a la felicidad que disfrutaban .
— E so pensamos tºdºs,
adujº el padre
cura . ¿Pero quién penetra lºs designiºs
de nuestrº Señor ? Nº ha de ser desde luego ,quién narra esta aventura desoladora .
Lºs hechºs ºcurrierºn así :
Una noche , se retiraban l ºs j ºvenes des
posados a su mºrada,allí en la ciudad . Sa
lían de u na recepción . Era una noche in
vern al , fría y húmeda , unas de esas nºches
calificadas de pérfidas y traicioneras pºr el
do ctºr Luzan . Lºs hijºs del Cºrºnel aban
E N LA MISMA LLAMA 189
donaban un ambiente cálidº,quizás de tem
peratura demasiado elevada, y , sin duda , sá
lierou sin precaverse lo necesario antes de
subir al auto y vºlver a su aposento . La
adversidad pareció acecharl e,pués cuando
llegarºn , después que habían descendido del
vehículº,advirtió nº tener las l laves . Llamó
entºnces p ºr el timbre , pero nºtó que un li
gero temblºr hacíal e mºlesta la espera . Y
casi instintivamente tornó a subir en el auto ,para resguardarse en él . Enco gióse en el
asiento,cºn las manos en los bºlsillos del
abrigº . Tras un silencio , sºlº atinó a decir— No me sientº bien . Acasº el cambio
brusco de temperatura . N o sé .
Acudió el porterº al llamadº,y l o s espºsºs
penetraron con presteza su alºj amientº .
Algº pareció reanimar al yernº del Cºrºnel
la atmósfera templada de su alcºba . Así lº
creyó la esposa,aj ena
,cºmº tºdºs , a la des
ventura que destrozara su dicha cºn golpe
tan reciº .
Al siguiente día , n o tuvo el enfermº ani
m o para abandºnar la cama . Tuvo escalo
fríos , y una t o s ins idiosa comenzaba a m o
lestarle .
Acudió el médicº,instadº po r la espºsa ,
ya inquieta .
JOSE LE ÓN PAGANO
— N o es nada dijo pºr ahºra no hay
mºtivºs de alarma . Una “ grippe”, qui z—á s
benigna,y detenida a tiempo . En fin ve
remos . Volveré mañana .
Quien así discurría era el dºctºr Luzan,amigo fraternal del Corºnel .
Y al siguiente día, vºlvió como lº había
prometidº . El exámen fué prºlºngado y mi
nuciºsº . La espºsa le s eguía cºn ansia , aten
ta a lºs cambios pºsibles de expresión en el
médicº , fij a la mirada en tod o detalle . Nº
quería preguntar ; se prºpºnía sorprender,
guíada pºr el instintº seguro de su amor .
Perº tºdº fué inútil . El doctºr Luzan nº
dej ó traslucir ningun a impresión .
—¿Y el Cºronel ? preguntó cºmº dis
traídº .
La hij a de su amigº clavó en el médicº
una mirad a interrºgante .
Este fingió no advertirla .
— Papá está en la estancia y bajandº
muchº el tºnº,inquirió
—¿Hay que llamarle ?
Para qué ? replicó , el médicº amigo
mientras limpiaba l os cristales de sus lentes .
Y luegº , distraído en hºj ear un librº que
estaba sºbre,un veladºr
,preguntó indiferen
te
192 JOSE LE ÓN PAGANO
previº . La hija l e … recib10 temerosa y sor
prendida . ¿ Qué ocurre ?— Nada . He terminadº allá mis asuntºs .
¿ Pºr qué ?—¿ Tu regres o no ºbedece a un llamadº
—¿De quien ?
Sabes que él está enfermº ?— ¿De cuidado ?— No sé .
Qué dice el médicº ?— Temo que no m e diga la verdad .
—Yo hablaré con Luzan . A mí nº me
ºcul tará nada . Vamºs a ver a tu maridº
ahºra .
El Cºrone l hablaba con rápidº acentº : era
lacónico , breve en sus frases e impaciente
por llegar a conclusiºnes presentidas . Pe
netró en la alcoba de su hijo político . El
aspe cto del enfermo le causó una impresión
inesperada . Lºgró dominarse y disimular a
los ºj os de su hij a .
— Anim º,ánimo estº ha de ser un males
tar pasaj erº adujº por decir algº . En
realidad nº lograba expli carse cºmº en tan
breve tiempº la enfermedad hubiese que
brantado de tal suerte un organismo en ple
nº vigor .
E N LA M ISMA LLAM A 193
— A qué hora viene Luzán ? preguntó
pºr fin .
—Po cº falta ya , respºndio le su hija .
— B ien . Vºy a quitarme la rºpa de viaj e .
Cuandº llegue Luzan yº estaré aquí para re
cibirle . Estºy segurº que esto no es nada .
Animo,y hasta luegº .
Estrechó la m anº a su yern o , besó en l a
frente a su hij a , y se dirigió a su habitación .
La superchería es taba bien urdida , nº ca
be duda . ¿ Quién hubiera podido sºspechar
que acudía a un llamadº de su amigo ? Perº
el Cºrºnel i gnºraba, a su vez , las verdade
ras cºndiciones del enfermo . El Doctor Ln
zán se había limitado a ins inuar l a cºnve
niencia de t rasladarle a la sierra .
— Allí , arguyó un organismº j ºven
puede reaccionar en pºcº tiempº . ¡ Tiene
tantºs recursºs la naturaleza ! .
El médicº amigo, ºcultaba la verdad cºn
el fin de escatim ar angus tias y quebrant o s
desgarradores . En este caso,l a mentira
era en extremº piadosa . Podía curar,si
perº es a prºbabilidad so st en íase en un hilº
tan débil . Co n todº,se repitió a sí mis
mº : Tiene la naturaleza tantos recursos .
su
JOSE LEÓN PAGANO
Los t iene en efectº ; perº nº quisº º nº
pudº experimentarlos en e l enferm º , y en
las dºs vidas que languidecían a su cabe
cera . El¡
clima de las si erras , con frecuen
cia prodigioso,nada lºgró esta vez . Ins tado
pºr el Cºrºnel, el médi cº del lugar, le re
veló sin reticencias , e l estadº del paciente
la enfermedad si bien hizo crisis en pºcº
tiempº , traía un largº períodº de incuba
ción .
—¿De suerte que pudo estar enfermo al
casarse ? preguntó el Coronel cºn sobre
saltº .
A l o cual repusº el interrºgado cºn suma
naturalidad
Sin duda .
El diálogº terminó allí .
Dºs días después llegaba a la
el dºctºr Luzan llamadº por el Cºrºnel .
En la estación, trás breves saludºs , el vie
jº sºldadº había dicho a su amigº— Neces ito saber la verdad
,clara y t ermi
nante .
Y el médicº—Pero ya lº sabes tºdo adujº .
— No , 0 mejor, si ; necesitº confirmarlº pa
ra tomar luegº mi determinación .
E l dºctºr Luzan guardó silencio . Cºnº
196 JOSE LE ÓN PAGANO
dij º a su cºlega— Doctor, l e suplico que en la brusquedad
del Coronel vea tan sólº una pena muy hon
da . Idolatra a su hij a . Es ºs muchachºs lº
son tºdo para él .— Oh , l o he vistº .
— Permítame,doctºr añad10 aquél
¿Mi amigo sigue ignºrandº las condiciºnes
del enf ermº ?— Nadie ha pºdido revel á rselas . No puede
sospechar que usted y yº nºs cart eam o s .
— Perfectamente .
— Debº po nerle sobre aviso acerca de un
detalle advirtió el médicº rural al Cº
ronel le inquieta la posibilidad del cºntagiº .
—¿Le interrºgó al respecto ?
— Sí , dºctºr.
—¿Y usted dijº .
— La verdad .
— Ahora cºmprendº cºncluyó el dºctºr
Luz an Y tras breve pausa , como quien to
ma una resolución impelido pºr circunstan
cias adversas, prefirió Veamºs al en
fermo para salvar las apari encias has ta
dºnde sea pºsible . Luegº hablaré cºn el Cº
ronel . Es necesariº que lo sepa todº .
Despúes de haber escuchadº al dºctºr
Luzan el viejº sºl dado repusº
E N LA M SMA LLAM A 197
— Tus palabras nº me revelan nada .
Luegº,cºmº quién pregunta un a cºsa sen
cilla : Qué resuelves ?
El médicº l o miró es tupefacto .
— Qué resuelves repitió el Cºrºnel .
El médicº observaba a su viej o ami go cual
si quisiera penetrar el s entidº de aquella
pregunta inesperada . Pºr fin .
— N o te cºmprendº dij º,examinándo l e
con inquietud .
— Pués es muy sen cillº insist10 el Coro
nel . Quierº salvar a mi hij a .
Cómo ?— Separándola del maridº .
— Tu hij a no cºnsentirá en separarse .
— Lo sé ; perº tú puedes hacerlº .
¿Yo ? preguntó cºn sorpres a el mé
— Tú puedes y debes hacerlo afirmó
categóricº su amigo . Y cºn voz enérgica y
acentº firme reclamó l º que él cre ía un he
chº absºlutamente sencillo y humanº : pues
t e que su yerno estaba cºndenado , precipi
tar e l desenlace .
El médico profiri ó
¿ Tú pretendes ?
Abreviar una agºnía repusº
via.r una agºnía y evitar el sacrificio de mi
hija .
El reciº militar nº i gnºraba que era ur
gente defender a su: hij a cºntra si misma .
Pºrque ninguna fuerza hubiera podidº
arrancarla de junto a ese lechº donde ago
nizaba el esposo . Allí la retenía su amor, tro
cado en pasión pºr el infortun io . Nada ni
nadie lºgrara hacerla desistir. Fuera inútil
tºda advertencia de peligrº , toda amenaza
de contagiº . Luego ¿ qué vºz de persuasión
t rºcara en realidad la apariencia engañºsa ?
Ni ella ni él sospe chaban lº inevitable . El
enfermo reacciºnaria cºn la primavera . Ya
sen t íal o él,y tantº que le permitía acariciar
prºyectºs para cuandº se restabl eciera, en
término breve,sin duda . Ahora nº respira
ba bien,es ciertº . El aire fil trábase con di
ficul tad en lºs pulmºnes. Las sibilancias
eran cada vez más acentuadas . Perº el an
h elº de vivir pasaba por sºbre todº ellº ,
afirmándose con ahíncº en la esperanza de
un restablecim ientº cercanº . Y mientras
aguardaban las horas de dicha, llenas de
prom'
esa,la joven enamorada permanecía
all í, juntº al enfermº , respiraba el mismo
aire,bebía el mismº alientº .
Comprendes ahora l o que exij o de t í ?
JOSE LE ÓN PAGAN O
se m e d&garra el cºrazón al llegar a estºs
extremos ? ¡ Y tú me conºces ! La vida de
e sºs muchachºs lº es tºdº para m i. N o me
mueve ¡el ego ísmº. N º es sólº el padre que
habla en defensa de su hij a, n o . M e induce
también una prºfunda piedad hacia el en
fermo . Fíj ate bien : para llegar adºnde me
propongº,nº hubiera necesitadº de tí . Hay
un caminº m ás breve y muy segurº .
Tú !
Qué supones ?— Explícate .
Qué supones ?— N o me atrevo a interpretar tus pala
— Ya lº hicist e callando las tuyas . No
me hieres . La injuria llegó pero n o me hie
re . Nada puede herirme . El dºlor n o dej a
sitiº a otro sentimientº . Pero no es lº que
tú pensaste . En ningún casº sería yº el ej e
ca tor. Hay un caminº más breve : el enfer
m º . Es nºble y generoso . N o cºnsen tiría
nunca en caus ar la muerte de mi hij a .
¿ Comprendes ? ¡ Nunca ! Bastaría revelarl e
su estado, y él mismº haría l º demás . Es
toy seguro . ¡ Pero piensa en el hºrror de
l ºs instantes que precederían la muerte !
Porque él cree en la mejoría, ya lo he di
E N LA M ISMA LLAMA 301
chº ; está se gurº de alcanzarla ; la supºne
próxima . ¿Cºmprendes ? Por es o me dirigí
a tí . Ah ºra rehúsat e si puedes .
Perº tºdº fué inútil . Las súplicas del Cº
ronel,sus lam entºs
,su ang ustia hallaron la
misma negativa .
— La misión del médicº es curar, n o su
primir a l enf ermo .
El viej º militar tºrnaba al ataque cºn
vehemencia,cºmº quien asalta una; forta
leza irreductible . Un tumultº de ideas acu
día a su mente . En la confusión atrºpellada .
sólº dis cernía lºs ej emplos favorables a su
prºpósito .
De pronto el Corºnel fué sºrprendido pºr
esta pregunta
¿Acaso tú sabes cºmo reacciºnaria tu
hij a al perder a su marido ?
Qué quieres decir ?
El médico amigº aclaró sus palabras .
Más que la prºximidad del enfermo , inquie
tabale una separación viol enta . Nº olvide
mos que se trata de una mujer apas ionada .
La razón ínt ima de tºda ella ,es el cariño
del enfermº .
El Cºrºnel l e interrump1o brusco
N º prosigas ! Ya s é a qué atene rm e con
Yº sºy un hombre de armas . Tengo
ºtra mºral . Cuandº el deber m e lº exi gió ,
hice fuego sºbre el enemigº, sin iden tifi
carlº . Era el enemigº .
— Una advertencia .
Para qué ?
— No fíes demasiado en la abnegación de
ciertos enfermºs . Te habla mi experi encia
de muchºs años . So n e gºístas,profunda
mente egoís tas . Tantº cºmo la idea de mo
rir,m á s aún si cabe , les tortura la seguri
dad de que otrºs cºntinuarán viviendo . Su
mayºr anhelo,seria que cºn ellos se enfría
ra e l planeta y se extinguiese la humani
dad toda . Y en ese egºísmo sin límites bo
rran tºdºs lºs afectºs , tºdºs lºs vínculºs ,tºdºs los amores . En su mente, ya desvane
cida,sólo llega a cºncretarse vagamente
una fórmula de anulación universal .
El Cºrºnel ya n º le ºía. Tºda su aten
ción estaba concentrada en ºtra parte.
Te mandaré a mi hij a . Conversa con
ella el tiempo que dure mi entrevista con
el enfermº .
El viej º soldadº hablaba cºn vºz segura,
y tenía esa calma que sus camaradas admi
204 JOSE LEON PAGANO
nardos , ni el zumbido de lºs insectº s entre
las plantas : era tºdº esº y era también la
germinación del mil palpitaciºnes que fluía
en tornº . Allá,detrás de la mºntana
, e l cie
lo dilat ábase en vivido clarºr : no tardaría
en asomar la lun a , pues su luz dif usa
ya bañaba el valle , pºnía reflejºs metálicos
en la arbºleda y convertía en diamante las
gotas de rocío prendidas de cada hºja . Un
vaho cálido subía de la tie rra . Era cºmo un
respirº que evidenciara su prºfunda ener
gía en cºnstante actividad .
La atención del Cºrºnel fijóse de prºnto
en una parej a que se deslizaba en la som
bra . Era e l amor,complementº y símbºlº
de la maj estad que emanaba en tºrnº . Era el
amor eslabºnado en una est rºfa m á s que
Diºs hacía brotar en el cºrazón de la cria
tura humana .
¡ Y a pocºs pasos de allí , en brusca tran
sición,tºdo sum ergías e en las tinieblas de
l o irreparable !
Perº cabía esperar . Ella es j ºven . Puede
rehacer su existencia . La vida es generºsa
cºn la juventud . N o hay milagrº que nº
pueda realizar .
Respiraba cºn fuerza . Había salvadº a su
hij a Era como si hubiese nacidº de nuevo .
E N LA LII SM A LLAM A 205
Aún le aguardaban hºras amargas,sin duda .
Pero el peligrº ya no existía . Había desapa
recido . Prºnto estaría lej ºs de allí , libre de
tºdº temºr,de toda amenaza . ¡ Ah ,
cºmº se
dilataba su pechº ante la s eguridad absolu
ta de esta liberación ! El abismº parecía
atraerlos , ya estaban al bºrde , ¡ y lº salva
rºn sin dej ar abierta ninguna de sus pen
dientes ! Su hija volvería a él , cºmº antes ,perº difundiendº tºda la dicha estremece
dora de quien ha sido acechada pºr la
muerte y arrebatada a ella .
La señal nº tardaría en l l egarl e . Dentrº
de alg unºs instantes , al pene trar en su al
coba . Lo s primeros mºmentºs serian hºrri
bles Entºnces él acudiría . Todo lº ha cal
cul adº . Ahºra atisba , agudizando sus sen
tidos,atentº a cuantº ocurre . Pero el si
l enciº es absºlutº . Se cºmprende que flºta
un há litº de muerte en cuanto le circunda .
Apenas si ºye e l palpitar de sus sienes . E l
tiempº transcurre . Si. ¿Pºr qué , entºnces ,
l a quietud es tan honda ? ¿ La hij a aún nº
ha descubiertº nada ? ¿Le supºne dºrmidº ?
Pero el as pectº del enfermº ya es ºtrº . La
rigidez de sus miembros , la expresión de su
rºstrº . Mira la hºra y se es tremece . El eº
razón parece detener sus latidºs . Quiere cº
206 JOSE LE ON PAGANO
rrer hacia la alcoba de sus hij os , y n o pue
de . Una fuerza extraña le paraliza . Algo se
anuda a su garganta . Una garra invis ible
le estrangula . Todo él se crispa, se retrae ,
se contuerce . Está apºyado a la pared, cºn
los ojºs dilatadºs,alteradas las facciºne s ,
sacudidº pºr estertores cºnvulsºs ¿ Qué
signo misteriºso ha vistº flºtar en el espa
ciº ? ¿ Qué vºz inarticulada habla a su espi
ritu una palabra de revelación venida del
ºtrº ladº de las cºsas ?
Pºr fin un gritº roncº parec10 desgarrar
l e el pecho :
Mi hij a ! ¡Mi b1j a !
Tºda la casa sintió. repercutir ese gritº
en la quietud 'absºluta de la nºche .
El dºctºr Luzan cºrrió a la alcºba del
enfermo, y retrocedió sobresaltado .
El enfermº y su espºs a yacían exánimes ,estrechándose en un abrazº definitivº. Sº
bre la mesita de luz veíase la j eringa y l as
ampºllas de mºrfina que les había unido en
aquel suenº de inefable dulzura .
Y un ecº repetía estremeciendo la casa—¡ Mi hija ! ¡Mi hija ! ¡ Mi hija !
208 JOSE LE ÓN PAGAN O
hij a E vel inda, heroína del drama que va a
desarrollarse
Rosari o y Eduvigis,dºs chinitas serranas
en traj e de fiesta,miran muy entretenidas el
cuadrº de baile que se desarrolla ante el las
y que el espectadºr nº ve . Lis arda, en pri
mer término,a la derecha
,sentada y ajena
a cuanto ocurre en tºrno suyo . Su indum en
taria pregona que no ha ven ido atraída pºr
l a fiesta . Oyese una música ej ecutada por las
guitarras . Cesan éstas de tocar, y una vºz
recia,que quiere ser persuasiva, dice :
“Quiéram e
,flºr de mi vida
,
Ya que es gustº de quien manda ;Y no m e diga que nº
Pºrque se enºj a su tata (En cºrº , y
cºn gran algazara,reSpºnden z)
¡Mentira ! ¡ Mentira !
¡ Qué se va a enºj ar el viej º !
¡ Jui , con el embuste ! (Vuelven a oírse
las guitarras,y tras breves pases, cesan de
nuevº . Una vºz femenina respºnde : )“Yº bien quisiera quererlº
,
Perº el querer n º se manda ,Pºr eso digo que no
Aunque s e enºj e mi tata”(Acogen la
estrofa con risas y palm ºt eºs estrepitosos .
algui én dice : )
E L ZARPAZO 209
¡ Lindº !
¡ Tomá po r chambón !
¡ Jui , j a, j a ! (Rosariº y Eduvigis partici
pan de la j arana cºn vivº entusiasmo . En
es te precisº mºmentº sale Evel inda del ran
cho,al tiempº que llega dºn Zenón , su pa
dre,pºr la derecha . A ! reparar éste en las
empanadas que su hij a lleva en un platº,la
interroga
Zenón ¿Y esº, m'hi j a ?
Evelinda Unas empanadas pa o sequiar
a estas visitas .
Zenón ¿Y pa remate de una linda fiesta ,nº ?
Evel inda (A Rºsario y Eduvigis . ) To
men .…
Eduvigis ¿Vºs las hai hecho ?
Zenón ¿Y quién,si nº ? Veían la pre
gunta .
Evel inda (A Lisarda . ) Tomá , Lisarda .
Lisarda N o quero .
Evelinda Tºm á y n o seais chúcara .
Lisarda l l ic dicho que nº querº .
Eve l inda Buenº . ¿Uste quere , t ata ?
Zenón N o,m
'hija . Andá y o free e le a
mi cºmadre .
Evelinda Esº iba hacer . (Vá se po r la
210 JOSE LE ÓN PAGANO
derecha,al tiempº en que viene ñº Casianº
y Zoilo . )No Casiano (Al verla alej arse . ) Altiva y
donosa cºmo flºr del aire . Ya puede estar
satisfechº,mi cºmpadre .
Zenón Es mi o rguyº, ¿ pa qué negarl o ?
Eia ha siº mi cºnsuelo cuandº murió la fina
da .
No Casiano Tan mºdºsita y al mesmº
tiempo tan mujer pa pºnerlo a raya a unº .
Zenón Tiene a quien salir .
Nº Casiano ¡ Hijo'e tigre overo había 'e
ser ! Fij esé , mi cºmpadre, la cara de Zoilo .
Se l e cae la baba .
Zenón Nº sé por qué será .
No Casiano ¡ Y se ha puesto cºlºraº !
Zoilo (Al ejándose . ) N º le haga j uicio ,
dºn Zenón .
No Casiano — Las veces que la m o zad a le
ha dichº “ truco a la Evelinda, y cia“nº
querº” . (Aludiéndºl o a Zoilo . ) Pero agora
parece que no es ansina, ¿ eh ?
Zenón Puede .
Nº Casiano ¿Y usté qué dice , mi cºm
padre ?
Zenón Yo,ñº Casiano, l o que diga la
Evelinda .
Nº Casiano El mozº es de l ey .
212 JOSE LE ÓN PAGANO
m i ayá abaj º , entre l ºs paredºnes'e la mon
taña .
Zenón Fiera sería la cºsa . Ya avis aron
a lºs ranchºs baj os que naide se yegue al ríº
ni suelte hacienda .
Evel inda ¿Diga, tata , cuandº suelten
lºagua será más juerte que una creciente
grande ?
Zenón Diz que cuandº la suelten de re
pente será juertaza .
Nº Casiano Sah endom e est oy'e la vaina
pa verlº
Zenón Y esº que usté no vía con guenºs
ºjºs l 'ºbra 'el puente .
Nº Casiano Claro que n o .
Zenón Cºsa mala no ha 'e ser cuando el
mesmº cura la va a bendecir manana .
Evelinda Es rarº que usted nº se alegre ,padrinº . Mire que antes , cada vez que el ríº
crecía,quedaba incºmunicada la gen t e
'e la
ºtra banda . Y era cºsa de estar vadeando el
río a cabaiº,cuandº se pºdía .
Nº Casiano Y ahí me yam aban a mi
juego,pues . Buenºs pesºs me sacaba yº cºn
la gente foras tera . Era una de m andaºs que
no acababa nunca . Pero agºra se me acabó
la cºs echa . Si hasta lºs ut om óvil es pasan a la
disparada pºr e l puente .
E L ZAR PAZO 213
Zenón Esa es la ventaj a .
No Casiano Será pa l ºs ºtrºs ; lº que es
pa mí, nº le veº la gracia .
Zenón Ya n o hay que hacerle .
No Casianº Así es,nº m ás . Ust é es ºtra
cosa , cºmpadre . Y se compriende que esté
satisfecho . L'ingenierº li ha daº pr uebas de
apreciº .
Zenón Es verdad .
Nº Casiano No sólo lº hai hechº capa
taz de la piºnada, sinº que también l e ha
cºnfiaº la manija del port ón que suj eta
l 'agua . Y la cºsa es de cuidaº .
Zenón Po rque sé correspo nder .
No Casiano Cºn cuatrº vueltas de mani
j a , s e echaba a r-odar los cimientºs y se iba al
mesmo diablº tuito el trabaj º .
Vizcacha (Entrando ) ¡ La correntada ,jui
,jui !
Nº Casianº ¿Cuá la, chei ?
Vizcacha La correntada e l o s eºnvidaºs
que arrasarºn con tuitas las empanadas .
E ve linda ¡ Qué sustº ! Yo creiba que ha
bían l argao l 'agua ésa .
Vizcacha Ojalá pidieran agua . Están
quiriendº empanadas .
Evelinda Yevale . Agarrá de ahí . (En
tra al rancho )
214 JOSE LE ÓN PAGANO
No Casiano ¿Vamºs a echar untraguitº,Zono ?
Zoilo Vamºs .
Nº Casiano ¿Y usté , cºmpadre ?
Zenón Comº guste,ño Casianº . (Vanse
por derecha . )Eduvigis— Yo nunca vide tant 'agua aco
rralada .
Rosariº Yº vide perº no así rejun tada.
Eduvi gis Eso d l g0 yo . Yo también sé
que la creciente trae muy mucha barranca
abaj º . Perº yº d igo así, quieta , cºmo ma
j ada en pºtrerº chicº .
Evelinda Cuando vide que pºnían esa
tranquera, no me pensé que juese pa suj etar
tant'agua.
Rosariº Yo nº puedº mirarla fijam en
t e ; me da sustº .
Evel inda Y cuandº se ven las nubes m e
tidas adentrº 'e l 'agua , m á s miedº da en
tuavía.
Eduvigis Es cierto ; parece m ás hºndº
el río .
Evelinda Parece cºmº º tro cielo vºl caº
en l 'agua .
Rosariº í ¡ Miren que se le ºcurren cº
sas a l ºs puebl ero s !
Ey eliads Yº me asusté muy muchº
JOSE LE ÓN PAGANO
Evelinda (impresionada ) . ¿ Ciprianº Ln
na ?
Rºsario El mesmº . Pero nº creo que
rumbee pa 'ca .
Lisarda (Incorporándose de nuevº, ai
rada . ) ¿Y vºs qué sabís ?
Rosariº ¿ Oh , y que no hais ºídº ?
Lisarda Pºs yo digº que viene,y a
malhaya le saquen lºs ºj os los caranchºs .
Rosario Perº vºs entuavía lº e stás
quiriendº .
Lisarda ¿Yo ? Dios permita que lo de
v ºren los pumas en la quebrada 'e las ani
mas .
Rºsario ¿Y entºnces pa qué lo espe
ras y queris verlº ? Oigan cuento .
Lisarda Porque me ha embrujao y que
rº que me saqu'el daño y m e libre , el mal que
yevº encima . ¡ Ah , y el Mandinga me juye !
Días pasaºs jui a su ranchº , y me sºltó los
perros . Unº,el bravo
,me tiró al suelo y m e
mordió . Y el desalm aº se reía a más n º po
der , y lo asusaba gritándºl e : ¡ Chúmbal e a
la loca !
Evel inda ¿Esº hai hiechº cºn vºs Ci
prianº Luna ?
Lisarda Esº .
E L ZARPAZO 217
Eduvigis Porque vºs lº perseguía, y
él nº quere .
Evelinda ¡ Cayá t e !
Lisarda Lº persigo pºrque nº querº
mºrirme rabiºsa . Yo nº puedº con mis pe
nas . Vivo cºmº transtornada , comº cuando
tuve aquel gºlpe de sºl tan juert e que m e
dej ó mesmamente cºmo loca . Perº agºra es
pior porque es en todº el cuerpº . La sangre
se pone como fuegº . Y siempre tengº mi
ideia fij a en Ciprianº . Y más lº odio y m á s
piensº en él , y siempre está a mi laº aunque
esté aus ente . Es el daño , es el be l eño del em
brujam ien to ,y yº ya no puedº co n estas pe
nas que sºn muchas,y no m e caus an la
muerte .
Eduvigis Pºr zºnza t e estás secando co
m º cuerº al so l . Si tºdas las que ha querio
el mandinga ese iban a pºnerse ansina comº
vºs .
Lisarda Es que a m i nº mi ha vºl tiao .
Eduvi gis Oh , y a m i tampºcº .
Lisarda ¡ A vo s s i !
Rºsariº (A Eduvigis . ) Nº le hagai jui
cio .
Lisarda (A Rosariº . ) ¡ Y a vo s tam ién !
Rºsariº ¿Y qué ?
Lisarda Pero a mí nº me agarró a la
218 JOSE LE ÓN PAGANO
fuerza en un paj ona l o entre las piegras.
Rºsario No , a vºs t e agarró cºn l o s pe
rros
Eduvigis ¡ Y vºlvé pa ºtra vuelta !
Lis arda (Echándos e sobre ella . ) ¡ Ah ,
descastada ! Yo … te vi arrancar la lengua .
Evelinda (in t erponiéndºse ) . ¡ Lisarda !
Rosario Dejá la, nºmás .
Lisarda ¡ Mala penca !
Eduvigis Ya está zºns iandº de sºbra
esa cºmadrej a sin cueva .
E vel inda Cayá t e , vºs , y nº alborotes .
Lisarda Ya t e bei de alcanzar, n o ten
gás miedº .
Evelinda Vení, Lisarda ; quedá t e a mi
lao . Ya sabís que yº t e quero . Vayan pa an
de la reunión, ustedes .
Eduvi gis Si, y que se sosiegue esa .
Rºsariº Vamºs,sí . (Eduvigis y Rºsa
rio se alej an por la derecha ) .
Lisarda Deseando estaba que se jue
ran,Evel inda. Pa prevenirte .
Evelin da ¿De qué ?
Lisarda Ya te ponis pálida . Vºs sabie
lº que vºy a decirte .
Evelinda Habl á .
Lisarda Ciprianº Luna está queriendº
perderte .
220 JOSE LE ÓN PAGANO
da . ¿ Quere que yº l e arree las cabras y se
las dientre al cºrral ?
Evel inda Pa qué se va a incomºdar,Zoilo .
Zoilo Es mi gustº . Cºn su tata himºs
estaº curandº a la baya . Tenía pizote . Pe
rº se pºndrá buena . (Aparece Nº Casiano ,
pºr l a derecha . )No Casiano ¡ Comedido , el mºzº ! Así
me gusta .
Zoilo (A Evelinda. ) ¿Voy yendo, en
tonces ? Ya sabe que a la ºración el ingenie
rº nºs reune a tuit os los que himºs trabajaº
en el puente .
Nº Cas iano ¡ Lindo no más ! (A Eve
linda . ) Y decile que si, muchacha . N º desai
res el comedimiento . Agºra,que nº sé si le
interesan las cabras º la pastora . ¿A vo s qué
te parece,Lisarda ? ¿Oh , y se ha quedaº mu
da ? Y vo s también estás chusiaº . ¿ Qué es
estº ?
Lisarda Yo se lº vi a decir .
Evel inda ¡ Nº , Lisarda !
Lisarda ¿N o ? ¿ Querís que es e maldito
te vºl t eie pa arrastrarte cºmo a ºtras ?
Zoilo ¿ Qué decis ?
Nº Casianº A ver, ¿ qué es l o que estás
diciendo ?
E L ZARPAZO 221
Lisarda Que Cipriano Luna persigue a
la Evel inda .
Nº Casiano ¿Pero vos no le hacei jui
cio,verdad ?
Evel inda ¿Yo ?
Nº Casianº Contestá . ¿Vºs le hacei jui
cio
E vel inda ¡ Diºs m e libre y me guarde !
Nº Casiano As í me gusta .
Zoilo ¿Y cómo se bis vos que la persi
gue ?
No Casiano Andá vºs y nº le digas na
da al padre de la E vel inda . (Vase Zoilo pºr
la derecha . ) A ver, Lisarda, contestame .
Lisarda ¿ Qué ?
Nº Cas iano ¿Nº es el deSpechº lº que
te hace hablar así de Ciprianº Luna ?
Lisarda Nº,y usté lo sabe .
Nº Cas iano ¿ Cómº lº sé yº ?
Lisarda O, ¿ y que nº es usté quien ha
rastriaº ayer l as pisadas del mala- cara de
Cipriano en e l bajo 'e la cañada ?
Nº Casiano Si, yo mesmo .
Lisarda Pºr esº digº .
Nº Cas iano ¿Y vºs cómo has sabidº
que el mandinga ese la pers igue a la Eve
hnda ?
Lisarda Pºrque m e lo hai maliciaº al
222 JOSE LE ÓN PAGANO
ver comº la miraba . Yo tamb1en sé rastriar.
No Casiano Ta giienº .
Evelinda Oiga, ño Casiano ; yº nº que
rº que Zoilo se tºpe cºn Cipriano Luna .
Nº Casiano ¿N º ? ¿Pºr qué ?
Evel inda nº quero que se
cºmprºmeta
Nº Casianº ¡ Lindº , no más !
Evelinda Uste ya se malicea o tra cº
No Casiano Decí cual .
Evel inda ¿ O , y pa qué ?
No Casiano A ver,Lisarda, vos que
también sabís rastriar. ¿ Qué te parece ?
Lisarda Que Zoilo está prendaº de la
Evelinda,y que la quere pa quererla , cºmo
Diºs manda . Y ella le tiene ley, aunque no
lo diga . (Mutis derecha )Nº Casiano ¡ Lindº , nº más !
Evelinda Zoilo nunca s e ha fijao en mi.
No Casiano Será que vos nº lº
Evelinda ¿Y cómº , si nº m e dice nada ?
Nº Casianº Ha 'e ser que piensa en ºtra,
¿ nº ?
Evel inda Que piense . Pa m i es igual .
(Y se entra al rancho )Nº Casiano (A Zoilo , que viene por la
derecha. ) Decime vºs : ¿ cuándo le vas a de
224 JOSE LE ÓN PAGANO
en apuros,ñº Casiano ! (Vuelve la cara aver
gºnzadº ) .
E velinda ¿Y pa qué ?
Nº Cas ianº (A Zoilo . ) N º des vuelta
la cara,vos . (A E vel inda. ) M irá lº a Zoilo .
(Evelinda l º mira a Zoilo . Luegº baj a lºs
ojºs ruborizada y vuelve la cabeza ) .
Zoilo (Mediº tartamudeando . ) Se .
m e aflujean . las piernas . (Se apoya en ñº
Casiano,que lº rechaza )
No Casiano Veían esta yunta 'e bagua
les . ¡ Si m e dan ganas de emprenderla a lon
jazo limpiº !
E velinda Pero si iº n o digo nada , pa
drinº .
Zoilo Ni iº tampocº, padrinº .
Nº'
Casianº ¡ Ni su madrina tampocº ,par de pavºs ! (E velinda y Zoilo se miran , y
vuelven rápidº la cabeza )Nº Casiano (A Evel inda . ) Decí vºs : ¿ te
querés casar cºn Zoilo ?
E vel inda Yº no sé . l º que tata diga .
Nº Casiano ¿Y vos queris a la Evelin
da ?
Zoilo Yº n o sé ; lo que diga mama .
No Casianº (Tirándole un lºnjazº . ) ¡ Te
vi a dar por zonzo ! (Hace una transición
brusca,y dirigi éndºse a Evelinda, l e dice
E L ZARPAZO 225
muy serio . ) Tenis razón en no quererlo , por
flojo . A éste cualquiera se l o ieva po r de
lante .
Evelinda Tanto como esº no .
No Casiano ¿Nº ? Estoy segurº que si
le cruzan la cara de un chirlo , se queda cºn
la afrenta sin resºyar.
Zoilo (Demudado , reacciona viºlentº . )
¡Miente quien lo diga, ñº Casiano ! Nº ha na
cio el machº que m e mºj e la oreja . ¡Miente ,hie dichº !
Nº Cas iano (A Zoilo ,"
indicandº a Eve
linda ) . Y vºs también tenis razón en n o
quererla a eya, pºr ladina y amiga de que
sean muchºs lºs que l e canten serenatas .
Zoilo ¡ Esº nº es cierto !
Evelinda (Prºfundamente dºlida . ) Nº ,
padrino : naide puede j actarse de haber me
recido ni es tº de mi cariñº . (Hace sonar la
uña del pulgar en los dientes )Nº Casiano ¿ Qué no ? (A Zoilo ) . Avmi
guá l o , y verás . (Medio mutis . Zoilo hace co
m o para seguirle . )Zoilo Lº que usté hace es cobarde . Nº
Casianº .
E ve l inda ¡ No , Zoilo ! (Le detiene , y que
dº cºmo abrazada a él . Este se estremece
al sentirla tan cerca de su pecho y, sin dar
226 Jo se LEÓN PAGANO
se cuenta , casi a pesar suyo , la estrecha en
sus brazos y la besa apasiºnadamente . No
Casiano lanza una carcaj ada de satisfac
ción,y viene hacia ellos . Evelinda y Zoilo
se sueltan,aturdidos por la emºción y la
sorpresa . )No Casiano ¿Por qué nº le preguntan
agora a tata y a mama qué piensan de esº ?
Eve l inda Jue sin querer,
Zoilo Perdºne,Nº Casiano ; perº usté
mi hai hecho sufrir .
No Casiano Guen o , ¿y agora no queris
dentrarl e las cabras al corral ?
Zoilo Y cómo no . ¿Vºy iendº ?
Evelinda Vamos juntºs s i
No Casiano ¡ N º m'hijita ! Vºs t e que
dás aquí (Casi para si mismº . ) N º sea que
el yesquero prienda fuego al
Zoilo Hasta m ás luegº ,Nº Casiano Y a m i que m e salude el
padre cura, ¿ no es esº ?
Zoilo Y que le eche la bendición pºr
gú en o . (Vase Zoilo pºr la derecha, prime
ra . )Evelinda Cómo lº quero
,padrinº .
Nº Casian º ¿A quién ?
Evelinda A . a Uste.
Nº Casiano ¿Y recién te das cuenta,
228 JOSE LE ÓN PAGAN U
quedandº oculta . Vienen pºr el forº, dere
cha,Ciprianº y Vizcacha . )
Ciprian o ¿ Aude hais dichº que es tá la
Evelinda ?
Vizcacha Aquí mesmº la vide hace un
ratº,patroncito .
Ciprianº (Amenazándolo con el reben
que ) Te vi a cruzar la cara de un lºnjazº
pºr inútil .
Vizcacha Aqui estaba, patroncito .
Ciprianº ¿Y po r qué nº cumpliste mi
encargº,entºnces ?
Vizcacha Pºrque nº pude piarla sºla
a la Evel inda . No Casiano estaba con cia .
Iº me mal iceº que a m i m e desconfían .
Cipriano ¡,Y pa esº te he mandao bom
biar, pa que me resultaras gaina ?
Vizcacha Si no me dejaban arrimarm e .
Cipriano ¡ Pºrque se te ve en la pinta
que sºs floj º !
Vizcacha Es que cuando uno anda en
la mala tuit o s los abroj os se l e prienden .
Cipriano Eso a '.e ser
,nº m á s . (Y le da
con el rebenque . Aparece Lisarda, profun
d amente turbada )Lisarda ¡ Ciprianº !
Ciprianº (Cºn los dientes apretados,
a Vizcacha . ) ¿Y a ésta nº la habías vistº ?
E L ZARPAZO 229
Vizcacha (Retrºcediendº temerºsº . )Oh
, ¡,y quién hace juiciº de ésta ?
Cipriano ¡ Sºtreta ! (Le amaga un re
bencazº . )Lisarda Tenimºs que hablar .
Ciprianº ¿ Quería que ºtra vez t e suelte
los perros ?
Lisarda Quero que m e saques el daño
pºrque me tenis embrujada .
Ciprianº —¿ Iº ?
Lisarda Vºs . Na Tránsitº m e l o dij º .
Y dice que vºs sólº me po dís quitar el be
leño que me muerde aquí dentrº del pechº .
Cipriano (Bajo , a Vizcacha ) . Aguai
tá , si vi ene alguno .
Lisarda Esperº el contes to .
Ciprianº (Viene hacia ella , reprim1en
dºse ) . Mirá Lisarda : vºs te mandas mudar
agora mesmº de aqui, o iº te saco a lºn jazºs
limpiºs .
Lisarda Aunque m e acribn aras a gºl
pes n o me m a. Ya nº te vas a librar nunca
de que iº te persiga ande quiera que veias,
pa espiart c y descubrir tus intenciºnes . Co
m o agora . l o sé a qué has venio , pºrque t e
segui rastreando tu gíieya .
Ciprianº ¡Ah , perra !
Lisarda Rabea,esº querº iº . A la Eve
JOSE LE ON PAGAN O
linda nº la vas a sºrprender sºla . l o e de
estar a su lao , pa clavarte un cuchn º en las
en tranas, por _descastaº .
Cipriano l o me voy agºra . Seguím e si
sos capaz, segu ím e y
-hago que te arrastren
mis perrºs por un despeñadero y t e hagº
rodar cºmº una piegra desprendida hasta
el fondo mesmº del abismº .
Lisarda Pa vivir embruj ada, mejºr
que m e devoren l ºs pumas en el fºndº del
despenadero (Una pausa . ) Pero decime Ci
prianº : ¿ pºr qué l o preferís tºdº antes que
sacarm e el bel eñº del embrujam ientº ? ¿Pºr
qué ? Iº nº fuí mala con vºs . Y eso que me
enganas te . A m i m e hais bablaº de"
cariñº,
y yo t e quise pa que jueses mi hºmbre , pa
siempre . Y después te reiste de m i . Perº
nº l e hace . Yº tºdo lº perdonº cºn tal de
que m e saques el dañº .
Ciprianº (Cºmº quien tºma una reso
lución súbita . ) An date al rancho m á s lue
gº .
Lisarda ¿Y me vas a sacar el embruja
mientº ?
Ciprianº Si, andate al rancho y espe
rame .
Lisarda ¿N o me vas a tender una cela
da ?
JO SE LE ON PAGANO
Cºmo dicen que us té es mal º cºn las muj e
res
Cipri ano Habladurías nº más .
Petrºna Y lº de la Lisarda, y la Edu
vigis, y la Micaela, y la Rosariº, ¿ tam
bién Sºn habladurías ? .
Cipriano También . Yo nº sºy lº que
dicen .
Petrona Así me va pareciendº . (Provo
cativa ) . ¿A qué no m e vo l t eia a m i?
Ciprianº (Guiñando un ºjº para sí . )
¡ Ah i nº m á s me pica ! Pero ha erraº la
¿N º ve que aqui nº hay cence
rrº ?
Petrºna Maula me había resul tao el
t em íº .
Cipri anº ¿No supº ser us té novi a'e
Cirilo,y de Martiniano
,y de Rudesindº ?
Petrona ¿Y d'iab i ?
Cipriano Que a m i nº me gustan las
sºbras .
Petrºna (Al ej ándose ºfendida . ) ¡ Gau
cho presumido !
Cipriano ¡ Pa lºs perrºs !
Petrºna ¡ Amalhaya y se prienda de
un escuerzo !
Ciprianº ¡ Cha ! ¡ Cha ! ¡ Tºrito ! Jui ! j a !
ja ! (Petrºna se va por la derecha, segundo
E L ZARPAZO 283
términº . Ciprianº mira cautelºsº a tºdºs
lad os . Luego se aproxima a la puerta del
ranchº,y llama en voz baja . ) Evelinda,
Evelinda. (Nº Casiano asºma sin ser vistº
pºr Ciprianº Luna . Hay una pausa . Vizca
cha aparece po r se gunda derecha, y al ver
a Nº Casiano, grita : )
Vizcacha ¡ Guarda ! (Y huye . Ciprianº
se vuelve rápidº, y se encuentra cara a cara
cºn Nº Casiano . Un silenciº . )
Nº Casiano Ta giieno (Pausa . Lºs
dºs hºmbres se miran como“
desafiándºse . )Ciprianº (Sºnríe provocativo . ) Giie
nas tardes, nº Casiano .
Nº Casianº Giienas º malas .
Ciprianº Yº dij e : gúenas . Asigún pa
rec e l e extraña verme pº es tºs laos .
Nº Casiano Un po co .
Ciprianº Ypo r qué ?
No Casiano Pºrque se m e hace que vie
ne como extraviao .
Ciprianº ¿ Si?
Nº Casianº Y además,tamb1en me pa
rece que isga a destiempo .
Ciprianº ¿A ver cómº se expl ica Nº
Casiano esa adivinanza ?
Nº Casiano Es muy sencilla : el puma y
284 JOSE LEON PAGAN O
el zºrrº n o salen del mºnte ni asºman de
día sinº cuando vichan una presa .
Cipriano Siga .
Nº Cas iano Y agºra nº es de noche.
Nada más .
Ciprianº ¿Y esº es pa asustar a lºs
maulas ?
Nº Casiano Y para prevenir a lºs gua
pºs .
Ciprianº Ta guenº .
No Casianº (Cºn vºz sºrda , comº de
quien se domina apenas z) Yº también hie sio
mozº cºmº el m á s pintao .
Cipriano Nº parece .
Nº Casiano Perº de mejor laia . Hie te
n io mis cºsas como todo varón , pºrque pa
eso tengº bien suj etºs lºs calzºnes . Perº a
las mºzas las'
hie querio cuandºs ellas m e
quisierºn quererme . Nunca a sio a la fuer
za i de a trición ,como fiera º ave de rapi
na .
Ciprianº Eso va en gustºs .
No Casiano O en buena º mala entra
na .
Cipriano Puede .
Nº Casiano Pero lo que es agora ha
errao la giieya.
Ciprianº ¿Y usté me la va a ensen&r ?
236 JOSE LEON PAGANO
Nº Casiano Nº quere . Cºmo tampºco
ºtras han querio , y usté las agarró como
bestia enfurecida . Y endespués, pa que l o
sepa : la Evel inda está po r tener dueño .
Ciprianº ¡ Nº diga ! ¿Y quién es el
suertudo ese ?
No Casianº Mi ahijaº Zoilo , mozo de
ley si lºs hay .
Ciprianº Ta guenº .
Nº Casiano Esº mesmo digº : ta guenº .
Conque a relinchar a ºtrº laº .
Ciprianº Así será .
Nº Casianº Así
Cipriano ¿Pero sabe una cosa , viej º ?'M e da pena ver pa l o que usté a quedaº .
Porque es tri ste,nº me di ga .
Nº Casianº ¿Pa lo que hie quedaº ? .
Ciprianº Pa cuidar faldas aj enas , y eso
n o es de macho .
Nº Cas iano (Saca el cuchillo y acome
te rápidº . ) ¡ Ah gaucho al zao ! Yo te vi a
dar pºr mal hºmbre .
Cipriano (Dando un saltº atrás,ágil
como gatº montés) . ¡ Vale tragº la parada !
(Y ríe comº quien nº tºma a lº serio el pe
l igro de l a acºmetida ) .
No Casiano ¡ Cuatrero e pºrra !
Cipriano (Revolotea el pºnchº , y salta
E L ZARPAZO 237
de un ladº al ºtrº para esquivar las puñala
das que le tira a fºndo No Casianº . ) ¡ Jui ,
ja, ja !
Evelinda (Sale del ranchº, y grita azo
rada : ) ¡Nº Casianº ! (Se diri ge hacia el fo
ro , derecha, llamandº cºn voz alterada : )
¡ Tata, tata Zoilo, ¡ M uchachºs ! . ¡ Tata ! …
Ciprianº (Mientras ñº Casiano sigue
acom etiéndo l o ) . La Evelinda ha 'e ser mía ,
sºtreta. ¡ Jui ! (Y da un brinco para evitar
el golpe tirado pºr ñº Casianº ) . Y la hie de
alzar en el malacara en tu “prºpia j eta . Zoilo
es muy pocº hºmbre pa pºnerle su marca .
Nº Casiano ¡ Hijo e mala penca ! (Y
le acºmete ) .
Cipriano ¡ Jui, ja j a ! (Esquivándºl e .
Viene la mºzada pºr la derecha , y Evelinda,
Zoilo y Nº Zenón ) .
Unº ¿Y pºr qué se han trenzao ?
Ciprianº Nº Casianº que se le prendio
a la damajuana y se ha pasaº a la ºtra
alforj a . pa sentar fama 'e guapo .
Nº Casiano ¡ Atajate esa , trompeta ! (Le
tira una punalada y le alcanza . Nº Casiano
retrºcede . Mºmentºs de expectación . Ci
prianº arrolla la lonj a de su rebenque en la
diestra . )Ciprianº Agºra vas a ver .
238 JOSE LE ÓN PAGANO
Evelinda (Interpom endºse, cºn vºz
ahºgada z) ¡ N o , nº Ciprianº .
Cipriano (La mira, y tras de una pau
sa,sonriente : ) Es verdad . ¿Pa qué ? Está
muy vichºcº ñº Casiano . (Luegº, bºscº, mi
ra,con altivez en tºrnº suyº , y dice, cºmº
buscandº un rival de su talla : ) Pero si ºtrº
quere cºpar la banca .
Zoilo (Adelantándose . ) ¡ Ciprianº !
Cipriano (Provocativo . ) ¿ Qué ?
Zoilo (Sosteniendo la mirada fij a
en l ºs ºj ºs de Ciprianº, y en voz muy ba
ja z) Más luego , sºlos , l ºs dos , a la giiel ta
el ríº . (Una pausa)Ciprianº ¿Detrás
'e lºs álamos ?
Zoilo Ah í mesmo .
Cipriano Ta giienº .
Nº Casianº ¡ Cºnmigº ha"e s er, hij o
'e madre baguala l
Zoilo (Le detiene . ) No, padrinº . Este
asuntº ia a t erminaº. (Pºr la derecha viene
un muchachón j adeante,y cºn vºz alterada
dice)
Muchacho ¡ Guarda ! ¡ Un tºro bravo
Viene juyendº pa ca . Ia ha corneao un ca
baio .
Zenón ¿Y viene , decis ?
Muchacho ¡Veian !
240 JOSE LE ÓN PAGANO
Zoilo ¿Y usté ?
Ciprianº ¿Yo ? A ver, Viz cacha .
Vizcacha ¿ Qué , mi patroncito ?
Cipriano Traime el malacara . (A Zoi
l o . ) No creº que tenga , usté agaias pa os
tos trances . Y si nº,venga . (Vase . Zoilo
hace cºmo para seguirlº,pero Evel inda y
Nº Zenón le detienen . Unos van detrás de
Ciprian º ; ºtrºs permanecen en escena y mi
ran hacia afuera, dispuestos a pres enciar las
incidencias de tamañº alarde . )
Nº Casiano ¡ Am al haia i l e saque a cor
nada limpia las entrañas !
Zenón ¿Anda pretendiendº a la Eve
linda,n o ?
Zoilo No tenga cuidaº .
Uno (De l os que siguen atentos las evo
luciºnes de Ciprian º Luna : ) ¡ Entrañudo el
mºzº !
Otro ¡ M achasº lindº, jué pucha !
Otrº ¡ Santo Cristº ! (Un clamºr parte
de l ºs mirones que están dentro y fuera de
la escena . )No Casiano ¿ Qué es esº ?
Unº (Sin dej ar de mirar hacia afuera ,cºn vºz alterada por la emoción : ) E l tºrº
arremetió,perº Ciprianº tendió a un laº el
Malacara,esquivando la embestida . Y las
E L ZARPAZO 241
guampas del chºrriao ese sºn cºmo pa chi
fles . ¡Metale no m á s !
Otrº ¡ Veían cºsa ! el tºrº está cºmº lo
cº de furor . Echa espumaraj o s por la boca .
Agacha el testuz y escarba la tierra cºn las
patas . ¡ Ah !
Zenón (Acudiendo ) ¿ Qué es eso , pºr
Cristo padre ? (Un gritº de alarma parte de
tºdºs lºs pechºs . Los mirones ret rºceden en
masa hacia la escena , sin dejar de s eguir las
prºezas de Cipriano Luna . )
Nº Cas iano Nº se asuste, amigº ; si te
davia está lej ºs de aqui .
Uno ¡ Agºra ! Agora revo leia el lazº .
¡ Cha cºn tºdos los roios de la armada .
¡ Lindo ! (Responde un clamoreo ensordece
dºr . )
Nº Casiano ¿Que jue?
Otro Cerró el lazº en las patas delan
teras y tumbó al tºro . ¡ Ah ,mozº bravº !
Otro I agºra lo va a mºntar pa domar
lo . ¡ Veia ! Y con la cara pa atrás . ¡ Jui l
Otro ¡ Indio curtido ! Y entre el cºn
fuso vocerío de lºs mirones se perciben es
tas fras es : )
Unº ¡ Esº es ser macho !
Otrº I j uert e cºmº una peña .
242 JOSE LE ÓN PAGANO
Otrº I malº y temible cºmº temporal en
un despeñadero .
Otro (Dominándºlº tºdº co n su voz : )
¡ l a l o sueltan !
Otrº ¡ I Ciprianº se priende'e la cºla a
manera de rendaje '
Otro ¡ Parece cosa el infiernº ! (Un gran
clamoreo y tºdºs retrºceden hacia la escena .
Lºs comentariºs descriptivºs que siguen lºs
exclama cada cual con entusiasmo frenéti
co,agitándose y saltandº cºmº si cada un o
fuese el prºtagonista de la dºma que se pre
sencia .
Uno ¡ Meta corcovo !
Otrº Ciprianº está cºmº clavaº en el
lºmº del torº . ¡ Cha ! ¡ Jui l
Otrº ¡ Dale bufidos l
Otrº Si lº vºl t eia l o hace picadiiº.
Otrº Nº he visto nada comº estº en mi
vida .
Otrº Dale torº .
Otro ¡ Lindº !
Otro ¡ Zas ! ¡ Al suelº ! (Un gritº reco
rre el grupo de mirones . ) ¡ Se levanta ! ¡M e
ta cºrn ada
Otrº ¡ Dale corcºvº ! Veían la espuma'e
la boca . El belfo l e cuelga blanqueando .
244 JOSE LE ! N PAGANO
flor,patroncito
, ¡ que no m e digan ! (Tºdºs
aprueban cºn entusiasmº ) .
Ciprianº Se agradece el cumplidº .
(Luegº , a Vizcacha , baj o Yº hago agºra cº
m e que me vºy, y escuendº el malacara en
la cañada : vos te vas ayay me esperas . ¿ Cis ?
Vizcacha Si, mi patroncito . (Vizca
cha se escurre ) .
Cipriano (A Evelinda, que se ha retrai
do y fºrma un grupo con Nº Casiano , Zenón
y Zo ilº : ) M e vºy agºra pa nº se guir estor
bando . I disculpen , ¿ nº ? Aunque el entusias
m o de la m o zada quiera hacerme creer que
pa algo he serv io deteniendº al tºrº alzaº . I
gú enas tardes .
Varios (A la vez Guenas tardes .
“
Nº Casiano (Entre dientes : ) ¡ I ºj al á
se pierda de vista !
Cipriano (Baj º, a Zoilo Lº cºnvenido ,
¿ nº ?
Zoilo Io sólº tengo una palabra .
Cipriano Asi me gusta . (Vase pºr de
recha .
Nº Casianº Te desafio pa pel iarl o , ¿ ver
dad ?
Zo ilo N o , padrinº .
Evel inda Si, ñó Casianº : esa ha'e ser,
esa ha 'e ser.
E L ZARPAZO 245
Zoilo No , nº ha siº esº .
Zenón Giienº , muchachºs : ia es hºra de
dirno s al puente , cºmo lº mandó l'ingenierº .
Zoilo Es cierto,don Zenón .
Nº Casiano (A E vel in da) Lº que
es a éste nº lº dej º sºlº ni pa dir al sermón .
Evelinda Si, ñº Casiano : Ciprianº Luna
es capaz de madrugarl o .
Nº Casiano N º tengas miedº ; ió nº sºymancº .
Zenón ¿Vamos iendo
Zoilo Vamºs . (Tºdºs se alej an por la
derecha ; y algunos cºm entan : )Unº ¡ Fiesta más linda ! ¿Eh ?
Otro Pero que había sido mozº entrañu
dº Cipriano Luna .
Zenón I vos está t e sosegada, no más .
l á sabís que estandº “ Leal “ a tu laº,n o hay
quien se te acerque .
Evel inda Vaiasé tranquilº , tata .
Zenón Hasta más luego , y Dios sea bcn
dito,m
'hija. (Se van todos . E vel inda lºs mi
ra marcharse,y es cucha comº arrobada el
cantº de los que se al ejan . Luego el cºro se
extingue a la distan cia . Cae la tarde . El si
leucio es absºluto . Una pausa . Ciprianº Ln
na asoma detrá s de l algarrobº . y se retrae
cºn sigilº después de observar a E ve linda .
246 JOSE LE ON PAGANO
Esta se vuelve ; mira en tºrnº suyº, y cºn vºz
natural llama : )Ev elinda Leal“ . (Una pausa ) .
“Leal
(Evelinda va a encaminarse hacia el ranchº
y al llamar de nuevº a “ Leal” se queda
atónita ha vistº a Cipriano Luna que asºma
detrás del algarrobo . Un gritº se ahºga en
su garganta . Tiene un impulso ; el de correr
a refugiars e en su ranchº,pero de un brin
co, Cipriano l e cierra el paso )Cipriano N o se m e asuste , prenda ,
Leal” nº ha 'e venir . Perº naide la va a
cuidar mejor que iº . (Y mientras habla
parece contraerse cºmº una fiera pronta a
dar el zarpazº de la acometida) .
Evelinda N o . ¿ Qué quere usté de m i?
Ciprianº Quererte,pa que seas mía .
Evel inda ¡ Nº ! Ciprianº : ¡ nº !
Ciprianº Si ; pa tenerte en mis brazºs
i cubrirt e 'e besos .
Evelinda (Cºn voz sofocada ) Leal
¡ Leal !”
Cipriano De balde lo iam á s . Tu perro
con ser*
brav o y capaz de dego iarl o a unº
no ha pºdido resistir a la caricia que l e h1
h echo con éste . (Indica su facón) .
Evelinda ¿Lº ha muerto a“Leal ” ?
Cip rianº (Temible ) . ¡ Cómº mataría
248 JOSE LE ÓN PAGANO
Vizcacha ¿ 16 de usté que vi'a querer ?
Perº por usté ando acá esperandº a Cipria
no que jue en busca suya .
Lisarda ¿ 1 pa qué lado se hai ido ?
Vizcacha Pal ranchº oh, pº . ¿Nº le hai
dicho : andá pal ranchº y esperám e ?
Lisarda As í dij o .
Vizcacha I gúenº , pº . Pa ayarumbió y
me hai dejaº aqui esperando .
Lisarda ¿Estás sigurº , Vizcacha ?
Vizcacha Oh no vi '
a estar . I si no se va
yendº ió v i a cºbrar lonj a,y usté nº larga
el daño . Aprºveche . Veia . (M intiendº : ) ¿N º
es aqué l ?
Lisarda ¿ Cuál ?
Vizcacha Ahí se perdió entre las pie
gras . Vaya a largar el bel eñº de una vez ,
pº .
Lisarda Si, quero ; gracias . (Vase ) .
Vizcacha Ahí está . Veia qué cºsa ; cuan
do cuerpeio de lo lindº , nº bayº testigºs . Si
quiera tuviese Cipriano pº acá . ¿ Cipria'
n o ? . ¡ Qué va a andar Cipriano cºn la
atropellada que llevaba en la carrera¡ (H á
c e mutis izquierda . Luegº aparece E vel inda
tambaleándose,y se dej a caer Solloz
'
ando jun
to a un matºrral . Cipriano Luna ti ene,a su
vez , y la mira sonriente . Una pausa ) .
E L ZAR PAZO 249
Ciprianº ¿Pºr qué no ibas a quererme
si yº t e quiero a vos . (Ev elinda sigue sin cºn
testar : solloza ºcultandº la cabeza entre sus
manos . ) Guenº, mi prenda , m e vºy iendo
(E velinda levanta lºs ojºs y lºs
fij a en Ciprianº ) . As í me gusta, que n o
me dej es dirm c sin una miradita. Mirá que
me hais hiecho penar . Pero ia nº ha'
c ser
asi. ¿Verdad ?
E velinda Nº .
Cipriano (Abrazándola ) As í te quero
mi prenda .
Evelinda Nº vaias a tu rancho agora ;salilc al pasº tata
,haciendo t é el encontra
dizo , y decile que nº lº querº a Zoilo . Decile
que vºs sos -mi hombre pºrque ió he querio
quererte .
Cipriano Ia sabia 10 que así tenia que
ser,nºmás . Dame un beso mi vida . (Evelin
da l e ºfrece sus labios pálidºs . Cipriano se
detiene al ver a Lisarda,que aparece pºr la
derecha : )Lisarda M e l o m aliciaba . ¡ Perjurº '
Me hais hieehº dir a tu ranchº pa sacarme
de aqui i pa que nº estorbara tus fechºrías .
La muy taimada nos engañó a t uit o s hacién
dose la zorra .
Cipriano A ver lºca 'el diablº si t e
250 JOSE LE ÓN PAGANO
caiá s la lengua . (La amenaza cºn el reben
que ) .
Evelinda Nº . Ciprianº : dejála.
Lisarda ¡ N o me defiendas , vºl tiada !
Cipriano ¡ Caiat e º t e arrancº la len
gua !
Evelinda Dejá la. Andá y velo a tata,
vos .
Ciprianº Y nº l e permitas safadurías
a esta lechuza . (Y vá se pºr la izquierda .
Lisarda hace cºmº para seguirle,pero Eve
linda la detiene en érgica z)Evel inda ¡ Quedá t e, vos !
Lisarda ¿ Ió ?
Evel inda Quedá t e, hie dicho .
Lisarda ¿Pa qué ? ¿ Pa ver que agora
vºs tamb1en sos una arrastrada ?
Ev elinda ¡ Caiá t e ! (Va hacia el forº ,
y sigu e con la mirada a Ciprianº Luna , que
allá abajo , se alej a internándose en lºs pare
dºnes del río . Saluda cºn la mano , cºmo si
respondiese a ºtrº saludº) .
Lisarda'
Agora vos tamb1en t e vas a
consumir cºmº ió . Y ºj alá te degiíeie Zoilo
pºr traiciºnera . (Evel inda aparta lºs ojºs del
abismo pºr dºnde se alej a Ciprianº , y los fi
j a en Lsarda : su expresión es l a de una alu
cinada. Luegº cºrre al ranchº,y sale pºco
I N D I C E
E l h om bre que vº lvió a la vida
La re ve lación
E l vo lte ador
En e l desfiladerº
E l hºmbre que pe rdió la vºluntad
Las h ºgu e ras de San Juan
E n la m isma l lam a
E l zarpazº ( pteza en un actº )
Pá g. 5
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