Y - Revista de la Universidad de México...ISIMPATIAS Y_ 1, El alba se difunde sobre los viejos...

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ISIMPATIAS Y_

1,

El alba se difunde sobre los viejos murosárabes. El viento toca la fronda de los ála­mos. En las afueras del cementerio se handetenido los verdugos. Sólo se escucha elgolpe de las palas que abren la tierra hú­meda, viva. Cuando terminan de cavar, losprisioneros quedan de pie junto a sus tum­bas. Alguien se acerca al poeta y lo separade las víctimas. La orden de fuego lo sobre­salta y ve los cuerpos que se desploman enlas oquedades. Le dicen que está libre; con­fusamente cree que se ha salvado. Correhacia la arboleda, logra avanzar algunosmetros. De pronto, siente en su cuerpo laquemadura de las balas. Su última visiónes el musgo en que muere su sangre. Todose pierde en círculos y en hondas. Despuéslas botas golpean hoscamente al cadáver, lohacen rodar hasta la fosa que ha quedadodesierta. Como una hoguera, el día se alzaen la ciudad que huele a albahaca.

II

"Lo que temo no es ser olvidado despuésde mi muerte, sino no serlo bastante. Noson los libros los que quedan, sino nuestrapobre vida que se convierte en materia paracrónicas." Estas palabras de Mauriac puedenhoy aplicarse a Federico García Lorca. Elcrimen fue en Granada, en su Granada.Durante los veinticinco años que nos sepa­ran de aquel amanecer de agosto, su recuer­do ha animado a muchos de sus amigos,y a otros que no lo fueron, a propalar todaclase de versiones acerca de la muerte, lavida y las costumbres del poeta. Mas nopocos trazaron una válida imagen de lo quefue en el mundo y las letras Federico GarcíaLarca. Vicente Aleixandre, Jorge Guillén,Dámaso Alonso, Guillermo de Torre, Ar­turo Barea, María Zambrano, algunos más,escribieron páginas iluminadas por el afectoque han situado la obra en su justo valor.Entre los testimonios líricos nacidos a raízde su muerte, hay que recordar, cuandomenos, los de Pablo Neruda, Antonio Ma­chado, Alfonso Reyes, Luis Cernuda y Ra­fael Alberti. Por otra parte, acaso ningúnotro español de nuestro siglo ha alcanzadoun número tan vasto de traducciones, estu­dios, ediciones. Todo ello -sin desmedro~e su ~alidad- responde a causas no siemprelIterarIas. El prestigio mítico de su muerte(que ejemplificó el célebre ¡Muera la inte­lige~'cia!, lema y compendio de la ideologíafaSCista), el colorido "exótico" que exterior­mente considerados poseen sus escritos, sus­citaron universal curiosidad por García Lar­ca. También su simpatía, su atracción, su"duende" ha hecho recaer el peso de lasevocaciones más sobre su persona que sobreel legítimo significado de su labor. Todoshemos leído o escuchado de viva voz unao muchas alusiones a lo que debe de habersido el trato con García Lorca. Neruda res­cató así aquella presencia: "Era un relám­pago físico, una energía en continua rapi­dez, una alegría, un resplandor, una ternuracom~letamentesobrehumana. Su persona eramágica y morena y atraía la felicidad."

III

No obstante, para buena parte de los lec­tores Larca es sólo el autor del RomanceroGitano, culpable de haber desatado unasecuela de imitadores que, con crecienteinfortunio, acometieron la empresa de pa­rodiar hasta los límites de la anulación lasexcelencias de ese libro. Los poetastros deHispanoamérica celebraron el folklore en

desvaríos que poco o nada alcanzan de sumodelo original. Entre nosotros, la décadadel 40 se pobló de romanceros eficaces parahacer ingrata cualquier mención a GarcíaLarca. Lo mismo ocurrió antes con Daría;hoy sucede con Borges, con Vallejo. Tal esel destino de las grandes creaciones: ser de­voradas por la misma materia que han nu­trido.

Aplacado el fervor de sus "continuadores",Larca perdura como uno de los nombresverdaderamente grandes de la lírica espa­ñola.- Ahora es posible comprender la im­portancia del Romancao y de otros textosque alían los temas de la tradición y elidioma común con las innovaciones quetransformaron la poesía moderna. Pero noes éste el recinto en que se encuentra alverdadero Larca. Con la clarividencia quees fama atribuir a los poetas, escribía aJorge Guillén en 1927: "... Pero mandarosalgo no puedo. Más adelante. Y desde luegono serán romances gitanos. Me va moles­tando un poco mi mito de gitanería. Con­funden mi vida y mi carácter. No quiero deninguna manera. Los gitanos son un temay nada más. Yo podía ser lo mismo poetade agujas de coser o de paisajes hidráulicos.Además el gitanismo me da un tono de in­cultura, de falta de educación y de poetasalvaje que tú sabes bien no soy. No quieroque me encasillen. Siento que me van echan­do cadenas. NO (como diría Ors)."

IV

Otro lugar común es compararlo con Lope.Ciertamente hay más de una simetría y am­bos representan muchas de las característicasconstantes en el espíritu español. Ambos en­lazan la poesía culta y la popular, ambosinstauran una nueva manera de escribirpara el teatro, al que Larca consideró "lapoesía que se hace humana" y con "La Ba­rraca" se lanzó a los caminos para escenificarlos grandes dramas clásicos. Yenna, Bodasde sangre, Mariana Pineda, La casa deBemanla A Iba, cuentan entre las obras me­jores de la escena espaiíola. Menos citadaes su producción experimental (que podríacaber en muchos de los ismos al uso en esetiempo: surrealismo, ultraísmo, dadaísmo; ala postre una sola actitud de repudio alpasado, a la historia, a los años que brota­ban de los escombros de la guerra), que notiene continuadores en nuestro idioma yanticipa -con frecuencia supera- lo queactualmente se ha llamado antiteatro. Lasobras reunidas en Teatm breve' (1928) -Elpaseo de Busta Keaton, La doncella, elmarinero y el estudiante, Quimera- cons­tituyen, que sepamos, la primera reacciónen nuestro idioma contra una literaturaescénica que seguía los caminos del siglo XIX.

Si bien no sería extraño que el inabarcableGómez de la Serna hubiese intentado pre­viamente algún esfuerzo similar. Después,en 1931, Lorca escribe Así que pasen cincoaños. Leyenda del tiempo en tres actos ycinco cuadros. Además, se conservan escenasde El público, drama en cinco actos. Larcaenjuicia la realidad, la niega, duda de ella,la distorsiona, ve su imagen desfigurada enun espejo cóncavo. Lo que sucede (en estasobras, pero también en nuestras vidas) esabsurdo, disparatado, grotesco, inverosímil;con todo, se halla regido por una lúcida ysecreta coherencia. Visión de algún modosemejante a la que realizaba en la pinturasu íntimo amigo Salvador Dalí. El poetarenovó el teatro español, abrió caminosopuestos a los de Benavente y la fauna so-

lípeda que ya empezaba a encabezar elclown involuntario José María Pemán. Lointentado por Larca se perdió al concluirel brillante período de la República. Encontraste con el hoy vigoroso movimientonarrativo, la expresión teatral sigue estan·cada en las aguas del sainete, el estracán,la zarzuela, el más barato melodrama. Lostrabajos de esta generación no' alcanzaroncontinuidad. Si los hombres del 98, quefueron ante todo prosistas (Unamuno, Azo­rín, Baroja, Valle Inclán), hicieron algo porel teatro nacional, su ejemplo fue recogidoúnicamente por otros compañeros de Larca(los poetas Alberti y Salinas, los novelistasMax Aub y Paulina Massip) y un epígono,Miguel Hernández, que dejó algunas piezascomo ramajes de su intensa y desoladapoesía.

V

Aun en estos apuntes, habría que decir algoen torno de la prosa de Larca, quien antesde su Libm de poemas (1921) escribió al­gunas Impresiones de admirable ejecución.Las ciudades antiguas, los monasterios, lospaisajes, bastaron a encender el brillo desu pluma. Posteriormente, redactó ciertasNanaciones, verdaderos poemas en piosasurrealista como los de Aleixandre en Pasiónde la tiara. Menos -ocultas son las Confe­rencias que muestran su inclinación por lasmanifestaciones artísticas de su pueblo (Lasnanas infantiles, Arquitectura del cantejondo) o su vigilante inteligencia (La ima­gen poética en GÓngora). Estas prosas yalgunas otras cartas manifiestan que Larca-poeta "inspirado y natural"- desconfiabade otra inspiración que no fuera el trabajocotidiano y daba cuerpo a sus poemas sinapartarse nunca del rigor.

La experiencia surrealista permitió a Larcaescribir su mejor libro: Poeta, 'en NuevaYork (1929-1930). Estudiante en ColumbiaUniversity, hace amistad con León Felipey Federico de Onís. El carácter voluntario ytransitorio de su exilio no le impide sentirseajeno, extraño, arrancado de sus lugares ysus gentes.

En estos poemas revive el horror baude­lairiano ante la gran ciudad, ante la civili­zación que día a día se aleja más del hombre.Babel, Creta, Cartago, Roma o Alejandría,en las calles de Harlem encuentra al granrey negro prisionero en un traje de conserje.La sangre no tiene puertas en esa nocheboca arriba. Es el momento de las cosassecas, de la espiga en el ojo y el gato lami­nado, del óxido de hierro de los grandespuentes y del definitivo silencio del corcho.Idéntico a sí mismo, el cielo vacío huye anteel tumulto de las ventanas. De la espiga ala caja de caudales hay un hilo tenso queatraviesa el corazón de los niños pobres.Desfiladeros de cal, columnas de sangre ynúmeros, huracanes de oro y gemidos deobreros parados, ola de fango y de luciér­naga sobre Nueva York. Ante el ciego pano­rama que sepultan cadenas y ruidos, lasformas buscan su vacío. Mundo enemigo,amor cubierto de gusanos. No hay más queun millón de herreros forjando cadenas paralos que han de venir. Agonía, agonía, sueño,fermento y sueño. Una danza de muros in­vade las praderas y América se ha anegadode-l'"máquinas, de llanto.

Las palabras no alcanzan las palabras.Queda aún mucho que decir-sobre FedericoGarcía Larca, el perdurable, el menos apa­rente, el poeta del Diván del Tamarit, delos sonetos, de los poemas sueltos, de lasOdas. Que otros analicen y estudien supoesía; yo sólo quieTO ,·ecordarlo.

- J. E. P.