Post on 28-Sep-2018
Agricultura y Desarrollo Rural
Historia de
tres generacionesde agricultores
de Política Agrícola ComúnAÑOS
Preparados para el futuro
U N A A S O C I A C I Ó N E N T R E E U R O P A Y L O S A G R I C U L T O R E S
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Al fi nal de la obra fi gura una fi cha catalográfi ca.
Luxemburgo: Ofi cina de Publicaciones de la Unión Europea, 2012
ISBN 978-92-79-21907-8doi:10.2762/32793
Ilustraciones: Mi Ran Collin
© Unión Europea, 2012Reproducción autorizada, con indicación de la fuente bibliográfi ca
Printed in Belgium
Impreso en papel reciclado
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Este libro ha sido publicado para conmemorar el quincuagésimo aniversario de la política agrícola común de la Unión Europea.
La familia protagonista es ficticia, pero su historia podría ser la de incontables familias de toda Europa.
Historia detres generaciones
de agricultoresCada familia tiene su historia. Esta es la nuestra. Habla de los últimos cincuenta años, de una vida que fue muy dura al principio pero
que hoy en día es mucho mejor. Los agricultores éramos una especie en vías de extinción y Europa vino a rescatarnos. Aunque la Unión
Europea nos incentivó y nos dio seguridad económica, nos hemos ganado a pulso cada céntimo que hemos ganado, a menudo pasando
grandes penalidades. Si no eres listo o no estás dispuesto a esforzarte o a arriesgarte, puedes fracasar. En esta casa todo el mundo
trabaja: incluso el gato tiene que cazar ratones.
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La historia del abuelo: la primera generaciónMe llamo Jean. Nací en el seno de una familia de campesinos de
Normandía entre las dos guerras mundiales. Hemos cultivado estas
tierras durante generaciones. Y aquí seguimos, aunque ahora son mi
hija y mi nieto los que las llevan. Todas las personas con las que crecí
trabajaban la tierra, nuestro pueblo era nuestra vida y en el campo
vivían muchas más personas que hoy en día.
La guerra fue un verdadero
i n f i e r n o . E m p e c é a
encargarme de las tierras
poco después de que
terminara . Casi todo
estaba racionado y faltaba
comida: los agricultores no
podíamos producir todo lo
que la gente necesitaba.
Teníamos una pequeña
granja con vacas lecheras,
cerdos y algunos pollos.
Éramos pobres, el trabajo
era agotador y el futuro se
antojaba sombrío.
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Entonces, en los años sesenta, las cosas
empezaron a mejorar. La Unión Europea
nos dio subsidios y garantizó el precio
de lo que producíamos. Compramos un
tractor y un remolque para poder trabajar
más rápido: la cosecha mejoraba año tras
año. Aun así, los jóvenes veían pocas
perspectivas de futuro aquí y dejaban el
campo en busca de una vida mejor en
la ciudad.
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No a todos les fueron bien las cosas. Eran los años sesenta, la
época de los hippies, de las drogas, el rock y todo lo demás. Los
jóvenes se gastaban rápidamente todo el dinero que ganaban.
A algunos les fue bien y ahora tienen grandes casas y coches, y
otros se hundieron. Sin embargo, muy pocos decidieron volver
al campo.
La situación era bastante paradójica. El negocio nos iba mejor gracias a la
ayuda de la Unión Europea. Con las nuevas máquinas, podíamos hacer más
con menos esfuerzo. Calculamos los riesgos e introdujimos tecnología moderna
antes que todos nuestros vecinos. Aunque teníamos una vida modesta, nuestros
ingresos nos daban seguridad. Mi mujer, Marie, y yo fuimos de vacaciones por
primera vez. No obstante, nuestros hijos empezaron a hacernos preguntas
sobre su futuro. A medida que los jóvenes iban abandonando el campo y los
pueblos, su mundo parecía llenarse de niños y personas de más edad, como
nosotros, con un gran vacío en medio. Ellos también miraban hacia la ciudad.
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Ayudamos a nuestros tres hijos a decidir por sí mismos. No había tierra
suficiente para todos y dividir la propiedad tampoco tenía sentido. Los dos
chicos se fueron a la ciudad: uno se hizo ingeniero electrónico y el otro
conductor de metro. Los dos tenían buenos trabajos y se quedaron allí. Sin
embargo, nuestra hija Amélie adoraba el campo. Fue a la escuela profesional
agraria para conocer nuevas técnicas, variedades de cultivos y razas de
animales, y para aprender a gestionar una explotación agrícola.
En los años setenta, los agricultores nos metimos en un buen
lío. Estábamos produciendo lo que necesitaba la sociedad o,
mejor dicho, más de lo que necesitaba. El resultado fueron
unos excedentes cada vez mayores, que se debían almacenar
y vender a bajo precio, con el enorme coste que eso suponía
para los ciudadanos de la Unión Europea. En 1984, la política
agrícola común introdujo los primeros límites de producción.
En los años siguientes, se regularon cada vez más productos.
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Fue más o menos en esta época cuando mi mujer y yo decidimos retirarnos a vivir en una
casita en el pueblo. Personalmente, no tenía ganas de retirarme, pero los nuevos retos exigían
que la nueva generación se pusiera al frente. Iba a ser más difícil ganarse la vida. ¿Deberíamos
invertir en nueva tecnología? ¿O quizás arrendar tierras de nuestros vecinos para aumentar la
producción? ¿Qué animales o cultivos tenían más futuro? Estas decisiones debía tomarlas Amélie.
Evidentemente, yo estaba dispuesto a darle todos los consejos que quisiera. Sin embargo, Amélie
tiene su propia forma de pensar y, además, tiene la visión y determinación necesarias para seguir
adelante. Sabía que se encargaría de administrarlo todo y eso hizo.
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Otro de los cambios iba ligado a la biodiversidad. El número de
pájaros, abejas y otros insectos y plantas se había ido reduciendo
con los años. Pensé que si dejábamos pequeñas zonas de naturaleza
salvaje alrededor de nuestros campos volverían. El campo es de
todos. Algunos niños nunca han visto animales de granja ni fauna
silvestre de verdad, solo en la televisión. A mí me resulta difícil
de imaginar. Las zonas rurales deberían ser el lugar natural de
esparcimiento y relax para los habitantes de las ciudades: lo tienen
todo para que tanto adultos como niños se lo pasen en grande.
La historia de Amélie Al principio, a algunas personas les resultaba difícil aceptar que yo era la
agricultora y no solo la mujer de un agricultor. Nada más hacerme cargo de la
explotación, vi que era inevitable hacer grandes cambios. Teníamos que tener
más cuidado con el uso de los recursos naturales y la protección del medio
ambiente. Los gustos de los consumidores también estaban cambiando, por lo
que decidimos concentrarnos más en las especialidades locales y los alimentos
ecológicos, que era lo que parecía gustarle a la gente. Al cabo de un par de años
me casé con Paul, que ahora gestiona la explotación conmigo.
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Ser agricultor no es un camino de rosas. Si crías animales puedes tener problemas. Hace unos años, nuestro ganado contrajo la
fiebre aftosa: fue una auténtica pesadilla. El veterinario, por supuesto, nos ayudó a solucionarlo, pero la realidad es mucho más
compleja. Para detener la propagación de la enfermedad nos prohibieron sacar animales de la granja. No podíamos vender animales
ni productos lácteos. Nos costó muchísimo dinero, pero la Unión Europea nos ayudó a sufragar algunos de los costes adicionales
y nos compensó por parte de las pérdidas. Sin la ayuda de Bruselas, nos hubiéramos arruinado.
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Como ya os podéis imaginar, eso provocó que me comprometiera todavía más
con la utilización de los recursos de manera más responsable, especialmente
el agua y la tierra, y con el uso de métodos de producción más naturales,
como dejar los animales al aire libre tanto como fuera posible y utilizar el
mínimo indispensable de pesticidas y fertilizantes químicos. Sin embargo,
para ser un agricultor de éxito hay que adelantarse a los acontecimientos.
Empezamos a arrendar tierras de nuestros vecinos y a cuidar ovejas para
tener fuentes alternativas de ingresos. Además, empecé a organizar visitas
a la granja para grupos escolares.
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Otra de mis iniciativas fue procesar y envasar
más productos en la explotación y venderlos
directamente en el mercado o en tiendas del
pueblo. ¡No nos faltaron clientes! Me gustaba eso
de llevar nuestros productos (leche, mantequilla,
helados...) al mercado y hablar con los clientes.
Era una buena manera de ganar algo más de
dinero que vendiendo productos sin procesar a
bajo precio a empresas que los procesan y los
distribuyen. Pudimos ofrecer trabajo a tiempo
parcial a varios habitantes del pueblo y así
ayudar a la economía local. Esta fue nuestra
particular aportación para frenar el éxodo rural
y garantizarles un futuro en el campo a nuestros
hijos, si es que lo querían. Y no hay duda de que
nuestro hijo Vincent quiso.
Los políticos y los gobiernos ahora se dan cuenta de
la importancia de los agricultores y la agricultura para
el futuro de las comunidades rurales. Ya que parte de
nuestro trabajo es cuidar del entorno y los recursos
naturales, es justo que nos paguen por ello. Y es la
Unión Europea quien nos paga porque nadie más lo
hará. No podemos hacer todo esto a cambio de nada
y alguien tiene que encargarse de ello si queremos
—y yo quiero— que el campo siga siendo parte de
nuestro patrimonio común.
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Nuevos horizontes Hola, soy Vincent, el hijo de Amélie y Paul. Trabajo con mis padres y soy profesor a
tiempo parcial en la escuela profesional agraria. Allí conocí a la que se convertiría
en mi mujer, Ewa, una estudiante de intercambio de Polonia. También viene de una
familia de agricultores. Ser agricultor en Europa central y oriental sigue sin ser nada
fácil. Mucha gente abandonó las zonas rurales, y la situación ha cambiado mucho
para los que decidieron quedarse. Al principio, a pesar de representar una mejora, las
normas europeas les resultaban muy desconcertantes. Pocos agricultores se veían
como empresarios: se limitaban a trabajar de sol a sol y a confiar en que el tiempo
les diera una buena cosecha.
Ewa y yo pasamos parte del tiempo en Francia, aunque
estamos más en Polonia. Intentamos aprender el uno
del otro y aprovechar nuestros respectivos antecedentes
familiares para ampliar nuestro negocio. Por ejemplo,
hemos desarrollado nuestras actividades en Francia. El
turismo rural es cada vez más popular: la gente de la
ciudad está comprando casas de labranza y establos y
reformándolos para convertirlos en segundas residencias.
Le están dando nueva vida a nuestra región, además de
generar bastantes puestos de trabajo.
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En Polonia se nos presentaron muchas oportunidades, especialmente desde la llegada
de los subsidios de Bruselas. Convertimos uno de los edificios en una casa de campo
que alquilamos a turistas. ¿Quieres visitarnos? Tráete a algunos amigos: organizamos
conciertos de rock, soul y heavy metal en el establo cada quince días.
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Pero la vida no es fácil ni en Francia ni en Polonia. El mundo en el que vivimos es diferente del de mi abuelo. Él
tuvo sus dificultades y nosotros tenemos las nuestras. Por ejemplo, se nos exige mucho más calidad y seguridad
de los productos y en materia de bienestar animal. Uno de nuestros principales retos es el cambio climático, que
conllevará un clima más extremo con más sequías e inundaciones. Mi suegra casi se ahoga hace dos años cuando
se desbordó el río que pasa cerca de la granja. Perdieron la mayor parte de la cosecha y la mitad del ganado. ¡Y
no tenían seguro! Ahora ya han aprendido la lección.
Siempre que podemos, luchamos
contra el cambio climático. Cuando
no podemos, nos adaptamos.
Contratamos un seguro contra daños
en las cosechas. También ayudamos
a reducir las emisiones de carbono.
Nuestras turbinas eólicas generan
electricidad l impia y, además,
convertimos los residuos procedentes
de las actividades agrícolas en biogás,
una alternativa al gasóleo con un
menor nivel de emisiones de carbono.
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A Ewa y a mí nos preocupa el futuro de nuestros hijos, pero
son las preocupaciones propias de cualquier padre: ¿cómo se las
apañarán nuestros hijos en el mundo tan complejo y exigente en
el que vivimos? Hemos sido capaces de darles un futuro seguro
aquí, en el campo. ¿Pero se quedarán? Esperamos que sí.
Estamos tan a la última como
todo el mundo. Utilizamos GPS,
teléfonos y otros dispositivos
móviles para hacer de todo: desde
ver las previsiones meteorológicas
hasta controlar los precios de los
mercados, y desde comprobar
que nos entreguen todos los
suministros que necesitamos
hasta cartografiar las fincas. El
pueblo está lleno de vida. Tenemos
una cafetería en cada una de las
granjas y organizamos bodas y
reuniones de negocios en edificios
rehabilitados. En Francia, los fines
de semana también montamos
fiestas para niños como actividad
complementaria. Además, como
el patio interior cerrado hace
que la granja parezca un castillo,
alquilamos disfraces y hacemos
banquetes medievales.
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En 2012 podemos decir que cerramos el círculo. Como ya hacía mi abuelo cincuenta años atrás, ayudamos a que personas
de toda Europa y otras partes del mundo tengan alimentos en sus mesas. Sin embargo, hoy en día hacemos mucho más:
cuidamos del entorno, administramos los recursos naturales limitados de que disponemos y nos mantenemos al día de
los últimos avances tecnológicos. También ayudo activamente a la comunidad local. A pesar de todo, la mayor parte de
nuestros ingresos siguen procediendo de la agricultura.
Estoy contento de haber tenido a mi familia a mi alrededor todos estos años y me siento orgulloso de que sigamos cultivando la tierra. Fue,
y sigue siendo, una vida difícil, pero merece la pena. Las personas siempre necesitarán alimentos, por lo que siempre habrá agricultores.
En estos tiempos de turbulencias económicas y financieras, nuestra tierra sigue ahí. Y, si cuidamos de ella, la tierra siempre estará con
nosotros para darnos los alimentos que necesitamos. Ha llegado la hora de que los jóvenes escriban el siguiente capítulo de esta historia
que nos une a la tierra.
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Comisión Europea
Historia de tres generaciones de agricultores
Luxemburgo: Ofi cina de Publicaciones de la Unión Europea, 2012
2012 — 16 pp. — 21 cm x 29,7 cm
ISBN 978-92-79-21907-8
doi:10.2762/32793
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Comisión EuropeaDirección General de Agricultura y Desarrollo Rural
http://ec.europa.eu/agriculture/50-years-of-cap
Este libro ha sido publicado para conmemorar el quincuagésimo aniversario de la política agrícola común de la Unión Europea. La familia protagonista es ficticia, pero su historia podría ser la de incontables familias de toda Europa.
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