Post on 02-Apr-2016
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—junio 2014—
L E T R A S
RARAS
r e v i s t a ®
ÍNDICE
Editorial . . . . . . . . . . . 4 Vad hände med dem? . . . . . . . . 5 Cables telefónicos corriendo junto a las líneas… . . 10 De todos los hermanos… . . . . . . . 12 Día sábado . . . . . . . . . . 14 El SMS . . . . . . . . . . . 18 La hechicera de la duna . . . . . . . 22 La mentira más pequeña . . . . . . . 26 Autores . . . . . . . . . . . 31
CONTACTO
Facebook.com/LetrasRaras
@LetrasRaras
tribeprod@gmail.com
EDITORIAL
Pues ya llegó y ya está aquí el más reciente ejemplar
de su revista literaria consentida, con una
excelente selección de textos de autores ya
conocidos en las páginas de Letras Raras y otros
que debutan en este espacio (y a quienes deseamos
leer por aquí con frecuencia). La revista de este mes
está hecha con el cariño de siempre, igual que el pan
Bimbo, y estamos seguros será del agrado de
todos ustedes, lectores, seguidores, amigos y
acosadores.
Pasen, pasen por favor. Disfruten y siéntanse
como en casa.
Dirección editorial, redacción, mercadotecnia, ventas, diseño y todo eso: Editorial Sad Face L. Revista Letras Raras es una marca registrada. 2014. Año 3, número 11. Fecha de circulación: agosto de 2014. Revista editada y publicada por Editorial Sad Face. Domicilio conocido, código postal 90210. Revista producida en México. Prohibida su reproducción. Portada: Anónimo. Todos los contenidos originales aquí verLdos son propiedad de sus respecLvos autores y están protegidos por INDAUTOR todo poderoso… ¡Así que no te fusiles nada o te sacaremos el corazón!
Vad Hände Med Dem?!José Luis Dávila
Suecia por la mañana. Las c a l l e s d e E s t o c o l m o abarrotadas y entre la gente Erik —abrigo gris, bufanda negra, zapatos bien lustrados— camino al trabajo. Lo veo de lejos, desde mi casa, cuando escucho “What you isn’t?”. No me cuesta reconocer que no sé narrar. Nada
más lo veo llevarse el cigarro a la boca. Un día escribí algo sobre fumar. Creo que él está influenciado por ese texto: un día le cayó en las manos un ejemplar de mi primer libro, una colección de ensayos, y ahí estaba, lo que le pareció la mejor lista del mundo. “El humo que sale de la boca es el mismo humo del que nacen las ilusiones, esas perras malditas que nos hacen creer en que la vida puede ser mejor de lo que aparenta”, leyó, y al momento supo que nunca dejaría de fumar.
Cuando sus amigos se alejaron, poco a poco, le quedó la sensación de
vacío que ahora tengo yo. Si Erik supiera lo que me pasa en este momento, las circunstancias bajo las que escribo su vida, me daría una palmada en la espalda, sacaría del abrigo la cajetilla para ofrecerme un cigarro y luego me a c e r c a r í a e l f u e g o d e s u encendedor. Se quedaría unos segundos callado, mientras prende el suyo, y diría “todo va a estar bien, todo”. Mi padre acaba de morir, vengo de regreso del funeral y lo único que sé hacer es sentarme a escribir y pensar en cómo Erik podría apoyarme. Es difícil ver a los ojos a tantos rostros que te dicen que les duele tu dolor, pero no saben cuánto se equivocan; el dolor de uno nunca podrá compartirse, es algo que debe quedarse como personal, guardado de la vista de todos, alejado de la luz. El dolor es un vampiro que te bebe completo si no tienes cuidado pero, pese a eso, uno se deja clavar los colmillos porque sí, porque qué más da cuando se siente que todo está perdido.
Un día, ya viejo, Erik va a encontrarse en su casa, en invierno, y morirá rodeado de sus hijos, con el retrato de su esposa colgando de la pared frente a su
cama. Será feliz. Pero, por el momento, se dirige al trabajo, con la prisa habitual, pensando en todas las personas a las que tiene que saludar cuando llega y cuando se va. Le consuela que al final del día estaré esperándolo para platicar un poco. Me hice tiempo dentro de la apretada agenda de presentaciones que llevo porque fue el único con los huevos suficientes para acercárseme tras la conferencia que di en la Stockholms Universitet. “¿Podríamos hablar un segundo, maestro?”, me preguntó. Le dije que no tenía tiempo pero que se-
guro me encontraría por la tarde del día siguiente en el café Vetekatten a eso de las seis. Me va a preguntar sobre mi vida en México, la forma en que me llegan las ideas para tantas cosas que cuento en mis libros, sobre cómo fueron esos años asesinos de la dictadura y la forma en que sobrevivimos. Yo le contaré sobre mi ex esposa, sobre las películas que nunca pude ver en el cine debido a la censura y la forma en que por error entré a un baño de señoras y me sacaron a bolsazos. También
Local 26, plaza La Noria, Puebla, Puebla.
Un espacio para tomar un rico café hecho al instante. También es un centro cultural que le da cabida a
todas las expresiones artísticas.
¡El mejor chai de la ciudad!
hablaremos del café y el cigarro. “Lo dejé el día que mi padre murió; estaba frente al ataúd, pensando en que el hombre ya no me iba a decir que consiguiera un trabajo de verdad, cuando de pronto me vi en casa, por la noche, reconstruyendo la forma en que lo vi descender a la fosa. Tomé mi cajetilla y la arrojé al cesto de la basura; aunque me di cuenta que estaba vacía el acto fue simbólico, casi ritual. Ese día empecé a escribir un cuento que nunca terminé”.
Sin embargo, para que eso suceda quedan muchas horas que Erik debe pasar trabajando, sumado a lo que le tome caminar hasta el café. Le doy vueltas a la idea sobre qué debería hacer Erik cuando se encuentre con Ada durante la pausa que hará para tomar café. La ama como se aman las canciones viejas que los abuelos nos enseñan, con la nostalgia y melancolía adecuadas. No lo voy a obligar a invitarla a salir, eso sería muy rudo de mi parte cuando apenas nos conocemos, pero quizá ella también tenga esos sen-
timientos y sería una lástima que no pudieran intentarlo. Mi padre decía que nunca hay que quedarse con las ganas, mejor es quedarse con la derrota. En cierto modo, Erik también es su hijo; lo que hacemos justo después de enterrar a alguien es tratar de sacarlo de la tumba por los medios que podamos y yo quiero tomar todos los consejos de mi padre y darlos a Erik para que pueda alguien aprovecharlos. Me siento como en una burbuja que se eleva por sobre la ciudad y me deja ver cómo es el mundo ahora que él se ha ido. Lo que es ahora, es ahora, eso también me lo enseñó el viejo. Por eso no me engancho a su recuerdo, prefiero esperar hasta que Erik llegue a mi mesa para contarle este día.
Ada es perfecta. Es la reina del alto voltaje, electrifica cada parte del cuerpo de Erik. Me recuerda un poco a dos o tres mujeres. A mamá, por ejemplo, cuando la mirada de mi padre se posaba inescrupulosa sobre sus escotes durante las comidas familiares.
Sería tan fácil saltarme toda la narración sobre cómo Erik se siente ansioso cuando ve un cartel de camino a verme y recuerda todo lo que se le ha atado al olvido. Los segundos convirtiéndose en minutos, los minutos en horas, y así los años se forman lejos de las personas que una vez quisimos tener siempre cerca. Las vallas del tiempo, los límites de quienes somos están en ese lugar que llamamos reloj. Tantos espacios en los cuales estar y tan poca probabilidad de poder ser en ellos. A la salida del café, Erik me hará una última pregunta: “¿Conserva a sus amigos de hace años?”. Responderé que sí. “¿Qué pasó con ellos?”, me dice mientras tiende una mano para despedirse. Todos están en mis libros de una u otra forma, se lo confieso en medio de un abrazo. Será Suecia por la tarde, las calles de Estocolmo repletas. Erik alejándose a mi espalda, pensando en su día. Mi padre alejándose a mis pies, sin pensar nada más que en sí mismo. Yo alejándome de esta página en blanco para ir a llorarle, y que Erik se quede así, sin ser contado por completo.
F!I!
N!8
Fotografía: Francisco Flores
Cables telefónicos corriendo junto a las líneas blancas d e l a c a r r e t e r a
Jorge M. Núñez
¿Entonces, sí te vas a casar? Sí. Si te vas con él, acabarás siendo un ama de casa. ¿Tú crees? Te lo aseguro, ahorita es todo azúcar y arco iris, pero se ve controlador, se ve posesivo, digo, es muchísimo más feo que tú, no manches, es
obvio, eso le crea un complejo de inseguridad y siempre va a estar pensado que lo vas a cambiar por cualquier Lpo que tú voltees a ver. Tú y tu psicología barata. Bueno, haz lo que quieras, pero no digas que... ¿Que no qué?. Que no te lo adver]. Muchísimas gracias por tu interés. No, de verdad, te digo esto porque me preocupo por L. Bueno, bueno, ajá, pero, ¿y tú?, ¿qué pasa con-‐
Lgo? ¿Conmigo? No, baboso, con el que está en la otra bocina del teléfono. Pinche graciosa… pues conmigo nada, igualito como desde cuando me dejaste. ¿Yo te dejé ahora? Bueno, desde que nos dejamos de ver. Ah, mira cómo los eufemismos sí alteran el contexto. Ahora resulta que ya sabes palabras rimbombantes. Algo bueno tuve que sacar de L. Y todos los orgasmos qué, ¿no cuentan?
10
[—Silencio—] Me estabas diciendo en qué estás ahora inmerso. [—Silencio—] Sí, pues nada nuevo, el mundo sigue sin sorprenderme, aunque úlLmamente he estado teniendo problemas con el corazón, según María. ¿Ahora se llama María? Penélope María. ¡Vaya!, por fin te llegó tu Penélope, Ulises. Ces't la vie. ¿Y ella qué dice?. Ella dice que vaya al médico, para ver si no es un soplo, una arritmia o algo parecido. Deberías ir, no sea que te mueras de repente. Sí, con una obra inconclusa, que no tenga senLdo, para ser recordado en la literatura moderna como un loco incomprendido que cambió el rumbo de la poesía-‐cyberpunk-‐nihilista laLnoamericana para siempre. Sí, sí, claro, Joyce y Cervantes se quedan pendejos. Y para acabarla, me muero este año, a los 27, ¿no? Pero tú no eres músico. Bueno, a los 33 y formas una religión. Modesto como siempre. No, mira, mejor voy a París y me muero indigente y sifilíLco. ¡Ay, Óscar! Y después me convierto en fantasma y me voy a tu casa para atormentarte el resto de tu vida. ¿Viajarás de París a Guadalajara sólo para molestarme? Soy un fantasma, el Lempo ya no importa para mí; llegaré, y tú estarás lavando los trastes como buena ama de casa. Chistoso. Entonces escucharás que se abre la ventanilla que Lenes de frente y entrará una brisa cálida que te refrescará el rostro y secará las gotas de sudor que Lenes en la frente, bueno, las que no fueron retenidas por el paliacate. ¿Paliacate?. Sí, sí, claro, tendrás todo el atuendo de Cenicienta: vesLdito blanco con bolitas verdes arriba de la rodilla, mandil blanco sobre éste, tu paliacate deslavado, que solía ser rojo y que ahora es como gris-‐blanco-‐rojo; ese color de la ropa muy desgastada. [—Silencio—] Y con huaraches. Chanclas. No: huaraches. No, nunca usaré huaraches. Lo harás por él, porque cuando te cases con él descubrirás todos sus feLches, como que le gustan las mujeres peludas y con huaraches que muerdan la parte posterior de sus manos mientras lo observan lavarse los dientes. ¿Eso qué pedo? No lo sé, pero algo así bien oscuro Lene el pendejo ése. Déjalo en paz, no te ha. Bueno, conLnúo: entonces la brisa mueve tu paliacate, acaricia tu rostro, secando las gotas de tu rostro, el sol blanco de la mañana ilumina sólo la mitad de tu rostro y te calienta los pechos, en eso, un súbito cansancio te ataca y debes de tomar asiento, jalas una silla de tu comedor redondo, la mesa será de vidrio, en la silla te sientas lentamente, con las piernas abiertas, sueltas tu pañoleta, tu rizos caen del otro lado del respaldo, y tú recargas tu nuca en la parte final de éste; sientes cómo una gota de sudor va de tu sien a tu mentón, recuerdas cómo se sen]a mi lengua sobre tu barbilla; una brisa un poco más fría, vuelve a entrar y te recorre las piernas, haciendo que te erices, te quedarás dormida, pensando en mí, con el corazón laLéndote abajo del ombligo. [—Silencio—] … [—Silencio—] ¿Qué te parece? Me parece que sigues siendo el cobarde irresponsable de siempre.
f i n 11
De todos los herm
anos, al calvo era al que m
ás le tom
aban el pelo.
Enrique Angulo M
oya
ejvaldes.wordpress.com
Ocho relatos de misterio y ficción
sobrenatural.
¡Pídelo en tu librería favorita!
“Este libro desafía al lector a abandonar la comodidad del día, de las verdades comprobables y de la cordura cotidiana, para adentrarse en ese delgado hilo de luz que se desdibuja cuando la informidad del universo puede adivinarse en medio de la noche oscura y la verdad resulta ser un tortuoso laberinto cuyos corredores nos conducen a descubrir que el horror nunca se ha construido a base de mentiras.
Víctor Miguel Gutiérrez Pérez
VISITA
Ezequiel Carlos Campos
DÍA SÁBADO Acabándome de levantar, mis padres abrieron la puerta y dijeron que tenía que sacar al perro a dar un paseo; no es hora de paseo, les contesté, son las diez de la mañana, d e j e n p r u e b o a l i m e n t o primero. Después del almuerzo fui a mi habitación y, cam-biándome con flojera, maldecía ser hijo único y ser el que tenía la obligación de llevar al perro de caminata. Él no es mío, yo no lo quiero, pero a mis padres no les interesa, es mi obli-gación como su hijo, dicen ellos. Bajé lentamente por las escaleras y encontré al abuelo en la sala, leyendo una novela cuyo autor no conozco y tomando una taza de café; lo saludé y, besándome en la frente, puso en mi mano un billete de cincuenta pesos, cómprate lo que quieras, hijo, espero y le compartas al perro. Gracias, contesté y fui al patio por él, le puse la primer correa que estaba a mi alcance y salimos de casa, pasando al lado de mis padres,
ellos no se dieron cuenta de nuestra salida, jugaban ajedrez en el comedor.
Afuera hacía un fuerte viento, no iba muy abrigado. No sé por qué cuando me siento solo entablo soliloquios o platico con cualquier cosa que me encuentre; en este caso el perro escuchaba mis palabras, le comentaba sobre la chica de la clase, la cual no se ha fijado en mí
desde hace meses; la quiero mucho, le decía al animal, pero ¿sabes?, a ella le gusta alguien más, de eso estoy seguro. Ladraba, sacaba su lengua, movía su cola; tomaba eso como un no te desesperes, yo te ayudo. No sabía a dónde dirigirme, siempre lo llevo al mismo lugar, al parque donde las fuentes bailan. Cada vez que mis padres me piden sacar al perro me dan ganas de abandonarlo, pero siempre mi mente me dice no, no lo hagas, eso es malo, algo le puede pasar; soy muy débil, mi cabeza me controla, no he podido ni siquiera separarme de él un par de metros fuera de casa. También pienso por qué es tan importante en mi familia; era yo el que podía hacer lo que quisiera, pero desde su llegada todo cambió; él es ahora el centro de la casa, lo quieren, lo respetan, le compran lo mejor, es por eso que no me gusta; odio sacarlo. Las personas nos miran caminar, muchos me conocen, pero más al perro. A veces la señora del trece nos grita para saludarnos y le da galletas; a mí sólo me da los buenos días o las buenas tardes; el señor del
puesto de periódicos de la esquina hace algo parecido: se acerca a él y pone en su mano un pedazo de pastel para el perro; a mí nada más me saluda.
mataré a tus padres y luego a ti mataré a tus padres y luego a ti mataré a tus padres y l u e g o a t i
Acabándome de levantar del asiento en la parada del camión, lo sujeto bien y subimos al autobús, pago un boleto, el chofer dice algo entre dientes; no escuché bien, pero entendí algo como no puede ser, ojalá no deje ese perro sus regalos en el asiento. Encontré dos butacas en la sexta fila, a mi lado derecho. Nos sentamos y él sacaba la lengua como si estuviera contento después de una semana que no lo hacía; miraba a las personas que subían, bajaban, se sentaban, movían su cuerpo de incomodidad o se encolerizaban por el mal manejo del chofer de la unidad. Como siempre, cierro los ojos mientras mi mano aprieta la correa y cuento sesenta segundos antes de abrir de nuevo los ojos, lo hago para relajarme y olvidar esta horrorosa realidad.
Pensándolo bien, los sábados son aburridos porque dejo para ese
día mis lecturas, pero mis padres están, desde temprano, o en algunas ocasiones casi en la tarde, interrumpiéndome en mi puerta: mi madre con los brazos cruzados, sin decir palabra, mi padre, no obstante, con las manos metidas en las bolsas del pantalón, diciéndome tienes que sacar al perro, no lo dejes más tiempo encerrado. ¿Por qué no lo sacan ellos? No hacen nada mientras yo salgo un par de horas, excepto jugar ajedrez mientras toman café. Miré para el frente y para atrás y vi que el camión estaba lleno; sería difícil bajarme con él. Las mujeres gordas, que en ocasiones ocupan dos lugares, no se expresarían bien si el perro las toca, tampoco la gente parada dejaría pasar tan fácil, y yo cargando este animal; siempre se me complica. Me levanté y poco a poco empujé gente, casi caigo porque un pasajero tenía en el suelo una maleta que no vi. Caminamos rumbo al parque y lo amarré a un árbol; fui a un puesto donde venden golosinas y compré dos chocolates en barra y una rebanada de pastel con el billete de cincuenta. Llegué a donde estaba y me senté a su lado. Le seguí contando sobre esa chica de la clase mientras comíamos. Sacaba el perro de vez en vez la lengua, percibí que tenía sed y allí voy yo, como si fuera su esclavo, a buscar una botella de agua.
Me entró el pensamiento de siempre: por qué no olvidar al perro ahí, amarrado al árbol; no sé, pero me sentía capaz de hacerlo ese día. Gracias por el agua, señor, y caminé en dirección contraria donde me tenía que dirigir. Por su culpa mis sábados son aburridos, no puedo leer tanto porque mis padres allí están, parados en mi puerta diciéndome saca al perro a pasear, es tu obligación. Caminé a mirar los libros en una librería; fui por un helado y lo comí como nunca; me sabía tan rico. De repente, unas cuadras adelante, en mi cabeza ya estaba esa voz de nuevo: no, no lo hagas, eso es malo, algo le puede pasar. No quise tomarle importancia y caminé, tratando de que se fuera; pero no, cada paso que daba más le escuchaba. Ahora no era la misma voz, era otra, un poco más grave: si no vienes por mí mataré a tus padres y luego a ti. Empecé a sudar, las gotas caían de mi cara al suéter; no era verano, no hacía calor, pero allí estaba yo, sudando a chorros; me sentía mal. La voz y las mismas palabras las escuchaba con más fuerza, más grave aún. Me paré y me sostuve de una pared. Dos niños que jugaban me miraron sorprendidos: oye, amigo, ¿te sientes mal?, estás sudando demasiado. Negué,
aunque por dentro no estaba bien. No podía pensar en otra cosa: si no vienes por mí mataré a tus padres y luego a ti. De mi nariz empezaron a brotar gotas de sangre. Saqué el pañuelo que siempre cargo, porque el perro babea mucho y lo utilizo para secarme; me limpié, caminé en dirección al parque; no lo podía olvidar, no hoy. Tomé un poco de agua de la botella, mis labios estaban muy secos. Mientras más pasos daba hacia el jardín dejaba de sudar y de sangrar. Si no mal recuerdo, hasta me sentía mejor. La voz poco a poco se disipaba de mi cabeza. Pasé por el puesto de periódicos del señor y en un momento llegué a donde estaba el animal. Parecía que no hubiera tardado tanto; ahí estaba parado, con su gran lengua de fuera, contento por mi regreso. Le di el agua en su hocico. Me senté en el pasto, junto a él. No sabía qué era lo que había pasado.
Acabándome de levantar, nos dirigimos a la casa, subimos al camión y la misma historia: mucha gente, dificultad para subir y para bajar. Tomé muy fuerte la correa; estaba cansado, dejé que él me llevara, sabía el camino. Entramos a la casa y mis padres jugaban al ajedrez, tomando café y fumando cigarrillos. No tardaste nada, expresaron. Dejé al perro en su lugar especial y maldije el día. Ya en mi habitación, me recosté y, poniéndome la almohada en la cabeza, descubrí por qué mis padres le tienen tanta admiración a ese animal; quizá también esa voz entra a sus mentes: si no me sacan a pasear los mataré.
FIN
Omar Méndez Castillo
EL SMS
Me he enterado que voy a ser padre. Me lo ha hecho saber mi pareja por medio de un mensaje de texto: sonó el móvil, lo des-bloqueé, leí el mensaje y lloré. Fue hermoso. Ese mismo día, p resa de la ans iedad , co r r í a l supermercado, me afi l ié al esta-blecimiento para anticiparme a ofertas y puntos, que a la postre me repre-sentarían ahorros y beneficios, y después compré comida para bebé. Pensé en comprar pañales, pero no me decidí por una u otra marca; había tantas ofertas que me fue imposible. Decidí volver después con mi pareja.
Por la noche, un poco más tranquilo, y aprovechando el vuelo en el que me encon-traba, decidí coger lápiz y papel y hacer un listado de las cosas que tendría que cambiar a partir de mi paternidad. Comparto algunos de los puntos:
• Tomar menos alcohol y hacer más ejercicio, pues necesito estar sano.�
• Aprender a lavar la ropa y los trastes de la cocina. �• Gastar menos dinero en apuestas.�• Leer libros sobre paternidad. �• Dejar de decir maldiciones y groserías sin razón aparente. �• Dejar de coquetear con otras chicas (pues debía dar el ejemplo
de cómo ser un buen hombre). �• Pasar menos horas en el bar y en el puticlub y más horas en la
casa. �
La semana siguiente a la noticia me compré un perro; mi intención era empezar a ser responsable con el pequeño cuadrúpedo: comida, aseo, veterinario y todos los por menores que surgieran, así, para cuando yo fuera padre sería más responsable y experimentado.
También cambié de trabajo, puesto que en él viajaba mucho y me mantenía muy ocupado, tanto que desde aquel día que compré el perro no había hablado con mi pareja; habían pasado cinco meses. Suponía que todo iba bien, ya que las malas noticias llegan rápido; a la fecha no tenía ninguna noticia, ni buena ni mala.
Me propuse reactivar los contactos con compañeros del colegio, pues sabía gracias a Facebook quiénes de ellos eran casados y con hijos, y yo necesitaba ese ambiente para cuando fuera padre.
Toqué el timbre. Me abrió ella con su esbelta barriga convertida en una gran panza, me recibió con unas cuantas groserías que a la fecha no recuerdo, se serenó, respiró profundo y se disculpó; se disculpó una y otra vez; dijo sentirse fatal y lloró por un rato hasta que, por fin, reconoció que aquel mensaje de texto había sido un error: el destinatario original no era yo, ni esa era más mi casa ni ella mi pareja, ni mi perro mi perro.
Habían pasado casi nueve meses y yo apenas iba de regreso en un avión; había pasado los últimos tres meses y medio incomunicado debido a la si tuación geográf ica en que me encontraba trabajando. Lo primero que hice al aterrizar fue prender el teléfono; tenía más de cuarenta l lamadas perdidas de mi pareja y bastantes mensajes de texto. Imposible leerlos. Me preocupé; quizá ya estaba dando a luz, quizá había dado a luz días atrás, quizá era una emergencia, cuántas posi-bilidades y yo con el teléfono cortado. No podía llamar. Me apresuré a llegar a casa, bajo las escaleras estaban dos maletas grandes, esperando; supuse que era la ropa para la maternidad. Me extrañó que no estuviera el perro que había comprado antes y que la chapa de la puerta se hubiera cambiado. F
IN
La hechicera de la duna
Fernando Irineo
[A Carol Díaz]
El viento mueve los minúsculos granos de arena formando una suave corLna de polvo. Ante los ritmos de las palabras de la hechicera, el torbellino de arena se alza y se alarga. Silba un nombre que es el nombre de mil años, de la eternidad; el nombre del amor ha de pronunciarse cuidadosamente para que cada letra cobre significado. En el Desierto es posible decir lo que no se puede invocar con palabras. En el Desierto las palabras se dejan quemar por el sol y la hechicera conoce las formas del calor, las formas ondulantes que quiebran la vista y deforman la realidad. Otra realidad surge cuando el oleaje transparente del golpe de ardor invade el arenal. Somos otros, somos otras al iluminarse nuestras sombras. La hechicera permanece inmóvil. Solamente su cabello negro se deja mecer en el caprichoso vaivén aéreo. Sonríe. En sus dientes
diáfanos se ven océanos lejanos, de orillas espumosas y brillantes. Diminutos soles se alojan entre sus labios. En los ojos lunas irisadas. La piel oscura, bronceada, dorada. Agita los brazos y las caderas en una danza lenta, pensando en cada movimiento. El amor se mueve, se dice y se vive. Primero en un caminar obsLnado; luego iracundo.
Mas no hay prisa para la hechicera ni para el amor; el camino de los secretos de la arena son las sendas de la incerLdumbre. El viajero inexperto muere en el Desierto; el amante inexperto también. La magia recitada en hechizos, en verbos que comandan el porvenir, poco Lenen de fortaleza cuando hay amor en el medio. La carne del hombre y de la mujer, de los niños y las niñas, es el amor. Los huesos pueden quebrarse en asLllas nimias, la sangre puede secarse y las lágrimas pueden labrar surcos debajo de los ojos para después morir. El amor no se troza, no se evapora, no muere. La piel del amor es eterna. El amor es un laberinto de pieles que se rozan entre sí. El laberinto del amor no Lene salidas, provista de espectaculares ingresos no permite libertades simples. El amor que Lene puertas se vuelve una prisión. El amor y la libertad se encuentran y se funden. La libertad en las manos de la hechicera le permite moverlas para amar. Si la libertad es movimiento, el amor es arLculación. Sus muñecas giran y sus dedos tocan los granos de arena que se acercan. Las yemas de los dedos de la hechicera tactan el aire. Invisible y presente, el aire es un dios pubescente. La sombra del amor es la libertad. El amor no conoce la oscuridad. En el amor, como en la libertad, las noches no existen. La persona amada es una patria libre, abierta, de mañanas absolutas. Un remolino de arena envuelve a la hechicera. Ella cierra los ojos, su piel escucha los giros de otras manos, las manos del Desierto que la palpan. Abre los ojos y percibe el sabor salado del Mar que se ha ido y se ha secado. Llora para redimir la ausencia de humedad. No es suficiente. Las lágrimas del amor no alcanzan para salvar un océano. El llanto no salva, es saladura de la escaza humedad corporal. El torbellino se ha vuelto bruma, las lunas de la hechicera se eclipsan: la han cegado. La sabiduría de la humanidad no Lene ojos. Los invidentes son profetas del silencio y del pasado. El sonido del vacío es el único aliado de los amantes. Amar es caer en ceguera. Amar es ver el abismo y no pensar en su infinitud. Cuando se ama no se cree en el fin. A gatas, la hechicera padecía los granos de arena restregarse en sus rodillas. Antes de levantarse sinLó una
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inesperada ráfaga de viento frío acercarse a su sexo. Le refrescaba profundamente y el viento dio paso a una Lbia humedad. El placer le devolvió la vista. El amor cegado Lene el color de los cuerpos para guiarse. La imaginación no es una doncella virgen, es toda la virilidad y toda la
El amor es la conLnuidad de lo inexplicable. Se le puede esperar o negar, jamás propiciar. El sol huyó y la noche apareció, la hechicera volvía a ser viento y, dormida sobre un médano, anhelaba la mañana para usar su voz y deletrear los múlLples nombres del amor. El amor no le respondía, callaba y usaba el lenguaje de la lenLtud para acercarse.
femineidad ataviadas en brocados de escandalosa riqueza. La imaginación, duna secreta en la planicie de la inspiración; enriquecida con posibilidades. Erguida en el medio del Desierto, la hechicera conLnuó su danza. Invocaba el nombre del amor, los rostros del pasado, del presente y del futuro. El amor no Lene Lempos: el amor es el Lempo. La hechicera se desvanecía en la impaciencia. El amor no se invoca, no es presencia.
FIN
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La Antología Letras Raras de narrativa y
poesía reúne todos los cuentos y poemas
originales que se publicaron en la revista
durante su primer año de circulación (junio
2011-2012).
A la venta por sólo $100. Envío sin costo a toda la República.
¡HEY!
ISSUU.com/LetrasRaras
(apresúrate porque se agota)
LA MENTIRA MÁS PEQUEÑA
Juanito Pereira
En el año de 1998 era más fácil contar una historia y que alguien te la creyera, después de todo, no había Google ni teléfonos inteligentes que pudieran ser utilizados en tu contra. La siguiente es una de esas historias, la cual aconteció en mi pueblo: Santa Margarita. Es acerca de un grupo de amiguitos a los que les encantaba ir al cine aunque éste sólo contara con una sala que exhibía películas de seis o más meses de antigüedad.
Daniel, Gustavo, Mario y Raymundo se conocían desde los cuatro años. Se la pasaban juntos todos los días después de clases y ya se sen-
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tían todos unos adultos aún cuando apenas cursaban el quinto año de primaria.
Un viernes por la tarde entraron a la única película que el cine exhibía. Se llamaba Los Retratos, una comedia romántica con actores que ninguno de ellos había visto antes. Pero a los chicos no les importaba; el ir al cine era el pretexto perfecto para no hacer la tarea y aparte poder disfrutar de unas palomitas y un refresco. A la mitad de la película Gustavo casi se para sobre su asiento para gritar: “¡Mira, Daniel, eres tú!”. Claro que ese tipo de exclamación conllevó un “¡Shhhh!” del resto de la gente presente en el cine.
Ya al final de la película, cuando estaban empezando a rodar los créditos, Raymundo propuso que se quedaran para ver si salía el nombre de Daniel en la pantalla. Para todo esto, el joven Daniel no había dicho ni una palabra, sólo mostraba una sonrisa de esas que los culpables suelen tener. “¡Ah no ma…!”, exclamó Mario. “¡Ahí está tu nombre! ¡Daniel García!”, gritó Gustavo, eufórico.
Salieron del cine todos contentos y entre risas porque, aparentemente, Daniel había salido en una película de Hollywood aunque fuera por cinco minutos y con sólo un par de líneas de diálogo. Los chicos llegaron a la conclusión de que, como la mamá de Daniel tenía familia en Los Ángeles, de seguro fue el verano pasado cuando él grabó su parte en la película.
—Ya dinos, Daniel, no te hagas de rogar —dijo Raymundo.
—Se ve que eras tú. ¿Por qué no has dicho pa-
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labra desde que salimos del cine? —preguntó Mario.
Daniel sabía que nada de lo que decían era verdad. Él no había grabado ninguna película. Que el otro niño tuviera su mismo nombre y se pareciera a él era una enorme y absoluta coincidencia. Pero Daniel sabía que podía volverse famoso en el pueblo con sólo decir que sí, que sí era el niño en la película. Y así lo hizo: les contó con lujo de detalle cómo era un set de filmación y sobre la parte en que él decía unas líneas pero que cortaron injustamente. Si bien Daniel no había participado en la película, su imaginación y narrativa eran de lo más convincentes. Tanto que sus amigos quedaron anonadados.
Daniel se fue a su casa pensando que había pasado un buen rato siguiéndole la corriente a sus amigos. Quién iba a decir que el lunes en la escuela todos estabarían enterados del gran actor en potencia que estudiaba entre
ellos. La historia se hizo mucho más grande cuando los papás, que trabajan en la capital, le contaron también a sus compañeros. Por algún motivo o circunstancia, hasta una televisora mandó camioneta con reportera y camarógrafo para entrevistarlo.
Cuando la historia se difundió en las noticias en cadena nacional, a la distribuidora de la película en México le pareció curioso e indagó con la oficina del estudio en Estados Unidos si acaso ello era cierto. Resulta que, cuando la empresa reveló la farsa, la distribuidora contactó a la cadena de televisión y juntos acudieron al pueblo a presentar una demanda contra el pobre Daniel por daños de imagen, robo de identidad y quién sabe qué otras cosas.
Total que después de un par de meses de pleito la distribuidora retiró los cargos y el asunto no pasó a mayores. Pero la mamá de Daniel estaba tan avergonzada, sin mencionar que ya era víctima de constantes señalamientos y burlas en el pueblo, que mejor optó por irse a vivir a Estados Unidos, obviamente llevándose a su hijo con ella.
Actualmente nadie en el pueblo sabe qué pasó con Daniel García. Ni usando Google se encuentra rastro de él. Muchos dicen que su mamá se casó con un gringo y le cambió el apellido. Lo que se llegó a rumorar a un año de su partida fue que Daniel, muy a escondidas, fue al casting para otra película. Al terminar de leer su dialogo el director le preguntó: “¿Acaso tú no eras el niño al que dirigí en Los Retratos?”, a lo que Daniel, con media sonrisa dibujada en el rostro, respondió con un concreto y sencillo “¡Sí!”.
No cabe duda que la mentira más pequeña puede llegar a convertirse en una gran historia.
FIN 29
Enrique Angulo Moya Su vida profesional se ha desarrollado en el ferrocarril. Estudió Formación
Profesional en la rama de la electrónica y después la carrera de Geograoa e Historia. Leer y escribir le ha gustado desde siempre, como afición prácLcamente secreta.
Ezequiel Carlos Campos Estudiante de la licenciatura en letras en la UAZ. Ha publicado cuentos y
ensayos en las revistas Abra Palabra y Barca de Palabras, así como en la antología virtual Todos juntos hacia un mismo sin;n, editada por el IZC.
Omar Méndez CasOllo Oaxaqueño y pidigueño, en una relación con la psiqué.
Fernando Irineo incipiente escritor, cronista de la Ciudad de México, revolucionario y
socialmente incómodo. Escribe para SPD No?cias y otros.
Juanito Pereira Juanito Pereira es un reconocido economista. Escritor de columnas en los
cinco diarios más importantes de Europa. Miembro del comité selector de los premios Nobel. Disfruta de los paseos en tren y bicicleta.
José Luis Dávila Puebla, 1990. Se desempeña como director de CincoCentros.com, profesor de
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Jorge M. Núñez Perverso polimorfo.
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