No se nos va del corazón, ni de la piel, ni del pensamiento.

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No se nos va del corazón, ni de la piel, ni del pensamiento.

El amor no es absoluto, pleno, fijo. El amor fluctúa, ondula, sube y baja como la marea, se retrae, se expande, calla, abarca, se esconde.

El amor no es total, abarca más o abarca

menos según el temperamento, pero como la fe, como la vida, tiene un punto

vacío.

Cuando se arremolina el amor sobre nosotras

y nos sumerge, nos hace temblar, parece que nada hay más

fascinante sobre la vida y que a nadie ha podido

pasarle nada igual.

El amor es así: asombro, decepción, libertad,

asfixia, hambre, sed, saciedad, fragilidad,

solidez.

Tiene sus grados, sus temperaturas, sus

fallos. Tiene lunas llenas: todo cálido, las rosas parecen doradas,

los sueños parecen alas, las sensaciones parecen

fuego. Y lunas menguantes en

que los lirios parecen desteñidos y la brisa

desganada, y las estrellas lejanas.

El amor es así, pero es amor porque subsiste a

pesar de los días estables y

los inestables, a pesar de vivir una verdad y

creer a veces que es una mentira, a pesar de ser

todo nuestro mundo y tratarlo a veces como

algo insustancial y

secundaria.

Hay que querer con ganas de querer. Con magia, renovando

los días y las horas. Querer con luna o

aguardando la luna. Querer con mar o esperando

el mar.

Querer volando en el espacio o echadas sobre el nido.

Es un aprendizaje difícil querer así…

¡pero es para toda la vida!