Post on 23-Jan-2016
No se nos va del corazón, ni de la piel, ni del pensamiento.
El amor no es absoluto, pleno, fijo. El amor fluctúa, ondula, sube y baja como la marea, se retrae, se expande, calla, abarca, se esconde.
El amor no es total, abarca más o abarca
menos según el temperamento, pero como la fe, como la vida, tiene un punto
vacío.
Cuando se arremolina el amor sobre nosotras
y nos sumerge, nos hace temblar, parece que nada hay más
fascinante sobre la vida y que a nadie ha podido
pasarle nada igual.
El amor es así: asombro, decepción, libertad,
asfixia, hambre, sed, saciedad, fragilidad,
solidez.
Tiene sus grados, sus temperaturas, sus
fallos. Tiene lunas llenas: todo cálido, las rosas parecen doradas,
los sueños parecen alas, las sensaciones parecen
fuego. Y lunas menguantes en
que los lirios parecen desteñidos y la brisa
desganada, y las estrellas lejanas.
El amor es así, pero es amor porque subsiste a
pesar de los días estables y
los inestables, a pesar de vivir una verdad y
creer a veces que es una mentira, a pesar de ser
todo nuestro mundo y tratarlo a veces como
algo insustancial y
secundaria.
Hay que querer con ganas de querer. Con magia, renovando
los días y las horas. Querer con luna o
aguardando la luna. Querer con mar o esperando
el mar.
Querer volando en el espacio o echadas sobre el nido.
Es un aprendizaje difícil querer así…
¡pero es para toda la vida!