Post on 19-Jun-2015
Literatura La literatura es lo mejor que se ha inventado para defenderse contra el infortunio. Sólo quien entra en literatura como se entra en una
religión, dispuesto a dedicar a esa vocación su tiempo, su energía, su esfuerzo, está en condiciones de llegar a ser verdaderamente un
escritor y escribir una obra que lo trascienda.
Toda novela es una mentira que se hace pasar por verdad, una creación cuyo poder
de persuasión depende exclusivamente del empleo eficaz de unas técnicas de
ilusionismo y prestidigitación semejantes a las de los magos. La primera obligación
de una novela es hechizar al lector, manipular sus sentimientos, abstraerlo del
mundo real y sumirlo en la ilusión. El novelista llega indirectamente a la
inteligencia del lector, después de haberlo contaminado con la vitalidad artificial de
su mundo imaginario y haberlo hecho vivir, en el paréntesis mágico de la lectura.
Una historia es siempre la historia de alguien. Los acontecimientos se
contemplan a través de un conjunto de enfoques personales y, por ende, aparece una voz narrativa. Lo que
hacen los personajes en las narraciones está motivado por
creencias, deseos, teorías, valores u otros ‘estados intencionales’… Lo que
se busca en la narración son los estados intencionales que hay
‘detrás’ de las acciones.
Uno de los puntos importantes en una obra es el comienzo. ¡Hay que atrapar al lector! La historia comienza cuando
algo le sucede al protagonista. Cuando su rutina de todos los días cambia, cuando sus costumbres se rompen, cuando algo, pequeño o grande, sucede, o cuando algo
extraordinario se manifiesta. Es decir, con un punto de tensión que altera lo habitual, y esto es uno de los puntos
claves de toda buena historia.
Los primeros párrafos incluyen bastantes cosas para lograr asentar los cimientos de forma estable. Introducen el carácter de la historia, el tono emocional desde el primer momento. Presentan un punto de vista a través del cual la historia será percibida.
Proveen un marco en el que el protagonista se mueve. La historia
introduce un carácter o personaje, unas premisas, un tono, un marco y quizá un conflicto. Nada se resuelve hasta que se
logra un clímax y se soluciona.
Para contar por escrito una historia, todo novelista inventa a un narrador, su
representante en la ficción, él mismo una ficción, pues, como los otros
personajes a los que va a contar, está hecho de palabras y sólo vive por y para
esa novela. El de las novelas es un tiempo construido
a partir del tiempo psicológico, no del cronológico, un tiempo subjetivo al que la artesanía del novelista da apariencia
de objetividad, consiguiendo de este modo que su novela tome distancia y se
diferencie del mundo real.
Lo importante es saber que en toda novela hay un punto de vista espacial,
otro temporal y otro de nivel de realidad, y que, aunque muchas veces
no sea muy notorio, los tres son esencialmente autónomos, diferentes uno de otro, y que de la manera como ellos se armonizan y combinan resulta aquella coherencia interna que es el
poder de persuasión de una novela. El argumento, aventura indagatoria,
intriga, realismo, crítica social, espejo en movimiento.
Al entrar en la historia de esta forma, el lector siente auténtica intriga, o lo
que es lo mismo, auténtico interés por los personajes. Toma parte
activa, por secundaria que sea, en el desarrollo de la historia: especula,
intenta prever, y como se le ha proporcionado información
importante, está en situación de advertir el error si el autor extrae
conclusiones falsas o poco convincentes, si fuerza el desarrollo
en una dirección que no sería natural, o si atribuye a los personajes
sentimientos que nadie tendría de hallarse en lugar de éstos.
Dicho de otra manera, el escritor procede abiertamente, evoluciona en la cuerda floja, sin red. Y también es
generoso en el sentido de que, a pesar de su dominio de las técnicas
narrativas, sólo recurre a las que convienen a la historia. Trabaja
totalmente al servicio de la historia, pero con elegancia. El personaje es la vida de la novela. El ambiente existe sólo para que el personaje tenga un entorno en el que moverse, algo que
ayude a definirlo.
El argumento existe para que el personaje pueda descubrir algo de sí
mismo, y, en el proceso, revelar al lector cómo es él realmente: el
argumento obliga al personaje a decidir y a actuar, lo transforma de estética construcción en ser humano vivo que
toma decisiones y paga las consecuencias u obtiene recompensas. En casi toda buena novela, la forma básica de la trama es: un personaje
central quiere algo, lo persigue a pesar de la oposición que encuentra y gana,
pierde o se inhibe.
Como los seres vivos, las novelas crecen al graduar los efectos y reavivar la
expectativa con revelaciones inesperadas, así como matizar
situaciones dramáticas con pinceladas de humor y esbozar en pocas líneas la
identidad de un personaje y de un paisaje. Las novelas crecen mediante una secuencia particular de acciones, estados mentales, acontecimientos en
los que participan personajes. En la mejor ficción narrativa, la trama no es una sucesión de sorpresas, sino una
sucesión cada vez más emocionante de momentos de comprensión.
El punto de vista es el elemento más complicado de la narración. Si bien es
posible analizarlo, definirlo, esquematizarlo, se trata en última
instancia de una relación entre escritor, personajes y lector que,
como toda relación, tiene sus sutilezas. Podemos discutir sobre el narrador, la omnisciencia, el tono, la distancia o la credibilidad. En primer lugar el punto de vista consiste en la opinión o las creencias del autor, hay que tomarlo de un modo más literal,
como "el punto desde donde se mira mejor
La primera decisión que debe tomar un autor respecto al punto de vista tiene
que ver con el narrador. He aquí la clasificación más simple que se puede
hacer acerca de quién habla: en tercera persona (Ella pasea bajo la luz
de la luna), en segunda persona (Paseas bajo la luz de la luna) o en
primera persona (Paseo bajo la luz de la luna). Los relatos en segunda y
tercera persona los cuenta un narrador, los relatos en primera
persona, un personaje.
La tercera persona, desde la cual cuento el relato, se puede subdividir según el grado de conocimiento u omnisciencia
que asume el narrador. Como autor uno está en condiciones de decidir cuánto sabes. Puedes conocer la
verdad plena y eterna; puedes saber qué hay en la mente de uno de los
personajes pero no qué piensa el otro; o puedes saber únicamente lo que se ve desde fuera. Al comienzo indica al lector qué grado de omnisciencia he elegido; una vez hecha esta señal, se abre un "contrato" entre el autor y el lector, contrato delicado de romper.
El narrador omnisciente -llamado a veces narrador editor omnisciente
porque dice de frente lo que se supone que debemos pensar- tiene un
conocimiento total. El autor omnisciente es un dios; puede:
Informar objetivamente lo que está pasando. Meterse dentro de la mente de los personajes. Interpretar por los
lectores la apariencia de los personajes, lo que dicen, sus actos o
sus ideas, aun si los propios personajes no pueden hacerlo.
Moverse libremente en el tiempo y en el espacio para brindarnos vistas panorámicas o
telescópicas o microscópicas, o históricas; puede decirnos lo que sucede en cualquier
parte, o lo que sucedió en el pasado, o lo que sucederá en el futuro. Hacer reflexiones
generales, juicios, proporcionar verdades. En la forma de omnisciencia limitada el narrador
puede moverse con cierta libertad. El narrador puede ver los hechos objetivamente, y además acceder a la mente de uno de los personajes,
pero no a las del resto, ni se otorga a sí mismo ningún poder explícito de juzgar. Se conforma
con la visión externa de las cosas y con el pensamiento de uno de los personajes, ayuda
a mantener el control del relato, y evita los cambios de punto de vista.
La ventaja de la omnisciencia limitada respecto a la omnisciencia total reside en la inmediatez. En este
proceso se crea un convenio entre autor y lector, un convenio que no se puede romper. Como escritor puedes
hacer lo que ningún ser humano puede: estar simultáneamente dentro y fuera de un personaje determinado.
En la vida diaria nunca nos comprendemos uno al otro, ni existe la clarividencia plena ni la confesión
total. Sabemos del otro por aproximación, por tanteos, por signos
externos, y eso basta para la vida social e incluso para la vida íntima.
Pero los personajes en las novelas pueden ser comprendidos totalmente
por el lector, si así lo desea el novelista; su intimidad puede ser
exhibida lo mismo que su vida interior. Y por esa razón nos parecen mejor definidos los personajes de la
Literatura, parecen incluso conocidos nuestros El narrador objetivo. A veces
el novelista no desea mostrar más que los signos externos. El narrador
objetivo no es omnisciente sino impersonal. Cuando escribe como
narrador objetivo restringe su conocimiento a los hechos que
cualquier persona puede observar, a los sentidos de la vista, el oído, el
olfato, el gusto y el tacto.
El lector, guiado por el autor, saca sus conclusiones, como en la vida
cotidiana; así es como tenemos la satisfacción de conocer a los
personajes incluso más de lo que ellos mismos se conocen. Los personajes
evitan el tema, buscan evasivas, disimulan, pero sus verdaderas
intenciones y sus pensamientos son traicionados por sus gestos, sus reiteraciones y los deslices de su
lenguaje. Al escoger su voz narrativa dentro de ese rango, el autor impone sus reglas y que, después de fijarlas,
tiene que ceñirse a ellas.
Como narrador está en situación parecida a la de los poetas que tienen que escoger entre el verso libre y la rima. Si el poeta escoge el soneto está obligado a rimar. Primera y
tercera persona son las más comunes en la narración; la segunda persona
es experimental e idiosincrásica. Pero mejor mencionarla, porque varios
autores del siglo XX se han interesado en sus posibilidades. Es
poco probable que la segunda persona se vuelva un modo mayor en
la literatura, como la primera y la tercera personas; pero precisamente
por eso es interesante para la experimentación. Es sorprendente y
relativamente poco ensayada aun
Es imprescindible mantener la atención del lector mientras está leyendo y,
también, después de haberlo hecho. El lector, cuando acaba de leer, debe pensar que le ha sido rentable el
tiempo que ha otorgado a su narración. Puede haber pasado un buen rato con
ella y considerarla un buen entretenimiento aunque haya sido intranscendente; o puede haber
encontrado un motivo de reflexión; o sentirse maravillado por un entorno extraño y sorprendente. Aunque casi
siempre, el personaje central es quien puede mantener el interés del lector y,
por lo tanto en su recuerdo.