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LOS FEMINISMOS Y LA OTRA TRANSICION A LA DEMOCRACIA EN
AMERICA LATINA1
Por Breny Mendoza, Ph.D.
Quiero empezar este ensayo haciendo una referencia a la otra Transición que nos dice
García de León Álvarez acompañó los procesos de democratización en España tras la
muerte de Franco.2 La muerte de Franco como bien sabemos constituye en la conciencia
histórica española el ansiado retorno a sus orígenes europeos y el paso a la democracia
que los demás países europeos venían gozando desde la posguerra. La ausencia de un
régimen democrático de corte liberal se había convertido en una de las tantas líneas
divisorias que los países al norte de España se imaginaban les separaba del país ibérico
desde el siglo XVII. El trauma histórico que constituyó la expulsión de España del
imaginario europeo3 pareció desvanecerse con la desaparición de Franco y el retorno de
la democracia electoral a mediados de los años setenta. España no sólo debía celebrar el
fin de la dictadura franquista sino el reencuentro con sus “autenticas” raíces. De ahí que
la transición a la democracia de España debería entenderse a la vez como un proceso de
re-europeización que luego se oficializa con su inclusión a la Unión Europea. Pero ello
significó cortar de lleno el cordón umbilical que había unido a la España franquista con
los regimenes autoritarios y dictatoriales de América Latina. La otra Transición de la que
nos habla María Antonia García de León Álvarez alude, por supuesto, a la contribución
que las mujeres españolas, ilustradas y esclarecidas, hicieron a este importantísimo
momento histórico de ese país; mujeres éstas, miembros de una elite dueña del
pensamiento crítico occidental, particularmente, anglosajón que logra construir los
cimientos del feminismo español, profundizar la democracia y estrechar los lazos de
España con el mundo occidental, el cual recordemos, suele excluir América Latina. Esta
exclusión de América Latina del imaginario occidental nos permite hablar, sin embargo,
de otra transición, de otra transición más urdida en la otredad, es decir, la transición de
América Latina a la democracia que se da casi una década después que España en
condiciones muy diferentes, pero en la cual las mujeres también juegan un papel
protagónico.
América Latina, la que ante el occidente hegemónico compartía con España la
exterioridad a la modernidad, una disputada pertenencia al mundo occidental y una
incompatibilidad con la democracia liberal quedaba en esta trama interrumpida
conminada a un nuevo centenario de soledad; más lejos de los designios de la
modernidad que dicta la entrada a la civilización europea, más comprometida a una
dizque insalvable no-occidentalidad cultural/racial y por tanto menos apta para la senda
1 Publicado en Mendoza, Breny (2008). “Los feminismos y la otra transición a la democracia en América
Latina”, En María Antonia García de León (comp). Rebeldes ilustradas (La Otra Transición). Barcelona: Anthropos. 2 María Antonieta García de León Álvarez habla de la otra transición en “Memoria de la Beca Alvaro del
Amo.” Inédito. 3 La expulsión se remonta a la Leyenda Negra finamente construida por los poderes rivales de España,
Inglaterra, Francia, Italia y Alemania, desde el siglo XVII y en gran apogeo en el siglo XVII y XIX.
democrática trazada por Europa Occidental y la América anglosajona como única vía a la
grandeza humana. América Latina debía en este imaginario occidental continuar
debatiéndose en el mundo en su condición de poscolonizada, Calibanizada, en efecto,
expulsada del paraíso que Europa, y Norte América después, se imaginan sólo para sí
mismas desde la conquista de América. Mientras España reconquistaba su posición en el
sistema moderno/capitalista/imperial occidental, América Latina entraba de nuevo en los
designios imperiales de Occidente por la puerta de atrás, esta vez como zona por
reconquistar, recolonizar, e incluso por re-evangelizar.
Desde la llegada de los europeos al continente americano, no obstante, América Latina
busca incesantemente un lugar en el cual poder habitar humanamente el mundo.4 A la
muerte de Franco, América Latina libraba sus últimas batallas guevaristas, empeñada aún
en construir sueños de revolución. Pero lastimosamente estos sueños de revolución
continuaban comprometidos con la razón imperial que les dio origen y que le selló a la
región su destino como repúblicas tropicales (léase bananeras); los sueños de revolución
permanecían capturados por las doctrinas de la Ilustración de la primera y segunda
modernidad5 que codifican los estatutos de la civilización, progreso, evolución y cambio
dentro del pensamiento único que se origina en la experiencia imperial europea y el
capitalismo colonial que se deriva de esta experiencia.6 Además por si fuera poco, la
utopía revolucionaria de la izquierda latinoamericana seguía dependiendo de conceptos
de género y raza ligados a la colonialidad del poder y el eurocentrismo que
necesariamente ponían en entredicho la ansiada descolonización y la libertad de las
mujeres.
En lo que concierne a la raza, los revolucionarios, hombres y mujeres, no lograron
trascender la idea de raza que los españoles nos legaron: se trabajaba aún con la idea que
había que eliminar el etnos premoderno representado en la población indígena, campesina
y descendientes de Africa para construir el “hombre nuevo.” La izquierda, clasemediera,
mestiza o descendiente de Europa en su mayoría, se rehusó a reconocer la particularidad
de lo indígena y lo africano al interior de la sociedad latinoamericana; seguía viéndola
más como problema u obstáculo que como agente de cambio. Se les negaba a los
indígenas y afro-descendientes su propia representatividad, subjetividad y la oportunidad
de negociar y ofrecer visiones alternativas a la razón imperial y a la misma razón
revolucionaria que decía querer emanciparles del poder que les oprimía.
El tropo del héroe revolucionario que entregaba su vida para construir una nueva
sociedad, tan central para el discurso de la revolución, llevaba consigo también la marca
indeleble del masculinismo de la izquierda. La impresionante participación de mujeres
combatientes y comandantes, sobre todo en las guerrillas centroamericanas que lucharon
contra las dictaduras militares en los años setentas y ochentas poco pudieron hacer para
4 Ver Eduardo Subirats, Una última visión del paraíso, Mexico: Fondo de Cultura Económica, 2004. 5 Los postoccidentalistas como Enrique Dussel se refieren a la colonización española como la primera fase
de la modernidad y a la segunda modernidad la impulsada por los regimenes coloniales británicos, y la
revolución francesa. 6 Ver María Josefina Saldaña-Portillo, The Revolutionary Imagination in the Americas and the Age of
Development, Durham: Duke University Press, 2003 p. 7.
atenuar el furibundo masculinismo revolucionario.7 Las mujeres persistieron en el
imaginario revolucionario masculinista como madres de soldados héroes, madre/soldado
o compañeras del “compa”, y en el mejor de los casos, como carnada para la captación de
fondos del exterior para financiar la causa revolucionaria, pero en el peor de los casos
como una especie de “comfort woman” del guerrillero.
Dentro de las luchas izquierdistas que se llevaron contra las dictaduras, en particular en el
Cono Sur, en la clandestinidad en los partidos, sindicatos, iglesias, movimientos sociales,
las mujeres jugaron igualmente un papel fundamental. Las mujeres no sólo fueron un
importante contingente de la resistencia y decisivas para la caída de las dictaduras y la
transición a la democracia de estos países, sino además fueron víctimas de un martirio
específico y una violencia programática por su ‘condición de hembras’. Las dictaduras
militares aplicaron toda la saña imaginable e inimaginable contra los cuerpos femeninos
en sus cámaras de tortura para enviar un mensaje claro de lo que acaece cuando las
mujeres se atreven a entrar en el terreno de lo político-masculino, en especial, en países
como Chile, Argentina y Uruguay. Los jerarcas militares de las dictaduras
sudamericanas de los setenta no sólo dieron rienda suelta a su misoginia sadista para
reinscribir los cuerpos femeninos dentro de sus códigos fascista-patriarcales, sino que
también aniquilaron la esfera pública utilizando tropos de género para “desciudadanizar”
a toda la población y así hacer imposible cualquier deliberación de lo público tanto a
hombres como a mujeres.
La sociedad entera puede decirse fue feminizada al eliminarse la esfera pública con el
artificio de la privatización de la vida pública, que dejaba lo público subsumido en la
familia y reducido al consumo privado de bienes o sea al mercado capitalista. En un
momento del régimen dictatorial, la única alternativa que quedó tal como en la España de
Franco fue la actividad política en la clandestinidad o en el exilio. Pero, alas, dada la
oportunidad, la misma privatización de la vida pública se convirtió en el espacio de la
resistencia contra las dictaduras. Como nos dice Sapriza en su análisis de la relación de
los feminismos con la izquierda en “épocas crueles” en el Uruguay, el avasallamiento de
las instituciones, la ilegalización de los partidos, y el desmantelamiento de las
organizaciones sindicales llevaron la política al ámbito del hogar y el vecindario y con
ello se privilegiaron los espacios de interacción tradicionalmente femeninos.8 La política
ni más ni menos cayó en manos de las mujeres y en manos de las mujeres habrían de
sucumbir las dictaduras militares años después.
La crueldad de las dictaduras y la muerte de lo político-público en el Cono Sur
consiguieron politizar lo privado y activar a las mujeres políticamente de una manera
singular. Podría afirmarse que las mujeres del Sur le dieron un nuevo significado al lema
feminista occidental de “lo personal es político” que en esos días se consideraba una
forma revolucionaria de pensar lo político dentro de la sociedad norteamericana y
europea. Con sus luchas desde los espacios de la vida cotidiana, de la familia, la
7 Ver Karen Kampirth, Feminism and the legacy of revolution: Nicaragua, El Salvador, Chiapas . Athens :
Ohio University Press, 2004. 8 Ver Graciela Sapriza, “Sobre el difícil matrimonio”. Una indagatoria sobre feminismos e izquierdas en
épocas crueles”. En http://www.fazendogenero7.ufsc.br/artigos/G/Graciela_Sapriza_40.pdf
comunidad, centros deportivos, y parroquias y en particular, en la politicización de la
maternidad de las Madres de la Plaza de Mayo de la Argentina, las mujeres del Sur
reconfiguraron la esfera pública a través de la esfera privada. El pensamiento maternal de
Sara Ruddick con tan poca concreción en el ámbito feminista norteamericano de esos
tiempos, se vio cristalizado en la acción política de las madres de los desaparecidos de
Argentina y Uruguay que desde su maternidad exigían a las dictaduras militares una
política basada en una ética de no-violencia. En ningún otro lado habría el modelo del
pensamiento maternal feminista podido denunciar de manera tan coherente el
trastornamiento del vínculo existente entre lo político, la vida, el cuerpo, el género y la
sexualidad y la no-violencia y su opuesto: la violencia, la cultura de la muerte
masculinista (tanto de derechas como de izquierdas) y la mortalidad de los humanos
como se hizo al reclamarle a las dictaduras los cuerpos de sus hijos e hijas desaparecidas,
vivas o muertas. Algo de esto hicieron las mujeres nicaragüenses cuando les negaron el
voto a los Sandinistas en las elecciones forzadas por los Estados Unidos en 1990. Los
Sandinistas de Daniel Ortega, que al final de sus días se mostraron cada vez menos
dispuestos a escuchar las voces de las madres de los combatientes jóvenes que morían en
la guerra9, y a las feministas que militaban en sus filas que veían como los espacios de
participación se endurecían perdieron el poder en manos del voto femenino. Con ello las
mujeres lograron revertir la lógica militar que determinaba la vida y la muerte en
Nicaragua en esos días. Entonces la política tanto de derechas como de izquierdas, la
lógica militar tanto de las dictaduras como las guerrillas y la agresión externa continuaba
siendo una cuestión masculina, pese a una cierta presencia de mujeres en los mandos
militares y en las tropas tanto revolucionarias como de la Contrarrevolución. Como nos
dice Susan Sontag, la guerra seguía siendo un juego de hombres---la máquina asesina
tenía un género y ese era masculino.10
Ante ese panorama la democracia liberal prometía
a todas las mujeres latinoamericanas el paraíso terrenal. La fe que las feministas
latinoamericanas depositarían en el retorno del régimen democrático electoral para
transformar las relaciones de género y civilizar el orden político masculino sería, sin
duda, fenomenal como habría de verse en las siguientes décadas.
La transición a la democracia en la otredad
Hay quienes colocan la derrota de Argentina en la guerra de las Malvinas en 1982 como
el momento decisivo para el desmantelamiento de las dictaduras militares de Sudamérica.
Si bien la resistencia popular, de los partidos proscriptos, y en particular de las mujeres
contra las dictaduras fue crucial, lo cierto es que el conflicto de las Malvinas visto como
una estrategia para desviar la crisis interna hacia fuera y un pésimo cálculo de los
militares que creyeron afrontar a Inglaterra con el apoyo de Estados Unidos y otros
regimenes militares de la región, aparece como un factor que aceleró el descenso de las
dictaduras militares en el Cono Sur. La rápida deslegitimación de los regimenes militares
a partir de las Malvinas sucedió de forma inesperada para muchos, incluso para la
izquierda que se encontraba no sólo clandestina y en la defensiva sino que además sin un
9 Daniel Ortega recuperó el poder en las elecciones del 2007 en una campaña intensamente anti-feminista.
Los Sandinistas se unieron a la Iglesia Católica y los sectores más conservadores para abolir la ley del
aborto terapéutico en Nicaragua. 10
Ver Susan Sontag, Regarding the Pain of Others, New York: Picador, 2003, p. 6.
plan político para tiempos de paz. Es obvio que en América Latina las ‘transiciones a la
democracia’ no se dieron por la repentina muerte del caudillo como en España, tal vez ni
siquiera por la altísima peligrosidad de las masas que claramente mostraban su malestar
con las dictaduras sino que factores externos a la región también jugaron un papel. Por un
lado, estaba ese desparpajo de los militares argentinos descreídos del lugar que ocupaban
en el mundo occidental capitalista al enfrentarse militarmente contra Inglaterra y la
pronta respuesta de la inquebrantable díada de Inglaterra y Estados Unidos que les hizo
perder legitimidad hasta entre sus adeptos. Por otro lado, el trasfondo de la caída de las
dictaduras retrospectivamente parece radicar también en el hecho que los regimenes
militares se habían vuelto insostenibles para la reestructuración económica y la
configuración política de la globalización neoliberal que se avecinaba. En realidad, el año
1982 fue significativo en más de un sentido. En 1982 la economía de los Estados Unidos
entró en una grave recesión la cual se resolvió aumentando unilateralmente las tasas de
interés bancarios que desataron la gran crisis de la deuda externa en América Latina; la
crisis de la deuda externa hace que México sea el primer país que se declare insolvente en
ese mismo año y que la banca internacional entre en pánico; el modelo neoliberal
implementado primero en Chile por la dictadura de Pinochet entra en su primera crisis,
pero en vez de servir de escarmiento es convertido por las instituciones financieras
internacionales en el modelo único para toda la región latinoamericana para recuperar los
préstamos. Es precisamente, en este punto que los Estados Unidos transforman a la
“democracia electoral” en su política privilegiada hacia la región y en su nuevo
instrumento de dominación del mundo capitalista. La democracia electoral pasa a ser
complemento del catecismo neoliberal de globalización, modernización del estado,
privatización, desregulación, descentralización, tratados de libre comercio, y
transversalización de género etc. Es decir, se empieza a propugnar agresivamente
políticas que inducen menos Estado, menos programas sociales, menos derechos
laborales, menos empleos formales, menos soberanía, menos industria nacional, menos
esfera pública, menos educación pública, menos cultura pública y que producirían una
verdadera hecatombe social, peor que la de la época de las dictaduras militares. Por eso,
la década de los 80 considerada la década perdida para América Latina en términos
económicos y sociales se caracterizó paradójicamente por un sucesivo retorno de las
democracias electorales. La democracia retorna en Argentina en 1983, en Uruguay y
Brasil en 1985, en Chile 1988, y hasta en Paraguay 1989. En países como Perú y
Honduras la democracia electoral había retornado unos años antes (1980) dando ya
algunas luces de como la democracia electoral podía conservar las mismas funciones que
los regimenes militares autoritarios y al mismo tiempo imponer el proyecto neoliberal.
Hacia fines de la década de los 80 y comienzos de los 90 en Centroamérica, las guerras
sin victorias de El Salvador y Guatemala y el desgaste militar y civil ocasionado por la
Contrarrevolución financiada por Estados Unidos en Nicaragua, aunado a la
disponibilidad de las izquierdas centroamericanas a parlamentarizarse en procesos de
redemocratización y pactos de paz impulsados por Estados Unidos, Europa y las
Naciones Unidas pusieron fin a las contiendas militares. Es notorio en este caso, que el
colapso de la Unión Soviética y el bloque socialista y la constitución de un mundo
unipolar con Estados Unidos como única superpotencia en los 90 fueron la verdadera
contraparte de esta restauración de la democracia. La liquidación del poder militar a nivel
interno de toda América Latina a través de la manufacturación alucinatoria de procesos
democráticos y la apología de la ideología de la globalización y el neoliberalismo como
condición inescapable y el cinismo político con que se caracterizaron la postdictadura y
el postsocialismo se revelaría una década más tarde como la última palabra de la
banalización de la democracia en esta parte del mundo poscolonizado. Es decir, que lo
que para España era un redescubrimiento de su identidad europea y un retorno al paraíso
de las democracias imperiales del occidente, para América Latina la transición a la
democracia significó más bien una regresión económica, política y cultural que sólo hoy
se comienza tímidamente a desandar.
No creo que pueda mal comprenderse que la transición a la democracia de América
Latina estuviera ligada a los nuevos designios globales de los imperios occidentales de
Estados Unidos y Europa. A través de su historia, la región ha sido sujeta como nos dice
Mabel Moraña a sucesivas “conquistas, colonizaciones, emancipaciones, empresas de
civilización, modernización, europeización, desarrollismo, se le ha otorgado conciencia,
se le ha des-democratizado y ahora con toda impunidad se le vuelve a democratizar”.11
Este retorno al orden democrático no puede ser desentendido de esta realidad histórica de
la región, por eso no nos es difícil encontrar los vínculos que atan al neoliberalismo y el
discurso de la democracia que retorna a América Latina en los ochentas y noventas con
los discursos del pasado colonial y con los principios de la colonialidad del poder que nos
habla Aníbal Quijano. Hacia comienzos de los 80, los hechos políticos de América Latina
con todos sus trazos de genocidio, fascismo, racismo y sexismo seguían siendo
consecuencia de su posición dentro la configuración del sistema mundo/colonial y la idea
de raza y de género que se implantó con el “descubrimiento de América” y el desarrollo
del capitalismo, la modernidad y el colonialismo/imperialismo que surgió de ese evento
histórico. Existe una contigüidad entre los discursos de evangelización, liberación,
modernización etc. con el discurso de la democratización que hace que la democracia no
desemboque en un proyecto emancipatorio y civilizatorio. La implantación del ideario de
la democracia en las realidades postcoloniales latinoamericanas desde una lógica
imperial/colonial se vislumbra más bien como un simulacro de democracia. En ningún
momento se reestablece el poder popular o se da una emancipación total de la lógica de
dominación militar a nivel interno ni la dominación imperial externa sino que tan sólo es
revestida con un nuevo lenguaje e incluso de institucionalidad que reproduce las
estructuras de poder de la colonia. La democracia en estas latitudes por eso tiene otro
sentido y otros objetivos que son ajenos a los sentidos y objetivos de la democracia en las
sociedades del Occidente. Las sociedades de Occidente que han dominado históricamente
al subcontinente han podido precisamente por su relación histórica con América Latina y
sus colonias en otras partes del mundo establecer ciertos parámetros de democracia
dentro de sus sociedades, aunque éstos se encuentren hoy en crisis. Pero la nuestra es una
democracia que se hace compatible con proyectos de colonización desde afuera y con los
sistemas locales de colonización interna que siguen y dependen de los mismos dictados
del poder imperial occidental. De ahí que la transición a la democracia en el
subcontinente difícilmente puede verse como emancipatoria ni “civilizatoria” como se
pretende en el discurso de la democracia (neo)liberal. En la experiencia reciente de
11 Ver Mabel Moraña, “The Boom of the Subaltern” en The Latin American Cultural Studies Reader,
Durham: Duke University Press, 2004, p. 651.
América Latina podríamos hablar incluso de la colonialidad de la democracia o de cómo
la democracia neoliberal utilizando el artefacto del libre mercado ha sido instrumental
para reestablecer normas coloniales al interior de nuestras sociedades y a la vez
reconstruir el vínculo colonial de la región en su conjunto con los nuevos poderes
imperiales de occidente.12
Esto que nos parece más claro ahora con la invasión de
Afganistán y la guerra contra Irak en nombre de la democracia por los Estados Unidos y
con la devastación económica y social de la región luego de más de dos decenios de
democracia representativa y neoliberalismo no estaba para nada claro a finales de los 80s
y 90s para las feministas ni la izquierda que descendían de los ideales de la revolución y
el anti-imperialismo. Las feministas latinoamericanas e izquierdas ambas clasemedieras,
urbanas, mayoritariamente blancas y mestizas hasta hace poco, se entregaron con poco
sentido crítico al proyecto de la democratización que el occidente ofrecía como salida del
militarismo autoritario. Si bien las feministas que provenían de las organizaciones de
izquierda se desprendieron en su mayoría del tutelaje de la izquierda masculinista al caer
las dictaduras, el movimiento que se forjó al momento de la ruptura, igual que la
izquierda, se sintió seducida por el nuevo discurso de la democracia liberal que
impulsaban los Estados Unidos y era apoyado por Europa Occidental. Ya en 1983,
Virginia Vargas, feminista peruana del Centro Flora Tristán se lanzó como candidata de
la izquierda en Lima en las elecciones nacionales, aunque con poco éxito. Tanto
feministas como izquierdas buscaron reconstruir su identidad política perdida en los
sueños frustrados de revolución en la democracia electoral y sin saberlo, colaborarían en
la reinstitución de las normas coloniales del proyecto democrático neoliberal.
De las Trampas de la Democracia Neoliberal
En su análisis del transito feminista de la dictadura a la transición a la democracia en
Chile, Nelly Richard nos recuerda cómo el consenso político que gestionó la transición
dependió de una ocultación y olvido de lo acontecido durante la dictadura.13
La transición
a la democracia, efectivamente, se basó en una serie de pactos entre las partes contrarias
que conjuntamente extendían un velo sobre la violencia y la crueldad de los militares. El
discurso político de la transición se caracterizó por un monitoreo sistemático y cuidadoso
de cualquier alusión al pasado dictatorial. Se medían las palabras, se controlaban los
tonos, se suprimía del vocabulario institucional toda mención a los hechos violentos de la
dictadura e incluso se reprimían las inflexiones que podrían denotar demasiada
indignación ante el pasado. Esta “nueva pragmática del orden democrático” que se dio
en Chile y que sirvió como modelo para los demás países del Cono Sur se valió de
acuerdos y una burocratización de lo político, que redujo lo que normalmente se
resolvería mediante la deliberación política entre partes ideológicamente contrarias en la
esfera pública, en ejercicios técnico-administrativos de tecnócratas y expertos dentro de
los aparatos del estado que a su vez dependían del exterior tanto para sus recursos
discursivos como materiales. Por su parte, el mercado ahora desnacionalizado y
12 Ver mi artículo, “Introduction: Unthinking State-Centric Feminisms” en Debra Castillo, Mary Jo Dudley
y Breny Mendoza (eds.) Rethinking Feminisms in the Americas, Ithaca, Cornell University, LASP, 2000, p.
9. 13 Ver Nelly Richard, “La problemática del feminismo en los años de la transición en Chile” en
http://www.globalcult.org.ve/pub/Clacso2/richard.pdf.
transnacionalizado desmemoriaba a los “nuevos ciudadanos” saturándoles sus sentidos
con un consumismo desmesurado que ocasionaba no sólo un deslumbramiento social y
excitación ante lo perennemente novedoso y efímero de las mercancías y las nuevas
tecnologías sino que además tenía el efecto de des-realizar los crímenes cometidos
durante la dictadura haciendo desaparecer los cuerpos de los torturados y mutilados una
vez más de la conciencia colectiva.14
Las leyes de amnistía que Chile decretó antes del retorno a la democracia (1978), se
fueron convirtiendo en parte co-sustancial de la transición a la democracia de los otros
países del Cono Sur y sellaron la unidad de las políticas de consenso y el mercado que
ocultaba la muerte, la desesperación y el ansia de justicia de las sociedades civiles
latinoamericanas. Vemos como las nuevas democracias una tras otra emitieron leyes de
amnistía, que prohibían la prosecución de las fuerzas de seguridad involucrados en casos
de torturas y desapariciones: Uruguay, Argentina y Brasil en en1986; ¡Perú lo hizo
tardíamente en 1995 pero la hizo retroactiva hasta 1980! Sólo recientemente es que
algunas de estas leyes han podido ser derogadas y algunos militares involucrados en los
crímenes de la dictadura han sido arrestados. En Centroamérica sucedería algo similar
con los tratados de paz y las comisiones de la verdad, particularmente en el caso de
Guatemala. Las comisiones de la verdad que decían buscar la verdad de las atrocidades
cometidas durante la guerra no tenían el objetivo de castigar a los genocidas, y por ende
eran tácitas leyes de amnistía. En el caso de Guatemala, la comisión incluso prohibía
nombrar con nombre y apellido a los violadores de los derechos humanos. Aquí se elegía
hacer memoria en aras de una reconciliación, pero su resultado ha sido el mismo: la
impunidad y la continuación de la violencia hasta el día de hoy.
El neoliberalismo de mercado y la democracia del consenso y de la de reconciliación han
pretendido borrar del tiempo y el espacio la memoria de violencia en América Latina
neutralizando el horror a través de procesos técnico-burocráticos que obnubilan el
pasado, pero la violencia como sabemos no llegó a su fin con la transición a la
democracia de los 80s. El mercado neoliberal y la política del consenso ha querido
expropiar de su memoria a los “nuevos ciudadanos” para llevarlos a un éxodo fuera de su
tiempo histórico y confundirles con sus promesas de justicia, igualdad, y prosperidad en
un futuro lejano como en el pasado lo hicieron sus evangelizadores.
Ante esta disyuntiva, las preguntas que toca plantearse hoy son: ¿qué impidió a la
izquierda y a las feministas quitarle el velo al plan democrático neoliberal desde sus
inicios? ¿Cómo es que llegan a transformarse en un suplemento e incluso hasta
cómplices del plan neocolonial que lleva como nombre la democracia neoliberal? ¿Cómo
es que América Latina continúa en el seno de la democracia cultivando una estructura
socio-económica, política-cultural e ideas de género y raza que en muchos aspectos
conserva los legados de la colonia, los mismos valores del poder patriarcal y la crueldad y
corrupción de los militares y gobernantes del pasado?
14 Ver el trabajo de Ana Forcinito, “Políticas culturales del cuerpo: hacia un feminismo cultural” en en
Debra Castillo, Mary Jo Dudley y Breny Mendoza (eds.) Rethinking Feminisms in the Americas, Ithaca,
Cornell University, LASP, 2000, p. 126-136.
Del anti-estado al estadocentrismo de las feministas y la izquierda
Es evidente que la transición a la democracia neoliberal no representó una ruptura que
destruía el vínculo con el pasado sino más bien una continuidad. En este sentido, no se
entró a la modernidad que se supone todo lo cambia y que niega todo lazo del hoy con el
ayer. No sólo porque se terminaba el militarismo se hacía escarnio sobre los errores
relacionados con el sexismo y el racismo de la izquierda durante los procesos
revolucionarios y de resistencia contra las dictaduras. No obstante, no fue exactamente
esto lo que caracterizó a las feministas latinoamericanas, al menos en el período
inmediato a la caída de las dictaduras y gobiernos socialistas. Las mujeres que
participaron tanto en las guerrillas, como gobiernos socialistas y la resistencia
antidictatorial emergieron de esta experiencia con una conciencia política más elevada
que la izquierda masculinista tradicional. Su experiencia de discriminación de género
dentro de las organizaciones de izquierda y en manos de los gobiernos militares les
otorgó a las mujeres una doble visión de los límites del cambio que podía darse desde la
izquierda y la derecha. Si bien, una vez establecida las primeras organizaciones
feministas con autonomía de la izquierda se dio, el fenómeno de la doble militancia entre
aquellas que no lograban realizar una ruptura total con la izquierda masculinista,
campeaba una pasión crítica entre muchas de ellas hacia el nuevo estado que surgía de la
postdictadura. Igual que las feministas españolas unos años antes, las feministas
latinoamericanas se acogían del feminismo anglosajón (tanto el liberal, radical como el
marxista) para construir sus organizaciones y planteamientos alternativos de cambio
social y cultural. En parte, por el espíritu crítico que les caracterizaba y su devenir de las
tradiciones marxistas en ese momento como por necesidad puesto que los nuevos
espacios políticos que se abrían mostraban ya claramente su inconformidad con el
feminismo y la participación ciudadana de las mujeres. Al mismo tiempo, el discurso de
los derechos humanos que con la apertura democrática se hacía más viable y seguía
levantándose desde la protesta de las madres de los desaparecidos fue aprovechado
inteligentemente para elaborar una agenda feminista que buscaba además legalizar el
divorcio allí donde era prohibido, alcanzar la patria potestad compartida, emitir leyes
relativas a la violencia doméstica y politizar asuntos vinculados con los derechos sexuales
y reproductivos. La lucha por estos derechos articulando el discurso de los derechos
humanos erigió la demanda por el derecho a tener derechos que era por donde se debía
comenzar en el contexto tanto nacional como internacional para las mujeres
latinoamericanas, en particular, para las más pobres. Pero el discurso de los derechos
humanos prontamente mostró sus propios límites al ser absorbido por el discurso de la
democracia neoliberal. Esta etapa política de las feministas tuvo efectos contradictorios
en la conformación de su perfil como transgresoras de las políticas tradicionales de la
izquierda. A medida que interiorizaban los códigos feministas anglosajones y lograban
avances sustantivos en materia de leyes y transformación de códigos culturales
patriarcales, sus agendas se despolitizaban tal como sucedía en el Norte. Se politizaba
intensamente alrededor de lo personal es político pero se iba perdiendo de vista el vínculo
de lo personal con el marco político e histórico más amplio. Esto fue más obvio en el
Cono Sur, pero también lo fue siendo en el caso de Centroamérica. Lo político de lo
personal servía para delimitar la agenda a los temas típicos del feminismo anglosajón
pero escamoteaban el análisis específico de la intersección de género, clase, raza y
sexualidad así como la particularidad geopolítica, cultural e histórica de la región dentro
del sistema mundo/colonial. Igual que muchas feministas norteamericanas que se
muestran incapaces de una autorreflexión del rol histórico de sus gobiernos en la
expoliación de los recursos vitales de las negras, hispanas, e indígenas al interior de su
país, así como la función depredadora de su gobierno hacia el Tercer Mundo, en especial
hacia América Latina, las feministas latinoamericanas fueron perdiendo su capacidad
analítica con respecto a los efectos de las políticas que se formulaban desde los nuevos
gobiernos. Es así como encontramos desaciertos tan grandes como el apoyo que algunas
feministas peruanas le brindaron al gobierno autoritario, corrupto y violento de Fujimori
en los años noventa a cambio de cuotas de poder en las estructuras de partidos y en el
aparato del estado, además de su apoyo a programas de control de natalidad que luego se
supo incluían esterilizaciones forzadas. El caso del Perú es muy particular en este sentido,
porque es el activismo feminista que pujaba cada vez más hacia una participación pública
lo que le permite al fujimorismo utilizar a mujeres ultraconservadoras para realizar su
programa de gobierno no sólo intensamente anti-democrático y neoliberal sino que
además claramente destructivo para las mujeres pobres. 15
Los años noventa marcan en sí un nuevo hito en la historia política de las feministas de
toda la región. Como he dicho en otro lado, en los noventa se produce un desplazamiento
del activismo local que las había caracterizado en los ochenta hacia un activismo
concentrado en la arena internacional.16
Sus actividades comienzan a girar alrededor de
las megaconferencias que las Naciones Unidas organizaron con la intención de
reconstituir la agenda internacional luego del colapso del bloque socialista. El proceso de
movilización para asistir a la conferencia mundial de mujeres en Beijing en 1995 es
característico de esta nueva etapa política. Aquel feminismo originario en la resistencia
antidictatorial que operaba desde la comunidad y construía solidaridades con las
organizaciones de las mujeres pobres se agotaba con su creciente militancia dentro de las
actividades de los organismos internacionales. Al mismo tiempo que las feministas
latinoamericanas se involucraban en el naciente movimiento feminista transnacional, su
agenda anti-estatal decaía para más bien formar parte de aquel estado y aparato político
que las excluía o las incluía a su antojo. En este proceso, el feminismo pasa de ser
colectivos de mujeres cuestionadoras de la cultura patriarcal tanto de la izquierda como
de la derecha a transformarse en organizaciones no-gubernamentales que suplían al
estado de estructuras organizativas y vínculos con las mujeres de los sectores populares
para implementar sus menoscabadas políticas sociales neoliberales. En esta
metamorfosis, que ha sido llamada la ongización del feminismo de América Latina por
15 Ver Maruja Barrig, “Latin American Feminism: gains. Losses and hard times” NACLA Report on the Americas;
New York: Mar/Apr 2001 y Stephanie Rousseau "Women's Citizenship and Neopopulism: Peru Under the Fujimori
Regime" Latin American Politics & Society - Volume 48, Number 1, Spring 2006, pp. 117-141 University of Miami.
16 Ver Breny Mendoza, “Transnacional Feminisms in Question” in Feminist Theory Vol. 3, Nr. 3,
Diciembre, 2002, pp. 295-314.
Sonia Alvárez, el feminismo latinoamericano se hizo altamente dependiente del
financiamiento externo y de las agendas políticas de las agencias internacionales que
impulsaban el neoliberalismo o buscaban paliar sus efectos destructivos. Ello se
conjugaba perfectamente bien con las nuevas estrategias de las instituciones del
desarrollo lideradas por el consenso de Washington (Banco Mundial, Fondo Monetario
Internacional, Banco Interamericano de Desarrollo y el US-AID) que hacían todo lo
posible por propinarle un aire democrático a sus políticas profundamente anti-sociales.
Pero las feministas no estaban solas en este cambio de época, la izquierda entonces
autodenominada postmarxista también se afilió a este proceso de ongización y
acercamiento al estado postdictatorial. Según datos de la OECD extraídos por D’Atri, en
1970 las ong’s recibieron 914 millones de dólares; en 1980 se incrementó a 2.368
millones de dólares y en 1992 había logrado ascender a 5,200 millones. Es decir, un
aumento de un 500% de fondos destinados a las ong’s.17
En este proceso, no era nada
sorprendente encontrar al tupamaro, montonero o sandinista de antaño a la cabeza de los
equipos consultores de los organismos internacionales del desarrollo, no digamos
encontrarlos accionando dentro de los parlamentos promoviendo políticas que en nada
contravenían el programa neoliberal.
Es verdad que esta confabulación de las feministas y la izquierda con el estado neoliberal
tuvo sus réditos en alguna medida no desdeñables tanto para las mujeres como para la
izquierda. Las mujeres en toda la región han aumentado su participación política pública
mediante el paso de leyes de cuotas, su ubicación en las estructuras de poder local
municipal, su incorporación a altos puestos de mando incluso la presidencia de la
república y la instalación de estructuras institucionales como los ministerios de la mujer
y últimamente con las políticas de transversalización de género en las políticas públicas.
Las feministas ecuatorianas incluso lograron en 1998 hacer anti-constitucional la
violencia contra las mujeres y la discriminación en base a la orientación sexual. Pero todo
ello se ha alcanzado en la mayoría de los casos pagando un enorme precio político y hasta
moral y a costas del movimiento feminista y del movimiento de las mujeres pobres. El
movimiento feminista latinoamericano de hecho se dividió prontamente entre las
institucionalizadas y las autónomas que acusan a las precursoras del cambio de estrategia
política de traicionar los principios en los que habría definirse el feminismo hegemónico,
pero sin aportar una alternativa clara y viable. Sin duda, el cambio de estrategia de los
feminismos anti-estatales hacia otros más estadocéntricos como he dicho en otra ocasión
se desenvolvió en el contexto de varias paradojas. Por ejemplo, la constitución del
feminismo estadocéntrico se produjo precisamente cuando los estados-naciones de
América Latina atravesaban una crisis profunda de legitimación luego de los primeros
años de su restauración democrática y de una pérdida sustancial de su soberanía; las
feministas abandonaban sus políticas contraculturales en el momento que las nuevas
tecnologías de comunicación e información del occidente (léase Estados Unidos)
penetraban el mundo cotidiano de las mujeres recolonizando sus sentidos y
contrasentidos culturales; las feministas se entrampaban en el discurso y práctica del
desarrollismo cuando en realidad el desarrollo como concepto y modelo de organización
social y económica se cuestionaba no sólo desde la academia sino hasta dentro mismo del
17 Ver Andrea D’Atri, “Feminismo latinoamericano: Entre la insolencia de las luchas populares y la mes”
En http://www.clasecontraclase.cl/generoTmarxista2.php?id=10
aparato de desarrollo; asimismo las feministas se estatizaban a la par que las instituciones
del estado se desfinanciaban, los partidos políticos se desprestigiaban y perdían la
confianza entre las multitudes; peor aún las feministas se atrincheraban en ong’s mientras
las mujeres pobres se reorganizaban bajo nuevas banderas que obedecían más a su
pertenencia de clase, raza, etnia o sexualidad que al feminismo propiamente dicho; por
último, las feministas estadocéntricas abocaban todas sus energías a las iniciativas de las
Naciones Unidas y a la arena transnacional cuando a nivel local las mujeres pobres no
sólo perdían fuerza dentro de sus organizaciones, sino que eran sometidas a enormes
presiones económicas y sociales por una creciente maquilización de la economía que
descansa en la mano de obra femenina barata y eran víctimas de una ola de femicidios sin
precedentes en tiempos de paz.
Los encuentros feministas latinoamericanos que se celebran cada tres años han sido los
lugares en donde las institucionalizadas han encontrado el mayor cuestionamiento desde
sus bases, pero al mismo tiempo en donde las contradicciones del movimiento feminista
latinoamericano han sido más visibles. Organizado frecuentemente en centros recreativos
destinados para el turismo extranjero y las clases altas latinoamericanas y pertenecientes
al gran capital transnacional, estos encuentros han hecho evidente los límites no sólo de
los orígenes de clase, raza y sexualidad de sus liderazgos, sino también la ausencia de un
pensamiento propio y capacidad analítica del momento histórico que les ha tocado vivir.
Casi todos los encuentros se han caracterizado por la exclusión de algún grupo específico
de mujeres, sea por razones políticas, de clase, raza o sexualidad o todas ellas juntas. Con
toda la fuerza que las mujeres lograron acumular en la época de las dictaduras y los
procesos revolucionarios y luego en su acompañamiento en la construcción de la
democracia neoliberal, las feministas latinoamericanas no pudieron desarrollar un aparato
conceptual y una estrategia política que les ayudara a entender y negociar mejor las
relaciones neocoloniales que estructuran la vida en sociedad en el subcontinente. En
ningún lado, se pudo sacar provecho de los puntos de quiebre que podrían haber roto la
colonialidad del poder de las sociedades latinoamericanas y la repetición compulsiva de
las normas coloniales basadas en clase, raza, etnia y sexualidad. La repetición de la
norma colonial fue más bien la norma. No se desarrolló una crítica de la democracia
neoliberal que partiera de la posición geopolítica e histórica de la región sino que se
partió del canon de la modernidad y fijación normativa de la democracia venida del
occidente como un bien incuestionablemente bueno en todos los tiempos en todos los
lugares en todo el mundo y a toda costa. En este sentido, el saber feminista
latinoamericano se ha construido, como dentro de la izquierda y la derecha tradicional de
América Latina a partir de una dislocación del conocimiento de su localidad geocultural,
con teoremas venidos de realidades ajenas, que no han permitido la mediación entre el
sujeto y la mediación de códigos, el contexto local y el discurso con que se supone
debería enunciar “lo propio,” ya sea para bien o para mal. Paradójicamente esta
disfunción del aparato conceptual de las feministas (y demás) conduce al final a un
desconocimiento de lo que le es verdaderamente particular a América Latina y a una
práctica política de mayor impacto. Por ello, las feministas latinoamericanas no supieron
descodificar la enrevesada retórica de los imperios de occidente ni la de sus lacayos en
América Latina que venía camuflada con promesas de democracia, justicia e igualdad.
No fueron por ello las feministas las que al final pudieron radicalizar o revitalizar la
democracia que creíamos nos correspondía.
Quiérase o no, a pesar de los errores del feminismo de los noventas, las mujeres
latinoamericanas de todo tinte sí lograron gracias a él significativos avances en materia
de derechos, concienciación, y educación que hay que reconocer y alabar, pero como no
era de hacerse esperar éstos están siendo objeto de un duro contragolpe por parte de las
iglesias, la ultraderecha y izquierda tradicional y las ha obligado a colocarse a la
defensiva una vez más. Desde el intento de prohibir la utilización del mismo concepto de
género para denunciar la miseria de las relaciones entre mujeres y hombres en América
Latina de la Iglesia Católica en el seno de las Naciones Unidas18
hasta la reversión de
leyes de aborto terapéutico que tenían más de cien años de estar vigentes con el apoyo de
los parlamentarios de izquierda como en Nicaragua recientemente, las feministas hoy se
encuentran en una crisis no sólo política, sino que de identidad profunda. El feminismo
latinoamericano está hoy asediado internamente por los grupos autónomos e incluso por
nuevos movimientos de mujeres de indígenas y lesbianas que no se identifican del todo
con sus propuestas de integración a un sistema político y cultural que ha probado ser
irremediablemente misógino, racista, homofóbico y elitista. Las mujeres
latinoamericanas hoy con más derechos y educación sobre el papel viven en peores
condiciones sociales y económicas que en los setenta. Supuestos avances como la
proletarización de las mujeres pobres en la industria de la maquila, se traducen en poco
tiempo en migración hacia el Norte, prostitución y en el peor de los casos en femicidios
perpetrados por una cultura masculina que no ha podido metabolizar los cambios
culturales que la seudo democracia y economía neoliberal necesariamente traían consigo.
Muchas de las mujeres que han llegado usufructuar de la labor de las feministas
alcanzando posiciones de poder no quieren saber nada con el feminismo. Luego está el
propio desencanto con el modelo de democracia en el que se creyó revertir los roles de
género y la idiosincrasia de la izquierda. Las feministas históricas o hegemónicas
creyeron estar al borde del “paraíso” con el retorno de la democracia electoral, pero ahora
que se conoce demasiado de cerca, su otro lado se revela, su realidad causa horror. No es
para menos, el panorama de fracaso y agotamiento con que concluimos la primera década
del nuevo milenio no es para nada alentadora. Pero el escenario político de América se ha
tornado bastante complejo y abre nuevas esperanzas. La América Latina que sirvió todos
estos años como laboratorio del neoliberalismo se prepara para un nuevo cambio de
época. Ya no está para transiciones. El postneoliberalismo ha comenzado y el proceso de
redefinición de la democracia tiene más posibilidades en esta ronda. Son nuevos los
actores los que nos darán la pauta. Tal parece que éstos vienen precisamente de los
sectores más excluidos de América Latina, la América indígena y afro-descendiente. Los
demás, que incluye a los europeos que hoy se erigen en la alternativa para el mundo que
el post 9/11 nos ha legado, haríamos bien en saber escuchar aquellas voces que le
devuelven la ética a la política y la moral al mundo y acallar aquellas que sólo conocen la
seducción del poder financiero y militar, si es que hemos de “salvarnos de un mundo que
nos está devorando las almas.”19
Las feministas latinoamericanas estamos a la escucha.
18 Ver Jean Franco, “The Vatican and the Gender Wars” en NACLA’S Report on the Americas”
Enero/Febrero 1996 19
Eduardo Subirats, , Una última visión del paraíso, Mexico: Fondo de Cultura Económica, 2004, p. 81.
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