La Otredad Entre Nosotros
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Gobierno del Estado de México
Secretaría de Educación Servicios Educativos Integrados al Estado de México
UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA NACIONAL
UNIDAD 151, TOLUCA
LA OTREDAD ENTRE NOSOTROS
TESINA EN LA MODALIDAD DE
ENSAYO
QUE PARA OBTENER EL TITULO DE LICENCIADO EN
INTERVENCIÓN EDUCATIVA
PRESENTA:
AXEL BOULOUF HERNÁNDEZ
MATRICULA: 04525071
TOLUCA, MÉX. SEPTIEMBRE DE 2009
La Otredad Entre Nosotros
¿Quién soy? se pregunta el hombre insatisfecho al no reconocer la imagen interrogante
que observa en el espejo, ¿quién eres tú? Pregunta la imagen al reconocer que no es él
quien está del otro lado, ¿quiénes somos? preguntan finalmente al entender que son dos
los que se miran a los ojos. Primero dos, luego tres, luego cuatro preguntan lo mismo;
¿cuántos otros hemos de ser antes de llegar a ser uno?
La otredad comienza con la división de la unidad humana, el ideal, el instinto y el yo
ético son para el hombre esos primeros otros que, rara vez en armonía le mantienen su-
mergido en una lucha interna de poderes, estos otros conforman al sujeto y dan origen al
concepto de otredad en su más pura forma, a esto le denomino otredad intrínseca, pues
al ser relativa únicamente a él le pertenece exclusivamente y sólo por él pueden ser equili-
brados.
Ésta otredad consciente o inconsciente busca en primera instancia armonizar y
equilibrar la división primaria para acomodarla con el contexto donde el sujeto se desen-
vuelve e interactúa, esto es la otredad extrínseca del ente humano y nace con el primer
semejante que el sujeto conoce y reconoce como otro que no es él mismo y que, al
tiempo da al primero una idea concreta de él desde su exterior, visto desde afuera de sí,
éste es el génesis de la otredad extrínseca del sujeto, su forma y complejidad es directa-
mente proporcional a la cantidad de sujetos que existan y coexistan en el mundo, es el
umbral de las particularidades éticas que dan origen a la diversidad humana y en sus
similitudes superlativas nace la moral que amalgama a las sociedades en culturas, mismas
que a su vez buscan la interacción armónica entre ellas. Esto es un primer intento de in-
terculturalidad, pero esta interacción dista mucho de ser pura y desinteresada al aspirar
una al control de la otra y establecer la hegemonía sobre cada una de las demás, al tratar
de estandarizar a los yo intrínsecos que conforman al sujeto sobre el cual se erige toda
cultura, quedando entonces atrapados en la inconsciencia de éste y sometidos al contexto
moral y físico donde se haya la parte masiva de la otredad, así el hombre gasta su efímera
existencia queriendo ser otro que encaje moralmente y se adapte al mundo material
donde sobrevive, alejado de sí mismo y alienado por las exigencias de su entorno.
Así, a partir de la división de la unidad hombre nace la otredad, de ese uno
dividido en tantas partes como opciones de ser encuentra en el mundo, y como una
imagen que se refleja dentro de un cubo de espejos permanecerá cautivo de sí mismo y
de su entorno hasta encontrar la forma de romper el cristal que lo refleja infinitamente.
“Desde mis ojos están mirando los ojos del otro…” (Bajtín, 2000)
Cada humano vive en promedio 70 años que generalmente malgasta evitando ser
lo que ya es, “aquello que tiende a brotar espontáneamente de él”1 y que le aparta del
resto de los mortales. Avasallado por la vastísima cantidad de opciones de ser que pre-
senta la sociedad desde su núcleo; sometido a la opinión que el otro emita de él y frus-
trado por la aparente imposibilidad de autorrealización disminuida por la abrumadora
cantidad de seres humanos, el pobre intento de hombre termina por evitar a toda costa
descubrir que es único e irrepetible, a pesar de recurrir desesperadamente al superfluo
“individualismo contemporáneo” (Lipovetzky, 1983), y aún en contra de sí mismo rehúsa
separarse de sus semejantes por temor a encontrarse solo y sin nadie que nutra su
egolatría, frente aquello de lo que huye por desconocerlo y que es sólo la imagen en
potencia de lo que puede llegar a ser de facto, evita sacrificar la escueta y pobre imagen
que le da su contexto por cristalizar su propio ideal.
Divididos los unos, hechos menos, más pasan la vida efímera que les ha sido confe-
rida por orden o capricho, natural o divino frente a una caja llena de muñequitos parlan-
chines que establecen para los ahora divididos y hechos menos el deber ser, como inal-
canzables estereotipos que forjan la moda en turno y que obliga al cautivo sujeto a ven-
derse para tener más cosas y ser reconocido por quienes hacen lo mismo, para ambos po-
der ser el uno para el otro. Preocupados más por esa imagen que la otredad retroalimenta
necesitan verse bien para poder sentirse bien siendo necesario todo lo contrario.
Los otros que dan forma a la otredad extrínseca establecen para los sujetos el ca-
mino que deben seguir, la norma que deben respetar, el credo que deben rezar, la moral
que dará forma a su ética y las políticas antinaturales y bizarras de esta “era del vacío”
(Lipovetzky, 1983) que deben sobrevivir. Este aparente estado de armonía fundamenta el
1 “Tan solo quería intentar vivir aquello que tendía a brotar espontáneamente de mi, ¿por qué habría de serme tan difícil?” Hesse, Herman: “Demian”.
“bien” en la obediencia del dogma que obsoleto se mantiene quebrantando espíritus y
corrompiendo ideales, alimentado por el hedonismo inoculado que divide hoy a los unos
servidos de los otros servidores, en la comparación por naturaleza ególatra que encuentra
en la diferencia aparente la justificación del estatus y de los actos que para llegar a él
fueron cometidos. “…la conciencia de la superioridad y de la distancia, el sentimiento general,
fundamental y constante de una raza superior y dominadora, en oposición a una raza inferior y
baja, determinó el origen de la antítesis entre “bueno” y “malo”…” (Nietzsche, 1887)
La diversidad olvida que la diferencia esencial no está en la variedad de imágenes
que llegan al sujeto desde su exterior sino de aquella que se encuentra cautiva en el
espejo y que es él mismo frente al universo de ideales humanos. El fin entonces no es ya
mejorarse a sí mismo y romper el espejo liberando al ideal propio y noble, sino mejorar la
imagen que tiene el otro para el uno a costa de ese otro sin importar otra cosa que el uno
ficticio. Mientras más bueno sea un uno que un otro, mejor será el uno que el otro,
mientras más unos buenos existan en el mundo, más otros malos habrá que someter a la
voluntad y principios de los primeros. Los buenos serán no los más, sino más que los otros
que por consecuencia serán no menos, sino menos que los más, y el bien de los más es
por mucho el mal de los menos. Mas no basta con esto, el asunto se complica realmente
con el simple hecho de que cada una de las partes percibe las cosas no desde el punto de
vista del otro, sino del propio y en consecuencia ambas partes tienen su justa razón, y así
los buenos serán los malos y viceversa infinitamente2.
Los “más” basan su ser en lo que tienen y son desde su perspectiva “más” (cuali-
tativamente) que los que tienen menos (cuantitativamente), que por consecuencia son
menos (cualitativamente) pero “más” (cuantitativamente) que ellos, que son menos
(cuantitativamente) por “tener más”. Esto no significa que por “tener más”
(cuantitativamente) “sean más” (cualitativamente). Entonces si el uno tiene más que el
otro, es más este que el otro, sin embargo está basada su existencia en el grado de
reconocimiento que el otro tenga de él por tener más, y su existir está realmente ligado al
otro que es menos por tener menos y en la contrastante diferencia radican ambas
2 Ver transmutación de los valores, NIETZSCHE, Federico: Genealogía de la moral.
existencias dependientes la una de la otra, atada la una al destino de la otra, ancladas
ambas a algo que no les pertenece de ninguna manera, si más y menos solo sirven de me-
dida para las cosas que a nadie pertenecen ¿por qué habrán también de medir a los
hombres que no son cosas?, ¿por qué más es sinónimo de mejor y menos de peor en el
contexto de las posesiones que dirigen el destino de los hombres?
Entonces resulta verdaderamente irónico y ridículo que la existencia del uno esté
determinada por la percepción que tiene el otro del uno y que en ambos casos esta per-
cepción esté sujeta a la diferencia que hay entre las cantidades de cosas que ambas partes
posean y no en la calidad de los actos que las partes realizan, puesto que lo único que
puede un uno poseer es él mismo: “Sé que nada me pertenece sino el pensamiento que sin
grilletes fluye de mi alma, y todo momento favorable que el destino clemente me permite gozar
profundamente.” (Fromm, 1989) Deja así el uno su única propiedad en manos del otro que
al mismo tiempo entrega al uno su existencia, la parte irónica de este asunto es que
ninguna de las dos partes es consiente de ello hasta el momento en que es demasiado
tarde para arreglar algo.
Tanto el uno como el otro han basado su existencia en las cosas por tanto tiempo
que sin darse cuenta se perciben ya como cosas y como tales se pierden el respeto
arremetiendo el uno contra el otro con el único y distorsionado fin de poseer más y más.
Ignoran que son ellos los que, con base en el balance entre costo y beneficio determinan el
precio y la categoría a las cosas y que éstas por sí solas carecen de importancia, son nada.
No existe cosa alguna que pueda dar algún valor a ningún hombre, o atreverse a
ponerle precio, es éste quien posee la capacidad de reconocer y distinguir tanto la digni-
dad de los hombres como la utilidad en las cosas, tristemente es también el único capaz
de pagarse el precio que ha puesto a las cosas3.
La existencia de todo lo que rodea al hombre depende del reconocimiento que
éste de a esto que le rodea, a pesar de que lo que es descubierto y conocido tuviera una
existencia previa al hombre, solo puede existir para éste en tanto es descubierto por él, no
antes. A partir de que el hombre va descubriendo su universo, se vuelve inevitable la
división y clasificación de las cosas y los seres que en él encuentra; las primeras
3 Objeto inanimado, por oposición a ser viviente. http://www.wordreference.com/es/en/frames.asp?es=cosa
pertenecen al orden de lo inanimado y los segundos al orden de seres animados el
hombre pertenece al segundo, la ausencia de éste es relativa al mismo y me he de referir
a ella como “nadie”, al universo de cosas inertes pertenece toda la materia conocida por
el hombre y que carece de vida, a las cosas indeterminadas puede llamárseles “algo” y a
su ausencia “nada” en el entendido de que el termino nada sea llano y simple para
describir la siguiente idea: “nadie” es más que nada, partiendo de esta nada como la
ausencia de algo, si se le da mayor importancia a la ausencia de alguien: “nadie” que a la
ausencia de algo: “nada”, es más importante nadie que nada. La ausencia de algo “nada”
nunca puede ser mayor a la ausencia de alguien “nadie” y por lo tanto nada es más que
“nadie”, si cualquier cosa puede llenar el espacio que hay en “nada” por pertenecer al
mismo orden de materia inanimada, no puede “nadie” sustituir el espacio que deja
alguien, pues no hay forma de traspasar la vida de un ser a otro ni nadie que pueda
sustituir a alguien que ya es, no hay cosa ni ausencia de cosa alguna que pueda ser mayor
o valer más que una persona o siquiera pretender cubrir su ausencia. Es el hombre en sí
quien tiene el poder absurdo de convertirse en “cosa” y por lo tanto en “nada”, en
“alguien” y en “nadie” o desaparecer, “ninguno”. Por tanto “La enajenación del hombre y, en
general, toda relación del hombre consigo mismo, sólo encuentra realización y expresión
verdaderas en la relación en que el hombre está con el otro” (Marx, 1844) no con las cosas que
le rodean y que no le pertenecen.
Que absurdo que el hombre que ya es por el simple hecho de que ya existe, tenga
que comprarse una dignidad, un “alguien” que sí encaje en la estructura social; “un ser”
prefabricado y pre autorizado, moralmente correcto, físicamente apto y valido, a la moda,
estándar. Es verdaderamente ridículo que alguien que ya es y que ya posee dignidad por
el hecho de existir pague un precio elevadísimo por algo que ya le pertenece desde que
fue concebido y que es lo único verdadera y legítimamente suyo, incluso antes de que
tome consciencia de sí mismo y de que tenga que renunciar a ser él por ser el otro que los
otros le permiten ser, es la más aberrante y bizarra forma de estupidez humana. O por lo
menos una de tantas.
Y entonces ser ese uno innato ya no es importante sino ser un otro o muchos otros
extrínsecos, sin embargo es necesario ser un uno único para poder ser otro extrínseco sin
perderse en el camino, aunque es más fácil ser la copia de otro que ya existe que ser uno
nacido del propio individuo, es decir: original por irrepetible. Nadie puede llegar ser
alguien que ya es, es decir a ser otro. Ese nadie tiene que encontrar su alguien dentro de sí
mismo, entre sus propios otros y encontrar el equilibrio entre ellos y ser por sí mismo lo
que tiende a brotar de él. Mas si basa su existencia en lo que posee jamás ese nadie podrá
llegar a ser alguien, pues primero tendría que dejar de existir como algo o nada. Hay que
dejar de contarse como nada para entender que en la otredad inmensa y profunda no
existen las cosas sino los quienes y que no es el precio sino el valor lo que determina el
grado de existencia y fundamente su importancia en el mundo de lo cualitativo, a pesar de
las medidas y de las cantidades no puede haber nada sin nadie pero sí alguien sin nada.
Entonces: ¿Qué cosa puede dar un uno que se considera “nada” a un otro que cree ser
“algo” para entonces ser “algo” ese uno?
¿Qué cosa puede recibir el “otro-algo” del “uno-nada” si éste último es nada y por ende
no “tiene” nada que pueda dar?
Nada, el uno que quiera ser, por sí mismo tendrá que reconocerse entre todos los
otros extrínsecos que le rodean hasta distinguir su propia imagen en el espejo y quebrarlo
para liberar a su ideal y existir verdaderamente y ser un uno único e irrepetible y no existe
ser o cosa que pueda lograr esto sino el uno que se busca, solo el nadie que realmente
desea encontrar a su alguien entre el mar de la otredad.
Si el que da busca ser reconocido en calidad de “mejor” por quien recibe, si lo que
da lo da por ya no serle útil, y quien recibe tendría que reconocerse a sí mismo como
inferior para encontrar en la dadiva la satisfacción que necesita y la utilidad que requiere
para a su vez hallar la oportunidad de deshacerse de ella cuando deje de servirle. Mas si el
que da, lo hace buscando el bien de quien recibe y éste a su vez recibe con el compromiso
de buscar el bien de otro entonces dar y recibir dejaría de ser un circulo vicioso para
convertirse en espiral evolutiva.
La obra del hombre que parte debe servir de base al hombre que llega y apuntarle
siempre hacia arriba pues la materia se habrá de quedar en el mundo perecedero del
tener, pero la esencia de su obra será de cada hombre para siempre y dará a la especie
humana el sentido que merece y la justificación que necesita su existencia en el universo
del ser.
Existe para cada uno un otro externo, ajeno por completo a su íntima e individual
totalidad que le puede ver y sentir desde afuera, un otro que le percibe de igual forma
que el uno al otro, así de esta comunión de percepciones y como resultado de la suma del
uno más el otro nace el nosotros que se refiere a todos nosotros que somos lo que esos
otros distinguen ajeno a ellos mismos y viceversa. La relación en esta percepción es
común pero no siempre recíproca; ese otro elemento me percibe y me reconoce, por eso
soy, al tiempo él necesita de mi percepción y reconocimiento para ser él y con ello poder
conjugar el ser en todas las personas y tiempos; yo, tú, él, nosotros, ustedes y ellos. Todos
fuimos y somos el otro del uno y del otro, y seremos gracias a otros.
Esta percepción debe ser recíproca y para ello todo hombre debe responderse el
ser, ¿qué es?, ¿por qué es? y ¿para qué es?, si es para ser el otro del otro ¿cómo puede
ser él mismo?, y en particular ¿cuántos otros debo ser para ser yo mismo? si soy eso otro
que él percibe, soy en mí la existencia de lo otro del otro y ese otro es en sí mí existencia.
Esta relación debería ser suficiente para despertar en nosotros la curiosidad por él
y por lo otro sin temor a perdernos en lo desconocido, sin la intolerancia a la diversidad
que nos hace discriminar y ser discriminados. Al decir nosotros me refiero por supuesto a
todos nosotros, a los humanos, específicamente a cada una de las partículas que
formamos el conjunto “humanidad” incluidos los otros que son junto con nosotros si
todos somos otro para otro; todos nosotros somos otro incluso para nosotros mismos que
debemos dejar el “qué” y buscar el “quién” que descubre el primer rastro de otredad que
hay en cada uno, en cada quien. Esa otredad que nos hace complejos y desconocidos ante
el espejo y nos exige comenzar el camino del ser, debemos dejar atrás el ¿qué soy? y
adentrarnos en el ¿quién soy? que ha sido el aire que surcan las alas de todo pensamiento
humano, debemos hacer a un lado por un momento esos estereotipos que pretenden
hacer de ese Yo, lo que ellos quieren que Yo sea, a los demás que son, y ser ese Yo por vez
primera e identificar de entre todas esas partículas indivisibles a ese Yo soy que ha de
abrir la puerta del entendimiento y la razón de ser de la existencia humana, de la
conciencia propia y el libre albedrío, de la comprensión más íntima del ser “Yo soy yo”
para trascender ese momento tan delicado y breve que nos corresponde a nosotros los
humanos en el vastísimo universo.
Al principio, cuando los humanos decidimos relacionarnos con el otro para
sobrevivir nació la sociedad y en ese momento dejamos de ser el “fin” y nos convertimos
en el “medio”, antes de depositar en Dios el divino fin del hombre, éramos “Yo”, principio
y fin del ser humano y la sociedad se hizo compleja, una jaula de oro para el hombre
común y un parásito voraz de la tierra. Inconsciente de sí misma ha logrado separar al uno
del otro y de sí mismos, atraparle su esencia creadora y recluirlo en el “imperio de lo
efímero” (Lipovetzky G. , 1990) moviéndose a través de su miedo al aislamiento, le seduce
con lo fácil, lo explota y encadena a sus pasiones y le somete con la soledad. Inconsciente
de sí misma ésta estructura controla y vacía nuestras fugaces existencias, nos ha quitado
el “Yo”, nos ha hecho cosas, medios.
Hoy puedo decir que vamos obedientes incondicionalmente de los miedos que
tenemos, cosificados, con etiquetas y números en la frente, vacíos, vendidos y comprados,
hoy la sociedad vive y se nutre de nosotros que vamos y venimos ocupados en realizar las
tareas que requiere para vivir, hoy somos eso que ella necesita, nos ha cambiado el lugar
sin habernos dado cuenta, hemos sido enajenados tanto de nosotros mismos que solo
pensamos en ir y venir acumulando no conocimiento, sino las cosas que jamás han sido
nuestras como por la estructura social y las exigencias cotidianas que nos presenta.
“Hemos considerado el acto de la enajenación de la actividad humana práctica, del
trabajo, en dos aspectos: 1) la relación del trabajador con el producto del trabajo como con
un objeto ajeno y que lo domina. Esta relación es, al mismo tiempo, la relación con el
mundo exterior sensible, con los objetos naturales, como con un mundo extraño para él y
que se le enfrenta con hostilidad; 2) la relación del trabajo con el acto de la producción
dentro del trabajo. Esta relación es la relación del trabajador con su propia actividad, como
con una actividad extraña, que no le pertenece, la acción como pasión, la fuerza como
impotencia, la generación como castración, la propia energía física y espiritual del
trabajador, su vida personal (pues qué es la vida sino actividad) como una actividad que no
le pertenece, independiente de él, dirigida contra él. La enajenación respecto de si mismo
como, en el primer caso, la enajenación respecto de la cosa”. (Marx, 1844)
Sin importarnos más que trabajar para vivir y vivir para trabajar hemos olvidado
que nosotros fuimos ese quién que mandaba y dirigía el destino y el fin de la sociedad que
hoy ladra hambrienta de nada y de todo, hemos olvidado que la meta es ser mejores que
los que nos preceden, no de nuestros contemporáneos, y delegamos en el otro lo que nos
corresponde hacer y cuando vemos que no se ha hecho, nos apartamos aún más diciendo
¿yo por qué? y así vamos por todas las esquinas de la estructura haciendo cada vez más
grande el espacio que hay entre nosotros.
En ese espacio existe la respuesta a lo que soy. En la otredad se encuentra el
reconocimiento del otro y de mí mismo, Yo soy el pilar de la sociedad, Yo dirijo mi propio
destino, yo soy yo para mí mismo y para el otro, no soy otro ni para mi ni para el otro, al
reconocer esto soy capaz de quitar a la estructura el poder que tiene sobre mí y regresarlo
a su lugar el Yo Soy yo, y con esto paso del qué al quién y a partir de este punto comienza
la historia de la más hermosa, grande y noble duda del hombre ¿quién soy? “…No soy yo
quien mira desde el interior de mi mirada al mundo, sino que yo me veo a mí mismo con los ojos
del mundo, con los ojos ajenos; estoy poseído por el otro…” (Bajtín, 2000) entonces: ¿Quién soy
si soy otro incluso para mí mismo?, si para poder ser yo tengo que ser ese otro original
que nace de los otros intrinsecos míos, que son a su vez parte producto de la otredad
moral de mi contexto adoptados, entendidos y aplicados por mí yo intento para encajar
en la sociadad que me asila, parte herencia genética de mi naturaleza animal y parte ideal
en trámite de libertad condicional y en proceso evolutivo.
No puedo ser capaz de reconocer a nadie más mientras no tenga la respuesta a
esto. Con esta respuesta, puede vislumbrarse la interacción pura y desinteresada de las
culturas que son la personalidad superlativa de cada individuo y que son tan variadas y
diferentes como individuos hay en el planeta, el retorno del fin original de la asociación
del uno con el otro en su máxima expresión, el bien común dado a partir de la dinámica
enriquecedora de la interculturalidad, que es el fruto más exquisito del principio de
otredad. El individuo se reconoce a sí mismo y al hacer esto entiende que es un ser tan
complejo4 como maravilloso, reconoce que su propia existencia está en manos de su otro,
4 Diccionario de la lengua española © 2005 Espasa-Calpe: complejo, ja
1. psicol. Combinación de ideas, tendencias y emociones inconscientes y generalmente adquiridas durante la infancia, que influyen en la personalidad y conducta de un individuo.
aquel que le percibe desde afuera y cuya compleja y maravillosa existencia es idéntica en
va- lía, entiende que su existencia depende directamente del otro, por lo que debe cuidar
tanto de sí mismo como del otro, así cubre tanto sus necesidades como las de su otro,
aprende a dar sin esperar más que el bienestar del que recibe y a recibir con el
compromiso de no desperdiciar, reconoce en la fragilidad del otro la suya propia, al amar
al prójimo como a sí mismo, he aquí la semilla de la otredad.
La cultura y la sociedad, al ser una imagen magnificada de la complejidad y
variedad humana, son susceptibles de perfección y por lo tanto el día en que germine en
nosotros, todos nosotros la semilla de la otredad y florezca, se extenderá el puente que
una el hoy estático de la postmodernidad, con el mañana interactivo y próspero de la
interculturalidad.
Esta es mi visión de la Otredad como pilar de la interculturalidad, hoy en día se
habla tanto de tolerancia y respeto, de equidad y justicia, de interculturalidad y
globalización que cada quien tiene un punto de vista diferente sin tener una idea clara de
lo que todo esto significa para el futuro de nuestra mal entendida sociedad. Si bien
podemos ver a la interculturalidad como fin y medio de una sociedad constante y radical-
mente cambiada, debemos también reflexionar el punto donde nace y ¿qué más origen
que el hombre en sí mismo?, ¿cuántos otros debo ser para ser yo mismo?
La otredad comienza a partir del individuo mismo, el hombre y su pensamiento es
tan complejo como imperfecto y en cuanto a conocer y comprenderse a sí mismo se
refiere ha demostrado ser casi incompetente. El uno busca en el otro lo que él mismo
posee y, ¿quién puede dar u ofrecer algo que no tiene sin terminar siendo un embustero,
incluso para sí mismo?
Día a día el planeta del hombre se ha hecho tan pequeño que los lugares más
apartados y, por lejanos, extraños; se encuentran tan fácil como apretar un botón del
control remoto de la televisión o una tecla de la computadora; las distancias entre los
lugares no son mayores a un día de avión, la moneda y la lengua, desconocen las fronteras
de los países. La interacción de la gente del mundo aumenta aceleradamente, provoca
extrañezas y curiosidades entre visitantes y locales en quienes nace el sentimiento de
conservación de lo suyo con respecto a lo otro, a eso desconocido y el sentimiento nefasto
de apropiación o enajenación de aquello que le parece conveniente del otro.
El visitante conoce, aprende y se apropia de los rasgos que a él le parecen
adecuados con y para su cultura, reprueba aquellas características locales que le parecen
inapropiadas e inmorales sin entender que esas diferencias reprobadas por él, para la
cultura local son cosa de todos los días y lo mismo hace el local con la cultura visitante.
Ambas culturas juegan un rol equilibrado en tanto el derecho de la una sea respetado por
la otra y en ningún caso se involucre una imposición.
Fuerza y derecho son insuficientes para alejar a la violencia pues en ambos casos
existe una doble visión y percepción que afecta directamente a la apreciación cultural que
contrasta y choca con cada una de las partes, este contraste nunca en la historia ha sido
aceptado amablemente, por desgracia para una de las partes, siempre existe un lado hos-
til, fuerte y dominante que aprovecha las debilidades o las hospitalidades por llamarles de
una forma más amable, del que ha de terminar sometido. Generalmente el que somete es
el que visita, conquista, se apropia, coloniza y explota al visitado, esto es, solo por no
ahondar en el tema, un esbozo del choque dado por las culturas cuando estas se en-
cuentran cara a cara, y por citar algunos ejemplos he de evocar el caso del comercio de
esclavos, o la colonización de América, que para efecto de verdadero choque, la cultura
inglesa terminó por “casi” exterminar a los nativos americanos, este par de ejemplos no
dejan de ser algo de lo más dramático que se me viene a la mente, sin embargo no dejan
de ser reales y vergonzosos para la especie humana. Es lo que la gente hace cuando
encuentra algo que no le parece correcto o encuentra la oportunidad de sacar algún
provecho para sí.
Poco a poco el mundo se hace pequeño, ya no hay en éste lugares desconocidos, ni
tierras que conquistar, la cantidad de gente es cada vez mayor, este aumento en el
número de individuos tratando de tener siempre mayor cantidad de metales raros y
piedras brillosas que el otro, su vecino, su hermano, su padre o su hijo, hace de la
sociedad moderna, un campo impío de batalla donde cada uno de los que integramos el
colectivo social buscamos primero el beneficio propio sin importarnos perjuicio o
beneficio ajeno, el bien común ha dejado de ser el fin de la asociación del uno con el otro
y la sociedad ha perdido su función original de protectora y formadora de hombres
creadores, para fungir ahora como instrumento de deshumanización.
Nacer en cualquier familia de cualquier cultura no significa que sea obligación del
recién llegado ser igual a sus progenitores, ni a sus abuelos o ancestros más lejanos. El
hombre nace libre de colores y credos, libre de ideas, libre de morales y reglas, sin dinero
ni estatus, nace siendo un uno pleno e integral, nace siendo un uno con el universo al que
pertenece y del que proviene. Cuando es extraído de las entrañas de su madre y comienza
a percibir sensaciones discordes con su plenitud; siente frío, hambre, conoce el miedo, el
desamparo y las ansiedades que el mundo exterior le presenta. El hombre nace libre hasta
que conoce la incompatibilidad contextual.
Al crecer dentro de éste contexto mundano, la persona adquiere una primera
imagen o aproximación de sí mismo, formada en primera instancia por la imagen que su
madre tiene de él y quien le habrá de llamar por algún nombre que seguramente
representa algo importante para ella y no para él, ella será el primer otro que le pondrá
claras las primeras normas a obedecer dentro de la estructura familiar, dará las primeras
interpretaciones morales, sembrará en él la idea de identidad, será la madre quien dé al
individuo la forma de la estructura de la cual es parte y rellenará el fondo con lo que para
ella sea la esencia, estructural, es decir, fungirá para el recién llegado un primer intérprete
cultural; dará el ejemplo bien o mal de lo que se debe hacer para mantenerse dentro de
una familia. En este núcleo, los hermanos vienen a desempeñar el papel de la
competencia ya que a mayor número de hermanos menor será la cantidad de beneficios
que el individuo obtenga. La familia representa para el joven humano, el primer elemento
externo a sí mismo; los primeros otros con los que habrá de pasar la primera etapa de su
formación y vida. En segundo lugar, pero no menos importante se encuentra el mundo de
lo tangible, de lo material; el contexto en sí donde este recién llegado individuo habrá de
subsistir. Para Freud es el concepto del “afuera” que surge del displacer: “Surge así la
tendencia a disociar del yo cuanto pueda convertirse en fuente de displacer, a expulsarlo de sí, a
formar un yo puramente hedónico, un yo placiente, enfrentado con un no-yo, con un «afuera»
ajeno y amenazante” (Freud, 1930) que pronto se convierte en el otro extrínseco al
individuo, quien a su vez se vuelve reproducción del núcleo donde habrá de adquirir los
conocimientos y las técnicas necesarias para poder integrarse y convertirse en una
persona con valores ejemplares; respetuoso de la ley, temeroso de Dios, capaz de seguir
reproduciendo la forma de la colmena a la cual pertenece y lo más importante, obtener el
reconocimiento de los otros por esas características calificadas de virtudes, copiadas tan
fielmente al paradigma secular del deber ser.
Y así, el recién llegado sujeto es deshumanizado en el nombre de la sociedad, y en
el de la cultura pierde su libertad. Irónicamente estos elementos tienen su origen en lo
más elemental de la naturaleza humana, las necesidades básicas5 sobre las cuales se
erigen las necesidades superiores y éticas que habrán de servir de seno al ideal que,
propio o inoculado, adoptará la forma del paradigma representado por la otredad, tanto
intrínseca como extrínseca. Éste ideal finalmente puede ser estático o dinámico, y de él
depende el curso que tome la vida del hombre que, para el primer caso sería como
permanecer al margen de la evolución y negarse a ella, en este caso bien puede ser
representado como un ciclo, y para el segundo significa la evolución misma y la
comprensión de su esencia creadora, representada aquí como una espiral que tiende
hacia arriba. Ambos casos dependen del grado de reciprocidad que haya entre los
individuos que conforman el vastísimo universo de la otredad, del valor que éstos den a
los valores universales y de que se mantenga la armonía entre libertad y responsabilidad,
pues estas deben ser siempre directamente proporcionales.
El hombre nace libre por naturaleza, no en vano viene al mundo desnudo e
indefenso, mas al ser vestido de inmediato le es arrebatada la oportunidad de
reconocerse a sí mismo tal y como es, de inmediato es inoculado por la moral de su
colmena, atado a una conducta que rara vez es verdaderamente suya. Ante la moral de los
otros solo existe una forma de conducirse por el mundo, un solo bien y lo que esté fuera
de lo establecido como bueno será reprobado y castigado.
La libertad entonces viene a ser una ilusión tan relativa como lo es el bien y el mal,
como los valores de una sociedad, como la felicidad: lo que para el uno es, para el otro no
lo es, y así vamos todos los seres humanos forzando, limitando, minimizando, endiosando,
5 MASLOW, Abraham, “Teorías de la personalidad” (1943).
imitando al otro que a su vez hace lo mismo con otra innumerable cantidad de acciones
huyendo siempre en ambos casos de reconocer el hecho de que perdemos la vida
remedando y duplicando a ese otro definido previamente, el uno no puede definirse a sí
mismo sin la referencia que el otro le da, sin embargo bien puede partir de esa imagen y
mejorarla siempre.
Al poseer un cuerpo físico, el hombre pertenece al reino animal y cuyo origen es
puramente natural, su arma ante el “afuera” es su instinto, éste es su Yo animal cuyo
origen terrenal debe ser controlado por su “bien”, ya sea por su propia conciencia o por
otros hombres, mas esa domesticación humana no lo aparta de su naturaleza concreta, ni
le quita el título de depredador máximo, pero, sí le obliga a reconocer en sí mismo a ese
primer elemento de otredad intrínseca capaz de someter a la bestia humana, el Yo ético o
conciencia, proveniente de la moral que regula la conducta colectiva y la asociación con
otros individuos, de esa irónica necesidad de pertenecer y encajar en un lugar y un grupo
determinado. Al Igual que cualquier animal cautivo el Yo animal, es obligado a ser otro
mediante el Yo ético que existe dentro del mismo hombre, dentro de ese mamífero
vertebrado cuyas capacidades cognitivas superiores dan la existencia a un ser moral e
intangible con el poder de domesticar al animal humano6.
He aquí la otredad intrínseca del individuo dividido; el primer Yo, el animal cuyas
necesidades básicas son resueltas por su dedo pulgar y su instinto, su naturaleza animal, le
6 La paradoja de Russell ha sido expresada en varios términos más cotidianos, el más conocido es la paradoja del barbero que se puede
enunciar de la siguiente manera: En un lejano poblado de un antiguo emirato había un barbero llamado As-Samet diestro en afeitar
cabezas y barbas… Un día el emir se dio cuenta de la falta de barberos en el emirato, y ordenó que los barberos sólo afeitaran a
aquellas personas que no pudieran hacerlo por sí mismas. Cierto día el emir llamó a As-Samet para que lo afeitara y él le contó sus
angustias: -- En mi pueblo soy el único barbero. Si me afeito, entonces puedo afeitarme por mí mismo, por lo tanto no debería de
afeitarme el barbero de mi pueblo ¡que soy yo! Pero si por el contrario, no me afeito, entonces algún barbero me debe afeitar ¡pero yo
soy el único barbero de allí! En lógica de primer orden, la paradoja del barbero se puede expresar como:
M= al "conjunto de todos los conjuntos que no se contienen a sí mismos como miembros". Es decir:
Según la teoría de conjuntos de Cantor, la ecuación anterior se puede representar por:
Es decir "Cada conjunto es elemento de M si y sólo si no es elemento de sí mismo". Ahora, en vista de que M es un conjunto, se puede
substituir x por M en la ecuación (2), de donde se obtiene:
Es decir que M es un elemento de M si y sólo si M no es un elemento de M, lo cual es absurdo.
Es decir que el barbero se afeita a sí mismo si y sólo si no se afeita a sí mismo, lo cual es una contradicción.
da el poder de dominar al resto de las bestias que habitan el planeta y le pone en el lugar
más elevado de la cadena alimenticia, incluso sobre sí mismo pues, es, a parte de los virus,
el único ser vivo que se propaga sin control extendiéndose sobre cualquier territorio por
inhóspito que sea, a costa de cualquier forma de vida y a diferencia de ellos, el único que
arremete contra los de su propia especie incluido él mismo pues es el único que se suicida.
Algún día se habrán de terminar esas matanzas, el día en que ya no haya más seres
vivos que matar. Ni por placer, ni por necesidad, entonces el hombre dirigirá su mira hacia
sí mismo y se hará desaparecer.
El hambre y el frío del hombre son necesidades que bien sabe remediar, es
consciente de que para hacerlo es necesario el sacrificio de otro ser vivo, la carne del
muerto hará que el hambre desaparezca; su piel hará que el frío se vaya. Es cierto que la
vida es el privilegio del más fuerte, pero, quitar a otro ser vivo ese privilegio y desconocer
su derecho a la vida por placer es absurdo e inhumano. El fin, no justifica los medios
cuando se trueca el sobrevivir por el acumular, para el caso del Yo animal es parte de la
cadena alimenticia y se justifica en dignidad, pero, al quitar a otro ser su derecho de existir
solo por la vanidad de poder hacerlo, se convierte en el acto más vil, amoral, deplorable y
auto denigrante de un “ser humano”. Acto que le aparta aún más de sí mismo. Cáustico
placer apartarse de uno mismo en nombre del Yo por sobre todas las cosas y ser capaces
de realizar los peores actos en la historia de la vida en el planeta. “El Hombre es el lobo del
hombre” (Hobbes, 1651) pero el lobo no mata a sus hermanos, hoy, para mí “El hombre es
el virus del hombre” al comparar uno y otro, el virus es el ser vivo más pequeño y voraz
conocido hasta hoy por el hombre que se desconoce a sí mismo como pequeño y voraz; el
virus habita un huésped, vive en y de él y en algunos casos lo extermina, en otros, sólo lo
habita sin matarlo pues entiende que lo necesita vivo para seguir existiendo, el virus no
posee conciencia ni visión de sí mismo sólo es y vive, sin embargo, no se come a sí mismo,
no mata a sus hermanos virus, no es capaz de atentar contra sí mismo y lo mejor de los
virus es que no tienen clases sociales ni se reparten al huésped en potencias económicas,
cada virus toma de su anfitrión lo que necesita y no acumula nada. El hombre en cambio,
habita un huésped llamado planeta tierra, le come las entrañas, acapara sus recursos
mientras exponencialmente se reproduce sobre y dentro de ella; termina con sus
territorios, termina con sus semejantes y termina con su propia vida…
En otro tiempo escribí con sarcasmo esta analogía, hoy la cito con tristeza:
“Madre e hijos:
Deja que le abran las entrañas, les da su seno a mamar hasta que los dientes le
sacan la sangre y cuando han crecido lo suficiente, les deja en libertad para que se
maten entre ellos.”
…Es el hombre el único ser vivo que atenta contra sí mismo y contra todo. El hombre es
peor que un virus para sí mismo.
¡Que estupidez que él mismo se ponga contra sí con tal de no hacer lo que le es
innato! Tanto que es necesaria la presencia de ese Yo moral cuyo único fin es el de
controlar mediante toda una serie de leyes oficiales y divinas a ese primer Yo animal que
como el resto de los animales necesita vivir en sociedad (Manadas, parvadas, enjambres,
colmenas, cardúmenes; familias).
Sometido ese otro animal que es el hombre en primer plano, resalta el segundo
otro, el que vence al primero, aquel que se ama a sí mismo por sobre todas las cosas,
capaz de crear una deidad para en su nombre cometer los más viles y cobardes actos en
contra de la humanidad y celebrar ese día sabiéndose culpable, honra a sus padres un día
del año sin ser capaz de superarles en honor y mérito, para con ello hacer una mejor
sociedad, castiga legal y divinamente el asesinato de otro hombre y las cárceles están
llenas de homicidas y la historia saturada de muertos, viola mujeres y niños, nada en el
mundo pertenece al hombre más que él a sí mismo y las consecuencias buenas y malas de
sus actos atroces y nobles y aún así, roba, engaña, miente, se organiza con otros para
delinquir y atentar contra natura, codicia todo aquello que es, para él, mejor que lo que
posee y en el medio se denigra y desconoce a quienes le rodean, justifica sus miedos
llamándoles prudencia, ignora que el camino que ha elegido es la autodestrucción.
Basar el ser en el tener es aferrarse a lo estático, es inseguridad y miedo, es
mediocridad. No es el fin del hombre en el universo gastar ese brevísimo instante en
nacer, crecer, reproducirse y morir, eso no es vivir, no es existir, para existir hay que crear.
El fin es trascender lo que ya se es, no copiar lo que ya se ha sido.
Tanto de la incompetencia de autorrealización humana como de su incapacidad de estar
consigo mismo, nacen todos los problemas del individuo incapaz de estar y de sobrevivir
solo.
“La satisfacción ilimitada de los deseos no produce bienestar, no es el camino de la
felicidad ni aun del placer máximo.
El sueño de ser los amos independientes de nuestras vidas terminó cuando empezamos a
comprender que todos éramos engranes de una máquina burocrática, y que nuestros
pensamientos, sentimientos y gustos los manipulaban el gobierno, los industriales y los
medios de comunicación para las masas que ellos controlan.
El progreso económico ha seguido limitado a las naciones ricas, y el abismo entre los países
ricos y los pobres se agranda.
El progreso técnico ha creado peligros ecológicos y de guerra nuclear; ambos pueden
terminar con la civilización, y quizás con toda la vida.” (Fromm, 1989)
Por ello, y para controlar a la bestia – hombre, es necesario el Yo moral: El segundo
yo que conforma al individuo y que amplía lo que yo denomino otredad intrínseca, que no
es más que la distinción y el reconocimiento del otro en un solo hombre, su forma moral y
su naturaleza animal son esos otros intrínsecos con los que cada individuo debe aprender
a vivir, ellos coexisten en el ente humano, quien a su vez debe aprender a ser uno, y
mantener él mismo su propio equilibrio. No existe en el otro extrínseco la posibilidad de
enseñar a un hombre a ser él mismo, éste debe buscarse y encontrarse por cuenta propia,
aunque sí necesite de la referencia de aquel que le observa desde fuera para establecer la
diferencia y el punto de partida de esta búsqueda maravillosa.
El otro ético es el encargado de darle forma al hombre para encajarlo en la
estructura colectiva. Tal como los otros extrínsecos (las demás personas) le perciben y le
distinguen de entre el resto, este otro intrínseco que parte de lo que ya se es en la
otredad extrínseca del mundo tangible, manifestada a través de los tiempos y las culturas,
por medio de la costumbre trata de dictar las acciones que el individuo debe llevar a cabo
en el presente basándose la mayor parte de las veces en la repetición del pasado y muy
pocas en el ideal del futuro, más alejada incluso está la praxis del presente, pocos son los
sujetos que comprenden la esencia de sembrar hoy para cosechar mañana, entonces ¿por
qué aferrarse a sembrar pasto y no flores?.
Éste otro exclusivo y moral, representa lo que los hombres han sido a lo largo de
las generaciones, cada una de las cuales ha puesto en su momento, algo peculiar y
característico en el deber ser de los individuos, sin embargo, es un otro incompleto que
debe crecer y madurar de acuerdo a la época. Las civilizaciones han ido y venido y en cada
una de las que vemos en la historia, podemos encontrar los errores que las llevaron a su
ruina mediocrática, tristemente la gente del presente es incapaz de notar la estática que
las llevó al museo y a los archivos históricos. El otro ético del presente debe ser creado a
partir del bien común y del valor universal de respeto, debe creer firmemente en el futuro
y guiar al sujeto hacia la trascendencia creadora, es el primer otro consciente y
voluntarioso por naturaleza, es el encargado de controlar los instintos animales y las
aberraciones inhumanas que hemos hecho de estos impulsos primitivos.
Sólo aquel que se busca a sí mismo puede ser digno de caminar erguido y
sólo aquel que se ha encontrado es digno de llamarse hombre. El resto son solo intentos
malhechos de seres humanos, poco más que simios, mucho menos que hombres.
Sólo el hombre que vive la culminación de su obra puede ser parte de una sociedad
cuyo fin sea el bien común y la gloria perene del conjunto, sólo entonces es digno de la
muerte, morir en el intento es fracasar, pasar sin dejar rastro es no haber pasado.
La bondad contemporánea es cobarde y rehúye al mérito propio, al esfuerzo por
ser mejor, se burla de la dignidad al ser hedónica y frívola, excusas y pretextos adoquinan
el sendero del fracaso de las masas enyuntadas, clasificadas y etiquetadas de
“domésticas”. Es más válido permanecer inmóvil que encontrarle una excusa al fracaso,
sin embargo la dignidad sólo se encuentra en las alturas de la praxis.
Desafortunadamente son los inmóviles los más y representan falsamente lo que
debe ser, el bien y el mal que profesan dista mucho del bien común de una sociedad pura
donde cada integrante realiza su parte gustoso de ser útil para sí y para el otro, donde
cada quien cultiva su virtud, donde todos y cada uno son conscientes de la importancia
que tienen tanto para el resto de los otros que le rodean como para sí mismos. Mas es
todo lo contrario y es necesario todo un aparato de control para someter a las bestias
humanas y darles el estatus de ciudadanos y la etiqueta de “buenos”, es algo vergonzoso
organizar a los hombres en clases sociales y asignarles calidades según su utilidad en la
estructura, la preocupación por el estatus distrae la atención que requiere el individuo
para comprender y equilibrar esa otredad intrínseca necesaria para ser uno, “El manejo de
los bienes materiales no es nunca obra exclusiva de la laboriosidad y del saber humanos. La
casualidad domina en este campo. El individuo que haga depender su objetivo supremo, su
felicidad, de estos bienes, se transforma en esclavo de los hombres y de las cosas, que escapan a su
poder, entrega su libertad.” (Marcuse, 1967). El individuo debe entender que no estará
completo mientras desconozca esa otredad inherente a su ser y que es el equilibrio y la
armonía de ésta la que le otorga el único y legítimo estatus de ser humano.
Libertad y dignidad son inalienables en tanto el hombre sea capaz de tomar en sus
manos la responsabilidad de conservarlas y esto solo puede darse a medida que el sujeto
sea apto de reconocerse a sí mismo como parte fundamental del universo humano y como
causa y efecto de su propia creación, en tanto el sujeto permanezca en el letargo
cotidiano y la comodidad contemporánea, atrapado por la inercia de los intereses
hegemónicos globales, seguirá condenado a la suerte, maldiciendo al destino que
considera su peor enemigo, seguirá rezando dogmas y doctrinas, viviendo de piedades y
lástima, repitiendo de memoria fórmulas básicas y contenidos oficiales, adoptando
identidades compuestas y prácticas. Echado en el sofá terminará por evanecer su propia
esencia y nada hasta entonces habrá valido la pena.
“…el plan de la «Creación» no incluye el propósito de que el hombre sea «feliz». Lo
que en el sentido más estricto se llama felicidad, surge de la satisfacción, casi siempre
instantánea, de necesidades acumuladas que han alcanzado elevada tensión, y de acuerdo
con esta índole sólo puede darse como fenómeno episódico. […] Así, nuestras facultades de
felicidad están ya limitadas en principio por nuestra propia constitución. En cambio, nos es
mucho menos difícil experimentar la desgracia. El sufrimiento nos amenaza por tres lados:
desde el propio cuerpo que, condenado a la decadencia y a la aniquilación, ni siquiera
puede prescindir de los signos de alarma que representan el dolor y la angustia; del mundo
exterior, capaz de encarnizarse en nosotros con fuerzas destructoras omnipotentes e
implacables; por fin, de las relaciones con otros seres humanos…“ (Freud, 1930)
Es necesario que ese otro moral nazca de ideas claras, libres, fértiles y dignas, no
de una doctrina estática y arcaica, o de un estado hambriento y miserable. Es válido errar,
sin embargo, es absurdo repetir y reproducir algo que ya no sirve, algo que es obsoleto. La
creación humana es susceptible de perfección, su artesano está obligado a buscar con
esmero su refinamiento, en cada acto y cada pensamiento debe el sujeto extraer su
praxis, su obra debe ser perfecta y al buscar éste estado, él mismo adquiere perfección y
sutileza. Mas el hombre de hoy teme al yerro sin entender que un error es otra
oportunidad de mejora, el sujeto moderno tiene miedo a fracasar y prefiere abstenerse
del intento que del fallo que su vanidad lacera, desconoce el orgullo de quien se levanta
por tercera o cuarta vez y por fin logra su cometido, se burla de él por caer y caer, pero la
envidia le carcome las entrañas al verlo alcanzar su meta. El ente hedónico
contemporáneo jamás se toma la molestia y su otredad se reduce a “que lo haga otro”,
sus padres le heredaron entre los genes ese temor que al tiempo será transmitido a los
hijos, quienes irremediablemente le tendrán pánico al fracaso, tanto que dejarán de
intentar, y la cadena de transmisión moral se irá degradando cada vez más hasta llegar a
prohibir el intento y hacer de los hombres, entes meramente casuales, improvisados, sin
voluntad de trascender, temerosos del error, temerosos de su naturaleza creativa,
temerosos de lo que digan los demás o peor aún, de lo que hagan.
Y poco falta para que este estado de apatía y vacío sea parte de la herencia cultural
de la humanidad. Estático frente a la caja de los muñequitos parlantes pasa el intento de
hombre gran parte de su corto tiempo, sin darse cuenta vive la vida que los muñequitos
fingen para él. Hablo de la generalidad, no de las excepciones, de los más, no de los
menos aquellos que aún buscan trascenderse a sí mismos y dejar su herencia a los que les
sucedan, esos hombres son los que han dado y darán significado al ser humano, el resto es
solo relleno social, advenedizos del sistema, parásitos y cáncer de la tierra a quien sin
vergüenza llaman madre.
La familia, la escuela, la iglesia y los medios de comunicación al controlar el
inconsciente de este otro moral en desarrollo cierran el universo de las posibilidades
naturales inherentes al sujeto, sin dejar jamás que tome conciencia de que existe, le
injertan bajo una forma de armonía prefabricada y característica de cada sociedad el
estereotipo corrupto a esos yo creadores de cada hombre. Cada vez que algún desdichado
sujeto se da cuenta de tal atropello, es crucificado, quemado en la hoguera, decapitado, o
lo menos, le ponen una bala en la cabeza, esto, de negarse a la retracción de sí mismo.
De hacer o no hacer algo que afecte a otro humano depende el grado de armonía
que se viva en una sociedad determinada, no de obedecer ciegamente lo que otro supone
bueno o malo. Es necesario ir más allá de eso para superar el estancamiento social
contemporáneo, dejar de creer ciegamente en lo que esos otros masivos establecen como
ideal. Imagen mediocre para mi gusto.
La imagen que el ente recibe de su exterior, debe ser pura, creadora, fuerte, y
estar en sincronía con su propia naturaleza y con su ética trascendente. Ese otro moral,
está formado por la visión de aquellos otros externos al individuo, de aquellos que le
perciben y moldean, aceptan o rechazan de su colectivo, no la imagen que el hombre
tiene de sí mismo ni de su propio deber ser. El hombre recibe esa imagen externa y la
acepta generalmente sin objeción pues necesita pertenecer a algo, sentirse parte de ese
algo mayor que él.
Desde la antigüedad, la efigie que los de “afuera” dan al individuo ha buscado darle
identidad en el sentido de hacerle idéntico a ellos, esto debe entenderse como el hecho
de que algo sea idéntico a otra cosa, para el caso de los individuos; cuando los otros
extrínsecos dan identidad a alguien y éste la acepta, se convierte en una copia vil del otro,
es hacerle idéntico a ellos, no guiarlo en la diferencia, cuando la identidad es adquirida por
el individuo mediante esa búsqueda personal de sí mismo, inmediatamente se da cuenta
de que en nada es idéntico a quienes le rodean, cosa difícil de entender para quien jamás
se ha preocupado en buscarse a sí mismo. Debe entonces ese otro intrínseco e individual,
seguir la línea que los otros extrínsecos pasados y presentes establecieron para él si no
quiere ser rechazado del colectivo, temer a ser él mismo. Nadie tiene lo que éste otro
moral creciente necesita para desarrollar una ética acorde al otro animal que no deja de
requerir el sustento físico del pensamiento que persigue la concordia y la fusión en uno
solo, el ideal, indivisible pilar de toda la humanidad.
“A” nunca puede ser idéntico a “B”, aunque “B, C, y D” pertenezcan al mismo
universo. “A” solo puede ser “A”, nunca puede ser “A” idéntico a “A” pues en todo el
universo no existe otro “A” más que éste. “A” es y punto, no es nunca en ningún caso
idéntico éste “A” a éste otro “A” aunque “A” sea la consecuencia de “a”, sus similitudes
presentes sean avasallantes, sus posibilidades futuras sean infinitas, solo podrá existir “A”
en ese mismo instante, pues al siguiente ha cambiado, ha hecho, ha pensado, ha
respirado, ha existido, nada es inamovible, solo el cambio es constante.7
Tristemente es el caso de los más, que felices con su gobierno del pueblo y para el
pueblo, ignorantes por desgracia y satisfechos con el atole que reciben del dedo de Dios y
del estado, obedientes de su doctrina obsoleta, verterán en sus hijos esa frustración
inconsciente que proviene del temor a lo desconocido y al movimiento que genera
cualquier cambio. Estos “más” establecerán para el futuro el estándar con el que los
nuevos otros morales sean fabricados y deshumanizados como un producto recién salido
de la línea de producción. La sociedad es la fábrica y el Yo moral es el producto. Cosa
irónica que el producto sea el dueño de la fabrica, que el producto compre productos, que
el producto se venda a sí mismo como cosa, que mal que el hombre explote hombres,
animales y cosas como si fueran de su propiedad, de una propiedad que no existe pues
nada pertenece a nadie.
“El obrero es más pobre cuanta más riqueza produce, cuanto más crece su
producción en potencia y en volumen. El trabajador se convierte en una mercancía tanto
más barata cuantas más mercancías produce. La desvalorización del mundo humano crece
en razón directa de la valorización del mundo de las cosas. El trabajo no sólo produce
mercancías; se produce también a sí mismo y al obrero como mercancía, y justamente en
la proporción en que produce mercancías en general.” (Marx, 1844).
La falta de objetivos en común y de coherencia ideológica entre los otros
extrínsecos que forman el colectivo social y cultural deja a la otredad intrínseca en un
conflicto difícil de resolver; por un lado está el instinto animal y por el otro la moral, pleito
que sin aviso puede terminar con el individuo y con toda esperanza de conciliación y
equilibrio, ya que el hombre puede reaccionar sin pensar, o actuar fríamente. Aquí la
7 Ver: HEIDEGGER, Martin. “el principio de identidad”
otredad intrínseca juega un papel fundamental en el desarrollo de un colectivo, si los
hombres que forman el colectivo carecen de sensatez por llamarle de algún modo al
hecho de controlar sus impulsos animales, pueden terminar siendo poco más que
bárbaros y sus reacciones les llevarán al exterminio o al sometimiento del otro y de sí,
como el caso de los africanos que fueron vendidos como criaturas infrahumanas durante
mucho tiempo por los “europeos”, o los nativos de todo el continente americano que, o
fueron masacrados, o utilizados como bestias, ambos; africanos y americanos a su vez
luchaban con tribus vecinas y para resaltar el hecho de que siempre hay alguien más
fuerte citaré el caso de los aztecas que fueron conquistados por los españoles, siendo
conquistadores los primeros de pueblos a quienes explotaban y cuyos miembros
capturados fueron sacrificados en nombre de alguna deidad. En cualquier caso ¿Quién es
el bárbaro incivilizado?, ¿qué es lo bárbaro y qué es lo incivilizado?, si “El salvaje ha sido
creado para responder a las preguntas del hombre civilizado; para enseñarle, en nombre de la
unidad del cosmos y de la naturaleza, la sinrazón de su vida; para hacerle sentir trágicamente el
terrible peso de su individualidad y de su soledad.” (BARTRA, 1992), para quién se establece
tal diferencia sino para el uno y para el otro en un choque frontal de cosmovisiones,
culturas y existencias donde la brutalidad natural habrá de ser quien determine el
resultado. Cada quien tiene un salvaje en quien descargar la frustración que le provoca su
falta de realización, por ello, el salvaje no existe sino como objeto de descarga emocional
del uno sobre el otro.
El que vive en armonía con la naturaleza y el que explota sus recursos de forma
desmedida, el que encausa la diferencia en beneficio de su propia cultura o el que anula
esa diferencia calificándola de impropia para su cultura, el que se considera parte del
planeta o el que se considera su dueño. Ambas partes encuentran al salvaje en el otro, sin
embargo ambas partes poseen el derecho de existir, mas ninguna tiene el derecho de
existir a costa del otro y no existe razón alguna para que un uno se crea superior a un otro,
tampoco existe necesidad de hacer algo por alguien a menos que éste lo solicite, pues si
las necesidades en ningún caso son iguales, las soluciones tampoco son universales.
Este choque cultural como ya mencioné antes, es devastador para el más débil, sin
embargo es necesario para el reconocimiento del otro, de lo extraño y lo desconocido.
Para sembrar la otredad en la sociedad es necesario que cada individuo sea consiente de
sí mismo y entienda que, tan importante es él para sí, como para el que lo percibe y
viceversa, una vez logrado esto, la cultura de cada uno será portavoz y emisario de
armonía ante la otra cultura que, al reconocer la existencia de la primera, de la segunda y
de las demás, despertará ante una visión del mudo totalmente diferente, una visión
pluricultural. Otra cosa es llegar a la interacción pura entre todas las culturas y lograr que
se reconozcan entre sí, que respeten sus diferencias y dejen de pelear por tener más o
menos, para ello es necesario lo que mencione al principio: que cada hombre sobre la faz
de la tierra entienda su existencia y su papel en el universo, comenzando por sí mismo.
La lucha continua entre el hombre civilizado (el que somete y rechaza lo otro) y el
salvaje (el que es sometido y enajenado) debilita la voluntad del individuo por ser humano
y vivir en armonía con sus semejantes ya que deja su propio carácter en manos de la masa
a la que pertenece, no puede más que someterse a una voluntad más fuerte y renunciar a
ser él mismo aún cuando pertenezca al colectivo dominante, ésta colectividad condiciona
al individuo con ser alguien reconocido por todos, o ser un nadie ignorado por todos. El
intento de hombre somete su creatividad a la crítica y a la burla, cambia el impulso de
superarse a sí mismo por la ambición de superar al otro sin importarle sobre el cadáver de
quién haya que pasar, esta lucha divide al uno en dos mitades incompletas e imperfectas y
deja que ande por ahí ese “uno vanidoso” y fragmentado tratando de ser reconocido por
los demás como entero, aunque falso, y por ello se equivoca, pisa jardines ajenos,
masacra hermanos, se vende, se cosifica, compra a crédito una imagen y un estatus, el
“uno” se agrieta y se divide entre la duda de lo que está bien para él y bien para los otros,
entre ser animal o ser ciudadano, entre ser él o ser el que los demás quieren que sea, no
puede un uno ser dos o tres, uno siempre debe ser lo que es: un uno entero, el individuo
debe ser indivisible siempre.
La división de esta unidad humana entre: el yo animal capaz de vivir en armonía y
equidad con su entorno, y el yo moral que pretende “civilizar” a un ser de cuya existencia
depende y cuyo origen es natural8, descubre la más íntima otredad, la inherente a la
indivisibilidad del hombre y la que recibe del mundo exterior, ambas partes buscan el
8 Ver paradoja de Russell.
control del Yo soy o eres bueno en un mundo pragmático y sigues la línea cívica, ética y
moral previamente establecida para encajar perfectamente en la estructura a la cual
perteneces, y quiebras a tu bestia, a esa parte natural que te grita, te rasguña, te muerde
para que no la encadenes al patio trasero de tu ser humano, donde ningún otro pueda
verla ni escucharla, donde te sea más fácil olvidarla, y aceptas la etiqueta que te sea dada
para encajar en el lugar en el que la estructura te acomode sin ser el lugar al que
realmente pertenezcas, y sin embargo la bestia seguirá ahí, seguirá gimiendo y sus
lamentos seguirán resonando en todo tu ser infestado y carcomido de la moral ajena. La
bestia es el vehículo del hombre en este mundo y cuando es fuerte, el hombre es
devorado por ella, se niega a la cosificación de su naturaleza y a la domesticación que la
sociedad le exige como fin y al “no creer jamás que se ha alcanzado el proyecto inicial hasta que
el fin proyectado aparezca como el ser mismo del sujeto que consideramos.” (Sartre, 1943). El
hombre bestia sobresale y amedrenta a los otros, que le recluyen o lo matan
inmediatamente. Mas, cuando un individuo es lo suficiente humano y entiende que no
puede permanecer atrapado en esta lucha entre lo salvaje de su naturaleza y la moral de
su sociedad, y su ideal es lo bastante fuerte para no perderse en alguno de estos polos;
somete, vence, obtiene lo que quiere y desea, sobresale alabado por los otros temerosos,
puede llegar a ser el más grande de los hombres mientras sea capaz de mantener el
equilibrio entre su bestia y su ciudadano modelo, en el momento en el que pierde ese
control, se precipita de tal manera contra sí mismo que se hace más pedazos aún de los
que era antes del equilibrio y queda perdido entre todos los mendrugos que alguna vez
fueron “uno”, perdido entre el polvo citadino, junto y revuelto con el polvo de los otros
que tampoco pudieron ser, a merced de las corrientes del tiempo y de las modas del
colectivo, de cada uno de los yo intrínsecos creados a partir de la confusión de
identidades, producto del sentimiento de vacío que genera el mundo de las posibilidades
y las alternativas enajenantes de los medios de comunicación, de las obligaciones y
deberes que familia, escuela, iglesia y el resto de los que opinan por él insertan en su ser,
restándole voz, decidiendo por él lo que ha de ser y hacer para ser parte de ellos, para ser
aceptado en una sociedad a la cual quizá no pertenezca.
Sólo cuando el individuo logra entenderse a sí mismo es capaz de concebir también
a los demás como parte de un todo dinámico y perfectible, si los demás hacen lo mismo,
el rumbo de la humanidad tomará un curso totalmente distinto al que lleva en este
momento. Éste hombre esencial se descubre a sí mismo al entender que está formado por
instintos y belleza civilizada, su parte animal debe entrar en un estado de armonía con su
parte ética y comprender esa naturaleza humana que le da forma al hombre superior que
descubre en la imagen que proyecta frente al espejo, su propia realidad, y la acepta como
reto a superar, como algo aún susceptible de mejora. Ese hombre que se ha apartado del
rebaño descubre y reconoce el sonido de su voz como pregunta y respuesta, crea su
propio destino sin dejarlo a merced ya del pragmatismo social contemporáneo, crea su
propia suerte y deja de rezarle a ídolos fantásticos, les quita los súper poderes para verles
como semejantes, crea armonía dentro de sí pues entiende la felicidad y la paz de saberse
él mismo en plenitud.
Solo cuando un ser de esta naturaleza alcanza ese estado superior de conciencia,
puede ser capaz de aventurarse en la comprensión del “otro externo” de aquel que le
percibe y le da la referencia de sí como parte de una sociedad, es en este punto donde la
otredad termina su trabajo intrínseco y particular, para manifestarse en la relación que
tiene el uno con el otro, con el que le percibe y da forma desde fuera.
¿Quién soy para mí y para el otro?, ¿quién es el otro para mí y para él mismo?
Yo soy porque sé que existo, el otro me ha descrito y gracias a él sé como soy, él es
mi otro extrínseco, el que da forma a mí ser desde su punto de vista:
“...todas las primeras definiciones de sí mismo y de su cuerpo, son recibidas por el niño de
la boca de su madre y de las personas cercanas. Es de la boca de ellas, y en su tono
emocional y volitivo, como el niño oye y empieza a reconocer su nombre […] las primeras y
más calificadas palabras acerca de sí mismo, que por primera vez y desde el exterior
determinan su personalidad…” (Bajtín, 2000)
En la medida en que recibo del otro la descripción que éste hace de mí, sea quien
sea, puedo construir una imagen de mí mismo, pero esa imagen no puede ser nunca
objetiva ni conclusa, está sujeta al punto de vista del otro como referencia aprobatoria de
lo bueno y lo malo que yo sea o pueda ser para él y esto nunca podrá ser objetivo pues no
existe una definición formal y absoluta del bien y del mal, mi ser estará sujeto a su
aprobación en tanto mis características sean similares a las suyas, de su criterio
dependerá el grado de aceptación que yo tenga en su contexto, mi identidad aquí no la
determino yo, pues sin la referencia que la otredad me brinda yo no puedo construir una
imagen propia y pretender encajar en algún grupo de personas. El otro me percibe de
forma entera, como algo que ya es y no como una criatura en desarrollo, incluso dividida,
y pretenderá siempre construir en mí la imagen que él tiene de sí mismo pues, para él, lo
que él es, es lo correcto e invariablemente ha de buscar que los que le rodean compartan
esa imagen jamás conclusa, pues la diversidad es proporcional al número de personas que
habitan el planeta y la otredad más grande aún que esta inmensa cantidad. Una imagen
terminada solo puede ser representada por un ser ficticio, existente solo en la mente de
los individuos que buscan cómo excusar sus incompetencias y fallas comparándose con
alguien superior a ellos, proyectando sus impulsos hacia un arquetipo o ideal inalcanzable:
“Por eso el posible es proyectado en general como aquello que le falta al para-si para convertirse
en en-si-para-si, y el valor fundamental que preside a este proyecto es, precisamente, el en-si-para-
si, es decir, el ideal de una conciencia que fuera fundamento de su propio ser-en-si por la pura
conciencia que tomarla de si misma. A este ideal se le puede llamar Dios.” (Sartre, 1943)
Por eso la imagen que el otro recibe de mí y viceversa no puede ser una imagen
definida por la objetividad ni concluida por nadie, el ser humano está sujeto a la
perfección y por ello debe siempre superarse a sí mismo, no al otro que le percibe, por
ello también, jamás podrá llegar a ser absoluto y a decir que es perfecto o que se conoce a
sí mismo, peor, atreverse a decir que conoce al otro.
Sin embargo falta mucho camino por recorrer para alcanzar el mínimo nivel de
armonía que requiere la sociedad para crecer, la otredad extrínseca y manifiesta en la
existencia del otro y del uno aún debe madurar y alcanzar el grado de reconocimiento y
respeto a lo diferente que exhorta a no destruir al otro por temor encontrarse ante sí
como algo desconocido para sí, esto implicaría que el uno se desconociera a sí mismo
debido al contraste con el otro y que el uno tuviera entonces que autodestruirse por
reconocer que no es en realidad como él se piensa. El miedo nace entonces de la propia
autoestima y del instinto de autoconservación, ese es el verdadero motivo por el cual el
uno desconoce al otro y prefiere destruirlo antes de conocerlo. El otro existe y ha existido
siempre, la diferencia que hay entre el uno y el otro es lo que permite la existencia de
ambas partes, mientras el hombre enajenado de sí mismo siga tratando de imponer un
camino y una forma de vivir, la otredad permanecerá aletargada frente a la caja de los
muñequitos parlanchines, atrapada en el intento, jamás consumada.
El otro mantiene el poder de opinar sobre lo que percibe de mi conjunto de yos.
Opinar es juzgar y cuando ese otro emite un juicio sobre mi ser, me convierte en una
extensión de sí mismo, juzga desde su ser y desde su perspectiva lo que yo soy, a partir de
lo que me difiere de él aún cuando no pertenezca a su núcleo o a su cultura, consciente de
la diferencia juzga lo que me hace ser distinto de él y pretende hacerme como él es, juzga
ese ¿por qué no soy igual a él?, ¿por qué él no es igual a mí? y busca por todos los medios
imponer en mí aquello que para él es lo correcto, es en ese momento donde mi yo
consiente comienza la resistencia a ser otro y a tomar conciencia de sí mismo, a partir de
la diferencia abro los ojos como si fuera el comienzo del día y reconozco la parte que soy
realmente y la parte que soy de los otros, a partir de ahí Yo comienzo a ser, a partir de lo
que el otro emite sobre mí.
En tanto no tenga conciencia propia y mi yo ideal esté inmaduro, el otro tiene el
poder de hacer de mí lo que quiera, y es capaz de crearme por completo a su voluntad,
como ha sido el caso de los más quienes a lo largo de la historia han sido en sí lo que los
menos han deseado, así estos más han transmitido mediante la cultura, todo ese miedo al
fracaso que mencioné previamente, ese temor al “que dirán”, ese “no se puede” que
determina el carácter de un hombre. Si nunca el hombre toma conciencia propia, jamás
podrá ser un hombre verdadero. Si nunca me doy cuenta del valor de la diferencia que me
hace único en el universo, seré una copia vil del otro, que es copia de otro, y haré de mis
hijos, copias fieles del error que represento.
Algo que pasa muy a menudo en el mundo de las masas humanas y que se ha
convertido en un verdadero problema existencial, es que el individuo carente de
consciencia propia, basa su existencia en el juicio que hace el otro sobre su persona, es
decir: lo que soy es lo que el otro quiere que yo sea, comenzando todo en el núcleo de la
sociedad, la familia que juega en los primeros años de vida un papel de constructor de yos
normalmente morales, no toma en el individuo la oportunidad de mejorarse a sí misma ni
de mejorar al individuo, sino de repetirse una y otra vez. En el caso de los padres el
ejemplo se ve claramente cuando ven en el hijo ese chance de repetirse a si mismos,
siendo ellos mismos su propia pauta estática, sin darse cuenta de que sus hijos son
totalmente diferentes y ajenos a ellos, los hijos se convierten en copias al carbón de los
padres que sin advertirlo doblegan y tuercen el impulso del niño hacia el ideal; si el padre
es doctor habrá de querer que el hijo sea doctor aunque este último quiera ser arquitecto.
Entonces la otredad se distorsiona de tal manera que el otro obliga al uno a ser lo que
éste es, y el uno se convierte en otro representado en tercera persona desde la
perspectiva del otro, lo que soy es lo que el otro quiere que yo sea y dejo de ser lo que yo
quiero ser.
La escuela le sigue en un grado paralelo de importancia pues resulta ser casi el
mismo tiempo que pasa el uno en casa que el que pasa en la escuela, por lo menos los
primeros veinte años de vida, pero es aquí donde se nos hace seres socialmente
compatibles y se nos etiqueta para desempeñar en la estructura el papel que ésta nos
requiere, contrario a nuestra naturaleza nos vemos sujetos a lo que hay disponible sin la
opción de elegir, en el lugar que menos deseamos, totalmente apartados de el yo ideal
que nos guía como un faro en la oscuridad.
Si el hombre ha sido capaz de vencer todos los retos que desde el comienzo de su
historia se le han presentado; ha creado herramientas para cambiar su entorno,
desarrollado tecnologías que facilitan su trabajo y permiten dedicar mayor tiempo para
descubrir y controlar las fuerzas de la naturaleza. ¿Por qué no deja de explotar y oprimir al
otro? Si creó caminos que lo llevaron hacia otras tierras, acercando a los pueblos y a las
naciones y creo un sistema de comunicación sin precedentes ¿Por qué no transmite
verdadera e indiscriminadamente su conocimiento? Y si estos caminos han hecho de las
fronteras algo casi obsoleto para el comercio y los mercados internacionales que son cada
vez más amplios y exigentes ¿Por qué se sigue polarizando a las sociedades en pobres,
ricas con un racismo policromático y politeísta tan retrogrado?
Un niño es una hoja en blanco donde los que nos hacemos llamar adultos
escribimos, de nosotros depende plasmar los mas bellos poemas e historias, o hacer de
ellos la pared de cualquier baño, esa es una responsabilidad enorme que hasta ahora ha
descansado en la educación, ésta es la tinta indeleble que mancha o dibuja en aquella
hoja virgen, lo que sea escrito en ellos debe ser perfecto a la primera, no se puede corregir
y no hay mejor ejemplo de ello que nosotros mismos; que somos el libro que han escrito
nuestros maestros y nuestros padres, debemos saber que los tachones y garabatos que en
nosotros se han escrito no se borran. Debemos pues, tomar en nuestras manos la
responsabilidad de escribir correctamente, no para copiar lo que somos, sino para corregir
los errores que nosotros mismos representamos, no para que sean iguales los unos a los
otros, sino mejores estos de aquellos y puedan enfrentarse a la realidad que les espera al
crecer.
Si bien la educación siempre ha sido una forma de labranza, insisto; ¿Por qué
siempre nos empeñamos en sembrar pasto y no flores?
La educación necesita gente con verdadera vocación, no advenedizos, gente
consciente de la responsabilidad que trae consigo estar al frente de un grupo, de cara a un
pequeño uno que pone atención a lo que el otro mayor hace, este otro debe ser capaz de
representar el paradigma a superar, lejos de ser un obstáculo a evitar.
“En la educación liberadora, ya nadie educa a nadie, así como tampoco nadie se educa a si
mismo, los hombres se educan en comunión, mediatizados por el mundo. El educador ya
no es solo el que educa, sino que, en tanto educa es educado a través del dialogo con el
educando, quien al ser educado, también educa. Así, ambos se transforman en sujetos del
proceso en el que crecen juntos y en el cual los argumentos de la autoridad ya no rigen.”
(Paulo, 2005)
La globalización; evolución del feudalismo y del capitalismo brinda al hombre
acceso a un inmenso mar de alternativas económicas y culturales, así como también abre
paso a los conocimientos más avanzados y el aprovechamiento de la tecnología de las
naciones desarrolladas. Si se maneja de una manera positiva y tomando en cuenta los
valores y no los precios, la globalización puede poner al ser humano hombro con hombro,
en el mismo camino y en la misma dirección. Siempre y cuando no pierda su identidad e
independencia.
Es necesario crear y fomentar una cultura que defienda a la cultura, pero no una
cultura fanática, sino consiente, que parta del hombre como principio y fin de toda
otredad y que permita el acoplamiento efectivo, cuerdo y equilibrado de los valores
nuevos con los valores viejos, que la cultura nativa asimile a la extranjera sin ser absorbida
por ella, que fusione y que de su lugar en esta nueva forma de vida a la moral superlativa
de la interculturalidad con la ética particular de cada individuo como ese reflejo
magnificado que es la humanidad para el hombre. Este acoplamiento debe ser difundido
en todos los niveles del sector educativo, con el fin de que las generaciones que han de
crecer bajo esta nueva forma vida sean capaces de tomar en sus manos la responsabilidad
de conservar la cultura y la identidad de cada uno y de sus pueblos y naciones sin perderse
en el camino, el deber de difundir e inculcar una cultura que haga frente a la perdida de
moral y valores que tiene el mundo laboral y que pronto lo convertirán en un impío
campo de guerra que nos pondrá todos contra todos con tal de a penas vivir para trabajar
y trabajar para vivir. Será entonces cuando la cultura que da identidad a un pueblo y a una
patria se habrá perdido para siempre, abriendo una nueva sucursal de los países a los que
nos vendimos, por esto debemos tomar en nuestras manos la responsabilidad y el
compromiso de “hacer hoy para transformar mañana” y comprender que lo que hagamos
hoy como interventores en educación dará a esta ultima el lugar que realmente merece
en nuestra descuidada sociedad, debemos crear un interés en común, ponernos todos de
acuerdo y escribir en esas hojas blancas el futuro, sembrar flores y abrirnos las puertas del
crecimiento y desarrollo de nuestras culturas; económicas, humanistas, científicas y
masivas, aceptar el hecho de pertenecer a un mundo globalizado donde la única salida
cordial es la interculturalidad manejada de forma objetiva y practica, sin perder nuestras
cualidades, sin vendernos y sin acabar con nuestro entorno. La responsabilidad que
asumen los maestros va mucho más allá de llevar una vida digna. Estos deben ser los
mejores para poder ocupar un lugar en el mundo y combatir la falta de interés que existe
por difundir e inculcar una cultura que defienda a la otredad como forma de vida, la
unidad personal y el respeto por la diversidad, que fomente valores que arraiguen o que
por lo menos refresquen las tradiciones y costumbres que dan identidad a los pueblos y a
sus individuos, valores que permitan hacer frente de manera objetiva a la estandarización
ideológica de la que hoy somos presa, hacer frente a la avalancha de tecnologías que
amenazan a nuestro entorno y a nuestra riqueza cultural. Debemos empaparnos de
realidades y reconocer que estamos en el camino correcto, estar conscientes de que en
nuestras manos descansara el futuro de nuestros hijos, o ¿acaso nos daría mucho gusto
saber que su educación esta en manos de gente inepta y sin vocación? Debemos ser
capaces de ver a cada alumno como a un hijo propio, hacernos responsables por sus
fracasos y sentirnos orgullosos de sus triunfos.
La familia y la escuela son esos primeros otros institucionales que nos dan
personalidad y reconocen nuestra existencia como parte de algo más grande, sin embargo
no nos reconocen como parte fundamental pues al sembrar en los sujetos la idea de que
nadie es indispensable y por lo tanto siempre habrá alguien que haga lo que nosotros no
queramos hacer, es degradada esa importancia fundamental sobre la cual se sostiene
toda la estructura social, con esto la sociedad atenta contra su propio creador y éste a su
vez es devorado por su propia creación, obligado a renunciar a su individualidad, su
autoestima es aniquilada y el sujeto arrebatado de toda dignidad por su creación y como
resultado de la falta de carácter y de autoconocimiento que le han heredado sus
ancestros, por ese miedo a fracasar el sujeto se reconoce a sí mismo como un objeto
sustituible y sin valor, condenado a aceptar lo que la estructura le ofrece. Es cuestión de
oferta y demanda, es una afirmación del grado de enajenación a la que el sujeto es
sometido por la estructura que con el nombre de cultura transmite como parte del deber
ser: tú debes aceptar lo que hay porque siempre hay otro que lo quiera o, “a caballo
dado...” es inevitable la media, siempre hay un uno delante de otro quien a su vez está
delante de un uno en una cadena infinita de unos tras otros.
Esta forma distorsionada de otredad creada por nuestros ancestros, modificada
por nuestros abuelos y comprada al fin por nuestros padres para nosotros que no
sabemos qué hacer con ella, nos ha reducido de hombres a números, trocado el quién por
el qué y abandonado en el todos contra todos, ¿cómo puede un hombre ver en otro
hombre a un semejante si lo ve como competencia y como tal hay que exterminarlo o
anularlo?
Está claro que lo que soy para mí, dista mucho de lo que soy para el otro, y que lo
que es el otro para él mismo dista mucho de lo que él es para mí, sin embargo esta
diferencia recíproca, nos hace individuos con personalidad propia, nos permite tener una
identidad y pertenecer a una cultura, es el principio de la diversidad que embellece
nuestra humanidad siempre y cuando sepamos que en esa diferencia existimos, y
entendamos que sin ella no tendría ningún caso ser “humanos” y que bien podríamos ser
abejas u hormigas.
La otredad entre nosotros es extrínseca y se manifiesta por medio del otro que es
para mí y del otro que soy para él en una relación alternativa donde cada ser toma
conciencia de sí mismo a partir del otro; ese otro siempre debe ser un ejemplo que,
“bueno o malo” me sirva para entender lo que soy, y para decidir lo que yo quiero ser o
no. El único que puede decidir esto soy yo.
Si no tomo conciencia de mí ser y determino claramente mi otredad intrínseca,
jamás podré reconocer a otro extrínseco, mi otredad intrínseca debe ser extraída y
exhibida ante mí y por mí, no por el otro. Para que yo mismo pueda entenderla y
depurarla según mis propios principios, primero antes de siquiera pensar en emitir un
juicio sobre otro externo, debo juzgar a los otros que soy y unirlos armónicamente, debo
ser Yo ese otro íntimo y entero que el otro extrínseco perciba, y yo, necesito que ese otro
sea entero y me describa sin juzgar lo que percibe de mí, sin obligar a mi yo percibido a ser
él, a ser como él.
Entendiendo esto, mi responsabilidad no es solo ser Yo mismo, sino ser ejemplo y
evitar ser molde de producción en serie, si jamás trasgredo el límite del otro ni por juicio
ni por acción, la reciproca otredad evitará siempre el conflicto entre tú que eres el otro
para mí y yo que soy el otro para ti. En la reciprocidad está la paz, mas para que la primera
sea virtud es necesario de dos enteros, ir de lo particular intrínseco de la otredad del
individuo, a la interacción extrínseca y general de la interculturalidad.
Por lo tanto si vamos a vivir juntos tenemos la obligación de conocernos y de saber
que sin importar quién sea el que nos rodea también existe, piensa, siente y necesita
tanto de nosotros como nosotros necesitamos de él, esta situación es, y ha sido siempre el
pilar de todas las sociedades, es decir: para poder ser Yo, necesito de otro que me
reconozca, yo debo reconocer al otro para que este pueda ser, el reconocimiento no
significa trasgresión, significa respeto.
Al conocerte me conozco, en ti reconozco tanto de mí que se me hace de lo más
fácil abrirte mi corazón y quererte…
El hecho de que vivamos rodeados por personas, no quiere decir que seamos parte
de una sociedad, ni que por ello no estemos solos, debemos trabajar en pro de su
prosperidad y armonía para serlo. Aristóteles afirmó que somos seres sociales por
naturaleza, que somos perfectibles y necesitamos de la sociedad para alcanzar esa
perfección.9 Pero, para que la sociedad, como acuerdo de interacción nos sirva para el fin
de perfeccionar lo que somos, necesitamos, en primer lugar estar seguros de quiénes
somos, saber cual es el lugar que ocupamos en la estructura social y cual es el que
queremos ocupar y no sólo eso sino saber claramente ¿para qué queremos ocuparlo?
Tanto se han modificado las relaciones humanas a lo largo del tiempo que el fin de
la sociedad, aquel bien común que catalizó su formación se ha desvirtuado hasta llegar a
la cosificación humana, misma que ha hecho a un lado a la comunidad, el fin común no es
ahora más que un lugar donde a penas sobrevivimos, la estructura de la actual sociedad
utiliza al hombre como medio y no como fin, de hecho el hombre mismo se utiliza como
medio para vivir, una vez más el hombre se ve aterrado por el cachorro que hoy se ha
convertido en su monstruo hambriento, hoy, la persona es un medio para alcanzar no el
bien propio sino el ajeno, el fin del engendro que creó él mismo, el hombre ha dejado de
ser él su fin, confunde su bienestar con placer inmediato, con su propia enajenación, hoy
el hombre - cosa vive desconocido de sí mismo y la perfectibilidad intrínseca de su
naturaleza humana queda fuera de contexto, suplantada por el estereotipo del deber ser
que las masas humanas han aceptado mediocremente por ser lo más fácil, seguro y
rápido. La estructura ha crecido tanto y de tal manera que cambia la diferencia
enriquecedora de las culturas, por diferencia radical, enajenante y polarizada. Aquella
igualdad humana que nos hace hermanos los unos de los otros, cambia a igualdad de
colores y razas dominantes, de ideologías hegemónicas, establece estereotipos
prefabricados para servir a fines ajenos y extraños, por cosas, por monedas y cambia esa
perfectibilidad común a todo hombre por una especie de individualismo irónico que aleja
a las personas entre sí pero las hace incapaces de vivir sin gente a su alrededor, tanto que
9 Ver “Política” Aristóteles.
el mismo individuo queda, como dije antes, irónicamente dividido ante sí mismo. El
hombre no puede ser mas que él mismo y sin embargo se pierde ante la vastísima
cantidad de máscaras que la estructura le ofrece y le implanta, esto no puede ser en
ningún caso positivo, si no se tiene la clara idea de lo que se quiere ser es como navegar a
la deriva en un océano creado como una variedad extraña de limbo ilimitado de opciones
en el cual queda atrapado su verdadero ser, incapaz de atestarle tremendo periodicazo en
el hocico a ese cachorro malcriado llamado sociedad, solo para establecer de una vez por
todas quien es el que manda.
Mientras el hombre permanece perdido entre el mar infinito de las opciones
contemporáneas, el vacío que deja la identidad personal se hace cada vez más grande y el
hombre con desesperación busca fórmulas y teorías para evitar que la súper estructura lo
devore al verlo indefenso.
Primero, antes que cualquier otra cosa inventada, existía la diferencia entre el uno
y el otro, cada cual poseía una forma de pensar y una manera de ser propias, cuando cada
cual modificó algo de su entorno, nació la cultura como una forma de expresar su ser y
establecer límites entre la existencia del uno y del otro basados en sus diferencias, en ese
momento la diferencia se estableció como bueno y malo para jamás desaparecer. A lo
largo de los tiempos humanos la trasgresión de esos límites y la imposición de lo bueno
del uno como malo del otro (lo diferente), ha representado el origen de las más grandes
masacres y destrucciones, imperios nacieron y crecieron alimentados en esas diferencias,
sometiendo culturas minoritarias, avasallando con su propia cultura a los otros,
imponiendo su bien mediante reglas y castigos. Así el futuro de las otredades minoritarias
se vio comprometido por su capacidad de adaptación y la fortaleza de sus raíces frente a
una otredad dominante.
La otredad intrínseca, armónica y personal del individuo es la base de una cultura
fuerte y con tendencias al crecimiento, la multiculturalidad dada a partir de la existencia
de culturas similares en fortalezas y armonías es el pilar sobre el cual habrá de erigirse la
interacción entre ellas, una interacción basada en el bien común, pero no sólo de una
cultura dominante sino de la humanidad entera. Por mucho tiempo la diferencia ha hecho
la división y ésta a su vez la mayor debilidad humana, más, si convertimos esa diferencia
en necesidad mutua de características complementarias entre sí, la debilidad será
transformada en fortaleza, en la más grande fortaleza de la humanidad.
Anteriormente comparé a la humanidad con un hormiguero donde cada hormiga
desempeña un papel importante para la comunidad, sin embargo las hormigas, a pesar de
que cada una conoce perfectamente su papel en su sociedad, desconocen el papel de las
otras y a las otras mismas, por tanto la importancia que tienen entre sí y para sí se reduce
a la ejecución aislada de su labor. En el caso de la humanidad cada quien conoce sus
fortalezas y debilidades hasta el punto del abuso, donde el reto de hacer más y llegar más
lejos se convierte en la tentación que pone en duda su naturaleza y en jaque a la
conciencia, cuando un interés se topa frontalmente con otro, la libertad de ambos se ve
comprometida a la elección de cada parte, así la conciencia ésta sujeta al resultado
cuando éste es de un uno sobre un otro, hasta aquí se puede decir que la ley de la
naturaleza es la que prevalece, mas esta ley debe permanecer entre las bestias inferiores,
para los hombres, sus familias, sus pueblos, sus sociedades y sus naciones es obsoleta.
Una elección debe darse siempre con fundamento en la comprensión de los
intereses comprometidos y debe tomarse no solo desde una perspectiva unilateral sino
desde el puno de vista ambivalente que sólo la otredad puede brindar al los sujetos que se
jactan de racionales, cognitivos y superiores, ¿no a caso el bien común es el interés
primordial de todo ser humano? Si tomáramos como base de toda elección ésta premisa y
como guía a la otredad que existe entre nosotros, entonces todos los intereses humanos
estarían encaminados hacia el mismo fin, entonces toda utopía sería posible, la sociedad
dejaría de ser como un hormiguero gobernado por la inercia, la esencia de la humanidad
se establecería en que cada quien gracias al abanico de cualidades y gustos sabe qué
hacer y en qué momento, para sí y para el otro, para el bien de ambos que es el mismo
bien, común para ambos.
Son aproximadamente 45.000 millones de años luz los que componen el diámetro
del universo; cerca de 100.000 millones de galaxias contenidas en él, nuestra galaxia
contiene unos 200.000 millones de estrellas como el sol, y un tamaño aproximado a los
100 millones de años luz. El sistema solar donde se encuentra nuestro planeta tiene
alrededor de 4.500 millones de años de antigüedad, éste último con unos 3.500 millones
de años de haberse formado, cuya área aproximada es de 510 millones de km²; 149 de los
cuales son tierra firme y 361 millones de agua. La tierra firme está a su vez dividida en
cinco continentes subdivididos en 197 países habitados por alrededor de 6.500 millones
de seres humanos, divididos en clases sociales, credos, género, estado de salud, modas,
preferencias sexuales, formas de gobierno, profesión y la lista sigue por otros seis mil
quinientos millones de motivos y pretextos más que van en aumento casi exponencial;
pasamos nuestras efímeras existencias preocupándonos por comer, vestir, poseer,
comprar, vender, lucir, ser cómo… ser para… ser por… quitar, robar, codiciar, envidiar,
mendigar, doblegar, explotar, odiar, sacar provecho y cuidarnos de no caer en las manos
de uno más diligente que nosotros. Sin embargo ni la bastedad del universo, ni las cifras
que éste encierra son motivo suficiente para disminuir la importancia que tiene un ser en
él, es el efecto abrumador que causa la inmensidad lo que hace que el uno se pierda entre
tantos otros unos; tantas unidades parte de la enormidad.
Morirá éste hoy al amanecer mañana y entre el adiós del ayer y el hola del mañana
viviremos sin reconocer que hemos perdido la vida queriendo ser otros; Ancestros,
abuelos, padres, hijos, nietos; familias, pueblos, estados, naciones, potencias; escuelas,
credos, ideales… ¿Cuántos otros tengo que ser para llegar a ser Yo mismo? si de tantos
otros que he sido olvidé quien fui cuando era yo, no sé quien soy ahora ni quien seré
mañana. He sido lo que otros han querido que yo sea, he sido ellos queriendo ser yo…
…Sin embargo, después de todo y a pesar de todo, aún tengo todo lo que necesito para
ser yo mismo…
Axel Boulouf Hernández.
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