Post on 10-Mar-2016
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LA METAMORFOSIS DE LA METAMORFOSIS
UNA TRANSFORMACIÓN INESPERADA
Cuando, tras un sueño intranquilo, Vanessa López se despertó esa
mañana en su cuarto como era de costumbre, se sintió algo extraña,
no podía ver nada, su habitación estaba a oscuras. Vanessa se dirigió
rápidamente a encender la lamparita que se encontraba junto a la
mesita de noche al lado de su cama, le costaba mucho moverse, pero
al fin cuando consiguió encenderla se había convertido en una
enorme y hermosa libélula azul. Vanessa al verse ella misma emitió
un enorme chillido ¡aaaaah! ¿qué me ha pasado? ¿en qué me he
convertido? Su asombro fue impresionante al ver en lo que se había
transformado: era una libélula con unas patas larguísimas, en el
tórax rayas negras y azules alternándose y unas alas azules con
algunas sombras en negro.
Llegaba la hora de irse al instituto, y no sabía cómo poder salir de su
habitación, contárselo a sus padres y nada menos presentarse en
clase con ese aspecto. Así que decidió no ir ese día a clases y llamar
a Sonia, su amiga, urgentemente.
Cuando Vanessa se hizo del teléfono, al querer marcar los números
era muy complicado para ella ya que sus largas y finas patas le
impedían marcar correctamente. Cuando al fin lo consigue y le coge
el teléfono, Vanessa le pide que por favor se tenían que ver y no le
podía fallar. Así las amigas se veían en media hora en la pradera que
había detrás de su casa.
En cuanto los padres de Vanessa salieron a trabajar, ella salió de su
cuarto y se dirigió al reencuentro con su amiga. Cuando las dos
amigas se vieron, Sonia no se lo podía creer al verla. ¡imposible tú no
puedes ser, Vanessa! ¿me he vuelto loca? Vanessa empezó a
explicarle el sueño tan horrible y horripilante de que se convertía en
una libélula azul, y que a las siete de la tarde volvía a tener su
aspecto de siempre. Aunque tenía miedo de que llegara la hora y
siguiera tal y como estaba.
Vanessa y Sonia se pasaron toda la mañana y parte de la tarde
hablando de lo mismo. Llegaron las siete de la tarde y ninguna se dio
cuenta de la hora y, de repente, Vanessa volvió a tener el aspecto de
siempre.
Ambas chillaron de alegría.
Cinthia Flores López
CONVERTIDO EN UN BICHO
tras un sueño intranquilo, me desperté sobresaltado. El corazón me
palpitaba a cien y por alguna razón que desconocía me sentí como un
bicho raro. Sin embargo estaba tan agotado que no me paré a
reparar en ello. Cuando al fin decidí levantarme, me sentí más ligero
de lo normal, pero no le presté mucha atención. Atravesé el pasillo y
me dirigí al servicio a lavarme la cara.
Me quedé paralizado.
Allí estaba yo, Guillermo Landeen, contemplando mis facciones en el
espejo. Me apreté las manos contra la boca en un esfuerzo de
reprimir el grito. ―¿¡LAS MANOS!? ―pensé. Donde antes estaban mis
manos y mis piernas, estaban en su lugar unas enclenques patas,
casi amorfas, y de mi espalda salían unos bultos agitados. Pero ahí no
acababa todo: observé aquel cuerpo escuálido, desequilibrado y
repulsivo, aquella cabeza redondeada con antenas en la frente y
aquellos hipnóticos ojos negros como pozos, a punto de salirse de sus
órbitas. Eran mis ojos, horrorizados, al ver en lo que me había
convertido. Entonces supe que mi suposición era cierta, me había
convertido en un enorme bicho y para colmo en el que más
detestaba, un grillo. Estuve a punto de romper el espejo cuando de
repente escuché los pasos de mi madre subiendo las escaleras:
―¡Guillermo, dormilón, es hora de despertarse! ―decía mientras yo
me sentía cada vez más acorralado en aquel repulsivo cuerpo―. Me
deje guiar por el instinto y dando saltos como un auténtico grillo salí
pitando hacia mi habitación. Llegué y empujé la gran cómoda de mi
cuarto hasta atascar la puerta. Pensé en escribir una nota falsa donde
pusiera que había ido a casa de algún amigo, así que, dando tumbos
por mi habitación, atrapé un lápiz como pude y arranqué a mordiscos
un trozo de papel de un cuaderno, pero todo fue en vano; no podía
escribir con aquellas patas puntiagudas. Me permití detenerme
durante un segundo. ―¡El móvil! ―pensé. Lo cogí entre mis patas y,
como era táctil, pude lograr escribir con éxito:
HE IDO A CASA DE LUIS, LLEGARÉ PRONTO.
Para ese entonces, mi madre ya forcejeaba la puerta y justo en el
último instante logré esconderme bajo la cama. Mi madre entró, y oí
cómo mascullaba sobre lo desordenado que estaba mi cuarto.
Entonces percibí cómo recogía el móvil y meditaba si castigarme o
no. Por suerte salió del cuarto seguramente a llamar a casa de Luis,
pero ya no importaba. Estaba atónito aún, sin atreverme a dar un
paso. Al fin salí del escondrijo y pensé en la posibilidad de escapar.
No tenía otra salida. Sollocé y me desahogué por lo bajo. Después
empecé a caminar con mi aparatoso cuerpo. Entonces recordé que la
noche anterior los grillos de mi jardín estuvieron cantando durante un
largo tiempo, y tanto yo como mi padre los odiamos, así que, como
otras veces, cogí el insecticida y esparcí por todo el jardín. Ahora
mismo yo era uno de ellos y me sentía fatal. Aparté todo
pensamiento de mi mente. Por lo pronto me escondería donde viven
los grillos, en el jardín. Por supuesto no pensaba bajar las escaleras y
dejar que mi madre me viese así. En cambio, abrí las ventanas. Me
tiré, aunque inseguro, para practicar el salto y cuando entorné los
ojos de nuevo, estaba en medio de un jardín poco cuidado y
marchitado. Aun así me entraron unas enormes ganas de devorar
plantas y vegetales; supuse que era un efecto de la metamorfosis.
Entonces recordé cómo mi madre había insistido en que regase las
plantas y cuántas veces pasé del tema. De ello también ahora me
arrepentía. Suspiré y pensé en que no solo me había convertido en
un bicho sino también en un vegetariano. Si volvía a ser humano, sin
duda cuidaría del jardín. Algo me apartó de nuevo de mis
pensamientos; era otro grillo y también mi oportunidad de
disculparme:
―Hola, soy el dueño del jardín, siento haber sido tan descuidado con
él. ―Le solté con voz temblorosa mientras sentía cómo era sustituida
por un constante crick, crick.
El grillo, perplejo y asustado, huyó sin decir palabra. Entonces me di
cuenta de que mi tamaño, a pesar de ser un grillo, era como el de un
chico de trece años. Al menos eso conservaba. Resoplé, aún
observando el diminuto grillo que excavaba un hoyo en la tierra, tal
vez para escapar o simplemente para tener un lugar privado donde
cobijarse. Lo imité. Claro está que mi hoyo tardó unas cuantas horas
en hacerse espacioso y a mi medida. Me sorprendió que me resultase
cómodo y apacible, y sobre todo reconfortante, estar allí. Al cabo de
unas cuantas horas más yacía dormido. Me desperté de nuevo, con la
misma sensación de antes. Era ya de noche y la vida nocturna de los
grillos comenzó. Escuché las canciones de los grillos, aquellas que por
la noche detestaba. Ahora en estas circunstancias oír eso era
verdadera música para mis oídos, así que, sin más, me uní al grupo,
desconsolado como estaba. Media hora después lo escuché. Era el
coche de mi padre aparcando al lado del jardín. La idea me horrorizó,
pues al igual que yo, mi padre detestaba el sonido de los grillos, y
muchas veces también recurría al insecticida. ―Y sí… ―pensé― hoy
sería una de sus víctimas. Con suerte tal vez pasaría inadvertido.
―¿¡INADVERTIDO!?, ―suspiré. El hoyo que había construido tendría
más de mi tamaño. Me descubrirían sin lugar a dudas. En un principio
pensé en gritar que estaba allí, que era yo, su hijo, pero rechacé la
idea; mi padre no entendería el idioma de los grillos. Al final me
limité a dejarme cegar por la potente luz de la linterna en la
penumbra, mientras escuchaba a mi padre, horrorizado, y olía el
perfume que acabaría conmigo, como acabó con los grillos a los que
yo mismo quité la vida.
El corazón aún me palpitaba a cien y me sorprendió ver que aún era
de día. Entonces me di cuenta. Estaba en mi dormitorio, en mi cama
en concreto, con una sábana puesta encima. Corrí desesperado al
espejo. Ahora era de nuevo un rostro humano el que me observaba
desde el otro lado. Sonreí. Sin duda lo primero que haría esa mañana
sería regar el jardín y después tirar a la basura los botes de
insecticidas que encontrase. No sabía si había sido un simple sueño o
no; pero, desde luego, no quería volver a repetir la misma
experiencia.
Emmanuel Guaitoto Bolívar
UN ASQUEROSO DÍA
Cuando, tras un sueño incómodo, Molinger se despertó, tenía la sensación
de que todo era más grande de lo habitual. Intentó levantarse pero no
podía, sus piernas no llegaban al suelo, cuando intentaba darse la vuelta y
casi lo había conseguido, volvía a su posición inicial, era bastante
desesperante. Cuando por fin logró darse la vuelta, se preguntó qué es lo
que había pasado: “a lo mejor me he vuelto parapléjico, pero… ¿Así, de la
noche a la mañana?”.
Molinger estaba muy confuso, no sabía dónde estaba ni qué le pasaba y
tenía que estar en el instituto a las 8:15. Miraba a su alrededor y creía que
estaba metido dentro de una cueva extraña. Además andaba tumbado
boca abajo en una posición que le quitaba campo de visión, por lo que solo
podía mirar al frente, no podía girar el cuello apenas, tenía que girar el
cuerpo entero. Caminó y caminó en busca de un poco de luz que le indicara
la salida. Al fin encontró lo que estaba buscando, se encaminó hacia allí y
cuando salió al exterior se dio cuenta de que aquello no era una cueva, era
tela, y justo delante había una especie de montaña blanca y esponjosa. Se
subió a lo alto para poder ver mejor y saber dónde estaba. Cuando
observó, se percató de que no estaba en un paraje dejado de la mano de
Dios sino en su propia habitación. Reconoció su silla, su mesa, su maleta
preparada, la ropa de educación física, los zapatos dejados de cualquier
manera, el pantalón hecho un ovillo bajo la mesa, un calcetín sucio
colgando de los bordes de la papelera, un cartón de zumo estrujado sobre
la mesilla de noche con gotas alrededor que había derramado la tarde del
domingo; en resumen, el desorden del que tanto se quejan nuestras
madres y que nosotros no vemos aunque sea evidente.
Molinger se acercó al borde de la montaña. Ahora ya sabía que era la
almohada y que la cueva no era tal, sino que eran las sábanas de su cama,
y quiso bajar al suelo pero no sabía cómo hacerlo. Se acercó más y más al
borde, fue bajando poco a poco hasta que llegó al suelo. Fue hasta la
puerta, la cual no tuvo ni que abrir puesto que era tan pequeño que cabía
por debajo. Una vez fuera de la habitación se dirigió a la cocina, como
hacía todas las mañanas antes de ir a clase. Allí vio a dos cucarachas
comiendo un poco de tomate frito derramado en el suelo de la cena del día
anterior. Se acercó a ellas, que tampoco tardaron en percatarse de su
presencia. La reacción de Molinger fue una mezcla de asco y miedo. Sin
embargo, ellas parecían mirarlo con simpatía y como si lo conocieran de
toda la vida.
―¡Ven! ¡No seas tímido! ―le dijeron― ¡come un poco, camarada! ¡se te ve
con hambre!―, ofreciéndole un poco de aquel resto de tomate que para
ellas era un suculento manjar.
―No, gracias ―dijo Molinger― no tengo hambre.
―¡Como quieras, camarada! ¡yo me llamo Will y aquí mi compadre se llama
Jony! ¿Cuál es tu nombre, camarada?
―Me llamo Mol… ―De repente se escuchó un grito ensordecedor.
―¡AAAAAAAA! ¡Cucarachaaaaas!― Una mujer enorme, vestida con una
bata y rulos en la cabeza, gritaba aterrorizada, pero no lo estaba tanto
como Jony y Will, que eran los más asustados. Para sorpresa de Molinger,
esa mujer inmensa no era otra que su propia madre. Entonces fue cuando
Molinger supo que se había convertido en una asquerosa cucaracha. De
pronto una nube de gas verde los envolvió asfixiándolos poco a poco. Los
tres corrieron de un lado para otro intentando librarse de aquel gas. Jony
era el que peor estaba puesto que no podía apenas respirar y quedó en el
suelo casi sin vida, Will sentía mucho la pérdida de su compañero y
retrocedió para ayudarle y Molinger hizo lo mismo, sentía pena por él.
―¡Jony, no te rindas aún! ¡Tu misión no ha acabado todavía! ―gritaba Will
haciendo un gran esfuerzo por respirar.
―Siento no haber podido acabar la misión ―dijo Jony con lágrimas en los
ojos.
―¡Lo has hecho muy bien! ¡Eres el mejor soldado que he tenido! ―dijo Will
muy emocionado y sincero.
Jony soltó un suspiro ―aaajjjj― y se fue.
―¡Jonyyyyyy! ―gritó Will y sollozó por tan enorme pérdida sin ocultar su
tristeza.
La madre de Molinger disparó otra ráfaga de gas con ese alargado bote en
el que se leían las palabras CUCAL, MATA A TODAS LAS CUCARACHAS EN
UN INSTANTE. Will y Molinger abandonaron el cuerpo inerte de Jony para
escapar, porque con él a cuestas no llegarían muy lejos. Corrieron hasta el
salón, se escabulleron bajo el sofá y se introdujeron por una pequeña grieta
que había en uno de los laterales del enchufe del teléfono. Ya allí dentro y a
salvo del mortífero gas, Will le dijo que procurara no salir al exterior
durante un tiempo. Llevó a Molinger hasta una gran sala con muchas
cañerías cruzando por enmedio. Estaban justo debajo del cuarto de baño,
bajo la bañera para ser exactos. Allí vivía toda una colonia de cucarachas y
a Molinger le daba tanto asco que si todavía fuera humano hubiera
vomitado. Will lo presentó a los cuatro grandes mandamases de la colonia,
que tenían una lata de anchoas como mesa. Eran grandes en el sentido de
gloriosos y también refiriéndose al tamaño, porque eran las cucarachas
más gigantes y repugnantes que pudierais imaginar. Entonces comenzó el
interrogatorio:
―¿Dónde vives? ―preguntó la cucaracha de la derecha, que era la más
vieja y que se contaba que había sobrevivido a un holocausto nuclear .
―En esta misma casa ―respondió Molinger dudando si era la respuesta
correcta.
―¿Cómo te llamas? ―Preguntó la cucaracha más grande y gorda, tan
grande como una rata.
―Me… me llamo… Molinger―. Cada vez más dudoso de la respuesta que
daba.
Esa respuesta provocó un gran murmullo entre toda la colonia.
―¡¡¿Molinger?!! ―preguntó enfadada la cucaracha reina que estaba
sentada a la izquierda de la lata.
―¡¿El mismo Molinger que ha matado a decenas de camaradas nuestros
con ese extraño artilugio de goma?! ―exclamó el coronel. ―¿qué
deberíamos hacer con él?
―¡Matarlo, que sufra igual que uno de los nuestros! ―dijo la cucaracha
más grande y gorda. Toda la colonia parecía estar de acuerdo con su
propuesta. Y Molinger no se lo pensó dos veces, echó a correr tan rápido
como se lo permitían sus patitas de insecto. Casi toda la colonia excepto la
reina y la cucaracha más vieja estaban ya detrás de Molinger. Cuando ya
estaba a punto de rendirse, una voz le llamó susurrándole. Era Will,
agradecido por la ayuda prestada al escapar del gas, le indicó la salida y se
fue corriendo para que no lo acusaran de cómplice. Cuando Molinger salió
de detrás del sofá ya eran las 3:30, su madre estaba preparando el
almuerzo y su padre estaba a punto de llegar del trabajo. Cuando el padre
llegó cansado del trabajo, le dio un beso a su mujer, dejó su maletín en la
silla del comedor, fue a tumbarse al sofá para ver Saber y ganar. Entonces
se fijó en Molinger:
―¡Papá, no lo hagas! ―dijo Molinger antes de que el padre le aplastara con
su zapato.
―Qué asco de cucarachas ―dijo el padre, que miró debajo del sofá para
saber de dónde habría salido. Vio la grieta, cogió el Cucal y echó una buena
rociada dentro. ―Ya no volverán a salir más de ahí― Y efectivamente ya no
volvieron a salir cucarachas de ahí porque justo aquella tarde el padre tapó
el agujero.
En cuanto al pobre Molinger, le pusieron falta ese día en el instituto y los
padres nunca volvieron a ver a su hijo que estaba aplastado debajo de la
suela del zapato de su propio padre, sin que él lo supiera.
Eugenio Tapia Martín
LAS ABEJAS NO SON MALAS
Cuando, tras un sueño intranquilo, yo, Paulina Méndez Cubillo, una
chica de seis años y medio, rubia, delgada y un poco bajita para mi
edad, me desperté, me encontraba en un lugar oscuro; me asusté y
empecé a chillar. Pensaba que me habían secuestrado, intenté salir,
pero no podía, palpé la superficie del lugar, parecía una celda, lo raro
era que tenía forma de hexágono y era pringosa. Al ratito escuché un
sonido que me era familiar, pero ¿quién era?, me puse a pensar. Tras
unos segundos averigüe que era el sonido de las abejas. Volví a
chillar, esta vez caí de mi celda y en ese mismo instante me di cuenta
de que me había convertido en una abeja. Me dio verdadero asco, les
tengo un miedo horrible a estos insectos. Mis padres son apicultores
y están con abejas todo el día, y yo ya tendría que estar familiarizada
con ellas, al verme así, empecé a chillar descontroladamente, en ese
momento empezaron a venir abejas de todas partes y yo chillé aún
más, cada vez estaba más asustada. Una abeja se acercó a mi y me
preguntó qué me pasaba, yo entre lagrimas le expliqué a toda la
colmena lo ocurrido.
La abeja que me preguntó por qué estaba llorando me dijo que me
creía y que me iba a ayudar. Me refirió que le esperase a la salida de
la colmena. Como yo no sabía dónde estaba la salida, le pedí a uno
de los guardias que me guiase hacia ella, el guardia con una sonrisa
me guió hacía la salida, me explicó que no intentase saltar, que mis
alas todavía no eran suficientemente fuertes para emprender el
vuelo. Al ratito vino la abeja que me había prometido ayudarme, con
un extraño artilugio, la abeja me dijo que era un aparato que
permitía volar, este aparatejo tenía arriba una especie de bicicleta
con alas y abajo una especie de cesta con un colchón y un cinturón.
Cuando ya me había explicado cómo tenía que sentarme, me susurró
que íbamos a ver a un antiguo hechicero cuyo nombre era Cigarrilla
Simploncilla que posiblemente quisiera ayudarme. Yo, muy feliz de
escuchar esto, me senté en la cesta y le dije a la abeja que ya estaba
lista, así que nos pusimos en marcha. Cuando ya estábamos cerca,
me sugirió que me bajase, y yo con mucho miedo le dije que no sabía
volar, ella me refirió que no tuviese miedo puesto que ella cuando era
pequeña siempre se tiraba por allí y que había unas hierbas muy
blanditas, así que yo armándome de coraje me tiré del aparato y de
hecho no me hice daño, la abeja me dijo que me quedara allí, que
ella iba a aparcar el aparato volador, al rato apareció volando, el gran
sabio se encontraba justo en el árbol que tenía al lado, llamamos a la
puerta, y nos abrió , nos invitó a entrar y a sentarnos, yo le expuse
mi problema y el me dijo que tenía la solución, aparte de solucionar
mi problema me iba a dar dos pócimas, una para ser abeja y otra
para ser humana, estas dos pócimas las iba a esconder debajo del
viejo roble, el problema era que el día empezaría desde el principio y
no me acordaría de nada de lo ocurrido, yo feliz bebí la poción pero
antes les dije que nunca olvidaría lo que las abejas podían llegar a ser
y colorín colorado este cuento se ha acabado.
Irene Sánchez Galea
EL MAYOR VIAJE DE LA MARIPOSA MONARCA
Hola, mi nombre es Ana Bécares y os voy a contar mi historia de
cuando tenía quince años y sí, lo sé, entiendo que penséis que cómo con esa edad se va a contar algo realmente interesante, pero eso, la
edad, fue para mí la peor parte, porque lo que me pasó, no lo hubiera llevado bien ni un adulto, más veterano en la asignatura de la vida…
pero me tocó a mí vivir esto.
Era el día de mi quince cumpleaños, lo cual no me hacía gracia
porque tenía el peor examen de todos, un final de historia. Por lo que mi sueño había sido intranquilo y nada reparador. Cuando el
despertador sonó y me desperté… ahí empezó mi pesadilla. Al apagar el reloj y somnolienta mirarme la mano, me dio un vuelco el corazón,
no era mi mano sonrosada, con mis uñas pintadas de rojo, era una horripilante forma picuda en color negro. Me miré sobrecogida, el
resto de mi cuerpo bajo las sábanas. Fue peor, tenía dos cilindros con puntos blancos repartidos por su superficie en lugar de mi figura de
siempre. Creedme, suena incluso mejor de lo que verdaderamente supuso para mí. Solo podía pensar “no, no puede ser, esto tiene que
ser una pesadilla”. Me dirigí hacia el espejo de pie de mi habitación… me quedé sin palabras. Era incapaz de pensar en nada, solo podía
concentrarme en la imagen que tenía ante mi. Me había transformado de la noche a la mañana en una mariposa monarca. Aunque seguía
conservando mi tamaño original. En mi corazón tenía un cúmulo de
sentimientos contradictorios. Una mezcla entre fascinación y horror. Por una parte no podía apartar la vista de las maravillosas alas que
enmarcaban mi ahora raquítico cuerpo…
He de comentaros, queridos amigo, que yo amaba y sigo amando la Ciencia, ya que para mi es la respuesta a las preguntas que todos nos
hemos formulado alguna vez sobre el mundo. Por ello, había capturado y estudiado a las mariposas, y reconocería esas alas
anaranjadas en cualquier sitio. Pero verlas desde esa perspectiva, con las tonalidades doradas y naranjas, enmarcadas por franjas negras;
ese brillo; y el movimiento que ahora formaba parte de mi, me produjeron una tremenda conmoción.
Después volví a la realidad. ¡Tenía que darme cuenta de lo que todo
esto significaba! Todos mis sueños pisados, las cosas que aún me
quedaban por vivir rotas. Mi futuro, en definitiva… destrozado.
Grité pero nada. ¡No podía hablar!. Me quedé paralizada, ¿Qué voy a hacer ahora? Me dije. En ese momento llegó mi madre, extrañada por
mi tardanza. Como es lógico, se le quedaron los ojos como platos, y empezó a ponerse pálida. “¿Mama?” Pensé. La oí gritar. Gritó como
nunca antes la había oído , de miedo, de asombro, de espanto… o
puede que de todo a la vez.
Corrió escaleras abajo, no sin antes cerrar la puerta tras ella. Mi
primera intención fue correr hacia ella e intentar abrirla, pero claro,
las mariposas no tienen pulgares, esta vez la evolución no estaba de mi parte. Solté una maldición y me dirigí a la ventana. Cerrada. Lo
único que podía hacer era esperar. Eso hice durante toda una hora, pensando en lo que había pasado y en lo que conllevaba. No me
graduaré, no iré a la universidad, no lograré ser una gran científica…
Lo más probable es que ni mi familia ni mis amigos me comprendan, no creo que entiendan lo que me ha pasado.
Todo esto me estaba haciendo caer en un pozo sin fondo, del que
desgraciadamente no sabía si podría salir, o simplemente me dedicaría a caer, hasta que me aplastara contra el suelo, como el
insecto que soy ahora.
Sin tiempo para reaccionar, mi puerta se abrió de golpe, y un tumulto
de hombres con cascos y trajes blancos se abalanzaron contra mi con redes y spray somnífero.
Tengo un vago espejismo de ese momento, por la droga y la excesiva
cantidad de gente en mi estrecho pasillo. Solo recuerdo la cara de mi madre, pálida, con la sombra del dolor reflejada en su rostro y con
lágrimas en los ojos. Pero lo peor fue ver su expresión de miedo cuando me miró.
Me desperté en una camilla, rodeada de personas con batas blancas y
aparatos que no eran precisamente máquinas de golosinas. Uno de ellos tenía un bisturí y se dirigía hacia mi, entonces recordé como yo
había hecho lo mismo con las mariposas de mis investigaciones. Las traté como cuerpos, no como seres vivos… y eso era precisamente lo
que estaba recibiendo. Desde una perspectiva mucho peor a la que
estaba acostumbrada.
En ese momento, vi algo sorprendente, una cantidad impresionante de mariposas monarca. Una de ellas se acercó a mi y me dijo:
Cuéntale al mundo la lección que has aprendido, Ana.
Y volví a ser humana. Todos me miraban con un asombro y
expectación palpables, pero mi madre, mi madre estaba radiante de felicidad.
Cuando salí, amigos, en los medios de comunicación (lógicamente mi
historia había sorprendido al mundo entero), conté todo lo que vi sobre el maltrato animal, el hecho de que para la Ciencia los animales
de sus experimentos no son nada, y que eso hay que cambiarlo.
Aunque no conté cómo esa bandada de mariposas me ayudó a
comprender esto.
Ahora, treinta años después, además de ser una reconocida científica,
soy la presidenta de una asociación contra el maltrato animal.
No sé por qué las mariposas me eligieron a mi, pero no me importa porque me hicieron ver tanto a mi, y gracias a mi noticia, al mundo
entero, esta lección.
Esta vez, una monarca no ha hecho viajes entre América Norte y Central, ha recorrido un camino aún mas largo, para luchar contra
esa injusticia.
Esta, queridos lectores, es la historia del mayor viaje de una mariposa monarca.
LAURA PÉREZ HUERGA
UN PEQUEÑO SER QUE PROVOCÓ UN GRAN CAMBIO
Cuando, tras un sueño intranquilo, Luis Salvatierra se despertó esa
mañana, era como otra cualquiera. Los rayos del sol entraban por la
ventana y la habitación estaba inundada por el olor a café con
churros del bar de la esquina. Se estiró un poco en la cama antes de
ponerse en pie, costumbre que tenía desde los 8 años y ya habían
pasado algunos más. A continuación hizo el intento de ponerse en pie
aunque desde que se había despertado tenía una extraña sensación,
pero no le dio mucha importancia. Por fin se puso en pie y para su
sorpresa algo había cambiado, se había convertido en un insecto
diminuto, era un mosquito. Luis vivía solo, en un piso no demasiado
grande, aunque ahora le pareciera el lugar más grande del mundo.
En ese momento estaba muy aturdido, no sabía ni qué hacer, ni que
pensar.
Pero por un momento se paró y pensó que su vida era un desastre:
tenía 28 años y no tenía novia, su trabajo no es que le encantara,
aún tenía que ir a casa de sus padres una o dos veces a la semana
porque aunque fuera difícil de creer no podía vivir sin ellos ya que no
sabía ni planchar, ni cocinar, ni limpiar, parecía que aún vivía con
ellos y con sus hermanos. Sin contar que siempre llegaba tarde a los
sitios, nunca iba vestido en condiciones… total que decidió aprovechar
la oportunidad y ver el mundo desde otro punto de vista, nada más y
nada menos que desde la de un mosquito.
Así que se le ocurrió la idea de ver qué pensaban y hacían sus amigos
mientras él no estaba delante, pero eso no era tan fácil ya que no
tenía ni idea de cómo comenzar a volar. Por mucho que agitaba las
alas no se levantaba ni un milímetro del suelo, hasta que por fin
consiguió volar, así que cogió y fue a la calle a ver cómo se veía
desde el punto de vista de un diminuto e insignificante mosquito. Era
un momento muy feliz, ya que iba por la calle mirando a todos sin
que lo vieran, notaba una sensación extraña pero a la vez agradable
y decidió aprovecharlo.
Fue a casa de sus padres a ver si decían algo de él y por fin, tras
media hora de camino, llego a la casa donde había pasado su infancia
y entró. Sigilosamente entró en la casa y no le pareció escuchar
nada, pero de repente un olor a guiso recién hecho le sorprendió.
Siguió el olor hasta llegar a la cocina y observó que su madre estaba
cocinando su famoso guiso. Desde siempre esa fue su comida favorita
y sin que nadie lo viera probó un poco. Estaba increíble, como
siempre; a los pocos minutos llegó su padre del trabajo. Ambos se
fueron para el salón con cara seria y comenzaron a hablar, cosa que
muy pocas veces hacían. En esa conversación trataron varios temas y
uno de ellos era el futuro de su hijo Luis, decían que estaban
preocupados porque no salía apenas de su piso, solo iba al trabajo y
a casa de sus padres y eso nos les gustaba demasiado.
Al escuchar esto, sintió tristeza aunque a la vez sabía que lo que
decían sus padres era verdad, cabizbajo volvió a su casa pero en el
camino se chocó con algo, levantó la cabeza y allí estaba la chica más
guapa que jamás había visto. Era rubia, con ojos azules y una piel
suave y resbaladiza, ella siguió andando, pero él se quedó
estupefacto. Por muy contento que le había puesto encontrarse con
esa chica, su cabeza no paraba de darle vueltas a lo que dijeron sus
padres, pensaba que en cierta manera les había decepcionado y eso
para él era lo peor… Pero entonces se le ocurrió visitar a unos amigos
para ver qué pensaban ellos de él. Y así lo hizo, fue a la casa de un
amigo que justo estaba hablando por teléfono, en esa conversación
decía que iba a hacer una fiesta por su cumpleaños y que pensaba
invitar a sus amigos a tomar unas copas. Al poco tiempo colgó y
cogió el listín de teléfonos, comenzó a llamar a algunos y justo
cuando llegó a la L dijo a Luis ni si quiera lo llamo porque seguro que
o tiene que trabajar o no le apetece. Cuando él escuchó eso, se sintió
muy apenado ya que se dio cuenta de que todos estaban de acuerdo,
que su vida cada día era más aburrida y siempre con la misma rutina.
Así que llegó a su casa y ahora quería volver a su cuerpo para
intentar solucionar todo, pero no sabía cómo. Esperó semanas, hasta
que ya había asumido que nunca más volvería a su vida, subió a la
azotea y justo en ese momento… volvió a ser humano. Lo consiguió y
a partir de ahí su vida cambió por completo.
5 MESES DESPUÉS…
Consiguió trabajar en una revista, lo que siempre había deseado,
aprendió a organizase y a tener su casa ordenada y cuidada. Su vida
era perfecta excepto en una cosa, el amor.
Ese día iba caminando por la calle y reconoció a alguien que le resultó
muy familiar, pero no conseguía saber quién era. Se acordó de
pronto: era esa chica que un día se encontró, la que era tan guapa y
suave. Se conocieron, tuvieron citas, se fueron a vivir juntos y al final
se casaron.
Esto le enseñó que a veces conviene cambiar el punto de vista para
darse cuenta de cosas que antes ni te imaginabas, porque no siempre
son lo que parecen. Y después intentar cambiar, porque ese cambio
puede ser lo que te hacía falta para mejorar tu vida en todos los
sentidos.
Marta Delgado Mayolín
EL EFECTO MARIPOSA
Una mañana, tras un sueño intranquilo me desperté convertido en
insecto. Si, han oido bien, me transformé inexplicablemente en un
insecto, en concreto en una majestuosa mariposa aunque en esos
momentos no me pareciese para nada majestuosa.
Mi nombre es Miguel Van Poe. Soy un hombre normal, trabajador y
sobre todo solitario. No tengo mujer, ni hijos, ni siquiera tengo novia.
El trabajo lo es todo para mí, llevo unos quince años como empleado
de una de las mayores empresas del mundo. Mi cargo es jefe de
relaciones o, como lo llamo yo, el chico de lo recados. Mi función es
trabajar para la empresa de forma eficiente las veinticuatro horas al
día y siete días a la semana, haciendo lo que me manden: mostrar
nuestros productos, hacer acuerdos con todo tipo de instituciones
para que nos publiciten, viajar a mil y un lugares a cual más extraño
solo para conversar con verdaderos maestros de nuestro género y
muchas cosas más.
Por ello no tengo tiempo para mí. Mi vida social es, en resumidas
cuentas, inexistente. Pero ahora, después de cinco años de duro y
agotador trabajo, tengo vacaciones, unas merecidísimas vacaciones.
Me encuentro en el Hotel Carl Fisher, el más prestigioso hotel del
continente europeo, Tenía pensado descansar durante los tres meses
de vacaciones que me había ganado con mi indescriptible esfuerzo,
mi intención era conocer gente, viajar por el mundo, probar todo tipo
de comidas y no preocuparme del trabajo durante un tiempo.
Ayer fue cuando llegué al hotel. Era impresionante, antes de nada se
abría ante mi una interminable muralla de estilo medieval repleta de
ventanales. La muralla daba un toque rústico a aquel lugar. Según leí
en la guía de viaje, el Hotel Carl Fisher era, antiguamente, un castillo
que había pertenecido a varios condes importatísimos de Inglaterra, a
día de hoy la muralla es una de las dos únicas partes que se
conservan del antiguo castillo, la otra es una especie de torre en la
que los días de fin de año el propio Carl Fisher sube a lo alto y dice
unas palabras.
Yo me aproximaba lentamente con mi coche hacia la grandiosa
puerta que se encontraba en la muralla, en la cual se podía leer en
letras doradas Hotel Carl Fisher con sus cinco estrellas
correspondientes justo encima. Cuando frené, a escasos centímetros
de la puerta, una mujer se me acercó.
―Buenos días, señor, bienvenido al prestigioso hotel Carl Fisher,
¿tiene usted el pase necesario para entrar? ―Dijo la mujer con un
suave movimiento de cuello.
En ese momento no sé lo que me ocurrió, se me nubló la mente, no
me salían las palabras. Pero no pienso mentiros, esto no era algo
extraño en mí. En mis cientos de viajes como empresario he hablado
con miles de personas, pero cuando hablo con alguna mujer que me
resulte muy atractiva siempre me ocurre esto. En esta ocasión no iba
a ser menos. La mujer era hermosa, tenía el cabello castaño, su piel
era color canela, sus mejillas rosadas, sus dientes eran blancos como
las perlas, sus labios brillantes, pero sobre todo sus ojos anaranjados
fueron los culpables de que me volviese a dar uno de mis desmayos.
Horas después me encontraba en la habitación del hotel convertido
en mariposa. En otra situación habría dicho que cosas más raras se
han visto, pero en esta ocasión no me atreví a pronunciar estas
palabras. Yo no era una mariposa normal y corriente, no. Yo era la
mariposa más grande jamás vista, era aproximadamente de la altura
de un humano aunque me sentía mucho más ligero, lo cual es normal
ya que los huesos y músculos deben pesar lo suyo. Quería ver mi
nuevo aspecto, y supuestamente temporal, ya que todo esto debía de
ser un sueño. Intenté levantarme de la cama como solía hacer
normalmente pero en esta ocasión no solo me levanté, sino que volé
hacia el techo estanpándome contra él tan fuerte que incluso se me
dobló un poco el ala derecha. Al poco tiempo caí como una pluma
mecida por el viento en la alfombra de la habitación. La alfombra
debía de ser de una textura maravillosa, aunque yo no noté nada del
otro mundo, incluso me hacía cosquillas, así que antes de saber cómo
reía una mariposa, volví a levantarme, esta vez con menos fuerza
para no volver a chocarme. Ahora la cosa fue mejor, me alcé del
suelo medio metro y con dificultad conseguí quedarme suspendido en
el aire, movía mucho las alas, pero apenas me cansaba, observé la
habitación, era muy amplia y su decoración clásica y elegante. En el
techo colgaba una lámpara enorme que iluminaba la habitación por
completo. En unas de las paredes se encontraba un gran mirador con
terraza incluida que tenía vistas a la montaña y al mar, era una
combinación relajante, pero en ese momento yo estaba demasiado
preocupado como para ponerme a contemplar aquel maravilloso
paisaje...
―¡Toc toc! ―llamaban a la puerta. Alguien llamaba a mi habitación.
¡Quién podía ser? No había visto a nadie en el hotel excepto a aquella
mujer de la entrada, ni siquiera sabía cómo me había convertido en
insecto. En ese instante empecé a pensar que todo aquello podía no
ser un sueño. Una sensación extraña me recorría el cuerpo, una
mezcla de horror y preocupación. No sabía qué hacer... ―¡Toc, toc!
―Otra vez llamaron a la puerta, esta vez más fuerte. Era extraño, si
era la limpiadora la que llamaba podría haber abierto la puerta sin
problema, pero no fue así, supongo que será una norma del hotel. En
la puerta no había mirilla pero justo al lado si que había una pantalla
de marca Samsung que podía activarse para ver quién había al otro
lado de la puerta. Quizás sea alguien para ayudarme, o por el
contrario solo sea un empleado del hotel, si fuera este caso sería
mejor no abrirle la puerta. Intenté pulsar el botoncito con mi ala
derecha, pero no tenía fuerza para poder pulsarlo; así que intenté
otra cosa, me giré, cogí carrerilla y me estampé contra los botones
con todas mis fuerzas para activarlos, quizás con suerte se
encendiese la pantalla, pero no fue así, la pantalla seguía negra como
la noche... ―¡Toc toc! ¡Ábrame, sé que está ahi, le estoy oyendo!―.
Una sensación fría me recorrió todo el cuerpo, desde mis delgadas
alas hasta mi antena izquiera, pasando por mi enroscada trompa, me
había escuchado, ahora no podía pasar desapercibido, debía saber
quién había al otro lado. Me coloqué delante del botón y como si
sacase la lengua, densenrosqué mi trompa y pulsé con todas mis
fuerzas el botón. La pantalla se encendió y en ella vi a la mujer una
vez más.
Su mirada cautivadora, su cuerpo perfecto... No recuerdo más, me
volví a desmayar, volvió a ocurrirme. Tras un tiempo dormido y con
sueños extraños me desperté, me desperté en la habitación, tendido
delante de la puerta y con el cuerpo desnudo... ya no era una
mariposa, pero ¿qué había pasado?.
Pablo Reina Villagrán
EN BUSCA DEL INSECTO PERDIDO
Cuando tras un sueño intranquilo, Ramón Fuentes se despertó esa
mañana en una cueva inhóspita, fría y muy silenciosa, sobre su cabeza
caían gotitas de agua, y entonces, en ese momento se dio cuenta de que
no podía moverse. Era una persona de pelo castaño, ojos marrones y no
muy alta, agradable, graciosa, solitaria y muy trabajadora que se convirtió
en una mariposa de colores chillones, especialmente naranja y amarillo,
con esas alas tan majestuosas, con cuatro patas peludas y con dos
grandes ojos. A él le encantaban las mariposas, y esa era la que más le
gustaba, la mariposa monarca. También sabía que su vida era de nueve
meses, no como otras que viven menos de una semana. Y entonces se
preguntó: ¿Por qué razón no puedo moverme?, ¿qué me lo impide? Una
hora después dio con la tecla, no tenía polvo en las alas. No sabía cómo
salir, pero en ese momento sabía dónde estaba, era una cueva que se
encontraba en el parque de al lado de su casa, a sus niños les daba miedo
entrar allí. Al día siguiente se despertó y recordó que debía entregar un
proyecto de arquitectura muy importante que le solucionaría muchos
gastos. Su familia lo buscaba sin cesar, se componía de su mujer
Madeleine alta, delgada, rubia, ojos marrones, y Polaca de nacionalidad.
Sus hijos Jaime y Lina. Jaime era divertido y gracioso como su padre, de
pelo castaño, ojos azules y alto para su edad. Tenía diez años. A Lina le
encantaba leer, era como su madre, de pelo rubio, ojos azules y muy alta.
Tenía doce años. Su familia llamó a la policía y no pararon de buscarle.
Ocho meses después en su escritorio se encontraba una nota que decía:
“Hola, soy vuestro padre. Me encontraréis en la cueva del parque”. Esto lo
escribió mientras entraba en transformación. Ellos cogieron rápidamente y
fueron en dirección al parque. Ramón ya estaba cansado de alimentarse
de moscas, cucarachas etc. Todo lo que se encontrase. Tenía un montón
de hambre, creía que iba a morir. Y en ese momento entró su familia
corriendo desesperadamente a la cueva, y vieron una mariposa enorme.
No era una cualquiera. Ramón los vio y gritó con todas sus fuerzas, ¡podía
hablar!, no lo sabía. Su familia anonadada lo cogió. Se lo llevó a su casa.
El dijo: “Me falta un día para morir, si no llamáis al brujo moriré a las
12:00”. Su familia llamó inmediatamente al brujo y vino a las 11:30, por
problemas personales.
Gracias al hechizo que este hizo pudo volver a ser él. Finalmente entregó
el proyecto un poco tarde pero lo comprendieron. Y tras jubilarse se
dedicó a su mayor hobby, investigar sobre las mariposas monarca, ya que
tenía la experiencia y la suerte de haber podido transformarse en el
animal que más le gustaba, pero no en las mejores condiciones.
Román Perignat López
METAMORFOSIS SIN TÍTULO
Cuando, tras un sueño agitado, Clifford Claypool se despertó de su cama,
todo seguía igual que siempre. Se desperezó, miró y maldijo aquel
despertador que rompía su paz cada mañana a las siete y se dirigió a la
cocina para desayunar algo. Una vez allí, notó que le pesaba
excesivamente el cuerpo. Su visión empezó a nublarse y sus parpados se
cerraban contra su voluntad. Cayó al suelo redondo. Aquel suelo de
baldosas azules se convirtió en su nuevo lecho. Según sus cálculos, que
hizo al despertarse, estuvo allí unas 5 horas, demasiado para ir ya a su
trabajo como químico. Realmente le alegró no tener que ir. Todo aquel
olor a azufre desaparecerían por un día a cambio de un golpecito contra el
suelo en la cabeza y un rato de sueño. Abrió los ojos. Veía raro, como si
pudiera angular su visión más de lo normal. Pensó que no sería más que
un pequeño efecto retardado de la caída. Se levanto. Más bien, intentó
levantarse. En vano. Sentía que sus huesos no estaban donde deberían y
que sus brazos eran finos, y bueno, que eran cuatro… Sus piernas
también eran finas, y empezó a asustarse un poco. Ni siquiera él supo
cómo, se dio la vuelta. Se fijó que tenia un par de alas en la parte trasera
del torso. Las intentó usar. Se golpeó fuertemente contra el techo y bajó
al suelo como un peso muerto. Algo aturdido, consiguió salir de aquella
maldita cocina. Llegó a la calle, donde la gente le miraba con una mezcla
de miedo y repulsión. Vio a un señor trajeado, que ponía cara de odio
mientras le miraba y hablaba por teléfono. Unos quince minutos después
de que una muchedumbre le rodeara, una extraña gente con trajes
blancos lo cogió y lo llevo a una especie de laboratorio. Experimentaron
un tiempo con él. Aparentemente, luego se aburrieron de Cliff y le dejaron
tirado, metido en una caja de 1x1 y olvidado para la eternidad.
Antonio Hierro Saldaña