La metamorfosis

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LA METAMORFOSIS DE LA METAMORFOSIS UNA TRANSFORMACIÓN INESPERADA Cuando, tras un sueño intranquilo, Vanessa López se despertó esa mañana en su cuarto como era de costumbre, se sintió algo extraña, no podía ver nada, su habitación estaba a oscuras. Vanessa se dirigió rápidamente a encender la lamparita que se encontraba junto a la mesita de noche al lado de su cama, le costaba mucho moverse, pero al fin cuando consiguió encenderla se había convertido en una enorme y hermosa libélula azul. Vanessa al verse ella misma emitió un enorme chillido ¡aaaaah! ¿qué me ha pasado? ¿en qué me he convertido? Su asombro fue impresionante al ver en lo que se había transformado: era una libélula con unas patas larguísimas, en el tórax rayas negras y azules alternándose y unas alas azules con algunas sombras en negro. Llegaba la hora de irse al instituto, y no sabía cómo poder salir de su habitación, contárselo a sus padres y nada menos presentarse en

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Creación literaria

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LA METAMORFOSIS DE LA METAMORFOSIS

UNA TRANSFORMACIÓN INESPERADA

Cuando, tras un sueño intranquilo, Vanessa López se despertó esa

mañana en su cuarto como era de costumbre, se sintió algo extraña,

no podía ver nada, su habitación estaba a oscuras. Vanessa se dirigió

rápidamente a encender la lamparita que se encontraba junto a la

mesita de noche al lado de su cama, le costaba mucho moverse, pero

al fin cuando consiguió encenderla se había convertido en una

enorme y hermosa libélula azul. Vanessa al verse ella misma emitió

un enorme chillido ¡aaaaah! ¿qué me ha pasado? ¿en qué me he

convertido? Su asombro fue impresionante al ver en lo que se había

transformado: era una libélula con unas patas larguísimas, en el

tórax rayas negras y azules alternándose y unas alas azules con

algunas sombras en negro.

Llegaba la hora de irse al instituto, y no sabía cómo poder salir de su

habitación, contárselo a sus padres y nada menos presentarse en

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clase con ese aspecto. Así que decidió no ir ese día a clases y llamar

a Sonia, su amiga, urgentemente.

Cuando Vanessa se hizo del teléfono, al querer marcar los números

era muy complicado para ella ya que sus largas y finas patas le

impedían marcar correctamente. Cuando al fin lo consigue y le coge

el teléfono, Vanessa le pide que por favor se tenían que ver y no le

podía fallar. Así las amigas se veían en media hora en la pradera que

había detrás de su casa.

En cuanto los padres de Vanessa salieron a trabajar, ella salió de su

cuarto y se dirigió al reencuentro con su amiga. Cuando las dos

amigas se vieron, Sonia no se lo podía creer al verla. ¡imposible tú no

puedes ser, Vanessa! ¿me he vuelto loca? Vanessa empezó a

explicarle el sueño tan horrible y horripilante de que se convertía en

una libélula azul, y que a las siete de la tarde volvía a tener su

aspecto de siempre. Aunque tenía miedo de que llegara la hora y

siguiera tal y como estaba.

Vanessa y Sonia se pasaron toda la mañana y parte de la tarde

hablando de lo mismo. Llegaron las siete de la tarde y ninguna se dio

cuenta de la hora y, de repente, Vanessa volvió a tener el aspecto de

siempre.

Ambas chillaron de alegría.

Cinthia Flores López

CONVERTIDO EN UN BICHO

tras un sueño intranquilo, me desperté sobresaltado. El corazón me

palpitaba a cien y por alguna razón que desconocía me sentí como un

bicho raro. Sin embargo estaba tan agotado que no me paré a

reparar en ello. Cuando al fin decidí levantarme, me sentí más ligero

de lo normal, pero no le presté mucha atención. Atravesé el pasillo y

me dirigí al servicio a lavarme la cara.

Me quedé paralizado.

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Allí estaba yo, Guillermo Landeen, contemplando mis facciones en el

espejo. Me apreté las manos contra la boca en un esfuerzo de

reprimir el grito. ―¿¡LAS MANOS!? ―pensé. Donde antes estaban mis

manos y mis piernas, estaban en su lugar unas enclenques patas,

casi amorfas, y de mi espalda salían unos bultos agitados. Pero ahí no

acababa todo: observé aquel cuerpo escuálido, desequilibrado y

repulsivo, aquella cabeza redondeada con antenas en la frente y

aquellos hipnóticos ojos negros como pozos, a punto de salirse de sus

órbitas. Eran mis ojos, horrorizados, al ver en lo que me había

convertido. Entonces supe que mi suposición era cierta, me había

convertido en un enorme bicho y para colmo en el que más

detestaba, un grillo. Estuve a punto de romper el espejo cuando de

repente escuché los pasos de mi madre subiendo las escaleras:

―¡Guillermo, dormilón, es hora de despertarse! ―decía mientras yo

me sentía cada vez más acorralado en aquel repulsivo cuerpo―. Me

deje guiar por el instinto y dando saltos como un auténtico grillo salí

pitando hacia mi habitación. Llegué y empujé la gran cómoda de mi

cuarto hasta atascar la puerta. Pensé en escribir una nota falsa donde

pusiera que había ido a casa de algún amigo, así que, dando tumbos

por mi habitación, atrapé un lápiz como pude y arranqué a mordiscos

un trozo de papel de un cuaderno, pero todo fue en vano; no podía

escribir con aquellas patas puntiagudas. Me permití detenerme

durante un segundo. ―¡El móvil! ―pensé. Lo cogí entre mis patas y,

como era táctil, pude lograr escribir con éxito:

HE IDO A CASA DE LUIS, LLEGARÉ PRONTO.

Para ese entonces, mi madre ya forcejeaba la puerta y justo en el

último instante logré esconderme bajo la cama. Mi madre entró, y oí

cómo mascullaba sobre lo desordenado que estaba mi cuarto.

Entonces percibí cómo recogía el móvil y meditaba si castigarme o

no. Por suerte salió del cuarto seguramente a llamar a casa de Luis,

pero ya no importaba. Estaba atónito aún, sin atreverme a dar un

paso. Al fin salí del escondrijo y pensé en la posibilidad de escapar.

No tenía otra salida. Sollocé y me desahogué por lo bajo. Después

empecé a caminar con mi aparatoso cuerpo. Entonces recordé que la

noche anterior los grillos de mi jardín estuvieron cantando durante un

largo tiempo, y tanto yo como mi padre los odiamos, así que, como

otras veces, cogí el insecticida y esparcí por todo el jardín. Ahora

mismo yo era uno de ellos y me sentía fatal. Aparté todo

pensamiento de mi mente. Por lo pronto me escondería donde viven

los grillos, en el jardín. Por supuesto no pensaba bajar las escaleras y

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dejar que mi madre me viese así. En cambio, abrí las ventanas. Me

tiré, aunque inseguro, para practicar el salto y cuando entorné los

ojos de nuevo, estaba en medio de un jardín poco cuidado y

marchitado. Aun así me entraron unas enormes ganas de devorar

plantas y vegetales; supuse que era un efecto de la metamorfosis.

Entonces recordé cómo mi madre había insistido en que regase las

plantas y cuántas veces pasé del tema. De ello también ahora me

arrepentía. Suspiré y pensé en que no solo me había convertido en

un bicho sino también en un vegetariano. Si volvía a ser humano, sin

duda cuidaría del jardín. Algo me apartó de nuevo de mis

pensamientos; era otro grillo y también mi oportunidad de

disculparme:

―Hola, soy el dueño del jardín, siento haber sido tan descuidado con

él. ―Le solté con voz temblorosa mientras sentía cómo era sustituida

por un constante crick, crick.

El grillo, perplejo y asustado, huyó sin decir palabra. Entonces me di

cuenta de que mi tamaño, a pesar de ser un grillo, era como el de un

chico de trece años. Al menos eso conservaba. Resoplé, aún

observando el diminuto grillo que excavaba un hoyo en la tierra, tal

vez para escapar o simplemente para tener un lugar privado donde

cobijarse. Lo imité. Claro está que mi hoyo tardó unas cuantas horas

en hacerse espacioso y a mi medida. Me sorprendió que me resultase

cómodo y apacible, y sobre todo reconfortante, estar allí. Al cabo de

unas cuantas horas más yacía dormido. Me desperté de nuevo, con la

misma sensación de antes. Era ya de noche y la vida nocturna de los

grillos comenzó. Escuché las canciones de los grillos, aquellas que por

la noche detestaba. Ahora en estas circunstancias oír eso era

verdadera música para mis oídos, así que, sin más, me uní al grupo,

desconsolado como estaba. Media hora después lo escuché. Era el

coche de mi padre aparcando al lado del jardín. La idea me horrorizó,

pues al igual que yo, mi padre detestaba el sonido de los grillos, y

muchas veces también recurría al insecticida. ―Y sí… ―pensé― hoy

sería una de sus víctimas. Con suerte tal vez pasaría inadvertido.

―¿¡INADVERTIDO!?, ―suspiré. El hoyo que había construido tendría

más de mi tamaño. Me descubrirían sin lugar a dudas. En un principio

pensé en gritar que estaba allí, que era yo, su hijo, pero rechacé la

idea; mi padre no entendería el idioma de los grillos. Al final me

limité a dejarme cegar por la potente luz de la linterna en la

penumbra, mientras escuchaba a mi padre, horrorizado, y olía el

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perfume que acabaría conmigo, como acabó con los grillos a los que

yo mismo quité la vida.

El corazón aún me palpitaba a cien y me sorprendió ver que aún era

de día. Entonces me di cuenta. Estaba en mi dormitorio, en mi cama

en concreto, con una sábana puesta encima. Corrí desesperado al

espejo. Ahora era de nuevo un rostro humano el que me observaba

desde el otro lado. Sonreí. Sin duda lo primero que haría esa mañana

sería regar el jardín y después tirar a la basura los botes de

insecticidas que encontrase. No sabía si había sido un simple sueño o

no; pero, desde luego, no quería volver a repetir la misma

experiencia.

Emmanuel Guaitoto Bolívar

UN ASQUEROSO DÍA

Cuando, tras un sueño incómodo, Molinger se despertó, tenía la sensación

de que todo era más grande de lo habitual. Intentó levantarse pero no

podía, sus piernas no llegaban al suelo, cuando intentaba darse la vuelta y

casi lo había conseguido, volvía a su posición inicial, era bastante

desesperante. Cuando por fin logró darse la vuelta, se preguntó qué es lo

que había pasado: “a lo mejor me he vuelto parapléjico, pero… ¿Así, de la

noche a la mañana?”.

Molinger estaba muy confuso, no sabía dónde estaba ni qué le pasaba y

tenía que estar en el instituto a las 8:15. Miraba a su alrededor y creía que

estaba metido dentro de una cueva extraña. Además andaba tumbado

boca abajo en una posición que le quitaba campo de visión, por lo que solo

podía mirar al frente, no podía girar el cuello apenas, tenía que girar el

cuerpo entero. Caminó y caminó en busca de un poco de luz que le indicara

la salida. Al fin encontró lo que estaba buscando, se encaminó hacia allí y

cuando salió al exterior se dio cuenta de que aquello no era una cueva, era

tela, y justo delante había una especie de montaña blanca y esponjosa. Se

subió a lo alto para poder ver mejor y saber dónde estaba. Cuando

observó, se percató de que no estaba en un paraje dejado de la mano de

Dios sino en su propia habitación. Reconoció su silla, su mesa, su maleta

preparada, la ropa de educación física, los zapatos dejados de cualquier

manera, el pantalón hecho un ovillo bajo la mesa, un calcetín sucio

colgando de los bordes de la papelera, un cartón de zumo estrujado sobre

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la mesilla de noche con gotas alrededor que había derramado la tarde del

domingo; en resumen, el desorden del que tanto se quejan nuestras

madres y que nosotros no vemos aunque sea evidente.

Molinger se acercó al borde de la montaña. Ahora ya sabía que era la

almohada y que la cueva no era tal, sino que eran las sábanas de su cama,

y quiso bajar al suelo pero no sabía cómo hacerlo. Se acercó más y más al

borde, fue bajando poco a poco hasta que llegó al suelo. Fue hasta la

puerta, la cual no tuvo ni que abrir puesto que era tan pequeño que cabía

por debajo. Una vez fuera de la habitación se dirigió a la cocina, como

hacía todas las mañanas antes de ir a clase. Allí vio a dos cucarachas

comiendo un poco de tomate frito derramado en el suelo de la cena del día

anterior. Se acercó a ellas, que tampoco tardaron en percatarse de su

presencia. La reacción de Molinger fue una mezcla de asco y miedo. Sin

embargo, ellas parecían mirarlo con simpatía y como si lo conocieran de

toda la vida.

―¡Ven! ¡No seas tímido! ―le dijeron― ¡come un poco, camarada! ¡se te ve

con hambre!―, ofreciéndole un poco de aquel resto de tomate que para

ellas era un suculento manjar.

―No, gracias ―dijo Molinger― no tengo hambre.

―¡Como quieras, camarada! ¡yo me llamo Will y aquí mi compadre se llama

Jony! ¿Cuál es tu nombre, camarada?

―Me llamo Mol… ―De repente se escuchó un grito ensordecedor.

―¡AAAAAAAA! ¡Cucarachaaaaas!― Una mujer enorme, vestida con una

bata y rulos en la cabeza, gritaba aterrorizada, pero no lo estaba tanto

como Jony y Will, que eran los más asustados. Para sorpresa de Molinger,

esa mujer inmensa no era otra que su propia madre. Entonces fue cuando

Molinger supo que se había convertido en una asquerosa cucaracha. De

pronto una nube de gas verde los envolvió asfixiándolos poco a poco. Los

tres corrieron de un lado para otro intentando librarse de aquel gas. Jony

era el que peor estaba puesto que no podía apenas respirar y quedó en el

suelo casi sin vida, Will sentía mucho la pérdida de su compañero y

retrocedió para ayudarle y Molinger hizo lo mismo, sentía pena por él.

―¡Jony, no te rindas aún! ¡Tu misión no ha acabado todavía! ―gritaba Will

haciendo un gran esfuerzo por respirar.

―Siento no haber podido acabar la misión ―dijo Jony con lágrimas en los

ojos.

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―¡Lo has hecho muy bien! ¡Eres el mejor soldado que he tenido! ―dijo Will

muy emocionado y sincero.

Jony soltó un suspiro ―aaajjjj― y se fue.

―¡Jonyyyyyy! ―gritó Will y sollozó por tan enorme pérdida sin ocultar su

tristeza.

La madre de Molinger disparó otra ráfaga de gas con ese alargado bote en

el que se leían las palabras CUCAL, MATA A TODAS LAS CUCARACHAS EN

UN INSTANTE. Will y Molinger abandonaron el cuerpo inerte de Jony para

escapar, porque con él a cuestas no llegarían muy lejos. Corrieron hasta el

salón, se escabulleron bajo el sofá y se introdujeron por una pequeña grieta

que había en uno de los laterales del enchufe del teléfono. Ya allí dentro y a

salvo del mortífero gas, Will le dijo que procurara no salir al exterior

durante un tiempo. Llevó a Molinger hasta una gran sala con muchas

cañerías cruzando por enmedio. Estaban justo debajo del cuarto de baño,

bajo la bañera para ser exactos. Allí vivía toda una colonia de cucarachas y

a Molinger le daba tanto asco que si todavía fuera humano hubiera

vomitado. Will lo presentó a los cuatro grandes mandamases de la colonia,

que tenían una lata de anchoas como mesa. Eran grandes en el sentido de

gloriosos y también refiriéndose al tamaño, porque eran las cucarachas

más gigantes y repugnantes que pudierais imaginar. Entonces comenzó el

interrogatorio:

―¿Dónde vives? ―preguntó la cucaracha de la derecha, que era la más

vieja y que se contaba que había sobrevivido a un holocausto nuclear .

―En esta misma casa ―respondió Molinger dudando si era la respuesta

correcta.

―¿Cómo te llamas? ―Preguntó la cucaracha más grande y gorda, tan

grande como una rata.

―Me… me llamo… Molinger―. Cada vez más dudoso de la respuesta que

daba.

Esa respuesta provocó un gran murmullo entre toda la colonia.

―¡¡¿Molinger?!! ―preguntó enfadada la cucaracha reina que estaba

sentada a la izquierda de la lata.

―¡¿El mismo Molinger que ha matado a decenas de camaradas nuestros

con ese extraño artilugio de goma?! ―exclamó el coronel. ―¿qué

deberíamos hacer con él?

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―¡Matarlo, que sufra igual que uno de los nuestros! ―dijo la cucaracha

más grande y gorda. Toda la colonia parecía estar de acuerdo con su

propuesta. Y Molinger no se lo pensó dos veces, echó a correr tan rápido

como se lo permitían sus patitas de insecto. Casi toda la colonia excepto la

reina y la cucaracha más vieja estaban ya detrás de Molinger. Cuando ya

estaba a punto de rendirse, una voz le llamó susurrándole. Era Will,

agradecido por la ayuda prestada al escapar del gas, le indicó la salida y se

fue corriendo para que no lo acusaran de cómplice. Cuando Molinger salió

de detrás del sofá ya eran las 3:30, su madre estaba preparando el

almuerzo y su padre estaba a punto de llegar del trabajo. Cuando el padre

llegó cansado del trabajo, le dio un beso a su mujer, dejó su maletín en la

silla del comedor, fue a tumbarse al sofá para ver Saber y ganar. Entonces

se fijó en Molinger:

―¡Papá, no lo hagas! ―dijo Molinger antes de que el padre le aplastara con

su zapato.

―Qué asco de cucarachas ―dijo el padre, que miró debajo del sofá para

saber de dónde habría salido. Vio la grieta, cogió el Cucal y echó una buena

rociada dentro. ―Ya no volverán a salir más de ahí― Y efectivamente ya no

volvieron a salir cucarachas de ahí porque justo aquella tarde el padre tapó

el agujero.

En cuanto al pobre Molinger, le pusieron falta ese día en el instituto y los

padres nunca volvieron a ver a su hijo que estaba aplastado debajo de la

suela del zapato de su propio padre, sin que él lo supiera.

Eugenio Tapia Martín

LAS ABEJAS NO SON MALAS

Cuando, tras un sueño intranquilo, yo, Paulina Méndez Cubillo, una

chica de seis años y medio, rubia, delgada y un poco bajita para mi

edad, me desperté, me encontraba en un lugar oscuro; me asusté y

empecé a chillar. Pensaba que me habían secuestrado, intenté salir,

pero no podía, palpé la superficie del lugar, parecía una celda, lo raro

era que tenía forma de hexágono y era pringosa. Al ratito escuché un

sonido que me era familiar, pero ¿quién era?, me puse a pensar. Tras

unos segundos averigüe que era el sonido de las abejas. Volví a

chillar, esta vez caí de mi celda y en ese mismo instante me di cuenta

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de que me había convertido en una abeja. Me dio verdadero asco, les

tengo un miedo horrible a estos insectos. Mis padres son apicultores

y están con abejas todo el día, y yo ya tendría que estar familiarizada

con ellas, al verme así, empecé a chillar descontroladamente, en ese

momento empezaron a venir abejas de todas partes y yo chillé aún

más, cada vez estaba más asustada. Una abeja se acercó a mi y me

preguntó qué me pasaba, yo entre lagrimas le expliqué a toda la

colmena lo ocurrido.

La abeja que me preguntó por qué estaba llorando me dijo que me

creía y que me iba a ayudar. Me refirió que le esperase a la salida de

la colmena. Como yo no sabía dónde estaba la salida, le pedí a uno

de los guardias que me guiase hacia ella, el guardia con una sonrisa

me guió hacía la salida, me explicó que no intentase saltar, que mis

alas todavía no eran suficientemente fuertes para emprender el

vuelo. Al ratito vino la abeja que me había prometido ayudarme, con

un extraño artilugio, la abeja me dijo que era un aparato que

permitía volar, este aparatejo tenía arriba una especie de bicicleta

con alas y abajo una especie de cesta con un colchón y un cinturón.

Cuando ya me había explicado cómo tenía que sentarme, me susurró

que íbamos a ver a un antiguo hechicero cuyo nombre era Cigarrilla

Simploncilla que posiblemente quisiera ayudarme. Yo, muy feliz de

escuchar esto, me senté en la cesta y le dije a la abeja que ya estaba

lista, así que nos pusimos en marcha. Cuando ya estábamos cerca,

me sugirió que me bajase, y yo con mucho miedo le dije que no sabía

volar, ella me refirió que no tuviese miedo puesto que ella cuando era

pequeña siempre se tiraba por allí y que había unas hierbas muy

blanditas, así que yo armándome de coraje me tiré del aparato y de

hecho no me hice daño, la abeja me dijo que me quedara allí, que

ella iba a aparcar el aparato volador, al rato apareció volando, el gran

sabio se encontraba justo en el árbol que tenía al lado, llamamos a la

puerta, y nos abrió , nos invitó a entrar y a sentarnos, yo le expuse

mi problema y el me dijo que tenía la solución, aparte de solucionar

mi problema me iba a dar dos pócimas, una para ser abeja y otra

para ser humana, estas dos pócimas las iba a esconder debajo del

viejo roble, el problema era que el día empezaría desde el principio y

no me acordaría de nada de lo ocurrido, yo feliz bebí la poción pero

antes les dije que nunca olvidaría lo que las abejas podían llegar a ser

y colorín colorado este cuento se ha acabado.

Irene Sánchez Galea

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EL MAYOR VIAJE DE LA MARIPOSA MONARCA

Hola, mi nombre es Ana Bécares y os voy a contar mi historia de

cuando tenía quince años y sí, lo sé, entiendo que penséis que cómo con esa edad se va a contar algo realmente interesante, pero eso, la

edad, fue para mí la peor parte, porque lo que me pasó, no lo hubiera llevado bien ni un adulto, más veterano en la asignatura de la vida…

pero me tocó a mí vivir esto.

Era el día de mi quince cumpleaños, lo cual no me hacía gracia

porque tenía el peor examen de todos, un final de historia. Por lo que mi sueño había sido intranquilo y nada reparador. Cuando el

despertador sonó y me desperté… ahí empezó mi pesadilla. Al apagar el reloj y somnolienta mirarme la mano, me dio un vuelco el corazón,

no era mi mano sonrosada, con mis uñas pintadas de rojo, era una horripilante forma picuda en color negro. Me miré sobrecogida, el

resto de mi cuerpo bajo las sábanas. Fue peor, tenía dos cilindros con puntos blancos repartidos por su superficie en lugar de mi figura de

siempre. Creedme, suena incluso mejor de lo que verdaderamente supuso para mí. Solo podía pensar “no, no puede ser, esto tiene que

ser una pesadilla”. Me dirigí hacia el espejo de pie de mi habitación… me quedé sin palabras. Era incapaz de pensar en nada, solo podía

concentrarme en la imagen que tenía ante mi. Me había transformado de la noche a la mañana en una mariposa monarca. Aunque seguía

conservando mi tamaño original. En mi corazón tenía un cúmulo de

sentimientos contradictorios. Una mezcla entre fascinación y horror. Por una parte no podía apartar la vista de las maravillosas alas que

enmarcaban mi ahora raquítico cuerpo…

He de comentaros, queridos amigo, que yo amaba y sigo amando la Ciencia, ya que para mi es la respuesta a las preguntas que todos nos

hemos formulado alguna vez sobre el mundo. Por ello, había capturado y estudiado a las mariposas, y reconocería esas alas

anaranjadas en cualquier sitio. Pero verlas desde esa perspectiva, con las tonalidades doradas y naranjas, enmarcadas por franjas negras;

ese brillo; y el movimiento que ahora formaba parte de mi, me produjeron una tremenda conmoción.

Después volví a la realidad. ¡Tenía que darme cuenta de lo que todo

esto significaba! Todos mis sueños pisados, las cosas que aún me

quedaban por vivir rotas. Mi futuro, en definitiva… destrozado.

Grité pero nada. ¡No podía hablar!. Me quedé paralizada, ¿Qué voy a hacer ahora? Me dije. En ese momento llegó mi madre, extrañada por

mi tardanza. Como es lógico, se le quedaron los ojos como platos, y empezó a ponerse pálida. “¿Mama?” Pensé. La oí gritar. Gritó como

nunca antes la había oído , de miedo, de asombro, de espanto… o

Page 11: La metamorfosis

puede que de todo a la vez.

Corrió escaleras abajo, no sin antes cerrar la puerta tras ella. Mi

primera intención fue correr hacia ella e intentar abrirla, pero claro,

las mariposas no tienen pulgares, esta vez la evolución no estaba de mi parte. Solté una maldición y me dirigí a la ventana. Cerrada. Lo

único que podía hacer era esperar. Eso hice durante toda una hora, pensando en lo que había pasado y en lo que conllevaba. No me

graduaré, no iré a la universidad, no lograré ser una gran científica…

Lo más probable es que ni mi familia ni mis amigos me comprendan, no creo que entiendan lo que me ha pasado.

Todo esto me estaba haciendo caer en un pozo sin fondo, del que

desgraciadamente no sabía si podría salir, o simplemente me dedicaría a caer, hasta que me aplastara contra el suelo, como el

insecto que soy ahora.

Sin tiempo para reaccionar, mi puerta se abrió de golpe, y un tumulto

de hombres con cascos y trajes blancos se abalanzaron contra mi con redes y spray somnífero.

Tengo un vago espejismo de ese momento, por la droga y la excesiva

cantidad de gente en mi estrecho pasillo. Solo recuerdo la cara de mi madre, pálida, con la sombra del dolor reflejada en su rostro y con

lágrimas en los ojos. Pero lo peor fue ver su expresión de miedo cuando me miró.

Me desperté en una camilla, rodeada de personas con batas blancas y

aparatos que no eran precisamente máquinas de golosinas. Uno de ellos tenía un bisturí y se dirigía hacia mi, entonces recordé como yo

había hecho lo mismo con las mariposas de mis investigaciones. Las traté como cuerpos, no como seres vivos… y eso era precisamente lo

que estaba recibiendo. Desde una perspectiva mucho peor a la que

estaba acostumbrada.

En ese momento, vi algo sorprendente, una cantidad impresionante de mariposas monarca. Una de ellas se acercó a mi y me dijo:

Cuéntale al mundo la lección que has aprendido, Ana.

Y volví a ser humana. Todos me miraban con un asombro y

expectación palpables, pero mi madre, mi madre estaba radiante de felicidad.

Cuando salí, amigos, en los medios de comunicación (lógicamente mi

historia había sorprendido al mundo entero), conté todo lo que vi sobre el maltrato animal, el hecho de que para la Ciencia los animales

Page 12: La metamorfosis

de sus experimentos no son nada, y que eso hay que cambiarlo.

Aunque no conté cómo esa bandada de mariposas me ayudó a

comprender esto.

Ahora, treinta años después, además de ser una reconocida científica,

soy la presidenta de una asociación contra el maltrato animal.

No sé por qué las mariposas me eligieron a mi, pero no me importa porque me hicieron ver tanto a mi, y gracias a mi noticia, al mundo

entero, esta lección.

Esta vez, una monarca no ha hecho viajes entre América Norte y Central, ha recorrido un camino aún mas largo, para luchar contra

esa injusticia.

Esta, queridos lectores, es la historia del mayor viaje de una mariposa monarca.

LAURA PÉREZ HUERGA

UN PEQUEÑO SER QUE PROVOCÓ UN GRAN CAMBIO

Cuando, tras un sueño intranquilo, Luis Salvatierra se despertó esa

mañana, era como otra cualquiera. Los rayos del sol entraban por la

ventana y la habitación estaba inundada por el olor a café con

churros del bar de la esquina. Se estiró un poco en la cama antes de

ponerse en pie, costumbre que tenía desde los 8 años y ya habían

pasado algunos más. A continuación hizo el intento de ponerse en pie

aunque desde que se había despertado tenía una extraña sensación,

pero no le dio mucha importancia. Por fin se puso en pie y para su

sorpresa algo había cambiado, se había convertido en un insecto

diminuto, era un mosquito. Luis vivía solo, en un piso no demasiado

grande, aunque ahora le pareciera el lugar más grande del mundo.

En ese momento estaba muy aturdido, no sabía ni qué hacer, ni que

pensar.

Pero por un momento se paró y pensó que su vida era un desastre:

tenía 28 años y no tenía novia, su trabajo no es que le encantara,

aún tenía que ir a casa de sus padres una o dos veces a la semana

porque aunque fuera difícil de creer no podía vivir sin ellos ya que no

Page 13: La metamorfosis

sabía ni planchar, ni cocinar, ni limpiar, parecía que aún vivía con

ellos y con sus hermanos. Sin contar que siempre llegaba tarde a los

sitios, nunca iba vestido en condiciones… total que decidió aprovechar

la oportunidad y ver el mundo desde otro punto de vista, nada más y

nada menos que desde la de un mosquito.

Así que se le ocurrió la idea de ver qué pensaban y hacían sus amigos

mientras él no estaba delante, pero eso no era tan fácil ya que no

tenía ni idea de cómo comenzar a volar. Por mucho que agitaba las

alas no se levantaba ni un milímetro del suelo, hasta que por fin

consiguió volar, así que cogió y fue a la calle a ver cómo se veía

desde el punto de vista de un diminuto e insignificante mosquito. Era

un momento muy feliz, ya que iba por la calle mirando a todos sin

que lo vieran, notaba una sensación extraña pero a la vez agradable

y decidió aprovecharlo.

Fue a casa de sus padres a ver si decían algo de él y por fin, tras

media hora de camino, llego a la casa donde había pasado su infancia

y entró. Sigilosamente entró en la casa y no le pareció escuchar

nada, pero de repente un olor a guiso recién hecho le sorprendió.

Siguió el olor hasta llegar a la cocina y observó que su madre estaba

cocinando su famoso guiso. Desde siempre esa fue su comida favorita

y sin que nadie lo viera probó un poco. Estaba increíble, como

siempre; a los pocos minutos llegó su padre del trabajo. Ambos se

fueron para el salón con cara seria y comenzaron a hablar, cosa que

muy pocas veces hacían. En esa conversación trataron varios temas y

uno de ellos era el futuro de su hijo Luis, decían que estaban

preocupados porque no salía apenas de su piso, solo iba al trabajo y

a casa de sus padres y eso nos les gustaba demasiado.

Al escuchar esto, sintió tristeza aunque a la vez sabía que lo que

decían sus padres era verdad, cabizbajo volvió a su casa pero en el

camino se chocó con algo, levantó la cabeza y allí estaba la chica más

guapa que jamás había visto. Era rubia, con ojos azules y una piel

suave y resbaladiza, ella siguió andando, pero él se quedó

estupefacto. Por muy contento que le había puesto encontrarse con

esa chica, su cabeza no paraba de darle vueltas a lo que dijeron sus

padres, pensaba que en cierta manera les había decepcionado y eso

para él era lo peor… Pero entonces se le ocurrió visitar a unos amigos

para ver qué pensaban ellos de él. Y así lo hizo, fue a la casa de un

amigo que justo estaba hablando por teléfono, en esa conversación

Page 14: La metamorfosis

decía que iba a hacer una fiesta por su cumpleaños y que pensaba

invitar a sus amigos a tomar unas copas. Al poco tiempo colgó y

cogió el listín de teléfonos, comenzó a llamar a algunos y justo

cuando llegó a la L dijo a Luis ni si quiera lo llamo porque seguro que

o tiene que trabajar o no le apetece. Cuando él escuchó eso, se sintió

muy apenado ya que se dio cuenta de que todos estaban de acuerdo,

que su vida cada día era más aburrida y siempre con la misma rutina.

Así que llegó a su casa y ahora quería volver a su cuerpo para

intentar solucionar todo, pero no sabía cómo. Esperó semanas, hasta

que ya había asumido que nunca más volvería a su vida, subió a la

azotea y justo en ese momento… volvió a ser humano. Lo consiguió y

a partir de ahí su vida cambió por completo.

5 MESES DESPUÉS…

Consiguió trabajar en una revista, lo que siempre había deseado,

aprendió a organizase y a tener su casa ordenada y cuidada. Su vida

era perfecta excepto en una cosa, el amor.

Ese día iba caminando por la calle y reconoció a alguien que le resultó

muy familiar, pero no conseguía saber quién era. Se acordó de

pronto: era esa chica que un día se encontró, la que era tan guapa y

suave. Se conocieron, tuvieron citas, se fueron a vivir juntos y al final

se casaron.

Esto le enseñó que a veces conviene cambiar el punto de vista para

darse cuenta de cosas que antes ni te imaginabas, porque no siempre

son lo que parecen. Y después intentar cambiar, porque ese cambio

puede ser lo que te hacía falta para mejorar tu vida en todos los

sentidos.

Marta Delgado Mayolín

EL EFECTO MARIPOSA

Una mañana, tras un sueño intranquilo me desperté convertido en

insecto. Si, han oido bien, me transformé inexplicablemente en un

insecto, en concreto en una majestuosa mariposa aunque en esos

momentos no me pareciese para nada majestuosa.

Page 15: La metamorfosis

Mi nombre es Miguel Van Poe. Soy un hombre normal, trabajador y

sobre todo solitario. No tengo mujer, ni hijos, ni siquiera tengo novia.

El trabajo lo es todo para mí, llevo unos quince años como empleado

de una de las mayores empresas del mundo. Mi cargo es jefe de

relaciones o, como lo llamo yo, el chico de lo recados. Mi función es

trabajar para la empresa de forma eficiente las veinticuatro horas al

día y siete días a la semana, haciendo lo que me manden: mostrar

nuestros productos, hacer acuerdos con todo tipo de instituciones

para que nos publiciten, viajar a mil y un lugares a cual más extraño

solo para conversar con verdaderos maestros de nuestro género y

muchas cosas más.

Por ello no tengo tiempo para mí. Mi vida social es, en resumidas

cuentas, inexistente. Pero ahora, después de cinco años de duro y

agotador trabajo, tengo vacaciones, unas merecidísimas vacaciones.

Me encuentro en el Hotel Carl Fisher, el más prestigioso hotel del

continente europeo, Tenía pensado descansar durante los tres meses

de vacaciones que me había ganado con mi indescriptible esfuerzo,

mi intención era conocer gente, viajar por el mundo, probar todo tipo

de comidas y no preocuparme del trabajo durante un tiempo.

Ayer fue cuando llegué al hotel. Era impresionante, antes de nada se

abría ante mi una interminable muralla de estilo medieval repleta de

ventanales. La muralla daba un toque rústico a aquel lugar. Según leí

en la guía de viaje, el Hotel Carl Fisher era, antiguamente, un castillo

que había pertenecido a varios condes importatísimos de Inglaterra, a

día de hoy la muralla es una de las dos únicas partes que se

conservan del antiguo castillo, la otra es una especie de torre en la

que los días de fin de año el propio Carl Fisher sube a lo alto y dice

unas palabras.

Yo me aproximaba lentamente con mi coche hacia la grandiosa

puerta que se encontraba en la muralla, en la cual se podía leer en

letras doradas Hotel Carl Fisher con sus cinco estrellas

correspondientes justo encima. Cuando frené, a escasos centímetros

de la puerta, una mujer se me acercó.

―Buenos días, señor, bienvenido al prestigioso hotel Carl Fisher,

¿tiene usted el pase necesario para entrar? ―Dijo la mujer con un

suave movimiento de cuello.

Page 16: La metamorfosis

En ese momento no sé lo que me ocurrió, se me nubló la mente, no

me salían las palabras. Pero no pienso mentiros, esto no era algo

extraño en mí. En mis cientos de viajes como empresario he hablado

con miles de personas, pero cuando hablo con alguna mujer que me

resulte muy atractiva siempre me ocurre esto. En esta ocasión no iba

a ser menos. La mujer era hermosa, tenía el cabello castaño, su piel

era color canela, sus mejillas rosadas, sus dientes eran blancos como

las perlas, sus labios brillantes, pero sobre todo sus ojos anaranjados

fueron los culpables de que me volviese a dar uno de mis desmayos.

Horas después me encontraba en la habitación del hotel convertido

en mariposa. En otra situación habría dicho que cosas más raras se

han visto, pero en esta ocasión no me atreví a pronunciar estas

palabras. Yo no era una mariposa normal y corriente, no. Yo era la

mariposa más grande jamás vista, era aproximadamente de la altura

de un humano aunque me sentía mucho más ligero, lo cual es normal

ya que los huesos y músculos deben pesar lo suyo. Quería ver mi

nuevo aspecto, y supuestamente temporal, ya que todo esto debía de

ser un sueño. Intenté levantarme de la cama como solía hacer

normalmente pero en esta ocasión no solo me levanté, sino que volé

hacia el techo estanpándome contra él tan fuerte que incluso se me

dobló un poco el ala derecha. Al poco tiempo caí como una pluma

mecida por el viento en la alfombra de la habitación. La alfombra

debía de ser de una textura maravillosa, aunque yo no noté nada del

otro mundo, incluso me hacía cosquillas, así que antes de saber cómo

reía una mariposa, volví a levantarme, esta vez con menos fuerza

para no volver a chocarme. Ahora la cosa fue mejor, me alcé del

suelo medio metro y con dificultad conseguí quedarme suspendido en

el aire, movía mucho las alas, pero apenas me cansaba, observé la

habitación, era muy amplia y su decoración clásica y elegante. En el

techo colgaba una lámpara enorme que iluminaba la habitación por

completo. En unas de las paredes se encontraba un gran mirador con

terraza incluida que tenía vistas a la montaña y al mar, era una

combinación relajante, pero en ese momento yo estaba demasiado

preocupado como para ponerme a contemplar aquel maravilloso

paisaje...

Page 17: La metamorfosis

―¡Toc toc! ―llamaban a la puerta. Alguien llamaba a mi habitación.

¡Quién podía ser? No había visto a nadie en el hotel excepto a aquella

mujer de la entrada, ni siquiera sabía cómo me había convertido en

insecto. En ese instante empecé a pensar que todo aquello podía no

ser un sueño. Una sensación extraña me recorría el cuerpo, una

mezcla de horror y preocupación. No sabía qué hacer... ―¡Toc, toc!

―Otra vez llamaron a la puerta, esta vez más fuerte. Era extraño, si

era la limpiadora la que llamaba podría haber abierto la puerta sin

problema, pero no fue así, supongo que será una norma del hotel. En

la puerta no había mirilla pero justo al lado si que había una pantalla

de marca Samsung que podía activarse para ver quién había al otro

lado de la puerta. Quizás sea alguien para ayudarme, o por el

contrario solo sea un empleado del hotel, si fuera este caso sería

mejor no abrirle la puerta. Intenté pulsar el botoncito con mi ala

derecha, pero no tenía fuerza para poder pulsarlo; así que intenté

otra cosa, me giré, cogí carrerilla y me estampé contra los botones

con todas mis fuerzas para activarlos, quizás con suerte se

encendiese la pantalla, pero no fue así, la pantalla seguía negra como

la noche... ―¡Toc toc! ¡Ábrame, sé que está ahi, le estoy oyendo!―.

Una sensación fría me recorrió todo el cuerpo, desde mis delgadas

alas hasta mi antena izquiera, pasando por mi enroscada trompa, me

había escuchado, ahora no podía pasar desapercibido, debía saber

quién había al otro lado. Me coloqué delante del botón y como si

sacase la lengua, densenrosqué mi trompa y pulsé con todas mis

fuerzas el botón. La pantalla se encendió y en ella vi a la mujer una

vez más.

Su mirada cautivadora, su cuerpo perfecto... No recuerdo más, me

volví a desmayar, volvió a ocurrirme. Tras un tiempo dormido y con

sueños extraños me desperté, me desperté en la habitación, tendido

delante de la puerta y con el cuerpo desnudo... ya no era una

mariposa, pero ¿qué había pasado?.

Pablo Reina Villagrán

Page 18: La metamorfosis

EN BUSCA DEL INSECTO PERDIDO

Cuando tras un sueño intranquilo, Ramón Fuentes se despertó esa

mañana en una cueva inhóspita, fría y muy silenciosa, sobre su cabeza

caían gotitas de agua, y entonces, en ese momento se dio cuenta de que

no podía moverse. Era una persona de pelo castaño, ojos marrones y no

muy alta, agradable, graciosa, solitaria y muy trabajadora que se convirtió

en una mariposa de colores chillones, especialmente naranja y amarillo,

con esas alas tan majestuosas, con cuatro patas peludas y con dos

grandes ojos. A él le encantaban las mariposas, y esa era la que más le

gustaba, la mariposa monarca. También sabía que su vida era de nueve

meses, no como otras que viven menos de una semana. Y entonces se

preguntó: ¿Por qué razón no puedo moverme?, ¿qué me lo impide? Una

hora después dio con la tecla, no tenía polvo en las alas. No sabía cómo

salir, pero en ese momento sabía dónde estaba, era una cueva que se

encontraba en el parque de al lado de su casa, a sus niños les daba miedo

entrar allí. Al día siguiente se despertó y recordó que debía entregar un

proyecto de arquitectura muy importante que le solucionaría muchos

gastos. Su familia lo buscaba sin cesar, se componía de su mujer

Madeleine alta, delgada, rubia, ojos marrones, y Polaca de nacionalidad.

Sus hijos Jaime y Lina. Jaime era divertido y gracioso como su padre, de

pelo castaño, ojos azules y alto para su edad. Tenía diez años. A Lina le

encantaba leer, era como su madre, de pelo rubio, ojos azules y muy alta.

Tenía doce años. Su familia llamó a la policía y no pararon de buscarle.

Ocho meses después en su escritorio se encontraba una nota que decía:

“Hola, soy vuestro padre. Me encontraréis en la cueva del parque”. Esto lo

escribió mientras entraba en transformación. Ellos cogieron rápidamente y

fueron en dirección al parque. Ramón ya estaba cansado de alimentarse

de moscas, cucarachas etc. Todo lo que se encontrase. Tenía un montón

de hambre, creía que iba a morir. Y en ese momento entró su familia

corriendo desesperadamente a la cueva, y vieron una mariposa enorme.

No era una cualquiera. Ramón los vio y gritó con todas sus fuerzas, ¡podía

hablar!, no lo sabía. Su familia anonadada lo cogió. Se lo llevó a su casa.

El dijo: “Me falta un día para morir, si no llamáis al brujo moriré a las

12:00”. Su familia llamó inmediatamente al brujo y vino a las 11:30, por

problemas personales.

Gracias al hechizo que este hizo pudo volver a ser él. Finalmente entregó

el proyecto un poco tarde pero lo comprendieron. Y tras jubilarse se

dedicó a su mayor hobby, investigar sobre las mariposas monarca, ya que

Page 19: La metamorfosis

tenía la experiencia y la suerte de haber podido transformarse en el

animal que más le gustaba, pero no en las mejores condiciones.

Román Perignat López

METAMORFOSIS SIN TÍTULO

Cuando, tras un sueño agitado, Clifford Claypool se despertó de su cama,

todo seguía igual que siempre. Se desperezó, miró y maldijo aquel

despertador que rompía su paz cada mañana a las siete y se dirigió a la

cocina para desayunar algo. Una vez allí, notó que le pesaba

excesivamente el cuerpo. Su visión empezó a nublarse y sus parpados se

cerraban contra su voluntad. Cayó al suelo redondo. Aquel suelo de

baldosas azules se convirtió en su nuevo lecho. Según sus cálculos, que

hizo al despertarse, estuvo allí unas 5 horas, demasiado para ir ya a su

trabajo como químico. Realmente le alegró no tener que ir. Todo aquel

olor a azufre desaparecerían por un día a cambio de un golpecito contra el

suelo en la cabeza y un rato de sueño. Abrió los ojos. Veía raro, como si

pudiera angular su visión más de lo normal. Pensó que no sería más que

un pequeño efecto retardado de la caída. Se levanto. Más bien, intentó

levantarse. En vano. Sentía que sus huesos no estaban donde deberían y

que sus brazos eran finos, y bueno, que eran cuatro… Sus piernas

también eran finas, y empezó a asustarse un poco. Ni siquiera él supo

cómo, se dio la vuelta. Se fijó que tenia un par de alas en la parte trasera

del torso. Las intentó usar. Se golpeó fuertemente contra el techo y bajó

al suelo como un peso muerto. Algo aturdido, consiguió salir de aquella

maldita cocina. Llegó a la calle, donde la gente le miraba con una mezcla

de miedo y repulsión. Vio a un señor trajeado, que ponía cara de odio

mientras le miraba y hablaba por teléfono. Unos quince minutos después

de que una muchedumbre le rodeara, una extraña gente con trajes

blancos lo cogió y lo llevo a una especie de laboratorio. Experimentaron

un tiempo con él. Aparentemente, luego se aburrieron de Cliff y le dejaron

tirado, metido en una caja de 1x1 y olvidado para la eternidad.

Antonio Hierro Saldaña