I Domingo de adviento ciclo a

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Al comenzar un nuevo año, parece que todo es lo mismo; pero en la vida del espíritu debe haber una nueva ilusión, una nueva esperanza. El tiempo de Adviento es especialmente un tiempo de esperanza, porque esperamos renovarnos.

Comenza-mos un nuevo año litúrgico.

1) Recordamos y actualizamos la primera venida, la de la Navidad. 2) Vivimos la constante venida de Jesús, sobre todo en la Eucaristía y su venida a nuestra alma. 3) Esperamos y nos preparamos para la vuelta de Jesús al final de los tiempos.

La palabra Adviento significa “venida”, aplicada a

Jesús. Consideramos

las tres venidas.

Sabemos que toda venida de Jesús está llena de amor y de paz. Jesús es el primero que quiere venir a nuestro encuentro. Y nosotros le debemos esperar con alegría y con paz. Y con esperanza salimos a su encuentro.

Al pensar en esta última venida alguna vez nos da cierto miedo, porque viene el Señor y porque todo se va a terminar. Él dijo que “vendrá como un ladrón”. Quiere decir de repente, no es que sea ladrón. Él es siempre amor y su venida será con mucho amor.

De estas tres venidas de Jesús

en el primer domingo de

Adviento nos fijamos

especialmente en la última venida, la

que será la definitiva.

Si sabemos que Jesús es todo amor, nosotros debemos esperar su venida con amor y con alegría. Su venida no puede ser una mala noticia; porque no viene a destruir y castigar, sino para llenar todo de amor. El Hijo del hombre viene para que los hombres sean hijos. Viene para enseñarnos el amor del Padre y para que nos sintamos como hijos. Dice así el evangelio de este domingo: Mateo 24,37-44

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por lo tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.

Entre nosotros no debe haber rivalidad sino fraternidad, no egoísmo sino solidaridad, no envidia sino colaboración, no lejanía sino cercanía. Si actuamos con amor, ya nos estamos preparando para su venida.

Jesús ha venido para enseñarnos el amor del Padre y que todos nosotros somos hermanos. Al final Él vendrá para ver si nos hemos portado como hermanos y de ello nos juzgará.

El Hijo de Dios quiso ser hombre para que nosotros nos acerquemos más a Dios, siendo verdaderos hombres. Y uno no es más hombre porque sepa más y tenga más de lo terreno, y pueda gastar y gozar triunfando entre aplausos. Para Jesús lo que vale es el amar, compadecer, compartir, colaborar. Lo que vale es la amistad, el servicio y la entrega. No lo que separa sino lo que une.

El Hijo del hombre vendrá a la hora que menos lo pensemos.

Para uno que ama eso lleva a la tranquilidad. Y

uno que ama vigila, porque quizá creemos

que viene de una manera y viene de otra. Vigilar es lo que se nos insiste al comenzar el

Adviento.

Vigilar no es estar en expectativa sin hacer nada, sino es preparar la casa y los caminos, como sabemos que va a venir alguien muy importante a nuestra casa. Por eso en Adviento debemos abrir el corazón y escuchar en nuestro interior la voz que nos invita a esperar al Señor y estar despiertos velando.

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Llegará el Señor.

La luz encendida, dispuesta la mesa,

abierto el

corazón.

abierto el

corazón

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Hay muchas cosas que nos ayudan a velar, a esperar para hacernos felices: Puede ser el canto de un pájaro o el vuelo de una mariposa. Para poder sentir el amor de Dios puede bastar una sonrisa o una sincera amistad…, porque Él viene para hacernos felices.

Cristo viene a nuestro encuentro muchas veces disfrazado. Viene disfrazado de pobre, de niño o de enfermo. Viene en la sencillez y en la bondad. Debemos velar no como el soldado que teme la amenaza, sino como el buen criado que desea servir y estar en compañía de su señor. Y velar para que el Adviento no pase sin consecuencia, sino que termine en la verdadera Navidad del alma, la del corazón.

El evangelio nos habla de la sorpresa. Es para que no nos durmamos ni nos distraigamos. Si supiéramos el sitio, la hora y el modo de la venida, nos dejaríamos llevar de las vanidades del mundo y se enfermaría la esperanza. Cuando hay amor, la esperanza se hace fuerte y el corazón se pone en vela.

Las palabras del evangelio están dichas por Jesús cuando los apóstoles le habían preguntado cuándo sucederán estas cosas, la destrucción del templo, y cuál será la señal de la venida de Jesús y del fin del mundo. Los evangelistas parece que mezclaron diversas venidas de Jesús.

Pero lo que quedaba claro es que hay

que estar preparados.

En muchos momentos viene Dios con nosotros. La 1ª lectura nos habla del profeta Isaías que vivía en Israel en momentos muy calamitosos. Israel estaba en medio entre dos imperios, el asirio y el de Egipto. El profeta tiene que incitar a la esperanza de que Dios les ayudará. “Al final estará firme el monte de la casa del Señor”. Y vendrán otros a adorar al Señor en Jerusalén. Dice así:

Isaías 2,1-5

Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén: Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán: "Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén la palabra del Señor." Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor.

Es la perfección que sólo se dará en la otra vida. Pero se trata de un gran deseo unido a la esperanza. Existirá un final de los días malos. De nosotros depende que los días malos se terminen. Deben comenzar cambiando esos tiempos malos, si seguimos a Dios.

El profeta anuncia una gran bendición “al final de los tiempos”.

Y lo que anhela el profeta es la paz: “De las espadas forjarán arados y de las lanzas podaderas”. Es como decir: Pueden dejar las puertas abiertas de la casa y salir a la calle a la hora que quieran, sin miedos ni preocupaciones, sin guardias ni policías. Será así si seguimos a Jesús, el rey de la paz.

Otro anhelo y esperanza del profeta es la verdad. Dios nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas. Nos enseñará el valor de las cosas y de las personas y el valor de la vida. Nos enseñará qué debemos hacer. Al final de los días el verdadero amor será como la música de fondo que se escuche o el perfume que nos envuelva.

El deseo de justicia y libertad, de que se habla en el Adviento, la expresaban los profetas aplicándolo a Jerusalén, la “elegida del Señor”. Como a Jerusalén, también nos invita a nosotros a la alegría, “porque llega el Salvador”.

Automático

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Nosotros ¿Qué podemos hacer? Hoy el profeta termina: “Caminemos a la luz del Señor”. El Adviento también nos habla de luz. Por eso, como un símbolo alegre, vamos encendiendo progresivamente “la corona de Adviento”.

Significa nuestra actitud despierta, ilusionante, comprometida. Lo primero es dejarnos iluminar por

Cristo.

Si nos dejamos iluminar, es para iluminar a otros. Debemos ser como un monte alto para que esa hoguera de Cristo pueda iluminar al mundo. Hoy san Pablo, en la 2ª lectura, nos enseña cómo podemos “caminar en la luz”, para que podamos ser luz de Cristo. Dice así:

Romanos 13,11-14

Hermanos: Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos del Señor Jesucristo.

San Pablo nos dice que debemos caminar en la luz, que es estar en vela. El que ama tiene siempre el corazón en vela. El que ama, aunque duerma, está despierto, como dice el Cantar de los cantares. El amado puede venir en cualquier momento o habrá que salir en su busca. Así hace la madre que tiene a su lado al niño de pecho. El que ama está vivo y capta desde lejos los pasos del amado.

Velar es creer. El que cree tiene su mente despierta, quiere estar siempre en conexión con Dios y con sus palabras. Y sabe que Dios tiene muchas maneras de hablar, hasta en el silencio. Y quiere conocer siempre más sobre la verdad, sobre la vida de Dios.

Velar es esperar, no con una espera pasiva, sino con espera de compromiso. Como esperan los frutos el labrador o la mujer embarazada. Saben que el fruto va a llegar; pero tienen que estar haciendo algo para que la venida sea lo mejor posible. Esperar como los buenos educadores o los misioneros. Saben que el fruto llegará, pero cuando hayan abonado o preparado.

Velar es orar. Hay que estar vigilantes con la oración: Una oración que incluye siempre el amor, la fe y la esperanza. Por eso recordamos las palabras que hoy nos ha dicho san Pablo:

La noche ya va pasando

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y el día ya encima está.

Desnudémonos de las obras de las tinieblas

y vistámonos

con la armadura de la luz,

y andemos como en pleno día

con dignidad.

Aleluya

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La armadura, de que habla san Pablo, es vestirse del mismo Cristo, es vestirse de su personalidad. Ser cristiano es vestirse de Cristo internamente, es tener una manera de vida de amor y de servicio a Dios y a los hombres. El Adviento debe ser un tiempo para ir conociendo más a Jesús, para que nos vayamos preparando a la Navidad con la luz de Jesús.

San Pablo nos dice que nada de comilonas, borracheras, lujuria, desenfreno…; porque hay algunos que al pensar en prepararse para la Navidad sólo piensan en cosas externas y quizá en desenfrenos.

Prepararse para la Navidad es prepararse para que el Espíritu de Dios viva más en nosotros. Por eso debemos escuchar el aleteo del Espíritu.

Jesucristo vendrá en persona al final de los tiempos; pero también viene a nuestro encuentro. Comenzamos el nuevo año litúrgico con el deseo de acercarnos más a Dios. Cuanto más nos vayamos haciendo amigos de Jesús, mejor estaremos preparados para darle el abrazo final con mayor amor.

Estar en Adviento y acercarse a la Navidad es acercarse más a los pobres, a los sencillos, a los que aman, para que el Reino de Dios se cumpla más en nosotros y en nuestro ambiente. El Reino de Dios no es una utopía sino que es una realidad.

No apaguemos su voz, estemos atentos a sus mensajes en este nuevo año litúrgico y encontraremos la paz y el verdadero amor, que se realiza con los encuentros pequeños de cada día con Jesús a través de la vida de caridad con todos los hermanos.

Levantemos el corazón, porque el Señor está llegando, viene ya. Toda nuestra vida debe ser como un adviento de preparación para el abrazo definitivo.

Levántate, que está llegando. El Señor viene ya.

Automático

Nos traerá su

resplandor

nos traerá la luz, la paz.

Nos traerá

su resplan-

dor,

Lo prometió,

lo cumplirá. El Dios de amor nos salvará.

Lo prometió,

lo cumplirá. El Dios de amor nos salvará.

Levántate, que está llegando. El Señor viene ya.

Levánta-te, que

está llegando

El Señor viene

ya.

Viene acompañado de su madre, para nuestra

salvación.

AMÉN