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Dirección General:VerdeseoRufián Revista
Coordinación:Rosario CarmonaRobert Petitpas
Equipo Editorial:Daniela AcostaPaula ArrietaCamila BralićRosario CarmonaJaviera CornejoPaz IrarrázabalCynthia Shuffer
Gráficas:Alejandro Quiroga
Portada:Cynthia Shuffer
Diseño y diagramación:Paula Arrieta
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Naturaleza y sociedadDinámicas de poder en un contexto neoliberal
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EDitorialLa disputa del paisaje
Acerca de este número - Robert Petitpas/ Verdeseo
Por qué la Ecología Política - Marien González Hidalgo y Colombina Schaeffer
Problemas socioambientales en sociedades desiguales. Elementos para hablar de derechos y algo más en Chile hoy - Mayarí Castillo
Érase una vez la pesca - Nesko Kuzmicic
Ecología política: la ética y la pragmática de la sustentabilidad - Hernán Dinamarca
Progreso y desastre. El caso del Centro Industrial de Ventanas - Daniela Jacob y Josefina Buschmann
Observando el medio ambiente desde el mundo indígena - José Huenchunao y René Panire
Santuario El Cañi como lugar imaginado: Ambientalismos y conservación en un contexto neoliberal - Martín Fonck
Ecología política en el fin de la naturaleza - Leonardo Valenzuela
Crisis climática, crisis civilizatoria - Cristián Retamal
La subversiva presencia de la naturaleza en la poesía - Carlos Oliva Vega
Naturaleza y sociedadDinámicas de poder en un contexto neoliberal
Índice
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La disputa por el paisaje
Editorial Rufián
Este año hemos sido testigos de una serie de
acontecimientos naturales a lo largo del territorio
nacional. Comenzamos el año presenciando la
erupción del volcán Villarrica y los incendios de la
zona centro y sur del país, cotidianeidad suspendida
y miles de hectáreas que, tras unas semanas, tardarán
siglos en recuperar su verdor. Luego, dirigimos
nuestra atención al norte, lluvias intensas –pero por
sobre todo inusuales– provocaron la restitución de
cauces de ríos e impactantes aluviones, que hasta
el día de hoy no se dimensiona completamente
qué acarrearon con ellos. De vuelta al sur, el volcán
Calbuco nos volvía a recordar la voz del interior de
la tierra, y mientras cubría con cenizas gran parte
de nuestro país y el país vecino, casas y animales
debieron ser prontamente abandonados.
Pero, a la vez, la naturaleza también se nos manifiesta
en su omisión. La ausencia de lluvias entre los meses
de diciembre y marzo en la zona sur detonaron una
de las sequías más duras en años. Situación similar
a la constante que se vive en la zona central, incluso
en invierno, y que refuerza un escenario que hace
años se va tornando familiar: crisis hídrica y ríos que
ya no alcanzan el mar.
Estamos acostumbrados a presenciar terremotos,
incendios, aluviones, sequías y erupciones cada
cierto tiempo; el territorio que nos acoge es
diverso e intenso. Aunque sabemos que la mayoría
de estos episodios responden a procesos en los
cuales no tenemos injerencia pues se inscriben
en ciclos del planeta que habitamos, muchas
veces los padecemos como crisis que sacuden
por completo las dinámicas a las cuales estamos
habituados. Suspensión de actividades, destrucción
de infraestructura, muerte de animales, incluso
de seres humanos, desplazamientos, sufrimiento
ambiental son algunas de las repercusiones sobre
nuestra sociedad. Sin embargo, estas repercusiones
no influyen en todos de manera homogénea; la
capacidad de resiliencia está determinada por el
acceso a ciertos recursos y herramientas. Pensar
en la desigualdad de estas condiciones nos llevó
como equipo a reflexionar sobre qué es lo que
constituye una crisis ambiental y quiénes son los
realmente vulnerables en ellas. Entonces, el foco
del problema no sería el proceso natural, pues ante
este no podemos hacer mucho, y tampoco sería
estrictamente el impacto al medio ambiente, pues
se nos podría responder que el desarrollo del país
es más importante. No obstante, ¿desarrollo para
quiénes?
Estas problemáticas ya han sido abordadas y
visibilizadas por distintos colectivos durante
las últimas décadas, quienes, cada vez con más
fuerza, han posicionado una discusión sobre el
medio ambiente que hasta hace poco no nos
planteábamos como sociedad. Estos colectivos
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han sido impulsados a salir a la calle, ya sea por las
consecuencias de una crisis ambiental detonada,
como también por el rechazo a una serie de
proyectos que afectan, o afectarían, el entorno y los
ecosistemas que en este se encuentran.
Dejar la regulación de la economía en manos
del mercado ha incrementado los índices de
desigualdad en Chile a niveles impensados,
llegando a ocupar el triste primer lugar en aquel
grupo al que tanto añorábamos pertenecer: la
OCDE; tan conscientes estamos de las diferencias
que la palabra desigualdad ya casi no nos alerta.
Aunque medimos estas brechas en términos de
ingresos –27 a 1–, la desigualdad no solo se hace
visible en el acceso de la población a cierto estándar
de vida, sino también en la administración de
los recursos naturales. La disminución del rol del
estado ha tenido su repercusión también en los
discursos que definen qué es un recurso natural,
configurando relaciones de poder que no siempre
resultan evidentes. Día a día, distintos sectores de
la población deben lidiar con los remanentes de un
sistema económico depredador, validado por un
sistema político que impone el extractivismo como
principal mecanismo de acumulación capitalista,
y al mismo tiempo va dejando tras de sí múltiples
residuos que, casi silenciosamente, contaminan los
cuerpos, subjetividades y entornos de la población.
Consideramos necesario instalar una discusión sobre
la relación entre nuestra sociedad y el territorio que
habita, cómo se modifican e interrelacionan estas
dos esferas, cómo esta relación se ha determinado,
y bajo qué sistemas políticos y económicos se
inscribe. En nuestro constante esfuerzo por trabajar
colaborativamente con organizaciones sociales y
grupos de estudio, nos propusimos dar amplitud
a las perspectivas y proponer un debate en torno
al medio ambiente en la actualidad, abriendo
espacios y dando circulación a las voces que hoy
contribuyen a enriquecer estos diálogos. Para
abordar esta tarea, en este número trabajamos en
conjunto con Verdeseo, colectivo alineado a las
ideas de la Ecología Política y enfocado en producir,
difundir y coordinar una mirada crítica hacia temas
medioambientales.
Producto de este trabajo entre Rufián Revista y
Verdeseo, proponemos un número que discute y
analiza la relación, a veces obviada, entre naturaleza
y sociedad en el Chile de hoy, bajo un contexto
socioeconómico marcado por cuarenta años
de un sistema neoliberal que ha mercantilizado
los recursos naturales. A través de una serie de
artículos que presentan antecedentes teóricos y
experiencias concretas, buscamos comprender
cómo se materializan las relaciones de poder en las
interacciones socioambientales, y así visibilizar su
dimensión política.
A pesar de que en muchos casos el escenario es de-
solador, en donde naturaleza y seres humanos son
degradados casi al mismo nivel, queremos posicio-
nar una reflexión que vaya más allá del lamento y
comprenda esta situación en el marco de un pro-
ceso en constante modificación. Las repercusiones
que este devenir tiene sobre nuestra sociedad y
subjetividades nos empujan a repensar los modos
en que habitamos el territorio y dialogamos con
él, a profundizar en otras maneras de comprender
lo ecológico, a empatizar con quienes padecen los
efectos de nuestras decisiones sobre el medio am-
biente. Esta es una invitación a sentirnos parte, a ha-
cer consciente nuestra interacción con la naturale-
za, y con ello, a no naturalizarla. La relación entre los
seres humanos y el medio ambiente y sus repercu-
siones ecológicas, sociales y económicas contienen
un poder implícito que se encuentra en disputa. Por
lo tanto, el paisaje se sigue modificando.
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Acerca de este número
Robert Petitpas/ Verdeseo
¡Advertencia! Si vas a leer esta publicación es bueno
enterarse primero que no se trata de un número
ambientalista, o para los amantes de la naturaleza…
bueno, en parte sí lo es, pero el punto es que no
creemos que exista un “ambientalismo” o una
“naturaleza”, sino diversas formas de ver, de conocer,
de relacionarse e, incluso, de construir la naturaleza
y el medio ambiente. Por lo tanto, existen distintos
tipos de “ambientalismos”. Lo que unos creen que
es un problema ambiental, para otros no lo es; lo
que antes no lo era, ahora puede serlo. También
las soluciones a problemas ambientales son muy
diversas para diversas personas, o para diversas
formas de ver el mundo. No se trata de caer en el
relativismo absoluto, pero sí de entender que el
contexto cultural, económico, histórico, ecológico,
y otros, afectan la forma en que interactuamos con
nuestro entorno (y también el cómo queremos
interactuar). Las cosas son más complejas que
querer salvar el planeta o no, o que declararse
“verde” o “ecologista”.
En contextos específicos, se dan ciertas interacciones
sociedad-medio ambiente que predominan.
También emergen posturas asociadas a estas
interacciones, defendidas por unos y refutadas por
otros. Lo anterior nos lleva a la conclusión de que,
para la sociedad humana, la ecología es política
(entendiendo la ecología como un conjunto de
relaciones con el entorno, incluyendo sus elementos
bióticos y abióticos, humanos y no-humanos). De
esta forma, la ecología política (EP), como disciplina
teórica y práctica, se posiciona como una plataforma
adecuada para analizar la interacción entre sociedad
y medio ambiente, y además proponer nuevas
formas de vincularnos con el entorno (incluyendo
en este a nosotros mismos).
En este número abordamos cómo se expresan las
interacciones entre sociedad y medio ambiente
en el contexto neoliberal del Chile actual.
Algunos artículos nos muestran orígenes y
consecuencias de problemas ambientales en este
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contexto, otros presentan visiones particulares
de la naturaleza, y otros nos llevan a conocer qué
es la EP. En el artículo Por qué la Ecología Política,
Marien González y Colombina Schaeffer nos
hablan de la importancia de la ecología política
para entender la relación naturaleza-sociedad en
Chile. Desde este enfoque es posible analizar tal
relación considerando la visión de naturaleza que
surge desde la modernidad y del Chile neoliberal.
Hernán Dinamarca, en su artículo Ecología política:
la ética y la pragmática de la sustentabilidad, nos
habla de la relación entre EP y sustentabilidad,
recorriendo la historia de este último concepto,
y nos invita a explorar nuevas propuestas que
apuntan a “ecologizar” la economía y la política.
Siguiendo la línea de la EP, en el artículo Ecología
política en el fin de la naturaleza, Leonardo
Valenzuela nos presenta esta disciplina como una
respuesta a la crisis ambiental de la época, donde
la humanidad se ha convertido en la mayor fuerza
transformadora de la Tierra.
Entre los cambios producidos en la Tierra por
la sociedad humana, el cambio climático se
ha posicionado entre los principales temas de
interés ambiental global. Este fenómeno nos lleva
a reflexionar sobre el actuar local que genera
impacto global, y sobre cómo los impactos no
están distribuidos de forma homogénea, ni espacial
ni socialmente. Cristián Retamal, en su artículo
Crisis climática, crisis civilizatoria, pone en duda
que las estructuras dominantes actuales puedan
hacer frente al cambio climático, y expone sobre
las posibilidades de acción y los modos en que
podemos enfrentar este desafío.
Entrando en el contexto nacional, una característica
conocida del Chile actual es la fuerte desigualdad
socioeconómica, la cual está acompañada de la
menos conocida desigualdad ambiental. Si bien el
deterioro ambiental nos puede afectar a todos, este
no impacta a todos por igual. No en cualquier parte
se instala una industria contaminante o un relleno
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sanitario, y aquellos a quienes les toca vivir junto a
este tipo de proyectos, generalmente no tienen los
medios para moverse e instalarse en lugares menos
violentos. Por otro lado, hay cosas que se reparten
más homogéneamente, como los contaminantes
atmosféricos, pero no todos tienen el mismo acceso
a una buena salud y alimentación, y por lo tanto,
quedan mucho más vulnerables a este tipo de
contaminación. La distribución desigual de costos
y riesgos ambientales es abordada por Mayarí
Castillo en su artículo; Problemas socioambientales
en sociedades desiguales: elementos para hablar de
derechos y algo más en Chile hoy.
Los costos y riesgos ambientales, que son sufridos
solo por algunos, suelen ser etiquetados como un
sacrificio necesario para el progreso de Chile. Pero
es importante preguntarse quién es Chile, ya que no
todos se llevan los beneficios por los cuales se hace el
sacrificio. Cuando un recurso natural se extrae hasta
el agotamiento, el perjuicio no es solo para aquellos
que se beneficiaban directamente del recurso, sino
que también se terminan los usos no tangibles y
las relaciones ecológicas asociadas a este. Por otro
lado, el uso de recursos naturales implica obtener
beneficios, y en el contexto chileno actual, la gran
parte se la llevan unos pocos. El modelo extractivista
se defiende con un discurso que habla de progreso,
desarrollo y empleo, por empresarios y políticos o
políticos-empresarios (ya que estos tienden a formar
híbridos y asociaciones mutualistas), pero poco se
escucha sobre la real repartición de ganancias y
males. En su artículo Érase una vez la pesca, Nesko
Kuzmicic nos muestra el lamentable caso de la
pesca en Chile, donde los supuestos de la economía
de recursos naturales neoliberal fallan en mantener
una pesca sustentable. Se espera que al asignar
cuotas de pesca a unos pocos individuos, estos se
preocuparán de cuidar el recurso. Pero esto no es
así, ya que los dueños de la pesca no viven de ella,
entonces, lo que les conviene es generar la mayor
cantidad de dinero lo antes posible y usar lo ganado
en sus otras inversiones. Este modelo de manejo de
recursos naturales no reconoce el contexto de poder
y aglomeración de capital, donde se distorsionan las
decisiones a favor de unos pocos.
También Daniela Jacob y Josefina Buschmann, en
su artículo Progreso y desastre: el caso del Centro
Industrial de Ventanas, nos muestran un ejemplo de
esta promesa del “progreso”. En Ventanas se instaló
un complejo ambiental que prometió empleos y
por lo tanto una mejor vida, pero con el tiempo se
vio que los trabajos generados no eran suficientes
para una buena educación, salud, y calidad de vida
en general, y los que se llevaron la mayor parte de
los beneficios eran los mismos de siempre. Pero algo
más deja este progreso, en este caso, contaminantes
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tóxicos y venenos que invaden agua, aire y cuerpos,
aumentando así más la precaridad de los vecinos.
¿Quién se sacrifica por quién?
Retomando lo planteado al principio de este texto,
si consideramos que no existe una sola mirada sobre
el tema ambiental y una sola idea de naturaleza,
tenemos que distintas perspectivas conviven con
las producidas (y re-producidas) desde el modelo
neoliberal. Martín Fonck en su artículo Santuario
El Cañi como lugar imaginado: ambientalismos y
conservación en un contexto neoliberal, explora
distintos “ambientalismos” que convergen en
torno a un proyecto de conservación. Estas
diversas miradas se van constituyendo a partir de
particulares interaciones con el entorno, pero a la
vez van construyendo diversas naturalezas e ideas
de conservación. Es decir, existiría una construcción
recíproca entre cultura y naturaleza. Además de
convivir, las distintas formas de ver la naturaleza, y
también de construirla, van a afectarse entre ellas,
siendo algunas más influyentes que otras. Es así
como algunas miradas son “naturalizadas”, tratando
de imponerse como si fueran la “real” forma en
que funciona el mundo, usando frecuentemente
el discurso de la ciencia y la razón para validar
esto. En el artículo Observando el medio ambiente
desde el mundo indígena, José Huenchunao y René
Panire nos exponen su visión del medio ambiente
como dirigentes indígenas e integrantes del
pueblo mapuche y likanantay, respectivamente.
Nos presentan un contraste entre una forma de
relacionarse con el medio desde la propiedad
privada, y una forma holística, donde no tiene sentido
resguardar el metro cuadrado privado, y donde no
es posible ponerle precio al aire y al suelo. Además,
reconocen la facilitación que le otorga el estado a
las empresas privadas extractivistas, obviando el
reconocimiento de los pueblos indígenas.
Para finalizar, tenemos otra visión de nuestra
relación con la naturaleza, esta vez desde la
poesía. Carlos Oliva, en La subversiva presencia de la
naturaleza en la poesía, nos lleva a no olvidar algo
tan básico, pero obviado muchas veces: el medio
ambiente, en cuanto entorno, a veces natural, a
veces humano, muchas veces ambos, dialoga con
la creatividad humana, inspira, aparece, impulsa
la creación artística, se manifiesta en un poema.
El poeta construye una versión de la naturaleza, le
asigna a esta una hermosura particular y nos invita
a re-mirarla. Pero también, la naturaleza construye
poesía. No podemos separar naturaleza y sociedad.
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* Marien González Hidalgo y Colombina Schaeffer
Existen múltiples formas de definir la ecología política, tanto desde las perspectivas más cercanas a la academia, así como por las más comprometidas con el activismo. Las definiciones también varían según momentos históricos, territorios y cosmovisiones desde donde se practican las ecologías políticas. El presente artículo no pretende dar una explicación detallada de las ecologías políticas, sino explicar por qué aquí y ahora, en Chile, el marco analítico de la ecología política es necesario para entender las bases históricas, materiales y simbólicas de palabras comunes como “naturaleza”, “desarrollo”, “conflicto”, etc.
La práctica de la ecología política implica la utilización
de un marco analítico en que la separación entre
“naturaleza” y “sociedad” deja de ser algo ingenuo,
sino cargado de relaciones de poder, conocimiento
y desigualdad. “Politizar la ecología y ecologizar la
política”, como señala Eduardo Gudynas, es uno de
los puntos en común de las diferentes ecologías
políticas. Es decir, la intención de la ecología
política es tensionar la idea de “medio ambiente”,
“naturaleza” o “ecología” como conceptos neutros,
para entenderlos como espacios causa y efecto de
la acción del ser humano, en los cuales se dan luchas
de poder y, por tanto, acción política.
* Marien González Hidalgo es candidata a doctora en Ciencia y Tecnología Ambiental en la Universidad Autónoma de Barcelona y en colaboración con la Universidad de Chile. Está interesada en la dimensión emocional de los conflictos ambientales. Su investigación se realiza gracias al Programa People (Acciones Marie Curie) del Séptimo Programa Marco de la Unión Europea, bajo el acuerdo número 289374 – “ENTITLE” – www.politicalecology.eu.
Colombina Schaeffer es socióloga y candidata a doctor en Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad de Sídney. Ha trabajado en áreas como movimientos sociales, estudios de la ciencia y la tecnología y ecología política. Actualmente trabaja en Chile Sustentable como investigadora asociada en las áreas de participación ciudadana y políticas públicas.
Por qué la Ecología Política
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desarrollo. El éxito y fracaso de los países se mide (en
foros internacionales como las Naciones Unidas o
la Organización Mundial para el Comercio) en base
al crecimiento económico, determinado a través
del Producto Interno Bruto o PIB. Así, se asume
que mayor PIB es sinónimo de mayor crecimiento
económico para toda la ciudadanía y, por ende,
bienestar. Es justamente este tipo de presupuestos
los que hacen crisis hoy en Chile. Luego de años de
crecimiento económico, observamos cómo este ha
sido conseguido a un precio no menor y que no
necesariamente nos ha hecho más felices o llevado
a vivir vidas más plenas. Tenemos, por un lado,
una sociedad que sigue siendo desigual; quienes
concentran el poder económico concentran
también el poder político. Por otro lado, el
modelo extractivista (basado en la explotación
de recursos naturales) conlleva la degradación
de los territorios y una intensificación de los
conflictos entre comunidades, estado y empresas,
ya que simplemente no es posible hacer convivir la
agricultura, la salud de la población o la pesquería
un pasado oscuro, medieval, entrando a una nueva
era, más moderna, más industrial, más tecnificada.
Esta forma se hizo dominante a partir de la
Revolución Industrial, a finales del siglo XVIII, cuando,
producto de varios descubrimientos científicos y
cambios culturales, se inauguró una nueva era en la
forma de relacionarnos con el entorno y entre los
seres humanos (aunque la categoría “ser humano”
también ha variado a lo largo de la historia).
Bajo el paradigma de la modernidad, el cual se ha
extendido como paradigma dominante a través de los
procesos de colonización y globalización, la naturaleza
se entiende al servicio de las sociedades humanas. La
modernidad, hasta ahora, ha supuesto una mirada
antropocéntrica del mundo, es decir, el ser humano
al centro y como medida de todas las cosas. Este
paradigma también se ha impuesto, y en algunos casos
se ha alimentado, a través de las vidas de trabajadores
asalariados, informales, del trabajo no reconocido de
las mujeres, y del sometimiento o incluso el exterminio
de comunidades campesinas y/o indígenas.
La lógica de la necesidad constante de crecimiento económico se sostiene a su vez en una lógica del
constante progreso del ser humano: estamos, y debemos estar, siempre progresando, dejando atrás un pasado
oscuro, medieval, entrando a una nueva era, más moderna, más industrial, más tecnificada
Para entender por qué esta tensión es importante
y cuáles son sus consecuencias podemos, por
ejemplo, analizar las bases que sostienen algunos
discursos y prácticas de nuestro mundo en la
actualidad. La mayoría de los países operan y
configuran la existencia de su ciudadanía en
relación a conceptos clave como crecimiento y
artesanal con el desarrollo de grandes proyectos
agrícolas, forestales, mineros o eléctricos.
La lógica de la necesidad constante de crecimiento
económico se sostiene a su vez en una lógica del
constante progreso del ser humano: estamos, y
debemos estar, siempre progresando, dejando atrás
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Es así como las ecologías modernas constituyen
la naturaleza como un recurso a disposición de
“lo social”. En la genealogía de la ciencia y el
conocimiento tenemos evidencias claras de lo
anterior, si analizamos la forma en que las ciencias
“naturales” o “exactas” se han establecido como las
encargadas de decirnos cómo opera ese mundo
“objetivo” y “exacto” que sería la naturaleza. Este
tipo de información, catalogada como “objetiva”
y “verdadera”, se ha considerado útil para la esfera
política, ya que en base a esa información “exacta”,
“verdadera” y “objetiva”, se podrían tomar decisiones
para el bienestar de nuestras sociedades. Se acabaría
así la era de las supersticiones e inexactitudes
basadas en valores y opiniones, y por fin tendríamos
acceso a una herramienta que nos permitiría
conocer el mundo “tal cual es”. Es decir, donde los
seres humanos son falibles y sujetos a opiniones
y valores no fundados en las leyes “objetivas” de
la naturaleza, la ciencia finalmente nos podía dar
certidumbre sobre el mundo y decirnos cómo
podíamos manipularlo para nuestro beneficio.
En la actualidad, el uso de la energía nuclear o
los organismos genéticamente modificados son
ejemplos de cómo, bajo el paradigma moderno de
la ciencia, lo anterior conlleva a que sea solo cier-
ta élite científica la que pueda tomar decisiones
en torno a estas tecnologías. Se considera que la
ciudadanía no tendría por qué participar, debido
a que no contaría con los conocimientos necesa-
rios para poder tomar una decisión “informada”. Si
bien este paradigma entró en crisis en la segunda
mitad del siglo XX –después de casos como la con-
taminación con asbestos, el desastre nuclear de
Chernobyl, la discusión en torno al cambio climáti-
co, entre muchos otros– sigue estando presente y
vigente. En Chile, por ejemplo, hace no muy poco,
la Comisión Asesora para el Desarrollo Eléctrico
(CADE), establecida durante el gobierno de Sebas-
tián Piñera (2010-2014), señalaba en su informe fi-
nal1 el año 2011 que uno de los principales proble-
mas para la generación de electricidad en Chile era
que los ciudadanos no estaban informados ade-
cuadamente. En consecuencia, ante una ciudada-
nía “ignorante”, el estado debía “educarla” para que
pudiera entender lo que estaba en juego, y así, ella
aceptaría los proyectos y los costos asociados de
alcanzar el ansiado desarrollo. Quienes sí estaban
informados y podían opinar, en cambio, eran los
expertos convocados para trabajar en dicha comi-
sión, compuesta en su mayoría por hombres que
vivían en Santiago y que habían estudiado carreras
ligadas a la ingeniería o al derecho.
(1) http://www.minenergia.cl/comision-asesora-para-el-desarrollo.html
La imposición del neoliberalismo en Chile fue posible a costa de
violencia, desapariciones, muerte y tortura, así como a través de la imposición de una verdad “exacta”
sobre otra, de la mano de los expertos por sobre
quienes son subestimados y denominados,
peyorativamente, “los ignorantes, los rotos o los
indios”
El enfoque de la CADE recién analizado tiene sus
orígenes, sin embargo, más atrás en la historia de
Chile. Si bien el enfoque cientificista se remonta a los
orígenes de la modernidad, es durante la dictadura
de Pinochet (1973-1990) cuando en Chile se impone
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la “tecnocracia” o el predominio del saber técnico y
experto por sobre los saberes sociales o políticos
en la esfera política. Es decir, ya no solo estaba la
ciencia llamada a iluminar la toma de decisiones
políticas, sino que se intentó transformar decisiones
rotos o los indios”. Nuestra Constitución Política fue
escrita desde dicho paradigma, donde tanto estado
como ciudadanía son dejados fuera de muchas de-
cisiones, ya que los privados, guiados por la “mano
invisible del mercado”, sabrán mejor qué decisiones
tomar. El problema de esa mirada es que entiende
a esos expertos (ya sean economistas, ingenieros o
cualquier otra disciplina considerada como posee-
dora de un acceso privilegiado a la realidad) como
neutros políticamente. Así, no estarían cambiando
el mundo ni participando de la comunidad política
cuando definen, por ejemplo, que el agua será un
bien privado y tranzado en el “mercado del agua”,
o cuando deciden que la hidroelectricidad tendrá
ciertos privilegios institucionales y regulatorios en
nuestro marco jurídico. Sin embargo, esas sí son y
han sido decisiones políticas. Por ejemplo, represas
como Ralco fueron posibles gracias a ese marco ju-
rídico, ya que el proyecto fue aprobado durante el
gobierno de la Concertación de Eduardo Frei Ruíz-
Tagle (1994-2000), que no cuestionó el legado de
la dictadura. El tema forestal, también amparado
en el marco normativo heredado de la dictadura
y la implementación del neoliberalismo chileno,
es otro ejemplo donde observamos el uso combi-
nado de dominación tanto en forma de violencia
como en lo que refiere al conocimiento. La expan-
sión de plantaciones forestales, mediante subsi-
dios estatales, ha supuesto impactos tanto para
los ecosistemas locales (sustitución y pérdida de
bosque nativo, crisis hídrica, desertificación, pérdi-
da del suelo) como para las comunidades depen-
dientes de dichos ecosistemas (concentración de
la propiedad, migración rural, violencia y conflicto
por pérdida de acceso a la tierra y de derechos in-
dígenas, etc.). Sin embargo, Chile se presenta ante
organismos internacionales como orgulloso de su
crecimiento forestal, confundiendo intencional-
mente plantaciones forestales con bosques, bajo
el paradigma de la “economía verde” .
el uso de la energía nuclear o los organismos
genéticamente modificados son
ejemplos de cómo, bajo el paradigma moderno
de la ciencia, lo anterior conlleva a que sea solo
cierta élite científica la que pueda tomar decisiones en torno a estas tecnologías
políticas en decisiones técnicas, justificándolas
dada la supuesta neutralidad política y legitimidad
científica que tenían. Esto, en el marco de la
imposición de políticas de mercado neoliberales,
las que fueron continuadas en los años posteriores
y hasta la actualidad.
La imposición del neoliberalismo en Chile supuso
la liberalización de la economía y el libre comercio,
la reducción del gasto público y la intervención del
estado en la economía en favor del sector privado.
Esto fue posible a costa de violencia, desapariciones,
muerte y tortura, así como a través de la imposición
de una verdad “exacta” sobre otra, de la mano de
los expertos por sobre quienes son subestimados y
denominados, peyorativamente, “los ignorantes, los
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La ecología política nos permite seguir y tejer
la compleja red de relaciones que se dan entre
naturaleza y sociedad, las relaciones de poder
que se dan entre humanos y no humanos, y las
consecuencias de nuestras acciones para toda
la comunidad. Calentamiento global, pérdida de
biodiversidad, creciente desigualdad entre los
más ricos y más pobres a lo largo del planeta, crisis
alimentarias, conflictos, entre muchos otros de los
desafíos del presente siglo para Chile y el mundo,
no pueden ser entendidos en su complejidad
con un pensamiento que esté constantemente
separando la esfera natural y científica de la social.
Es por eso que la ecología política es clave para
pensar y actuar en el siglo XXI.
En el sur de Chile, dice este comunero mapuche, la economía a base de plantaciones, sobornos y violencia del estado es verde hace rato. Autor: Mico. Fuente: OLCA.
(2) Para más información sobre cómo se fundamenta la economía verde como una nueva forma de mercantilización de la naturaleza se puede consultar el informe de ETC “¿Quién controlará la economía verde?”, disponible en www.etcgroup.org.
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* Mayarí Castillo
Cuando hablamos de temáticas socioambientales no podemos dejar de mirar el contexto en el cual estos desafíos adquieren sentido. Esto es particularmente cierto en las sociedades latinoamericanas, las que parecieran estar llegando tarde al debate y preocupación por la temática medioambiental. Durante muchos años se consideró que estos eran temas de tercer orden en el marco de sociedades con altos niveles de pobreza, de desigualdad y de violencia. Se decía, simplemente, que en sociedades que lidiaban con fenómenos urgentes que afectaban directamente la vida, la cotidianeidad y la sobrevivencia de quienes habitaban en la región, teníamos cosas más importantes en las que pensar.
Cuando hablamos de temáticas socioambientales
en nuestro país no podemos dejar de mirar el
contexto en el cual estos desafíos adquieren
sentido. Esto es particularmente cierto en el caso de
las sociedades latinoamericanas, las que parecieran
estar llegando tarde al debate y preocupación por
la temática medioambiental. Durante muchos años
se consideró que estos eran temas de tercer orden
en el marco de sociedades con altos niveles de
pobreza, de desigualdad y de violencia. Se decía,
* Antropóloga Social de la Universidad de Chile, Maestra en Ciencias Sociales por la FLACSO México y Doctora en Sociología de la Freie Universität Berlin. Actualmente se desempeña como Académica en la Escuela de Antropología de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.
Problemas socioambientales en sociedades desigualesElementos para hablar de derechos y algo más en Chile hoy
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simplemente, que en sociedades que lidiaban con
fenómenos urgentes que afectaban directamente
la vida, cotidianeidad y la sobrevivencia de quienes
habitaban en la región, teníamos cosas más
importantes en las que pensar.
En ese marco, las políticas sociales de la región
se focalizaron en aquellos problemas que eran
considerados prioritarios, dentro de los cuales
las temáticas socioambientales no formaban
parte. Pese a esto, la realidad nos confrontaba
con hechos que resultaban difíciles de abordar
desde esta mirada: en los territorios marginales
de las ciudades se concentraban todas aquellas
actividades “no deseadas” y dañinas, los pobres de
nuestras ciudades respiraban peor aire, sus niños
se enfermaban más por efectos no controlados de
la industria y/o rellenos sanitarios. Escenario similar
el de las zonas rurales, las regiones que mostraban
los mayores niveles de pobreza eran precisamente
las que mostraban altos niveles de degradación
ambiental por acción de industria extractiva y/o
concentración de rellenos sanitarios o plantas de
tratamiento de desechos. La pobreza estaba –se
podía intuir– íntimamente relacionada entonces con
estos altos niveles de degradación ambiental, hasta
entonces sin resguardo ni legislación ninguna. Y lo
que es peor: nuestro modelo de desarrollo no sólo
no estaba cumpliendo su promesa de superar estos
problemas, sino que parecía estar agudizándolos
cada vez más a partir de una desigual distribución
de costos y riesgos ambientales.
Pese a que este hecho ha ido ganando un espacio
en la reflexión sobre el tema, la situación no ha
variado mayormente en las últimas décadas. En el
caso chileno, esto resulta notorio hoy si analizamos
la composición en términos socioeconómicos en las
que se concentran algunas actividades económicas:
en la ciudad de Santiago las comunas en las que se
relevantes y con mayor cantidad de problemas
de externalidades negativas para sus vecinos.
En un contexto de vulnerabilidad previa, esta
degradación ambiental va reforzando dinámicas
que son altamente violentas para la población,
tales como enfermedades de difícil diagnóstico,
la incertidumbre frente a los efectos de lo que le
sucede a la población, la sensación de abandono
o abuso, proliferación de redes clientelares y/o
conflictos entre organizaciones territoriales.
Pese a ello, la intervención sobre desigualdad
y pobreza ha seguido transitando por caminos
divergentes a los de las políticas socioambientales,
tanto a nivel de política pública como a nivel de la
reflexión académica y/o organizacional. No sólo no
en los territorios marginales de las ciudades
se concentraban todas aquellas actividades “no
deseadas” y dañinas, los pobres de nuestras
ciudades respiraban peor aire, y sus niños
se enfermaban más por efectos no controlados de
la industria
concentran las principales actividades industriales
son aquellas en las que el porcentaje de población
perteneciente a grupos ocupacionales en la base
de la estratificación social (con menores ingresos
y niveles de calificación) supera el 50%. Tales son
los casos de Renca con un 66,2%; Cerro Navia con
un 71,4%; Cerrillos con un 61,1%; Pudahuel con
un 57,3%, por nombrar los polos industriales más
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se han insertado estos temas en una reflexión sobre
la ya desigual distribución de costos ambientales
a nivel mundial –dentro de la cual nuestro país ya
tiene una posición de desventaja clara–, sino que
tampoco se han tendido puentes que permitan
entender cómo estas problemáticas adquieren
características particularmente violentas en
sociedades con altos índices de desigualdad como
la chilena. En este tipo de sociedades, ciertas
poblaciones son simplemente invisibilizadas y
vulneradas sistemáticamente en sus derechos,
mientras que otras poseen una gran capacidad de
protección, presión y visibilidad pública que las
protege. Este hecho, si bien ha estado presente
en la reflexión de aquellos autores que trabajan
con las temáticas de racismo ambiental, justicia
ambiental y ecología política desde hace décadas,
simplemente no ha encontrado espacio a nivel de
intervención social, política pública e investigación
reciente.
creciente preocupación tiende a concentrarse en
proyectos emblemáticos, mientras que se queda
muda frente al hecho de que esta concentración
espacial de elementos costosos ambientalmente
se está transformando en una de las formas
más agudas e invisibles de ejercer violencia en
contra de los grupos vulnerables de nuestro país.
Digo agudas pues impactan directamente en la
biografía de sus individuos, su entorno, su cuerpo
y el de los que le rodean. Digo invisibles porque si
bien muchas veces los efectos de esto repercuten
en una degradación visible en el entorno, en
la mayoría de los casos sus efectos en el largo
plazo para la población son silenciosamente
devastadores. En ese sentido, es posible decir
que esta desigual distribución de costos y riesgos
ambientales se ha transformado en una más de
las formas de violencia que ejercen las sociedades
desiguales sobre quienes están en posición de
indefensión: pueblos indígenas, pobres urbanos y
pequeños pueblos rurales.
Esta es una forma de violencia que opera a través
de la concurrencia de acción entre aparato
estatal, agentes políticos y agentes privados.
A pesar de la precaria planificación territorial
nacional, existe una distribución espacial
intencionada que se realiza desde el estado a
partir de elementos como planes reguladores y
estrategias de concentración de industria costosa
ambientalmente, que generalmente perjudica a
población pobre o vulnerable que por su condición
posee una capacidad de protección y reacción
tardía. Casos emblemáticos de esta distribución
intencionada desde el estado ha sido la instalación
de rellenos sanitarios y cordones industriales
en los sectores aledaños o cercanos a viviendas
sociales o comunidades indígenas a partir de la
modificación de planes reguladores, como son los
casos de Bajos de Mena en la región Metropolitana
esta desigual distribución de costos y riesgos ambientales se ha
transformado en una más de las formas de violencia
que ejercen las sociedades desiguales sobre quienes
están en posición de indefensión: pueblos
indígenas, pobres urbanos y pequeños pueblos
rurales
En este contexto, observamos una creciente
preocupación por las temáticas socioambientales
en nuestro país en las últimas décadas, tanto a
nivel de debate público como a nivel de conflictos,
movimientos y organizaciones. Sin embargo, esta
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Por otra parte, existe una legislación ambiental
que presenta escasos avances desde la década
de los noventa, que es excesivamente permisiva
en relación a normativas internacionales y cuya
modificación ha sido dificultosa por la estructura
del poder político en Chile hoy y la estrecha
relación de esta con el mundo económico privado
nacional e internacional. Este punto ha sido quizás
uno de los obstáculos más importantes para los
movimientos vinculados a temáticas ambientales
desde la década de los noventa, siendo claro en
casos paradigmáticos como la reciente Ley de
Pesca, los problemas del lobby de la minería para
la aprobación de proyectos emblemáticos, entre
otros casos de reciente conocimiento público.
A este punto se suma la escasa estructura de
ser contrarrestado sino a través de una gran
cantidad de acciones a lo largo de varias décadas.
Finalmente, también influyen las prácticas del
sector productivo privado –y a veces estatal– que
no solo operan forzando los límites de la legislación
ambiental, sino también ejerciendo sobre la
población una serie de estrategias clientelares
utilizados con el fin de generar acuerdos en
torno a elementos como el daño, la reparación
y las soluciones posibles frente a proyectos y/o
situaciones de crisis. Frente a esto, los proyectos
de responsabilidad social empresarial muchas
veces se vuelven una moneda de cambio que
fragmenta a la población y sus organizaciones,
interviniendo constantemente los territorios y
fragilizando las confianzas entre vecinos.
Dada la estructura del poder político en Chile, las comunidades y habitantes de los sectores afectados
deben lidiar entonces con niveles desiguales de visibilidad pública y de poder, fenómeno que muchas
veces no logra ser contrarrestado sino a través de una gran cantidad de acciones a lo largo de varias décadas
y Boyeco en la IX región; el emplazamiento de
vivienda social sobre residuos tóxicos y basurales,
como son los casos de Cerro Chuño en Arica o la
concentración de industria contaminante en las
mal llamadas “zonas de sacrificio”: mal llamadas
porque la noción de sacrificio implica la obtención
de un beneficio posterior, lo que en el caso de las
sociedades desiguales no se traduce sino en una
mayor concentración de la riqueza vía tributación
e impuestos y en un empobrecimiento de la
población local por degradación ambiental.
fiscalización y penalización por cumplimiento
de las ya laxas normas ambientales en el caso
de daños cuyos efectos podrían remontarse
a más de un siglo, en términos ambientales,
y a más de tres generaciones, en el caso de
la población expuesta a residuos tóxicos y/o
metales pesados. Dada la estructura de poder
político en Chile, las comunidades y habitantes
de los sectores afectados deben lidiar entonces
con niveles desiguales de visibilidad pública y
de poder, fenómeno que muchas veces no logra
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En este contexto, hoy resulta necesario situar esta
reflexión sobre problemáticas socioambientales
en el marco de una sociedad desigual. Es preciso
que en la discusión sobre desarrollo se rescaten las
nociones de Derechos Humanos de los individuos
que están siendo afectados por estos fenómenos,
como una de las herramientas fundamentales
para garantizar que esta discusión no se reduzca
a áreas protegidas, reciclaje o ciclovías, sino a
una reflexión profunda sobre nuestro modelo
de sociedad, sobre la distribución de beneficios/
costos de nuestra economía y sobre el lugar que
los grupos vulnerables están ocupando hoy en el
proyecto país. De lo contrario la discusión sobre
lo socioambiental se trivializa e individualiza, al
centrarse principalmente en la agregación de
acciones individuales que solo sujetos en posición
de privilegio pueden llevar a cabo. Eso no es el
movimiento socioambiental que queremos. O por
lo menos no es el que necesitamos.
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* Nesko Kuzmicic
Detrás de las imágenes idealizadas de la prosperidad industrial se encuentra una economía basada en la explotación de la fuerza de trabajo y en la extracción indiscriminada de los recursos naturales. En el presente artículo se revisa el diseño de desarrollo chileno que privilegia la acumulación rápida y la endogamia del capital.
Cada tanto nos topamos con imágenes o
videos que supuestamente simbolizan Chile:
cobre fundido vertido con pirotecnia sobre
moldes en llamas mientras brazos mecanizados
transportan los preciados cátodos ya enfriados.
Hábiles temporeras cortando racimos de uvas o
manzanas que luego son seleccionadas desde
correas transportadoras. Cajas apiladas en
pallets y estos en contenedores listos para ser
exportados en grandes transatlánticos. Barcos
pesqueros inclinados por el peso de las redes al
tiempo en que grúas de popa alzan grandes sacos
atiborrados de peces. Los pescadores, con sus
trajes de PVC fluorescentes, desfondan las redes
sobre la cubierta para que miles de peces, en un
flujo plateado, sean canalizados hasta llenar las
bodegas. Los buques finalmente arriban a puerto
flanqueados por cientos de gaviotas y pelícanos.
Son imágenes de la prosperidad industrial. El
trabajo mancomunado de un país que se esfuerza
por salir del subdesarrollo. Esa imagen país está
gastada, desteñida como en viejas postales. Detrás
de ese retrato edulcorado y edificante de la épica
del desarrollo, en negativo, hay una economía
basada en la explotación de la fuerza de trabajo y
en la extracción de los recursos naturales. Este país
se ha construido sobre la base de la inequidad social
y el deterioro ambiental. Con el impulso del Estado,
con el hambre de la industria, con la venia de
bancos y mediante leyes aprobadas bajo extorsión
o con carnadas bajo la mesa, se allana el camino que
perpetúa la lógica rentista y que termina finalmente
acrecentando, en unas pocas manos, los beneficios
de la explotación de recursos que “en teoría”
pertenecen a todos. Extraer mientras se pueda,
explotar hasta que exista. Esa lógica extractivista1
* Biólogo Marino de la Universidad de Valparaíso y Magíster en Economía Energética de la UTFSM. Poeta y miembro de Verdeseo desde el año 2010. Desde 2012 se dedica al desarrollo de proyectos de Energías Renovables.(1) Gudynas. 2011. “Más allá del nuevo extractivismo: transiciones sostenibles y alternativas al desarrollo”. En: El desarrollo en cuestión. Reflexiones desde América Latina. Oxfam y CIDES UMSA, La Paz, Bolivia, pp 379- 410.
Érase una vez la pesca
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de uso y abandono es la que ha permanecido
inalterada desde los tiempos del salitre y el carbón.
Se ha avanzado desde entonces, es innegable. Se
han ganado derechos, se han establecido marcos
legales y regulaciones, sin embargo, el trasfondo de
explotación y concentración no ha variado.
Para muchos países la causa del subdesarrollo es
paradójicamente su riqueza2. En este país, donde
ni la minería ni la pesquería pagan una verdadera
retribución o royalty por el uso de los recursos
de toda la población, se renuncia de antemano a
una mínima compensación por el agotamiento
futuro de los mismos. La “maldición de los recursos
naturales” se prueba hoy, en un escenario de mayor
escasez y deterioro de los recursos naturales, como
un engaño del progreso. De pronto, el horizonte se
nos viene encima después de años regodeándonos
por nuestra suerte. Con la pesquería en crisis,
con las leyes de cobre cada vez más pobres, nos
preguntamos por el “plan B”, por el destino de la
“renta” y por el daño irreversible al patrimonio
natural. ¿Dónde fueron a parar los peces? ¿En qué
fue transformada esa riqueza? ¿Cómo dejamos que
esto sucediera? Pero esto no es una mala jugada del
destino, es producto de un diseño que privilegia la
acumulación rápida y la endogamia del capital.
El fin de una era
Todo el manejo pesquero en el mundo se afianza en
la premisa de que los peces son recursos renovables.
Sin embargo, esta condición natural, donde las
tasas de crecimiento y renovación aseguran su
permanencia en el tiempo, se ha visto alterada a tal
punto por la sobrepesca que en muchos casos ya no
se los considera renovables. En el caso de muchos
de los peces pelágicos3, una pequeña proporción de
la población puede recuperar el stock4, sin embargo,
a pesar de esa capacidad, es tal la presión de la
pesca que muchas veces las poblaciones sufren un
declive en su reclutamiento, cayendo en una espiral
descendente hasta que su pesca ya no resulta
atractiva. En algunos casos recién ahí se puede
producir una lenta recuperación. En otros casos ya
no hay retorno.
Muchos científicos5 6 7 dedicados a estudiar los
recursos pesqueros señalan que estamos en la
antesala de un colapso ecológico y alimentario
de proporciones bíblicas. Por primera vez en
toda la historia de la humanidad los alimentos
provenientes de la pesca pueden desaparecer
de nuestra dieta. Desde 1950, el 25% de las
Los pescadores industriales saben que los recursos se están
agotando. “Tenemos que pescar lo más posible antes de que se agote todo”. Así se entiende que el lobby pesquero esté orientado no solo en perpetuar los
derechos “históricos”, sino en aumentar lo más posible
las cuotas de pesca
(2) Auty. 1993. Sustaining Development in Mineral Economies: The Resource Curse Thesis. London: Routledge.(3) Peces que viven en la columna de agua en mar abierto.(4) Unidad biológica de una especie que forma un grupo de características ecológicas similares y, como unidad, es el sujeto de la evaluación y de la ordenación.(5) Mullon, Freon & Cury. The dynamics of collapse in world fishery. Fish and Fisheries 6 (2): 111–120(6) Cooper. 2002. Threatened Fisheries. CQ Researcher 12 (27): 617-648(7) Worm. 2006. Impacts of biodiversity loss on ocean ecosystem services. Science, 314: 787
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pesquerías del mundo han colapsado, 32% está
sobreexplotada y prácticamente todo el resto
está plenamente explotada. La flota pesquera
mundial es tres veces mayor de lo que los
océanos permiten soportar. Lo anterior no resulta
trivial si pensamos que el 90% de toda la biomasa
del planeta tiene su origen en el mar y que para
1.200 millones de personas en el mundo la pesca
es el componente esencial de su dieta. Ha sido
tan estudiado el declive de la pesca en el mundo
que, de no ocurrir cambios, se ha pronosticado el
colapso total de todas las pesquerías del mundo
para el año 2048.
Los recursos marinos sujetos de pesquerías se
diferencian de otras especies en que son de interés
económico para el ser humano y, por lo tanto, objeto
de pesca, recolección o captura. Las pesquerías
industriales más importantes en Chile son las de
peces pelágicos como anchoveta, sardinas y jurel,
y las pesquerías demersales8 como las de merluzas
y langostinos. Las pesquerías bentónicas9, como
las del loco, machas, almejas, erizos y algas son
extraídas, en cambio, por pescadores artesanales.
Somos un país pesquero por donde se nos mire. Du-
rante muchos años estuvimos dentro de los tres paí-
ses con mayores desembarcos del mundo y en el año
2012 seguíamos en un octavo lugar10. No son cifras
para sentirse orgullosos si pensamos que en menos
de una década las capturas totales en Chile disminu-
yeron en un 30%. El declive es indesmentible y urge la
necesidad de conocer la razón que nos llevó a reducir
en unas cuantas décadas una biomasa gigantesca a un
costo ambiental y social sin precedentes.
Existen dos formas de pesca en Chile, la
pesca industrial y la pesca artesanal. La pesca
industrial, a diferencia de la artesanal, se realiza
con embarcaciones grandes, por sobre los 18
metros de eslora. Utilizan sistemas o artes de
pesca de gran alcance, como son los de arrastre,
palangre y cerco. Cuenta a su vez con tecnología
orientada a capturas masivas como satélites,
ecosondas y avionetas de avistamiento. La
pesquería industrial se realiza por fuera del área
de reserva exclusiva para la pesca artesanal que
en Chile está circunscrita a las primeras cinco
millas marinas.
El destino de los recursos de la pesca industrial
es la conversión en productos. Se distingue la
reducción en harina y aceite, la conserva y el
congelado. La mayor parte de la pesca industrial
se realiza para la obtención de harina que luego
se usa de alimento ganadero y acuícola. ¡Cinco
kilos de pescado para producir un kilo de salmón!
El 65% de todos los peces capturados en Chile se
utilizan para convertirlos en harina para la engorda
de vacas, pollos y salmones.
La flota pesquera industrial genera alrededor
de 3.500 puestos de trabajo y 26.500 empleos
indirectos relacionados con plantas de elaboración
y proceso11. Un número menor si se la compara con
la pesca artesanal que tiene 92.000 pescadores
inscritos. El 67% de todo lo que se pesca en Chile
lo realizan estos 3.500 pescadores en unos cuantos
barcos pesqueros tecnologizados para enriquecer
a unos pocos empresarios que se pueden contar
con los dedos de las manos.
(8) De aquellos peces que viven cerca del fondo del mar.(9) Que se desarrollan en el fondo del mar donde llega la luz del sol.(10) http://www.fao.org/3/a-i3720s.pdf(11) http://www.subpesca.cl/institucional/602/w3-article-805.html
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De acuerdo al informe anual de la pesca en Chile12, de las
38 pesquerías explotadas el año 2014, 22 corresponden
a la pesca industrial. De estas, ocho califican en
plena explotación, ocho se encuentran en estado
de sobreexplotación y seis se consideran agotadas
o colapsadas. En tan solo dos años se duplicaron las
pesquerías colapsadas y sobreexplotadas.
La distribución cualitativa hace más dramático el
panorama ya que, a excepción de la sardina común de
la V a VIII regiones, las pesquerías en plena explotación
corresponden a langostinos. Todos los peces
pelágicos y demersales sujetos a explotación están
sobreexplotados o en estado de colapso. Estamos
hablando del jurel, todos los tipos de merluzas, la
anchoveta, la sardina española, el congrio dorado.
El stock de jurel, que no se limita a las costas
chilenas y por ende también es pescado por
flotas internacionales, ha disminuido un 90% en
solo 20 años. De 30 millones de toneladas que
se pescaban, se redujo su extracción a menos
de tres millones. Daniel Pauly, oceanógrafo de la
Universidad de Columbia Británica y uno de los
científicos dedicados a la investigación pesquera
más reconocido, considera especialmente grave la
situación del jurel del Pacífico Sur. “Éste es como el
último de los búfalos”, dice. “Cuando se haya ido,
entonces todo lo demás habrá desaparecido con él.
Marcará el final de los territorios conquistables” 13.
El caso de la merluza no es mejor. A pesar de
ser declarada en el año 2005 en estado de
sobreexplotación, producto de la presión social y al
lobby de los pescadores industriales, las cuotas de
pesca continuaron siendo altas. Si en el año 2001
los desembarcos de merluza llegaron a las 122.000
toneladas, en el año 2013 la cuota total de merluza
fue apenas de 19.000. De acuerdo a Subpesca, la
biomasa de la merluza descendió en un 78% entre
el año 2000 al 2014. Todo esto llevó a que a fines
del año 2014, el Comité Científico Técnico (CCT)
cambiara el estatus del recurso: de sobreexplotado
a colapsado. Sintomáticamente, la administración
política, contraria a toda lógica, aumentó la cuota
con respecto al año anterior.
A diferencia de la pesca industrial, que cada año
aumenta la proporción de recursos sobreexplotados
y colapsados, la pesca artesanal muestra buena salud.
Catorce de las 38 pesquerías reconocidas corresponden
a recursos explotados por la pesca artesanal. Moluscos,
algas, crustáceos y peces, todos se mantienen en plena
explotación y con vedas extractivas estacionales que
aseguren su sustentabilidad.
La pesca artesanal tiene reservadas las primeras
cinco millas de mar para pescar. La primera milla
marítima incluso es de uso exclusivo para los 11.096
botes y lanchas de menos de 12 metros de eslora
repartidos en las 467 caletas registradas a lo largo
de la costa continental e islas de Chile. La pesca
artesanal se rige por el régimen general de acceso,
al igual que la pesca industrial, no obstante presenta
algunas particularidades como las Áreas de Manejo
de Recursos Bentónicos (AMERB).
El régimen de Áreas de Manejo asigna derechos
de explotación exclusiva a organizaciones de
pescadores artesanales, conservando los recursos
bentónicos presentes en áreas geográficas
delimitadas. En 2007 había 752 AMERB autorizadas
en la costa de Chile, cubriendo un área de unas
115.000 hectáreas. Los recursos en ellas son
protegidos, explotados mediante un plan de
manejo que asegure su renovación en el tiempo. Los
(12) Subpesca. 2014. “Estado de situación de las principales pesquerías Chilenas”.(13) http://ciperchile.cl/2012/01/25/sin-control-gigantes-pesqueros-diezman-el-pacifico-sur/
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ingresos que genera su venta se reparten en forma
equitativa entre los pescadores del sindicato o de la
caleta responsable de la AMERB. En los tiempos en
que se estaba discutiendo la implementación de las
áreas de manejo en Chile, un connotado Almirante
señaló con claro desagrado y desprecio que lo que
se estaba haciendo era la Reforma Agraria del mar.
Gracias a estas áreas recursos como el loco, erizos y
machas se han recuperado en muchos lugares.
La pesca artesanal no tiene un origen cierto. Desde
que fuera habitado el territorio en el que se encuentra
Chile se ha pescado. De norte a sur Changos,
Camanchacos, Lafkenches, Chonos y Kaweskar, entre
otros, fueron los pueblos que, asentados en la costa
desde tiempos inmemoriales, se dedicaron a la pesca,
caza y recolección de algas, peces, lobos marinos y
mariscos. En la actualidad, muchos descendientes y
representantes de estos pueblos siguen presentes en
la costa, en caletas, y se dedican como antaño a vivir
de lo pescado. De los botes de cuero de lobo de los
Changos y de los troncos calados de los Kaweskar a
las lanchas de madera o fibra de vidrio no hay una
distancia sideral. De los anzuelos de huesos a los
anzuelos calados en espineles no media una gran
(14) http://www.fao.org/docrep/003/w6914s/W6914S01.htm
La explotación de los recursos marinos por parte de la
industria pesquera ha sido depredatoria e irresponsable. El apoyo político a la pesca
industrial ha afectado gravemente al ecosistema
marino y ha perjudicado a la pesca artesanal que además
de ser más sustentable está orientada al consumo alimentario de los chilenos.
lejanía. La pesca artesanal, en esta parte del mundo,
mantiene la esencia que tuvo en su origen.
Un asunto de propiedad
La regulación pesquera en el mundo intenta resolver
el “problema” de la condición de bien de propiedad
común de los peces y del libre acceso a los mismos.
La base teórica de la gestión pesquera se basa en
los postulados de Garret Hardin y de Scott Gordon.
En la Tragedia de los Comunes Hardin señala que
“la libertad de los recursos comunes resulta la
ruina para todos”. Debido a que la sociedad, según
Hardin, consiste en la agregación de individuos
egoístas que persiguen individualmente su
máximo beneficio a corto plazo, la única forma de
asegurar el cuidado de los recursos comunes es
parcelándolos y otorgando la propiedad y derecho
de uso exclusivo a aquellos, que por reportarles
beneficios, les conviene su explotación eficaz.
Por otra parte, Gordon, en La Teoría Económica del
Recurso de Propiedad Común: La Pesca, manifiesta
que los recursos no pueden ser de todos ya que en
condiciones de acceso abierto, cualquier miembro
de la sociedad (por ejemplo, cualquier pescador)
puede obtener el recurso por apropiación directa
acarreando su sobreexplotación14.
Los economistas en Chile han usado estas teorías al
extremo para justificar la entrega de los recursos a
quienes los han detentado hasta ahora, esto es, las
corporaciones pesqueras. En la práctica, pese a ser
entregados derechos de pesca en forma de cuotas
transferibles y que en la actualidad se limitan a solo
siete familias para su “buen recaudo”, las capturas no
han hecho más que disminuir. A partir de la ruina y
agotamiento de las principales pesquerías podemos
preguntarnos si seguir a pie juntillas la teoría es una
decisión acertada.
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Se supone que los “dueños” de los recursos tienen
los incentivos necesarios para mantener un esfuerzo
de pesca tal que permita su permanencia –y sus
ganancias– en el tiempo. El problema es que estos
incentivos son menores a los que reporta el obtener
las rentas lo antes posible. El mismo Hardin reconoce
esto: “Aquellos que restringen sus demandas
debido a efectos dañinos en el largo plazo pierden
la disputa con los maximizadores de corto plazo”. Un
caso paradigmático es el que sucediera con la mayor
pesquera de Chile, Corpesca. En teoría, a Corpesca
le convenía salvaguardar la pesca de la sardina
española, sin embargo arrasó con ella; su entonces
dueño, Anacleto Angelini amasó una gran fortuna y
rápidamente diversificó su cartera de negocios.
Los pescadores industriales saben que los recursos
se están agotando. “Tenemos que pescar lo más
posible antes de que se agote todo”15. Así se
entiende que el lobby pesquero esté orientado no
solo en perpetuar los derechos “históricos”, sino en
aumentar lo más posible las cuotas de pesca. En un
escenario de colapso de las pesquerías, mientras
antes se obtengan los beneficios, antes se puede
extraer la plusvalía. El desarrollo sustentable, la
seguridad alimentaria, la conservación de los
recursos, el equilibrio ecológico no son más que
fábulas y supercherías para la lógica del capitalismo.
El otro elemento que no contempla la teoría es
que las comunidades no son agregaciones de
individuos interesados en su propio beneficio. “Las
instituciones que descansan sobre el concepto
de ‘propiedad común’ han jugado un papel
socialmente beneficioso en la gestión de los
recursos naturales desde la prehistoria económica
hasta nuestros días”16. Al parecer el viejo Kropotkin
tenía razón cuando señaló que “la inclinación de
los hombres a la ayuda mutua tiene un origen tan
remoto y está tan profundamente entrelazada con
todo el desarrollo pasado de la humanidad, que
los hombres la han conservado hasta la época
presente, a pesar de todas las vicisitudes de la
historia”.
La “sociedad de las partes”17 y las “áreas de
manejo” son un ejemplo exitoso de propiedad
común o comunal de la pesca artesanal. En
ambas, los pescadores artesanales distribuyen
los beneficios del acceso pesquero o de
las áreas a su cuidado de forma equitativa,
impidiendo su concentración. Las antiguas
formas de explotación comunitaria exigían que
la propiedad común fuese guiada por normas de
gestión claras para impedir el agotamiento de los
recursos naturales renovables18. Y así ha sido. Los
pescadores organizados en sindicatos, con planes
de manejo establecidos científicamente y con
participación de los pescadores, han conservado
y explotado racionalmente los recursos en el
tiempo. Cualquiera que bucee en un área de
manejo puede notar la gran biodiversidad que
tienen estas áreas en comparación con zonas
expuestas y sin cuidado.
(15) http://ciperchile.cl/2012/01/25/sin-control-gigantes-pesqueros-diezman-el-pacifico-sur/(16) Ciriacy-Wantrup y Bishop, 1975. “Common Property” as a Concept in Natural Resources Policy. Natural Resources Journal. Vol. 15.(17) La sociedad de las partes de la pesca artesanal era el antiguo trato de los pescadores en un bote o lancha. Esta reconocía derechos colectivos sobre los recursos pesqueros, tanto en el acceso a los recursos como en relación a la distribución de los ingresos obtenidos. Un sistema equitativo basado en la asociatividad, marcado por la inexistencia de extracción de plusvalía al interior de las unidades productivas. La regulación es de carácter informal y está enraizada en la cultura de la pesca artesanal. Este sistema de pesca caracterizó a la pesca artesanal hasta que la regulación reconoció a los Armadores (dueños de las embarcaciones) derechos de cuotas transferibles. A partir de ese momento los armadores pasaron a ser jefes y sus compañeros, empleados.(18) Aguilera. 2007. “La tragedia de la privatización de los derechos”. Reporte SAMUDRA N˚ 46 Marzo 2007.
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La regulación pesquera en Chile gira hasta el día
de hoy en torno al derecho de propiedad de los
recursos, el acceso a las pesquerías y las restricciones
al esfuerzo de pesca. Por años, las leyes y regulaciones
obviaron la necesaria sustentabilidad de la actividad
con el objetivo fortalecer la pesca industrial y su
transformación en harina de pescado. Es la misma
madeja con la cual se ha tejido la historia de
depredación y usurpación de los recursos naturales
en Chile. La explotación de los recursos marinos por
parte de la industria pesquera ha sido depredatoria
e irresponsable. El apoyo político a la pesca
industrial ha afectado gravemente al ecosistema
marino y ha perjudicado a la pesca artesanal que
además de ser más sustentable está orientada al
consumo alimentario de los chilenos. Difícilmente la
institucionalidad pesquera afincada en el Ministerio
de Economía puede lograr frenar a la pesca industrial
para revertir en parte el colapso que se vive.
Ahora todos se sorprenden por la revelación de
cohecho y financiamiento irregular patrocinado por
las empresas pesqueras antes y durante la discusión en
el parlamento de la nueva Ley de Pesca. Pero lo cierto
es que la Industria, desde siempre y con las mismas
prácticas, ha dictado las leyes y reglamentos que
regulan la actividad. La evidencia solo descubre los
turbios mecanismos, el cohecho a políticos corruptos
que entre otros favores permitieron a siete familias de
Chile quedarse con los recursos de todos los chilenos
a cambio de aportes de campaña o sueldos paralelos.
La permisividad y obsecuencia regulatoria se extien-
de a pesquerías que utilizan artes de pesca no se-
lectivos como la pesca de arrastre, que ha generado
daños irreparables al ecosistema marino. Este tipo de
pesquería elimina una gran cantidad de fauna acom-
pañante y destruye el fondo marino generando un
efecto dominó sobre otros organismos de la trama
trófica. El descarte de la pesca acompañante o fuera
de talla constituye un atentado ambiental gigantes-
co. En el mundo, cada año más de siete millones de
toneladas se descartan, es decir, una décima parte de
la captura mundial vuelve muerta al mar19. Además
de peces, moluscos y crustáceos, mueren aves, delfi-
nes, tortugas, tiburones, lobos marinos, ballenas, etc.
No se entiende que siendo la pesquería una actividad
industrial extractiva y que genera daños ambientales
muchas veces severos, no esté bajo el marco de la Ley
de Bases del Medio Ambiente. ¿Por qué no se pueden
concebir planes de manejo a largo plazo y formas de
mitigación por el daño ambiental producido? Si se la
excluyó ex profeso, con los resultados y consecuen-
cias expuestas, ¿alguien puede sostener a esta altura
que su omisión fue una decisión correcta? Pasa que
no vemos los daños ambientales de la pesca, no ve-
mos los barcos ni el descarte mar adentro, menos los
fondos o los cardúmenes mermados. Están fuera de
nuestro alcance, no vemos más allá de lo que pisa-
mos, y no respiramos ese aire.
Hoy los barcos pesqueros vuelven a puerto sin
estridencia. Los espera un funcionario que anota el
volumen de desembarco o las tallas muestrales. Los
tripulantes pescadores se retiran cabizbajos, saben
que la cuota se está acabando y pronto tendrán
que buscar otra cosa. La decadencia los acecha. Los
peces hoy son más chicos y escasos. Ya están lejos
los días en que era tirar y abrazarse. Pero la tristeza
mayor es por lo que están obligados a hacer. Por
más que sea parte del trabajo son personas de mar.
Les duele tener que abrir las esclusas y arrojar por
la borda a miles y miles de otros peces y animales
como si fueran desperdicios. Fueron animales que
formaron parte de algo mayor y que tuvieron la
mala suerte de toparse con el hambre intangible de
ganancias sin límites.
(19) Murray. 2009. The End of the Line. Documental.
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* Hernán Dinamarca
En este breve ensayo haremos la genealogía del concepto sustentable o sostenible. En pocas décadas (y digamos
que a la luz de historia larga, 4 o 5 décadas no son nada), la sustentabilidad, con sus ecos en diversos ámbitos humanos, se ha constituido en la expresión central y
transversal del cambio de época histórica y del nuevo paradigma social.
Aquí hablamos de ecología política (EP) en su
sentido de re-evolución. Por su incidencia evolutiva
en el devenir humano, la EP es simplemente la
implicación entre el cuidado de nuestra “Casa
Grande” (el Oikos matricial) y la Política asumida
como la acción responsable y transformadora en los
asuntos de la Polis.
Por eso, en nuestro presente como Historia, la EP es
la única manera ética e integral de hacer política.
Esa implicación, en clave de desafío cultural, es la
sustentabilidad. Si en la Polis (comunidad humana),
hoy, en lo mínimo, asistimos a una ineludible
ruptura de nuestro destructivo modo de vida o, en lo
máximo, al eventual colapso de nuestra continuidad
como especie, entonces necesariamente hubo
de emerger el desafío de la sustentabilidad como
atractor ético y político.
En este breve ensayo haremos la genealogía del
concepto sustentable o sostenible. En pocas
décadas (y digamos que a la luz de historia larga,
4 o 5 décadas no son nada), la sustentabilidad,
con sus ecos en diversos ámbitos humanos, se ha
constituido en la expresión central y transversal
del cambio de época histórica y del nuevo
paradigma social.
* Dr. /PhD en Comunicaciones (Universidad de Málaga). Profesor de Historia, Periodista y Licenciado en Comunicación Social, Postítulo en Biología del Conocimiento y la Comunicación Humana, Diplomado en Gerencia Pública (siempre en la Universidad de Chile). Fellows Ashoka por nuestros aportes como innovador social. www.hernandinamarca.cl
Ecología política:la ética y la
pragmática de la sustentabilidad
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El eje del actual cambio paradigmático, tras el cual
subyace la EP y la sustentabilidad, opera como el
tránsito desde la mirada del Ego hacia la mirada del
Eco.
La mirada del Ego: la moderna y ya antigua
concepción antropocéntrica del mundo, mecanicista,
representacional, en cuya cúspide domina el individuo
patriarcal, solo y separado, volcado al control y la
explotación, entre otros, de los ecosistemas; en las
últimas décadas ha venido siendo subvertida por
la mirada del Eco: la históricamente emergente
concepción ecológica, sistémica, que integra
horizontalmente al hombre y la mujer en la red de la
vida.
La sustentabilidad es la continuidad humana
¿Qué nos dice de sustentable y sostenible la RAE? De
sustentable, que se puede sustentar, y de sustentar,
el acto de conservar algo en su ser o estado. Mientras
que de sostenible, un proceso que puede mantenerse
a sí mismo.
De ambas definiciones quedémonos con lo que
denota la palabra conservar, por un lado, y el proceso
auto-reproducible, por otro. Pues precisamente esas
son las profundas ideas que están en el corazón de la
comprensión contemporánea de la sustentabilidad y
sostenibilidad.
Es fundamental, entonces, asimilar la potencia en la
articulación del sentido de ambas palabras (sostenible-
sustentable): para que un proceso-sistema se auto-
reproduzca, este debe conservar algo (lo que es propio
de todo sistema autopoiético o sociopoiético)1.
En esto radica la clave de por qué en el presente
como Historia hacemos un uso político y cotidiano
del concepto sustentabilidad o sostenibilidad (en
ese sentido pueden usarse indistintamente). Es hoy
cuando vivimos conscientemente el enorme desafío
cultural de la auto-reproducción del sistema social,
pues, estamos ad portas de negarla dramáticamente,
producto del desacoplamiento entre nuestro modo
de vida y la biosfera (ya volveremos sobre esto).
Es hoy cuando adquiere todo su sentido el hecho
que la condición para un acoplamiento estructural
congruente entre cultura humana y biosfera supone
conservar una relación no destructiva entre lo humano
y los ecosistemas y la biodiversidad.
En los germinales y revolucionarios años 60 del pasado
siglo, la humanidad empezó a tomar conciencia de
la pérdida de biodiversidad, y conocía las primeras y
lapidarias proyecciones del cambio climático causado
por presiones antrópicas. En ese marco, a inicios de los
años 70, el ecologista norteamericano Lester Brown
definió a una sociedad sustentable como aquella
capaz de satisfacer sus necesidades sin disminuir las
oportunidades de las generaciones futuras. Hay que
la conservación de los ecosistemas es
imprescindible para la generación y preservación
de la vida y requiere acciones urgentes en
virtud de la escala actual del daño ambiental y su
impacto en el ser humano
(1) A quienes se interesen por estos conceptos aplicados a la EP (autopoiesis, sociopoiesis y acoplamiento estructural), sugiero la lectura de mi libro ¿Ser o Perecer?: Comunicación y sustentabilidad en las organizaciones, Editorial Planeta Sostenible, 2013. De hecho, este breve ensayo es una actualización del capítulo 3 del mencionado libro.
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recordarlo, la idea-fuerza sustentabilidad emergió
en los movimientos ecologistas contraculturales
como una respuesta a lo que veníamos haciendo
como sociedad moderna, cuando, ensimismados en
el afán del crecimiento económico y demográfico
ilimitado, más una fe dogmática en el “progreso”
material y tecnológico, habíamos arribado a un punto
en que potencialmente podríamos clausurar las
oportunidades de las generaciones venideras, amén
de auto dañarnos en el presente.
¿Por qué como humanidad habíamos arribado
a ese punto? Porque durante la modernidad no
conservamos lo que debíamos conservar para la
auto-reproducción del sistema. Ese es el desafío
de la sustentabilidad: hacer coherentes nuestras
actividades económicas con los ecosistemas, tras el
objetivo de sustentar-conservar las condiciones de
una relación que permita la auto-reproducción del
vivir y la continuidad intergeneracional. Esto es, no perturbar de manera destructiva el acoplamiento estructural entre ecosistemas-humanizados y una cultura que también es naturaleza2, con la
eventualidad incluso de acabar con la organización-
sistema cultura. Por ello, tras esa toma de conciencia,
los más nobles esfuerzos humanos han apuntado a
hacernos cargo de tamaño desafío.
Si aceptamos el supuesto de que los cambios de
época histórica ocurren cuando la humanidad se
ve enfrentada a una crisis de sufrimiento y eventual
autodestrucción, podríamos afirmar que las
primeras señales colectivas de ecocidio, en los años
sesenta, activaron el proceso de cambio cultural
hacia la sustentabilidad.
Esto, que aquí afirmamos en clave sistémica, desde
hace algunos años se escucha en las Naciones Unidas:
la conservación de los ecosistemas es imprescindible
para la generación y preservación de la vida y requiere
acciones urgentes en virtud de la escala actual del
daño ambiental y su impacto en el ser humano
(Informe sobre desarrollo humano, 2011).
O bien, este 2015, la estremecedora Encíclica Laudato
Si nos interpela al cuidado de nuestra casa mayor,
en un tono que evoca las palabras que hace muchos
años pronunciara el teólogo cristiano Thomas Berry:
“la comunidad humana y el mundo natural llegarán
al futuro como una sola comunidad sagrada o ambos
perecerán en el desierto”.
La genealogía de la sustentabilidad
La historia de la contaminación moderna es una con
el proceso de industrialización iniciado en el siglo XVII
en occidente. Sin embargo, pese a ser grave ya en el
siglo XIX, acotada a las urbes industriales aún no era un
problema a tener en cuenta.
Es más, hasta avanzada la segunda mitad del siglo XX (e
incluso hoy entre los fanáticos con fe de carbonero en
la modernidad), la contaminación era unánimemente
considerada un símbolo del progreso: tecnología en
acción, generadora de empleo y crecimiento material, sin
hacer objeciones serias a sus externalidades negativas.
(2) “Naturaleza humanizada/humanidad naturalizada”, fue la notable intuición inaugurada por la filosofía clásica alemana, a la que el pensador Carlos Marx dedicó páginas notables en sus Manuscritos económico-filosóficos. Esta intuición inició la superación de la lógica de la separatividad entre cultura y naturaleza, en tanto abrió en occidente la mirada que hoy asume la radical implicación entre Naturaleza y Cultura. En ese marco reflexivo suenan vacías las sentencias hoy comunes en algunos círculos académicos que hablan del “Fin de la Naturaleza”, como si tal cosa fuera posible sin ir necesariamente acompañada del “Fin de la Cultura, del Fin de lo Humano y del Fin de la Historia”. En estricto sentido, hoy asistimos a una re-significación de la Naturaleza, si se quiere a un Renacimiento de la misma, pues vuelve a ser escuchada y animada como lo hacían los antiguos, pero ahora en clave consciente.
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Será recién durante la primera ola de los Estados de
Bienestar en Europa y Estados Unidos, en los años 50,
60 y 70, con la intensa y extendida contaminación,
cuando se generan las condiciones para la emergencia
de una conciencia crítica. Solo enumeremos algunos
hitos en los años 60 para dar cuenta de la expansión
social de la Ecología Política.
En 1962, Rachel Carson en su obra La Primavera
Silenciosa, develó los impactos en los ecosistemas y
en la salud humana de la industria agroquímica. En
1966, Barry Commoner, biólogo norteamericano, en
Science and Survival, calificó de orientación biocida
el horizonte de la civilización industrial. Ese mismo
año, el economista Kenneth E. Boulding, en The
Economics for the Coming Spaceship Earth, cuestionó
el dogma moderno del crecimiento económico. En
1968, Paul Ehrlich nos interpeló profundamente con
La bomba demográfica. Todos estos libros vieron
la luz en sincronía con la creciente evidencia de la
contaminación de la biosfera por causas antrópicas.
En 1968 se reunieron en Roma 105 científicos
de 30 países; nacía así el célebre Club de Roma,
que encargó un estudio ambiental planetario al
Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).
Según el informe, la presión demográfica había
alcanzado un nivel tan elevado y una distribución
tan desigual, que solo este problema debía obligar
a la humanidad a buscar el estado de equilibrio del
planeta. El crecimiento de la población se acercaba
al punto crítico, si es que no lo había alcanzado ya.
Dado el acervo finito y declinante de los recursos
no renovables y el espacio limitado del planeta, la
humanidad debía aceptar que el creciente número
de habitantes conduciría a un nivel de vida inferior
y a una crisis cada vez más compleja.
También en 1968, la Asamblea General de Naciones
Unidas recomendó realizar la primera conferencia sobre
“los problemas del medio humano”. Ex post resulta
muy decidor el concepto usado por el organismo
internacional, “medio humano”, pues devela que aún
subyacía incontrastable el paradigma social moderno
antropocéntrico instrumental: el entorno/medio como
propiedad del ser humano. Más allá del sentido de
dominio y de control, sobre la base de esa resolución
se convocó a lo que sería la conferencia de Estocolmo,
en 1972, donde se reconoció que “las relaciones entre
el hombre y su medio estaban experimentando
profundas modificaciones como consecuencia de los
progresos científicos y tecnológicos”. La conferencia de
Estocolmo fue la primera de sucesivas reuniones para
tratar de lidiar con la crisis ecológica, estipulándose allí
la creación del Programa de las Naciones Unidas para
el Medio Ambiente (PNUMA).
En paralelo, en la sociedad civil nacían los primeros
movimientos ecologistas. En 1971, Greenpeace fue
uno de los primeros entre una saga de actores sociales
emergentes que, en lo local y planetario, empezarían
a hacer Historia en el proceso de transformación de lo
humano inspirados en los principios emergentes de
la EP. No en vano en 1969 el pequeño paso en la luna
de Neil Armstrong había impactado a una humanidad
asombrada al ver por primera vez suspendida en la
inmensidad del Cosmos la azul y frágil belleza de nuestro
hogar. Esa revelación, emitida en vivo y en directo por la
TV, co-ayudó en el cambio de nuestras conciencias.
En 1982 en las Naciones Unidas fue aprobada la Carta
Mundial de la Naturaleza.
En 1987, en la Comisión Mundial del Medio Ambiente,
como ya escribimos, se formalizó el “Desarrollo
Sustentable” en el documento “Nuestro Futuro
Común” (más conocido como el Informe Brundtland,
en homenaje al apellido de la ex Primera Ministra
de Noruega que encabezó la Comisión, Gro Harlem
Brundtland).
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gobiernos y la sociedad civil, iniciándose el relevante
Diálogo Social tripartito. Ahí se acordó la Convención
Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio
Climático, que de inmediato llevaría al Convenio sobre
Biodiversidad (1992) y más tarde al Protocolo de Kioto
(1998), ambos fundamentales para la sustentabilidad
humana.
Tras la primera Cumbre de Río, Maurice Strong,
secretario general de la misma, y Mijail Gorbachov,
exlíder de la desaparecida Unión Soviética y presidente
de Green Cross International, asumieron la elaboración
de una Carta de la Tierra, recomendada en Río en el
Foro de la Sociedad Civil.
Entre 1994 y 1999, líderes ciudadanos de diversas
nacionalidades redactaron la Carta de la Tierra: El
camino hacia adelante, cuya versión final fue aprobada
el año 2000. Su idea fuerza es que “todos somos uno”,
que la protección del medio ambiente, los derechos
humanos y el desarrollo equitativo entre los pueblos
son fenómenos interdependientes e indivisibles. “El
proceso en pos de la sustentabilidad requerirá un
cambio de mentalidad y de corazón, para así cuidar
la comunidad de la vida, formada por todos los seres
vivos, hasta los más pequeños”.
En la Carta de la Tierra se concluyó que vivimos el
colapso de los irreflexivos principios que han orientado
al ser humano en los últimos siglos: individualismo,
competitividad unilateral, afán de control y dominio,
búsqueda del lucro y ganancias a cualquier precio, con
su inevitable secuela de crisis socio-ambiental. A la
fecha, la Carta, traducida a 30 lenguas, es el documento
internacional que mejor sintetiza el discurso de la
sostenibilidad.
El 2002, en la segunda cumbre de la Tierra, la Sudáfrica
de Mandela quiso asumir la Carta como guía; pero
la oposición de Estados Unidos y otros países lo
impidieron. Diciendo esto queremos destacar que en
las cumbres ecológicas suelen confrontarse distintas
tesituras respecto a la profundidad de la crisis que
vivimos. Por un lado, quienes piensan que asistimos
a un cambio de época y se necesita urgentemente
una nueva mirada que ponga el foco en respuestas
sostenibles, y, por otro, quienes piensan que vivimos
una época de cambios, como ha sido siempre
durante la modernidad, y que la tecnología podrá
resolver nuestros problemas. En palabras de Paul
Raskin (et ál., 2006), en la actual gran transición de
época histórica coexisten la perspectiva del Mundo
(moderno) Convencional y la perspectiva del Mundo
(posmoderno) de la Sostenibilidad (los paréntesis son
nuestros).
Estas dos sensibilidades son transversales a nivel
planetario, a nivel de países, de sociedad civil, de
empresarios, de partidos políticos, de organizaciones y
empresas, en suma, de todos los actores que participan
en el presente como Historia. En esto no hay bloques
rígidos. Ante el desafío de la sustentabilidad no todos
los empresarios están allá y todos los ciudadanos acá, o
La mayor contradicción de nuestro tiempo radica en
el desorbitado crecimiento del antiguo modo de
producción moderno y la imposibilidad de la biosfera
de soportar el daño que aquel le infiere
En 1992, la Cumbre de la Tierra, en Río de Janeiro,
fue histórica por varios motivos. Participaron 172
gobiernos, casi 20.000 líderes ciudadanos en el Foro
de Organismos No Gubernamentales (ONG), más
el recién constituido “Consejo Empresarial para el
Desarrollo Sostenible”. Por primera vez arribaron a
una conferencia tres actores sociales claves: empresas,
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todos los habitantes de ese país son pro sostenibilidad
y viceversa, o los gobiernos de oriente versus los de
occidente o el norte versus el sur. En todos los casos
ocurren dinámicas móviles entre estas dos grandes
sensibilidades: la del mundo convencional y la del
mundo de la sustentabilidad, y el factor de corte,
obviamente, no es lo que se diga en los discursos, sino
la coherencia entre hechos y discursos.
Finalmente, recordemos que en la Conferencia de Río
+ 20, el año 2012, la conducta oficial de los gobiernos
fue aún menos maciza que en 1992. Allí disminuyó la
participación de los mandatarios y, si nos atenemos
a la magnitud, evidencia y urgencia de la crisis
ecológica, se suscribió un documento insuficiente:
El futuro que queremos. Una vez más sería en la
Cumbre de los Pueblos y en la reunión paralela de
los empresarios donde hubo avances sustantivos
en nuevas acciones en pos de la sustentabilidad.
Entre los empresarios asistentes, aún minoritarios,
incluso por primera vez se fue críticamente al fondo
del problema, a la tensión insalvable entre lucro y
sustentabilidad.
Con esta enumeración de hitos, hemos querido
destacar que en pocos años, desde su origen
contracultural, la sustentabilidad terminó por instalarse
en las conversaciones y en la agenda planetaria, aún sin
la profundidad necesaria, pero claramente es el único
sueño y deseo que nos queda en la actual dramática
encrucijada en el devenir humano.
Ecos de la sustentabilidad
Desde que la EP y el nuevo paradigma social
entraron en la Historia, a través de la idea-práctica
sustentabilidad, no ha dejado de incidir en nuestra
percepción de aspectos claves del vivir. Sus
ecos abarcan prácticamente todos los ámbitos
humanos.
En lo económico, ha inspirado la crítica a la lógica del
crecimiento ilimitado (productivismo y consumismo),
animando los primeros pasos de una neo-economía
con criterios ecológicos.
En lo energético, ha puesto urgencia a la ineludible
necesidad de una reconversión hacia fuentes
renovables con mínimo impacto en los ecosistemas.
En lo social y en la política, ha activado movimientos
ciudadanos y políticos críticos a los daños socio-
ambientales y, en tanto el desafío de la sustentabilidad
requiere el concurso de todos, ha incentivado nuevas
formas de gobernanza y diálogo social.
En los hábitos cotidianos, ha activado expansivamente
el reciclaje y nuevas prácticas de consumo responsable.
En la arquitectura y el diseño urbano e industrial, ha
subvertido antiguas prácticas y convicciones.
En el arte y el cine, autores y obras mayores nos han
estremecido ya sea con el sufrimiento que implica el
eventual ecocidio o bien con el respeto y la escucha
activa de todos los seres vivos como el único antídoto.
Esa misma emoción empática u aspiración al respeto
ha inducido emergentes valores y conductas
revolucionarias en las relaciones interpersonales, en
las relaciones interculturales, en las relaciones etarias,
de géneros y sexos, activando nuevos movimientos
socio-culturales y nuevos derechos.
Y en los gobiernos y en las empresas, ha conllevado
nuevas regulaciones y estándares socio-ambientales
en sus gestiones, así como una incipiente
problematización del “dios” lucro3.
En síntesis, se trata de un emergente cultural que ha
tendido a encarnarse en los seres humanos.
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Son tan vastos sus ecos, que aquí solo podremos
esbozar uno de esos procesos: la re-significación de
lo que ha sido la economía históricamente moderna
y la consecuente crítica a la lógica del progreso y del
crecimiento económico ilimitado.
Una nueva economía eco-sostenible
La idea-fuerza sustentabilidad ha iniciado un
cuestionamiento radical a la racionalidad última de la
economía moderna, que históricamente se expresó
como capitalismo o socialismo.
Ambos subsistemas –implícitos en el sistema cultural
o modo de vida moderno– han sido animados por el
paradigma del crecimiento ilimitado, del progreso, del
productivismo y del consumismo material, amén de
otras coincidencias culturales. En rigor, su diferencia ra-
dicaba en el modelo de administración política (distin-
tos conceptos de democracia y del rol del individuo y
del Estado) y en sus respectivas ideas matrices respecto
a la distribución social de la riqueza (el mercado con sus
niveles de regulación y planificación por el Estado).
Con posterioridad a 1989, y ya despejada la bipolaridad
de los subsistemas “hermanos y rivales” de la época
moderna, advino el tiempo infame y desbocado de
la modernidad realmente existente. Aunque, hay que
decirlo, estos tiempos que se querían monocromos,
han traído también una impronta de apertura a la
posibilidad de expansión de las nuevas miradas
posmodernas; pos en el sentido de superación de la
ya añosa época histórica moderna.
En las últimas décadas se ha ido acumulando la
literatura en teoría económica que muestra la tensión
entre la lógica del crecimiento económico y la
sostenibilidad ecológica.
La mayor contradicción de nuestro tiempo radica
en el desorbitado crecimiento del antiguo modo de
producción moderno (el sistema-mundo del que nos
hablara Immanuel Wallerstein) y la imposibilidad de la
biosfera de soportar el daño que aquel le infiere.
La tensión más acuciante del actual modo de vida
es que si seguimos creciendo económicamente,
profundizamos nuestro desacoplamiento de los
ecosistemas, luego, con resultados catastróficos para
la civilización y los seres humanos (insustentabilidad
socio-ambiental).
A contrario sensu, en caso de una brusca ruptura del
crecimiento económico, tal como lo sugiere la razón
analítica, podrían advenir efectos dramáticos en la
reproducción de la cultura material (insustentabilidad
socio-laboral).
¡Qué tensión y desacoplamiento estructural entre la
“máquina socio-económica mundo” y la biosfera!
Una encrucijada vital de la que saldremos solo con
una dolorosa re-evolución mayor y con innovaciones
en diversos dominios, vía un necesario despliegue de
inteligencia y sensibilidad individual y colectiva nunca
antes visto.
Si bien la crítica al crecimiento económico ilimitado
aún no produce un profundo efecto transformativo en
la economía, algunos autores han logrado introducir
“Se ha aceptado así que todo crecimiento es bueno
y que más crecimiento es siempre mejor. Uno se pregunta, al oír tales
cosas, si los economistas modernos han oído hablar
alguna vez del cáncer”
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en la agenda cultural la economía del estado
estacionario (Herman Daly) o la retirada sostenible
(James Lovelock). En los últimos años, esta mirada
ha tomado impulso vía un movimiento planetario en
torno al decrecimiento (Trainer, 2011).
Debido a la magnitud de esta tensión y contradicción,
el proceso histórico de transformación económica
será de largo aliento. Durante la modernidad, el leit
motiv de la actividad económica fue la búsqueda del
progreso material, la maximización de la producción
y del consumo y la búsqueda del lucro por sobre
cualquier otra consideración. En suma, una irreflexiva
fe en el crecimiento económico; una fe ajena a los
límites de la biosfera.
“El marco reduccionista de la economía convencional
ha producido una orientación fundamentalmente
errónea de las políticas económicas. Lo esencial ha
sido la consecución del crecimiento económico,
entendido como incremento del producto nacional
bruto, es decir, desde el punto de vista exclusivamente
cuantitativo de llevar al máximo la producción. Se ha
aceptado así que todo crecimiento es bueno y que
más crecimiento es siempre mejor. Uno se pregunta, al
oír tales cosas, si los economistas modernos han oído
hablar alguna vez del cáncer” (Capra, 1991).
En el espacio planetario podemos distinguir un
sistema socio-económico mundial que mantiene
relaciones implicadas con el ecosistema (biosfera). Las
relaciones entre ambos sistemas son interacciones
(perturbaciones) antrópico-naturales.
La biosfera es la fuente de todos los recursos que
utiliza el sistema económico en sus actividades de
producción y consumo. Y también es el sumidero de
todos sus desechos, aunque la economía clásica, en
su contabilidad, absurdamente le considera como
un valor económico residual. Pero, el ecosistema
planetario es una fuente finita de recursos ambientales
no renovables y posee una capacidad limitada de
regeneración de recursos ambientales renovables,
así como una capacidad igualmente limitada de
absorción de residuos. Con la expansión global del
modo de vida del productivismo y consumismo
(modernización social y económica, le llaman sus
adalides), hemos puesto en una prueba crítica a las
limitadas capacidades del ecosistema mundial y,
como consecuencia, adviene una merma en la calidad
de vida de los seres humanos (Hidalgo Capitán, 2007).
De hecho, el sistema económico ya ha activado
cambios críticos en los ecosistemas (y viceversa); el
cambio climático, la pérdida de la biodiversidad, la
contaminación y escasez del agua, la contaminación
de los océanos, por mencionar las más urgentes.
De esas crisis están emergiendo catástrofes socio-
ambientales de origen antrópico, todas con efecto
severo en nuestro modo de vida: vertidos de
productos químicos, sequías, inundaciones, olas de
frío o calor, incendios, la extinción, mutación, aparición
y proliferación de virus, bacterias, insectos y algas.
La prestigiosa World Wildlife Foundation (WWF), a
finales del siglo XX ya informaba que consumíamos
alrededor de un 25% más de los recursos que éramos
capaces de reponer. Una década más tarde, en el
informe Planeta Vivo (2010), el diagnóstico indicaba un
empeoramiento de la salud de la Tierra. Las demandas
de la humanidad sobre los recursos naturales
aumentan a una velocidad desmesurada, hasta un
50% más de lo que el ecosistema puede proveer,
mientras la biodiversidad de especies, especialmente
en los trópicos, decrece a un ritmo alarmante. Al 2030
la proyección es que necesitaremos dos planetas para
satisfacer nuestras necesidades. Eso es insostenible.
Es que el capitalismo y el socialismo modernos
han ido a contracorriente de la sostenibilidad. Sus
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valores inhibieron que la actividad económica co-
derivara coherentemente con la biósfera. Desde la
sustentabilidad, la crítica es que los economistas
modernos han ignorado que la economía es
simplemente un subsistema de un sistema ecológico
y social mayor; luego, la han descrito con modelos
simples, ajenos a la complejidad y lo sistémico. Ese
marco reduccionista ha conducido a la economía a un
callejón sin salida.
Afortunadamente, en los últimos años, la visión
sistémica ha ido ganando terreno. Solo algunos
ejemplos.
Asistimos a la emergencia de nuevas fuerzas eco-
tecno-productivas y de un nuevo sector de la economía
que busca la concordancia con los ecosistemas. Las
empresas han empezado a problematizar el afán
unilateral de lucro y la lógica del costo-oportunidad en
el corto plazo: las empresas B y las empresas sociales,
más las empresas tradicionales capaces de asimilar con
sinceridad el modelo de gestión de Responsabilidad
Social; la industria de energías limpias, del reciclaje y
de diseños productivos eco-sostenibles.
En la academia y en actores reguladores aumentan
los convencidos de la necesidad de ir más allá
del tradicional Producto Interno Bruto (PIB), que
acostumbraba medir solo la variable productiva y
monetaria, y poco a poco, empresas y países empiezan
a incorporar parámetros para la sostenibilidad, dando
origen a las cuentas verdes o PIB verde.
La regulación ambiental en los Estados y la
autorregulación ambiental de diversos actores han
llegado para quedarse. Hoy prácticamente todos los
países poseen leyes ambientales y algunas empresas,
aún pocas, pero ya sea por decisión propia y/o
tensionadas por la fiscalización legal y ciudadana,
intentan asumir con mayor o menor coherencia y
consistencia nuevos modelos de gestión (grandes
empresas y, sin duda, las interesantes empresas B).
Emergen nuevos patrones y valores en las relaciones
de producción; por ejemplo, el comercio justo,
el consumo responsable, la re-emergencia del
cooperativismo, todos signos que se expanden en el
vivir económico.
Otra crítica clave, desde la mirada de la sustentabilidad,
ha sido a la fe en el progreso ilimitado, ayer
considerado un valor central en la modernidad. Según
Raskin (et ál. 2006), la compulsión por un consumo
material cada vez mayor es la esencia del paradigma
de crecimiento de los mundos convencionales; en
cambio, el nuevo paradigma supone un mundo pos
escasez, en el cual se distribuyan los recursos de otra
manera. La adquisición como un fin en sí puede ser un
sustituto de la satisfacción, un hambre que no conoce
alimento. Hoy sabemos que pasado un cierto punto
(lo suficiente), el mayor consumo deja de acrecentar
la autorrealización. En el nuevo paradigma de la
sostenibilidad, el desarrollo humano pasa a ser un
tema central, que se expresa en el deseo de una mejor
calidad de vida, en fuertes lazos entre las personas y en
un contacto en resonancia con la naturaleza.
En línea con este giro paradigmático, que apunta al
centro del actual modo de vida, hoy se extiende la
mirada que asigna relevancia a nuevos medidores
y satisfactores no solo del bien-estar, sino también
del bien-ser. Crucial en este proceso, profundamente
subversivo, podría ser la expansión del movimiento de
consumidores responsables, cuyo ánimo es vivir en la
simplicidad voluntaria (en austeridad y sencillez) o en
el minimalismo.
Para Adela Cortina (2002) consumir productos
del mercado se ha convertido en una acción tan
obvia en nuestras sociedades que resulta difícil
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imaginar cómo sería un mundo sin consumo. Desde
que a comienzos de la modernidad ocurrió lo
que Karl Polanyi, inspirado en Marx, llamó la Gran
Transformación (cuando el lugar de consumo de
los productos se separó del lugar de producción),
fueron sentadas las bases para una inédita forma
de vida con el consumo como aspecto clave, en lo
económico y en lo cultural.
Sin embargo, en las últimas décadas ha empezado
a emerger una ética del consumo; una ética y saber
que argumenta la necesidad de una existencia de
formas de consumir sustentables, en ese sentido, un
consumo ético.
Desde mediados del siglo XX, una oleada de
críticos del modo de vida moderno empezaron
a cuestionar las formas de consumo de las
sociedades industriales por privar a los individuos
de libertad. Herbert Marcuse distinguió entre dos
tipos de necesidades, verdaderas y falsas, que
los individuos intentan satisfacer al consumir.
Las primeras son necesidades vitales como
alimentación, vestido o vivienda. Las falsas son
de sobreconsumo e innecesarias; los individuos
tal vez se sientan felices al “satisfacerlas”, pero
ignoran que les han sido impuestas por fuerzas
sociales (inmensos sujetos elípticos) con el único
fin de aumentar la producción y el consumo, y así
continuar con esa cadena de esclavitud fraguada
por el afán de acumulación. De esa manera las
personas jamás podrán ser autónomas, porque el
consumo es un apéndice de la producción.
Por ello no fue extraño que en los muros de mayo del
68 aparecieran por primera vez consignas del tono
El consumo es el opio del pueblo y El consumo nos
consume. Según André Gorz, en la transformación
cultural hacia un consumo responsable o ético
estriba la más radical de las transformaciones
pendientes. La misma re-evolución que este 2015,
en Laudato Si, ha reiterado el Papa Francisco. En
ese cambio profundo en los hábitos cotidianos
de consumo y en una justa distribución social
de los bienes y servicios se juega gran parte de la
continuidad intergeneracional.
El consumo responsable (o ético) posee al menos
cuatro dimensiones interrelacionadas, que juntas
son condición para constituirse en un nuevo modo
de vida: 1) practicar la austeridad, el minimalismo
o la simplicidad voluntaria; 2) reciclar todo lo que
sea posible con el objeto de minimizar la tasa de
extracción material y de recursos (desmaterialización
de la economía); 3) optar por la autoproducción y/o
el consumo de bienes que provengan de entornos
económicos cercanos; y 4) decidir las compras en
función de la trazabilidad social y ambiental de
los bienes y servicios, esto es, una producción sin
daño social y ambiental. La articulación de estas
cuatro prácticas es lo sustentable (esto importa,
ya que el simple neo-consumismo de productos
“verdes”, puede ser tan vacío como el consumismo
precedente).
Pese a estos inequívocos avances en pos de la
sustentabilidad, digamos que los cuestionamientos
y límites regulatorios al modelo de crecimiento
ilimitado del capitalismo/socialismo, así como
las nuevas iniciativas económicas y de consumo
responsable, por el simple hecho de estar ahí
no se traducen en que estos valores ocurran
hegemónicamente en el actual vivir económico.
Afirmar algo así iría contra toda evidencia. Aquí
solo decimos que en un proceso histórico, la
mirada de la sostenibilidad como tendencia ha
erosionado la antigua certidumbre moderna del
crecimiento económico ilimitado; añeja creencia
que como humanidad nos llevó a ignorar los límites
estructurales en la biosfera.
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El paradigma social de la sostenibilidad, sin duda,
desde su emergencia en los años sesenta ha
ganado terreno con sus nuevas ideas y valores; sin
embargo, en simultáneo, la modernidad realmente
existente ha tendido a extremar los efectos
sociales y ambientales disruptivos causados por
el pensamiento reduccionista (que separa y no
observa las redes), por la lógica del lucro, por el
productivismo, el consumismo y la acumulación
ilimitada, ahora tecno-globalizada.
De ahí que para la mirada sistémica de la
sustentabilidad, que observa los ciclos largos y las
redes interdependientes, es irreflexivo continuar
pensando sobre la base de esa ignorancia y
descriterios.
En distintos lugares del mundo, movimientos
ciudadanos iniciaron la tarea de demolición de
la lógica del crecimiento económico ilimitado. En
el habla ya se han instalado tres conceptos que
apuntan a lo mismo: el crecimiento estacionario,
el decrecimiento y la retirada sostenible. Los
promotores de esas ideas postulan un sí empático
y rotundo a la imprescindible expansión de
las nuevas fuerzas productivas eco-eficaces,
posmodernas, para así garantizar una producción
y una sociedad sustentable4.
Bibliografía
- Capra, F. (1991). “El nuevo paradigma ecológico”.
En: revista Nueva Conciencia, Nº 22. Barcelona.
Ediciones Integral.
- Cortina, A. (2002). Por una ética del consumo.
España. Taurus.
- Hidalgo Capitán, A. L. (2007). El sistema económico
mundial y la gobernanza global. Una teoría de la
autorregulación de la economía mundial. En: http://
www.eumed.net/libros/2007b/280/
- Prats i Català, J. (2001). “Gobernabilidad
democrática para el desarrollo humano. Marco
conceptual y analítico”. En: Revista Instituciones
y Desarrollo, Nº 10. Institut Internacional de
Governabilitat de Catalunya, Barcelona, España.
- Raskin, P.; Banuri, T.; Gallopín, G.; Gutman, P.;
Kates, R.; Swart, R. et ál. (2006) La gran transición:
la promesa y la atracción del futuro. Santiago de
Chile. Comisión Económica para América Latina y el
Caribe (CEPAL), Naciones Unidas.
- Rifkin, J. (2010). La civilización empática. Madrid.
Editorial Paidós.
- Trainer, Ted (2011). “¿Entienden bien sus
defensores las implicaciones políticas radicales de
una economía de crecimiento cero?”. En: Revista Sin
Permiso, 6 de septiembre http://www.sinpermiso.
info/articulos/ficheros/decre.pdf
(3) y (4) Para los interesados en profundizar en la interpelación de la sustentabilidad a la economía y las empresas, sugiero el siguiente artículo http://redparalademocracia.cl/a-politizar-el-desafio-de-la-sustentabilidad/
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*Daniela Jacob y Josefina Buschmann
El presente artículo busca indagar en cómo llegó Ventanas al estado de contaminación en que se encuentra hoy. Este centro industrial lleva más de 40 años en operación, ¿acaso en un comienzo no se sabía que las industrias eran perjudiciales para los habitantes locales y para la vida en general? ¿Qué tipo de decisiones de planificación fueron tomadas para la zona? ¿Quiénes tomaron estas decisiones?Para ello, se realizará un breve recorrido histórico del desenvolvimiento del CIV. Los insumos empleados provienen tanto de lo que la prensa escrita ha publicado en torno al tema como de entrevistas a habitantes de la zona.
El Centro Industrial de Ventanas (CIV) es uno de los
polos de desarrollo industrial más grandes de Chile.
En él, se ubica la fundición y refinería de cobre de
CODELCO División Ventanas y se produce energía que
alimenta el Sistema Interconectado Central (SIC) por
medio de termoeléctricas a carbón. Además, es una
entrada de gas natural al país, lo que se suma a otras
industrias de carácter tóxico.
A pesar de la relevancia económica y energética que
tiene este lugar para el país, la comuna que lo acoge,
Puchuncaví, sigue siendo una de las más pobres de
la Quinta Región (CASEN 2006), tanto así que hasta el
año 2011 no contaba con sistemas de alcantarillado
ni de agua potable. A lo anterior, se suma el hecho de
que tierras, aguas, aire y cuerpos de sus habitantes
se encuentran contaminados por los residuos de las
* Daniela Jacob es socióloga, actualmente se desempeña como asistente de investigación del Centro Interdisciplinario de Estudios Indígenas e Interculturales (ICIIS).Josefina Buschmann es socióloga, actualmente se desempeña como directora de contenidos de mafi.tv, y es profesora de la cátedra de Antropología visual en la Pontificia Universidad Católica.
Progreso y desastre.El caso del Centro Industrial de Ventanas
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operaciones del complejo industrial, que incluyen
arsénico, PM10, PM 2,5, dióxido y trióxido de azufre,
mercurio y plomo, entre otros. Por estas razones, el
lugar sea denominado tanto en los medios, como por
ONGs y sus mismos habitantes, como una zona de
sacrificio ambiental. Los habitantes de la zona viven lo
que Tironi (2014) denomina “vidas tóxicas”.
Titulares como “Contaminación con azufre en escuela
La Greda deja a 31 niños intoxicados” (La Tercera,
24 de Noviembre 2011), “Paralización construcción
termoeléctrica de Campiche por recurso de apelación
de vecinos” (EMOL, julio 2009), “Recurso de Apelación
buscará la paralización definitiva de Fundición
Ventanas por daños a la salud” (Bio-Bio Chile, 29 de
Mayo 2011) o “Hablan las viudas de los hombres verdes
contaminados de Ventanas” (Soy Chile, 2 de julio 2011),
evidencian los estragos de la contaminación y los
conflictos que este centro produce en la sociedad civil.
El progreso y el sacrificio necesarios
La historia del CIV se remonta a 1964, cuando se
inaugura la fundición de cobre perteneciente a la recién
creada Empresa Nacional de Minería (ENAMI), tras una
lucha política entre parlamentarios y personalidades
influyentes de distintas regiones por la ubicación que
esta tendría. En ese entonces, se creía que esta traería
beneficios y progreso no solo al país, sino también
a la zona donde se emplazara. A pesar de esto, la
contaminación aérea que producían las industrias no
era algo desconocido, y aparece en la prensa como un
factor a considerar al momento de instalar una industria
de estas características. Sin embargo, dos expertos
norteamericanos en temas ambientales concluyen
que la bahía de Quintero vendría a ser el mejor lugar,
ya que ahí la contaminación sería menor: “Bajo ciertas
condiciones de calma e inversión baja, pueden
producirse en las Ventanas niveles inconvenientes (no
peligrosos) de materias específicas y de gases nocivos
Esta noticia no fue bienvenida por todos los vecinos
de la zona, algunos de los cuales escriben cartas a la
ENAMI argumentando que en el lugar la agricultura
es más importante de lo que los expertos habían
considerado. Estos argumentos son desestimados por
El Mercurio de Valparaíso como “opiniones sin base
suficiente”. Las decisiones son tomadas por los grupos
de poder político y económico y los habitantes de la
zona son instados a “mirar este problema con ánimo
patriótico y aceptar algunos sacrificios; de otra manera
no se podría instalar la fundición en ninguna parte
del país. Las naciones que se han industrializado han
aceptado estos sacrificios. Es el precio del progreso. La
lluvia es indispensable para la agricultura, pero cuando
llueve algunos tienen que mojarse y cada nuevo
edificio le quita el sol a alguien, pero nadie pensaría
por eso en paralizar la construcción” (El Mercurio de
Valparaíso, 17 de julio de 1957).
La naturalización de la contaminación
Luego de la instalación del CIV, Puchuncaví sufre cam-
bios drásticos. Esta comuna era predominantemente
agrícola y pesquera, con pobladores dispersos en los
En este proceso se han privilegiado imperativos
ligados al desarrollo económico y del país a
nivel macro, por sobre el bienestar de los habitantes y medio ambiente locales,
los que han tenido que convivir día a día con la
contaminación
pero ellos se dispersaran en masas de aire más grandes
que las disponibilidades en La Calera y Papudo” (El
Mercurio de Valparaíso, 17 de julio de 1957).
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campos. Tras la instalación de la usina, la zona comien-
za de a poco a transformarse en un centro de desarrollo
industrial. Pocos años después de su llegada, en 1964,
se instala la termoeléctrica Ventanas. Debido a los pro-
cesos y materiales implicados en la operación de es-
tas, los suelos, aguas, y aire de Puchuncaví comienzan
a contaminarse progresivamente, especialmente los
sectores aledaños como Las Ventanas, La Greda, Los
Maitenes, Loncura y Campiche. En un primer momen-
to esto puede observarse en la degradación de los cul-
tivos, corrosión de techos de casas, la contaminación
del mar y de sus peces, entre otros.
Pasa el tiempo y comienzan los años 70, la imposibili-
dad que tenía la comunidad de injerir en la situación
se suma al contexto nacional de dictadura, donde se
acaba con la libertad de prensa y expresión, recha-
zándose también la existencia de organizaciones y
demandas grupales (Sabatini et ál., 1996). Debido a
su incapacidad de incidir, para muchos habitantes
de la localidad este orden de cosas se torna infran-
queable, inmodificable, y pasa a naturalizarse. La
contaminación deja de ser algo extraño, conformán-
dose como parte de la vida cotidiana. Simón, quien
nació en La Greda y trabajó en la fundición, expresa
que “los gases que se generaban en la fundición o el
material particulado que se generaba aquí en las ter-
moeléctricas eran parte del paisaje en el fondo (…)
para nosotros en esa época era parte de nuestro há-
bitat. (…) muchas veces tú te encontrabas con que
el agua cambiaba de color y los peces muertos. Pero
también tú pensabas que eso era algo normal, que
era algo cotidiano” (Simón, Comité de Defensa de La
Greda. Entrevista, 16 de Mayo de 2012).
Pero algunos habitantes de Puchuncaví, algunos
pertenecientes al sindicato de trabajadores de ENAMI,
creado en 1979, y otros dueño(a)s de casa, van en
búsqueda del ingeniero químico Jaime Chiang. Este,
imbuido de la emergente conciencia medioambiental
estadounidense, trabajaba investigando metodologías
de detección y cuantificación de sustancias
contaminantes. Tal tipo de acción será de vital
importancia, ya que desembocará en la publicación de
un estudio que posteriormente será un instrumento
de negociación para la comunidad local. Es decir, son
los estudios científicos los que aportan argumentos
legítimamente aceptados a la luz pública por los
actores que tienen el poder de tomar decisiones, las
empresas y el estado.
Vuelta a la Democracia, regulación ambiental y
controversias
El año 1988 se realiza el plebiscito en el que se vota a
favor del fin de la dictadura y la vuelta a la democracia.
Esto conlleva un resurgimiento de la libertad de prensa
y la reactivación de diversos movimientos sociales
que comienzan a pronunciarse a favor de sus causas
(Sabatini et ál., 1996). Junto con esto, comienza a
haber cada vez mayor tematización medio ambiental
en la prensa, dándose a conocer a mayor escala lo que
sucede en Ventanas.
En marzo de 1993 se aprueba el Plan de Desconta-
minación de Ventanas (PAV), el cual no incluye en
su elaboración a representantes de la comunidad.
El PAV contempla una reducción gradual de las emi-
siones, la materialización de inversiones tendien-
tes a esto y la instalación de una red permanente
de monitoreo de la calidad del aire, teniendo como
plazo final el año 1999. El 9 de diciembre de 1993 se
declara Ventanas como zona saturada de SO2, PM10
y CO2. Por otro lado, en marzo de 1994 se aprue-
ba la ley 19.300, Ley General del Medio Ambiente.
Este marco legal proveerá las bases con las que pos-
teriormente los miembros de las organizaciones
medioambientales de la sociedad civil podrán hacer
demandas a las empresas contaminantes, pudiendo
de este modo exigir y negociar con estas.
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En los últimos años han aparecido organizaciones
ambientales de la zona, como el Consejo Ecológico
de Puchuncaví y El Comité de Defensa de La Greda,
que han llevado a los tribunales de justicia y medios
de comunicación la lucha contra las industrias
contaminantes del CIV. Estas organizaciones
cuentan con abogados, ingenieros, y por tanto, con
conocimiento experto que resulta fundamental al
momento de negociar. A su vez, se valen del marco
legal existente y de las investigaciones científicas en
torno a la contaminación de la zona para articular
y fundamentar sus argumentos. Algunos de ellos
han puesto en jaque el desarrollo del CIV, ya sea
mediante juicios como el recurso de apelación que
mantuvo paralizada la termoeléctrica Campiche
durante ocho meses, la presión generada a través de
diversas manifestaciones para que no se instalara otra
termoeléctrica en la zona (proyecto Río Corrientes
del grupo de inversiones Southern Cross) o las
manifestaciones para que no se clausurara la Escuela
de La Greda.
Conclusiones
Teniendo en cuenta la historia del CIV, se puede
afirmar que han habido decisiones de planificación
que han reafirmado la elección inicial de perfilar
la zona de Ventanas como un polo de desarrollo
industrial. Estas decisiones, históricamente, se han
tomado manteniendo al margen a la comunidad
local, siendo el estado y los grupos de poder político
y económico quienes han incidido directamente
en la planificación de la zona. En este proceso se
han privilegiado imperativos ligados al desarrollo
económico y del país a nivel macro, por sobre el
bienestar de los habitantes y medio ambiente locales,
los que han tenido que convivir día a día con la
contaminación. Los resultados de esta convivencia
han sido catastróficos; un mar donde ya no se puede
pescar, intoxicaciones y problemas respiratorios ante
emisiones descontroladas, y ex trabajadores de ENAMI
que agonizan muertes dolorosas debido a intoxicación
con metales pesados. También resulta alarmante el
grado de exposición a situaciones de riesgo ambiental
que tienen los sectores más vulnerables de la
población, situación que, como se ha podido observar
en este caso, es de larga data y tiene directa incidencia
en su salud y condiciones de vida. A lo anterior, se
suma la falta de compromiso del estado para acoger
y proteger las demandas de estos sectores, ya que a
pesar de que en la actualidad existe un marco legal que
permite a las distintas organizaciones de la sociedad
civil y ONGs interponer recursos de apelación, estos en
muchos casos terminan siendo desestimados –como
lo demuestra el caso de la termoeléctrica Campiche–
o no son de magnitud suficiente como para producir
cambios sustanciales en el sector.
Es por estas razones que el caso de la localidad de
Ventanas, aunque no es el único, es una de tantas
pruebas de que la idea tradicional de progreso,
entendido como un desarrollo productivo cada
el caso de la localidad de Ventanas, aunque no
es el único, es una de tantas pruebas de que la idea tradicional de
progreso, entendido como un desarrollo productivo
cada vez mayor que produce ganancias
económicas crecientes, no es la que debe guiar la
agenda del país
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vez mayor que produce ganancias económicas
crecientes, no es la que debe guiar la agenda del país.
Como demuestra el caso de Ventanas, este modelo
de desarrollo y progreso económico no basta para
garantizar el bienestar de las personas, sino que, en
efecto, puede derivar en todo lo contrario. Es más
bien el bienestar de las personas, que se encuentra
íntimamente ligado a las condiciones del medio
ambiente que estas habitan, el que debe ser prioridad
en cualquier modelo de desarrollo.
En este sentido, para evitar catástrofes como la de
Ventanas, lo que resultaría más pertinente sería buscar
modelos de desarrollo que tengan en sus prioridades
el bienestar de las personas por sobre los intereses
económicos. Además, en el caso de que estos
proyectos consideren infraestructura, se deberían
incluir mecanismos que permitan la participación
activa de las poblaciones afectadas en torno a la toma
de decisiones en sus propios territorios.
Referencias
Sabatini, F. (1994) “Espiral Histórica de conflictos
ambientales: el caso de Chile”. Ambiente y Desarrollo,
Vol. X Nº 4, pp 15-22.
Sabatini, F.; Mena, F. y Vergara, P. (1996) “Otra vuelta a
la espiral: El conflicto ambiental de Puchuncaví bajo
democracia”. Revista Ambiente y Desarrollo, Vol. XII. Nº4,
pp. 30-40.
Tironi, M. (2014) “Hacia una política atmosférica:
químicos, afectos y cuidado en Puchuncaví” Revista
Pléyade, Nº14, pp 165-189.
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*José Huenchunao y René Panire
En el marco del Seminario Permanente Sociedad, Territorio y Medio Ambiente de la Universidad Academia
de Humanismo Cristiano se realizó la sesión “Observando el medio ambiente desde el mundo indígena”, en la
cual los dirigentes José Huenchunao, mapuche, y René Panire, atacameño, compartieron sus visiones respecto
a la experiencia de sus comunidades y los conflictos territoriales que las afectan. El texto que en estas páginas
presentamos se realizó a partir de sus exposiciones y la conversación con los asistentes.
Yo vengo del territorio mapuche, soy dirigente de
una de las últimas luchas de nuestro pueblo. El tema
ambiental es bastante amplio, sin embargo, voy a
hacer un análisis general de la realidad de la situación
mapuche, que tiene que ver con los temas de la
sociedad, el territorio y el medio ambiente.
Siempre hemos entendido que dentro del conflicto
que hoy tenemos como pueblo nación –pueblo
inscrito dentro de los oprimidos–, resulta importante
compartir nuestras ideas y discutir con toda la gente
que tenga la inquietud de plantear un mundo mejor
para la humanidad. La lucha de nosotros tiene que
ver con eso, no es solamente contra los medios de
comunicación o algunas posiciones ideológicas dentro
del mundo chileno, que dicen que lo que estamos
haciendo atenta a la convivencia o la tranquilidad de
la sociedad. Eso no es así, lo que nosotros planteamos
* José Huenchunao es destacado líder del movimiento mapuche. Ex vocero de la Coordinadora de Comunidades en Conflicto Arauco-Malleco (CAM), originario de la comunidad de El Malo, en la ribera del lago Lleu Lleu, actualmente es werkén en el Territorio Lleulleuche de la provincia de Arauco. Ha dedicado su vida a luchar por los derechos de su pueblo.René Panire es Presidente de la Comunidad Indígena Likanantay de Ayquina, Alto Loa. Ha trabajado en la restitución de territorios ancestrales de las comunidades indígenas de la II Región.
Observando el medio ambiente desde
el mundo indígena
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es que aquí hay un conflicto con el sistema capitalista.
Ese conflicto ha sido desde que llegó la cultura que
denominamos occidental, cristiana y capitalista, y se
arrastra hasta el día de hoy.
Cuando llegan los primeros conquistadores a
nuestro territorio no somos nosotros quienes
generamos la guerra, sino que son ellos con el
propósito de adueñarse de nuestro territorio.
Posteriormente pasa lo mismo con el estado de
Chile, que también invade nuestro territorio e inicia
una guerra, conocida como la Pacificación de la
Araucanía, que dura aproximadamente veinte años.
Esa fue una guerra unilateral donde el Ejército de
la Frontera, un ejército que venía saliendo de otra
guerra por el salitre en el norte, invade el territorio
mapuche. Ahí se aniquiló a nuestro pueblo; según
José Bengoa, más del 50% de los mapuche murieron
y se nos usurpa el 95% del territorio, mientras el
5% fue entregado en Títulos de Merced que se
empiezan a regularizar desde 1900.
Si uno mira atrás, hay un periodo donde nosotros aún
vivíamos como pueblo nación con nuestras estructuras
propias. Con la guerra nuestra organización política y
social se desestructura. Esta intervención no fue con
buenas intenciones, sino que el objetivo era instalar un
sistema contrario al nuestro, el sistema capitalista. Y las
concepciones de vida de este sistema son contrarias a
las que tiene nuestro pueblo.
La guerra no se dio solo porque nosotros defendíamos
el territorio por considerarlo una entidad productiva,
como hoy se piensa debido a que la mayoría de la
gente necesita un pedazo de tierra para producir y
vivir, sino porque los mapuche reivindicamos la noción
de Madre Tierra.
Actualmente, una de nuestras mayores luchas es con
las empresas forestales, que para nuestro territorio
no han sido ningún aporte, al contrario, han sido
parte de la destrucción del medio ambiente, han
generado pobreza en nuestras comunidades.
De a poco nosotros buscamos expulsar a las
empresas forestales y reconstruir el tejido social,
la cultura, el medio ambiente, incluso la dignidad
de las personas. La pérdida de dignidad que han
generado las forestales no se ve solo en nuestras
comunidades, sino también en otros sectores. Yo
me recuerdo que antes la gente para sobrevivir
obtenía su alimento de, por ejemplo, sus animales,
su espacio para sembrar, pero durante la dictadura
las forestales comenzaron a invadir la zona de
Arauco y Malleco y fue tanto el deterioro que han
generado, que la gente ya no tiene espacio para
criar los animales. Entonces, el estado ha tenido que
intentar resolver el tema de la alimentación de los
animales, con este hecho ejemplifico lo anterior:
una vez vino la municipalidad a entregarle fardos a
las comunidades, la gente sentía la necesidad de ir a
pedir los fardos, si no se le morían los animales, con
muchos de ellos se trabaja la tierra, pero los pastos
eran malos, no se los comían los animales. Ahí
frente a estos temas medioambientales vamos a tener que
estar luchando siempre, porque siempre vamos a proteger la naturaleza y porque constantemente
van a haber otras instancias que van a querer considerar la
naturaleza como fuente de recursos para ser
extraídos y destruidos
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comprendimos que estábamos llegando al extremo
de mendigar, porque por la necesidad la gente
pierde la vergüenza de ir a pedir. Hoy la situación está
cambiando, la gente está recuperando el territorio,
planificando y resolviendo eso para poder dejar de
depender de la municipalidad o las políticas, que en
realidad son un engaño para nuestra gente.
Las forestales no generan solo disputa por el
territorio, sino también contaminación. Las forestales
son la amenaza para nuestras comunidades,
aunque estamos avanzando, hay muchas otras
empresas que están interesadas por los demás
recursos naturales que se encuentran en nuestro
territorio. Hoy hay muchos proyectos de inversión
capitalista enfocados ahí. Aparte de las forestales,
tenemos la amenaza de las empresas turísticas,
mineras, centrales hidroeléctricas. Sabemos que el
estado no respalda a las comunidades locales, sino
que respalda a las empresas, el sistema las protege.
Frente a esas amenazas lo único que nos queda es seguir
organizándonos como pueblo, resistir a las estrategias
de cooptación que nos prometen ser parte de un pro-
yecto que sabemos que nunca vamos a conformar. Un
ejemplo de lo anterior son las centrales hidroeléctricas,
que cuando llegan nos ofrecen el cielo y la tierra, pero
posteriormente ni siquiera nos incluyen como obreros.
Creo que nosotros frente a estos temas medioambien-
tales vamos a tener que estar luchando siempre, por-
que siempre vamos a proteger la naturaleza y porque
constantemente van a haber otras instancias que van a
querer considerar la naturaleza como fuente de recur-
sos para ser extraídos y destruidos.
Queremos exponer estos temas para poder encontrar en
la gente un poco de ideas que nos permitan encontrarnos,
entender que hay que proteger una concepción de vida
que no sea destructiva ni invasiva con el medio ambiente.
Estas ideas son concepciones políticas y no una
construcción racial, nosotros no pretendemos hacer
una limpieza étnica en la zona, como muchas veces
se ha dicho, sino que tratamos que exista una idea del
territorio, la sociedad, el medio ambiente, la cultura
y el desarrollo que se ajuste a lo que en ese territorio
históricamente se ha hecho.
Como pueblo mapuche tenemos el objetivo de
reconstruirnos como una nación, esa es nuestra lucha y
tiene que ver con reconstruir los aspectos territoriales,
medioambientales, sociales, culturales, económicos.
Para eso, hemos venido recuperando algunos espacios
territoriales para reconstruir ahí la cultura mapuche,
sus valores. Nosotros queremos compartir y entregar
los fundamentos de nuestra lucha para que esto se
vaya conociendo, ya que la sociedad chilena está
golpeada de igual manera, estos temas no preocupan
solamente a nuestro pueblo.
Ahora, producto de la resistencia de las comunidades
de nuestro pueblo, pienso que aún tenemos
esperanza de seguir existiendo y ser un aporte para
la humanidad, porque sabemos que hay un conflicto
mayor que tiene que ver con el medio ambiente, con
la deformación de la sociedad mundial producto de
este sistema que no ha sido justo, pero en nuestro
pueblo aún hay valores y códigos que pueden ser un
aporte al tratar de equilibrar la situación de crisis que
se vive. Por eso es la decisión de seguir resistiendo,
si nosotros dejamos de resistir y entregamos todo
en manos de las empresas y el sistema, que buscan
destruir los últimos rincones de este mundo, vamos a
estar mal como humanidad.
Nuestra lucha es porque esa concepción de
dominación de unos ante otros ha primado, ese es
el problema de esta sociedad. Pero sabemos que
vamos a luchar por mantener un medio ambiente
sano, limpio, equilibrado, para ajustar nuestra
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reconstrucción de sociedad mapuche a los valores
de nuestro pueblo. Somos nosotros quienes vamos
a tener que hacerlo.
René Panire
Mi nombre es René Panire, soy de Aiquina, del interior
de Calama, mi apellido significa “el que lleva”, o “el que
da”, soy descendiente de un gran líder, Tomás Paniri, lo
que me hace sentir una gran responsabilidad.
El problema ambiental que vivimos en la zona se
deriva fundamentalmente de la extracción y la minería
y el uso de los de derechos de aguas. Y esto no es
solamente donde vivo, sino que todo el Alto Loa y
parte de San Pedro de Atacama padecen igual.
El estado ha desconocido las demandas ancestrales
y no ha cumplido en cuanto al reconocimiento y
restitución de nuestros territorios, como lo estipula
la Ley Indígena, ya que solo reconoce la propiedad
privada de las personas, es decir, las casas pequeñas.
Pero no solamente se vive en esos espacios, el
mundo indígena se desarrolla en un territorio
mucho más amplio. Este está poblado de señales
que demuestran su uso ancestral, como apachetas
que indican las direcciones y demarcaciones de los
lugares. Sin embargo, muchas comunidades no
tenemos territorio, vivimos en un terreno prestado,
los espacios en los que vivimos son otorgados
en comodato o concesiones a veinte años, nadie
nos garantiza que eso se renueve y es mucha la
vulnerabilidad.
Diversas comunidades del sector tienen problemas
de contaminación por la minería y los relaves,
también se ha usurpado la propiedad de las vegas
y las tierras de pastoreo, el uso ancestral de los
cerros, el paso de las cañerías. Codelco no paga los
derechos de servidumbre.
La Ley minera tiene más derechos que la propia
vida humana, en Calama se ve cómo se genera la
contaminación sin medir consecuencias. La consulta
que realizan las mineras se reduce a un mero trámite,
en donde no importa lo que opinen las comunidades,
ya que los derechos de extracción los obtienen a
diario. Eso es algo que no nos favorece, al principio
podemos sentir que somos considerados, pero al
final somos engañados. Lo mismo está sucediendo
respecto a la instalación de generadores de energía
eólica y paneles solares, las empresas llegan y cuentan
una gran historia, donde prometen capacitaciones
y empleos, cuando finalmente solo te terminan
ofreciendo un celular de mala calidad. Las diferencias
de educación generan desigualdad e incrementan la
timidez de las personas que viven en el norte, somos
muy respetuosos de las autoridades, todavía se cree
en ellas, pero estas personas se aprovechan de eso.
Y no solamente los Pueblos Indígenas vivimos con
problemas ambientales, sino que Calama lo vive a
diario con el Relave Talabre, que contamina a todos los
pueblos del interior y al río Loa.
A la vez, nuestras comunidades han perdido
progresivamente el agua, todos vivimos el mismo
problema, se nos da el agua de manera controlada
porque la mayoría se le entrega a Codelco. Codelco
está entubando las aguas provenientes de las
lagunas que están en altura, incrementando la
escasez de agua de la zona. Zonas que hace años
atrás eran verdes, con su propia vegetación, hoy
se encuentran secas, son pura arena, las vicuñas
no tienen dónde beber. Un claro ejemplo de
ello es la situación del Ojo de San Pedro, que se
encuentra detrás del volcán Paniri y se ha secado
completamente, hoy es prácticamente un salar.
Con respecto a nuestra comunidad, el año 1987
Codelco quería llevarse una vertiente que tenemos
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dentro del territorio. Nuestra comunidad tiene un
título vigente inscrito en 1907 en Bienes Nacionales de
Antofagasta, reinscrito en 1932, en donde se estipula
que la propiedad implica a las aguas que nacen y
mueren dentro. Gracias a eso nos pudimos ir a juicio
contra Codelco y ganarle.
Sin embargo, tenemos muchos otros problemas,
por ejemplo, en septiembre celebramos la gran
fiesta de Ayquina, a la que llegan más de cien mil
personas, es la segunda fiesta más grande después
de La Tirana. Cuando llega tanta gente se nos genera
un problema, el pueblo no está preparado para
recibirla ya que no tenemos luz. Yo siempre veo que
cuando cortan por dos hora la luz en Santiago todos
reclaman, nosotros allá no vivimos con luz, solo la
tenemos dos horas al día. Además, consumimos
agua industrial, que muchas veces tiene hasta
gusanos, y tampoco tenemos alcantarillados, el
tema sanitario es un problema.
Hemos planteado estos problemas, pero no se nos
construye red de alcantarillado porque, se nos señala,
estamos sobre propiedad privada, por eso el municipio
no intercede. Incluso, algunos parlamentarios
irresponsables están proponiendo esa fecha como
feriado nacional.
Conadi ha sugerido que traspasemos nuestra
propiedad a la figura jurídica de comunidad que
establece la Ley Indígena, pero nosotros tenemos el
ejemplo del pueblo de Río Grande, que pertenece a la
comuna de San Pedro, ellos también tenían un título
de dominio de 1903 y al pasar a conformarse como
comunidad indígena quedaron expuestos a que se
les desplace, pues el rango constitucional de la Ley
Indígena es menor que el de muchas otras leyes. Si
nosotros cambiamos la figura jurídica a comunidad
quedaremos expuestos a que nos quiten las napas
subterráneas, pues ya se han acercado mineras y
han encontrado cobre en nuestras tierras. Por eso le
interesa a Conadi cambiar nuestra figura.
El daño ambiental produce la pérdida de animales,
de vegetación y que nuestra población deba bajar a
la ciudad. Y ahí, si no tenemos estudios, no podemos
trabajar y pasamos a conformar un problema en
la ciudad, cuando lo que anhelamos es solo una
vida tranquila y sencilla. A veces la gente dice que
los indígenas lloramos más de la cuenta, pero la
contaminación que produce la minería es real, eso es
lo que motiva nuestra lucha. Nosotros pretendemos
ser un pueblo autónomo, sentarnos a conversar de
igual a igual con las empresas, poder decidir respecto
a la educación de nuestros hijos.
A lo mejor no tengo palabras muy técnicas, pero trato
de que la gente entienda que traigo la voz de una
persona que vive a diario en el pueblo. Y así también
transmitir que el agua quiere volver a salir en nuestro
territorio, tomar su curso normal y sentirse, como
todos nosotros lo deseamos, libre.
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* Martín Fonck
El ambientalismo como posición política no puede ser entendido sin la relación que establece con las áreas sobre las que basa su defensa. En el siguiente artículo se revisan las múltiples caras de este movimiento social según las acciones concretas en los lugares que tematiza.
La preocupación medioambiental se establece como
posición en Chile a principios de los años noventa en
un contexto socio-político marcado por el fin reciente
de la dictadura. Desde ese entonces es posible asociar
el ambientalismo a los conflictos que han surgido en
diversos contextos geográficos, a raíz de la defensa
de espacios locales frente a las lógicas extractivas del
modelo. Dicha defensa de lo local se ha expresado en
conflictos por los impactos de proyectos extractivos
(mineros, forestales, hidroeléctricos, etc.), los derechos
de uso o la defensa de la biodiversidad, entre otras
razones. Sin embargo, desde esta perspectiva el
ambientalismo como posición política no puede ser
entendido sin la relación que establece con las áreas
sobre las que basa su defensa. De tal modo, es posible
revisar las múltiples caras del ambientalismo según las
acciones concretas en los lugares que tematiza. Por un
lado, han sido ampliamente conocidas las perspectivas
* Sociólogo. Asistente del Centro Interdisciplinario de Estudios Indígenas e Interculturales (ICIIS) y Centro UC de Desarrollo Local. Ha estado vinculado a estudios sobre conservación ambiental, antropología del paisaje y desarrollo local sustentable en ciudades del sur de Chile.
Santuario El Cañi como lugar imaginado:Ambientalismos y conservación en un contexto neoliberal
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ambientales que actúan por medio de grandes
compras de espacios naturales para su protección.
Posición que estructuralmente difiere de las visiones
ambientales asociadas a la resistencia frente a la falta
de regulación ambiental.
Estas diferencias pueden ser exploradas en torno
al proyecto “Santuario El Cañi”, lugar comprado por
una agrupación ambiental para ser conservado a
principio de los años noventa, que ha involucrado
diversos imaginarios ambientales desde su
constitución: ecología profunda, aproximaciones
espirituales o la configuración de ambientalismos
locales, conformando una diversidad de
epistemologías ambientales. El Santuario el Cañi
es un caso relevante por ser el primer proyecto
de conservación privada en Chile que permite
comprender la inserción del ambientalismo en
el país y la relación de este tipo de proyecto con
las comunidades y contextos locales. A su vez, se
constituye como un caso relevante de participación
gracias a la administración actual por parte de la
organización comunitaria llamada “Guías del Cañi”.
Como primer imaginario ambiental, se observan
visiones relacionadas a los ambientalistas que
participaron en la compra del santuario. Desde esta
posición, las acciones y discursos de conservación están
en la línea de lo que ha sido entendido como “ecología
profunda”1. Como acción de conservación para llevar a
cabo dicha visión se aprecia la compra de fragmentos
con valor ecológico dejados de lado por el Estado para
ser protegidos de la extracción. Se observa este tipo
de visión en personajes con búsquedas personales
por preservar cierto tipo de especies, cruzando el
activismo con la ciencia. Se propone un vínculo con la
su protección. Si bien se ha logrado preservar espacios
ecológicamente valiosos, bajo el mismo marco
de organización política se incentivan dinámicas
de sustitución de especies exóticas en territorios
próximos a los espacios de conservación. Lo anterior, a
su vez, tiene efectos en la migración y desplazamiento
de la población local frente a la transformación de
las opciones laborales, limitando la conservación a
acciones particulares privadas, ajena en muchos casos
a las forma de vida local.
Sin embargo, otro modo de entender y actuar desde
la “ecología profunda” ha sido desarrollado por
aproximaciones de índole espiritual. Los imaginarios
ambientales relacionados a esta visión se basan en
la energía del lugar como eje de su posición. En este
caso, se han centrado en el carácter espiritual del Cañi
y la íntima conexión que el ecosistema suscita en la
Desde una visión a nivel nacional, la organización del Estado en términos
ambientales, o la falta de esta, ha incentivado la
transformación del bosque nativo en plantaciones
* Término acuñado por Arne Naess en 1973, respecto a una postura político-filosófica caracterizada por proponer una visión holística ecocéntrica de simetría en la relación entre el humano y el medio ambiente.
naturaleza a través de la compra de espacios ecológicos
vulnerables de acuerdo al precio del suelo. En el actual
contexto neoliberal es posible sobreentender, según
el modelo de acción estatal, que la conservación
medioambiental es dejada a la iniciativa de privados.
Aunque hay que reconocer que a través de acciones
como estas se han logrado proteger zonas de valiosa
biodiversidad, el cuestionamiento queda respecto a la
posición del Estado frente a los temas ambientales y
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experiencia personal. Como visión política, dichos
imaginarios espirituales buscan la transformación
desde la experiencia individual hacia la totalidad. Se
trata de una visión escalar que presenta la novedad de
involucrar a la tierra como agente activo por medio del
concepto de la visión holística de “Gaia” (la Tierra como
una totalidad autoregulada). Quienes presentan esta
visión, por lo general, sugieren que la transformación
de la degradación ambiental –y la organización del
sistema político-económico– pasa por un cambio
de conciencia fruto de un proceso de educación e
invitación a los valores del bosque. La solución, en este
sentido, no puede ser articulada con entes de control
como el estado, sino que debe provenir desde las
conciencias individuales.
Además, se puede destacar la presencia de un tercer
imaginario ambiental en el proyecto de conservación
representado por la agrupación de Guías locales del
Cañi, con un tipo de imaginario vinculado al proyecto
desde una perspectiva local. Este imaginario se
desarrolla en base a las perspectivas ambientales de
la agrupación, quienes vieron una opción laboral en
la conservación, conjugando su visión ambiental con
prácticas locales campesinas. La noción ambiental que
levantan consiste en convertir el bosque en un espacio
de conservación por medio de la vida y el trabajo. De
tal modo, el ambientalismo se configura junto a la
historia de crecimiento del bosque, siendo el mismo
lugar un potencial creativo de transformación de la
visión y acción.
El levantamiento y desarrollo de los imaginarios
ambientales en Chile no ha sido acompañado
de cambios estructurales en la forma de operar
del Estado. Desde una visión a nivel nacional, la
organización del Estado en términos ambientales,
o la falta de esta, ha incentivado la transformación
del bosque nativo en plantaciones. Esta política ha
incentivado la tendencia de migración del campo a la
ciudad en el intento por volver productivo el territorio,
dejando a la deriva formas locales de subsistencia,
las cuales representan formas alternativas de vida
al modelo operante. Como contribución, el caso del
Cañi permite observar la constitución de imaginarios
y las relaciones de cercanía e individualidad con el
lugar al que refiere. Si bien las personas asociadas
a la compra de espacios de conservación ecológica
han realizado aportes a los fines de la biodiversidad,
tendrían una relación de distancia mediada por la
objetificación del espacio, reproduciendo el régimen
de propiedad, cohabitando con un Estado que no se
posiciona por resguardar los recursos en articulación
con las comunidades locales. Por otro lado, aunque
la visión espiritual enseña y asombra, su capacidad
de acción queda más a nivel de conciencia que en
cambios físicos efectivos.
Otro punto de vista otorgan los imaginarios
ambientales articulados desde la conservación como
una forma de trabajo. Si bien los guías representan solo
una parte de la comunidad, su organización es una
forma de resistencia a las dinámicas territoriales que
afectan el medio ambiente y las localidades rurales.
De tal modo, se trata de una ambientalismo que
surge en el proceso de conservación desde el propio
lugar, habitando con el bosque desde una posición
diferente a la extracción. Si bien este caso sería una
excepción a los procesos que enfrentan la mayoría
de las localidades, viene a enseñar una ruta conjunta
de imaginarios y prácticas de conservación desde las
bases, que marcan un camino a seguir para cambiar
las políticas medioambientales. La conservación, antes
que una gestión desde intenciones individuales, debe
avanzar en la ruta de visiones en conjunto con el lugar
y su trabajo diario, siendo la involucración el modo
de operar y subsistir en el lugar una resistencia a las
actuales dinámicas de desplazamiento.
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* Leonardo Valenzuela
El Antropoceno marca un punto de inflexión mayor en la trayectoria de la humanidad, el reconocimiento de un cambio mayor de escala donde la distribución del fenómeno humano ya no es tan solo geográfica
y se convierte en un asunto geológico. El quiebre del Holoceno al Antropoceno es materia de debate por el
momento, sin embargo, lo relevante de esta transición es el cambio desde una época caracterizada por
condiciones climáticas benevolentes que favorecieron el desarrollo y expansión del fenómeno humano en la
Tierra, hacia otra caracterizada por la consolidación del fenómeno humano como una fuerza capaz de alterar los
ciclos geológicos del planeta, con el cambio climático como una de sus más patentes expresiones.
La capacidad humana de dar forma al planeta, ya no
simplemente como materia simbólica sino como un
acto concreto, conforma, en palabras de Bruno Latour,
un antropomorfismo en esteroides. La tierra empieza
a adoptar la forma de nuestros deseos, de la expansiva
ambición por superar un pasado poco sofisticado para
alcanzar un estado donde supuestamente yace la
felicidad absoluta. El resultado es un planeta en crisis,
donde cada día nuevos umbrales son sobrepasados,
dando forma a una sombría perspectiva para la
sobrevivencia de la humanidad en el planeta. En ese
contexto no faltan quienes proponen como solución
seguir fundiendo el planeta para buscar opciones
de vida más allá de sus fronteras. El mismo sueño de
grandeza es el que ha ido moldeando el incierto y
complejo futuro que depara a la humanidad.
* Sociólogo, candidato a doctor en Geografía Humana de la Universidad de Sídney.
Ecología política en el fin de la naturaleza
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La ecología política ha sido, como disciplina
académica y como práctica política, una respuesta
a la crisis que plantea el Antropoceno con la
transformación del ser humano en una amenaza
para el planeta y para sí mismo. La ecología política
ha pasado por una serie de transformaciones desde
sus consolidaciones iniciales a fines de la década de
1960. Académicamente, el movimiento se inició con
la incorporación de variables ecológicas al análisis
de la economía política tradicional, un eco de la
advertencia de Karl Polanyi de que el destino del
planeta en manos del capitalismo sería convertirse
en un desierto. Hoy en día, la ecología política
ha sido enriquecida con múltiples intercambios
disciplinarios, dando forma a un campo diverso
que cuestiona las bases mismas de la distinción
entre naturaleza y cultura, invitándonos a repensar
incluso lo que significa ser humano; un proceso
que se acentúa con el giro nohumano que está
ocurriendo actualmente en múltiples circuitos
académicos, particularmente en las ciencias sociales
y humanidades.
Es posible establecer una suerte de paralelo
inverso entre las trayectorias académicas de la
ecología política y sus expresiones en las arenas
del activismo y la política institucional, esto en
parte debido a que los intercambios entre ambos
mundos no han sido particularmente activos; en
muchos casos privilegiando el uso de modos de
producción científica más convencionales que los
que la ecología política ha sido capaz de ofrecer.
Se puede señalar como un momento de inflexión
la irrupción de movimientos de transformación
cultural relativamente masivos en los años
sesenta, particularmente el feminismo, pacifismo
y ecologismo. Estos movimientos plantearon un
desafío moral radical a las estrechas concepciones
de humanidad, soberanía y naturaleza de la época,
con un importante elemento de activismo inspirado
en las prácticas del movimiento por los derechos
civiles; un ánimo transformador que sintoniza más
con el estado contemporáneo de la ecología política
académica. El siguiente paso se dio a través de
alianzas con grupos de presión locales, por ejemplo
en el caso del movimiento por el desarme nuclear
en Alemania y el movimiento contra las represas en
el río Franklin en Australia.
Con el pasar del tiempo, los partidos verdes más
consolidados han ido modificando el ímpetu inicial
por la transformación radical y se han enfocado en un
tipo de política incrementalista, la cual ha consistido
en la incorporación progresiva de actores políticos
que estaban ausentes en las décadas pasadas.
Los verdes han puesto sobre la mesa alternativas
como las energías renovables no convencionales y
formas innovadoras de conservacionismo, al mismo
tiempo que han brindado visibilidad y opciones a
grupos tradicionalmente marginados, operando
sobre una intensa política de la diferencia. El
incrementalismo, en oposición a una visión
política más profundamente transformadora,
probablemente no haya sido una mala opción en
Los verdes han puesto sobre la mesa alternativas como las energías renovables no convencionales y formas innovadoras
de conservacionismo, al mismo tiempo que
han brindado visibilidad y opciones a grupos
tradicionalmente marginados, operando
sobre una intensa política de la diferencia
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términos pragmáticos, considerando que para
ser competitivo en las democracias occidentales
contemporáneas es necesario compartir los
códigos de los competidores, sin embargo ha
restado fuerza a la ecología política como modo
de pensar y practicar el mundo alternativamente.
Afortunadamente, la otra cara de la moneda es que
ha dado pie a que otros actores se “contaminen” con
las ideas de la ecología política, por ejemplo hoy en
día hasta el Vaticano se alinea con muchos de esos
principios; una clara invitación a mover las fronteras
y hacer frente más decididamente a las crisis del
Antropoceno.
Ciertamente, el cambio climático junto a otras
expresiones del Antropoceno no refieren a una
acción particular que pueda ser rastreada con
precisión en el tiempo, sino más bien a un enjambre
de actos y decisiones donde han operado alianzas
entre humanos y no humanos. Un ejemplo de esto
es la era de los combustibles fósiles, un fenómeno
que se consolidó con el uso industrial de motores
a carbón y luego la expansión del petróleo. La
revolución industrial se apoyó en estas tecnologías
para desarrollar industria pesada e infraestructuras
de gran escala; la metalurgia ha jugado un rol
fundamental en ese proceso, por ejemplo, alzando
a Gales como la primera nación industrializada del
mundo mediante la fundición de cobre, y hoy en día
con las monstruosas cantidades de carbón que se
queman en China, el mayor productor de metales
procesados industrialmente del mundo.
El saldo de la era de los combustibles fósiles ha
sido un planeta sobrecalentado, además de una
precaria forma de habitar el mundo. Desde la
ecología política es posible entender hasta qué
punto depender de combustibles fósiles nos hace
inmensamente vulnerables y limita las posibilidades
de formas alternativas de vivir en el mundo. Es tal la
complejidad con la que la dependencia energética
ha ingresado a nuestra forma de entendernos como
humanos, que la posibilidad de una limitación en el
abastecimiento es vista como una crisis civilizatoria,
con muchas voces augurando un retorno a la “era de
las cavernas”. La dependencia energética nos lleva a
aceptar transacciones morales como la justificación
de guerras, la contaminación crónica del aire que
respiramos, la aniquilación de prácticas culturales
y el abuso de comunidades indígenas, además de
la destrucción de las últimas reservas ecológicas en
las regiones más extremas del mundo. En muchos
sentidos lo más cavernario de la dependencia
energética, en el sentido derogatorio del término,
es su inhumana inmoralidad.
Polanyi advertía en La gran transformación que el
avance del capitalismo dejaría reducida la naturaleza
a sus elementos. Esa es probablemente una de las
grandes novedades del Antropoceno, la naturaleza
ya no es medio ambiente, una materia homogénea,
indiferente y externa, sino que una multitud de
entidades portadoras de capacidades únicas
sobre las cuales la vida en la tierra se sostiene con
fragilidad. El fin de la naturaleza es justamente el fin
de esa forma trivial de ver el mundo bajo la óptica
del excepcionalismo humano y, al mismo tiempo, es
la amenaza real de la desaparición del mundo al que
estamos acostumbrados. Esto no tiene nada que
ver con argumentos como el del fin de la historia,
donde la tendencia es hacia la homogeneidad.
Más bien es la irrupción de una forma de entender
el rol de los no humanos y sus subjetividades en
hacer historia y geografía, un movimiento que nos
ayuda a comprender la creciente complejidad y
complicación de los fenómenos planetarios.
Un ejemplo de lo anterior es lo que ha estado
ocurriendo con la Patagonia Aysén y los proyectos
de represas como HidroAysén: la colonización
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industrial de una de las últimas reservas de vida
del planeta, con la finalidad de extraer energía
hidroeléctrica. Dichos proyectos han sido
paralizados momentáneamente sobre la base de que
los antecedentes presentados no se hacen cargo de
la demostrada porfía con la que el huemul y los ríos
no se acomodan a los modelos que se han hecho
de su comportamiento. Frente a la futilidad de los
argumentos por la conservación de un ecosistema,
es la movilización política de la individualidad de
dos entidades no humanas –huemules y ríos– el
factor determinante para la paralización del grave
atentado que significan las represas.
En Islandia se ha vivido un proceso que ha ido en otra
dirección. La disponibilidad de energía geotermal,
junto a un torcido plan de desarrollo hidroeléctrico,
ha facilitado la expansión de la industria del
aluminio en esta pequeña isla en la frontera del
Ártico. Hoy más del 70% de la energía que produce
el país es consumida por la industria del aluminio,
esa energía es subsidiada fuertemente por todos los
islandeses, mientras las compañías que operan las
fundiciones declaran año a año fuertes pérdidas, en
un ejercicio de acrobacia tributaria, evitando pagar
impuestos. Para un importante sector de Islandia la
construcción de represas y fundiciones de aluminio
se ha convertido en un fetiche, un símbolo hueco de
progreso, considerando que su beneficio económico
directo es casi nulo y el precio a pagar ha sido la
progresiva destrucción de importantes ecosistemas
en la región montañosa de la isla. El siguiente
plan en el horizonte de los políticos de derecha y
del partido del progreso en Islandia es acelerar
la construcción de represas hidroeléctricas para
abastecer a Europa mediante un cable subterráneo,
básicamente convirtiéndose en la pila de Europa.
Esta situación aterra a muchos otros islandeses que
se preguntan casi retóricamente si es realmente
conveniente destruir una reserva de vida como lo
Una situación similar podría ocurrir en Groenlandia
con la expansión minera, un asunto que ha sido
propiciado por el derretimiento de los hielos árticos
a causa del cambio climático. Con la relativamente
reciente autonomía que han conseguido los
groenlandeses con respecto a Dinamarca, han
otorgado licencias de exploración minera a
corporaciones chinas y australianas, entre otras.
Actualmente existe una intensa batalla por los
recursos mineros de esta zona que ha alimentado
una fuerte ambición de progreso entre los locales,
quienes ven en estas inversiones una forma
de reafirmación de su identidad, autonomía y
soberanía. Similares ambiciones pueden sondearse
en torno a la posibilidad de explotar recursos
mineros en la Antártica, continente sobre el que
pesan restricciones a consecuencia del Tratado
Antártico de 1959 y la moratoria de 1976. En 2048 el
tratado será revisado y no sería raro que se busque
levantar la restricción.
La dependencia energética nos lleva a aceptar
transacciones morales como la justificación de guerras, la contaminación crónica del aire que respiramos, la aniquilación de prácticas culturales y el abuso de comunidades indígenas,
además de la destrucción de las últimas reservas
ecológicas en las regiones más extremas del mundo
es Islandia para abastecer la producción de latas de
bebidas y las obesas necesidades energéticas de
Europa.
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Los ejemplos de Groenlandia e Islandia nos
muestran el triste escenario de que, frente a un
llamado a la acción colectiva global frente al
cambio climático, la respuesta de muchos es ver
este proceso como una oportunidad de negocios
o, aún peor, sugerir que el modo de superar la crisis
es perseverar en la misma lógica que ha creado el
problema.
El Antropoceno marca el fin de la naturaleza y con-
solida a la ecología política como una herramien-
ta fundamental para hilar la complejidad de los
problemas que enfrentamos y enfrentaremos en
un futuro para nada lejano. Por un lado, como una
herramienta para pensar esos problemas dimen-
sionando adecuadamente su complejidad y, por
otro, como una forma de traducirlos y llevarlos de
manera efectiva a los terrenos de la democracia.
Hacer ecología política hoy tiene que ver con ne-
garse a que existan problemas con soluciones úni-
cas y proveer siempre formas alternativas de mirar
el mundo. Cuando no hay alternativas, la democra-
cia colapsa y el mundo literalmente se degrada y
empobrece.
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* Cristián Retamal
Las modificaciones en el sistema climático tienen implicancias significativas en la forma como la civilización humana plantea su existencia. Las
alteraciones en los patrones del clima conllevan eventos meteorológicos extremos con mayor frecuencia e
intensidad en distintos rincones del globo, lo cual origina trastornos en los asentamientos humanos y en las
dinámicas más básicas de la economía
Cambio climático: el problema
Los eventos de fenómenos climáticos extremos
son observados hoy en distintos rincones del
planeta. En lo que va de 2015 hemos presenciado
lluvias intensas y aludes con consecuencias
fatales en el norte de Chile; el ciclón Pam con
vientos a velocidad sin precedente en las islas
de Vanuatu en el Pacífico; emergencia hídrica en
California, EE. UU.; y una ola de calor por sobre
los 40°C en India, con más de dos mil muertos.
Las modificaciones en el sistema climático tienen
implicancias significativas en la forma como la
civilización humana plantea su existencia. Las
* Ingeniero civil industrial de la Pontificia Universidad Católica de Chile, con especialización en ingeniería ambiental y estudios en sociología. Además es MSc de la VU University Amsterdam en Holanda. Centra su trabajo en las transformaciones y movilización de esfuerzos que el cambio climático conlleva.
Crisis climática, crisis civilizatoria
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alteraciones en los patrones del clima conllevan
eventos meteorológicos extremos con mayor
frecuencia e intensidad en distintos rincones
del globo, lo cual origina trastornos en los
asentamientos humanos y en las dinámicas más
básicas de la economía1.
El Panel Intergubernamental de Cambio Climático
(IPCC por su sigla en inglés) –establecido por
Naciones Unidas en 1988 para proveer al mundo
de una visión científica clara acerca del cambio
climático– indica que existe una relación directa
entre la temperatura del planeta y el nivel de
concentraciones de gases de efecto invernadero
(GEI) en la atmósfera. A mayores concentraciones
de GEI, mayor es la temperatura promedio en
el planeta, lo que ha sido confirmado por las
observaciones paleoclimatológicas2. Similarmente,
el IPCC señala que el GEI de mayor significación en la
atmósfera es el CO2 o dióxido de carbono, y advierte
también que las emisiones de este gas proveniente
de la utilización de combustibles fósiles con fines
energéticos corresponde en la actualidad a más del
70% de las emisiones de GEI totales.
Industrialización y capitalismo: catalizadores del problema
La ciencia del clima explica que existe en la
Tierra un antes y un después en términos de
concentraciones de GEI en la atmósfera, y que
ese punto de inflexión se produce a partir de la
Revolución industrial. A partir de dicho proceso
de transformación originado en Inglaterra
industrial originó un aumento excepcional en la
productividad de las economías de las naciones al
masificarse la utilización del carbón como fuente
de energía, propiciando con ello una expansión
colosal de las fronteras de la productividad y
así un ensanchamiento de los deslindes de los
sistemas socioeconómicos, convirtiéndose la
expansión económica de las naciones en una
de las aspiraciones fundamentales del nuevo
régimen3. El crecimiento económico –y la tácita
lógica capitalista que lo impele– pasó desde ese
momento en la historia, y hasta nuestros días, a
ser el más preponderante indicador de progreso
y bienestar para las elites gobernantes. Sin
existe en la Tierra un antes y un después en términos
de concentraciones de GEI en la atmósfera, y que
ese punto de inflexión se produce a partir de la
Revolución industrial
(1) Entiendo aquí la economía en el sentido más fundamental planteado por Aristóteles en su Política, donde identificaba la oikonomia como el arte de la gestión del hogar que busca satisfacer las necesidades domésticas básicas.(2) Paleoclimatología es la rama de la ciencia que estudia los cambios en el sistema climático del planeta Tierra a lo largo de su historia.(3) Las sociedades preindustriales habían tenido históricamente acceso a suministros de energía limitados. En dichas sociedades la energía mecánica estuvo originada principalmente por el músculo animal y la energía térmica de la madera, lo cual establecía limitaciones a los niveles de productividad.
en la segunda mitad del siglo XVIII, que fue
alimentado por el espíritu capitalista existente
desde el Medioevo, se modificó vastamente el
poder productivo de las sociedades y con ello
comenzó un proceso de modificación de las
dinámicas sociales y económicas sin precedente
en la historia de la humanidad. La Revolución
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embargo, la Revolución industrial y los procesos
de industrialización en los distintos rincones
del planeta no hubiesen sido posibles sin la
disponibilidad y contenido energético de los
combustibles fósiles. Primero el carbón, luego
el petróleo y más recientemente el gas natural,
han sido la base para construir nuestros actuales
sistemas socioeconómicos. Prácticamente todas
nuestras dinámicas en la vida moderna dependen
total o parcialmente de la disponibilidad de
alguno de estos combustibles fósiles, desde
transportar y mantener nuestros alimentos
refrigerados, hasta leer estas líneas ya sea en una
pantalla o impresas en papel. Hoy, querámoslo
o no, nuestra cotidianidad depende del uso de
combustibles fósiles.
Pero sucede que la utilización de estas fuentes
energéticas genera el grueso de las emisiones de
CO2 a la atmósfera. Así, si bien la Tierra ha tenido
históricamente ciclos de glaciación y su sistema
climático puede verse afectado también por
distintos factores que podrían estar incluso fuera
del planeta4, hoy la ciencia del clima advierte
que un significativo catalizador de las actuales
alteraciones en nuestro sistema climático se
encuentra en las emisiones de GEI de origen
antropogénico, y con ello, en los cimientos con
que nuestros sistemas socioeconómicos han sido
erigidos y obran. En otras palabras, la civilización
humana y el modelo capitalista imperante desde
hace cerca de doscientos años están incidiendo
hoy de manera sustancial en el sistema climático
de nuestro planeta Tierra.
Acuerdos internacionales multilaterales: ensayos
de solución
Los cambios en las concentraciones de GEI y las
alteraciones en el clima del planeta son temas que
han sido sugeridos por la ciencia hace casi dos siglos,
pero no fue hasta 1992 en la Cumbre de la Tierra en
Río de Janeiro (o Cumbre de Río) que los Estados
del mundo reconocieron la necesidad de acción
global colectiva. Ese año tuvo lugar la Convención
Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático
(UNFCCC por su sigla en inglés), que pretende
buscar caminos para enfrentar la problemática
del cambio climático. UNFCCC propuso en 1997
el entonces esperanzador Protocolo de Kioto
(PK) que reconoció la responsabilidad histórica
de los países industrializados en el aumento de
las concentraciones de GEI en la atmósfera y los
exhortó a reducir sus niveles de emisión respecto
al año base de 1990. Sin embargo, Kioto eximió
de las obligaciones de reducción a países en vías
de desarrollo, entre ellos China, India y otros con
importante auge, dada su baja responsabilidad
histórica de emisiones de GEI. Lo anterior, y dada
la pujanza de la economía de estos países en el
contexto geopolítico internacional de ese entonces,
motivó la no ratificación del PK por parte de Estados
Unidos, en ese momento el mayor emisor de GEI
a nivel global. Así, y al revisar hoy los efectos del
PK desde su entrada en vigencia, se observa que
las emisiones de GEI totales han aumentado en
el planeta. Esto se debe en gran medida a que las
economías de países emergentes que no han tenido
compromisos de reducción hasta ahora han venido
(4) Los ciclos del sol por ejemplo, y su actividad variable, son también considerados por algunos sectores de la ciencia como factores que podrían incidir en el aumento de la temperatura de la Tierra y las modificaciones en el sistema climático, pero en la actualidad no existe un entendimiento cabal de cómo ello ocurriría.(5) De los 36 países desarrollados que se comprometieron a reducir emisiones en el primer período de cumplimiento del PK (2008-2012), solo ocho países tuvieron niveles de emisión mayores a los originalmente comprometidos. No obstante, las emisiones totales del grupo de países desarrollados con compromisos bajo el PK estuvo por debajo de lo convenido.
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aumentado significativamente sus emisiones de
GEI, al punto que el mayor emisor global hoy ya no
es Estados Unidos, sino China5.
En la actualidad, en el proceso de UNFCCC se
negocia un nuevo acuerdo que debe reemplazar al
PK a contar de 2020, en el cual los 196 gobiernos
miembros de UNFCCC, entre ellos Chile, adquirirán
compromisos de reducción de emisiones de GEI.
Esto para limitar el aumento de la temperatura del
planeta en no más de 2°C, umbral a partir del cual la
ciencia del clima estima que se originarían impactos
devastadores en el planeta6.
¿Qué podemos hacer frente al cambio climático?
Es un hecho que tras más de veinte años desde
la Cumbre de Río, los esfuerzos conjuntos de los
Estados en UNFCCC no han logrado plantear
una solución integral al problema que origina el
cambio climático. Gran parte de los instrumentos y
mecanismos internacionales de solución sugeridos
están basados en lógicas económicas de mercado
capitalista que intentan condicionar el crecimiento
global. Pero es enrevesado pretender abordar
la problemática del cambio climático desde una
perspectiva de gobernabilidad global, puesto que
no existe una autoridad planetaria absoluta. Por otra
parte, aspirar a implementar una regulación global
que limite los sistemas capitalistas del mundo tiene
tintes de quimera; es como pretender instaurar la
paz en el planeta a partir de una normativa global.
Como dice Murray Bookchin, “hablar sobre límites
para el crecimiento a un sistema de mercado
global capitalista tiene tan poco sentido como
hablar de los límites de la guerra en una sociedad
guerrera”7. Los acuerdos internacionales que los
Estados puedan alcanzar importan como señales,
pero su relevancia es exagerada en demasía. Las
acciones más relevantes para enfrentar el cambio
climático deben venir desde abajo hacia arriba,
desarrollándose desde pequeñas comunidades
a ciudades, provincias subnacionales, países y
regiones. En la medida que las iniciativas de origen
local sean reconocidas, articuladas e impulsadas
para su proliferación por estructuras de poder
de mayor jerarquía, y hayan ocurrido suficientes
cambios a nivel de comunidades locales, recién
entonces cualquier acuerdo de más alto nivel
podrá ser decisivo, ya que cuando se trata de
cambios fundamentales en la forma de hacer
las cosas, la legislación suele ir a la siga de la
política y la moral, en vez de guiarla. Lo relevante
para enfrentar el cambio climático es pensar
ambiciosamente respecto de qué clase de moral
necesitamos para enfrentarnos a una situación
en donde nuestros patrones de vida acrecientan
la crisis. Esto en un contexto de crecimiento
de la población humana constante, tremenda
dependencia de la disponibilidad energética y un
mundo intensamente interconectado. Debemos
identificar cómo las distintas sociedades del
planeta pueden actuar masivamente desde sus
la Revolución industrial y los procesos de
industrialización en los distintos rincones del planeta no hubiesen sido posibles sin la
disponibilidad y contenido energético de los
combustibles fósiles
(6) Se estima que el aumento de temperatura desde la era preindustrial hasta nuestros días ha sido de 0,8°C aproximadamente.(7) Bookchin, M. ([1990] 2012). Rehacer la sociedad, senderos hacia un futuro verde. Chile: LOM.
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contextos morales particulares de una forma que
sea amigable ambientalmente y que al mismo
tiempo contribuya a dar un significado a sus vidas
en un mundo que debe ser fundamentalmente
distinto a aquel en donde los valores del sistema
capitalista imperante han sido originados. En
este sentido, es esencial ilustrar a nuestros pares
respecto de que son nuestras actuales dinámicas
y patrones de consumo los que sostienen un
sistema capitalista que busca el crecimiento
económico constante sin detenerse, originando
así trastornos en nuestro clima, en nuestras
comunidades y poniendo en jaque a la civilización
humana. Solo sociedades conscientes podrán
exigir a sus autoridades cambios en la forma de
hacer las cosas8.
Para superar la crisis climática, los sistemas más
básicos de nuestra sociedad moderna deben
ser repensados y rediseñados, relegando al
pasado todas aquellas dinámicas que no son
una contribución real a una mejor calidad de
vida y al bienestar de la sociedad en su conjunto.
Fundamentos económicos básicos del actual
régimen capitalista como la competitividad y la
eficiencia, deben ser replanteados considerando
principios de cooperación, solidaridad y dignidad
de la vida como ejes conductores de las dinámicas
humanas. Las sociedades deben sostenerse en el
trabajo conjunto y en la cooperación mutua para
alcanzar objetivos colectivos, donde la competencia
solo debe caber para determinar quién podría
contribuir de mejor manera a un fin común.
(8) En este sentido, la recientemente publicada encíclica papal Laudato Si apela a la moral de los fieles católicos para tomar conciencia de los impactos que sus acciones generan en el medio ambiente.
la civilización humana y el modelo capitalista imperante desde hace cerca de doscientos años están incidiendo
hoy de manera sustancial en el sistema climático de nuestro planeta Tierra
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* Carlos Oliva Vega
Desde los salmos de Salomón hasta las percepciones de Wallace Stevens, no hay poeta que por soberbio que haya sido no salude la ribera idílica de un río o el rugido sordo de una montaña.
En el breve poema “The Dalliance of the Eagles”,
Walt Whitman describe el sobrecogedor cortejo
de dos águilas en vuelo:
Skirting the river road (my forenoon walk, my
rest)Skyward in air a sudden muffled sound, the
dalliance of the eagles… 1
No será este el último de los bardos en asirse a
la seguridad visual de la naturaleza. Desde los
salmos de Salomón hasta las percepciones de
Wallace Stevens, no hay poeta que por soberbio
que haya sido no salude la ribera idílica de un río
o el rugido sordo de una montaña.
* Poeta y periodista. Estudió en el Liceo 6 de San Miguel y en el Instituto Nacional. Se tituló de periodista en la Universidad Católica en el año 2008 y desde entonces ha trabajado en distintos medios como la revista Rolling Stone y el cuerpo de Economía y Negocios de El Mercurio. A los 15 años escribió su primera novela (Frente al espejo) y a los 17 su primer poemario importante (Troncos de bermellón). Ambos permanecen inéditos. En 2014 publicó su primer libro titulado Marginalia, consistente en veinte crónicas en verso bajo Mago Editores.(1) Bordeando el camino del río (mi mañana, mi descanso) / Hacia el cielo en el aire un repentino sonido que envuelve, el devaneo de las águilas...
La subversiva presencia de la naturalezaen la poesía
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El niño aprende por imitación, dice Aristóteles.
No menos hace el poeta ante el mundo natural.
De hecho, en su afán por explicar el misterio
de la poesía, William Wordsworth destacó así
el contexto bajo el cual moldeaba sus distintas
redacciones: “Generalmente se escoge una
vida rústica y humilde, y esto, porque en dicha
condición las pasiones esenciales del corazón
encuentran mejor almácigo para alcanzar su
madurez, están menos controladas y conversan
en un lenguaje pleno y enfático; en dicha
condición nuestros sentimientos elementales
coexisten en un estado de mayor simplicidad y,
consecuentemente, pueden ser contemplados de
forma más apropiada y comunicados de forma
más contundente; las formas de la vida rural que
germinan en esos sentimientos elementales, y
con ello el carácter necesario de las ocupaciones
rurales, son más comprensibles y duraderas. En
dicha condición las pasiones de los hombres
son incorporadas a las formas permanentes y
hermosas de la naturaleza” (Preface to Lyrical
Ballads).
El ejemplo no es trivial. Con Wordsworth no solo
se inicia el movimiento romántico de la literatura
inglesa, sino también una revolución lírica cuyas
reverberaciones siguen deslumbrando en los
atardeceres de Occidente. “Wordsworth inventó
la poesía moderna en inglés”, dice Harold Bloom,
“antes de él, el poeta podía cultivar las temáticas
fuera de su persona. Después de Wordsworth, el
poema es el hombre o la mujer que lo compone”.
Este no es un texto sobre aquel artista inglés,
sino uno en el que la idea central radica en la
trascendencia de los espacios naturales y su
influencia decisiva en la revolución poética
más importante en la historia de la humanidad.
Por eso me detengo aquí, en Wordsworth: él
hizo de la naturaleza una fuente de inspiración
trascendental que heredarían las siguientes
generaciones de poetas. Con este vate, la
poesía empieza a recorrer la senda virgen de la
interioridad en una suerte de búsqueda íntima
que hará que los poetas de fines del XVIII y de
casi todo el XIX encuentren en la naturaleza un
estímulo para suspirar. Es como si la Mona Lisa, en
un arranque de ahogo, se volteara por consuelo a
ese paisaje trasero del que ha sido removido todo
vestigio humano.
Se ha dicho sin exagerar que la internalización
de estos paisajes ha permitido que el concepto
de naturaleza y la conciencia del poeta
“entren en una relación nunca antes vista del
advenimiento del Romanticismo” (Bloom). Es
el peso de verse arrojados, como dirá Sartre un
siglo después, lo que hará que estos artistas, en
conflicto con su propia conciencia, deambulen en
solitario buscándose a sí mismos. No sorprende
entonces que los grandes poemas, a partir de los
románticos, sean deliberados testimonios líricos
de una travesía o de un viaje por los recovecos de
No sorprende entonces que los grandes
poemas, a partir de los románticos, sean
deliberados testimonios líricos de una travesía o de un viaje por los
recovecos de un bosque o una montaña para
ilustrar el grado de su desesperación
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un bosque o una montaña para ilustrar el grado
de su desesperación. Ejemplos hay no pocos. Ahí
están The Prelude, la monumental autobiografía
en verso del propio Wordsworth, The Rime of The
Ancyent Marinere de Coleridge, Le bateau ivre de
Rimbaud, Leaves of Grass de Whitman o Las alturas
de Machu Picchu de Neruda, por nombrar una
obra nuestra.
Dos elementos hay en los párrafos anteriores que
valdrá la pena iluminar. El primero de ellos es la
figura del poeta como un vagabundo inmerso
en un entorno agreste y, el segundo, la del viaje
como una búsqueda personal.
El crítico Geoffrey Hartman figuraba al primero
de ellos con la imagen del judío errante, aquel
hombre solitario separado de la vida en la mitad
de la vida misma, pero inhabilitado de morir. Estos
son sujetos “condenados a vivir en una existencia
de purgatorio que no se identifica ni con la vida ni
con la muerte... [Porque] es su conciencia lo que
al final los aliena de la vida y les impone la carga
del ser, la cual solo la religión o la muerte o el
retorno a un estado de naturaleza podrá resarcir”
(Romanticism and “Anti-Self-Consciousness”).
Con esto en consideración, no es difícil contestar
al por qué los románticos solían sublimar
con escenas de la naturaleza sus tormentos
personales: además de identificar con ella sus
propias pasiones, tomaban de esa misma estética
del desborde el impulso para componer.
Uno de los manifiestos más conocidos de
Inglaterra fue el escrito del irlandés Edmund
Burke a mediados del XVIII: A Philosophical
Enquiry into the Origin of Our Ideas of the Sublime
and Beautiful. Redactado en los albores del
romanticismo inglés, el Enquiry ha sido uno de
los tratados más influyentes de ese país y, por
qué no decirlo, también de Occidente, a un nivel
solo comparable al texto de Longino. Aquí, Burke
describe y explica en qué consiste lo sublime y lo
hermoso, sentando las bases para la revolución
lírica que liderarían años después Coleridge y
Wordsworth.
Para Burke, lo sublime no era más que aquella
categoría con la cual se agrupan las emociones
poderosas y los “elementos más irracionales del
arte” (Monk). Incluso más. El terror era para él
uno de los elementos sobre los cuales se alzaba
todo su edificio teórico: “Lo que sea que pueda
tener rasgos de algo terrible, o que dialogue con
objetos terribles, u opere en una forma análoga
al terror, es una fuente de lo sublime; o sea, el
producto de la emoción más fuerte que la mente
pueda sentir”.
Sin duda que el goce estético no es privativo de
las azucaradas melodías del verbo. Frankenstein,
la novela gótico-romántica de Mary Shelley,
refleja con propiedad unívoca esta intensidad
de lo horrendo. Y es que para Burke lo patético
puede contener todavía más intensidad, porque
mueve el espíritu más allá de los umbrales de lo
bello y lo armonioso.
Esta estética del desorden y lo caótico —para
diferenciarse del orden hermoso postulado
por el Clasicismo— toma de la naturaleza su
(2) Estas formas de belleza no han sido para mí / Al igual que un paisaje para los ojos de un hombre ciego...
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trois-mâts cherchant son Icarie3, dice Baudelaire
en su famoso poema sobre los viajes, para luego
continuar:
L’Imagination qui dresse son orgie
Ne trouve qu’un récif aux clartés du matin4.
Geoffrey Hartmann, yendo más lejos aún,
explicará que estas alegorías del viaje describen
indirectamente el proceso de creación poética.
“El tradicional esquema de la caída en el Edén y
la redención, emerge con esta nueva tríada de la
naturaleza, la interioridad y la imaginación (que
resume el poema)”.
Los escépticos dirán que dicha trifecta cojea con
los siglos. Y es verdad. Acabado el movimiento
romántico, el primero de estos elementos, la
naturaleza, va cediendo espacio a las poéticas
urbanas como el París de Baudelaire o el Londres
de T.S. Eliot. El mismo Hartman lo refrenda al
deducir la erosión de esta estética del desborde
debido a la desaparición de las geografías rurales
producto de la urbanización: “La razón que nos
hace pensar en Wordsworth como un creador
original es la forma en que maneja lo paranormal
o intenso, los cuasi míticos sentimientos del
mundo natural como una especie de éxtasis de la
vida cotidiana”.
Pero desahuciar lo propiamente romántico en
las poesías occidentales resulta improcedente.
Si bien es cierto que es muy poco el margen que
no es difícil contestar al por qué los románticos
solían sublimar con escenas de la naturaleza
sus tormentos personales: además
de identificar con ella sus propias pasiones,
tomaban de esa misma estética del desborde el impulso para componer
(3) Nuestra alma es un velero que va en busca de su Icaria...(4) La imaginación que viste su orgía / No encuentra más que un arrecife en la claridad del amanecer...
carácter indomable. El cuadro de Turner es un
ejemplo, pero bien que podría serlo el marinero
de Coleridge o el ermitaño de Tintern Abbey, cuyo
hablante se quejaba porque
These forms of beauty have not been to me,
As is a landscape to a blind man’s eye 2
Estos dos versos representan una oscura metáfora
de la desesperación que los provoca y que halla
en este no menos desesperado anhelo por ese
paisaje del poema de Wordsworth, su materia
y su expiación. Por eso la importancia del viaje,
del recorrido lírico por los procelosos caminos
de la interioridad que estos artistas proyectan
sobre una indómita naturaleza. Por eso también
a partir de los románticos los poemas dejan de
ser descripciones sonoras para transformarse en
rotundas meditaciones verbales. Notre âme est un
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queda para estas visiones en la lírica actual del
mundo, en donde los rigores del mercado han
aplastado a las especies y la industria del consumo
ha destruido la biodiversidad, los poetas se han
negado a renunciar a estos frescos naturales
mediante la evocación de los mismos, haciendo
hincapié en su ausencia al describir los horrores
del espacio urbano.
Pienso en el hablante innominado de The Waste
Land de Eliot, ese hablante que pregunta si el
cuerpo que enterró en su jardín ha empezado a
florecer. No hay semillas de vida, sino solo materia
muerta en ese Londres espectral que enmarca a
este poema. ¿Una forma de melancolía? Así es. Es
la manera de retrotraer y revivir esa naturaleza
percudida y degradada. Después de todo, según
Shelley en A Defense of Poetry, la destrucción
podrá acabar incluso con “la fábrica de la sociedad
humana antes que la poesía pueda desaparecer”
de la faz del planeta.
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