Especial rufian verdeseo naturaleza y sociedad

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AÑO 5/ NUMERO 23/ AGOSTO 2015 1

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A partir de una invitación de Rufían Revista a Verdeseo, se trabajó en una publicación sobre las relaciones entre naturaleza y sociedad en el contexto del Chile neoliberal actual.

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Dirección General:VerdeseoRufián Revista

Coordinación:Rosario CarmonaRobert Petitpas

Equipo Editorial:Daniela AcostaPaula ArrietaCamila BralićRosario CarmonaJaviera CornejoPaz IrarrázabalCynthia Shuffer

Gráficas:Alejandro Quiroga

Portada:Cynthia Shuffer

Diseño y diagramación:Paula Arrieta

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Naturaleza y sociedadDinámicas de poder en un contexto neoliberal

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EDitorialLa disputa del paisaje

Acerca de este número - Robert Petitpas/ Verdeseo

Por qué la Ecología Política - Marien González Hidalgo y Colombina Schaeffer

Problemas socioambientales en sociedades desiguales. Elementos para hablar de derechos y algo más en Chile hoy - Mayarí Castillo

Érase una vez la pesca - Nesko Kuzmicic

Ecología política: la ética y la pragmática de la sustentabilidad - Hernán Dinamarca

Progreso y desastre. El caso del Centro Industrial de Ventanas - Daniela Jacob y Josefina Buschmann

Observando el medio ambiente desde el mundo indígena - José Huenchunao y René Panire

Santuario El Cañi como lugar imaginado: Ambientalismos y conservación en un contexto neoliberal - Martín Fonck

Ecología política en el fin de la naturaleza - Leonardo Valenzuela

Crisis climática, crisis civilizatoria - Cristián Retamal

La subversiva presencia de la naturaleza en la poesía - Carlos Oliva Vega

Naturaleza y sociedadDinámicas de poder en un contexto neoliberal

Índice

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La disputa por el paisaje

Editorial Rufián

Este año hemos sido testigos de una serie de

acontecimientos naturales a lo largo del territorio

nacional. Comenzamos el año presenciando la

erupción del volcán Villarrica y los incendios de la

zona centro y sur del país, cotidianeidad suspendida

y miles de hectáreas que, tras unas semanas, tardarán

siglos en recuperar su verdor. Luego, dirigimos

nuestra atención al norte, lluvias intensas –pero por

sobre todo inusuales– provocaron la restitución de

cauces de ríos e impactantes aluviones, que hasta

el día de hoy no se dimensiona completamente

qué acarrearon con ellos. De vuelta al sur, el volcán

Calbuco nos volvía a recordar la voz del interior de

la tierra, y mientras cubría con cenizas gran parte

de nuestro país y el país vecino, casas y animales

debieron ser prontamente abandonados.

Pero, a la vez, la naturaleza también se nos manifiesta

en su omisión. La ausencia de lluvias entre los meses

de diciembre y marzo en la zona sur detonaron una

de las sequías más duras en años. Situación similar

a la constante que se vive en la zona central, incluso

en invierno, y que refuerza un escenario que hace

años se va tornando familiar: crisis hídrica y ríos que

ya no alcanzan el mar.

Estamos acostumbrados a presenciar terremotos,

incendios, aluviones, sequías y erupciones cada

cierto tiempo; el territorio que nos acoge es

diverso e intenso. Aunque sabemos que la mayoría

de estos episodios responden a procesos en los

cuales no tenemos injerencia pues se inscriben

en ciclos del planeta que habitamos, muchas

veces los padecemos como crisis que sacuden

por completo las dinámicas a las cuales estamos

habituados. Suspensión de actividades, destrucción

de infraestructura, muerte de animales, incluso

de seres humanos, desplazamientos, sufrimiento

ambiental son algunas de las repercusiones sobre

nuestra sociedad. Sin embargo, estas repercusiones

no influyen en todos de manera homogénea; la

capacidad de resiliencia está determinada por el

acceso a ciertos recursos y herramientas. Pensar

en la desigualdad de estas condiciones nos llevó

como equipo a reflexionar sobre qué es lo que

constituye una crisis ambiental y quiénes son los

realmente vulnerables en ellas. Entonces, el foco

del problema no sería el proceso natural, pues ante

este no podemos hacer mucho, y tampoco sería

estrictamente el impacto al medio ambiente, pues

se nos podría responder que el desarrollo del país

es más importante. No obstante, ¿desarrollo para

quiénes?

Estas problemáticas ya han sido abordadas y

visibilizadas por distintos colectivos durante

las últimas décadas, quienes, cada vez con más

fuerza, han posicionado una discusión sobre el

medio ambiente que hasta hace poco no nos

planteábamos como sociedad. Estos colectivos

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han sido impulsados a salir a la calle, ya sea por las

consecuencias de una crisis ambiental detonada,

como también por el rechazo a una serie de

proyectos que afectan, o afectarían, el entorno y los

ecosistemas que en este se encuentran.

Dejar la regulación de la economía en manos

del mercado ha incrementado los índices de

desigualdad en Chile a niveles impensados,

llegando a ocupar el triste primer lugar en aquel

grupo al que tanto añorábamos pertenecer: la

OCDE; tan conscientes estamos de las diferencias

que la palabra desigualdad ya casi no nos alerta.

Aunque medimos estas brechas en términos de

ingresos –27 a 1–, la desigualdad no solo se hace

visible en el acceso de la población a cierto estándar

de vida, sino también en la administración de

los recursos naturales. La disminución del rol del

estado ha tenido su repercusión también en los

discursos que definen qué es un recurso natural,

configurando relaciones de poder que no siempre

resultan evidentes. Día a día, distintos sectores de

la población deben lidiar con los remanentes de un

sistema económico depredador, validado por un

sistema político que impone el extractivismo como

principal mecanismo de acumulación capitalista,

y al mismo tiempo va dejando tras de sí múltiples

residuos que, casi silenciosamente, contaminan los

cuerpos, subjetividades y entornos de la población.

Consideramos necesario instalar una discusión sobre

la relación entre nuestra sociedad y el territorio que

habita, cómo se modifican e interrelacionan estas

dos esferas, cómo esta relación se ha determinado,

y bajo qué sistemas políticos y económicos se

inscribe. En nuestro constante esfuerzo por trabajar

colaborativamente con organizaciones sociales y

grupos de estudio, nos propusimos dar amplitud

a las perspectivas y proponer un debate en torno

al medio ambiente en la actualidad, abriendo

espacios y dando circulación a las voces que hoy

contribuyen a enriquecer estos diálogos. Para

abordar esta tarea, en este número trabajamos en

conjunto con Verdeseo, colectivo alineado a las

ideas de la Ecología Política y enfocado en producir,

difundir y coordinar una mirada crítica hacia temas

medioambientales.

Producto de este trabajo entre Rufián Revista y

Verdeseo, proponemos un número que discute y

analiza la relación, a veces obviada, entre naturaleza

y sociedad en el Chile de hoy, bajo un contexto

socioeconómico marcado por cuarenta años

de un sistema neoliberal que ha mercantilizado

los recursos naturales. A través de una serie de

artículos que presentan antecedentes teóricos y

experiencias concretas, buscamos comprender

cómo se materializan las relaciones de poder en las

interacciones socioambientales, y así visibilizar su

dimensión política.

A pesar de que en muchos casos el escenario es de-

solador, en donde naturaleza y seres humanos son

degradados casi al mismo nivel, queremos posicio-

nar una reflexión que vaya más allá del lamento y

comprenda esta situación en el marco de un pro-

ceso en constante modificación. Las repercusiones

que este devenir tiene sobre nuestra sociedad y

subjetividades nos empujan a repensar los modos

en que habitamos el territorio y dialogamos con

él, a profundizar en otras maneras de comprender

lo ecológico, a empatizar con quienes padecen los

efectos de nuestras decisiones sobre el medio am-

biente. Esta es una invitación a sentirnos parte, a ha-

cer consciente nuestra interacción con la naturale-

za, y con ello, a no naturalizarla. La relación entre los

seres humanos y el medio ambiente y sus repercu-

siones ecológicas, sociales y económicas contienen

un poder implícito que se encuentra en disputa. Por

lo tanto, el paisaje se sigue modificando.

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Acerca de este número

Robert Petitpas/ Verdeseo

¡Advertencia! Si vas a leer esta publicación es bueno

enterarse primero que no se trata de un número

ambientalista, o para los amantes de la naturaleza…

bueno, en parte sí lo es, pero el punto es que no

creemos que exista un “ambientalismo” o una

“naturaleza”, sino diversas formas de ver, de conocer,

de relacionarse e, incluso, de construir la naturaleza

y el medio ambiente. Por lo tanto, existen distintos

tipos de “ambientalismos”. Lo que unos creen que

es un problema ambiental, para otros no lo es; lo

que antes no lo era, ahora puede serlo. También

las soluciones a problemas ambientales son muy

diversas para diversas personas, o para diversas

formas de ver el mundo. No se trata de caer en el

relativismo absoluto, pero sí de entender que el

contexto cultural, económico, histórico, ecológico,

y otros, afectan la forma en que interactuamos con

nuestro entorno (y también el cómo queremos

interactuar). Las cosas son más complejas que

querer salvar el planeta o no, o que declararse

“verde” o “ecologista”.

En contextos específicos, se dan ciertas interacciones

sociedad-medio ambiente que predominan.

También emergen posturas asociadas a estas

interacciones, defendidas por unos y refutadas por

otros. Lo anterior nos lleva a la conclusión de que,

para la sociedad humana, la ecología es política

(entendiendo la ecología como un conjunto de

relaciones con el entorno, incluyendo sus elementos

bióticos y abióticos, humanos y no-humanos). De

esta forma, la ecología política (EP), como disciplina

teórica y práctica, se posiciona como una plataforma

adecuada para analizar la interacción entre sociedad

y medio ambiente, y además proponer nuevas

formas de vincularnos con el entorno (incluyendo

en este a nosotros mismos).

En este número abordamos cómo se expresan las

interacciones entre sociedad y medio ambiente

en el contexto neoliberal del Chile actual.

Algunos artículos nos muestran orígenes y

consecuencias de problemas ambientales en este

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contexto, otros presentan visiones particulares

de la naturaleza, y otros nos llevan a conocer qué

es la EP. En el artículo Por qué la Ecología Política,

Marien González y Colombina Schaeffer nos

hablan de la importancia de la ecología política

para entender la relación naturaleza-sociedad en

Chile. Desde este enfoque es posible analizar tal

relación considerando la visión de naturaleza que

surge desde la modernidad y del Chile neoliberal.

Hernán Dinamarca, en su artículo Ecología política:

la ética y la pragmática de la sustentabilidad, nos

habla de la relación entre EP y sustentabilidad,

recorriendo la historia de este último concepto,

y nos invita a explorar nuevas propuestas que

apuntan a “ecologizar” la economía y la política.

Siguiendo la línea de la EP, en el artículo Ecología

política en el fin de la naturaleza, Leonardo

Valenzuela nos presenta esta disciplina como una

respuesta a la crisis ambiental de la época, donde

la humanidad se ha convertido en la mayor fuerza

transformadora de la Tierra.

Entre los cambios producidos en la Tierra por

la sociedad humana, el cambio climático se

ha posicionado entre los principales temas de

interés ambiental global. Este fenómeno nos lleva

a reflexionar sobre el actuar local que genera

impacto global, y sobre cómo los impactos no

están distribuidos de forma homogénea, ni espacial

ni socialmente. Cristián Retamal, en su artículo

Crisis climática, crisis civilizatoria, pone en duda

que las estructuras dominantes actuales puedan

hacer frente al cambio climático, y expone sobre

las posibilidades de acción y los modos en que

podemos enfrentar este desafío.

Entrando en el contexto nacional, una característica

conocida del Chile actual es la fuerte desigualdad

socioeconómica, la cual está acompañada de la

menos conocida desigualdad ambiental. Si bien el

deterioro ambiental nos puede afectar a todos, este

no impacta a todos por igual. No en cualquier parte

se instala una industria contaminante o un relleno

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sanitario, y aquellos a quienes les toca vivir junto a

este tipo de proyectos, generalmente no tienen los

medios para moverse e instalarse en lugares menos

violentos. Por otro lado, hay cosas que se reparten

más homogéneamente, como los contaminantes

atmosféricos, pero no todos tienen el mismo acceso

a una buena salud y alimentación, y por lo tanto,

quedan mucho más vulnerables a este tipo de

contaminación. La distribución desigual de costos

y riesgos ambientales es abordada por Mayarí

Castillo en su artículo; Problemas socioambientales

en sociedades desiguales: elementos para hablar de

derechos y algo más en Chile hoy.

Los costos y riesgos ambientales, que son sufridos

solo por algunos, suelen ser etiquetados como un

sacrificio necesario para el progreso de Chile. Pero

es importante preguntarse quién es Chile, ya que no

todos se llevan los beneficios por los cuales se hace el

sacrificio. Cuando un recurso natural se extrae hasta

el agotamiento, el perjuicio no es solo para aquellos

que se beneficiaban directamente del recurso, sino

que también se terminan los usos no tangibles y

las relaciones ecológicas asociadas a este. Por otro

lado, el uso de recursos naturales implica obtener

beneficios, y en el contexto chileno actual, la gran

parte se la llevan unos pocos. El modelo extractivista

se defiende con un discurso que habla de progreso,

desarrollo y empleo, por empresarios y políticos o

políticos-empresarios (ya que estos tienden a formar

híbridos y asociaciones mutualistas), pero poco se

escucha sobre la real repartición de ganancias y

males. En su artículo Érase una vez la pesca, Nesko

Kuzmicic nos muestra el lamentable caso de la

pesca en Chile, donde los supuestos de la economía

de recursos naturales neoliberal fallan en mantener

una pesca sustentable. Se espera que al asignar

cuotas de pesca a unos pocos individuos, estos se

preocuparán de cuidar el recurso. Pero esto no es

así, ya que los dueños de la pesca no viven de ella,

entonces, lo que les conviene es generar la mayor

cantidad de dinero lo antes posible y usar lo ganado

en sus otras inversiones. Este modelo de manejo de

recursos naturales no reconoce el contexto de poder

y aglomeración de capital, donde se distorsionan las

decisiones a favor de unos pocos.

También Daniela Jacob y Josefina Buschmann, en

su artículo Progreso y desastre: el caso del Centro

Industrial de Ventanas, nos muestran un ejemplo de

esta promesa del “progreso”. En Ventanas se instaló

un complejo ambiental que prometió empleos y

por lo tanto una mejor vida, pero con el tiempo se

vio que los trabajos generados no eran suficientes

para una buena educación, salud, y calidad de vida

en general, y los que se llevaron la mayor parte de

los beneficios eran los mismos de siempre. Pero algo

más deja este progreso, en este caso, contaminantes

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tóxicos y venenos que invaden agua, aire y cuerpos,

aumentando así más la precaridad de los vecinos.

¿Quién se sacrifica por quién?

Retomando lo planteado al principio de este texto,

si consideramos que no existe una sola mirada sobre

el tema ambiental y una sola idea de naturaleza,

tenemos que distintas perspectivas conviven con

las producidas (y re-producidas) desde el modelo

neoliberal. Martín Fonck en su artículo Santuario

El Cañi como lugar imaginado: ambientalismos y

conservación en un contexto neoliberal, explora

distintos “ambientalismos” que convergen en

torno a un proyecto de conservación. Estas

diversas miradas se van constituyendo a partir de

particulares interaciones con el entorno, pero a la

vez van construyendo diversas naturalezas e ideas

de conservación. Es decir, existiría una construcción

recíproca entre cultura y naturaleza. Además de

convivir, las distintas formas de ver la naturaleza, y

también de construirla, van a afectarse entre ellas,

siendo algunas más influyentes que otras. Es así

como algunas miradas son “naturalizadas”, tratando

de imponerse como si fueran la “real” forma en

que funciona el mundo, usando frecuentemente

el discurso de la ciencia y la razón para validar

esto. En el artículo Observando el medio ambiente

desde el mundo indígena, José Huenchunao y René

Panire nos exponen su visión del medio ambiente

como dirigentes indígenas e integrantes del

pueblo mapuche y likanantay, respectivamente.

Nos presentan un contraste entre una forma de

relacionarse con el medio desde la propiedad

privada, y una forma holística, donde no tiene sentido

resguardar el metro cuadrado privado, y donde no

es posible ponerle precio al aire y al suelo. Además,

reconocen la facilitación que le otorga el estado a

las empresas privadas extractivistas, obviando el

reconocimiento de los pueblos indígenas.

Para finalizar, tenemos otra visión de nuestra

relación con la naturaleza, esta vez desde la

poesía. Carlos Oliva, en La subversiva presencia de la

naturaleza en la poesía, nos lleva a no olvidar algo

tan básico, pero obviado muchas veces: el medio

ambiente, en cuanto entorno, a veces natural, a

veces humano, muchas veces ambos, dialoga con

la creatividad humana, inspira, aparece, impulsa

la creación artística, se manifiesta en un poema.

El poeta construye una versión de la naturaleza, le

asigna a esta una hermosura particular y nos invita

a re-mirarla. Pero también, la naturaleza construye

poesía. No podemos separar naturaleza y sociedad.

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* Marien González Hidalgo y Colombina Schaeffer

Existen múltiples formas de definir la ecología política, tanto desde las perspectivas más cercanas a la academia, así como por las más comprometidas con el activismo. Las definiciones también varían según momentos históricos, territorios y cosmovisiones desde donde se practican las ecologías políticas. El presente artículo no pretende dar una explicación detallada de las ecologías políticas, sino explicar por qué aquí y ahora, en Chile, el marco analítico de la ecología política es necesario para entender las bases históricas, materiales y simbólicas de palabras comunes como “naturaleza”, “desarrollo”, “conflicto”, etc.

La práctica de la ecología política implica la utilización

de un marco analítico en que la separación entre

“naturaleza” y “sociedad” deja de ser algo ingenuo,

sino cargado de relaciones de poder, conocimiento

y desigualdad. “Politizar la ecología y ecologizar la

política”, como señala Eduardo Gudynas, es uno de

los puntos en común de las diferentes ecologías

políticas. Es decir, la intención de la ecología

política es tensionar la idea de “medio ambiente”,

“naturaleza” o “ecología” como conceptos neutros,

para entenderlos como espacios causa y efecto de

la acción del ser humano, en los cuales se dan luchas

de poder y, por tanto, acción política.

* Marien González Hidalgo es candidata a doctora en Ciencia y Tecnología Ambiental en la Universidad Autónoma de Barcelona y en colaboración con la Universidad de Chile. Está interesada en la dimensión emocional de los conflictos ambientales. Su investigación se realiza gracias al Programa People (Acciones Marie Curie) del Séptimo Programa Marco de la Unión Europea, bajo el acuerdo número 289374 – “ENTITLE” – www.politicalecology.eu.

Colombina Schaeffer es socióloga y candidata a doctor en Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad de Sídney. Ha trabajado en áreas como movimientos sociales, estudios de la ciencia y la tecnología y ecología política. Actualmente trabaja en Chile Sustentable como investigadora asociada en las áreas de participación ciudadana y políticas públicas.

Por qué la Ecología Política

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desarrollo. El éxito y fracaso de los países se mide (en

foros internacionales como las Naciones Unidas o

la Organización Mundial para el Comercio) en base

al crecimiento económico, determinado a través

del Producto Interno Bruto o PIB. Así, se asume

que mayor PIB es sinónimo de mayor crecimiento

económico para toda la ciudadanía y, por ende,

bienestar. Es justamente este tipo de presupuestos

los que hacen crisis hoy en Chile. Luego de años de

crecimiento económico, observamos cómo este ha

sido conseguido a un precio no menor y que no

necesariamente nos ha hecho más felices o llevado

a vivir vidas más plenas. Tenemos, por un lado,

una sociedad que sigue siendo desigual; quienes

concentran el poder económico concentran

también el poder político. Por otro lado, el

modelo extractivista (basado en la explotación

de recursos naturales) conlleva la degradación

de los territorios y una intensificación de los

conflictos entre comunidades, estado y empresas,

ya que simplemente no es posible hacer convivir la

agricultura, la salud de la población o la pesquería

un pasado oscuro, medieval, entrando a una nueva

era, más moderna, más industrial, más tecnificada.

Esta forma se hizo dominante a partir de la

Revolución Industrial, a finales del siglo XVIII, cuando,

producto de varios descubrimientos científicos y

cambios culturales, se inauguró una nueva era en la

forma de relacionarnos con el entorno y entre los

seres humanos (aunque la categoría “ser humano”

también ha variado a lo largo de la historia).

Bajo el paradigma de la modernidad, el cual se ha

extendido como paradigma dominante a través de los

procesos de colonización y globalización, la naturaleza

se entiende al servicio de las sociedades humanas. La

modernidad, hasta ahora, ha supuesto una mirada

antropocéntrica del mundo, es decir, el ser humano

al centro y como medida de todas las cosas. Este

paradigma también se ha impuesto, y en algunos casos

se ha alimentado, a través de las vidas de trabajadores

asalariados, informales, del trabajo no reconocido de

las mujeres, y del sometimiento o incluso el exterminio

de comunidades campesinas y/o indígenas.

La lógica de la necesidad constante de crecimiento económico se sostiene a su vez en una lógica del

constante progreso del ser humano: estamos, y debemos estar, siempre progresando, dejando atrás un pasado

oscuro, medieval, entrando a una nueva era, más moderna, más industrial, más tecnificada

Para entender por qué esta tensión es importante

y cuáles son sus consecuencias podemos, por

ejemplo, analizar las bases que sostienen algunos

discursos y prácticas de nuestro mundo en la

actualidad. La mayoría de los países operan y

configuran la existencia de su ciudadanía en

relación a conceptos clave como crecimiento y

artesanal con el desarrollo de grandes proyectos

agrícolas, forestales, mineros o eléctricos.

La lógica de la necesidad constante de crecimiento

económico se sostiene a su vez en una lógica del

constante progreso del ser humano: estamos, y

debemos estar, siempre progresando, dejando atrás

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Es así como las ecologías modernas constituyen

la naturaleza como un recurso a disposición de

“lo social”. En la genealogía de la ciencia y el

conocimiento tenemos evidencias claras de lo

anterior, si analizamos la forma en que las ciencias

“naturales” o “exactas” se han establecido como las

encargadas de decirnos cómo opera ese mundo

“objetivo” y “exacto” que sería la naturaleza. Este

tipo de información, catalogada como “objetiva”

y “verdadera”, se ha considerado útil para la esfera

política, ya que en base a esa información “exacta”,

“verdadera” y “objetiva”, se podrían tomar decisiones

para el bienestar de nuestras sociedades. Se acabaría

así la era de las supersticiones e inexactitudes

basadas en valores y opiniones, y por fin tendríamos

acceso a una herramienta que nos permitiría

conocer el mundo “tal cual es”. Es decir, donde los

seres humanos son falibles y sujetos a opiniones

y valores no fundados en las leyes “objetivas” de

la naturaleza, la ciencia finalmente nos podía dar

certidumbre sobre el mundo y decirnos cómo

podíamos manipularlo para nuestro beneficio.

En la actualidad, el uso de la energía nuclear o

los organismos genéticamente modificados son

ejemplos de cómo, bajo el paradigma moderno de

la ciencia, lo anterior conlleva a que sea solo cier-

ta élite científica la que pueda tomar decisiones

en torno a estas tecnologías. Se considera que la

ciudadanía no tendría por qué participar, debido

a que no contaría con los conocimientos necesa-

rios para poder tomar una decisión “informada”. Si

bien este paradigma entró en crisis en la segunda

mitad del siglo XX –después de casos como la con-

taminación con asbestos, el desastre nuclear de

Chernobyl, la discusión en torno al cambio climáti-

co, entre muchos otros– sigue estando presente y

vigente. En Chile, por ejemplo, hace no muy poco,

la Comisión Asesora para el Desarrollo Eléctrico

(CADE), establecida durante el gobierno de Sebas-

tián Piñera (2010-2014), señalaba en su informe fi-

nal1 el año 2011 que uno de los principales proble-

mas para la generación de electricidad en Chile era

que los ciudadanos no estaban informados ade-

cuadamente. En consecuencia, ante una ciudada-

nía “ignorante”, el estado debía “educarla” para que

pudiera entender lo que estaba en juego, y así, ella

aceptaría los proyectos y los costos asociados de

alcanzar el ansiado desarrollo. Quienes sí estaban

informados y podían opinar, en cambio, eran los

expertos convocados para trabajar en dicha comi-

sión, compuesta en su mayoría por hombres que

vivían en Santiago y que habían estudiado carreras

ligadas a la ingeniería o al derecho.

(1) http://www.minenergia.cl/comision-asesora-para-el-desarrollo.html

La imposición del neoliberalismo en Chile fue posible a costa de

violencia, desapariciones, muerte y tortura, así como a través de la imposición de una verdad “exacta”

sobre otra, de la mano de los expertos por sobre

quienes son subestimados y denominados,

peyorativamente, “los ignorantes, los rotos o los

indios”

El enfoque de la CADE recién analizado tiene sus

orígenes, sin embargo, más atrás en la historia de

Chile. Si bien el enfoque cientificista se remonta a los

orígenes de la modernidad, es durante la dictadura

de Pinochet (1973-1990) cuando en Chile se impone

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la “tecnocracia” o el predominio del saber técnico y

experto por sobre los saberes sociales o políticos

en la esfera política. Es decir, ya no solo estaba la

ciencia llamada a iluminar la toma de decisiones

políticas, sino que se intentó transformar decisiones

rotos o los indios”. Nuestra Constitución Política fue

escrita desde dicho paradigma, donde tanto estado

como ciudadanía son dejados fuera de muchas de-

cisiones, ya que los privados, guiados por la “mano

invisible del mercado”, sabrán mejor qué decisiones

tomar. El problema de esa mirada es que entiende

a esos expertos (ya sean economistas, ingenieros o

cualquier otra disciplina considerada como posee-

dora de un acceso privilegiado a la realidad) como

neutros políticamente. Así, no estarían cambiando

el mundo ni participando de la comunidad política

cuando definen, por ejemplo, que el agua será un

bien privado y tranzado en el “mercado del agua”,

o cuando deciden que la hidroelectricidad tendrá

ciertos privilegios institucionales y regulatorios en

nuestro marco jurídico. Sin embargo, esas sí son y

han sido decisiones políticas. Por ejemplo, represas

como Ralco fueron posibles gracias a ese marco ju-

rídico, ya que el proyecto fue aprobado durante el

gobierno de la Concertación de Eduardo Frei Ruíz-

Tagle (1994-2000), que no cuestionó el legado de

la dictadura. El tema forestal, también amparado

en el marco normativo heredado de la dictadura

y la implementación del neoliberalismo chileno,

es otro ejemplo donde observamos el uso combi-

nado de dominación tanto en forma de violencia

como en lo que refiere al conocimiento. La expan-

sión de plantaciones forestales, mediante subsi-

dios estatales, ha supuesto impactos tanto para

los ecosistemas locales (sustitución y pérdida de

bosque nativo, crisis hídrica, desertificación, pérdi-

da del suelo) como para las comunidades depen-

dientes de dichos ecosistemas (concentración de

la propiedad, migración rural, violencia y conflicto

por pérdida de acceso a la tierra y de derechos in-

dígenas, etc.). Sin embargo, Chile se presenta ante

organismos internacionales como orgulloso de su

crecimiento forestal, confundiendo intencional-

mente plantaciones forestales con bosques, bajo

el paradigma de la “economía verde” .

el uso de la energía nuclear o los organismos

genéticamente modificados son

ejemplos de cómo, bajo el paradigma moderno

de la ciencia, lo anterior conlleva a que sea solo

cierta élite científica la que pueda tomar decisiones en torno a estas tecnologías

políticas en decisiones técnicas, justificándolas

dada la supuesta neutralidad política y legitimidad

científica que tenían. Esto, en el marco de la

imposición de políticas de mercado neoliberales,

las que fueron continuadas en los años posteriores

y hasta la actualidad.

La imposición del neoliberalismo en Chile supuso

la liberalización de la economía y el libre comercio,

la reducción del gasto público y la intervención del

estado en la economía en favor del sector privado.

Esto fue posible a costa de violencia, desapariciones,

muerte y tortura, así como a través de la imposición

de una verdad “exacta” sobre otra, de la mano de

los expertos por sobre quienes son subestimados y

denominados, peyorativamente, “los ignorantes, los

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La ecología política nos permite seguir y tejer

la compleja red de relaciones que se dan entre

naturaleza y sociedad, las relaciones de poder

que se dan entre humanos y no humanos, y las

consecuencias de nuestras acciones para toda

la comunidad. Calentamiento global, pérdida de

biodiversidad, creciente desigualdad entre los

más ricos y más pobres a lo largo del planeta, crisis

alimentarias, conflictos, entre muchos otros de los

desafíos del presente siglo para Chile y el mundo,

no pueden ser entendidos en su complejidad

con un pensamiento que esté constantemente

separando la esfera natural y científica de la social.

Es por eso que la ecología política es clave para

pensar y actuar en el siglo XXI.

En el sur de Chile, dice este comunero mapuche, la economía a base de plantaciones, sobornos y violencia del estado es verde hace rato. Autor: Mico. Fuente: OLCA.

(2) Para más información sobre cómo se fundamenta la economía verde como una nueva forma de mercantilización de la naturaleza se puede consultar el informe de ETC “¿Quién controlará la economía verde?”, disponible en www.etcgroup.org.

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* Mayarí Castillo

Cuando hablamos de temáticas socioambientales no podemos dejar de mirar el contexto en el cual estos desafíos adquieren sentido. Esto es particularmente cierto en las sociedades latinoamericanas, las que parecieran estar llegando tarde al debate y preocupación por la temática medioambiental. Durante muchos años se consideró que estos eran temas de tercer orden en el marco de sociedades con altos niveles de pobreza, de desigualdad y de violencia. Se decía, simplemente, que en sociedades que lidiaban con fenómenos urgentes que afectaban directamente la vida, la cotidianeidad y la sobrevivencia de quienes habitaban en la región, teníamos cosas más importantes en las que pensar.

Cuando hablamos de temáticas socioambientales

en nuestro país no podemos dejar de mirar el

contexto en el cual estos desafíos adquieren

sentido. Esto es particularmente cierto en el caso de

las sociedades latinoamericanas, las que parecieran

estar llegando tarde al debate y preocupación por

la temática medioambiental. Durante muchos años

se consideró que estos eran temas de tercer orden

en el marco de sociedades con altos niveles de

pobreza, de desigualdad y de violencia. Se decía,

* Antropóloga Social de la Universidad de Chile, Maestra en Ciencias Sociales por la FLACSO México y Doctora en Sociología de la Freie Universität Berlin. Actualmente se desempeña como Académica en la Escuela de Antropología de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.

Problemas socioambientales en sociedades desigualesElementos para hablar de derechos y algo más en Chile hoy

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simplemente, que en sociedades que lidiaban con

fenómenos urgentes que afectaban directamente

la vida, cotidianeidad y la sobrevivencia de quienes

habitaban en la región, teníamos cosas más

importantes en las que pensar.

En ese marco, las políticas sociales de la región

se focalizaron en aquellos problemas que eran

considerados prioritarios, dentro de los cuales

las temáticas socioambientales no formaban

parte. Pese a esto, la realidad nos confrontaba

con hechos que resultaban difíciles de abordar

desde esta mirada: en los territorios marginales

de las ciudades se concentraban todas aquellas

actividades “no deseadas” y dañinas, los pobres de

nuestras ciudades respiraban peor aire, sus niños

se enfermaban más por efectos no controlados de

la industria y/o rellenos sanitarios. Escenario similar

el de las zonas rurales, las regiones que mostraban

los mayores niveles de pobreza eran precisamente

las que mostraban altos niveles de degradación

ambiental por acción de industria extractiva y/o

concentración de rellenos sanitarios o plantas de

tratamiento de desechos. La pobreza estaba –se

podía intuir– íntimamente relacionada entonces con

estos altos niveles de degradación ambiental, hasta

entonces sin resguardo ni legislación ninguna. Y lo

que es peor: nuestro modelo de desarrollo no sólo

no estaba cumpliendo su promesa de superar estos

problemas, sino que parecía estar agudizándolos

cada vez más a partir de una desigual distribución

de costos y riesgos ambientales.

Pese a que este hecho ha ido ganando un espacio

en la reflexión sobre el tema, la situación no ha

variado mayormente en las últimas décadas. En el

caso chileno, esto resulta notorio hoy si analizamos

la composición en términos socioeconómicos en las

que se concentran algunas actividades económicas:

en la ciudad de Santiago las comunas en las que se

relevantes y con mayor cantidad de problemas

de externalidades negativas para sus vecinos.

En un contexto de vulnerabilidad previa, esta

degradación ambiental va reforzando dinámicas

que son altamente violentas para la población,

tales como enfermedades de difícil diagnóstico,

la incertidumbre frente a los efectos de lo que le

sucede a la población, la sensación de abandono

o abuso, proliferación de redes clientelares y/o

conflictos entre organizaciones territoriales.

Pese a ello, la intervención sobre desigualdad

y pobreza ha seguido transitando por caminos

divergentes a los de las políticas socioambientales,

tanto a nivel de política pública como a nivel de la

reflexión académica y/o organizacional. No sólo no

en los territorios marginales de las ciudades

se concentraban todas aquellas actividades “no

deseadas” y dañinas, los pobres de nuestras

ciudades respiraban peor aire, y sus niños

se enfermaban más por efectos no controlados de

la industria

concentran las principales actividades industriales

son aquellas en las que el porcentaje de población

perteneciente a grupos ocupacionales en la base

de la estratificación social (con menores ingresos

y niveles de calificación) supera el 50%. Tales son

los casos de Renca con un 66,2%; Cerro Navia con

un 71,4%; Cerrillos con un 61,1%; Pudahuel con

un 57,3%, por nombrar los polos industriales más

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se han insertado estos temas en una reflexión sobre

la ya desigual distribución de costos ambientales

a nivel mundial –dentro de la cual nuestro país ya

tiene una posición de desventaja clara–, sino que

tampoco se han tendido puentes que permitan

entender cómo estas problemáticas adquieren

características particularmente violentas en

sociedades con altos índices de desigualdad como

la chilena. En este tipo de sociedades, ciertas

poblaciones son simplemente invisibilizadas y

vulneradas sistemáticamente en sus derechos,

mientras que otras poseen una gran capacidad de

protección, presión y visibilidad pública que las

protege. Este hecho, si bien ha estado presente

en la reflexión de aquellos autores que trabajan

con las temáticas de racismo ambiental, justicia

ambiental y ecología política desde hace décadas,

simplemente no ha encontrado espacio a nivel de

intervención social, política pública e investigación

reciente.

creciente preocupación tiende a concentrarse en

proyectos emblemáticos, mientras que se queda

muda frente al hecho de que esta concentración

espacial de elementos costosos ambientalmente

se está transformando en una de las formas

más agudas e invisibles de ejercer violencia en

contra de los grupos vulnerables de nuestro país.

Digo agudas pues impactan directamente en la

biografía de sus individuos, su entorno, su cuerpo

y el de los que le rodean. Digo invisibles porque si

bien muchas veces los efectos de esto repercuten

en una degradación visible en el entorno, en

la mayoría de los casos sus efectos en el largo

plazo para la población son silenciosamente

devastadores. En ese sentido, es posible decir

que esta desigual distribución de costos y riesgos

ambientales se ha transformado en una más de

las formas de violencia que ejercen las sociedades

desiguales sobre quienes están en posición de

indefensión: pueblos indígenas, pobres urbanos y

pequeños pueblos rurales.

Esta es una forma de violencia que opera a través

de la concurrencia de acción entre aparato

estatal, agentes políticos y agentes privados.

A pesar de la precaria planificación territorial

nacional, existe una distribución espacial

intencionada que se realiza desde el estado a

partir de elementos como planes reguladores y

estrategias de concentración de industria costosa

ambientalmente, que generalmente perjudica a

población pobre o vulnerable que por su condición

posee una capacidad de protección y reacción

tardía. Casos emblemáticos de esta distribución

intencionada desde el estado ha sido la instalación

de rellenos sanitarios y cordones industriales

en los sectores aledaños o cercanos a viviendas

sociales o comunidades indígenas a partir de la

modificación de planes reguladores, como son los

casos de Bajos de Mena en la región Metropolitana

esta desigual distribución de costos y riesgos ambientales se ha

transformado en una más de las formas de violencia

que ejercen las sociedades desiguales sobre quienes

están en posición de indefensión: pueblos

indígenas, pobres urbanos y pequeños pueblos

rurales

En este contexto, observamos una creciente

preocupación por las temáticas socioambientales

en nuestro país en las últimas décadas, tanto a

nivel de debate público como a nivel de conflictos,

movimientos y organizaciones. Sin embargo, esta

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Por otra parte, existe una legislación ambiental

que presenta escasos avances desde la década

de los noventa, que es excesivamente permisiva

en relación a normativas internacionales y cuya

modificación ha sido dificultosa por la estructura

del poder político en Chile hoy y la estrecha

relación de esta con el mundo económico privado

nacional e internacional. Este punto ha sido quizás

uno de los obstáculos más importantes para los

movimientos vinculados a temáticas ambientales

desde la década de los noventa, siendo claro en

casos paradigmáticos como la reciente Ley de

Pesca, los problemas del lobby de la minería para

la aprobación de proyectos emblemáticos, entre

otros casos de reciente conocimiento público.

A este punto se suma la escasa estructura de

ser contrarrestado sino a través de una gran

cantidad de acciones a lo largo de varias décadas.

Finalmente, también influyen las prácticas del

sector productivo privado –y a veces estatal– que

no solo operan forzando los límites de la legislación

ambiental, sino también ejerciendo sobre la

población una serie de estrategias clientelares

utilizados con el fin de generar acuerdos en

torno a elementos como el daño, la reparación

y las soluciones posibles frente a proyectos y/o

situaciones de crisis. Frente a esto, los proyectos

de responsabilidad social empresarial muchas

veces se vuelven una moneda de cambio que

fragmenta a la población y sus organizaciones,

interviniendo constantemente los territorios y

fragilizando las confianzas entre vecinos.

Dada la estructura del poder político en Chile, las comunidades y habitantes de los sectores afectados

deben lidiar entonces con niveles desiguales de visibilidad pública y de poder, fenómeno que muchas

veces no logra ser contrarrestado sino a través de una gran cantidad de acciones a lo largo de varias décadas

y Boyeco en la IX región; el emplazamiento de

vivienda social sobre residuos tóxicos y basurales,

como son los casos de Cerro Chuño en Arica o la

concentración de industria contaminante en las

mal llamadas “zonas de sacrificio”: mal llamadas

porque la noción de sacrificio implica la obtención

de un beneficio posterior, lo que en el caso de las

sociedades desiguales no se traduce sino en una

mayor concentración de la riqueza vía tributación

e impuestos y en un empobrecimiento de la

población local por degradación ambiental.

fiscalización y penalización por cumplimiento

de las ya laxas normas ambientales en el caso

de daños cuyos efectos podrían remontarse

a más de un siglo, en términos ambientales,

y a más de tres generaciones, en el caso de

la población expuesta a residuos tóxicos y/o

metales pesados. Dada la estructura de poder

político en Chile, las comunidades y habitantes

de los sectores afectados deben lidiar entonces

con niveles desiguales de visibilidad pública y

de poder, fenómeno que muchas veces no logra

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En este contexto, hoy resulta necesario situar esta

reflexión sobre problemáticas socioambientales

en el marco de una sociedad desigual. Es preciso

que en la discusión sobre desarrollo se rescaten las

nociones de Derechos Humanos de los individuos

que están siendo afectados por estos fenómenos,

como una de las herramientas fundamentales

para garantizar que esta discusión no se reduzca

a áreas protegidas, reciclaje o ciclovías, sino a

una reflexión profunda sobre nuestro modelo

de sociedad, sobre la distribución de beneficios/

costos de nuestra economía y sobre el lugar que

los grupos vulnerables están ocupando hoy en el

proyecto país. De lo contrario la discusión sobre

lo socioambiental se trivializa e individualiza, al

centrarse principalmente en la agregación de

acciones individuales que solo sujetos en posición

de privilegio pueden llevar a cabo. Eso no es el

movimiento socioambiental que queremos. O por

lo menos no es el que necesitamos.

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* Nesko Kuzmicic

Detrás de las imágenes idealizadas de la prosperidad industrial se encuentra una economía basada en la explotación de la fuerza de trabajo y en la extracción indiscriminada de los recursos naturales. En el presente artículo se revisa el diseño de desarrollo chileno que privilegia la acumulación rápida y la endogamia del capital.

Cada tanto nos topamos con imágenes o

videos que supuestamente simbolizan Chile:

cobre fundido vertido con pirotecnia sobre

moldes en llamas mientras brazos mecanizados

transportan los preciados cátodos ya enfriados.

Hábiles temporeras cortando racimos de uvas o

manzanas que luego son seleccionadas desde

correas transportadoras. Cajas apiladas en

pallets y estos en contenedores listos para ser

exportados en grandes transatlánticos. Barcos

pesqueros inclinados por el peso de las redes al

tiempo en que grúas de popa alzan grandes sacos

atiborrados de peces. Los pescadores, con sus

trajes de PVC fluorescentes, desfondan las redes

sobre la cubierta para que miles de peces, en un

flujo plateado, sean canalizados hasta llenar las

bodegas. Los buques finalmente arriban a puerto

flanqueados por cientos de gaviotas y pelícanos.

Son imágenes de la prosperidad industrial. El

trabajo mancomunado de un país que se esfuerza

por salir del subdesarrollo. Esa imagen país está

gastada, desteñida como en viejas postales. Detrás

de ese retrato edulcorado y edificante de la épica

del desarrollo, en negativo, hay una economía

basada en la explotación de la fuerza de trabajo y

en la extracción de los recursos naturales. Este país

se ha construido sobre la base de la inequidad social

y el deterioro ambiental. Con el impulso del Estado,

con el hambre de la industria, con la venia de

bancos y mediante leyes aprobadas bajo extorsión

o con carnadas bajo la mesa, se allana el camino que

perpetúa la lógica rentista y que termina finalmente

acrecentando, en unas pocas manos, los beneficios

de la explotación de recursos que “en teoría”

pertenecen a todos. Extraer mientras se pueda,

explotar hasta que exista. Esa lógica extractivista1

* Biólogo Marino de la Universidad de Valparaíso y Magíster en Economía Energética de la UTFSM. Poeta y miembro de Verdeseo desde el año 2010. Desde 2012 se dedica al desarrollo de proyectos de Energías Renovables.(1) Gudynas. 2011. “Más allá del nuevo extractivismo: transiciones sostenibles y alternativas al desarrollo”. En: El desarrollo en cuestión. Reflexiones desde América Latina. Oxfam y CIDES UMSA, La Paz, Bolivia, pp 379- 410.

Érase una vez la pesca

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de uso y abandono es la que ha permanecido

inalterada desde los tiempos del salitre y el carbón.

Se ha avanzado desde entonces, es innegable. Se

han ganado derechos, se han establecido marcos

legales y regulaciones, sin embargo, el trasfondo de

explotación y concentración no ha variado.

Para muchos países la causa del subdesarrollo es

paradójicamente su riqueza2. En este país, donde

ni la minería ni la pesquería pagan una verdadera

retribución o royalty por el uso de los recursos

de toda la población, se renuncia de antemano a

una mínima compensación por el agotamiento

futuro de los mismos. La “maldición de los recursos

naturales” se prueba hoy, en un escenario de mayor

escasez y deterioro de los recursos naturales, como

un engaño del progreso. De pronto, el horizonte se

nos viene encima después de años regodeándonos

por nuestra suerte. Con la pesquería en crisis,

con las leyes de cobre cada vez más pobres, nos

preguntamos por el “plan B”, por el destino de la

“renta” y por el daño irreversible al patrimonio

natural. ¿Dónde fueron a parar los peces? ¿En qué

fue transformada esa riqueza? ¿Cómo dejamos que

esto sucediera? Pero esto no es una mala jugada del

destino, es producto de un diseño que privilegia la

acumulación rápida y la endogamia del capital.

El fin de una era

Todo el manejo pesquero en el mundo se afianza en

la premisa de que los peces son recursos renovables.

Sin embargo, esta condición natural, donde las

tasas de crecimiento y renovación aseguran su

permanencia en el tiempo, se ha visto alterada a tal

punto por la sobrepesca que en muchos casos ya no

se los considera renovables. En el caso de muchos

de los peces pelágicos3, una pequeña proporción de

la población puede recuperar el stock4, sin embargo,

a pesar de esa capacidad, es tal la presión de la

pesca que muchas veces las poblaciones sufren un

declive en su reclutamiento, cayendo en una espiral

descendente hasta que su pesca ya no resulta

atractiva. En algunos casos recién ahí se puede

producir una lenta recuperación. En otros casos ya

no hay retorno.

Muchos científicos5 6 7 dedicados a estudiar los

recursos pesqueros señalan que estamos en la

antesala de un colapso ecológico y alimentario

de proporciones bíblicas. Por primera vez en

toda la historia de la humanidad los alimentos

provenientes de la pesca pueden desaparecer

de nuestra dieta. Desde 1950, el 25% de las

Los pescadores industriales saben que los recursos se están

agotando. “Tenemos que pescar lo más posible antes de que se agote todo”. Así se entiende que el lobby pesquero esté orientado no solo en perpetuar los

derechos “históricos”, sino en aumentar lo más posible

las cuotas de pesca

(2) Auty. 1993. Sustaining Development in Mineral Economies: The Resource Curse Thesis. London: Routledge.(3) Peces que viven en la columna de agua en mar abierto.(4) Unidad biológica de una especie que forma un grupo de características ecológicas similares y, como unidad, es el sujeto de la evaluación y de la ordenación.(5) Mullon, Freon & Cury. The dynamics of collapse in world fishery. Fish and Fisheries 6 (2): 111–120(6) Cooper. 2002. Threatened Fisheries. CQ Researcher 12 (27): 617-648(7) Worm. 2006. Impacts of biodiversity loss on ocean ecosystem services. Science, 314: 787

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pesquerías del mundo han colapsado, 32% está

sobreexplotada y prácticamente todo el resto

está plenamente explotada. La flota pesquera

mundial es tres veces mayor de lo que los

océanos permiten soportar. Lo anterior no resulta

trivial si pensamos que el 90% de toda la biomasa

del planeta tiene su origen en el mar y que para

1.200 millones de personas en el mundo la pesca

es el componente esencial de su dieta. Ha sido

tan estudiado el declive de la pesca en el mundo

que, de no ocurrir cambios, se ha pronosticado el

colapso total de todas las pesquerías del mundo

para el año 2048.

Los recursos marinos sujetos de pesquerías se

diferencian de otras especies en que son de interés

económico para el ser humano y, por lo tanto, objeto

de pesca, recolección o captura. Las pesquerías

industriales más importantes en Chile son las de

peces pelágicos como anchoveta, sardinas y jurel,

y las pesquerías demersales8 como las de merluzas

y langostinos. Las pesquerías bentónicas9, como

las del loco, machas, almejas, erizos y algas son

extraídas, en cambio, por pescadores artesanales.

Somos un país pesquero por donde se nos mire. Du-

rante muchos años estuvimos dentro de los tres paí-

ses con mayores desembarcos del mundo y en el año

2012 seguíamos en un octavo lugar10. No son cifras

para sentirse orgullosos si pensamos que en menos

de una década las capturas totales en Chile disminu-

yeron en un 30%. El declive es indesmentible y urge la

necesidad de conocer la razón que nos llevó a reducir

en unas cuantas décadas una biomasa gigantesca a un

costo ambiental y social sin precedentes.

Existen dos formas de pesca en Chile, la

pesca industrial y la pesca artesanal. La pesca

industrial, a diferencia de la artesanal, se realiza

con embarcaciones grandes, por sobre los 18

metros de eslora. Utilizan sistemas o artes de

pesca de gran alcance, como son los de arrastre,

palangre y cerco. Cuenta a su vez con tecnología

orientada a capturas masivas como satélites,

ecosondas y avionetas de avistamiento. La

pesquería industrial se realiza por fuera del área

de reserva exclusiva para la pesca artesanal que

en Chile está circunscrita a las primeras cinco

millas marinas.

El destino de los recursos de la pesca industrial

es la conversión en productos. Se distingue la

reducción en harina y aceite, la conserva y el

congelado. La mayor parte de la pesca industrial

se realiza para la obtención de harina que luego

se usa de alimento ganadero y acuícola. ¡Cinco

kilos de pescado para producir un kilo de salmón!

El 65% de todos los peces capturados en Chile se

utilizan para convertirlos en harina para la engorda

de vacas, pollos y salmones.

La flota pesquera industrial genera alrededor

de 3.500 puestos de trabajo y 26.500 empleos

indirectos relacionados con plantas de elaboración

y proceso11. Un número menor si se la compara con

la pesca artesanal que tiene 92.000 pescadores

inscritos. El 67% de todo lo que se pesca en Chile

lo realizan estos 3.500 pescadores en unos cuantos

barcos pesqueros tecnologizados para enriquecer

a unos pocos empresarios que se pueden contar

con los dedos de las manos.

(8) De aquellos peces que viven cerca del fondo del mar.(9) Que se desarrollan en el fondo del mar donde llega la luz del sol.(10) http://www.fao.org/3/a-i3720s.pdf(11) http://www.subpesca.cl/institucional/602/w3-article-805.html

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De acuerdo al informe anual de la pesca en Chile12, de las

38 pesquerías explotadas el año 2014, 22 corresponden

a la pesca industrial. De estas, ocho califican en

plena explotación, ocho se encuentran en estado

de sobreexplotación y seis se consideran agotadas

o colapsadas. En tan solo dos años se duplicaron las

pesquerías colapsadas y sobreexplotadas.

La distribución cualitativa hace más dramático el

panorama ya que, a excepción de la sardina común de

la V a VIII regiones, las pesquerías en plena explotación

corresponden a langostinos. Todos los peces

pelágicos y demersales sujetos a explotación están

sobreexplotados o en estado de colapso. Estamos

hablando del jurel, todos los tipos de merluzas, la

anchoveta, la sardina española, el congrio dorado.

El stock de jurel, que no se limita a las costas

chilenas y por ende también es pescado por

flotas internacionales, ha disminuido un 90% en

solo 20 años. De 30 millones de toneladas que

se pescaban, se redujo su extracción a menos

de tres millones. Daniel Pauly, oceanógrafo de la

Universidad de Columbia Británica y uno de los

científicos dedicados a la investigación pesquera

más reconocido, considera especialmente grave la

situación del jurel del Pacífico Sur. “Éste es como el

último de los búfalos”, dice. “Cuando se haya ido,

entonces todo lo demás habrá desaparecido con él.

Marcará el final de los territorios conquistables” 13.

El caso de la merluza no es mejor. A pesar de

ser declarada en el año 2005 en estado de

sobreexplotación, producto de la presión social y al

lobby de los pescadores industriales, las cuotas de

pesca continuaron siendo altas. Si en el año 2001

los desembarcos de merluza llegaron a las 122.000

toneladas, en el año 2013 la cuota total de merluza

fue apenas de 19.000. De acuerdo a Subpesca, la

biomasa de la merluza descendió en un 78% entre

el año 2000 al 2014. Todo esto llevó a que a fines

del año 2014, el Comité Científico Técnico (CCT)

cambiara el estatus del recurso: de sobreexplotado

a colapsado. Sintomáticamente, la administración

política, contraria a toda lógica, aumentó la cuota

con respecto al año anterior.

A diferencia de la pesca industrial, que cada año

aumenta la proporción de recursos sobreexplotados

y colapsados, la pesca artesanal muestra buena salud.

Catorce de las 38 pesquerías reconocidas corresponden

a recursos explotados por la pesca artesanal. Moluscos,

algas, crustáceos y peces, todos se mantienen en plena

explotación y con vedas extractivas estacionales que

aseguren su sustentabilidad.

La pesca artesanal tiene reservadas las primeras

cinco millas de mar para pescar. La primera milla

marítima incluso es de uso exclusivo para los 11.096

botes y lanchas de menos de 12 metros de eslora

repartidos en las 467 caletas registradas a lo largo

de la costa continental e islas de Chile. La pesca

artesanal se rige por el régimen general de acceso,

al igual que la pesca industrial, no obstante presenta

algunas particularidades como las Áreas de Manejo

de Recursos Bentónicos (AMERB).

El régimen de Áreas de Manejo asigna derechos

de explotación exclusiva a organizaciones de

pescadores artesanales, conservando los recursos

bentónicos presentes en áreas geográficas

delimitadas. En 2007 había 752 AMERB autorizadas

en la costa de Chile, cubriendo un área de unas

115.000 hectáreas. Los recursos en ellas son

protegidos, explotados mediante un plan de

manejo que asegure su renovación en el tiempo. Los

(12) Subpesca. 2014. “Estado de situación de las principales pesquerías Chilenas”.(13) http://ciperchile.cl/2012/01/25/sin-control-gigantes-pesqueros-diezman-el-pacifico-sur/

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ingresos que genera su venta se reparten en forma

equitativa entre los pescadores del sindicato o de la

caleta responsable de la AMERB. En los tiempos en

que se estaba discutiendo la implementación de las

áreas de manejo en Chile, un connotado Almirante

señaló con claro desagrado y desprecio que lo que

se estaba haciendo era la Reforma Agraria del mar.

Gracias a estas áreas recursos como el loco, erizos y

machas se han recuperado en muchos lugares.

La pesca artesanal no tiene un origen cierto. Desde

que fuera habitado el territorio en el que se encuentra

Chile se ha pescado. De norte a sur Changos,

Camanchacos, Lafkenches, Chonos y Kaweskar, entre

otros, fueron los pueblos que, asentados en la costa

desde tiempos inmemoriales, se dedicaron a la pesca,

caza y recolección de algas, peces, lobos marinos y

mariscos. En la actualidad, muchos descendientes y

representantes de estos pueblos siguen presentes en

la costa, en caletas, y se dedican como antaño a vivir

de lo pescado. De los botes de cuero de lobo de los

Changos y de los troncos calados de los Kaweskar a

las lanchas de madera o fibra de vidrio no hay una

distancia sideral. De los anzuelos de huesos a los

anzuelos calados en espineles no media una gran

(14) http://www.fao.org/docrep/003/w6914s/W6914S01.htm

La explotación de los recursos marinos por parte de la

industria pesquera ha sido depredatoria e irresponsable. El apoyo político a la pesca

industrial ha afectado gravemente al ecosistema

marino y ha perjudicado a la pesca artesanal que además

de ser más sustentable está orientada al consumo alimentario de los chilenos.

lejanía. La pesca artesanal, en esta parte del mundo,

mantiene la esencia que tuvo en su origen.

Un asunto de propiedad

La regulación pesquera en el mundo intenta resolver

el “problema” de la condición de bien de propiedad

común de los peces y del libre acceso a los mismos.

La base teórica de la gestión pesquera se basa en

los postulados de Garret Hardin y de Scott Gordon.

En la Tragedia de los Comunes Hardin señala que

“la libertad de los recursos comunes resulta la

ruina para todos”. Debido a que la sociedad, según

Hardin, consiste en la agregación de individuos

egoístas que persiguen individualmente su

máximo beneficio a corto plazo, la única forma de

asegurar el cuidado de los recursos comunes es

parcelándolos y otorgando la propiedad y derecho

de uso exclusivo a aquellos, que por reportarles

beneficios, les conviene su explotación eficaz.

Por otra parte, Gordon, en La Teoría Económica del

Recurso de Propiedad Común: La Pesca, manifiesta

que los recursos no pueden ser de todos ya que en

condiciones de acceso abierto, cualquier miembro

de la sociedad (por ejemplo, cualquier pescador)

puede obtener el recurso por apropiación directa

acarreando su sobreexplotación14.

Los economistas en Chile han usado estas teorías al

extremo para justificar la entrega de los recursos a

quienes los han detentado hasta ahora, esto es, las

corporaciones pesqueras. En la práctica, pese a ser

entregados derechos de pesca en forma de cuotas

transferibles y que en la actualidad se limitan a solo

siete familias para su “buen recaudo”, las capturas no

han hecho más que disminuir. A partir de la ruina y

agotamiento de las principales pesquerías podemos

preguntarnos si seguir a pie juntillas la teoría es una

decisión acertada.

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Se supone que los “dueños” de los recursos tienen

los incentivos necesarios para mantener un esfuerzo

de pesca tal que permita su permanencia –y sus

ganancias– en el tiempo. El problema es que estos

incentivos son menores a los que reporta el obtener

las rentas lo antes posible. El mismo Hardin reconoce

esto: “Aquellos que restringen sus demandas

debido a efectos dañinos en el largo plazo pierden

la disputa con los maximizadores de corto plazo”. Un

caso paradigmático es el que sucediera con la mayor

pesquera de Chile, Corpesca. En teoría, a Corpesca

le convenía salvaguardar la pesca de la sardina

española, sin embargo arrasó con ella; su entonces

dueño, Anacleto Angelini amasó una gran fortuna y

rápidamente diversificó su cartera de negocios.

Los pescadores industriales saben que los recursos

se están agotando. “Tenemos que pescar lo más

posible antes de que se agote todo”15. Así se

entiende que el lobby pesquero esté orientado no

solo en perpetuar los derechos “históricos”, sino en

aumentar lo más posible las cuotas de pesca. En un

escenario de colapso de las pesquerías, mientras

antes se obtengan los beneficios, antes se puede

extraer la plusvalía. El desarrollo sustentable, la

seguridad alimentaria, la conservación de los

recursos, el equilibrio ecológico no son más que

fábulas y supercherías para la lógica del capitalismo.

El otro elemento que no contempla la teoría es

que las comunidades no son agregaciones de

individuos interesados en su propio beneficio. “Las

instituciones que descansan sobre el concepto

de ‘propiedad común’ han jugado un papel

socialmente beneficioso en la gestión de los

recursos naturales desde la prehistoria económica

hasta nuestros días”16. Al parecer el viejo Kropotkin

tenía razón cuando señaló que “la inclinación de

los hombres a la ayuda mutua tiene un origen tan

remoto y está tan profundamente entrelazada con

todo el desarrollo pasado de la humanidad, que

los hombres la han conservado hasta la época

presente, a pesar de todas las vicisitudes de la

historia”.

La “sociedad de las partes”17 y las “áreas de

manejo” son un ejemplo exitoso de propiedad

común o comunal de la pesca artesanal. En

ambas, los pescadores artesanales distribuyen

los beneficios del acceso pesquero o de

las áreas a su cuidado de forma equitativa,

impidiendo su concentración. Las antiguas

formas de explotación comunitaria exigían que

la propiedad común fuese guiada por normas de

gestión claras para impedir el agotamiento de los

recursos naturales renovables18. Y así ha sido. Los

pescadores organizados en sindicatos, con planes

de manejo establecidos científicamente y con

participación de los pescadores, han conservado

y explotado racionalmente los recursos en el

tiempo. Cualquiera que bucee en un área de

manejo puede notar la gran biodiversidad que

tienen estas áreas en comparación con zonas

expuestas y sin cuidado.

(15) http://ciperchile.cl/2012/01/25/sin-control-gigantes-pesqueros-diezman-el-pacifico-sur/(16) Ciriacy-Wantrup y Bishop, 1975. “Common Property” as a Concept in Natural Resources Policy. Natural Resources Journal. Vol. 15.(17) La sociedad de las partes de la pesca artesanal era el antiguo trato de los pescadores en un bote o lancha. Esta reconocía derechos colectivos sobre los recursos pesqueros, tanto en el acceso a los recursos como en relación a la distribución de los ingresos obtenidos. Un sistema equitativo basado en la asociatividad, marcado por la inexistencia de extracción de plusvalía al interior de las unidades productivas. La regulación es de carácter informal y está enraizada en la cultura de la pesca artesanal. Este sistema de pesca caracterizó a la pesca artesanal hasta que la regulación reconoció a los Armadores (dueños de las embarcaciones) derechos de cuotas transferibles. A partir de ese momento los armadores pasaron a ser jefes y sus compañeros, empleados.(18) Aguilera. 2007. “La tragedia de la privatización de los derechos”. Reporte SAMUDRA N˚ 46 Marzo 2007.

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La regulación pesquera en Chile gira hasta el día

de hoy en torno al derecho de propiedad de los

recursos, el acceso a las pesquerías y las restricciones

al esfuerzo de pesca. Por años, las leyes y regulaciones

obviaron la necesaria sustentabilidad de la actividad

con el objetivo fortalecer la pesca industrial y su

transformación en harina de pescado. Es la misma

madeja con la cual se ha tejido la historia de

depredación y usurpación de los recursos naturales

en Chile. La explotación de los recursos marinos por

parte de la industria pesquera ha sido depredatoria

e irresponsable. El apoyo político a la pesca

industrial ha afectado gravemente al ecosistema

marino y ha perjudicado a la pesca artesanal que

además de ser más sustentable está orientada al

consumo alimentario de los chilenos. Difícilmente la

institucionalidad pesquera afincada en el Ministerio

de Economía puede lograr frenar a la pesca industrial

para revertir en parte el colapso que se vive.

Ahora todos se sorprenden por la revelación de

cohecho y financiamiento irregular patrocinado por

las empresas pesqueras antes y durante la discusión en

el parlamento de la nueva Ley de Pesca. Pero lo cierto

es que la Industria, desde siempre y con las mismas

prácticas, ha dictado las leyes y reglamentos que

regulan la actividad. La evidencia solo descubre los

turbios mecanismos, el cohecho a políticos corruptos

que entre otros favores permitieron a siete familias de

Chile quedarse con los recursos de todos los chilenos

a cambio de aportes de campaña o sueldos paralelos.

La permisividad y obsecuencia regulatoria se extien-

de a pesquerías que utilizan artes de pesca no se-

lectivos como la pesca de arrastre, que ha generado

daños irreparables al ecosistema marino. Este tipo de

pesquería elimina una gran cantidad de fauna acom-

pañante y destruye el fondo marino generando un

efecto dominó sobre otros organismos de la trama

trófica. El descarte de la pesca acompañante o fuera

de talla constituye un atentado ambiental gigantes-

co. En el mundo, cada año más de siete millones de

toneladas se descartan, es decir, una décima parte de

la captura mundial vuelve muerta al mar19. Además

de peces, moluscos y crustáceos, mueren aves, delfi-

nes, tortugas, tiburones, lobos marinos, ballenas, etc.

No se entiende que siendo la pesquería una actividad

industrial extractiva y que genera daños ambientales

muchas veces severos, no esté bajo el marco de la Ley

de Bases del Medio Ambiente. ¿Por qué no se pueden

concebir planes de manejo a largo plazo y formas de

mitigación por el daño ambiental producido? Si se la

excluyó ex profeso, con los resultados y consecuen-

cias expuestas, ¿alguien puede sostener a esta altura

que su omisión fue una decisión correcta? Pasa que

no vemos los daños ambientales de la pesca, no ve-

mos los barcos ni el descarte mar adentro, menos los

fondos o los cardúmenes mermados. Están fuera de

nuestro alcance, no vemos más allá de lo que pisa-

mos, y no respiramos ese aire.

Hoy los barcos pesqueros vuelven a puerto sin

estridencia. Los espera un funcionario que anota el

volumen de desembarco o las tallas muestrales. Los

tripulantes pescadores se retiran cabizbajos, saben

que la cuota se está acabando y pronto tendrán

que buscar otra cosa. La decadencia los acecha. Los

peces hoy son más chicos y escasos. Ya están lejos

los días en que era tirar y abrazarse. Pero la tristeza

mayor es por lo que están obligados a hacer. Por

más que sea parte del trabajo son personas de mar.

Les duele tener que abrir las esclusas y arrojar por

la borda a miles y miles de otros peces y animales

como si fueran desperdicios. Fueron animales que

formaron parte de algo mayor y que tuvieron la

mala suerte de toparse con el hambre intangible de

ganancias sin límites.

(19) Murray. 2009. The End of the Line. Documental.

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* Hernán Dinamarca

En este breve ensayo haremos la genealogía del concepto sustentable o sostenible. En pocas décadas (y digamos

que a la luz de historia larga, 4 o 5 décadas no son nada), la sustentabilidad, con sus ecos en diversos ámbitos humanos, se ha constituido en la expresión central y

transversal del cambio de época histórica y del nuevo paradigma social.

Aquí hablamos de ecología política (EP) en su

sentido de re-evolución. Por su incidencia evolutiva

en el devenir humano, la EP es simplemente la

implicación entre el cuidado de nuestra “Casa

Grande” (el Oikos matricial) y la Política asumida

como la acción responsable y transformadora en los

asuntos de la Polis.

Por eso, en nuestro presente como Historia, la EP es

la única manera ética e integral de hacer política.

Esa implicación, en clave de desafío cultural, es la

sustentabilidad. Si en la Polis (comunidad humana),

hoy, en lo mínimo, asistimos a una ineludible

ruptura de nuestro destructivo modo de vida o, en lo

máximo, al eventual colapso de nuestra continuidad

como especie, entonces necesariamente hubo

de emerger el desafío de la sustentabilidad como

atractor ético y político.

En este breve ensayo haremos la genealogía del

concepto sustentable o sostenible. En pocas

décadas (y digamos que a la luz de historia larga,

4 o 5 décadas no son nada), la sustentabilidad,

con sus ecos en diversos ámbitos humanos, se ha

constituido en la expresión central y transversal

del cambio de época histórica y del nuevo

paradigma social.

* Dr. /PhD en Comunicaciones (Universidad de Málaga). Profesor de Historia, Periodista y Licenciado en Comunicación Social, Postítulo en Biología del Conocimiento y la Comunicación Humana, Diplomado en Gerencia Pública (siempre en la Universidad de Chile). Fellows Ashoka por nuestros aportes como innovador social. www.hernandinamarca.cl

Ecología política:la ética y la

pragmática de la sustentabilidad

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El eje del actual cambio paradigmático, tras el cual

subyace la EP y la sustentabilidad, opera como el

tránsito desde la mirada del Ego hacia la mirada del

Eco.

La mirada del Ego: la moderna y ya antigua

concepción antropocéntrica del mundo, mecanicista,

representacional, en cuya cúspide domina el individuo

patriarcal, solo y separado, volcado al control y la

explotación, entre otros, de los ecosistemas; en las

últimas décadas ha venido siendo subvertida por

la mirada del Eco: la históricamente emergente

concepción ecológica, sistémica, que integra

horizontalmente al hombre y la mujer en la red de la

vida.

La sustentabilidad es la continuidad humana

¿Qué nos dice de sustentable y sostenible la RAE? De

sustentable, que se puede sustentar, y de sustentar,

el acto de conservar algo en su ser o estado. Mientras

que de sostenible, un proceso que puede mantenerse

a sí mismo.

De ambas definiciones quedémonos con lo que

denota la palabra conservar, por un lado, y el proceso

auto-reproducible, por otro. Pues precisamente esas

son las profundas ideas que están en el corazón de la

comprensión contemporánea de la sustentabilidad y

sostenibilidad.

Es fundamental, entonces, asimilar la potencia en la

articulación del sentido de ambas palabras (sostenible-

sustentable): para que un proceso-sistema se auto-

reproduzca, este debe conservar algo (lo que es propio

de todo sistema autopoiético o sociopoiético)1.

En esto radica la clave de por qué en el presente

como Historia hacemos un uso político y cotidiano

del concepto sustentabilidad o sostenibilidad (en

ese sentido pueden usarse indistintamente). Es hoy

cuando vivimos conscientemente el enorme desafío

cultural de la auto-reproducción del sistema social,

pues, estamos ad portas de negarla dramáticamente,

producto del desacoplamiento entre nuestro modo

de vida y la biosfera (ya volveremos sobre esto).

Es hoy cuando adquiere todo su sentido el hecho

que la condición para un acoplamiento estructural

congruente entre cultura humana y biosfera supone

conservar una relación no destructiva entre lo humano

y los ecosistemas y la biodiversidad.

En los germinales y revolucionarios años 60 del pasado

siglo, la humanidad empezó a tomar conciencia de

la pérdida de biodiversidad, y conocía las primeras y

lapidarias proyecciones del cambio climático causado

por presiones antrópicas. En ese marco, a inicios de los

años 70, el ecologista norteamericano Lester Brown

definió a una sociedad sustentable como aquella

capaz de satisfacer sus necesidades sin disminuir las

oportunidades de las generaciones futuras. Hay que

la conservación de los ecosistemas es

imprescindible para la generación y preservación

de la vida y requiere acciones urgentes en

virtud de la escala actual del daño ambiental y su

impacto en el ser humano

(1) A quienes se interesen por estos conceptos aplicados a la EP (autopoiesis, sociopoiesis y acoplamiento estructural), sugiero la lectura de mi libro ¿Ser o Perecer?: Comunicación y sustentabilidad en las organizaciones, Editorial Planeta Sostenible, 2013. De hecho, este breve ensayo es una actualización del capítulo 3 del mencionado libro.

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recordarlo, la idea-fuerza sustentabilidad emergió

en los movimientos ecologistas contraculturales

como una respuesta a lo que veníamos haciendo

como sociedad moderna, cuando, ensimismados en

el afán del crecimiento económico y demográfico

ilimitado, más una fe dogmática en el “progreso”

material y tecnológico, habíamos arribado a un punto

en que potencialmente podríamos clausurar las

oportunidades de las generaciones venideras, amén

de auto dañarnos en el presente.

¿Por qué como humanidad habíamos arribado

a ese punto? Porque durante la modernidad no

conservamos lo que debíamos conservar para la

auto-reproducción del sistema. Ese es el desafío

de la sustentabilidad: hacer coherentes nuestras

actividades económicas con los ecosistemas, tras el

objetivo de sustentar-conservar las condiciones de

una relación que permita la auto-reproducción del

vivir y la continuidad intergeneracional. Esto es, no perturbar de manera destructiva el acoplamiento estructural entre ecosistemas-humanizados y una cultura que también es naturaleza2, con la

eventualidad incluso de acabar con la organización-

sistema cultura. Por ello, tras esa toma de conciencia,

los más nobles esfuerzos humanos han apuntado a

hacernos cargo de tamaño desafío.

Si aceptamos el supuesto de que los cambios de

época histórica ocurren cuando la humanidad se

ve enfrentada a una crisis de sufrimiento y eventual

autodestrucción, podríamos afirmar que las

primeras señales colectivas de ecocidio, en los años

sesenta, activaron el proceso de cambio cultural

hacia la sustentabilidad.

Esto, que aquí afirmamos en clave sistémica, desde

hace algunos años se escucha en las Naciones Unidas:

la conservación de los ecosistemas es imprescindible

para la generación y preservación de la vida y requiere

acciones urgentes en virtud de la escala actual del

daño ambiental y su impacto en el ser humano

(Informe sobre desarrollo humano, 2011).

O bien, este 2015, la estremecedora Encíclica Laudato

Si nos interpela al cuidado de nuestra casa mayor,

en un tono que evoca las palabras que hace muchos

años pronunciara el teólogo cristiano Thomas Berry:

“la comunidad humana y el mundo natural llegarán

al futuro como una sola comunidad sagrada o ambos

perecerán en el desierto”.

La genealogía de la sustentabilidad

La historia de la contaminación moderna es una con

el proceso de industrialización iniciado en el siglo XVII

en occidente. Sin embargo, pese a ser grave ya en el

siglo XIX, acotada a las urbes industriales aún no era un

problema a tener en cuenta.

Es más, hasta avanzada la segunda mitad del siglo XX (e

incluso hoy entre los fanáticos con fe de carbonero en

la modernidad), la contaminación era unánimemente

considerada un símbolo del progreso: tecnología en

acción, generadora de empleo y crecimiento material, sin

hacer objeciones serias a sus externalidades negativas.

(2) “Naturaleza humanizada/humanidad naturalizada”, fue la notable intuición inaugurada por la filosofía clásica alemana, a la que el pensador Carlos Marx dedicó páginas notables en sus Manuscritos económico-filosóficos. Esta intuición inició la superación de la lógica de la separatividad entre cultura y naturaleza, en tanto abrió en occidente la mirada que hoy asume la radical implicación entre Naturaleza y Cultura. En ese marco reflexivo suenan vacías las sentencias hoy comunes en algunos círculos académicos que hablan del “Fin de la Naturaleza”, como si tal cosa fuera posible sin ir necesariamente acompañada del “Fin de la Cultura, del Fin de lo Humano y del Fin de la Historia”. En estricto sentido, hoy asistimos a una re-significación de la Naturaleza, si se quiere a un Renacimiento de la misma, pues vuelve a ser escuchada y animada como lo hacían los antiguos, pero ahora en clave consciente.

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Será recién durante la primera ola de los Estados de

Bienestar en Europa y Estados Unidos, en los años 50,

60 y 70, con la intensa y extendida contaminación,

cuando se generan las condiciones para la emergencia

de una conciencia crítica. Solo enumeremos algunos

hitos en los años 60 para dar cuenta de la expansión

social de la Ecología Política.

En 1962, Rachel Carson en su obra La Primavera

Silenciosa, develó los impactos en los ecosistemas y

en la salud humana de la industria agroquímica. En

1966, Barry Commoner, biólogo norteamericano, en

Science and Survival, calificó de orientación biocida

el horizonte de la civilización industrial. Ese mismo

año, el economista Kenneth E. Boulding, en The

Economics for the Coming Spaceship Earth, cuestionó

el dogma moderno del crecimiento económico. En

1968, Paul Ehrlich nos interpeló profundamente con

La bomba demográfica. Todos estos libros vieron

la luz en sincronía con la creciente evidencia de la

contaminación de la biosfera por causas antrópicas.

En 1968 se reunieron en Roma 105 científicos

de 30 países; nacía así el célebre Club de Roma,

que encargó un estudio ambiental planetario al

Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).

Según el informe, la presión demográfica había

alcanzado un nivel tan elevado y una distribución

tan desigual, que solo este problema debía obligar

a la humanidad a buscar el estado de equilibrio del

planeta. El crecimiento de la población se acercaba

al punto crítico, si es que no lo había alcanzado ya.

Dado el acervo finito y declinante de los recursos

no renovables y el espacio limitado del planeta, la

humanidad debía aceptar que el creciente número

de habitantes conduciría a un nivel de vida inferior

y a una crisis cada vez más compleja.

También en 1968, la Asamblea General de Naciones

Unidas recomendó realizar la primera conferencia sobre

“los problemas del medio humano”. Ex post resulta

muy decidor el concepto usado por el organismo

internacional, “medio humano”, pues devela que aún

subyacía incontrastable el paradigma social moderno

antropocéntrico instrumental: el entorno/medio como

propiedad del ser humano. Más allá del sentido de

dominio y de control, sobre la base de esa resolución

se convocó a lo que sería la conferencia de Estocolmo,

en 1972, donde se reconoció que “las relaciones entre

el hombre y su medio estaban experimentando

profundas modificaciones como consecuencia de los

progresos científicos y tecnológicos”. La conferencia de

Estocolmo fue la primera de sucesivas reuniones para

tratar de lidiar con la crisis ecológica, estipulándose allí

la creación del Programa de las Naciones Unidas para

el Medio Ambiente (PNUMA).

En paralelo, en la sociedad civil nacían los primeros

movimientos ecologistas. En 1971, Greenpeace fue

uno de los primeros entre una saga de actores sociales

emergentes que, en lo local y planetario, empezarían

a hacer Historia en el proceso de transformación de lo

humano inspirados en los principios emergentes de

la EP. No en vano en 1969 el pequeño paso en la luna

de Neil Armstrong había impactado a una humanidad

asombrada al ver por primera vez suspendida en la

inmensidad del Cosmos la azul y frágil belleza de nuestro

hogar. Esa revelación, emitida en vivo y en directo por la

TV, co-ayudó en el cambio de nuestras conciencias.

En 1982 en las Naciones Unidas fue aprobada la Carta

Mundial de la Naturaleza.

En 1987, en la Comisión Mundial del Medio Ambiente,

como ya escribimos, se formalizó el “Desarrollo

Sustentable” en el documento “Nuestro Futuro

Común” (más conocido como el Informe Brundtland,

en homenaje al apellido de la ex Primera Ministra

de Noruega que encabezó la Comisión, Gro Harlem

Brundtland).

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gobiernos y la sociedad civil, iniciándose el relevante

Diálogo Social tripartito. Ahí se acordó la Convención

Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio

Climático, que de inmediato llevaría al Convenio sobre

Biodiversidad (1992) y más tarde al Protocolo de Kioto

(1998), ambos fundamentales para la sustentabilidad

humana.

Tras la primera Cumbre de Río, Maurice Strong,

secretario general de la misma, y Mijail Gorbachov,

exlíder de la desaparecida Unión Soviética y presidente

de Green Cross International, asumieron la elaboración

de una Carta de la Tierra, recomendada en Río en el

Foro de la Sociedad Civil.

Entre 1994 y 1999, líderes ciudadanos de diversas

nacionalidades redactaron la Carta de la Tierra: El

camino hacia adelante, cuya versión final fue aprobada

el año 2000. Su idea fuerza es que “todos somos uno”,

que la protección del medio ambiente, los derechos

humanos y el desarrollo equitativo entre los pueblos

son fenómenos interdependientes e indivisibles. “El

proceso en pos de la sustentabilidad requerirá un

cambio de mentalidad y de corazón, para así cuidar

la comunidad de la vida, formada por todos los seres

vivos, hasta los más pequeños”.

En la Carta de la Tierra se concluyó que vivimos el

colapso de los irreflexivos principios que han orientado

al ser humano en los últimos siglos: individualismo,

competitividad unilateral, afán de control y dominio,

búsqueda del lucro y ganancias a cualquier precio, con

su inevitable secuela de crisis socio-ambiental. A la

fecha, la Carta, traducida a 30 lenguas, es el documento

internacional que mejor sintetiza el discurso de la

sostenibilidad.

El 2002, en la segunda cumbre de la Tierra, la Sudáfrica

de Mandela quiso asumir la Carta como guía; pero

la oposición de Estados Unidos y otros países lo

impidieron. Diciendo esto queremos destacar que en

las cumbres ecológicas suelen confrontarse distintas

tesituras respecto a la profundidad de la crisis que

vivimos. Por un lado, quienes piensan que asistimos

a un cambio de época y se necesita urgentemente

una nueva mirada que ponga el foco en respuestas

sostenibles, y, por otro, quienes piensan que vivimos

una época de cambios, como ha sido siempre

durante la modernidad, y que la tecnología podrá

resolver nuestros problemas. En palabras de Paul

Raskin (et ál., 2006), en la actual gran transición de

época histórica coexisten la perspectiva del Mundo

(moderno) Convencional y la perspectiva del Mundo

(posmoderno) de la Sostenibilidad (los paréntesis son

nuestros).

Estas dos sensibilidades son transversales a nivel

planetario, a nivel de países, de sociedad civil, de

empresarios, de partidos políticos, de organizaciones y

empresas, en suma, de todos los actores que participan

en el presente como Historia. En esto no hay bloques

rígidos. Ante el desafío de la sustentabilidad no todos

los empresarios están allá y todos los ciudadanos acá, o

La mayor contradicción de nuestro tiempo radica en

el desorbitado crecimiento del antiguo modo de

producción moderno y la imposibilidad de la biosfera

de soportar el daño que aquel le infiere

En 1992, la Cumbre de la Tierra, en Río de Janeiro,

fue histórica por varios motivos. Participaron 172

gobiernos, casi 20.000 líderes ciudadanos en el Foro

de Organismos No Gubernamentales (ONG), más

el recién constituido “Consejo Empresarial para el

Desarrollo Sostenible”. Por primera vez arribaron a

una conferencia tres actores sociales claves: empresas,

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todos los habitantes de ese país son pro sostenibilidad

y viceversa, o los gobiernos de oriente versus los de

occidente o el norte versus el sur. En todos los casos

ocurren dinámicas móviles entre estas dos grandes

sensibilidades: la del mundo convencional y la del

mundo de la sustentabilidad, y el factor de corte,

obviamente, no es lo que se diga en los discursos, sino

la coherencia entre hechos y discursos.

Finalmente, recordemos que en la Conferencia de Río

+ 20, el año 2012, la conducta oficial de los gobiernos

fue aún menos maciza que en 1992. Allí disminuyó la

participación de los mandatarios y, si nos atenemos

a la magnitud, evidencia y urgencia de la crisis

ecológica, se suscribió un documento insuficiente:

El futuro que queremos. Una vez más sería en la

Cumbre de los Pueblos y en la reunión paralela de

los empresarios donde hubo avances sustantivos

en nuevas acciones en pos de la sustentabilidad.

Entre los empresarios asistentes, aún minoritarios,

incluso por primera vez se fue críticamente al fondo

del problema, a la tensión insalvable entre lucro y

sustentabilidad.

Con esta enumeración de hitos, hemos querido

destacar que en pocos años, desde su origen

contracultural, la sustentabilidad terminó por instalarse

en las conversaciones y en la agenda planetaria, aún sin

la profundidad necesaria, pero claramente es el único

sueño y deseo que nos queda en la actual dramática

encrucijada en el devenir humano.

Ecos de la sustentabilidad

Desde que la EP y el nuevo paradigma social

entraron en la Historia, a través de la idea-práctica

sustentabilidad, no ha dejado de incidir en nuestra

percepción de aspectos claves del vivir. Sus

ecos abarcan prácticamente todos los ámbitos

humanos.

En lo económico, ha inspirado la crítica a la lógica del

crecimiento ilimitado (productivismo y consumismo),

animando los primeros pasos de una neo-economía

con criterios ecológicos.

En lo energético, ha puesto urgencia a la ineludible

necesidad de una reconversión hacia fuentes

renovables con mínimo impacto en los ecosistemas.

En lo social y en la política, ha activado movimientos

ciudadanos y políticos críticos a los daños socio-

ambientales y, en tanto el desafío de la sustentabilidad

requiere el concurso de todos, ha incentivado nuevas

formas de gobernanza y diálogo social.

En los hábitos cotidianos, ha activado expansivamente

el reciclaje y nuevas prácticas de consumo responsable.

En la arquitectura y el diseño urbano e industrial, ha

subvertido antiguas prácticas y convicciones.

En el arte y el cine, autores y obras mayores nos han

estremecido ya sea con el sufrimiento que implica el

eventual ecocidio o bien con el respeto y la escucha

activa de todos los seres vivos como el único antídoto.

Esa misma emoción empática u aspiración al respeto

ha inducido emergentes valores y conductas

revolucionarias en las relaciones interpersonales, en

las relaciones interculturales, en las relaciones etarias,

de géneros y sexos, activando nuevos movimientos

socio-culturales y nuevos derechos.

Y en los gobiernos y en las empresas, ha conllevado

nuevas regulaciones y estándares socio-ambientales

en sus gestiones, así como una incipiente

problematización del “dios” lucro3.

En síntesis, se trata de un emergente cultural que ha

tendido a encarnarse en los seres humanos.

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Son tan vastos sus ecos, que aquí solo podremos

esbozar uno de esos procesos: la re-significación de

lo que ha sido la economía históricamente moderna

y la consecuente crítica a la lógica del progreso y del

crecimiento económico ilimitado.

Una nueva economía eco-sostenible

La idea-fuerza sustentabilidad ha iniciado un

cuestionamiento radical a la racionalidad última de la

economía moderna, que históricamente se expresó

como capitalismo o socialismo.

Ambos subsistemas –implícitos en el sistema cultural

o modo de vida moderno– han sido animados por el

paradigma del crecimiento ilimitado, del progreso, del

productivismo y del consumismo material, amén de

otras coincidencias culturales. En rigor, su diferencia ra-

dicaba en el modelo de administración política (distin-

tos conceptos de democracia y del rol del individuo y

del Estado) y en sus respectivas ideas matrices respecto

a la distribución social de la riqueza (el mercado con sus

niveles de regulación y planificación por el Estado).

Con posterioridad a 1989, y ya despejada la bipolaridad

de los subsistemas “hermanos y rivales” de la época

moderna, advino el tiempo infame y desbocado de

la modernidad realmente existente. Aunque, hay que

decirlo, estos tiempos que se querían monocromos,

han traído también una impronta de apertura a la

posibilidad de expansión de las nuevas miradas

posmodernas; pos en el sentido de superación de la

ya añosa época histórica moderna.

En las últimas décadas se ha ido acumulando la

literatura en teoría económica que muestra la tensión

entre la lógica del crecimiento económico y la

sostenibilidad ecológica.

La mayor contradicción de nuestro tiempo radica

en el desorbitado crecimiento del antiguo modo de

producción moderno (el sistema-mundo del que nos

hablara Immanuel Wallerstein) y la imposibilidad de la

biosfera de soportar el daño que aquel le infiere.

La tensión más acuciante del actual modo de vida

es que si seguimos creciendo económicamente,

profundizamos nuestro desacoplamiento de los

ecosistemas, luego, con resultados catastróficos para

la civilización y los seres humanos (insustentabilidad

socio-ambiental).

A contrario sensu, en caso de una brusca ruptura del

crecimiento económico, tal como lo sugiere la razón

analítica, podrían advenir efectos dramáticos en la

reproducción de la cultura material (insustentabilidad

socio-laboral).

¡Qué tensión y desacoplamiento estructural entre la

“máquina socio-económica mundo” y la biosfera!

Una encrucijada vital de la que saldremos solo con

una dolorosa re-evolución mayor y con innovaciones

en diversos dominios, vía un necesario despliegue de

inteligencia y sensibilidad individual y colectiva nunca

antes visto.

Si bien la crítica al crecimiento económico ilimitado

aún no produce un profundo efecto transformativo en

la economía, algunos autores han logrado introducir

“Se ha aceptado así que todo crecimiento es bueno

y que más crecimiento es siempre mejor. Uno se pregunta, al oír tales

cosas, si los economistas modernos han oído hablar

alguna vez del cáncer”

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en la agenda cultural la economía del estado

estacionario (Herman Daly) o la retirada sostenible

(James Lovelock). En los últimos años, esta mirada

ha tomado impulso vía un movimiento planetario en

torno al decrecimiento (Trainer, 2011).

Debido a la magnitud de esta tensión y contradicción,

el proceso histórico de transformación económica

será de largo aliento. Durante la modernidad, el leit

motiv de la actividad económica fue la búsqueda del

progreso material, la maximización de la producción

y del consumo y la búsqueda del lucro por sobre

cualquier otra consideración. En suma, una irreflexiva

fe en el crecimiento económico; una fe ajena a los

límites de la biosfera.

“El marco reduccionista de la economía convencional

ha producido una orientación fundamentalmente

errónea de las políticas económicas. Lo esencial ha

sido la consecución del crecimiento económico,

entendido como incremento del producto nacional

bruto, es decir, desde el punto de vista exclusivamente

cuantitativo de llevar al máximo la producción. Se ha

aceptado así que todo crecimiento es bueno y que

más crecimiento es siempre mejor. Uno se pregunta, al

oír tales cosas, si los economistas modernos han oído

hablar alguna vez del cáncer” (Capra, 1991).

En el espacio planetario podemos distinguir un

sistema socio-económico mundial que mantiene

relaciones implicadas con el ecosistema (biosfera). Las

relaciones entre ambos sistemas son interacciones

(perturbaciones) antrópico-naturales.

La biosfera es la fuente de todos los recursos que

utiliza el sistema económico en sus actividades de

producción y consumo. Y también es el sumidero de

todos sus desechos, aunque la economía clásica, en

su contabilidad, absurdamente le considera como

un valor económico residual. Pero, el ecosistema

planetario es una fuente finita de recursos ambientales

no renovables y posee una capacidad limitada de

regeneración de recursos ambientales renovables,

así como una capacidad igualmente limitada de

absorción de residuos. Con la expansión global del

modo de vida del productivismo y consumismo

(modernización social y económica, le llaman sus

adalides), hemos puesto en una prueba crítica a las

limitadas capacidades del ecosistema mundial y,

como consecuencia, adviene una merma en la calidad

de vida de los seres humanos (Hidalgo Capitán, 2007).

De hecho, el sistema económico ya ha activado

cambios críticos en los ecosistemas (y viceversa); el

cambio climático, la pérdida de la biodiversidad, la

contaminación y escasez del agua, la contaminación

de los océanos, por mencionar las más urgentes.

De esas crisis están emergiendo catástrofes socio-

ambientales de origen antrópico, todas con efecto

severo en nuestro modo de vida: vertidos de

productos químicos, sequías, inundaciones, olas de

frío o calor, incendios, la extinción, mutación, aparición

y proliferación de virus, bacterias, insectos y algas.

La prestigiosa World Wildlife Foundation (WWF), a

finales del siglo XX ya informaba que consumíamos

alrededor de un 25% más de los recursos que éramos

capaces de reponer. Una década más tarde, en el

informe Planeta Vivo (2010), el diagnóstico indicaba un

empeoramiento de la salud de la Tierra. Las demandas

de la humanidad sobre los recursos naturales

aumentan a una velocidad desmesurada, hasta un

50% más de lo que el ecosistema puede proveer,

mientras la biodiversidad de especies, especialmente

en los trópicos, decrece a un ritmo alarmante. Al 2030

la proyección es que necesitaremos dos planetas para

satisfacer nuestras necesidades. Eso es insostenible.

Es que el capitalismo y el socialismo modernos

han ido a contracorriente de la sostenibilidad. Sus

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valores inhibieron que la actividad económica co-

derivara coherentemente con la biósfera. Desde la

sustentabilidad, la crítica es que los economistas

modernos han ignorado que la economía es

simplemente un subsistema de un sistema ecológico

y social mayor; luego, la han descrito con modelos

simples, ajenos a la complejidad y lo sistémico. Ese

marco reduccionista ha conducido a la economía a un

callejón sin salida.

Afortunadamente, en los últimos años, la visión

sistémica ha ido ganando terreno. Solo algunos

ejemplos.

Asistimos a la emergencia de nuevas fuerzas eco-

tecno-productivas y de un nuevo sector de la economía

que busca la concordancia con los ecosistemas. Las

empresas han empezado a problematizar el afán

unilateral de lucro y la lógica del costo-oportunidad en

el corto plazo: las empresas B y las empresas sociales,

más las empresas tradicionales capaces de asimilar con

sinceridad el modelo de gestión de Responsabilidad

Social; la industria de energías limpias, del reciclaje y

de diseños productivos eco-sostenibles.

En la academia y en actores reguladores aumentan

los convencidos de la necesidad de ir más allá

del tradicional Producto Interno Bruto (PIB), que

acostumbraba medir solo la variable productiva y

monetaria, y poco a poco, empresas y países empiezan

a incorporar parámetros para la sostenibilidad, dando

origen a las cuentas verdes o PIB verde.

La regulación ambiental en los Estados y la

autorregulación ambiental de diversos actores han

llegado para quedarse. Hoy prácticamente todos los

países poseen leyes ambientales y algunas empresas,

aún pocas, pero ya sea por decisión propia y/o

tensionadas por la fiscalización legal y ciudadana,

intentan asumir con mayor o menor coherencia y

consistencia nuevos modelos de gestión (grandes

empresas y, sin duda, las interesantes empresas B).

Emergen nuevos patrones y valores en las relaciones

de producción; por ejemplo, el comercio justo,

el consumo responsable, la re-emergencia del

cooperativismo, todos signos que se expanden en el

vivir económico.

Otra crítica clave, desde la mirada de la sustentabilidad,

ha sido a la fe en el progreso ilimitado, ayer

considerado un valor central en la modernidad. Según

Raskin (et ál. 2006), la compulsión por un consumo

material cada vez mayor es la esencia del paradigma

de crecimiento de los mundos convencionales; en

cambio, el nuevo paradigma supone un mundo pos

escasez, en el cual se distribuyan los recursos de otra

manera. La adquisición como un fin en sí puede ser un

sustituto de la satisfacción, un hambre que no conoce

alimento. Hoy sabemos que pasado un cierto punto

(lo suficiente), el mayor consumo deja de acrecentar

la autorrealización. En el nuevo paradigma de la

sostenibilidad, el desarrollo humano pasa a ser un

tema central, que se expresa en el deseo de una mejor

calidad de vida, en fuertes lazos entre las personas y en

un contacto en resonancia con la naturaleza.

En línea con este giro paradigmático, que apunta al

centro del actual modo de vida, hoy se extiende la

mirada que asigna relevancia a nuevos medidores

y satisfactores no solo del bien-estar, sino también

del bien-ser. Crucial en este proceso, profundamente

subversivo, podría ser la expansión del movimiento de

consumidores responsables, cuyo ánimo es vivir en la

simplicidad voluntaria (en austeridad y sencillez) o en

el minimalismo.

Para Adela Cortina (2002) consumir productos

del mercado se ha convertido en una acción tan

obvia en nuestras sociedades que resulta difícil

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imaginar cómo sería un mundo sin consumo. Desde

que a comienzos de la modernidad ocurrió lo

que Karl Polanyi, inspirado en Marx, llamó la Gran

Transformación (cuando el lugar de consumo de

los productos se separó del lugar de producción),

fueron sentadas las bases para una inédita forma

de vida con el consumo como aspecto clave, en lo

económico y en lo cultural.

Sin embargo, en las últimas décadas ha empezado

a emerger una ética del consumo; una ética y saber

que argumenta la necesidad de una existencia de

formas de consumir sustentables, en ese sentido, un

consumo ético.

Desde mediados del siglo XX, una oleada de

críticos del modo de vida moderno empezaron

a cuestionar las formas de consumo de las

sociedades industriales por privar a los individuos

de libertad. Herbert Marcuse distinguió entre dos

tipos de necesidades, verdaderas y falsas, que

los individuos intentan satisfacer al consumir.

Las primeras son necesidades vitales como

alimentación, vestido o vivienda. Las falsas son

de sobreconsumo e innecesarias; los individuos

tal vez se sientan felices al “satisfacerlas”, pero

ignoran que les han sido impuestas por fuerzas

sociales (inmensos sujetos elípticos) con el único

fin de aumentar la producción y el consumo, y así

continuar con esa cadena de esclavitud fraguada

por el afán de acumulación. De esa manera las

personas jamás podrán ser autónomas, porque el

consumo es un apéndice de la producción.

Por ello no fue extraño que en los muros de mayo del

68 aparecieran por primera vez consignas del tono

El consumo es el opio del pueblo y El consumo nos

consume. Según André Gorz, en la transformación

cultural hacia un consumo responsable o ético

estriba la más radical de las transformaciones

pendientes. La misma re-evolución que este 2015,

en Laudato Si, ha reiterado el Papa Francisco. En

ese cambio profundo en los hábitos cotidianos

de consumo y en una justa distribución social

de los bienes y servicios se juega gran parte de la

continuidad intergeneracional.

El consumo responsable (o ético) posee al menos

cuatro dimensiones interrelacionadas, que juntas

son condición para constituirse en un nuevo modo

de vida: 1) practicar la austeridad, el minimalismo

o la simplicidad voluntaria; 2) reciclar todo lo que

sea posible con el objeto de minimizar la tasa de

extracción material y de recursos (desmaterialización

de la economía); 3) optar por la autoproducción y/o

el consumo de bienes que provengan de entornos

económicos cercanos; y 4) decidir las compras en

función de la trazabilidad social y ambiental de

los bienes y servicios, esto es, una producción sin

daño social y ambiental. La articulación de estas

cuatro prácticas es lo sustentable (esto importa,

ya que el simple neo-consumismo de productos

“verdes”, puede ser tan vacío como el consumismo

precedente).

Pese a estos inequívocos avances en pos de la

sustentabilidad, digamos que los cuestionamientos

y límites regulatorios al modelo de crecimiento

ilimitado del capitalismo/socialismo, así como

las nuevas iniciativas económicas y de consumo

responsable, por el simple hecho de estar ahí

no se traducen en que estos valores ocurran

hegemónicamente en el actual vivir económico.

Afirmar algo así iría contra toda evidencia. Aquí

solo decimos que en un proceso histórico, la

mirada de la sostenibilidad como tendencia ha

erosionado la antigua certidumbre moderna del

crecimiento económico ilimitado; añeja creencia

que como humanidad nos llevó a ignorar los límites

estructurales en la biosfera.

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El paradigma social de la sostenibilidad, sin duda,

desde su emergencia en los años sesenta ha

ganado terreno con sus nuevas ideas y valores; sin

embargo, en simultáneo, la modernidad realmente

existente ha tendido a extremar los efectos

sociales y ambientales disruptivos causados por

el pensamiento reduccionista (que separa y no

observa las redes), por la lógica del lucro, por el

productivismo, el consumismo y la acumulación

ilimitada, ahora tecno-globalizada.

De ahí que para la mirada sistémica de la

sustentabilidad, que observa los ciclos largos y las

redes interdependientes, es irreflexivo continuar

pensando sobre la base de esa ignorancia y

descriterios.

En distintos lugares del mundo, movimientos

ciudadanos iniciaron la tarea de demolición de

la lógica del crecimiento económico ilimitado. En

el habla ya se han instalado tres conceptos que

apuntan a lo mismo: el crecimiento estacionario,

el decrecimiento y la retirada sostenible. Los

promotores de esas ideas postulan un sí empático

y rotundo a la imprescindible expansión de

las nuevas fuerzas productivas eco-eficaces,

posmodernas, para así garantizar una producción

y una sociedad sustentable4.

Bibliografía

- Capra, F. (1991). “El nuevo paradigma ecológico”.

En: revista Nueva Conciencia, Nº 22. Barcelona.

Ediciones Integral.

- Cortina, A. (2002). Por una ética del consumo.

España. Taurus.

- Hidalgo Capitán, A. L. (2007). El sistema económico

mundial y la gobernanza global. Una teoría de la

autorregulación de la economía mundial. En: http://

www.eumed.net/libros/2007b/280/

- Prats i Català, J. (2001). “Gobernabilidad

democrática para el desarrollo humano. Marco

conceptual y analítico”. En: Revista Instituciones

y Desarrollo, Nº 10. Institut Internacional de

Governabilitat de Catalunya, Barcelona, España.

- Raskin, P.; Banuri, T.; Gallopín, G.; Gutman, P.;

Kates, R.; Swart, R. et ál. (2006) La gran transición:

la promesa y la atracción del futuro. Santiago de

Chile. Comisión Económica para América Latina y el

Caribe (CEPAL), Naciones Unidas.

- Rifkin, J. (2010). La civilización empática. Madrid.

Editorial Paidós.

- Trainer, Ted (2011). “¿Entienden bien sus

defensores las implicaciones políticas radicales de

una economía de crecimiento cero?”. En: Revista Sin

Permiso, 6 de septiembre http://www.sinpermiso.

info/articulos/ficheros/decre.pdf

(3) y (4) Para los interesados en profundizar en la interpelación de la sustentabilidad a la economía y las empresas, sugiero el siguiente artículo http://redparalademocracia.cl/a-politizar-el-desafio-de-la-sustentabilidad/

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*Daniela Jacob y Josefina Buschmann

El presente artículo busca indagar en cómo llegó Ventanas al estado de contaminación en que se encuentra hoy. Este centro industrial lleva más de 40 años en operación, ¿acaso en un comienzo no se sabía que las industrias eran perjudiciales para los habitantes locales y para la vida en general? ¿Qué tipo de decisiones de planificación fueron tomadas para la zona? ¿Quiénes tomaron estas decisiones?Para ello, se realizará un breve recorrido histórico del desenvolvimiento del CIV. Los insumos empleados provienen tanto de lo que la prensa escrita ha publicado en torno al tema como de entrevistas a habitantes de la zona.

El Centro Industrial de Ventanas (CIV) es uno de los

polos de desarrollo industrial más grandes de Chile.

En él, se ubica la fundición y refinería de cobre de

CODELCO División Ventanas y se produce energía que

alimenta el Sistema Interconectado Central (SIC) por

medio de termoeléctricas a carbón. Además, es una

entrada de gas natural al país, lo que se suma a otras

industrias de carácter tóxico.

A pesar de la relevancia económica y energética que

tiene este lugar para el país, la comuna que lo acoge,

Puchuncaví, sigue siendo una de las más pobres de

la Quinta Región (CASEN 2006), tanto así que hasta el

año 2011 no contaba con sistemas de alcantarillado

ni de agua potable. A lo anterior, se suma el hecho de

que tierras, aguas, aire y cuerpos de sus habitantes

se encuentran contaminados por los residuos de las

* Daniela Jacob es socióloga, actualmente se desempeña como asistente de investigación del Centro Interdisciplinario de Estudios Indígenas e Interculturales (ICIIS).Josefina Buschmann es socióloga, actualmente se desempeña como directora de contenidos de mafi.tv, y es profesora de la cátedra de Antropología visual en la Pontificia Universidad Católica.

Progreso y desastre.El caso del Centro Industrial de Ventanas

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operaciones del complejo industrial, que incluyen

arsénico, PM10, PM 2,5, dióxido y trióxido de azufre,

mercurio y plomo, entre otros. Por estas razones, el

lugar sea denominado tanto en los medios, como por

ONGs y sus mismos habitantes, como una zona de

sacrificio ambiental. Los habitantes de la zona viven lo

que Tironi (2014) denomina “vidas tóxicas”.

Titulares como “Contaminación con azufre en escuela

La Greda deja a 31 niños intoxicados” (La Tercera,

24 de Noviembre 2011), “Paralización construcción

termoeléctrica de Campiche por recurso de apelación

de vecinos” (EMOL, julio 2009), “Recurso de Apelación

buscará la paralización definitiva de Fundición

Ventanas por daños a la salud” (Bio-Bio Chile, 29 de

Mayo 2011) o “Hablan las viudas de los hombres verdes

contaminados de Ventanas” (Soy Chile, 2 de julio 2011),

evidencian los estragos de la contaminación y los

conflictos que este centro produce en la sociedad civil.

El progreso y el sacrificio necesarios

La historia del CIV se remonta a 1964, cuando se

inaugura la fundición de cobre perteneciente a la recién

creada Empresa Nacional de Minería (ENAMI), tras una

lucha política entre parlamentarios y personalidades

influyentes de distintas regiones por la ubicación que

esta tendría. En ese entonces, se creía que esta traería

beneficios y progreso no solo al país, sino también

a la zona donde se emplazara. A pesar de esto, la

contaminación aérea que producían las industrias no

era algo desconocido, y aparece en la prensa como un

factor a considerar al momento de instalar una industria

de estas características. Sin embargo, dos expertos

norteamericanos en temas ambientales concluyen

que la bahía de Quintero vendría a ser el mejor lugar,

ya que ahí la contaminación sería menor: “Bajo ciertas

condiciones de calma e inversión baja, pueden

producirse en las Ventanas niveles inconvenientes (no

peligrosos) de materias específicas y de gases nocivos

Esta noticia no fue bienvenida por todos los vecinos

de la zona, algunos de los cuales escriben cartas a la

ENAMI argumentando que en el lugar la agricultura

es más importante de lo que los expertos habían

considerado. Estos argumentos son desestimados por

El Mercurio de Valparaíso como “opiniones sin base

suficiente”. Las decisiones son tomadas por los grupos

de poder político y económico y los habitantes de la

zona son instados a “mirar este problema con ánimo

patriótico y aceptar algunos sacrificios; de otra manera

no se podría instalar la fundición en ninguna parte

del país. Las naciones que se han industrializado han

aceptado estos sacrificios. Es el precio del progreso. La

lluvia es indispensable para la agricultura, pero cuando

llueve algunos tienen que mojarse y cada nuevo

edificio le quita el sol a alguien, pero nadie pensaría

por eso en paralizar la construcción” (El Mercurio de

Valparaíso, 17 de julio de 1957).

La naturalización de la contaminación

Luego de la instalación del CIV, Puchuncaví sufre cam-

bios drásticos. Esta comuna era predominantemente

agrícola y pesquera, con pobladores dispersos en los

En este proceso se han privilegiado imperativos

ligados al desarrollo económico y del país a

nivel macro, por sobre el bienestar de los habitantes y medio ambiente locales,

los que han tenido que convivir día a día con la

contaminación

pero ellos se dispersaran en masas de aire más grandes

que las disponibilidades en La Calera y Papudo” (El

Mercurio de Valparaíso, 17 de julio de 1957).

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campos. Tras la instalación de la usina, la zona comien-

za de a poco a transformarse en un centro de desarrollo

industrial. Pocos años después de su llegada, en 1964,

se instala la termoeléctrica Ventanas. Debido a los pro-

cesos y materiales implicados en la operación de es-

tas, los suelos, aguas, y aire de Puchuncaví comienzan

a contaminarse progresivamente, especialmente los

sectores aledaños como Las Ventanas, La Greda, Los

Maitenes, Loncura y Campiche. En un primer momen-

to esto puede observarse en la degradación de los cul-

tivos, corrosión de techos de casas, la contaminación

del mar y de sus peces, entre otros.

Pasa el tiempo y comienzan los años 70, la imposibili-

dad que tenía la comunidad de injerir en la situación

se suma al contexto nacional de dictadura, donde se

acaba con la libertad de prensa y expresión, recha-

zándose también la existencia de organizaciones y

demandas grupales (Sabatini et ál., 1996). Debido a

su incapacidad de incidir, para muchos habitantes

de la localidad este orden de cosas se torna infran-

queable, inmodificable, y pasa a naturalizarse. La

contaminación deja de ser algo extraño, conformán-

dose como parte de la vida cotidiana. Simón, quien

nació en La Greda y trabajó en la fundición, expresa

que “los gases que se generaban en la fundición o el

material particulado que se generaba aquí en las ter-

moeléctricas eran parte del paisaje en el fondo (…)

para nosotros en esa época era parte de nuestro há-

bitat. (…) muchas veces tú te encontrabas con que

el agua cambiaba de color y los peces muertos. Pero

también tú pensabas que eso era algo normal, que

era algo cotidiano” (Simón, Comité de Defensa de La

Greda. Entrevista, 16 de Mayo de 2012).

Pero algunos habitantes de Puchuncaví, algunos

pertenecientes al sindicato de trabajadores de ENAMI,

creado en 1979, y otros dueño(a)s de casa, van en

búsqueda del ingeniero químico Jaime Chiang. Este,

imbuido de la emergente conciencia medioambiental

estadounidense, trabajaba investigando metodologías

de detección y cuantificación de sustancias

contaminantes. Tal tipo de acción será de vital

importancia, ya que desembocará en la publicación de

un estudio que posteriormente será un instrumento

de negociación para la comunidad local. Es decir, son

los estudios científicos los que aportan argumentos

legítimamente aceptados a la luz pública por los

actores que tienen el poder de tomar decisiones, las

empresas y el estado.

Vuelta a la Democracia, regulación ambiental y

controversias

El año 1988 se realiza el plebiscito en el que se vota a

favor del fin de la dictadura y la vuelta a la democracia.

Esto conlleva un resurgimiento de la libertad de prensa

y la reactivación de diversos movimientos sociales

que comienzan a pronunciarse a favor de sus causas

(Sabatini et ál., 1996). Junto con esto, comienza a

haber cada vez mayor tematización medio ambiental

en la prensa, dándose a conocer a mayor escala lo que

sucede en Ventanas.

En marzo de 1993 se aprueba el Plan de Desconta-

minación de Ventanas (PAV), el cual no incluye en

su elaboración a representantes de la comunidad.

El PAV contempla una reducción gradual de las emi-

siones, la materialización de inversiones tendien-

tes a esto y la instalación de una red permanente

de monitoreo de la calidad del aire, teniendo como

plazo final el año 1999. El 9 de diciembre de 1993 se

declara Ventanas como zona saturada de SO2, PM10

y CO2. Por otro lado, en marzo de 1994 se aprue-

ba la ley 19.300, Ley General del Medio Ambiente.

Este marco legal proveerá las bases con las que pos-

teriormente los miembros de las organizaciones

medioambientales de la sociedad civil podrán hacer

demandas a las empresas contaminantes, pudiendo

de este modo exigir y negociar con estas.

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En los últimos años han aparecido organizaciones

ambientales de la zona, como el Consejo Ecológico

de Puchuncaví y El Comité de Defensa de La Greda,

que han llevado a los tribunales de justicia y medios

de comunicación la lucha contra las industrias

contaminantes del CIV. Estas organizaciones

cuentan con abogados, ingenieros, y por tanto, con

conocimiento experto que resulta fundamental al

momento de negociar. A su vez, se valen del marco

legal existente y de las investigaciones científicas en

torno a la contaminación de la zona para articular

y fundamentar sus argumentos. Algunos de ellos

han puesto en jaque el desarrollo del CIV, ya sea

mediante juicios como el recurso de apelación que

mantuvo paralizada la termoeléctrica Campiche

durante ocho meses, la presión generada a través de

diversas manifestaciones para que no se instalara otra

termoeléctrica en la zona (proyecto Río Corrientes

del grupo de inversiones Southern Cross) o las

manifestaciones para que no se clausurara la Escuela

de La Greda.

Conclusiones

Teniendo en cuenta la historia del CIV, se puede

afirmar que han habido decisiones de planificación

que han reafirmado la elección inicial de perfilar

la zona de Ventanas como un polo de desarrollo

industrial. Estas decisiones, históricamente, se han

tomado manteniendo al margen a la comunidad

local, siendo el estado y los grupos de poder político

y económico quienes han incidido directamente

en la planificación de la zona. En este proceso se

han privilegiado imperativos ligados al desarrollo

económico y del país a nivel macro, por sobre el

bienestar de los habitantes y medio ambiente locales,

los que han tenido que convivir día a día con la

contaminación. Los resultados de esta convivencia

han sido catastróficos; un mar donde ya no se puede

pescar, intoxicaciones y problemas respiratorios ante

emisiones descontroladas, y ex trabajadores de ENAMI

que agonizan muertes dolorosas debido a intoxicación

con metales pesados. También resulta alarmante el

grado de exposición a situaciones de riesgo ambiental

que tienen los sectores más vulnerables de la

población, situación que, como se ha podido observar

en este caso, es de larga data y tiene directa incidencia

en su salud y condiciones de vida. A lo anterior, se

suma la falta de compromiso del estado para acoger

y proteger las demandas de estos sectores, ya que a

pesar de que en la actualidad existe un marco legal que

permite a las distintas organizaciones de la sociedad

civil y ONGs interponer recursos de apelación, estos en

muchos casos terminan siendo desestimados –como

lo demuestra el caso de la termoeléctrica Campiche–

o no son de magnitud suficiente como para producir

cambios sustanciales en el sector.

Es por estas razones que el caso de la localidad de

Ventanas, aunque no es el único, es una de tantas

pruebas de que la idea tradicional de progreso,

entendido como un desarrollo productivo cada

el caso de la localidad de Ventanas, aunque no

es el único, es una de tantas pruebas de que la idea tradicional de

progreso, entendido como un desarrollo productivo

cada vez mayor que produce ganancias

económicas crecientes, no es la que debe guiar la

agenda del país

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vez mayor que produce ganancias económicas

crecientes, no es la que debe guiar la agenda del país.

Como demuestra el caso de Ventanas, este modelo

de desarrollo y progreso económico no basta para

garantizar el bienestar de las personas, sino que, en

efecto, puede derivar en todo lo contrario. Es más

bien el bienestar de las personas, que se encuentra

íntimamente ligado a las condiciones del medio

ambiente que estas habitan, el que debe ser prioridad

en cualquier modelo de desarrollo.

En este sentido, para evitar catástrofes como la de

Ventanas, lo que resultaría más pertinente sería buscar

modelos de desarrollo que tengan en sus prioridades

el bienestar de las personas por sobre los intereses

económicos. Además, en el caso de que estos

proyectos consideren infraestructura, se deberían

incluir mecanismos que permitan la participación

activa de las poblaciones afectadas en torno a la toma

de decisiones en sus propios territorios.

Referencias

Sabatini, F. (1994) “Espiral Histórica de conflictos

ambientales: el caso de Chile”. Ambiente y Desarrollo,

Vol. X Nº 4, pp 15-22.

Sabatini, F.; Mena, F. y Vergara, P. (1996) “Otra vuelta a

la espiral: El conflicto ambiental de Puchuncaví bajo

democracia”. Revista Ambiente y Desarrollo, Vol. XII. Nº4,

pp. 30-40.

Tironi, M. (2014) “Hacia una política atmosférica:

químicos, afectos y cuidado en Puchuncaví” Revista

Pléyade, Nº14, pp 165-189.

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*José Huenchunao y René Panire

En el marco del Seminario Permanente Sociedad, Territorio y Medio Ambiente de la Universidad Academia

de Humanismo Cristiano se realizó la sesión “Observando el medio ambiente desde el mundo indígena”, en la

cual los dirigentes José Huenchunao, mapuche, y René Panire, atacameño, compartieron sus visiones respecto

a la experiencia de sus comunidades y los conflictos territoriales que las afectan. El texto que en estas páginas

presentamos se realizó a partir de sus exposiciones y la conversación con los asistentes.

Yo vengo del territorio mapuche, soy dirigente de

una de las últimas luchas de nuestro pueblo. El tema

ambiental es bastante amplio, sin embargo, voy a

hacer un análisis general de la realidad de la situación

mapuche, que tiene que ver con los temas de la

sociedad, el territorio y el medio ambiente.

Siempre hemos entendido que dentro del conflicto

que hoy tenemos como pueblo nación –pueblo

inscrito dentro de los oprimidos–, resulta importante

compartir nuestras ideas y discutir con toda la gente

que tenga la inquietud de plantear un mundo mejor

para la humanidad. La lucha de nosotros tiene que

ver con eso, no es solamente contra los medios de

comunicación o algunas posiciones ideológicas dentro

del mundo chileno, que dicen que lo que estamos

haciendo atenta a la convivencia o la tranquilidad de

la sociedad. Eso no es así, lo que nosotros planteamos

* José Huenchunao es destacado líder del movimiento mapuche. Ex vocero de la Coordinadora de Comunidades en Conflicto Arauco-Malleco (CAM), originario de la comunidad de El Malo, en la ribera del lago Lleu Lleu, actualmente es werkén en el Territorio Lleulleuche de la provincia de Arauco. Ha dedicado su vida a luchar por los derechos de su pueblo.René Panire es Presidente de la Comunidad Indígena Likanantay de Ayquina, Alto Loa. Ha trabajado en la restitución de territorios ancestrales de las comunidades indígenas de la II Región.

Observando el medio ambiente desde

el mundo indígena

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es que aquí hay un conflicto con el sistema capitalista.

Ese conflicto ha sido desde que llegó la cultura que

denominamos occidental, cristiana y capitalista, y se

arrastra hasta el día de hoy.

Cuando llegan los primeros conquistadores a

nuestro territorio no somos nosotros quienes

generamos la guerra, sino que son ellos con el

propósito de adueñarse de nuestro territorio.

Posteriormente pasa lo mismo con el estado de

Chile, que también invade nuestro territorio e inicia

una guerra, conocida como la Pacificación de la

Araucanía, que dura aproximadamente veinte años.

Esa fue una guerra unilateral donde el Ejército de

la Frontera, un ejército que venía saliendo de otra

guerra por el salitre en el norte, invade el territorio

mapuche. Ahí se aniquiló a nuestro pueblo; según

José Bengoa, más del 50% de los mapuche murieron

y se nos usurpa el 95% del territorio, mientras el

5% fue entregado en Títulos de Merced que se

empiezan a regularizar desde 1900.

Si uno mira atrás, hay un periodo donde nosotros aún

vivíamos como pueblo nación con nuestras estructuras

propias. Con la guerra nuestra organización política y

social se desestructura. Esta intervención no fue con

buenas intenciones, sino que el objetivo era instalar un

sistema contrario al nuestro, el sistema capitalista. Y las

concepciones de vida de este sistema son contrarias a

las que tiene nuestro pueblo.

La guerra no se dio solo porque nosotros defendíamos

el territorio por considerarlo una entidad productiva,

como hoy se piensa debido a que la mayoría de la

gente necesita un pedazo de tierra para producir y

vivir, sino porque los mapuche reivindicamos la noción

de Madre Tierra.

Actualmente, una de nuestras mayores luchas es con

las empresas forestales, que para nuestro territorio

no han sido ningún aporte, al contrario, han sido

parte de la destrucción del medio ambiente, han

generado pobreza en nuestras comunidades.

De a poco nosotros buscamos expulsar a las

empresas forestales y reconstruir el tejido social,

la cultura, el medio ambiente, incluso la dignidad

de las personas. La pérdida de dignidad que han

generado las forestales no se ve solo en nuestras

comunidades, sino también en otros sectores. Yo

me recuerdo que antes la gente para sobrevivir

obtenía su alimento de, por ejemplo, sus animales,

su espacio para sembrar, pero durante la dictadura

las forestales comenzaron a invadir la zona de

Arauco y Malleco y fue tanto el deterioro que han

generado, que la gente ya no tiene espacio para

criar los animales. Entonces, el estado ha tenido que

intentar resolver el tema de la alimentación de los

animales, con este hecho ejemplifico lo anterior:

una vez vino la municipalidad a entregarle fardos a

las comunidades, la gente sentía la necesidad de ir a

pedir los fardos, si no se le morían los animales, con

muchos de ellos se trabaja la tierra, pero los pastos

eran malos, no se los comían los animales. Ahí

frente a estos temas medioambientales vamos a tener que

estar luchando siempre, porque siempre vamos a proteger la naturaleza y porque constantemente

van a haber otras instancias que van a querer considerar la

naturaleza como fuente de recursos para ser

extraídos y destruidos

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comprendimos que estábamos llegando al extremo

de mendigar, porque por la necesidad la gente

pierde la vergüenza de ir a pedir. Hoy la situación está

cambiando, la gente está recuperando el territorio,

planificando y resolviendo eso para poder dejar de

depender de la municipalidad o las políticas, que en

realidad son un engaño para nuestra gente.

Las forestales no generan solo disputa por el

territorio, sino también contaminación. Las forestales

son la amenaza para nuestras comunidades,

aunque estamos avanzando, hay muchas otras

empresas que están interesadas por los demás

recursos naturales que se encuentran en nuestro

territorio. Hoy hay muchos proyectos de inversión

capitalista enfocados ahí. Aparte de las forestales,

tenemos la amenaza de las empresas turísticas,

mineras, centrales hidroeléctricas. Sabemos que el

estado no respalda a las comunidades locales, sino

que respalda a las empresas, el sistema las protege.

Frente a esas amenazas lo único que nos queda es seguir

organizándonos como pueblo, resistir a las estrategias

de cooptación que nos prometen ser parte de un pro-

yecto que sabemos que nunca vamos a conformar. Un

ejemplo de lo anterior son las centrales hidroeléctricas,

que cuando llegan nos ofrecen el cielo y la tierra, pero

posteriormente ni siquiera nos incluyen como obreros.

Creo que nosotros frente a estos temas medioambien-

tales vamos a tener que estar luchando siempre, por-

que siempre vamos a proteger la naturaleza y porque

constantemente van a haber otras instancias que van a

querer considerar la naturaleza como fuente de recur-

sos para ser extraídos y destruidos.

Queremos exponer estos temas para poder encontrar en

la gente un poco de ideas que nos permitan encontrarnos,

entender que hay que proteger una concepción de vida

que no sea destructiva ni invasiva con el medio ambiente.

Estas ideas son concepciones políticas y no una

construcción racial, nosotros no pretendemos hacer

una limpieza étnica en la zona, como muchas veces

se ha dicho, sino que tratamos que exista una idea del

territorio, la sociedad, el medio ambiente, la cultura

y el desarrollo que se ajuste a lo que en ese territorio

históricamente se ha hecho.

Como pueblo mapuche tenemos el objetivo de

reconstruirnos como una nación, esa es nuestra lucha y

tiene que ver con reconstruir los aspectos territoriales,

medioambientales, sociales, culturales, económicos.

Para eso, hemos venido recuperando algunos espacios

territoriales para reconstruir ahí la cultura mapuche,

sus valores. Nosotros queremos compartir y entregar

los fundamentos de nuestra lucha para que esto se

vaya conociendo, ya que la sociedad chilena está

golpeada de igual manera, estos temas no preocupan

solamente a nuestro pueblo.

Ahora, producto de la resistencia de las comunidades

de nuestro pueblo, pienso que aún tenemos

esperanza de seguir existiendo y ser un aporte para

la humanidad, porque sabemos que hay un conflicto

mayor que tiene que ver con el medio ambiente, con

la deformación de la sociedad mundial producto de

este sistema que no ha sido justo, pero en nuestro

pueblo aún hay valores y códigos que pueden ser un

aporte al tratar de equilibrar la situación de crisis que

se vive. Por eso es la decisión de seguir resistiendo,

si nosotros dejamos de resistir y entregamos todo

en manos de las empresas y el sistema, que buscan

destruir los últimos rincones de este mundo, vamos a

estar mal como humanidad.

Nuestra lucha es porque esa concepción de

dominación de unos ante otros ha primado, ese es

el problema de esta sociedad. Pero sabemos que

vamos a luchar por mantener un medio ambiente

sano, limpio, equilibrado, para ajustar nuestra

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reconstrucción de sociedad mapuche a los valores

de nuestro pueblo. Somos nosotros quienes vamos

a tener que hacerlo.

René Panire

Mi nombre es René Panire, soy de Aiquina, del interior

de Calama, mi apellido significa “el que lleva”, o “el que

da”, soy descendiente de un gran líder, Tomás Paniri, lo

que me hace sentir una gran responsabilidad.

El problema ambiental que vivimos en la zona se

deriva fundamentalmente de la extracción y la minería

y el uso de los de derechos de aguas. Y esto no es

solamente donde vivo, sino que todo el Alto Loa y

parte de San Pedro de Atacama padecen igual.

El estado ha desconocido las demandas ancestrales

y no ha cumplido en cuanto al reconocimiento y

restitución de nuestros territorios, como lo estipula

la Ley Indígena, ya que solo reconoce la propiedad

privada de las personas, es decir, las casas pequeñas.

Pero no solamente se vive en esos espacios, el

mundo indígena se desarrolla en un territorio

mucho más amplio. Este está poblado de señales

que demuestran su uso ancestral, como apachetas

que indican las direcciones y demarcaciones de los

lugares. Sin embargo, muchas comunidades no

tenemos territorio, vivimos en un terreno prestado,

los espacios en los que vivimos son otorgados

en comodato o concesiones a veinte años, nadie

nos garantiza que eso se renueve y es mucha la

vulnerabilidad.

Diversas comunidades del sector tienen problemas

de contaminación por la minería y los relaves,

también se ha usurpado la propiedad de las vegas

y las tierras de pastoreo, el uso ancestral de los

cerros, el paso de las cañerías. Codelco no paga los

derechos de servidumbre.

La Ley minera tiene más derechos que la propia

vida humana, en Calama se ve cómo se genera la

contaminación sin medir consecuencias. La consulta

que realizan las mineras se reduce a un mero trámite,

en donde no importa lo que opinen las comunidades,

ya que los derechos de extracción los obtienen a

diario. Eso es algo que no nos favorece, al principio

podemos sentir que somos considerados, pero al

final somos engañados. Lo mismo está sucediendo

respecto a la instalación de generadores de energía

eólica y paneles solares, las empresas llegan y cuentan

una gran historia, donde prometen capacitaciones

y empleos, cuando finalmente solo te terminan

ofreciendo un celular de mala calidad. Las diferencias

de educación generan desigualdad e incrementan la

timidez de las personas que viven en el norte, somos

muy respetuosos de las autoridades, todavía se cree

en ellas, pero estas personas se aprovechan de eso.

Y no solamente los Pueblos Indígenas vivimos con

problemas ambientales, sino que Calama lo vive a

diario con el Relave Talabre, que contamina a todos los

pueblos del interior y al río Loa.

A la vez, nuestras comunidades han perdido

progresivamente el agua, todos vivimos el mismo

problema, se nos da el agua de manera controlada

porque la mayoría se le entrega a Codelco. Codelco

está entubando las aguas provenientes de las

lagunas que están en altura, incrementando la

escasez de agua de la zona. Zonas que hace años

atrás eran verdes, con su propia vegetación, hoy

se encuentran secas, son pura arena, las vicuñas

no tienen dónde beber. Un claro ejemplo de

ello es la situación del Ojo de San Pedro, que se

encuentra detrás del volcán Paniri y se ha secado

completamente, hoy es prácticamente un salar.

Con respecto a nuestra comunidad, el año 1987

Codelco quería llevarse una vertiente que tenemos

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dentro del territorio. Nuestra comunidad tiene un

título vigente inscrito en 1907 en Bienes Nacionales de

Antofagasta, reinscrito en 1932, en donde se estipula

que la propiedad implica a las aguas que nacen y

mueren dentro. Gracias a eso nos pudimos ir a juicio

contra Codelco y ganarle.

Sin embargo, tenemos muchos otros problemas,

por ejemplo, en septiembre celebramos la gran

fiesta de Ayquina, a la que llegan más de cien mil

personas, es la segunda fiesta más grande después

de La Tirana. Cuando llega tanta gente se nos genera

un problema, el pueblo no está preparado para

recibirla ya que no tenemos luz. Yo siempre veo que

cuando cortan por dos hora la luz en Santiago todos

reclaman, nosotros allá no vivimos con luz, solo la

tenemos dos horas al día. Además, consumimos

agua industrial, que muchas veces tiene hasta

gusanos, y tampoco tenemos alcantarillados, el

tema sanitario es un problema.

Hemos planteado estos problemas, pero no se nos

construye red de alcantarillado porque, se nos señala,

estamos sobre propiedad privada, por eso el municipio

no intercede. Incluso, algunos parlamentarios

irresponsables están proponiendo esa fecha como

feriado nacional.

Conadi ha sugerido que traspasemos nuestra

propiedad a la figura jurídica de comunidad que

establece la Ley Indígena, pero nosotros tenemos el

ejemplo del pueblo de Río Grande, que pertenece a la

comuna de San Pedro, ellos también tenían un título

de dominio de 1903 y al pasar a conformarse como

comunidad indígena quedaron expuestos a que se

les desplace, pues el rango constitucional de la Ley

Indígena es menor que el de muchas otras leyes. Si

nosotros cambiamos la figura jurídica a comunidad

quedaremos expuestos a que nos quiten las napas

subterráneas, pues ya se han acercado mineras y

han encontrado cobre en nuestras tierras. Por eso le

interesa a Conadi cambiar nuestra figura.

El daño ambiental produce la pérdida de animales,

de vegetación y que nuestra población deba bajar a

la ciudad. Y ahí, si no tenemos estudios, no podemos

trabajar y pasamos a conformar un problema en

la ciudad, cuando lo que anhelamos es solo una

vida tranquila y sencilla. A veces la gente dice que

los indígenas lloramos más de la cuenta, pero la

contaminación que produce la minería es real, eso es

lo que motiva nuestra lucha. Nosotros pretendemos

ser un pueblo autónomo, sentarnos a conversar de

igual a igual con las empresas, poder decidir respecto

a la educación de nuestros hijos.

A lo mejor no tengo palabras muy técnicas, pero trato

de que la gente entienda que traigo la voz de una

persona que vive a diario en el pueblo. Y así también

transmitir que el agua quiere volver a salir en nuestro

territorio, tomar su curso normal y sentirse, como

todos nosotros lo deseamos, libre.

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* Martín Fonck

El ambientalismo como posición política no puede ser entendido sin la relación que establece con las áreas sobre las que basa su defensa. En el siguiente artículo se revisan las múltiples caras de este movimiento social según las acciones concretas en los lugares que tematiza.

La preocupación medioambiental se establece como

posición en Chile a principios de los años noventa en

un contexto socio-político marcado por el fin reciente

de la dictadura. Desde ese entonces es posible asociar

el ambientalismo a los conflictos que han surgido en

diversos contextos geográficos, a raíz de la defensa

de espacios locales frente a las lógicas extractivas del

modelo. Dicha defensa de lo local se ha expresado en

conflictos por los impactos de proyectos extractivos

(mineros, forestales, hidroeléctricos, etc.), los derechos

de uso o la defensa de la biodiversidad, entre otras

razones. Sin embargo, desde esta perspectiva el

ambientalismo como posición política no puede ser

entendido sin la relación que establece con las áreas

sobre las que basa su defensa. De tal modo, es posible

revisar las múltiples caras del ambientalismo según las

acciones concretas en los lugares que tematiza. Por un

lado, han sido ampliamente conocidas las perspectivas

* Sociólogo. Asistente del Centro Interdisciplinario de Estudios Indígenas e Interculturales (ICIIS) y Centro UC de Desarrollo Local. Ha estado vinculado a estudios sobre conservación ambiental, antropología del paisaje y desarrollo local sustentable en ciudades del sur de Chile.

Santuario El Cañi como lugar imaginado:Ambientalismos y conservación en un contexto neoliberal

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ambientales que actúan por medio de grandes

compras de espacios naturales para su protección.

Posición que estructuralmente difiere de las visiones

ambientales asociadas a la resistencia frente a la falta

de regulación ambiental.

Estas diferencias pueden ser exploradas en torno

al proyecto “Santuario El Cañi”, lugar comprado por

una agrupación ambiental para ser conservado a

principio de los años noventa, que ha involucrado

diversos imaginarios ambientales desde su

constitución: ecología profunda, aproximaciones

espirituales o la configuración de ambientalismos

locales, conformando una diversidad de

epistemologías ambientales. El Santuario el Cañi

es un caso relevante por ser el primer proyecto

de conservación privada en Chile que permite

comprender la inserción del ambientalismo en

el país y la relación de este tipo de proyecto con

las comunidades y contextos locales. A su vez, se

constituye como un caso relevante de participación

gracias a la administración actual por parte de la

organización comunitaria llamada “Guías del Cañi”.

Como primer imaginario ambiental, se observan

visiones relacionadas a los ambientalistas que

participaron en la compra del santuario. Desde esta

posición, las acciones y discursos de conservación están

en la línea de lo que ha sido entendido como “ecología

profunda”1. Como acción de conservación para llevar a

cabo dicha visión se aprecia la compra de fragmentos

con valor ecológico dejados de lado por el Estado para

ser protegidos de la extracción. Se observa este tipo

de visión en personajes con búsquedas personales

por preservar cierto tipo de especies, cruzando el

activismo con la ciencia. Se propone un vínculo con la

su protección. Si bien se ha logrado preservar espacios

ecológicamente valiosos, bajo el mismo marco

de organización política se incentivan dinámicas

de sustitución de especies exóticas en territorios

próximos a los espacios de conservación. Lo anterior, a

su vez, tiene efectos en la migración y desplazamiento

de la población local frente a la transformación de

las opciones laborales, limitando la conservación a

acciones particulares privadas, ajena en muchos casos

a las forma de vida local.

Sin embargo, otro modo de entender y actuar desde

la “ecología profunda” ha sido desarrollado por

aproximaciones de índole espiritual. Los imaginarios

ambientales relacionados a esta visión se basan en

la energía del lugar como eje de su posición. En este

caso, se han centrado en el carácter espiritual del Cañi

y la íntima conexión que el ecosistema suscita en la

Desde una visión a nivel nacional, la organización del Estado en términos

ambientales, o la falta de esta, ha incentivado la

transformación del bosque nativo en plantaciones

* Término acuñado por Arne Naess en 1973, respecto a una postura político-filosófica caracterizada por proponer una visión holística ecocéntrica de simetría en la relación entre el humano y el medio ambiente.

naturaleza a través de la compra de espacios ecológicos

vulnerables de acuerdo al precio del suelo. En el actual

contexto neoliberal es posible sobreentender, según

el modelo de acción estatal, que la conservación

medioambiental es dejada a la iniciativa de privados.

Aunque hay que reconocer que a través de acciones

como estas se han logrado proteger zonas de valiosa

biodiversidad, el cuestionamiento queda respecto a la

posición del Estado frente a los temas ambientales y

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experiencia personal. Como visión política, dichos

imaginarios espirituales buscan la transformación

desde la experiencia individual hacia la totalidad. Se

trata de una visión escalar que presenta la novedad de

involucrar a la tierra como agente activo por medio del

concepto de la visión holística de “Gaia” (la Tierra como

una totalidad autoregulada). Quienes presentan esta

visión, por lo general, sugieren que la transformación

de la degradación ambiental –y la organización del

sistema político-económico– pasa por un cambio

de conciencia fruto de un proceso de educación e

invitación a los valores del bosque. La solución, en este

sentido, no puede ser articulada con entes de control

como el estado, sino que debe provenir desde las

conciencias individuales.

Además, se puede destacar la presencia de un tercer

imaginario ambiental en el proyecto de conservación

representado por la agrupación de Guías locales del

Cañi, con un tipo de imaginario vinculado al proyecto

desde una perspectiva local. Este imaginario se

desarrolla en base a las perspectivas ambientales de

la agrupación, quienes vieron una opción laboral en

la conservación, conjugando su visión ambiental con

prácticas locales campesinas. La noción ambiental que

levantan consiste en convertir el bosque en un espacio

de conservación por medio de la vida y el trabajo. De

tal modo, el ambientalismo se configura junto a la

historia de crecimiento del bosque, siendo el mismo

lugar un potencial creativo de transformación de la

visión y acción.

El levantamiento y desarrollo de los imaginarios

ambientales en Chile no ha sido acompañado

de cambios estructurales en la forma de operar

del Estado. Desde una visión a nivel nacional, la

organización del Estado en términos ambientales,

o la falta de esta, ha incentivado la transformación

del bosque nativo en plantaciones. Esta política ha

incentivado la tendencia de migración del campo a la

ciudad en el intento por volver productivo el territorio,

dejando a la deriva formas locales de subsistencia,

las cuales representan formas alternativas de vida

al modelo operante. Como contribución, el caso del

Cañi permite observar la constitución de imaginarios

y las relaciones de cercanía e individualidad con el

lugar al que refiere. Si bien las personas asociadas

a la compra de espacios de conservación ecológica

han realizado aportes a los fines de la biodiversidad,

tendrían una relación de distancia mediada por la

objetificación del espacio, reproduciendo el régimen

de propiedad, cohabitando con un Estado que no se

posiciona por resguardar los recursos en articulación

con las comunidades locales. Por otro lado, aunque

la visión espiritual enseña y asombra, su capacidad

de acción queda más a nivel de conciencia que en

cambios físicos efectivos.

Otro punto de vista otorgan los imaginarios

ambientales articulados desde la conservación como

una forma de trabajo. Si bien los guías representan solo

una parte de la comunidad, su organización es una

forma de resistencia a las dinámicas territoriales que

afectan el medio ambiente y las localidades rurales.

De tal modo, se trata de una ambientalismo que

surge en el proceso de conservación desde el propio

lugar, habitando con el bosque desde una posición

diferente a la extracción. Si bien este caso sería una

excepción a los procesos que enfrentan la mayoría

de las localidades, viene a enseñar una ruta conjunta

de imaginarios y prácticas de conservación desde las

bases, que marcan un camino a seguir para cambiar

las políticas medioambientales. La conservación, antes

que una gestión desde intenciones individuales, debe

avanzar en la ruta de visiones en conjunto con el lugar

y su trabajo diario, siendo la involucración el modo

de operar y subsistir en el lugar una resistencia a las

actuales dinámicas de desplazamiento.

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* Leonardo Valenzuela

El Antropoceno marca un punto de inflexión mayor en la trayectoria de la humanidad, el reconocimiento de un cambio mayor de escala donde la distribución del fenómeno humano ya no es tan solo geográfica

y se convierte en un asunto geológico. El quiebre del Holoceno al Antropoceno es materia de debate por el

momento, sin embargo, lo relevante de esta transición es el cambio desde una época caracterizada por

condiciones climáticas benevolentes que favorecieron el desarrollo y expansión del fenómeno humano en la

Tierra, hacia otra caracterizada por la consolidación del fenómeno humano como una fuerza capaz de alterar los

ciclos geológicos del planeta, con el cambio climático como una de sus más patentes expresiones.

La capacidad humana de dar forma al planeta, ya no

simplemente como materia simbólica sino como un

acto concreto, conforma, en palabras de Bruno Latour,

un antropomorfismo en esteroides. La tierra empieza

a adoptar la forma de nuestros deseos, de la expansiva

ambición por superar un pasado poco sofisticado para

alcanzar un estado donde supuestamente yace la

felicidad absoluta. El resultado es un planeta en crisis,

donde cada día nuevos umbrales son sobrepasados,

dando forma a una sombría perspectiva para la

sobrevivencia de la humanidad en el planeta. En ese

contexto no faltan quienes proponen como solución

seguir fundiendo el planeta para buscar opciones

de vida más allá de sus fronteras. El mismo sueño de

grandeza es el que ha ido moldeando el incierto y

complejo futuro que depara a la humanidad.

* Sociólogo, candidato a doctor en Geografía Humana de la Universidad de Sídney.

Ecología política en el fin de la naturaleza

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La ecología política ha sido, como disciplina

académica y como práctica política, una respuesta

a la crisis que plantea el Antropoceno con la

transformación del ser humano en una amenaza

para el planeta y para sí mismo. La ecología política

ha pasado por una serie de transformaciones desde

sus consolidaciones iniciales a fines de la década de

1960. Académicamente, el movimiento se inició con

la incorporación de variables ecológicas al análisis

de la economía política tradicional, un eco de la

advertencia de Karl Polanyi de que el destino del

planeta en manos del capitalismo sería convertirse

en un desierto. Hoy en día, la ecología política

ha sido enriquecida con múltiples intercambios

disciplinarios, dando forma a un campo diverso

que cuestiona las bases mismas de la distinción

entre naturaleza y cultura, invitándonos a repensar

incluso lo que significa ser humano; un proceso

que se acentúa con el giro nohumano que está

ocurriendo actualmente en múltiples circuitos

académicos, particularmente en las ciencias sociales

y humanidades.

Es posible establecer una suerte de paralelo

inverso entre las trayectorias académicas de la

ecología política y sus expresiones en las arenas

del activismo y la política institucional, esto en

parte debido a que los intercambios entre ambos

mundos no han sido particularmente activos; en

muchos casos privilegiando el uso de modos de

producción científica más convencionales que los

que la ecología política ha sido capaz de ofrecer.

Se puede señalar como un momento de inflexión

la irrupción de movimientos de transformación

cultural relativamente masivos en los años

sesenta, particularmente el feminismo, pacifismo

y ecologismo. Estos movimientos plantearon un

desafío moral radical a las estrechas concepciones

de humanidad, soberanía y naturaleza de la época,

con un importante elemento de activismo inspirado

en las prácticas del movimiento por los derechos

civiles; un ánimo transformador que sintoniza más

con el estado contemporáneo de la ecología política

académica. El siguiente paso se dio a través de

alianzas con grupos de presión locales, por ejemplo

en el caso del movimiento por el desarme nuclear

en Alemania y el movimiento contra las represas en

el río Franklin en Australia.

Con el pasar del tiempo, los partidos verdes más

consolidados han ido modificando el ímpetu inicial

por la transformación radical y se han enfocado en un

tipo de política incrementalista, la cual ha consistido

en la incorporación progresiva de actores políticos

que estaban ausentes en las décadas pasadas.

Los verdes han puesto sobre la mesa alternativas

como las energías renovables no convencionales y

formas innovadoras de conservacionismo, al mismo

tiempo que han brindado visibilidad y opciones a

grupos tradicionalmente marginados, operando

sobre una intensa política de la diferencia. El

incrementalismo, en oposición a una visión

política más profundamente transformadora,

probablemente no haya sido una mala opción en

Los verdes han puesto sobre la mesa alternativas como las energías renovables no convencionales y formas innovadoras

de conservacionismo, al mismo tiempo que

han brindado visibilidad y opciones a grupos

tradicionalmente marginados, operando

sobre una intensa política de la diferencia

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términos pragmáticos, considerando que para

ser competitivo en las democracias occidentales

contemporáneas es necesario compartir los

códigos de los competidores, sin embargo ha

restado fuerza a la ecología política como modo

de pensar y practicar el mundo alternativamente.

Afortunadamente, la otra cara de la moneda es que

ha dado pie a que otros actores se “contaminen” con

las ideas de la ecología política, por ejemplo hoy en

día hasta el Vaticano se alinea con muchos de esos

principios; una clara invitación a mover las fronteras

y hacer frente más decididamente a las crisis del

Antropoceno.

Ciertamente, el cambio climático junto a otras

expresiones del Antropoceno no refieren a una

acción particular que pueda ser rastreada con

precisión en el tiempo, sino más bien a un enjambre

de actos y decisiones donde han operado alianzas

entre humanos y no humanos. Un ejemplo de esto

es la era de los combustibles fósiles, un fenómeno

que se consolidó con el uso industrial de motores

a carbón y luego la expansión del petróleo. La

revolución industrial se apoyó en estas tecnologías

para desarrollar industria pesada e infraestructuras

de gran escala; la metalurgia ha jugado un rol

fundamental en ese proceso, por ejemplo, alzando

a Gales como la primera nación industrializada del

mundo mediante la fundición de cobre, y hoy en día

con las monstruosas cantidades de carbón que se

queman en China, el mayor productor de metales

procesados industrialmente del mundo.

El saldo de la era de los combustibles fósiles ha

sido un planeta sobrecalentado, además de una

precaria forma de habitar el mundo. Desde la

ecología política es posible entender hasta qué

punto depender de combustibles fósiles nos hace

inmensamente vulnerables y limita las posibilidades

de formas alternativas de vivir en el mundo. Es tal la

complejidad con la que la dependencia energética

ha ingresado a nuestra forma de entendernos como

humanos, que la posibilidad de una limitación en el

abastecimiento es vista como una crisis civilizatoria,

con muchas voces augurando un retorno a la “era de

las cavernas”. La dependencia energética nos lleva a

aceptar transacciones morales como la justificación

de guerras, la contaminación crónica del aire que

respiramos, la aniquilación de prácticas culturales

y el abuso de comunidades indígenas, además de

la destrucción de las últimas reservas ecológicas en

las regiones más extremas del mundo. En muchos

sentidos lo más cavernario de la dependencia

energética, en el sentido derogatorio del término,

es su inhumana inmoralidad.

Polanyi advertía en La gran transformación que el

avance del capitalismo dejaría reducida la naturaleza

a sus elementos. Esa es probablemente una de las

grandes novedades del Antropoceno, la naturaleza

ya no es medio ambiente, una materia homogénea,

indiferente y externa, sino que una multitud de

entidades portadoras de capacidades únicas

sobre las cuales la vida en la tierra se sostiene con

fragilidad. El fin de la naturaleza es justamente el fin

de esa forma trivial de ver el mundo bajo la óptica

del excepcionalismo humano y, al mismo tiempo, es

la amenaza real de la desaparición del mundo al que

estamos acostumbrados. Esto no tiene nada que

ver con argumentos como el del fin de la historia,

donde la tendencia es hacia la homogeneidad.

Más bien es la irrupción de una forma de entender

el rol de los no humanos y sus subjetividades en

hacer historia y geografía, un movimiento que nos

ayuda a comprender la creciente complejidad y

complicación de los fenómenos planetarios.

Un ejemplo de lo anterior es lo que ha estado

ocurriendo con la Patagonia Aysén y los proyectos

de represas como HidroAysén: la colonización

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industrial de una de las últimas reservas de vida

del planeta, con la finalidad de extraer energía

hidroeléctrica. Dichos proyectos han sido

paralizados momentáneamente sobre la base de que

los antecedentes presentados no se hacen cargo de

la demostrada porfía con la que el huemul y los ríos

no se acomodan a los modelos que se han hecho

de su comportamiento. Frente a la futilidad de los

argumentos por la conservación de un ecosistema,

es la movilización política de la individualidad de

dos entidades no humanas –huemules y ríos– el

factor determinante para la paralización del grave

atentado que significan las represas.

En Islandia se ha vivido un proceso que ha ido en otra

dirección. La disponibilidad de energía geotermal,

junto a un torcido plan de desarrollo hidroeléctrico,

ha facilitado la expansión de la industria del

aluminio en esta pequeña isla en la frontera del

Ártico. Hoy más del 70% de la energía que produce

el país es consumida por la industria del aluminio,

esa energía es subsidiada fuertemente por todos los

islandeses, mientras las compañías que operan las

fundiciones declaran año a año fuertes pérdidas, en

un ejercicio de acrobacia tributaria, evitando pagar

impuestos. Para un importante sector de Islandia la

construcción de represas y fundiciones de aluminio

se ha convertido en un fetiche, un símbolo hueco de

progreso, considerando que su beneficio económico

directo es casi nulo y el precio a pagar ha sido la

progresiva destrucción de importantes ecosistemas

en la región montañosa de la isla. El siguiente

plan en el horizonte de los políticos de derecha y

del partido del progreso en Islandia es acelerar

la construcción de represas hidroeléctricas para

abastecer a Europa mediante un cable subterráneo,

básicamente convirtiéndose en la pila de Europa.

Esta situación aterra a muchos otros islandeses que

se preguntan casi retóricamente si es realmente

conveniente destruir una reserva de vida como lo

Una situación similar podría ocurrir en Groenlandia

con la expansión minera, un asunto que ha sido

propiciado por el derretimiento de los hielos árticos

a causa del cambio climático. Con la relativamente

reciente autonomía que han conseguido los

groenlandeses con respecto a Dinamarca, han

otorgado licencias de exploración minera a

corporaciones chinas y australianas, entre otras.

Actualmente existe una intensa batalla por los

recursos mineros de esta zona que ha alimentado

una fuerte ambición de progreso entre los locales,

quienes ven en estas inversiones una forma

de reafirmación de su identidad, autonomía y

soberanía. Similares ambiciones pueden sondearse

en torno a la posibilidad de explotar recursos

mineros en la Antártica, continente sobre el que

pesan restricciones a consecuencia del Tratado

Antártico de 1959 y la moratoria de 1976. En 2048 el

tratado será revisado y no sería raro que se busque

levantar la restricción.

La dependencia energética nos lleva a aceptar

transacciones morales como la justificación de guerras, la contaminación crónica del aire que respiramos, la aniquilación de prácticas culturales y el abuso de comunidades indígenas,

además de la destrucción de las últimas reservas

ecológicas en las regiones más extremas del mundo

es Islandia para abastecer la producción de latas de

bebidas y las obesas necesidades energéticas de

Europa.

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Los ejemplos de Groenlandia e Islandia nos

muestran el triste escenario de que, frente a un

llamado a la acción colectiva global frente al

cambio climático, la respuesta de muchos es ver

este proceso como una oportunidad de negocios

o, aún peor, sugerir que el modo de superar la crisis

es perseverar en la misma lógica que ha creado el

problema.

El Antropoceno marca el fin de la naturaleza y con-

solida a la ecología política como una herramien-

ta fundamental para hilar la complejidad de los

problemas que enfrentamos y enfrentaremos en

un futuro para nada lejano. Por un lado, como una

herramienta para pensar esos problemas dimen-

sionando adecuadamente su complejidad y, por

otro, como una forma de traducirlos y llevarlos de

manera efectiva a los terrenos de la democracia.

Hacer ecología política hoy tiene que ver con ne-

garse a que existan problemas con soluciones úni-

cas y proveer siempre formas alternativas de mirar

el mundo. Cuando no hay alternativas, la democra-

cia colapsa y el mundo literalmente se degrada y

empobrece.

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* Cristián Retamal

Las modificaciones en el sistema climático tienen implicancias significativas en la forma como la civilización humana plantea su existencia. Las

alteraciones en los patrones del clima conllevan eventos meteorológicos extremos con mayor frecuencia e

intensidad en distintos rincones del globo, lo cual origina trastornos en los asentamientos humanos y en las

dinámicas más básicas de la economía

Cambio climático: el problema

Los eventos de fenómenos climáticos extremos

son observados hoy en distintos rincones del

planeta. En lo que va de 2015 hemos presenciado

lluvias intensas y aludes con consecuencias

fatales en el norte de Chile; el ciclón Pam con

vientos a velocidad sin precedente en las islas

de Vanuatu en el Pacífico; emergencia hídrica en

California, EE. UU.; y una ola de calor por sobre

los 40°C en India, con más de dos mil muertos.

Las modificaciones en el sistema climático tienen

implicancias significativas en la forma como la

civilización humana plantea su existencia. Las

* Ingeniero civil industrial de la Pontificia Universidad Católica de Chile, con especialización en ingeniería ambiental y estudios en sociología. Además es MSc de la VU University Amsterdam en Holanda. Centra su trabajo en las transformaciones y movilización de esfuerzos que el cambio climático conlleva.

Crisis climática, crisis civilizatoria

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alteraciones en los patrones del clima conllevan

eventos meteorológicos extremos con mayor

frecuencia e intensidad en distintos rincones

del globo, lo cual origina trastornos en los

asentamientos humanos y en las dinámicas más

básicas de la economía1.

El Panel Intergubernamental de Cambio Climático

(IPCC por su sigla en inglés) –establecido por

Naciones Unidas en 1988 para proveer al mundo

de una visión científica clara acerca del cambio

climático– indica que existe una relación directa

entre la temperatura del planeta y el nivel de

concentraciones de gases de efecto invernadero

(GEI) en la atmósfera. A mayores concentraciones

de GEI, mayor es la temperatura promedio en

el planeta, lo que ha sido confirmado por las

observaciones paleoclimatológicas2. Similarmente,

el IPCC señala que el GEI de mayor significación en la

atmósfera es el CO2 o dióxido de carbono, y advierte

también que las emisiones de este gas proveniente

de la utilización de combustibles fósiles con fines

energéticos corresponde en la actualidad a más del

70% de las emisiones de GEI totales.

Industrialización y capitalismo: catalizadores del problema

La ciencia del clima explica que existe en la

Tierra un antes y un después en términos de

concentraciones de GEI en la atmósfera, y que

ese punto de inflexión se produce a partir de la

Revolución industrial. A partir de dicho proceso

de transformación originado en Inglaterra

industrial originó un aumento excepcional en la

productividad de las economías de las naciones al

masificarse la utilización del carbón como fuente

de energía, propiciando con ello una expansión

colosal de las fronteras de la productividad y

así un ensanchamiento de los deslindes de los

sistemas socioeconómicos, convirtiéndose la

expansión económica de las naciones en una

de las aspiraciones fundamentales del nuevo

régimen3. El crecimiento económico –y la tácita

lógica capitalista que lo impele– pasó desde ese

momento en la historia, y hasta nuestros días, a

ser el más preponderante indicador de progreso

y bienestar para las elites gobernantes. Sin

existe en la Tierra un antes y un después en términos

de concentraciones de GEI en la atmósfera, y que

ese punto de inflexión se produce a partir de la

Revolución industrial

(1) Entiendo aquí la economía en el sentido más fundamental planteado por Aristóteles en su Política, donde identificaba la oikonomia como el arte de la gestión del hogar que busca satisfacer las necesidades domésticas básicas.(2) Paleoclimatología es la rama de la ciencia que estudia los cambios en el sistema climático del planeta Tierra a lo largo de su historia.(3) Las sociedades preindustriales habían tenido históricamente acceso a suministros de energía limitados. En dichas sociedades la energía mecánica estuvo originada principalmente por el músculo animal y la energía térmica de la madera, lo cual establecía limitaciones a los niveles de productividad.

en la segunda mitad del siglo XVIII, que fue

alimentado por el espíritu capitalista existente

desde el Medioevo, se modificó vastamente el

poder productivo de las sociedades y con ello

comenzó un proceso de modificación de las

dinámicas sociales y económicas sin precedente

en la historia de la humanidad. La Revolución

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embargo, la Revolución industrial y los procesos

de industrialización en los distintos rincones

del planeta no hubiesen sido posibles sin la

disponibilidad y contenido energético de los

combustibles fósiles. Primero el carbón, luego

el petróleo y más recientemente el gas natural,

han sido la base para construir nuestros actuales

sistemas socioeconómicos. Prácticamente todas

nuestras dinámicas en la vida moderna dependen

total o parcialmente de la disponibilidad de

alguno de estos combustibles fósiles, desde

transportar y mantener nuestros alimentos

refrigerados, hasta leer estas líneas ya sea en una

pantalla o impresas en papel. Hoy, querámoslo

o no, nuestra cotidianidad depende del uso de

combustibles fósiles.

Pero sucede que la utilización de estas fuentes

energéticas genera el grueso de las emisiones de

CO2 a la atmósfera. Así, si bien la Tierra ha tenido

históricamente ciclos de glaciación y su sistema

climático puede verse afectado también por

distintos factores que podrían estar incluso fuera

del planeta4, hoy la ciencia del clima advierte

que un significativo catalizador de las actuales

alteraciones en nuestro sistema climático se

encuentra en las emisiones de GEI de origen

antropogénico, y con ello, en los cimientos con

que nuestros sistemas socioeconómicos han sido

erigidos y obran. En otras palabras, la civilización

humana y el modelo capitalista imperante desde

hace cerca de doscientos años están incidiendo

hoy de manera sustancial en el sistema climático

de nuestro planeta Tierra.

Acuerdos internacionales multilaterales: ensayos

de solución

Los cambios en las concentraciones de GEI y las

alteraciones en el clima del planeta son temas que

han sido sugeridos por la ciencia hace casi dos siglos,

pero no fue hasta 1992 en la Cumbre de la Tierra en

Río de Janeiro (o Cumbre de Río) que los Estados

del mundo reconocieron la necesidad de acción

global colectiva. Ese año tuvo lugar la Convención

Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático

(UNFCCC por su sigla en inglés), que pretende

buscar caminos para enfrentar la problemática

del cambio climático. UNFCCC propuso en 1997

el entonces esperanzador Protocolo de Kioto

(PK) que reconoció la responsabilidad histórica

de los países industrializados en el aumento de

las concentraciones de GEI en la atmósfera y los

exhortó a reducir sus niveles de emisión respecto

al año base de 1990. Sin embargo, Kioto eximió

de las obligaciones de reducción a países en vías

de desarrollo, entre ellos China, India y otros con

importante auge, dada su baja responsabilidad

histórica de emisiones de GEI. Lo anterior, y dada

la pujanza de la economía de estos países en el

contexto geopolítico internacional de ese entonces,

motivó la no ratificación del PK por parte de Estados

Unidos, en ese momento el mayor emisor de GEI

a nivel global. Así, y al revisar hoy los efectos del

PK desde su entrada en vigencia, se observa que

las emisiones de GEI totales han aumentado en

el planeta. Esto se debe en gran medida a que las

economías de países emergentes que no han tenido

compromisos de reducción hasta ahora han venido

(4) Los ciclos del sol por ejemplo, y su actividad variable, son también considerados por algunos sectores de la ciencia como factores que podrían incidir en el aumento de la temperatura de la Tierra y las modificaciones en el sistema climático, pero en la actualidad no existe un entendimiento cabal de cómo ello ocurriría.(5) De los 36 países desarrollados que se comprometieron a reducir emisiones en el primer período de cumplimiento del PK (2008-2012), solo ocho países tuvieron niveles de emisión mayores a los originalmente comprometidos. No obstante, las emisiones totales del grupo de países desarrollados con compromisos bajo el PK estuvo por debajo de lo convenido.

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aumentado significativamente sus emisiones de

GEI, al punto que el mayor emisor global hoy ya no

es Estados Unidos, sino China5.

En la actualidad, en el proceso de UNFCCC se

negocia un nuevo acuerdo que debe reemplazar al

PK a contar de 2020, en el cual los 196 gobiernos

miembros de UNFCCC, entre ellos Chile, adquirirán

compromisos de reducción de emisiones de GEI.

Esto para limitar el aumento de la temperatura del

planeta en no más de 2°C, umbral a partir del cual la

ciencia del clima estima que se originarían impactos

devastadores en el planeta6.

¿Qué podemos hacer frente al cambio climático?

Es un hecho que tras más de veinte años desde

la Cumbre de Río, los esfuerzos conjuntos de los

Estados en UNFCCC no han logrado plantear

una solución integral al problema que origina el

cambio climático. Gran parte de los instrumentos y

mecanismos internacionales de solución sugeridos

están basados en lógicas económicas de mercado

capitalista que intentan condicionar el crecimiento

global. Pero es enrevesado pretender abordar

la problemática del cambio climático desde una

perspectiva de gobernabilidad global, puesto que

no existe una autoridad planetaria absoluta. Por otra

parte, aspirar a implementar una regulación global

que limite los sistemas capitalistas del mundo tiene

tintes de quimera; es como pretender instaurar la

paz en el planeta a partir de una normativa global.

Como dice Murray Bookchin, “hablar sobre límites

para el crecimiento a un sistema de mercado

global capitalista tiene tan poco sentido como

hablar de los límites de la guerra en una sociedad

guerrera”7. Los acuerdos internacionales que los

Estados puedan alcanzar importan como señales,

pero su relevancia es exagerada en demasía. Las

acciones más relevantes para enfrentar el cambio

climático deben venir desde abajo hacia arriba,

desarrollándose desde pequeñas comunidades

a ciudades, provincias subnacionales, países y

regiones. En la medida que las iniciativas de origen

local sean reconocidas, articuladas e impulsadas

para su proliferación por estructuras de poder

de mayor jerarquía, y hayan ocurrido suficientes

cambios a nivel de comunidades locales, recién

entonces cualquier acuerdo de más alto nivel

podrá ser decisivo, ya que cuando se trata de

cambios fundamentales en la forma de hacer

las cosas, la legislación suele ir a la siga de la

política y la moral, en vez de guiarla. Lo relevante

para enfrentar el cambio climático es pensar

ambiciosamente respecto de qué clase de moral

necesitamos para enfrentarnos a una situación

en donde nuestros patrones de vida acrecientan

la crisis. Esto en un contexto de crecimiento

de la población humana constante, tremenda

dependencia de la disponibilidad energética y un

mundo intensamente interconectado. Debemos

identificar cómo las distintas sociedades del

planeta pueden actuar masivamente desde sus

la Revolución industrial y los procesos de

industrialización en los distintos rincones del planeta no hubiesen sido posibles sin la

disponibilidad y contenido energético de los

combustibles fósiles

(6) Se estima que el aumento de temperatura desde la era preindustrial hasta nuestros días ha sido de 0,8°C aproximadamente.(7) Bookchin, M. ([1990] 2012). Rehacer la sociedad, senderos hacia un futuro verde. Chile: LOM.

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contextos morales particulares de una forma que

sea amigable ambientalmente y que al mismo

tiempo contribuya a dar un significado a sus vidas

en un mundo que debe ser fundamentalmente

distinto a aquel en donde los valores del sistema

capitalista imperante han sido originados. En

este sentido, es esencial ilustrar a nuestros pares

respecto de que son nuestras actuales dinámicas

y patrones de consumo los que sostienen un

sistema capitalista que busca el crecimiento

económico constante sin detenerse, originando

así trastornos en nuestro clima, en nuestras

comunidades y poniendo en jaque a la civilización

humana. Solo sociedades conscientes podrán

exigir a sus autoridades cambios en la forma de

hacer las cosas8.

Para superar la crisis climática, los sistemas más

básicos de nuestra sociedad moderna deben

ser repensados y rediseñados, relegando al

pasado todas aquellas dinámicas que no son

una contribución real a una mejor calidad de

vida y al bienestar de la sociedad en su conjunto.

Fundamentos económicos básicos del actual

régimen capitalista como la competitividad y la

eficiencia, deben ser replanteados considerando

principios de cooperación, solidaridad y dignidad

de la vida como ejes conductores de las dinámicas

humanas. Las sociedades deben sostenerse en el

trabajo conjunto y en la cooperación mutua para

alcanzar objetivos colectivos, donde la competencia

solo debe caber para determinar quién podría

contribuir de mejor manera a un fin común.

(8) En este sentido, la recientemente publicada encíclica papal Laudato Si apela a la moral de los fieles católicos para tomar conciencia de los impactos que sus acciones generan en el medio ambiente.

la civilización humana y el modelo capitalista imperante desde hace cerca de doscientos años están incidiendo

hoy de manera sustancial en el sistema climático de nuestro planeta Tierra

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* Carlos Oliva Vega

Desde los salmos de Salomón hasta las percepciones de Wallace Stevens, no hay poeta que por soberbio que haya sido no salude la ribera idílica de un río o el rugido sordo de una montaña.

En el breve poema “The Dalliance of the Eagles”,

Walt Whitman describe el sobrecogedor cortejo

de dos águilas en vuelo:

Skirting the river road (my forenoon walk, my

rest)Skyward in air a sudden muffled sound, the

dalliance of the eagles… 1

No será este el último de los bardos en asirse a

la seguridad visual de la naturaleza. Desde los

salmos de Salomón hasta las percepciones de

Wallace Stevens, no hay poeta que por soberbio

que haya sido no salude la ribera idílica de un río

o el rugido sordo de una montaña.

* Poeta y periodista. Estudió en el Liceo 6 de San Miguel y en el Instituto Nacional. Se tituló de periodista en la Universidad Católica en el año 2008 y desde entonces ha trabajado en distintos medios como la revista Rolling Stone y el cuerpo de Economía y Negocios de El Mercurio. A los 15 años escribió su primera novela (Frente al espejo) y a los 17 su primer poemario importante (Troncos de bermellón). Ambos permanecen inéditos. En 2014 publicó su primer libro titulado Marginalia, consistente en veinte crónicas en verso bajo Mago Editores.(1) Bordeando el camino del río (mi mañana, mi descanso) / Hacia el cielo en el aire un repentino sonido que envuelve, el devaneo de las águilas...

La subversiva presencia de la naturalezaen la poesía

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El niño aprende por imitación, dice Aristóteles.

No menos hace el poeta ante el mundo natural.

De hecho, en su afán por explicar el misterio

de la poesía, William Wordsworth destacó así

el contexto bajo el cual moldeaba sus distintas

redacciones: “Generalmente se escoge una

vida rústica y humilde, y esto, porque en dicha

condición las pasiones esenciales del corazón

encuentran mejor almácigo para alcanzar su

madurez, están menos controladas y conversan

en un lenguaje pleno y enfático; en dicha

condición nuestros sentimientos elementales

coexisten en un estado de mayor simplicidad y,

consecuentemente, pueden ser contemplados de

forma más apropiada y comunicados de forma

más contundente; las formas de la vida rural que

germinan en esos sentimientos elementales, y

con ello el carácter necesario de las ocupaciones

rurales, son más comprensibles y duraderas. En

dicha condición las pasiones de los hombres

son incorporadas a las formas permanentes y

hermosas de la naturaleza” (Preface to Lyrical

Ballads).

El ejemplo no es trivial. Con Wordsworth no solo

se inicia el movimiento romántico de la literatura

inglesa, sino también una revolución lírica cuyas

reverberaciones siguen deslumbrando en los

atardeceres de Occidente. “Wordsworth inventó

la poesía moderna en inglés”, dice Harold Bloom,

“antes de él, el poeta podía cultivar las temáticas

fuera de su persona. Después de Wordsworth, el

poema es el hombre o la mujer que lo compone”.

Este no es un texto sobre aquel artista inglés,

sino uno en el que la idea central radica en la

trascendencia de los espacios naturales y su

influencia decisiva en la revolución poética

más importante en la historia de la humanidad.

Por eso me detengo aquí, en Wordsworth: él

hizo de la naturaleza una fuente de inspiración

trascendental que heredarían las siguientes

generaciones de poetas. Con este vate, la

poesía empieza a recorrer la senda virgen de la

interioridad en una suerte de búsqueda íntima

que hará que los poetas de fines del XVIII y de

casi todo el XIX encuentren en la naturaleza un

estímulo para suspirar. Es como si la Mona Lisa, en

un arranque de ahogo, se volteara por consuelo a

ese paisaje trasero del que ha sido removido todo

vestigio humano.

Se ha dicho sin exagerar que la internalización

de estos paisajes ha permitido que el concepto

de naturaleza y la conciencia del poeta

“entren en una relación nunca antes vista del

advenimiento del Romanticismo” (Bloom). Es

el peso de verse arrojados, como dirá Sartre un

siglo después, lo que hará que estos artistas, en

conflicto con su propia conciencia, deambulen en

solitario buscándose a sí mismos. No sorprende

entonces que los grandes poemas, a partir de los

románticos, sean deliberados testimonios líricos

de una travesía o de un viaje por los recovecos de

No sorprende entonces que los grandes

poemas, a partir de los románticos, sean

deliberados testimonios líricos de una travesía o de un viaje por los

recovecos de un bosque o una montaña para

ilustrar el grado de su desesperación

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un bosque o una montaña para ilustrar el grado

de su desesperación. Ejemplos hay no pocos. Ahí

están The Prelude, la monumental autobiografía

en verso del propio Wordsworth, The Rime of The

Ancyent Marinere de Coleridge, Le bateau ivre de

Rimbaud, Leaves of Grass de Whitman o Las alturas

de Machu Picchu de Neruda, por nombrar una

obra nuestra.

Dos elementos hay en los párrafos anteriores que

valdrá la pena iluminar. El primero de ellos es la

figura del poeta como un vagabundo inmerso

en un entorno agreste y, el segundo, la del viaje

como una búsqueda personal.

El crítico Geoffrey Hartman figuraba al primero

de ellos con la imagen del judío errante, aquel

hombre solitario separado de la vida en la mitad

de la vida misma, pero inhabilitado de morir. Estos

son sujetos “condenados a vivir en una existencia

de purgatorio que no se identifica ni con la vida ni

con la muerte... [Porque] es su conciencia lo que

al final los aliena de la vida y les impone la carga

del ser, la cual solo la religión o la muerte o el

retorno a un estado de naturaleza podrá resarcir”

(Romanticism and “Anti-Self-Consciousness”).

Con esto en consideración, no es difícil contestar

al por qué los románticos solían sublimar

con escenas de la naturaleza sus tormentos

personales: además de identificar con ella sus

propias pasiones, tomaban de esa misma estética

del desborde el impulso para componer.

Uno de los manifiestos más conocidos de

Inglaterra fue el escrito del irlandés Edmund

Burke a mediados del XVIII: A Philosophical

Enquiry into the Origin of Our Ideas of the Sublime

and Beautiful. Redactado en los albores del

romanticismo inglés, el Enquiry ha sido uno de

los tratados más influyentes de ese país y, por

qué no decirlo, también de Occidente, a un nivel

solo comparable al texto de Longino. Aquí, Burke

describe y explica en qué consiste lo sublime y lo

hermoso, sentando las bases para la revolución

lírica que liderarían años después Coleridge y

Wordsworth.

Para Burke, lo sublime no era más que aquella

categoría con la cual se agrupan las emociones

poderosas y los “elementos más irracionales del

arte” (Monk). Incluso más. El terror era para él

uno de los elementos sobre los cuales se alzaba

todo su edificio teórico: “Lo que sea que pueda

tener rasgos de algo terrible, o que dialogue con

objetos terribles, u opere en una forma análoga

al terror, es una fuente de lo sublime; o sea, el

producto de la emoción más fuerte que la mente

pueda sentir”.

Sin duda que el goce estético no es privativo de

las azucaradas melodías del verbo. Frankenstein,

la novela gótico-romántica de Mary Shelley,

refleja con propiedad unívoca esta intensidad

de lo horrendo. Y es que para Burke lo patético

puede contener todavía más intensidad, porque

mueve el espíritu más allá de los umbrales de lo

bello y lo armonioso.

Esta estética del desorden y lo caótico —para

diferenciarse del orden hermoso postulado

por el Clasicismo— toma de la naturaleza su

(2) Estas formas de belleza no han sido para mí / Al igual que un paisaje para los ojos de un hombre ciego...

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trois-mâts cherchant son Icarie3, dice Baudelaire

en su famoso poema sobre los viajes, para luego

continuar:

L’Imagination qui dresse son orgie

Ne trouve qu’un récif aux clartés du matin4.

Geoffrey Hartmann, yendo más lejos aún,

explicará que estas alegorías del viaje describen

indirectamente el proceso de creación poética.

“El tradicional esquema de la caída en el Edén y

la redención, emerge con esta nueva tríada de la

naturaleza, la interioridad y la imaginación (que

resume el poema)”.

Los escépticos dirán que dicha trifecta cojea con

los siglos. Y es verdad. Acabado el movimiento

romántico, el primero de estos elementos, la

naturaleza, va cediendo espacio a las poéticas

urbanas como el París de Baudelaire o el Londres

de T.S. Eliot. El mismo Hartman lo refrenda al

deducir la erosión de esta estética del desborde

debido a la desaparición de las geografías rurales

producto de la urbanización: “La razón que nos

hace pensar en Wordsworth como un creador

original es la forma en que maneja lo paranormal

o intenso, los cuasi míticos sentimientos del

mundo natural como una especie de éxtasis de la

vida cotidiana”.

Pero desahuciar lo propiamente romántico en

las poesías occidentales resulta improcedente.

Si bien es cierto que es muy poco el margen que

no es difícil contestar al por qué los románticos

solían sublimar con escenas de la naturaleza

sus tormentos personales: además

de identificar con ella sus propias pasiones,

tomaban de esa misma estética del desborde el impulso para componer

(3) Nuestra alma es un velero que va en busca de su Icaria...(4) La imaginación que viste su orgía / No encuentra más que un arrecife en la claridad del amanecer...

carácter indomable. El cuadro de Turner es un

ejemplo, pero bien que podría serlo el marinero

de Coleridge o el ermitaño de Tintern Abbey, cuyo

hablante se quejaba porque

These forms of beauty have not been to me,

As is a landscape to a blind man’s eye 2

Estos dos versos representan una oscura metáfora

de la desesperación que los provoca y que halla

en este no menos desesperado anhelo por ese

paisaje del poema de Wordsworth, su materia

y su expiación. Por eso la importancia del viaje,

del recorrido lírico por los procelosos caminos

de la interioridad que estos artistas proyectan

sobre una indómita naturaleza. Por eso también

a partir de los románticos los poemas dejan de

ser descripciones sonoras para transformarse en

rotundas meditaciones verbales. Notre âme est un

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queda para estas visiones en la lírica actual del

mundo, en donde los rigores del mercado han

aplastado a las especies y la industria del consumo

ha destruido la biodiversidad, los poetas se han

negado a renunciar a estos frescos naturales

mediante la evocación de los mismos, haciendo

hincapié en su ausencia al describir los horrores

del espacio urbano.

Pienso en el hablante innominado de The Waste

Land de Eliot, ese hablante que pregunta si el

cuerpo que enterró en su jardín ha empezado a

florecer. No hay semillas de vida, sino solo materia

muerta en ese Londres espectral que enmarca a

este poema. ¿Una forma de melancolía? Así es. Es

la manera de retrotraer y revivir esa naturaleza

percudida y degradada. Después de todo, según

Shelley en A Defense of Poetry, la destrucción

podrá acabar incluso con “la fábrica de la sociedad

humana antes que la poesía pueda desaparecer”

de la faz del planeta.

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