El otro final del jorobado de notre dame

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EL OTRO FINAL DEL JOROBADO DE NOTRE DAME

Sachette por fin había encontrado a su hija; después de tantos años de añoranzas y sufrimientos, como olvidar el rostro de una hija y sus sollozos al buscar un refugio en los brazos de una madre.

_¡Vamos mi niña!, nos iremos a Reims, que es nuestra tierra.

Esmeralda al escuchar las palabras de su madre, la abrazó tan fuerte y por primera vez en su vida; se sintió protegida, la paz reinó en su alma y se acurrucó al lado de su madre.

Como describir con palabras esos momentos; los segundos se transformaron en horas, la dureza del suelo en alfombra y el soplo del viento, en una cobija abrigadora.

Después de una serie de peripecias vividas en camino a Reims…

Sachette, se dirigió a casa de su prima Lily. Quién era una anciana, que no tenía descendencia, pero sí muchas riquezas que había heredado de su esposo.

Cuando Sachette, se encontró con su prima Lily; sintió que ya no tenía fuerzas, para seguir viviendo entonces exclamó.

¡Cuídala, ella es mi hija!_ terminó de decir estas palabras y su cuerpo se desplomó.

La madre de esmeralda, había muerto; cumpliendo su deber; el proteger a su adorada hija.

Reims era, un lugar lejano de París. Esmeralda, no corría ningún peligro. Ella por su seguridad se cambió de nombre; vivía protegida por Lily. Hasta que la anciana murió.

Tres años después… en el palacio de Reims

Esmeralda se quedó impresionada y sin habla, no lo podía creer. Volver a ver a Gringoire; este había cambiado de aspecto.

¡Esmeralda tan linda y radiante como siempre!_ Quedó maravillado y le ofreció una flor.

Y ¿Qué es de tu vida y de París?_ Preguntó Esmeralda.

Bueno… ¿Te recuerdas de Quasimodo?; cuentan que mató a Claude Frollo, el pensaba que te había secuestrado y luego asesinado. El pobre murió de pena.

El Capitán Febo de Chateaupers, se casó con Flor de Lis; pero en una revuelta de los truhanes, estos le arrancaron los ojos.

Bueno, en cuanto a mí he podido hacer realidad mis sueños; mis obras de teatro se representan con éxito en los palacios y soy uno de los hombres más ricos y respetados de todo París. El propio rey me alaba sin cesar.

_¿y qué fue de ti, dulce Esmeralda?_ preguntó el poeta.

A lo que Esmeralda respondió:

_Sólo te puedo decir que; «Los atardeceres son aquí tranquilos».

FIN