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SilviaSilviaSilviaSilviaSilviaBulBulBulBulBulbbbbb ul iu l iu l iu l iu l iááááánnnnn40 años en el ININ
¡Buenos días, señor! se escucha una
voz femenina, entusiasta y vigorosa
saludando al operador de la ruta
Xochimilco del ININ. Son apenas las
6 con 50 de la mañana y, con fre-
cuencia, el amanecer todavía no ha
llegado. Sus carreras, Física y Quí-
mica; su trabajo, jefa del Departa-
mento de Química del Instituto Na-
cional de Investigaciones Nucleares;
su experiencia, algo cercano a los 50
años; su nombre, Silvia Bulbulián
Garabedián.
Como desde hace más de tres déca-
das lo acostumbra, la doctora Silvia
Bulbulián y su inseparable amiga
Nuria Segovia, abordan su autobús
en la esquina de Miguel de Quevedo
y Moctezuma, en Coyoacán, Ciudad
de México, con el entusiasmo que
solo tienen quienes asisten por pri-
mera vez a su empleo. Sin embargo,
ha laborado en el ININ durante ya
más de 40 años.
El nombre de Silvia Bulbulián
Garabedián representa no tan solo
uno de los pilares en los que
se ha sustentado el ININ du-
rante toda su historia, sino
también una de las mexicanas
más destacadas en la ciencia
del siglo XX, incluyendo, des-
de luego, el nuevo siglo. Y no
es un error llamarla mexica-
na, pues aunque vio su prime-
ra luz en Estambul, su vida,
su obra y sus afectos los ha
dedicado a la tierra azteca.
En esta ocasión, Contacto
Nuclear se une al homenaje
que la comunidad del ININ le
hiciera a la doctora Bulbulián
en días pasados por su desta-
cada trayectoria de 40 años en
la institución y, a continua-
ción, presentamos una sem-
blanza basada en el trabajo
preparado por los doctores
Suilma Marisela Fernández
Valverde, Melania Jiménez Reyes y Eduardo
Ordóñez Regil del Departamento de Química
del Instituto:
Silvia nació en Estambul, Turquía, en 1930.
Sus padres eran armenios, él se llamó Narci-
so Bulbulián y su madre, Srpui Garabedian, a
quien más tarde llamarían La chulita o La
abuelita. La abuelita contaba que Silvia tar-
dó más que otros niños para hablar
y caminar y que ella temía que la
niña fuese retrasada mental. Ya sa-
bemos que no tenía razón para pen-
sarlo.
El genocidio en Turquía, provocó la
emigración de las familias paterna
y materna de Silvia a otros países.
Los Bulbulián se establecieron en
Nueva York y los Garabedián en
México, hasta que el padre de Silvia
decidió venir a México.
Silvia creció en la Colonia del Va-
lle, la cual en aquel entonces estaba
en los alrededores de la Ciudad de
México, rodeada de maizales y le-
jos de las escuelas. Silvia inició la
educación primaria, a partir de la
segunda mitad del segundo año, en
el Colegio Francés Mayorazgo, don-
de la castigaban con tanta frecuen-
cia que su mamá decidió cambiarla,
primero al Colegio Americano y lue-
go al Luis G. León, donde terminó
la secundaria.
La preparatoria la hizo en el
Colegio Motolinía y luego
cursó la carrera de Química
en la Facultad de Química
Berzelius, actualmente en la
Universidad Iberoamerica-
na. Su tesis llevó por titulo
Estudio y síntesis de la 4-
hidroxi cumarina, la cual
fue presentada en junio de
1953. En ese año falleció su
padre.
Inició su vida profesional
como Jefa de Laboratorio en
Aceros Nacionales, S.A., en
Tlalnepantla Estado de
México. De esa época re-
cuerda que el ambiente era
muy rudo para los obreros
y, desde luego, para las mu-
jeres. Sonríe al recordar que
La doctora Bulbulián recibió de manos del director general
del ININ, maestro Raúl Ortiz Magaña, una placa en
reconocimiento a su trayectoria
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Perfiles
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su jefe, el superintendente la llama-
ba «Vieja», pero era de cariño, ase-
gura, porque cuando se enojaba, le
gritaba: ¡Señorita Bulbulian! Silvia
comprendió que su futuro no se ha-
llaba en ese medio, por lo que deci-
dió ser profesora e impartió varias
materias en la Facultad de Química
Berzelius.
Luego ingresó a la Universidad Na-
cional Autónoma de México para
cursar la carrera de Física y al mis-
mo tiempo seguía impartiendo cur-
sos en el Instituto Femenino Mexi-
cano. Después laboró en el Instituto
de Física de la UNAM, con el inge-
niero Tomás Brody (q.e.p.d.) y con
su amiga Ana María Martínez Leal
(q.e.p.d.) a quien siempre quiso
como una hermana.
En ese entonces, el doctor Manuel
Sandoval Vallarta de la entonces Co-
misión Nacional de Energía Nuclear
(CNEN), origen de nuestro Institu-
to, estaba muy interesado en medir
la radiactividad ambiental en Méxi-
co, pues durante la Segunda Guerra
Mundial había iniciado la etapa de
pruebas nucleares en la atmósfera .
Por ese motivo, le dio al ingeniero
Brody de la UNAM un contrato para
investigar sobre el tema de la lluvia
radiactiva.
Durante ese tiempo Silvia y sus co-
laboradores determinaron estroncio-
90 en leche y agua de lluvia. Al in-
geniero Brody se le pidió además que
organizara un Laboratorio de Dilu-
ción Isotópica y allí llegaron a tra-
bajar, Silvia, Ana María y Ninfa
Guerrero, en 1961. Lo instalaron en
Coyoacán, pues la CNEN no conta-
ba todavía con laboratorios. Su te-
sis de licenciatura en Física la hizo
sobre Producción de yodo-131 y la
sustentó con éxito en octubre de
1963.
En 1964 viajó a Viena a un curso de entrena-
miento sobre los problemas de la energía ató-
mica. En esa época Silvia hizo estudios so-
bre la generación de tecnecio-99 metaestable.
Silvia llegó al Centro Nuclear Dr. Nabor
Carrillo Flores, en 1966, con el segundo gru-
po de investigadores. En ese momento, ha-
bía un pequeño grupo en el edificio del ace-
lerador y otro en el del reactor. Los edificios
no estaban terminados y era necesario usar
los sanitarios de los empleados de la cons-
tructora. En la foto de la siguiente página,
se encuentra con varios investigadores de esa
época: (de izquierda a derecha) Teodoro
González, Antonio Ponce, Manuel Navarrete,
Silvia, Enrique Ortega, Guadalupe
Domínguez, Judith Lezama, Ma. Eugenia
Ramírez de Arellano, Enrique Parra y Ana
María Martínez.
En ese entonces, la doctora Ma. Eugenia
Ramírez de Arellano fue la fundadora del
Grupo de Química Nuclear. El Laboratorio
no estaba aún terminado por lo que Silvia, al
llegar al Centro Nuclear, empezó por acon-
dicionar una mesa, en lo que ahora es el Ser-
vicio Médico, para poder trabajar con
reactivos químicos sobre ella. Para esto, la
impregnó con negro de anilina. Podemos
entonces imaginarla, trabajando en su recién
acondicionada mesa y calentando sus
matraces con el típico mechero Bunsen.
En esa época, vino de visita a México el doc-
tor Alfred Maddock, profesor de la Univer-
sidad de Cambridge, Inglaterra. De esa visi-
ta surgió una colaboración muy fructífera que
duraría varios años. Una de las investigacio-
nes resultantes tuvo que ver con los efectos
químicos de las transformaciones nucleares
en compuestos de telurio.
Todas esas actividades motivaron a Silvia
para continuar sus estudios. Así sus-
tentó exitosamente sus tesis de
maestría y doctorado en Física, por
la UNAM. Ambas fueron dirigidas
por el prestigiado doctor Alfonso
Mondragón, junto con el doctor
A.G. Maddock. La tesis de maes-
tría, en 1970, versó sobre El efecto
de la transición isomérica y
recocido térmico asociado en el
ácido telúrico y la de doctorado, en
1976, estuvo relacionada con el
Efecto de la radiación gamma en
los cambios químicos producidos
por las transiciones isoméricas del
telurio en cristales de ácido
telúrico.
Poco después, vinieron las tres pri-
meras tesistas de la doctora
Bulbilián: Suilma Maricela
Fernández, Melania Jiménez y Do-
lores Tenorio. Maricela y Melania
aseguran que Silvia y María Eugenia
Ramírez de Arellano “las pusieron
en una caja y así las enviaron a Fran-
cia para estudiar el doctorado”. Es
una manera poco común de decir
“muchas gracias”.
Silvia ha tenido muchos colabora-
dores, pero sobre todo muchos ami-
gos. Ella dice que sus amigos son
su familia, porque los quiere mucho,
vive con ellos sus más grandes ale-
grías y también porque continua-
mente pelea con ellos, tal como su-
cede en todas las familias. Entre sus
amigos, han destacado el doctor
Ariel Tejera (q.e.p.d.) quien fuera su
jefe en el Laboratorio de Dilución y
su colaborador y Nuria Segovia, a
quien la considera como una herma-
na y con quien ha colaborado en re-
petidas oportunidades.
Silvia Bulbulián y la doctora Cielita
Archundia del Centro de Estudios
Nucleares de la UNAM, organiza-
ron el primer Simposio sobre Quí-
mica Nuclear, Radioquímica y Quí-
mica de Radiaciones, en México.
☛ Viene de la página 20
Perfiles
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Con ese nombre se llevaron a cabo
9 reuniones internacionales de cien-
tíficos en nuestro país.
En 1979, en el Departamento de Quí-
mica Nuclear del ININ se capacitó
el primer grupo de radioquímicos de
la Central Nucleoeléctrica de Lagu-
na Verde. Luego surgirían varias co-
laboraciones entre esa institución y
la nuestra.
El IX Simposio de Química Nuclear,
Radioquímica y Química de Radia-
ciones, se llevó a cabo en la ciudad
de Cuernavaca, Morelos, y a él asis-
tió el doctor Alfred Maddock, ami-
go y colaborador de Silvia. Durante
ese congreso, Silvia fue la guía de
turistas durante la visita realizada a
la zona arqueológica de Xochicalco.
Ella ha sido una apasionada de la
arqueología y ese día dio a los parti-
cipantes del congreso, una conferen-
cia muy bella e interesante de la his-
toria de México. Silvia no nació en
México, pero su mexicanidad es a
toda prueba.
Silvia ha participado en la publicación de 105
artículos científicos en revistas de reconoci-
do rigor, de circulación nacional e interna-
cional, además de 14 artículos y 2 libros de
divulgación científica; ha dirigido 34 tesis,
de licenciatura, maestría y doctorado; ha im-
partido 29 conferencias de divulgación y
cuenta con 126 ponencias en congresos; ha
organizado 15 reuniones científicas. Ha re-
cibido 10 reconocimientos a su labor. Ha eva-
luado varios proyectos para CONACYT y
arbitrado artículos nacionales y extranjeros
para diversas revistas científicas. Es miem-
bro de la Academia Mexicana de Ciencias
desde 1980 y además es miembro del Siste-
ma Nacional de Investigadores desde 1984
y nivel III desde 1987.
Silvia, en 1988, obtuvo el Premio
Carlos Graef Fernández como re-
conocimiento al mérito en activida-
des de difusión de la energía nuclear
y en 1989 el Premio Manuel
Sandoval Vallarta en reconocimien-
to al mérito en Investigación Cien-
tífica. Los incentivos económicos
que recibió de esos premios sirvie-
ron para dar una beca complemen-
taria a los tesistas del Departamen-
to de Química, hasta que el fondo
formado se agotó.
Ha apoyado, en colaboración con la
doctora Segovia, a jóvenes de
Ocoyoacac, Estado de México, con
becas para la realización de sus es-
tudios y además, es patrocinadora
del Internado Infantil Guadalupano
A.C., donde se atiende a niños que
han infringido la ley. Estas accio-
nes complementan lo que antes ya
se había hecho manifiesto: su cali-
dad humana.
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