Concepciones distintas sobre el debate académico y el quehacer historiográfico: comentarios a la réplica de Medófilo Medina Pineda
Roberto BreñaEl Colegio de México
De entrada, debo decir que me sorprendió el tono de la réplica de Medófilo Medina
Pineda que apareció en el último número del ACHSC (“Alcances y límites del paradigma
de las ‘revoluciones hispánicas’”; vol. 38, n. 1, julio-dic. 2011, pp. 301-324). Esta réplica
combina la condescendencia y la socarronería. La primera porque Medina Pineda
adopta un aire magisterial con el que no me había topado antes, ni siquiera en
intercambios con reconocidos expertos en las revoluciones hispánicas. La segunda, no
sólo por algunas expresiones que emplea a lo largo de su texto, sino también por los
títulos de algunos de los apartados del mismo y por el modo de aludir a algunos
aspectos del debate académico que propuse en mi texto “Diferendos y coincidencias en
torno a la obra de François-Xavier Guerra: una réplica a Medófilo Medina Pineda”
(ACHSC, vol. 38, n. 1, julio-dic. 2011, pp. 281-300).1 Dejando de lado la
condescendencia y la socarronería mencionadas, lamento que en las casi veinte
páginas de su réplica, Medina Pineda no haya concedido prácticamente nada a las
críticas que hice sobre su manera de entender el ciclo revolucionario hispánico. Lo que
me parece más grave, sin embargo, es el espacio que dedicó a cuestiones que son
tangenciales, por decir lo menos, a los puntos históricos e historiográficos centrales
planteados en mi texto. En resumen, más que participar en un debate, Medina Pineda
decidió eludirlo; en estas páginas, además de mostrar lo expresado en este párrafo,
aludiré a varios aspectos del ciclo mencionado y del quehacer histórico en general que
me parecen importantes.
En el segundo apartado de su réplica, dedicado a la “cuestión atlántica”, Medina
Pineda afirma que yo sugiero que la inclusión de España e Hispanoamérica en el
modelo atlántico es una invención de su parte. Como lo puede verificar cualquiera que 1 Este artículo, a su vez, surgió de mi lectura del texto de Medina Pineda titulado “En el Bicentenario: consideraciones en torno al paradigma de François-Xavier Guerra sobre las ‘revoluciones hispánicas’”, publicado en el primer número del ACHSC del 2010. En cuanto a las expresiones aludidas, por lo pronto menciono sólo dos: la referencia de Medina Pineda a mi “ardor polémico” (p. 304) y su manera de llamar la atención a mis creencias (p. 314, nota 27); en cuanto a los títulos de apartados, “El hallazgo de la ‘causa eficiente’”, en la p. 306, es un buen ejemplo (las cursivas son mías). Por último y para no aburrir a los lectores, en algún punto de su réplica, Medina Pineda afirma que un cierto aspecto del debate le “resulta divertido” (p. 317, refiriéndose, por cierto, a una cuestión que me resultó ininteligible).
2
lea mi texto, lo que yo expresé en la p. 283 es que las independencias
hispanoamericanas no están incorporadas en el modelo atlántico de Robert Palmer y
Jacques Godechot. Con base en un par de menciones pasajeras por parte de ambos
autores a estas independencias (de entre las miles de páginas que escribieron), Medina
Pineda concluye que sí están incorporadas. No es necesario hacer una “contabilidad de
párrafos y renglones” (como burlonamente expresa Medina Pineda en la p. 304) para
saber que menciones del tipo que él refiere en la p. 305 de su réplica no significan la
incorporación a un modelo historiográfico (sea al de las revoluciones atlánticas o a
cualquier otro). La razón es relativamente simple: cuando se considera que un proceso
histórico es un elemento significativo de un determinado modelo, se le incorpora al
mismo y se le otorga un lugar relativamente importante. Como lo muestra la más
somera revisión de los libros de Palmer y Godechot (incluyendo por supuesto los que
cita Medina Pineda en su réplica), ninguno de estos dos autores consideró que las
revoluciones hispanoamericanas eran lo suficientemente importantes como para
estudiarlas con mediana seriedad.
Al final del apartado que nos ocupa (en concreto, en la p. 306), Medina Pineda se
cuestiona por qué (“curiosamente”, escribe) “el ánimo controversial del profesor Breña”
no se interesó por lo que él llama “el modelo no hispánico de [Manfred] Kossok”.
Efectivamente, Kossok estudió las revoluciones hispanoamericanas desde una
perspectiva supranacional. Ahora bien, el motivo por el cual no me detuve en dicho
“modelo” es que, a diferencia de Medina Pineda, para mí la obra de este historiador
alemán es bastante menos iluminadora sobre los procesos emancipadores americanos
y sobre su contexto histórico de lo que él piensa. Para mostrarlo, me limito aquí a uno
de los trabajos más conocidos de Kossok sobre el tema de las revoluciones
hispanoamericanas en un contexto comparativo (“El contenido burgués de las
revoluciones de independencia en América Latina”).2 En primer lugar, este trabajo
concede un lugar desmedido a la Revolución Francesa en el análisis comparativo que
2 Este artículo apareció en español por primera vez en la revista Historia y Sociedad, n. 4, 1974 (pp. 61-79). Tres lustros más tarde sería reproducido por la revista Secuencia, n. 13, enero-abril 1989 (pp. 144-162) y en el libro La revolución en la historia de América Latina del propio Kossok (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1989); en este último caso, el título es distinto: “El carácter histórico-social de las revoluciones de independencia en América Latina” (pp. 155-177). Las páginas que aparecen entre paréntesis enseguida dentro del texto son de la versión de la revista Secuencia.
3
hace Kossok de las revoluciones burguesas “de la etapa de transición del feudalismo al
capitalismo” (p. 145; un encuadre socio-histórico que, dicho sea de paso, me parece
poco fértil). Este lugar no sólo lleva a Kossok a descalificar, en esa misma página, los
esfuerzos de Palmer por reducir el peso del proceso revolucionario francés durante la
llamada “era de las revoluciones”, sino incluso a proponer una cronología sobre las
revoluciones iberoamericanas que comienza en…1789 (p. 148). El artículo, además,
emplea un vocabulario y una terminología que me parecen poco útiles para comprender
los procesos hispanoamericanos de emancipación; por ejemplo, “la tendencia ineludible
a la formación de Estados nacionales potencialmente burgueses” (p. 149); “la sustancia
fundamentalmente burguesa del movimiento emancipador” (p. 149) o, para no
extenderme más, “el dominio en última instancia de las categorías de clase social” (p.
150, nota 32). Esta manera de concebir los procesos hispanoamericanos lleva a Kossok
a plantear y discutir lo que denomina la “no-consumación de la revolución
[hispanoamericana] de 1790-1824” (pp. 152); un enfoque que, una vez más, me parece
poco útil para entender dichos procesos. En suma e independientemente de los
elementos interesantes y sugestivos que sin duda tienen algunos trabajos de Kossok,
aspectos como los que acabo de mencionar explican por qué en mi texto no me detuve
en este historiador alemán.
En el siguiente apartado de su réplica, Medina Pineda hace una disquisición
sobre la “causa eficiente”, en la que no sólo hace acto de presencia Aristóteles, sino
también los pensadores escolásticos, e incluso Hegel. Según se puede leer en el
Diccionario de la Real Academia, la causa eficiente es el primer principio productivo de
un cierto efecto. Fue en este sentido que utilicé el término para referirme a la entrada
del territorio español por parte de las tropas napoleónicas en el otoño de 1807 como
desencadenante de una serie de sucesos históricos que marcan el inicio de lo que hoy
denominamos “procesos hispanoamericanos de emancipación”. Más allá de todos los
antecedentes históricos que el profesor Medina Pineda seguramente tiene en mente al
hacer mofa de mi utilización del término y del cuidado que, sin duda, siempre hay que
tener en el quehacer histórico con el empleo del vocablo “causa” (sea “eficiente” o de
cualquier otro tipo), creo que difícilmente se puede negar que fue dicha entrada la que
desencadenó una serie de acontecimientos que desembocaron en lo que la
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historiografía contemporánea identifica como los comienzos de los procesos
emancipadores de la América española. El término que escogí puede no ser el más
adecuado, pero no deja de llamarme la atención el hecho de que si bien la causalidad
en la historia es un tema historiográfico de primera magnitud, en cuanto un historiador
emplea la palabra “causa”, incluso con pretensiones más bien modestas (como en este
caso), surgen reacciones desproporcionadas como la del profesor Medina Pineda.
En el apartado siguiente (“Revisionismos afines”), Medina Pineda afirma que yo
me muestro “incómodo” respecto a la influencia de François Furet sobre los trabajos de
Guerra (p. 307). Este influjo no me causa incomodidad alguna, entre otros motivos
porque ha sido señalada, con sobrada razón, por no pocos autores. Lo que yo expresé
en mi texto fue que en las cinco páginas dedicadas al historiador francés en su artículo
original, Medina Pineda sugiere o insinúa muchas cosas, pero es poco claro respecto al
tema que, supuestamente al menos, era su interés principal en esas páginas: la relación
intelectual entre Furet y Guerra. Creo que esto se debe, en parte, a que, sin decirlo
explícitamente ni proporcionar las razones que lo expliquen, al profesor Medina Pineda
le resulta antipático el autor de Penser la Révolution française. Se debe también, a que
en su artículo original Medina Pineda depende demasiado de terceros (Perry Anderson
en este caso) para criticar a Furet. En su réplica, Medina Pineda se extiende en la
conocida genealogía Cochin-Furet-Guerra, para concluir que la obra de este último no
se puede tomar “como un fenómeno aislado, producto de una parábola intelectual y
política individual” (p. 311; como si éste pudiera ser el caso, con Guerra o con cualquier
otro historiador de cualquier época).
Tanto en el apartado dedicado a Furet como en el siguiente (cuyo título es
“¿Revisión o desconocimiento?”), el profesor Medina Pineda revela un profundo
malestar por el enfoque eminentemente político que tiene Guerra sobre los procesos
emancipadores hispanoamericanos.3 A los ojos de Medina Pineda, este enfoque implica
necesariamente dejar de lado los aspectos socio-económicos; los cuales, a juzgar por lo
que expresa aquí y en otras partes de su réplica (y de su artículo original), para él son al
menos tan importantes como los de índole política. A este respecto, conviene empezar
3 Según refiere Medina Pineda al inicio de este apartado, mi “defecto” en esta ocasión fue haber subvalorado las corrientes de interpretación que anteceden al paradigma de Guerra (p. 313).
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citando al propio Kossok: “…la revolución ‘política’ y la revolución ‘social’ nunca existen
en forma ‘pura’ ni aislada una de la otra; también la revolución latinoamericana tuvo
consecuencias socioeconómicas…”.4 Sobre este punto, es llamativa la insistencia de
algunos historiadores actuales por descalificar la obra de Guerra por lo que consideran
su falta de contenido socio-económico (entre ellos los historiadores españoles Manuel
Chust y José Antonio Piqueras, al primero de los cuales hizo una alusión crítica Medina
Pineda en su texto original).
Como lo dije en el texto al que replicó el profesor Medina Pineda, me parece que
hablar de “determinismo político” en la obra de Guerra sólo se justificaría si los
elementos explicativos que él señala como prioritarios (no exclusivos) resultaran
inadecuados para explicar lo acontecido en el mundo hispánico durante el primer cuarto
del siglo XIX. No parece ser el caso. Sí parecen serlo, en cambio, algunos aspectos
centrales de interpretaciones como la de John Lynch. Es por eso, y no a causa del
“empeño de Guerra por invisibilizar…la obra múltiple de John Lynch” (p. 315, nota 29),
que el historiador franco-español apenas prestó atención a la obra de este autor. Esto
se debe a algo relativamente simple: algunos de los ejes interpretativos de Lynch
responden a un anti-españolismo, a una simplificación del primer liberalismo español y
a un mecanicismo socio-económico que a Guerra le parecen poco útiles para estudiar
los procesos emancipadores americanos. Adjudicar esta falta de atención a un
“empeño” implicaría que todos los historiadores están obligados a tomar en cuenta toda
la bibliografía precedente sobre el tema bajo estudio, independientemente de que la
consideren pertinente para su manera de ver cierto proceso histórico. La mayoría de los
historiadores que yo conozco no proceden de esta manera, sino que seleccionan los
autores que, desde su punto de vista, más pueden aportarles para comprender mejor
dicho proceso (lo que no implica que no hayan leído a muchos otros historiadores).
Medina Pineda concluye su réplica refiriéndose a esta cuestión de los autores y
del material bibliográfico que todo historiador emplea (o, según él, debe emplear) en su
interpretación histórica. Antes de aludir a ella y cerrar así estas líneas, refiero dos
aspectos puntuales del texto del profesor Medina Pineda que me parece vale la pena
4 “El contenido burgués de las revoluciones de independencia en América Latina”, op. cit (revista Secuencia), p. 159.
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mencionar, aunque sea brevemente. El primero es la manera que, para salir al paso de
una crítica que le hice al respecto, Medina Pineda alude al libro El tiempo de la política
de Elías Palti. En mi rtexto, señalé que el profesor Medina Pineda debió haber prestado
más atención a esta obra, pues constituye la crítica más sistemática que se ha escrito
hasta la fecha sobre la obra de Guerra; que es la preocupación central del artículo
original de Medina Pineda. Él no dice nada que se pueda considerar una respuesta a lo
señalado por mí; lo que afirma, en cambio, es que los diez renglones que le dedicó a
Palti se justifican porque el libro de este autor “va más allá de ser la crítica de Guerra”
(p. 318, lo que no hace más que repetir lo que yo expresé en la p. 296 de mi texto). El
final de esta parte de la réplica refleja ese tono socarrón al que me referí al principio de
estas líneas: “En la medida en que Breña no plantea discusión sobre las críticas que
tomé de Palti, sino que su queja [sic] apunta hacia la insuficiencia de mis registros, no
me resta más que expresar mi reconocimiento a su disposición pedagógica para
extender y probablemente profundizar mi trabajo.” (p. 318)
En el último apartado de su réplica, Medina Pineda pretende refutar lo que
expresé en mi texto sobre algunos publicistas de la época que afirmaron que de no
haber sido por la invasión napoleónica de la Península, la monarquía española habría
podido seguir funcionando por mucho tiempo más. Supongo que fueron afirmaciones
como ésta las que llevaron a Medina Pineda a titular este apartado “¿Historia
contrafactual o especulación ahistórica?”. Al respecto, aclaro que los autores a los que
me refería cuando hice la afirmación antedicha son Manuel José Quintana, José María
Blanco White y Álvaro Flórez Estrada; en otras palabras, los tres pensadores
peninsulares liberales más importantes de la época. En cuanto a la “respuesta” de
Medina Pineda a este punto, se limita a afirmar que hubo otros analistas que vieron las
cosas de manera distinta. El único ejemplo que proporciona es el Conde de Aranda y su
célebre “Informe” de 1783 (p. 319). A este respecto, me parece importante señalar, en
primer lugar, que más de un cuarto de siglo separa este informe de los escritos de los
tres liberales peninsulares mencionados por mí; en segundo, que desde mediados del
siglo XIX existe una polémica sobre la autoría de este documento. No pocos
historiadores contemporáneos dudan que el informe en cuestión haya sido redactado
por Aranda (lo que no obsta para que sea citado con fruición, con el inequívoco nombre
7
“Memorial de Aranda”, por los autores que gustan del “precursorismo”). Más allá de este
punto, que merecía al menos una mención, me resulta inexplicable y francamente
descorazonador desde la perspectiva del debate que yo tenía en mente, que Medina
Pineda identifique lo planteado por Quintana, Blanco White y Flórez Estrada con una
supuesta defensa por mi parte de la “buena salud de un sistema estable destruido por
accidente” (i.e., la monarquía española).5
Termino estas líneas volviendo a una cuestión ya referida: la propuesta con la
que concluye Medina Pineda su réplica en el sentido de que las nuevas visiones
político-culturales sobre las independencias hispanoamericanas no deben renunciar a la
asimilación crítica de “todo el conocimiento histórico elaborado desde los momentos
iniciales de la historiografía fundacional” (p. 321).6 Independientemente de que, como
sugerí un poco más atrás (apoyándome en Kossok), no existe un juego de suma cero
entre la historia política y la historia social, la pretensión de Medina Pineda me parece
ingenua. Es evidente que una sola persona no puede haber leído y asimilado “todo” el
conocimiento histórico previo sobre un determinado tema; más aún, el hecho de
decantarse por ciertos autores y ciertos enfoques implica dejar fuera, como
herramientas de trabajo (no necesariamente como lecturas), amplias parcelas
historiográficas. Ahora bien, esos autores y esos enfoques no son elegidos de modo
caprichoso, sino que se derivan de lo que cada historiador considera una mejor
interpretación del proceso bajo estudio. Esto, más que nada, es lo que decide por qué
en el quehacer histórico se privilegian ciertos autores, ciertas fuentes documentales y
cierta bibliografía secundaria. Criticar esta decisión porque el historiador en cuestión no
incluye a nuestros autores predilectos, significa no sólo colocar las preferencias por
encima de los argumentos, sino sugerir que todas las interpretaciones son igualmente
valiosas desde una perspectiva historiográfica.
5 La frase entrecomillada aparece en la p. 319. Para reforzar su punto, en esta parte de su artículo Medina Pineda cita a Jaime Rodríguez y la idílica visión que este autor tiene de la América española. Me sorprende que sea Rodríguez el autor elegido por el profesor Medina Pineda para señalar mis afinidades historiográficas, pues en éste, como en muchos otros temas, la visión que tengo sobre los procesos emancipadores americanos es profundamente distinta de la que tiene Rodríguez.6 Es evidente que hay que remontarse mucho tiempo para dar con cualquier “historiografía fundacional”. En la p. 313, Medina Pineda remonta los “primeros productos” de las historiografías fundacionales sobre los procesos emancipadores a los años previos al logro de las independencias, lo que nos colocaría ante la irrealizable tarea individual de leer y asimilar la historiografía independentista de casi dos siglos.
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