El caballero
de la amistad.
AUTOR: David Barros
. Los gritos ensordecedores de hombres luchando empezaron a invadir mi
mente. No conseguía oír más que esos gritos y los golpes del metal de las
espadas en los escudos, que con fuerza sosteníamos con uno de nuestros
brazos. Mientras conseguía abrirme paso a través de los enemigos, podía
observar cómo iban cayendo combatientes aliados y enemigos.
De repente, se interpuso en mi camino un combatiente de armadura azul y, sin darme cuenta, sentí el frío acero de su espada manchada de sangre, sobre mi hombro derecho, cayendo
inconsciente.
Fue el llanto agonizante de un caballo lo que me hizo despertar. De repente, allí me vi, tumbado sobre la
tierra, bajo un sol abrasador, con mis manos llenas de magulladuras y mi cara ensangrentada. Fue un duro
enfrentamiento.
Apenas podía ver con claridad lo que me rodeaba, giré mi cabeza para
observar dónde estaba y fue entonces cuando logré ver a un aliado de
batalla. Sabía perfectamente quién era, lo reconocí sin dificultad nada
más ver su casco.
Era mi siempre fiel amigo y compañero de batallas y
andanzas, que inhalando sus últimas bocanadas de oxígeno, se encontraba sobre el suelo cerca
de mí, observándome.
.
Era como si hubiese estado esperando a que yo me recuperara. Entonces, me
miró por última vez y, tras esa profunda mirada, cerró sus ojos y dejó
de respirar. Él sabía que yo estaba bien y que sería capaz de llegar a la
fortaleza. Había cumplido su objetivo, asegurarse que yo sobreviviría. Lo único que pude hacer por él, fue
incorporarle sobre un árbol cercano.
Viendo que yo no podía hacer nada por él, me despedí
dedicándole unas merecidas palabras de agradecimiento por todo lo que había logrado hacer por mí, y lo que le todavía podía
hacer. Alcé uno de brazos sobre su hombro y me agarré con fuerza
para poder incorporarme.
Una vez en pie y con mi espada como apoyo sobre el suelo,
comencé a andar por ese frondoso bosque. Estaba atardeciendo y el
Sol continuaba su bajada dejando paso a la Luna, que ya se podía ver en el cielo, justo al final del
sendero que yo seguía.
Tras largas horas de andanza y casi sin poder caminar, logré
alcanzar el río, lo que indicaba que ya estaba cerca de mi objetivo,
cerca de mi fortaleza.
Fue al amanecer cuando, por fin, conseguí ver el enorme Castillo de
la fortaleza. Me quedaba sólo unas millas para llegar, y,
aunque casi sin aliento y sin fuerzas, conseguía fijar mi
mirada en mi objetivo para poder pensar que era capaz de llegar
hasta él.
Al llegar, el recibimiento fue apoteósico. Todo el mundo aclamaba
mi valentía, pero yo no sentía emoción alguna, quizás sea porque
entiendo que una batalla no se gana o pierde, lo que se gana o pierde es la
amistad de los que te rodean. Por ello, creo que la batalla más
importante en la que debemos luchar en nuestra vida, es aquella que nos
permite conservar nuestras amistades con el paso del tiempo.
FIN