Alain Badiou ha declarado que “la gran cuestión del arte contemporáneo es cómo no ser
Romántico” (2010. Quince tesis sobre el arte”). “Es la gran cuestión, una cuestión muy
difícil.”
¿Cómo fundamenta semejante afirmación el filósofo francés? Badiou, políticamente, es un
radical, y se le considera, al mismo tiempo, uno de los filósofos contemporáneos que más
lejos ha llegado en la construcción de un nuevo sistema para pensar los universales en el
mundo (que es de lo que trata la filosofía).
¿Qué le reprocha Badiou al romanticismo?
En el romanticismo del siglo XIX alcanza su apogeo una idea de libertad asociada al triunfo
de una Identidad. En política y en arte, el Sujeto romántico encarna en una Identidad
iluminada que se rebela apasionadamente contra el Mundo que quiere aplastarla. El
sujeto romántico mira hacia el horizonte de redención. Aspira a lo infinito. La fuerza que lo
posee, en arte, se llama “inspiración”. En política es fervor revolucionario casi divino. [la
foto del Che].
El pulso romántico todavía se reconoce en las vanguardias estéticas de principios del siglo
XX, que realizan las enormes revoluciones de la forma que sacan al arte del realismo
primario.
Miren actuaciones de Sujeto romántico en política:
https://laestirgaburlona.files.wordpress.com/2014/04/22.jpg
Delacroix, 1831- “La libertad guiando al pueblo”
Aquí se trata de una alegoría: la libertad encarna en esa mujer fuerte, semidesnuda,
medio griega, e inspirada. El pueblo que la sigue se abre paso hacia el Futuro, donde
cesará la opresión.
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En un relato marxista la figura podría ser el Proletariado guiando el asalto definitivo contra
el Capital.
https://tolstoiandgin.files.wordpress.com/2012/09/obrero-y-koljosiana-vera-mujina.jpg
El obrero y la koljoziana, 1937, Vera Mújina
Exaltación romántica de la Revolución, de la Forma Nueva o del Amor. El actor principal es
una Identidad, tocada por la gracia de la infinitud. My heart will go on, on Mi corazón
seguirá y seguirá. Todo will go on porque tú “abriste la puerta”.
Para Badiou, que ha escrito mucho sobre el Amor, lo que sucede sublime en el amor no es
el Uno (visión romántica, fusión), sino el Dos. Los dos amantes ceden su Sí Mismo y
reorganizan el mundo. Porque toda revolución – y el acontecimiento amoroso lo es − solo
puede realizarse fuera de la Identidad.
Yo podría citarles a algunos grandes latinoamericanos del pensamiento político que
anticiparon la idea de lo revolucionario como una superación de la Identidad o lo Uno.
Romántico suena José Martí cuando pronuncia el discurso Nuestra América en 1891.
Desde el título mismo allí está la idea, que podría parecer romántica, de proclamar un
“alma americana” (algo así como una Identidad americana que guiará la lucha).
Pero en ese mismo discurso podríamos seguirle la pista a otra idea: la de una movilidad
liberadora con muchos y contradictorios caminos. El sujeto múltiple que no tiene centro.
Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente
de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco
parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio,
mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a
bautizar a sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su
corazón, solo y desconocido, entre las olas y las fieras. El campesino, el
creador, se revolvía, ciego de indignación, contra la ciudad desdeñosa, contra
su criatura. Éramos charreteras y togas, en países que venían al mundo con la
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alpargata en los pies y la vincha en la cabeza. El genio hubiera estado en
hermanar, con la caridad del corazón y con el atrevimiento de los fundadores,
la vincha y la toga.
El visionario Martí decía el empobrecimiento que viene de explicar lo político como la
mera reivindicación de una Identidad. Su sorprendente discurso Nuestra América,
atravesado de emoción romántica, alertaba paradójicamente contra la parálisis que puede
significar, en tierra americana, proclamar lo Uno. (Sarmiento, civilización contra barbarie)
“Leer hoy el discurso Nuestra América”, se llamaría una tarea que me permito sugerirles.
Oigamos hablar ahora a un gran pensador peruano, Antonio Cornejo Polar. Antropólogo,
teórico del arte y la cultura.
[…] quiero escapar del legado romántico —o más genéricamente, moderno—,
que nos exige ser lo que no somos: sujetos fuertes, sólidos y estables, capaces
de configurar un yo que siempre es el mismo.” (1994)
¿Qué propone Cornejo Polar como alternativa a este romanticismo que él rechaza?
“Explorar”, “no sin temor”, un horizonte en el que el sujeto renuncia al “imantado poder”
identitario. Ese que “desactiva todas las disidencias y anomalías”. Ese imantado poder de
sujeto romántico no le interesa. Quiere el otro, que “se reconoce no en uno sino en varios
rostros, inclusive en transformismos más agudos”. (Cornejo,1994:20).
Cornejo Polar afirma la condición americana heterogénea. La idea de heterogeneidad es
legado de su radical pensamiento culturalista. Una y otra vez advierte contra ese legado
romántico “que exige de nosotros unidad, continuidad, solidez y fortaleza.”
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Una vez yo escribí un ensayo que se llama “El cuerpo cubano en los 90” y allí, en varias
ocasiones testimonio sobre lo que fue el “cuerpo de la Revolución Cubana”. Describo mi
propia experiencia de adolescente en la revolución cubana.
El cuerpo fue una fiesta
Hubo una vez en que Cuba fue una fiesta y el cuerpo cubano se proclamó
socialista. Al principio yo tenía trece años. Fidel y sus jóvenes tropas barbudas
atravesaron en caravana la isla desde las montañas del oriente hasta el otro
extremo, y entraron gloriosas en La Habana. Campesinos encandilados,
héroes y heroínas de la sierra se derramaron sobre la ciudad. El principal
cuartel de la tiranía se convirtió en escuela y se llamó Ciudad Libertad. Una
paloma blanca se posó sobre el hombro del líder. Pronto el pueblo (obreros,
intelectuales, campesinos, estudiantes, amas de casa) vistió de miliciano. En
largas madrugadas, muchachas y muchachos cuidábamos, con viejos máusers
al hombro, los espacios conquistados. Entonces sobrevino una invasión al
revés: desde la ciudad partieron hacia los campos decenas de miles de
adolescentes-maestros que escalaron montañas y anduvieron llanos
enseñando a leer y a escribir a los que no sabían; pero ellos, al mismo tiempo,
aprendieron y cambiaron con aquella entrada en territorio ajeno. Cuando un
año después regresaron a sus hogares, flacos y musculosos, con los uniformes
rojizos de tierra, guirnaldas de semillas al cuello y aires de seguridad
mezclados con lágrimas, los vecinos no los reconocieron. Enormes y variados
cruces de culturas engendraron, en la Cuba de los 60, un cuerpo democrático,
igualitario, digno, cooperador.
[…] Igual aprendimos en esa época, los citadinos, a trabajar la tierra y a
reconocer árboles, animales y costumbres extrañas. Apiñados y sudando en
transportes inverosímiles, al borde de la estricta asfixia, domingo tras domingo
partíamos a darle duros machetazos a la caña de azúcar, a arrancar la mala
yerba, y yo medía fuerzas –dieciséis años y pequeñoburguesa de abolengo-
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con mis amigos nuevos, alegres caballeros populares. Hicimos de estibadores
en los puertos y de albañiles en escuelas nuevas […] Y los estibadores,
albañiles, campesinos y guerrilleros pronto se instalaron en los pupitres de la
Universidad. Nos zambullimos todos en nuestro mundo al revés, donde los
“educados” éramos torpes y los “humildes” se movían como reyes.
[…]
Y así se fue armando el cuerpo socialista, en esta fricción y trasiego de
identidades muy variadas, en el conflicto y el entendimiento, en tensiones de
clases, razas, edades y sexos diversos que, mayoritariamente, compartíamos el
mismo proyecto. En la memoria profunda de nuestra cultura permanece, creo
yo, el tesoro de un cuerpo dúctil, experto en riesgos, solidario, dotado con el
don de Mackandal [que es la metamorfosis], y que fue tan loco que respiraba a
pleno pulmón en un camión sin ventanas, camión de los domingos, o tren
lechero o carreta abarrotados. Allí aprendimos lo que todo buen actor y
bailarín sabe: que la actuación orgánica, la que produce acción real (no
necesariamente realista), surge cuando se elige el camino más difícil; que la
coherencia profunda, la verdad en la actuación, se toca por uno de sus
extremos con algo que no es identidad sino presente, capacidad absoluta para
estar ahí. Eso no es identitario. La política de la revolución hoy no puedo verla
identitaria sino protagonizada en nombre de ese cuerpo dúctil que traté de
describir.
¿Saben cuándo y dónde escribí esto? “Santiago de Chile-Río de Janeiro-La Habana, junio-
julio de 2000”. Cruzando fronteras.
En los años 90 muchos miles de revolucionarios cubanos, en la crisis que sobrevino
cuando desapareció la Unión Soviética, en 1991, vimos desesperados cómo el discurso de
la Unidad, de la sagrada Unidad, le estaba pasando la aplanadora al Deseo de Revolución.
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Badiou prefiere no hablar de identidad sino de múltiples, como en matemáticas. Y ve al
sujeto no como Identidad sino como un proceso al que él llama subjetivación. La
subjetivación designa un proceso y no un estado. En vez de sujeto, pues, subjetivación: el
proceso de devenir otro. En arte, en política, en la ciencia y en el amor – los cuatro
“procedimientos de verdad”, los únicos que hay, dice Badiou – la subjetivación es ese
proceso donde un sujeto lleva adelante la huella de un acontecimiento revolucionario.
Acontecimiento, para Badiou, es traer al presente lo que no hay. Es una emergencia de lo
nuevo, una aparición que marca el punto de lo nuevo en nombre de una verdad. El
acontecimiento es lo que ya/todavía no tiene estructura. Una identidad tiene estructura.
El sujeto fiel ensaya su capacidad para desbordar lo UNO en nombre de una verdad (en
política, en arte, en ciencia, en amor). Trabaja para promover esa huella que dejado el
acontecimiento revolucionario.
El sujeto reactivo se resiste. Es reformista. El sujeto oscuro destruye lo nuevo
revolucionario, directamente.
Algo similar está en la filosofía de Gilles Deleuze y Félix Guattari. Deleuze decía que más
vale una salida a caminar esquizofrénica que una acostada neurótica en el diván del
psicoanalista. Eso es una crítica al freudismo, obsesionado con proteger la centralidad y
estabilidad, la “salud” del sujeto individual, uno que nace vive y muere sujeto a grandes
formaciones identitarias. La primera de ellas, la figura del Padre, la Autoridad…
El teatro hoy quiere algo más que psicología del individuo, algo más, en teatro, que hacer
visible para espectadores la coherencia “adentro” y “profunda” de un personaje
individual. Más vale, dice un teórico brasileño del teatro, José Da Costa, si intentamos
ocupar el lugar de la “profundidad sin fondo”. La psicología de herencia freudiana busca
un “fondo” de sujeto individual.
El teatro puede aplicar otra lógica. Una a la que no le interesa la raíz.
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Deleuze nos propuso una lógica, a mi modo de ver revolucionaria, que no es lógica de
árbol, sino de rizoma. Mejor salir del árbol, de la lógica que proclama la existencia de un
centro estable en una estructura que se reproduce, previsible. Quizá nos interesa más, y
muy especialmente en los cuerpos de actores y espectadores que el teatro moviliza,
ensayar una productividad revolucionaria como de rizoma, un tipo de radicalidad que no
busca el centro sino que se aventura en atrevidas caminatas de desidentificación.
La tarea es inventar, como diría Guattari, “nuevas coordenadas de producción de la
subjetividad”. Actores y público inventando nuevas coordenadas de producción de
subjetividad, contra el código que gobierna y controla, contra el orden, al que le conviene
que actuemos convencidos de que lo importante es ser Sí Mismo [“Mi ropa. Mi onda. Yo”,
como dice el último eslogan de Ripley. La más obediente de las fantasías identitarias: “Sé
tú mismo.” Susurra insinuante toda publicidad… “Date un gusto”.]
………………..
Al Orden le conviene la reproducción de los relatos previsibles. Los relatos previsibles son
dicotómicos. Allí lo Uno está claramente enfrentado contra lo Otro: el estado contra el
pueblo, el capitalista contra el obrero, el huincha contra el mapuche. Las cuentas claras y
las identidades en el sitio que les toca. Eso le conviene al poder.
Importantes aventuras del teatro contemporáneo prueban sobre los escenarios que es
posible resistir al sistema ejerciendo la capacidad de cruzar la frontera sagrada de
cualquier Sí Mismo. Y no se trata ya, como en tiempos del reinado de la semiología, de
una idea sobre la relatividad de la verdad (cada sujeto con su punto de vista, con su
“lectura” diferente). Ahora se trata de reconocer que la verdad es un múltiple luchador. La
desidentificación, en teatro y en política, es una potencia de cambio que cruza y altera las
fronteras.
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Miren lo que me sucedió en Brasil.
Vi en Sao Paulo El idiota, que es una versión de la novela de Dostoyevski del mismo
nombre. La jogadora Cibele Forjaz, con sus actores y colaboradores extraordinarios
organizan para el espectador siete horas en las que unos diez actores y ochenta
espectadores nos ocupamos distintos espacios de una casa [art déco] y sus exteriores. [es
la sede del Centro de Cultura Oswald de Andrade, en un barrio céntrico y populoso].
Una vez la actriz que se maquillaba en un intermedio me ofreció el lápiz para que pintara
sus labios. Otra vez seguimos al príncipe Myshkin al ritmo de una canción rusa legendaria
(Ojos negros) cantada en ruso. El ruso del brasileño era perfecto. Seguíamos detrás del
héroe ruso y a canción moviéndonos a ritmo de tambores brasileños y marchinha de
carnaval. Nadie se fue, de las 6 de la tarde a la madrugada. Saliendo y entrando de
espacios, cruzando las fronteras de varias culturas y tradiciones, no nos fuimos. Nos
sostenía, creo, la calidez y la verdad de los extraordinarios actores. La alegría de la forma
elegante. Y el compromiso de estar allí defendiendo la excentricidad generosa del príncipe
Mishkin, su revolucionaria incoherencia, enfrentada al mundo de la moral codificada, el
control y el materialismo mezquino. Puede sonar romántico. Pero era nuestra manera de
ser otros, de cruzar nuestras propias fronteras, fue una aventura de ejercer un cuerpo
múltiple y atreverse a la lealtad.
Sujetos mutantes, sujetos antropófagos, cuerpos inconstantes, dicen los brasileños.
Cuerpo vulnerable o vibrátil, dice Suely Rolnik la filósofa. Profundidad sin fondo, dice el
teórico del teatro José Da Costa.
Badiou---
Hoy luchamos contra algo así como un Imperio. […] no es sólo los Estados
Unidos, son finalmente los grandes mercados. [la globalización de hoy]. No
todo es posible, no todo es imposible. Pero siempre algo más es posible. Existe
la posibilidad de algo más.
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Entonces, tenemos que crear una nueva posibilidad. Pero crear una nueva
posibilidad no es lo mismo que realizar una nueva posibilidad. Es una
distinción muy fundamental, realizar una posibilidad es pensar que la
posibilidad está aquí.
El arte, así como la política, tienen la tarea de crear la nueva posibilidad. Lo que no hay.
Una nueva posibilidad de vida, una nueva posibilidad del mundo. Entonces, la
determinación política de la creación artística en la actualidad consiste en
averiguar si es posible, o imposible, crear una nueva posibilidad. En la
actualidad, la globalización lleva consigo la convicción de que es totalmente
imposible crear una nueva posibilidad. Y el final del comunismo, el final de la
política revolucionaria es, de hecho, la interpretación dominante de todo eso:
es imposible crear una nueva posibilidad. Hay que entender la diferencia. Y yo
creo que la pregunta sobre la creación artística se encuentra aquí. El arte
puede probar a todo el mundo, a la humanidad en general, que es posible
crear una nueva posibilidad.
Llegados al final por el día de hoy, me atrevo a leerles una definición que hace Badiou del
romanticismo, que quizás ahora nos resulte menos árida o abstracta:
Definición que hace Badiou del romanticismo:
Convengamos en llamar romanticismo (definición no histórica) a la teoría de
que existe una separación fundamental o un espacio entre la intuición de lo
infinito, la intuición poética, casi divina o sagrada del infinito, por un lado, y,
por el otro, las restricciones supuestamente finitas y en sí mismas estériles
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impuestas por la racionalidad calculadora. Llamamos romanticismo a una
teoría o una convicción de que existe una separación [una brecha] inllenada
e inllenable [écart incomblé et incomblable] entre la intuición de lo infinito y
el sistema de las restricciones impuestas por la racionalidad calculadora.
Convenons d'appeler romantisme (définition non historique) la théorie d'un
écart fondamental ou d'un espace entre l'intuition de l'infini, l'intuition
poétique, quasi divine ou sacrée de l'infini d'un côté, et de l'autre les
contraintes supposées finies et par elles-mêmes stériles de la rationalité
calculatrice. Nous appelons romantisme une théorie ou une conviction : il y a
un écart incomblé et incomblable entre l'intuition de l'infini et le système des
contraintes de la rationalité calculatrice.
Y por último, ¿por qué no? un momento de puro romanticismo
https://www.youtube.com/watch?v=zmbw8OycJrE
[My heart will go on]
“You open the door” and I feel thar my heart will go on… on…
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