Congreso ALACIP 2017
Panel: La democracia en jaque: la teoría plebiscitaria en el yrigoyenismo
Coordinadora: Dra. Graciela Ferràs
El presente panel está integrado por miembros del proyecto de investigación «La
configuración de la identidad nacional en los orígenes de la democracia argentina: el yrigoyenismo»
de la Universidad de Buenos Aires (Instituto de Investigaciones Gino Germani) y el proyecto
“Nación y pueblo en los orígenes de la democracia argentina: el yrigoyenismo” de la Universidad del
Salvador (Instituto de Investigación en Ciencias Sociales).
Como propone este panel, las investigaciones sobre el yrigoyenismo han hecho hincapié en
diferentes aspectos del fenómeno. Puede identificarse una serie de estudios que han escudriñado la
génesis del radicalismo, la práctica política de sus gobiernos, sus conflictos internos y su dinámica
institucional. Otros estudios, como los de Halperín Donghi, subrayaron que el estilo personal de
Yrigoyen constituía una extrapolación de la tradición autonomista porteña previa a 1880, en la que se
había formado, y que terminaron por devenir constitutivos de la tradición política argentina. Arturo
Roig se ha focalizado en la dimensión ideológico-discursiva del yrigoyenismo, y estudios recientes
en el mismo sentido han exaltado el carácter novedoso del sistema de representaciones del
yrigoyenismo analizando la trama discursiva del líder y la de sus seguidores, así como su dimensión
religiosa.
Sin embargo, no se encuentran estudios que aborden este proceso histórico desde la teoría
política. El esfuerzo del presente panel será movilizar una serie de conceptos nodales para la
reflexión teórico-política, como los de representación, democracia y plebiscito, alrededor del
fenómeno de la segunda presidencia de Yrigoyen (1916-1930). Buscaremos redimensionar los
debates conceptuales en torno a la democracia a partir de su puesta en diálogo con las teorías
plebiscitarias que tuvieron especial arraigo en la obras de autores como Max Weber, Carl Schmitt,
Gaetano Mosca, entre otros, y también en las reflexiones de intelectuales argentinos sobre nuestra
tradición caudillista. Ernesto Laclau hace mención de la figura de Hipólito Yrigoyen como
“populismo latinoamericano”, reformista, distinto de un populismo “más radical”, que es el objeto y
la condición de su Razón populista y se centraliza en el peronismo (Laclau, 2005:81).
Sin duda alguna, el trabajo de Laclau representa la tesis más osada para pensar concordancias
entre la tradición liberal y la visión unanimista del sujeto soberano en la Argentina del siglo XX, a
partir de una revisión de la tecnificación de la construcción del enemigo emprendida por Carl
Schmitt que, ahora, despojado de toda dimensión existencial, se forja desde la construcción retórica
(nominalismo radical) (Villacañas, 2010). Laclau (2005) rescata el sentido positivo de la
denominación populista haciendo hincapié, no en los contenidos mismos del populismo, sino en la
lógica política de articulación de las demandas sociales de una parte del pueblo (plebs) que erige su
demanda como de la comunidad política toda (populus). Estudios recientes vienen llamando la
atención respecto a las particularidades en la construcción de la identidad política por parte del
Yrigoyenismo ( Aboy Carlés, 2013; Sebastian Giménez, 2013, entre otros). Un abordaje que llevaría
a pensar la lógica populista en confluencia con la propia emergencia de la democracia argentina, por
no decir, su condición de posibilidad.
El yrigoyenismo como “la Causa contra el régimen” plantearía un agonismo que no permitiría
neutralidad alguna- algo propio de la lógica agonística del populismo (amigo- enemigo)- y la fuerza
política, el Partido Radical, aparecería como la encarnación de la Nación en el discurso de Yrigoyen
(A. Carlés, 2001). Por otra parte, nos parece interesante, afiliar esta línea de interpretación de la
aplicación de la categoría de “populismo” laclauviano al fenómeno del Yrigoyenismo, al llamado de
Rosanvallon (2012) a profundizar y redefinir la idea misma de democracia y, agregamos, hacerlo
desde nuestras propias tradiciones e historia de las ideas políticas. La identificación de Yrigoyen
como el héroe restaurador enviado por la Providencia y el entronizamiento de la nación y el partido,
posibilita la elaboración teórica, por parte del nacionalista Ricardo Rojas, del radicalismo como una
nueva religiosidad de la Nación (Rojas, 1932).
Por otra parte, y tratando de reflexionar sobre el sentido mismo de las categorías políticas, al
interior del populismo, resulta un ejercicio de reflexión interesante cuanto las nociones de populus y
plebs entran en confrontación con las de ciudadano, nación y nacionalismo. Como señala Patrice
Canívez, la nación, en tanto que una comunidad histórica, posee una doble dimensión, es a la vez
cultural y política. Es decir, que por un lado alimenta el principio de legitimidad política secular
pero, por otro, es una comunidad identificada por una cultura, tradiciones y valores propios. Es en su
dimensión política, como contrato político y jurídico (Estado), que se confunde con pueblo o
soberanía popular. No obstante, el filósofo francés advierte – en una calurosa discusión con la
socióloga Dominique Schnapper- que no es la nación sino el pueblo en un sentido político el que es
una “comunidad de ciudadanos”, y, como tal, sólo una parte de la nación (Canivez, 2004). Con
respecto a los nacionalismo, Pierre Taguieff en L’illusion populiste muestra la diferenciación entre
dos polos, uno de ellos “protestatario”, el otro “identitario”. Para Taguieff, en el polo protestatario la
idea de pueblo conduce al demos en tanto que plebs. Mientras que el polo identitario remite al
ethnos, confundiéndose con la idea de nación y nacionalismos. Este último, desde la perspectiva del
politólogo francés, se encamina hacia una intolerancia por la heterogeneidad; el rechazo por el
extranjero (Taguieff, 2007). ¿Se puede pensar un sujeto político homogéneo sin caer en una
tendencia autoritaria, es decir, sin excluir la base heterogénea que compone la conformación de la
sociedad argentina, caracterizada como una sociedad de inmigrantes?
Si bien la construcción de la identidad nacional o el sentimiento de pertenencia hacen más a
una producción nacional de las elites políticas que a un sustrato orgánico, en la Argentina la
identidad nacional está ligada a la identidad popular. Dicho a secas: la argentinidad está enraizada en
el modo de concebir y en el modo en que se concibe el pueblo mismo. ¿Puede avizorarse un “tronco
común” entre la tradición liberal, la tradición democrática y los nacionalismos en la Argentina a
partir de la necesidad de asirse de un sujeto político “homogéneo” como la Nación o el Pueblo para
lograr una idea de integración nacional? La posibilidad de poner a transitar esta inquietud en los
distintos escenarios políticos y sociales del siglo XX permite ahondar en la polisemia y, por qué no,
la aporía de las principales corrientes del pensamiento político argentino y poner en cuestión el
advertible desencuentro entre el liberalismo y la democracia como sino de la historia política
argentina. ¿Se puede pensar un sujeto político homogéneo sin caer en una tendencia autoritaria, es
decir, sin excluir la base heterogénea que compone la conformación de la sociedad argentina,
caracterizada como una sociedad de inmigrantes? De cierto modo, la teorización sobre el populismo
y la relación del mito (dual) de la nación, el Uno de la soberanía popular y la democracia, nos envía a
los usos y resignificaciones de la imagen de “civilización y barbarie” a lo largo de la historia
argentina. A su vez, este antagonismo siempre latente –en su lectura diacrónica- porta la aporía de
una lógica complementaria que hace de la construcción de la identidad nacional un proceso
inacabado y campo de disputa de los diferentes proyectos de nación y de la construcción de la
identidad política que acompañan.
DEMOCRACIA, REPRESENTACION POLITICA Y PLEBISCITO EN TIEMPOS DEL
YRIGOYENISMO
DE APÓSTOLES, TEMPLOS Y CAUDILLOS EN EL INICIO DE LA DEMOCRACIA ARGENTINA
El dilema es de hierro; o se está con los monederos falsos, o se
está con la Nación. Francisco Beiró, cartas doctrinarias al Dr.
Carlos J. Rodríguez, 6/4/1915
[Yrigoyen] Es el caudillo que con autoridad de caudillo
ha decretado la muerte inapelable de todo caudillismo; es el
presidente que sin desmemoriarse del pasado y honrándose con él
se hace porvenir”, Jorge Luis Borges, carta a Enrique y Raúl
González Tuñón, 1928.
Con respecto al abordaje de la experiencia radical del período entre 1916- 1930, encontramos
los estudios sobre los partidos políticos y las prácticas electorales que suelen poner el acento en la
génesis del partido o en sus diferentes mecanismos de acción política, en la forma de su estructura
partidaria en el gobierno, en sus conflictos internos y las prácticas político- institucionales, y otra
línea de análisis centrada en las configuraciones discursivas en torno a la construcción del liderazgo
de Hipolito Yrigoyen y la novedad de la relación entre el líder y las masas. Estudios recientes vienen
llamando la atención respecto a las particularidades en la construcción de la identidad política por
parte del Yrigoyenismo (Aboy Carlés y Delamata, 2001; Aboy Carles, 2013; Sebastian Giménez,
2013, entre otros). Estos trabajos analizan el radicalismo a partir del liderazgo de Yrigoyen al interior
de la lógica populista laclaviana y en confluencia con la propia emergencia de la democracia
argentina, por no decir, su condición de posibilidad. Ya en La razon populista Ernesto Laclau hace
una mención al pasar de la figura de Yrigoyen en Argentina como “populismo latinoamericano”,
pero, para el autor, sus dos presidencias representan un reformismo y no un populismo “más radical”,
que constituye su objeto de estudio y teoría, como el peronismo (Laclau, 2005: 239). No obstante,
siguiendo a Aboy Carles –quien trabaja la relacion entre la construccion del populismo y ciertos
niveles de institucionalidad-, el yrigoyenismo como “la Causa contra el Régimen” plantearía un
agonismo que no permitiría neutralidad alguna- algo propio de la lógica agonística del populismo
(amigo- enemigo)- y la fuerza política, el Partido Radical, aparecería como la encarnación de la
Nación (A. Carlés, 2001). En este trabajo nos interesa dialogar con esta línea de análisis,
incorporando categorias fundamentales de la teoría política y siguiendo la intuición de que la
relación entre el líder y las masas es contitutiva de la tradición democrática argentina, desafiando los
planteos de la teoría europea de las elites o de la sociologia weberiana, que sostienen que la
democracia no pasa de ser una ficción y el poder siempre esta destinado a ser ejercido por una
oligarquía, algo similar a la apreciación del filósofo Jacques Rancière que comprende que el
principio de representación estatal implica la posibilidad de un poder oligárquico. Esta es una
diferencia fundamental con la apreciación de Ernesto Laclau de que sin representación no hay
política y la contundente afirmación de que la racionalidad populista es inherente a la construcción
del pueblo y, por ende, a la política propiamente dicha.
YRIGOYEN “LO ES TODO”
Si bien el radicalismo nace como un partido de principios esencialmente impersonal como
recita su Carta Orgánica de 1890, el discurso de Hipólito Yrigoyen abre una ruptura en el sentido
de la tradición de Leandro N. Alem, en un pasaje que poco a poco fue identificando partido-nación-
líder. La historiografía partidaria fue quitando estos elementos de ruptura, como bien hace notar el
trabajo de Delamata y Aboy Carles de 2001.1 El Partido Radical es el partido de Alem y de
Yrigoyen sin distinciones. Por otra parte, los estudios sobre partidos políticos y prácticas
electorales o bien ponen el acento en la génesis del partido político como fundador de prácticas
político-institucionales democráticas, haciéndose eco de la historiografía partidaria o hacen
hincapié en la disrupción entre el partido de principios e impersonal y las prácticas clientelares del
caudillismo yrigoyenista, como prácticas residuales de la política del viejo régimen oligárquico. La
novedad del liderazgo de Yrigoyen queda, de este modo, ocluída en una característica del pasado o
en la prebenda estatal en tanto sinónimo de “desviación” de una política pública de masas.
El Manifiesto de la Unión Cívica Radical al pueblo de la República del 30 de marzo de
1916 llama a todos los argentinos a cumplir con el “sagrado” deber cívico, porque el país requiere
“una profunda renovación de sus valores éticos”.2 Así, el advenimiento de la democracia argentina
se simboliza con la “Causa” –identificada con el partido radical y la nación- venciendo al
“Regimen” –la oligarquía que había hecho de la nación un mercado- en las urnas; victoria del
sufragio universal, obligatorio y secreto de 1916. 3 Yrigoyen aparece como el héroe restaurador
1 La historiografia partidaria fue quitando los elementos mas disruptivos de Alem y otro tanot paso con yrigoyen despues
de su muerte, tratando de converger la sucesion de un dirigente a otro como una continuidad no traumatica. La
reconstruccion retrospectiva de la propia tradicion del radicalismo, que es un ejercicio comun a toda fuerza politica,
posee la particularidad de neutralizar las diferencias, de licuar las posturas conflictivas.
2 Manifiesto de la Unión Cívica Radical al pueblo de la República (30-3-1916). Hipólito Yrigoyen, Pueblo y Gobierno,
vol. III, 2.a ed., Buenos Aires, Raigal, 1956, en Tulio Halperín Donghi, Vida y muerte de la república verdadera, Emecé,
Buenos Aires, 2007.
3 Con acierto Aboy Carles y Delamata marcan que el tono de Yrigoyen se va tornando cada vez más beligerante. Según
los autores es la pugna entre la UCR y El Regimen el que va a hacer coincidir el reclamo por el libre ejercicio del
sufragio con el sufragio universal. La diferencia entre la reinvindicacion del « sufragio libre » y el « sufragio universal »
podria dar cuenta algunas razones para las intervenciones federales. Fue « el sufragio libre (sin fraude ni coerciones) el
que constituyó entonces la bandera de este movimiento » (Revista Sociedad, 137-138). La escritura de Ricardo Rojas es
un excelente testimonio de las condiciones de existencia de práctica del sufragio en las provincias en su nota en La
Nacion sobre la reforma electoral : “¿Puede realizarse en igualdad de condiciones ‘reales’ una eleccion practicada en la
capital federal, a las barbas del presidente de la republica, con jueces federales que aguardan en su despacho la denuncia
del fraude o la venalidad, con la policia que hace respetar al sufragante, con comicios en la vecindad del ciudadano, con
tranvias a la puerta, calzadas de asfalto y comites que trasladan a los adictos en automoviles, con profusos carteles que
informan sobre los candidatos y sus meritos, con teatros y plazas donde oradores y conferencistas educan a los
ciudadanos, con abogados y fiscales que los defienden, con padrones purificados por la discusion publica, por la justicia
y por la prensa [...] con todo lo que constituye, en fin, la opinion publica en una poblacion densa y una gran ciudad del
mundo; y otra eleccion practicada en las riberas del Salado, en cualquier aldeorro de la selva, desde Inga hasta Copo, a
las barbas de un comisario rural, con la hostilidad de un juez de paz politiquero, con un polic ia que compela machete en
enviado por la Providencia, la UCR como la religión cívica del sufragio universal y la comprensión
de la política unida a la idea de apostolado y, por ende, a la función de evangelización.
En el discurso del 12 de octubre de 1916 Yrigoyen habla de la acción de gobierno como un
“apostolado” y en un mismo gesto plantea la “resurrección que pareciera imposible” de la Patria, de
“la verdad de la Patria”, “como si un dictado superior hubiera dispuesto que se fundiese en la más
indestructible solidaridad”. En una carta de Hipólito Yrigoyen a Alvear, éste escribe: “habíamos
transformado el templo en un mercado”, sintetizando el fundamento de la Causa contra el Régimen.
De manera sugestiva Paodan interpreta: “si el templo (la patria o la vida pública) se había
transformado en un mercado era necesario que un nuevo Jesús (Yrigoyen) ingresara al mismo a
echar a los mercaderes (los políticos del régimen)” (Padoan, 2002: 29). Ya en 1916 se instituye una
representación mesiánica de la figura de Yrigoyen como muestra la biografía de Oyhanarte que
titula El Hombre, dando por entendido en su figura la realización de un ideal. Yrigoyen aparece de
este modo como el “Hombre-idea, hombre- encarnación, hombre-bandera, hombre-símbolo”.
Oyhanarte enfatiza la figura del Mesías, Yrigoyen, como Jesús que redime a los hombres del
pecado, es: “Sembrador, evangelista y profeta–– sobre su dolorosa vía crucis no ha caído nunca; y
cuando más arreciaban los infortunios, más se nimbaba de luces su frente y mejor en la borrasca
que en la bonanza, piloteaba con mano segura, almirante insigne, la nave del ensueño” (Halperín
Donghi, 2007: 424). Este Jesús que encabeza una cruzada ética contra los políticos del régimen (los
mercaderes) encarna doctrina-ideal y acción. Para Hipólito Yrigoyen el radicalismo no era un
partido político sino un movimiento; la Nación misma.4 Desde el principio esta idea está unida a la
comprensión de la política como un apostolado. Yrigoyen aparece como el héroe restaurador
enviado por la Providencia, tal como recita en Mi vida y mi doctrina (1923). Esta idea del apóstol y
el sacrificio está íntimamente conectada con concebir a la Unión Cívica Radical como un
movimiento, como “la religión cívica de la nación adonde las generaciones sucesivas puedan acudir
en busca de nobles inspiraciones” (DHY, 1931: 474). La Causa contra el Régimen es la de la
Nación misma.
mano al elector, con urnas a leguas que es menester andar a caba- llo, vadeando esteros y soportando los rudos soles de
marzo en el norte; sin calles, sin carteles, sin orientacion, sin luces, sin prensa, sin contralor, sin justicia, con pretorianos
misteriosos que se dicen venidos de la ciudad, o del pueblo proximo, y que se traen la orden de voto y hasta las boletas
repartidas del despacho ministerial al jefe politico –en tal aislamiento y desamparo, en fin, que la eleccion suele muchas
veces no practicarse.” Rojas, La Nacion, 10 de septiembre de 1911. 4 Manifiesto de la Unión Cívica Radical al pueblo de la República:La Unión Cívica Radical es la Nación misma,
bregando hace veintiséis años para libertarse de gobernantes usurpadores y regresivos. Es la Nación misma, y por serlo,
caben dentro de ella todos los que luchan por los elevados ideales que animan sus pro- pósitos y consagran sus triunfos
definitivos. No es, por consiguiente, un partido político que reclama sufragios para sí mismo; es el sentimiento argentino
que, ahora como antes, y como siempre invoca su tradición de ho- nor y de denuedo. Buenos Aires, marzo 30 de 1916.
JOSÉ CAMILO CROTTO, presidente; DAVID LUNA, LUIS ÁLVARO PRADO, secretarios. (30-3-1916)Hipólito
Yrigoyen, Pueblo y Gobierno, vol. III, 2a ed., Buenos Aires, Raigal, 1956.
La Causa aglutina una amplia gama de antagonismos sectoriales contra El Regimen que se
identifica con el orden existente. Esa identidad entre Partido y Nación implica un desplazamiento
de las particularidades del radicalismo y, a la vez, una apertura a todas las oposiciones al régimen
vigente. Se vislumbra, entonces, para Delmata y Aboy Carles, la construcción de un vacio
programático que posibilita la construcción de un amplio espacio de equivalencias, desde la
interpretación de la teoría del populismo laclaviana. “El yrigoyenismo se revela así como un
ejemplo paradigmático de constitución hegemónica” –escriben los autores- “logra eregirse como
poder contra el Estado” reivindicando la vigencia de la Constitución y el libre ejercicio del
sufragio, empalideciendo cualquier otra diferencia política (2001:140).
Esta construcción del liderazgo de Yrigoyen constituía una novedad, si bien fue pensado
como una característica residual del pasado en continuidad con el caudillismo y la oligarquía,
según liberales y socialistas. La cita elegida de Jorge Luis Borges preanuncia la problemática que
nos interesa abordar en este trabajo. Borges enfatiza el elemento disruptivo del liderazgo de
Yrigoyen: por un lado, es un caudillo con “autoridad” de caudillo, su legitimidad política es
asimilada a características sedimentadas en el pasado nacional que se remontan a la tradición
personal del caciquismo español, a la mixtura del lenguaje religioso con la política local e indiana
en la que se entremezclan el mago, el brujo y el sacerdote. Por otro, este mismo caudillo, con
“autoridad” de caudillo, es decir, fundada en un principio transcendente y exterior a la propia
relación de dominio –la fe en el carisma, la persona del líder que encarna una misión histórica-, ha
decretado la muerte inapelable de todo caudillismo. No hay apelación posible para la muerte del
régimen caudillista que el propio Yrigoyen ha decretado. La muerte inapelable del pasado, de la
república restringuida, desprovista de la legitimidad de la fuerza popular. Un acto excepcional, una
decisión sobre el pasado que ha dado vida al régimen por venir: la democracia. La democracia
emerge del cadáver del caudillismo y a condición de éste.
Vale la pena recordar que Max Weber habla del caudillo por elección, es decir, por
legitimidad democrática y señala que “la diferencia entre un caudillo eligido y un funcionario
elegidos ya no es más, en esas condiciones, que la del sentido que el propio elegido dé su actitud y
-de acuerdo con sus cualidades personales- pueda darle frente al cuerpo administrativo y a los
súbditos: el funcionario se comportará en todo como mandatario de su señor -aquí, pues, de los
electores-, y el caudillo, en cambio, como responsable exclusivamente ante sí mismo, o sea,
mientras aspire con éxito a la confianza de aquellos, actuará por completo según su propio criterio
(democracia de caudillo ) y no, como el funcionario, conforme a la voluntad, expresada o supuesta
(en un “mandato imperativo”), de los electores." (Weber, 1993: 715-716). Las cursivas son del
autor y resulta de una gran riqueza interpretativa -siendo conscientes que se trata de “tipos ideales”
y no de los caudillismos democráticos “realmente existentes”- esta distinción que, más alla de la
legitimidad legal, separa al caudillo del funcionario: la función. En el caso del funcionario, la
función representativa es pasiva, un mandatario. En el caso del caudillo, es función activa,
autoafirmativa; como el Leviatan hobbesiano, mientras tenga la confianza de sus súbditos
(obediencia), solo responde a sí mismo. Weber, un descreído de la democracia en tanto que
“expresión de la voluntad del pueblo”, entiende la misma desde una perspectiva sociológica, es
decir, su concepción no es acerca de la democracia “deseable”, sino de la “posible” y a partir del
advenimiento de las masas, esa democracia posible es la democracia plebiscitaria:
La significación de la democratización activa de las masas es que un líder político [...]
contiene la confianza y la fe de las mismas, y por tanto su poder, con los medios de una
demagogia de masas. Esto significa [...] un giro cesarístico en la selección de los líderes. Y,
en realidad, todas las democracias tienden a eso. El instrumento específicamente cesarístico
es el plebiscito. (Weber, 1991: 232)
Precisamente, Borges no escribe en 1916, cuando “esa multitud (…) ante un gesto del nuevo
presidente, se habia abalanzado hacia el carruaje y tras desenganchar los caballos había comenzado
a arrastrarlo” hasta la Casa de Gobierno5, sino que escribe en 1928. Año en que transcurre el
comicio que lleva a Don Hipólito a la segunda presidencia y se conoció con el nombre de el
plebiscito, cuando alcanza la mayoría automática en el Colegio Electoral con el 62% de los votos
contra el Frente Único (todos, antipersonalistas, liberales, conservadores, socialistas, menos los
personalistas).6 Pero sugerimos que Borges no esta asociando este momento de la política nacional
con el caudillismo o cesarismo del que hace referencia el sociólogo alemán. En esta distinción es
donde pretendemos hacer intervenir la lógica populista laclaviana para pensar la relación líder-
masa con elementos carismáticos, es decir, en tanto confesión de fe, a la vez que acto eleccionario;
es decir, legitimidad legal y democrática, a partir de una construcción de consenso hegemónico (es
decir, agonístico). Pero cuya función representativa difiere del cesarismo weberiano,
fundamentalmente porque el líder no actúa según su propio criterio y, por supuesto, tampoco tiene
el rol pasivo del mandatario.
Podría decirse, que la lógica plebiscitaria acompaña a Yrigoyen desde la actitud plebeya de
sus seguidores al asumir por primera vez la presidencia, y en 1918 ya se hablaba de la “teoría del
plebiscito” con la cual pretendía justificar las intervenciones federales a las provincias en el mismo
5 Devoto, 2000 :108. 6 62 % de los votos, lo que le permitio alcanzar mayoria automatica en el Colegio Electoral a la formula : Yrigoyen-Beiro
contra Melo-Gallo, el Frente Unico (antipersonalistas, liberales, conservadores, socialistas, bloquistas, lencinistas)
año7 (La Nación, 28/7/1918; 8/4/1918; 4/10/1918).8 No entraremos en estas páginas a dilucidar este
otro aspecto relevante de la politica yrigoyenista relacionado con las intervenciones de la autoridad
politica nacional a las provincias. Ana María Mustapic pone de manifiesto las razones de las
intervenciones federales como una herramienta política eficaz ante los argumentos ideológicos en
torno a la interpelación parlamentaria de una oposición que, en 1916 conservaba la mayoría en
ambas cámaras del Congreso y en 1918 la seguía teniendo en el Senado. En otros términos, “la
oposición gozaba de un poder de veto en el proceso de decisiones” (1984: 99).9
No obstante, lo que si nos interesa de este análisis que tiene la lógica plebiscitaria de fondo,
es que Mustapic revela la existencia de un conflicto de valores políticos en el cual se perfilaron dos
concepciones de democracia que le resultan “incompatibles”: la democracia entronizada por la
tradición liberal y la democracia como voluntad popular, única e indivisible que no admite ser
contradecida y tampoco “tolera obstáculos que se interpongan a la centralidad política que el
líder encarna” (Mustapic, 1984: 106).
Es sabido que el propio Yrigoyen entiende su participación en la UCR como un
“apostolado”10; que el propio Alvear se dirige a él diciendo “Maestro, creo en ti”11 y que para sus
propios representantes, ya en 1916, la UCR no era un partido político, sino la “Nación misma”, “el
7 Escribe Rojas que “cuando apareció esta peregrina teoría en 1916, dijimos que la considerábamos un peligro para
nuestras instituciones. El radicalismo, en vísperas de su ascensión al mando, nos anunció que traía por único programa
la constitución; pero he aquí que, una vez en el gobierno, insiste en decir que su programa es `la reparación
institucional’, en virtud de un supuesto ‘plebiscito’ que le ha dado, para el caso, algo así como ‘la suma del poder
público’. Pero el plebiscito no figura en la constitución argentina, y además de ser una doctrina extraconstitucional,
reconoce en nuestra historia una filiación luctuosa que lo hace remontar a los tiempos ingratos de la tiranía” de Rosas.
[…] Bien que tales ideas importen colocarse fuera de la constitución, aceptaríamos la teoría del plebiscito, si al
menos se lo hubiera practicado. Practicarla habría sido, por ejemplo, hacer una consulta explicita al electorado,
preguntándole si aprobaba o desaprobaba tales o cuales gestiones del ejecutivo. Y el pueblo habría contestado, por si o
por no […] Pero las últimas elecciones […] tratábase simplemente de elegir diputados y gobernadores […] Convertir
este acto interno de la opinión y exclusivo de los partidos en voto implícito de aprobación al gobierno, es un abuso de
la dialéctica partidaria” (Rojas, La Nación 8/4/1918). 8 En cuanto a las autonomías provinciales, ellas son atributos de los pueblos y no de los gobiernos, y menos de los que
detentaron la representación pública y su derecho so- berano; en tales casos deben ser sometidas al análisis de la verdad
institucional. No se puede pues argumentar, moral ni jurídicamente con la autonomía de los es- tados para sostener la
aplicación actual de las leyes de su pasado. [...] DECRETO QUE PONE FIN A LA INTERVENCIÓN EN LA RIOJA Cámara de
Diputados, Diario de Sesiones, 3-2-1920.
9 Por otra parte, algo ocluído en la mayoría de los trabajos y resaltado por Aboy Carlés y Delamata, es el grado de
complejidad de las intervenciones federales “que deben ser leídas al interior de un proceso policéntrico de
homogeneización y nacionalización del espacio comunitario y de la propia expansión territorial del radicalismo,
indispensable como principio de gobernabilidad” (2001…).
10 Cf. Ferras, Graciela. “Hipólito Yrigoyen, apóstol de la Nación”. Revista Anacronismo e Irrupción. Los límites de la
política. Magia, religión y derecho como fronteras al poder político. VOL 4, nú. 7 (2014) pp. 127-148.
11 Maestro, creo en ti... tus razones son profundas y para nosotros intangibles... porque tú vives la visión dela obra
futura, donde no somos, en el crisol de la historia que hierve,más que metales en fusión, carbono,y escoria...
Cualquiera sea el camino,ciertamente te seguiremos... Maestro, creo en ti... HIPÓLITO YRIGOYEN-MARCELO T. DE
ALVEAR. Correspondencia telegráfica sobre la participación argentina en la Sociedad de las Naciones, Alvear en
Halperin Donghi, p. 359
sentimiento argentino”.12 En 1916 el radicalismo aparece, en la pluma de sus “evangelizadores”
como una fuerza popular que se sintetiza en un un hombre y en un nombre: Yrigoyen, “el
presidente actual es todo, somos todos, sin exclusiones y sin rivalidades”, recita Oyhanarte en la
Camara de diputados en una sesión de 1917.13
Es interesante observar, de este modo, que desde los estudios sobre partidos políticos y
practicas electorales suelen destactar un problema del sistema de representación política de la
democracia liberal alrededor de la construcción del liderazgo de Yrigoyen, a partir de esta
identificación identitaria entre el partido radical y la nación plasmada en un “discurso ético que se
superponía y fundía con el político” (Svampa, 2006: 178).14 La política como beruf, misión,
vocación, que caracateriza al político con convicción, como entendiera Max Weber, asociada a un
tipo de liderazgo que funde la autoridad con la voluntad popular (colectiva) en una “idea-principio-
voluntad” (Persello y De Privitellio, 2006). Esta idea también queda plasmada desde la perspectiva
histórica, Devoto bajo el subtitulo “Democracia, Populismo, Conservadurismo” describe la
aparición en la escena política argentina de esa multitud (cursivas del autor) que irrumpe con el
amor a su líder, provocando el malestar de las elites intelectuales conservadoras, socialistas y
liberales. A partir de las apreciaciones del campo intelectual del Centenario, del que Yrigoyen y el
radicalismo parecían estar “por fuera”, escribe Devoto que “demagogia y desenfreno parecían la
tónica de los nuevos tiempos”. “ El clima negativo que creaba el advenimiento de un gobierno
popular –continúa el autor- dejaba amplio margen para una discusión más extensa acerca del
sistema político y para una relectura del ideario republicano e incluso de la misma Constitución”
(Devoto, 2000:109). Las emergentes lecturas enfatizaban el carácter liberal pero no democrático de
la constitución. Devoto, en pocas líneas deja entrever el clima de descontento de los
“conservadores”, descontento con el “gobierno popular” representado en la figura de Yrigoyen.
Este clima estaba en sintonía con la intelectualidad “socialista” como muestra el estudio sobre la
Revista Argentina de Ciencia Politica dirigida por Rivarola que Roldán titula “crear la
democracia”. Rivarola, descreído de la posibilidad de representar al “pueblo”, entiende la
democracia como la relación entre política y saber ilustrado y-al igual que el socialismo de Justo y
otros más contemporáneos- no comprende la “política realmente existente”: la fuerza del sentido
12 Manifiesto de la U.C.R., en Halperin Donghi, p. 342
13 Oyhanarte, idem p.356 14 Escribe Halperin Donghi que “bajo la jefatura de Leandro N. Alem, la Unión Cívica Radical se había fijado por misión
el saneamiento de las instituciones políticas desvirtuadas por los gobierno electores” misión que “era reafirmación de una
bien conocida perspectiva política, vulnerable como tal a las críticas de partidos rivales”; en cambio bajo la jefatura de
Yrigoyen la Unión Cívica Radical se identificaba con la Patria misma para realizar una labor apostólica encarnada en su
propia figura. Halperin Donghi, Ariel, 2001, p. 610.
común de las masas.
En suma, la lectura monista del sujeto político es puesta en las distintas lecturas siempre
como modelo antinómico a la democracia liberal y al sistema representativo que este régimen
compromete. Aboy Carles y Delamata hablan de una pervivencia del imaginario liberal en
convivencia con el liderazgo de Yrigoyen, lo novedoso es como no se da una sutura, un cierre hacia
al autoritarismo. Pero nunca se pone en cuestión el principio mismo de la dicotomía. Si no más
bien, dan por sentado que la identidad entre nación-líder-partido o pueblo del liderazgo
yrigoyenista esta acompañado de una nueva idea de la representación política que: “si bien
valoraba el encuadre jurídico de la Constitución Nacional, hacía hincapié en el carácter monista de
la voluntad nacional y rechazaba (o aceptaba con resignación) una pluralidad de fuerzas sociales y
políticas cada vez más diferenciada” (Botana y Gallo, 1997: 119). Sosteniendo, de este modo, la
lectura que descubre que entre la democracia y los principios federales, liberales y republicanos
hay un juego de suma cero.
No obstante, el juego suma cero enfatiza una incompatibilidad, una íntima molestia que es
menos visible en la práctica que en la teoría, especialmente si uno de los atributos o modos de la
democracia, tal como la estamos avizorando, es el gobierno popular. Según Utchensko,
probablemente hasta Cicerón no se dió ningún significado político al término « popular ». Éste lo
utiliza por primera vez en la Oratio Pro Sestio (56 dC) y manifiesta que la libertad solo es posible
en el vivire civile popularis. Cicerón mismo, que gustaba más de ser considerado « optimate » que
« plebeyo », se llamó a si mismo « auténtico popular », homo novis (sin linaje) al ser “proclamado
Cónsul antes del escrutinio definitivo de los votos (a viva voz) (…) No proclamado por los
heraldos, sino por la voz única y común de todo el pueblo romano” (121 y leg agr 2,4). Aquí
aparece uno al menos de los sentidos de plebiscito en la república romana, la de ley o decreto
promulgado por la gente común, el “pueblo bajo”, plebs que construía su identidad política en
oposición al “pueblo alto” o populo grasso y de esta desunión, como bien interpretó Maquiavelo,
nació la libertad y la grandeza de Roma. Gramsci, en el cuaderno 2, asocia el momento de
hegemonía, la formación de consenso surgido del antagonismo como reforma moral y política,
articulación política de lo nacional-popular y transformación del sentido del mundo de la cultura
dominante en el sentido de las culturas subalternas, con el momento de lo universal y la libertad en
la república de los Discorsi. Para afirmar que no hay oposición de principio entre el momento de la
autoridad y la fuerza de El Principe con la república, “sino que se trata más bien de la hipótesis de
dos momentos de autoridad y universalidad.» 15 Dos momentos del orden de las cosas humanas, de
lo político, si entendemos la política como relación de dominio, como conflicto y distinguimos este
sentido de « la idea según la cual la gestión de la comunidad es el resorte de un poder
administrativo cuya legitimidad tiene origen en el conocimiento de la comunidad buena » (Laclau,
2005 :10). Esta última idea de la política, es de la que se aparta Laclau, precisamente para rescatar
la lógica populista como inherente a la racionalidad politica y no como elemento patológico o
desviación de la democracia, que implica en sì mismo un saber inherente a lo que es un buen o mal
régimen político y la idea de elites portadoras de ese supuesto saber. Precisamente la racionalidad
populista pretende romper con este esquema de articulación entre verdad y poder, en vías de la
construcción de la verdad efectiva de las cosas de las relaciones entre los hombres cimentada en el
sentido común de la cultura nacional-popular, desde una tradición que une los pensamientos sobre
la política de Maquiavelo y Gramsci. 16
“A VIVA VOZ” DEL PUEBLO (Vox populi, vox dei)
El yrigoyenismo constituyó una identidad que se vincula con el sufragio de una manera a la
vez tradicional y novedosa: pues la propia idea de regeneracionismo está asociada con el partido y
la construcción de un liderazgo carismático. Coinciden varios autores en señalar que el carácter
emotivo de este vínculo, la idea de elegido para llevar a cabo la restauración de la vida moral y
política de la república, suponía una legitimidad que traspasaba el mero acto eleccionario. Éste sólo
confirmaba una decisión ya tomada por el pueblo, Yrigoyen era el candidato natural. La
consagración del liderazgo era a priori a los comicios. Esta identificación, de cierto modo,
convertía el acto electivo del régimen democrático en una mera formalidad (Padoan, 2002: 94 y
15 En Maquiavelo la paradoja radica en que si bien el príncipe mata el vivir civile colectivo al pretender encarnar en uno
lo que corresponde a muchos puede, dentro y fuera de las repúblicas, transformarse en su “salvador”. Tanto en los
Discorsi como El príncipe se apela al poder personal para fundar un orden político o para reformar las costumbres o
leyes corrompidas que impiden el vivere civile. Cf. Rodriguez, Gabriela. La vida de Castruccio Castracani: un exemplum
de innovación maquiaveliana en la teoría política republicana. Foro Interno. Anuario de Teoría Política; Lugar: Madrid;
Año: 2013 vol. 13 p. 33 - 61. 16 « Con Gramsci –escribe Laclau, el termino hegemonia habra de adquirir un nuevo tipo de centralidad que trasciende
sus usos tacticos o estrategicos : ‘hegemonia’ es ahora el concepto clave para la comprension del tipo mismo de la unidad
existente de toda formacion social concreta » (Laclau, 1985 :31). La hegemonia entendida en el sentido gramsciano como
articulacion, amplia el campo de la contingencia historica en el ambito de las relaciones sociales. Las identidades
politicas se construyen a partir de su relacion con la fuerza hegemonia y no estan predeterminadas (clases). No obstante,
Laclau y Mouffe, al retomar y analizar la construccion gramsciana, senalan los limites de la misma, en tanto: “reposa
sobre una concepcion... que no logra superar plenamente el dualismo del marxismo clasico. Porque, para Gramsci,
incluso si los diversos elementos sociales tienen una identidad tan solo relacional, lograda a traves de la accion de
practicas articulatorias, tiene que haber siempre “un“ principio unificante en toda formacion hegemonica, y este debe ser
referido a una clase fundamental.
Valdez, 2012: 89). Estos son los motivos que llevan a catalogar la elección de 1928 como el
plebiscito por sus propios contemporáneos. Más allá de que los liberales y conservadores
estuvieran incómodos con la aparición de las multitudes en el escenario político y con su relativo
triunfo, Persello y De Privitello insisten en señalar que:
(…) no es contra una abstracta ‘masificación de la política’, a la que no comprenderían por
ser ‘liberales’, que se levanta la oposición a Yrigoyen, sino contra esta forma específica de
constituirse el escenario político luego de 1912 (…) la doble vía de la encarnación de la
regeneración, la victoria electoral y el liderazgo mesiánico, instaló una nueva versión del
sufragio, la forma plebiscitaria, que se impondría con fuerza en 1928 (Persello y De
Privitello, 2006:16).
La conducción personalista de Yrigoyen, no obstante, presenta testimonios desde
septiembre de 1909, cuando las críticas a su liderazgo y las disidencias dentro del partido
comenzaron a hacerse públicas encabezadas por el dirigente de la capital Leopoldo Melo y por el
cordobés Pedro Molina (Padoan, Gallo y otros). Apenas asumido como Presidente las críticas
comenzaron a profundizarse al interior del partido, las disidencias obedecían principalmente por la
incorporación de los llamados “neorradicales”, muchos provenientes del conservadurismo católico,
la intromisión del Comité Nacional, que respondía a Yrigoyen, en los problemas internos del
radicalismo en las provincias, cuando no el intervencionismo del Ejecutivo en los gobiernos
provinciales para solucionar problemas internos y, en suma, el la práctica personalista. La UCR
antipersonalista se constituye oficialmente en 1922.17 Del Mazo sintetiza estas dos tendencias del
17 El 14 de febrero de 1922 La Prensa publicaba el Manifiesto Electoral Antipersonalista que en su Preámbulo
decía:“Acontecimientos políticos recientes, señalan hechos que entrañan una grave amenaza para el régimen
institucional de la Nación y reclaman de todos los argentinos la obra interna y viril que conduzca a las reacciones
reparadoras.Ellos han sido determinados artificialmente por los más reprobables procedimientos, entre los que se han
contado hasta la prédica anárquica y disolvente que compromete y desconoce en sus mismas bases, la organización social
y política de la República, y la invasión del territorio de tres provincias por desbordada montonera organizada y
estimulada con los dineros de la de Buenos Aires (...) La Unión Cívica Radical, en su organización actual, es la expresión
disciplinada de las fuerzas que durante muchos años resistieron dentro del viejo partido la tendencia absorbente del
personalismo (...)En asambleas populares, con propósitos públicamente confesados de reivindicaciones democráticas
(...) llegó a la organización definitiva, reunió su comité y convención, sancionó un programa, eligió candidatos e inició la
activa y popular campaña que realiza. (...)”La Prensa, Buenos Aires, 14 de febrero de 1928 Manifiesto Electoral
antipersonalista ( En Halperin Donghi…., p. 100) Poco después se reunían en Córdoba el Partido Conservador de
Buenos Aires, los Autonomistas y Liberales de Corrientes, el Partido Liberal de Mendoza, la Unión Provincial de Salta,
el Partido Conservador de San Juan, el Partido Liberal de San Luis y el Partido Liberal de Tucumán y formaron una
Federación que daba su apoyo al documento. Refiriéndose al manifiesto de los antipersonalistas y al de los
conservadores, La Prensa decía: “Realizada esta tarea de discernimiento sobre los manifiestos referidos de los partidos
derechistas y “antipersonalistas”, decimos que los consideramos igualmente malos en su fondo y en su esencia política,
primero porque no han dicho ante el pueblo y al pueblo mismo francamente cuánto pretendieron de la Presidencia de la
Nación para sumarlo a lo que hacían, harían o pudieran hacer como directores políticos o como partidos capacitados para
partido, diciendo que una es de “de cepa oligárquica que consideraba que la acción del radicalismo
debía subordinarse a las formas democráticas sin producir transformaciones” y la otra, “quería
hacerse cargo de los cambios ocurridos en el país y en el mundo y producir grandes definiciones
político-sociales”, es decir, auspiciar una reforma nacional-popular.18 El senador por Santa Fe
Ricardo Caballero lo explica en 1924 cuando reconoce que por debajo de la idea central del partido
se movía “una corriente profunda que se deslizaba hacia la conquista de nuevas formas
democráticas.” Esa corriente que en su opinión constituía un “fenómeno político y social” no había
sido comprendida por muchos de los radicales. Las aspiraciones de los radicales yrigoyenistas, que
eran las de las masas radicales, los diferenciaban de “los hombres consulares” del partido que
combatían por ideas meramente políticas sin escuchar el “clamor de las multitudes, (...) que pugnan
por una mejora social”. Congreso Nacional Diario de Sesiones de la H: Cámara de Diputados, 21
de junio de 1924.
El radical antipersonalista Benjamín Villafañe escribe un libro con el sugestivo título
Irigoyen, el último dictador (1922) y acusa a Yrigoyen de ser un gobernante que aspiraba a una
“experiencia plebeya y autoritaria”. Esta lectura se suma a la reaparición en la escena política de
antiguas familias federales que habían estado relegadas políticamente. Años más tarde, en el clima
que antecede al golpe militar, asevera con tono beligerante que Yrigoyen pertenece a la estirpe del
“mestizo desubicado”, la de “casi todos los tiranos y tiranuelos sudamericanos”. Tradición de la
Península “donde libran ruda batalla la civilización europea y la barbarie africana, la barbarie de los
dogmas religiosos que llevan en sí la tiranía de los dogmas políticos” (Halperín Donghi, 2007: 428-
479). Esta reutilización de la dicotomía sarmientina debe ser entendida dentro de un nuevo marco
de oposiciones que hacia 1928 va a dar lugar a la alianza de la vieja elite conservadora: el
contubernio. En 1° de abril de 1928 fue la primera vez que se enfrentó en una elección presidencial
el radicalismo personalista con el antipersonalista y puso de manifiesto la polarización existente en
torno a la figura de Hipólito Yrigoyen, además de la rotunda victoria electoral del radicalismo
personalista en todo el país. El principal eje de la disputa, y articulador para todas las fuerzas
políticas, lo constituyó la democracia signada por la antinomia personalismo versus
el triunfo; segundo, porque el juego normal de todo partido no es la protesta, la denuncia, el grito destemplado ni el pedir
golpes de timón presidencial, sino la acción en la calle, en el distrito, en la provincia, en la Nación; acción de palabra
elocuente y de hecho enérgico, continuo,mantenido, vigorizado a cada momento , con prescindencia de lo que haga
Fulano o Zutano o de lo que piense, diga o haga el Presidente.” Constituía el editorial una dura crítica a quienes,
amparándose en un discurso principista habían cifrado su porvenir político en prácticas análogas a las que condenaban.
La Prensa. 15/2/1928. El problema presidencial y la responsabilidad de un fracaso. 18 Piñeiro, Elena. “Los radicales antipersonalistas. Historia de una disidencia. 1916-1943 [en línea]. Tesis de Doctorado
en Historia. Universidad Torcuato Di Tella. Argentina, 2007. Disponible en:
http://bibliotecadigital.uca.edu.ar/repositorio/contribuciones/radicales-antipersonalistas-historia-disidencia.pdf [Fecha de
consulta: .....]
antipersonalismo (Valdez, 2012: 88).
Desde la literatura sobre el tema suele ser esta presencia o manifestación de la política
como tal la que tendió a exacerbar la radicalidad de los discursos (Persello y De Privitello, 2006).
Y que funda en cierto sentido la posterior escisión del partido -y, agregamos, de la sociedad- en
réprobos y elegidos (radicalización del discurso político en términos de amigo- enemigo). Y marca
varios aspectos: por un lado, lo novedoso del liderazgo (carismático) y de la construcción
discursiva del liderazgo (apelando a una representación determinada de la sociedad en el proceso
de identificación de ambos) de Yrigoyen. El liderazgo de Yrigoyen supuso como enfatiza Ernesto
Laclau (un homónimo del teórico del populismo) en 1928, el partido radical “único y verdadero”,
el que se ha dado en llamar “personalista”, nada debe a doctrinas ni métodos europeos, ni es
producto del saber de un grupo de hombres, como el demócrata progresista o el socialista, sino que
ha surgido de la masa popular y con ella se identifica “en estos momentos trascendentales para la
democracia argentina”.19
La idea de Yrigoyen como falso apóstol, tirano y demagogo de antipersonalistas,
conservadores y nacionalistas, acompaña la firme creencia de que las multitudes sólo podían
gobernarse por el engaño o por la fuerza (Sánchez Sorondo, Luis Reyna Almandos, etc.). Mientras
que la teoría freudiana de la identificación de las masas con el líder promueve un engranaje
complejo en la organización de la sociedad, la tesis del engaño de las masas las reduce a la
sensación de sugestión leboneana. Para los opositores, la “chusma” yrigoyenista es la expresión de
una “ola turbia de incultura”, un atropello a la civilidad argentina, otra forma de “barbarie”. La
representación adquiere dimensiones hasta entonces desconocidas: emancipación como proceso de
construcción entre la identidad líder-nacion-pueblo. Pero no como algo dado, o preconstituído ni
hipostasiado (precisamente) sino como un proceso laico. Yrigoyen: “pero yo sé quien es el pueblo.
Nadie lo ha visto como yo; nadie, como yo, tampoco, jamas tan plenamente lo ha encarnado”
(Yrigoyen: 981:73). Esto que Aboy Carles y Delamata llaman “dimensión intensiva de la
equivalencia” o sobredeterminación. Dónde la mayoría de los elementos que se articulan bajo el
“yrigoyenismo” pierden su particularidad sectorial (jujeño, progresista, liberal, conservador, etc).
A este proceso los autores le llaman “la radical dimensión democrática del yrigoyenismo”. Escribe
Padoan que:
El líder radical se convertirá en la figura central de la vida política argentina. Ni seguidores
ni adversarios podrán hacer política sin representarse de alguna manera el liderazgo de
Yrigoyen. Para sus seguidores será un apóstol, un nuevo Jesús de la política argentina,
destinado por la Providencia a restaurar el bien en estas tierras; para sus adversarios será un
19 Cf. Halperín Donghi, Vida y muerte..., ob. cit., p. 455.
falso apóstol o un demagogo y un tirano. De cualquier modo, no se podrá hacer política sin
tener una posición sobre Yrigoyen” (Padoan, 2001:85).
Los discursos políticos, los símbolos, tanto de personalistas como de antipersonalistas,
quedan atrapados en torno a la puesta en valor del sentido que líder y pueblo inscribieron en la
política como práctica sacralizada.
Bajo el subtitulo de “Nación, populismo y liderazgo” Aboy Carlès y Delamata dicen que el
populismo es algo más que esta tendencia a la ruptura y la contratendencia a la integración de un
mismo espacio político. Hablan de una característica peculiar en el orden de representación del
liderazgo en esa suerte de identidad-encarnación que no tiende a una sutura autoritaria, sino que
deja pervivir el orden liberal. Por lo tanto, este liderazgo no da cuenta de la hipostásis de dos
campos bien diferenciados. Pero, podríamos pensar que la nación es siempre un “proyecto
inconcluso” ( Xavier Guerra, Quijada y otros) y como tal, la nación no es una hipotásis de una
realidad ya dada, sino, justamente, un proceso en construcción. Lo que podría permitir salirse de la
dicotomia que plantea, por ejemplo, Pierre Taguieff en L’illusion populiste mostrando la
diferenciación entre dos polos: uno de ellos “protestatario”, el otro “identitario”. Mientras el
primero, pone el acento en la lógica agonística del pueblo contra la élite dominante. El segundo,
aparece como un momento de sutura, de homogeneización pueblo-nación- líder (algo que Laclau
podría mostrar como articulación hegemónica, pero siempre en una lógica radicalizada, más
“instituyente” y no “instituída”). De Ipola y Portantiero advirtieron la presencia de una concepción
organicista en los populismos “realmente existentes” que tienden hacia una nueva sutura mediante
la homogenización del espacio de conflictividad que les dio vida (De Ipola y Portantiero, 1989).
Pero es necesario poner en cuestión el principio mismo de esta dicotomía entre la postura
“rupturista” y/o emancipadora y la lógica identitaria de “idea-principio-voluntad” en la cual el
“pueblo”, “voluntad colectiva”, “fuerza popular” parece esfumarse en el cuerpo de un individuo o
en el símbolo de un nombre. ¿ Son sinónimos individuo y nombre? Claramente no. Uno refiere a
una corporalidad (particular) que representa más que sí misma, cierta universalidad (Dios, Nombre
propio, Rey, Líder, etc.). El nombre es símbolo, significante vacio lacan-laclauviano, sin tener
cuerpo, también es una particularidad simbólica que encarna una universalidad (im)posible.
Arriesgamos a decir que el populismo como problema puede sintetizarse en la cuestión de la
politica personal o impersonal, dicho en otros términos, en ese sinuoso terreno en dónde se
levantaron los monumentos de la secularización moderna.
Contra las teorías clásicas de la representación política que privilegian la teoría elitista de
selección de los gobernantes, la idea de una minoría que gobierna e incluso que justifican la
argumentación de la necesidad de tutela de las masas, contra ésta teoría clásica de la representación
política Laclau en La razón populista escribe que:
La principal dificultad con las teorías clásicas de la representación política es que la mayoría
de esas concibió la voluntad del pueblo como algo constituido antes de la representación (...)
Una vez que llegamos éste punto, la única pregunta relevante es como respetar la voluntad de
los representados dando por sentado que tal voluntad existe en primer lugar.
Frente este argumento, Laclau contrapone la idea de que "la representación constituye un
proceso en dos sentidos: un movimiento desde el representado así el representante, y un movimiento
correlativo del representante hacia el representado. El representado depende del representante para la
constitución de su propia identidad." Podemos entender, como hace en la autor, que " la construcción
del pueblo sería imposible sin el funcionamiento de los mecanismos de representación" (2005 : 204-
207) Es importante señalar que Laclau habla de la dimension hegemonia, en tanto articulacion
contingente (por ende dimension central de la politica), como constitutiva de la subjetividad de los
agentes historicos. Por lo tanto, hay una dimension universalista, pero esta es muy particular porque
no es el resultado de una decision contractual, no esta necesariamente ligada al espacio público ni a
la estructura social. « El vinculo hegemonico –escribe Laclau- es, por el contrario » (en tanto que no
tiene un telos hacia una sociedad sin clases, hacia la reconciliacion de la humanidad),
« constitutivamente politico ». (Laclau, 2004: 12-13) Esa « universalidad particular » resulta de la
dialectica de la lógica de la diferencia y la lógica de la equivalencia.
« Cuáles son los medios de representacion ? » -se pregunta Laclau- « solo pueden consistir en
una particularidad cuyo cuerpo se divide, dado que, sin cesar de ser un particular, ella
transforma su cuerpo en la representacion de una universalidad que lo trasciende- la de la
cadena equivalencial-. Esta relación, por la que una cierta particularidad asume la
representacion de una universalidad enteramente inconmensurable con la particularidad en
cuestion, es lo que llamamos una relacion hegemonica ». (2004 :13)
Por un lado, contra la idea de una función pasiva del líder, en la idea de mandatario, Laclau
propone la función activa del representante en la constitución contingente, inmanente y emergente
del representado. A su vez, se lo ha criticado por resta función compleja y central en la construcción
del pueblo que lleva a que «solo el lider establece la unificacion simbólica », y « solo por el líder el
pueblo opera. Sin el líder no hay trama social de equivalencia, y sin ella no hay pueblo ni enemigo »
(Villacañas Berlanga, 2006 :76). Las primeras críticas en relación a la figura del líder se dan, en una
primera etapa por los comentarios de De Ipola y Portantiero (1981) en los años ochenta a la oclusión
de la teoría laclaviana de la fuerte estatalidad y el personalismo de la construcción del liderazgo
político en los populismos « realmente existentes » : la aniquilación de la pluralidad de lo nacional-
popular a partir del significante-amo. En trabajos posteriores y recientes, las críticas de De Ipola
(2009) hacen hincapié en las incursiones psicoanalíticas de Laclau para interpretar el populismo y el
deficit democrático del pacto de origen del líder como significante vacío. Por su lado, los análisis de
Aboy Carles y Julián Melo sobre populismo prefieren omitir el papel central que los liderazgos
personalistas han ocupado en los fenómenos históricos. Porque están convencidos que “el
mecanismo populista de negociar las contradictorias tendencias a la ruptura y a la conciliacion social
puede repetirse aun en ausencia de un liderazgo de ese tipo” (Aboy Carlés y Melo, 2014).
Reforzando esta idea, en otro trabajo Melo sostiene que: “si el antagonismo se concibe como espacio
contingente y co-constituido, el lider populista debe ser pensado como una entre varias fuerzas en
pugna y no como la unica, suponiendo entonces que su capacidad de determinacion, si bien
poderosa, no es monopolica.” (Melo, 2016:28)
No obstante, como sugiere Martín Retamozo (2014) el problema requiere ser planteado entre
el lider y la Idea, y asumir los retos que implica pensar las convergencias y el solapamiento entre
ambos. Para la teoria, la Idea (“el significante vaciado”, en Laclau 1996) puede provenir de
diferentes espacios del campo simbolico y no necesariamente ser el nombre de un individuo. Escribe
Laclau: “Podemos vislumbrar la relevancia de la problematica de la representacion para nuestra
discusion sobre populismo, ya que la construccion del pueblo seria imposible sin el funcionamiento
de los mecanismos de la representacion. Como hemos visto, la identificacion con un significante
vacio es la condicion sine que non de la emergencia de un pueblo. Pero el significante vacio puede
operar como un punto de identificacion solo porque representa una cadena equivalencial” (Laclau,
2005:204) .
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