8/4/2019 Catequesis17 09 2011: Dios en el momento de la angustia
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BENEDICTO XVI
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de S. Pedro del VaticanoMircoles 14 de septiembre de 2011
Dios en el momento de la angustia
Queridos hermanos y hermanas,
en la catequesis de hoy quisiera afrontar un Salmo de fuertes implicaciones
cristolgicas, que continuamente aflora en los relatos de la pasin de Jess, con su
doble dimensin de humillacin y de gloria, de muerte y de vida. Es el Salmo 22
segn la tradicin juda, 21 segn la tradicin greco-latina, una oracin sincera y
conmovedora, de una densidad humana y una riqueza teolgica que lo convierten
en uno de los Salmos ms rezados y estudiados de todo el Salterio. Se trata de una
larga composicin potica (nosotros nos detendremos en particular en la primera
parte), concentrada en el lamento, para profundizar algunas dimensiones
significativas de la oracin de splica a Dios.
Este Salmo presenta la figura de un inocente perseguido y rodeado de
adversarios que quieren su muerte; l recurre a Dios en un lamento doloroso que,
en la certeza de la fe, se abre misteriosamente a la alabanza. En su oracin la
realidad angustiosa del presente y el recuerdo consolador del pasado se alternan,
en una sufrida toma de conciencia de la propia situacin desesperada que no
quiere renunciar a la esperanza. Su grito inicial es una llamada dirigida a Dios que
parece lejano, que no responde y que parece haberlo abandonado:
Dios mo, Dios mo, por qu me has abandonado?
Por qu ests lejos de mi clamor y mis gemidos?
Te invoco de da, y no respondes,
de noche, y no encuentro descanso (v. 2 y 3).Dios calla y este silencio hiere el nimo del orante, que llama incesantemente,
pero sin encontrar respuesta. Los das y las noches se suceden en una bsqueda
incansable de una palabra, de una ayuda que no llega; Dios parece muy distante,
muy olvidadizo, muy ausente. La oracin pide escucha y respuesta, solicita un
contacto, busca una relacin que pueda darle consuelo y salvacin. Pero si Dios no
responde, el grito de ayuda se pierde en el vaco y la soledad se convierte en algo
insoportable. Adems el orante de nuestro Salmo llama al Seor tres veces mi
Dios, en un extremo acto de confianza y de fe. No obstante las apariencias, el
Salmista no puede creer que el vnculo con el Seor se haya roto totalmente y,
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mientras pide un por qu del presunto abandono incomprensible, afirma que su
Dios no puede abandonarlo.
Como se sabe, el grito inicial del Salmo, Dios mo, Dios mo, por qu me has
abandonado? se cita en los Evangelios de Mateo y de Marcos como el grito
lanzado por Jess cuando muere en la cruz (cfr. Mt 27,46; Mc15,34). Expresa todala desolacin del Mesas, Hijo de Dios, que est afrontando el drama de la muerte,
una realidad totalmente contrapuesta al Seor de la vida. Abandonado por casi
todos los suyos, traicionado y renegado por los discpulos, rodeado por los que le
insultan, Jess est bajo el peso aplastante de una misin que debe pasar por la
humillacin y el aniquilamiento. Por esto grita al Padre y su sufrimiento asume las
palabras dolientes del Salmo. Sin embargo el suyo no es un grito desesperado,
como no lo era el del Salmista, que en su splica recorre un camino atormentado
que llega finalmente a una perspectiva de alabanza, en la confianza de la victoria
divina. Y ya que en la costumbre juda citar el inicio de un Salmo implicaba una
referencia al poema completo, la oracin de Jess agonizante, aunque mantiene su
carga de sufrimiento indecible, se abre a la certeza de la gloria. No era necesario
que el Mesas soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?, dir el
Resucitado a los discpulos de Emas (Lc 24,26). En su Pasin, en obediencia al
Padre, el Seor Jess atraviesa el abandono y la muerte para alcanzar la vida y
darla a todos los creyentes.
A este grito inicial de splica, en nuestro Salmo 22-21, seguidamente, en una
dolorosa comparacin, recuerda el pasado:
En ti confiaron nuestros padres:
confiaron, y t los libraste;
clamaron a ti y fueron salvados,
confiaron en ti y no quedaron defraudados (v. 5 y 6).
Ese Dios que hoy al Salmista le parece lejano, es el Seor misericordioso que
Israel ha experimentado siempre en su historia. El pueblo, al que pertenece el
orante, ha sido objeto del amor de Dios y puede testificar su fidelidad.
Comenzando por los Patriarcas, despus en Egipto y en la larga peregrinacin en el
desierto, durante la permanencia en la tierra prometida, en contacto con pueblosagresivos y enemigos hasta la oscuridad del exilio, toda la historia bblica ha sido
una historia de peticin de auxilio por parte del pueblo y de respuestas salvficas
por parte de Dios. Y el Salmista hace referencia a la inquebrantable fe de sus
padres, que confiaron -se repite este verbo tres veces- sin quedar nunca
defraudados. Ahora, sin embargo, parece que esta cadena de invocaciones
confiadas y respuestas divinas se haya interrumpido. La situacin del Salmista
parece desmentir toda la historia de salvacin, haciendo ms dolorosa la realidad
presente.
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Pero Dios no puede desmentirse, y entonces la oracin vuelve a describir la
penosa situacin del orante, para hacer que el Seor tenga piedad e intervenga,
como haba hecho siempre en el pasado. El Salmista se define pero yo soy un
gusano, no un hombre;la gente me escarnece y el pueblo me desprecia (v.7), se
burlan de l, lo desprecian (cfr v. 8), y herido en su propia fe: Confi en el Seor,que l lo libre;que lo salve, si lo quiere tanto (v.9). Bajo los golpes burlones de la
irona y del desprecio, parece que el perseguido pierda sus connotaciones
humanas, como el Siervo sufriente del Libro de Isaas (cfr Is 52,14; 53,2b-3). Y como
el justo oprimido del Libro de la Sabidura (cfr 2,12-20), como Jess en el Calvario
(cfr Mt 27,39-43), el Salmista ve cmo se pone en tela de juicio su relacin con el
Seor, el nfasis cruel y sarcstico de los que lo estn haciendo sufrir: el silencio de
Dios, su aparente ausencia. Sin embargo, Dios est presente en la existencia del
orante con una cercana y una ternura incuestionable. El Salmista lo recuerda al
Seor: T, Seor, me sacaste del seno materno,me confiaste al regazo de mi
madre; a ti fui entregado desde mi nacimiento (v. 10-11a). El Seor es el Dios de la
vida, que hace nacer y acoge al neonato y lo cuida con afecto de un padre. Y si
antes se haba recordado la fidelidad de Dios en la historia del pueblo, ahora el
orante evoca su propia historia personal de relacin con el Seor, remontndose al
momento particularmente importante del inicio de su vida. Y all, no obstante la
desolacin del presente, el Salmista reconoce una cercana y un amor divino tan
radical, que ahora puede exclamar, en una confesin llena de fe y generadora de
esperanza: desde el seno de mi madre, t eres mi Dios (v.11b).
El lamento se convierte ahora en una splica conmovedora: No te quedes
lejos, porque acecha el peligro y no hay nadie para socorrerme (v.12). La nica
cercana que el Salmista percibe y que lo aterroriza es la de los enemigos. Y por
tanto es necesario que Dios se haga cercano y que lo socorra, porque los enemigos
rodean al orante, lo cercan y son como toros poderosos, como leones que abren
sus fauces para rugir(cfr v. 13-14). La angustia altera la percepcin del peligro,
aumentndolo. Los adversarios parecen invencibles, se han convertido en animales
feroces y peligrossimos, mientras que el Salmista es como un pequeo gusano,
impotente, sin defensa alguna. Pero estas imgenes, usadas en el Salmo, sirvenpara decir que cuando el hombre es un ser brutal que agrede a su hermanos, algo
animal lo posee, parece perder su apariencia humana; la violencia tiene algo de
bestial y slo la intervencin salvadora de Dios puede restituir la humanidad al
hombre. Ahora, para el Salmista, objeto de tanta feroz agresin, parece que no hay
salida y que la muerte comienza a poseerlo: Soy como agua que se derramay
todos mis huesos estn dislocados [...]; mi garganta est seca como una teja y la
lengua se me pega al paladar. Se reparten entre s mi ropa y sortean mi tnica(v.
15.16.19). Con imgenes dramticas, que encontramos en los relatos de la Pasin
de Cristo, se describe la descomposicin del cuerpo del condenado, el calor
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insoportable que atormenta al moribundo y que encuentra eco en la peticin de
Jess: Tengo sed (cfr Jn 19,28), hasta alcanzar el gesto definitivo con el que los
torturadores, como los soldados bajo la cruz, se reparten las vestiduras de la
vctima a la que consideran muerta (cfr Mt 27,35; Mc 15,24; Lc 23,34; Jn 19,23-24).
Y de nuevo, la peticin de socorro urgente: Pero t, Seor, no te quedeslejos;t que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. Slvame(vv. 20.22a).Este es
un grito que abre los cielos, porque proclama una fe, una seguridad que va ms all
de toda duda, de toda oscuridad y de toda desolacin. Y el lamento se transforma,
deja lugar a la alabanza en la acogida de la salvacin: Yo anunciar tu Nombre a
mis hermanos, te alabar en medio de la asamblea (v.23). As el Salmo se abre a la
accin de gracias, al gran himno final en el que participa todo el pueblo, los fieles
del Seor, la Asamblea litrgica, las generaciones futuras(cfr v. 24-32). El Seor ha
venido en su ayuda, ha salvado al pobre y le ha mostrado el rostro de su
misericordia. Muerte y vida se han cruzado en un misterio inseparable del que ha
salido victoriosa la vida, el Dios de la salvacin se ha mostrado Seor indiscutible
ante el cual todos los confines de la tierra celebrarn y todas las familias de los
pueblos se postrarn. Es la victoria de la fe, que puede transformar la muerte en
don de vida, el abismo del dolor en fuente de esperanza.
Querdisimos hermanos y hermanas, este Salmo nos ha llevado al Glgota, a
los pies de la cruz, para revivir su pasin y compartir la alegra fecunda de la
resurreccin. Dejmonos invadir de la luz del misterio pascual y, como los
discpulos de Emas, aprendamos a discernir la verdadera realidad ms all de las
apariencias, reconociendo el camino de la exaltacin en la humillacin y la plena
manifestacin de la vida en la muerte, en la cruz. As poniendo de nuevo toda
nuestra confianza y esperanza en Dios Padre, en el momento de la angustia, le
podremos rezar con fe tambin nosotros y nuestro grito de auxilio se transformar
en cantos de alabanza. Gracias