7/17/2019 Catelli, Nora, "Introduccin" a En la era de la intimidad
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Introduccin
En la de la intimidad
Esto es slo una autobiografa en la medida
en que en ella se cuenta la historia de un proble-
ma que, casualmente, tiene mi misma edad: r ] es
el problema
y
el fenmeno de ese
gigantesco
ma-
quiavelismo que se
viene
preparando intelectual-
mente desde hace cincuenta aos y cuyas conse-
cuencias apocalpticas vivimos hoy en realidad ,
Hermann Broch,
Autobiografa como
progr m
de
tr b jo
1941.
l
El
imaginario
de lo ntimo
Slo
tiene
vlor de veracidad
en
el
discurso
lo que
hace
evidente
a
un
sujeto pero po poseemos
ningn
instrumento
definitivo
para
atrapar eSe sujeto: este es el signo de la
era
de la
intimidad.
Lo subjetivo la vivencia
la experien
cia
mcarnada en
la confesin o el testimonio expresan
esa
medida comn
de
veracidad que
el
discurso propone
y
que
slo puede
traducirse
como figura de
la interioridad en
lo
ntimo transformado
en prueba
de una certeza
que
se basa
en la fiabilidad textual de
su
localizacin y al mismo tiem
po de manera contradictoria en la conviccin de
su
inac
cesibilidad existencial.
Este valor
de
veracidad
posee
alcances limitados: en
lo
ntimo
no
reside
la verdad
de
la Historia sino la
va - hoy
privilegiada- para
comprender la Historia
como
sntoma.
Aunque la
Historia como sntoma podra ser pensada des
de
otras perspectivas actualmente la hermenutica que
prevalece sugiere
aprehend
er
sus
significados
en las
flexio
nes indirectas de
la intimidad
-tanto en los discursos del
pasado como
en
los del
presente.
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Lo
ntimo
es el espacio autobiogrfico convertido en
sea l de
peligro
y, a
la
vez, de
frontera; en lugar
de
paso
y posibilidad de superar o transgredir la oposicin entre
privado y pblico.
2
Es un espacio pero tambin
una
posi-
cin
en ese
espacio; es
el lugar
del
sujeto moderno -su
conquista
y su estigma- y al tiempo es algo que permite
que
esa
posicin
sea necesariamente inestable.
Lo
ntimo
es
imaginario
en el sentido
en
que Roland Barthes define
este
concepto
parafraseando
a
Jacques Lacan,
como efec-
to sospechoso del
desconocimiento
que el
sujeto tiene
de
s
mismo
en
el
momento en que
se
decide
a asumir y ac-
tuar como su yo . 3 Pero la dimensin imaginaria no es
slo desconocimiento (o
punto
cigo) sino movimiento de
ruptura
y,
Jor
tanto, poderoso dinamizadot.
4
En esta
do-
b e
vertiente -que incorpora la
vers in
lacaniana
de lo
imaginario aunque
le
agrega
un
carcter
de
apertura
y
no slo de clausur , del
autoconocimiento-
1
",
intimidad
no
constituye
nicamente una expresin
de la
trampa
del
autoengaiio
definida por Lacan
sino
tambin
una herra
mienta
para la comprensin de
las transformaciones
his-
tricas.
A
un estricto
linaj
e de
pensadores se debe la
hoy hege-
mnica
lnea
de
pensamiento que aborda esa
funcin do-
ble de lo
ntimo
-p un to ciego y lugar de paso- desde Georg
Simmel o Norbert Elas a Emmanuel
Lvinas
y Michel
de
Certeau. En
esta
vertiente
-que
ha
oscurecido
otros
aportes significativos,
a los
que me referir ahora-
lo n-
timo es
objeto de
una fenomenologa radical
de la
inte
rioridad
entendida como asimetra aunque
tambin
como
percepcin derivada de la alteridad .
Lvinas
formul jus
tamente su rasgo terico
bsico
ms
influyente,
el de la
inaccesibilidad:
Los sere:; no son intercambiables s ino recprocos, 0 mejor di-
h
son intercambiables
porque
son recprocos
A partir de ese
e
o,
. b]
o,
en
to
la relacin con otro se torna lmposl
e .
om ,
Esa imposibilidad
no
constituye nicamente un
rasgo
filosfico, sino
una
vivencia histrica, como
tambin
ad-
virti
Lvinas:
Yo no defino al otro por el porvenir,
sino
al porvenir por la otre-
dad, ya que el porvenir mismo de la muerte consiste en su t o . t ~ l
alteridad.
Mi
respuesta principal se reduce a decir que la relaclOn
eon otro, considerada en el nivel de nuestra civilizacin, es una
c'omplicacin de nuestra relacin original 1
.
. 1
,6
La
postura
de Lvinas el judo
tiene su
contraparte
en
Paul Ricoeur
el
cristiano.
No
es casual
que, casI Jl1versa-
mente
ste
describa
la
relacin con el otro como don (no
como
~ u r o ;
y que lo
haga precisamente en su
utobiogr -
fa bntelectual
E l punto es el siguiente: de la ntima certeza de existir en el
modo del s el ser humano no tiene dominio; le viene, le adviene, a
la manera e un don, de una gracia, de los que el s no dispone .;
Al revs de Lvinas, Ricoeur postul si
empre
que el otro
es
radical
y
misteriosamente
accesibl
e; sin embargo,
a pe-
sar
de esta
evidente disputa,
los
trminos
tericos
en que
piensa ese vncu lo
pertenecen
al mismo horizonte concep-
tual
de Lvinas: una atencin
profunda,
casi
absorta,
al
probl
ema
de
la
construccin
subjetiva.
Por ello muchos de
los
elementos
de
esa
fenomenologa
radical
aparecen
re-
currentemente en
el
archivo
de
autoridades
-antes men-
cionado- de la reflexin terica
actual sobre
los
gneros
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de la
memoria,
cada vez ms atentos a ese ncleo de la
intimidad. No
obstante esta
hegemona ,Ia fenomenologa
radical
de la relacin con el otro -en
Lvinas
imposibili
dad, en Ricoeur gracia- slo es
uno
de los modos de acceso
a la evidente situacin priv
ilegiada
de los gneros de la
intimidad en los discursos de la Hi sto
ria
y en las formas
literarias actuales.
Hay otros modos de
entender esta
presencia persisten
te de la
legitimacin
subjetiva de cualquier discurso; de
uno de ellos se hace cargo
Be
a
tr i
z Sarlo en Ti
em
po pasa
do-Cultura de la
memoria
y giro
su bj
etivo Una
discusin,
para a
continuacin
datar con
pr
ec isin el inicio del cam
bio en la consideracin epistemolgica de lo s re
gistros
de
la vivencia individua; en el ingls Richard Hoggart 9 qu e
inici de al;n modo la refl exin sobre la historia de la
lectura. Obse rva
Sarlo
qu e todava en
1970
el important
simo libro de Hoggart, Th e Uses
of
Literacy
(1957,
lleva
ba , en su
traduccin francesa
,
un
prlogo de
Jean
Claude
Pa sseron en el que
an
consideraba sospechoso
para
las
ciencias sociales que Hoggart apelase a sus propios re
cuerdos y experiencias de la adolescencia s
in
considerarse
obligado a fundar tericamente la introduccin de esa di
men sin subjetiva : 10
La idea de entender el pasado d
es
de s u lgica (una utopa que
ha movido la histo ria),
se
enreda con la certeza de que ello, en pri
mer lugar es completamente posible, lo que aplana la complejidad
de lo
qu
e
se
quiere recon
st
ru
ir;
y en
seg
undo lugar, de que lo alcan
za co locndose en la per spect iva de un s
uj
eto y reconociendo a la
su bje tividad un lugar, presentado con recursos que en muchos ca
sos provienen de lo que, d
e.s
de mediados del siglo XIX,la literatura
experiment como primera persona del relato y discurso indirecto
libre: modos de subjetivacin de lo narrado. Tomadas
estas
innova-
12
ciones en conjunto , la actual tendencia acadmica y del mercado de
los bienes simblicos que se propone reconstruir la textura de ,la
vida y la verdad albergada en la rememoracin de la experiencIa,
la revaloracin de la primera persona como punto de vista , la
rei
vindicacin de una dimensin subjetiva. que hoy
se
expande sobre
los estudios del pasado y los estudios culturales. Son pasos de un
programa que se hace explcito, porque hay condiciones ideolgicas
que
1 sostienen
Contemporneo a lo que se llam en los aos se
tenta
y
ochenta el giro lingstico , o acompandolo muchas ve
ces como su sombra, se ha impuesto el giro su
j
etiuo .11
11.
Antecedentes:
de
la
vergenza
a la
ansiedad
La
aguda reflexin de
Sarlo
acerca del giro subjetivo
no
se
detecta slo en la lista de autores
que
antes califiqu
de hegemnica. Hay otro contigente previo de corrientes y
pensadores menos citados en la actualidad, que vale la pena
incorporar
para
comprender el alcance del movimiento
y,
sobre
todo,
su prolongada gestacin
todo a lo largo del si
glo
XX.
El
primero
es prcticamente un divulgador de la
sociologa (y un sutil detector de perfiles histrieo-carac
terolgicos), David Riesman. Entre 1949 y 1950,
para
mos
trar las nuevas condiciones en las que se construa el indi
viduo en la sociedad norteamericana de la postguerra, Ries
man
describi, en
un
libro clsico,
tres
tipos de
personali
dades
.
En primer
trmino,
la persona dirigida
por
la
tradi
cin, que siente el impacto de su
cultura
como
una
uni
dad , con cuyos miembros est en
un
contacto diario y que
no le exigen
que
sea un determinado tipo de
persona sino
que se comporte de la
manera
adecuada . Si el individiduo
transgrede estas normas, siente temor a ser cubierto de
v e r g ~ n z a .
13
7/17/2019 Catelli, Nora, "Introduccin" a En la era de la intimidad
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. En segundo lugar se encuentra el tipo de persona diri
gIda
desde
adentro ,
que ha
.
... Incorporado tempranamente un giroscopio psquico que sus pa-
dres ponen en movimiento y que, ms adelante, puede recibir sea-
les de otras autoridades que
se
semejan a sus padres. El apartarse
del rumbo fijado,
sea en
respuesta a impulsos internos o a
las
vo
ce,s
fluctuantes de
sus
contemporneos,
puede conducir al senti
mIento
de culpa .
. S i g n i f ~ c a t i v a m e n t e Riesman pone al funcionario colo
mal Ingles en}os
trpicos
como ejemplo de
esta
segunda
mstancla,
del IndIVIduo que ha incorporado el giroscopio .
Por
fin,
en
tercer trmino est la persona
dirigida por
los
otros,
que
.: aprend.e a responder a seales procedentes de un Crculo mucho
mas ampho
que el
constitudo
por los
padre
s. En
este se td
1
pe
d
. 'd n o, a
~ s o n a
1 ~ 1 ~ 1
a por los
o ~ r o s se
asemeja a
la
primera, a la dirigida
pOI
la.
tradlclOn:
ambas
vIven en un medio grupal y carecen de la
capacIdad de la persona de direccin interna .
. Pero aqu surgen dos importantes diferencias e n t r ~ el
mdlvlduo del primer grupo y el del
tercero
.
Por un
lado:
La naturaleza de este medio grupal difiere radicalmente en los
dos c a ~ o s La
persona dirigida
por los otros [el tercer grupal
es
cos
;:o:ohta.
Para e l l ~ la frontera
entre familiar
y desconocido L 1 se
. orrado. [-... ]. Mientras que la perso
na
con 'direccin
interna
(el
l ~ g l del trpico)
puede
estar en el extranjero 'como en su casa en
vIrtud de su r e l a t i v ~ i n s e ~ s i b i i d a d a los dems, la persona dirigi
da por los otros esta, en CIerto
sentido,
como en su casa en todas
partes, y en n i ~ g u n a y es capaz de una intimidad rpida, aunque a
veces superficIal, con todos .
14
La segunda
diferencia tiene que ver con el medio:
la
persona de direccin tradicional
obtiene sus
seales de
los otros, pero le llegan
en
un montono cultural; l no
necesita un complejo equipo receptor para captarlas .
En
cambio:
La
persona dirigida por los otros debe estar en condiciones de
recibir
seales
lejanas
y
prximas; las fuentes son muchas
y
los
cambios, rpidos.
Lo
que puede internalizarse, pues,
no
es un cdi
go de conducta, sino el complicado equipo necesario para captar
tales mensajes
Y
en ocasiones, intervenir en su
circulacin.
En
lu
gar de los
controles
por culpa
y
vergenza, si bien estos sobrevi
ven, la
palanca
psicolgica primordial de la persona dirigida por
los otros es una nsied d difusa. Este equipo de control, en lugar
de asemejarse a
un
giroscopio, se parece a un radar.
l
.?
De
ese
modo
Riesman
concluye, con
la
descripcin de la
persona
dirigida
por los otros cuyo signo primordial es la
ansiedad, su
conocida clasificacin de personalidades pro
pias de la sociedad de consumo. El radar ansioso necesita
del movimiento continuo, de
la
aceptacin nivelada, de
la
aquiescencia de otros similares y jerrquicamente iguales
frente a los cuales debe expresarse buscando hbilmente
la aceptacin inmediata.
Despus
de Riesman, es posible
mencionar un autor
menos conocido,
aunque una
de sus
obras
circul
en
los
aos
sesenta traducida
al
castellano en Buenos
Aires.
En
efecto, pocos aos ms tarde de
la
publicacin de La
mu-
chedumbre solitaria
se
puede detectar una
idntica
aten-
cin
preocupada
hacia el
surgimiento
de
esta
lbil sensi-
bilidad igualitaria de
un yo
cada vez ms visible como eje
de
la
experiencia social en el socilogo e historiador de las
ideas,
Philip
Rieff. Este ,
en The
Triumph of the
Therapeu
15
7/17/2019 Catelli, Nora, "Introduccin" a En la era de la intimidad
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tic. Uses
ofFaith after
Freud 13
analiz la transformacin
-y decadencia- del
severo
legado
freudiano:
. En la cultura emergente
cada
vez ms gente sentir preocupa
CIones 'espirituales'
se
embarcar en
proyectos 'espirituales',
Se
cantar
ms; ms
gente atender
esos
himnos. Muchos
continua
rn prosternndose
leyendo la Bibla, que
se
ha
convertido,
ya
hace mucho, slo en alta
literatura,
pero ningn
profeta lograr
detener el proceso [de secularizacin . Cada vez habr ms
teatro,
y no se
encontrar
ningn
puritano capaz de suspender las
r p -
s ~ n t ~ c i o n e s . l . Al
contrario,
supongo que la sociedad actual monta
ra pSlcodra.:nas con
mayor
frecuencia
que
sus
antecesores
milagros,
en los pSlcodramas los
pacientes actuarn su vida interior tras
lo
cual el acto final se
expresar
como
representacin .
'
Rieff culmina estas observaciones con una pregunta que
es
pOSIble
poner
en
relacin
con
el
auge
de
lo
que
hoy po
demos llamar subjetivizacin individual de la experien
cia colectiva":
S ~ y consciente de
que
estas especulaciones
pueden parecer
una
parodIa del apocalipsis. Pero,
ha habido
alguna vez un apocalipsis
tan amabl,e?
Ha existido alguna
vez una cultura
que se propusie
se
-como esta-
no
herir ningn YO? 1
5
No herir ningn yo" supone
expandir, precisamente la
esfera
de
cada
"yo" y volver a
la
vez
absoluto
su
d e r e h ~
a
exigir un
mbito
de expresin inalienable y central. Tanto
Rlesman en los aos cincuenta del siglo XX como
Rieff
en
los setenta
preanuncian,
con posiciones muy distintas el
giro subjetivo" que Sarlo misma describe
ya,
i n c i p i e ~ t e ,
en RIchard
Hoggart. Una
suerte
de creciente
amabilidad
de la cultura occidental
que
irnicamente el propio Rieff
16
propone
como
rasgo
inherente a
la sociedad teraputica
donde el yo no ser jams objeto de dominacin o mortifi
cacin sino de curacin.
111. Otras
lneas.
El proceso de subjetivizacin y su anlisis
en la
pers
pectiva
del
siglo
XX
Pero estos antecedentes no son suficientes para expli
car el movimiento hoy vigente hacia la centralidad del yo
y sus consecuencias
en
los
discursos
de
la
intimidad. De
hecho, el proceso
por el
cual
diversas disciplinas
dirigie
ron una
atencin
preocupada hacia el yo cosmopolita lleno
de ansiedad
difusa -Riesman-,
o hacia el yo que
Rieff
de
fina como hombre psicolgico" dispuesto a
servirse
de
cualquier
creencia
que
pueda
convertirse en
instrumento
teraputico no se origin, con ellos,
tras
la
Segunda
Gue
rra
Mundial.
Es ms:
se
puede incluso situar el debate setenta aos
antes. Como
seala
Fernando lvarez
Ura:
A finales
de los
aos ochenta
del siglo
XIX en Alemania
y
ms
concretamente
a
partir de la
publicacin del libro de
Ferdinand
Tonnies titulado omunidad
sociedad.
El comunismo
el socia-
lismo
como formas de vida social
(1887)16
se
produjo entre los cien
tficos
sociales alemaI\es
un
vivo
debate
sobre
la naturaleza
de la
Modernidad,
ms
concretamente
sobre
el
lugar que ocupan
los
individuos en la sociedad, es decir,
sobre
cmo conforma
cada
so
ciedad el modo
de
ser sujeto. En este
debate participaron grandes
socilogos como Georg
Simmel,
Werner
Sombart Max
Weber, pero
tambin
el
gran
socilogo
francs Emile
Durkheim.
En
trminos
generales podramos decir
que los socilogos
se
dividieron entre
los apologistas del
comunitarismo
-Tonnies
Sombart-
los de-
17
7/17/2019 Catelli, Nora, "Introduccin" a En la era de la intimidad
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fensores del indi
vidua
li smo moderno
Simmel
y Weber-o Entre
ambas posiciones
g
encontraba el solidarismo de Durkheim y
su
escuela .
7
lvarez
Vra
propone
ciertas
conclusiones
qu
e vincu
l
an
la
tendencia
a la psicologizac in en el campo de las
cienc ias
humana
s con el de
bilit
a mie
nto
de la nocin de ciu
dadano y
fragilidad
de la idea de democracia en el
planeta
conve
rtido
en
mercado universa
l.
En
funcin de
este
diag
nstico observa
que
en
todas
sus
vertientes
y con todos
sus dis tingos los
fundadore
s de la sociologa reconocen el
avance del proceso
de
individu alizac in en la Modernidad,
pero a la vez tratan de proyectar luz sociolgicamente so
bre las condiciones que hici eron posible la soc iedad d2 lo s
individuos .
Mientras
ese
pr
oceso
se mantl vo seg
ua vi
gente
el programa cls ico de la sociologa,
que
a
firmaba
la
necesaria
y
fuerte
v
incul
acin en t re el proceso de indivi
dualizacin
y sus condi ciones hi
st
ric as. Pero se
esta
ba
gestando ya un
proceso
que
va
ms
a ll del individualis
mo y que he
denominado psicologizacin
del yo , e
ntendi
do no tanto como existencia de un individuo autnomo,
pretcndidamente
autosuficiente y seguro de su i n i v i ~ u -
lid ad [ ..
cuanto la
apertura en el
interior
de la subjetivi
dad de
una
especie de subsuelo [ .. ]
un mundo ntimo que
merece la pena explorar con
sistema
ticidad, hasta el
pun
to de
convertir
la existencia del individuo en
una
especie
de
intermin
able
inmersin
en l
as profundidades
del yo
psicolgico .18
Qu conclusiones pueden
ex t
ra
erse
a partir de las di
versas lneas
y
consideraciones mencionadas, desde
Lvi
nas y Ricoe
ur
a
Riesman
y Rieff; des de Beatriz
Sarlo re
flexionando sobre la emer gencia, en
Hoggart,
del testimo-
18
nio subjetivo
dentro
de las
disciplina
s hi
str
icas , alva -
ez Vra demos
trando
el deb ilitamiento de la experienCIa
r .
poltica co l
ectiva
y
el refor
za mie
nto
de sus
termmos
PS
I-
cologizantes? Al menos dos:
prim
ero,
que
el
g rosllbjetwo
llevara
a
basa
r la
transmi
sin del conocimiento hi strico
y la comprensin de las formas li teraria s en
una
e r i e n -
cia
del sujeto en el
discurso
susceptible
de
ca
ptaclOn md,
recta, por
indicios
como
diria
Michel de
Certeau,
de
una
intimidad discursiva.
19
Segundo, qu e la
psicologizacin
lle
vara
a
una
absol
uti
zacin de la
esfera
individual de esa
experiencia lo cua l
supone
la sustraccin de la experiencia
colectiva , su adelgazamiento.
Se trata
de
una tendencia que
produce tensiones
entre
disc
iplina
s div
ersas -Historia,
teo
ra lit
e
raria
, his
toria
de las
ideas-
y a l mismo tiempo, de
una
fue
nte
de cambios
di recta
me
nt
e observables en la
flexin disc
ur
siva
literaria
y no
li t
erar
ia.
Para subrayar la prolongada gestacin de estas tensio
nes, al menos
parcialmente,
he qu
er i
do
empeza
r
esta
In
troduccin a travs de
re f
erenc ia s y auto re s de campos
diversos y en ocasiones alejados del es tudio de los gneros
de la
intimidad
.
Se trata
de
mostrar que desde principios
del
sig
lo XX , de
ma n
eras
diversa
s y con lxicos
diferente
s,
comenz a expresarse la incomodidad ante la crec
iente
huella del yo en
gnero
s literarios y discursos polticos,
ante
la mengua de la esfera pblica en aras de la privada
y
como consecuencia de todo ello,
ante
la importancia cada
vez
mayor
de
las afirmacione
s
individuales
.
IV Michel de
Certeau
y
sus
problemas
Esa
incomodidad
hac
e que lo
ntimo aumente cada
vez
ms su mbito, borrando con frecuencia la delimitacin
19
7/17/2019 Catelli, Nora, "Introduccin" a En la era de la intimidad
7/12
entre
lo
privado
y lo pblico y,
por
ello,
vuelva
bien visible
su carcter
institucionalmente
indefinible. Para reflexio-
nar sobre las consecuencias de esta peculiar dinmica, cabe
ahora, dentro
de
la serie
de
autores aqu propuestos,
la
inclusin de Michel de
Certeau, quien en
a invencin
de
lo
cotidiano expuso,
hacia
1980, el
mapa
de
las argucias
invisibles de los
sujetos
dominados
a
travs
del
anlisis
de
prcticas
de
defensa
soterrada frente al poder. De Cer-
teau
se transform por
ello en uno de los autores
ms
fruc-
tferos
-y ms problemticos- dentro
de
este nuevo
hori-
zonte
desde
el
cual dirimir la relacin entre
el
sujeto
y los
discursos
sociales,
al vincular,
a
principios de
los aos
ochenta,
la
emergencia de
lo
subjetivo
con la
experiencia
colectiva
de
la
marginalidad ~ s i v a :
La
figura actual de la marginalidad no
es
ya la de 1 5 pequeos
grupos, sino la de
una
marginalidad masiva;
esta
actividad cultu
ra l de los no-productores de la cultura, una act ividad no signada,
no legible, no simbolizada,
es
la nica posible a esos que, sin em
bargo, pagan, al comprarlos, los productos de la que deno minamos
economa productiva. sta
se
universaliza. sa marginalidad se
ha convertido en mayora silenCosa, 2
A
pesar
de que es
muy
conocida,
hay que detenerse en
las
aristas
ms complicadas
de
la argumentacin
de De
Certeau en
el primer volumen de a
inve
ncin
de lo coti-
diano.
Para
definir el objeto de
su
estudio, que son las
prc-
ticas
culturales
de
la "marginalidad
masiva , prcticas que
producen sin
capitalizar"
(co nversar,
habitar
, cocinar y
leer
) De
Certeau se detien
e en
la ms
reveladora
y univer-
sal, el p
unto mximo"
de
nuestra
civilizacin : la activi-
dad
del ojo,
la
lectura de imgenes y
palabras, errnea
mente vista
-segn
l-
como una actividad pasiva, epto-
me de
la
posicin del consumidor dentro de
la
sociedad del
20
espectculo. Al contrario, observa De
Certeau,
la
lectura
no es una
pura
pasividad
; es movimiento a travs de la
pgina,
evocacin de un as
palabras por otras, juego
entre
lo visto y lo recordado.
Adems,
no es verificable
en trmi
noS econmicos y
por
ello tampoco es cuantificable como
produccin y consumo: cmo
valorar
el tiempo y la accin
de la
lectura?
Es, por
ello,
derroch
e y exceso;
zona
de liber-
tad. Y, por ltimo,
es nivelacin:
lo ms
excelso
junto
a
lo
ms banal, insiste De Certeau:
Lo legible
se transforma
en
memorable: Barthes lee a
Prou
st
en
el
texto
de
Sten
dhal; el
espectador
lee el
pasaje
de su
infancia en
el repor-
taje
de actualidad"2
Tras
esta definicin,
en
el Captulo X, De
Certeau
efec-
ta un movimiento acrobtico: incorpora al circuito de lo
escrito, impreso y ledo,
el
mundo
oral
de los
dbile
s cuyo
destino no incluye ni registrar ni ser registrado: Mi obje-
to es
la oralidad" afirma,
pero
la oralidad
de la
escritura,
su
marca en la escritura . 22
sa
marca de
lo
oral
en
la
escritura, qu
e
se desarrolla
-como movimiento es
tructu
radar de la experiencia simblica del sujeto - durante el
surgimiento
y
desarrollo
de
la modernidad,
es el
trazo
sub-
jetivo,
que hace visible
la
grieta
por donde
aparece:
El
giro de
la modernidad se caracteriza,
a
partir
del siglo XVII,
por
una devaluacin
del
enunciado
y
una concentracin
sobre
la enunciacin.
Cuando el
locutor
se
sen
ta
seguro
(
Dios
habla
en
el
mundo'
), la a
tencin
se
concentraba
en
el desciframiento de sus enunciados, que eran los 'miste
rios' del
mundo.
Pero cuando esta
certidumbre
entra
en
colisin con
la
s
institucion
es polticas y religiosas que
la
garantizan,
la
interrogacin
se
vuelca so
bre la
posibilidad
de
encontrar sustitutos
para
aquel
locutor nico: '
quin
hablar?, a
quin?"."
Para ilustrar es te paso, De
Certeau
se sirve de Robinson
Crusoe 1719 :
21
7/17/2019 Catelli, Nora, "Introduccin" a En la era de la intimidad
8/12
La
'ficcin terica' inventada
por
Daniel Defoe dibuja de
este
modo una forma de la a lteridad relativa a la escritura, un forma
que igu lmente imp'lfldr su identidad a la voz; por lo que ms
tarde, cuando aparezc Viernes, ste ser someti do a un alterna-
tiva largamente conocida: o gritar (desgarramiento s lvaje que pide
la interpretacin o la corr eccin de
un
'tratamiento pedaggico o
psiquit
ri
co ) o re liz r en su cuerpo la lengu dominante . 24
Cmo sa li rse de esta alternativa
que
mantiene
la
vo
luntad del
dominador
al go b
ernar
todas las opciones del
dominado,
que
si grita, es corregido; si
acta,
es legislado?
La
oralidad
moderna - deri vada de la escritura aunque a
la vez
resto
idio
sinc
rs ico de los que no tienen acceso a
sta-
se hace
presente,
segn
De Certeau, en ciertas
artes
menores que dan sa lid a a l dominado:
la
s de la ci ta, recur
so
por
ello homlogo en
el
campo de la
escritur
a , a la
huella
del pie en
la isla
de Robinson
'5
La
huell a del
pie en la isla
de Robinson ha sido una
metfora
de
extraordin aria
influencia,
directa o indirec
ta, en la articu la cin actual de los discursos de la intimi
dad.
Hay que
detener
se en
ella
para
comp r
ende
r
su al
cance,
que
no
se
limita a la a
ntrop
ologa,
la
sociologa o
la
teora
li teraria,
si
no
que
las vin cula a
todas ellas
en el
terreno
comn
de los
gneros discursivos
y su historia.
Observa
De Certea u
que
en la cultu ra escr ituraria la s
artes
de
la
cita conjugan
efectos de in t
er
pretacin (
qu
e
permiten producir
e l texto) con efectos de
alteracin
(
qu
e
permiten , dice, in-quietarlo .
La
cit a juega entre dos po
los
que
caracteri za n cada
una
de esas fig ur as
extre
ma s :
en primer
lu
gar, la ci
ta
cin pre-textual
que sirve
para
fabricar
el
texto
a partir de
reliquias
se lecc
ionada
s de
una
tradici
n
oral
que funciona como autoridad. En se
gundo
trm
ino,
l citacin-r ninis ncia que r stre
en
22
el lenguaje el retorno inslito y fragmentario (como
una
vo
z
que se
quiebra) de
relat
os
ora
l
es es t
ru c
turan tes aun
que rechazados por lo escri to '6
De Certeau atribuye a estos dos
tip
os de procedimien
tos un papel decisivo en la coronacin de la mod er n idad
en el siglo XX, que s in duda podramos vincular con la
ruptura
de los
gneros
clsicos,
incluida
la nov e
la
deci
monnica.
Por un
lado,
la
operacin heterolgica - la
he
terologa entendida como
conjunto
de
ciencias del
otro
visible en
la reveladora
continuid ad en la pr
ctica
ances
tral de la
fbula, cuya reelaboracin
m
oder
na
se
remon
ta , segn De Certeau, al s iglo XVIII. En efecto, en
ese
mome
nto
e
mpie
za a so mete rse este t ipo
de cuentos
a
la
s
prim
eras exp licacion
es
erudi
tas
de su ca
ud al
popular a
travs de la s ciencias hUmanas
-etno
loga , an tropologa
o his
torio
g
rafa
-
que han
tratado y
trata
n
de
in t
roducir
la voz del pueblo en el
lengu
aje autorizado, a travs de
estrategias de
traduccin
destinadas a someter el
acervo
oral volcado en la escritura. De Certeau dibuja la s diver
sas versiones cultas de esa tradicin ,
desde
el siglo XVIII
a
Los hijos de Snchez
de
Osear
Lewis,
punto
de partida
de
un gnero que
hoy no hace
m
s
que crecer
de
muy
diver
sas maneras : la s
hi storia
s de v ida, e
nten didas
pre
cisamente, en
De Certeau, como
vers
ion
es
de
motivos
populares previos a la
modernidad.
El segundo
proc
edi
mie
nto
no
opera
so
br
e el mbito de
las ciencias humanas que De Certeau engloba en la s disc i-
plinas
de la het erologa , sino sob
re
e l
arte.
A la pregunta
que
revel el trnsito hacia la sec
ulari
zacin
Qui n
ha
bla
ahora que
no
habla
Dios? Y
a
quin?)
hay qu
e
respon
der proponiendo,
segn
De Cert
eau,
una en unci acin des
plazada , de
la que
la li teratura y el arte
se
hacen caja
23
7/17/2019 Catelli, Nora, "Introduccin" a En la era de la intimidad
9/12
La 'ficcin terica' inventada por Daniel Defoe dibuja de
este
modo una form de la alteridad relativa a la escritura, una fonna
que igualmente imp'mdr su identidad a la voz; por 10 que ms
tarde, cuando aparezca Viernes, ste ser sometido a una
a l t e r n a ~
ti
v
largamente conocida: o gritar (desgarramiento sa lvaje que pide
la interpretacin o la correccin de un 'tratamiento' pedaggico o
psiquitrico) o realizar en su cuerpo la lengua dominante ,:?
Cmo
salirse
de esta alternativa
que
mantiene la vo
luntad del
dominador
al
gobernar todas
las opciones del
dominado,
que
si grita, es corregido; si
acta,
es legislado?
La
oralidad
moderna -derivada de
la
escritura aunque a
la ve z resto idiosincrsico de los
que
no tienen acceso a
sta-
se
hace presente ,
segn
De
Certeau,
en ciertas artes
menores que dan salida al dominado: la s de la cita, recur
so por
ello homlogo en el campo de la
escritura ,
a la
huella
del pie
en la
isla
de Robinson
'5
La
hue
lla
del
pie en la isla
de Robinson ha sido una
metfora
de
extraordinaria
influencia,
directa o indirec
ta, en la articulacin actual de lo s
discursos
de
la
intimi
dad. Hay que
detenerse
en ella
para
comprender
su al
cance,
que
no
se
limita a la
antropologa, la
sociologa o
la
teora
li teraria,
sino que la
s
vincula
a
todas ellas
en el
terreno
comn
de los
gneros
discursivos y
su
historia.
Observa
De Certeau
que
en la
cultura escrituraria las
artes
de
la
cita conjugan
efectos de interpretacin (
que
permiten producir
el texto)
con efectos de
alteracin
(que
permiten, dice, in-quietarlo .
La
cita
juega
entre dos po
los
que
caracterizan
cada una de esas figuras extremas :
en
primer
lugar,
la
citacin pre-textual, que
s
irve para
fabricar
el
texto
a partir de
reliquias seleccionadas
de
una tradicin
oral
que funciona como autoridad. En se
gundo
trmino
la c i t a c i n ~ r e m i n i s c e n c i a
que rastrea
en
22
el
lenguaje
el
retorno inslito
y
fragmentario
(como
una
voz
que se
quiebra) de
relatos orales estructuran
tes aun
que
rechazados
por lo escrito '6
De
Certeau atribuye
a
estos
dos tipos de
procedimien
tos
un papel
decisivo en
la coronacin
de
la modernidad
en
el siglo XX,
que sin duda
podramos vincular con la
ruptura
de los
gneros
clsicos,
incluida la novela
deci
monnica. Por un
lado
,
la
operacin heterolgica
-la
he
terologa entendida como
conjunto
de
ciencias del
otro
visible en la reveladora continuidad en la prctica ances
tral
de la fbula, cuya reelaboracin moderna se
remon
ta, segn De Certeau, al siglo XVIII.
En
efecto, en ese
momento
empieza a someterse este
tipo
de cuentos a las
primeras explicaciones
eruditas
de su ca udal popular a
travs de las ciencias
humanas
-etnologa, antropologa
o historiografa-
que
han
tratado
y tratan de introducir
la voz del pueblo
en
el
lenguaje autorizado,
a travs
de
estrategias
de
traduccin
destinada
s a so
meter
el acervo
oral
volcado
en la escritura.
De Certeau
dibuja las
diver
sas versiones cultas de esa tradicin
,
desde
el siglo XVIII
a os
hijos
de
Snchez
de
Osear
Lewis,
punto de
partida
de
un gnero que
hoy no
hace ms que crecer
de
muy
diversas maneras: las historias de vida, entendidas
pre
cisamente, en De Certeau, como
versiones de
motivos
populares
previos a la modernidad.
El
segundo
procedimiento
no
opera
sobre
el
mbito
de
las ciencias humanas
que
De Certeau engloba en las disci
plinas de la heterologa, sino sobre el arte. A la pregunta
que
revel el trnsito
hacia
la sec
ulari
zacin (Quin
ha
bla
ahora que no
habla Dios? y a quin?)
hay que
respon
der
proponiendo,
segn
De
Certeau,
una enunciacin des
plazada , de la
que
la literatura
y el arte
se hacen
caja
23
7/17/2019 Catelli, Nora, "Introduccin" a En la era de la intimidad
10/12
de resonancia: el lugar
desde donde
se
habla
es
exterior
a
la empresa de la escritura La pregunta por quin habla
y a
quin
se
habla debe ahora responderse ms all
de
las
fronteras fijadas
por la
expansin de la tarea de
la
escri
tura.
lgo que es otra cosa
habla presentndose
a los do
minadores
bajo la
forma
de lo
que no trabaja:
el
salvaje,
el
loco, el nio,
la mujer
.
Eso
causa rupturas
formales indi
tas antes
de las vanguardias. No es
azaroso
que, inslita
mente, De Certeau concluya el
primer
volumen de La in-
vencin de lo cotidiano con Mallarm: Desde Mallarm,
la experiencia de la escritura se despliega como relacin
entre
el
acto
de avanzar y el
suelo mortfero donde
se di
buja
la
huella
de
su derrotero. Desde
este
punto
de vista,
el
escritor tambin
es
aquel
que,
en
trance de morir,
quie
re hablar. Sin embargo , en
la muerte
que sus pasos inscri
ben
sobre una pgina negra
(ya no
blanca)
l
sabe
y
puede
expresar ese
deseo
que espera,
el del otro, el exceso
mara
villoso y
efmero
de alterar la atencin de ese otro y
as
sobrevivir , 9
Pensar Mallarm
como
lmite
-
esttico
e
incluso epis
temolgico-
es bastante corriente.
No
lo es tanto mencio
narlo al reflexionar sobre
la marginalidad
masiva cuyas
prcticas culturales son aquellas que producen sin
capi
talizar (conversar,
habitar,
cocinar y leer). Aqu De
Certaau
realiza otra pirueta: Mallarm,
figura del poeta puro, pro
yecta
su sombra sobre la huella
de
Viernes
en
Robinson
Crusoe Uno y otro, en trance de morir,
quieren
hablar. La
marginalidad masiva
se infiltra
as
en
la voluntad
de pa
labra sagrada
y
secular de Mallarm, por
lo
cual
vemos
que De
Certeau
no
confina
la
expresin
del
dominado
a los
mbitos seguros
de la antropologa y
la
sociologa.
De este
modo consigue poner en relacin la escritura residual del
dbil con las
exigencias
de
las lites artsticas,
de
las cua-
4
les
Mallarm
es representante. Al
mismo tiempo
utiliza la
creciente centralidad
moderna
de tal escritura
residual
para explicar la emergencia
de
usos
y
prcticas
discursi
vas donde se
detecta un mundo
de
experiencias
cuya enun
ciacin se evade a la fijeza de un sujeto autorizado: el sal
vaje, el loco, el nio, la mujer .
Aqu
aparece, por
fin,
la razn por la que me
he
deteni
do en La invencin de lo cotidiano: hay en
De
Certeau un
dispositivo de exaltacin de
la
huella del salvaje
en
la isla
de Robinson que produce una consecuencia tal vez no de
seada. Se trata
de
una cierta rigidez en
el
discurso
del
dbil -y de la dbil-,
en lugar
de
su dialectizacin
o
su
apertura.
Tal
rigidez
no es
caracterstica
de De
Certeau,
pero suele surgir cuando se
abandona
la
exigencia
estti
ca -cosa que no
hace
De
Certeau,
esforzadamente fiel al
horizonte mallarmeano, que lo obliga a buscar en el arte
el
rasguido formal
y
subjetivo
de
la marginalidad
masi
va :
la voz que
se
quiebraadmite
un
transformacin.
Pero cuando los seguidores de De Certeau olvidan el
desafo de
la expresin artstica,
el giro
subjetivo tiene
como nico resu ltado ,
segn
ya
apuntaba Beatriz
Sarlo,
una
cristalizacin de los relatos exclusivos del dbil, convertido
slo en vctima. Entonces los procedimientos retricos, en
lugar de permear y subvertir la
escritura
autoritaria, como
quera De
Certeau,
se
limitan
a reproducir
escenas
de desti
tucin subjetiva en las
que
la peripecia reafirma
el
desti
no de
la vctima
y su opacidad
formal.
As,
en
lugar de
conferir a
la subjetividad
del dominado
la
posibilidad de
rasgar el velo de la
hegemona
de los dominadores, esta
fijeza lo
confinar en una retrica sin fisuras
,
tanto
ms
convencional
cuanto ms proliferante. La
voz
que
se quie
bra de De Certeau se transforma
en
voz monocorde,
en
voz
sin
fisuras.
5
7/17/2019 Catelli, Nora, "Introduccin" a En la era de la intimidad
11/12
Empec
esta
Introduccin
con una cita de
Hermann
Broch: Esto es slo una autobiografa en la medida
en
que en ella se cuenta la historia de un problema que,
ca-
sualmente, tiene mi misma edad:
[ .. )
es
el problema y el
fenmeno de
ese gigantesco
maquiavelismo
que se viene
preparando intelectualmente desde
hace
cincuenta aos
y cuyas
consecuencias
apocalpticas vivimos hoy en
rea
lidad .
Broch iniciaba de ese modo uno de sus textos ms
personales. La
frase
es extraordinariamente reve
l
adora
,
porque
justifica
lo
autobiogrfico en
lo histrico,
que
es,
en
su
caso, la
experiencia
del colapso del humanismo como
doctrina y como
aspiracin
, durante el
ascenso
del
nazis
mo y la
Segunda
Guerra Mundial.
Pero
lo
es sobre
todo
porque justifica
la necesidad de I'a
escritura autobiogr
fica
en
la Historia. Hoy
quiz
el movimi e
nto sera
el con-
trario: la
Historia
se validara a partir de la escritura
autobiogrfica
.
Pensar indirectamente
-en
textos
y
auto
res diversos- sobre esa inversin
y
sus consecuencias es
el objetivo de
este libro
.
Barcelona,
diciembre de 2006
26
Notas
Hermano
Broch,
Autobiografa
psquica ed. de Paul Michael
Ltzeler,
tr.
de Miguel
Senz
Editorial Losada,
Buenos
Aires-Ma
drid,
2003, pg. 83.
2 Ver, al respecto,
La
intimidad de Jos Luis Pardo, Pretextos,
Valencia, 1996, donde
se
establece claramente la distincin entre
intimo
y
privado. Slo
este
ltimo trmino
pu
ede entrar en relacin
de oposicin con
lo
pblico,
mientras
que 10 ntimo constituye el vr
tice de una triangularidad y puede
enlazarse
con cualquiera de los
otros dos elementos. De hecho, hay diarios intimos de publicacin
inmediata, como el de Witold Gombrowicz, que abonan esta idea.
Roland
Barthes,
Sade, Fourier. Loyola,
(1971),
tI .
de Alicia
Martorell, Ctedra, Madrid, 1997, pg. 64.
4
As
lo propone Jorge Belinsky en Lo imaguza
rio
-estudio
de
un
concepto
Nueva
Visin, Buenos Aires, (en prensa): En esta
mise
en
abme aparece algo de lo imaginario que
estamos
explorando.
Ese imaginario no
viene
a s
umarse
como
nueva instancia
m
s
que
convertira
la
trada lacaniana en ttrada. Es otra cosa:
la seal
de
trnsito hacia la cuaternidad. Pero ese
trnsito
nunca dejar de
ser trnsito, pues lo imaginario que se esboza en el movimiento
como potencial
imaginarizante
nunca
cristalizar en
estructura
definida, sino que har de gua histrico-temporal en el modo cmo
cada estructura
se
produce y
se
reproduce a la vez .
Ernmanuel Lvinas,
El
tiempo
y
el otro (
1947
), en
l Tiempo
y el Otro Intr. de Flix Duque, tI'. de Jos Luis Pardo Toro, Paids,
Barcelona, 1993. pg. 126-127.
,
[bidem
pg. 126.
7 Pau} Ricpeur, Autobiografa intelectual (1995 ),
tI .
de Patricia
Willson,
Nueva
Visin, Buenos Aires, pg . 114.
8
Beatriz
8arlo,
Tiempo
pasado-Cultura
de la memoria y giro
subjetiuo-Una discusin Siglo XXI editores, Buenos Aires, 2005.
[bid.,
pg. 20.
10 [bid ., pg. 20.
11
Ibid
em
pgs. 21-22. En
l espacio biogrfico-Dilemas de
la
subjetiuidad contempornea
FCE,
Buenos
Aires-Mxico, 2002, pg.
27
7/17/2019 Catelli, Nora, "Introduccin" a En la era de la intimidad
12/12
51.,
Leonor Arfuch formula algunas de las pregunta
s que certifi
can esa
imposicin:
Qu pasin desmesurada
y dialgica
impulsa
a tal externo el
develamiento,la
mostracin y el consumo casi adic
tivo de la
vida
de los otros? Qu registro de lo pu lsional y de lo
cu
ltural se juega
en
esa
dinmica sin fin? .
12 Dav
id Riesman,
La muchedumbre solitaria tr. de Noem Ro
se
mblat,
Paids,
Buenos Aires-
Barc
e
lona, I reimpresin
en
Espa-
a,
1981,
pgs.
40-42.
Philip Rierr, The Trillmph of the Therapeutic. Uses of Faith
after Freud
The
University of Chicago Press, 1966, p gs 26-27.
En
esta obra
Rieffprolongaba
su an li sis, iniciado en Freud, la mente
de un
moralista 1959
) de la revo lucin fr eu
diana
desde el
punto
de vi
sta
del pensamiento fi losfico clsico.
11 Se refiere Ri
eff
a la prohibicin del teatro en
Inglaterra
en el
si glo XVII durante el perodo de C r o m w e l ~
Ib
idem p g
. 27.
16 Ri esman cita a
Tonnie
s, de hecho. Ver La muchedumbre
soli-
taria,
p g
. 27.
17 Fernando lvarez Ura, Viaje al
interior
del yo-La psicologi
zacin del yo en la sociedad de los
individuos
, Claves de razn
prctica N 153,2005,
pgs.
61-68, pg. 6 1
Ibidem ,
pg
. 61.
l En
Li
nvention du
quotid/
:e
n 1.
Ar t
s de {aire, [19801, Ga ll i
ma rd, 1990.
[Hay
traduccn castellana:
La invencin de lo cotidia-
no, 1 Artes de hacer 1980), Universidad Ib eroamericana, Mxico,
19961.
28
20 De
Certeau,
op.
ci t. ,
pg.
XLIII.
21
Ibid
.,
pg. XLIX
Ibid . ,
pg. 195.
23
Ibid .,
p g. 204.
,.
Ibidem pg. 227.
25 Ibidem p g. 227 .
26
Ibid
em p g. 228.
27
Ib idem p g
. 230.
28
Ib idem ,
p g. 231.
Ibid
em p g. 287.
Primera
part
e
(1992 - 2005)
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