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  • Cecilia Rodrguez Lenmann*

    El spleen como discurso disciplinante.Las crnicas de la ciudad de Francisco Zarco y la resemantizacin del desencanto moderno

    Resumen: El spleen es una nocin que asociamos, inevitablemente, a una cierta imagi-nera finisecular que explora el tedio y el vaco espiritual. Este desencanto, sin embargo,hace su aparicin en la primera mitad del siglo XIX, en textos tan tempranos como las cr-nicas de la ciudad de Francisco Zarco (Mxico, 1823-1869). Esta aparicin nos lleva apreguntarnos por la funcionalidad de ese discurso y por la manera como este modernodesencanto se resemantiza dentro de un proyecto poltico nacional que apunta, paradji-camente, hacia la construccin de unos modelos de ciudadana.Palabras clave: Francisco Zarco; Nacin; Modernidad; Crnica; Mxico; Siglo XIX.

    Abstract: Spleen is a term we usually relate to a fin de sicle imaginary associated withtedium and spiritual emptiness. This disenchantment, however, appears in the early nine-teen century in texts as the Francisco Zarco city chronicles (Mxico, 1823-1869). Thisearly appearance makes us wonder about the function of this discourse and the way thismodern disenchantment is gaining a new meaning inside a political project that paradox-ically aims to build certain models of citizenship.Keywords: Francisco Zarco; Nation; Modernity; Chronicle; Mexico; 19th Century.

    1. Introduccin

    Posiblemente hablar del spleen y del flneur en Amrica Latina nos remita invaria-blemente a un cierto imaginario moderno que se despliega a finales del siglo XIX. Esamirada urbana que roza el desencanto y la transgresin nos recuerda los desplantes de unJos Fernndez. Sin embargo, estos tpicos tan emblemticos de la modernidad, tan defi-nitorios de una mirada estetizada que intenta hablar desde una cierta periferia del mundoburgus, se encuentran presentes en una serie de textos mucho ms tempranos. Desde elincipiente y ambiguo Je flne de las cartas de viaje de Sarmiento es posible toparsecon el uso complejo y contradictorio de una cierta mirada moderna que asume un pro-

    * Cecilia Rodrguez Lenmann es doctora en Letras por la Universidad Nacional Autnoma de Mxico yprofesora del Departamento de Lengua y Literatura de la Universidad Simn Bolvar (Venezuela). Hapublicado artculos en diversas revistas arbitradas. Actualmente est trabajando en dos proyectos delibro: Francisco Zarco y las mscaras de lo banal y Entre el letrado y el escritor: deslindes delcampo literario en Amrica Latina. Ib

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    1 Zarco llama a esta serie de textos sobre la polis crnicas de la ciudad. Si bien el trmino crnicasparece acercarnos a una concepcin de la escritura ms cercana al fin de siglo, Zarco la utiliza paracaracterizar estos artculos marcados por la hibridez.

    blemtico desencanto vital. Y digo problemtico porque estos tempranos coqueteos conla flnerie y sus desplantes no parecen poder insertarse del todo dentro de la visin domi-nante de lo literario como un espacio determinado por el imperativo de la construccinnacional.

    La idea de explorar un cierto tedio vital unido a una mirada individual y solitaria quepretende distanciarse de la masa y de sus medianas parece un discurso poco cnsonocon los idearios nacionales y con las elevadas misiones civilizadoras planteadas por lalite letrada y sus productores culturales. Sin embargo, el flneur y el spleen, aunque dis-cretos y espordicos, estn all. Habra que preguntarse entonces por las funciones queestos elementos desempean dentro de este complejo campo cultural y qu tipo de dilo-gos establecen con otro tipo de discursividades ms politizadas.

    En este sentido, encuentro particularmente interesante una serie de crnicas de laciudad escritas a mediados del siglo XIX por el mexicano Francisco Zarco (1823-1869).Entre 1850 y 1852, Zarco publica en El Siglo XIX y en La Ilustracin Mexicana una seriede crnicas1 en las que abandona la visin de la ciudad como el espacio poltico porexcelencia, el lugar donde se ventilan los avatares de la Realpolitik, para indagar en susaspectos ms mundanos. Le interesan las vitrinas, los paseos, las exposiciones, la pera,los teatros. Zarco, de alguna manera, construye una urbe donde lo banal parece adquirirnuevas funciones y donde al lado de las muchedumbres y sus tropiezos aparece el spleencomo una enfermedad de la polis y de sus nuevas dinmicas.

    En La Ilustracin Mexicana, Zarco le dedica un largo artculo al spleen y lo describecomo una enfermedad del espritu, que si bien tiene sus orgenes en las ciudades inglesas,ha comenzado a formar parte ineludible del estado anmico de los citadinos. Los tiemposmodernos han hecho del tedio un hecho universal (El spleen, 1852; Zarco 1994: 404)que igual puede sentirse en una obscura calle de Londres, en los pasajes de Pars o en lasbulliciosas calles de Ciudad de Mxico. Para Zarco, el spleen llega a Mxico de la manode una ciudad que est cambiando y que abandona las viejas formas coloniales:

    El spleen es una mana o enfermedad o desgracia que no podemos traducir, porque signi-fica cosa distinta y peor que nuestro hasto, que nuestro tedio y que nuestra tristeza. En cuan-to a enfermedades puede colocrsele entre el histrico y la hipocondra. Pero con todo, elspleen no es ms que spleen, cosa desconocida en Mxico durante la dominacin espaola,circunstancia que no s cmo han olvidado los que declaman contra nuestra independencia.Es seguro que nuestros abuelos ni siquiera oyeron hablar del spleen y aunque las primerasrelaciones exteriores de Mxico fueron con la Inglaterra, el spleen tard algunos aos enintroducirse, de contrabando por supuesto, pues no tiene lugar en el arancel (Zarco 1994:403; los subrayados son mos).

    Esta enfermedad que llega de contrabando con la repblica y la independencia pare-ce inevitablemente asociada a una concepcin distinta de la ciudad y sus habitantes. Setrata de una mirada que desea entrar en contacto con ciertos tpicos ligados al progreso,al desarrollo y a la modernizacin de la urbe. El spleen le permite establecer una ruptura y

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    2 Walter Benjamin describe al flneur como un abandonado en la multitud (Benjamin 1988: 71), multi-tud que funciona como un asilo y un narctico (dem.). El paseante solitario con su mirada atentadevela muchos de los sentidos menos evidentes de la muchedumbre y la ciudad, pero tambin encuentraen ella un cierto grado de consuelo y satisfaccin, su presencia es estimulante y cautivadora, casi dira-mos, adictiva. La ciudad es al mismo tiempo la causa y el remedio del hasto. El spleen y otras novedo-sas formas del tedio se encuentran estrechamente ligadas a los espacios urbanos y a los furtivos inter-cambios que ella genera.

    un corte con la ciudad de los abuelos, es decir, con la tradicin y el pasado colonial, yacercarse a un espacio que establece vnculos ms claros con una cierta modernidadeuropea. En El crepsculo en la ciudad (La Ilustracin Mexicana, 1851) el autor nosdescribe a un sujeto que se lanza en la aventura de explorar las contradicciones de la ciu-dad tratando de aplacar el hasto vital. Se trata de un personaje que busca en las callesuna serie de estmulos que le permitan lidiar con cierto desasosiego:

    Son las cuatro y media de la tarde (no empieza an el crepsculo, pero a m me gustan lasojeadas retrospectivas); he concluido de comer; fumo un cigarro; me paseo en mi cuarto; nohallo qu hacer: tomo un peridico, s cuantos robos hubo el da anterior, cuntas piernasrotas, y otras mil cosas que no me interesan. Hojeo algunos libros, me asomo a la ventana;hace todava un sol fuerte, no tengo a donde ir, ni de qu ocuparme. Puedo, pues, disponerlibremente de mi tiempo, del cual he sido un poco prdigo, a pesar de que no falta quien mediga que el tiempo es dinero. Busco mi sombrero, que siempre me cuesta trabajo encontrar,mi bastn, mi pauelo, mis cigarros, y a la calle (Zarco 1994: 217).

    La misma descripcin detallada del atuendo que le acompaa, su pauelo, su bastn,su sombrero y sus cigarros, parece querer mostrarnos la imagen de un cosmopolita quebien podra encontrarse en cualquier ciudad del mundo. Su defensa del ocio y ese des-precio por el paso de las horas y la visin mercantilista del tiempo nos hablan de esepaseante que no tiene prisa y que puede sumergirse en una contemplacin sin horarios ysin rutas, deambulando en distintas direcciones (dem.). Se trata de un uso de la ciudadmuy prxima a la mirada del flneur.2 Un paseante que se pierde entre la masa annima,se topa con las muchedumbres, se desconcierta ante la velocidad de los coches que ame-nazan la existencia del pblico pedestre (221), se aturde ante la confusin y la amalga-ma de estmulos, gente que van, que vienen, que corren, ruido, confusin (dem.).Zarco nos describe un tipo de sociabilidad que ha abandonado los espacios ms familia-res de la ciudad-rural para sumergirse en una convivencia ms urbana y mercantilizada.

    Esta aproximacin a una mirada moderna de la ciudad es descrita con minuciosidadpor el escritor Vicente Quirarte en su libro Elogio de la calle. Biografa literaria de laCiudad de Mxico (2001). Quirarte encuentra en Zarco una especie de solitario flneurlatinoamericano que logra leer entre lneas la condicin del hombre, desconcertado antela modernidad (2001: 109). Para Quirarte, estas crnicas hacen de la Ciudad de Mxicoms que el lugar de la construccin de la identidad nacional el escenario donde descifrarel destino del hombre y su inevitable soledad:

    Pocos textos de nuestra literatura urbana de la primera mitad del siglo alcanzan la rique-za conceptual del tro de colaboraciones de Zarco publicado en La Ilustracin Mexicana:Los transentes, Mxico de noche y El crepsculo de la ciudad son tres piezas ms

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    cercanas a Edgar Allan Poe y Charles Baudelaire que a Guillermo Prieto. Apenas salido de laadolescencia, Zarco explora la relacin del individuo con la masa, la soledad individual enmedio de la multitud (Quirarte 2001: 106).

    Sin duda hay en Zarco una manera distinta de imaginar la ciudad, pero habra quepreguntarse por la funcionalidad de ese discurso y por la manera como Zarco logra inser-tar este desencanto dentro de un proyecto poltico nacional. Esta apropiacin de ciertostpicos modernos ms que una exploracin de un tedio existencial, pareciera una estrate-gia y una manera de concebir lo nacional como un espacio que se entreteje con ciertosparmetros de la modernizacin. No hay en Zarco la mirada desencantada de un Poe o deun Baudelaire, desmontando las paradojas y contradicciones de la ciudad moderna, sinopor el contrario el deseo de apropiarse de este imaginario como espacio anhelado ymodelador de una urbe en construccin. Zarco desea revestir la Ciudad de Mxico, ca-tica y empobrecida, con los ropajes de la civilizacin y la modernidad. Intenta construirun decorado urbano que se ajuste al modelo de ciudad avizorado como el espacio de losciudadanos modernos.

    2. La ciudad del deseo

    Las crnicas de Zarco intentan poner en escena una ciudad moderna que se aleje dela pobreza y de las penurias de la ciudad real. Cuando se interna en ella su foco se dirigeespecialmente hacia un ciudadano clase media que no parece mostrar mayores contradic-ciones ni amenazas al orden. Describe a los negociantes, banqueros, dependientes,calaveras, cocineros, sastres, zapateros, artesanos, etc. Dentro de este registrode la ciudad y de su incesante movimiento apenas si se nombran sujetos ligados a oficiosmenos pujantes como la vendedora de tortillas, los billeteros, los limosneros, lashijas de la alegra y los rateros. Sujetos que aparecen ms ligados a la noche y a esaoscuridad que hace de la ciudad un espacio menos reglamentado y ms proclive a la rup-tura del orden. El retrato de estos personajes, sin embargo, no atenta contra la visin deuna ciudad moderna que Zarco intenta poner en escena, por el contrario, acenta la repre-sentacin de una polis rica en sus paradojas y contradicciones.

    En Mxico de noche el autor nos describe junto a los asiduos al teatro, a los pase-antes, a las familias comiendo caramelos y castaas, una serie de personajes que habitanlos suburbios de la ciudad. Se trata de aquellas calles alejadas del centro que, segnZarco, tienen una fama inmerecida, ya que la vida en ellas transita con tranquilidad:

    Avanzaremos hasta los barrios? S, adelante, todo est cerrado, el silencio es profundo,el sereno est dormido y es raro encontrar a alguien. Se calumnia, pues, a los miserables queviven en los suburbios cuando se pondera tanto la inseguridad [...] Y en cuanto a crmenesson exagerados tantos lamentos. Ya no hay ladrones astutos como Garatusa, ni ensebados yendiablados como en tiempo de Revillagigedo [...] Ha mejorado la polica? No; pero hamejorado el pueblo y ha disminuido la ignorancia. Las clases trabajadoras se acuestan tem-prano y duermen en paz (Zarco 1994: 549).

    Zarco est intentando representar una ciudad sin mayores asperezas, en donde inclu-so los suburbios espacio otro por excelencia, siempre tan cercano en el imaginario a la

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    3 Esta visin de Zarco de un pueblo tranquilo que duerme en paz de alguna manera se inscribe dentrode una tradicin que ha intentado suavizar la imagen de lo popular y que se refleja en los grabados, lapintura y las crnicas de costumbre. Patricia Mass Zendejas en su libro Simulacro y elegancia en tarje-tas de visita (1998) nos describe esta mirada: Los grabados, la pintura y las crnicas literarias mexica-nas afianzaron el estereotipo simptico de los pobres de la ciudad, bien planchaditos y catrines, comose refiri Manuel Toussaint al comentar los grabados de Hesiquio Iriarte. Algunos haban alcanzadocierto prestigio como figuras emblemticas del pueblo capitalino (1998: 109).

    4 Pienso, por ejemplo, en la manera como Madame Caldern de la Barca describe con frecuencia a loslperos de la ciudad deambulando entre la basura y la suciedad: No se vea un alma cuando llegamos alsagrado recinto, slo lperos miserables, en andrajos, mezclados con mujeres que se cubran con rebo-zos viejos y sucios [...] el suelo est tan sucio que no puede uno ni arrodillarse sin una sensacin dehorror, y sin la determinacin ntima de cambiarse despus de ropa a toda prisa; y: Mientras escribo,un horrible lpero me est viendo de reojo, a travs de la ventana, recitando una interminable y extraaquejumbre, al mismo tiempo que extiende su mano con slo dos largos dedos (Mi debut en Mxico;en: Caldern de la Barca 2003: 54).

    5 Se trata, por lo dems, de una mirada que asumen muchos escritores de costumbres de mediados delsiglo XIX y que intentan de alguna manera sanar las heridas de la guerra y apostar por la unidad nacio-nal. Mara Esther Prez Salas nos habla de este cambio de perspectiva: Los artculos sobre el Paseo delas Cadenas, las Vendutas, o el Caf del Progreso ilustrados con litografas presentaba las actividades deuna sociedad que pretenda comportarse de manera similar a la europea; desaparecieron los representan-tes pintorescos de la capital en tanto ejes de un artculo o litografa. Aguadores, vendedores de dulces oaguas frescas, cocheros pasaron a formar parte de aquella sociedad que haba que mejorar. Los textos ylas ilustraciones se identificaron en gran medida con el sentimiento que prevaleca en ese entonces, ten-diente a mejorar el pas para evitar errores tan dramticos como los sufridos despus de la guerra de1847 (Prez Salas 2005: 257).

    miseria, la violencia, lo no civilizado son lugares donde impera el orden y el acatamien-to de las leyes.3 Esos pobres que se acuestan temprano y duermen en paz hablan clara-mente de un deseo de presentar el espacio urbano como un conjunto armonioso dondelas contradicciones, injusticias y paradojas, son pasadas por alto, edulcoradas y domesti-cadas. Resulta llamativo como Zarco elude, por ejemplo, la conflictiva figura del lpero,tan predominante en otros retratos de la ciudad.4 Le resulta incmoda porque no parecepoder integrarla dentro de esta sociedad relativamente armoniosa que est intentandorepresentar. Ya Guillermo Prieto haba sealado con precisin como Zarco tomaba unacierta distancia de lo popular y evada con frecuencia la confrontacin:

    Los artculos de Fortn [Zarco] fueron ruidosos, porque deca con ms valor que otros,cules eran los vicios de aquella sociedad, porque aguardaba escuchar los chasquidos de sultigo en la antesala de los magnates y en los gabinetes de los sabios. Pero en cuanto a lascostumbres populares, Zarco las haba observado desde su balcn, como cerrando su Shakes-peare y su Montesquieu para ver pasar al mayordomo de monjas o a la coqueta.

    No participaba l de esas costumbres, no senta estremecido su quicio con el columpiarde castor de una china ni haba tomado gusto por el sabor picaresco de un verso de jarabe (en:Avils 1999: 21).

    Este Zarco que mira desde su balcn no le interesa indagar en esas costumbrespopulares que seala Prieto. Prefiere las vistas panormicas, poner el foco en la coque-ta y no en la china, en el elegante y no en el lpero. De alguna manera, desea trans-formar el mosaico urbano incluso sus espacios ms tradicionalmente estigmatizadosen un espectculo que no hiera los sentidos, que no ofenda.5 Esta ciudad idealizada, ciu-

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    dad del deseo, contrasta de manera vertiginosa con la ciudad que nos devuelven la histo-ria y sus cronistas. Michael P. Costeloe en La Repblica central en Mxico, 1835-1846:hombres de bien en la poca de Santa Ana (2000) nos habla de esa otra mirada:

    Los numerosos extranjeros que visitaban la capital y los pueblos provinciales describanvvidamente la pobreza, la suciedad y las escenas generalizadas de decaimiento que vean.Una clase muy baja conocida como los lperos infestaba las calles de todos los barrios,donde la ebriedad, la prostitucin y el desempleo y la vagancia eran comunes. La violencia ylos robos eran cotidianos, y el delito de hecho estaba desatado porque las autoridades nacio-nales y municipales eran impotentes para contenerlos (Costeloe 2000: 44).

    Una visin de la ciudad que sin duda refleja la profunda crisis econmica y socialpor la que est atravesando un pas que acaba de salir de una guerra en la que perdi granparte de su territorio. La pobreza de la ciudad no slo se refleja en esos lperos que lprefiere eludir, sino tambin en la imposibilidad de mantener los servicios bsicos, lim-pieza de sus calles, sistemas de agua, alumbrado, etc. La ciudad real parece entoncesmuy distinta de aquella urbe moderna que desea construir Zarco:

    La inicua invasin de los Estados Unidos, la desastrosa guerra de 1846-47; la entrada delos norteamericanos a la capital de repblica, haciendo flotar el pabelln de las estrellas sobrenuestros edificios pblicos el 16 de septiembre de 1847!; la prdida de la mitad del territorionacional, tena consternados a todas las clases sociales; y ms empobrecido an el erariomunicipal, tuvo que abandonar importantsimos servicios. As, al mediar el siglo XIX, en 1850,el aspecto de la ciudad era desastroso (Galindo y Villa 1925: 191).

    Zarco intenta eludir esta ciudad, que al igual que el pas, parece muy cercana a ladesintegracin y al caos, y nos presenta un espacio que apuesta por la cohesin y el reor-denamiento social, donde los contrastes apuntan ms hacia la riqueza vital de una ciudadmoderna que a duras contradicciones que hay que resolver:

    Qu divertidos son en medio de la confusin del anochecer, tantos contrastes! Es lahora de luz y de tinieblas, de lands y de mendigos, de oracin y de cinismo; es la hora en quese renen en las calles a darse codazos y a oprimirse las clases todas, los ciudadanos delmismo pas, el que hace zapatos, el que sirve la mesa, el que improvisa fortuna, el que domi-na a la multitud, y el que hace versos; la que es la joya de los salones, la que vive de su traba-jo, la que suspira de amor, y la que trafica con su cuerpo! En ese conjunto est todo lo queadoramos y lo que aborrecemos, lo que admiramos y lo que despreciamos, lo que esperamosy lo que tememos, la pureza y el crimen, el genio y la estupidez, la opulencia y la miseria. Ytodos son hombres, todo es la propia especie, todos ren, todos corren, todos se agitan, todosse ocupan de s mismos, todos dormirn y soarn dentro de pocas horas, para despertarmaana y volverse a encontrar al anochecer, sin conocerse, sin amarse, sin odiarse, hasta queuno a uno vayan desapareciendo, y entonces la historia de todos ser una misma: la historiade un feto hasta convertirse en esqueleto (El crepsculo en la ciudad; Zarco 1994: 222).

    No puedo dejar de pensar en el calificativo divertido con el que califica las contra-dicciones de la ciudad. De nuevo pareciera necesario restarle violencia a la imagen, volver-la un espectculo para los sentidos. El autor se acerca a una visin de los citadinos comouna masa annima que se roza sin conocerse, que se amalgama de alguna manera, a veces

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    a travs del codazo, del tropiezo, pero que termina por poblar las mismas calles sin distin-cin. La calle es el lugar del encuentro, un espacio nivelador que pareciera omitir la posibi-lidad de la exclusin y la marginalidad. El tropiezo no impide que caminen por la mismaacera la prostituta y la nia de sociedad; no impide, adems, que todos lleven el nombre deciudadanos y que puedan apropiarse de las calles con un incuestionable temple democr-tico. La vieja retrica de la ciudadana y su condicin niveladora le sirve para someter laheterogeneidad y las desigualdades sociales de la ciudad bajo un horizonte comn.

    Esta misma necesidad de obliterar las diferencias hace que Zarco termine apelando ala condicin humana como una suerte de rasero nivelador. Las diferencias sociales pare-cen diluirse ante el hecho contundente de que todos padecemos las mismas alegras ytristezas, todos ren, todos corren, todos se agitan, todos se ocupan de s mismos (1994:222). Ante el dilema de la vida y la muerte las diferencias se vuelven ms sutiles, menosdeterminantes.

    Estos seres que deambulan por las calles y que irn, como todos, a parar a la tumba,no parecen ser entonces una simple exploracin del tedio vital y del desencanto de lavida, parecen ms bien la apropiacin de un discurso de modernidad que le permite pre-sentar una ciudad menos problemtica. Si los dilemas de la vida nos afectan a todos porigual, los abismos econmicos y sociales que se presentan en esa nacin que se intentaconstruir e imaginar parecen menos profundos y menos insalvables. Los personajes de laciudad moderna le permiten enmascarar las problemticas fisuras de una nacin quelucha por mantener un hilo cohesionador en medio de una tambaleante y quebradiza rea-lidad poltica y le permiten a su vez introducir un modelo de ciudadana democrtica.Este modelo, paradjicamente, har del spleen un arma de disciplinamiento y de reforza-miento del orden, ms que un elemento cuestionador.

    3. Un spleen moral

    La nocin del spleen puede resultar, sin duda, un elemento un tanto problemtico a lahora de introducir un modelo de ciudadana, su carga transgresora y cuestionadora delorden no parece avenirse bien con la idea de construir un ciudadano que apuntale loscimientos de la repblica. La imagen del spleen puede terminar, paradjicamente, enaquello que se quiere evitar, la desintegracin, el caos, la disolucin de una nacin quean parece demasiado frgil. De all que Zarco trabaje con mucha precisin este trminoe insista en determinar con claridad las caractersticas del spleen mexicano, un pocodesnaturalizado, un poco cambiado (1994: 403).

    Zarco se ve en la necesidad de mexicanizar el mal del siglo y despojarlo de sus exce-sos, esos que pueden acercarse a terrenos moralmente peligrosos. Desecha de un pluma-zo las pasiones exacerbadas que conducen al suicidio y al delirio y las sustituye poracciones ms mesuradas. De hecho, el spleen de Zarco termina siendo una enfermedadmoral, se trata de una queja ante una sociedad que aparentemente se ha dejado seducirpor un materialismo y una banalidad que slo puede causar tedio. Los jvenes de la clasemedia hombres y mujeres con una cierta sensibilidad y riqueza del espritu son losnicos capaces de sufrir de este mal. Jvenes hastiados de una vulgaridad materialistaque parece venir de la mano de una ciudad moderna que se consume en las frivolidadesde saln:

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    Vosotros los hombres de carrillos gordos y colorados, vosotros los que gozis de estarbien peinados, de que os hagan cumplimientos, de comer mucho, o de ir a los toros; vosotraslas que estis ufanas con vuestras blondas y contentas cuando os dice flores cualquier qu-dam, creeris que el cuadro que acabo de trazar es quimrico o exagerado y pensaris que elspleen es una cosa imposible. No tratar de convenceros, y me conformo con felicitaros porvuestra dicha, porque bienaventurados son en este mundo todos los estpidos (El spleen,1852; 1994: 408).

    Zarco est utilizando el spleen como un elemento diferenciador,6 aquello que separaa los seres virtuosos de este sujeto burgus de carrillos gordos y colorados entregado a lachatura del mundo material. Est tratando de modular el temple de ese joven clase mediaque debe ser, precisamente, el eptome de las virtudes republicanas. De all que el mate-rialismo y las banalidades le resulten tan amenazante, de alguna manera ellas se insertanen un espacio que considera vital para la construccin de una repblica liberal e ilustra-da. Ms que el cuestionamiento del mundo burgus se trata de la necesidad de limar susexcesos. El progreso se presenta como un futuro deseable siempre y cuando se modulecon valores que contrarresten sus banales desmesuras:

    El espritu de nuestro siglo es el materialismo; lo que se palpa, lo que se ve. De aqu elprogreso de las artes que procuran comodidades; de aqu la decadencia de todos los sistemasabstractos. En nuestro siglo vale ms una mquina para cortarse las uas, que diez poemaspicos; alcanza ms gloria el inventor de unas despabiladeras que se abran y se cierren solas,que el autor de un nuevo sistema filosfico; y conquista ms secuaces un hbil maquinista,que un profeta o un fundador de nuevas sectas. La mquina casi ha animado a la materia; leha dado cierta vida, cierto orden, que remeda la inteligencia y el instinto... En compensacinse han amortiguado las grandes pasiones; el sentimiento se va en menguante todos los das,hasta que llegue a extinguirse como cosa intil para las mejoras puramente materiales de lospueblos (Crnica de la Exposicin, 1852; 1994: 313).

    Si bien este reclamo ante un mundo sumergido en un materialismo voraz nos recuer-da las posturas del artista finisecular, aqul que se apartaba de El rey burgus y laCancin del oro, no se trata del mismo desencanto.7 En Zarco el materialismo funcio-na como una amenaza, algo que se intuye pero que sin duda se encuentra muy lejano de

    6 La enfermedad como un elemento que slo afecta a las almas delicadas es uno de los grandes recursosromnticos del siglo XIX, pinsese por ejemplo en el gran papel que tuvo la tuberculosis en la literaturade la poca y en cmo ella era un signo inequvoco de una sensibilidad frgil y de una imaginacinpoderosa. Susan Sontag describe la tuberculosis como una enfermedad que individualiza, es un mal quemetafricamente funciona como un elemento que diferencia al escritor y al artista de la multitud y susbanalidades: El temperamento melanclico o tuberculoso era un temperamento superior, de un sersensible, creativo, de un ser aparte. Puede que Keats y Shelley hayan sufrido atrozmente por esta enfer-medad. Pero Shelley consolaba a Keats dicindole que esta consuncin es una enfermedad particular-mente amiga de gente que escribe versos tan buenos como los tuyos (Sontag 1989: 51).

    7 Esta crtica al materialismo tambin le sirve para acercarse a problemas como el librecambio, la riquezacomo producto del trabajo individual y la concentracin de fortunas y poder en pocas manos. El abogarpor el fortalecimiento de la clase media implica una revalorizacin del trabajo y de los bienes materialescomo producto, precisamente, de ese trabajo. Los lujos y excesos parecen acercarse ms que a la socie-dad finisecular a las clases y estamentos privilegiados que parecen sobrevivir del pasado colonial.

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    ese pas empobrecido que dej la guerra. Como ya dijimos, Zarco no est intentandohablar desde los mrgenes del mundo burgus, est tratando de reforzar sus valoresmorales. El burgus necesita ser fortalecido y contenido a travs de la moral y los valorescvicos y espirituales, valores que permitan la construccin de una nacin y una repbli-ca que parecen necesitar con urgencia de cierta contencin. De all que el spleen deZarco sea una enfermedad que necesita ser diagnosticada y, sobre todo, curada:

    De un teatro, de una tertulia, de un festn; sale uno con muy buena dosis de spleen. Perosi teniendo algo de spleen, se sale uno a recorrer los campos, volver un poco curado. Creoque de un paseo solitario nadie vuelve con spleen, pues si no se vuelve con una loca alegra;se adquieren ideas apacibles y tranquilas (El spleen, 1852; 1994: 411).

    La naturaleza, es decir, lo ajeno a la urbe y a sus avatares, el espacio otro de la moder-nizacin, se transforma en el lugar donde ir al encuentro de un mundo de valores espiri-tuales que la ciudad al menos la imaginada amenaza por momentos con destruir. Unavisin muy romntica de la soledad y del hombre que le permite expurgar los excesos deun proyecto moderno que por un lado se anhela, pero que tambin se le teme por sus fr-volos excesos.

    El escritor diagnostica la enfermedad, la delimita, y al mismo tiempo propone susolucin: la moral, los valores del espritu y la religin, tres ejes que se fusionan dentrode su concepcin de una nueva repblica que apueste por el orden y la mesura:

    El que no tiene ni ms Dios que el inters ni ms regla de conducta que la conveniencia,ni ms principios de virtud que los del propio inters, pronto tocar a su trmino, porque espreciso que esas reglas mximas minen sus cimientos, y acaben por llevarlo a su ruina. Lamoralidad y la religin, que tantos espritus fuertes tienen hoy por simplezas, o a lo sumo porcosas indiferentes, son dos cosas tan indispensables, tan necesarias, que sin ellas nada es sub-sistente ni duradero (Zarco, en: Wheat 1957: 121).

    4. Liberalismo, orden y libertad

    La relacin que Zarco establece, entonces, con la ciudad es bastante problemtica,por un lado, la ciudad moderna le sirve como el espejo de la ciudad deseada, la puesta enescena de un mundo poblado de ciudadanos, heterogneos y dismiles, pero ciudadanosal fin y al cabo, y por otro lado, ella encarna el peligro del materialismo, de un mundoque pierde sus valores y que relaja las premisas morales. De all que insista en delimitarcon claridad cules son aquellos rasgos que deben incorporarse a un proyecto nacional ycules deben ser pasados por alto. Zarco desea establecer un modelo mexicano que nocopie fielmente los patrones europeos, ni siquiera aquellos de la ciudad y la ciudadana.La urbe y la nacin deben encontrar su propio equilibrio. Se trata de una visin que lepermite rescatar ciertas zonas aparentemente alejadas de la modernizacin europea. Antela queja de la tranquilidad y el atraso de la Ciudad de Mxico, el autor responde:

    La quietud de nuestra capital, no me parece, como a algunos, sntoma de atraso. Si tuvi-ramos ms afluencia de poblacin, habra ms espectculos, y el comercio adquirira mayoractividad, durando el trfico hasta medianoche; pero la actividad y el movimiento nocturno

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    8 Castaeda Batres (1961); Raymond Wheat (1957); Jess Reyes Heroles (1974).9 Esta fragilidad del sentimiento nacional y de su poder unificador es trabajado por Annick Lemprire en

    su artculo De la repblica corporativa a la nacin moderna. Mxico (1821-1860). La autora nos dice:Los sucesos del ao 1846, cuando el restablecimiento de la Constitucin del 24 coincidi con la inva-sin norteamericana, ofrecen sobradas pruebas de que el sentimiento nacional no poda todava compe-tir exitosamente con el egosmo sagrado de las comunidades estatales y pueblerinas. Tal fragmentacinde la identidad comunitaria facilitaba, por lo dems, las empresas polticas de todos los que actuaban almismo tiempo dentro y fuera del sistema constitucional y del liberalismo: los caudillos que, apoyndo-se en una autoridad de tipo carismtico que prescinda del esprit de corps y fomentaba las lealtadespersonales (2003: 327).

    de los muy pobres en las ciudades de Europa, es cosa que, a la verdad, no debemos envidiar-les (Mxico de noche; 1994: 549).

    La quietud de la ciudad, esos pobres que inofensivos e inmviles habitan la noche,parecen representar una urbe ms apetecible y equilibrada. Una ciudad donde es posibleponerle lmites a la experiencia moderna, desmontar los mrgenes del mundo civilizadollmense stos los desplantes del calavera o las rudezas de los tipos populares, es steel verdadero hilo conductor que se mantiene a lo largo de sus crnicas.

    La importancia de la mesura y el comedimiento en estos textos responden, de algunamanera, a la visin de un liberalismo que le teme a los extremos y, sobre todo, a la prdi-da del orden. Si bien Zarco ha sido catalogado como un liberal puro o radical,8 espe-cialmente en los aos en que particip en la elaboracin de la Constitucin de 1856-1857, la preocupacin por el establecimiento del orden parece ser un ideal comn tantopara los moderados como para los radicales. Tal como lo ha sealado David Bra-ding, se trata de un asunto de tiempo y mtodos ms que de diferencias ideolgicas:

    La mayora de los liberales suscriba ms o menos el mismo cuerpo de abstracciones;crean en la libertad y en la soberana de la voluntad general, en la educacin, la reforma, elprogreso y el futuro [...] Las diferencias surgen no del desacuerdo acerca de los objetivosfinales, sino de los medios prcticos a utilizar y de su distribucin en el tiempo (1998: 101).

    En el discurso que Zarco pronuncia en la presentacin de la nueva Constitucin a lanacin, ste insiste en la necesidad de amalgamar dos parmetros inseparables, el ordeny la libertad: Se busca la armona, el acuerdo, la fraternidad, los medios todos de conci-liar la libertad con el orden; combinacin feliz de donde dimana el verdadero progreso(1994: 9). La insistencia en la importancia de las leyes y de la institucionalidad develaesa necesidad de instaurar un orden claro con reglas de ciudadana muy bien establecidasque logren dejar atrs la eterna amenaza del enfrentamiento y la anarqua: En la sendade las revoluciones hay hondos y obscuros precipicios: el despotismo, la anarqua. Elpueblo que se constituye bajo las bases de la libertad y de la justicia, salva esos abismos(dem.). Son precisamente estos abismos los que Zarco est tratando de evitar.

    Zarco refuncionaliza las crnicas de la ciudad y convierte una imaginera moderna enelementos que le permiten mantener un cordn umbilical con un modelo de nacin y de ciu-dadano muy claro. Est tratando, por un lado, establecer modelos de hombres virtuosos quepermitan la edificacin de los ciudadanos necesarios para la construccin de la repblica, ypor el otro, eludir los conflictos de la ciudad y de un pas que lucha por la integracin.9

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  • Nuestro solitario flneur, cargado de tedio y de vaco espiritual, termina siendo unaestrategia que desemboca en la construccin de ese imaginario nacional que permitaconsolidar a los tan anhelados e imprescindibles ciudadanos. Su exploracin del vacoespiritual, del desencanto, de la ciudad moderna, del spleen, no lo conduce a la edifica-cin de una nueva subjetividad moderna, crtica y marginal, sino, por el contrario, haciala moral, el disciplinamiento y la construccin de un marco modelador de la nacin. Setrata de un ciudadano construido con los impuros materiales del desencanto espiritual.

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