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Año 113/No. 26 17 fecha en la que prefieren nacer talentos como, entre muchos, el escultor y pintor Miguel Án- gel, el escritor Gabriel García Márquez, el cineasta Andrzej Wajda, el bailarín Julio Bocca y el guitarrista David Gilmour, de la banda Pink Floyd. Curiosamente, Pink Floyd, así como otros grupos de los 70 –Deep Purple, Led Zeppe- lin, Supertramp, Electric Light Orchestra, The Alan Parsons Project…– llegaron a los oídos de los jóvenes cubanos gracias a degradadas copias hechas de casete a casete. Aun así, prefe- rían este medio, pues las emi- soras musicales que llegaban con suficiente fuerza desde el sur de la Florida o Jamaica rara vez radiaban el rock vanguar- dista inglés. Y aun estando muerta Y aun estando muerta yo la quiero yo la quiero ¿Quién fue el creador del casete compacto… la tecnología que sirvió para democratizar la cultura y libertar la música cautiva entre el mar y las Siete Cumbres? Por TONI PRADAS SOPORTES DE INFORMACIÓN SOPORTES DE INFORMACIÓN Lou Ottens, un inventor sin egocentrismo. S ERÁN muchos en el mun- do, pero, en Cuba, nadie como Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y otros funda- dores de la Nueva Trova llora- rán la reciente muerte de Lou Ottens. Probablemente sea Ottens, para la inmensa mayoría de las personas, un nombre más de un directorio telefónico, si no se advierte que fue el inventor de la cinta de casete, soporte de audio que clandestinamente, entre jóvenes latinoamericanos molestos con sus dictaduras vernáculas, permitió difundir la música de aquellos descono- cidos cantautores de estética e ideología revolucionarias. Vaya capricho el del pers- picaz señor de 94 años: morir justo el pasado 6 de marzo, JERRY LAMPEN /DPA / PICTURE ALLIANCE Pero todo ha cambiado y hoy es raro que alguien no piense que el casete es un fósil. En todo caso, por décadas fue el soporte predilecto para con- servar música en los hogares del planeta. Era la “caja de mú- sica” verdaderamente demo- cratizada; era la bolsiorques- ta. También para Cuba, sobre todo por aquel pentagrama de altura que no era del gusto ins- titucional de los programas de radio y televisión nacionales, y sí de la gente común. De esta manera contribuyó como ningún otro, con el entre- tenimiento y la educación mu- sical de varias generaciones, más si se tiene en cuenta que el país, bloqueado había visto caer en picada la otrora impe- tuosa industria disquera, en tanto los magnetófonos de cin- ta nunca fueron abundantes ni estuvieron disponibles para las familias distantes de aviones de pasajeros y barcos mercantes. Hasta la música nacional dejó de eternizarse en regis- tros fonográficos. Y mientras muchos decían que el son se había ido de Cuba con los can- tantes y conjuntos estelares de esos primeros años de la Revolución, el gran músico Leo Brower, testarudamente, precisaba que la que se había ido era la RCA Victor, empresa

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Año 113/No. 26 17

fecha en la que prefi eren nacer talentos como, entre muchos, el escultor y pintor Miguel Án-gel, el escritor Gabriel García Márquez, el cineasta Andrzej Wajda, el bailarín Julio Bocca y el guitarrista David Gilmour, de la banda Pink Floyd.

Curiosamente, Pink Floyd, así como otros grupos de los 70 –Deep Purple, Led Zeppe-lin, Supertramp, Electric Light Orchestra, The Alan Parsons Project…– llegaron a los oídos de los jóvenes cubanos gracias a degradadas copias hechas de casete a casete. Aun así, prefe-rían este medio, pues las emi-soras musicales que llegaban con sufi ciente fuerza desde el sur de la Florida o Jamaica rara vez radiaban el rock vanguar-dista inglés.

Y aun estando muerta Y aun estando muerta yo la quieroyo la quiero¿Quién fue el creador del casete compacto… la tecnología que sirvió para democratizar la cultura y libertar la música cautiva entre el mar y las Siete Cumbres?

Por TONI PRADAS

SOPORTES DE INFORMACIÓNSOPORTES DE INFORMACIÓNLou Ottens, un inventor sin egocentrismo.

SERÁN muchos en el mun-do, pero, en Cuba, nadie como Silvio Rodríguez,

Pablo Milanés y otros funda-dores de la Nueva Trova llora-rán la reciente muerte de Lou Ottens.

Probablemente sea Ottens, para la inmensa mayoría de las personas, un nombre más de un directorio telefónico, si no se advierte que fue el inventor de la cinta de casete, soporte de audio que clandestinamente, entre jóvenes latinoamericanos molestos con sus dictaduras vernáculas, permitió difundir la música de aquellos descono-cidos cantautores de estética e ideología revolucionarias.

Vaya capricho el del pers-picaz señor de 94 años: morir justo el pasado 6 de marzo,

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Pero todo ha cambiado y hoy es raro que alguien no piense que el casete es un fósil. En todo caso, por décadas fue el soporte predilecto para con-servar música en los hogares del planeta. Era la “caja de mú-sica” verdaderamente demo-cratizada; era la bolsiorques-ta. También para Cuba, sobre todo por aquel pentagrama de altura que no era del gusto ins-titucional de los programas de radio y televisión nacionales, y sí de la gente común.

De esta manera contribuyó como ningún otro, con el entre-tenimiento y la educación mu-sical de varias generaciones, más si se tiene en cuenta que el país, bloqueado había visto caer en picada la otrora impe-tuosa industria disquera, en tanto los magnetófonos de cin-ta nunca fueron abundantes ni estuvieron disponibles para las familias distantes de aviones de pasajeros y barcos mercantes.

Hasta la música nacional dejó de eternizarse en regis-tros fonográfi cos. Y mientras muchos decían que el son se había ido de Cuba con los can-tantes y conjuntos estelares de esos primeros años de la Revolución, el gran músico Leo Brower, testarudamente, precisaba que la que se había ido era la RCA Victor, empresa

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nazi, en medio de la Segunda Guerra Mundial. Con esta po-día escuchar además la emi-sora holandesa libre Oranje mediante una antena especial que llamó Germanenfi lter (fi l-tro de alemanes) porque po-día esquivar los inhibidores de los fascistas.

Ya en la paz, Ottens se re-cibió de ingeniero mecánico por la Universidad Técnica de Delft y en 1952 entró a tra-bajar en la fábrica de Philips en Hassel, Bélgica; ocho años después se convirtió en jefe del departamento de desa-rrollo de productos de la fir-ma holandesa, donde inventó el EL 3585, primer grabador portátil de la marca, del cual se vendió más de un millón de unidades.

Posteriormente se enfrascó en perfeccionar el sistema e inventó el casete en 1962. Para conseguirlo, Ottens creó su propio prototipo a mano en un modelo de madera, una pieza que los museos lamentan no conservar. El ingeniero, vaya torpeza, lo dejó abandonado en una cuneta de carretera tras usarlo para calzar su gato hidráulico durante el cambio de un neumático pinchado.

El formato, que cabía en un bolsillo, no tardó en generar interés, así que la compañía

estadounidense dueña de los mejores estudios enclavados en la sonora Habana de mara-cas, mambos y chachachás.

Coincidentemente, en esos primeros años de la década de 1960, la Victor desarrolló una especie de casete llamado RCA tape cartridge, con el mis-mo principio de una cinta mag-nética que pasaba de bobina a bobina dentro de una carcasa bastante más grande que la que nos trajo a este texto. Aquellas maquinotas reproductoras rara vez se veían en Cuba y quienes tenían alguna –todos ellos se conocían entre sí– se prestaban con gran celo aquellas cajuelas, a las que llamaban, con inexac-titud tecnológica, cartuchos.

Hasta que llegó la cinta de casete compacto aupada por las neuronas de Lou Ottens, prevista originalmente, eso sí, como medio para el dictado, si bien estuvo inspirada, según confesó el inventor en una entrevista, “por la irritación y las molestias que ocasionaba el grabador existente, es así de simple”.

¡Más pequeño que un paquete de cigarrillos!

Mucho antes de imaginarse un mundo tan fácil como Spotify o YouTube (con un simple clic pue-des repetir, avanzar o cambiar

La irritación y las molestias que ocasionaba el grabador existente impulsó a Ottens a inventar el casete compacto para prescindir del RCA tape cartridge (derecha).

de canción), justo cuando The Beatles echaron sus cartas para revolucionar la industria musi-cal en el punto cronológico 1962 de la existencia contemporánea, un nuevo formato de reproduc-ción y regrabación de sonidos irrumpió en el mercado con un reducido tamaño, compuesto por dos carretes en miniatura entre los que pasaba una cinta magnética a 4.76 centímetros por segundo.

Así nació la cinta de casete o casete compacto (o cassette, del francés cajita). Entonces Ottens trabajaba para Philips y comenzó a diseñar la cinta de casete a principios de la década de 1960, a fin de desa-rrollar una forma para que la gente escuchara música que fuera asequible y accesible, tal como no lo eran las cintas grandes de carrete a carrete en esos tiempos.

La verdad es que Lodewijk Frederik Ottens, Lou, había nacido con buena estrella el 21 de junio de 1926, en la ciudad de Belling-wolde, Países Bajos, y a pesar de criarse en el núcleo de una familia humilde, desde pe-queño mostró una gran pasión por la tecnología.

Digamos que de niño llegó a construir su propia estación de radio para comunicarse con su familia durante la ocupación

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Primer reproductor de casetes de Philips, presentado en 1965.

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lo ayudó a guiar el pro-yecto y crear, en 1963, el primer “casete compacto”. Un año más tarde, este saltaría a una producción en masa y marcaría el futuro del sector.

“¡Más pequeño que un pa-quete de cigarrillos!”, fue el lema con que el casete se pre-sentó al mundo el 30 de agosto de 1963, en la feria de electróni-ca Berlin Radio (hoy conocida como IFA Berlin).

Muy pronto comenzaron a surgir copias de calidad infe-rior y tamaños muy disímiles en Japón, a donde llegaron las fotos de la invención. Luego Ottens llegó a un acuerdo con Sony para que el mecanismo patentado de Philips fuera el estándar en el archipiélago asiático y el éxito mundial no tardó en llegar.

Sin embargo, lo que permitió que el formato no tardase en ex-pandirse hasta convertirse en un formato estándar a nivel glo-bal, fue que Ottens luchó hasta convencer a Philips de que li-cenciara su invento a otros fa-bricantes, de forma gratuita.

La gente, como se dice ac-tualmente, se empoderó. Tenía, con la tecnología, la música que

Por si fuera poco, práctica-mente necesitabas solo una herramienta para entenderte con la tecnología: un lápiz. Con este podías escribir los datos en la pegatina de la caja y rebobi-nar la cinta si se atoraba dentro del engranaje reproductor. De paso, con la goma limpiabas el cabezal del núcleo lector, si este se ensuciaba con el polvo provocado por el desgaste de la cinta al pasar.

Caramba, éramos ricos y no lo sabíamos.

Conspiración de asesinato Cuando en Cuba, a mediados de los 80, salían al mercado doméstico los primeros case-tes grabados industrialmente; cuando en la emisora Radio Enciclopedia se vendían esas cintas retráctiles con exquisitas grabaciones de virtuosos de la música nacional e internacio-nal; cuando con intermediarios se podían obtener de las diplo-tiendas casetes japoneses y de las tiendas comunes, los Orwo de la República Democrática Alemana; tras una penumbrosa esquina del mundo acechaba la inevitable muerte de esa tecno-logía analógica, a manos de la aplastante civilización que pro-metía el futuro disco compacto digital o CD.

le venía en gana, en 60, 90

o 120 minutos de duración repartidos

por ambas caras de la caja. Cualquiera copiaba y

regrababa un sonido e inclu-so podía incluirle su propia voz, lo llevaba consigo a todas partes y hasta sufría en el transporte público o el vecindario el abuso de las bocinas ajenas. Surgieron las “fi estas de casetes”, en las que las personas compartían su ron y sus compilaciones. La gui-tarra a la orilla del mar perdió su glamur ante la reproductora o pletina (en Cuba fue muy po-pular una sencilla y portátil, mo-noaural: la “todos-tenemos”), y el hip-hop se elevó a arte con la estéreo sobre la cancha de baloncesto.

El periodismo y las ciencias, por su parte, se alimentaron de muchos más testimonios en condiciones imprevistas y los espías sufrieron menos riesgos con los modelos mini. Surgió la moda de los audiolibros y las cartas de amor magnetizadas. En la cadena evolutiva surgió otra especie –distinta la caja, sí, pero con similar ADN–, esta para las películas de consumo doméstico. Y las computadoras encontraron un nuevo soporte de gran facilidad archivística.

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Existen relaciones íntimas que no se pueden sabotear.

Laverdadnoticias.com

Pero Ottens no moriría con su invento: más bien estaba en la conspiración para asesinarlo. Las líneas de su mano le decían que duraría muchos años, como en efecto ocurrió, y que su ca-pacidad creadora y progresista era incombustible.

En 1972, el geniecillo se con-virtió en director de audio en el NatLab de Philips, donde se involucró en la siguiente gran innovación musical: el CD. En-tonces se estableció una cola-boración con Sony y en 1980 el reproductor de CD Philips-Sony, de 12 centímetros, estaba listo para la humanidad.

“A partir de ahora, el tocadis-cos convencional queda obsole-to”, sentenció Ottens, y hasta se dio el lujo de retirarse cuatro años después, como quien se va del cine porque imagina el fi nal de la película; como quien sabe que el ajedrecista contra-rio declinará el rey tras su últi-mo ataque. Como sea, siempre lamentó que Sony, y no Philips, hubiera creado el Walkman, el reproductor portátil de casetes más famoso del mundo.

Lo demás, son números. Des-de su creación, se han vendido

más de 100 000 millones de ca-setes y 200 000 millones de dis-cos compactos, a pesar de que esta última tiene anunciada hace años su muerte, atenaza-da por las plataformas de In-ternet y los soportes basados en la física de estado sólido. Como sea, más bien mantiene su propia evolución en sopor-tes mejorados, suerte de árbol genealógico que hace culto a la canción tangible.

Por si fuera poco, ha resurgi-do una suerte de moda por las tecnologías y la cultura de los 70 y, con esta, su mejor escapu-lario: la fantasmagórica cinta de casete de audio y hasta su lujurioso lápiz.

Pero Ottens no se dejó se-ducir por la brizna otoñal de la nostalgia. Ni siquiera se creyó su éxito, más bien fue famoso por su falta de sentimentalis-mo sobre las cintas, que tildó de primitivas.

“Nada puede igualar el so-nido del CD”, declaró al diario holandés NRC Handelsblad, el mismo que poco después de entrevistarle dio la noticia de su muerte en la localidad holande-sa de Duizel, cerca de la frontera

belga. “El CD es absolutamente libre de ruidos y lluvias”, insis-tió. “Eso nunca funcionó con la cinta…”.

Sin embargo, acostumbrado a adelantarse en todo, inme-diatamente acotó como para evitar ser contrariado en el futuro: “Creo que la gente es-cucha principalmente lo que quiere escuchar”.

Razón le han dado a esa máxima muchos cubanos du-rante años. Por ejemplo, cuan-do descubrieron la verdadera voz de José Feliciano con la aparición del CD, limpia y potente, ondeando viejos bo-leros sangrientos de Cuba y Latinoamérica, en ese minu-to perdieron el encanto por el puertorriqueño. Antes, sin po-sibilidad de escucharlo en la radio, bailaban sus canciones copiadas de copias que venían de otras copias de casetes. El sonido aquel era mugriento, viscoso, y no obstante logró enamorar a las parejas al so-nar con desgarre: “…Y aun es-tando muerta yo la quiero…”.

“Ese… –juro que oí decir más de una vez– el del CD… ese no es el Feliciano que yo amo”…