Y Todavía Se Preguntan Por Qué Perdieron

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Y todavía se preguntan por qué perdieron Lunes, 23 de noviembre, 2015 Por Nicolás Lucca Por esas cosas gratificantes que tiene la vida, ayer me tocó cubrir el bunker del Frente para la Victoria. No es que uno sea un sadomasoquista, pero convengamos que no podía imaginar mejor broche de oro para estos años que verle la cara a Scioli al reconocer la derrota, a Karina lagrimeando, a Zannini con cara de flato contenido, y a toda esa manga de vendedores de autos con papeles truchos que venían a representar el cambio de lo que haya que cambiar y la continuidad de lo que haya que continuidar, construyendo de abajo hacia arriba, con fe, con esperanza, con ypeéfe, desendeudamiento y papafrancisco. Reconozco que cerca de la hora de ingreso se me llenó el upite de preguntas. Sin embargo, el trato ameno y absolutamente respetuoso con el que fui recibido, me relajó bastante. Eso, y el detalle de que Scioli dejó a toda la militancia fuera del bunker. De un Luna Park a un auditorio con cuatro hileras de doce butacas y la muchachada afuera. Sospeché que los números no daban bien sin necesidad de recurrir a ningún boca de urna: los sánguches eran de salame. Luego de recorrer las instalaciones y notar que los turros no prendieron ni el aire acondicionado, me dispuse a disfrutar del desfile de personajes. Alberto Pérez fue el primero en aparecer. Dijo que no había tendencia, pidió un aplauso para la militancia. Aplaudió él y los que lo acompañaban. No le avisaron que el resto éramos periodistas. A la media hora salió Diego Bossio con tres inviables de remera. Dijo que no había tendencia y se fue. Un rato después salió Gustavo Marangoni. Dijo la misma sarasa y se fue. Nos llegaron rumores de que había piñas afuera, pero sólo se trató de un suicida al que no se le ocurrió mejor forma de quitarse la vida que meterse en la Plaza de Mayo a gastar a los kirchneristas. Los números de la Dirección Nacional Electoral se gritaban en voz alta

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Y todavía se preguntan por qué perdieronLunes, 23 de noviembre, 2015

Por Nicolás Lucca

Por esas cosas gratificantes que tiene

la vida, ayer me tocó cubrir el bunker del Frente para la Victoria. No es que uno

sea un sadomasoquista, pero convengamos que no podía imaginar mejor

broche de oro para estos años que verle la cara a Scioli al reconocer la derrota,

a Karina lagrimeando, a Zannini con cara de flato contenido, y a toda esa

manga de vendedores de autos con papeles truchos que venían a representar

el cambio de lo que haya que cambiar y la continuidad de lo que haya que

continuidar, construyendo de abajo hacia arriba, con fe, con esperanza, con

ypeéfe, desendeudamiento y papafrancisco.

Reconozco que cerca de la hora de ingreso se me llenó el upite de preguntas.

Sin embargo, el trato ameno y absolutamente respetuoso con el que fui

recibido, me relajó bastante. Eso, y el detalle de que Scioli dejó a toda la

militancia fuera del bunker. De un Luna Park a un auditorio con cuatro hileras

de doce butacas y la muchachada afuera. Sospeché que los números no daban

bien sin necesidad de recurrir a ningún boca de urna: los sánguches eran de

salame. Luego de recorrer las instalaciones y notar que los turros no prendieron

ni el aire acondicionado, me dispuse a disfrutar del desfile de personajes.

Alberto Pérez fue el primero en aparecer. Dijo que no había tendencia, pidió un

aplauso para la militancia. Aplaudió él y los que lo acompañaban. No le avisaron

que el resto éramos periodistas. A la media hora salió Diego Bossio con tres

inviables de remera. Dijo que no había tendencia y se fue. Un rato después salió

Gustavo Marangoni. Dijo la misma sarasa y se fue. Nos llegaron rumores de que

había piñas afuera, pero sólo se trató de un suicida al que no se le ocurrió mejor

forma de quitarse la vida que meterse en la Plaza de Mayo a gastar a los

kirchneristas. Los números de la Dirección Nacional Electoral se gritaban en voz

alta como si se tratara de un bingo y los cargadores portátiles de teléfonos eran

más cotizados que un sánguche como la gente.

Mientras empezaba a correrse la voz de que había un dealer de medialunas de

manteca en el recinto, nos llegaban las imágenes de la fiesta en el bunker de

Cambiemos. Al que parece que también le llegó la imagen fue a Scioli que

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decidió postergar su salida de las 21.00 horas para las 22.00. Tanta espera,

tanto calor, tanto olor a salame para que Scioli aparezca, reconozca la derrota,

salude y se vaya. En mi caso particular, valió la pena. No había nada más para

hacer y me retiré del lugar esquivando gente que lloraba, gente con chombas

naranjas de Lacoste y un periodista al que le pegó duro la última paritaria y se

guardaba sanguchitos en la mochila. En la puerta, el auto de Scioli salió arando

y frenó de golpe porque el todavía gobernador bonaerense se dispuso a atender

a la prensa y repetir lo mismo que ya había dicho minutos antes. Los que no lo

vieron fueron los del auto custodia que chocaron entre sí. Definitivamente no

era el día de Dani.

En Costa Salguero, Macri insiste con

la joda de sacar a bailar a Gabriela Michetti. Afuera del NH, los de Quebracho

llegaron para gritar “Patria sí, colonia no” y mientras el turro de Fernando

Esteche tuiteaba “Derrotados las pelotas, vamos a frenar la entrega de un

modo o de otro”. El demócrata Scioli bajó a saludarlos. Se fueron con su

revolución del NH a pasear por Diagonal Sur, donde también me encontré con

los pibes de La Cámpora que convirtieron un velorio en una fiesta y cantaban

aún llorando. Al grito de “ya van a ver, vamo’ a volver”, desconcentraron la

Plaza y en el camino decoraron algunas paredes con frases para que

recordemos el notable compromiso con bien común de la Nación, como “Macri

prepará el helicóptero”.

Lo triste de mi generación, los que salimos a la vida cívica en el año 2000, es

que somos muchos los que no nos sentimos enamorados, políticamente

hablando, por nadie y, en algunos casos, lo trasladamos a todos los ámbitos.

Todo blanco o todo negro, sin matices. Por eso nos cuesta entender a los que

terminan llorando porque perdió el kirchnerismo. Es como si todo aquello en lo

que creían se hubiera muerto. La muerte del padre, ése que todo lo protegía, al

que podían recurrir para que los cuide mientras pasaban sus vidas puteando a

todos los demás.

Nunca voté convencido por nadie –ayer no fue la excepción– pero siempre me

sentí convencido de quién no quería que gane, aunque nunca me funcionó. Es

así, estimado amigo ya exoficialista: sus victorias siempre fueron gracias a que

no había nada mejor en frente, lo cual es demasiado teniendo en cuenta el nivel

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de estadistas made in La Salada que nos enchufaron como faros políticos de la

socialdemocracia del siglo XXI.

Lo que me mata de risa es que con

todas las contras que podría tener Mauricio Macri en base a los prejuicios

idiotas hacia el que tiene guita, o fue criado en cuna de oro –como si Cristina no

durmiera sobre fajos de dólares o los desempleados de sus hijos no hubieran

crecido con todos los lujos pagos– y así y todo la gente votó a Macri. Hay gente

que cree que se la van a empomar el año que viene y lo eligió igual. Noten lo

que han hecho que con todo lo que dijeron, perdieron.

Si la única verdad es la realidad, ésta es tan subjetiva como la percepción que

tenga cada uno de ella en base a sus parámetros, educación, traumas y

experiencias. El kirchnerismo se construyó como el enemigo de cientos de

realidades que crearon, sin importar que muchas de ellas fueran incompatibles,

como ese detalle de señalar a los ricos con un Rolex Presidente bailando en la

muñeca. Los ejemplos se multiplican hasta el infinito. La última de sus grandes

realidades –inaugurada en 2007 por Néstor Kirchner para bancar al perdedor

serial Daniel Filmus– es que Macri es el cuco. Y se lo creyeron. Y ganó el cuco.

No hay terapia que supere eso, pero bueno: es el problema de los fanatismos.

Fíjense todo lo que han dicho que pasaría si gana Macri y más de la mitad del

electorado lo votó igual. Por mi parte no es que esté contento porque ganó

Macri, ese es un detalle, si total es cuestión de –poco– tiempo para que

empecemos a ser tildados de kirchneristas ante el primer detalle que no nos

guste de la gestión. Pero sí estoy contento porque perdió el kirchnerismo. Sí,

suena a revanchista o lo que quieran, pero no jodamos, es un sentimiento puro,

natural y habitual. ¿O acaso no celebrás cuando el que te hizo bullying durante

años finalmente queda expuesto? Acá nadie podía protegerte del abusador

porque era el mismísimo director de la escuela.

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Ayer, mientras veía las lágrimas

afuera del bunker que montó Daniel Scioli, escuché a una romper en llanto y

gritar que no entendía porque la gente votaba así. Confieso que me dio un poco

de angustia por empatía. Pero a la tercer persona que escuché preguntarse lo

mismo –insultos al mundo más, insultos al mundo menos– me di cuenta que

realmente creyeron todo. No es que no lo supiera, pero una cosa es una

hipótesis, y otra es probarla.

La respuesta es simple y se resume en recordar qué pasó desde octubre de

2011, el pico de éxito del kirchnerismo, para acá. En el mismo discurso de

festejo de Cristina, la pudrió cuando, luego de pedir respeto por el derrotado

Hermes Binner, dijo que del lado del kirchnerismo estaba la bandera y la

historia de la Patria. La siguió en el día de la jura, cuando hizo que su propia hija

le colocara la banda presidencial, rompiendo protocolos y dando el mensaje al

mundo: Gobierno sóla, sin control y sin que nadie me rompa la ilusión. En

nombre del 54% se peleó con todos, incluyendo a los que habían aportado en

buena manera a ese 54%: los sindicatos. La economía, los avances sobre la

Justicia y las relaciones internacionales son cuestiones políticas, pero en

nombre del 54% también se llevaron puesto todo, y cuando no quedaban

dudas, la todavía Presi lo confirmó luego de días de silencio tras la muerte de

51 personas y una por nacer, cuando lloró y gritó “Vamos por todo”. Y mierda

que cumplió.

Y si se preguntan en serio por qué pasó lo que pasó anoche, la podemos seguir.

Porque se pasaron años en silencio sin enterarse que gobernaba el

kirchnerismo hasta que decidieron “comprometerse” porque estaba de moda.

Porque muchos son militantes de velorio que se sumaron para putearnos

porque encontraron la excusa perfecta para canalizar todos sus traumas y

frustraciones. Porque en sus locas cabecitas, si no tienen acceso a la vivienda y

todavía están esperando que palmen sus viejos para ser dueños de lo que sus

padres ya eran propietarios a la misma edad, es culpa del sistema financiero,

que controla el Gobierno. Porque se metieron en todos y cada uno de los

rincones de nuestras vidas, decidiendo hasta en qué orden tenían que estar los

canales de televisión para que sea “más pluralista”. Porque hicieron que por

primera vez notáramos la relación directa entre la corrupción del Estado y el

daño provocable luego de medio centenar de muertos en un choque ferroviario

absolutamente evitable. Porque Boudou, porque Ciccone, porque los Pomar,

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porque Candela, porque Lorenzino se quería ir, porque las patoteadas de

Moreno, porque Micelli, porque el dedito acusador de Kicillof, porque los buitres,

porque las cadenas, las eternas cadenas, las imposibles cadenas, porque los

llantos televisados, porque la terapia transmitida, porque llorar en silla de

ruedas, porque Nisman.

Porque trazaron una raya en el piso,

nos colocaron del otro lado y empezaron a putearnos y escupirnos ante la

necesidad de culpar a alguien de sus propias miserias nunca tratadas en

terapia. Porque hasta hace 15 minutos, en el mismo lado de la raya nos

enchufaron a Daniel Scioli, el que manifestó su deseo de ser presidente hace un

par de años y lo trataron de golpista, conservador, retrógrado y candidato de

Magnetto y de los fondos buitre. Y como hicieron siempre, de un día para el otro

dijeron que no era tan así, que era lo más mejor del universo todo.

Porque convirtieron al Gobierno en una máquina generadora de excusas. Que si

hay un apagón generalizado por culpa de la desinversión provocada por años

de subsidios sin control alguno al sector energético, es que alguien bajó la

palanca. Que si hubiera sido sábado, en Once morían menos personas. Que

Nisman era putañero y se merecía la violación porque le gustaba salir a la calle

de minifalda. Que los padres no biológicos de hijos de desaparecidos merecen ir

todos en cana, menos los del nieto de Carlotto, que la culpa de sueños

compartidos es de Schoklender y no de los delincuentes que le dieron cabida.

Que a una ciudad de La Plata devastada por el agua y la muerte, Cristina les

dice que ella sabe lo que es una inundación porque una vez se le rebalsó el

lavarropas cuando era chica. Que esto es Harvard y no La Matanza, que

siempre fue una exitosa abogada sin matrícula, que Fariña y Elaskar vendieron

ficción, que la diabetes es una enfermedad de gente rica, que los abuelos que

quieren enseñar a sus nietos el valor del ahorro son unos viejos amarretes, que

el mundo se derrumba como una burbuja –porque en el curioso mundo de Cris,

las burbujas no explotan, se derrumban–, que dar la cotización del dólar blue es

como dar el precio de la cocaína. Que el pacto con Irán no es una claudicación

sino la necesidad de tranzar con los sospechados de dinamitar a 85

compatriotas, que todos los que vistieron uniforme en la dictadura son

demonios menos el imputado Milani. Que lo importante es tener créditos de 50

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cuotas, que pretender seguir consumiendo es de cipayos, que el Ahora 12 es

una política de Estado.

Porque a Cristina no le alcanzaba con ser la Presi y tenía que sentirse “un poco

la madre de todos”, o ser una arquitecta egipcia, capitana de la patria,

reencarnación de Napoleón, contadora sin balances, médica, ingeniera,

bioquímica hachedoscero, sabelotodo de todo, habladora sin saber profesional.

Por si todavía siguen sin encontrar la

respuesta, paso a lo personal. A lo largo de la década larga ganada me tildaron

de facho, cipayo, gorila, golpista, agrogarca que la única tierra que tiene es la

que se le junta en los muebles, vendepatria de una patria que nadie querría

comprar con nosotros adentro, neoliberal beneficiado por un gobierno que

terminó antes de que yo termine la secundaria, cómplice de una dictadura que

se acabó cuando yo tenía once meses de vida, fan del nazismo que finiquitó 37

años antes de que naciera y simpatizante del fascismo que pasó a mejor vida

unas cuatro décadas antes de que mis padres decidieran que era una buena

idea traerme a este mundo. Me acusaron de falta de solidaridad cuando

siempre somos nosotros los que salimos a donar lo que no nos sobra para

ayudar a la gente que el Gobierno abandona. Los que se sumaron a este blog

en los últimos años, es probable que desconozcan el clima que se vivía en el

submundo de Internet en la era en la que los grandes medios no lograban

adaptarse al juego del kirchnerismo. Nos insultaron mil millones de veces, nos

amenazaron otras tantas, nos apretaron y, lo que más duele, nos ningunearon

como ciudadanos.

Y yo no soy eso que dicen que soy.

Discúlpenme si no me pongo a llorar con ustedes o si no logro quedarme

callado la boca, pero me han basureado tanto, pero tanto, que no puedo evitar

que se me escape una leve sonrisa. Eso me hará menos cristiano y podrá no

quedar muy en línea con el discurso integrado del presidente electo, pero no

me digan que no es humano. Si las tardes de cadena nacional las hubieran

dedicado a jugar al fútbol con amigos o a visitar a la familia en vez de pasarlas

viéndola desde abajo, si en vez de defender lo indefendible hubieran frenado

cinco segundos a preguntarse qué estaban defendiendo, si hubieran dedicado

un cachito de sus días para poner las energías en armar algo que los trascienda

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a ustedes y no en bancar a personas que les decían que los querían mientras se

forraban en guita, quizás no habrían vivido la jornada de ayer como si se tratara

de un velorio. Ganó uno, perdió otro, reglas de la democracia.

Ahora podría decirse que se viene la revancha de gente como uno. No tengo

ganas ni tiempo, dado que en un par de días ya tengo un nuevo Gobierno para

empezar a analizar y criticar.

Se van. En unos días nos estaremos puteando por otras cosas, nos mataremos

por cuestiones opinables, seguiremos debatiendo todo porque está en nuestra

esencia, pero lo haremos con caras nuevas. Y eso… eso ya es motivo de alivio.

Lunes 23 de noviembre de 2015. Se van. Doce años, seis meses y quince días

después, se van. Disfrutemos hoy, mañana vemos.

 

Publicado por Lucca

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Fuente: http://blogs.perfil.com/relatodelpresente/2015-11-23-4063-y-todavia-se-preguntan-por-que/