Y los naranjos

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Y los naranjos. Pepe Lara. 1977-1980.

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Y los naranjos 1977 – 1980

Pepe Lara

EDITORES FLORENTINOS

Córdoba 2011

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Habéis hecho que me coma esta noche, que la devore con rabia,

que la oculte en mi estómago con todo su ámbito de fríos,

con sus estrellas desperdigadas, con sus nubes fantasmagóricas, con sus líneas sadomasoquistas.

Habéis apagado mi rabia ahogándome

en vuestra noche asesina.

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Ladrillo sobre ladrillo, cemento sobre cemento

y sudor sobre sudor. Las manos encallecidas aman durante la noche,

acarician a los hijos y abrazan a los perros. Ladrido sobre ladrido,

cemento sobre cemento y sudor sobre sudor.

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Mis labios no volverán a ser un caballo sediento

que cabalgue en los bosques de tu pelo,

ni que beba en tu boca y en tus párpados inmensos.

Te me fuiste al fondo, compañera, de un verso.

Te me fuiste al fondo.

Y ahora yo me extiendo por las aceras de la calle, por cada parque desierto,

por la ventana a muchas noches de amor en invierno.

Te me fuiste a un fondo quieto y sólo me dejaste

la furia de tu lucha y tu recuerdo.

…¡Qué solo me siento!

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Hay un coro de encapuchados, de blancas capuchas, de hábitos blancos

con una roja cruz gamada en el pecho.

Hay un coro de encapuchados.

Me desgajo en partes de cansancio.

He buscado. Encontré al amigo. Te encontré a ti.

Perdí al amigo y te perdí a ti. Y ahora también me pierdo yo.

En partes de cansancio me desgajo. No hay flores. Tampoco infancia.

Hay soledad y cansancio.

No sé si tengo miedo a la muerte. No sé si tal vez amo la vida.

Tal vez la amo.

Pero siento la muerte extenderse caliente a mi lado,

siento los latidos de su sangre negra, siento el peso y el olor a cuero de sus zapatos;

me llega su fétido aliento, adivino su mirada gélida y abismal, imagino la oquedad de sus huesos…

Presiento su presencia a mi lado.

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Hermosa Claudia, en las páginas de esta noche escribiría un poema para ti.

En esta noche me siento capaz de amanecer,

siento la fuerza de la vida retorcerse en mis músculos,

me siento guerrero de la madrugada, dios de la tierra y el agua,

poeta de tu cuerpo.

Podría ser cosmonauta entre los árboles, pájaro junto a la gran fuente,

serpiente bajo la hierba…

Y acabo siendo náufrago, ciego, presidiario,

moribundo, en el cosmos de tu entorno.

Mira, hermosa Claudia, qué poema hice para ti

en las páginas de esta noche.

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No te calles porque amanezca, ni te sientas triste porque llueva, ni llores porque hoy te marchas.

La noche está ya pasada… Pero hasta ahora seguimos juntos.

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La cal se duerme —ay, tristeza temprana—

cerca de mi ventana.

Los ojos se abren —ay, tristeza tardía—

una tarde perdía.

Entre cal y ojos —ay, tristeza constante— se me muere la amante.

Ya no me quedan —ay, tristeza clavada—

sino dolor y nada.

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Ya no hay galeras de forzados, pero

sí que hay forzados y galeras.

Por los mares no navegan prisiones flotantes de madera,

con dos hileras de remos, sin un destino marcado.

Hasta los mares no cae el sudor de los mil remeros condenados,

ni la sangre arrancada de sus espaldas a latigazos;

pero sí que hay galeras y forzados.

Las galeras vinieron de los mares a tierra

y en ella plantaron los cimientos, y sobre ella se alzaron a lo alto.

Los forzados no llevan ya cadenas de hierro,

sino grillos invisibles que más fuerte los han amarrado.

Ahora las galeras se llaman ciudades, y a los forzados, ciudadanos.

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Me eres la noche grande, la plenitud

de una noche grande, con su fuente callada,

con sus altos árboles dormidos, con sus niños quietos, con las calle húmedas

y las farolas aburridas…

Eres peregrina en mi tierra y tus besos son peregrinos

en mis labios, y con ellos me has dado querencia por tu pueblo y querencia por el mío,

querencia por la gente de todos los pueblos…

Somos trigo y viento, montaña y tormenta,

tierra y labrador, agua y cauce y lluvia, somos un amanecer

a la lucha que empieza en nosotros

y acaba en el futuro…

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No te ahogues al lado de la Calahorra…

Que el agua te lavará las entrañas…

Que el aire no es solo de las palomas…

Que todavía queda algún amante…

No te ahogues al lado de la Calahorra…

Que espera una adormecida guitarra…

Que algún verso se despega de tu boca…

Que el río te persigue sin equipaje…

Que esta tarde me queda algo de poeta…

Que si mueres odiaré todas las sombras…

Que todavía no has llegado a verte…

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Aquí, con esta humedad envolvente

que te abraza como el aire, me vengo a morir.

Y muero absorto de los naranjos,

del empedrado suelo y de ti misma.

Aquí, entre estas paredes frías

de un castillo del mundo, me vengo a morir.

Y muero, después de beberme torres,

de nadar en muchas fuentes, de haber estado esperándote.

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La más cruel de todas las amantes se ha vestido de silencio.

Adorada en su silencio se me ha derramado con la noche.

Compañera hundida conmigo en los escalones de la noche,

deja que me ahogue en tu pelo, deja que me ahogue

en cada átomo de tu carne, deja que llore un poco

entre tus manos amadas.

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La noche también se duerme. Me siento náufrago en ella

y busco una isla onírica

en la que tu recuerdo se haga presente y tú te presentes con él…

Como la arena, la espuma y el agua.

Un agujero desolado se sostiene en mi pecho;

te imagino de muchas maneras desde lejos, muy lejos…

Entre arenas, espumas y aguas.

¡Qué ancho es ese mar para poder romperlo!

¡Qué largas estas distancias para consumirlas junto a ti!

¡Cuánta arena, cuánta espuma y cuánta agua para ahogarme

en los versos que me dice tu ausencia!

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En torno a mi cuello, madre noche, el agobio solitario de tu puñal

se me desliza.

En torno a mis ojos, madre soledad, un armario de figuras opacas

se me abre.

En torno a mis manos, madre poesía, la infancia de todos mis versos

se me escapa.

En torno a mi boca, madre palabra, un poder de hombres llamados superiores

quiere callarme. ¿Por qué, madre?

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La primavera vuelve y las amapolas se asoman por encima de los trigos, y los lirios se acarician

con la hierba que se mece.

Siguen mis versos retorciéndose entre los dedos

de la nostalgia, porque tú, muchacha,

no me vuelves.

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Desencanto. Al borde mismo

de todos los patios, cerca

del agua y los naranjos. Cerca de la tarde.

Desencanto. La piedra se humilla

al lado de todas las murallas,

debajo de cada sendero.

Los pasos de los caminantes

se visten de blanco; y muy pocos dejan huella.

Como un sábado, la tarde separada

va llegando, vestida de silencio

y desencanto.

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Quisiera cerrarme una parte como se cierra un libro

y sus páginas.

Quisiera abrirme un todo como se abre una mañana

y su luz.

Pero sus ojos me llegan al agua como un grito desesperado

que se levanta.

Pero no me quedan ya más que un aire y una canción,

¡tan lejana!

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Estás otra vez en tu mesa escribiéndome un poema.

El color rojo de la luna llegará hasta mí, escribes.

Me piensas y me dices que Buenos Aires está nublado

en esa hora.

Hasta mí llega el sonido del televisor en tu salón.

Me piensas y me dices que mi carta no te llega, que tarda.

La próxima semana, te digo.

Has cerrado los ojos. Toda tu mente se desplaza en una línea;

pero mi cabeza está poblada de vapores retorcidos,

de fantasmas que trenzan el hilo que me une a ti.

Me llegas desde tan lejos que no puedo decirte que mañana

cuando tú me pides que ahora, ahora…

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Eres bella y te vas volando como lo hacen los pájaros.

Tu pelo es el mediodía después de la mañana lluviosa

que es tu boca.

Te vas y te llevas tus manos medidoras de amor, tus pechos desgajados a la luna y la luz habitándote el vientre.

Te vas yendo en busca de los inviernos del Sur,

volando junto a los australes pájaros y casi sin querer marchar.

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Esta noche has caminado hasta mi sueño. Vestida con los ropajes del deseo y del amor. Has penetrado

la casa de mi soledad y me has dicho que intentara despertar. Me cantabas

como lo hiciste mucho tiempo atrás, cuando empezamos a confundir el tiempo, donde

empezamos a bebernos el uno al otro. Llegabas y me pedías romper los relojes. Yo acepté. Lo deseaba.

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Me duermo a ti en la hierba. Un cielo de lirios y piedras

nos sepulta en un sueño de madrugadas. Dejamos una huella honda en la hierba.

No sé qué decirte porque te lo pienso todo.

Un rebaño de gacelas se conoce buscando la luna. Una multitud de guitarras enmudece por nosotros.

La hierba nos está amando. Nos espera una isla y permanecemos aquí.

Te duermes a mí en la hierba.

Todo está abierto.

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Como giran las estrellas encontré que tú girabas,

soñando junto a los mares, mirando el ritmo del agua.

Allí te ibas a soñar. Allí llorando soñabas.

Hacías amaneceres cuando la tarde acababa.

Allí te ibas a soñar. Allí callando soñabas.

Tú no podías pensar qué ancha era nuestra distancia,

y por eso no dormías, sólo por eso esperabas.

Allí te ibas a soñar. Allí despierta soñabas.

Allí componías versos dentro de la madrugada.

Caminaste por las calles y la lluvia te rodeaba. Algunas veces llovía

y Buenos Aires lloraba.

Tú no podías pensar que los días me mataban.

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Algunas veces dormías muy cerca de una guitarra.

Así componías versos y casi siempre llorabas.

En la otra parte del mar soñabas y me soñabas.

A veces quise decirte: No llores, hermosa Claudia.

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Yo te amo y tú callas

desde una mañana posterior, y tus ojos no miran

desde la ventana el mar.

Y tú piensas que me sepultan las calles,

mientras yo pienso que tu boca

tal vez no dice más mi nombre.

Y tú sabes que espero

echado sobre mi mesa, sabiendo

que tus manos no escriben

ningún verso.

Y te sueño, imaginándote

oculta por tu pelo, apenas dormida,

con la mirada quizás

buscándome el sentir.

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Me despierto y abro los ojos. Miro. El reloj. El cenicero. Los libros.

Todo está como se quedó anoche. Hace muchos días que no hay soles. La ventana ha despertado cerrada. El pecho me sabe a tabaco. Nada puede perturbar este amanecer.

La luz entra y rebota en la pared. Siempre me duele el vientre a esta hora.

Me acostumbré a despertar de esta forma. El sueño inacabado. La luz triste. Pájaros mañaneros vuelan libres. A veces pienso en otro despertar, en otra casa, muy cerca del mar.

Algunas mañanas no me despierto y me quedo enredado en los sueños.

Pero son muy escasos estos días, y estas sus mañanas son de otra vida.

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En otoño En estos días

El otoño tiene ya… En estos días hay algo extraño más allá de la luna

Los días son más cortos La luna siempre iba acompañada de un lucero al amanecer

En estos días amanece y sólo está el lucero El verano El otoño Los días La luna El lucero

Se me van borrando Se me nubla todo Todo menos tu recuerdo

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De ti al sol dieciocho días había.

De ti a la luna catorce lunas faltaban.

De ti a los árboles cuatro nuevos mundos son.

De ti a tu pelo dos pasos bastaban.

De ti a mí solo tú eres posible.

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Caballo bajo luna llena

Escupe fuego por los ojos con la rabia en los cascos

se revuelve fugitivo y mira la luna

reprochándole cien días y cuarenta muertes

A espaldas de los árboles la muerte lo está esperando…

Y él galopa.

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Llueve y de la lluvia solo piensas

que tu habitación tiene goteras.

Llueve, te acuerdas de la abuela

y de mil mujeres

caminando de negro sobre ti.

Llueve, recoges tristeza

para ahogarla en tus sueños.

Llueve, te das

media vuelta en tu cama,

y echas de menos la presencia de tu compañera.

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El otoño no tiene dueño y tú caminas

con una flor siempre joven.

Caminas pisando los primeros charcos del recuerdo.

No quieres escuchar al agua y ella siempre repite

el mismo verso en tu pelo.

El otoño se te ha adelantado mil días y tú no puedes remediarlo y yo no puedo hacer nada

para retener el verano, y cuando quiero hablarte no se me ocurre otra cosa

que lo que ya dijo la tierra.

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Quiero olvidar todos los versos míos y cerrar para siempre mi cuaderno,

ocupar todos mis huecos vacíos, dormirme, esperar que llegue el invierno.

No quiero pensar ni quiero pensar. Quiero dejar mi cuerpo trasnochado,

acompañar a las algas del mar, jugar infantil con el pez dorado.

Quiero declarar mi amor a la araña que de repente aparece en mi mesa, escribir en el cristal que se empaña,

pensar que una mujer viene y me besa.

Quedarme solo con la oscuridad, hablar con flores de un negro jardín,

cerrar los ojos sin saber mi edad… Y creerme que me he muerto por fin.

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Estoy tan cansado que no distingo el viento,

que los niños no vienen a jugar conmigo, que los árboles me nacen en todo el cuerpo con multitud de ramas y

hojas.

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Me enterraréis en un cruce de caminos. Lejos de las palomas. Fuera del tiempo.

Para que no haya flores. Para que mi nombre no esté en mi casa.

Me llevaré mi voz fuera de las tabernas. Me lo llevaré todo y de mí solo quedará la ausencia.

Enterradme en un cruce de caminos. Que no me hallen las palomas.

Que no me vean las flores. Que no me pase el tiempo.

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La noche se acababa

y vos me dijiste: poné

tus manos en mis pechos.

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Esta noche la luna llena

te mira por mí: ámala.

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Comienzo a caminar lejos inventándome una senda.

Soy un río casi triste y tú eres una ausencia.

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El viento de la montaña construye una fantástica ciudad en la noche. Lobo enamorado de las estrellas el vagabundo busca a un amigo.

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Flores hay en la luna que vienen

y entran por mi ventana.

Ojos hay en mi ventana que miran y hablan

con mi sueño.

Flores hay en mi sueño que crecen e iluminan

los mares de la luna.

Ojos hay en la luna que entran como flores

por mi ventana.

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Los ojos flotan como una luna

de alcohol.

La luna va y los días vienen y los días pasan

y mañana seremos

un viento que se va para el sur.

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Como la fiebre en una puerta. Mi corazón

se abría y se cerraba dormía y lloraba

y mis ojos escalaban locos los árboles

y mis manos buscaban el tiempo en mis bolsillos

y mi pelo se abría se cerraba

buscaba la cola de los pájaros y cuando dormí soñé que con otra fiebre

anudados dentro de todo estábamos tú y yo.

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Pregunta a la tierra y ella te dirá: Soy la tierra.

Pregunta al agua y ella te dirá: Soy el agua.

Pregúntame a mí y yo te diré:

Quiero ser tú.

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Creíste que llegabas al mar; llegabas al agua, solo al agua.

El viento te derrumbaba. El corazón se te partía;

o tal vez se te hacía agua.

Pero de todas maneras no era el mar lo que mirabas.

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Me diste un abrazo como un piano de cola;

me diste un beso como cuatro lunas.

Y el tren te hizo partir... En la estación

flotaba el reflejo de tu pelo; y hoy,

muchos días después, flota tu recuerdo

como una presencia adolescente, como un zapato

de suela rota que dice versos añejos.

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Y el sol que rozaba tu horizonte era un cariño a la vida,

un amor a los pájaros y los árboles, una vibración de las flores

que perdían el rocío de la mañana para sentir

la humedad de tus hermosos ojos.

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Todas las cárceles son redondas y yo estoy siempre durmiendo en círculo.

Las rejas son jirones de tiempo que nos agarran por la garganta.

Por las noches en mi sueño pienso huir y no llego más allá del alba.

Todas las cárceles son redondas, pero hay momentos de locura

y casi me apodero del mar.

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Salía tu verso de tu propia estructura más profunda

como un eructo volcánico en algún planeta de la galaxia más lejana

Tus pensamientos parecían algodón de un cuento de la infancia

Te atragantaste con el primer rayo de sol

Eras un niño a pesar de haber tenido edad

para volverte alcohólico

Muchas veces quisiste preguntar cosas que no sabías

De todas formas nadie iba a contestarte

Tú no eras el más solitario de los seres

Pero estabas tan solo como todos

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Tienes las manos en los bolsillos, un cigarrillo entre los labios,

una larga calle que andar y nada importante que hacer.

Tienes veinte años encima ya, apenas cuarenta y dos pesetas,

un día que ya casi acaba y nada interesante que hacer.

El mal tiempo a la ciudad llega, sientes frío y hastío en tus manos; no estudias ni hay dónde trabajar.

No hay nada importante que hacer.

El tiempo te pasa por los ojos y no hallas la manera de mirarlo;

has perdido el tiempo y no te importa: ya no importa lo que hayas perdido.

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Hoy no le sale el sol al Guadalquivir. Una bruma que llegó con la noche

se unció a sus riberas, como un niño buscando madre. Hoy el Guadalquivir no tiene sol

y yo voy por un camino a la faena, tarareando una canción, con unas gotas de niebla suspendidas en mi frente.

El día va pasando. Es noviembre y el otoño quiere acabarse.

La hierba en los linderos, la tierra fría de la besana

parece moverse con un latido de hembra después del parto.

Algunos pájaros buscan árboles. Hoy no tiene sol el Guadalquivir

y en el soto parece como si hubiera fantasmas.

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No me esperéis hoy para comer. Podéis guardar mi cuchara y mi plato, comeros el pan que me corresponde,

dejar mi sitio a algún invitado. No me echéis de menos en la mesa y comed mientras oís en la radio

las noticias de lo que pasa al mundo, mientras habláis del tiempo que ha llegado.

No me esperéis hoy para comer; es que tengo una cita en el palacio

y no sé para cuándo volveré: voy a ver si puedo matar al tirano.

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Poema de la casa. No me maten el huerto ni cierren las ventanas.

Miren el cielo. Estoy viejo y la vida se me acaba.

No pasen de la puerta. No manchen las paredes de mi casa.

Quien tuvo ojos hermosos se fue muriendo todas las mañanas.

Y no me hagan llorar, que estoy viejo

y la vida se me acaba.

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Córdoba de Andalucía Diciembre

de 2011

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