XXXIII EXALTACIÓN - Hermandad Sacramental de Gines · Mi agradecimiento a vosotros sólo puede...

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XXXIII EXALTACIÓN DE LA SEMANA SANTA Organizada por la ANTIGUA E ILUSTRE HERMANDAD SACRAMENTAL Y NUESTRA SEÑORA DE BELÉN, COFRADÍA DE NAZARENOS DEL SANTÍSIMO CRISTO DE LA VERA CRUZ Y NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES CORONADA En la palabra de N.H.D. JOSÉ RODRÍGUEZ POLVILLO quien será presentado por N.H.D. JOAQUÍN HURTADO SUÁREZ El domingo 30 de marzo de 2014 a las 13:00 horas En la Parroquia de Nuestra Señora de Belén de la villa de Gines. Intervendrá en el apartado musical la Banda de Albaida del Aljarafe. Tras finalizar el acto, la Hermandad ofrecerá un ágape en honor al pregonero.

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XXXIII EXALTACIÓNDE LA SEMANA SANTA

Organizada por la

ANTIGUA E ILUSTRE HERMANDAD SACRAMENTAL Y NUESTRA SEÑORA DE BELÉN, COFRADÍA DE NAZARENOS

DEL SANTÍSIMO CRISTO DE LA VERA CRUZ Y NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES CORONADA

En la palabra de

N.H.D. JOSÉ RODRÍGUEZ POLVILLO

quien será presentado por

N.H.D. JOAQUÍN HURTADO SUÁREZ

El domingo 30 de marzo de 2014 a las 13:00 horasEn la Parroquia de Nuestra Señora de Belén de la villa de Gines.

Intervendrá en el apartado musical la Banda de Albaida del Aljarafe.

Tras fi nalizar el acto, la Hermandad ofrecerá un ágape en honor al pregonero.

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XXXIII Exaltación de la Semana Santa de Gines

José Rodríguez Polvillo

“Espejo de mi Fe”

Parroquia de Nuestra Señora de Belén de Gines.

30 de marzo de 2014.

Domingo de Laetare

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A mi familia, a los que están y a los que no,

ellos que son el refugio

al que siempre ansío llegar.

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No sé si lo soñé, lo inventé o tal vez me lo contaron. Fue entre brumas de esperanza cuando en mí se prodigaron olores de pueblo nuevo, saberes de pueblo sabio. El joven que todo lo busca, todo lo acabó encontrando en las noches y atardeceres de una niña que iba andando. Junto a ella pudo aprender qué da un pueblo que ama dando, que un banco del Barrio es un balcón a un escenario para enterarse de todo, de todo lo que está pasando. Junto a su mano aprendió de la “calle el Buey” su encanto, embobado se quedaba con la plaza y sus naranjos. Y mientras más venía más se iba enamorando de su amada y de su pueblo que tanto le iban dando. Como quien descubre un tesoro, en cada joya, un sobresalto, un rosario de sonrisas, abiertos siempre los brazos, una familia adoptiva sin lugar para el desánimo, una familia que crecía en cada casa, en cada patio. Vecinos, compañeros, amigos, a todos, os debo tanto. Amor con amor se paga dice un antiguo adagio. Hoy mi corazón abierto en mis labios yo lo traigo. Mis gracias para vosotros, porque Gines es un regalo.

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Salutación

everendo señor Cura Párroco y Director Espiritual de nuestra Hermandad. Reverendo señor Vicario Parroquial. Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la Antigua e Ilustre Hermandad Sacramental y Nuestra Señora de Belén,

Cofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Vera Cruz y Nuestra Señora de los Dolores Coronada. Mi agradecimiento a vosotros sólo puede compararse con la enorme felicidad que habéis querido regalarme en el día de hoy. Me encargáis, sin embargo, una tarea imposible: contarle Gines… a Gines. La acometeré como deben acometerse las tareas que no pueden lograrse: con el arrojo del que sabe que la encomienda es inabarcable, y que por eso mismo no teme cometer falta alguna, porque la única falta sería no intentarlo.

Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la Antigua y Fervorosa Hermandad de Nuestra Señora del Rosario y Santa Rosalía. No es por casualidad que la advocación mariana que tan a gala lleváis sea la Patrona de las Batallas, ni que durante algún tiempo se le conociera como Nuestra Señora de las Victorias. Junto a Ella, en las luchas cotidianas el triunfo definitivo no es más que una cuestión de tiempo.

Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la Fervorosa, Mariana y Antigua Hermandad de Nuestra Señora del Rocío. Sabéis como nadie que el camino es duro pero la recompensa enorme. En vuestro peregrinar se resume buena parte del sentido cristiano de la vida.

Presidente y Junta de Gobierno de la Asociación Parroquial San Ginés. El ejemplo del Patrón demuestra que cualquiera, ¿por qué no, quién sabe, alguno de nosotros?, puede estar en el camino de la santidad, y que para recorrer ese sendero no hace falta más que hacer del amor al prójimo una auténtica opción de vida.

Excelentísimo señor Alcalde-Presidente de nuestro Ayuntamiento, miembros de la Corporación Municipal, y demás autoridades presentes.

Hermanos todos.

Dejadme comenzar agradeciéndole sus generosas palabras al presentador y pregonero de 2013, Joaquín Hurtado. Como ya te dije en su día,

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es un honor recibir el testigo de tus manos en este mismo atril en el que hace apenas un año convertiste en cuento para Gines tus muchas vivencias junto a la Hermandad.

Recibo con orgullo el relevo que me entregas, y sólo espero llevarlo con la mayor dignidad posible hasta la siguiente posta.

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Déjame que te quiera

“¿Cómo van a creer, si no han oído hablar de él? ¿y cómo van a oír, si nadie les anuncia el mensaje?”.

Romanos, 10, 14

éjame que te quiera. Es cierto que no traigo en las alforjas un pasado lleno de ti, ni una infancia en la que estuvieras tú, ni una juventud en la que aparecieras aunque fuera de soslayo. Nos conocimos tarde… una pena. Aunque quizá fuera el que escribe con renglones torcidos quien así lo quiso. Quizá, sólo quizá,

llegaste a mí cuando estuve preparado para recibirte, cuando la vida me trajo alguien dispuesto a pronunciar tu nombre, a hablar en tu nombre.

Fíjate lo que son las cosas. Hoy me encargan a mí que sea yo quien hable por ti, quien cuente tus cosas, quien proclame lo que tú eres, y sobre todo quien escriba negro sobre blanco lo que tus puertas abren en el alma de tu gente. Porque tus puertas siempre están abiertas. Abiertas para el corazón del que duda, para el que quiere ayudar y para el que anda buscando una esperanza, para el que quiere conocer el camino, y para el que ya lo ha encontrado.

Pero claro, no puedo contarte lo que tú ya sabes, lo que otros han contado. No te diré lo que tus nazarenos de luto guardan bajo el escudo de sus anhelos. Tampoco te contaré el secreto que se esconde en una “revirá” imposible hacia la calle de lo desconocido, ni cómo suenan las bambalinas que atesoran la esperanza de tu pueblo. Eso… eso lo sabes tú mejor que nadie. No te hablaré de lo imponente de tu impronta, ni de jóvenes limpiando plata, ni de estandartes ni “pasocristos”, ni siquiera de cómo te sueñan los tuyos todo un año. Todo eso… ya lo sabes.

Déjame que te quiera. Yo traigo la voz de quien te conoció tarde… pero ya no puede ni quiere

olvidarte. Traigo la mirada del que te vio una vez, y ahora te encuentra en todos los espejos. Traigo en los labios la certeza del que mira con ojos nuevos. Yo traigo la palabra de quien aprendió a decirla sólo para decírtela a ti. Traigo el susurro que se hace grito sin alzar la voz, porque no hace falta gritar la verdad para que lo sea, sino que la verdad es siempre un grito, aunque se diga en voz baja.

Déjame que te quiera.

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La noticia de tu llegada vino a mí mucho antes de tu arribo. Como la tinta de la memoria escribe el libro de los recuerdos, así una niña de ojos claros me narraba sus vivencias contigo, sus recuerdos de ti. Era el relato de quien se sabe en posesión de algo grande… muy grande, un cofre en el que se guardan a la vez las historias de los suyos y la esperanza de un recuerdo.

Cada palabra parecía cosida al tiempo, unida al reloj de los días por los hilos del que espera todo un año a que llegue un solo instante, el instante de lo eterno. Era como un soplo lleno a la vez de la melancolía de lo vivido y la felicidad anticipada de lo que está por venir, una pintura en sepia traída a jirones hasta el hoy más prosaico, un poema en el que cabe la Fe de un pueblo entero en apenas catorce versos, un manuscrito que las horas no se atrevieron a borrar porque los trazos los había escrito de puño y letra la misma Historia.

Déjame que te quiera. Porque tras ella y junto a ella vinieron otros que también te fueron

cosiendo a mí, y a cada paso Tú, y en cada esquina Tú, esperándome paciente a que me decidiera. Te aprendí de los tuyos, sí, te leí en los ojos de los tuyos… en la mirada de quien siempre encuentra un hueco para rezar por muy duro que haya sido el día, en las manos de quien no le pesan tus cosas y sólo encuentra alivio cuando se las echa a la espalda, en la boca de quien te pregona sin púlpito porque no hace falta nada para hablar de quien se ama de veras.

Déjame que te quiera. Déjame que te lo cuente.

Hoy os propongo un trato. Decidme si lo cerramos. Os contaré cicatrices que el tiempo me fue dejando. Lo haré con el corazón, con la verdad en las manos, con los bolsillos bien llenos del relato más sincero que jamás se haya contado. Hoy os propongo un trato. Decidme si lo cerramos. Sólo una cosa os pido, no os costará mucho darlo. Prestadme vuestra esperanza, vuestra Fe, vuestros brazos,

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los mismos que a Cristo muerto en la cruz siguen llevando. Prestadme la inteligencia, y el amor que vais clamando al único Dios verdadero, el único bien duradero que yo busco y no lo alcanzo. Hoy os propongo un trato. Decidme si lo cerramos. No tengo para ofreceros más que unos versos que amarro a este atril que es hoy refugio en que lastre voy dejando. Gines, su gente y su Fe asoman ya en estos labios. Hoy os propongo un trato. Decidme si lo cerramos.

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Descubriendo el secreto

en. Acércate. Escucha bien, atiende a lo que tengo que decirte. Voy a contarte el secreto de la felicidad, de mi felicidad. No tendrás que ir muy lejos para encontrarla, no hará faltar que subas a las montañas ni atravieses los mares más profundos. En este viaje no necesitarás alforjas ni calzado cómodo, ni siquiera tendrás que despedirte de los tuyos, al

contrario… Atiende a mis palabras porque hoy voy a darte el mapa, la ruta que bien

empleada guiará tus pasos hacia tu propia dicha, el sendero que antes otros han recorrido y por el que yo ya he empezado a caminar. Acompáñame, descúbrelo conmigo. Te lo enseñaré como mejor sabe hacerlo este contador de historias ajenas, por la boca, los gestos, y los sentimientos de otros, los que fueron conformando lo que hoy es este pudoroso pregonero.

Serán otros los que hablen por mí, mientras yo escucho y asiento frente al espejo que me refleja. Serán otros los que presten su voz para decirte que fui más feliz cuando más de Dios hubo dentro de mí. Otros serán los que te contarán que cuanto menos esperes, más te será dado, que al final de todo razonamiento te espera Dios, y que los amantes del Amor no sólo somos más fuertes, sino que también somos mayoría.

Déjame que te muestre hoy las cicatrices de mi alma, las yagas que los años, todavía no demasiados, han ido ahondando en un corazón en búsqueda, como el tuyo. Pero permíteme que te lo cuente a mi manera, a través de la imagen que veo reflejada, y de la que yo también soy reflejo. Dame tu mano, amigo, olvida lo que te han contado no mires más al pasado emprendamos juntos el camino. Sé de tu alma de peregrino, y que andas buscando Gloria, proclama ya que la historia no conoció nadie más grande, y que tu corazón siempre guarde que tu Fe es tu victoria.

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La leyenda del indiano

“La leyenda, generalmente la hace la mayoría de la gente sensata de un pueblo. El libro, generalmente está escrito por un sólo loco del pueblo”.

G.K. Chesterton

sta historia, o por mejor decir, esta leyenda comienza en el antiguo Muelle de las Mulas, en la ribera de un Río tan Grande que abrió sus brazos para acabar convertido en puerta de un Mundo Nuevo, un caudal que quiso llevar a su gente una Buena Nueva preñada de barcos de vela. Por entonces, Sevilla ya comenzaba a hacer el amor con América y escribía con trazo fino la página más brillante de

su historia. La ciudad había mudado su aspecto en pocos años para convertirse, ahí es nada, en el lugar más importante del mundo.

Por sus calles, en su puerto, podían verse entonces no sólo los hombres más audaces de su tiempo, sino también aquellos tocados por el Altísimo con el selecto don de la Creatividad.

La suya no fue, sin embargo, una vida fácil. Apenas le quedaban unas hogazas de pan cuando decidió embarcarse rumbo a una tierra tan nueva que parecía hecha para la felicidad.

Ni siquiera la noche quiso acompañarle en el viaje de su desdicha, y para no hacerlo cosió su negro telón con los hilos de la indiferencia, los mismos que taparon los jirones por los que ya no podían asomarse las estrellas.

Desde ese mismo lugar había partido un día la aventura de una singladura que había de rodear la tierra. Sentía, sin embargo, que la suya no sería menor a la de aquellos navegantes; sin hacer ningún desplante, él iba buscando a Dios.

Quizá había estado rezando poco antes en el Alcázar a la Virgen de los Navegantes, quizá se había encomendado al Santo Crucifijo de San Agustín, de tanta devoción por entonces. Lo cierto es que se echó a la mar acompañado únicamente por un corazón entre interrogantes. Las procelosas aguas que separaban las Españas no parecían causarle mayor temor que el que le producía no encontrar respuesta.

Una vez en tierra indiana, entró en contacto con los nuevos poderosos de aquel lugar todavía por descubrir. “Si Dios existe –le dijeron- debe ser un reflejo de su poder infinito, y su grandeza podrá verse en sus ropas, en su casa, y en las riquezas que posea”. “Dios todopoderoso puede verse en el espejo de un rey todopoderoso”, le aseguraron aquellos hombres que, acumulando toda clase de lujos, creían sentirse más cerca de Él.

Apartado de todos, encontró la figura desvencijada de alguien que en otro tiempo parecía haber sido un hombre. La búsqueda de fama y dinero le habían llevado más allá del mar hacía no tantos años, dejando atrás una patria

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misionera que empeñaba a sus mejores hijos en una tarea tan generosa que no han conocido otra igual los siglos.

Preguntado por Dios, aquel pobre menesteroso sólo acertó a decirle: “Yo siempre me imagino a Jesús muerto en la cruz, porque aunque muestre las yagas de su martirio y parezca sin vida, así nos recuerda que todos somos el motivo de su sacrificio. Pienso en un Dios sin lujos, lleno de humildad en su inmenso poder, un Dios que predica con el ejemplo incluso más que con la palabra, un Dios que nos enseña que el sufrimiento tiene recompensa, y que todos podemos derrotar a la muerte”.

Comprendió entonces que su estancia en las Indias había terminado. Su Fe, antes tan maltrecha y hasta tambaleante, había encontrado la columna a la que asirse, y como un nuevo misionero sentía ahora la necesidad de contar a todos su hallazgo.

De regreso a la metrópoli, el artesano empeñó sus manos para contar su reencuentro con Dios de la única forma que sabía: recreando una imagen de Cristo muerto en la cruz que, quizá algún día, a alguien pudiera evocarle las palabras que le había dicho a él aquel indiano, tan rico que todo lo guardaba en su espíritu.

Y fue por eso por lo que ni siquiera quiso firmar su obra. Los pensamientos le susurraron que el nombre de un pecador no era digno de encontrarse junto al de Jesús, y que rubricar la talla sólo podía interpretarse como una osadía, incluso como soberbia.

Su Fe, toda su Fe, se encontraba ahora ante sus ojos, aunque apenas podía reconocerlo como obra suya. Sus manos de artesano habían modelado casi intuitivamente el rostro de Dios, el rostro que iba a dar sentido a la Fe de todo un pueblo durante siglos. El tiempo iba a convertir a aquel hombre menudo de la cruz en el vecino más antiguo y más ilustre de Gines, una suerte de confesor al que contarle la verdad de tus adentros, unos brazos que sin dejar de ser divinos siempre esperas que te echen una mano en los quehaceres del día a día, una respuesta a tus preguntas, una voz callada de consuelo y esperanza ante lo incierto. Háblame, divino artesano, di qué guardas en las manos y qué don a ti te asiste para que el más poderoso sea en tu obra el más humilde. Dime quién te contó el secreto de los siglos, dime quién te susurró cómo era el rostro de Dios que en la tierra es su hijo.

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Dímelo, aunque el tiempo haya borrado de tu nombre todo vestigio, que tú lo quisiste así para que no olvidemos que aquí el único importante es Cristo. No lo digas; deja que lo imagine: que vino del mismo cielo ese Señor del madero que tu Fe dejó en Gines.

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Romance de la Esperanza

unque sólo fuera por un día, su pequeño cuerpecito pareció levantarse de la cama como una niña de 15 años. Sus más de 80 no le molestaron, como tantas otras veces, para casi saltar al suelo con una vitalidad que el calendario parecía haberse llevado hacía ya demasiado tiempo. Cuando su hija fue a despertarla, ya estaba casi vestida y apenas la necesitó para enfundarse esos dichosos zapatos.

- “Mamá, ¿qué te pasa? Te veo distinta. No sé, con mucha vitalidad, con mucha alegría…”.

- “Hija, hoy es Viernes Santo”, dijo escuetamente con una levísima sonrisa pintada en la cara.

Apenas unos días atrás había tenido una nueva recaída en esa pertinaz enfermedad que llamamos “vejez”, de la que uno no espera recuperarse nunca y que enseña como nadie la inutilidad de lo mundano. Por eso a Esperanza le sorprendía todavía más la reciente vitalidad de su madre, a la que tantas veces había visto enfundada en el oscuro manto de la desesperación.

Sus piernas, tan castigadas, hacía mucho que no le permitían acompañar a la procesión, que apenas podía ver cada año desde la ventana de su dormitorio, donde sus pequeños ojitos grises parecían derramar a manos llenas toda la Fe de este mundo.

Mientras el cielo se encapotaba para no ser menos que el del año anterior, desde el salón escucharon un murmullo de oraciones, una letanía de rezos que así decía: Sé de mi alma la luz, de mi corazón la esperanza, refugio en el dolor, canto de mi alabanza. Madre mía no me llores, rosa blanca, bella estampa, madre mía de los Dolores, manantial de mi agua clara. Me desdibuja el tiempo que para ti nunca pasa, que tu pena y tu dolor tienen en mí sus lágrimas. En el Sagrario te veo en silencio y plena calma. No hay un lugar mejor para vivir una dama.

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Los barrotes de la reja traspasa, Virgen galana, la dulzura de un perfil que conquista un alcázar. Y si de cerca te miro antes de Semana Santa beso tus manos de gloria que a Jesús acurrucaran, unas manos que fueron las primeras que a Dios tocaran porque siempre es Viernes Santo en tus manos de plata. Por si faltasen motivos para que yo las besara, son las manos de mi madre que en el cielo a mí me aguarda, las que a mí me sostuvieron cuando caí y eso basta. Y si te veo en tu paso cuando las calles realzas sólo pienso qué sería ser para ti una flor blanca. Flor junto a ti, Dolorosa, postrada ante tus plantas, qué placida noche la mía si en tu pelo me enredara. Flor sin olor siquiera para realzar tu fragancia, qué suerte Dios mío tendría de tu pecho en la solapa. Flor de acanto en un varal como columna romana para sostener el templo que guarda la Fe cristiana. Hay un murmullo en la calle la torre te anuncia ufana, a proclamar tu gloria no quieren faltar las campanas. Madre mía de los Dolores ven a mí sin más tardanza, que sólo en tus manos duermen todas mis esperanzas.

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Lección de Caridad

curre a veces que hay palabras que caen en desgracia. Bien por modas, quizá por algún interés generalmente no muy bien intencionado, o simplemente por desconocimiento de su significado. Algo de esto le ocurre a la palabra “Caridad”, a la que no pocos (los cofrades los primeros) se empeñan en revestir ahora de circunloquios de dudosa creatividad, como “obras asistenciales”, “obras sociales”,

“acción social”, “actividades solidarias”, “labor asistencial” y todas las que queramos inventarnos. Y todo para no decir “Caridad”. La precariedad de los bolsillos ha puesto tristemente de moda el tema, pero no la palabra, y es que si cambia la palabra, también cambia la intención. La Caridad es, literalmente, Amor. Amor a los demás, y por supuesto Amor a Dios. ¿Nos avergonzamos del Amor a Dios y al prójimo? ¿A qué ocultarlo entonces con extraños subterfugios? Llamar a la Caridad de otra forma no sólo es menospreciarla, y traicionar su verdadera esencia, sino que pretende acercar a las hermandades y a toda la Iglesia a otros colectivos con los que poco tiene que ver. Estas organizaciones hacen una labor digna de encomio y por la que debemos estar siempre agradecidos, pero las hermandades y la Iglesia son, o deben ser, mucho más que eso.

Lo aprendí viendo rezar en el Sagrario a un hombre al que los años parecían haberle cogido por sorpresa. Dejaba entrever una vitalidad rebosante en un cuerpo que se sabía agotado, parecía un niño que se hubiera vestido con el traje raído y desvencijado de un padre ya difunto, como un árbol quebrado por el viento que, sin embargo, sigue conservando en su interior la savia de la vida.

Supe después que aquel hombre parecía acumular pesares como un avaro sus monedas, un coleccionista de desdichas que, no por tenerlas todas, perdía su tiempo atendiéndolas demasiado. La soledad, la enfermedad, la pobreza… todas y alguna más le visitaban cada mañana para recordarle sus miserias.

Pasaba los días en una casa cuyos muros parecían a punto de rendirse y donde el frío y el hambre campaban a sus anchas. Apenas salía de allí para subir la calle hasta la iglesia y postrarse en el Sagrario. Con la voz entrecortada, casi no podían escucharse sus palabras… Señor, hoy quiero pedirte por los que no tienen nada, por los que están enfermos, por los que rebosan lágrimas.

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Quiero que ayudes, Señor, a los que algo les falta, a quien no tiene Fe, a quien la perderá mañana, a quien vive en la pobreza, y a quien no tiene esperanza, a los ojos que en un hospital miran por la ventana en busca de ese consuelo que sólo Tú le das al alma. Y mientras esto decía no recordaba su soledad, ni el tormento de los días, ni la terrible enfermedad, ni el corazón de los hombres que no saben perdonar, ni al que sólo hace daño por pura y simple maldad. Ni pensaba en esos hijos que no vienen, ¿dónde están? Sólo recordaba el mandato: “A todos tienes que amar. Al prójimo como a ti mismo, y a Dios en todo lugar”. Con humildes oraciones aquel anciano supo dar la más bella de las lecciones de lo que es la Caridad.

~ 17 ~

Por verte… legará el día… y el viento traerá en los bolsillos un lamento de siglos. Llegará el día y el Sol escribirá sobre las fachadas los últimos renglones de una fecha que no quiere terminar, recortando sobre la cal la sombra de una tarde que se muere por hacerse noche. Llegará el día y el cielo se enfundará su luto aunque sólo sea

para no desentonar, y las campanas tañerán el metal para anunciarnos el bronce del rostro de un Cristo muerto.

Llegará el día y resonará todavía el eco de un viejo nazareno que ya no está, pero que dejó la enseñanza que antes otros a él le habían enseñando.

Llegará el día y habrá tanto silencio que todos podrán escuchar los recuerdos y las oraciones que sólo están en el pensamiento.

Llegará el día y te vestirás de domingo sin serlo, y recordarás una infancia de pantalón corto y zapatos nuevos en la que cabía un tiempo sin mesura… el tiempo.

Llegará el día y volverás a ver el mundo desde tu antifaz, resonarán los ecos de un antiguo penitente, y la luz del cirio alumbrará el camino de adoquines que te llevará otra vez a tu lugar en el tramo de los nazarenos de la vida.

Llegará el día y te calzarás el costal pensando en esa promesa que hiciste, o en quien te precedió en las trabajaderas para dejarte un tesoro de monedas hechas de esfuerzo y devoción a partes iguales.

Llegará el día y el reloj marcará la hora de la melancolía por quien ya no está a tu lado, y el tiempo jugará al despiste haciéndonos volver a una fecha que ya fue, y nos la recordará siempre mejor de lo que fue.

Llegará el día y las plegarias saltarán de unos labios a otros al paso del Señor de la Vera Cruz, escribiendo en el aire el libro más sincero de las oraciones de Gines.

Llegará el día y tras una casapuerta te proclamarán en silencio los ojos del que sufre, y en la cama de un hospital se oirán las lágrimas del que sabe que la cofradía ya está en la calle… sin que él lo esté.

Pero nada de eso ocurriría sin ti, al margen de ti, porque todo depende de ti. Llegará el día, y sólo será Viernes Santo, por verte a ti, María. Verte pasar es paradoja porque la vida no pasa por ti, el tiempo no corre para ti, eres Tú la misma Historia.

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No pasas ante nosotros, Señora, sino nuestras vidas fugaces. Guíanos en este trance, del libro somos sólo una hoja. En el calor, el hielo. En el frío, vivas llamas. Cántaro que se derrama en aguas puras del mismo cielo. A tu vera no hay más miedo, a tu vera la luz es clara, esperanza del enfermo, barco seguro en mar de plata. Revestida de tristeza entre las rejas del Sagrario, en tus ojos la certeza consuelo cierto de diario, de tu vientre la pureza que la Cruz hizo sudario.

~ 19 ~

El dolor y la belleza

n pueblo que hace de la Cruz y los Dolores sujetos de su devoción se envuelve cada día en la bandera de la más profunda dignidad. Los tiempos han querido desterrarlo acusándolo de inhumano, pero lo cierto es que pocas cosas puede haber que nos hagan más humanos que el sufrimiento. Se refería al arte, pero bien podría haberlo escrito pensando

en ti. “Debemos servir al mismo tiempo al dolor y a la belleza”, decía Camus, y no puede ser mayor verdad que quien te sirve a ti, así lo hace. Casi sin quererlo, con tu delicado desdén, nos muestras la forma de unir en uno solo el sufrimiento y la hermosura. Con tu cara de niña eres capaz de enseñarnos dónde se esconde la bondad del dolor, ese del que renegamos tan a menudo y sin el que no hay salvación posible: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mateo 5, 5).

SAETA en la voz de Manuel Jesús García Hurtado:

Siete dolores tú llevas clavaítos en el pecho, siete dagas atraviesan tu corazón de pureza, Reina del mismo cielo

No quiero hablarte entre luces y focos, ni con juramentos ni golpes de

pecho. No quiero hablarte para que nos miren, ni para que nos oigan. Sólo quiero hablarte con la luz bajita, sin que nadie nos vea. Sin llamas, sí, pero con mucho calor.

Vienes bajando la calle en la que dejé de contar los pasos que daba, porque los daba por amor. El viento le regala a la noche los olores de tu presencia: nardo, incienso, cera… y el tiempo deja de contarse para contemplar un instante que es eterno… y a la vez tan fugaz. Tanto se para el tiempo, que hasta ha logrado volver atrás, y mientras Tú esperas con los brazos entreabiertos a que vuelva tu hijo, el reloj devuelve ahora a tu rostro la juventud que gozabas cuando Él nació en Belén. Va camino de doscientos y no aparenta más de trece, y a todo Gines ofrece para sus lágrimas, pañuelo.

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En su paso es consuelo de los que la están mirando, mientras por dentro van rezando a una Virgen que es mocita, Señora que las penas quita aunque Ella vaya llorando.

Porque Tú mides el tiempo de Gines y te conviertes a la vez en la medida de todas las cosas de tu gente. Y es así como nos dejas ver la belleza del dolor, que sólo puede contemplar quien mira con los ojos inmersos en humildad. Lo diré más claro, Señora… No miente quien te llama cielo. Dice verdad quien te nombra aurora. También el que en su interior atesora tu nombre como seguro consuelo. A decirte casi ya no me atrevo, nombrarte a tu belleza no alcanza, ¿cómo el dolor se hace esperanza? ¿cómo conviertes en virtud la carga de nuestra cruz, Dolores de mis alabanzas?

~ 21 ~

No llegamos a conocernos

¿Qué es un abuelo, sino un padre por dos veces?

o llegamos a conocernos, no, pero me atrevería a decirte que el tiempo ha ido llevándome sobre tus pasos como quien sigue la huella de sus mayores. A fuerza de contarme recuerdos de ti, entre todos han conseguido que ya casi sean también mis recuerdos, y no hay uno al que al hablarle de ti no esboce una sonrisa y traiga a la memoria alguna historia en la que tu generosidad, tu bondad natural o tu alegría

sean protagonistas. Como yo, no habías nacido en Gines, pero ya se sabe que los de Gines

tenemos libertad para nacer donde nos venga en gana. También como a mí, fue el amor quien un día te trajo con la promesa cierta de una vida tan feliz que ni siquiera la esperabas.

Viejas fotos me hablan de lo que las voces de todos me cuentan: tus días de cohetero en Torrijos, cuando anunciabas al cielo que su Estrella con más luz iba camino de reunirse con su hijo, y lo contabas con un pregón tan humilde pero a la vez tan cercano que acababa resonando en las entrañas de todos.

Tus días de costalero por Gines, cargando sobre tus hombros, como tantos otros, el peso de una penitencia que sólo tú sabías, y por la que decidiste empeñar el esfuerzo de unos brazos ya cansados.

Tu valentía, tu increíble valentía, sin duda avalada por la Fe, para ser uno de los primeros en adentrarte en el fuego aquella infausta mañana de primavera sin más cuidado que el que pusiste en poner a salvo las devociones del que ya era también tu pueblo.

No llegamos a conocernos, no, no sabes cómo lo lamento. Pero hoy quiero que tu recuerdo recorra las calles de Gines, y que se asome en cada puerta, en cada ventana, para decirte lo que tu pueblo te echa de menos, lo mucho que tu familia extraña tu ausencia. Quiero contagiarme de tu alegría, que tu sonrisa siempre me acompañe, que tu presencia otra vez nos estalle como cohete que anuncia el nuevo día. Quiero que mis hijos no olviden la herencia que tú les dejaste: la Fe y la sonrisa por equipaje para toda senda en que caminen.

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Préstales, amigo, tu felicidad, sé tú el espejo para ellos, que siempre se miren en tu bondad. Quiero que sepan que en el cielo hay un hombre cabal, ejemplo “pa” los demás y que ese hombre, es su abuelo.

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Abraza tu Cruz

“Christus factus est pro nobis obediens”.

ecía Cernuda que “llega un momento en la vida, que el tiempo nos alcanza”. A mí debió de alcanzarme bien pronto, quizá porque nunca fui demasiado aficionado al deporte de correr. Me alcanzó por primera vez, diría yo, en San Antonio Abad, donde siendo muy niño iba del brazo de mi madre a ver a San Judas. - “Mamá, si Judas es quien traicionó a Jesús. ¿Por qué

venimos a rezarle?”. - “Nooooo, niño. Este es San Judas Tadeo, y el que traicionó al Señor es

Judas Iscariote”. - “Ah, vale”, decía el pequeño sin comprender demasiado bien que un

nombre tan extraño como Judas lo llevaran no uno, sino dos personajes de la Biblia. Confusiones de niño…

Pero era otra cosa lo que realmente al pequeño le interesaba más de aquella vieja parroquia, donde el murmullo de la calle parecía perderse en la sombra de un tiempo sin manecillas y donde hasta los muros parecían querer hablar al visitante de una historia plagada de devoción y Fe.

Casi sin fuerzas para hacerlo, apartaba el pesado faldón que caía sobre la puerta interior de la iglesia, que siempre parecía en una enigmática penumbra, como si ocultara un tesoro. En el altar mayor, impasible, hoy como hace siglos, el Señor. Su mismo nombre, Silencio, era a la vez una suerte de orden de respeto y una delicada invitación a la reflexión más profunda que un niño sin apenas edad pudiera realizar. Comprendió enseguida que los ojos del Señor, su mirada casi ausente, no eran más que el brocal del pozo al que asomarse para ver más claramente un alma que, tan pronto ya, andaba buscando consuelo.

Impregnada para siempre en el alma del muchacho, la imagen de aquel hombre menudo y casi sin fuerzas que, pese a todo, seguía afanándose en llevar una cruz en la que bien podían haber clavado a un gigante. En la cara ni un mal gesto, sólo serenidad. En los labios, ni una palabra, sólo Silencio. Si en el nombre va el retrato la fortuna está mirando: poderte estar nombrando incluso cuando me callo.

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Decirte es no decirte porque ya estaría hablando, y sin decirte mis labios sobre ti me están contando.

Sin saberlo, el niño intuía que todo aquello debía de tener un significado

mucho más grande, algo así como un mensaje cifrado que ahora no comprendía pero que le sería descubierto con el tiempo, a su debido tiempo…

Y así fue como, ante la adversidad, la vida iba a traerle a la mirada, una y otra vez, la imagen de aquel Nazareno al que podía nombrar incluso sin abrir los labios. Cuando las páginas de su libro se llevaron lo que más quería, ahí estaba diciendo sin decirlo: “Abraza tu cruz”. Cuando también se fue la alegría de quien un día los presentó, ahí estaba susurrando: “Abraza tu cruz”. En el dolor, en la enfermedad, en la incertidumbre, en el llanto, ahí estaba gritando sin palabras: “Abraza tu cruz”. No sé cuál será la tuya, ni cuán pesada será su carga, déjame que la comparta y sea apoyo en tu amargura. Él es luz en la noche oscura, abraza su cruz y no lo entiendo cómo el Dios de mis adentros es más Dios por ser humano, nuestros pecados lleva en las manos y todo lo hace en Silencio.

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Razón y Fe “La razón es, en sí misma un objeto de la Fe”.

G.K. Chesterton

antas veces nos lo han contado, que hemos terminado por creerlo sin apenas discutirlo, sin pararnos a pensarlo. Nos dijeron que en la Razón está la única Verdad, y que la Fe no era más que un invento para supersticiosos, para gente sin entendederas, una nube de falsedad que sólo creen los bobos y los pusilánimes, una cometa sin hilo que se echa al viento de la mentira y que, a fuerza de no ser verdad, acaba

estrellándose en el suelo. Mira que nos lo han dicho veces... Tanto, que hasta la han encumbrado a

la cima de las verdades absolutas, y uno que cree o quiere creer acaba sintiéndose como un extraño en un mundo que denosta lo que es incapaz de demostrar, que niega simplemente aquello que no comprende.

Quien enfrenta Razón y Fe no se da cuenta de lo absurdo de su dislate, no se percata de que, como dice el sabio, la Razón misma es una cuestión de Fe, de Fe en la Razón claro, y que por lo tanto le ocurre como el tendero que censura a boca llena lo que roban los poderosos, y por detrás manipula la balanza para quitarle a los que no tienen nada. Engaña a los demás, sí, pero sobre todo se engaña a sí mismo. ¿Cabe mayor engaño?

Pensando o queriendo pensar que sólo la Razón sirve para explicarnos el mundo, nos perdemos la mejor parte del mundo. Porque es cierto que la Razón explica bien según qué cosas, pero no todas las cosas, ni siquiera las más importantes.

Quieren disfrazarla de tiniebla pero la Fe es, sobre todo, luz. No es la luz que inunda nuestra habitación, sino la antorcha que alumbra el camino y nos permite seguir avanzando. Como dice el lema periodístico: “iluminar sin deslumbrar”…

Como el sol del alma, la Fe no se deja ver directamente, pero a su luz podemos ver todo lo demás, entender todo lo demás... porque como decía el muy lógico y no por ello menos cristiano Pascal: “El corazón tiene razones que la razón ignora”.

Pero más que nosotros a ella, es la Fe la que nos encuentra… y puede ocurrir en cualquier sitio, hasta donde parece no estar. A mí me encontró donde no pocos hubieran asegurado que no era el lugar más adecuado para hallarla: en los libros.

Dicen que “hombre de un solo libro no es de fiar”. La Biblia tiene 73. Eso llevamos adelantado los cristianos. Aunque bien es cierto que fueron otras páginas las que me llevaron a su lado.

Hoy vengo a decirte que las letras más ciertas no están escritas en el libro de lo razonable, aunque a lo razonable no le falte certeza. Yo te traigo una

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Verdad sin fecha de caducidad, sin almanaque amarillento en el que cada hoja tome cuerpo de desengaño, una Verdad que el tiempo no te obligará a cambiar ante la tozudez de los hechos, una Verdad, al fin, que sea la misma cuando ríes y cuando lloras, cuando amas y cuando penas, cuando naces y cuando mueres, porque… ¿qué otra cosa puede ser la Verdad que inmutable?

El gran regalo de la Fe son, sin duda, unos ojos nuevos, una mirada nueva. Donde todos ven dolor en el rostro de una Madre, la Fe nos descubre, casi en secreto, la alegría que ha de venir. Donde otros ven la muerte en la cruz, el cristiano vislumbra ya la llama de una vida eterna; cuando los más apenas puede caer en la desesperación, el mundo es para el creyente un tiempo de esperanza. Dice el hombre moderno que la Fe es cosa pasada, que piensa poco aquel que se afana en una estampa, que la ciencia no ha encontrado aquel a quien buscaba, y que creer en Dios no cabe en mente sana. No diré que nunca tuve dudas. ni que siempre te llevé en los labios, ni que tu sagrado cuerpo fue el pan mío de diario. No diré que estuviste en mis días como cuentas de rosario, ni que fui quien más te quiso, ni que te pensé en cada paso. Diré en cambio que fui feliz cuando tuve cerca tu mano, que aprendí a conocerte en los hombres con el paso de los años, que quien te habla de verdad siempre será escuchado, que sólo me arrepiento de cuando no te estuve amando, que si mi barco zozobra sólo espero hallar tu manto, que tu Fe es la bandera que en mi mástil está ondeando,

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que la serenidad de tu rostro a mi alma va sanando, y que lo más milagroso es que ocurren los milagros.

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Sólo la calle

“Hoy la memoria escoge el camino más corto para herirme”. Rafael Montesinos

abes bien que nunca vestiré tu antifaz, y que no luciré en la cintura el esparto para llevar en el cuadril la luz que abra tu paso. Sabes mejor que nadie que mi lugar no está entre esa fila de capirotes que te escoltan como nadie más sabe hacerlo, ni bajo las trabajaderas donde los niños se hacen hombres a fuerza de recibir a Dios en los hombros.

Sabes que mi sitio en la cofradía está precisamente ahí… en la ausencia, y que en la añoranza de no estar dentro va parte de la penitencia. Sabes que ese día tengo una cita a la que no puedo faltar, porque no estar allí sería traicionar a mi misma historia, la que me ha traído hasta aquí. La magia de aquel instante sólo dura unos segundos… pero da alimento para todo el año a esta alma en vilo.

Ese día, tu día, vuelvo a reunirme con mi padre en aquella misma esquina donde siempre lo hacía siendo niño, y vuelvo a sentir cómo me rodea por detrás con sus brazos para decirme que siempre estará ahí… aunque ya no esté. En ese instante vuelvo a recordar, como todos los Viernes Santo, que con su imagen en el sepulcro Cristo nos recuerda que nadie puede evitar vivir su propia muerte, y que la vida sólo se valora porque sabemos que hemos de morir.

Seguro que sabrás perdonarme que no esté contigo ese día todo lo que a mí me gustaría, porque también eres Tú quien me dice que no puedo faltar a esa cita que es Remedio para mi Soledad.

Seguro que entiendes que la cercanía no es cuestión de distancias, igual que el tiempo no es tiempo porque lo marque un reloj. El hilo que a ti me une no entiende de “aquí” ni de “ahora”, simplemente porque está en todos los sitios, simplemente porque es eterno. No puedo estar más cerca de ti que cuando lejos me encuentro, miro… y te veo dentro, miro… y estás aquí. Te siento tan unida a mí que en mis carnes te presiento. Para el que ayuna, alimento, Para todos, principio y fin.

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Ni esparto ni cirio me unen a tu talle, tampoco un costal o una faja hicieron falta para amarte reina sin corona ni tiara sales a vernos a la calle y sólo la calle de ti me separa.

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Resurrección a Resurrección es un lienzo siempre por estrenar, un traje nuevo… por supuesto de domingo. Es el tiempo que nos habla al tiempo del pasado, del presente y del futuro, de nuestro futuro. Es para el niño la ley que prueba el anuncio de los mayores, y para el viejo una suerte de documento que certifica que lo que se escapa entre sus manos no es la misma vida, sino el peso de la Cruz que ha estado

soportando año tras año. La Resurrección es un cielo tintado de rojo. Porque un día distinto bien

merece un cielo distinto. Es el día en que vuelve a cumplirse la palabra de los profetas, y en el que comprobamos que hasta el mayor dolor tiene su recompensa. En la Resurrección todo tiene un aire diferente, todo parece diferente… ¡cómo no iba a serlo! El pueblo amanece preñado de luz, como en una nueva Navidad, y hasta quien se ríe poco lleva puesto ese día el traje de la sonrisa. Por la calle vienen corriendo unos niños que gritan “Ha resucitado Dios”. Lo repiten una y otra vez aunque a entenderlo del todo no alcanzan. Y uno, sin quererlo, se va contagiando de la alegría que derraman.

Es el día en que Gines vuelve a mirarse en tus ojos, lo mismo que en diciembre, lo mismo que en febrero. Tu divina oportunidad hace que estés presente en los instantes de la Gloria. Aunque en realidad no es que Tú estés en los mejores momentos, sino que hasta el reloj luce sus galas cuando Tú apareces.

La Virgen de Belén guarda en su rostro la serenidad amable de quien sabe que todo es posible con la ayuda de Dios. Nada perturba esa mirada y esa velada sonrisa que parece decirnos: “Confiad en Él”.

No es por casualidad que desde mi llegada a aquí me haya acompañado siempre tu nombre, ni que esas cinco letras fueran las puertas que abrieron las otras cinco que forman ese otro nombre que el tiempo fue hilando a mis sentimientos para siempre: Gines.

Belén es la madre buena que no pega ojo mientras su hijo sueña, la esposa más dulce que carga sobre sus hombros el peso de la familia, la amiga en quien confiar, la serenidad en la incertidumbre, la esperanza de un día que amanece, el apoyo en el camino empedrado, el aliento cuando lloras en un rincón sin querer ni mirarte a la cara. Belén es el mapa para encontrar lo mejor que llevas dentro, el amor sin reproche, la mano tendida, los ojos que te miran como nunca te han mirado… Me lo contaron los niños, que Dios había resucitado y ya se saben que no mienten so pena de ser pecado.

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Me lo dijeron gritando, que el Señor ya vivía, que estaba en los corazones, que estaba en cada familia. Gines se echa a la calle para decirlo a porfía, el aire huele a romero desde la Plaza a la Ermita. Y los balcones se visten de gala para este día en que hasta los más tímidos se llenan de osadía. Cielo azul, aire fresco, dímelo si no merezco alegrarme en tu alegría. Me lo contaron los niños, fue un domingo en primavera ese día hice de Gines mi escapulario y bandera. No había calle para tanto gozo, en ventanas y “casapuertas” se dibujaba el perfil del que adorando te espera. La niña que lloraba en viernes en domingo ríe alegre, el que nació en el pesebre su obra ya consumó, al tercer día resucitó en un cielo azul celeste. Nadie llore su pena. Nadie lamente el extravío, que un jardín de azucenas quiso sufrir la condena para evitarla a sus hijos. Me lo contaron los niños, que su Madre ya sonríe, que Gines ya está en la calle para gloriar a su Virgen. Salve Belén bendita Salve quien mi corazón añora melodía de sentimientos,

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anhelo del que te implora. Salve, de Gines aurora, reloj que detiene el tiempo, la más bella luz del cielo y de tu pueblo Señora. Rosa de eterna fragancia, melodía de mis acordes, si me desvío de tu rumbo llévame pronto hasta el norte. Muéstrame el buen camino, enséñame cuál es la senda que guiará mi destino hasta la morada eterna. Tu humildad no es impostura ni la modestia una pose, llevas del tiempo el goce ceñido a tu cintura. No hay en tu rostro amargura ni lágrimas en las mejillas, de tu vientre la semilla que en el mundo germinó, Salve, Madre del Salvador, salvado el que llega a tu orilla.

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Un lugar en el mundo Hoy sé que no lo soñé, ni lo inventé, ni tampoco me lo contaron. Fue Gines quien me enseñó el espejo que andaba buscando, y aunque te cuente todos los días de contarte no me canso. Porque cada día te haces nueva, porque naces a diario, porque estaría la vida entera y no acabaría de contarlo, de contar lo que he vivido, lo que sentí a cada paso, lo que aprendí de tus mayores y lo que tus niños me enseñaron. No me extraña, la verdad, que con tanta facilidad te hagas poesía en los labios, ni que quien te deje te añore, ni que tus cinco letras afloren si de tu vera me marcho. Hay un lugar en el mundo… ¡Guardadme este secreto! No está bajo tus pies, mira bien, lo llevas dentro. Gines no está en el Barrio ni en Los Linares, ni en El Majuelo, no lo encontrarás en el parque, ni por las calles del centro. Hay un lugar en el mundo… Fijaos y lo encontraréis. No está donde te dijeron ni es malecón de “calle el buey”. No es veleta del Molino, dime si no es desatino que no sea nada de esto. Ella corre al encuentro de quien a buscarla vino.

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Que su nombre no te engañe, no la han “movío” de sitio, pero no está hecha de cal ni de calles “adoquinás” ni de balcones ni ladrillos. Me pregunté qué era Gines, y en el aire lo adivino: “Los suspiros colecciono de los que se llaman mis hijos, guardo también los anhelos del que a mis puertas se vino, y en mi pecho va ‘guardao’ un Cristo ‘crucificao’ al que rezo hace siglos”. A los pies de su Santa Cruz fue su Madre quien lo dijo: “Hijo, ahí tienes a Gines. Gines, ahí tienes a mi Hijo”. HE DICHO

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LAUS DEO, VIRGINIQUE MATRI

Se terminó el 5 de marzo de 2014, festividad de San Teófilo, amigo de Dios