VIVIANA QUINTERO MÁRQ UEZ

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1 LAS EMO CIO NES EN LA PO LÍTICA DEMO C RÁTIC A VIVIANA Q UINTERO MÁRQ UEZ UNIVERSIDAD DE LO S ANDES BO GO TÁ, CO LO MBIA NO VIEMBRE DE 2006

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LAS EMOCIONES EN LA PO LÍTICA DEMOC RÁTIC A

VIVIANA QUINTERO MÁRQ UEZ

UNIVERSIDAD DE LOS ANDES BOGO TÁ, CO LO MBIA NO VIEMBRE DE 2006

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UNIVERSIDAD DE LOS ANDES

FACULTAD DE C IENCIAS SOC IALES DEPARTAMENTO DE C IENCIA POLÍTICA

MO NOGRAFÍA DE GRADO

Las emociones en la política democrática

Presentado por: Viviana Quintero Márquez C ódigo: 200212536

Directora: Ingrid Johanna Bolívar R. Lector: Rodolfo Arango R.

BOGOTÁ D.C., NOVIEMBRE DE 2006

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SUMARIO

Agradecimientos…………………………………………………………………. 5

Introducción………………………………………………………………………6

PRIMERA PARTE: POLÍTICA Y EMOC IONES……………………………12

Capítulo I: Lo político y la política……………………………………………………. 13

Capítulo II: La política, el racionalismo, y el olvido histórico de las emociones…… 16

Capítulo III: De la política a la política democrática………………………………… 24

S EGUNDA PARTE: EL LUGAR DE LAS EMOC IO NES EN LA POLÍTICA

DEMOCRÁTICA……………….……………………………………………… 29

Capítulo I: La democracia deliberativa de Habermas, un lenguaje sin emociones…31

1.1. La democracia deliberativa…………………………………………………………. 31

1.2. El dominio de la razón y el lugar de las emociones………………………………….34

Capítulo II: Michael Walzer: Una interpretación realista de la dem ocracia………. 39

2.1.Restarle a la deliberación e incorporar a la pasión……………………………………42

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4

Capítulo III: Jon Elster y las “Alquimias de la mente”……………………………… 45

3.1. La política democrática desde las emociones……………………………………….. 46

3.2. La experiencia democrática y los componentes emocionales……………………….. 48

Capítulo IV: Richard Rorty y la educación sentimental……………………………..… 52

4.1. “Toda concepción teórica debe ser un léxico más, una descripción más, otra forma de

hablar”..……………………………………………………………………………………...54

4.2. Las emociones y la educación sentimental……………………………………………. 57

COSIDERACIONES FINALES…………………………………………………. 60

REFER ENCIAS B IB LIO GRÁFICAS…………………………………………... 63

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Agradecimientos

A mi madre, quien ha configurado la mayoría de mis emociones, quien es mi pilar,

principal aliada y una de las pocas personas capaces de vivir volcadas en el tiempo y en el

mundo, muchas veces adversos, sin desdibujar la sonrisa y tranquilidad de su rostro. Por su

lozanía, por su incomparable jovialidad.

A Lorena quien me educa sentimentalmente, quien ha inspirado cada uno de mis días

prolongando mi juvent ud y colmando mis estudios de pasión, de disciplina y de bellas

inquietudes. Por su sin igual consejo, por ser el aliento, la sonrisa, mi bálsamo de simpatía,

“aquello por lo cual he vivido”.

A mi padre por su presencia, por ser el hombre diligente y enigmático que ha animado y

enriquecido mi breve trayectoria académica. Por su carácter genial y su extraordinar ia

sabidur ía. Camarada incansable, Lucho Quintero.

A Ingrid Bolívar; maestra, amiga. Por su ímpetu e influencia, por su cariño, su inmensa

bondad, su inefable belleza y su marav illosa erudición.

A Fabio,

A Adr iana,

A Alejandra y a Silvia,

A mis amigas y amigos, maestras y maestros; admirables y adorables en lo público y

en lo privado.

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INTRO DUCC IÓN

El objetivo de esta monografía es indagar qué lugar se ha dado a las emociones en ciertas

aproximaciones teóricas contemporáneas sobre la política democrática. El trabajo se apoya

en una reconceptualización de nociones como “lo político”, “la política” y “la política

democrática”, que resalta el importante lugar que tienen las emociones, la contingencia y el

antagonismo en la democracia. En este sentido, el cuerpo del escrito descansa en las

aproximaciones teóricas de Chantal Mouffe, quien indica que la política democrática no es ni

natural, ni el “evidente resultado de una evolución moral de la humanidad.”1 Por el contrario,

la democracia se encuentra constantemente atravesada por el antagonismo y las pasiones,

elementos que la moldean y renuevan en relación con el contexto presente.

Parte de estas nuevas reflex iones surgen dentro del marco histórico donde se desarrolló el

movimiento del giro lingüístico, del que son los principales exponentes Ludwig Wittgenstein

y Donald Davidson. El giro lingüístico representa un cam bio importante para el tipo de

reflexiones teóricas, pues aduce que todas las expresiones del lenguaje no son ni verdaderas

ni falsas, sino que tienen una forma específica en la práctica del lenguaje.

El segundo Wittgenstein insiste en que la verdad o falsedad de cualquier expresión no

tiene un valor de verdad determinado a priori por “el espacio lógico”. Contrario a ello,

afirma que existen diversos lenguajes que forman parte de diversas actividades y de formas

particulares y contingentes de v ida.2 En este sentido, el giro lingüístico ofrece a los

pensadores contemporáneos nuevas herramientas para aproximarse al problema de la política

democrática y el lugar que tienen allí las emociones. P ues un conjunto de lenguajes, en el

1 Mou ffe. Ch antal (1999), El retorno de lo político. Pág . 18 .

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que estamos inmersos y dentro del cual no podemos elegir por referencia a cr iterios, nos

enseña que no puede darse un sentido claro a la idea de que el mundo decide qué

descr ipciones son verdaderas y cuáles son falsas. 3

El giro lingüístico, no solo representa un cambio en la forma de hacer form ulaciones

teóricas, sino también una nueva manera de revisar y referirnos a los hechos históricos y a

los fenómenos sociales. Este movimiento permitió la introducción de nuevos términos en la

formulación de las distintas disciplinas (vg., comunidad, antagonismo, usos de lenguaje,

costumbres, etc.), hecho que también posibilitó la reorientación de las reflexiones en torno a

la política democrática.

La comprensión de la política que enunciamos anteriormente supone la idea de que la

experiencia política y democrática se traduce en tipos específ icos de organ izaciones

emocionales y se reproduce mediante el afianzamiento de ciertas emociones como deseables

y de otras como indeseadas.

A partir de esta reconceptualización de la política democrática, que ha ganado un lugar

relevante en las discusiones sobre la política, el trabajo revisa cuatro aproximaciones teóricas

de la democracia. A saber, la normativa de Jürgen Habermas, la realista y comunitarista de

Michael Walzer, la de Jon Elster y la pragmatista de Richard Rorty.

Resulta importante revisar el lugar que dan a las emociones estos cuatro autores porque

éstos han configurado en gran parte el mapa del pensamiento político a partir de la segunda

2 Wittgenstein, Ludwig (1988), Inv estigaciones filosó ficas . Parágrafo. 23 . Pág . 39 . 3 Ro rty, Rich ard (1991), Contingencia, i ronía y solidaridad . Pág . 26 .

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mitad del siglo XX, y porque sus enfoques se perfilan como relevantes en las actuales

discusiones teóricas sobre la ciencia política.

Debe resaltarse que con la revisión de estos autores no se pretende construir una

aproximación novedosa a las emociones desde la política democrática. Lo que se busca es

más bien, poner en ev idencia el lugar que dan a las emociones éstas perspectivas. Por otra

parte, la revisión de estos autores se concreta en la revisión de unos pocos textos que se

circunscriben únicamente a lo democrático, por lo que el trabajo puede dejar de lado

herramientas valiosas que sólo se hacen ev identes tras conocer toda la complejidad del

pensamiento de un autor. Así pues, la tarea que nos proponemos es buscar el lugar de las

emociones en las aproximaciones de estos autores, sin querer extrapolar las demasiado del

lugar natural que ellos les han dado.

Quisiera insistir en que este trabajo es de tipo exploratorio, y que la culminación de esta

monografía no da por concluido el problema de indagar por las emociones en la teoría

política. Por esta razón, muchas de las reflex iones que se formulan, utilizan recursos

históricos, hablan de diversos autores que son exponentes de distintos momentos, y colocan

varios ejemplos. Todo esto es el resultado de la naturaleza de un trabajo exploratorio, es

parte del procedimiento de perseguir el lugar de las emociones en diversos autores. Dicho

procedimiento implica tratar de entender a qué tradición pertenecen los autores en cuestión,

explicitar porqué se revisan estos y no otros autores, dar cuenta de porqué unos y otros

hablan de cierta manera sobre las emociones, y exponer cuáles son las emociones a las que

hacen referencia.

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A continuación hago una breve presentación de cada autor y de sus principales esbozos

sobre la democracia. Los ubicamos en relación con el contexto en que escr iben, y el tipo de

argumentos que sugieren. Habermas encabeza nuestra lista pues sus escr itos empezaron a

conocerse desde la década de los 70’s. Le sigue Walzer, quien responde en parte a los

argumentos habermasianos sobre la deliberación. A paso seguido presentamos a Elster quien

revisa las emociones sistemáticamente. Y, finalmente, a Rorty, quien elabora una teoría

sobre las emociones en relación con la educación.

Habermas considera que la democracia y el ejercicio de la política requieren de un modelo

“procedimental” que puede entenderse también como la política deliberativa. Este modelo,

“que asocia al proceso democrático connotaciones normativas muy fuertes”4, da un lugar

central a la vo luntad de la opinión política por medio de la institucionalización de la

deliberación. Tanto ciudadanos, como par lamentarios deliberan sobre los proyectos y

necesidades políticas y, mediante el uso de argumentos válidos y razonables llegan o

llegarán a producir leyes y normas sociales. 5

Michael Walzer, en parte respondiendo a los argumentos de Habermas, indica a finales de

los noventa, que muchas de las actividades propias de la política y de la democracia se dan

de una manera no deliberativa (i.e., en el sentido ideal o programático de los teóricos de la

democracia deliberativa).

Para Walzer, la pasión, el conf licto, lo s intereses, entre otros, son elementos propios de la

política democrática y están presentes en actividades tales como la educación política, la

movilización, las manifestaciones, la organ ización política, la toma de posiciones, los

4 Hab ermas, Jürg en (1999), La inclusión del otro. Pág. 241.

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debates, entre otras.6 En estas dinámicas de la democracia, no es posible “argumentar en

común racionalmente”, pues dicha política democrática se organ iza también a partir de

elementos que no son esencialmente racionales.

Jon Elster, en sus libros “Alquimias de la mente” y “Sobre las pasiones”, se apoya en la

historia, la literatura y la psicología cognitiva, para indicar que las emociones son

importantes en la disposición y reproducción de las comunidades políticas. Elster señala que

las emociones son el “combustible” y “la materia prima” de la vida y el comportamiento

humano. Además indica que éstas tienen elementos intrínsecos que pueden ser comprendidos

y explicados.

Lo más relevante en relación con este trabajo, es que Elster asegura que existe una

importante relación entre las emociones y la creación y el despliegue práctico de varias

normas sociales. Esta relación, según el autor, muestra que la conducta individual de las

personas responde a las características generales de la vida social y que ésta vida social se

encuentra configurada por las emociones de las personas.

Finalmente, Rorty arguye que la política democrática no debe atender ún icamente a los

“sofisticados argumentos racionales”. Contrario a Habermas, Rorty sostiene que la

democracia únicamente puede estruct urarse en su forma contextual, y aduce también que la

democracia puede ganar una completa lealtad de los ciudadanos a partir de un ethos

democrático que comprenda la “la movilización de pasiones y sentimientos”.7

5 Ibíd. Pág. 242. 6 Walzer, Mich ael (2004), Razón, política y pasión. Tres d efectos del liberalis mo. Pp. 46–59.

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La pregunta que orientó la elaboración de este escrito, se relaciona con las actuales

transformaciones de la política democrática. En este sentido, las referencias teóricas que

guiaron esta inquietud son, ciertos textos de Norbert Lechner, Fernando Calderón y Mario

Dos Santos.

Estos autores indican que ha habido un descentramiento de la política a partir de la

velocidad con la que avanzan ciertos procesos históricos tales como la modernización, la

sociedad de mercado, el “cosmopolitismo”, las nuevas formas de comunicación e

información, las transformaciones de las instituciones, entre otros. De esta manera se ha

modificado e incluso minado la comprensión inicial de lo político.

Estos cambios han obligado a reorgan izar el funcionamiento de la po lítica democrática en

torno a nuevas dinámicas y han incidido en la cultura po lítica de las comunidades, en los

“mapas cognitivos” de las personas y en sus expectativas acerca de la democracia.8

Lechner llama la atención sobre la actual comprensión de po lítica y de democracia. Para

Lechner es importante notar la diferencia entre democracia como sistema normativo de

organización y legitimación del poder, y democracia como el “abigarrado campo de las

dinámicas, interacciones y constricciones en que se deciden (o no) las po líticas

democráticas.”9 Esta última perspectiva abarca la dimensión de la política tal y como la

entiende Mouffe, y permite preguntarse, si las aproximaciones teóricas sobre la democracia

incluyen dicho elemento, que como Mouffe indica, comprende las pasiones y el

antagonismo.

7 Ro rty, Rich ard (1993), D erechos hu manos, racionalidad y sentimentalidad . En: De los derechos hu manos . Pág. 127 . 8 Lechner, No rbert (1993), Nuevos perfil es. Pág.15 .

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De esta manera lo que fue una pregunta por los cambios en la democracia contemporánea,

pasa a convertirse en un interés por identificar qué lugar dan Habermas, Walzer, Elster y

Rorty a las emociones dentro de sus esbozos acerca de la po lítica democrática.

9 Lechner, No rbert (1996), Porqué l a política ya no es lo qu e fu e? Pág. 7.

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PRIMERA PARTE: POLÍTICA Y EMOC IONES

Aunque el principal interés de esta monograf ía, se concentra en comprender qué lugar dan

ciertos teóricos a las emociones en sus esbozos sobre la democracia, resulta fundamental

comprender qué implica pensar teóricamente “lo político”, “la política” y f inalmente “la

política democrática” en relación con las emociones.

Ciertas nociones como razón, irracionalidad, poder, conflicto, consenso, antagonismo,

etc., se han ido configurando de cierta manera a lo largo de la historia, y se han llegado a

comprender, bajo la forma específica del racionalismo, como los elementos más importantes

y referenciales de la democracia liberal. No obstante, Chantal Mouffe, nos recuerda que

dichas nociones son susceptibles de nuevas consideraciones, pues tanto el racionalismo,

como la misma política liberal-democrática, no han logrado apaciguar la multiplicación de

los conflictos étnicos, religiosos e identitarios que “de acuerdo con sus teorías, habr ían

debido quedar sepultados en un pasado ya superado.”10

Mouffe indica que el entusiasmo por ciertas formas de filosofía del derecho y de filosof ía

moral de inspiración kantiana, oscurecieron la comprensión de “lo político”, “la política” y

“la política democrática”. Pues en verdad ninguno de estos tres procesos escapa a una

naturaleza conf lictiva en donde no es posible erradicar n i el antagonismo, ni las pasiones.11

Sin embargo, en la medida en que exista el dominio de una perspectiva racionalista,

individualista y un iversalista, la visión liberal será incapaz de aprehender el papel que

cumplen en lo político y en la política, dichos elementos.

10 Mouffe, Ch antal (1999), El retorno de lo político. Pág. 11 .

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Capítulo I: Lo político y la política

Este breve capítulo se concentra en examinar la tesis de Chantal Mouffe según la cual, la

política es el resultado de un proceso en el que se transforma el enemigo en adversario. Allí,

las emociones ganan un lugar relevante, pues no se agotan ni en lo político ni en la política.

Para Mouffe lo po lítico no es un estadio indeseable y brutal de las relaciones humanas que

culmina con la po lítica, sino un proceso de transformación de las relaciones sociales donde

las emociones siempre se manifiestan de diferentes formas.

Con esta perspectiva, Mouffe reacciona a las teorías tradicionales que indican que la

política entendida como la pacificación de las diferentes fuerzas, inaugura la sociedad. Para

Mouffe, la política no excluye el antagonismo ni el conf licto. En este sentido, las emociones

son muchas veces el símbolo de una conflictividad inherente tanto a lo po lítico, como a la

política.

Es importante entender la distinción entre lo político y la política. Ambos términos

comparten sus raíces etimológicas en las palabras gr iegas pólem os, y polis. El primero

implica el antagonismo y el conflicto. El segundo, “vivir con juntamente”. En este sentido, lo

político, va un ido a “la dimensión de antagonismo y de hostilidad que ex iste en las

relaciones humanas,”12 y se manifiesta en la diversidad de relaciones sociales, algunas de

ellas son la enemistad y la confrontación. Por otro lado, la política “apunta a establecer un

orden, a organizar la coex istencia humana en condiciones que son siempre conflictivas, pues

están atravesadas por lo <<político>>.”13 Basada en Elias Canetti, Mouffe muestra cómo el

11 Ibíd. Pág. 11. 12 Mouffe, Ch antal (1999), El retorno de lo Político. Pág. 14. 13 Ibíd. Pág. 14.

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sistema parlamentario explotó la estructura psicológica de los ejércitos en lucha y escenif icó

un com bate que no se resolv ía con la aniquilación del enemigo, sino con la adopción de la

opinión de la mayoría a la hora de decidir quién es el vencedor.14

Mouffe nos permite ver entonces, que las emociones no son ajenas a lo político, ni a la

política, y que éstas se hagan presentes de diferentes maneras en el proceso de transformar el

enemigo en adversario, pero que nunca desaparecen del escenario público. Las emociones,

tienen lugar de cierta forma en lo político (vg., cuando una persona o un grupo social se

siente y se comprende como enemigo de otro). No obstante, dichas pasiones se configuran de

forma distinta y se expresan de diferente manera en la política, pues en este proceso se

apunta a un orden establecido entre adversar ios. En la política democrática las pasiones se

manifiestan de formas distintas, pues allí responden a otro con junto referencial del que se

tiene en lo político o en la política.

Sin embargo, no resultaría viable considerar que “de camino entre lo político y la política

democrática”, debieran suprimirse las pasiones. Mouffe continúa citando a Canetti: “el voto

sigue siendo el instante decisivo, el in stante en que uno se mide realmente. Es el vestigio del

encuentro sangriento que se imita de distintas maneras, amenazas, insultos, excitación física

que puede llegar a los golpes y al lanzamiento de proyectiles. Pero el recuento de votos pone

fin a la batalla.”15 Esta cita nos permite identificar la existencia de ciertas emociones detrás

de la configuración del voto como institución po lítica. Por ejemplo, la competencia, los

desaf íos mutuos y el heroísmo.

14 Ibíd. Pág. 13. 15 Elias Canetti. Masse et puissance, París, Galli mard , 1966 , p ág. 200. Citado en: Mou ffe Chantal. El retorno de lo político (1999), Pág. 13.

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Esta comprensión de lo político y la política, muestra la relevancia del antagonismo y las

emociones en las relaciones sociales. Pero además, dicho antagonismo, ocupa un lugar

fundamental para la reproducción del orden político, pues de hecho, representa el carácter

fundacional de la com unidad po lítica. Lo político, arguye Mouffe, en tanto dimensión de

antagonismo y hostilidad, está fundado en diversas formas de exclusión y de relaciones de

poder. Estas formas de distinción permiten la construcción de identidades, y de cierta forma

política donde se afirman diferencias y se establece la idea de los “otros”.16 Percibir el “otro”

como adversar io y no como enemigo que pone en r iesgo nuestra existencia, marca el

contraste entre lo político y la política e implica una transformación emocional.

La vida política, sea de enemigos o de adversarios, no puede prescindir del antagonismo.

Ni siquiera una vida política de adversarios que se escuchan y que llegan a consensos

racionales, escapa a esta dimensión conflictiva de lo político que configura tanto “la acción

pública como la formación de identidades co lectivas.”17 En este sentido tanto el liberalismo

como el comunitarismo han cometido un grave error, pues han dado un lugar residual a lo

político.

Los liberales comprenden lo político como un estadio que se supera cuando los hombres

“bárbaros” se inscr iben en la sociedad por necesidad o de forma contract ual. Es el caso de

los argumentos de Hobbes, Locke y Rousseau principalmente. El segundo grupo, es decir los

comunitaristas, propone una perspectiva de la política en la que prevalece el “vivir

conjuntamente”. Dado este rechazo al pluralismo, los comunitaristas son incapaces de

comprender como necesario el antagonismo en la sociedad.

16 Mouffe, Ch antal (1999), El retorno de lo político. Pág. 15 .

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Las representaciones de la política que se hacen liberales y comunitaristas, excluyen

mucho más que la latencia de lo po lítico en la configuración social. Se descarta, en esta

medida, la relevancia de combatir con vigor sobre las ideas, la posibilidad de cuestionar las

bases del orden político, sea democrático o no, y la posibilidad de identificarse como igual o

como distinto de otro.18 Obv iar el lugar del antagon ismo en lo po lítico, excusa también la

tarea de revisar la política democrática y todo el proceso de la modernidad. Ésta como un

movimiento lleno de antagonismos y de pasiones antes de manifestarse entre adversarios, se

ha desarrollado muchas veces entre enemigos.

Mouffe considera que en este sentido, la modernidad debería definirse en el nivel político

más que dentro de la esfera propiamente política. “Pues es allí (en la modernidad) donde las

relaciones socia les tom an form a y se ordenan simbólicamente”. Y continúa diciendo: “En la

medida en que inaugura un nuevo tipo de sociedad, es posible ver en la m odernidad un

punto decisivo de referencia.”19

Capítulo II: La política, el racionalismo, y el olvido histórico de las emociones

Desde hace aproximadamente cuatro siglos, las tendencias predominantes han entendido

las emociones como elementos inadecuados para la comprensión de la política. En este

capítulo dedicaremos nuestros esfuerzos a mostrar en qué medida el racionalismo como

forma de reflexión, fue moldeando la manera en que explicamos y comprendemos los

fenómenos políticos. Durante este largo periodo de tiempo, la historia y la teoría participaron

de un mismo proceso, el racionalismo. Esta co incidencia permitió por una parte, que la

17 Ibíd. Pág. 16. 18 Ibíd. Pág. 16. 19 Ibíd. Pp. 29 -30.

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política fuera entendida a partir de las herramientas aportadas por la razón, y por otra, que

ciertos elementos que privilegió el racionalismo como el individuo, el establecimiento de

normas universales y verdaderas, y la escisión entre razones y emociones, se comprendieran

como el ún ico camino legítimo de la experiencia política.

Existen algunas razones por las que hemos introducido este cap ítulo (dentro de las

consideraciones sobre lo po lítico, la política y la política democrática). Por una parte, porque

es importante entender que la comprensión de la política con la que Mouffe disputa, hace

parte de una construcción histórica que dio lugar a cierto tipo de comprensión de la política

donde se excluye el elemento del antagonismo. Por otra parte, porque resulta importante

comprender que así como el giro lingüístico dio lugar a nuevas aproximaciones teóricas

durante el siglo XX, el racionalismo en un largo proceso histórico, afianzó cierto tipo de

comprensión de la política, cuyas bases empiezan a ser discutidas por dicho giro.

Finalmente, porque exponiendo la manera en que se afianzó el racionalismo entendemos

mejor la postura que toman frente a las emociones, los autores de la segunda sección de esta

monografía.

Sin proponernos hacer una exhaustiva reconstrucción h istórica de cómo las emociones han

ido siendo apartadas de la comprensión de la política, podemos ofrecer algunos elementos

que muestran cómo y en relación con qué procesos dichas emociones se han ido

conceptualizando como elementos irracionales, contenidos y domésticos en comparación con

la vida política que se concibe como racional, explícita y pública.

Para Michael Oakeshott, no es posible que la política surja a partir de “deseos instantáneos

y princip ios generales”, por el contrario, ésta se conf igura durante la formación de diferentes

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tradiciones y comportamientos sociales. 20 Estas tradiciones, a su vez se conforman mediante

arreglos, que expresan ciertas com binaciones de deseos y principios que evolucionan en las

comunidades, y que se relacionan con las voluntades de poder dominantes. 21 La preferencia

que se ha dado al racionalismo como forma de conocimiento, es la base teórica sobre la que

se han construido varias aproximaciones teóricas sobre el estudio de la política y la

democracia.

En su ensayo “El racionalismo en la política” Oakeshott muestra que el mundo de la

política, “siempre tan profundamente marcado por lo tradicional, lo circunstancial y lo

transitorio”, ha sido fuertemente influenciado por esta tradición. El carácter del racionalismo,

que priv ilegia la independencia de la mente y que responde únicamente a la autoridad de la

razón, se erige en oposición a otras nociones fundamentales para la vida política como lo

tradicional, lo consuetudinario o lo habitual. En oposición a esto, el racionalismo sostiene

que la actividad política tiene como guía infalible a la razón humana y que “la verdad de una

opinión y la base “racional” de una institución (no el uso) es todo lo que importa.”22

El racionalismo, arguye el autor, no reconoce en cambio, la tradición y los prejuicios, a

menos que sean inducidos de forma conciente, “de modo que cae con facilidad en el error de

identificar lo consuetudinario y lo tradicional con lo inmutable.”23 Aunque el conocimiento

esté conformado por dos géneros distintos que se implican en toda actividad genuinamente

científica; el técnico y el práctico,24 el racionalismo glorif icó la parte técnica como el todo de

la comprensión humana.

20 Oakeshott, Mich ael (2000), El racionalismo en l a política. Pp. 13-16. 21 Ibíd., Nietzsch e, Fri edrich (2002), La g enealogía d e la moral . 22 Oakeshott, Mich ael (2000), El racionalismo en l a política. Pág. 23 .

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Esta doctrina del conocimiento humano fue alimentada esencialmente por filósofos como

Francis Bacon y René Descartes quienes se preocuparon profundamente por la lentitud con

la que avanzaba el conocimiento hacia el siglo XVII. En respuesta a ello, sugirieron el uso

riguroso de la técnica en la investigación científica como “plan seguro” para complementar

la “debilidad de la razón natural.”25

La doctrina del Novum Organon en Bacon, y el objetivo de la certeza en Descartes

contribuyeron a la implementación de la idea de la “soberanía de la técnica” en el

conocimiento humano. La formulación de cierto conjunto de reglas de comprensión y de

acción, se constituyó como el “método infalible cuya aplicación es mecán ica y universal.”26

Para Oakeshott, el carácter racionalista, no es sin embargo, responsabilidad de Bacon o de

Descartes, sino más bien, de la exageración de las esperanzas del primero, y del olvido del

escepticismo del segundo.27

De esta manera, lo técnico, que se traduce en reglas de investigación, de observación y

verificación, y que se materializa en principios, in strucciones y máximas, oculta la parte

práctica. Ésta sólo se puede concretar en el uso, y no se puede conocer mediante la reflexión

introspectiva. La práctica no puede plasmarse meramente en formulaciones técn icas

contrario a lo técnico. Indica Oakeshott, que el conocimiento práctico tiene su expresión en

una forma habitual o tradicional de hacer las cosas, lo que frente al carácter técnico le da una

apariencia de imprecisión y en consecuencia de incertidumbre, de ser un asunto de opinión,

de probabilidad antes que de verdad.

23 Ibíd. Pág. 23. 24 Ibíd. Pág. 28. 25 Ibíd. Pág. 33.

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La Democracia, que es una forma de organización política, también se alimenta de esta

doctrina racionalista, y tiende a buscar soluciones racionales a los acertijos prácticos que

surgen en la vida política. Todas las dif icultades en la política, que son de carácter

eminentemente “mundano”, son para el racionalismo “una sucesión de crisis, cada una de las

cuales debe superarse mediante la ap licación de la razón.”28 Esta Razón, que es para los

racionalistas, capaz de resolver todos los problemas que se presentan en lo político y los que

surgen dentro de la po lítica, busca soluciones definitivas a los conflictos sociales, pues su

propósito es superar, siempre, las circunstancias del momento.29

En el seno del racionalismo se priv ilegian pues, las preferencias racionales, que son

coincidentes entre sí, y la política, que es comprendida como el lugar donde se hace

manifiesto lo circunstancial y la discordia, en este sentido se empieza a implementar la

imposición de una condición uniforme de perfección sobre la conducta humana.30 De allí la

tendencia a enseñar que las emociones son “irracionales”, pues dichas aproximaciones a la

política se sostienen en una larga historia que enseña que el poder político va un ido al

control de la razón (incluyendo el control sobre las emociones). 31

Esta tradición de la razón, con todas sus interpretaciones, también ha logrado estruct urarse

asignando un espacio específ ico a las emociones. La po lítica debe excluir las emociones, por

cuanto se les identifica dentro de ese “indeseado” ámbito “irracional”. Algunos autores que

sirven para dar cuenta de la anterior idea, son Maquiavelo, Jeremy Bentham y Thomas

Hobbes (claves en los fundamentos del análisis de la política instrumental y el utilitarismo).

26 Ibíd. Pág. 35. 27 Ibíd. Pág. 36. 28 Ibíd. Pág. 25. 29 Ibíd. Pág. 24-25. 30 Ibíd. Pág. 25-26. 31 Calhoun, Craig. (2001), “ Puting emotions in their place” Pág. 49-50.

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Ellos indican que la acción humana se inspira fundamentalmente por pasiones, y que en este

sentido, existe una gran necesidad de domesticar las u organ izar las. 32 También el sociólogo

Max Weber af irmó por su parte que las emociones eran irracionales, y en esta vía, concluyó

que una conducta racional no puede ser emocional.33

No obstante, la construcción de todo este pensamiento racionalista, se han establecido

también con varias resistencias. Como la de algunos románticos y místicos, y más

recientemente de soció logos, historiadores y antropólogos que recuerdan que las pasiones

figuran de manera sustancial dentro de lo político y la po lítica.34

De cara a las construcciones dualistas que oponen la razón y las emociones, algunos

autores, en diferentes momentos, como Rousseau, Alexis de Toqueville, Adam Smith,

Norbert Elias, entre otros, lograron establecer, ciertas categorías capaces cuestionar, e

incluso de dar vuelta a los supuestos que generan la anterior clasificación.

Aunque las principales corrientes de la ciencia po lítica hayan dado un lugar pr ivilegiado a

estos autores por sus explicaciones de los fenómenos po líticos, se tiende a ignorar que dichos

autores cimentan una parte muy importante de dichas explicaciones en las emociones.

Rousseau reaccionará por ejemplo a estas diez oposiciones propias del racionalismo:

Pensamiento frente a sentimientos; mente frente a cuerpo; público frente a privado;

masculino versus femenino; orgullo en oposición a vergüenza; lo controlado o lo

indisciplinado; conciencia frente a inconsciencia; superioridad o infer ioridad; externo frente

32 Ibíd. Pág. 50. 33 Weber, Max (1978 ) [1992 ], Econo my and Society: An Outline o f Interpretive Sociology. 34 Calhoun Craig . (2001 ), “ Puting emotions in thei r place” Pág. 49.

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a interno, e individual frente a general. Rousseau pondrá del lado de la razón lo inauténtico,

artificial y represivo, y del lado de las emociones lo auténtico, natural y expresivo.35

Otros ejemplos que muestran que algunos autores en distintos momentos históricos

reconocen cierto lugar a las emociones en la política y en la democracia son Alexis de0

Tocqueville, Adam Smith y Norbert Elias.

Tocqueville, señala en “La democracia en América” que todas las causas que tienden al

mantenimiento de la república democrática estadounidense pueden resumirse en tres puntos:

Primero, la situación particular y accidental en la cual la Providencia ha colocado a los

norteamericanos. Segundo, las leyes. Y tercero, lo s hábitos y las costumbres. 36 En torno a

este último punto, Tocqueville indica que dichas costumbres y hábitos están conformados

por dos elementos, a saber, lo s hábitos del corazón, y los hábitos de pensamiento.37

Toqueville insiste en que es esencial para mantenimiento de la democracia estadoun idense,

“todo el estado moral e intelect ual de un pueblo.”38 Con lo que se hace explícito cierto

reconocimiento de las emociones.

Adam Smith, considerado uno de los fundadores de la economía y del liberalismo, es

autor de una obra muy importante en materia de sentimientos morales. Smith, arguye que

existen algunos principios morales inherentes al hombre que le hacen interesarse por la

suerte de otros, “y hacen que la felicidad de éstos le resulte necesaria, aunque no derive de

35 Ibíd. Pág. 52. 36 To cqueville, Alexis de (2001), L a democracia en A méri ca. Pág. 278. 37 Ibíd. Pág. 287. 38 Ibíd. Pág. 287.

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ella nada más que el placer de contemplarla.”39 Por otra parte, insistió en la idea de que el

conocimiento no es puramente intelectual, sino que implica la vida del hom bre en general. 40

Elias advierte que existe un vínculo entre “las formas de dominación política y la

configuración de repertorios emocionales.”41 Cada una de las transformaciones que se dieron

en los conflictivos procesos de formación de los Estados europeos, “se expresan y se apoyan,

al mismo tiempo, en cambios del comportamiento, de la sensibilidad y de las relaciones

sociales.”42 Estos cam bios tendieron a distanciar los grupos humanos de sus necesidades

naturales, y a refinar los espacios y objetos con los que ellos tenían que ver. Así, se fueron

interiorizando diversas formas de control social. 43

A pesar estos contrapesos, el racionalismo como doctrina del conocimiento se fortaleció

de forma cont undente desde el siglo XVII. Ello obedeció a algunas inquiet udes por el avance

del conocimiento y a algunas dinámicas y errores históricos tales como asumir la parte por el

todo (i.e., la técnica por el conocimiento). Oakeshott sugiere por otra parte, que tres tipos de

experiencia política que se presentaron en los últimos cuatro siglos, también facilitaron la

consolidación del racionalismo y con ello, el olvido de las emociones. A saber, el ascenso de

nuevos gobernantes, el surgimiento de la nueva clase gobernante, y finalmente, la aparición

de la nueva sociedad política. 44

El ascenso de nuevos actores po líticos, requirió que éstos transitaran un camino corto

hacia la apariencia de educación política.45 Los nuevos e inexpertos príncipes, como aquellos

para los que escribió Maquiavelo, necesitaron un libro cuyo contenido fuera capaz de

39 Smith, Adam (2004), La teo ría d e los s enti mientos morales . Pág . 49 40 Ibíd. Pág. 15. 41 Bolívar, Ingrid (2006), Discu rsos emo cionales y exp erien cias de l a política. Pág . 7 . 42 Ibíd. Pág. 7. 43 Ibíd. Pág. 7. 44 Oakeshott, Mich ael (2000), El racionalismo en l a política. Pág. 42 .

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“traducir” la experiencia de asumir los asuntos del Estado. Éstos requer ían un

“adiestramiento político,” en síntesis: Un manual o “técnica para el gobernante que aún no

tenía tradición.”46

Por otra parte, el ambiente que posibilitó la emergencia de nuevas clases como la

consolidación de los estados europeos, las guerras, las confrontaciones civiles, las

revoluciones, etc., no dio lugar a que aquellos grupos adquirieran una educación política

antes de llegar al poder. Se necesitó entonces, una traducción. Una doctrina política que

mostrara de alguna forma lo tradicional por medio de un con junto de principios abstractos

que podían seguirse para “no fallar.”47

Uno de los ejemplos más evidentes que ilustran la anterior idea es el de Marx y Engels,

“quienes formularon un compuesto para la instrucción de una clase po líticamente menos

educada que cualquier otra que jamás halla tenido la ilusión de ejercer el poder político.”48

De la misma manera, las nuevas sociedades políticas, se vieron influenciadas por el carácter

racionalista que trajo consigo el panorama de la nueva configuración po lítica.49

El predominio del racionalismo en el pensamiento occidental, logró, entonces ganar un

fuerte lugar en la comprensión de la mayoría de las actividades humanas, y de forma

importante en la política. El ascenso de nuevas sociedades, con representantes po líticos no

tradicionales, fue el marco favorable para el af ianzamiento de un conocimiento técnico que

se difundía en “manuales” y que se erigía en contra de la exper iencia tradicional y

45 Ibíd. Pág. 43. 46 Ibíd. Pág. 43. 47 Ibíd. Pág. 44. 48 Ibíd. Pág. 44. 49 Ibíd. Pág. 47.

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consuet udinar ia. Para Oakeshott, la política europea, “llegó a rendirse ante el racionalista,”50

adquiriendo su forma teórica y su programa técnico.

Capítulo III: De la política a la política democrática

El presente capítulo pretende articular las consideraciones sobre lo político y la política de

los anteriores acáp ites, mediante el concepto de política democrática que trabaja Chantal

Mouffe, en su libro “El retorno de lo político”.

En contra de una visión de lo po lítico que no comprende el antagonismo y el papel central

de las emociones, Mouffe resalta, que el constructo liberal, que sostiene que la política

democrática está basada en un acuerdo racional donde no debe haber lugar para la exclusión,

depende en gran medida de la construcción de una identidad que se erige en oposición a

nociones tales como “las pasiones”, “la práctica” “la tradición” y “la irrazonabilidad”. Por

ello considera que un concepto más acertado de política democrática debería abarcar “las

pasiones y la necesidad de movilizarlas con v istas a objetivos democráticos.”51

Como hemos visto desde el comienzo de esta sección, lo que caracteriza a la política

democrática, en tanto forma específica del orden político, es la instauración de una distinción

entre las categorías de <<enemigo>> y de <<adversario>>. En este sentido la política

democrática, no verá en el oponente un enemigo a abatir, sino “ un adversario de legítima

existencia” al que se debe tolerar, pero que no obstante, no puede hacer parte del círculo de

los iguales. 52

50 Ibíd. Pág. 39. 51 Mouffe. Ch antal (1999), El retorno de lo político. Pág. 11 .

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Mouffe arguye que esta relación con el “adversario” como antagonista y no como igual, es

la condición de existencia de la democracia, noción que se opone en gran parte a las

concepciones liberales y comunitaristas. En la constitución de identidades co lectivas, donde

se conso lidan posiciones diferenciadas, tiene lugar el antagonismo. La confrontación sobre

diferentes signif icaciones hace parte de los princip ios democráticos, de las prácticas y las

instituciones en los que se cristaliza el combate político entre dichos adversarios.

De esta manera, la autora critica una imagen de la política democrática concebida como

natural y evidente, o “como el resultado de la evolución moral de la humanidad.” Más bien,

se entiende que la democracia consiste en una conquista que hay que defender

constantemente, en situaciones de confrontación dentro de un espacio común, y en donde

todos aceptan el carácter particular y limitado de sus reivindicaciones. 53

El racionalismo sublimó tanto las concepciones universalistas, como la razón humana

dentro de la política. De esta manera dicho racionalismo puso en riesgo la política

democrática misma, pues si se elimina el antagonismo que opera en las relaciones sociales,

tampoco es posible reconocer “la especificidad de las luchas democráticas de nuestro

tiempo.”54

Mouffe reconoce la ex istencia de la pluralidad, e insiste en que ésta implica aceptar el

papel constitutivo de la división y el conflicto, del poder y el antagon ismo. Por ello, es

importante articular el sentido abstracto de la Ilustración con lo particular de las situaciones.

Es decir, con las tradiciones, las conductas, los pensamientos y los sentimientos propios del

52 Ibíd. Pág. 16. 53 Ibíd. Pág. 19. 54 Ibíd. Pág. 31.

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horizonte de nuestro presente.55 La comprensión act ual de la democracia no requiere

entonces que lo esencial sea producir una apología de la dicha democracia, sino analizar sus

principios, examinar su operación, descubrir sus limitaciones y hacer reales sus

potencialidades. 56

Para Mouffe, el intento del liberalismo político de hallar un pr incipio de un idad social

basada en la racionalidad no puede tener éxito,57 pues el pluralismo es inherente a lo público,

y tal como lo identifica el liberalismo, sólo tiene cabida en la esfera privada. Para aquel

pensamiento, el ám bito de lo privado, es el lugar de las cuestiones controvertidas y de las

emociones. En este sentido, todo ello debe ser eliminado de la agenda pública en aras de

crear las condiciones de un consenso <<racional>>.

El problema esta concepción liberal-democrática, radica en que el largo proceso

racionalista de construcción de la política anuló lo político y con ello la importancia del

antagonismo, la exclusión y las tensiones que se despliegan para alcanzar el dominio y la

conquista del poder democrático. Mouffe plantea una nueva comprensión de la política

democrática; en contra del liberalismo tradicional que se mueve únicamente entre una

política ética (intelectualidad) y económica (comercio), 58 presenta un modelo en el que se da

cabida a las pasiones y al antagonismo.

La concepción racionalista de la política, propia del liberalismo, que dio lugar a una

noción idealizada y racional de democracia, destruye la dimensión del poder, según Mouffe.

Esta perspectiva perjudica también la comprensión de la naturaleza de todas las relaciones

55 Ibíd. Pág. 37. 56 Ibíd. Pág. 161. 57 Ibíd. Pág. 189.

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sociales y niega “el papel predominante de las pasiones como fuerzas que mueven la

conducta humana y las entidades colectivas.”59

Todo lo anterior nos indica que ni la política, ni la democracia, constituyen un dominio

neutral “aislado de todas las cuestiones conf lictivas que existen en la esfera privada.”60 Se

plantea que más bien, que dicha po lítica democrática forma un espacio seguro donde se

manifiesta el antagonismo y la diferencia. Allí lo s contendores dejan de ser enemigos y

empiezan a configurar el bando de los adversarios. En ese lugar “seguro” que sería la política

democrática, no desaparece el irreducible elemento del antagonismo político, ni la

dominación y la violencia, sino que más bien, se establecen ciertas instituciones a través de

las cuales los antagonismos pueden ser limitados y enfrentados.

58 Carl Schmitt (1976), The Con cept of the Political. Pág. 71. 59 Op Cit. Pág. 190.

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30

SEGUNDA PARTE: EL LUGAR DE LAS EMOC IO NES EN LA POLÍTIC A

DEMOCRÁTICA

La concepción de democracia “radical” que plantea Chantal Mouffe, indica que las

pasiones deben tener un lugar principal en “la política democrática”, pues esta se encuentra

permanentemente atravesada por “lo político”. Por ello, gran parte de esta sección se dedica

a revisar la teoría política de cuatro autores contemporáneos, buscando el lugar que cada uno

de ellos da a dichas emociones.

Si bien es cierto que corrientes como las del liberalismo y el racionalismo, influenciaron el

pensamiento de importantes teóricos de la política hasta bien entrado el siglo XX, también es

verdad que el “giro lingüístico” reor ientó notablemente el pensamiento y los esfuerzos por

comprender las dinámicas de la po lítica, y específ icamente de la democracia.

El “giro lingüístico” surgió en las primeras dos décadas del siglo XX, a partir de la obra

del segundo Wittgenstein, la fenomenología de Alfred Shutz, la hermenéutica de Gadamer y

el pragmatismo de James Dewey. De éste sobresalen actualmente como sus herederos:

Jürgen Habermas, Hilary P utnam, Charles Pierce, Richard Rorty, entre otros.

Un elemento importante de este movimiento es que toma distancia de la comprensión

racionalista de los fenómenos sociales. El giro lingüístico rechaza la idea de que la verdad

sólo es posible cuando ref leja “hechos” del mundo, y en oposición al racionalismo, subraya

que los valores y las normas también tienen valor de verdad, pues tanto hechos, valores

como reglas son susceptibles de ser nombrados.

60 Ibíd. Pág. 190.

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31

Para Wittgenstein, nuestra compren sión se organiza en un lenguaje compuesto de reglas

lingüísticas, situaciones objetivas y formas de v ida61. Y, aunque los diferentes lenguajes den

mayor importancia a ciertos términos, que aluden a la estruct ura u objetivos de las

comunidades (vg., “democracia”, “individuo”, “comunidad”, “ética”, entre otras), dichos

términos no pueden hacer referencia a un ámbito que trascienda el lenguaje mismo, pues son

contingentes y se construyen en el mundo social, esto es mediante tradiciones, usos y

“juegos de lenguaje”.

La influencia del giro lingüístico fue tan grande, que generó un auténtico cam bio de

perspectiva cuyo resultado final es la sustitución de la filo sofía de la conciencia por una

filosof ía del lenguaje. Al mismo tiempo, junto al descubrimiento de la prioridad del lenguaje,

va unido el reconocimiento de que el carácter social e histórico de toda relación

intersubjetiva está mediada por símbolos.

Los cuatro autores que queremos estudiar en esta sección son, o bien representantes del

giro lingüístico, o herederos de éste, aunque también adopten inf luencias de la tradición

liberal. En este sentido, su comprensión de la política democrática integra de cierta forma

estas dos corrientes y da lugar, en mayor o menor medida, a las emociones como elementos

de la comprensión teórica del modelo democrático.

Esa será la tarea que nos aguarda en lo que sigue de esta monografía; dar cuenta del lugar

que dan a las emociones en sus ideas sobre democracia Jürgen Habermas, Michael Walzer,

Jon Elster y Richard Rorty.

61 Wittgenstein, Ludwig (1988), Inv estigaciones Filosó ficas. Parág rafos 7-32 . Pp. 23-49.

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Capítulo I: La democracia deliberativa de Habermas, un lenguaje sin emociones

Jürgen Habermas es uno de los pensadores más influyentes de la segunda parte del siglo

XX e inicios del XXI. Este autor incorpora en sus p lanteamientos las derivaciones

epistemológicas de la filosof ía del lenguaje, es decir, del giro lingüístico. Así como también

la corriente fenomenológica de Hegel y hermenéutica de Heidegger. En este capít ulo

veremos por una parte, cuál es su pr incipal formulación sobre la democracia y, como

segunda medida, qué lugar tienen las emociones en aquella.

1.1. La dem ocracia deliberativa

La lect ura de textos como “Facticidad y validez”, “Conciencia moral y acción

comunicativa” y “La inclusión del otro”, permite ver que Habermas se interesa,

principalmente, en sustentar una visión normativa62 de la sociedad a través de un modelo de

comunicación intersubjetiva que permita generar una conciencia compartida de mundo.

Llamamos normativo a este planteamiento, porque mediante la razón comunicativa

Habermas desea conseguir lo que él considera el principal objetivo que persigue el hom bre

en el ámbito de la política y la democracia: Alcanzar acuerdos de forma racional para

asegurar la integración social. En este sentido, tales acuerdos implican que los hombres se

comporten y operen en virtud de una naturaleza com unicativa.

Habermas considera que el avance de la democracia debe enlazar el concepto de

legitimidad política y el de consensos racionales, pues allí tiene lugar la aceptabilidad de las

62 Habermas , Jürg en (1999), La inclusión del otro. Pág. 241.

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33

leyes y las normas sociales. Éstas leyes se construyen en el parlamento a partir de

procedimientos regulados jurídicamente, e incluyen tanto la deliberación de los

parlamentarios, como el lenguaje global de la comunidad que de forma deliberativa conviene

con la coordinación de la acción política.

Como resultado, las normas deben poder expresar los deseos y acuerdos de la comunidad

política que, dado su carácter deliberativo, deberá ser capaz de traducir sus distintos intereses

en “intereses susceptibles de ser universalizados”63.

Siguiendo a Habermas, el “creciente consenso” sobre derechos humanos y democracia es

una prueba de que el campo de lo universalizable existe. Pues ciertas nociones (vg., verdad,

racionalidad y consenso), desempeñan en todas las lenguas el mismo papel gramatical, por

diversa que sea su interpretación.”64 Habermas defiende a partir de ello, la un iversalización

de la democracia, pero recuerda que la legitimidad de ésta se debe “a la auto-legislación

presuntamente racional de ciudadanos políticamente autónomos.”65

La deliberación es una actitud propicia a la cooperación social, indica Habermas. Esta

condición deliberativa permite a los ciudadanos por una parte, ser persuadidos mediante el

intercambio de razones y argumentos acerca de las demandas propias y ajenas. 66 Y por otra

parte, asentir con tres elementos básicos para la democracia: Primero, el Estado de derecho,

que responde a los principios de justicia deliberados en las cámaras parlamentarias. Segundo,

los derechos humanos, que aseguran que ningún consenso puede ir en detrimento de la vida

o propiciar discr iminaciones. Y tercero, la soberan ía popular, que alcanza consensos

63 Habermas , Jürg en (1998), Facticid ad y Validez. Pág. 222. 64 Ibíd. Pág. 273. 65 Ibíd. Pág. 45.

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racionales mediante la argumentación y la reflexión conjunta. Dados estos tres componentes,

la democracia dar ía lugar a los derechos subjetivos, políticos y sociales. 67

En síntesis, Habermas pretende trascender la concepción liberal, en la que la acción

política se orienta hacia el éxito individual, y la perspectiva comunitarista en la que el

proceso democrático depende de las virt udes de los ciudadanos or ientados hacia el bien

común.68 Indica por su parte, que la cooperación y la estabilidad de la democracia surgen

cuando los actores aceptan coordinar entre sus p lanes y objetivos, y las sit uaciones y

consecuencias que caben esperarse socialmente. 69 Las situaciones y sus consecuencias

implican un proceso circular, pues el actor da lugar a ciertas circunstancias con sus propias

acciones, y éstas son producto de las tradiciones en las que éste se encuentra.

Con todo lo anterior, Habermas presenta una política democrática que amplía los espacios

públicos para deliberar sobre las acciones que debieran tomarse en aras de preservar los

derechos sociales y culturales. 70 Estos espacios de deliberación y reconocimiento (i.e., donde

el lenguaje del espacio público informal y el lenguaje parlamentario se unen para posibilitar

la democracia), requieren cierto tipo de razón que permita dirigir el uso del poder

administrativo hacia determinados canales.71

1.2. El dom inio de la razón y el lugar de las em ociones

66 Habermas , Jürg en (1999), La inclusión del otro. Pág. 237. 67 Vera, Ivonn e (2002), Modernidad, alterid ad y democracia en el pens amiento de Habermas y Rorty. Pág. 29 . 68 Op Cit. Pág . 238 . 69 Habermas , Jürg en (1991), Concien cia moral y acción co muni cativa. Pág. 157 . 70 Vera, Ivonn e (2002), Modernidad, alterid ad y democracia en el pens amiento de Habermas y Rorty. Pág. 39 . 71 Habermas , Jürg en (1999), La inclusión del otro. Pág. 244.

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Como hemos visto, Habermas da un lugar predominante a la razón en su teoría sobre la

política democrática. Pero, ¿qué tipo de razón es la razón argumentativa? ¿Sería apropiado

afirmar que Habermas maneja el término “razón” de la misma manera que lo h icieron los

racionalistas? ¿Tienen algún lugar las emociones en esta noción? Para resolver estas

preguntas, es importante recordar que Habermas hace parte tanto de la Escuela de Frankfurt,

como del movimiento del “giro lingüístico”. Éstas dos corr ientes determinan un tipo de

razón muy particular en el autor del que nos ocupamos.

Aunque la escuela de Frankfurt reproche a la razón por destruir “la humanidad que

posibilita”, la razón sigue siendo reiv indicada por Habermas, quien sostiene que con ella se

impulsan los diversos procesos democráticos. 72 Habermas, quien fue en un primer momento

heredero de la izquierda hegeliana, de Marx y de Nietzsche, confía en el discurso público

como legitimador de las normas jur ídicas y del poder político. En este sentido, dicho

discurso debe estar orientado por los principios de autodeterminación y autorrealización

intersubjetiva. 73

La herencia del giro lingüístico, hace que Habermas ponga en el centro de su teoría el

lenguaje pues arguye que sin éste sería imposible que los sujetos interact uaran y se

orientaran hacia fines com unes. En su teoría de la democracia, Habermas sostiene la idea

según la cual el lenguaje aspira por definición a la comunicación. Ésta, así como toda acción

lingüística, se orienta hacia el entendimiento. Y dicho entendimiento se da, siguiendo a

Habermas, entre “iguales”, bajo la completa ausencia de la dominación y de la coacción.

En este punto conviene recordar que la teoría democrática de Habermas, iría en contra de

la democracia radical de Mouffe. Pues para ella, la estabilidad de la política democrática se

72 Habermas , Jürg en (1996), La necesidad de revisión de l a izquierda. Pág. 1996 .

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basa en el antagonismo, la desigualdad, el poder y la exclusión. Según Mouffe, Habermas es

incapaz de comprender la central función integradora que desempeña el conflicto en una

democracia pluralista. 74

Para Habermas, el uso del lenguaje entre “iguales” presupone una comunicación

argumentativa y racional que se enmarca en las nociones de verdad,75 sinceridad,76 y

rectitud77. Dados estos requerimientos, el hombre se halla inmerso en una racionalidad

dialógica y en un contexto intersubjetivo y pragmático del lenguaje.78

Descartado el concepto de verdad como correspondencia y el de razón instrumental,

Habermas sostiene concepciones distintas de verdad y razón para hacer posible una

reconsideración del papel de la democracia en la sociedad moderna. Por ello, planteará una

teoría consensual de la verdad y la teoría de la razón argumentativa.

La teoría consensual de verdad sostiene que la “validez” de los enunciados afirmativos se

argumenta racionalmente y no se da en relación con un carácter "constatativo" o "afirmativo"

sobre los hechos del mundo. Habermas sostiene que nuestras af irmaciones no pueden ser

verdaderas o falsas, sino únicamente justificadas o in justificadas. La justificación de los

enunciados se da a partir de consensos racionales que tienen lugar en debates. Allí, los

participantes argumentan y legitiman sus afirmaciones.

La verdad se basa entonces, en un modelo ideal de razón argumentativa donde, a través de

los argumentos, los sujetos alcanzan consensos y orientan sus acciones al logro de objetivos

73 Vera, Ivonn e (2002), Modernidad, alterid ad y democracia en el pens amiento de Habermas y Rorty. Pp. 8-11. 74 Mouffe, Ch antal (1998), Deconstrucción y prag matis mo. Pág. 26. 75 En el caso que se hable sobre hechos en el mundo. 76 En caso qu e se d e cuenta del mundo subjetivo. 77 Para el caso de las no rmas morales. 78 Ibíd. Pág. 85.

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comunes. La verdad es entonces, intersubjetiva y se construye mediante acuerdos racionales

orientados por una razón argumentativa. 79

La razón argumentativa, es el centro del planteamiento de Habermas. Pues es la base del

entendimiento más deseable entre las personas. Habermas llamará a este entendimiento una

“situación ideal del habla”, donde no hay “distorsiones” por factores contingentes, ni

coacciones que entorpezcan una distribución simétrica de oport unidades en el proceso

democrático.80

Esta sit uación ideal del diálogo debe cumplir cuatro exigencias: Primera, que todos los

participantes del debate tengan las mismas oportunidades de expresarse. Segunda, que halla

libertad de cuestionar y reflexionar sobre las pretensiones de validez de lo que se dice y

propone. Tercera, que todos tengan las mismas oportun idades de exponer sus sentimientos,

actitudes y deseos. Y cuarta, que todos puedan intervenir para regular el debate ( i.e.,

mandando, oponiéndose, permitiendo, prohibiendo, prometiendo, concediendo y

exigiendo). 81

Al cumplirse estas condiciones de la razón argumentativa, según Habermas, nos

encontramos frente a una sit uación de acción comunicativa. Ésta implica que los

participantes pueden, libremente, examinar las pretensiones de validez de aquello que se

afirma o propone, dando lugar a una política democrática ideal.

79 Berthier, Antonio E. Revista Obs ervaciones filosó ficas . N. 3 de 2006. 80 Ibíd. 81 Ibíd.

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Si, como vimos, Habermas da un lugar a “sentimientos, actitudes y deseos” dentro de la

razón argumentativa, debiéramos preguntarnos por qué el título de este cap ítulo indica que el

lenguaje de Habermas es un lenguaje sin emociones. En definitiva, esta teoría democrática

parte del presupuesto de que siempre es posible hablar con el otro. Y sostiene que las

competencias de comunicación y argumentación son similares entre todas las personas,

además de que éstas tienen la misma capacidad de hablar, expresar y act uar en un contexto

seguro, libre y autónomo.

El modelo democrático contrafactual de Habermas82, parte de un reconocimiento

recíproco de los diferentes interlocutores para poder construir la comunicación, a saber, “un

nosotros” sobre bases racionales. 83 Frente a la violencia y la opresión, la racionalidad

comunicativa constituye la posibilidad de un entendimiento universal, que trasciende las

propias relaciones sociales particulares de las com unidades donde las emociones tejen la

trama tanto del Estado como de la sociedad civil. 84

El lugar que Habermas da a las emociones dentro del lenguaje es residual, a pesar que su

comprensión de razón no sea la misma que tuvo lugar en el racionalismo entre los siglos

XVII y XIX. Aunque la razón de Habermas reconozca que el lenguaje debiera expresar

también “sentimientos, actitudes y deseos”, su pretensión de superar el contexto mediante un

progreso social y moral de orden racional, se desembaraza “de las determinaciones

particulares, y niega las pertenencias y las identidades para acceder a un punto de v ista

donde reinara el individuo abstracto y universal.”85

82Vera, Ivonne (2002), Mod ernidad , alteridad y d emo cracia en el p ensamiento d e Hab ermas y Rorty. Pág. 10. 83 Ibíd. Pág. 23. 84 Mouffe, Ch antal (1999), El retorno de lo político. Pág. 21 . 85 Ibíd. Pág. 22.

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39

Por otra parte, Habermas da un lugar quizá más importante a las emociones dentro de las

disputas morales. Allí los sentimientos deben ser tenidos en cuenta, pues la obligación moral

refleja el tipo de sentimientos que tiene una comunidad.

En caso de que se efect úe una transgresión a las normas, surgen sentimientos como la

indignación o el desprecio, la defensa o el resentimiento, la vergüenza o la culpa. También

las pasiones afirmativas tienen lugar dentro del debate argumentativo, mostramos

admiración, lealtad o agradecimiento.86 En este sentido, las emociones son importantes para

constituir, enjuiciar y fundamentar las normas morales. 87

Habermas arguye también que “(…) la comprensión y la simpatía forman parte

constitutiva de los fenómenos morales.”88 En este sentido los sentimientos son necesarios

para que nos dispongamos a dialogar y a mantener la confianza en el resultado del diálogo.

No obstante, las normas de dicho diálogo son de orden racional, y refuerzan junto a la razón

el carácter de universalidad que tiene la democracia.

La idea Habermasiana según la cual las relaciones con los otros se deben orientar por

nociones de reciprocidad y simetría, se debilita cuando comprendemos a la luz de Mouffe,

que la comunidad democrática se ajusta en el antagon ismo y la distinción. No todas las

comunidades, ni grupos de personas sienten por ejemplo, simpatía o confianza por el

diálogo, pues n i todas las personas comparten los mismos repertorios emocionales, ni el

diálogo es la única dinámica propia de la política.

86 Vera, Ivon (2002), Mod ernidad, alteridad y democracia en el pensamiento de Hab ermas y Rorty. Pág. 26. 87 Habermas , Jürg en (1996), La necesidad de revisión de l a izquierda. Pág. 206. 88 Vera, Ivon . (2002), Modernidad, alteridad y democracia en el pens ami ento de H abermas y Ro rty. Pág. 27.

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Mouffe a indicado que la po lítica democrática está atravesada por lo político, no obstante,

desde Habermas la mejor forma de la política es aquella capaz de apaciguar, mediante

razones y en menor medida, mediante emociones, el inherente antagonismo y conflictividad

que se presenta con los “otros”.

Capítulo II: Michael Walzer: Una interpretación realista de la dem ocracia

Michael Walzer, es actualmente uno de los politólogos más sobresalientes en los Estados

Unidos. Walzer junto con Charles Taylor, MacIntyre y Sandel ha trabajado temas sobre

teoría política y filosofía moral desde 1975. Particularmente se ha dedicado a comprender

materias relacionadas con justicia, equidad, solidaridad, etnicidad y conv ivencia

democrática.

A pesar de ser un destacado comunitarista, Walzer no se opone al ideal político liberal de

defender y radicalizar la tradición democrática. Sin embargo, ve en el comunitarismo “la

más reciente y productiva crítica del liberalismo,” pues sólo sobre el p luralismo cultural y la

afirmación de la diversidad, es posible levantar una só lida propuesta política de carácter

democrático.89

Contrario al modelo contrafáctico de democracia deliberativa de Habermas, Walzer

plantea una imagen realista de la democracia. Atento a la dinámica propia de la sociedad

moderna y la política actual, señala que lo más relevante de la política democrática son las

asociaciones y no como lo entiende el liberalismo, los indiv iduos orientados hacia fines

comunes.

89 Ibíd. Pp. 54 -55.

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41

La vida “no es obra de aquel héroe liberal, de aquel individuo autónomo que elige

libremente dónde asociarse.”90 Más bien, es el movimiento de los deseos, lo s intereses, e

incluso la inercia de personas que se encuentran inmersas de forma contingente en grupos

dados prev iamente y de los que no pueden disponer.

Frente al creciente aislamiento y perdida de los lazos comunitarios en la sociedad liberal,

denunciado ya por Charles Taylor, Walzer insiste en que la fuerza de una sociedad

democrática debe descansar sobre la idea de múltiples esferas de acción social tales como la

comunidad familiar, educativa, religiosa, cultural y política. Estas asociaciones son, a su vez,

el locus de conformación de las identidades, el soporte de la comunidad democrática y el

sentido de la participación po lítica. 91

Además, dichas asociaciones son esenciales para la democracia, pues muchas de las

actividades desplegadas por éstas propician el conflicto social. En este sentido, el conflicto

social es inherente a la política, dado que ésta se estruct ura a partir de numerosos grupos que

simpatizan con diversos objetivos. De hecho, en palabras de Walzer, en su sentido más

amplio, la política democrática consiste justamente en el trato con las coerciones

socio lógicas, morales y po líticas que ejercen la familia, la étnia, la clase o el género.92

De esta manera, Walzer es afín a la concepción de política democrática de Mouffe. P ues

para ella la democracia debe tener en cuenta el irreducible conflicto y antagonismo que se

presenta ante la multiplicidad de valores a los que tienden las diversas agrupaciones sociales.

90 Walzer, Michael (2004), Razón política y pasión. 3 defectos del liberalis mo. Pág. 11. 91 Op Cit. Pág . 56 -58. 92 Ibíd. Pág. 41.

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La libertad individual se mueve, para Walzer y para Mouffe, en un marco de ciertas

restricciones “que le vienen impuestas por la vida en comunidad.”93 Dichas restricciones no

deben entenderse a la manera de “prohibiciones” para el individuo, sino más bien, en el

sentido en que dan lugar algunas veces al diálogo racional, y en otros momentos al

antagonismo. Estas dos circunstancias constituyen, pues, una especie de dialéctica

fundamental para el proceso democrático.

En este sentido uno de los roles más importantes de la po lítica democrática es de regular el

conflicto y las constricciones sociales. La democracia debe tramitar los conflictos y

discordias que se presentan en el conjunto de la sociedad. La sociedad está constituida por

distintas organ izaciones y por diversas racionalidades que tienen capacidades y autonomías

relativas.94 Muchas veces la distinción entre unas y otras lleva al enfrentamiento por

administrar diferentes secciones de la vida social. En ese momento la tarea más importante

de la política democrática es cumplir con su papel regulador.

Walzer arguye que no comprender la política democrática como una política reguladora,

atravesada por el antagonismo, la diferencia y las emociones, responde a nuestros temores

por tener una ciudadanía diferenciada. Sugiere entonces que debemos dejar que todos ellos

“cuenten sus historias en lo público”. Pues lo que éstas tienen de positivo se verá reforzado,

mientras que los elementos negativos como el fanatismo y el resentimiento, serán expuestos

a la crítica95. Estos comentarios de Walzer permiten comprender mejor la afirmación de

93 Ibíd. Pág. 13. 94 Mouffe, Ch antal. (1992). “Conversación con Mich ael Walzer” Citado po r Ingrid Bolívar en: Leviatán . Revista d e hechos e ideas. #55 . Madrid. En: Bonilla, Elssy. (1998), Formación de investigadores. (Comp .). Bogotá. TM Editores, Col ciencias. Pág. 112 . 95 Ibíd. Pág. 115.

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Mouffe según la cual, los agentes sociales establecen relaciones prop iamente democráticas

siempre y cuando acepten la particularidad y las limitaciones de sus reclamos.96

2.1. Restarle a la deliberación e incorporar a la pasión97

En “Razón, política y pasión”, Walzer propone evaluar los alcances de la variante

estadounidense de la teoría comunicativa de Habermas, llamada la democracia deliberativa.

Su examen no consistirá tanto en menospreciar las cualidades de la argumentación

racional, como en revisar hasta dónde puede, ella sola, llegar a sostener la organ ización

práctica de la polít ica democrática.98

La política democrática no es en sí deliberativa, pues adem ás del supuesto de

<<argumentar racionalmente>>, la po lítica conoce otros valores como las pasiones, la

actit ud competitiva, el compromiso, el coraje y la solidar idad.99 Para Walzer , estos

elementos “se man if iestan en un amplio espectro de activ idades en las que los hombres

y las mujeres políticamente activos, ciert amente, <<argumentan racionalmente en

com ún>>; pero para cuya descripción habría otras expresiones más adecuadas.”100

La educación política por ejemplo,101 más que la explicación r igurosa de razones,

implica cierto “ser o estar” en un contexto determinado. En una familia demócrata, en

96 Mouffe, Ch antal. (1994). “La democracia radical: Moderna ó post mod ern a?” Citado por Ing rid Bolívar en: Leviatán. Revista d e h echos e ideas . #48 . Mad rid. En: Bonilla, Elssy. (1998 ), Fo rmación de investigadores. (Co mp.). Bogotá. TM Editores , Colcien cias. Pág. 115. 97 Aunque el subtítulo habl e de “ pasión” (del lat. passĭo, -ōnis , y este cal co d el gr. πáθος) y no d e “ emoción ” (del lat. emotĭo, -ōnis), utilizamos aquí las p alabras co mo sinóni mos. Ello dando lugar al uso sinóni mo que les dan a estas dos palabras tanto Walzer co mo Elster. 98 Ibíd. Pág. 43. 99 Ibíd. Pág. 45. 100 Ibíd. Pág. 45. 101 Ibíd. Pág. 26.

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un barr io conservador, o entre hermanos socialistas. Esta es la manera como suelen

aceptarse las doctrinas po líticas y como se tienden a repetir sus p rincipios centrales.

La organ ización política, moviliza a las personas a realizar ciertas tareas en aras de

una mayor ía, de un grupo o una asociación. P ero co lgar un afiche, un panf leto, o sellar

los sobres de propaganda, no se relaciona directamente con una actit ud individual de

especulación y deliberación,102 sino con sentimientos de pertenencia.

Otras act ividades propias de la po lítica democrática son las movilizaciones y las

manifestaciones, allí se requiere captar los intereses de las personas hacia movimientos

a gran escala (i.e. , “motivarlos, darles ímpet u, ent usiasmarles e incluso <<llamarles a las

armas>>103). En las man ifest aciones no hay lugar para la “meditación silenciosa”, pues

con ello no se haría ev idente cuán important es son las demandas que se exigen. El

apasionamiento, el compromiso y la so lidar idad, hacen parte de la política democrática,

pues muestran la toma de posiciones y contribuyen a producir un resultado político

determinado.

Los debates po líticos, exigen por su parte, más que deliberación y argumentación

racional; reacciones ráp idas y espontaneidad. Como arguye Walzer, escucharse

mut uamente “no pone en marcha ningún proceso deliberativo” pues todo lo que se

quiere es decidir el debate a su favor . 104 “Un debate es una competición de atletas del

verbo, y el objetivo es llevarse la victoria (…). Los otros son rivales, no co legas, ya

tienen su opin ión formada y no va a haber modo de convencerlos.”105 De la misma

102 Ibíd. Pp. 47 - 48 . 103 Ibíd. Pp. 48 - 49 . 104 Ibíd. Pág. 51. 105 Ibíd. Pág. 51.

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manera, la import ancia de las negociaciones políticas ref leja que m uchas veces más que

un proceso deliberativo es fundamental llegar a un acuerdo entre intereses, decisiones y

compromisos.

Walzer, mostrará cómo en las campañas electorales y en las elecciones se hacen

presentes elementos que rebasan el componente deliberativo. Los representantes

suscitan con su rostro muchas veces, la confianza que otros no ganan con sus

argumentos. También ciert a biografía puede inclinar la balanza a su favor, por la

historia personal que recuerda la prop ia. Así, lo s deseos y anhelos se cr istalizan en la

sensación de segur idad necesar ia para ir a votar.

Tanto las labores aux iliares como el ejercicio de gobernar, responden a lo m ismo:

Una convicción que se af irma en un proceso competit ivo.106 La tensión, el peligro de la

derrota, hacen que los pr imeros lleven a cabo labores aux iliares. Por otra parte, el placer

de mandar, que no es para nada de tipo racional, es lo que m ueve a los gobernantes,

“pues, entonces, las personas no aspirar ían a gobernar con tanta pasión.”107

Todo lo ant erior indica que para Walzer , el desarrollo de las actividades políticas, se

plasma en un conjunto de exigencias que muchas veces imposibilitan la práctica deliberativa.

Walzer acepta el antagonismo dentro de la po lítica democrática, e indica que el camino

democrático implica todas las actividades en las que las personas se m ueven contra y a

favor de “algo”. Y, “ aunque la legitimidad se vea fortalecida cuando se aportan buenos

106 Ibíd. Pág. 58. 107 Ibíd. Pág. 59.

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argumentos para cuestiones sustanciales, la v ictoria rara vez se alcanza con buenos

argumentos.”108

Las pasiones ocupan un lugar fundamental en la po lítica democrát ica, pues son lo que

lleva a la concreción de la po lít ica democrática, y no pueden ocupar un nivel infer ior al

de la deliberación . Éstas, “alumbran” y no “calientan” como expresa Walzer, la realidad

de la vida po lítica, inv itándonos a comprenderlas como parte del proceso de la

democracia y no como su ant ítesis.

“Si los activistas apasionados t ienen a menudo preocupaciones filosóficas, también a la

inversa, los fi lósofos están movidos, de muchas maneras, por la pasión. Los miembros de

ambos grupos están a veces al servicio del bien, y a veces al servicio de lo contrario.” 109

Capítulo III: Jon Elster y las “Alquimias de la mente”

Jon Elster, es un reconocido académico noruego contemporáneo que ha dedicado gran

parte de su carrera ha implementar la idea del “pluralismo metodológico” para la

comprensión de los fenómenos sociales. 110 También ha insistido en la necesidad de integrar

las macro-explicaciones con los microfundamentos de la actividad social, así como ha

dedicado muchos esfuerzos ha estudiar la teoría de la elección racional y sus límites. No

obstante, sus más recientes obras dedican especial atención a las emociones y la democracia.

Elster in siste en que la democracia es incapaz de representar a los ciudadanos si la única

relación que éstos tienen con la política se da mediante el ejercicio del voto. La democracia

requiere, formas alternativas de practicarla. Estas formas ser ían, pues, la discusión y la

108 Op Cit. Pág . 61 . 109 Ibíd. Pág. 82. 110 Elster Jon (1990), Tuercas y tornillos.

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deliberación.111 En “Democracia deliberativa” Elster privilegia la práctica de la democracia

deliberativa comparando sus ventajas y méritos con otros modelos de política. En este

sentido, arguye Elster, la deliberación refuerza la calidad de las decisiones sociales e

individuales, aunque llevada a la realidad no sea siempre el recurso ideal, tenga sus límites y

debilidades.

En sus recientes trabajos “Alquimias de la mente” y “ Sobre las pasiones”, Elster ofrece un

nuevo marco teórico donde examina a profundidad las emociones. Indica que las emociones

son sociales, determinan las normas de las comunidades, la interacción entre las personas, y

en buena parte, el curso político que toman las sociedades. El conocimiento de las

emociones, es una “conquista social” pues, como arguye el autor, si no fuera por las

emociones “nadie se preocuparía por sus semejantes.”112

3.1. La política democrática desde las emociones

Para Elster las emociones tienen un lugar relevante en la comprensión de la democracia.

Elster muestra que las emociones son sociales, lo que indica que sentirse de alguna manera

no es un fenómeno ni natural, ni dado a los cuerpos que las experimentan. En este sentido,

las emociones no son estados mentales, afectos interiores, o expresiones de una biología

dada, sino más bien, formas en que se organizan las relaciones sociales, las relaciones de

poder, y la estructura de pensamiento propia de las comunidades y las personas.113

111 Elster, Jon (2001a), La d emocracia deliberativa. Pág. 15 . 112 Elster, Jon. (2002) Alqui mi as de la mente. Pág . 12 . 113 Elster, Jon. (2001b), Sobre las pasiones. Pp. 22 – 29.

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Elster suma a lo anterior, que las emociones se construyen y cam bian durante los procesos

de transformación histórica y política. En la actual política democrática, por ejemplo, las

personas privilegian el sentimiento de culpa al de vergüenza. Ello porque el mundo

individual se ha ampliado notablemente, mientras que existen dif icultades para interact uar

públicamente. Ahora, nuestras emociones tienden a tener menores grados de confrontación,

intensidad y competitividad, con relación a como sí sucedía en la Grecia clásica o en Europa

continental Medieval. Allí era aceptable que las personas se batieran a duelo con aquel que

creían les había despojado de un gran amor.

Para Elster la vergüenza, el desprecio, la ira, el odio, la culpa y la admiración son

emociones que se edifican co lectivamente. Así como la alegr ía o la pena se generan por

cosas que vemos como buenas o malas que han ocurrido u ocurr irán. Otras emociones como

la esperanza o el miedo, el amor o los celos son concebidas por pensamientos sobre cosas

buenas o malas que pueden ocurrir en el futuro. Y la simpatía, la envidia, la lástima, la

indignación o la malicia son emociones que emergen por el pensamiento en lo bueno o malo

de otras personas. El remordimiento o el regocijo, la euforia o la decepción implican

emociones que tienen lugar también en la organ ización social, por lo que son, de la misma

manera, sociales. 114

Para Elster, el avance de ciertos proyectos sociales, como el de la po lítica democrática, ha

permitido que las emociones se afiancen de ciertas maneras. Las emociones se configuran de

forma lenta y paulatina en diversos contextos políticos y culturales. Por ejemplo, algunas

personas sentirían act ualmente ira o indignación si alguien ofendiera o se burlara de su credo

religioso. Ello sucede porque la democracia, basada en ciertos principios que se afianzan

114 Elster, Jon (2002), Alqui mi as de la mente. Pág . 294 .

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socialmente, les ha enseñado que por más que todos sean distintos deben respetar las

diferencias.

La af inidad con la igualdad y la libertad, la justicia y la participación po lítica, se enmarca

en un mundo emocional que se empieza a compartir y a hacer familiar a todos los

participantes de cierta comunidad. De la misma manera como la “fortaleza” de algunas

emociones en ciertos contextos, moldea cierto tipo de democracia. Pues en tanto son

compartidas pueden permear, producir y legitimar un modelo representativo.

A todo lo anterior debemos añadir que, para Elster, las emociones tienen elementos

intrínsecos, 115 y que la mejor forma de conocerlos tiene lugar dentro de un atento est udio de

las tragedias y las obras de literatura. 116

3.2. La experiencia democrática y los componentes emocionales

Elster, se vale de la mayoría de las características de las emociones aportadas por

Aristóteles en obras como La retórica, las Ca tegorías, la Ética a Nicóm aco, entre otras, para

indicar que las emociones tienen tres tipos de componentes. A saber, la sensación cualitativa,

los atributos cognitivos, y los atributos viscerales.

El primero de estos tres grupos incluye un solo elemento: La sensación cualitativa, que ha

de entenderse como un “rasgo intrínseco de la experiencia emocional”. El segundo grupo

envuelve dos componentes: Los antecedentes cognitivos y los objetos intencionales. Y

finalmente, el de los atributos viscerales, acierta en cuatro elementos que son: La excitación

115 Ibíd. Pág. 313.

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fisio lógica, las expresiones fisiológicas, la valencia en la dimensión placer-do lor, y las

tendencias de acción características de dichas emociones.117

La sensación cualitativa dice Elster “es el rasgo fenomenológico más impactante de las

emociones”118, pues en tanto una emoción sucede, tal sensación la acompaña de manera

intrínseca, a pesar de ser prácticamente “innombrable”. Existe cierta sensación, casi

inequívoca, cuando sentimos emociones (vg., el miedo o el amor), y que a pesar de que nos

resulte muy difícil decir cómo las estamos sintiendo, sabemos que en efecto, las sentimos.

Una sensación cualitativa es pues, una experiencia única, “pura” e inseparable de la

emoción.119 Podemos decir, sin negar la complejidad que ello exhibe, que las emociones

tienen una sensación, un “cómo” que corresponde a una forma especial y ún ica de

experimentación introspectiva.

Desde este punto de vista, la sensación cualitativa es lo que nos permite identificarnos con

los sentimientos o acciones que “otros” hallan llevado a cabo. Sabemos lo que es sentir odio

y resentimiento, culpa o vergüenza, env idia o malicia y lo sabemos mediante esa cifrada

sensación introspectiva que es posible dentro de un repertorio emocional compartido. Las

personas pueden hacer un esfuerzo por intentar comprender algunas de las emociones de los

victimarios o sentir cuánto dolor exper imentó una víctima, aunque el curso de su vida no

haya tenido que ver con tomar las armas o haber sufrido graves perjuicios.

116 Ibíd. Pág. 29. 117 Ibíd. Pág. 138. 118 Ibíd. Pág. 301. 119 Ibíd. Pág. 301.

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En las emociones es fundamental el con junto de los atributos cognitivos. Elster indica que

las emociones pueden ser provocadas por creencias ciertas, falsas o simplemente fundadas

sobre la ev idencia acerca de hechos o estados de la que dispone el agente. Estas creencias

producen finalmente emociones específicas.

Por otro lado, las emociones son también intencionales: Se dan a propósito de algo.

Numerosas emociones, aunque no todas, tienen un objeto personal. Es decir, una persona

con la que se establece una relación bajo la cual, solo si existe tal entidad, o mientras la

interpretemos de cierta manera, es posible el desarrollo de la emoción.

Una forma de ilustrar lo anterior, es señalando precisamente lo que ocurre en las

estructuras sociales y políticas; De muchas de las creencias que se tienen en grupos y

comunidades, dependen gran parte de las emociones que se sienten y se legitiman a manera

de instituciones. Si se afianzan creencias de superior idad y distinción, se tienen sentimientos

de egoísmo, arrogancia y desprecio por los otros.

Durante muchos años se creyó que los negros y los indígenas eran animales sin moral ni

cultura, esta fue pues, una de las causas por las que se insistió en sentimientos que hoy

llamamos racismo y discriminación que llevaron a prácticas legales como la esclavitud.

Ahora bien, si creemos que por nuestra buena fortuna otros están dejando de comer,

sentiremos remordimiento de tener ciertos bienes. Pero si creemos que la mala

administración de los dineros públicos es la causa de la pobreza, nos sentiremos

decepcionados de la eficacia de las instituciones estatales. Si por el contrario creemos que la

pésima distribución de la riqueza se debe a que el sector privado acumula el capital y lo

destina a fines particulares, nos sentiremos indignados e incluso resentidos, pues la

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democracia nos ha enseñado que de una u otra forma, hemos trabajado por la sociedad y que

es injusto que sólo unos pocos estén disfrutando de los recursos alcanzados y merecidos por

todos.

El último elemento que elucida Elster es el de los atributos viscerales. Los atributos

viscerales comprenden la parte “menos racional” de las emociones, pues tienen lugar de una

manera más natural. No podemos, aunque quisiéramos, ev itar el sonrojo cuando sentimos

vergüenza, sonreír o acercarnos a nuestros seres amados, y tampoco manifestar los gestos

propios del pán ico, la sorpresa o el desagrado. Por otro lado, tendemos a actuar dadas ciertas

emociones: Huimos o enfrentamos al adversario cuando sentimos miedo, nos escondemos o

desaparecemos ante el sentimiento de vergüenza, y tendemos a pedir perdón o repara el

menoscabo frente a la intensa culpa. Así, lo visceral de las emociones nos permite dar cuenta

de ellas en términos de mayor o menor intensidad.

Las emociones son sociales, nos hacen sociales y moldean el tipo de sociedad. De la

misma manera, el conjunto político legitima determinados repertorios emocionales y los

regula. Elster no quiere cerrar el amplio espectro de las emociones con su conjunto de

contenidos emocionales, pues, como arguye, el caso de las emociones surgidas en las

experiencias estéticas parece seguir siendo un gran enigma, que inv ita a ampliar nuestras

preguntas.

Aunque para Elster las emociones “encierren” lo que los anteriores autores han

denominado “decisiones racionales”, sigue resultando problemática la idea de que las

creencias o pensamientos sean las responsables del surgimiento de unas y otras pasiones. No

obstante, nuestro autor, realiza un gran esfuerzo por dar un lugar central a las emociones

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dentro de la vida individual, social y política. Elster no p lantea un esbozo normativo, ni

realista sobre la democracia, contrario a como sí lo hacen Habermas y Walzer

respectivamente, más bien lo que hace es revisar a profundidad y de manera sistemática las

emociones.

Elster se compromete con una revisión de distintas emociones en diversos escenarios. Por

ejemplo, el amor y los celos en la literatura de Shakespeare y St endhal. La autoestima, el

engaño, y la pena en las máximas de los moralistas franceses. Por otra parte, la vergüenza y

la envidia en la Grecia Clásica. El honor y el resentimiento en Islandia medieval. Y, la

confianza y la fe en los Estados Unidos del siglo XIX.

Finalmente podemos decir que Elster es el único de nuestros autores que ha hecho un

profundo esfuerzo por identificar los elementos de las emociones, por descubr ir qué implica

cada una de ellas y cómo el contexto social las moldea de forma distinta. Habermas, y

Walzer dan por supuesto que las emociones ex isten como “unidades” y que constituyen en

mayor o menor medida, una parte importante de la política democrática. pero no se

comprometen como sí lo hace Elster en analizar sus elementos intrínsecos y su

manifestaciones sociales.

Capítulo IV: Richard Rorty y la educación sentimental

La obra de Richard Rorty ha ejercido gran inf luencia en el pensamiento filosófico y

político más recientes de los Estados Unidos y “todo el mundo.”120 Las ref lexiones de Rorty

descansan, como en los anteriores autores, en el giro lingüístico: El segundo Wittgenstein y

120 Mou ffe, Ch antal (1998 ), Des construcción y p ragmatis mo. Pág. 13.

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la exp licación davidsoniana del lenguaje. De otro lado, parte de las explicaciones

nietzscheanas y freudianas de la consciencia y del yo.121 Y, finalmente se alimenta del

naturalismo darwin iano según el cual los seres humanos son productos fortuitos de la

evolución. Estas influencias se unifican dentro de la corriente pragmatista de James Dewey

de la que el mismo Rorty junto con Hilary Putnam son actualmente los principales

abanderados.

Rorty, ha dedicado especial atención a materias como el racionalismo hegemónico, la

verdad, la política democrática, la teoría social, la educación, y los derechos humanos

principalmente. Para Rorty, la democracia se cr istaliza en la búsqueda de justicia y

felicidad.122 En este sentido, las instituciones po líticas deben ser concebidas como veh ículos

para maximizar estos princip ios y no para constreñir a los individuos en torno de deberes

religiosos, racionales o morales trascendentales.

La política democrática se edifica entonces, teniendo en la mira unas únicas obligaciones

que nos corresponden como seres humanos contingentes. Éstas son “para con nuestros

semejantes y nuestras propias fantasías.”123 Esta afirmación, como indican algunos

autores, 124 sugiere la idea de que Rorty quiere mantener separados los espacios públicos de

los privados. Pero Rorty subraya que los hitos imaginativos como el pensamiento de Platón,

Agustín y Kant, y de artistas como Dante, El Greco o Dostoievsky, no se distancian de la

esfera pública, pues de hecho, las aspiraciones que se plasman en estas obras fueron en parte,

la inspiración de nuestras act uales sociedades. Más bien, la idea en la que se quiere insistir es

121 Ro rty, Rich ard (1991), Contingencia, i ronía y solidaridad. Pág. 64. 122Rorty, Ri chard . (2000), El p ragmatis mo un a v ersión. Ariel S.A. Barcelona. Pág . 14 . 123 Ibíd Pág. 14. 124 Mou ffe, Ch antal (1998 ), Des construcción y p ragmatis mo. Pág. 16.

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en que la democracia no debe arreglarse de acuerdo con la búsqueda de la grandeza o la

sublimidad.125

Rorty subraya que nuestras ref lexiones teóricas no deben intentar modelar una política

democrática perenne, de verdades eternas y normas inamovibles. En este sentido las teorías

de los grandes filósofos como Platón y Kant, han de convertirse en mitos que deben ser

abandonados. Las reflexiones teóricas deben tender, más bien, a ser herramientas “que se

justifican por el éxito que dem uestran tener a la hora de realizar unas determinadas

funciones”. Por ejemplo narrar o resumir exitosamente los experimentos que han tenido

lugar en la caótica sociedad.126 Éstas herramientas deben contemplar la diferencia, la

contingencia y el contexto, así como incorporar las emociones como forma de educación.

4.1. “Toda concepción teórica debe ser un léxico más, una descripción más, otra forma

de hablar.”127

Rorty comparte y “radicaliza” las consecuencias contextualistas del giro lingüístico.

Considera que las distinciones entre conocimiento y opinión, entre estructuras permanentes y

contenidos transitorios, entre moralidad y prudencia deben ser disueltas, así como también la

idea habermasiana de la verdad como justificación.128

Rorty indica que las ideas de verdad y razón han sido divin izadas, de la misma manera

como se ha argumentado que la política democrática comprende la forma acabada de la

política. Indica que “así como los ilustrados entablaron una lucha entre la razón y la religión,

125 Ibíd. Pág. 14. 126 Ibíd. Pág. 15. 127 Op Cit. Pág . 75 .

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en el proceso divin izaron la razón y la verdad.”129 Lo realmente peligroso de esta concepción

div inizada de verdad y razón es que así como lo sublime es irrepresentable, indescriptible e

inefable, 130 de la misma manera la verdad y la razón, siguen siendo comprendidos como algo

que “existe” afuera y que no es susceptible de ser construido o modif icado en el tiempo.131

Desde esta perspectiva no es posible ni describir, ni representar, ni dilucidar el mundo que

nos rodea, pues las alusiones son llevadas siempre más allá del reconocimiento y la

descr ipción. Lo que se está afianzando es entonces, una lucha entre quienes sostienen un

concepto de razón diferente al de la mera coherencia de las creencias, y “todas las fuerzas

que dentro de la cultura conciben la verdad como algo creado por los seres humanos.”132

Para Rorty, la principal tarea es entender que existen otras formas de comprender el

mundo, que toda organización política se desarrolla en cierta temporalidad y que sólo de sus

propias contingencias se pueden der ivar normas morales útiles para dichas sociedades. Si

comprendemos nuestras normas como bellas en cambio de universales, por ejemplo,133

nuestra comprensión de la po lítica democrática se reorienta de una manera más adecuada,

pues lo bello armoniza con las cosas finitas, por tanto con la pluralidad, con lo manejable,

con lo que las personas tienen en sus manos para hacer y transformar. La sublimidad, a

diferencia de la belleza, es ambigua, ciertamente inexpresable y distinta de la comprensión

humana.134

128 Vera, Ivonn e (2002), Modernidad, alterid ad y democracia en el pens ami ento de H abermas y Rorty. Pág . 41. 129 Ibíd. Pág. 41. 130 Ro rty, Rich ard (2000), El p ragmatis mo un a v ersión. Pág. 7. 131 Op Cit. Pág . 42 . 132 Ibíd. Pág. 42. 133 Ro rty, Rich ard (2000), El p ragmatis mo un a v ersión. Pág. 7. 134 Ibíd. Pág. 7.

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De esta manera, en la perspectiva de Rorty sobre la política democrática no hay lugar para

estructuras permanentes como verdad o razón, sino más bien, para contenidos transitorios.

Rorty insiste en que lo que usualmente llamamos “verdad”, no es justificación racional a la

manera habermasiana, sino un cumplido o una recomendación de creencias que en una

determinada comunidad han sido justificadas suf icientemente.135

Por otro lado, Rorty afirma que el “progreso” moral no se relaciona con la búsqueda de

principios morales universales, derivados de la deliberación y la racionalidad, sino con un

aumento de la sensibilidad ante el do lor y la humillación ajenos.136

Así pues, tanto el léxico del racionalismo ilustrado, como la perspectiva habermasiana

acerca de la razón y la moral, se han convertido en obstáculos para la preservación de las

sociedades democráticas. Pues dichas sociedades son también la herencia de unas

contingencias h istóricas que permitieron crear instituciones cada vez más cosmopolitas. Y,

aunque Rorty esté comprometido con estas instituciones que él llama la “cultura de la

sociedad liberal”137, indica que éstas no son, ni tienen que ser, ni com unes, ni impuestas a

toda la humanidad.138

Aunque el giro lingüístico orienta todas estas ref lexiones, la idea no es que dicho

movimiento proporcione los <<fundamentos de la democracia>>, sino que más bien, desde

esta perspectiva, se pueden redescribir las prácticas y metas de la política democrática. Esto

con el objetivo, como arguye Rorty, de hacerlo mejor de lo que lo h icieron las descripciones

anteriores. No obstante, superar aquellas descripciones implica varias tareas: Por una parte,

135 Op Cit. Pág . 14 . 136 Ibíd. Pág. 26. 137 Ro rty, Rich ard (1991), Contingencia, i ronía y solidaridad. Pág. 63.

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“desdivinizar” la idea de verdad y de razón platónica y kantiana dado que no hay léxicos

privilegiados, y por otra, la de incorporar a nuestras descr ipciones de la democracia nociones

como contingencia, relativismo, pasiones y reconocimiento.139

4.2. Las em ociones y la educación sentimental

Rorty ha indicado que la única naturaleza humana radica en nuestra extraordinar ia

maleabilidad y flex ibilidad. También ha insistido en la idea de que debemos sustituir los

principios inamovibles por la constante revisión de nuestra vida fáctica y por un historicismo

más atento a los hechos históricos, contingentes y culturales. 140

La idea según la cual la filosof ía ha tenido gran importancia para la formulación de las

instituciones culturales por sus presupuestos racionalistas, y que generaliza y deduce normas

de acción social y moral para la comunidad es problemática. Esto porque para Rorty es

imposible concebir que a partir de una educación racional se intensifiquen sentimientos de

identidad moral compartida que fortalezcan la comunidad ética.

Para Rorty la democracia se robustece desde la educación sentimental, pues sólo allí se

aprende a examinar la manera en que abordamos y solucionamos nuestros problemas con los

otros. Una educación sentimental comprende la lectura y el conocimiento de historias ajenas

a las nuestras que nos acerquen tragedias de otras personas. Estas lecturas deben disponernos

a observar nuestros propios sentimientos frente a los demás y a suponer como propias dichas

138 Ibíd. Pág. 215. 139 Ibíd. Pág. 64-65. 140 Ro rty, Rich ard (1993), D erechos humanos, racionalidad y senti mentalidad . Pág . 121.

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situaciones ajenas. Ésta familiaridad debe permitirnos comprender a esos “otros” cada vez

más como “nosotros.”141

La educación sentimental supera la perspectiva según la cual existe un dualismo entre

emoción e intelecto, pues suscita la crítica, la reflexión y la cuestión por cómo utilizar las

propias experiencias pasadas y las de la humanidad.142 No obstante, este examen no debe ser

dir igido únicamente por una elite académica, sino que respondiendo a las necesidades de la

democracia, “es algo que todo ciudadano debe aprender a hacer,” a partir de su primordial

experiencia fáctica. Semejante filo sofía de la educación presupone, pues, una filosofía de la

experiencia. La educación ha de ser “ de, por y para la experiencia.”143

Podemos concluir, indicando que el proyecto de la educación sentimental comprende la

superación de la escisión que se plantea en la educación desde Platón: más elevada, más

racional. 144 Pues la idea no es convencer a los demás de que la educación es un sistema

infinitamente más superior y racional, sino que esos otros, independientemente de su grado

de racionalidad, comparten con nosotros la capacidad de tener sensaciones indescriptibles y

de formarse creencias distintas a las nuestras en relación con sus circunstancias, justo como

nosotros lo hacemos con las nuestras.

Rorty subraya que podemos sentarnos a dialogar con ellos, con esos “otros’, pues el

entendimiento racional es posterior al emocional. Esta comprensión emocional, nos otorgar ía

las herramientas y los poderes suf icientes para enfrentar las complejidades de la contingencia

y el antagonismo.

141 Ibíd. Pág. 127. 142 Putnam, Hilary (1997), La herencia d el pragmatis mo. Pág. 260 . 143 Ibíd. Pp. 161-162.

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Con todo lo anterior podemos decir que Rorty da un lugar relevante a las emociones

dentro de la política democrática. Para nuestro autor la acción democrática no requiere de

teorías de verdad o de razón, tampoco de nociones sobre incondicionalidad ni validez

universal, más bien, se requieren prácticas y movimientos pragmáticos destinados a

persuadir a la gente “de que amplíe el espectro de su compromiso con los demás, de que

construyan una com unidad más inclusiva.”145

En este sentido, el conocimiento de historias ajenas a las nuestras y la lectura de obras

literarias como las de Navokov y Orwell, permiten un mayor progreso moral de lo que

logran los grandes constructos filosóficos, pues nos permiten crear sentimientos como la

solidaridad (y no la benevolencia) frente a la crueldad, el do lor y la humillación ajenos.

Quizás la emoción más importante en Rorty, es la solidaridad. Esta comprende para el

autor la esperanza de que los humanos podamos tener algo en común que supere a la cult ura

en momentos tan desoladores como aquellos en los que “corrían los trenes hacia

Auschwitz”. 146 A pesar que el principal interés de Rorty es oponerse a todo lo que intente

trascender la historia y las instituciones, la solidaridad, y no la razón, es el fundamento de las

obligaciones morales y constituye el mejor mecanismo volver a los “otros” también

“nosotros”.

Esta idea no deja de ser problemática a la luz de los p lanteamientos de Mouffe, pues para

ella Rorty es aún incapaz de acceder a las implicaciones del valor del p luralismo y de aceptar

144 Op Cit. Pág . 127. 145 Mou ffe, Ch antal (1998 ), Des construcción y p ragmatis mo. Pág. 20. 146 Ro rty, Rich ard (1991), Contingencia, i ronía y solidaridad. Pág. 208.

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que el conflicto entre “nosotros” y “ellos” no puede resolverse jamás.147 Rorty aún no

comprende que la política, en especial la po lítica democrática, “no puede nunca superar el

conflicto y la división (…) Lo específico de la democracia política no es la superación de la

oposición ellos/nosotros sino la manera diferente en que es manejada.”148

CO NSIDERACIO NES FINALES

“ Mi paciencia da sus frutos. Sufro menos, y la vida se vuelve casi dulce. No me

enojo ya con los m édicos; sus tontos remedios me han condenado, pero nosotros

tenemos la culpa de su presunción y su hipócrita pedantería; m entirían m enos si no

tuviéram os tanto m iedo de sufrir.”

Marguer ite Yourcenar. Memorias de Adriano.

El interés de estas breves consideraciones finales está relacionado con dos objetivos.

Primero, insistir en la importancia de las emociones en la comprensión de la política

democrática. Y, segundo, recoger y redondear las reflexiones principales de los cap ítulos

tratados a lo largo del texto.

Traer las emociones al est udio de la política democrática tiene gran importancia. Pero tal

relevancia no se traduce en afirmar que las emociones tengan un “lugar” en la comprensión

de la política, o que éstas sean una forma de racionalidad “ distinta” como a veces llegan a

sugerir lo nuestros autores. Las emociones, son más bien, la armazón de todas las diferentes

racionalidades que se ponen en juego en las sociedades. Y en relación con ciertas emociones,

es que podemos comprender y conceptualizar el mundo que nos rodea de formas específicas.

147 Op Cit. Pág . 24 .

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En este sentido, tanto el giro lingüístico, como la comprensión de la política como

antagonismo, representan la movilidad en las formas de comprender los fenómenos políticos

y dan cuenta de la posibilidad de revisar las teorías ya formuladas en aras de dar cuenta de la

política democrática desde nuestra act ualidad.

El giro lingüístico, permitió que se reorientara nuestra comprensión de lo político, y

moldeó un nuevo repertorio emocional desde el cual hacer descr ipciones distintas de la

política democrática. Por otra parte, el antagonismo y la delimitación del “nosotros” de

Mouffe, nos ayuda a entender que el racionalismo se equivocó queriendo resolver la

diferencia, y que esos errores pueden ser superados a medida que nuestra comprensión y

nuestros sentimientos sobre lo político van cambiando.

Revisar la comprensión de la política democrática en relación con las dinámicas

históricas o con las distintas perspectivas intelectuales, es la principal evidencia de que las

emociones se orientan histórica y temporalmente, y que configuran las formas en que las

personas comprenden y se aproximan al orden social. 149

La concepción habermasiana de la política democrática, por ejemplo, supone el uso

extensivo de la razón argumentativa, pero ello no implica que la historia y la comprensión de

lo político para este autor no estén mediadas por una or ientación y comprensión emocional

de lo que es el mundo. No existen grados 0 de racionalidad o de emocionalidad150, más bien,

existen transformaciones permanentes del control sobre los afectos y la manera como éstos

se conceptualizan en aras de comprender los fenómenos políticos de cierta manera.

148 Ibíd. Pág. 27. 149 Bolívar, Ingrid (2006), Discu rsos emo cionales y exp eriencias d e l a política. Pág. xxx. 150 Bolívar, Ingrid (2006), Discursos emocional es y experienci as de la política. Pág. xxx.

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Walzer reconoce las emociones, sabe que gracias a éstas es que podemos delimitar un

“nosotros” y un “ellos” fundamental para la identidad de las comunidades políticas. Las

emociones nos sirven de “frontera”, pues los repertorios emocionales que compartimos nos

indican cómo defin irnos a nosotros mismos y cómo diferenciarnos de esas “otras” formas de

comprender el mundo, formas que también tienen sus propios repertorios emocionales, tan

temporales y transitorios como los nuestros.

Elster, sobresale por su claridad, da un lugar fundamental a las emociones, se compromete

con su estudio, e intenta escapar a ese repertorio compartido de la elección racional que

rechaza el reconocimiento de las pasiones en los hombres, en sus elecciones, en su forma de

asociarse. Rorty, in siste en que mediante la educación sentimental podemos saber más los

unos de los otros de lo que lo har íamos utilizando la razón. Subraya la idea de que ese

repertorio racionalista, platónico-kantiano ha caducado, y se debe dar lugar a un repertorio,

que nos sitúe frente a nosotros mismos, y frente al dolor ajeno.

Para Rorty, la fuente de la solidaridad humana no es la razón, como sí lo es en Habermas.

Y, seremos más solidarios si conocemos narraciones históricas acerca del surgimiento de las

instituciones y las cost umbres de otras sociedades en miras de hacer posible la disminución

de la crueldad.151

Las emociones posibilitan nuestra comprensión de la política democrática, pero esta

comprensión no siempre ev idencia los repertorios emocionales que la hacen posible. Ese era

uno de los objetivos pr incipales de este traajo y creo, que en cierta medida, se ha cumplido.

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151 Rorty, Rich ard. Contingencia, ironí a y solidaridad . Pág . 87 .

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