Visiones de Terror

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Visiones de Terror

Gracia Muñoz

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V.M. Publishing S.L., 20131ª ediciónISBN:Impreso en España / Printed in SpainEditado por V.M

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DedicatoriaDedicado a todas aquellas personas que han creído en mí, en especial a mi marido Jesús, mis amigas y compañeras de trabajo, mi familia y mis ángeles, que me apoyan allí donde estén.

Dedicado también a todos aquellos amantes de la lectura que han comprado este libro. Mil gracias por vuestro apoyo y esperando que os guste, vuestra servidora.

Gracia Muñoz.

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ÍndiceEl Escultor...................................Página 8El Gnomo....................................Página 36El Probador.................................Página 46La Fiesta de Cumpleaños..........Página 50Una Criatura de la Media Noche..............................Página 70El Color de la Luna Llena........Página 102Extraña Inquilina.......................Página 112La Casa Maligna.........................Página 118¿Quién teme al Lobo Feroz? …........................Página 124La Niña Fantasma.....................Página 136Corazón Alienígena...................Página 144Cielo Oscuro..............................Página 158La Chica Morena ….................Página 166Acerca de la Autora...................Página 172

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EL ESCULTOR

Era una tarde más en el almacén de cítricos Naranfruit. Los últimos rayos del sol de aquel día aún se atrevían a entrar tímidamente por los cristales de las herméticamente cerradas ventanas. Allí, entre el ruido incesante producido por las máquinas calibradoras, dos mujeres metidas en años, trabajaban envasando la redonda fruta, colocándolas en cajas de vistosa presentación para ser exportadas.

Las señoras charlaban disimuladamente sin dejar por un momento de trabajar. Vestían un uniforme no muy favorecedor consistente en una ancha, larga y verde bata, guantes de tela y una redecilla con visera que evitaba que algún travieso cabello asomase indebidamente entre las naranjas.

La más mayor, y también la más regordeta de las mujeres, llamada Maruja, era el terror del almacén, por su afición a preocuparse en demasía por las vidas ajenas. Hobby que compartía con su buena amiga Asunción.

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Criticando a la vecina de banca estaban cuando pasó ante ellas un muchacho cargando una gran caja de plástico repleta a rebosar de frutas. El joven se llamaba José Luis, y llevaba ya varios años trabajando como mozo de almacén en Naranfruit.

Era de todos sabido que él era el hombre más eficiente de la empresa. Trabajaba más horas que nadie y siempre corría de un lado para otro. Allí donde necesitaban un mozo, allá estaba él, dispuesto. Podía decirse que, poco a poco, se había vuelto casi imprescindible para el buen funcionamiento del almacén.

Pero aquella tarde, el cansancio y la tristeza se dibujaban en su rostro. Andaba arrastrando penosamente los pies y su ropa, mojada por el sudor, estaba agujereada y sucia. El pobre estaba echo una pena, pero aquel detalle no parecía importarle demasiado: tenia cosas más importantes en que pensar que en llevar bien el uniforme. Las mujeres lo miraban descaradamente. Tras el enorme estruendo que producía el

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calibrador, la voz de Maruja se adivinaba como un susurro.

-José Luis está que no puede más el pobre, de tanto trabajar. Y encima dice que no duerme nada.

-¿Por ?- le preguntó Asunción, sorprendida.

Maruja golpeó el codo de su compañera y ambas agacharon la cabeza tímidamente. Pasaba por allí Antonio, el encargado general. Era este un hombre de unos cuarenta años, alto y delgado, con cara de pocos amigos. Se comentaban muchas cosas acerca de su extraña personalidad en el almacén, rumores infundados, posiblemente. La envidia corroe a las mujeres. Decían que el hombre tenía hijos secretos diseminados por todo el pueblo, y

que era un gran don Juan. Pero a él las habladurías de la gente parecían importarle poco: cobraba más del doble que la mayoría de los trabajadores de Naranfruit. Deteniéndose frente las dos señoras,

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comenzó a gritar como un militar a sus subordinados:

¡Niñas, dejaos ya de rollos y mover más las manos! ¡Eso es llenando cajas, llenando cajas!- Cuando descargó su ira, se marchó.

-¡Uf! Menos mal. Un poco más y nos pilla aquí hablando, con la mala leche que trae hoy.

-Sí ¡Jajajaja! Antonio cara de coño- Asunción siempre ponía motes a todo el mundo- volviendo a lo nuestro ¿Qué me estabas contando de José Luis?

-¡Ah! Pues que dice que no duerme.

-¿Es que Noelia le da mucha guerra o qué?- Asunción conocía a la mujer de José Luis desde que era muy pequeña, pues su hermano era el cura local, y la mujer era, al igual que Maruja, bastante católica.

-No, que va- declaró la señora, muy segura de lo que decía- si creo que van a divorciarse y todo... Eso ya no tiene arreglo. Así empecé yo con mí ex y ya me ves aquí,

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más sola que la una. A ver si me sale ya un hombre o algo.

-¿Pero es que José Luis se ha buscado una rusa como hizo tu marido?- en ocasiones las palabras de Asunción resultaban bastante hirientes- Por que Noe es un trocito de pan...

-Ah, no creo. Lo conozco bien y sé que el chaval es incapaz de eso, no como mi marido que siempre a sido muy sin vergüenza. Si este es casi un santo... No me extraña que sea cuñado del cura. Fíjate hasta qué punto es buen católico que el padre Emilio le ha encargado a él las tallas del Cristo y la Virgen, claro que si son familia...

Asunción, con los ojos como platos, miraba incrédula a su compañera:

-¿Las que se perdieron en el incendio?

-Las mismas.

-Me dejas helada Maruja ¿Cómo es posible?

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-Oh, piensas que lo sabes todo de la vida de la gente y después te sorprendes hija. ¿Cómo crees que conoció José Luis a su mujer?

-No sé. Por su hermano el cura ¿No?

-José Luis es un escultor muy bueno- le aclaró su amiga. Asunción dejó de envasar para, descaradamente, atender a las explicaciones de su compañera- ¿Te acuerdas tú de José el beato, aquel que se salió del seminario para casarse con tu prima segunda?

-Claro que me acuerdo Maruja, aquello fue muy sonado. Además, era jovencita cuando fui a la boda. Ese hombre fue el que hizo las ahora achicharradas esculturas de nuestra señora y su santísimo hijo nuestro señor Jesucristo. Eso fue antes de casarse, hará ya unos veinticinco años. Ese José tenía unas manos...

-Ni que lo digas. Pero hija, no te pares, sigue trabajando que... -Pasaba por allí el comercial y Maruja se dio cuenta de que las

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estaba observando detenidamente- A veces, cuando le llevaba alguna ofrenda floral a la Virgen, me parecía descubrir en el rostro de ésta una verdadera sonrisa celestial.

-Y los ojos- la interrumpió Asunción- que parecía que de verdad te estaban mirando... Solo de acordarme se me pone el vello de gallina- se señaló torpemente el brazo.

-Bueno, pues José el beato es el padre de nuestro José Luis. Y dice el padre Emilio, su cuñado, que heredó de este el amor por la iglesia y el arte de la escultura.

-¿A sí? Entonces considero muy justo que sea él quien tenga tal privilegio.

Aunque lo afirmaba, aquello Asunción no lo sentía. Los celos la carcomían por dentro y secretamente siempre había odiado a José Luis. A ella le gustaba Noelia como nuera, pues su hijo, de la misma edad que el joven mozo de almacén, amaba a la muchacha. La madre lo sabía y dio su consentimiento al hijo para cortejarla pensando que ella iba a aceptar y, por fin, Asunción Vargas iba a ser

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considerada parte de una de las familias más importantes del pueblo, la familia Moreno. Una respetable saga de católicos practicantes cuyo primogénito y heredero de una inmensa fortuna, el padre Emilio, compartiría (como buen cristiano) con su querida hermana pequeña. Pero el tiro le salió por la culata cuando apareció en escena José Luis y mandó al traste el magnífico plan que entre ella y su hijo habían trazado. Aquel José Luis, que no le llegaba a su retoño ni a la suela de una sandalia de un penitente descalzo, le había robado el dinero de su presunta nuera y además se acababa de enterar de que era hijo del mismísimo José el beato, el mayor escultor que viera nacer Valencia.

Hablando del papa de Roma, por allí que pasaba el pobre joven, ajeno a toda la larga conversación que habían mantenido aquellas dos arpías. Maruja, al verlo aparecer por su lado de la banca, llamó su atención instándole a que se acercara.

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-José Luis, precisamente estabamos hablando de ti ahora. ¿Cómo te encuentras? Pareces decaído.

-Para serle franco, doña Maruja, no muy bien.- Era tan inocente que respondía a las preguntas sin dilaciones y siempre contestando la verdad- Esta noche voy a pedirle a mi esposa que reconsidere lo del divorcio, que recapacite…

-Entonces es verdad que te vas a divorciar ¿No?- Asunción esperaba a anhelante la respuesta a esa pregunta, pues su futuro a largo plazo y el de su hijo sobre todo dependían de ello.

-Yo no quiero divorciarme- respondió el joven con visibles muestras de tristeza en el rostro- Amo a mi mujer como el primer día. Ella es la que insiste.

-No desesperes, hijo- Maruja sí que apreciaba al pobre aprendiz de artista- Vuelve a reconquistarla y ya veréis como lo vuestro tiene arreglo.

-Eso espero, doña Maruja, eso espero.16

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De repente, una voz femenina por el megáfono pronunció el nombre del joven, y lo instó a que se presentara en la oficina del jefe de personal.

-Vaya, parece que te van a renovar el contrato…- le aseguró Asunción.

-Claro. Estamos a plena campaña y hacen falta mozos. Además, él nunca falta al trabajo y es muy apañado.

-Bueno, me voy para la oficina- Les informó José Luis.- Ya os diré cuando vuelva por cuánto tiempo me lo han hecho.

-Claro, claro. Anda, no hagas esperar al jefe.

José Luis subió las empinadas escaleras de hierro que conducían a las oficinas. Abrió la puerta y una oleada de frescor le sacudió el rostro. EL aire acondicionado estaba excesivamente alto. Pensó que, con un poco de suerte, no cogería un buen resfriado.

Llamó a la puerta del despacho, y enseguida se escuchó tras esta la inconfundible y

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potente voz del jefe de personal, que instaba al joven a pasar a éste.

-¿José Luis?- Le preguntó, aunque sabía de sobra quién era.- Ven, pasa. Siéntate.

-¿Qué me siente? ¿Qué ha pasado?

-Verás, tengo que darte una mala noticia. La campaña, como ya sabes, este año está bastante floja, debido a las fuertes lluvias que han azotado la Comunidad Valenciana…

- Pero creí que ya estaba empezando a remontar la cosa…

-No, no es tan sencillo. Me han llegado órdenes de arriba, y sintiéndolo mucho, te informo de que no te vamos a renovar el contrato.

-¿Qué? No puede ser. ¿Es que he hecho algo malo? ¿No os gusta como trabajo, o es por que hablo? Puedo quedarme callado, si quieren…- El joven bajó paulatinamente el tono de voz. Sabía que no había nada más que hacer. Pero, aun así, se negaba a aceptar

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que pudieran echarlo a la calle así, sin causa justificada, como si de un vulgar perro sarnoso se tratara.

Salió de aquel despacho, cabizbajo. Ahora sí sentía que lo había perdido todo: su mujer, su trabajo, las ganas de continuar viviendo, de seguir respirando. En el almacén, Maruja y Asunción estaban pendientes al joven, observando detenidamente la cara que llevaba mientras bajaba las escaleras tranquilamente. Se miraron la una a la otra. Era evidente, por la expresión de tristeza que se marcaba en el rostro del joven, que no traía muy buenas nuevas.

José Luis cogió su carretilla roja, se puso los guantes y avanzó a por las cajas del destrío, con la cabeza muy gacha. De repente, y sin mediar palabra, decidió que aquel era su último día de trabajo, y que no lo iba a pasar dando tumbos de un lado para otro. Lo único que quería era llegar a casa, darse un relajante baño de espuma y llorar a

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solas, en su cuarto de baño, rodeado de velas. Si, eso era lo que debía hacer.

Soltó la carretilla, de repente, y se dirigió a la puerta rápidamente. Dejó su tarjeta de fichaje en recepción y se marchó, con lágrimas en los ojos, pero sin mirar atrás ni una sola vez.

Abrió la puerta de su casa, sin hacer apenas ruido. Le pareció escuchar unas risas, provenientes de la habitación. Sería Noelia, que estaría acostada viendo la tele, como siempre. A veces pensaba seriamente si sería verdad que la pobre se deprimía si trabajaba, o simplemente era una baga de mucho cuidado.

No, se negaba a pensar mal de su querida esposa, la cual lo recibiría con una mala contestación, como de costumbre. Incluso también a veces llegaba a creer que ella nunca le había querido, que solamente había sido un panoli con el que ella jugaba a su antojo, y que usaba y tiraba como si de un pañuelo de papel se tratara. En cierta 20

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manera, era justo: él no era más que un simple mozo de almacén con patéticos sueños de poder vivir de su arte algún día, arte éste muy poco reconocido. Y ella, en cambio, la hermana del cura, una de las más ricas de todo el pueblo, y de las más bellas también. Cualquier hombre se sentiría afortunado de tener a una mujer como ella: labios carnosos y sensuales, pechos grandes y duros y unas larguísimas piernas rematadas por un culo respingón. Demasiado bella, se diría.

Abrió la puerta de la habitación sigilosamente. Lo que vio allí le dejo sin aliento: su amada esposa, efectivamente, estaba acostada en la cama, pero no estaba sola. A su lado, tocándole los pechos y haciéndole carantoñas, se hallaba Antonio, su encargado.

Ahora lo comprendía todo, ahora lo entendía. Por eso quería divorciarse: lo había sustituido. Y por eso, también lo despidieron: a él se le hacía duro mandar al

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ex marido de su amante, era demasiado extraño e hipócrita.

José Luís entró en la habitación. Cuando ambos amantes lo vieron aparecer se quedaron petrificados, sin saber cómo reaccionar. Finalmente, Antonio hizo además de levantarse para coger su ropa, que estaba diseminada por el suelo. Pero el joven, adelantándose a sus movimientos, le dijo:

- No, no hace falta que te levantes, si ya me voy. Solamente he venido a por mi cartilla del banco, pero enseguida os dejo.

- Espera un momento.- Discrepó Noelia, que no estaba muy de acuerdo en que José Luis cogiera el dinero, para variar. Se veía tan patética allí, con otro hombre en su cama, y discutiendo con su esposo por lo materialmente verde…- No puedes sacar el dinero de la cartilla, que es de los dos.

-Ese dinero es de mi trabajo…

-Ese dinero es de los dos. Y si no te gusta, ya sabes.22

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- Será mejor que me vaya de aquí.- Intervino Antonio, sin querer entrar en polémica. Se levantó de la cama, completamente desnudo. Su sexo parecía un cacahuete de lo pequeño que era. A José Luis le dieron ganas de reír, pero se contuvo.

-O no, tu te quedas.- A veces olvidaban lo mandona que era la mujer.- No vas a dejarme sola, con todo el marrón.

-José Luis, lo siento.- Le dijo el encargado al joven, mientras le tendía la mano. Pero el escultor, contrariamente a lo que pensaban, no estaba enfadado, ni siquiera disgustado. En realidad se sentía bastante aliviado y, para ser francos, solamente podía fijarse en el minúsculo pene de su rival

¡Que ironías de la vida! Siempre había pensado que Noelia tenía mejor gusto. Así que, en vez de rechazar aquel gesto, el joven apretó la mano del cuarentón con fuerza.-

-¡ No puedo creerlo! – Exclamó la mujer, disgustaba, dando saltos con el culo en el colchón. – Sois unos maricones, los dos. No

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sois más que un par de mariquitas. No os puedo ver a ninguno. ¡Fuera! ¡ Fuera, he dicho!

-Pero cariño, ¿Para qué quieres que nos peleemos? Tu marido a sido muy razonable, y lo ha comprendido todo. Ahora te concederá el divorcio, y todos tan contentos.

-¿Te crees que cuando me divorcie de ese desgraciado voy a casarme contigo, pringao? Que equivocado estás. ¡ Fuera los dos de mi casa! Dejadme sola.

Dicho esto, y visiblemente furiosa, Noelia cogió una de las lámparas de encima de la mesita de noche y se la lanzó al amante con fuerza. Pero, con tan mala suerte, que fue a darle justamente en la cabeza, abriéndole una gran brecha, de la cual manaba un enorme río de sangre.

A Antonio solamente le dio tiempo de mirar el torrente que caía a borbotones por su hombro, y calló al suelo estruendosamente.

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-¿He? ¿Qué pasa? Antonio. ¡¿Qué te pasa?!- Estaba histérica. Pero, a pesar de los gritos, él no respondía.

-Está muerto.- Informó su todavía marido.- Lo has matado.

-No puede ser. ¡ No puedo creerlo! Todo esto es culpa tuya.

-Si, claro, ahora es culpa mía, como siempre.

José Luis, cogiendo un grueso calcetín blanco de la cómoda de noche, se lo puso a su antiguo jefe en la herida, tratando de parar la hemorragia. Pero era inútil. En poco rato, el calcetín estaba completamente rojo de sangre.

-No te quedes ahí como una pasmada.- Ordenó a su esposa.- Llama a una ambulancia

-¿Estas loco? ¿Qué le vamos a decir? No puedo dejar que piensen que lo he matado yo.

-Es que lo has matado tú.

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Eso es lo que tú crees. No lo que los policías creerán.

Al muchacho no le gustó nada el tono de voz que empleó la pérfida mujer, y sabía por propia experiencia que la femina no tramaba nada bueno.

-Vamos a ir por partes.- Le expuso ella, mientras se vestía.- Yo soy la hermana del cura del pueblo. Una mujer respetable. Un día, mi querido y despechado esposo descubre que le soy infiel. Me pilla en la cama con su jefe. ¿Me sigues? Entonces mi marido, rojo de celos y de ira, le destroza el cráneo de mi amante, que por otra parte era su antiguo jefe. Pues para colmo de males acababa de ser despedido. Es un crimen pasional. ¿Verdad que suena romántico?

-Estás loca. Eso no es lo que ha pasado y tú lo sabes…

-Sí, pero el juez a quién crees que creerá. ¿A ti o a mí?

Noelia era una auténtica bruja. No sabía cómo había sido posible que se hubiera 26

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enamorado locamente de ella. En realidad solamente amaba su cuerpo, pues siempre había sabido que su alma era negra, como el carbón. Pero, a pesar de ello, era demasiado estúpido y pensaba solo con la polla; acabó casándose con ella. Ironías de la vida.

-Lo que voy a hacer…- Continuó parloteando ella, como si de una gallina clueca a punto de poner un huevo se tratara, caminando de un lado a otro de la habitación con evidente nerviosismo.- Es acudir ahora mismo a la policía.

-Esta si que es buena. Dame el teléfono móvil y yo mismo llamaré a la ambulancia para que se lleven a este hombre al tanatorio o donde quiera que se llevan a los muertos. Se está quedando sin sangre por momentos…

-No, no, nada de móviles. Voy a la policía a decirles que has matado a Antonio. Tú quédate aquí a hacerle compañía, vaya a ser que sea uno de esos elegidos de los últimos días y se despierte hecho un zombi. Además, tengo una idea estupenda. Me 27

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tiraré por las escaleras y me auto lesionaré, y así alegaré que me diste una paliza.

-No serás capaz…

-Claro que sí. Parece mentira que no me conozcas todavía… Soy capaz de eso y de mucho más. Por fin seré libre. Voy a matar dos pájaros de un tiro.

Noelia salió precipitadamente de la habitación, emitiendo una sonora carcajada. Mientras, José Luis se quedó allí, pasmado, sin saber que hacer. ¿De verdad estaría tan chalada su mujer como para hacer realidad aquella amenaza? Por mucho que la odiara, no podía dejar que un ser humano se tirara por la escalera así por que así. Evidentemente, la mujer no estaba en su sano juicio. Tenía que seguirla, y evitar que se hiciera más daño del que ya se había hecho.

Ella estaba allí, indecisa, mirando para abajo, al borde de las tan temidas escaleras de caracol. El mármol, blanco y reluciente, parecía tan frío como el corazón de ella.

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Nunca supo por qué se casó con aquel desgraciado de José Luis. Seguramente por que era lo que se esperaba de ella, lo que todos esperaban de ella, incluido él. Pero lo único que ella en realidad quería era echar unos cuantos polvos al mes sin tener que dar explicaciones a nadie. ¿Era aquello mucho pedir?

-No te acerques.- Dijo, advirtiendo la presencia del artista.- No te acerques o juro por tu dios y por el dios de mi hermano que me tiraré por las escaleras, lo juro.

-Creí que lo ibas a hacer de todas formas. Pero no lo harás, eres demasiado cobarde, no tienes huevos.

-¿A sí? ¿Eso crees? José Luis, ya no me queda nada: Tú me lo has arrebatado todo.

-¿Yo?

-Sí, tu, estúpido. Quería separarme de ti, pero eres tan jodidamente bueno que llevarse mal contigo es imposible. ¡ Pero si hasta le has dado la mano al tío que se tiraba a tu mujer, por el amor de dios, José Luís! 29

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En realidad, nunca me has querido, y lo único que he sido en esta vida es una mujer florero. La buena esposa de José Luis, la hermana del cura, nada más. Y ahora, dime. ¿Qué me queda? Ni siquiera mi nombre.

-Vamos mujer, ven, abrázame.- Le dijo él, tendiéndole los brazos.- Vamos a olvidarlo todo, a empezar de nuevo.

-No, no quiero. No caeré en la misma trampa otra vez, no lo haré.

-Y yo no dejaré que te hagas daño.

-¿Te preocupo yo o más bien te inquieta que te eche a ti la culpa?

Eran ambas cosas, pero ¿Cómo decírselo? ¿Cómo hablar con ella para que no le sentara mal? Prefirió callar. Guardar silencio. Quizá aquella era la clave. Dejar que ella reflexionara, se calmara. Pero ella no estuvo muy conforme, y lo tomó como una gran afirmación, pues ya se sabe que el que calla otorga.Suspiró hondamente y, tras dar un pequeño salto en el aire, se lanzo con todas sus fuerzas al vacío. 30

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José Luis observó, horrorizado, cómo la mujer bajaba dando vueltas los duros peldaños, mientras sus miembros se retorcían penosamente, dejando el blanco mármol cubierto de sangre.

Cuando el cuerpo, inerte, calló al final de la escalera, él las bajó corriendo, agarrando el pasamanos con fuerza, mientras exclamaba el nombre de la mujer. ¿Cómo había sido capaz de hacer semejante locura?

Escrutó en cuerpo inconsciente de Noelia. Tenía muchos huesos rotos, desencajados del sitio. La sangre brotaba de numerosas heridas. Le buscó la yugular en el cuello, para comprobar que el corazón seguía latiendo. Pero, finalmente, desistió. Era inútil. Estaba muerta.

Dejó el cadáver inerte allí, en el suelo. Le cerró los ojos a la que fuera su esposa hacía escasos segundos. Después, se sentó en su sillón preferido, lentamente. Necesitaba descansar, pensar qué era lo que iba a hacer. En realidad, había caído en la cuenta de que su mujer tenía razón: le echarían la culpa a él 31

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de la muerte de ambos amantes, aquello era evidente.

De repente, encima de la chimenea, algo le llamó la atención. Era una de aquellas muñecas rusas, de aquellas que se abren por la barriga y tienen otra muñeca de esas pero más pequeña, que a su vez se vuelve a abrir teniendo otra muñeca aún más pequeña pero prácticamente igual que la anterior. No se acordaba cómo se llamaban, y siempre le habían parecido un objeto inútil y horrible. Pero gracias a aquellas rusas tuvo aquella genial idea.

A duras penas trasladó ambos cadáveres hasta el estudio, aquella pequeña habitación que había acondicionado en el viejo ático, y donde estaba tallando las famosas esculturas para la iglesia.

El domingo se levantó claro y soleado. Las dos mujeres, finamente ataviadas con sus mejores galas, caminaban hacia la iglesia, como era costumbre y ritual cada semana. En la puerta, esperando a los feligreses,

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estaba el párroco, el hermano carnal de Noelia, el padre Emilio.

Cuando vio a las mujeres aparecer por la calle, supo que el momento que tanto había temido aquella semana había llegado. Era ya una noticia popular que su hermana, la descarriada, había abandonado al pobre José Luis y se había fugado con su amante, Antonio, que casualmente era el encargado de aquellas dos arpías.Ahora le preguntarían por su hermana, y el se vería obligado a contestarles la verdad: no tenía ni idea de donde estaban ella y Antonio, aunque sabía a ciencia cierta de su aventura pues su hermana se lo contó todo bajo secreto de confesión.

-En realidad, todo el mundo lo sabía en el pueblo, menos el pobre de José Luis.- Aseguró Maruja.- El muy tonto nunca se enteraba de nada.

-Hablando de mi cuñado…- Trató de cambiar de conversación Emilio.- Ha traído ya las imágenes de nuestro señor y de nuestra señora, y son preciosas.33

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-¿Cómo es que no les hemos hecho unas ceremonias como dios manda?- Increpó Asunción, siempre tratando de ser más papista que el papa.- Deberíamos haberlo hecho, pues ahora ya están expuestas y no es lo mismo.

-Doña Asunción, usted sabe que no soy partidario de esas cosas…No creo que al señor le hicieran gracia ese tipo de fiestas rimbombantes que no sirven para nada. Pero entren, entren ustedes y contémplenlas.

Las dos mujeres entraron en el sagrado recinto y, con la boca abierta de admiración, se santiguaron y cayeron con las rodillas a tierra al ver las dos magníficas imágenes que se alzaban ante ellas. Eran a tamaño natural: tan reales que parecían estar mirándolas desde el púlpito. Sobre todo la virgen María, cuya cara estaba vuelta hacia la de su hijo. Su rostro denotaba una tristeza extrema. No en vano, su hijo estaba siendo sacrificado en la cruz.

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Una pequeña lágrima de sangre cayó resbalando sobre la blanca mejilla de madera de la virgen, que vestía de blanco impoluto. Las dos mujeres, asombradas ante tal espectáculo, comenzaron a gritar al unísono:

¡ Es un milagro, es un milagro!

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EL GNOMO

Era una fría noche de invierno. La lluvia y el viento chocaban fuertemente contra los cristales, lo cual provocaba un silbido espeluznante, parecido al de un lamento desesperado, y la sensación de que el agua, traviesa y sola, quería entrar a toda costa a través de ellos.

Allí, dentro de la habitación, dos niñas miraban el espectáculo que ofrecían los elementos. No tenían miedo ni estaban asustadas.

Lorena era la mas mayor y, como es de suponer, la mas alta. Era delgada y una gruesa mata de rizos pelirrojos le caía, como si de una gran catarata de lava se tratara, hasta la cintura. Todo el mundo le recordaba siempre lo guapa que era, y la

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consentían demasiado, proporcionándole todos sus caprichos.

Marta era menor que ella dos años, por ello era un poco más bajita y aniñada. Tenía su rubio y liso pelo peinado con dos coletas de caballo, una a cada lado y sus ojos, azules como el mar, brillaban alegres bajo unas tupidas pestañas casi blancas. Era ésta una niñita feliz en demasía, siempre cantando y bailando. Algo que no contrastaba mucho con su forma de ser, espabilada y risueña. Se estaba educando en un colegio privado de la capital.

Por eso, cuando al acabar el curso sus padres la llevaron a veranear a la costa, para pasar las vacaciones jugando con su prima Lorena, la chiquilla no cabida en sí del gozo.Preparó las maletas en un santiamén, dispuesta a pasar junto a su prima los mejores días del verano.

María, la madre de Lorena, entró en la habitación y puso cara de pocos amigos al ver que las niñas, aunque con el largo y fino camisón puesto, aún no se habían 37

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metido en la cama.Ellas, al verla, se apresuraron pronto a entrar en estas. Y, tras un afectuoso beso de buenas noches, María apagó las luces y salió de la habitación cerrando suavemente la puerta tras de sí.

Pasó un rato considerable, en el cual solamente se oía el murmullo de la tormenta y la suave respiración de las dos muchachas. Quien fue a romper aquella quietud fue Marta, la cual, en un susurro, le dijo a su prima:

-Lorena, no puedo dormir, ¿estás despierta?

-Ahora si- contestó esta descortésmente- ¿Por qué no cuentas ovejitas o algo así? Anda, déjame dormir.

- Pero es que no puedo hacerlo con el ruido de la lluvia. Además estoy muy nerviosa porque mañana vamos a la playa y yo nunca he visto el mar...

-¿Y por eso estás nerviosa? Yo lo veo todos los días, ya ves tú.Además, duérmete 38

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que ya es muy tarde y dentro de poco darán las doce.

- ¿Y qué? Mañana no hay que madrugar. ¡Que guay!- exclamó la alegre muchachita, destapándose porque las gruesas mantas le hacían sudar.

Lorena volvió la cara hacia la cama que ocupaba su prima y, aunque no podía verla, saber que la muchacha estaba allí, escuchándola, la tranquilizaba.

-¿Es que acaso no sabes lo que ocurre en esta casa a las doce de la noche?

Un silencio sepulcral se hizo en la estancia durante unos segundos, para que Lorena volviera a hablar.

-¿Has visto el reloj antiguo que hay en la sala de estar?

-¿Ese gran reloj de péndulo marrón que hace tanto ruido?

- Exactamente, el mismo. Pues no sé si sabrás que ese reloj perteneció al yayo

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Alberto, pero que antes de él fue de nuestro bisabuelo, tatarabuelo y así y vete tú a saber desde hace cuanto tiempo que ese péndulo esta en nuestra familia...

- Si, si, ya lo sabía, tu madre me lo contó...

- Pero lo que no sabes seguro es que ese reloj está embrujado.

- ¿Embrujado? Que dices... -Marta no sabía si creerlo, aunque pronto llegó a una conclusión. ¿Por qué iba a engañarle su prima? Seguramente era verdad- con razón es tan feo. ¡Da miedo solo de mirarlo!

-¿A ti también te pasa? Yo siempre que paso por delante de él lo hago lo más deprisa que puedo, aunque mi padre me regaña para que no corra, lo hago igual.

Lorena continuó. Quería asustar a su prima para que no la molestara por las noches. Se preguntaba a sí misma cómo podía ser tan lista, y cómo Marta podía ser tan tonta para creerse semejante cuento de hadas.40

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- Pues a las doce en punto sale del reloj un gnomo malvado. No es como los gnomos que viven en los bosques, no, este está maldito. Es malo, cruel y sanguinario. Se dice que vivía en el árbol que sirvió para construir el reloj y que el gnomo, cabreado, decidió instalarse en él y matar si podía a los que le habían arrebatado su hogar.

- Vaya... ¿Alguien lo ha visto alguna vez?

-A la abuela le pareció verlo una vez, pero estaba medio dormida.

-¿Y cómo es ese gnomo? ¿Te lo dijo?- Marta estaba asustada y sudaba a mares.

- Si. Es pequeño y feo, con un traje y un gorro rojo como la sangre de sus víctimas, a las cuales mata con una gran hacha de plata finamente labrada con flores de su bosque natal. Pero ¡Cuidado! Solamente mata a quienes, dentro de sus camas, se encuentran despiertos a las doce en punto de la noche, cuando él

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sale del reloj. Si estás dormida a esa hora, nada tienes que temer.

-Prima, no sé si voy a poder dormir, sabiendo que puede salir el gnomo del reloj a matarme...

-¡Tienes que hacerlo, por tu vida!- Exclamó Lorena.

- Si, si es cierto. Entonces es mejor que intentemos dormir enseguida. Buenas noches prima. Duérmete pronto.

-Buenas noches, y no te preocupes, no dejaré que te pase nada malo.

Lorena pensaba en la historia que acababa de contar. ¿Cómo podía ocurrírsele cosas tan ingeniosas? Sin duda, Martita se había asustado mucho, y posiblemente ya no volviera a molestarla con sus pesadeces durante el resto del verano. ¡Que bien! A ella, que le gustaba tanto la tranquilidad...

Un enorme trueno resonó haciendo temblar los cristales. Lorena se asustó tanto que el corazón le dio un vuelco.

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¿Por qué no podía sacarse la historia del gnomo de la cabeza? Se lo había inventado ella, y sin embargo, le había dado miedo... Hasta el punto de asustarse tanto por un simple trueno. No podía dormir por mucho que lo intentara. Cuando cerraba los ojos, algún pequeño ruido, algún silbido del viento, la hacía estremecerse y abrirlos nuevamente.

Decidió entonces encender la luz. El interruptor estaba justo encima de su cama. Tan solo tenía que alargar la mano. Sin más dilación y rápidamente, la encendió. Dio entonces la enorme casualidad que a sus oídos llegó el sonido inconfundible de la primera campanada del reloj de madera, anunciando la llegada de la media noche.

Aquel minuto le pareció eterno a Lorena. Las campanadas tocaban despacio, muy despacio. Ella miraba atentamente la puerta de la habitación, intentando divisar el más mínimo hilo de luz que penetrara al ser abierta, pero no sucedió

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nada. Las doce campanadas llegaron a su fin y nadie había aparecido tras la puerta. Ninguna señal del gnomo ni prueba de su existencia.

¡Que tonta había sido! Durante un minuto había pasado más pánico que en toda su vida inútilmente a causa de una fábula que ella misma inventó. ¡Que idiota había sido! Intentando asustar a la inocente y pequeña Marta había sido ella misma la que acabó presa de su propia trampa. ¡Que invecil había sido! Esperando divisar tras la puerta los pies de un ser que nunca había existido, un ser producto de su mismísima intrincada imaginación.

Pero la hora del peligro, si es que alguna vez había existido alguno, ya había pasado. Eran ya las doce y un minuto y Lorena se sentía completamente a salvo.

Con una sonrisa de triunfo en los labios, se disponía a apagar la luz. La noche ya había sido demasiado larga, y necesitaba descansar.44

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Pero cuando fue a extender la mano para apagar la luz, sintió un inmenso dolor en la muñeca. Un alarido seco y apenas audible salió de su garganta al comprobar que su blanca mano, envuelta en sangre, se hallaba sobre la almohada, junto a su rostro, completamente separada del resto de su brazo.

Al volver la cara, lo último que Lorena vio con los ojos inundados en lágrimas fue una figura roja, deslizando rápidamente un instrumento de metal blanco y brillante a través del aire para impactar en su cuello. Su cabeza, al instante, se separó de su cuerpo, y ya no volvió a ver nada jamás.

Una pequeña mano abrió el reloj y metió dentro de su caja la gran hacha de plata labrada, para volverla a cerrar.

Tras dejar su hacha a buen recaudo, Martita volvió a su cama, y se durmió como si nada de aquello hubiera pasado.

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EL PROBADOR

Vanesa me miró fijamente a los ojos. Sabía que le gustaba, que era lo que ella quería, pero no podíamos permitírnoslo. Dejo el vestido en la percha y mi mano rozó la suya.

-Todo el mundo irá muy guapo, vestido de largo y nosotros...

-¿Y qué le vamos a hacer?- contesté acongojado- No tenemos ni un duro, ni siquiera podemos comprar el pan.

- Si, lo sé, pero ¡tiene que quedarme tan bonito!

Miré el vestido con tristeza. Era de una extraña tela elástica y brillante, tan suave y ligero como la seda.

-Pruébatelo- le dije- quiero vértelo puesto.

Volvió a cogerlo de la percha y, mientras nos dirigíamos a los probadores, Vanesa lo

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miraba, ensimismada. Parándose en mitad del pasillo, me imploró susurrante:

- ¿Y si lo robamos?

-¿Qué estas hablando, mujer?- Me enfurecí- anda volvamos. No te lo pruebes. Ante todo debemos ser honrados y dignos de llevar el tatuaje...

-El tatuaje. Estoy harta de ese Club del Tatuaje y de todos sus miembros, esos pijos ignorantes.

-No hables así ¿Vas a probarte el vestido o no?

- Si.

Me quede allí, esperándola. Pasó una hora, dos horas, cinco horas, y no salía del probador donde se había metido. El centro comercial estaba a punto de cerrar y yo estaba muy nervioso y preocupado. ¿Por qué no salía Vanesa? Le pregunté a dependienta. Ella miró en todos los probadores y allí no había nadie.

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-Seguramente su señora ya ha salido hace rato y esta esperándolo por ahí.

-Si, eso es lo más probable. Está bien. Vanesa es un poco despistada.

Me dirigí a la línea de caja a pagar el pan. Allí, la cajera, con una sonrisa de oreja a oreja, me dijo lo siguiente:

-Muchas gracias por su compra. Tome la vuelta. ¡Ah! ¿Que le parece nuestro nuevo sistema antirrobo? Consiste en desintegrar a los ladrones.

-¿Desintegralos dice? Eso será una broma.Suena a ciencia ficción.

-Oh, no señor, nada de eso. Es real. De hecho hoy mismo lo hemos puesto en funcionamiento por vez primera en los probadores y hemos comprobado con su señora que realmente funciona.

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LA FIESTA DE CUMPLEAÑOS

Aquel día iba a ser especial. Tenía que serlo. Un cumpleaños inolvidable. Uno de esos días en los que eres tan feliz que parece que vives rodeado de nubes,como flotando entre ellas.¡Estaba tan ilusionada!Jesica había quedado con su futura cuñada, Raquel, en aquella pequeña cafetería en el centro del pueblo a la que solía ir por las tardes. Llevaba esperándola mucho rato. ¿Acaso se había olvidado Raquel de que habían quedado aquella tarde para ultimar los preparativos de la fiesta sorpresa? Si, seguramente Roberto no se esperase nada de aquello, pues no estaba acostumbrado a celebrar su cumpleaños ni que nadie se acordara de aquel día tan memorable.

Pero aquel año iba a ser todo muy diferente, pues en aquella ocasión estaría presente Jesica para recordárselo a todo el 50

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mundo. Lo gritaría a los cuatro vientos si fuese necesario al igual que hizo con su amor. Al principio de su relación con Roberto sus padres se opusieron rotundamente, y los de ella también. Pero parecía que en aquel momento comenzaban a aceptarlo, comenzaban a entender que se amaban de verdad desde hacía ya muchos años, aunque pertenecieran a clases sociales completamente contrapuestas. Su amor era verdadero. Un amor sincero, puro. El único amor sin mentiras. El amor que pueden profesarse dos personas bellas de corazón.

La única que parecía comprenderlo era Raquel. Ella siempre estaba a su lado cuando la necesitaban. Y, aunque por su arisca forma de ser, parecía de esa clase de personas traicioneras y sin escrúpulos, había demostrado en multitud de ocasiones y con creces su lealtad hacia la joven pareja de enamorados. Según sus palabras, Jesica le parecía la mujer perfecta para su atolondrado hermano.

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Ya estaba a punto de irse cuando ésta entró por la puerta de la cafetería. Miró de arriba a abajo a su futura cuñada y, con una sonrisa, se sentó en la mesa.

-Bueno ¿De qué querías hablarme?- preguntó Jesica- creí que ya estaba todo preparado para la fiesta...

-Es que ha habido cambio de planes. No te lo he dicho antes porque no he tenido tiempo. Ya sabes lo ocupada que estoy con esto del campeonato de natación...

-Bueno, no importa, ¿Tus padres saben lo de la fiesta?

-Precisamente a eso me refería- contestó Raquel con convicción, mientras removía el azúcar depositada en el fondo de su café con leche- No les ha hecho mucha gracia el hecho de que la fiesta se celebre en nuestra casa... Aunque esta sea muy grande y haya el suficiente espacio, ya sabes que la criada está de vacaciones y mi madre no quiere pasar nervios ni quitar mierda.

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¿Cómo no iba a saberlo? La criada era la madre de Jesica, y, por primera vez en diez años, se había tomado unos días de descanso. ¿Acaso no se acordaba, o pretendía hacerle daño con sus palabras? No, no debía pensar mal. Seguramente Raquel no lo había pensado o simplemente no se dio cuenta.

-Por eso- continuó hablando la muchacha- hemos decidido hacer la fiesta sorpresa en la casa pequeña.

-¿En la casa pequeña?- A Jesica se le heló la sangre. Un escalofrío de terror la inundó de la cabeza a los pies. La casa pequeña, como familiarmente la llamaban, era un bonito bungalow que tenían los padres de Roberto junto al mar. Solamente había dos formas de llegar a ella.

El camino largo, a través de la montaña, le haría bordear todo el pueblo, así que solamente era posible circular por él en coche, pues de lo contrario tardaría horas en llegar. Un tiempo y un medio de transporte del cual la joven carecía. Por el camino 53

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corto se tardaba apenas quince minutos andando. El único inconveniente era que, yendo por este, habría que atravesar el viejo cementerio local que separaba el pueblo de la zona de turismo residencial. Era esta idea, la de pasear por el sagrado recinto, la que la aterrorizaba. Desde muy pequeña y, como casi todo el mundo, sentía un miedo atroz a los cementerios.

-¿No podría ir contigo Raquel?- Le preguntó a la joven tímidamente. Pero como respuesta recibió una sonora carcajada. Y tras ella, unas retantes palabras.

-¿Que pasa? ¿Es que te dan miedo los fantasmas o qué?

Tras un breve silencio, continuó.

-Tú sabes que me es imposible. Tengo el campeonato de natación y llegaré con el tiempo justo. Además, prometiste que lo prepararías todo para la llegada de los invitados...

-Si, es cierto. Por esta razón, iré antes. Como la fiesta es a las ocho, a las cinco ya 54

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estaré allí. Y así, además, no tendré que atravesar el cementerio de noche...

- Eso exactamente debes hacer. El portero ya te conoce así que no tendrás problema para entrar en el residencial. Toma la llave del bungalow.

-¿Y si hay algún problema?

-No lo habrá pero, por si acaso, llamas por teléfono desde allí ¿vale? Bueno, me voy que tengo prisa. Ahora mismo me debo a mis entrenamientos. Chao.

Jesica se quedó allí, sentada. No le convencía mucho la idea de su futura cuñada, pero su Roberto tenía derecho a una fiesta de cumpleaños por todo lo alto, le gustara al resto del mundo o no. Y ella estaría presente, así tuviera que enfrentarse a diez mil fantasmas envueltos en mortajas.

Además, también ella iba a celebrar, secretamente, el suyo pues, aunque solamente sus padres y su novio lo sabían, ella cumplía los años un día después que él.

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Roberto, con su traje de marca y su maletín de piel, salía de su oficina. Ya había concluido una dura jornada laboral cotidiana. ¡Menos mal! Se le había hecho más larga que de costumbre. Probablemente por el insufrible acaso al que era sometido por parte de la secretaria de su padre. ¿Pero es que aquella mujer nunca se daba por vencida, a pesar de que sabía que él amaba a otra? Por más que le repetía una y otra vez que iba a casarse con Jesica, la cual era la mujer de su vida, ella se resistía a creerlo.

Él no quería ser descortés con ella, y mucho menos que perdiera su empleo por su causa, pero como aquella situación se agravara más tendría que tomar las medidas oportunas sin más dilación, aún a pesar de los remordimientos de conciencia que ello le causara.

Y Jesica, que era la única persona en el mundo que lo comprendía, pero estaba tan lejos.. La sentía muy distante cuando le ocurrían cosas como aquella. La echaba

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demasiado de menos. Ella era la razón de su existencia, el único motivo para seguir viviendo. La amaba y sabía que ella también lo amaba a él más que a nada en este mundo.

En estas cavilaciones estaba al volante de su coche. Un modelo grande y caro que le había regalado su padre con motivo de su graduación en la facultad de derecho. Si hubiera sabido antes que ya en aquellos días salía con Jesica, posiblemente no se lo habría comprado. Pero aquello no le preocupaba. Él la quería desde hacia ya muchos años, desde que un día su madre, que trabajaba como mujer de la limpieza en la casa de Roberto, la llevó para que jugara un rato con él. Enseguida se hicieron muy amigos, y esta amistad sincera se fue profundizando poco a poco, hasta convertirse en el más profundo amor, en deseo y en pasión.

Y, en aquellos instantes, en la carretera, solamente pensaba en ir a verla a su casa,

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abrazarla y besarla, eso era lo que quería hacer, nada más.

Pero el destino es cruel con los que, aún sin saberlo, alcanzan la total felicidad. El amor verdadero, a veces, pide un alto precio a los que, osadamente, pretender robar su esencia. Y Eros se volvió loco, y confundió la mente del camionero que, en cuestión de segundos, envistió con un duro golpe el coche del joven.

El gran vehículo quedó arrugado, como si de papel de estaño se tratara. El joven sintió un agudo dolor que le subía de los pies a la cabeza. Cuando llegó a ésta, toda su corta vida, en imágenes, pasó ante sus ojos.

¡¡Jesica!!- fue lo último que sus demacrados labios llegaron a pronunciar, aunque nadie lo pudo oir.

Y, después de aquello, Roberto perdió el conocimiento..

El teléfono sonaba insistentemente. Era ya muy tarde y nadie lo quería coger. ¿Quién llamaría a aquellas horas? Roberto aun no 58

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había llegado a casa. Seguramente era él para anunciar a sus padres que aquella noche no iba a dormir en su cama, sino con aquella “novieta”.¡Qué desfachatez! Aquella muchacha, con su libertina actitud, demostraba la clase de mujer que era. Después de todo, si era capaz de dormir con Roberto, ¡Con cuántos no lo habría hecho ya! Claro que de una chica con una educación tan deficiente no se podía esperar gran cosa.

Cogió finalmente el aparato la hermana de Roberto, hablando de malos modos por el auricular. Cuando escuchó a su interlocutor, su faz se tornó blanca como el mármol. Dejó caer el aparato creyéndose desmayar.

Su madre, que presenció la escena pasmada, no daba crédito a lo que su hija le decía. ¡Su Roberto, un accidente! Aquello no era posible.Toda la familia salió enseguida camino del hospital. Roberto se hallaba allí, inconsciente y gravemente herido, en la unidad de cuidados intensivos.Pero, al poco tiempo de estar allí sentados, en la sala de

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espera, sintiéndose impotentes e inútiles, el médico salió del quirófano con su bata verde, para comunicarles la mala noticia: habían perdido al muchacho para siempre.

La madre gritaba desesperada, exigiendo ver el cuerpo su hijo, pero los médicos no lo consideraron oportuno, estaba demasiado demacrado. Y la señora sufriría un fuerte shock.

Despuntaba ya el alba cuando la familia salió del hospital. Todavía tenían en la ropa el olor a enfermedad típico de aquellos lugares, y las lágrimas empapaban sus rostros cuando estaban ya preparando los funerales, los cuales iban a celebrarse, sin mas demora, aquella misma tarde. Justo a la misma hora en la que, ironías de la vida, debería comenzar la fiesta de cumpleaños.

Era ya avanzada la tarde cuando cayeron en la cuenta de que Jesica, su novia, la futura esposa del difunto, no sabia nada del infortunio. Pero ¿Quien tenía el valor de darle la mala noticia? La familia echó a suertes quien la llamaría y decidieron 60

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unánimemente que fuera Raquel, pues era quien más confianza tenía con ella.

Pero cuando su cuñada la llamó, ya era demasiado tarde.Jesica ya había partido hacia el bungalow para preparar la fiesta de cumpleaños, y antes no le había dicho que se llevara el teléfono móvil, pues el de la casa pequeña hacia tiempo que se lo habían cortado por no pagar.

Un llanto ininterrumpido salió de lo más profundo de Raquel. Cuando le preguntaron por su joven cuñada, ella solo pudo contestar, a duras penas, que no estaba en casa, rompiendo a llorar. Jesica preparó todo con esmero y cuidado. Colgó guirnaldas de colores en el techo y una gran pancarta pintada con spray en la que se leía

`FELIZ CUMPLEAÑOS, ROBERTO´

Hizo un montón de sándwichs y dispuso en pequeños cuencos patatas fritas y

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aperitivos. La tarta estaba en el frigorífico y las velas preparadas para ser encendidas.

Pero eran ya las siete y media, y no había llegado nadie. ¿Acaso no los había avisado Raquel? Por supuesto que sí lo habría hecho. No podía dudar de su palabra. Lo que ocurría era que ella tenía muy poca paciencia, y no todo el mundo tenía porqué ser puntual. El tiempo pasaba, los minutos se iban y nadie llegaba para celebrar la fiesta, ni siquiera el homenajeado. El reloj marcaba las nueve. Y la joven comenzaba a impacientarse. Llamaría por teléfono a su cuñada para averiguar que era lo que sucedía. ¿Acaso estarían todos en la oficina de la empresa, esperando a que acabara Roberto con su trabajo, para llegar juntos?

La joven cogió el auricular, pero sus temores se confirmaron: el aparato no tenía línea. Claro, aquel bungalow era solamente un lugar para pasar el verano, y el teléfono, seguramente, estaría allí de adorno. No iban a pagar por un aparato inútil e inutilizable

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La gente, cuanto más dinero tienen, más tacaña son,pensó.

Decidió entonces esperar allí a Roberto. Al no encontrarse ella en casa, alguien le diría que lo estaba esperando en el bungalow, e iría a buscarla. Leería un poco para distraerse de mientras. Cogió un libro con un sugerente título de la estantería del salón, que estaba repleta de ellos, y acomodándose en el grueso sillón de piel, abrió la primera página. Tan ensimismada se quedó con aquella historia que solamente pudo distraerla de su lectura las campanadas del gran reloj de pared. Ya eran las doce en punto de la noche. ¡Había pasado tanto tiempo! Y nadie había acudido a la fiesta de cumpleaños.

Una mezcla de tristeza y cólera se inundó de la joven. Ni siquiera Roberto había ido a buscarla. Pero ella no iba a esperar más, tenía que irse de allí. Sin embargo, pensaba en el duro camino junto al cementerio que le quedaba por recorrer, andando y encima en plena noche. ¡Le daba tanto miedo! Pero

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le causaba más pavor incluso que el camino el pasar la noche sola en el bungalow. No le gustaba el rugir de las olas, ni el chirriar del parquet, ni el silbante viento que entraba astuto por las rendijas de las ventanas. Así que, ni corta ni perezosa, se armó de valor y salió a la calle, dispuesta a correr lo que hiciera falta.

Mientras, Raquel salía del cuarto de baño con lágrimas en los ojos. Ya era media noche pero nadie en su casa tenía ánimos para dormir. No podía evitar ver a su hermano por todas partes. Le parecía que de un momento a otro iba a salir de su habitación con las gafas de culo de vaso puestas y la camiseta vieja de béisbol que tanto le gustaba. ¡Iba a echarlo tanto de menos!

Entrando en la salita no pudo evitar oír la conversación que mantenían sus padres. Discutían acaloradamente sobre una persona que, diciendo amar a Roberto por encima de todas las cosas, no acudió ni siquiera al funeral. Estaba por ahí de

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marcha, vete a saber dónde, mientras ellos enterraban a su hijo. Esto les demostraba la clase de persona que era.

Cuando les preguntó de quien se trataba y ellos respondieron que hablaban de Jesica, la novia de su hermano, los ojos de Raquel se abrieron como platos. ¡Se había olvidado completamente de ella! Y esta, seguramente, seguiría esperando en el bungalow a que llegaran los invitados. Les explicó a sus padres como pudo la extraña situación que había impedido la asistencia de la chica al funeral. Estos rompieron a llorar en cuanto la escucharon. Sin duda, habían juzgado mal a la buena muchacha.

Raquel cogió el coche de su padre y se dirigió presurosa hacia la pequeña casa junto a la playa en busca de su cuñada. Pero cuando llegó ya era demasiado tarde, la joven se había marchado.

Jesica estaba allí, de pie, en la puerta del cementerio, sin atreverse a entrar. ¡Era todo tan tétrico! Inundaba las lápidas una leve niebla amarillenta, y el húmedo frío del 65

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ambiente, unido al sepulcral silencio, la hacían estremecer. Sin embargo, intentaba convencerse a sí misma de que sus temores eran infundados. Nada tenía que temer de los difuntos, pues nada le podían hacer, el cementerio era el lugar más seguro de la tierra. Nadie se atrevería a dañarla en aquel sagrado recinto.

Tranquilamente se dispuso a atravesarlo, mirando de un lado para otro. No se oía nada. Ni tan siquiera un mísero grillo tocando su canción de apareamiento, ni el simple croar de una rana. Aquello la disgustó. ¿Acaso ella era el único ser viviente de allí? Caminaba entre las lápidas, procurando no pisar las tumbas. Algunas eran verdaderas obras de arte. Vírgenes y santos magistralmente esculpidos en frío y duro mármol. De todas formas, y por mucho que a Jesica le interesara el arte, no quería quedarse allí para admirarlas.

Pero, cuando pasó al lado de una de ellas, no pudo evitar que ésta le llamara la atención. Parecía una tumba muy reciente.

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Tenía multitud de flores todavía frescas, y dos coronas de enormes claveles rojos a cada lado. Sin duda, una persona con dinero el o la que yaciera dentro de aquella fosa. Miró mas detenidamente la lápida. Tenía un retrato en blanco y negro, ovalado y enmarcado en dorado. Aquella persona de la foto le parecía familiar. Era un chico joven, moreno y alegre.

Pero, cuando se acercó lo suficiente, se sintió morir. Aquel muchacho que, sonriente, la miraba desde el retrato, ése chico que estaba enterrado bajo la tierra, en el cementerio, era su amor, su amado, su amante, Roberto.

Al día siguiente el vigilante del cementerio encontró sobre la fría y floreada tumba el cuerpo sin vida de la joven novia. No tenía marcas de ninguna clase, ni heridas, ni pruebas que acusaran el motivo de su defunción. El forense dictaminó que sufrió una curiosa manera de morir, después de realizar al cadáver las pruebas de la autopsia pertinente. Los resultados los comunicó a la

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familia de ambos novios, pues a las dos interesaba.

Tras saber el motivo que impulsó a la joven prematuramente a la pérdida de su vida, decidieron enterrar a los dos jóvenes novios juntos, para que permanecieran así por toda la eternidad. Después de todo, Jesica había muerto porque se le partió el corazón al saber de la defunción de Roberto. Y también, crueles ironías de la vida, ambos perecieron en el día de sus respectivos cumpleaños.

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UNA CRIATURA DE LA MEDIA NOCHE

-¿Qué voy a hacer esta noche?- pensaba sola en mi habitación.- Mirar por la ventana, como tantas otras noches, y sentir la brisa marina refrescando mi cara. Nada más. ¡Oh, Lusabe! ¿Dónde estás? Este pueblo es demasiado aburrido, sobre todo para mí, que soy una chica de ciudad...

Habíamos llegado apenas hacía dos meses, mi familia y yo, a aquel pequeño pueblo de la costa venezolana. ¿Porqué mis padres decidieron nuestro traslado? Esta es una razón que desconozco. Nunca me lo han dicho, ni yo tampoco lo he preguntado. Simplemente la comunicación no es la fuente de nuestra relación familiar, si es que tenemos algo de familia.Nunca me

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preguntaron nada, ni contaron conmigo para otra cosa que fastidiarme. Ni mucho menos me informaron de que nos trasladábamos a vivir al otro lado del mundo.Así que, sin comerlo ni beberlo, un día me ví aquí. No conocía a nadie de mi edad. La gente tenía unas costumbres rarísimas que yo no lograba comprender, y además, sentían una desconfianza terrible hacia los extranjeros.

Lo primero que me impacto a mi llegada al pueblo fue la vista paradisiaca de sus tranquilas y cálidas aguas. Las playas estaban bañadas por un cristalino y calmado mar lleno de misterio. A lo lejos, la playa se confundía con la espesa selva. No sabía que había más allá. Nunca me atreví a adentrarme en la foresta. Era demasiado peligroso para mí. Podría toparme con toda clase de animales. ¡Con el pánico que le tengo a los insectos! Y, sin duda, me perdería entre aquel inmenso follaje, y la selva acabaría engulléndome, como hacía con todo.

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Lo segundo fue, como antes he comentado, la gente. Ni siquiera me saludaban cuando iba por la calle. Los chicos de mi edad me miraban de arriba a abajo, con cara de sorprendidos, pero nadie me decía ni una palabra. Sin duda ocultaban algo, algo bastante importante. Ni siquiera nuestros vecinos nos dieron la bienvenida, lo cual me resultó bastante extraño, incluso hoy.

Lo comenté con mi padre, pero él solamente me contestó que era normal.

- En los pueblos más pequeños todos son familia - me dijo- y es normal que se sientan amenazados por los extraños. Pero no te preocupes por eso. Poco a poco se acostumbrarán a nuestra presencia y nos aceptarán como ciudadanos de “El Salvador Alado”. Seguro que harás muchos amigos y serás muy feliz aquí.

- Era más feliz en casa. En mi país estaba todo lo que yo quería. Me gustaba. Y nos hemos venido a vivir aquí, al trasero del mundo...

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Cuando quise darme cuenta, ya se había marchado. ¿Por qué siempre me haría lo mismo?Me dejaba siempre con la palabra en los labios, y cogía la puerta sin pararse a escuchar.

Pero durante la primera semana de mi estancia en “El salvador alado” ocurrió algo que cambiaría mi vida por completo. Cometí una locura de la cual no me arrepiento en absoluto. Si no llegara a ser por aquello que me pasó, yo no estaría viva en estos instantes. Fué todo tan extraño y a la vez tan maravilloso, que creo que mi vida entera gira en torno a lo que pasó aquel aciago día.

Fuí con mi madre a comprar al mercadillo que ponía la gente del pueblo(a pesar de estar prohibida en éste la venta ambulante) para poder ganarse un dinerillo extra todos los domingos. Aquello, pensaba yo, sería lo único interesante que pasaba en aquel lugar los fines de semana.

Se hace muy difícil comprar si los vendedores no te hablan. Nos echaban en 73

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las bolsas los productos de peor calidad y nos cobraban el doble de precio que a los lugareños.Mi madre acababa deprimida y con ganas de llorar cada vez que íbamos a comprar. Pero teníamos que comer y aquella era la única forma de hacerlo. Recuerdo que aquella mañana me encontraba realmente furiosa porque una vieja nos había pedido un dineral por cuatro manzanas podridas.

- ¡¡Estoy harta de este pueblucho de mierda!!- le exclamé a mi madre, creyendo que ella tenía la culpa de nuestra lamentable situación.

-Escucha hija- me contestó poniéndose la mano en la pálida y arrugada frente- me voy a casa. No me encuentro bien.

¿Cómo que se encontraba mal si hacía un momento estaba perfectamente.

-Bueno mamá- le dije, calmando mi tono de voz- yo acabaré de comprar. Así aprovecharé para dar un paseo por el mercadillo.

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-Vale, entonces me voy- rápidamente cogí todas las bolsas de la compra.- bueno, no os preocupéis si llego un poco tarde... - Cuando quise darme cuenta mi madre ya estaba bastante lejos de mí, al otro lado de la calle.

Estuve dando vueltas por el mercado un buen rato, mirándolo todo pero sin ver nada interesante prácticamente.

La artesanía de “El salvador alado” consistía esencialmente en colgantes y talismanes ritualizados con supuestos poderes protectores contra los malos espíritus, vasijas de barro fabricadas a mano y jarapas de vivos colores. Hacía también aquel día un calor agobiante y pegajoso. Las gotas de sudor me caían por la frente y aunque llevaba puesto un vestido de fina gasa ocre bastante ligero, lo único que conseguía es que se pegara como el velcro a mi húmeda piel.

Por aquella razón, cuando vi el puesto de los helados, no lo pensé dos veces. ¡Me apetecía tanto tomarme uno! Y aunque 75

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estaba a dieta para intentar rebajar esos kilitos de mas que se niegan a desaparecer, no lo dudé. ¿Quién se iba a enterar?

Cuando me acerqué al puesto, comprobé con desilusion que solamente tenían helado de fresa. Y cuando pregunté el precio de los helados, la mujer mayor del puesto, que se negaba a hablarme, como todo el mundo allí, me señaló un cartel con los precios. Me compré el más barato y le di un billete grande para que me cambiara. Ella no puso muy buena cara, pero lo que pensara me traía sin cuidado.

Mientras la dependienta me devolvía el cambio, sentí como una mano cálida y suave tomaba la mía. Giré volviendo la cara rápidamente. Quien había tenido la desfachatez de cogerme de la mano era un joven, mas o menos de mi edad.

Él era alto y muy moreno de piel, parecía mulato. Sus ojos negros y brillantes me miraban descaradamente el escote. Era el chico más guapo que yo había visto en mi vida. Parecía uno de esos actores de las 76

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películas de Hollywood. Vestía con unos tejanos azules y estrechos de marca, y una camiseta blanca sin mangas que hacía resaltar sus bien formados músculos.

Quise desembarazarme de él, pero en cambio el joven asió mi mano con fuerza. ¿Que quería? No sé muy bien que loco impulso me llevaría a dejar de forcejear. Me abandoné a sus deseos y dejé de luchar para que me soltara. Él acarició en envés de mi mano con su pulgar suavemente, y sentí como un escalofrío me recorría de pies a cabeza.

Aquel hombre me llevo con él, sin mediar palabra. De repente y sin saber porqué me vi andando sujetada por su mano a través del mercadillo. La gente susurraba a los demás en el oído cuando nos veían, y en las miradas de las muchachas jóvenes pude descubrir un odio celoso, una envidia que no podré olvidar. ¿Acaso nunca habían visto una pareja agarrada de la mano en aquel pueblo?

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Caminábamos calle arriba, hasta el barrio más marginal del pequeño pueblo. Me llevó hasta un callejón oscuro, en el cual, al lado derecho, había una vieja puerta de madera podrida y carcomida.

Entramos por ella y nos hallamos en una minúscula habitación bellamente decorada. Estaba llena de velas. Un suave olor a cera perfumada quemada inundaba la estancia y la tenue luz móvil hacia, de vez en cuando, palidecer las sombras. Las velas, bien dispuestas en extraños candelabros de negro hierro forjado rodeaban un montón de trapos y cojines de colores, en los cuales podía adivinarse una deshecha cama.

El chico comenzó a besarme el cuello, y yo me reía porque me hacía cosquillas. ¿Qué me estaba pasando? ¿Por que no podía reaccionar? Un desconocido me estaba besando y acariciando y yo no hacia nada para impedirlo. Simplemente no quería hacer nada. Sólo dejarme llevar.

Le cogí la cara con ambas manos y acerqué mis labios a los suyos. Al principio se 78

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sorprendió pero después me correspondió con un largo y apasionado beso.

Después, sin saber como, ambos estabamos desnudos, sobre los cojines de colores. En aquel instante en el cual fui suya, en aquel preciso momento, supe que aquel era el hombre de mi vida. Aquel joven, al que ni siquiera conocía pero al que había entregado todo mi ser, mi virginidad, mi mas preciado tesoro, era lo que yo anhelaba, lo que había buscado durante tanto tiempo.

Él me poseyó; y a pesar de que sentí un fuerte dolor, un desgarramiento por dentro producido por la brusca penetracion en mi intimidad de su enorme miembro, no quería que aquella sensación, la sensación de union de nuestros cuerpos, convertirnos en un solo ser, acabara nunca. Cada caricia, cada beso suyo, me hacía estremecer. Y aquella primera vez, con mi amor, fue la experiencia más hermosa de mi vida.

Terminé temblando, apoyando instintivamente el rostro en su duro y

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moreno pecho. Sentía su respiración entrecortada y su corazón latía rápidamente.

-Oigo tus latidos- le dije susurrando mirando sus bellos e insinuantes ojos.

Él contestó dulcemente con una sonrisa:

-Menos mal, eso es buena señal. Todavía sigo vivo.- Tras estas palabras miró hacia arriba, absorto en sus pensamientos durante interminables segundos. Finalmente dijo:

-Aunque después de esto, creo que si me separara de ti no podría vivir mucho más tiempo.

-¿Por que dices eso?- Exclamé poniéndome de rodillas- Pero si no me conoces, ni yo a ti. No sabemos ni nuestros respectivos nombres...

-Oh, eso es solamente un detalle sin importancia.- se incorporó y me acarició la cara.

-Eres el hombre de mi vida.- le aseguré seriamente.

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-Si, lo soy. Lo siento aquí dentro, en el corazón. Y si tú también lo has sentido, los dos no podemos estar equivocados.

-No nos equivocamos- puse mi mano sobre la suya- aunque el corazón esta en el otro lado.

Volví a tumbarme junto a él, y a poner mi cara en su pecho. ¡Me tranquilizaba tanto sentir su fuerte respiración y su mano acariciando mi espalda! Me quedé profundamente dormida.

Cuando desperté él ya no estaba. Alguien me había vestido y me había tumbado de nuevo sobre los cojines sin que me diera cuenta. Las velas estaban apagadas. Solamente entraba en la estancia una leve luz por un pequeño agujero en la madera podrida del techo.

Llegué a mi casa y mis padres me regañaron, como siempre.Pero esta vez tenían razones de peso. Había tardado más de cuatro horas y, para colmo, me negaba a

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explicar donde había estado y lo que había hecho.

Aquella noche no podía dormir, me remordía la conciencia. ¿Por qué había actuado de aquella forma, tan impropia de mí? Aquello que había hecho no estaba bien... Además, yo no era de esa clase de chicas. Al menos, eso creía antes. Aún así no podía apartar a aquel hombre de mi mente. ¿Estaría enamorándome?¿Sería aquello amor de verdad?

- Imposible, si no lo conoces-descarté en mi mente- entonces ¿Por qué te acostaste con él?

Necesitaba tomar el aire. Tanto pensar en aquella extraña situación me estaba volviendo loca. Además, quería volver a ver a mi chico. Y también deseaba averiguar quién era, dónde vivía, cómo se llamaba, cualquier cosa. Así que salí a hurtadillas de la casa de mis padres, silenciosamente, procurando que nadie se enterara, pues ya estaba la noche bastante avanzada.

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Paseaba por el pueblo, intentando parecer segura de mí misma. Los lugareños me miraban, pero nadie se atrevía a meterse conmigo. Mientras yo trataba de ver a través de las tinieblas tenuemente iluminadas por la pobre luz de las velas que salía por las ventanas de las chozas, y por la luna llena, brillante y grandiosa, que se alzaba majestuosa rompiendo el telón de un cielo tachonado de estrellas.

Una niña negrita y pequeña, de unos cinco años mas o menos, se acercó, muy decidida, a donde yo me hallaba. Tirándome de la manga, llamó mi atención y, sin mediar palabra, cuando le sonreí, puso su pequeña mano en mi vientre. ¡Era tan graciosa, con el pelo lleno de trencitas y un vestidito de flores!

La niña me cogió de la mano y me instó a que la acompañara, ante la atónita mirada de alguno de mis vecinos. Me llevó hasta la playa. El mar estaba tranquilo y en calma. Aquel lugar mágico irradiaba paz. Las palmeras, mecidas por la tenue brisa, caían

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sobre las olas, rozándolas. Y la luna se reflejaba en ellas como si de un pulido espejo se tratara.

Cuando estábamos en mitad de la arena, la niña, soltándose de mi mano, salió corriendo en dirección al pueblo. Sin duda algo la había asustado, porque si no yo no veía el motivo. No había nadie con nosotras. Y allí me quedé, sola y pasmada, en medio de la playa, mirando a la niña correr y alejarse de mí.

Me asusté mucho cuando alguien me puso la mano en el hombro. Pero, al volverme, todo mi miedo desapareció de repente, convirtiéndose éste en una enorme felicidad. ¡Era él, era mi amado! Lo había encontrado de nuevo. Me había encontrado él a mí.

Nos fundimos en un largo y apasionado beso que parecía no tener fin. Pero esta vez, le aparte las manos de mi trasero. No quería que las cosas fueran tan deprisa en aquella ocasión. Él me miró perplejo, sin comprender porque no quería que me

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tocara. Yo, adivinando sus pensamientos, le dije:

-Cariño, no es que no lo desee, es que...

-¿Es que ya no me amas, o simplemente que no te gusto?- ¿Cómo podía ser tan machista?

-Compréndelo. Yo no se nada de ti, ni siquiera tu nombre. Necesito saber cómo eres, quién eres.Yo soy una mujer, una persona. No puedo amar a alguien solo por amar, por las buenas...

Él se sentó en la arena con el rostro entre las rodillas, y yo caí a sus pies, intentando volver a ver los luceros de sus ojos. Estos se alzaron para mirarme llenos de lágrimas.

-No me pidas nada que no te pueda dar, por favor.

-¿Qué es lo que te pasa?- le interrogué furiosa. No lograba comprenderlo- solamente quiero algún nombre por el cual poder llamarte, alguna dirección para localizarte.

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-No.

-Sólamente te estoy pidiendo un nombre, una base, algo que me haga sentir segura de que, al menos, tengo una relación, aunque no lo esté de que sea muy estable...

-¿Acaso no lo comprendes? No puedo darte lo que me pides, no puedo hacerlo- sus palabras parecían sinceras.

-¿Por qué? ¿Es que no me quieres? ¿Por qué tienen que haber esa clase de secretos entre nosotros?No es normal.

-Si tu supieras quién soy, - me contestó alterado- si tan solo supieras mi nombre, no me queda la menor duda de que me dejarías. Tendría que desaparecer de tu vida para siempre.

Un silencio sepulcral se hizo entre ambos durante unos minutos, hasta que él me miró y sonrió. No podía resistirme a sus encantos, ni a aquella bella cara de ángel.

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-Está bien- le contesté- no quiero saber quien eres. Pero a cambio, prométeme que estarás siempre, siempre conmigo.

-Si tú no preguntas- me afirmo con seguridad- si tú no tratas de saber, estaré contigo. Y permaneceré contigo para siempre, siempre.

- No me hagas daño, por favor. Creo que no me lo merezco.

-Yo solamente vivo para hacerte feliz. Ambos lo seremos si confías en mi.

-Confío.- le dije besándolo por toda la cara- Confío en ti. Confía tu también en mí. Estaremos juntos para siempre. Solamente quiero estar contigo.

Nos quitamos, despacio y mutuamente, la ropa y nos tumbamos,sin dejar de besarnos, en la arena, dispuestos a volver a amarnos como lo habíamos hecho aquella misma mañana. Pero justo cuando iba a ser suya por segunda vez, un ruidoso murmullo nos hizo mirar hacia el pueblo. Por la misma senda por la que había llegado hasta la playa, 88

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se acercaba una multitud de personas provistas de antorchas.

Poco tardaron en estar tan cerca que podía distinguir sus caras, y se me vino el mundo abajo cuando me di cuenta de que los que iban presidiendo el grupo eran nada mas y nada menos que mis propios padres. ¿Que iban a pensar de mí? ¿Cómo podía explicarles lo que estaba haciendo?

Sentí de repente la brisa marina recorrer mi cuerpo. Allí donde mi hombre me vestía solamente abrazaba el vacío. ¡Había desaparecido!

Me vestí rápidamente ante la atónita mirada de todos. Mi madre, que estaba ya lo suficientemente cerca para que pudiera oirla,y con las buenas maneras que le caracterizaban, exclamó:

-¡Hija! ¿Qué haces aquí? ¿Qué estabas haciendo, y quién era ese muchacho que estaba contigo?

-No había nadie conmigo madre, desvarías.- respondí haciéndome la enfadada, algo que 89

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se me daba muy bien, e intentando que no se me notara mucho que mentía- y estaba intentando darme un baño en la playa ¿Acaso no puedo?

Abriéndome paso entre la muchedumbre, exclamé:

-¡Vaya mierda de pueblo, en el que una chica no puede ni bañarse tranquila sin que la acose todo el mundo!

Se quedaron todos allí,atónitos y sin moverse, en la playa, mientras yo volví a casa y me acosté. Solamente pensaba en el extraño acontecimiento que acababa de vivir.

Ya llevaba trece días en El Salvador Alado. Mis padres me castigaron sin salir una semana por haberme escapado de noche. ¿Cuándo se darían cuenta de que ya no era una niña? Hacía un par de años que la ley me permitía votar. Sin embargo, ellos seguían tratándome como a una quinceañera. Habían pasado seis días desde que viera a mi amado. Una gran y profunda

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tristeza inundaban mi alma. Solamente quería llorar. No comía ni podía dormir. Mis padres pensaban que había caído en una depresión pasajera debido al castigo. ¡Que lejos estaban de la realidad! No me importaba lo que dijeran, sólo quería volver a estar con mi mulato.

No podía salir, ni buscar a mi chico. Sin embargo, todas las noches, justo a las doce, un aleteo en mi ventana me despertaba. La primera vez me asusté mucho. Sobre todo cuando comprobé que se trataba de un animal desconocido para mí. Este animal, con sus ansias por entrar en mi habitación, golpeaba los cristales con fiereza.

Era una especie de pájaro negro, con alas de murciélago. Pero tenía un cuerpecito casi humanoide, con dos patitas y dos bracitos, acabados en manos con largos dedos. En la cara, sus dos graciosos ojillos se movían de un lado para otro, lo miraba todo. Aquel era un animal extraño que yo no había visto en la vida, aunque pronto nos hicimos amigos,

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sin duda debido a sus simpáticas cabriolas, que conseguían mis carcajadas.

Le puse un nombre. Lo llamaba Diablillo, pues me recordaba mucho a estos seres de leyenda. Las visitas de mi pequeño amigo duraban poco, apenas unos minutos cada noche, pero ya eran suficientes para levantar el poco animo que me quedaba.

Cuando el castigo hubo finalizado, salí apresuradamente a la calle, en busca de mi amante. Aquella vez no iba a tener suerte. No lo encontré por ninguna parte. Busqué en la calle donde suelen poner el mercadillo, donde lo encontré por vez primera, pero no lo hallé. En la playa tampoco daba muestras de vida.

Atravesé el pueblo y llegué al callejón oscuro, al lugar de nuestro primer encuentro íntimo. Pero la vieja puerta de madera estaba cerrada con candados y gruesas cadenas de hierro.

Una anciana harapienta, que pasaba por allí, al verme forcejear la puerta, exclamó

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sobresaltada unas palabras en su idioma natal:

- ¡¡Múbel, Múbel!!

A su grito acudió toda la calle. La gente me miraba muy seria, de arriba a abajo, en silencio. Un hombre mayor, de tez muy negra y cabellos blancos, rompiéndolo, me dijo:

- ¿Qué haces? ¿Qué haces aquí, niña?

- Simplemente estoy dando un paseo- le contesté de forma despectiva -Viendo este asco de pueblo. ¿No puedo o qué?

-Escúchame- me agarró de los brazos fuertemente- nunca vuelvas a este lugar ¿Me oyes? Nunca. Aquí ocurrieron cosas muy desagradables...

-Si no quiere que vuelva por aquí- le dije soltándome de su duro apretón- tendrá que exponerme una razón más convincente, por favor. ¿O es que acaso ocultan algo, algo ilegal?

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-¿No eres tú la que oculta cosas, incluso a tu familia, niñata blanca y estúpida?

-Eso no es motivo para... Además, a usted no le importa lo que haga con mi vida.

Salí de aquel callejón rápidamente, asustada por la extraña actitud de aquel hombre. Pero cuando me hallaba en mitad de la calle,no sé muy bién por qué pero algo me impulsó a darme media vuelta e ir de nuevo al callejón.

Cuando llegué, la gente ya se había marchado, todos menos la anciana que me había pillado in fraganti unos minutos antes. Estaba buscando objetos o comida dentro de los cubos de la basura.

-Señora, ¿Podría usted responderme una cosa que me tiene un poco aturdida, por favor?- le pregunté, mientras le ponía en la palma de la mano una moneda de bastante valor.

-¿Qué quieres?- Me contestó en tono despectivo.

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-¿Qué significa Múbel, exactamente?-La mujer me miró de arriba a abajo.

-Primero, antes de saber lo que tú eres, deberías saber quién es él.

-¿Él? ¿De quién me está hablando?

-De tu amante, de Lusabe.

-¿Qué sabe usted de él? -le interrogué presurosa- ¿Lo conoce? ¿Es así como se llama, Lusabe?

-Déjame, ¡déjame en paz!- exclamó, y me quedé boquiabierta- No me preguntes. ¡Vete!

Ante aquel extraño comportamiento de la señora, la cual parecía no estar muy sana de la cabeza, opté por marcharme. No logré averiguar nada más de mi amado hasta los cinco días siguientes.

Mi extravagante amigo, el diablillo, me visitaba cada media noche. Pero aquella vez, su llegada me colmó de la más grande felicidad que había sentido en mucho

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tiempo. Portaba en sus manitas un pergamino atado con una cinta roja. Cuando lo abrí mi sorpresa creció. ¡Era un mensaje de mi amado! Me citaba en una pequeña catarata que había un poco antes de llegar a la playa. Salí por la ventana, acompañada de Diablillo, corriendo, para encontrarme con él.

Estaba allí, jugueteando con unas hojas que echaba al agua cristalina. ¡Estaba tan guapo! Vestía una camisa de seda blanca de marca cara y unos tejanos azules y modernos, que hacían resaltar sus bonitos y redondeados cachetes.

-Hola- le saludé- ¿Hace mucho que esperas?

- Nunca es demasiado- me contestó- amada mía. Mi recompensa es verme nublado por tu belleza.

Me lancé a sus brazos, a besar su apetitosa boca, a acariciar su piel canela caliente, envolviendo su cuerpo perfecto. Nos quitamos la ropa rápidamente y nos

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metimos en el agua. No sé que estúpida idea se me pasó de repente por la cabeza cuando, acercando mi boca a su oído, susurré.

-Mi amor, Lusabe.

De repente, él me miró a los ojos, y los suyos me dieron miedo. ¡Eran rojos! Un vapor amarillo empezó a inundarlo todo.

-Ha durado poco nuestra relación. ¡Y pensar que te he querido más que a nadie en ningún mundo!

-Por favor, ¡perdóname! Yo no quería...

-Demasiado tarde amor. Por mucho que me pese, te lo advertí. -Dicho esto, desapareció.. Y allí me quedé, en el agua, sola.

A partir de aquel momento no volví a salir de mi casa. La gente del pueblo seguía llamándome Múbel, y seguían también sin hablar con mis padres, pero no me preocupaba en absoluto. En mi mente solo estaba él.Diablillo también desapareció para no volver más.

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Y ahora, durante la noche, sola en mi habitación, repito una y otra vez su nombre: Lusabe. Pero solamente y a cambio, recibo silencio. Lo he llamado ya tantas veces...Mi vida sin él no tiene sentido. Juro que no volveré a faltar a mis promesas. Estoy tan obsesionada que sólo lo veo a él, por todas partes, y después descubro que no está en ningún sitio, y me desespero.Lo veo cuando cierro los ojos, como si estubiera aquí. Siento su respiración, su olor, el latido de su corazón, su aliento... Sé que sólo es mi imaginación, pero me niego a pensarlo.

Hace un momento mi madre entró en la habitación, pero yo ni siquiera la miré. Seguía absorta en mis pensamientos, imaginando cual podía ser la forma menos dolorosa de morir.

-¡Deja ya de repetir ese nombre!¡Deja ya de llamarlo!.

-¿A quién llamo madre?- le pregunté mirándola a los ojos -¿Es que acaso lo conoces?

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-¿Cómo voy a conocerlo?- me respondió santiguándose e intentando dominar su miedo- Dios me libre. Lusabe es el nombre que la gente de este pueblo dan al mismísimo Satán. Así que no vuelvas a repetirlo.

Una gran sonrisa se dibujó en mi cara. ¡Era él,Satán, el demonio! Mi amante era el ser más poderoso que existe sobre la faz de la tierra, un ser que no es de este mundo, un ángel revelde e inconformista... Yo había sido suya, y él me había jurado amor eterno, había llorado por mí. Debía considerarme la mujer más afortunada del planeta. La depresión se me quitó de repente. Tenía muchos motivos para ser feliz.

-Precisamente por eso, porque es el demonio, tendríamos que venerarlo, ¿No crees? Dios lo puso ahí, lo nombró dueño y señor de los infiernos, de nuestro planeta y nuestro mundo, de nuestras almas... Es uno de los seres más poderosos del universo.

Mi madre me miró con cara de asombro y, asustada, salió de mi habitación gritando:99

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-¡¡Múbel, Múbel!!

He de confesar que mi propia actitud me sorprendió. No me importaba lo que la gente dijera, ni lo que significara esa tonta palabra con la cual me designaban. El demonio me había hecho su mujer, y me sentía muy orgullosa de ello.Y ahora todos deberán respetarme, y tendré a todo el pueblo a mis pies, por miedo a la terrible venganza de Lusabe. Él ya no estará conmigo, pero nadie tiene por qué saberlo. Las cosas van a cambiar para mí en “El Salvador Alado”.

Ya no me suicidaría, sino que viviría, sí. Y lo haría bajo mis propias reglas y pensando en mis intereses y deseos. Y, cuando muriera, satisfecha de haber vivido y de haber sentido lo que quisiera, y de haber sido libre, bajaría a los infiernos.

Y allí me esperaría mi amado, para torturar mi alma enamorada y hacer lo que quisiera conmigo por toda la eternidad.

Pero no hizo falta esperar tanto.

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Sonaban las doce en punto en mi reloj. Un brazo fuerte me rodeó la cintura. ¡Era mi amor, era Lusabe!

-No volverás a estar sola- me dijo- nunca más. Ni tú ni la criatura que está en tu vientre. Nuestro hijo.

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EL COLOR DE LA LUNA LLENA

Siempre me ha gustado ver el reflejo de la luna en el mar. Cuando éste está en calma,y parece un espejo,si te fijas,da la sensación de que el satélite está ahí dentro,en el agua. Y su luz,su brillo,es diferente a todo.

Pronto amanecería,pero yo sabía que no lo vería. El sol no nacería aquel día para mí. Pero el mundo seguiría igual, seguiría ahí... Los gorriones cantando de buena mañana,las prisasa de la gente,el tráfico,el olor del café y las tostadas,las madres apuradas que arrastran a sus hijos al colegio...

Supongo que nadie dispone de tiempo suficiente ya para pararse a mirar cómo la luna se refleja en el mar,la belleza milagrosa en todo su esplendor. O simplemente, a nadie le interesan esas cosas. Y,sin embargo,

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esta es algo que siempre quise hacer pero que nunca me atreví,hasta ahora.

Estar sola de noche en la playa, sin hacer nada. Sentir la brisa marina en la cara. Acurrucarme sobre la fría y húmeda arena.Y reunir el valor suficiente para meterme en el agua,para intentar alcanzar esa luna,para meter la cabeza en ese mar y permanecer ahí dentro.

¿Sería capaz de hacerlo? ¿Sería lo suficientemente valiente como para notar cómo mis pulmones se llenaban de agua salada con la primera bocanada y no intentar salir fuera?¿Tendría la suficiente fuerza de voluntad para ahogarme,para morir? Porque,efectivamente,por aquella razón estaba en la playa esta noche,para morir. O,por lo menos,intentarlo.

Me levanté. Sacudí instintivamente la arena que se me había adherido al pantalón. ¿para qué?

De repente,me di cuenta de que no estaba sola.Había alguien a mi lado,que también

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miraba el mar. ¿Había aparecido de la nada?Habría jurado que,hasta hace un segundo, estaba sola.Lo ví por el rabillo del ojo al principio,y después,muy despacio,me cercioré de que lo que veía no era producto de mi imaginación.

Era una persona, sin duda. Un hombre.

-Preciosa luna.-Me dijo. Su voz sonaba ronca y gutural.

Lo miré detenidamente, y entonces lo que ví me estremeció. Parecía un ser humano,pero no lo era. Su piel estaba blanquísima y lisa,como esculpida en mármol.Sus manos,huesudas,acababan en unas largas y finas uñas nacaradas. Más que manos,eran garras.Me recordaban a las de los felinos. Éstas y sus ojos,que poseían aquella luminiscencia característica de los animales nocturnos.Vestía de riguroso negro de arriba abajo.Demasiado tapado para el calor estival... ¿Acaso no era ropa lo que le tapaba el cuerpo? Tenía también una melena de cabello espeso y moreno que le llegaba hasta los hombros. Su rostro era atractivo,de una 104

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manera imposible de describir,pero al mismo tiempo aterrador.

Supe lo que era en cuanto lo miré. Había visto muchos en el cine,en las películas, pero jamás imaginé que la ficción podría parecerse tanto a la realidad... O no era ficción, al fin y al cabo. Allí me hallaba observando la mismísima cara de la muerte. Estaba con un vampiro.

Él me debolvió la mirada. Y sus ojos tenían el mismo color que mi adorada luna llena.

-Adelante.- Me dijo.- No te cortes por mí. Será un buen espectáculo.

-¿No vas a impedírelo?

-Te aseguro que no.

Durante un par de segundos se produjo un extraño silencio que la criatura rompió.

-Posiblemente yo también muera esta noche.-Me dijo.- De hecho,estoy aquí esperando que llegue el alba,que causará mi desintegración.

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-¿Por qué?

-Podría pregunrate lo mismo,pero no lo haré. Cada cual lleva su cruz. Sin embargo,yo sí te confesaré cuál es mi motivo. Hace tanto tiempo que no me alimento,que no me quedan ya fuerzas para continuar viviendo.Me duele demasiado. Es un dolor insoportable, indescriptible. Si pudiera llorar lo haría,créeme. Pero no puedo hacerlo.Lo único que puedo hacer es intentar que éste desaparezca de una vez por todas. Y el suicidio es la única manera que se me ocurre.

-¿Te alimentas de sangre?

-Si.

-¿De seres humanos,como yo?

-Así es. Pero no te preocupes.-me informó.- No puedo alimentarme de tí. Hasta los vampiros tenemos nuestros límites.

¿Había oido bien?¿La criatura acababa de usar la palabra “vampiro” para designarse a sí mismo?

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-¿Qué clase de límites?

-Tenemos ciertas normas,reglas que debemos cumplir,por así decirlo. Nosotros nos movemos en un plano diferente al vuestro,otra dimensión. No sólo nos alimentamos de la sangre sino que,con ella,nos alimentamos también de la vida que la envuelve...

-¿Algo así como el alma?

-Exacto.Podría decirse así. Por esa razón no podemos segar la vida de una persona por las buenas,sería una violación del alma. Y supondría para ese vampiro un sufrimiento extremo no demasiado recomendable.

-No puedo comprender lo que dices.-Le espeté.-No creo en la existencia del alma,ni de mundos paralelos ni chorradas de esas.Posiblemente tu no existas realmente...

-Posiblemente.

El vampiro sonrió.Ví sus colmillos brillando detrás de la oscuridad de su boca,largos y afilados. Un estremecimiento me recorrió.

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-Entonces ¿de que clase de personas te alimentas?-Retomé la conversación.- ¿de gente malvada?

-No. Yo no soy dios. No soy quien para juzgar a nadie. Ni me atrevería a designar quién es malvado y quién no lo es. El bien y el mal son dos conceptos demasiado ambiguos e influenciables. Nosotros,los vampiros,nos alimentamos de almas voluntarias. Y ése es precisamente mi problema. La gente ya no siente ni padece. El ser humano se ha convertido en una especie de robots,de muertos vivientes,incapaces de razonar,de sentir,de vivir. Tienen alma,si; pero esta permanece latente e inútil desde que nacen hasta que se mueren. Son autómatas sin voluntad. Y eso esta haciendo que mi especie se extinga rápidamente. Ya no hay voluntarios para nosotros,ya no quedan almas vivas que alimenten nuestro espíritu parásito.

-Tómame a mi.-Le dije,automáticamente.

-No es buena idea.

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-¿Por qué? Tú sabes por qué estoy aquí. Tú sabes que vine aquí a morir. Sabes que ya o aguanto más la hipocresía de este mundo materialista.Quiero marcharme, huir de él. Y si dándote mi alma puedo mitigar tu sufrimiento pues bien, así sea. Por lo menos me iré de este mundo pensando que he hecho algo útil por alguien.

-Pues así será.

De repente no podía moverme. El vampiro me abrazaba desde atrás fuertemente. Sentí cómo su poderosa mandíbula se cerraba en mi cuello,con una presión de acero. Sus largos y afilados colmillos perforaron mi piel,carne,tendones,como si fueran mantequilla.Era un dolor espantoso,horrible. Quise gritar,pero no pude. Un gran chorro de sangre salió de mi arteria. Lo noté.Él la bebió. Otro latido dio paso al segundo chorro, y con éste,sentí cómo mi cuerpo comenzaba a desvanecerse.

Sabía que no debía dormirme,porque aquel aterrador sueño que me envolvía significaba que no volvería a despertar. 109

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Aparecieron ante mis ojos las escenas de mi vida cotidiana,las risas en el colegio,las flores en el parque en primavera, mis momentos de pasión con mi amado,el helado de turrón...Ahí llegaba el tercer latido ¿sería aquel el último?

-¡No quiero morir!-Gritaba en mi interior.-¡No quiero morir! Y entonces,dentro de mi mente,la aterciopelada voz del vampiro me contestó:

-Lo siento preciosa: Demasiado tarde.

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EXTRAÑA INQUILINA

Ya estaba bien entrada la tarde cuando llegamos a casa de Carlos. Era un edificio antiguo,aunque restaurado. Todavía poseía parte de la balaustrada original,en estilo modernista,propia de principios de siglo XX.

Las escaleras eran estrechas y empinadas. No había sitio para un ascensor,por mas que se hubieran empeñado. Sin embargo, los techos eran inusualmente altos,mucho más altos que los techos de los edificios actuales.

Subimos hasta el tercer piso.Acabé extenuado,me sentía en muy baja forma. Pero mi amigo estaba como si nada. La costumbre lo es todo,incluso a la hora de subir escaleras.

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Carlos dio varias vueltas a la llave en la inmensa cerradura de hierro que abría la gruesa y maciza puerta de madera. Entramos en el piso. Y, al contrario de lo que yo esperaba, se veia limpio y ordenado. No encontraría ropa por el suelo, ni posters de grupos musicales “heavys” colgados por las paredes. Todo lo contrario: cuadros de paisajes chinos pintados con tinta y una entrada de madera muy zen,con un espejo de cuerpo entero, estanterías y unos percheros de forja negra,de los cuales colgaban las chaquetas de cuero negro de mi amigo.

-Bueno,pasa,no te quedes en la puerta.-Me dijo Carlos.-Estás en tu casa.

-¿Puedo ir al cuarto de baño?

- Claro. Está por allí.- Me señaló al fondo del pasillo,donde habían dos puertas cerradas.- La de la derecha.

Entré en el cuarto de baño. Era pequeño y estrecho. Un wáter, un lavamanos, una ducha y un bidé atestados en cuatro metros

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cuadrados escasos. Era práctico: podías ducharte y mear al mismo tiempo que te labavas las manos. Sin embargo, me llamo mucho la atención que, al igual que el pasillo, estaba inusualmente limpio. Aún olía a lejía. Y la toalla,blanca e impoluta, se hallaba perfectamente doblada y colocada en el toallero.

- Ay amigo...- Pensé.- Que callado te lo tenías. Aquí se ve la mano de una mujer, no me cabe la menor duda.

Cuando salí del minúsculo baño, la puerta de la izquierda estaba abierta. Parecía ser la sala de estar. Sentí curiosidad y entré. Había una televisión, una consola de video juegos de las más modernas, un lector de “blue Ray”...

De repente,me di cuenta de que no estaba solo. En el sofá,tumbada y tapada con una manta,había una chica. Era joven, morena y guapa, con grandes ojos expresivos,pero estaba bastante pálida.

- ¡Hola! - La saludé.

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- Hola. ¿Eres amigo de Carlos?

-Sí, soy Agustín. Encantado.- Le tendí una mano y ella la estrechó. Estaba helada.

- Perdona que no me levante Agustín. Estoy enferma.

-Ah,no pasa nada mujer,tranquila.

Quería preguntarle su nombre,su edad. Quería preguntarle cómo había conocido a Carlos,y cómo había acabado con él una chica tan increíblemente guapa...Quería preguntarle muchas cosas,pero no lo hice. En lugar de eso me quedé allí,callado,de pié,mirando la consola y pensando porqué Carlos nunca me había hablado de su novia a mí, su mejor amigo. Me sentía traicionado y confuso.

-¡Agustín!- Me llamó Carlos desde la cocina,rompiedo aquel incómodo silencio.-¡No tengo cerveza!¿Quieres un refresco?

-¡ Vale! -Contesté. Hacía calor y cualquier cosa que me hidratara me serviría.

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-¿Cola o Naranja?

-Será mejor que vaya para allá,a ver que quiere este...- La dije a la chica,sin ni siquiera mirarla. Y,sin más dilación,me dirigí a la cocina.

Cuando llegué,mi amigo estaba echando hielo en dos vasos de tubo.

-¿Sólo has sacado dos vasos?

-¿Tienes más de una boca?

-Lo decía por si tu novia quería algo...

-¿Mi novia?

-Sí.- Constesté muy seguro.- La chica que está en el salón, la morena.

Carlos me miró extrañado.

-Agustín, yo vivo solo.

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LA CASA MALIGNA

-Tengo que doblar la ropita.- me dijo mi hermana mayor.

-No te preocupes, yo me quedaré un poco con el pequeño Mario.¿Lo puedo coger?

-Si,pero si llora me lo traes.

Salí de la pequeña habitación de invitados. Mi hermana, tras el divorcio, se había trasladado a ella con su bebé de apenas ocho meses.Y, a pesar de que la casa era una enorme mansión de estilo victoriano con habitaciones grandísimas vacías,ella se empeñó en trasladarse a la minuscula buhardilla.

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Tenía al bebé en mis brazos y me quedé en el descansillo de la escalera, haciendole carantoñas al pequeño de cabellos rizados. De repente, desde la puerta, ví cómo mi hermana, con cara de espanto, miraba al infinito, con un pijamita de su niño, de color amarillo, entre las manos.

Volví a entrar y miré hacia donde me apuntaban sus ojos. Lo que allí había me llenó de espanto. Eran dos espectros. Uno de ellos era el fantasma de mi difunta abuela, fallecida muchos años antes. El otro, el de su hermana menor, mi tia abuela, que poco después había corrido la misma suerte. Ambas estaban desnudas. Tenían el pelo sucio,lleno de tierra. Sus cuerpos, si es que podían llamarse así, no eran más que huesos sujetos con jirones de piel marchita.

El fantasma de mi abuela alzó la mano y, señalándonos, hizo la señal de cortarnos el cuello apretando su garganta marchita.Pocos segundos después de que las viera,desaparecieron.

¿Las has oido?- Me preguntó mi hermana.119

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-¿Te han dicho algo?

-La abuela me ha dicho que nos marchemos de esta casa o morinemos.

-¿Por qué te habrá dicho eso?

-No lo sé, y mira, me da igual. Vámonos ahora mismo.

-Sí. No pienso pasar ni un segundo más en esta casa.

-¿Y nuestras cosas? -Me preguntó mi hermana, que todavía tenía el pijamita de mi sobrino entre las manos.

-Da igual las cosas,vamonos,rápido.

Bajemos rápidamente las escaleras. Metí a Mario en la sillita carricoche y le abroché el cinturón de seguridad, mientras mi hermana buscaba las llaves y abría la pesada puerta de madera labrada.

Salimos al cuidado jardín. El césped estaba recién cortado y los rosales en flor, pero no era un espectáculo alegre y primaveral, sino todo lo contrario. Aquello ofrecía a la casa 120

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un aspecto más lúgubre y siniestro aún de lo ya lo era de por sí.

-¿Por qué querría echarnos la abuela de casa?

-Esa no era la abuela. Ella jamás nos abría amenazado, sino todo lo contrario. Nos quería.

-Además,¿por qué aparecerse con la tía? No tiene ningún sentido.

-Claro que no. No era la abuela, ni la tia. Tú lo sabes ¿verdad? Hay algo maligno en esa casa, siempre lo hemos notado, siempre ha estado ahí,incluso cuando ellas estaban vivas.

-Desde luego. Toda la familia lo sabe, siempre lo ha sabido, pero nunca nadie ha hablado de ello.

Mi sobrinito, sentado en su sillita, miró hacia atrás, y vió que no era su mamá quien llevaba el carrito. Esto le molestó y comenzó a berrear.

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-Anda,deja que lleve yo el carro.- Me dijo mi hermana.

Nos paremos en la acera,justo terminando el jardín.Y, cuando ella iba a coger los mandos del carricoche, éste se puso en marcha sólo. Alcanzó inmediatamente una gran velocidad y se dirigió directamente hacia la carretera.Un coche pasaba por allí a toda carrera y casi atropella al bebé. Mi hermana salió disparada detrás de su hijo y, cuando consiguió darle alcance,lo tomó entre sus brazos y comenzó a llorar histéricamente.

-¡No nos matarás!¿Me oyes?- Le grité a la casa.-¡No podrás con nosotros!¡Nunca lo conseguirás!

Y,desde el corazón mismo de aquella mansión victoriana, se alzó una estruondosa y malvada risa.

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¿QUIÉN TEME AL LOBO FEROZ?

Parecíamos una nube de lluvia, todas vestidas de gris, apiñadas. El jefe de personal nos había conducido hasta allí, lo más recóndito del barco. Solamente unos pocos afortunados veían las bodegas del transatlántico, los ascensores de plataforma para cargar y descargar los palets de provisiones, las grandes consignas para transportar los objetos de valor que tenían que viajar con sus dueños por el mar Caribe...

Y allí estábamos nosotras,las camareras de piso,las limpiadoras. Confusas y asustadas, nerviosas. Nos preguntábamos qué estábamos haciendo allí.

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Corrían rumores entre los oficiales,entre los pasajeros. Al principio, un par de misteriosas desapariciones. Quizá un golpe de mar envistió el barco, llevándose a los desafortunados turistas, que, hayándose borrachos en la cubierta, cayeron por la borda; y el océano los engulló, sin que nadie se percatara de lo sucedido, hasta que su familia o amigos los echaron en falta.

Sin embargo, la cosa tomó otro matiz cuando encontraron a un oficial descuartizado y a otro muy mal herido en la sala de máquinas. Antes de fallecer, el segundo jóven relató cómo habían sido atacados por una enorme bestia de aspecto grotesco,mitad lobo mitad hombre.

Nunca antes había creído yo en la existencia de estos seres. Para mí, al igual seguramente que para vosotros, los licántropos eran sólo productos de las fantasías de los autores de libros de terror y los guionistas de las películas de serie B. Pero éste era real, y estaba allí, en el barco, con nosotros. Me preguntaba si el hombre

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lobo, durante su aspecto humano, habría ido a una agencia de viajes,comprado un billete para hacer un crucero por el Caribe, y se habría puesto una camisa con un estampado hortera de flores de hibisco,como hacían casi todos; o, simplemente, había logrado embarcar de polizonte, escondido en dentro de alguna de aquellas enormes cajas metálicas.

Mi hermana mayor, que estaba a mi lado,me cojió de la mano con fuerza. Estaba asustada,como todas. Pobrecilla, estaba tan ilusionada con aquel trabajo... Y ahora temblaba por el pánico.

-Es una forma de poder viajar sin gastar dinero.- Me dijo un día soleado, no hacía mucho tiempo. Una forma de ver algo de mundo para los que nacemos pobres. Y lo que ella no sabía era que lo único que veríamos serían retretes sucios,camas desechas y manchadas, y alrededor el eterno océano. Agua azul y salada por todas las ventanas a las que te asomaras.

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Pero en fín , allí estábamos, dejándonos engañar de nuevo. Nos dijeron que nos mantendrían a salvo del hombre lobo, que nos llevarían a un lugar seguro, y mordimos el anzuelo. No, no exactamente así... Nosotras éramos el cebo.

Lo comprendimos cuando el jefe de personal salió corriendo, cerrando automáticamente la puerta tras de sí. Ésta sólo podía abrirse mediante una combinación de números, una clave secreta que nosotras desconocíamos.

Estábamos todas allí, mirándonos en silencio, cuando de repente oímos algo. Alguien cantaba. Detrás de los contenedores, sonó una voz. Era fuerte y hueca, con eco, como si la persona que la profería estuviese metida en lo más profundo de una cueva. Era el monstruo, y estaba entonando aquella cancioncilla infantil, la banda sonora de una conocida película de dibujos animados...

¿Quién teme al lobo fero,lobo feroz?

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Se me erizó todo el bello, y comencé a temblar presa del pánico. Sí, los hombres lobo podían hablar. No eran animales irracionales, después de todo. Podían elegir, y este prefería comer carne humana.

Delante de nosotras apareció aquel ser de pesadilla. No había duda, era un licántropo, mucho más horrendo que cualquiera que viera en las películas. Ningún disfraz, ningún maquillaje hubiera podido recrear a aquella criatura.

Mi hermana tiró de mí con fuerza, y comenzamos a correr como locas. Nos dirigimos hacia las consignas. Mientras, a nuestra espalda, oíamos gritos de dolor, crujír de huesos al romperse, desgarros de ropa y piel, y el ferroso hedor de la sangre derramada inundó rápidamente todo el aire.

-Entra ahí.- Me ordenó mi hermana, señalándome una consigna abierta y vacía.

-Sólo si entras tú también.

-¿Y quién cerrará la puerta? No te pongas ahora a discutir. Hazlo.128

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-No puedes quedarte fuera, el hombre lobo...

-Escucha:dejaré la llave justo debajo de la puerta,escondida. El monstruo no podrá abrirla por sus garras. Cuando venga alguien a rescatarte, dile dónde está la llave para que pueda sacarte.

-¿Y qué pasará contigo?

-No te preocupes por mí, me esconderé. Venga, entra. Ya viene.

Me acurruqué dentro de la caja, en posición fetal, y mi hermana cerró la gruesa puerta de hierro. Oí la llave cerrándola.

Pasaron horas. Hacía rato que no oía nada. Tampoco podía ver nada dentro de aquella caja fuerte. La oscuridad era total. Poco a poco me estaba quedando sin aire. Sentía como, con cada ispiración, me costaba mucho más tomar el oxígeno necesario.Sin embargo, a pesar de la ausencia casi total de aire, me sentía más calmada. Sabía que quizá el hombre lobo estaba al otro lado de la puerta,pero me sentía protegida. Quizá 129

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tenía que quedarme allí, morir poco a poco, ahogada,dormida,tranquila. Sin dolor.Era mejor muerte que ser devorada viva por una bestia inmunda.

Me preguntaba si mi hermana o alguna de nuestras compañeras de trabajo había salido con vida de aquella pesadilla. ¿Cómo habían tenido la indecencia de sacrificarnos de aquella forma? Supuse que siempre había sido así. Los ricos no podían ser comida de licántropos. Nosotras éramos las pobres, prescindibles, inútiles. En el Titanic no había botes salvavidas para las señoras de la limpieza. Casi un siglo después, las cosas no eran demasiado diferentes, después de todo.

De repente oí una voz. Era humana. Un hombre joven llamaba. Y a mi me pareció que era un ángel enviado por dios en el momento más oportuno. Le dí las gracias secretamente al creador.

-¡ Hola, hola ! ¿Hay alguien ahí? ¡Venimos a rescatarlas!

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-¡¡SII!!- Grité todo lo que pude.- Estoy aquí dentro, en la consigna.

-¿Estás en esta?- Golpeó la caja.

-Sí, sí, en esta. Por favor, sácame de aquí. Me estoy quedando sin aire.

-Claro. ¿Sabes dónde está la llave?

-Sí. Está justo debajo de la puerta. ¿La encuentras?

-Aquí está. Ya la tengo, un momento.

Oí la llave dentro de la cerradura, y la puerta se abrió. La luz entró a raudales, de repente, y me hizo daño en los ojos, hasta que logré ver de nuevo. Me tendían la mano y yo la tomé, saliendo lentamente de la consigna, sintiendo cómo la sangre volvía a recorrer mis adormecidos y doloridos músculos.

Mi salvador era un oficial guapísimo, rubio y alto. Ya me había fijado en él cuando lo había visto en varias ocasiones,en cubierta,flirteando con jóvenes y ricas

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pasajeras. Resultaba increíblemente atractivo, vestido con su uniforme impecablemente limpio y bien planchado. Era sexy, y lo sabía.

- ¿Llevas mucho rato ahí dentro?

-No lo sé,perdí la noción del tiempo. ¿Habéis atrapado al hombre lobo?

-Digamos que ya no es un problema, no te preocupes ahora por eso. Escúchame atentamente. Quiero que vayas detrás y que me mires sólo a mí, y no a los lados. No apartes la vista de mi espalda ¿de acuerdo?

-¿Por qué?

-Porque lo que hay a nuestro alrededor no es demasiado bello de contemplar. No quiero que te traumatices. ¿De acuerdo?

-¿Ha habido algúna superviviente? Mi hermana...

- Sólo tú. Lo siento.

No volvería a verla nunca más.

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El oficial anduvo entre las cajas. Yo procuraba no apartar la vista de su nuca, pero a veces, por el rabillo del ojo, veía sangre,vísceras y trozos de carne roja imposibles de identificar. El licántropo se había puesto las botas aquella mañana.

Llegamos a una plataforma. Un ascensor de carga bastante grande, que permitía a las carretillas transportadoras subir y bajar los palets contenedores con comodidad a los muelles del puerto, y así poder cargar mercancías y provisiones necesarias al barco.

Mi nuevo amigo apretó los botones para subir el ascendor hasta arriba del todo, dejándonos a varios metros sobre el suelo. Desde allí ya no se veían trozos de carne y vísceras,pero sí grandes manchas rojas de sangre por todas partes.

-¿Qué hacemos en este ascensor?

-Desde aquí arriba puedo ver si se acerca alguien. ¿No crees que sea buena idea?

- No, yo sólo quiero irme de aquí.133

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-Yo quiero, yo quiero...¿Y qué hay de lo que quiero yo? No cuento para nada. ¿Eh?-

¿A que venía aquello, qué estaba pasando? Su respuesta no era coherente ni lógica.

-Antes dijiste “hemos venido a rescataros”. ¿Dónde están los demás?

-Tomando champán en alguna fiesta,supongo.- contestó.- o en el casino gastando dinero a manos llenas. A ver cuándo te das cuenta, limpiadora. Eres prescindible. Al resto del mundo no le importas en absoluto. No van a venir a rescatarte, nadie vendrá.

Sólo eres comida.

Entonces me dí cuenta, como bién me había echo ver el licántropo. Sonreí. Habían vuelto a engañarme, pero aquella vez iba a ser la última.Ya no volverían a engañarme nunca más.

El oficial miraba hacia abajo, al gran charco de sangre. Su perfil era precioso, y su pelo brillaba como el trigo al sol. Sus

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ojos eran azules y profundos,como el mar que nos envolvía. Y sus rosados labios comenzaron a entonar una conocilla cancioncilla infantil,tan popular pero a la vez tan siniestra, que para mí se había convertido en el sonido de la propia muerte.

¿Quién teme al lobo feroz,lobo feroz?

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LA NIÑA FANTASMA

Yo era sólo una niña cuando ví aquel fantasma.

Estaba en la casa de mi abuela. Era una vieja granja antigua, de piedra. Tenía casi un siglo. Había vivido dos guerras, la llegada de la luz eléctrica a los pueblos, las obras de la autopista que pasaba cerca... Era exactamente igual que cuando fue construida. Mi abuela la compró de segunda mano a una familia rica e importante, venida a menos. Se casó con mi abuelo, aunque él la disfrutó poco tiempo, sólo el necesario para dejar a su viuda con dos bebés pequeños, mi madre y su hermano gemelo. Allí crecieron mi madre y mi tio pasando las

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calamidades y las penurias del hambre. No era fácil para una mujer sola sacar adelante a dos hijos en la posguerra.

Cuando mis padres se hubieron divorciado, allí nos trasladamos, de nuevo a la vieja granja de piedra. Enseguida me adapté. Me encantaba jugar con los pollitos,las fieles ovejas y con el perro pastor.

Recuerdo que aquel día me había caído en el barro, siendo ya tarde cerrada. Mi madre me preparó la bañera con agua muy calentita, como a mí me gustaba. Así me podría quedar un rarito más, jugando a peinarme con la espuma, y con mi muñeca sirenita. Me encantaba aquella pequeña muñeca con su cola de pez de plástico. Imaginaba que la hacía nadar contra las olas, surcando mares y visitando ciudades submarinas. No en vano era la hija del dios del mar... A ella su padre sí la quería.

Pensando en esto estaba cuando la ví, metida en la bañera, justo enfrente de mí.

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Era una niña pequeña,más o menos de mi edad. Tenía la piel muy blanca, aunque se le veían arañados morados por los hombros, la frente y los brazos. No pude mirarle a los ojos: los tenía tapados por su larga cabellera negra y mojada. No tenía piernas, ni cuerpo. Nada de ella se veía bajo el agua,sólamente del pecho hacia arriba.

Por eso, enseguida, deduje lo que era: una niña fantasma.

Pasaron varios segundos mientras la miraba, muy quieta,en silencio.No sabía qué hacer ni qué sentir. Debería haber tenido miedo,pero no fue así. Sólo podía pensar qué diablos hacía aquella niña fantasma allí, en mi baño. Como si aquella espeluznante visión fuera la experiencia más normal del mundo.Como si fuera un hecho cotidiano que, de vez en cuando, un espíritu de algún difunto se apareciera en este mundo, cuando menos lo esperas.

Mi madre me sobresaltó entrando por la puerta. Y mi nueva amiga había

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desaparecido, tan silenciosa y misteriosamente como apareció.

Le pregunté a mi madre si ella también la había visto, si había presenciado también aquella espeluznante visión. Pero contestó que no.

Y no me creyó cuando le expliqué que en aquella bañera también había otra niña, una niña muerta. Me llamó mentirosa, lo cual era un insulto bastante fuerte para mí en aquellos momentos, y me prohibió volver a hablar del tema nunca más.

Y así lo hice,aunque nunca pude olvidar a aquella pequeña morena,mojada,con arañazos en los hombros,tan pálida como la nieve.

Pasaron los años,crecí,me hice mayor. Fuí al instituto,a la Universidad, conocí a mi esposo y me marché de la granja. Ahora vivía al otro lado del país. Tenía mi propia familia,mi trabajo y mi casa. Hacía mucho tiempo que no regresaba al pueblo hasta que mi abuela murió.

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Nos instalamos en la habitación de invitados de la granja, mi esposo y yo. Los niños dormirían ambos en mi antigua cama. Todos los vecinos del pequeño pueblo se acercaron a casa para darnos el pésame por el fallecimiento. Mi abuela había sido una mujer muy querida para todos, y aquello era maravilloso.

Y, como aquella noche no podía dormir por la intensidad de las emociones vividas, tumbada en la cama con mi marido, empecé a relatarle anécdotas de mi niñez. Él me escuchaba en silencio,hasta que le conté mi extraño encuentro con la niña fantasma.

Era la primera vez que desobedecía a mi madre con respecto a ese tema desde que ocurrió, pero necesitaba contárselo. Era algo que me había guardado para mi sola durante demasiado tiempo. Y cuando él me aseguró que creía cada palabra de lo que le estaba contando, no pude evitar romper a llorar.

Unos días más tarde, cuando mi abuela ya descansaba en paz en su tierra natal y los ánimos estaban más templados, mi marido y 140

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yo visitamos la biblioteca local. Una amiga de la infancia trabajaba allí, y me comentó que en los archivos del pueblo quizá habían documentos sobre la familia que construyó la granja, y si allí había ocurrido algun siniestro interesante que ayudara a resolver el misterio de la niña fantasma.

Rescatamos unos periódicos viejos y papeles. Al parecer, mis abuelos compraron la casa y las tierras muy baratas, porque éstas tenían una leyenda negra. Se decía que la familia que antes vivía allí había sido víctima de sucesos paranormales. Los pobres habían huído de allí aterrorizados, pues la hija pequeña decía haber visto un espíritu.Enseguida me sentí identificada con ella. Pues no había sido yo la única en ver aquel espectro,después de todo.No había sido una locura, ni la imaginación desbordante de mi mente.

Pero, a diferencia de mi familia, la de ella sí la había creído. Quizá por la época en la que vivían, quizá porque antes la gente era más crédula en lo referente a lo

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desconocido. El caso era que habían vendido la casa inmediatamente y, sin pensárselo dos veces, se largaron de allí.

Había también una foto muy antigua, en tonos sepia, con los bordes carcomidos. Se trataba de la familia en cuestión, vestidos como era la costumbre en la época, de negro y con pañuelos en las cabezas de ellas, sombreros en las de ellos. Bastante catetos, si, pero felices. Una familia numerosa, muchos niños y todos sonreían mientras el fotógrafo les daba instrucciones para que miraran al flash.

De repente, un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. Allí, mirándome desde esa foto, estaba mi niña fantasma. Sus ojos rebosaban de vida, y sonreía,junto con su familia. Pero era ella. No me cabía la menor duda.

¿Cómo era aquello posible? ¿Acaso no había muerto en aquella casa? ¿Cómo es que sus padres la vendieron cuando ella misma había visto un espíritu? No entendía nada. No tenía ninguna lógica. 142

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A no ser que no fuera ella, sino otra niña, la que había muerto allí. Mi amiga trajo más papeles. Entre ellos, unos dibujos infantiles. El papel estaba gastado, amarillento. Pero aún así, los grotescos trazos de cera de colores se dibujaban en él con total claridad y fuerza. Y, de repente, todo cobró sentido.

Allí, la niña había dibujado una bañera. Se había representado a sí misma,lavándose el cabello, largo y negro. Pero, junto a ella, había otra niña, también metida en el agua. Esta última no tenía piernas, pero sí un brazo. Y en su mano sujetaba algo... una muñeca, una pequeña sirenita.

Leí en el reverso del dibujo las palabras de aquella pequeña:

“Hoy me he caído en el jardín, y en la bañera he visto a una niña que estaba muerta. Me he asustado mucho y mañana nos vamos de aquí”.

Si, yo misma había sido el fantasma de esa pobre niña aterrada, al igual que ella había sido el mío.143

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CORAZÓN ALIENÍGENA

Aquel era mi primer piso. Desde que cumplí la mayoría de edad, deseaba ser independiente. Y ahora, después de muchos años y trabajo, al fin había logrado mi sueño.

Alquilé un pequeño apartamento amueblado a las afueras de la ciudad. Estaba en un barrio tranquilo de la periferia. Cerca había una pequeña cala, y más allá una montaña de piedra. Era un lugar precioso, con fama de mágico. Se decía que en la montaña, sagrada para algunos, se habían producido contactos con objetos volantes, desapariciones misteriosas y extrañas luces, como auroras boreales, en ciertos días de la estación estival.Pero yo no vería nada de esto cuando me asomara por alguna de las ventanas, sino un patio de luz donde los vecinos tendían la ropa y colocaban en 144

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repisas de hierro las bombonas de butano. Quizá por eso me lo alquilaron tan barato.Pero no podía permitirme nada mejor,y tenía mucha prisa por saber lo que se sentía al vivir sola.

Los muebles que me dejaron con la vivienda estaban muy viejos, color caoba oscuro, rallados y llenos de desconchones. Sillones de ante, mesita para la televisión con ruedas,una cama llena de bultos y muelles pinchudos... incluso tenía un cuadro antiguo, típico del sagrado corazón de Jesús, en la cabecera de la cama. Me daba bastante repelús y pensé en cambiarlo por algúna ilustración moderna de un autor gótico. Quizá lo redecorara todo cuando tuviera dinero...pero lo primero que tiraría a la basura sería ese anticuado cuadro.Hasta el marco, dorado y fino, era horroroso.

Aparte de la decoración ordinaria la vivienda en sí estaba bastante bien. Aunque los vecinos dejaban mucho que desear. A mi lado vivía una señora divorciada, su madre anciana y tres niños, a cada cual más

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hiperactivo y malcriado. Se pasaban el día gritándose palabras soeces, insultándose y dando golpes a las puertas.

Los vecinos de arriba tampoco eran demasiado considerados. La señora andaba siempre en tacones, con lo cual parecía que en su casa vivían una manada de caballos al trote. Dejaban la televisión encendida con el volumen a tope hasta altas horas de la noche, y de vez en cuando arrastraban sillas y mesas, produciendo un estruendo gigantesco, sin tener en cuenta que abajo tenían a alguien durmiendo.

Al principio de trasladarme a vivir allí, como oía tantos ruidos y viviendo sola, imaginaba que alguien, un extraño, entraba en casa a hacerme daño, y ese pensamiento,unido a los ruidos incesantes de estos desvergonzados vecinos, me quitaban el sueño. Luego,cuando ya llevaba algún tiempo, me di cuenta de que mis miedos eran una tontería, me fuí calmando y ya sí que lograba dormir, aunque nunca lo hice del todo tranquila. Estos terrores son

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muy comunes entre las personas que viven solas, pero nadie lo admite y mucho menos lo cuenta.

Una noche de lluvia y frío llegué del trabajo empapada. Mientras me quitaba la ropa mojada, miré el cuadro encima de la cabecera de la cama. Parecía que el cristo me miraba desde él. Sus ojos azules, tristes,demasiado dulces,enmarcados en sangre cayendo desde la frente pinchada por la corona de espinos.Y el pecho abierto, con el corazón visible y una gran aura de luces saliendo de él.

Me desvestí despacio, sin apartar la vista del lienzo y tras buscar en el cajón el pijama, salí de la habitación lo más rápido posible.¿La cabeza de Jesús salió del cuadro a mirarme mientras me marchaba o había sido imaginaciones mías?

Llené la bañera con agua muy caliente. Aunque el piso era viejo, aquello fue lo que más me atrajo a la hora de alquilarlo:la enorme bañera. Me encantaba sumergirme por completo en las cristalinas aguas,casi 147

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ardientes, y contener la respiración todo lo que pudiera. Oía las conversaciones de la gente, los coches que pasaban por la calle e incluso mi propio corazón, bombeando sangre deprisa y fuerte.Y cuando ya pensaba que no podía aguantar más salía despacio, muy despacio, rompiendo la fina membrana que separa el agua del aire,como si fuera un líquido viscoso,sintiédolo en la piel.

Pero aquella noche, cuando estaba escuchando mi ritmo cardíaco, oí claramente una voz de hombre.

-¡Márchate!-me gritó .

Asustada salí de la bañera de un brinco. Mientras me secaba aceleradamente, recordé que a veces las voces de los vecinos se distorsionan con el agua, y parece que están cerca aunque estén lejos.

Me puse el pijama y, cuando me disponía a secarme el cabello, algo me dejó helada. En el espejo del lavabo, con el baho, había algo escrito:

MÁRCHATE.148

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Un escalofrío de terror me recorrió de arriba a abajo. ¿Qué era aquello, una broma pesada? ¿Uno de aquellos fenómenos extraños o fantasmas?¿Una reacción producida por el estrés?

Lo primero en lo que pensé fue en hacer caso a aquel mensaje enseguida y largárme de allí. Iría a casa de mis padres, les contaría lo sucedido y dormiría en la habitación de invitados, o con alguna de mis hermanas. Pero,al meditarlo más detenidamente, me dispuse a considerar que quizá sería presa de las burlas de mi familia, que me tacharían de loca, o que mis padres no creerían todo aquello y pensarían que me había dado miedo de vivir sola y lo de la voz y las letras del espejo eran sólo una excusa, una mentira para justificar mi pánico.

Decidí quedarme en casa. Me preparé una tila y ví un rato la televisión,para calmarme. Fue un programa aburrido, de famosos y cotilleo. Si su objetivo era que la gente se aburriera y les entrara la somnolencia, lo habían cumplido con creces.

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Era alrededor de la media noche cuando me acurruqué entre las sábanas. Las mantas pesaban muchísimo,pero eran necesarias. No disponía de calefacción y aquella noche era inusualmente fría. Todo estaba oscuro, aunque no en silencio. Mis vecinos de nuevo hacían de las suyas, pero no me importaba. Oir sus gritos y ruidos me hacían sentir más acompañada. En este estado de nervios en el que me encontraba, saber que estaban ahí era sin duda un consuelo.Decidí encender una vela, para que se apagara sola cuando me quedara dormida. No podría dormir con la oscuridad rodeándome,aquella noche no. Y la pequeña llamita me tranquilizaba, con sus danzarinas sombras proyectándose en las pareces de la habitación.

Ya me estaba venciendo el sueño cuando oí un ruido procedente de la entrada. Escuché cómo se abría la puerta. Y después se cerraba.

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-Será en la casa de los vecinos, que se oye tan claramente debido a la noche que parece que haya sido en esta.-pensé.

Pero me equivoqué, porque seguidamente oí pasos en el pasillo. Era alguien andando. Había entrado un intruso en mi casa, y llegaría donde estaba yo en cuestión de segundos. ¿Serían ladrones?¿Habían entrado a agredirme,matarme? De nuevo, el pánico se apoderó de mí. Abrí los ojos como platos cuando el picaporte de la puerta de mi habitación giró. Quería gritar, pero no podía: el miedo me impedía hacerlo.Se abrió lentamente,produciendo un chirrido propio del óxido en las bisagras. Y lo que allí ví, alumbrado con el débil resplandor de la pequeña vela, me dejó sin aliento.

Era una criatura extrañamente familiar. Tenía una cabeza grande, amorfa, sin pelo. Unos ojos grandes, almendrados y carente de párpados y pestañas. Su boca era pequeñísima, apenas una ranurita sin labios. Su cuerpo, pequeño y delgado, como el de un niño desnutrido, sin ropa, sin genitales,

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gris. La piel me recordó a la de los delfines, como plastificada.

-No tengas miedo.- Me dijo, sin hablar. Directamente oí su voz en mi cerebro.- No voy a hacerte daño.

Intenté salir de la cama, pero mi cuerpo no me respondía. No podía moverme, ni hablar. Incluso respiraba con dificultad. Sin duda el extraterrestre estaba ejerciendo sobre mí un poderoso poder mental.

-¿Qué quieres de mí?- Le pregunté.

-Sólo quiero ver cómo vives.

-¿Eres científico, estás estudiándome?

-Algo así.

La criatura atravesó la habitación despacio. Miraba mis cosas: los perfumes en el estante, el espejo del tocador, la ropa encima de la silla,los zapatos. Estuvo mucho tiempo observándolo todo a la luz de la vela, y lo único que yo podía hacer era temblar y esperar a que se marchara.

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De repente,algo captó su atención. Era el cuadro del Cristo colgado en la pared. Se acercó con suma curiosidad y, tras escudriñarlo detenidamente, me preguntó:

-¿Quién es este humano?¿Es un pariente tuyo?

-No.- le contesté.- Es el hijo de Dios.

-¿De cual dios? Teneis muchos.

-El dios judío. Este es Cristo, su hijo. Dió lugar a la religión cristiana. ¿Sabes cuál es?

-Ah, si. Vosotros todavía creeis en dioses y personas con poderes mágicos, que atrasados. Sois demasiado jóvenes aún, no sabéis nada del universo en el que vivís,aunque os creeis muy importantes. Y ¿Qué es eso que le sale de ahí al hijo de tu dios?-

Me preguntó, señalando su pecho

-Es su corazón. Verás, él nos dió su amor.¿Conoceis vosotros el amor?

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-No, no sé lo que es eso. ¿Me lo puedes explicar?

-Es algo que sientes dentro, y que puedes dar sin esperar nada a cambio.

-Nadie da algo a cambio de nada. Eso es algo inconcedible para nosotros.

Me miró a los ojos. Sentía curiosidad por aquel concepto nuevo para él. Seguramente en su planeta no tenían emociones.Amor, odio, empatía,celos... Sólo palabras que para los demás habitantes del espacio no significaban nada, pero que para los humildes terrestres lo eran prácticamente todo. Me dí cuenta entonces de que los sentimientos, buenos y malos, marcan nuestras vidas y nuestras obras, y son el principal motivo de nuestra existencia.

-¿Tù podrías darme tu amor si quisieras?

-Si, todos los seres humanos podemos amar, si es a eso a lo que te refieres.

El extraterrestre se acercó a mi. Destapó un poco mis mantas y me abrió los botones

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del pijama,dejando al descubierto mi pecho desnudo. Podía sentir su piel fría y tersa rozándome. De repente, noté un agudo dolor en el pecho,tan fuerte que creí que me desmallaba.

Lo último que ví fué al alienígena, mirando en su mano mi corazón palpitante, sangrando.

-Y ahora ¿Qué tengo que hacer con esto para sentir ese amor?

Pero no le respondí. Ya no podía. Había muerto.La criatura salió de mi casa, con el corazón en las manos. Se dió cuenta de que era tan sólo un órgano inútil, como todos los que había estudiado antes en las pruebas y sondas que había efectuado a otros seres humanos como aquel.

El corazón era sólo un motor biológico que bombeaba la sangre, nada más. No tenía poderes especiales, ni salían rayos de luz de él, ni eso que la estúpida humana había llamado amor.

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Cansado de llevar ese trozo de carne inservible entre sus largos dedos, lo tiró a una papelera, camino de su nave espacial.

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CIELO OSCURO

Era el fin del mundo, como habían predicho los mayas. El caso es que la profecía se cumplió, y ahora lo estábamos viviendo. Todo fue tan deprisa...

Aquella mañana la gente se levantó,desayunó,se fue a trabajar, como cada día normal. Pero eran las diez cuando, de repente, una gran nube negra oscureció el cielo.

Yo estaba trabajando en la fábrica. Ví cómo la luz natural que entraba por las pequeñas ventanas de la pared,se marchó de repente. Las máquinas se pararon. Todo se quedó en silencio. Mi compañera de mi lado, una señora muy morena, nativa del sur

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del país, me miraba muy asustada, con sus ojos abiertos y redondos como platos.

-¿Qué pasa?¿Por qué hemos dejado de trabajar?

-No sé. De repente se ha puesto muy oscuro. ¿Se habrá ido la luz eléctrica?

-Pero no es solamente la electricidad, es que parece como si se hubiera hecho de noche.

El encargado se acercó a nosotras.

-Parece ser que nos vamos. Recojed vuestras cosas y dirigios a la puerta de salida. Pero antes, decidme vuestro número de trabajadora para que lo apunte, pues la máquina de fichar no funciona.

-¿Qué es lo que ha pasado?

-No lo sabemos. Pero el presidente del Gobierno ha salido por la televisión y a ordenado que todo el mundo se dirija a sus respectivos hogares y se resguarden.

-Que raro, ¿No?- preguntó mi colega. -¿No habremos entrado en guerra o algo así?159

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-No se sabe. A ver si cuentan algo, Por de pronto, marchaos a vuestras casas con vuestras familias, y si no pasa nada, mañana volvemos a la misma hora.

Salimos sin hacer ruido. El cielo estaba negro, encapotado. El aire era denso, y traía un extraño olor a quemado y huevos podridos.

Corrí a mi coche. Enseguida pensé en recoger a mi hijo, pero antes llamé a mi marido por teléfono, mientras me acomodaba en el asiento del conductor.

-Cariño, nos han echado del trabajo por hoy. ¿Estás bien?

-Si, si estoy bien. ¿Es por lo del cielo que os han dicho que os vayais?

-Sí, parece ser que es un mandato del gobierno...

-A nosotros nos han dicho lo mismo.¿Sabes lo que está pasando?

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-No, nadie lo sabe aún. Voy a recoger al niño al colegio, y nos vemos en casa.

Tardé más de la cuenta en llegar al instituto. La caravana de coches era interminable, y apenas avanzábamos. Había sido un milagro que pudiera hablar con mi marido por teléfono, pues mientras estaba en la cola intenté llamar a mis padres, y fue prácticamente imposible.

Todos los chavales se encontraban en el patio, mirando hacia arriba. Y sus padres también, metidos en los coches,haciendo sonar el claxon como locos.Era extraño verlos a todos allí,juntos, victimas de la histeria.Llamé a mi hijo, entre pitidos ensordecedores. Me escuchó, a pesar del estruendo, y corrió a refujiarse conmigo.

-Mamá ¿Que es lo que pasa en el cielo?

-No lo sé. Ponte el cinturón. Vamos a casa.

Conduje en silencio, mirando a mi hijo de vez en cuando por el retrovisor interior.Lo notaba preocupado, estaba pálido y serio.

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No era propio de él, siempre tal alegre y optimista.

Comenzó a llover. Pero no era agua lo que caía del cielo, sino pequeñas partículas negras. Parecía ceniza. Activé los limpiaparabrisas, pero lo único que conseguí fue ensuciar aún más el cristal. Afortunadamente ya estábamos llegando.

Corrimos ambos hacia el portal, tapándonos la cabeza para que las cenizas no nos calleran en el pelo. Estaban calientes, y las que nos rozaban en la piel nos la quemaba débilmente, incluso la ropa se agujereaba un poco, dejando un pequeño surco negro.En el portal estaba mi marido, esperandonos.

-¿Cómo estais?- Nos abrazó.

-Bien, bien. Algo asustados. Al final llegaste tú antes que nosotros...

-Vine andando. La gente se volvió loca, todo el mundo a cogido el coche, y en la carretera se formó un caos tremendo, así que...162

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-Y eso que vivimos en un pueblo pequeño. No quiero ni pensar la que se habrá liado en la ciudad...

-Subamos al piso a ver lo que dicen por la tele.

Fue lo primero que hicimos al pasar por la puerta. Encender la televisión. Allí, unas imágenes grabadas desde un helicóptero, y una voz en off muy alterada que explicaba lo que estábamos viendo.

“El super volcán de Yellowstone ha entrado en erupción violentamente. En estos momentos vemos cómo la nube de cenizas se está extendiendo rápidamente por todo el globo. Ni tan siquiera los polos se libran de esta nube tóxica...”

Ríos de lava y humo negrísimo. Rocas ardiendo salían disparadas por la furia de los gases volcánicos, y caían desde el cielo,provocando una destrucción y tragedia como nunca antes la humanidad había presenciado.

“Millones de norteamericanos han perecido ya a causa de las rocas ígneas y la gran nube de cenizas. 163

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Los gases están produciendo muertes por todo el planeta. Todo el agua potable y salada está contaminada. Todos los animales de la tierra y el mar están muriendo. El planeta va a dejar de ser viable para cualquier forma de vida en cuestión de horas.”

-Supongo que estos son nuestros últimos minutos de vida...

Besé tiernamente a mi esposo en los labios. Luego abracé a mi pequeño. ¡Lo sentía tanto por él!Había tantas cosas que,debido a su juventud, todavía no había vivido...

Pero ya era tarde. Aquel era el fin del mundo.

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LA CHICA MORENA

Cierto día de mucho sol,temprano,de buena mañana,apareció. Surgió como de la nada, andando a trompicones por el camino del cortijo,junto a la casa grande.Iba desnuda,como su madre la trajo al mundo,pero algo más crecida,pues ya era una muchacha joven.Tenía el cabello larguísimo, de un claro color castaño,que relucía bajo los rayos del sol como el tronco de los árboles. Su piel era color canela,tan suave y lisa que parecía moldeada de arcilla.

La miré fíjamente.me sorprendió ver a alguien por el cortijo grande,que no tenía inquilinos, y mucho más cuando comprobé que era una chica desnuda.

Ella reparó en mi presencia y, también sorprendida,se quedó muy quieta,junto al sauce llorón que había junto a la puerta de entrada. A pesar de estar bastante lejos,pude ver claramente sus brillantes ojillos 166

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almendrados. Poseía la mirada de los animales salvajes cuando se saben observados por los cazadores,y presienten que aquel momento es el último.

No tuve miedo;todo lo contrario. Aquella preciosa joven me causó un gran sentimiento de ternura.Quizá por su belleza,o tal vez por su desvalida desnudez,no lo sé. Al cabo de unos segundos, reaccioné. Quise avisar a mi esposo de que teníamos visita en el aislado cortijo,aunque un tanto extraña. Me dí la vuelta para entrar por la puerta de casa,pero algo me hizo volverme a mirar de nuevo a la chica morena. Ya no estaba allí.

Después del estupor,pensé que quizá el calor del sol,que caía a plomo en el desierto,me había gastado una mala pasada y había visto un espejismo. Sí,era lo más probable: había tenido una alucinación provocada por un principio de insolación.No volví a pensar en ella. Ni siquiera le conté a mi marido mi supuesto encuentro con la bella joven.

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Pasaron varios días, y la vida seguía con normalidad y rutina en el cortijo aislado donde vivíamos. Por las mañanas buscábamos leña para hacer la comida al fuego de la lumbre, o limpiábamos de malas hiervas el patio interior de las cuadras. Después de comer nos hechábamos la siesta o nos tomábamos un café calentito,con una tranquilidad pasmosa que para sí quisieran los clientes de los spas más exclusivos. Cuando caía la tarde y ya refrescaba un poco,volvíamos a salir para trabajar algo más,hasta que casi oscurecía.

Cierta tarde, mi padre y mi hermana pequeña vinieron a visitarnos. Trajeron algo de comida ,que preparé con gusto. Luego,salí a pasear con mi padre,para estirar un poco las piernas.Subimos por la gran rambla seca, antaño manantial de agua cristalina, rumbo al pozo de arriba. Yo sabía que no podríamos llegar hasta allí porque el camino estaba bastante inaccesible debido a las hierbas que habían crecido sin control durante el anterior invierno. Todavía quedaba un pequeño charquito de agua, en

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aquel supuesto manantial del que, antiguamente,manaba a borbotones todo el año.

Me gustaba que mi padre paseara conmigo por las montañas. Como buen conocedor del campo,me enseñaba qué plantas eran comestibles,sus nombres y cómo encontrarlas.También me comentó que,cada vez que venía al cortijo,se encontraba mejor. Quizá sea el aire puro que se respira en estas montañas,tan diferentes al cercano desierto. Los árboles juegan un papel fundamental en el bien estar de los animales, y de las personas.

Me preguntó si habían cabras montesas por la zona. Yo respondí,ingenuamente,que no lo sabía,pues nunca había visto ninguna. Sonrió como si supiera algo que yo desconicía. Acto seguido me señaló un risco escarpado con el dedo, y allí estaba...Era,efectivamente, una cabra montesa joven,con el pelo color canela,preciosa. Nos escrutaba desafiante desde lo alto,aunque parecía que no nos

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tenía ningún miedo. Andaba despacio por aquellas escarpadas piedras,pero con la seguridad que dan las finas patitas a este tipo de animales,evolucionados para ser verdaderos genios de la escalada.

Deduje que la joven cabrita montesa había bajado al pequeño charco a beber agua.Nos acercamos despacio para no asustarla. Queríamos verla más de cerca.Aunque durante unos instantes la perdimos de vista, y ella aprobechó para subir más alto,casi llegando a la cumbre del monte.

Estaba ya lo suficientemente cerca como para verle la carita. Ella me devolvió la mirada,desafiante. Y sus ojos,pequeños y almendrados,tenían la misma expresión y brillo que descubrí en la chica morena y desnuda que apareció de la nada cierta mañana.

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ACERCA DE LA AUTORA

¿Quién soy? Sólo un ama de casa a la que le gusta contar historias, nada más. Algunas de ellas basadas en mis propias vivencias; otras completamente inventadas en momentos de aburrimiento o de inspiración, que de todo hay en la vida...

Escribo desde siempre, prácticamente desde que me enseñaron las letras en la escuela. A veces con más acierto, otras con menos, pero siempre procurando utilizar un lenguaje sencillo y fácil de entender para todo el mundo. Quizá por esa razón no se me considera una persona culta y refinada, pero tampoco lo pretendo. Cuando alguien elige leer una de mis hirtorias, quiero que se entretenga y se distraiga, no que aprenda; para eso ya están los profesores y no me toca a mí ser uno de ellos.

Sin embargo, he de confesar que el echo de que tú, estimado lector, ahora estés 172

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leyendo estas palabras me llena de gratificación y orgullo, pues secretamente nunca pensé que, algún día, mi extraña afición a plasmar en el papel las historias que pasaban por mi mente se convertiría en este libro que tienes entre las manos, y mucho menos que se publicarían y gustarían a personas tan reales y corrientes como yo.

Estos cuentos han formado parte importante de mi vida; han sido una válvula de escape en los momentos de ansiedad, una forma de entretenimiento también. Han viajado conmigo y han estado siempre allí. Algunos han sido publicados en revistas, otros no habían visto la luz hasta ahora. He leído y releído estas páginas, olvidando muchas veces que fuí yo misma quien las escribió, y asombrándome otras tantas con alguna palabra soez, algún texto poético o algún susto inesperado.

Las ilustraciones del genial Jesús Vázquez Rodriguez enmarcan perfectamente las historias. No tenéis más que fijaros en el hombre lobo de “Quién teme al lobo feroz”

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o el tierno feto mutante de “Una criatura de la media noche”. Todas las ilustraciones me parecen preciosas y han sido elegidas expresamente para que estas historias estén mejor ambientadas. Por eso quiero hacer una mención especial a Jesús y a sus obras de arte, y darle las gracias, porque sin su ayuda y apoyo este libro nunca habría visto la luz.

Por eso, tengo la sana esperanza de que a tí, estimado lector, te haya pasado también y hayas disfrutado con la lectura de este pequeño librito, que no sólo está lleno de mis febriles “visiones de terror”, sino que forma parte importante de mi vida y espero que, de alguna manera, también de la tuya.

De todo corazón, muchas gracias.

Gracia Muñoz. 29 de Septiembre de 2014.

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Puedes encontrar más información sobre Gracia y sus obras en su página oficial de Facebook:

https://www.facebook.com/graciamunozescritos

En su blog personal:

http://graciamg.blogspot.com.es/

O si quieres contactar con ella puedes hacerlo a su email:

[email protected]

Para conocer más acerca del ilustrador Jesús Vázquez y su arte, podéis hacerlo a través de su página oficial en Facebook:

https://www.facebook.com/IlustracionesJesusVazquez

En su blog personal:

http://ilustracionesjesusvazquezrodriguez.blogspot.com.es/

O a través de su email

[email protected]

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