MTV DE TERROR

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EDICION LIMITADA SOLO PARA… EL CCCP El Terror se encuentra cerca de ti descubre las historias de miedo que te rodean. SOLO PARA ESCÈPTICOS.

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Esta revista es para las personas que son curiosas y que les gusta el miedo o saber sobre mas cosas misteriosas que lo rodean, datos curiosos entre otros.

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EDICION

LIMITADA

SOLO PARA…

EL CCCP

El Terror se encuentra cerca de ti descubre las historias de miedo que te rodean.

SOLO PARA

ESCÈPTICOS.

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Tabla de contenido

Descubre tus fobias. ......................................................................... 3

HISTORIAS DE TERROR. .................................................................. 6

El mimo ....................................................................................... 7

El gato negro ............................................................................. 13

La muerte y la parra de uva……………….…………………………………23

Entrevista y otros……………………………………………………………..….25

Expedientes paranormales……………… ………………………….……..26

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Descubre tus fobias.

Puedes tener

miedo de

ciertas cosas,

animales

etc…

Descubre cómo

se llama tu

miedo.

Tal vez no

sabías de ti…

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Acrofobia: horror o vértigo a las alturas.

ARACNOFOBIA

La aracnofobia es el asco o fobia a las arañas. Es una de las

fobias más comunes, y posiblemente la fobia de animales más

extendida.

CLAUSTROFOBIA

Es el miedo a los espacios pequeños, Al ser un miedo a los

espacios cerrados, aquellos que la padecen suelen evitar los

ascensores, los túneles, el metro, las habitaciones pequeñas, el

uso de técnicas de diagnóstico médico como el TAC o la RMN.

COULROFOBIA

La coulrofobia es la fobia o miedo irracional a los payasos. Afecta

especialmente a los niños, aunque puede aparecer en

adolescentes y adultos.

ESPECTROFOBIA

Se define como un persistente, anormal e

injustificado miedo a los espectros o a los

fantasmas.

Quienes sufren de esta fobia experimentan una

ansiedad indebida incluso cuando pueden darse cuenta de que su miedo es irracional. Pueden

temer internarse en los bosques, en casas vacías o en lugares oscuros y pueden reaccionar con

alarma ante ruidos extraños o inexplicables.

Fuentes: http://listas.20minutos.es/lista/las-30-fobias-mas-comunes-y-extranas-369572/

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HEMOFOBIA

Es el miedo a la sangre y también a las heridas en sí. Las personas

que tienen fobia a la sangre temen las heridas, cortes y las

jeringuillas.

AEROFOBIA

La aerofobia o miedo a volar es el temor o fobia a volar

en aviones. Puede ser una fobia por sí misma, o puede

ser una manifestación de una o más fobias, como la

claustrofobia (el miedo a los espacios cerrados) o

acrofobia (el miedo irracional e irreprimible a las

alturas).

OFIDIOFOBIA

La ofidiofobia es el miedo a las serpientes. Quienes

padecen ofidiofobia no sólo sienten el miedo al

exponerse a una serpiente real

MISOFOBIA

También llamada germofobia, bacilofobia o bacteriofobia, es

el miedo patológico a la suciedad, la contaminación y los

gérmenes.

Fuentes:

http://listas.20minutos.es/lista/las-30-fobias-mas-comunes-y-extranas-3695

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HISTORIAS DE TERROR.

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El mimo

SINOPSIS

¿Puede matar el silencio?

Si alguien le hubiese preguntado a Oliver qué le gustaría ser de mayor, mimo habría sido lo

primero que se le habría pasado por la cabeza. Sin embargo, si unos años después le hubiesen

ofrecido trabajar en esta silenciosa profesión, su interlocutor habría acabado muy mal parado.

Oliver comenzó a admirar a los mimos la primera vez que vio uno. Fue cuando tenía ocho años y

aún estaba entre aquellos muros gruesos y marrones impregnados de soledad y tristeza. El

Orfanato «Cradle Child». O como él lo llamó más adelante, «La Cueva», ya que ahí dentro todos

los días eran igual de oscuros. Solo hubo uno que logró iluminarlo un poco; un emocionante día

que le hizo olvidar dónde se encontraba, y que antes de escaparse y conocer al mimo había estado

reviviendo una y otra vez en su recuerdo.

Aquel día, la dirección de Cradle Child preparó una excursión al circo.

Hacía una tarde calurosa. El sol iluminaba cada una de las carpas, arrancándolas una sonrisa llena

de vivos colores. El rojo, el verde y el dorado bañaban todo el terreno en el que aquel circo

ambulante había aterrizado, como si se estuviesen viendo las cosas a través de esos traslúcidos

papelitos de colores.

Las jaulas oxidadas de los animales también despedían brillos, provocados por el sol. Al paso de la

fila de los niños y profesores, los leones dormitaban y los tigres rugían; fuera de jaulas, los

elefantes alzaban su trompa como saludando. Había también algunos monos. Uno se subió al

hombro de Oliver y comenzó a meterle el dedo en el oído. Al niño no le gustó nada de nada; le

hacía cosquillas, y a él no le gustaban las cosquillas, de hecho, repudiaba cualquier tipo de

contacto físico.

Trató de avisar a uno de los profesores, pero claro, las palabras no pasaron de su garganta, y solo

emitió un inaudible gemido. Por otra parte, podía olvidarse de que le vieran, pues los tres

profesores encargados de supervisar la excursión estaban tantos o más embobados con los

animales que los niños. Así pues, apretó los puños y los dientes para tratar de contener la

repulsión y justo cuando las lágrimas amenazaban con lanzarse al vacío, uno de los muchachos se

percató del mono sobre el hombro de Oliver.

— ¡Mirad, un mono encima del Mudo!

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Todos los niños se giraron hacia el niño que se quedó mudo a los tres años tras un accidente en el

que murieron sus padres —un accidente que él no recordaba— y estallaron en carcajadas y dedos

índices. Los tigres, excitados, aumentaron sus gruñidos, e incluso uno de los leones se levantó

sobre las patas e imitó a su salvaje compañero.

La sangre de Oliver ascendió hasta sus mejillas y algo le golpeó en el pecho. De pronto, un

sentimiento más poderoso y peligroso expulsó a la repulsión, y antes de que su cerebro enviase la

vseñal, ya había aferrado al mono de los pelos y lo lanzaba contra Silvio, el niño que siempre se

metía con él.

La garganta de Oliver soltó un ronco gruñido que le hizo daño. Tosió en silencio. El mono, a su vez,

chilló, y se alejó corriendo de allí.

— ¡¿Qué está pasando aquí?! —preguntó la profesora Fernanda.

—El Mu… Oliver me ha tirado un mono a la cabeza —replicó Silvio en tono inocente y casi

llorando.

—Oliver, siempre Oliver —suspiró la profesora—. La de guerra que das para no hablar, niño. Ven

aquí conmigo. —Le cogió del brazo con fuerza suficiente para hacerle daño y se le llevó a la cabeza

de la fila, junto a ella.

Oliver apretó los dientes. Odiaba que le tocaran.

Aquello que dijo la profesora Fernanda no era del todo cierto. Él no daba guerra, él nunca hacía

nada malo, excepto en aquellas ocasiones en que esa presión invadía su pecho y actuaba sin

control de sí mimo. Pero la mayoría de las veces, los demás niños le acusaban de cosas que ellos

habían hecho, y como Oliver no podía defenderse hablando, ni escribiendo, pues aún no lograba

entender todos esos extraños símbolos, permanecía con la cabeza gacha y soportando todas las

regañinas de los profesores.

El incidente del mono fue olvidado cuando el mimo ocupó el centro del escenario bajo la carpa de

espectáculos.

A Oliver no le llamó la atención aquella ropa tan fuera de lugar en un mundo repleto de colores

como ese; ni siquiera provocó un sorpresivo alzamiento de cejas el hecho de que tuviera la cara

completamente blanca o los teatrales movimientos en el aire. No. Tal vez solo al principio, cuando

fue presentado, pero segundos después, todo ello desapareció de su mente, y esta se llenó de

silencio. Absoluto silencio.

¡Aquel hombre no hablaba! ¡Era como él! Movía la boca, pero no salía ni un ruido por ella. Ni un

gruñido. ¡Era todavía más silencioso que él y aún así estaba ahí, dando un espectáculo, siendo

alguien importante! Hasta ese momento, Oliver había pensado que siempre estaría solo, que

jamás podría salir del orfanato porque nadie le querría o porque no habría nada esperándole más

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allá de esos muros. Hasta ese momento, pensaba que él era la única persona muda en el mundo.

Sin embargo ahora veía la verdad. Ahora veía que había otra persona como él —tal vez incluso

hubiesen muchos más—, y que además era capaz de colocarse frente a cientos de personas y

hacerlas reír y divertirse.

Durante el tiempo que duró la actuación del mimo, solo estuvieron ellos dos bajo esa carpa. El

mimo y Oliver. Oliver y el mimo.

Contemplando maravillado nada más que su boca, el niño tomó una decisión. La primera en su

vida.

Tenía muy claro que no pensaba quedarse para siempre encerrado en Cradle Child.

Se escaparía.

Al final no fue tan difícil escaparse de la Cueva. Tuvo que esperar dos años, sí, pero una vez había

logrado estudiar a conciencia todo el edificio y había planeado su huída, fue pan comido. Eso sí, no

se fue sin antes dejar un regalito a Silvio, concretamente en sus zapatillas, esas que se calzaba

nada más bajar los pies de la cama. Le habría gustado ver cómo las chicnchetas se hundían en sus

talones. Pero tenía que marcharse esa noche de celebración de fin de año.

Ni siquiera echó un último vistazo a la enorme puerta forjada con dos ces enormes cuando echó a

andar libre por la carretera.

En su mente solo había una esperanzadora imagen. La de la boca silenciosa de aquel mimo que vio

cuando tenía ocho años.

Tenía que encontrarle.

Más suerte no pudo tener. Resultó que el circo aterrizó en aquel pueblo para quedarse. Eso le hizo

preguntarse a Oliver el por qué no les habían vuelto a llevar de excursión allí, sin obtener

respuesta.

Por la noche era totalmente diferente que por el día. Los vívidos colores parecían muertos, los

sonidos de los animales provocaban escalofríos, y desde una destartalada caravana, emergían

unos grititos femeninos. Por un instante deseó dar media vuelta e introducirse de nuevo en el

silencio de las calles, pero la imagen del mimo insistía en que continuara su avance.

El suelo estaba embarrado por las lluvias de los días anteriores; pronto sus zapatos

desaparecieron.

Vislumbró una luz en una carpa más pequeña a la del espectáculo, pero más grande que las otras

dos que había a su alrededor.

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Entró en ella.

Allí encontró al hombre que había sostenido el micrófono y hecho las presentaciones el día de su

visita. Un hombre gordo y de fino bigote al que sorprendió en pleno proceso de algo.

Los dos se quedaron inmóviles. Finalmente, el hombre terminó de enrollar un papel largo y blanco

sobre lo que parecía hierba picada, y le habló.

— ¿En qué puedo ayudarte, muchacho? ¿Has perdido a tus padres?

No podía estar más en lo cierto.

Oliver sacó una libreta de su bandolera, y escribió con esfuerzo:

« ¿Dónde está el mimo?»

Su letra dejaba mucho que desear, pero el hombre le entendió.

—Oh, con que eres mudo, ¿eh? —Dejó el cilindro sobre una mesita redonda y se acercó a Oliver—.

No necesitas al mimo para trabajar aquí. Soy yo quién tiene que decidirlo.

« ¿A sí?», escribió con una sonrisa.

El hombre gordo rió y le revolvió el cabello. Oliver se retiró de inmediato muy serio. Cómo odiaba

que le tocaran.

—Vaya… Además de mudo, arisco —comentó—. Bueno, como no puedo imaginar un mimo mejor

que un mudo, te daré una oportunidad. Pero será mañana por la mañana. —Y volvió a su asiento y

a coger el cilindro.

Oliver estaba muy contento: ¡trabajaría de mimo! Pero antes quería verle de cerca. Ver a ese que

había estado durante dos años en su cabeza. A ese que le había dado fuerzas, esperanza e ilusión.

Volvió a enseñarle la hoja en la que preguntaba por él.

—Ah, sí. Se me olvidaba. Imagino que necesitarás a alguien que te enseñe un poco. No sé si Rober

tendrá muchas ganas ahora, pero no pierdes nada preguntándoselo. Vive ahí.

Desde las cortinas de la carpa, le señaló una de las caravanas. La destartalada de la cual salían esos

gritos de mujer.

Oliver guardó la libreta, y se dirigió hacia allí.

Antes de que Oliver llegara, la puerta de la caravana se abrió y salió una mujer muy delgada

vestida con una especie de bikini rosa. Estaba despeinada, y muy contenta.

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— ¡Cierra la puerta! —escuchó Oliver. Era la voz de un hombre. Había alguien más con el mimo.

Llamó muy nervioso.

— ¿Te has olvidado las braguitas? —decía ese hombre conforme abría la puerta. Luego miró

abajo, a Oliver—. ¿Quién eres?

Se trataba de un hombre alto y tan flaco como los asquerosos espárragos de La Cueva. Las costillas

se le marcaban en su torso desnudo.Tenía la cabeza muy redonda y el pelo corto, rizado y negro.

Sus ojos eran azules y brillaban. Respiraba muy rápido, como si estuviese cansado, y olía a sudor.

Oliver escribió:

«Busco al mimo.»

—Pues aquí le tienes. ¿Qué quieres, pequeño? Estoy muy cansado. La joven esa que acaba de salir

de aquí es una de las trapecistas, y uuuh… —un gritó demasiado agudo que recorrió la columna de

Oliver—…, ni te imaginas lo elástica que es.

Oliver no escuchó nada más de lo que decía. No podía ser verdad. Le estaba mintiendo. Ese

hombre no podía ser el mimo.

La presión en el pecho estaba despertando, y esta vez no robaría el puesto a algo tan irrelevante

como la repulsión, sino a algo mucho más poderoso, a algo en lo que había creído durante esos

dos últimos años.

Empezó a temblar.

Sin pedir permiso, se introdujo en la caravana por debajo del brazo del hombre, quien protestó sin

impedirle el paso.

Observó su alrededor. Maquillaje frente a un espejo. Maquillaje blanco. Maquillaje negro. Dentro

de un armario de puerta rota, un traje a rayas blancas y negras.

Sobre la pequeña encimera de la cocina, había platos sucios y vasos, pero sus ojos se desviaron

automáticamente hacia el juego de cuchillos.

—Renacuajo, creo que es hora de que vuelvas con tus papás —dijo el hombre que le había

traicionado. Sintió una mano en el hombro, y eso fue lo que despertó del todo a la presión del

pecho.

Oliver le asestó una patada en la espinilla, con todas sus fuerzas. Se precipitó de un salto hacia los

cuchillos. Sin mirar cuál cogía, aferró el mango negro de uno y de un solo movimiento rotatorio,

lanzó el mandoble. Rajó al hombre que le dio esperanzas en la mejilla, pues se encontraba

agachado frotándose la espinilla. Gritó…, bueno, chilló como un cerdo con los ojos azules

totalmente en shock y repletos de terror. Se llevó las manos hacia la raja que había extendido el

labio unos centímetros. Ríos de sangre resbalaron entre sus dedos.

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No paraba de chillar, y Oliver no lo soportaba. Se acercó a él conforme este retrocedía hacia la

deshecha cama dejando un rastro de orina y sangre.

Una vez contra la ventana que había sobre la cama, acurrucado, empezó a soltar patadas sin

control al chico que sostenía un cuchillo y le miraba extrañamente con ojos tristes y furiosos.

Oliver movió el cuchillo frente a él, rajando las piernas que intentaban detener su avance. El

hombre que acababa de apagar la única luz que había en su corazón, cesó en su empeño. El chico

posó una rodilla en el colchón. Abrió líneas rojas en las palmas de las manos del hombre cuando

volvió a intentar defenderse.

—Por favor, por favor —repetía una y otra vez, sin saber que su maldita voz era lo que más daño

hacía al chico.

En una de esas veces que abrió su boca para suplicar, Oliver, con un veloz movimiento, enganchó

la lengua, tiró de ella, y la cortó.

El hombre ni siquiera tuvo tiempo de gritar antes de que Oliver le asestara una última estocada

dentro de la boca.

La hoja del cuchillo atravesó el paladar, y la punta asomó por la sien.

Oliver sacó el utensilio de cocina de la boca, guardó la lengua junto a la libreta, y salió de la

caravana.

Nadie había oído nada. Las casas rodantes estaban muy separadas unas de otras, y probablemente

estarían todos durmiendo.

Le llamó la atención el silencio. Ahora ni los animales se oían. Esto le ayudó a sentirse un poco

mejor. No experimentaba arrepentimiento, no le importaba ya nada aquel hombre. Ya no le

importaba nada. Solo sentía tristeza, desesperanza, y de nuevo soledad. Aquel silencio que se

había adueñado de repente del circo era lo único que le impidió rajarse el cuello a sí mismo, ahí

mismo.

Dejó que el cuchillo resbalara de entre sus dedos y se hundiera en el fango, y arrastrando los pies,

caminó y caminó rodeado del absoluto y reconfortante silencio que sumía al pequeño pueblo en

aquella fría noche.

Fuentes:http://www.tusrelatos.com/relatos/el-mimo-1#stories

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El gato negro

V

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El gato negro

SINOPSIS

Una mujer es acosada por un gato tras quedarse embarazada...

—Sí, está usted embarazada.

Eso fue una semana después de la fecha en la que tenía que haber recibido la visita de la siempre

puntual «Malvada Roja», y tras las náuseas.

Luego vino el gato.

Habíamos estado intentándolo desde que Fer vino a vivir conmigo. A mi casa del pequeño pueblo

de Villanúa, Aragón.

No estábamos casados; a ambos nos hacía ilusión que nuestra hija —sería una niña, estaba

convencida— nos precediera en la entrada con un vestidito deslumbrante mientras arrojaba

florecitas con aire inocente.

Fer también quería una niña. Decía que las niñas eran menos contestonas, más dulces, y sobre

todo, deseaba protegerla de cualquier niñato que intentara acercarse a ella y contemplar el

estúpido semblante asustado que se les quedaría cuando les preguntara « ¿Qué intenciones tienes

con mi hija?» Muy normal en él, protector como era. A veces incluso demasiado. Pero aún así le

quería, pues era cariñoso y muy inteligente, y aunque yo era una mujer del siglo veintiuno,

independiente, me gustaba recibir su protección más de lo que me atrevía a reconocer.

Llevábamos saliendo cinco años. Seguíamos disfrutando de nuestra compañía juntos, a solas, pero

yo siempre había querido tener un hijo; desde muy pequeña, cuando mi habitación parecía el

Museo Internacional de los Bebés. Todos los años, para reyes y mi cumple, pedía un muñeco, a

cada cual más moderno y por tanto más real. En mi adolescencia estaobsesión decayó, sin

desaparecer del todo. Al contrario que a muchos jóvenes, a mí me entusiasmaba la idea de tener

un hijo, de criar a una criatura con mis mismos genes, de dar vida a una parte de mí.

Fer, por su parte, había sido un clon adolescente más, con sus vicios, sus fiestas, sus pensamientos

liberales y egocéntricos, y además de los macarras. Sin embargo, como él decía, lo que a mí me

hiciera feliz, a él le haría feliz, y por tanto, si estaba en sus manos, lo cumpliría. Y su insaciable

instinto protector siempre pedía más, por lo que estaba claro que estaría conmigo en la decisión

de ser uno más.

Un mes después de mudarse, algo fallaba en mi cuerpo. Acudí al hospital de Jaca sin ni siquiera

comprobarlo primero mediante un predictor —me parece repulsivo mear sobre un palo que

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sostienes con las manos— y me confirmaron lo que sospechaba y anhelaba. Aquel fallo en mi

cuerpo se trataba del fallo más hermoso del mundo, el fallo que abría la puerta a una nueva vida.

— ¡Estoy embarazada, cariño!

No podía resistirme más. Lo había intentado, pero finalmente fui vencida por la tentación, aliada

con una intensa emoción que salía por mis ojos y rodaba por mis mejillas.

Jamás había hablado por teléfono mientras conducía. Era consciente del peligro, pero en esta

ocasión tuve que hacer una excepción. Además, ya había entrado al pueblo, cuyo límite de

velocidad no excede de cincuenta kilómetros hora y cuyas calles son tranquilas; apenas había

gente caminando por ellas o coches circulando. Parte de esto se le atribuía a la baja densidad de

población, pero también al intenso frío, cosa que al contrario de muchas personas, yo amo.

— ¿En serio? —gritó Fer feliz. Un grito demasiado alto que me obligó a apartar ligeramente el

teléfono.

—Sí, cariño. Lo hemos conseguido. Vamos a tener un bebé –sollocé. Poco a poco iba olvidándome

de la carretera, aunque siguiendo mi camino firmemente como ocurre cuando has recorrido un

itinerario infinidad de veces.

—No me lo puedo creer, cielo. E-Estoy…, estoy —Apenas podía hablar. Oía su respiración agitada.

Se emocionó más de lo que yo esperaba, y eso me colmó aún más de alegría.

— ¿Qué ocurre? —Una voz familiar al otro lado de la línea. Se trataba de José, su compañero de

trabajo. En esos momentos se encontraban realizando una instalación eléctrica en una de las miles

de casas que se estaban construyendo sin control.

— ¡Voy a ser padre, José!

En ese preciso instante, algo se cruzó por delante del capó de mi pequeño Peugeot 206. Una

ráfaga negra. Aquello me devolvió al interior del coche, y con el corazón entre mis labios, giré

bruscamente el volante y fusioné mi pie derecho con el pedal del freno para no golpearlo. Las

ruedas traseras derraparon con un áspero rasgado como si hubiese roto un pedazo de tela, y fue

entonces cuando me di cuenta que estaba en el camino de entrada de mi casa. Era de tierra, por

eso las ruedas no chirriaron, y me quedé mirando en dirección contraria, con los brazos tensos

aferrando al volante, mis ojos azules fuera de sus órbitas y mi respiración y corazón a mil por hora.

Al cabo de un rato, escuché la lejana voz de Fer. Cogí el móvil y no fui capaz de decir una palabra.

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— ¡¿Qué ha pasado?! —preguntó alterado y muy asustado—. ¡Elsa, por Dios, dime algo! ¡¿Qué ha

pasado?! ¡Te he oído chillar!

Así que había chillado. Comprobé que no me había orinado antes de contestar.

—Un gato, creo. Se me ha cruzado un gato al entrar al camino de casa. N-No le he visto.

— ¿Estás bien?

—S-Sí. Asustada todavía. Pero no me ha pasado nada.

—Está bien. Ahora mismo voy para allá. Me inventaré una excusa.

—No hace falta, Fer.

—Sí que la hace. ¿Dónde está ese maldito gato?

—No lo sé.

Miré a través de la ventanilla del coche salpicada de barro —había estado lloviendo la noche

anterior—, y solo vi verde y más verde. Montañas y árboles que rodeaban mi casa. Ni rastro del

gato.

Aunque por desgracia, ese no fue mi único encuentro con él.

La segunda vez que lo vi fue ese mismo día por la tarde, sobre las cinco y trece minutos, más o

menos.

Fer había vuelto al trabajo después de un intento frustrado en la búsqueda del gato y de comer

conmigo, y yo estaba sumergida en una traducción de una página web que debía acabar para el

día siguiente, cuando algo veló ligeramente la iluminación de mi despacho.

La mesa en la que trabajaba se encontraba de espaldas a la ventana. Las cortinas estaban

recogidas, la persiana alzada, y las contraventanas de madera abiertas para tener la mayor luz

posible en ese día nublado que amenazaba con llover de nuevo. De repente, como si una nube

hubiese tapado el sol, percibí un ligero cambio en la iluminación, y me di la vuelta.

Un gato negro como la misma noche, me miraba con unos sagaces ojos amarillos. « ¿Me está

sonriendo?», pensé. Asombrada me levanté de un salto y dejé escapar un grito ahogado,

llevándome la mano a la boca. Mi cadera impactó contra el borde del escritorio, y el bote que

contenía lápices y bolígrafos cayó al parqué. El sonido hueco me sobresaltó, profiriendo, esta vez

sí, un leve chillido.

El gato, por el contrario, parecía estar tranquilo, ahí sentado sobre el alfeizar, tan negro como una

pesadilla, e incluso parecía… ¿disfrutar?

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No. Mi mente me estaba jugando una mala pasada, como haría más adelante. ¿Por qué me

comportaba así? ¡Era solo un gato! Yo no le tenía miedo a nada; o a casi nada. Lo achaqué a los

síntomas del embarazo.

Más calmada, me dispuse a recoger los lápices y bolígrafos, y al volver la vista a la ventana, el gato

había desaparecido.

Le conté esto a Fer cuando llegó a las ocho de la noche. Inmediatamente, furioso, salió de casa con

una lintna y un abrigo y recorrió los alrededores. También se adentró un poco en el bosque de

detrás de la casa. No halló rastro alguno del gato.

No pudimos preguntar a los vecinos si le habían visto puesto que no teníamos vecinos. Nuestra

casita de piedra se encontraba alejada del pueblo, cerca de una enorme montaña repleta de

árboles. Estábamos rodeados de naturaleza verde. Los animales del bosque eran nuestros únicos

vecinos, y al parecer también ahora el gato.

A partir de ese día, conforme mi barriga iba creciendo, el gato se presentaba todas las mañanas y

todas las tardes en la ventana de mi despacho. Yo, cautelosa, abría la ventana con la escoba en la

mano y este salía disparado hacia el bosque.

Fer nunca lograba dar con él cuando le buscaba al llegar a casa, cada vez más furioso.

Soñaba felizmente con mi bebé recién nacido. Era lo más bonito del mundo. Fer estaba a mi lado,

abrazándome, y los tres sonreíamos. Entonces, la sonrisa del bebé me resultó tremendamente

familiar, y la reconocí. Era la sonrisa de aquel gato negro. Y sus ojos… ¡Sus ojos eran amarillos!

Me desperté sudando, con la respiración agitada. Al contrario de lo que pasa en las películas, no

me doblé sobre mí misma, simplemente abrí los ojos aterrada y permanecí mirando el techo,

salpicado a ratos por un brillante destello de luz; se avecinaba tormenta. Daba igual que hubiesen

pasado ocho meses y medio, ahí, ese era el clima habitual.

Pensé en la pesadilla, y solo logré recordar al maldito gato. Fer dormía plácidamente, soltando

tímidos ronquidos.

Fue al recordar al felino, cuando empecé a notar algo en mi enorme barriga. En su interior estaba

Zaida. En su exterior, sobre ella, dos puntos amarillos atravesando la oscuridad. El gato. ¿Cómo

había entrado?

— ¡Feeer! —grité de inmediato.

El gato no se movió. Fer sí, y en un acto reflejo, rodó sobre su espalda y dio un potente manotazo

al animal. Más tarde me confesaría que el primer punto al que había mirado había sido su barriga,

debido a la tensión del Gran Día que se acercaba.

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El gato cayó al suelo emitiendo un grotesco y leve maullido.

Fer encendió la luz, se levantó, levantó la percha vacía de pie, y comenzó a golpear el suelo, el cual

producía un sonido apagado muy diferente al del parqué. Yo cerré los ojos y me tapé los oídos,

encogiéndome en la cama.

Entonces ocurrió. Una dolorosa contracción. Y humedad en mis muslos. ¡Estaba de parto!

Avisé a Fer gritando, y tras unos segundos de conmoción con la percha inmóvil sobre su cabeza,

reaccionó y fuimos al hospital, olvidándonos de aquel gato por el que casi tuve un accidente.

Aquel gato que me vigilaba mientras trabajaba. Aquel gato que se sentó siniestramente sobre mi

barriga mientras dormía.

Dos días después regresamos a casa. Era bien entrada la tarde y las nubes al fin daban un respiro

al cielo y pudimos ver un bonito sol anaranjado tratando de esconderse tras las montañas.

Zaida era una niñita preciosa que enseguida se ganó mi corazón, naturalmente. Yo decía que se

parecía a Fer; Fer decía que se parecía a mí. Entre mis familiares la opinión era dispar, pero ganaba

la que coincidía con la mía. Era igual de bella que su papá.

En cuanto al gato, volvió a surgir en nuestros pensamientos al entrar en la fría casa. Zaida había

ocupado todo el espacio mental hasta ese momento. Estábamos tan ilusionados que Fer no me

dejó sola ni un instante en el hospital ni yo se lo hubiera permitido.

—Espera aquí —me dijo. Y se dirigió a la habitación, donde estaba la cuna, para limpiar—. Pero

¿qué?

Escuché su voz quebrada, y sin dudarlo, me dirigí hacia allí.

Fer se hallaba mirando fijamente una mancha de sangre y un ojo amarillo medio podrido. Me

imaginé que le había aplastado la cabeza, lo que hacía más difícil asimilar aquello. Salvo el ojo, no

había ni rastro del gato negro.

De repente, un olor apestoso contaminó la atmósfera. Desde detrás de nosotros una risita ronca

erizó nuestro bello. Zaida arrancó a llorar.

Fer y yo nos dimos la vuelta mirándonos a los ojos desorbitados.

— ¡Miaaauuu! —profirió la mujer vieja, de pelo gris ralo y sucio, y sin ojo, vestida de negro. Luego

alzó su mano, y antes de que Fer pudiera hacer algo, caímos inconscientes al suelo.

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Me desperté en el hospital, desorientada. Cuando me confesaron que mi hija había desaparecido y

que Fer había muerto, chillé hasta desgarrarme la garganta y me negué rotundamente hasta tal

punto de creer realmente estar junto a ellos.

No me culparon a mí de los hechos porque hallaron huellas de barro y sangre de una tercera

persona. Huellas que nosotros no vimos al entrar.

Ahora el doctor que me atiende en el centro psiquiátrico me pidió que escribiera todo lo que

recordara con el fin de hacerme entrar en razón. Yo lo he hecho, pero sigo creyendo mi versión. La

de que lo de la mujer vieja fue producto de mi imaginación cansada y terror ilógico por aquel gato,

el cual se habría llevado algún animal del bosque, y que caí al suelo agotada de cansancio.

Y sigo creyéndolo porque aquí a mi lado, mientras escribo esto, mi Zaida me sonríe desde su cuna,

y mi Fer me abraza, protegiéndome como ha hecho siempre.

Final sin fin

SINOPSIS

Cuando el fin del mundo llegue, ¿tendrías el valor necesario?

La mujer llora en silencio. Las débiles llamas iluminan su rostro; tan demacrado y tan bello.

—No quiero ver a mi hijo morir —dice.

El hombre comprende; él tampoco quería, pero no había más remedio.

Besa a su mujer en los labios, y la abraza.

—Te quiero —le dice.

—Yo también.

Y aprieta el gatillo.

La llama disminuye y desaparece. Si hubiera leña, la reavivaría, pero no hay leña.

Ya no hay nada.

El hombre pugna por no llorar.

— ¿Duele?

El chico no llora. Tiene siete años, y acaba de ver morir a su madre, pero el chico no llora. Tiembla

ligeramente —una escena así no es agradable y la hoguera se acaba de consumir—, y el pensar si

dolerá, le causa ansiedad y algo de temor, sin embargo no derrama una sola lágrima.

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El hombre, por su parte, trata de evitar con toda su alma echarse a llorar. Lo que no puede

controlar son los temblores, iniciados mucho antes de comenzar con todo aquello.

Mira al chico, y piensa si él también siente como si tuviera un agujero en el estómago, como si le

hubiesen taladrado y vaciado las tripas. Había estado retrasando aquel momento mucho más de lo

debido.

Estaban débiles, y lejos de cualquier otra localidad. Podrían haber guardado comida en una bolsa y

haberse largado de allí, pero los suministros se habrían agotado mucho antes de llegar a cualquier

sitio.

« ¿En qué día me decidí a venir a vivir aquí?», se lamenta por enésima vez.

El chico le había preguntado si dolería.

—No más de lo que duele morir de hambre, hijo. No tengas miedo. —Amartilla la pistola. El

chasquido destroza sus oídos y desquebraja su corazón. De nuevo.

—No tengo miedo —dice el chico con tono de protesta.

—Lo sé, hijo —logra sonreír el hombre.

—Sé que pronto volveré a estar con mamá. Y contigo.

El hombre no puede soportar más la presión que las lágrimas ejercen sobre sus ojos, y abraza al

chico para que no le vea llorar. Se obliga a sostener la pistola con firmeza, y apoya el cañón en la

parte posterior del cráneo del chico. Sorbe la nariz.

—Estoy preparado para el fin del mundo, papá.

—El fin del mundo pero no de nuestras vidas juntas.

—El fin del mundo pero no de nuestra vida juntos.

Y aprieta el gatillo.

Un agudo pitido se introduce por su oído derecho y rodea su cráneo hasta instalarse en su

cerebro. Su alrededor enmudece. Deja de oír, aunque no hay nada que oír.

Ya no hay nada.

Aprieta el cuerpo del chico contra el suyo y grita.

Hasta desgarrarse la garganta.

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El reguero de sangre traza un siniestro camino. Desde los últimos rescoldos de la hoguera hasta la

cabeza destrozada de la mujer una línea roja habla del inevitable final.

El hombre, apenas sin aliento de lo mucho que llora, con las mejillas brillantes de lágrimas, el

rostro ceniciento y un agudo pitido en el oído derecho, posa el cuerpo del chico junto al de la

mujer, temblando y arrastrando las rodillas en el parquét. Luego, él mismo se tumba al lado de

ambos, desliza el cañón de la pistola entre sus labios azulados

V (El fin del mundo pero no de nuestra vida junta)

Y aprieta el gatillo.

Si hubiera habido pájaros en aquel bosque que circunda la casa, habrían salido volando de las

copas de los árboles, alarmados por el estridente sonido. Pero no hay pájaros ni copas donde

ocultarse.

Ya no hay nada.

Los tres regueros de sangre se unen sobre el parque. Como un abrazo eterno.

Fuentes: http://www.tusrelatos.com/relatos/el-gato-negro

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EL MIEDO CERCA DE TU COMUNIDAD.

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LA PARRA DE UVAS Y LA MUERTE.

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En San Antonio La Paz, los

cuentos en los que la

muerte es el protagonista

principal, tienen mucha

aceptación entre la

población de la comarca.

Así, don Francisco

Barrientos narra el cuento

de "La Parra de Uvas y la

Muerte". Don Francisco

afirma que había un

anciano que tenía como

toda fortuna doce

centavos, con los que

compró tres panes blancos,

ya que se encontraba muy

hambriento. Pronto

apareció un niño quien le

pidió un pan, el hombre se

lo dio de buena gana.

Luego, regaló su segundo

pan a una vieja y el tercero

a otro anciano. Viendo que

se habían terminado sus

panes, el señor se disponía

a buscar raíces para comer,

cuando se le apareció el

anciano a quien le había

obsequiado un pan. Este

anciano le regaló el costal

de los deseos. Con este

costal el hombre pudo

comerse un canasto de

quesadillas y pescados

fritos.

El niño, a quien él también

había dado un pan, lo

gratificó concediéndole

una mágica parra de uvas

que tenía la virtud de que

aquél que se subiera en

ella no podría bajarse.

Por último, la vieja le

concedió vida eterna, o,

bien, tener el privilegio de

morirse en el momento

deseado. Al tiempo, el

diablo y San Pedro

discutían porque el

primero quería llevarse al

anciano a los infiernos y el

segundo deseaba que

siguiera viviendo. Entonces

el diablo bajó a la tierra a

traer al anciano; en seguida

éste ordenó al costal

encerrarlo. Cuando el

diablo estuvo encerrado, el

anciano le dio tal apaleada

que ya no le dieron ganas

de regresar y se quedó en

el infierno.

Luego, la muerte decidió

llevarse al anciano; llegó a

su casa, tocó a la puerta e

informó que llegaba a

traerle. El anciano

entonces dejó pasar a la

muerte y la invitó a comer

uvas. Cuando la muerte se

subió a la parra y después

quiso bajar, ya no pudo y

así el mundo pasó sin

muertos durante algún

tiempo. Al fin el anciano

dejó bajar a la muerte y

ésta se fue.

Pasaron los años y el

anciano deseó morirse,

entonces bajó al infierno y

el diablo al reconocerlo no

le dejó entrar. Entonces se

fue al cielo con San Pedro,

quien tampoco lo dejó

pasar, pues había dejado a

la muerte atrapada años

antes. Entonces el anciano

se dirigió al Padre Eterno

quien si le dejó entrar a la

gloria, ya que ese hombre

le había dado pan en la

tierra

Fuente:

http://culturaguatemal

a.6forum.info/t41-

cuentos-y-leyendas-de-

el-progreso

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ENTREVISTA:

De tal manera que en El Progreso-Guastatoya don Domingo Castillo, "contador de maravillas", de

la aldea Casas Viejas, narra el cuento "El Canto de la

Flor del Amate", muy difundido y vigente en todo el

departamento. Asegura don Domingo Castillo que

ese palo es encantado y nunca da flor, pero cuando

le entra el encanto si florece. "El encanto sólo se

abre la noche de la víspera del Día de San Juan y es

necesario que haya luna llena. El hombre o la mujer

deben llegar al pie del árbol a las doce de la noche

para que les caiga el encanto". Y si al Encanto del

Arbol le cae bien la gente, les deja caer una flor y

con ello los vuelve "suertudos en el amor y con

mucho dinero".

Entre las leyendas más interesantes de la comarca del Progreso

están las de aparecidos, ánimas en pena y espantos como el

Sisimite, el Duende, los Cadejos y el Lagarto, que se cuentan en

Sansare, Sanarate y San Antonio La Paz.

En Morazán, por ejemplo, se dice que el Sisimite es un gigante y

un enano a la

vez de horrible

aspecto, con

pelos que le

llegan al suelo y tiene los pies al revés. Hay

Sisimites de ambos sexos y caminan dando saltos

"como conejos". Los Sisimites hombres, raptan a

las mujeres y los Sisimites mujeres "se meten con

los hombres" en la oscuridad de la noche. La

Siguanaba, por su parte, recibe el nombre de

Matlaciwa Mitla en San Agustín y San Cristóbal

Acasaguastlán, también en estos parajes el Duende es considerado como el señor de las colinas,

los valles, los animales domésticos, especialmente el ganado. Se considera que existe duende

hembra y duende macho, y que son marido y mujer. Su trabajo es cuidar de todos los animales de

la comarca.

Fuentes: http://culturaguatemala.6forum.info/t41-cuentos-y-leyendas-de-el-progreso

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Expedientes paranormales

Las criaturas y seres mitológicos.

Unicornios:

Es una criatura mitológica representada habitualmente como un caballo

blanco con patas de antílope, barba de chivo y un cuerno en la frente. En las

representaciones modernas, sin embargo, es idéntico a un caballo, sólo

diferenciándose en la existencia del cuerno mencionado.

Pie grande:

Del inglés Big Foot) o sasquatch es un supuesto

animal de aspecto simiesco que habitaría los

bosques, principalmente en la región del noroeste

del Pacífico en América del Norte. El término

sasquatch procede de la versión en inglés de la

palabra del idioma halkomelem

Hadas:

Un hada (del latín fatum: hado, destino) es una criatura

fantástica y sutil. En la mitología griega y romana las llaman

Hados, pero generalmente en forma de mujer hermosa con alas;

que según la tradición son protectoras de la naturaleza,

producto de la imaginación, la tradición o las creencias y

perteneciente a ese fabuloso mundo de los elfos, gnomos,

duendes, sirenas y gigantes que da color a las leyendas y

mitologías de todos los pueblos antiguos.

Sirenas:

Las sirenas (en griego antiguo , Σειρήν Seirến,

‘encadenado’, relacionado quizá con el sánscrito

Kimera, ‘quimera ’) son criaturas legendarias

pertenecientes al folclore y las leyendas.