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    50universidad nacional

    autnoma de mxico

    ISSN 1870-9060

    enero-junio2014

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    Los artculos publicados son responsabilidad exclusiva de los autores

    Michel Bertrand, Universit de Toulouse-Le MirailBrian Connaughton, Universidad Autnoma Metropolitana Iztapalapa

    Rafael Diego, El Colegio de MichoacnEnrique Gonzlez, Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educacin, UNAM

    John Kicza, Northwestern University, SeattleAbelardo Levaggi, Universidad de Buenos AiresCarlos Marichal, El Colegio de MxicoPedro Prez Herrero, Universidad de Alcal

    Mariano Peset, Universidad de ValenciaJaime E. Rodrguez O., Universidad de California, Irvine

    Eric Van Young, Universidad de California, San Diego

    consultores

    editorIvn Escamilla Gonzlez

    Rosa Camelo Arredondo, Instituto de Investigaciones Histricas, UNAMFelipe Castro Gutirrez, Instituto de Investigaciones Histricas, UNAMVirginia Guedea, Instituto de Investigaciones Histricas, UNAMTeresa Lozano Armendares, Instituto de Investigaciones Histricas, UNAM

    Mara del Pilar Martnez Lpez-Cano, Instituto de Investigaciones Histricas, UNAM

    Alicia Mayer, Instituto de Investigaciones Histricas, UNAM

    Ivonne Mijares, Instituto de Investigaciones Histricas, UNAM

    Sergio Ortega, Instituto de Investigaciones Histricas, UNAMPatricia Osante, Instituto de Investigaciones Histricas, UNAM

    Jos Rubn Romero Galvn, Instituto de Investigaciones Histricas, UNAM

    Antonio Rubial, Facultad de Filosofa y Letras, UNAM

    Mario H. Ruz, Instituto de Investigaciones Filolgicas, UNAMJavier Sanchiz, Instituto de Investigaciones Histricas, UNAMJorge E. Traslosheros, Instituto de Investigaciones Histricas, UNAMJuan Domingo Vidargas del Moral, Instituto de Investigaciones Histricas, UNAM

    Carmen Yuste, Instituto de Investigaciones Histricas, UNAMGisela von Wobeser, Instituto de Investigaciones Histricas, UNAM

    consejo editorial

    editor asociado

    Gerardo Lara Cisneros

    ISSN1870-9060enero-junio 2014

    universidad nacionalautnoma de mxico

    50

    DR 2014. Universidad Nacional Autnoma de Mxico. Estudios de Historia Novohispanaes una publicacin semestraleditada por el Instituto de Investigaciones Histricas de la Universidad Nacional Autnoma de Mxico, Circuito Mario dela Cueva, Ciudad Universitaria, Mxico, D. F., 04510. Editora responsable: doctora Ana Carolina Ibarra. ISSN 1870-9060.Certificado de licitud de ttulo: 10479. Certificado de licitud de contenido: 7393. Reserva al ttulo en derecho de autor:04-2003-041612512700-102. Distribuido por la Direccin General de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM,Avenida del IMAN, Ciudad Universitaria, Coyoacn, 04510, Mxico, D. F. Diseo grfico: nix Acevedo Frmeta.

    Cuidado de la edicin: Juan Domingo Vidargas del Moral. Impreso en Hemes Impresores, Cerrada Tonantzin nm. 6,Colonia Tlaxpana, Mxico, D. F. Se tiraron 300 ejemplares el 7 de enero de 2014. La reproduccin total o parcial de lostextos se permite siempre y cuando se cite la fuente. Precio del ejemplar $180.00 MN; 80 USD, ms gastos de envo. Preciossujetos a cambio sin previo aviso. Intercambio publicitario y venta de nmeros atrasados: rea de Ventas y PromocinEditorial +52 (55) 5622 7529 / [email protected] / www.historicas.unam.mx

    Articles appearing in this journal are abstracted and indexed in Historical Abstracts and America: History and Life. Asimismo,los ndices aparecen en Bibliografa Dieciochista, Handbook of Latin American Studies, Hispanic American Periodical Indexy Citas Latinoamericanas en Ciencias Sociales y Humanidades (CLASE).

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    Sumario

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    artculos

    Las virreinas novohispanas. Presencias y ausencias

    antonio rubial garca

    La Montaa: espacio de rebelin, fe y conquista

    adriana rocher salas

    Secularizacin del poder local. Notables contra frailes

    en Quertaro, 1650-1700

    patricia escandn bolaos

    Caballero, vasco y mercader de libros: Toms Domingo de Acha,

    sus redes mercantiles y de distribucin (1771-1814)

    manuel surez rivera

    documentaria

    Limpieza de sangre del doctor Juan de la Fuente, primer catedrtico

    de medicina de la Real Universidad de Mxico (1572)

    gerardo martnez hernndez

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    estudios de historia novohispana 50 enero-junio 2014, 3-44

    Recibido / Received: 8 de mayo de 2013Aprobado / Approved: 29 de octubre de 2013

    antonio rubial garca

    [email protected]

    resumen

    palabras clave

    abstract

    key words

    Las virreinas novohispanas.

    Presencias y ausencias

    The novohispanic vicereines. Presences and absences

    Doctor en Filosofa y Letras por la Universidad de Sevilla. Es-

    paa. Doctor en Historia por la Facultad de Filosofa y Letras,UNAM. Profesor Titular C de Tiempo Completo en la Facultadde Filosofa y Letras, donde imparte los cursos La Cultura enla Edad Media, Nueva Espaa en los siglos XVIy XVIIy elSeminario de Mxico Colonial. Es autor de numerosos libros,captulos de libro y artculos en revistas especializadas; su msreciente obra, como coordinador y autor, es el libro colectivoLa Iglesia en el Mxico colonial.

    A pesar de su escasa presencia en los actos oficiales, las virrei-

    nas tuvieron un papel fundamental y destacado en la vida cor-tesana y en las relaciones de los gobernantes con la sociedadnovohispana. La constante mencin que se hace de sus activi-dades en los diarios de sucesos notables es muestra de que supapel no era para nada secundario y estaban marcadas por unprotocolo que tena por finalidad hacer presentes tanto losvalores relacionados con su gnero como la representacin delpoder regio, manifestado en la pareja virreinal.

    mujeres y poder, corte virreinal, sociedad novohispana, polti-

    ca colonial, aparatos de representacin, siglos XVIal XVIII

    In spite of its limited presence in official acts, the vicereines hada fundamental and prominent role in the viceregal court and inthe relations of the rulers with novohispanic society. The constantmention of their activities in the diaries of noteworthy eventsis a demonstration that their role was not a secondary one andthey were marked by a protocol whose object was to makeevident the assets related to its gender and to the representationof royal power manifested in the viceregal couple.

    Women and power, viceregal court, novohispanic society, rep-resentation roles, colonial policy, XVIth to XVIIIth centuries

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    Las virreinas novohispanas.

    Presencias y ausencias

    antonio rubial garca

    Y vosotras bellas damas,que en el jardn ms ameno

    sois flores, a quien respetahumilde el rigor del cierzo,gozad eterno Verano,participando el alientode la Reina de las flores.1

    Sor Juana Ins de la Cruz, autora de esta Loa en la huerta donde fue adivertirse la Excelentsima Seora Condesa de Paredes, honraba conestos versos a su amiga y mecenas la virreina Mara Luisa Manrique de

    Lara y Gonzaga, reina cuyo aliento pleno de juventud y belleza traael verano a Nueva Espaa. La femenina voz de la monja particip amenudo de esos juegos cortesanos y gracias a su genio se ha despertadoel inters actual por las virreinas, esos personajes de los que nos quedannoticias fragmentadas, pero cuya presencia fue central en la vida corte-sana de la capital del virreinato.

    Sin embargo, de todos los virreyes novohispanos a lo largo de lostres siglos de pertenencia al imperio espaol slo un poco ms de la

    tercera parte lleg con sus esposas. El resto no trajeron consorte: unelevado porcentaje haba enviudado cuando ocuparon el cargo (Anto-nio de Mendoza, Luis de Velasco el joven, los condes de la Corua,Monterrey y Fuenclara, el marqus de Villena, los duques de Linares y

    1 Juana Ins de la Cruz, Inundacin castlida, edicin facsimilar de la de Madridde 1689, Mxico, UNAM, 1995, p. 31.

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    de la Conquista y Pedro Garibay); otros fueron solteros, sobre todo enel siglo XVIII(por ejemplo los marqueses de Valero, Casafuerte y Croix,

    Antonio Mara de Bucareli y el segundo conde de Revilla Gigedo); algu-nos dejaron a sus mujeres en Espaa (Martn Enrquez, el marqus delos Gelves, Martn de Mayorga); y, finalmente, los obispos-virreyes, quepor su condicin eclesistica no estaban casados (Pedro Moya de Con-treras, fray Francisco Garca Guerra, Juan de Palafox, Diego Osorio deEscobar, fray Payo de Ribera, Juan Ortega y Montas, Juan Antoniode Vizarrn, Alonso Nez de Haro y Javier Lizana y Beaumont).

    Por su gnero, las 28 virreinas que tuvo Nueva Espaa estuvieron

    supeditadas a sus maridos y su prestigio fue un reflejo de la figura delvirrey, quien llegaba investido con los atributos de la imagen viva del rey.Con todo, a lo largo de los siglos XVIy XVIIlas consortes de aquellosque venan a gobernar la Nueva Espaa provenan de familias aristo-crticas y por ello fueron un importante factor en sus promociones paraesos cargos. Muchas de ellas eran descendientes de grandes de Espaa:Francisca Fernndez de la Cueva, esposa del marqus de Cerralvo, erahija del cuarto duque de Alburquerque; Leonor Carreto, la marquesa de

    Mancera, era descendiente del embajador alemn marqus de Grana, yestuvo vinculada al squito de la reina Mariana de Austria; Elvira deToledo, esposa del conde de Galve, era hija del prncipe de Montalbn,Fadrique de Toledo; Ana Mexa de Mendoza, casada con su primo her-mano el marqus de Montesclaros, era hija del marqus de La Guardia.Otras posean por su linaje ttulos nobiliarios: Juana Francisca Diez deAux Armendriz fue segunda marquesa de Cadereyta y cuarta condesade la Torre y Mara Luisa Manrique de Lara y Gozaga era princesa de lacasa de Mantua y undcima condesa de Paredes. Sabemos incluso quepor lo menos tres virreyes debieron sus ttulos de nobleza a sus esposas:el marqus de los Gelves, el conde de Baos y el conde de Moctezuma.Esas relaciones familiares motivaron que varias de las virreinas fueran asu vez madres, abuelas, tas, sobrinas, hijas o nietas de otros virreyes yvirreinas, pues al parecer dichos cargos estuvieron asociados a ciertasfamilias nobles, sobre todo en los siglos XVIy XVII. Baste mencionar como

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    ejemplos, en el siglo XVI, a Blanca Enrquez de Velasco, esposa del mar-qus de Villamanrique, quien era sobrina del virrey Martn Enrquez; y

    en el siglo XVIIa Juana Francisca Diez de Aux Armendriz, esposa delduque de Alburquerque, quien era hija del virrey marqus de Cadereyta;y a Mara Andrea de Guzmn, segunda esposa del conde de Moctezuma,quien era nieta de Blanca Enrquez de Velasco, la tercera virreina deNueva Espaa, esposa del marqus de Villamanrique.2No cabe duda,por tanto, que los lazos de parentesco fueron fundamentales en la eleccinde los virreyes y que las virreinas tuvieron un papel destacado en ellos.3

    En el siglo XVIII, conforme fue cambiando el perfil de los virreyes

    (de aristcratas con ttulos nobiliarios a administradores, militares yrecaudadores de impuestos de origen modesto), tambin vari la proce-dencia de sus consortes.4Ejemplo de esas virreinas de baja alcurnia fueMara Antonia Ceferina Pacheco de Padilla y Aguayo, hidalga andaluzadescendiente del conquistador de beda. Caso similar fue el de MaraAntonia de Godoy, hermana de Manuel Godoy, primer ministro de Car-los IV, descendiente de una familia hidalga extremea cuyo ascendienteen la corte madrilea le permiti a su marido, el marqus de Branciforte,

    acceder al cargo virreinal.Es adems significativo que tres de esas virreinas borbnicas hubie-

    ran nacido en Amrica: Felicitas de Saint Maxent, criolla de Nueva Or-lens, era hija de un poderoso comerciante local y cas con Bernardo deGlvez mientras ste ocupaba el cargo de gobernador de la Luisiana entre1777 y 1779. Otra criolla, pero sta rioplatense, Juana Mara Pereyra y

    2 Ignacio Rubio Ma, El Virreinato, 4 v., Mxico, Fondo de Cultura Econmica,1983, v. I, p. 273 y ss.

    3Ver a este respecto la reciente tesis de maestra de Daniela Pastor Tllez, Mujeresy poder. Las virreinas novohispanas de la casa de Austria, Mxico, UNAM,Facultad de Filosofa y Letras, 2013 (tesis de maestra indita), p. 60 y ss.

    4Francisco Ivn Escamilla, La corte de los virreyes, en Antonio Rubial (ed.),La ciudad Barroca, v. II de la serie Historia de la vida cotidiana en Mxico,Pilar Gonzalbo (coord. gral.), 6 v., Mxico, El Colegio de Mxico, Fondo deCultura Econmica, 2004-2006, p. 371-406, p. 395.

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    Maciel, lleg a Mxico en 1787 con su marido Manuel Antonio Florespara ocupar el palacio virreinal, despus de haber sido virreyes de Nue-

    va Granada; hija de una familia acomodada de Buenos Aires, esta mujerconoci a su marido cuando estaba encargado de demarcar los lmitescon Brasil. Tambin fue criolla, oriunda de San Luis Potos, la esposa delvirrey Calleja, Mara Francisca de Sales de la Gndara, que era des-cendiente de Diego de Ibarra y del capitn Gaspar Benito de Larraaga,propietario del Real de Minas de Nuestra Seora de Beln de los Asien-tos de Ibarra, poblacin precursora de Aguascalientes. Su matrimoniocon Calleja se realiz en 1807 cuando ste, antes de ser virrey, resida

    como capitn de milicias en San Luis y se relacionaba con su to el alfrezManuel de Gndara.5

    el camino ent re madrid y la ciudad de mxico

    el papel central que tuvieron las virreinas comenzaba desde antes de sullegada a la Nueva Espaa; ellas deban preparar su squito, al igual quesu marido, y decidir a quienes llevaran como parte de su familia,

    trmino de amplio significado pues abarcaba no slo a la pareja virreinaly a sus hijos. Ese squito (que rebasaba el medio centenar de personas)estaba formado por sirvientes de confianza, parientes, allegados, prote-gidos y una extensa clientela que esperaban conseguir por mediacin desu seor y seora beneficios y prebendas, y quizs hasta un matrimonioventajoso, aunque algunas virreinas, como la condesa de Galve, lamen-taban que todas sus damas de compaa se quedaban casadas en Mxicoy no regresaran con ellas a Espaa.6

    Una de las cualidades que se esperaba de un gobernante era la li-beralidad, sobre todo en el otorgamiento de cargos, y los virreyessupieron hacer un amplio despliegue de esa virtud. Aunque la presencia

    5Jos de Jess Nez y Domnguez, La virreina mexicana: Doa Mara Francis-ca de la Gndara de Calleja, Mxico, UNAM, 1950, p. 19 y ss.

    6Escamilla, La corte , p. 383.

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    de la virreina estaba supeditada a la de su marido, sus intereses perso-nales se dejaron sentir a menudo en la imposicin de sus allegados y

    parientes para estos puestos, como lo deja ver una real cdula de 1619en la que se prohbe a los virreyes dar puestos a sus allegados, y sobretodo a los de sus esposas, que eran las que tenan mayor injerencia enesos nombramientos.7

    Desde su desembarco en Veracruz, la pareja virreinal reciba todotipo de festejos y a lo largo de las escalas de la peregrinacin ritual quela conducira a la ciudad de Mxico, los ayuntamientos locales, espao-les e indgenas, la honraban con arcos triunfales y ceremonias. A menu-

    do en ellos se haca mencin a las virreinas, como en uno que hizo lacatedral de Puebla para recibir al marqus de las Amarillas en 1755, enel cual se represent, debajo de su escudo nobiliario, a su hermosaesposa Luisa Mara del Rosario de Ahumada y Bruna acompandolo ysiendo recibida por tres diosas.8

    En la centuria anterior, en un arco encargado en 1696 por el ayun-tamiento de Puebla al mercedario fray Juan de Bonilla Rodrguez pararecibir al virrey conde de Moctezuma, el autor dedic uno de los emble-

    mas del segundo tablero a su consorte Andrea de Guzmn. En la repre-sentacin la virreina iba sentada en un carro triunfal coronada de flores,con una cornucopia de frutos en su mano derecha y un racimo de uvasen la izquierda. El tema de la diosa de la abundancia, relacionado con elde Jano que se aplic a su marido, hablaba de las esperanzas que lospoblanos tenan acerca del nuevo virrey, quien traera la solucin a lacaresta, desabasto y esterilidad que se viva en el territorio.9

    7Alejandro Caeque, The Kings Living Image. The Culture and Politics of Vice-regal Power in Colonial Mexico, New York, Routledge, 2004, p. 166.

    8Jaime Cuadriello y Fausto Ramrez (eds.), Los pinceles de la historia. De lapatria criolla a la nacin mexicana(1750-1860), Mxico, Museo Nacional deArte, 2000, p. 95.

    9Dalmacio Rodrguez Hernndez, Mitologa y persuasin poltica: el arcotriunfal en la entrada del virrey Jos Sarmiento de Valladares en Puebla (1696),en Jos Pascual Buxo (ed.), Recepcin y espectculo en la Amrica virreinal,

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    En la siguiente parada importante, el pueblo de Otumba, el virreysaliente reciba al recin llegado y le entregaba el bastn de mando. A

    veces en ese acto se encontraban tambin las dos virreinas. Castro SantaAnna menciona que en noviembre de 1755 se ofreci en ese pueblo unopparo banquete al que asistieron la condesa de Revillagigedo y la mar-quesa de las Amarillas siendo muy obsequiada de la actual [la primera]la recin venida con expresiones de grande afecto y urbanidad.10

    El ltimo y ms significativo de los puntos de esa peregrinacinritual era el santuario de la Virgen de Guadalupe, donde despus dehonrar a la patrona de la capital la pareja era recibida por la Audiencia,

    los tribunales y el Ayuntamiento. Normalmente ah se haca un banque-te para los virreyes a cargo de este ltimo, pero en la recepcin del mar-qus de las Amarillas, segn cuenta Castro Santa Anna, la virreina fueconducida con sus damas a la ciudad y en el palacio las seoras oidorasy regidoras le ofrecieron un banquete slo a ella.11

    Una vez llegados a la capital, el nuevo gobernante y su familia eranhospedados en las casas reales de Chapultepec (el Aranjuez mexicanocomo lo llama algn cronista), mientras la ciudad se engalanaba para

    recibirlo con colgaduras, lienzos, arcos y flores. Desde las casas realeslas virreinas visitaban su futura residencia (el palacio virreinal) y muyposiblemente llevaran a cabo los arreglos necesarios en ella para hacerms grata su estancia. Finalmente, el da de la recepcin oficial, en el queestaban presentes todos los cuerpos polticos de la ciudad, la virreina denuevo desapareca, aunque posiblemente observara parte del ceremonialdesde una celosa de madera dorada colocada en el segundo piso delpalacio y que era conocida como el balcn de la virreina.12

    Mxico, UNAM, Instituto de Investigaciones Bibliogrficas, 2007, p. 273-288,p. 282.

    10Jos Manuel de Castro Santa Anna, Diario de sucesos notables, 3 v., Mxico,Imprenta de Juan Navarro, 1854 (Documentos para la historia de Mxico, 4-6),v. II, p. 181 y s.

    11Ibidem: II, p.183 y ss.12Escamilla, La corte, p. 387.

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    No obstante, su presencia se hizo notar en la mayora de los arcostriunfales que el ayuntamiento o la catedral mandaban elaborar para

    la recepcin oficial del virrey. Un caso fue el del famoso arco llamadoNeptuno alegricoencargado por el cabildo catedralicio a sor JuanaIns de la Cruz. Adems de las continuas alusiones a las diosas y he-ronas paganas como alegoras del buen gobierno, la poetisa represen-t a la virreina Mara Luisa Manrique con dos jeroglficos colocadosen los intercolumnios del arco: uno era el mar pues la etimologa desu nombre era cifra de todas las bellezas en lo fabuloso; y en lo ver-dadero es madre y principio de todas las aguas; el otro, Venus, el lu-

    cero de la maana, pues el nombre de Mara como maestra ydisciplinadora del mar anunciaba al reino felicidades con sus influ-jos. Como mujer, sor Juana se sala de los trillados tpicos de la be-lleza femenina y ofreca como modelo a la nueva virreina un papel degua, maestra y madre del reino.13

    El arco de sor Juana no fue una excepcin por ser la autora mujer;en el que ide Carlos de Sigenza para la misma ocasin por orden delayuntamiento (Teatro de virtudes polticas), se llamaba a la pareja lumi-

    naria magna, no slo por que sus personas eran luces brillantes en elcielo de la nobleza, sino a causa de su presencia como el sol y la luna queiluminaran el firmamento de la Nueva Espaa. El sabio criollo no hacams que repetir un tpico comn en el siglo XVII, poca en la que lasmetforas solares (influidas por el avance del heliocentrismo) se pusieronde moda para afianzar el absolutismo de los reyes y reinas y, por reflejo,el de sus representantes.14

    13Virginia M. Bouvier, La construccin de poder en Neptuno alegricoy Ejer-cicios de la Encarnacin, en Sandra Lorenzano (ed.), Aproximaciones a SorJuana, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, Claustro de Sor Juana, 2005,p. 43-54, p. 48.

    14Carlos de Sigenza y Gngora, Parayso Occidental, edicin facsimilar conintroduccin de Margo Glantz, Mxico, UNAM, Facultad de Filosofa y Letras,Centro de Estudios de Historia de Mxico Condumex, 1995, p. 56 y ss.

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    Lo ms comn era sin embargo comparar a la pareja con dioses ohroes de la Antigedad. En un arco ideado por Alonso Ramrez de

    Vargas para recibir a los marqueses de Mancera en 1664 fueron Eneasy Lavinia los personajes elegidos para comparar a los virreyes, aunqueel poeta agreg un cuadro ms slo para Leonor Carreto a quien com-par con Venus vindose al espejo y rodeada de las tres Gracias.15

    Una dcada antes, en el arco triunfal ordenado por la catedral pararecibir al duque de Alburquerque y a su mujer (El Marte catlico) en1653, el autor annimo sealaba que parte del esplendor y magnificenciadel virrey se deba al hecho de tener a la duquesa a su lado. Ella era su

    igual en grandeza de corazn, generosidad de espritu, perspicacia demente, cualidades del alma y perfeccin del cuerpo. Con la llegada de lavirreina el reino de Nueva Espaa reciba lustre y esplendor.16En el arcoque el ayuntamiento mand hacer para la misma ocasin, estructuradobajo el tema de Ulises, uno de los lienzos sealaba la igualdad entre elvirrey y la virreina para la virtud y la nobleza. En un carro triunfal tira-do por cuatro cisnes donde iban Jpiter y Mercurio, se represent a lavirreina en la popa, cubierto el rostro con un velo transparente (smbolo

    del amor y el pudor de Penlope) mientras el virrey (Ulises) la acompa-aba a caballo tendindole la mano.17El comn denominador de todoslos arcos triunfales, tanto en Puebla como en Mxico, pareca aludir a lapareja virreinal como una unidad de la que se esperaban favores y ben-diciones, un reflejo de la perfeccin y armona que representaban el reyy la reina en Espaa.

    15Francisco de la Maza, La mitologa clsica en el arte colonial de Mxico ,Mxico, UNAM, 1968, p. 97 y ss.

    16Caeque, The Kings, p. 35.17Inmaculada Rodrguez Moya, Odisea en la Nueva Espaa Las virtudes pol-

    ticas y heroicas del virrey en la decoracin de tres arcos triunfales, en JosPascual Buxo (ed.), Recepcin y espectculo en la Amrica virreinal, Mxico,UNAM, Instituto de Investigaciones Bibliogrficas, 2007, p. 231-257, p. 238.

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    las labores domsticas de las virreinas

    En los primeros das de estancia, las virreinas se dedicaban a establecercontactos con las damas de ms linaje del reino, al igual que el virrey lohaca con sus consortes. Era comn que despus de esto las virreinassolicitaran el envo a palacio de muchachas jvenes para ampliar el crcu-lo de sus damas de compaa; as lleg a la corte de los Mancera una

    Juana Ramrez de Asbaje, hija bastarda de una mujer de clase media deprovincia con parientes ricos en la capital.

    Esta obligacin de la virreina de completar su comitiva con mujeres

    del reino estaba explcitamente recomendado desde 1603, ao en el quePablo de la Laguna, presidente del Consejo de Indias, daba una instruc-cin al marqus de Montesclaros para el buen gobierno de Nueva Espa-a. En este documento tambin se aconsejaba a la virreina que fueraafable con las mujeres principales de la ciudad, hermanndolas y tra-tndolas con todo el buen trmino que pudiere, mostrndoles muchaamistad a cada una conforme a su calidad, de tal manera que todas sal-gan contentas y diciendo bien.18

    Otro aspecto que deba solucionar la pareja virreinal a su llegadafue la eleccin del personal eclesistico nativo que servira en el pala-cio, aunque en su squito traa sus propios confesores y capellanes. Esepersonal fue generalmente elegido entre los religiosos, pues sus provinciaseran piezas claves en los grupos de poder local por sus intereses econ-micos y sus vnculos sociales. Esto explica el por qu, a los pocos mesesde llegar, la pareja designara uno o varios capellanes que se hicierancargo de las ceremonias en la capilla domstica del palacio, seleccionara

    los predicadores de corte que se dedicaran a elaborar los sermonesen las ceremonias oficiales, eligiera los limosneros encargados de repartirlas limosnas con las que la munificencia de la pareja virreinal beneficiabaa los necesitados y, sobre todo, nombrara dos nuevos confesores para

    18Ernesto de la Torre Villar, Instrucciones y memorias de los virreyes novohispa-nos, Mxico, Editorial Porra, 1991, p. 298 y ss.

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    encargarle la direccin espiritual de sus conciencias.19Muy posiblemen-te cada uno de los miembros de la pareja virreinal tuviera su propio

    confesor. En 1658 la duquesa de Alburquerque mand que se aplazarauna semana la mascarada que tena preparada para el primero de mayoel colegio de San Pedro y San Pablo para celebrar el nacimiento del prn-cipe Felipe Prspero, pues su confesor, el jesuita Juan del Real, acababade morir; por otras fuentes sabemos que el virrey tena a un dominicocomo director de conciencia.20En 1685 el provincial de la Compaa de

    Jess en Nueva Espaa, Luis de Canto, reciba una carta del padre gene-ral en la que ordenaba no fuera enviado por procurador de la orden a

    Filipinas el padre Baltasar de Mansilla pues la virreina, marquesa de laLaguna, lo haba solicitado por confesor. Desde la cabeza en Roma, sepens acceder a la voluntad de la virreina ya que para la Compaa erams conveniente tener a uno de sus miembros en la corte virreinal deMxico, que enviarlo a Filipinas a otros encargos.21

    Todas estas elecciones se decidan, sin embargo, en privado. Lapresencia en el mbito pblico de la esposa del virrey era muy restringi-da y estaba supeditada a una serie de normas muy estrictas. En los actos

    oficiales nunca apareca en pblico. La virreina estaba ausente en lasceremonias de recepcin que las diferentes ciudades indgenas y espao-las ofrecan al virrey, en su entrada triunfal a la capital bajo palio y en latoma de posesin del cargo. La virreina tampoco estaba presente en lasfiestas pblicas en las que el virrey actuaba como figura de poder. Enlas juras y funerales de los reyes, en el paseo del pendn o en la fiesta del

    19Antonio Rubial, Las alianzas sagradas. Religiosos cortesanos en el siglo XVIInovohispano en Francisco Javier Cervantes Bello (coord.,), La Iglesia en laNueva Espaa. Relaciones econmicas e interacciones polticas, Mxico,UNAM, Instituto de Investigaciones Histricas-UAP, Instituto de Ciencias So-ciales y Humanidades, 2010, p. 165-192.

    20Gregorio Martn de Guijo, Diario de sucesos notables, 2 v., Mxico, Porra,1986, v. II, p. 94.

    21Archivo General de la Nacin, Indiferente virreinal, Jesuitas, caja 3572, expe-diente 025. Agradezco a Francisco Ivn Escamilla esta referencia.

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    Corpus Christi, la virreina poda observar la procesin desde la casa dealgn funcionario, pero jams acompaaba al virrey. Incluso en una

    ocasin, en la fiesta del Corpusde 1664, el virrey conde de Baos orde-n que la procesin pasara por el palacio para que la virreina, que esta-ba indispuesta, pudiera verla, contraviniendo un bando del obispo DiegoOsorio y Escobar, quien funga entonces como visitador del reino. Cua-tro meses despus, por agosto de ese ao, llegaba una orden de la coronapara que el conde pagara 12 000 ducados de multa por haber hechofuese la procesin de Corpus por su palacio y se mandaba: no se alte-re en la costumbre.22

    No obstante esta ausencia constante de las virreinas en los actospblicos tenemos tambin una excepcin: se trata del traslado de la ima-gen de la Virgen de Guadalupe a su nuevo santuario que se llev a caboen 1709. De la presencia de la virreina Juana de la Cerda y Aragn y desu hija en la procesin nos queda como testimonio un cuadro que el virreyAlburquerque encarg al pintor Jos de Arellano para conmemorar dichoacto. La familia virreinal est representada al final de la procesin acom-paada de otros miembros de la corte, algunas al parecer mujeres.23

    Frente a la relativa ausencia de la virreina en la plaza, el palacio eraen cambio un espacio en el que su presencia era continua, y tan determi-nante que, durante los gobiernos en los que no hubo virreinas (con losvirreyes viudos o solteros y con los arzobispos virreyes), no hubo prc-ticamente vida cortesana.24En algunas dependencias de este espacio pa-laciego, escenario de su cotidiana actividad, las virreinas eran dueas yseoras. Uno de los actos en los que la corte y la sociedad novohispanase encontraban era en la celebracin de los santos y cumpleaos. El 13

    de junio de 1755, narra Castro Santa Anna, se visti esta corte de gala

    22Guijo, Diario..., v. II, p. 208 y 225.23Jonathan Brown et al., Los siglos de oro en los virreinatos de Amrica (1550-

    1700), Madrid, Sociedad estatal para la conmemoracin de los centenarios deFelipe II y Carlos V, 2000, p. 150.

    24Antonio Rubial, Monjas, cortesanos y plebeyos. La vida cotidiana en la pocade sor Juana, Mxico, Editorial Taurus, 2005, p. 123.

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    por ser del nombre de la Excelentsima Seora Virreina Doa Antoniade Padilla, a quien pas a cumplimentar su Ilustrsima [el arzobispo

    Manuel Rubio y Salinas], real audiencia, tribunales, prelados y nobleza;y al anochecer tuvo un festejo en que concurrieron muchas seoras y

    sujetos de distincin, que dur hasta las dos de la maana.25

    Varias dcadas antes, el viajero italiano Giovanni Gemelli narra la

    visita que hizo al palacio virreinal con motivo de los aos de la virreina,

    doa Mara Andrea de Guzmn, segunda esposa del conde de Moctezuma.

    Fueron todos los ministros y los nobles a cumplimentar al seor

    virrey, el cual sentado bajo un dosel los recibi en dos filas de si-llas... sin ningn orden de precedencia, pues se sentaron igualmen-

    te todos los que entraban, no acostumbrndose en las Indiasmaestro de ceremonias, ni ujier [portero de estrados], como en

    otras partes, sino que al virrey sirven solamente sus pajes. Pas

    luego toda esta turba al apartamento de la seora virreina, pero los

    ministros sin capa. Ella estaba sentada sobre cojines, y los que en-traban se sentaban en largas filas de sillas. Termin la fiesta sin

    ninguna comedia ni baile, pues el seor virrey era de Galicia y no

    quera gastar sus haberes en vanidades.26

    El besamanos era una ocasin que la nobleza novohispana apro-

    vechaba para llevarles costosos regalos a las virreinas, como los que

    recibi en su festejo anual la condesa de Baos: libreas, carrozas y

    cadenas de oro.27Lo comn en esas ocasiones, salvo la narrada por

    Gemelli, era terminar el acto con una representacin teatral, general-mente actuada por pajes, sirvientes y damas de compaa, e incluso a

    25Castro Santa Anna, Diario, v. II, p. 136.26Giovanni Gemelli Careri, Viaje a la Nueva Espaa, introduccin, traduccin y

    notas de Francisca Perujo, Mxico, UNAM, Instituto de Investigaciones Biblio-grficas, 1976, p. 117.

    27Guijo, Diario, v. II, p. 169.

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    veces por los mulatos de la guardia de palacio. Los virreyes Mancera yLaguna y sus esposas, amantes del teatro y de las tertulias literarias, se

    distinguieron a fines del siglo XVIIpor la promocin de tales escenifica-ciones.28Juana de Asbaje debi asistir a varias de ellas cuando vivi enla corte al lado de la marquesa de Mancera y despus, ya como monjaprofesa en San Jernimo, entreg algunos de sus textos para que fueranrepresentados en palacio en tiempos de la condesa de Paredes, esposadel virrey marqus de Laguna, sus protectores y mecenas.

    Otro momento importante para el cual se engalanaba el palacioera la administracin del sacramento de la confirmacin a los hijos de

    los virreyes que se llevaba a cabo en la capilla domstica. En 1703 lapequea hija de los virreyes de Alburquerque fue confirmada por elarzobispo Juan Ortega y Montas. El diarista Robles menciona quela nia lloraba muchsimo lo que oblig a los padres a llorar tambiny agrega que habiendo ledo las letanas o catlogo de los nombres,que fueron cincuenta y tres [] en el nterin se dispararon cuatro pe-dreros y se hizo salva tres veces. Acabada la confirmacin hubo aguas,dulces, chocolate y msica.29

    El saln de comedias y la capilla formaban parte de las dependenciasdel palacio destinadas a la zona habitacional. En ellas, la pareja virreinalconviva con las personas ms cercanas, quienes tenan acceso a sus apo-sentos: el mayordomo, el secretario particular, el mdico, el confesor, elcapelln, el jefe de la guardia y los caballeros y damas de casa y cma-ra, parientes y allegados de la pareja encargados de misiones de con-fianza.30Crear una corte fue uno de los mecanismos indispensables paracompensar la ausencia del rey, y esta institucin slo se dio en dos ciu-dades americanas durante los siglos XVIy XVII: Mxico y Lima.

    28Manuel Romero de Terreros, Bocetos de la vida social en la Nueva Espaa,Mxico, Editorial Porra, 1944, p. 32 y 197.

    29Antonio de Robles, Diario de sucesos notables, 3 v., Mxico, Editorial Porra,1972, v. III, p. 60.

    30Escamilla, La corte, p. 371 y ss.

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    Por un documento limeo del siglo XVII, la Relacin de los estilosy los tratamientos, sabemos que la virreina tena una sala de audiencia

    en el palacio donde reciba tanto a las esposas de los oidores y seorasde ttulo, como a los caballeros y principales cargos polticos y religiosos.31Algo semejante debi haber en Nueva Espaa pues Isidro de Sariana,en la relacin que escribi sobre las exequias que se hicieron en Mxicopor la muerte de Felipe IV, seala que oidores y funcionarios pasaron adar el psame al cuarto de la virreina, despus de hacerlo con el virrey.Asimismo fueron citadas para la tarde las esposas de los ministros, ttu-los y caballeros, quienes solamente visitaron a la virreina.32

    En general no haba banquetes o fiestas en palacio de maneracontinua, sin embargo parece haber sido comn, por lo menos en elsiglo XVIII, lo que se llamaba concurrencia de alcoba, es decir tertuliasen las habitaciones del palacio. Castro Santa Anna describe varias deellas en su diario, sealando que en algunas hubo varios conciertosde msica y en otras danzas y contradanzas:

    Al anochecer [del 25 de diciembre de 1755] en el real palacio [el

    virrey] tuvo concurrencia de alcoba con varios seores ministrosprebendados, ttulos y personas de distincin, a quienes obse-qui con un costoso refresco, pasando parte de la prima nocheunos en diversin de juego de cartas y otros en conversacin,practicando lo mismo la seora virreina con distintas seorasque le acompaaron.33

    Las virreinas tenan acceso slo a las zonas habitacionales del pa-lacio. No lo tenan en cambio a las reas administrativas donde estaban

    31Citada por Alberto Baena Zapatero, Mujeres novohispanas e identidad criolla(siglos XVI y XVII), Alcal de Henares, Ayuntamiento de Alcal de Henares,2009, p. 154.

    32Citado por Baena, Mujeres, p. 154 y s.33Castro Santa Anna, Diario, v. II, p. 199.

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    los tribunales de la Audiencia y de Cuentas, la sala del Real Acuerdo yla Crcel de Corte. Estas secciones estaban reservadas para los funciona-

    rios del gobierno, con los cuales las virreinas tenan trato, pero no en lasoficinas de trabajo sino en el espacio de esparcimiento, lugar de los en-cuentros cortesanos donde convivan la burocracia y los aristcratas. Sinembargo no siempre este espacio estuvo marcado por los buenos moda-les. En 1655 el virrey y primer duque de Alburquerque abofete pbli-camente al contador mayor del Tribunal de Cuentas que lo ba ensangre y derrib un diente, posiblemente por algo relacionado con suesposa, pues este funcionario haba ofrecido das atrs un costoso al-

    muerzo en honor de la virreina y de su hija en su casa, donde la parejavirreinal haba ido a presenciar la procesin del Corpus Christi.34

    A pesar de que el palacio era una escuela de buenos modales dondelos jvenes aristcratas aprendan a comportarse en la mesa, a tenertrato con las damas por medio de una buena conversacin y de las prc-ticas del galanteo y a dominar sus pasiones, a veces los celos y la iraprovocaban situaciones de violencia. Otras veces, el palacio tambin fueel escenario de negocios y actividades mercantiles, siendo algunas virrei-

    nas muy avezadas en tales actividades. Mariana Isabel de Leiva, condesade Baos, reciba parte de las ganancias que obtenan sus paniaguadospuestos por ella y su marido en los cargos de corregidores y alcaldesmayores; y en el juicio de residencia de su marido se seal que cerca dela ciudad fue descubierta una partida de plata sin quintar por 10 000pesos, cantidad que no pudo ser confiscada al descubrirse que pertenecaa la condesa.35Elvira de Toledo, la condesa de Galve (de la cual nos haquedado una rica correspondencia fechada entre 1688 y 1696) rifabaobjetos de cristal fino que consegua a buenos precios, y con las ganancias

    34Guijo, Diario, v. I, p. 249 y ss.; v. II, p. 20.35Isabel Arenas Frutos, Slo una virreina consorte de la Nueva Espaa? 1660-

    1664. La II marquesa de Leyva y II condesa de Baos, Anuario de EstudiosAmericanos, Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, v. 67, nm. 2(jul.-dic.), 2010, p. 551-575, p. 568.

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    de esos sorteos compraba cacao que revenda en Espaa por medio desu agente comercial.36A fines del siglo XVIII, la ambiciosa virreina Mara

    Antonia de Godoy, esposa del virrey marqus de Branciforte, ide unplan para hacer un negocio redondo aprovechando la candidez de lanobleza novohispana. En una de las recepciones del palacio la virreinaapareci en pblico con un aderezo de corales y coment que las perlasya haban pasado de moda en las cortes europeas. Las damas criollas,que ostentaban excesivos adornos de perlas, se despojaron de ellas anfimo precio para adquirir corales, lo cual signific para la virreina unnegocio redondo porque a trasmano compr unas y vendi otros.37

    la vida pblica de las virreinas

    Junto con el palacio, otro de los espacios donde las virreinas desplegaronsus cualidades cortesanas fueron las huertas vecinas a la capital, propie-dad de los ricos nobles y burgueses. Los condes de Baos, por ejemplo,pasaban largas temporadas en las huertas de Tacubaya pues a la virreinale gustaba el lugar para convalecer de sus achaques (padeca de descon-

    cierto dice el diarista Guijo y estaba desahuciada de los mdicos). El21 de agosto de 1662 fueron hospedados en la huerta de su amigo Anas-tasio de Salceda, cuyo cargo de corregidor de la ciudad haba sido obte-nido gracias a los condes, y para su asistencia (es decir sus numerosossirvientes y allegados) se quitaron todas las huertas a sus dueos. Alao siguiente, desde el 8 de julio de 1663, los virreyes se hospedaron enlas huertas de Cantabrana, ocupando con su familia todas las huertas

    36Escamilla, La corte, p. 388. Las cartas estn publicadas en ingls porMeredith Dodge y Rick Hendricks, Two Hearts, One Soul. The corresponden-ce of the Condesa de Galve (1688-1696), Alburquerque, University of NewMexico Press, 1993.

    37Romero de Terreros, Bocetos, p. 74 y ss. El autor no seala la fuente docu-mental que utiliz para narrar esta ancdota pero, como muchos de sus con-temporneos, debi sacarla de alguna referencia contenida en papeles de suarchivo privado o del de alguno de sus amigos.

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    y casas de dicho pueblo [de Tacubaya], y desde ah vieron pasar laprocesin de la Virgen de los Remedios que era llevada a Mxico, como

    muchos aos, para aliviar la sequa.38

    Otro de los personajes que agasajaba a los virreyes en su residenciade campo de San Agustn de las Cuevas o con paseos campestres fue eltesorero de la casa de moneda, Francisco de Medina Picazo. El viajeroitaliano Giovanni Gemelli cuenta que en 1697 invit al conde de Moc-tezuma y a su esposa a Tlalpan a su casa de campo, y calcula que nopudo gastar menos de mil pesos en el festejo.39Aos despus, en 1703,ofreci a los virreyes duques de Alburquerque una serie de suntuosas

    recepciones que duraron varias semanas. El primero de mayo, narraAntonio de Robles, el tesorero hizo aparejar [para la virreina] una canoade doce varas de largo, cuatro de ancho y tres de alto, muy dorada y condiez remeros vestidos de lampazos de China que cost ms de mil pesos.La embarcacin sali por el canal de la Viga a las tres de la tarde rumboa Iztacalco, llevaba msica e iba acompaada de varias canoas con mu-cha gente; volvieron despus de las oraciones es decir al anochecer.40

    De este paseo, uno de los preferidos por los capitalinos y por los

    visitantes extranjeros, nos queda tambin una descripcin pintada porPedro de Villegas en 1706 titulada Visita del virrey Francisco Fernndezde la Cueva, duque de Alburquerque y su mujer al canal de la Viga ,cuadro que pertenece a la coleccin del Museo Soumaya. Aunque enel cuadro no aparecen ni los diez remeros, ni la banda de msica ni lasmltiples canoas, la pintura corresponde con bastante exactitud a ladescripcin de Robles: una dorada embarcacin se aproxima a la orilladel canal y en ella van el virrey y su mujer, sentados bajo un toldo. Fren-te a los virreyes aparecen reclinadas dos damas, tal vez las camareras dela virreina, y una mujer que est a punto de dejar la trajinera. Una comi-tiva de guardias luciendo uniformes a la moda francesa recibe a los dig-

    38Guijo, Diario, v. II, p. 176 y 200.39Gemelli, Viaje, p. 114.40Robles, Diario, v. III, p. 265.

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    natarios y a su squito a la orilla del canal. Sobre la plaza, frente a lapequea iglesia de Iztacalco, un forln de camino tirado por cuatro ca-

    ballos espera a la pareja para llevarlos de regreso a la capital.41

    El mismo Robles seala que un mes despus de este paseo, el pri-mero de junio de 1703, los duques volvan de San Agustn de las Cuevasdonde pasaron una semana de festejos en la casa del tesorero MedinaPicazo. A lo largo de esos das hubo toros y mascaradas a los que invita toda la corte, para lo cual tambin tuvo que embargar todas las huer-tas a sus dueos. Los festejos costaron al tesorero ms de veinte milpesos, de los que se gastaron 3 000 en hacer dorar con oro de hoja un

    pino grande y 5 000 en las comidas. Sin embargo, el recuerdo de esedespliegue y ostentacin no fueron suficientes para conseguir el favor delduque de Alburquerque cuando, al poco tiempo, Medina solicit al virreyque modificara una sentencia judicial en su contra; en efecto, ste se nega hacerlo diciendo que una cosa era la amistad y otra la justicia.42

    Estos festines no debieron ser excepcionales en el siglo XVIII, aunqueslo nos queda noticia de otro tan ostentoso como el de Medina que sellev a cabo en San ngel en 1752 y que fue dedicado al primer conde

    de Revillagigedo y a su esposa Mara Antonia Ceferina Pacheco de Pa-dilla. El diarista Jos Manuel de Castro Santa Anna lo describe as:

    La maana [del cuatro de agosto de 1752] en su pueblo de Sanngel, el seor don Francisco de Chvarri, Oidor decano de estaAudiencia, hizo convite para almorzar a su huerta a sus excelen-cias, familia y comitiva, y a muchos sujetos principales de esta cor-te. Aderez la casa costosamente y mand formar en la huerta doscostosas galeras, cubiertas de ramos y flores; en la primera se ha-llaba un buen dispuesto estrado con muchos asientos de damasco,

    41Gustavo Curiel y Antonio Rubial, Los espejos de lo propio. Ritos pblicos yusos privados en la pintura virreinal, en Pintura y vida cotidiana en Mxico,1650-1950, Mxico, Fomento Cultural Banamex, 1999, p. 49-153, p. 94 y ss.

    42Robles,Diario, v. III, p. 270 y 277.

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    rodeada la galera de taburetes de seda; y habiendo entrado toda lacomitiva, repentinamente se despe una gran porcin de agua,

    que con arte [se] tena represa, la que caus gran diversin, sonan-do al mismo tiempo un golpe de msica, que estaba oculto en va-rias cuevas que tenan formadas al pie de los troncos de los rboles,y corrindose despus unas cortinas, se dej ver la segunda galera,en donde estaba una larga mesa cubierta de exquisitos y pulidosmanjares con todo gnero de bebidas; tomaron sus asientos y gus-taron en este opparo banquete hasta ms de las doce del da, quesus excelencias se retiraron a su palacio.43

    La noticia termina con una acotacin: se perdieron dos platones,once platillos y muchas cucharas de plata, porque la concurrencia vulgarfue crecida. Situaciones similares se daban en todas las fincas de cam-po de moda situadas en Tacubaya (donde el arzobispado posea unasuntuosa huerta), en la Tlaxpana, en San ngel o en San Agustn de lasCuevas en Tlalpan. A veces, sin embargo, la finalidad no era slo ladiversin, sino mudar de aires, convalecer de una enfermedad o sim-

    plemente descansar de los calores de la ciudad que precedan a la pocade lluvias.

    Pero no slo fueron las huertas de la nobleza y los paseos campes-tres los escenarios de estas prcticas cortesanas, algunos conventos delos alrededores de la capital tambin fungieron como lugares de recreodesde el siglo XVI. El cronista fray Antonio de Ciudad Real narra que enseptiembre de 1586 fueron el virrey y la virreina marqueses de Villaman-rique a holgarse y recrearse en la ciudad de Xochimilco y posaron contoda su casa dentro del convento de los franciscanos donde estuvieronsiete u ocho das. Lo que ms mal pareci seala el fraile y de quetodo el mundo tuvo que murmurar, fue la demasiada libertad, rotura ydisolucin que hubo en entrar y estar muy de propsito mujeres, no slola virreina y las suyas, sino otras muchas, dentro del dicho convento y

    43Castro Santa Anna, Diario, v. I, p. 14 y ss.

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    andar por las celdas como si fuera casa profana, y como si no hubierabreve apostlico que so graves penas y censuras prohbe estas entradas.44

    Segn el cronista, el convento daba 300 raciones de comida diariasy festej a sus visitantes con opparas viandas (aves, confituras y cajetas)acompaadas con vino, lujos inapropiados, segn l, para la austeridadfranciscana. El informante agrega que el virrey despachaba en el conven-to y all acudan los oidores y oficiales de la audiencia. Haba ademsjuegos y fiestas y la virreina echaba naranjas al agua de un estanque delconvento mientras un fraile lego nadaba frente a ella recogindolas. Enotra ocasin los virreyes se subieron en unas canoas y con ellos mucha

    gente tirndose elotes (que son las mazorcas tiernas del maz). El pro-vincial, que iba con ellos, dio un elotazo en la nariz a unos de los caba-lleros y le sac mucha sangre. Tambin se jug a los bolos y hasta lavirreina particip en esta diversin: y detenindola la bola un fraile, oapartndosela para que no entrase en los bolos, haba ella dicho con vozque todos los circunstantes la oyeron: No me hagan trampas ni toquena mi bola, miren que les traer al de Ponce.

    El gracejo se explicaba porque el comensal de los virreyes era el

    provincial fray Pedro de San Sebastin, quien con estos festejos co-rresponda a la ayuda que el marqus le prestara para expulsar aGuatemala a su enemigo, el visitador y comisario de los franciscanosfray Alonso Ponce, quien se haba enfrentado al provincial. La ani-madversin que se observa contra fray Pedro en el relato de frayAntonio de Ciudad Real se debe a que ste era el acompaante y se-cretario de Ponce en la visita. La narracin, una de las pocas que nosquedan de las virreinas del siglo XVI, nos muestra tres interesanteshechos: por un lado, las actividades que llevaba a cabo la corte en esoslugares de recreo estaban marcadas por la diversin; por el otro, que

    44Antonio de Ciudad Real, Tratado curioso y docto de las grandezas de la Nue-va Espaa. 2 v., edicin de Josefina Garca y Vctor Castillo, Mxico, UNAM,Instituto de Investigaciones Histricas, 1976, v. II, p. 53 y ss. (Serie Historia-dores y cronistas de Indias, 6).

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    tales invitaciones tenan casi siempre como finalidad agradecer o pedir

    favores de los virreyes; y, por ltimo, que buena parte de la vida de la

    corte no estaba vinculada al virrey, sino a la virreina. Esto fue una cons-tante a lo largo de los tres siglos.

    Sin embargo, uno de los espacios privilegiados para la actividad de

    las virreinas no eran ciertamente los conventos de religiosos sino los

    monasterios de monjas. Los diarios nos las muestran acompaadas por

    un pequeo squito femenino visitando estos centros afamados por su

    cocina, su msica y sus imgenes devotas. El llevar vestidos y joyas para

    engalanar a las Vrgenes veneradas en sus templos o en sus coros for-

    maba parte de los actos de piedad que se esperaban de toda mujernoble. Alguna virreina incluso (la marquesa de las Amarillas Luisa Ma-

    ra de Ahumada) cant con las carmelitas en su coro durante la celebra-

    cin de Santa Teresa de Jess (15 de octubre de 1757) por ser tierna

    devota de esta santa, por ser rama de su noble estirpe.45

    Fueron tambin los conventos de religiosas los primeros en dar

    la bienvenida a las virreinas a su llegada, a veces con coloridos festejos.

    En 1680 el monasterio de Santa Clara de la capital organiz un lucido

    recibimiento en su huerta a la recin llegada condesa de Paredes. El

    acto comenz con una danza y un tocotn a cargo de 12 nias engala-

    nadas con plumas y flores, que aclamaban a la virreina como la nueva

    Palas Atenea, protectora de la ciudad de Mxico. A continuacin sigui

    una loa en la que Tetis, la seora del mar, se enfrentaba con Flora,

    diosa de la vegetacin, por ver cual de las dos era ms digna de elogiar

    a la homenajeada, disputa que dirimi la Fama de manera triunfal,

    alegando que slo ella poda ser digna de tal honor. Las monjas clari-sas, que muy posiblemente participaron en la representacin, manda-

    ron escribir los textos del festejo al bachiller Jos de la Barrera y stos

    se imprimieron en la casa de Juan de Ribera en 1681 para que queda-

    ra recuerdo de ellos. El recibimiento le vali al convento de Santa

    45Castro Santa Anna, Diario, v. III, p. 195.

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    Clara una especial atencin por parte de la condesa durante su estan-cia en la capital del virreinato.46

    Las virreinas, al igual que los virreyes, tenan especial preferenciapor alguna orden o convento, posiblemente fomentada por sus confesores.Juana Francisca Diez de Aux, duquesa de Alburquerque, que profes enla capital como terciaria franciscana en 1653 de manos del comisariogeneral de la orden, era asidua de los monasterios de las clarisas.47Ma-riana Isabel de Leyva, condesa de Baos, benefici especialmente a lascarmelitas, e incluso trat de intervenir directamente en la eleccin de unaabadesa amiga suya que estaba a favor de que los carmelitas las adminis-

    traran en lugar del arzobispo.48Leonor Carreto, la marquesa de Mancera,gran aficionada a las capuchinas, fue una de las promotoras del paso deesas religiosas a la Nueva Espaa y, de hecho, gracias a ella se dio la pri-mera fundacin de esa orden femenina en la ciudad de Mxico, siendo lavirreina quien las llev en su carruaje al monasterio.49

    A veces las visitas a los conventos respondan tambin a la necesidadde convivir con aquellas religiosas destacadas por su santidad o sabidu-ra. Carlos de Sigenza y Gngora narra cmo Francisca Fernndez de

    la Cueva, la virreina marquesa de Cerralvo, visitaba en su lecho de muer-te a la venerable sor Ins de la Cruz, fundadora del monasterio de lascarmelitas descalzas de la capital. La marquesa serva a la santa religiosade rodillas y con sus propias manos sacaba las bacinillas y ella le adminis-traba la comida que traa guisada de palacio.50Por otro lado, es conocida

    46Festn plausible con que el convento de Santa Clara celebr en su felice entrada ala Excelentsima Doa Mara Luisa, Condesa de Paredes, Marquesa de la Laguna

    y virreyna de esta Nueva Espaa. Edicin, estudio y notas de Judith Farr, Mxi-co, El Colegio de Mxico, 2009 (Biblioteca Novohispana, Serie Anejos, 5).

    47Guijo, Diario, v. I, p. 228.48Ibidem, v. II, p. 152 y ss.49Francisco de Villarreal y guila, La Thebayda en poblado, Madrid, 1686.

    Citada por Pastor, Mujeres, p. 130.50Carlos de Sigenzay Gngora, Teatro de virtudes polticas, prl. Roberto

    Moreno de los Arcos, Mxico, UNAM, 1986 (Biblioteca mexicana de escrito-res polticos), p. 151.

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    por todos la relacin de sor Juana Ins de la Cruz con la culta virreinaMara Luisa Manrique de Lara, condesa de Paredes y marquesa de la

    Laguna, quien la visitaba continuamente en la clausura y promovi la pu-blicacin de sus obras a su regreso a Espaa.En 1630 las visitas de las virreinas a las monjas ya eran una prcti-

    ca muy comn y a nadie se le hubiera ocurrido cuestionarla hasta que enese ao el arzobispo Francisco Manso y Ziga prohibi a la marquesade Cerralvo que entrara a los conventos femeninos. El pleito estaba in-merso en el conflicto que por entonces sostena el prelado con el virrey eiba dirigido a cuestionar los lmites de la soberana de ste, y en conse-

    cuencia los de su consorte. En tal prohibicin se argumentaba que la vi-rreina no encarnaba a la reina, como si lo haca el virrey respecto al rey,y que en ella por tanto no se representaba el patronazgo real de maneraoficial. La respuesta no se dej esperar y el representante de la corte ar-gument que la dignidad de la virreina exceda a la de cualquier damanoble de la corte y por tanto estaba investida de las cualidades de figurapblica y de representante del monarca. Una real provisin fechada el 10de diciembre de 1630 ordenaba que se siguieran haciendo las visitas a las

    monjas como era costumbre, aunque sin entrar en pormenores sobrelas funciones representativas de las virreinas; es obvio sin embargo que laCorona no vea estas visitas como parte de un protocolo oficial.51

    La prctica, por tanto, sigui siendo tan comn que se convirti enuna referencia obligada en todos los diaristas de la poca, lo cual contras-ta con lo excepcional que eran las visitas de las virreinas a otros mbitos,como el de la universidad. El diarista Guijo nos da esta noticia sobre lapresentacin de una tesis a la que asisti la pareja virreinal: Acto enromance, viernes 18 de junio de 1655: en la real universidad tuvo un actoun religioso mercedario que presidi el maestro fray Juan de Herrera, enromance, a que asisti el virrey y la virreina, y ocurri a la novedad todo

    51Archivo General de la Nacin, Regio Patronato Indiano, Bienes Nacionales,v. 743, exp. 13 (1630). Dicho documento est citado en Pastor,Mujeres,p. 104 y ss.

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    el reino. Notse mucho por ser cosa no usada en la universidad; dispso-lo as el dicho fray Juan de Herrera, por ser como es capelln del virrey,

    y le asisti de da y parte de noche; arguy don Juan Manuel y otros dela Audiencia en romance y los religiosos asimismo.52Unas pginas atrsel diarista haba sealado que fray Juan de Herrera era privado del vi-rrey, lo que explica la deferencia hecha en su honor (y en el de su espo-sa) al hacer el acto en espaol y no en latn como era la costumbre.

    En 1683 se menciona de nuevo la presencia de la virreina en launiversidad durante una suntuosa fiesta celebraba en conmemoracin dela Inmaculada Concepcin. En ella se llev a cabo un certamen potico

    y la inauguracin del recin restaurado y decorado saln de actos (elgeneral grande) debido a la munificencia del rector Juan de Narvez.Carlos de Sigenza y Gngora, encargado de hacer la relacin que deja-ra constancia de la labor del rector como mecenas de la fiesta y comopatrono de las obras de remodelacin, destacaba con estas palabras lapresencia de la virreina en el festejo: Y como si no bastara para la esti-ma tan sobresaliente favor, en una de las tardes de este cuatriduo, rayen el cielo del acadmico claustro todo el sol de la discrecin y hermosu-

    ra en la Excelentsima Seora doa Mara Luisa Gonzaga Manrique deLara, condesa de Paredes, marquesa de la Laguna.53

    Otra mencin en este sentido se encuentra en el diario de viajede Giovanni Gemelli que como vimos visit la corte del virrey conde deMoctezuma en 1697: Debiendo defenderse algunas tesis o conclusionesde teologa en la universidad, fue all el virrey con todos los ministros, ytambin la virreina con las damas sobre algunos pequeos palcos.54

    Una ltima visita de una virreina a la universidad es mencionadahasta 1803, cuando el virrey Iturrigaray y su esposa fueron convidadosah a una excepcional recepcin. En la relacin que un cronista annimo

    52Guijo, Diario, v. II, p. 20.53Carlos de Sigenza y Gngora, Triunfo partnico, Mxico, Ediciones Xchitl,

    1945, p. 133.54Gemelli, Viaje, p. 104.

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    hizo del hecho, se menciona que a las cuatro de la tarde la virreina Ma-ra Ins de Juregui sali del palacio acompaada de algunas de sus

    damas (antes que el virrey) y fue recibida por el claustro universitarioen el recinto llamado la Tribuna del General y conducida de la manopor el rector hasta su asiento. Despus del acto se sirvi en la bibliotecaun refrigerio alrededor de una mesa donde se haban colocado notablesfiguras alegricas de azcar que representaban las virtudes, las cienciasy las artes.55En la relacin de los festejos tambin se hizo una especialmencin a la virreina, por haber sido madrina de un colegial del semi-nario en un acto de matemticas; adems de asistir a la universidad,

    la mecenas convid despus a comer a su ahijado y lo regraci congenerosidad. El annimo autor agrega: Acciones dignas todas de tras-ladarse a la noticias de las Academias de Europa y de hacer duradera sumemoria en los fastos de esta Mexicana. Un acto as no hubiera sidoposible cien aos antes, lo que muestra los profundos cambios que habatrado la Ilustracin respecto al papel de la mujer en la sociedad.56

    Otro espacio donde la presencia de la virreina se hizo notable fueen la catedral. En todas las ceremonias en la iglesia mayor, la virreina,

    sus hijas y a veces las esposas de los oidores, asistan dentro de una jau-la o palco cerrado con celosas y cubierto por velos que impedan vera las personas del interior, pero que estaba colocada en un lugar promi-nente cerca del altar.57Esta presencia oculta, pero notoria, no podapasar desapercibida, y ms an cuando la virreina no siempre actuabaen la jaula con el recato debido. Gemelli narra que en una ocasin, alterminar la misa, tuvo la virreina deseos de beber un poco de vino y el

    55Visita del virrey Iturrigaray a la Universidad en 1803, Mxico, UNAM, Insti-tuto de Investigaciones Estticas, 1943, p. 14.

    56Ibidem, p. 12.57Fue especialmente notable la que mand construir el primer duque de Albur-

    querque en 1656 para la catedral, aunque tres aos antes ya se haba hechootra muy suntuosa en el templo de San Francisco para la virreina y sus damascon motivo de la fiesta del juramento de la Inmaculada Concepcin. Guijo,Diario, v. II, p. 50; v. I, p. 234.

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    aclito que se lo llevaba rod escaleras abajo con la garrafa en la manoy las risas del populacho.58

    La jaula de la virreina fue ocasin tambin de varios pleitosentre arzobispos y virreyes cuyas relaciones fueron a menudo tensas alo largo del virreinato. Durante la procesin por el templo el Domingode Ramos, exista la costumbre de que el seor arzobispo hiciera bajara su caudatario el extremo de la capa pluvial al pasar junto al virrey y ala jaula de la virreina. Algunos arzobispos, como Francisco de Aguiary Seijas y Juan Ortega y Montas, se negaron a obedecer tal costumbrealegando que la virreina no tena ninguna funcin real como para tener

    con ella esa deferencia.59En el siglo XVIIIun nuevo pleito sobre la jaula se daba entre el

    cabildo de la catedral y los virreyes. Despus de 36 aos sin que hubieraen palacio una virreina (pues al segundo duque de Alburquerque quesali de Nueva Espaa en 1710 lo siguieron tres virreyes viudos, dossolteros y un arzobispo), llegaba como esposa del virrey Juan Franciscode Gemes y Horcasitas, Mara Ceferina Pacheco de Padilla, primeracondesa de Revillagigedo. Mujer sumamente caprichosa, la virreina haba

    hecho remover poco despus de su llegada en 1746 las celosas negras desu tribuna en la catedral y pidi que sta pudiera trasportarse al lugarde su eleccin, adems de exigir varias deferencias ceremoniales que ensentido estricto slo correspondan a su marido. Al parecer los eclesis-ticos nada pudieron hacer frente a estas pretensiones, pero en 1755, conmotivo de la llegada del siguiente virrey, el marqus de las Amarillas, enuna sesin del cabildo se dispuso que la jaula regresara a su lugar, fijay con celosas, con el fin de corregir los abusos que se haban dado conla anterior virreina.60

    58Gemelli, Viaje, p. 74.59Artemio del Valle Arizpe, Virreyes y virreinas de la Nueva Espaa, Mxico,

    Editorial Porra, 2000 (Sepan Cuntos, 717), p. 111 y ss.60Archivo del Cabildo Metropolitano de Mxico, Actas de Cabildo, libro 42,

    f. 210 v-211 v. Sesin del 5 de noviembre de 1755. Agradezco a Paula Mueseste dato.

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    Pero la catedral no era slo espacio de conflictos, tambin en ellala corte celebraba sus gozos. Varias de las virreinas llegaron a Mxico en

    edad reproductiva y tuvieron a sus hijos en Nueva Espaa por lo que fueuna ceremonia comn la administracin del bautizo en la iglesia mayor,a menudo encabezada por el arzobispo. El 14 de julio de 1683, porejemplo, el hijo de los marqueses de la Laguna fue bautizado en la cate-dral, en la pila de San Felipe de Jess, con 17 nombres y de manos delarzobispo de Mxico, Francisco de Aguiar y Seijas. Adems de su padri-no, fray Juan de la Concepcin (un donado franciscano del squito delos virreyes), asistieron los miembros de la Audiencia, los cabildos civil

    y eclesistico, los superiores de todas las rdenes religiosas y la noblezacriolla. Los festejos concluyeron con fuegos artificiales y banquetes y sor

    Juana Ins de la Cruz, muy cercana a la virreina Mara Luisa, les envicomo regalo un poema.61

    Fue tambin muy suntuoso y peculiar el bautismo de la hija deBernardo de Glvez y de Felicitas de Saint Maxent en 1786, sobre todoporque el padre haba muerto once das antes de su nacimiento. Ante taldesgracia el Ayuntamiento de la capital solicit a la viuda apadrinar a la

    recin nacida (caso sumamente inslito) y lo hizo en su nombre el co-rregidor Francisco Antonio Crespo. Para no ofender a Fernando JosMangino, el padrino originalmente elegido, se le ofreci a ste serlo deconfirmacin. De tal forma la nia fue bautizada y confirmada en lacatedral casi al mismo tiempo, oficiando el arzobispo Alonso Nez deHaro y Peralta. La pequea recibi los nombres muy criollos de MaraGuadalupe, Bernarda, Felipa de Jess y Juana Nepomuceno, y el Ayun-tamiento le regal brocados, una fuente de plata y varias ricas joyas decarey, oro, perlas y diamantes; asimismo ofrend a su madre, la ex vi-rreina, un collar de perlas y unos pendientes de diamantes.62

    61Robles, Diario, v. II, p. 50.62Artemio del Valle Arizpe, El palacio nacional de Mxico. Monografa histrica

    y anecdtica, Mxico, Compaa General de Ediciones, 1952, p. 120 y ss.

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    Aos despus, en 1794, la hija del marqus de Branciforte y deMara Antonia Godoy recibi durante su bautizo en la catedral, por

    manos del mismo arzobispo Alonso Nez de Haro, la banda de la ordende Mara Luisa, distincin que slo se otorgaba a los hijos de los reyes.La madre haba sido dama de honor de Mara Luisa de Parma, esposade Carlos IV, pero sobre todo era hermana del ministro Manuel Godoy,favorito y amante de la reina.63

    Adems de bautizos, tambin alguna virreina celebr en Mxicola boda de sus vstagos. Los Mancera, por ejemplo, casaron a su hijacon el hijo del tercer duque del Infantado. La ceremonia se llev a

    cabo el domingo 28 de mayo de 1673 por poder, pues el joven vivaen Espaa, pero la celebr el arzobispo fray Payo, y hubo muchagrandeza.64

    Sin duda la presencia de las virreinas en la catedral estaba avaladapor su carcter de consortes y eso se vio claramente en un acto que lleva cabo en la catedral el virrey duque de Alburquerque el 30 de enero de1656. El diarista Gregorio de Guijo narra as la escena:

    Acabado este acto, se fue el [virrey Duque de Alburquerque] y lavirreina e hija al presbiterio e hincndose de rodillas bes la prime-ra grada con toda veneracin y respeto, y quitndose la capa y es-pada, y ellas cubriendo los tocados con unas tocas, subieron alpresbiterio y entre ellos tres barrieron todo por sus manos y sacu-dieron sus barandillas y cogieron la basura; y acabado este acto, noquiso recibir aguamanos, sino sacudindose todo el polvo, que fuemucho, salieron de la iglesia y se entraron en sus carrozas y se fue-ron al palacio. Al tiempo de recibir el den las llaves de manos delvirrey, repicaron en dicha iglesia.65

    63Ibidem, p. 126.64Robles, Diario, v. I, p. 129.65Guijo, Diario, v. II, p. 43.

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    Desde su llegada a la capital virreinal, este gobernante se habaechado a cuestas la labor de terminar las obras de la iglesia ms impor-

    tante de la Nueva Espaa, aunque de hecho no la concluy. Si bien escierto que unos das antes el mismo virrey haba pagado a 200 indiospara limpiar el recinto, el acto era una muestra de humildad y piedadque posea una gran cantidad de cargas polticas. A partir de su arribo aNueva Espaa, en 1653, el virrey haba llevado a cabo una serie de re-formas para atajar la corrupcin que provocaron cierto descontento:reestructur el aparato fiscal aumentando las entradas de la corona; lla-m la atencin a los priores de los conventos mendicantes para que no

    permitieran la relajacin de sus frailes; orden ejecuciones en la horcapara atajar el bandolerismo; y finalmente apoy a los miembros del par-tido antipalafoxista contra los partidarios del obispo visitador Palafox,recin partido. El acto de barrer la catedral que l haba ayudado a con-cluir no era por tanto un acto inocuo; con l acallaba los infundios desus detractores y llevaba a cabo una ostentosa muestra de su actividadcomo servidor de Dios, como lo haba sido del rey. Lo ms interesantees que lo hiciera acompaado por su mujer y su hija, pues al involucrar

    a su familia se mostraba como modelo para la sociedad.66

    Adems en ese momento la catedral, sede del arzobispo, se hallabasin cabeza, por lo que fue al den, superior del cabildo, a quien Alburquer-que entreg las llaves. El haber dedicado la catedral cuando no estabatotalmente concluida, y de manera un tanto acelerada, se debi en buenamedida a la necesidad de aprovechar el momento en el que no exista ar-zobispo, la nica autoridad que poda haberle hecho sombra en la solem-ne ceremonia y a quien, muy probablemente, la presencia de la virreina enel presbiterio de la iglesia mayor hubiera parecido un acto poco decoroso.

    Un ltimo espacio en el que los cronistas mencionan la presenciade las virreinas junto a sus esposos, aunque siempre debajo de celosas,es el de los autos de fe inquisitoriales celebrados en el convento de Santo

    66Jonathan Israel, Razas, clases sociales y vida poltica en el Mxico colonial,Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1980, p. 254 y ss.

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    Domingo. Gregorio Martn de Guijo tiene tres referencias a este respec-to y menciona que en otras dos ocasiones la virreina intervino para im-

    pedir que dos reos recibieran los azotes a los que los haba condenado elSanto Oficio.67

    Por lo general, las virreinas se comportaban siempre de acuerdo alas normas establecidas, pero hubo casos en los que dieron de que hablarpor su actitud. Una de ellas fue Luisa Mara del Rosario de Ahumada yBruna, marquesa de las Amarillas, que sala hacia alguna de las huertasmontada a caballo como hombre, aunque no se le vea el pi en el es-tribo. El caso llam mucho la atencin en la ciudad por no ser prac-

    ticable entre las seoras de estos reinos esa manera de montar.68Es pordems sintomtico que fueron las virreinas borbnicas las que provoca-ban tales escndalos, lo cual nos habla de un cambio de actitud en laMetrpoli respecto al papel social de las mujeres, cambio que no era delagrado de una nobleza como la novohispana, al parecer sumamente con-servadora. Con todo, la marquesa de las Amarillas fue objeto de unainslita donacin en 1756: Jos lvarez de Ulate, alguacil mayor de lacapital, y su mujer regalaron a la virreina su caudal y hacienda, con

    la condicin de recibir 6 000 pesos anuales para su manutencin mientrasvivieran y que se apartaran antes 18 000 pesos para obras pas. CastroSanta Anna seala que esta donacin no ha sido bien recibida en estarepblica, considerndose que este caudal tiene varios pleitos pendientes,los que pueden ocasionar desfavorables consecuencias.69

    las despedidas y las muertes

    Despus de una convivencia de varios aos, virreyes y virreinas habanconsolidado relaciones y amistades con los aristcratas novohispanos.Con todo, slo el virrey Luis de Velasco y su esposa Ana de Castilla

    67Guijo, Diario, v. II, p. 67, 106, 125, 207 y 239.68Castro Santa Anna, Diario, v. III, p. 51.69Ibidem, v. II, p. 260 y ss.

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    emparentaron con familias locales: a su hija Ana la casaron con el futu-ro gobernador de Nueva Vizcaya, Diego de Ibarra; a su hijo Luis con

    Ana de Ircio, hija del conquistador Martn de Ircio y de una hermana delvirrey Mendoza. Asimismo, el hermano del virrey Velasco cas con lacriolla Beatriz de Andrada y en la siguiente generacin Luis de Velascoel joven, dos veces virrey pero ya viudo, cas a su hijo Francisco con suprima, llamada tambin Ana de Castilla (como la abuela de ambos); otrahija del segundo virrey Velasco, Mariana, fue desposada con Juan deAltamirano y ambos fueron padres del primer conde de Santiago, Fer-nando de Altamirano y Velasco, el segundo ttulo nobiliario concedido

    por el rey en Nueva Espaa (1616).70A pesar de que este fenmeno no se volvi a dar, por prohibicin

    explcita del rey y por el temor de que estos parentescos trajeran consigofavoritismos, los vnculos amistosos de virreyes y virreinas con las aris-tocracias locales fueron muy comunes. No resulta por tanto extrao quelas despedidas de los virreyes fueran mucho ms emotivas que sus llega-das. Los diarios nos muestran a las virreinas yendo a los conventos dereligiosas a decir adis y haciendo regalos (vestidos y joyas) a sus im-

    genes ms veneradas. Cargada de regalos y de remembranzas, la familiavirreinal parta de la capital acompaada por sus sbditos y amigos, quela salan a despedir hasta sus lmites. Robles nos cuenta: Mircoles 28de marzo de 1688. Sali para Espaa el Marqus de la Laguna, y muchonmero de carrozas lo fueron a dejar hasta Guadalupe, con muchas l-grimas de la virreina, a las tres de la tarde.71

    Con la despedida de la Virgen en el santuario de Guadalupe se ce-rraba el ciclo de su gobierno, abierto en ese mismo lugar a su llegada. Aveces, las virreinas arribaban ah antes que sus maridos, siempre acom-paado con salvas y artillera, para ese acto ritual religioso-poltico. An-tonia de Padilla, la condesa de Revillagigedo, lleg a la baslica a

    70Ignacio Rubio Ma, El virreinato, 4 v., Mxico, Fondo de Cultura Econmi-ca, 1983, v. I, p. 228 y ss.

    71Robles, Diario, v. II, p. 158.

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    despedirse de la Virgen con sus cinco hijas, damas, criadas y las muje-res de los ministros. Castro Santa Anna, con un dejo de irona, comenta

    que habra habido mayor concurrencia si su genio hubiera sido mssociable y carioso.72

    Pero no todas las virreinas regresaban a Espaa, algunas pasaronal Per cuando sus maridos fueron enviados a ese virreinato, como An-tonia Jimnez de Urrea, quien el 18 de abril de 1689 parti para Acapul-co con el conde de Monclova y sus hijos con destino a Lima. Paraentonces ya vivan en el palacio los nuevos virreyes, los condes de Galve,por lo que Monclova, segn el diarista Robles, sali de las casas del

    conde de Santiago, donde posaba, con el virrey y audiencia y las dosvirreinas, con gran concurso hasta La Piedad, que los salieron a dejar.Todava estuvieron los ex virreyes, seala Robles, varios das en las huer-tas de San Agustn de las Cuevas; ah fueron a visitarlos los condes deGalve el 19 de abril con clarines y seis coches y al da siguiente tambinllegaron varios caballeros de la ciudad.73

    Situacin similar se haba dado dos aos antes en que haban coinci-dido los virreyes entrantes condes de Monclova con los salientes marque-

    ses de la Laguna. En esa ocasin ambas parejas fungieron como padrinosen la boda de Juan Antonio de Vera con la hija del oidor Rojas. A la cele-bracin llegaron sesenta carrozas segn el diarista Antonio de Robles.74

    Hubo no obstante excepciones a esta cordialidad, como la de loscondes de Baos, cuya actitud anticriolla despert contra ellos grananimadversin y muchos sinsabores. La indignacin era an mayor por-que estos virreyes haban recibido constantes muestras de buena volun-tad por parte de sus sbditos. En 1662 el conde haba pedido a losfranciscanos y a la comunidad indgena del barrio de Santa Mara laRedonda que trajeran al palacio la milagrosa imagen de NuestraSeora de la Asuncin, venerada en esa parroquia, pues la virreina se

    72Castro Santa Anna, Diario, v. II, p. 171.73Robles, Diario, v. II, p. 180.74Ibidem, v. II, p. 154 y ss.

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    encontraba gravemente enferma por un mal parto. La respuesta fue in-mediata, se organiz una vistosa procesin que llev la imagen hasta el

    palacio, ah estuvo varios das y, para despedirla, se arm un altar conmucha plata y cera en el cual celebraron misa tres importantes cannigoscriollos de la catedral, acompaados por los nios cantores.75Meses des-pus, los criollos volvan a mostrar sus condolencias con la muerte delpequeo nieto del virrey, cuyo cuerpo fue acompaado por numerosascarrozas desde el palacio hasta el monasterio de San Juan de la Penitencia,donde fue enterrado.76A pesar de estas muestras, la familia virreinal siguicometiendo abusos y, cuando fue nombrado virrey interino el obispo de

    Puebla, Diego Osorio de Escobar, la gente se desbord por las calles acla-mndolo, mientras que a los condes de Baos los apedreaban e insultaban;en Puebla, las efigies grotescas del exvirrey y de su mujer fueron llevadaspor las calles y la gente les gritaba burlas y obscenidades.77

    Los virreyes de Baos no fueron los nicos que perdieron ac hijos ynietos. La muerte de la nia Fausta Dominga, nieta del emperador Moc-tezuma e hija del primer matrimonio del virrey Jos Sarmiento de Valla-dares, fue motivo de exequias tan solemnes como las que se hacan en

    honor de las mximas autoridades, hecho explicable por las connotacionesque tena para los mexicanos de entonces el reinado de Moctezuma. Sucuerpo fue cargado por los miembros de la Audiencia, del Tribunal deCuentas y del Ayuntamiento, a quienes se unieron en el cortejo fnebredoctores en leyes y medicina as como religiosos prominentes. Tres doselessobre tablados con gradas fueron puestos a lo largo del trayecto por don-de pas el cadver que fue enterrado en Santo Domingo. Los nobles y elpueblo se desbordaron por las calles para dar el psame al sufriente padre.78

    Un siglo despus, en marzo de 1756, los marqueses de las Amarillasperdieron a su nico hijo, el teniente coronel Agustn de Ahumada Villaln

    75Guijo, Diario, v. II, p. 174 y ss.76Ibidem, v. II, p. 208.77Israel, Razas, p. 266 y ss.78Gemelli, Viaje, p. 120 y ss.

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    que tena poco ms de dos aos. El fretro, cargado por cuatro nios,fue acompaado por el espadn, bastn y sombrero del coronel y se-

    guido por un cortejo en el que estaban representadas todas las corpora-ciones de la ciudad, incluidas las indgenas. El arzobispo Manuel Rubioy Salinas ofici la misa luctuosa en la capilla del Rosario del templo deSanto Domingo donde se le enterr; el prelado adems se mostr solida-rio con el dolor de la pareja y les prest la huerta episcopal de Tacubayapara que pudieran desahogarse de su pena.79Los virreyes se pasaronah casi todo el resto de ese ao. Al ao siguiente de 1757, en enero, unanueva noticia conmocion al palacio que se vio muy frecuentado para

    un nuevo psame: la virreina abort una nia de tres meses, lo que hasido a todos muy sensible por apetecerles a Sus Excelencias la sucesiny lnea de su esclarecida casa.80

    Adems de sus hijos, dos virreinas tampoco regresaron a sus patriasy sus cadveres fueron objeto de ostentosas honras fnebres en la cate-dral. La primera fue la alemana Mara Ana Riederer de Paar, esposa delmarqus de Guadalcazar, una de las pocas virreinas que no fue espaola,y que muri en 1619, dos aos antes que su marido terminara su man-

    dato. La ceremonia luctuosa con la que el virrey honr a su difunta es-posa pareci a algunos poco propia para una virreina: los miembros dela Audiencia llevaban trajes de luto que slo deban usarse por la muer-te de personajes reales; el catafalco erigido en la catedral era una versinmejorada de aquel que se haba levantado en Madrid en honor de lareina Margarita de Austria, muerta en 1611. El virrey aleg que la cere-monia tena como objetivo despertar respeto por la autoridad virreinal,pero la corona consider que se haba excedido el protocolo y lo obliga pagar 4 000 ducados de multa.81

    La segunda virreina muerta en Nueva Espaa fue Leonor Carreto,la marquesa de Mancera (tambin de ascendencia alemana), que falleci

    79Castro Santa Anna, Diario, v. II, p. 232 y ss.80Ibidem, v. III, p. 92.81Caeque, The Kings, p. 144.

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    en Tepeaca, en el trayecto hacia Veracruz cuando la pareja se iba a Es-paa. Se deca que cuando viva en la capital esta virreina tena una

    frase cuando se enfadaba: vayan al rollo de Tepeaca. La ceremonialuctuosa de esta virreina fue encabezada por el arzobispo fray Payo deRivera (quien haba tenido fuertes pleitos con Mancera) y en catedral seconstruy para ella un tmulo funerario de siete cuerpos, un exceso puesya no era virreina al morir.82Sor Juana Ins de la Cruz, que haba sidosu protegida y dama de compaa, le dedic tres hermosos sonetos fne-bres dndole a la marquesa el nombre potico de Laura.

    Finalmente, por extrao que parezca, slo tres virreinas enviudaron

    durante los mandatos de sus esposos. Una fue Ana de Castilla, esposadel primer virrey Velasco, quien a la muerte de su marido en 1564 regre-s a Espaa. En el siglo XVIIIqued tambin viuda la marquesa de lasAmarillas, cuyo marido falleci en Cuernavaca de un ataque de hemiple-jia en 1760 y que tambin tom camino para su patria poco despus.La tercera, la ya mencionada Felicitas de Saint Maxent, que qued viu-da por la muerte de Bernardo de Glvez cuando estaba embarazada.Antes de partir, quizs para su natal Nueva Orlens, la condesa visit

    la iglesia de San Fernando donde descansaban los restos de su difuntoesposo y los de su to Matas de Glvez y dispuso que las entraas deBernardo fueran depositadas en la catedral, debajo del Altar de los Reyes.Desde la Edad Media fue comn la costumbre de extraer el corazn deun difunto ilustre y depositarlo en un lugar venerado por l y distinto asu lugar de enterramiento.83

    las virreinas y su papel cultural, religioso y poltico

    Como hemos visto a lo largo de este ensayo, la vida cortesana se defini,en buena medida, a partir de los patrones femeninos, fenmeno que sehaba dado desde sus mismos orgenes en el siglo XII. Seguramente

    82Robles, Diario, v. I, p. 160.83Valle Arizpe, El palacio, p. 125.

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    fueron las virreinas quienes introdujeron el gusto por la poesa lrica ypor los valores del amor corts, expresiones de una concepcin de la

    nobleza que tena mucho de medieval. Fue en la corte virreinal dondesor Juana vivi los aos de su adolescencia protegida por la marque-sa de Mancera; y fue de hecho esa misma corte la que le brind, atravs de sus virreinas, proteccin, trabajo e inspiracin durante suvida conventual. Sin embargo, la presencia de virreinas cultas y refi-nadas fue ms bien la excepcin que la regla. Tenemos que esperarhasta finales del siglo XVIIIpara encontrar otra virreina como la Man-cera o la Paredes que se distinguiera como protectora de la cultura; se

    trata de la argentina Juana Mara Pereyra y Maciel, esposa del virreyManuel Antonio Flores, quienes durante los tres aos que ocuparon elpalacio (1787-1789) crearon ah un saln de tertulias artsticas y cien-tficas a la que acudan personajes tan connotados como Jos AntonioAlzate y Antonio de Len y Gama.84

    A diferencia del espacio cultural, en el que pocas virreinas se desta-caron, el religioso fue en cambio un mbito donde todos los cronistasmencionan algn tipo de acto realizado por la mayora de ellas. Adems

    de las continuas visitas ya mencionadas a los conventos de religiosasy de los regalos que les daban a sus imgenes, los diaristas registraronotras diversas donaciones de las virreinas. Antonio de Robles, muy cer-cano a la corte de los condes de Galve, menciona las donaciones que doaElvira de Toledo hizo a una capilla (como los ornamentos, cliz y adornosdel altar para la de Nuestra Seora de Atocha en Santo Domingo), a uncolegio (dos joyas de oro para el Seminario Conciliar de la catedral),o a un santuario (una lmpara y ornamento entero que cost 3 000 pesospara el santuario de los Remedios, lugar a donde la virreina iba a menudo,pasando incluso ah temporadas largas).85

    84Anastasio Bustamante, Suplemento a la Historia de los tres siglos de Mxicodel Padre Andrs Cavo, Mxico, Biblioteca Mexicana de la Fundacin MiguelAlemn, 1998, p. 374.

    85Robles, Diario, v. II, p. 182, 193, 230, 232.

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    Por otro lado, el papel que tuvieron estas mujeres en las decisionesde gobierno de sus maridos no pas desapercibido para los hombres de

    su tiempo y a menudo se nos muestra por medio de comentarios aparen-temente marginales de los diaristas, principalmente Antonio de Robles.Narra este cronista que en 1669 el virrey Mancera entr en un fuerteconflicto con el arzobispo fray Payo de Ribera, pues ste no quiso dar lacolacin cannica a un grupo de curas agustinos, orden protegida delmarqus. La Real Audiencia y el virrey enviaron tres provisiones paraexigir al arzobispo diera la colacin cannica a los frailes y de no hacer-lo se le condenara a destierro. En una situacin tan tensa intervino la

    virreina y, seala Robles, le dijo al virrey que si no haca recoger lasprovisiones, se entrara luego ella en el convento de Santa Teresa, y quepor esta causa hizo recoger [el virrey] dichas provisiones.86

    En 1700, narra el mismo diarista Antonio de Robles, al regreso delos toros ofrecidos en conmemoracin de la canonizacin de San Juande Dios, el conde de Santiago se dio cuenta de que detrs de su carruajevena el del virrey Moctezuma y le dej el paso, as como al de las damasque lo seguan, pero cuando quisieron pasar los pajes, el conde se les

    cerr. De inmediato salieron a relucir las espadas de los nobles que acom-paaban al conde criollo y fueron recibidos con piedras por parte de lospajes del virrey. El gobernante, considerando que se haba cometido desa-cato contra su dignidad, orden que el de Santiago saliera desterrado aSan Agustn de las Cuevas. El caso, como muchos otros, era muestra delas tensiones que haba entre criollos y peninsulares y que se manifestabanen esos temas de precedencia. Pero lo interesante es lo que agrega Robles:al da siguiente el arzobispo Ortega y Montas quiso intervenir a favordel conde e inclinndose a ello el virrey, sali la virreina y lo estorb yas volvi el arzobispo sin conseguir su ruego.87El comentario no slomuestra el peso poltico que tenan esas mujeres sino tambin que talactividad era del dominio pblico.

    86Ibidem, v. I, p. 75.87Ibidem, v. III, p. 131 y ss.

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    Esta situacin se fue haciendo ms notable conforme avanzaba el

    siglo XVIIIllegando a tener algunas virreinas un comportamiento que fue

    considerado como escandaloso y corrupto. Mara Antonia de Godoy ysu marido, el marqus de Branciforte, llegaron a tales grados de corrup-

    cin en la venta de cargos, los negocios sucios y el abuso de poder, que

    fueron removidos del cargo por el mismo ministro Manuel Godoy, her-

    mano de la virreina, quien pese a su lazo familiar se vio obligado por la

    evidente corrupcin y descaro con que actu este matrimonio.88

    El otro caso escandaloso fue el del virrey navarro Iturrigaray y su

    esposa Mara Francisca Ins de Juregui y Arstegui, hija de su prima

    hermana y mucho ms joven que l (tena 22 aos cuando la despos).A su llegada a Mxico la virreina entabl muy pronto amistad con algu-

    nas de las damas nobles del virreinato, como la marquesa de Villaher-

    mosa de Alfaro y condesa de Regla, con quien intercambiaba recetas,

    alhajas y joyas.89Fue tambin famosa por su vida disipada (se le atribuan

    amoros con algunos caballeros) y por su gusto excesivo del lujo y las

    riquezas, llegando incluso a conseguir caudales por procedimientos no

    muy lcitos; en el juicio de residencia de su marido se dice que recibi

    6 533 onzas de oro como gratificacin por conceder la contrata de res-

    mas de papel a un comerciante que previamente haba acordado con el

    director de la fbrica de tabaco simular la factura.90En un cuadro an-

    nimo pintado alrededor de 1805 (que resguarda el Museo Nacional de

    Historia del Castillo de Chapultepec), aparece la virreina con su marido

    y sus cuatro hijos ataviada con un vestido a la moda neoclsica, con

    hilos de perlas sobre su cabello y un pequeo abanico en la mano.

    88Valle Arizpe, Virreyes, p. 249 y ss.89Jos Luis Curiel Monteagudo, Virreyes y virreinas golosos de la Nueva Espaa,

    Mxico, Editorial Porra, 2004, p. 187.90Jos Joaqun Real y Heredia y Antonia M. Heredia Herrera, Jos de Iturriga-

    ray (1803-1808), en Jos Antonio Caldern Quijano (ed.),Virreyes de NuevaEspaa en el reinado de Carlos IV, 2 v., Sevilla, Escuela de Estudios His