Villalón Camacho, Luis - Hellenikon

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Arimnesto, el espartano de Platea, vive en un olivo. Desde allí ve venir las tropas persas comandadas por Mardonio con la ayuda de Demarato, el antiguo rey espartano. Demarato y Arimnesto: los dos lacedemonios, los dos alejados de Esparta, los dos exiliados a raíz de los hechos acaecidos el Eleusis, en la intervención que los del Peloponeso llevaron a cabo en contra de Atenas. Pero mientras que el primero ha sido alejado de su patria por manos humanas y ajenas, el segundo lo ha sido por manos divinas, acaso propias, en una búsqueda de sí mismo y de su destino; un camino marcado por los dioses.

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LUIS VILLALN CAMACHO

HELLENIKON

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RESUMENArimnesto, el espartano de Platea, vive en un olivo. Desde all ve venir las tropas persas comandadas por Mardonio con la ayuda de Demarato, el antiguo rey espartano. Demarato y Arimnesto: los dos lacedemonios, los dos alejados de Esparta, los dos exiliados a raz de los hechos acaecidos el Eleusis, en la intervencin que los del Peloponeso llevaron a cabo en contra de Atenas. Pero mientras que el primero ha sido alejado de su patria por manos humanas y ajenas, el segundo lo ha sido por manos divinas, acaso propias, en una bsqueda de s mismo y de su destino; un camino marcado por los dioses. Hellenikon, el sentimiento de lo griego. Esta novela recoge hechos histricos eclipsados por la Batalla de las Termpilas, acontecimientos que profundizan en el pensamiento heleno enfocados con ingenio, pica, humor y una gran verosimilitud, tanto histrica como social.

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A Patricia, Irene y Nerea, que me iluminan cada da.

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Por otro lado est el ser los helenos de una misma sangre y lengua, el tener comunes los templos y sacrificios de los dioses y semejantes las costumbres. Herodoto, VIII.144.2 Quien no espera lo inesperado jams llegar a encontrarlo. Herclito

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PRLOGOS

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Captulo 1Y as sucedi, como los dioses haban previsto que sucediera... A punto de perder la consciencia, con el rostro y el cuerpo hinchados a causa de los hematomas y con varios huesos fracturados por ms de un sitio, intent alzar la vista para ver por ltima vez al dios Helios. Pero la enorme polvareda y la masa humana que le haban engullido se lo impidieron. Tampoco pudo despedirse del Olimpo, la morada de los dioses, el monte en cuyo regazo haba vivido en los ltimos tiempos con la esperanza de obtener algn da una seal de ellos; as, con la escasa capacidad de discernir entre lo real y lo imaginario que an le quedaba, opt por mirar hacia el suelo del camino en el que estaba tirado y del que no poda levantarse. All, frente a sus ojos, descubri una oliva de forma casi perfecta que, increblemente, estaba sobreviviendo al suplicio. Fantase con la idea de que esa oliva era l mismo y quiso protegerla. Alarg los brazos para alcanzarla y en el intento recibi pisotones en ellos y en las manos, pero finalmente pudo traerla a su regazo. Aquella oliva era l en persona, padeciendo un castigo al que seguramente sucumbira. Cerr los ojos e intent recordar cmo haba llegado la oliva hasta all; trat de imaginarla cuando an estaba en el rbol. Con los ojos cerrados trat de verla suspendida en el aire, flotando, alumbrada por el sol...

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PARODOS

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Captulo 2

Verano de 480 a.C. Mes de Targelion durante el arcontado en Atenas Falda del monte Olimpo, Tesalia

de Hipsquides

La oliva vol por el aire; se elev mientras dur el impulso y luego inici una trayectoria descendente que finaliz bruscamente en la boca. Era esa una actividad peligrosa ciertamente, porque de embocarse la oliva en el gaznate sin amortiguacin alguna, la muerte por atragantamiento sera algo bastante probable. Sin embargo, ese peligro era el nico que haba amenazado la apacible vida de Arimnesto desde que decidiera vivir junto a un olivo durante los das y acogido entre sus ramas durante las noches. Los caminantes que pasaban por all solan bromear con l componindole epitafios ante su previsible muerte: sate leve la tierra, bello y buen Arimnesto, ya que la oliva no lo fue, o viviste junto a un olivo, dormiste sobre un olivo y moriste bajo una oliva. Arimnesto aceptaba de buen grado las chanzas, porque solan ir precedidas de alguna muestra de caridad: pan, frutas, olivas por supuesto, alguna prenda de vestir de vez en cuando... Ese era su sustento, esa su clase de vida desde que abandonara la de agricultor que llevaba en la polis de Platea y se convirtiera en una especie de anacoreta, en un eremita, un ermitao. Tal cosa sucedi unos dos aos atrs, cuando haca poco que haba llegado a la mitad de su vida. Sucedi cuando sinti la necesidad de buscar a los dioses, que le haban acompaado durante toda su vida pero que haca tiempo que le haban abandonado. Una tosca pero resistente techumbre sujeta entre las ramas del poderoso olivo y una suerte de hojarasca esparcida sobre una rstica base horizontal de madera eran por aquel entonces su hogar y pertenencias ms valiosas. All dorma, sin contacto alguno con la tierra ni con el cielo, y junto al olivo viva una vida apacible y contemplativa, a la espera de que algn dios se apiadase de l y volviera a tenderle la mano. Precisamente a causa de esa contemplacin haca ya largo rato que vena observando una nube de polvo por detrs del pequeo cerro que desde siempre le

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haba obstruido la visin por la parte de septentrin. Algn caballo al galope se le habra escapado a alguien, pens Arimnesto. Aunque mucho galope pareca, porque la nube se extenda a uno y otro lado del cerro y cada vez se haca ms grande. Creca la nube y creca un sordo rumor que se oa desde haca un tiempo, primero muy lejano pero ahora Arimnesto empezaba a percibirlo justo detrs del cerro, cada vez ms sonoro, cada vez ms estruendoso. Sea lo que sea, est ah mismo, pens. Hgase pues la voluntad de los dioses; si las Erinias vienen ya a por m, no huir de ellas. Estir un poco el brazo hasta alcanzar una manzana que yaca junto a otras viandas en un regazo entre las ramas del olivo. La lanz hacia arriba, en esa especie de ordala a la que someta casi todo lo que coma, pero la manzana no cay. Sorprendido, la busc con la vista y finalmente la vio en el suelo atravesada de parte a parte por una flecha. Entonces alz los ojos lentamente en direccin al cerro y advirti que la nube de polvo haba alcanzado ya la cima, y que dentro de ella empezaban a reconocerse unas figuras humanas que avanzaban hacia donde l estaba. Decenas, cientos, miles de hombres fueron apareciendo del interior de la nube de polvo, avanzando hacia donde sopla el Noto, hacia el olivo, hacia Arimnesto, que pareca ms disgustado por haberse visto privado de la fruta que sorprendido por la visin de aquella ingente masa humana. Descendi del olivo con parsimonia y recogi la manzana, arrancando la flecha que la haba ensartado. Aquel ejrcito, pues ejrcito tena que ser ya que la mayora de los que su vista alcanzaba a ver llevaba algn tipo de arma, estaba ya casi frente a l y segua avanzando. La polvareda comenzaba a envolver a Arimnesto, que frot contra sus harapos la manzana para sacarle lustre. De pronto oy una especie de chasquido seco, como un restallar de ltigos, y sinti en torno a sus piernas un agudo dolor; uno de aquellos hombres haba enlazado en torno a ellas un largo ltigo, aprisionndolas. Desde el interior de la nube de polvo se destac un jinete que avanz decidido hacia l. Arimnesto dio un mordisco a la manzana. Eres heleno, verdad? Heleno soy dijo Arimnesto serenamente, mirndole con atencin. Y t tambin, pese a tus ropajes. El jinete, ya con algunos aos dibujados en su rostro, estudi el de su prisionero. Qu hace un espartano tan lejos de Esparta? Porque eres espartano, verdad? Soy muchas cosas, y una de ellas es espartano. Y tambin t lo eres, rey Demarato. Me conoces? Tienes buena memoria porque hace mucho que no piso tierra helena.

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Ha pasado mucho tiempo, s, pero te conozco; serv una vez en tu ejrcito cuando an no habas traicionado a los tuyos dijo Arimnesto con calma. El jinete se dispuso a replicar algo pero hizo una pausa antes de hablar. Ja ja!, sin duda eres espartano. Pero no s a qu traicin te refieres, porque me suelen atribuir unas cuantas. Tendrs que aclararme ese punto. Cuando traicionaste a tu pueblo, tu raza y tus dioses y marchaste al otro lado del mar, hacia donde sopla el Euro, hacia Asia. Ah, esa traicin... De todas formas no recuerdo que sirvieras a mis rdenes. Cundo fue eso, espartano? Har unas veinticinco Carneas. En la campaa de Eleusis. Qued pensativo antes de responder: S, Eleusis, es cierto. Recuerdo muchas cosas de aquella campaa, espartano, pero ninguna de ellas es tu rostro. Yo era un irn, acababa de ingresar en la falange y estuve siempre en retaguardia. Era muy joven, no pudiste reparar en m. No, desde luego. Ahora t y yo tenemos unos cuantos aos ms encima, eh? Las cosas han cambiado mucho desde lo de Eleusis; aquello acab costndome el trono de Esparta, en cierto modo... Call un instante, con la mirada perdida, y en seguida prosigui. Es igual, no viene al caso recordarlo ahora. Pero como ves, ahora como entonces, conduzco a un ejrcito. Antes lo hacas como rey; en calidad de qu lo haces ahora? Demarato mud el semblante. Eres insolente en exceso. No voy a perder ms el tiempo contigo, as que considrate afortunado por lo que te voy a decir. No s si son los dioses los que te han puesto en mi camino, pero depende de ti que haya sido para bien o para mal. En consideracin a que eres de mi raza y a que en el pasado fuiste mi sbdito, te har una oferta en lugar de matarte inmediatamente. Quieres servir otra vez bajo mis rdenes? Si no fueras espartano tu altanera te habra costado ya que tu cabeza adornara la pica del ms miserable de mis soldados; pero conozco la vala de los de mi pueblo, de la raza doria, y mi ejrcito necesita gente como t, gente sin miedo a morir, gente que sepa luchar. Responde: te unes a mi causa? Tu causa es la causa de Jerjes, verdad? Es la causa de la paz, espartano, la causa del gran Rey de Reyes, la causa de quien sabe recompensar al que le es fiel y castigar al que se le opone. Es la causa del seor y dominador del mundo. Esto que ves aqu es una avanzadilla de su ejrcito,

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que viene desde Asia para someter todas las tierras donde se habla lengua helena. nete a m y me encargar de que puedas gobernar sobre la polis que t prefieras. Demarato, yo abandon tu ejrcito porque el destino hacia el que me encaminaban los dioses no pasaba por luchar en l. Viv un tiempo como agricultor y tambin eso lo dej. Ahora mi casa es ese olivo que ves all, y de momento no siento ningn deseo de abandonarlo. Sigue tu camino, que has escogido libremente, y yo te ver pasar sin oponerme ni aplaudirte. Abandonaste el ejrcito espartano y ahora vives... en un olivo? Un desertor de mi propia polis viviendo en un rbol? Extrao espartano eres, desde luego. No vivo en l: duermo sobre l. Y no soy ms extrao de lo que lo puedas ser t, que vives entre persas. Otro jinete se acerc al galope desde el grueso del ejrcito, que ya haba alcanzado a la avanzadilla. Antes de que su caballo blanco llegara al lugar donde se hallaba Demarato, el jinete vocifer: Qu sucede, Demarato? Quin es este individuo? La lengua en la que dio los gritos era la helena, aunque la pronunciacin y entonacin fueron persas. Noble Marduniya, recuerdas que te habl de mi pueblo, de la raza doria, de su carcter indomable y su desprecio a la muerte? He aqu un ejemplo de ello. No me interesa lo ms mnimo tu raza doria, Demarato. Atraviesa a ese andrajoso con tu espada o lo har yo mismo. Me llamo Arimnesto, medo precis, con el ltigo an atenazndole las piernas. No tientes a la suerte... dijo Demarato, pero el otro jinete mostr en seguida el enojo en su rostro. No soy medo sino persa, perro. Tienes el honor de estar frente al hijo del noble Gaubaruva, primo de Jshaya r Shah, de la dinasta Hakhmanisviya, gran Rey de Reyes, seor de toda Asia, rey de Babilonia, soberano de Egipto, caudillo de... Arimnesto mordi de nuevo la manzana que tena en la mano, sin prestar mucha atencin a la retahla de ttulos. Ests ante el general en jefe del ejrcito imperial del Gran Rey, el noble Marduniya. Perdona, medo, pero entre tanto ttulo y tanto nombre no he conseguido or el tuyo. Cmo has dicho que te llamas? Marduniya, torpeza humana. Recurdalo bien mientras mueres. Y agarr la empuadura de su espada.

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Espera, noble Marduniya dijo Demarato. Le haba ofrecido unirse a nosotros, bien sabes que en la lucha un espartano vale por diez hombres. Las huestes del soberano del mundo son incontables, Demarato. Aunque este insolente valiera por mil hombres, crees que eso importara? Adems, solo s de los espartanos lo que t nos has contado, y no tengo por costumbre dar crdito a las palabras de un heleno desertor. El persa zahiri conscientemente al que haba sido rey de Esparta, que se limit a fruncir el ceo. Si t continu Marduniya, ahora dirigindose a Arimnesto fueras realmente como este dice, en lugar de hablar estaras ya defendiendo tu vida y luchando contra nosotros. Dudo mucho que seas un autntico espartano. Y si t fueras un autntico persa, en lugar de hablar estaras huyendo con el rabo entre las piernas. Sigo pensando que eres medo. Llamar medo a un persa era un insulto que pocos persas toleraban, y Arimnesto pareca saberlo. Marduniya enrojeci de ira. Bien dijo con contencin, vas a tener el privilegio de ser el primer espartano en morir a manos de las huestes del Gran Rey desde que llegamos a estas tierras, que todava son vuestras pero que en breve dejarn de serlo. Tu insolencia me ha convencido de dos cosas: sin duda eres lo que dices ser, y sin duda debes morir. Pero pensndolo bien, no vale la pena siquiera que un persa se ensucie las manos dndote muerte... Arimnesto dio el ltimo mordisco a la manzana y la arroj a las pezuas del caballo del persa, que rpidamente baj la cabeza y la engull. Demarato dijo, as como ese animal ha comido los despojos de esa manzana es como t vives bajo el yugo de este medo vocinglero. Escogiste tu destino y yo hace tiempo que escog el mo. Lo que tenga que ser, sea. Pues has escogido mal, espartano. Muy mal. El persa tir de las riendas del caballo y grit algo a sus hombres, y otras voces a lo largo de la larga columna humana reprodujeron las palabras de Marduniya. Despus azuz al animal y march al galope hacia la vanguardia del ejrcito, seguido por Demarato. Arimnesto, inmovilizadas sus piernas por el ltigo, permaneci de pie junto a la espesa polvareda que tena delante. Haba pasado frente a l apenas una minscula parte del ejrcito persa y an quedaban por desfilar ante sus ojos innumerables guarniciones de infantes, caballeras y carros. Entonces vio que las tropas que tena junto a l viraron ligeramente y se encaminaron hacia donde l estaba. El soldado que sostena el ltigo lo solt y volvi a su lugar en la formacin, pero Arimnesto no pens en intentar huir. No habra podido ni tampoco le habra servido de nada. Se qued de pie mirando cmo los hombres de la primera fila se le acercaban hasta plantarse delante de l. Al primer empelln cay al suelo, y poco pudo hacer luego

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ms que protegerse el rostro con sus brazos. Y comenzaron a pasarle por encima. Las primeras filas, las que haban podido ver al espartano, miraban hacia abajo cuando pasaban sobre l; las siguientes ya no, ni siquiera advertan su presencia y pensaban que se trataba de un accidente ms del terreno. Y as el casi infinito ejrcito del Gran Rey, la largusima columna humana, la monstruosa serpiente venida desde la lejana Asia, engull a Arimnesto y continu pasando junto a su olivo durante toda la maana.

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EPISODIA

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Captulo 3

Verano de 506 a.C. Mes de Esciroforion durante el arcontado en Atenas de Alcmen

EleusisLas cosas son tan simples o tan complicadas como nosotros mismos las hagamos. El ejrcito espartano movilizado, la liga peloponesia en armas, y todo porque a ese loco de Clemenes se le antoja. Si su deseo es que Atenas tenga un tirano pues vayamos, tomemos la polis y sentemos a quien sea en lo alto del Licabeto. Si el escogido ha de ser ese Isgoras, adelante, y si ha de ser otro pues adelante tambin. Qu importa? Cualquiera sirve como ttere. Pero en cambio aqu estamos, a ms de ochenta estadios de distancia de la Acrpolis, persiguiendo las gallinas de esos campesinos y saqueando la casa de los dioses. Clemenes. Nunca me ha cado bien ese individuo. Hasta ahora siempre le he seguido la corriente pero lo que est sucediendo hoy aqu es inadmisible y no lo voy a tolerar. Ambos somos reyes de Esparta pero l acta como si fuera el nico regente; en realidad acta como si fuera el nico hombre de la Hlade, porque hace lo que le viene en gana, no respeta a mortales ni inmortales, y acuerda pactos y planea traiciones segn le sopla el viento en la cara. Est loco. Hace bien poco dio apoyo a ese Clstenes para expulsar al tirano de Atenas y dejarle as va libre para que hiciera no s qu cambios en el gobierno ateniense, de modo que el propio pueblo se rigiera a s mismo habrase visto tamaa estupidez; y ahora respalda a su rival Isgoras para volver a instaurar una tirana. No me cabe duda, est loco. El rey Demarato acariciaba la testuz de su caballo mientras sus hoplitas esperaban pacientemente que saliera de su ensimismamiento y les diera alguna orden. Entretanto, el silencio matinal era roto por los gritos, llantos y lamentos que provenan de detrs de los muros que rodeaban el Telesterion, el Templo de las Dos Diosas. Clemenes haba desplazado al tica cuatro batallones del ejrcito espartano, cerca de dos mil hombres, adems de haber arrastrado consigo a varios centenares de

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soldados de diversas polis de la Liga del Peloponeso; y todos se preguntaban qu haca tal potencial blico profanando la sagrada Eleusis en lugar de buscar un ejrcito contra el que combatir. Los cuatro comandantes que dirigan los batallones, de pie junto a la cabalgadura de Demarato, se miraban de cuando en cuando sin saber qu decir. Tras ellos, el resto del ejrcito segua manteniendo la verticalidad de las dos mil lanzas. Clemenes surgi de detrs del muro al galope, espada en mano y con la coraza manchada de sangre. No sabes disfrutar de los placeres de la guerra, Demarato! le grit, mientras se acercaba. Si oyeras la aguda voz de las sacerdotisas de Demter cuando las atraviesas con el hierro, entraras en el Telesterion y ensartaras unas cuantas. Los placeres de la guerra? Qu guerra?. Las oigo, Clemenes, todo el ejrcito las oye. Ests cometiendo un sacrilegio, esto va ms all de toda medida. Ahora entiendo por qu sugeriste que no nos acompaaran los foros de Esparta. Los foros son unos viejos anticuados e insoportables. Siempre metiendo las narices donde no se les llama y pidiendo cuentas de todo. T sabes que no exagero, Demarato, y por eso estuviste de acuerdo en que no vinieran. Nunca imagin esto. Dnde est el ejrcito contra el que vinimos a luchar? Dnde estn los rivales atenienses que habas prometido a tus hombres? No te preocupes, en cuanto les llegue noticia de lo que ha pasado en su venerada Eleusis, acudirn raudos. Y entonces volveremos a pasrnoslo bien. Es un demente, un ser perverso que no merece perdn humano ni divino. Por qu esto, agada? Qu gana Esparta en esta lucha? Por qu ayudar a ese Isgoras a que tome el poder en Atenas? No hace mucho ayudaste a su rival poltico Clstenes. Es que no tienes criterio, ni honor, ni vergenza? Mide tus palabras, regio colega. No hay ms razn que la de que el estpido de Isgoras es ms fcil de manejar que el alcmenida. A Esparta no le interesa que Atenas tenga como lder a alguien demasiado popular entre los suyos, porque la popularidad crea engreimiento y eso hara a Clstenes difcil de manipular. Isgoras, en cambio, cumple mejor con el papel de marioneta porque nadie le soporta. Bien, pues hagamos lo que sea pronto. No podemos tener a dos mil espartanos cruzados de brazos cuando quiz hicieran falta en otro frente, ni a toda la liga peloponesia mirando cmo t ofendes a los dioses. Desde un punto de vista puramente prctico, ya que parece que no sabes verlo desde ninguna otra perspectiva, eso no es bueno.

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Como desees; yo, por mi parte, ya me he divertido bastante por hoy. Si quieres llamar a los soldados que an restan en las inmediaciones del Telesterion, da la orden. Haz lo que quieras, que yo tambin lo har. Clemenes volvi la grupa de su caballo y se alej. Demarato sinti que las miradas de los comandantes se clavaban en l. Por Ares Enialio que as ser, Clemenes.

***El ejrcito pas la noche al fresco acampado en los alrededores de Eleusis. Instalado en una sencilla y austera tienda, Demarato recibi, cuando ya todos menos l estaban durmiendo, la visita de una delegacin del contingente corintio que la liga peloponesia haba desplazado hasta Eleusis a raz del requerimiento de Clemenes. Rey Demarato comenz a hablar el portavoz corintio, sin ms prembulo, mis ojos y los ojos de mis hombres jams haban contemplado espectculo tan sangriento y atroz, por ms que intil, como el que ha llevado a cabo hoy el rey Clemenes. Ve al grano le ataj el espartano, que no estaba de humor. Qu habis venido a decirme que no pueda esperar a maana? Acudimos al llamado de Clemenes por ser l el caudillo de la liga peloponesia, cargo que comparte contigo, por supuesto; no podamos negarnos y en principio tampoco lo desebamos. Pero nuestra polis siempre ha sido respetuosa con los dioses. Y aunque la rivalidad que tenemos con Atenas es fuerte... Al grano, corintio. Nos retiramos, Demarato. Volvemos a Corinto. No nos interesa que en Atenas impere un tirano, porque es un mal que a ninguna polis le deseamos, y sabemos de qu hablamos ya que lo hemos padecido durante mucho tiempo. Y tampoco queremos que el miasma que Clemenes ha lanzado sobre s mismo, profanando el culto de las divinas Core y Demter, nos salpique a nosotros. No me tomes por tonto. A vosotros os importa bien poco que la tirana sea un mal o un bien, lo que no os gusta es que quien gobierne en Atenas sea en realidad un pelele de Esparta. Atenas al septentrin de Corinto y nosotros por el sur, sera una situacin poco atractiva para vosotros, eh? Piensa lo que quieras, espartano. No soy un espartano, soy el rey. Habla con respeto, rata corintia, o har que te despeen por un precipicio y luego arrasar tu piadosa ciudad, cuna de hetairas y

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Te ruego me perdones, noble rey, los hechos de hoy todava me nublan la mente y entorpecen mis palabras. Pero lo cierto es que maana los corintios regresaremos a casa. Haced lo que queris, pero no esperes que sea yo quien se lo diga a Clemenes. l os llam a esta correra, a l es a quien le debis cuentas. No hablaremos con Clemenes, Demarato. Nos basta con haberlo hecho contigo, que encarnas al igual que l la ms alta instancia de la Liga Peloponesia. Fuera de mi vista entonces. Os aseguro que Esparta no olvidar vuestra defeccin. La delegacin corintia abandon la tienda acompaada por la mirada colrica de Demarato, quien al instante de encontrarse de nuevo a solas adorn su ceo fruncido con una sonrisa. Gracias, corintios. Me lo habis servido en bandeja.

***La maana amaneci amenazando tormenta, y Clemenes se encarg de que se oyera el primer trueno. Cmo que se han ido! Nadie puede moverse de aqu sin mi permiso, eso es desercin! Es traicin! Los gritos llegaron hasta la ltima fila del ejrcito espartano, que se hallaba formado al completo tras los dos reyes. Sin tu permiso, Clemenes, o sin el mo dijo tranquilamente Demarato. De nuevo tron el cielo sobre sus cabezas. Les dejaste marchar? Pero te has vuelto loco? Asumieron su responsabilidad cuando me lo comunicaron, y se marcharon. Su responsabilidad! Yo soy el nico responsable de todo esto, es a m a quien corresponde decidir quin se queda y quin se va! Les dar un castigo ejemplar, les desollar vivos, les... Esa es una accin propia de brbaros, que en cualquier caso concierne decidir a la Liga Peloponesia, no a tu persona. Demarato templ la voz, mientras un rayo rasgaba el cielo. Clemenes le mir fijamente; el euripntida Demarato no estaba defendiendo a los corintios, no justificaba su deslealtad, en realidad le traa sin cuidado que fueran desollados o empalados en lanzas. No; aquel impertinente bastardo, diez aos ms joven que Clemenes, le estaba desafiando. A l, a

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Clemenes en persona. Comenzaron a caer gotas de lluvia sobre su rostro. Eso en primer lugar. Y en segundo continu Demarato impertrrito, la responsabilidad de esta locura tambin es ma. Yo comando este ejrcito, al igual que t; yo te respald cuando pediste que no vinieran con nosotros los foros, yo interced en la Liga Peloponesia para que nos suministraran tropas. Y me has engaado, porque lo que iba a ser una operacin contra Atenas se ha convertido en un acto sacrlego que, de perjudicar a alguien, es a nosotros mismos. Mientras estamos aqu los atenienses han tenido tiempo de organizarse y reunir un ejrcito mayor del que tenan hace dos das. Lo que has hecho es una imprudencia en todos los sentidos, Clemenes. La voz de Demarato se oa a travs del aguacero que haba empezado a caer sobre Eleusis. A Clemenes se le salan los ojos de las rbitas, pero no hubo ya ningn trueno ms. Demarato le sostuvo la mirada y lanz la estocada final. No te seguir ms, Clemenes. Has engaado a los corintios, a la Liga, a m y, lo ms grave, a Esparta. No ser cmplice de tu locura. Como dijiste ayer, haz lo que quieras, que yo tambin lo har. Azuz su caballo mientras haca un gesto a los comandantes, y dej a Clemenes tan petrificado como si le hubiera mirado la propia Gorgona. Este no supo cmo reaccionar porque nunca habra imaginado que Demarato se atreviera a hacer lo que estaba haciendo. Con el rostro desencajado, vio cmo dos de los comandantes se giraban y transmitan la orden de Demarato a los generales, y estos a los oficiales; y dos de los batallones del esplndido e invencible ejrcito espartano iniciaron, en perfecta formacin, un viraje hacia la izquierda para tomar el camino hacia Megara, el camino hacia Esparta. Clemenes, sin poder articular palabra, jur para sus adentros venganza contra Demarato. Jur que su bastardo colega, que le haba puesto en ridculo delante de sus hombres, pagara por ello. Pero no con la vida, eso sera demasiado rpido. Ya encontrara la manera de hacerle sufrir. El aguacero se convirti en tormenta. A lo largo del da el resto de contingentes de la Liga Peloponesia fueron retirndose. Despus de lo sucedido por la maana, nadie tena ya fe en Clemenes ni en su capacidad de liderazgo. El rey, queriendo evitar que sus espartanos contemplaran el desfile de abandonos y deserciones, les mantuvo entretenidos ordenando correras y saqueos por los alrededores. Uno de los destacamentos recibi la orden del general de dirigirse a Eleutheras, hacia donde sopla el Breas, en misin de observacin; deban comprobar que los beocios, aliados de Esparta en aquella incursin en el tica, haban cumplido su palabra iniciando un ataque por las poblaciones cercanas a la frontera con Beocia. Los

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veinticinco hombres de la unidad, vidos de un poco accin, iniciaron una rpida y silenciosa marcha para recorrer los aproximadamente cincuenta estadios que les separaban de su destino. El oficial marcaba el ritmo de la marcha y el ourags, situado justo detrs del grupo, cumpla su cometido cerciorndose de que nadie se rezagara o ralentizara a los dems. El ourags no quitaba ojo especialmente a la ltima fila, en la que tres irenes recin incorporados al ejrcito espartano se esforzaban por no desmerecer a sus compaeros. Los jvenes, a pesar de haber sido adiestrados duramente en la disciplina espartana, tenan algn problema en cargar con el pesado escudo en la espalda y la lanza en el brazo derecho. Los ilotas que solan encargarse del transporte del armamento en los largos trayectos no les acompaaban en esa ocasin. Sin embargo, ninguno de ellos emita ningn quejido, ninguno reflejaba cansancio en el rostro, ninguno caminaba ms despacio a pesar del esfuerzo. Las plantas de sus pies desnudos eran posiblemente tan duras como sus mentes y apenas se resentan por las largas marchas. Sus ojos albergaban miradas vacas, en apariencia carentes de emocin. As haban de ser y as eran los espartanos. As era el ejrcito ms poderoso de la Hlade.

OenoeEl ourags Alcmenes no entenda qu haba podido pasar: llegando ya a las inmediaciones del demos de Oenoe, haba ido un momento a la cabeza de la columna para hablar con el oficial acerca del plan a seguir, y a su regreso a retaguardia se haba encontrado con que faltaba un soldado en la ltima fila. De manera increble sus dos compaeros de fila no se haban percatado de la ausencia, concentrados como iban en no perder de vista al espartano que tenan delante. Cmo puede ser? Es que estis ciegos, no habis visto qu le ha sucedido? No, Alcmenes. bamos pendientes de los pies de los de la fila de delante, como siempre dijo Calcrates, uno de los irenes. De los pies? Por los Discuros, estpidos imberbes. De eso os han servido tantos aos de entrenamiento? Adems dijo el otro irn, el casco tampoco ayuda a ver lo que pasa a los costados. Quiz se lo han llevado los dioses brome Calcrates. Quieres que te mande a ti tambin con los dioses a ver si le encuentras? rugi Alcmenes. Saba que no podan perder tiempo en buscarle, la misin del destacamento era de observacin y deban pasar inadvertidos para no crear

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suspicacias entre los beocios. Y saba que, como responsable de la retaguardia, sobre l caera el castigo por la prdida de ese hombre. As que asumi el riesgo: decidi no informar al oficial, quien con un poco de suerte no advertira lo sucedido. Adems, lo ms probable era que el irn hubiera huido acobardado ante su primera accin de cierto peligro, con lo que se habra convertido en poco menos que un indeseable, un tembloroso, alguien indigno de ser un autntico espartano; alguien, en fin, a quien no haba que molestarse en buscar. Oenoe no era ms que un montn de granjas cuyos propietarios, ciudadanos atenienses, a duras penas subsistan gracias al trabajo agrcola de sus esclavos y al suyo propio. Campesinos todos ellos, estaban siendo presas fciles para el ejrcito beocio, que se estaba dedicando a incendiar las granjas y a matar a todo el que se cruzara por su camino. Desde el pequeo montculo en el que se haban apostado, los espartanos contemplaron las columnas de humo que ascendan hacia el cielo. Los beocios hacan bien su trabajo, as que podan regresar a Eleusis para comunicar la buena nueva a Clemenes; a buen ritmo, con suerte estaran de vuelta al anochecer. Por su parte, el ejrcito beocio se tomaba aquello como un ejercicio de saqueo ms que como una accin militar. Pocas veces tendran ocasin de enfrentarse a un rival tan endeble como eran aquellos campesinos, sorprendidos muchos de ellos en pleno trabajo en el campo, y sin ms armas para defenderse que algn cuchillo o algn azadn. Los afortunados que contaban con lanzas o espadas en sus casas, herencia de sus antepasados, apenas tuvieron tiempo de ir a buscarlas. Todos ellos estuvieron indefensos frente a sus atacantes, quienes con una escasa organizacin, y tampoco les haca falta ms, se haban desplegado por toda la zona. Los hombres, las mujeres y los nios fueron asesinados sin piedad, muchas casas se desplomaron incendiadas y los animales que no pudieron escapar acabaron calcinados por las llamas o traspasados por las armas de sus atacantes. En el fondo los beocios, como sus vctimas, no eran ms que simples agricultores en su mayora, pero eso no les haca mostrarse clementes ni sentir piedad por aquellos desdichados. Unas palabras bien escogidas por sus lderes, unas promesas atractivas hechas por los espartanos, una hbilmente fomentada rivalidad entre Tebas y Atenas cuyo origen y motivos nadie conoca y a nadie interesaba, y un contagioso y hueco sentimiento de camaradera entre conciudadanos que compartan el mismo deseo de embarazarse un escudo y empuar una lanza. Algo tan fatuo como eso, con un mnimo de adiestramiento en cuestiones blicas, haba sido suficiente para formar aquella especie de ejrcito que no era otra cosa que una milicia ciudadana con ansias de obtener un botn de sus enemigos los atenienses. El comandante beocio, que contemplaba aquel espectculo con indiferencia, quiso reagrupar a sus hombres para dar por terminada la incursin en el tica, pero los soldados mostraron su disgusto al ser privados de un saqueo fcil y sin

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complicaciones; por esa razn fue benvolo con ellos y les concedi hasta la noche para proseguir con la diversin. Ya con el sol oculto tras las colinas, un grupo de seis tebanos se dirigi a al ltima hacienda que quedaba por asolar, situado muy cerca del ro Cefiso. Sus habitantes sin duda estaran sobre aviso, y por ello aterrorizados ante la perspectiva de la muerte, si es que no haban huido ya. Pero no fue eso lo que encontraron all. El padre, el hijo y el esclavo aguardaban en la entrada de la casa armados el primero con un viejo y oxidado xiphos de hierro sin filo y los otros dos con sendos cuchillos y palos. Al verles los tebanos, y percatndose de que habra diversin extra, sonrieron. Los atenienses fruncieron el ceo. La vida y la muerte de aquellos hombres se decidi en lo que tard la luna en aparecer en el cielo. Los seis tebanos rodearon a los atenienses. La proporcin de dos contra uno pareca definitiva, por no hablar de la ventaja de las armas. Espalda contra espalda y agazapados, los tres atenienses aguardaban a que las risas de aquellos hombres fueran acompaadas de alguna distraccin. Pero no hubo tal cosa. Uno de los tebanos, con la mayor tranquilidad, levant su lanza con la diestra, ech hacia atrs el brazo y la arroj sobre el pecho de uno de ellos, atravesndolo. Las risas cesaron, crendose en el ambiente una sensacin de falso respeto ante la muerte de aquel hombre. El esclavo haba muerto sin haber conocido mujer ni hijos, tal era su juventud. Ms o menos de la misma edad era el joven que miraba horrorizado el cadver, mientras que su padre tendra tantos aos como ellos dos juntos. Saba que su hijo nunca haba visto la muerte tan de cerca, y saba que en aquel instante estaba descubriendo que, lejos de percibirse con los sentidos, la muerte se percibe con el alma. La muerte se siente, la muerte incluso tiene olor, un hedor que paraliza a quien lo respira, como le estaba pasando en aquel momento a su hijo. Vindole inmvil ante el cadver mientras uno de los asesinos avanzaba hacia l con un xiphos en la mano, su padre no tuvo tiempo de pensar en cmo salvarle. Furibundo, se abalanz sobre el tebano y le clav su espada hasta la empuadura. Luego todo fue muy rpido. Extrajo la espada, la quebr al chocarla contra la de otro tebano como se quebrara el bronce contra el hierro, se agarr rpidamente a su cintura para reducir el espacio de maniobra de su oponente y este le golpe el crneo con la espada con una violencia inusitada. Ya en el suelo, el ateniense recibi una lluvia de puntapis en el rostro y el estmago que le quebraron algunas costillas. Y ah acab todo. Y ah empez todo. El soldado tebano apenas tuvo tiempo de reconocer el silbido grave que oy detrs de l, cuando el impacto le hizo volar hacia delante

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hasta quedar ensartado por la lanza en la puerta de la casa. Sus cuatro compaeros se dieron la vuelta justo a tiempo de recibir cada uno de ellos un tajo en alguna parte del cuerpo: el cuello, el pecho, el abdomen, el cuello otra vez. Y uno tras otro cayeron al suelo, donde irremisiblemente iban a morir desangrados. El joven ateniense sali de su parlisis y observ al individuo que tena enfrente, sosteniendo un xiphos, una espada que an chorreaba sangre. Bajo el casco de bronce, semiocultos entre las carrilleras y la proteccin nasal, unos ojos le miraban. Eran los ojos de un muchacho tambin, un muchacho incluso ms joven que l; alto, corpulento y con los msculos esculpidos en su cuerpo como si fueran los de una estatua, fruto sin duda de un duro y largo entrenamiento. Aquel individuo se sac el casco de la cabeza y habl. Os he salvado la vida a ti y a ese hombre, que debe de ser tu padre. A cambio solo quiero un lugar donde comer algo y dormir. Mi nombre es Arimnesto. El irn senta la mirada del joven Evandro clavada en su espalda. Pese a existir entre ellos muy poca diferencia de edad, pareca que les separaran dcadas, tanto por su aspecto fsico como seguramente por los pensamientos que cruzaban por sus mentes. El espartano estaba sentado junto a Cavlides, que yaca en el jergn dolorido por los golpes y con alguna costilla rota. Nos has salvado la vida a mi hijo y a m, muchacho, y por eso te estar eternamente agradecido. Si lo que deseas es techo y alimento antes de volver con los tuyos, mi casa ser la tuya el tiempo que quieras. Busco... un sitio donde poder quedarme durante un tiempo. No deseo volver con el ejrcito de Esparta. Padre interrumpi Evandro, est claro que este espartano ha desertado de su ejrcito. Probablemente le estn buscando. S, he desertado, pero no creo que nadie me busque. Quien no desea ser un autntico espartano no merece serlo, as que no me querrn ya con ellos. Me despreciarn, como desprecian a todos los cobardes, a los que ellos llaman temblorosos, y se olvidarn de m. No te buscarn ni siquiera para castigarte? No s, eres un cabo suelto que no les conviene dejar sin atar. Evandro le cort Cavlides, correremos el riesgo de acoger ese cabo suelto. Adems, y siendo prcticos, no nos vendr nada mal que se quede con nosotros. Podra echarnos una mano, recuerda que acabamos de perder a nuestro esclavo. Gracias dijo Arimnesto. Evandro no replic. Y tras ese cruce de palabras, los tres permanecieron en silencio dejando que sus pensamientos se diluyeran poco a poco en una mezcla de

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Hellenikoncansancio y sueo.

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***El da amaneci triste en Eleusis. El rey Clemenes, pese a que sus aliados beocios cumplieron con maestra y placer su parte del plan, haba decidido regresar a Esparta. Probablemente pens que era un riesgo intil enfrentarse a los atenienses, quienes, como pronostic Demarato, haban tenido tiempo de organizar un ejrcito ms que aceptable. La coalicin peloponesia se haba desmembrado y en las inmediaciones de Eleusis nicamente quedaban sus casi mil espartanos; no vala la pena arriesgarse a un combate de resultado incierto, con la moral de sus hombres decada y sabiendo todos ellos que lucharan por entregar Atenas a un individuo, un tal Isgoras, al que nadie conoca y que ni siquiera era uno de los suyos. Clemenes fue consecuente con ese pensamiento y march de Eleusis, dejndola impregnada de muerte y desolacin. En Oenoe amaneci un da tan triste como el de la vecina Eleusis. A los que haban sobrevivido a la matanza porque haban sabido esconderse bien o porque sus heridas no haban sido mortales, les esperaba la penosa tarea de dar cumplido descanso a sus muertos. Con el sol lleg tambin un pequeo ejrcito proveniente de Platea, polis situada a pocos estadios de distancia. Pese a su origen beocio, los plateenses haban acudido en socorro de sus vecinos del tica, regin con la que se sentan ms ligados que con la propia Beocia. La ayuda haba llegado tarde pero colaboraron en las labores de reconstruccin del demos; los plateenses siempre haban sido fieles amigos de Oenoe. Con las ltimas luces del da el recin llegado y el accidentado padre, que se apoyaba en un largo bculo y luca unos rsticos y aparatosos vendajes en la cabeza y el pecho, observaron desde el borde del camino a los plateenses que ya marchaban de regreso a su polis. Evandro, como la mayora de supervivientes de Oenoe, ya dorma. Arimnesto, sin apartar la vista de aquellos soldados, pregunt: Os atacan los beocios y os socorren los beocios. No es absurdo? Hace mucho tiempo que Platea es una buena aliada de Atenas. Sus antiguas desavenencias con Tebas, capital de Beocia, hicieron que hace unos aos Platea se acercara a Atenas en busca de proteccin. Tebas y Atenas nunca se han llevado demasiado bien, as que est claro que Platea ser amiga nuestra mientras no lo sea Tebas. De verdad tengo que explicarte todo esto? Eres espartano, sin duda ests al tanto de estas cosas. S, lo estoy. No te preguntaba eso en realidad. No importa.

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Cavlides mir al joven que tena ante s y comprendi que aquel muchacho no haba abandonado el ejrcito lacedemonio por miedo, como haba pensado en un principio. Aquel no era un espartano corriente. No era un heleno corriente. T andas buscando algo, Arimnesto. De qu se trata? Ya te lo he dicho, un lugar donde vivir. De momento, al menos. Bien, en ese caso ya lo has encontrado Cavlides no poda evitar un cierto tono paternalista, habituado a usarlo siempre con su hijo, pero tu mirada sigue perdida, incluso demasiado perdida para tu edad. Os ensean en Esparta a ser tan taciturnos, en eso consiste la famosa disciplina espartana, la agog? La mencin de aquella palabra hizo reaccionar a Arimnesto, que dio un respingo. Sin dejar de mirar a los plateenses que se alejaban, decidi que Cavlides mereca alguna respuesta. T puedes permitirte bromear sobre la manera de educar a los jvenes en Esparta, no la has conocido ms que de odas. Yo la he vivido. Mis recuerdos de cuando era muy nio, antes de entrar en la agog, desaparecieron hace ya tiempo; mis padres murieron jvenes, as que hasta donde alcanza mi memoria la agog lo ha sido todo para m. Y las palabras que ms me han repetido a lo largo de todo el tiempo que estuve en ella han sido orgullo, gloria, honor. En Esparta no nos ensean a ser taciturnos, Cavlides; nos ensean a ser orgullosos: orgullosos de ser espartanos, de ser dorios, de pertenecer a una raza invencible, de ser capaces de abatir cualquier enemigo, de no temer a la muerte... Nos ensean a anhelar la gloria en el combate, a ansiar el honor que solo se obtiene en la victoria, a despreciar el dolor y la muerte. Nos ensean a prevalecer sobre todo y sobre todos. En eso consiste la agog. No pretenda ofenderte, Arimnesto. Para serte sincero, me parece una forma de educar admirable. Acepta mis disculpas. No me has ofendido; lo habras hecho si yo creyera en todo esto que te he dicho, pero no es as. No creo que el orgullo, la gloria y el honor se midan por la capacidad de vencer a los enemigos. Son los beocios ms honorables que t por haber hecho esta masacre en Oenoe? O lo es Clemenes ms que Demarato por haber violado y asesinado a las sacerdotisas del Telesterion de Eleusis? Supongo que no, pero la vida es una guerra continua, un continuo enfrentamiento entre unos y otros. Unos hombres son mejores y otros peores, as que no es tan extrao que unos manden y luchen por prevalecer, y otros obedezcan y luchen por no querer hacerlo. Siempre ha sido as y siempre lo ser. S, pero eso no quiere decir que tengamos que enorgullecernos de ello. Eres realmente un joven extrao. Y de nuevo espero no haberte ofendido con

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mis torpes palabras, pero es que nunca me haba encontrado con alguien que se hiciera esas preguntas. No s si alcanzo a entender todo lo que dices y tampoco s si me gusta lo poco que entiendo. Pero eso es lo de menos, te lo aseguro; te debo la vida y eso basta para m. Os salv la vida por puro inters personal. Aquellos tebanos se interponan entre lo que yo quera y yo mismo, as que hice lo que me han enseado a hacer. Pero no me siento orgulloso de ello, ni me siento ms honorable por haberlos matado; simplemente tena que hacerlo y lo hice. Respecto a los hombres que has matado, permteme que te diga que para que haya vida ha de haber muerte, y concretamente en este caso la muerte de esos tebanos ha supuesto que yo ahora pueda estar hablando contigo y que mi hijo pueda crecer y tener una vida espero que larga, no como la de nuestro pobre esclavo. En los asuntos sobre la vida y la muerte, y no te ofendas por lo que te dir ahora, Esparta siempre me ha parecido una polis sabia; te lo digo con admiracin y respeto hacia vosotros los espartanos. Atenas, en cambio, no ha alcanzado an ese nivel de sabidura ni creo que lo alcance nunca. Y dejemos el tema, me ests haciendo hablar como uno de esos jonios que viven al otro lado del Egeo, esos que algunos llaman filsofos. Quiz sea yo entonces el filsofo, Cavlides; estoy de acuerdo, dejemos el tema. Pero respondiendo a tu primera pregunta sobre qu me ha enseado la agog, te dir que en ella he aprendido que realmente existe un sentimiento de orgullo y de honor, pero me han hecho creer que hay que buscarlo en un campo donde esas ideas en realidad no crecen. Dnde hay que buscarlo entonces? Solo los dioses lo saben, y por ello es a ellos a quienes hago caso en todo cuanto me dicen. Los dioses te hablan? As es. A ti no? Pues dijo Cavlides, tratando ya de zanjar una conversacin que le estaba resultando algo incmoda no que yo sepa, pero si ellos te han dicho que nos salves la vida a mi hijo y a m, loada sea su sabidura por decrtelo y la tuya por escucharles. Y si te han dicho tambin que te quedes por Oenoe, te ruego que lo hagas todo el tiempo que quieras; no s si aqu encontrars honor y orgullo, pero seguro que no te faltarn tierras donde buscarlos. Cavlides le indic a Arimnesto con la mirada los sembrados y campos de cultivo que formaban parte de su pequea hacienda, y el espartano no pudo reprimir una carcajada.

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HellenikonSea, pues; buscar por aqu.

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***Los das siguientes fueron duros para todos. Habiendo preservado sus tierras intactas, Cavlides permaneci en su casa sin salir, convaleciente an de sus heridas; mientras, su hijo se dedic a ayudar a los vecinos de Oenoe que s haban sufrido prdidas personales y materiales. Arimnesto, inmerso casi siempre en un mundo de silencio, colabor igualmente, y aunque su presencia fue al principio motivo de reticencias y rechazos dada su condicin de espartano, al poco fue requerido por la mayora de los habitantes del demos; su fortaleza fsica y su vigor se hicieron muy tiles para levantar las paredes de adobe de las viviendas, cavar tumbas para los cados y replantar los campos arrasados. En poco tiempo Arimnesto se hizo conocido en todo Oenoe y, gracias a la incontinencia verbal de Evandro, tambin se supieron sus hazaas ante los tebanos, cosa que no agrad demasiado al espartano, ms dado a pasar desapercibido que a destacar. Pero el podero del ejrcito lacedemonio era legendario en toda la Hlade, y ms cuanto mayor fuera la ignorancia de las gentes, de modo que contar en la comunidad con un autntico espartiata era poco menos que tener como aliado a un semidis. Y pese a que Arimnesto hubiera preferido que nadie supiera de su origen ni paradero, las noticias se propagaron rpidas como un incendio cuando sopla el Cfiro.

***Queremos que te unas a nosotros. La delegacin de Platea se haba presentado en la hacienda sin previo aviso. Haba llegado acompaada por el primer magistrado de Oenoe, un individuo llamado Hiprides. No contis conmigo, Hiprides. Esa lucha no es ma sino vuestra, y no tengo inters en participar. Noble Arimnesto replic el primer magistrado, las luchas no pertenecen a nadie; uno participa en ellas si cree que son justas y no lo hace si cree lo contrario. No te parece justo castigar a los beocios por lo que nos han hecho? Lo que hicieron ellos y lo que queris hacer vosotros se diferencia en poco; si lo uno te parece injusto, lo otro tambin debera parecrtelo. Injusto? Desde cundo a un espartano le ha importado la justicia? Por Zeus,

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Cavlides, qu ideas tiene tu husped metidas en la cabeza? En serio es este individuo un espartano? No puedo creerlo. Quien as habl fue el plateense Dercilio, un hombre ya maduro pero que an estaba en edad de tomar una lanza. Platense replic Arimnesto, tienes una idea equivocada de lo que piensan los espartanos. No somos seres sedientos de sangre y batallas que no nos preocupemos de quin las provoque ni quin las sufre. Amigos intervino Cavlides, tratando de calmar los nimos, no os precipitis en juzgar a Arimnesto. No es cobarda lo que inspira sus palabras, os lo aseguro. l solo acab con cinco tebanos en lo que tarda un mirlo en parpadear; yo fui testigo. Escucha, joven Arimnesto dijo Hiprides, en tono condescendiente y como si no hubiera odo el alegato de Cavlides: nuestras fuerzas en Oenoe bien poco valen, pero contamos con el apoyo de Platea, como puedes ver, y tambin con un ejrcito bien formado y equipado venido de Atenas. Lo que se cuenta de ti por todo el demos ha hecho que nos acerquemos hasta aqu para proponerte que lideres a nuestros hombres de Oenoe, pero est claro que el asunto te viene grande, as que si tienes, digamos, reparos, no te vamos a obligar. Conmigo s podis contar! exclam con vehemencia Evandro, presente tambin en la reunin. Su padre le mir horrorizado, pues aunque le enorgulleca el arrojo de su hijo, saba que era completamente inexperto en el manejo de las armas. No esperaba menos de ti, hijo de Cavlides dijo Dercilio. Mira, espartano se dirigi ahora a Arimnesto, lo que ha de hacerse, ha de hacerse, y meter por medio cosas como si es justo o injusto tiene una palabra que no te dir por ser t husped de Cavlides y hallarnos ahora bajo su techo. Yo acabo de tener un hijo y eso no me ha hecho dudar ni un momento para coger el escudo y la lanza. Y si mi hijo tuviera ya edad para ello, no dudes que tambin l hara lo mismo. Y no tengo nada ms que decir. Creo que ya hemos terminado aqu, Hiprides. Vmonos. Vaymonos, s. Salud, Cavlides; ojal tus costillas rotas no te impidieran acompaar a tu hijo. Que los dioses nos sean propicios a todos. S, salud... Cavlides se vio sumido de repente en un mar de pensamientos contradictorios. l era partidario de la accin represiva que pretendan ejecutar Hiprides y Dercilio, pero su hijo era todo lo que tena y no quera perderle, cosa harto probable si empuaba una lanza. Y sobre la actitud de Arimnesto, ya conoca algo su forma de pensar y se haba imaginado cul iba a ser su respuesta, pero no por ello le pareca bien; en el fondo hubiera deseado que marchara con el ejrcito.

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El joven espartano vio alejarse a los visitantes mientras oa a su espalda el jbilo de Evandro ante lo que iba a ser su primer alistamiento. Arimnesto, que pese a tener algn ao menos que Evandro estaba ms acostumbrado a las armas que cualquiera de los habitantes de Oenoe, sinti lstima por el padre y por el hijo, por la impotencia de uno y la ingenuidad de otro. Espartano le llam Cavlides, con tono paternal, si sigues soltando por la boca ese tipo de cosas, te crears ms enemigos de los que pretendes evitar en el campo de batalla. No creo que sea eso lo que ms te preocupe ahora. No, es cierto; no lo es... Efectivamente, no lo era. Cavlides volvi a su ensimismamiento, ahora sin dejar de mirar a su hijo, que era ignorante de toda aquella tensin. Arimnesto tom su lanza, que permaneca de pie apoyada en un rincn, y la sopes con una mano; la sostuvo en posicin horizontal buscando el punto de equilibrio entre la punta de hierro y el regatn. Mientras lo haca pens en las razones por las que haba desertado del ejrcito de Esparta, las razones por las que haba matado a los tebanos y por las que haba decidido quedarse en Oenoe. La punta de la lanza se acerc al suelo mientras el otro extremo se elev por encima de su cabeza. Cuidar de tu hijo, Cavlides. Ir con l.

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Captulo 4

Verano de 506 a.C. Mes de Hecatombeon durante el arcontado en Atenas de Alcmen

Proximidades del estrecho de Euripo, entre el tica y EubeaConfusin. Es todo lo que se perciba desde el interior de la falange. Algaraba que provena de las primeras filas, retumbo de metales que chocaban entre s, sonidos de forcejeos entre unos hombres que buscaban avanzar y otros que pugnaban por impedrselo. Agudos gemidos de los que cedan, speros jadeos de los que resistan, gritos penetrantes de los que moran. Y en el centro de la formacin, los que estaban en actitud forzosamente pasiva tenan respiraciones aceleradas, miradas que no queran cruzarse, rodillas que temblaban ante la incertidumbre. All se encontraba Evandro, sosteniendo con su brazo izquierdo el escudo y con el derecho extendido hacia delante la lanza. Llevaba puesta la vieja coraza de bronce de su padre; la lanza y el resto de la panoplia eran un prstamo de los atenienses. En medio de la falange, rodeado por sus compaeros hoplitas, el joven Evandro se senta completamente solo; volva a notar el olor de la muerte y volva a quedar paralizado por l. Por suerte, su posicin retrasada no exiga de l ms que cortos y firmes pasos hacia delante de tanto en tanto, que era capaz de dar porque cada uno de ellos indicaba inequvocamente as lo entenda l que la victoria se iba decantando poco a poco del lado ateniense. Debido a su total inexperiencia en combate, Evandro haba sido colocado en el lugar de menos riesgo en una falange: en medio de las filas centrales y un poco escorado hacia la derecha. En caso de que el enemigo les desbordara por cualquiera de los dos flancos, o incluso que lograra penetrar por el centro, el hijo de Cavlides tendra siempre en torno suyo compaeros tras los que escudarse. El adiestramiento recibido en aquellos pocos das apenas le haba servido para aprender unas cuantas rdenes sobre cmo maniobrar en combate, y de todos modos tampoco le estaba sirviendo de nada porque en el fragor de la batalla sus odos eran incapaces de distinguir voces y la polvareda le impeda ver ms que las espaldas de los hoplitas de

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delante y el escudo del que tena a su derecha. En definitiva, Evandro estaba tan solo como nunca imagin que pudiera estarlo. El ejrcito ateniense estaba atacando por sorpresa una fuerza de beocios que haba localizado cerca de la costa, frente a la isla de Eubea, y que pese a ser numerosa no tena ninguna posibilidad al no haber tenido tiempo de prepararse para el ataque. Sin organizacin una falange no vala nada, como bien saban los atenienses, y solo era cuestin de tiempo que su endeble formacin se resquebrajara ante el vigoroso empuje de los hoplitas. Arimnesto haba sido colocado en la primera fila del grupo de Oenoe; a su derecha estaba el contingente de Atenas y a su izquierda se hallaba Dercilio comandando las fuerzas plateenses. Para Arimnesto, igual que para Evandro, aquel era su bautismo de fuego, pero con la salvedad de que al espartano todo le era muy familiar, casi montono, por haberlo experimentado mil veces durante los aos de adiestramiento en la agog. La nica diferencia era que el peligro de morir ensartado por una lanza era ahora ms acuciante, pero se daba por hecho que un espartano no tema a la muerte ms de lo que tema al calor del sol. Enfundado en su liviana pero resistente coraza de lino, aunque hubiera preferido una ms resistente de bronce, Arimnesto no envidiaba en absoluto a Evandro, situado en aquella posicin retrasada por sugerencia suya. Y no pudo evitar una sonrisa cuando pens que para el ejrcito lacedemonio l mismo no era ms que un novato al que corresponda permanecer en la ltima fila de la formacin, mientras que para los atenienses ese mismo novato era merecedor de estar en la lnea de choque. Qu te hace gracia, espartano? vocifer Dercilio Crees que estamos aqu para divertirnos? Arimnesto no contest, consciente de que el plateense solo quera provocarle. Adems, haba sido entrenado para evitar cualquier distraccin en combate, y eso inclua no entablar discusiones estpidas. Los beocios cedieron tanto terreno ante el empuje de la falange ateniense que su formacin no tard en desmoronarse. Fueron las alas lo primero que se vino abajo, lo cual facilit un movimiento envolvente del ejrcito ateniense cuyos flancos avanzaron y viraron hacia el centro formando una tenaza humana de escudos y lanzas. Aprisionados en ellas, los aterrorizados beocios no tuvieron ms alternativa que arrojar las armas y rendirse. Acabemos con ellos! bram Dercilio. Pero el combate propiamente dicho ya haba acabado. Se rinden, Dercilio replic Arimnesto. No malgastes fuerzas, la victoria ya es nuestra. Espartano sin sangre en las venas! Todo el que dejemos vivo hoy podr volver

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La guerra tiene sus normas, y una de ellas dice que lo ms fcil no es lograr la victoria sino saber estar a su altura una vez lograda. Adems, el comandante ateniense est dando rdenes para que los beocios sean hechos prisioneros. Valiente estpido... Veremos si no tendr de qu arrepentirse en el futuro. Arimnesto le mir con gravedad. Y quin no tiene algo de lo que arrepentirse, plateense?

OenoeY quin no tiene algo de lo que arrepentirse, Arimnesto? le pregunt Cavlides, retricamente. Bajo la sombra de un olivo que sola proyectarse sobre la casa cuando el dios Helios luca a la hora del gora, padre, hijo y husped charlaban sobre lo vivido en los ltimos das en territorio beocio. S, amigo, pero tal cosa debera ir acompaada de la humildad necesaria para, llegado el caso, saber pedir perdn. Y la actitud de Dercilio es soberbia en exceso casi siempre. El objetivo de una batalla es vencer; una vez conseguido esto, a qu ensaarse con los derrotados? Y t, hijo? Cmo viviste tu primer combate? Tuviste miedo? No, claro que no... Evandro miraba al suelo mientras hablaba. La verdad es que apenas tuve que hacer nada. Aunque creas que no hiciste nada, s lo hiciste: estuviste all, en tu puesto. Eso fue suficiente le anim su padre. S, pero no llegu a matar a nadie, no tuve que enfrentarme con ningn enemigo. Estuve continuamente rodeado por los nuestros; avanzando, sin ms, con la lanza en la mano. Avanzar es la clave para vencer una batalla, te lo aseguro intervino Arimnesto. No titubear en cada paso, no debilitar la consistencia de la falange como bloque, no separarse del escudo de quien est a tu derecha... En cuntas batallas has estado t? replic el ateniense, desafiante. En las mismas que t, Evandro, pero mientras t ayudabas a tu padre a plantar cereales yo era adiestrado para que mi lanza y mi escudo fueran mis bienes ms preciados.

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Cada individuo sabe de aquello que le han enseado, hijo intervino conciliador Cavlides, as que no te sepa mal que Arimnesto pueda darte lecciones sobre la guerra; es lo que ha aprendido desde pequeo. No hay que recelar de alguien que hable de aquello que conoce, sino del que lo haga de aquello que no conoce. El tono paternalista de Cavlides avergonz a Evandro, que se dio media vuelta y march hacia la casa. No se lo tengas en cuenta, algn da crecer. Cuntame qu ms sucedi durante vuestras aventuras contra los beocios. No hay mucho ms que contar contest Arimnesto. Tras la batalla hicimos noche en los alrededores de un demos que tiene el mismo nombre que este, Oenoe. Despus hubo ms combates; Dercilio cay herido y l mismo me design para encabezar las fuerzas plateenses, saltndose el protocolo jerrquico. An no entiendo por qu lo hizo; quiz en el fondo estuviera ms de acuerdo conmigo en la forma de entender la guerra de lo que l mismo quera reconocer. Es posible, Arimnesto. O quiz descubri por fin que s eres realmente un autntico espartano. Por Ares, entonces has pasado de ser un prfugo a comandar al ejrcito de los plateenses. No est mal el cambio. Porque t accediste, no? No pude negarme. Los plateenses son un pueblo humilde y sensato, Cavlides, y yo nunca haba tenido poder ni mando sobre nada ni nadie; sin embargo, ellos me aceptaron sin poner ninguna objecin. Son buena gente, como lo prueba el hecho de que acudieran en vuestro socorro en cuanto supieron lo sucedido en Oenoe. No hace falta que me hables de las virtudes de las gentes de Platea. Te aseguro que si yo no hubiera nacido ateniense, habra querido nacer en Platea. Bien, qu ms sucedi? Cruzasteis el estrecho? S, lo hicimos, a bordo de unas cuantas trieras. Sorprendimos a los calcdeos, les derrotamos, hicimos ms prisioneros... Creo que en Atenas piensan pedir un suculento rescate por ellos. Un xito, vaya. Pero no te veo muy entusiasmado, cosa lgica por otra parte teniendo en cuenta que hubieras preferido no participar en esa campaa. Cavlides hizo una pausa y mir al espartano a los ojos. Te agradezco que hayas hecho esto por mi hijo y por m, Arimnesto. No tienes por qu agradecrmelo; en el fondo ha sido un acto de puro egosmo. Mi bienestar en Oenoe depende ahora del tuyo y del de tu hijo, as que no me queda ms remedio que cuidar de vosotros. Ja ja! Curiosa manera de ver las cosas. Pero gracias de todos modos. No deja de ser paradjico que, habiendo desertado del ejrcito espartano para no luchar

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contra Atenas, al final hayas acabado en las filas de un ejrcito de atenienses y plateenses, hacindoles la guerra a los aliados de Esparta. Un hombre no puede escapar a su destino. Y quin conoce su destino ms all de lo que los dioses le permiten saber? As es, amigo, as es. Como creo que ya te dije una vez declar divertido Cavlides, ests resultando ser un espartano muy filosfico. Creo que tambin t hablaste como un filsofo en aquella ocasin, amigo. Arimnesto sonri y se encamin hacia la casa en busca de una reconciliacin con Evandro, a quien apreciaba de verdad pese a que, al parecer, en aquel momento el sentimiento no fuese mutuo. Al entrar al pequeo patio sus ojos no le encontraron y supuso que se habra retirado al andrn. Aunque la hacienda de Cavlides era modesta, la casa contaba con una estancia para los hombres y con un gineceo para las mujeres, cosa curiosa pues no conviva ninguna hembra con ellos. A punto de cruzar el umbral del andrn Arimnesto se detuvo; algo iba mal. Los pies que entrevi asomando de las sombras del interior de la estancia no tenan la juventud de los de Evandro. He venido a llevarte conmigo, irn. De la oscuridad emergi una figura alta y de largo cabello negro, vestida con una coraza broncnea y armada con un xiphos y una lanza. Arimnesto se qued inmvil en el umbral y apret los puos al saberse desarmado. Ourags Alcmenes, s que no soy un buen espartano. Por eso he de buscar mi camino lejos de Esparta. Eso es imposible y lo sabes; bueno o malo, eres espartano, tu camino es el nuestro. Sabes que son los foros los que deben juzgar tu conducta y ya puedes imaginar cul ser su decisin. Es preciso que vengas conmigo. No lo har. Mis pasos los guan los dioses, no los foros de Esparta. Escucha, imbcil: yo ya he recibido mi castigo por haber permitido que se produjera tu desercin y por no haber informado de ella cuando deb hacerlo; he asumido mi error y he afrontado el correctivo con dignidad. Ahora haz t lo mismo. Mi dignidad no la mides t, Alcmenes. Vuelve a Esparta y di que no me has encontrado, o que estoy muerto. Mi castigo, Arimnesto, consiste en no pisar suelo espartano y en sufrir la deshonra hasta que te encuentre. Vivo o muerto. Se oy un ruido desde el fondo de la estancia y Arimnesto pudo ver entre la penumbra el cuerpo de Evandro tendido en el suelo.

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HellenikonSi le has matado...

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Hice lo necesario, como har contigo. Te lo pregunto por ltima vez. Por ltima vez, entonces: no ir contigo. Por un instante ambos callaron. Entonces, una lanza cort el aire y emergi de la oscuridad del andrn con el brillo de su punta de hierro, rompiendo el silencio con el silbido del fresno rasgando el aire. Arimnesto apenas tuvo tiempo de dejarse caer como un fardo sobre el mismo terreno que pisaba, cuando vio que el ourags ya avanzaba hacia l con la espada en la mano. Rod hacia atrs, se incorpor, busc con qu defenderse. Nada. Has tomado una decisin, irn. Aprende la leccin, afronta las consecuencias. La estocada de izquierda a derecha le oblig a saltar hacia atrs sin control y de nuevo cay al suelo. Creo que llevar tu cuerpo hasta Esparta me resultar una carga demasiado pesada. Los foros habrn de conformarse con tu cabeza. No haba armona en la escena; los movimientos del ourags eran proporcionados, compensados, perfectos, pero los de Arimnesto no, estaba desequilibrado y en clara desventaja. Tampoco fue armonioso el golpe que Cavlides, que apareci de repente por detrs, propin en la espalda de Alcmenes con el bastn que usaba como muleta. El ourags se gir sin inmutarse. No me apenar matarte, campesino dijo mirndole a los ojos fijamente, pero s es una lstima que tenga que hacer lo mismo con tu husped; habra llegado a ser un gran guerrero, muchos lo pensbamos cuando estaba en la agog. Quiz despus de que le atraviese me arrepienta, pero hizo una pausa brusca, como si se quedara sin respiracin quin no tiene... algo de lo que... arrepentirse? El cuerpo de Alcmenes cay con todo su peso sobre Cavlides con una pequea y afilada estaca de madera clavada en la nuca. Arimnesto, a su espalda, le mir con tristeza. Buena pregunta, espartano. Buena pregunta.

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Captulo 5

Verano de 506 a.C. Mes de Metagitnion durante el arcontado en Atenas de Alcmen OropiaAjeno al paisaje que le rodeaba, el joven que una vez haba sido espartano avanzaba con la mirada perdida en el horizonte, en el que se dibujaba no muy lejos una pequea meseta montaosa. El camino desde Oenoe era de apenas una jornada, as que Arimnesto pens que no vala la pena buscar hospedaje en Oropo; an quedaba en l algo del tpico espritu espartano de sacrificio, el suficiente como para atreverse a pasar una noche a la intemperie. Adems, siendo pleno verano, era incluso ms apetecible dormir bajo las estrellas que bajo un techo.

***No tiene heridas de sangre. Solo le ha golpeado, pero es probable que tenga algo roto. Parece que le ha dado una buena paliza. Ha sido por mi culpa. Yo atraje hasta aqu al ourags, era a m a quien buscaba. Si te planteas ese tonto razonamiento, al menos hazlo bien: de no ser por ti, tanto mi hijo como yo estaramos muertos hace tiempo. Unos cuantos huesos fracturados me parecen un pago justo. Puede ser. Pero yo sentir la muerte del ourags como un peso del que habr de liberarme si quiero seguir puro en el camino que me marquen los dioses.

***Marchaba ya la luz del da cuando vio el santuario de Anfiarao. Oropo se encontraba a unos doce estadios de distancia y el camino que conduca hasta ella

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estaba flanqueado por hospederas y casas de terratenientes euptridas atenienses. En el umbral del santuario un sacerdote advirti su presencia e hizo un mohn al notar su aspecto desaliado. Deseas algo, caminante? Consultar al dios. No es momento. Ests inscrito? No. Entonces vuelve maana. No eres tebano, verdad? No, claro; tienes acento dorio. Bien, maana veremos qu se puede hacer; hay una lista de espera. Ven al alba, ser mejor.

***Sigues con esas extraas ideas en la cabeza, eh? Dime la verdad: cmo han llegado hasta ah? Siempre he sabido que mis pasos eran guiados por los dioses. Pero vamos a ver, muchacho: puedes explicarme de dnde has sacado esa idea? No es nada extraordinario. Los dioses me acompaan a m igual que te acompaan a ti o a cualquier otra persona, pero quiz yo siento ms su presencia y soy ms consciente de ello. Fueron los dioses los que me dijeron que me alejara de Esparta, que mi destino no estaba all. Y qu buscas, Arimnesto, por Apolo? No lo s. Solo los dioses lo saben. Un maldito filsofo, eso es lo que eres. Escucha: sin nimo de desmoralizarte, te auguro una bsqueda sin fin. Porque no hay nada que hayas de buscar; uno debe vivir la vida como mejor pueda y ya est. Te parecer un pensamiento simple de un simple campesino, pero te aseguro que las cosas son as. Quiz... pero piensas as porque los dioses te hacen ver as las cosas. Por las barbas de Zeus, muchacho, tienes respuesta para todo.

***Arimnesto pas la noche en las ramas de un olivo. Eran anchas y robustas, y en ellas encontr el aislamiento de la tierra y el cielo que crea necesitar para purificarse

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lo mximo posible antes de entrar al santuario. Sin embargo, pese a hallar una posicin cmoda en la que descansar, pese a relajar su cuerpo y su mente para que nada pudiera molestarle, pese a cerrar los ojos y no abrirlos hasta el amanecer, no logr dormir.

***Pero la muerte de Alcmenes no estaba escrita en mi destino. l apareci aqu, me oblig a salirme de mi camino para matarle, y ahora no s cmo volver a l. Los dioses no se dirigirn a m mientras no expe esa culpa, mientras no limpie esa mancha, mientras tenga ese miasma sobre m. Ya... En fin, si los dioses dejan de hablarte, entonces se me ocurre que intentes hablar t con ellos. Ve a Delfos y pregntale a Apolo; tengo entendido que los espartanos tenis buenas relaciones con aquel santuario. Precisamente por eso no puedo ir, Cavlides. Adems, te he dicho que los dioses no me hablarn; por mucho que preguntara a Apolo, no obtendra respuesta alguna de l. Ah, claro... Pues escucha entonces: dirgete a Oropo, est cerca del estrecho de Euripo, regin de la que acabas de volver. En otros tiempos fue territorio tebano pero ahora lo es ateniense, as que tampoco has de temer nada en ese sentido. All est el santuario de Anfiarao, el hroe argivo. Ja! Ya que no puedo preguntar al Apolo dlfico me recomiendas que baje en el escalafn y acuda a la consulta de un simple hroe divinizado?

***El sacerdote abri la puerta del santuario y la luz se col dentro iluminando la estatua de Anfiarao que haba en el interior. La sombra del olivo entr como cada maana hasta el pedestal de mrmol pentlico de la escultura, y al sacerdote le dio un vuelco el corazn cuando vio al mismsimo espritu del hroe Anfiarao apoderndose de su propia efigie marmrea y envolvindola con un manto de negrura. Con lentitud ceremoniosa, el sacerdote se gir y mir detrs suyo, y vio al espritu de Anfiarao descendiendo del olivo a la par que su sombra descenda tambin de la estatua; ciertamente tena un aspecto algo desaliado para tratarse de un hroe. Ahora ya es momento, sacerdote?

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Por los perros de Hcate, me has dado un susto de muerte! No habrs dormido ah... No he dormido pero s he pasado ah la noche. Dormir debo hacerlo dentro del santuario, creo. No sabes que los olivos son sagrados en todo el tica? Si alguien te hubiera visto y te hubiera matado por ello, nada se le podra haber reprochado. Salvo que quiz yo no lo habra permitido. Dime, puedo entrar ya? He venido a buscar una respuesta y anso obtenerla. El desaliado le estaba pareciendo al sacerdote algo irrespetuoso e impulsivo, y eso le desagradaba. Muchacho, ya te dije que hay que inscribirse en una lista de espera. Pues inscrbeme, te lo ruego. Me llamo Arimnesto. Bien refunfu, Arimnesto; de dnde eres? Qued pensativo antes de contestar. De Esparta. Aguarda aqu, Arimnesto de Esparta. El sacerdote desapareci en el interior del santuario, y Arimnesto recuper en su mente el pensamiento que tantas veces le haba acompaado: si el haber desertado del ejrcito lacedemonio, el haber abandonado aquello para lo que todo espartano viva y de lo que ansiaba formar parte por encima de cualquier otra cosa, si ese acto no le habra hecho ya perder inevitablemente su condicin de espartano.

***No, Arimnesto; en ese santuario no escuchars a Anfiarao. No escuchars otras voces que no sean la tuya propia. All te harn dormir, muchacho, y mientras duermes hablars con los dioses, y estoy seguro de que de ese modo ellos te concedern audiencia. Ests de broma. All soars, Arimnesto, y vers a los dioses. No te quepa duda: solucionars tu problema visitando el orculo del sueo.

***Tienes suerte, muchacho. En esta poca, con el calor que hace, pocos son los

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visitantes al orculo. Vuelve maana cuando despunte el sol, igual que hoy. Y no olvides traer un dracma y el animal sacrificial. Claro, qu necio. Todo dios exige una ofrenda de sangre para poder ser consultado, as que un hroe no iba a ser menos. Cavlides tampoco haba pensado en eso. Qu animal? Dnde puedo conseguirlo por aqu? Un carnero. Un carnero joven. En el camino hacia Oropo encontrars granjas cuyos propietarios los tienen abundantes; te vendern gustosos los que quieras. Gracias, sacerdote. Hasta maana. Hasta maana. Y por Zeus Tonante, no duermas en el olivo.

***Despunta ya el sol; es mejor que te vayas ahora y aproveches que an no aprieta el calor. No lleves armas, no creo que te permitan entrar con ellas y no sabrs dnde dejarlas. Adems, tampoco las necesitars. Toma estos dos dracmas, creo que precisars al menos uno; es en lo que los sacerdotes valoran cada consulta. Imagino que estars en el santuario varios das; llena un hatillo con alimentos que no se deterioren mucho con el calor, cgelos t mismo de esa alacena. Te preocupas como si fueras mi padre, Cavlides. Te lo agradezco. Agradcemelo cuando regreses contndome todo lo que hayas visto all. Nunca he visitado un orculo y me gustar escucharte. Y por Apolo Sanador, Arimnesto: no vuelvas sin haberte curado!

***El esclavo se apercibi de que faltaba un carnero en cuanto hizo el recuento matutino. Cuando inform del robo a su amo, este suspir sin ms, como si el hecho fuera algo habitual: tenan abundante ganado ovino en la hacienda, esta era grande y difcil de guardar, el santuario de Anfiarao y su demanda de carneros a los consultantes se hallaba apenas a un par de estadios... No caba ms que adoptar una actitud de paciente resignacin, despus de todo su familia era rica y poda permitirse perder un animal de vez en cuando. Pero amo, acabaremos quedndonos sin ganado. Puede ser dijo, con aire despreocupado; cuando eso ocurra iremos a vivir

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Hellenikondefinitivamente a nuestra casa de Alopece.

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Permite que te diga que no pareces tomarte muy en serio el cuidado de la hacienda de Lismaco, tu padre. Mi padre apenas viene por aqu, ya lo sabes; los achaques de la edad no se lo permiten. Y reconozco que yo tampoco tengo mucho inters en conservar estas tierras; en primer lugar, esta regin, como bien sabes, pertenece a Atenas solo desde los tiempos de Soln, y los tebanos nunca han estado muy conformes con que sea as; y en segundo lugar, prefiero el bullicio de nuestra polis al aburrimiento de la vida rural. As que quien se haya llevado ese carnero en el fondo ha hecho un acto de caridad hacia mi persona, y seguro que el animal le beneficiar ms a l que a m. T sabrs lo que haces, Arstides. Arimnesto escuch la conversacin oculto a escasa distancia, mientras con ambos brazos inmovilizaba y amordazaba a un pequeo carnero que apenas tendra diez meses. Le alivi saber que la falta del ovino no supona un grave contratiempo a su propietario, al menos no mayor del que le supondra a l mismo no disponer del animal. Pens que tal sentido de la justicia no dejaba de ser una excusa para justificar lo que haba hecho, pero se alegr de que ese tal Arstides lo compartiera. Quin sabe, quiz algn da los dioses permitieran que sus caminos volvieran a cruzarse y entonces pudiera compensarle por el carnero. Dos das llevaba ya Arimnesto recluido en una minscula sala del santuario. Sentado en el suelo, envuelto por la penumbra, solo reciba la visita de un servidor del orculo que de cuando en cuando le traa comida cuya composicin no lograba adivinar, pero que desde luego no contena carne ni pescado sino hortalizas, verduras y hierbas de extrao sabor. Para beber tena a su alcance una pequea crtera llena de algo parecido a agua con un fuerte regusto a piedra. Haca tiempo que tena retortijones en el estmago y comenzaba a encontrarse mal a causa de la dieta a la que estaba siendo sometido. Sus ojos se haban habituado a la semioscuridad, sus odos al silencio y su nariz a los hedores viciados que provenan de la estancia, de su propio cuerpo, de su boca. En esas condiciones iba a acometer el viaje onrico del que le haba hablado Cavlides? Y para colmo, desde que estaba all haba sido incapaz de conciliar el sueo; su malestar general solo le conceda pequeas cabezadas que le hacan sentirse an peor. Aquello no iba bien, no poda ir bien. El sacerdote ya le haba advertido de que el proceso iba a ser duro, que deba cumplirse muy estrictamente con el ritual y que si abandonaba antes de llegar al final el hroe Anfiarao poda sentirse ofendido. Pero un espartano no se rinde nunca, verdad, muchacho?. Las manos de Arimnesto jugaban a oscuras con una pequea tablilla de plomo que tena grabadas las cabezas de Anfiarao por un lado y la diosa

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Higiea por otro. No la sueltes ni por un momento; el hroe y la hija de Asclepio han de acompaarte todo el camino. Un estado de perpetuo sopor se haba apoderado ya de l, no distingua lo que vea de lo que imaginaba porque la oscuridad y el silencio que envolvan la pequea sala estaban tambin en su interior, en su mente. Da y noche no eran ya para l sino la misma cosa, como la misma cosa eran visin y ceguera, y vigilia y sueo, y luz y oscuridad. No opuso resistencia cuando sinti que unos brazos le levantaban y le llevaban en volandas a otro lugar, tambin oscuro y silencioso. No abri los ojos (o los tena abiertos sin ver?) cuando oy la voz del oniromante, el intrprete de sueos, salmodiando unas palabras rituales ante un altar antes de abrirle la garganta al carnero que dos das antes Arimnesto haba entregado al sacerdote. No los abri tampoco cuando un olor nauseabundo de sangre y vsceras le golpe el rostro, ni cuando aquel individuo comenz a desollar al animal con habilidad y precisin consumadas. No se opuso cuando, con el pellejo an sangrante sujeto entre sus brazos, le llevaron de nuevo casi a rastras hasta una sala mucho mayor que la primera donde haba gente durmiendo; ni cuando le quitaron la piel del carnero y la extendieron en el suelo, ni cuando le obligaron a tumbarse sobre ella y a dejarse envolver por su pestilente olor. Ahora duerme, Arimnesto de Esparta; duerme y suea.

EspartaLa esposa de Alcmenes dio a luz asistida por su madre y la madre de su esposo. Era primeriza, y aunque en los ltimos nueve meses no haba odo hablar de otra cosa que del valor de las mujeres espartanas, de su entereza y de que eran las mujeres con ms coraje de toda la Hlade, ella tena miedo. El dolor haba sido insoportable desde por la maana, y ahora que el feto acababa de abandonar su cuerpo se encontraba tan dbil que no poda ni siquiera sentir el alivio por el fin de su padecimiento. Es un varn le susurr su madre. La esposa de Alcmenes dio a luz el da en que Clemenes volvi de Eleusis. En toda Esparta se saban ya los desmanes que el rey agada haba cometido en el tica; el otro rey se haba ocupado de que as fuera. La decisin de Demarato de abandonar a su homlogo en plena campaa no tena precedentes desde que la diarqua era la forma de gobierno en Esparta, y por ello Demarato haba aprovechado los das de ventaja que le llevaba a Clemenes para justificar ante los foros su sorprendente retirada. En cuanto pis suelo espartano, Clemenes fue convocado para dar explicaciones. De camino al edificio de reunin de los foros, el rey pas junto a la casa de Alcmenes, pero no oy el lamento de la madre del ourags.

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El parto ha sido duro, ha perdido mucha sangre. No vivir. La esposa de Alcmenes dio a luz el da en que Alcmenes muri. Si fue o no en el mismo y exacto momento, solo los dioses lo saban. El rey Clemenes haba impuesto al ourags un duro castigo por haber perdido a un hombre, un irn, delante de sus propias narices. No regreses sin l, estpido; trelo vivo o muerto. Te aseguro que pedir a los foros que tu estirpe sea degradada al nivel de los inferiores hasta que no le encuentres. Pagars cara tu incompetencia. Lo desproporcionado de la sancin nicamente poda explicarse porque el rey acababa de sufrir la humillacin de que Demarato y la Liga Peloponesia le dejaran tirado en el campo de batalla, y no poda consentir que un simple irn se atreviera a hacer lo mismo. Alcmenes se vera privado entonces de volver a ver viva a su mujer y de asistir al nacimiento de su hijo varn. Su madre se lament por ello. Si al menos su esposo estuviera aqu para darle alguna palabra de consuelo antes de morir... La esposa de Alcmenes dio a luz el da en que la vida la abandon. Agotada hasta la extenuacin, al parecer el feto no estuvo nunca en buena posicin y los dolores haban sido terribles. Los desgarros producidos en el momento de dar a luz le haban provocado una enorme hemorragia, y con la sangre se le fue marchando tambin el aliento. Con las fuerzas que le quedaban levant la cabeza para que lo ltimo que sus ojos contemplaran fuera a su hijo. La muerte le sobrevino con rapidez pero le dej tiempo para pronunciar una ltima bendicin para el retoo. Hijo, s t como una prolongacin de tu padre Alcmenes, y que los dioses te permitan superar sus xitos y hacer olvidar sus reveses...

***Explcate, rey Clemenes. Los cinco foros se hallaban sentados frente al rey, que permaneca de pie con aire orgulloso y desafiante. No hay nada que desee explicar. Preguntad lo que queris saber y os responder, foros. Sea. El rey Demarato te ha acusado de tener un acuerdo personal con el ateniense Isgoras, hijo de Tisandro, y de haber utilizado la Liga Peloponesia y el ejrcito espartano en beneficio propio. Eso demuestra que Demarato no tiene ni idea de gobernar. Por supuesto que existe ese acuerdo, y por supuesto que he buscado mi propio beneficio. Porque todo lo que beneficia al rey de Esparta beneficia a Esparta. Isgoras no era ms que un

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instrumento para extender nuestra influencia por territorio tico, una marioneta que hubiramos manejado a nuestro antojo. Gracias a mi colega Demarato, ahora en Atenas tienen a otro lder que no se dejar guiar por Esparta. Los foros conocan la vehemencia de palabra y de obra del rey Clemenes, as como su crueldad y espritu vengativo. Conscientes de que ellos solo ocuparan su cargo durante un ao y que luego dejaran de ser inviolables, no queran contrariar demasiado al agada, as que el foro epnimo habl intentado que su voz sonara con una mezcla de aplomo y prudencia. Pero tus mtodos no son los adecuados, rey Clemenes. Cometer actos sacrlegos y matanzas indiscriminadas, engaar a la Liga Peloponesia... Les hiciste creer que Atenas tena un ejrcito que les amenazaba, cuando tal ejrcito se form nicamente debido a tu presencia en el tica. Qu importan los medios si el fin vale la pena? Si Demarato no hubiera tenido miedo ahora Esparta controlara Atenas; en cambio, ellos se han hecho fuertes, han aplastado a nuestros aliados tebanos y calcdeos, y esos triunfos probablemente les harn ingobernables en el futuro; y por tanto, peligrosos. Rey dijo el epnimo, no falta razn en lo que dices pero debiste poner al corriente de tus planes a Demarato y, sobre todo, a nosotros. Recuerda que a Esparta no la gobiernan sus reyes sino sus foros. Por los Discuros! Clemenes se enfureci. Para mayor gloria de Esparta, y por tanto vuestra, hice lo que hice! Parece mentira que os cueste tanto ver lo evidente. Deberais estar hacindole preguntas a Demarato en lugar de a m: fue l, no yo, quien transgredi la ley espartana e hizo lo que ningn otro rey haba hecho jams desde Licurgo. Demarato ya estuvo ante nosotros igual que lo ests t ahora. Y tienes razn en que lo ocurrido fue indecoroso y que los argumentos presentados por el diarca euripntida, sean ciertos o no, no son una excusa para lo que hizo. As que para evitar que vuelva a producirse la bochornosa situacin de Eleusis, nosotros los foros dictaminamos que nunca volvern a ir juntos en campaa los dos reyes de Esparta. Hemos acordado que uno de ellos permanecer en los lmites de la polis mientras el otro marche a la batalla. Eso es todo? As castigis su defeccin? Destronad a ese bastardo, ni su sangre ni sus agallas merecen llevar la corona de Esparta! Controla tu lengua, Clemenes. Si quieres acusar a Demarato de algo, hazlo; si no, como buen espartano, ahorra palabras. Por Heracles que lo har, foros... a su debido tiempo. El rey gir los talones poniendo fin a aquel encuentro, que los foros tampoco

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tenan inters en prolongar ms de lo debido. Cuando marchaba, un servidor de los foros, un ilota, entr en la sala. Entra, esclavo, y di lo que sea. El asunto del rey Clemenes ya ha sido zanjado. El ilota se acerc al epnimo y le susurr algo al odo. foros, escuchad dijo despus este: conocis la costumbre espartana de no recordar el nombre de nuestros muertos ms que cuando caen en combate, si son varones, o cuando lo hacen al alumbrar una nueva vida, si son hembras. Pues sabed que una lpida debe ser inscrita con el nombre de una valiente espartana que ha dado su vida por nutrir a Esparta de futuros guerreros. Su nombre ser recordado con honor y veneracin, su esposo ser honrado por haber sabido escoger mujer tan valerosa, y el hijo nacido de ambos ser criado por Esparta para que algn da pueda superar en valor a su madre. Honremos todos a Teleutia, esposa de Alcmenes! Clemenes, desde el umbral, oy la proclama del foro y se qued pensativo. No saba de qu, pero el nombre de Alcmenes le sonaba, le sonaba mucho.

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Captulo 6

Invierno de 499 a.C. Mes de Memacterion durante el arcontado en Atenas de Lacrtides

OenoeTu mujer Hipareta acaba de dar a luz y dices que te vas a Asia? Te ha sorbido el seso algn espritu venido del inframundo, Evandro? Padre, han viajado hasta aqu desde aquellas tierras para pedirnos ayuda. Atenas es su madre patria, no podemos volver la cara a su peticin. La tensin en el rostro de Cavlides indicaba que el argumento de su hijo no estaba funcionando en absoluto, as que este cambi las razones por la autoridad. Bien, en cuanto se pertrechen las trieras partir la expedicin y yo estar subido a una de esas naves; deseara que fuera con tu aprobacin, pero marchar aunque no sea as. Poco acostumbrado a ver tanta determinacin en Evandro, su padre opt por intentar razonar con l. Evandro, si ests decidido a irte no podr hacer nada para impedirlo pero te pido que me escuches antes de que hagas una locura. Hay muchos motivos por los que no deberas ir: tu mujer y tu hijo son los primeros; tambin yo, que sin tu ayuda no podr sacar adelante el trabajo en la hacienda; adems, est lo largo que es el viaje y el absurdo papel que vais a hacer all. Mi mujer y mi hijo son asunto mo. Sobre el viaje, padre, no me repitas tu opinin porque ya la conozco. Y en cuanto al terreno, ya he hablado con Hiprides para solucionar eso: te ceder uno de sus esclavos para ayudar en las labores agrcolas. Has hablado con ese engredo? Desde que las reformas hincharon de poderes a los cabecillas polticos, se pasea por los caminos como un gallito. Y encima repite cargo un ao tras otro, as de patanes somos el resto de habitantes de Oenoe. No quiero que me enve a ningn esclavo, sabr arreglrmelas yo solo. En invierno no

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Hellenikonhay tanto trabajo en el campo.

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Padre, no seas terco. T mismo has dicho que no podras. Adems, Hiprides ya est aqu. Por el sendero de acceso a la hacienda se dibujaba la figura del primer magistrado con una amplia sonrisa en los labios y una tablilla de cera en la manos. Salud, nobles conciudadanos! Cavlides, te ha explicado ya tu hijo qu ha sucedido en Atenas en la asamblea de esta maana? Hay que reconocer que ese Aristgoras tiene labia, pero incluso sin tenerla la votacin no habra tenido un resultado diferente del que ha tenido. Salud, Hiprides dijo Cavlides, con evidente desagrado. Supongo que estars al corriente de lo que se cuenta: que para ese milesio los atenienses somos el segundo plato porque antes de venir al tica ya estuvo en Esparta con el mismo propsito, y si all el rey Clemenes no le hubiera mandado a paseo, ni se habra planteado pasarse por aqu. Bah, qu importancia tiene eso? Lo que pide es de justicia y los atenienses somos el pueblo ms justo de la Hlade. En Esparta tienen la mente estrecha y las miras cortas, era de suponer que Aristgoras se marchara de all de vaco. En cambio la edad volva a Cavlides cada vez ms irnico en Atenas tenemos las mentes tan anchas que cualquier tontera nos parece razonable; por eso Aristgoras ha obtenido de seis mil individuos atenienses lo que no consigui de un solo espartano. As es, amigo. La ancha mente de Hiprides fue incapaz de captar el sarcasmo de Cavlides. En Atenas ya se estn preparando veinte naves para que pongan rumbo a Jonia en cuanto llegue el tiempo de hacerse a la mar, de aqu a tres meses a lo sumo. Tu hijo honra a todo nuestro demos con su valor, pues est deseando unirse a la expedicin; no tendrs dificultad, Evandro: conozco a uno de los jefes de navo y te aceptar encantado como hoplita a bordo de su barco. En cuanto a ti, Cavlides, supongo que no te interesa viajar por mar... No, claro, alguien ha de quedarse cuidando de Hipareta y el recin nacido; adems, ya empiezas a tener una edad. Por cierto, Evandro, el pequeo naci hace pocos das, no? Pronto habris de celebrar la anfidromia y e