Vigilancia

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Experimentos de vigilia, el primer libro de Loro, es una obra circular e irracional. Sin embargo —y sin que resulte para nada contradictorio— sus cuatro cuentos no resultan en absoluto experimentos (no al menos los experimentos de un autor novel) sino bombas cuyo mecanismo ha sido bien calculado, piezas que guardan una suerte de temática común, la de la vigilancia, la del odio venenoso contra el ojo que todo lo ve, contra el estado policial; la reivindicación de lo real frente a la aparente libertad de lo virtual. Tal vez esto suene reaccionario, pero -y aquí Loro habla en nombre de todos los e;bés- no queremos ser recopilados en bases de datos: no queremos que ese monstruo llamado Google decida qué podemos saber y qué no. También: nos negamos a registrar un ISBN, a que nos recluyan triplemente en la Biblioteca Nacional. Queremos que nuestros libros huyan de esa viscosa doble vida que todo lo impregna.

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Loro

Experimentos

de vigilia

Los escritores bárbaros

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Colección Los escritores bárbaros.

losescritoresbarbaros.blogspot.com

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Scribus.

Maquetador: e;bes.

Autor: Loro [email protected]

Portada: Aziks

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Una forma poligonal cerrada constituida por cuatro lados de la

misma longitud se llama cuadrado. En La Tierra no hay cuadrados. En nuestras

mentes —según Platón— sí hay cuadrados. Te hablo de mente a mente.

Léeme de mente a mente.

A Loro no le gustan los cuadrados. Lo que le gusta a Loro es lo

que le encanta a Loro. Y lo que le encanta a Loro son los círculos. A Loro le

encantan los círculos.

De mente a mente.

Tampoco hay círculos en La Tierra. Los círculos precisan de una

clase de números muy especial para poder existir: los números irracionales. A

Loro le gustan las cosas irracionales. Los números son cosas (más o menos).

En Profetas del vacío, el último cuento de este libro, lo irracional

(que en la obra de Loro suele identificarse con el arte) se manifiesta en forma de

radicales libres que se introducen en las mentes de algunos individuos en una

suerte de distopía que no se nos termina de describir con exactitud pero que

—en el fondo— casi podría corresponder a nuestra realidad. Tal vez el mayor

valor del cuento resida en que deja entrever la posibilidad de que ese desorden,

esa interferencia, pueda ser fácilmente erradicado.

En Comedores de basura, la que quizás sea la pieza que

más se ajusta a las convenciones de la ciencia­ficción, el objetivo es similar, pero

el procedimiento es diametralemente distinto. En este cuento, Loro nos lleva de

la mano hasta los extremos del arte y de la sociedad en la que vivimos, y los

confronta violentamente. A nosotros, lectores occidentales (creadores,

probablemente, pues he podido observar que en la actualidad todo el mundo

ejerce algún tipo de disciplina artística) no nos gusta que nos muestren que la

comodidad y el arte son enemigos. A Loro, por supuesto, se la suda lo que a

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nosotros nos guste. En este plano de pensamiento nos damos de bruces con el relato

que más me gusta del libro: Diario de un budoka politoxicómano, genial desde el

título. En él está representado el mundo del budo, que apasiona al autor, y Loro nos

induce el terror mediante una técnica que hallamos en las películas de zombies y en

Tlön, Uqbar, Orbis Tertius: nos pone ante las narices una inteligencia que —sin ser

superior a la nuestra— es cualitativamente distinta y con cuyo paradigma de

comprensión de la realidad tendremos que lidiar de una manera u otra (lo más

común para nosotros, lectores occidentales, es resolver el problema al estilo de

Alejandro Magno, es decir, partiendo al Otro de un espadazo en la frente). De alguna

manera, este cuento prefigura la inminente invasión china (que en realidad no es

inminente sino que comenzó hace ya tiempo, pero de eso no voy a hablar aquí: quien

quiera saber más puede ir cualquier noche a Malasaña con un euro en la mano y

pronto sabrá a qué me refiero).

De Jericho sólo diré que establece una identidad entre la libertad y la

apariencia de libertad, pero sin ceder ni un milímetro al conformismo, es decir, se

adentra con los ojos abiertos en los dominios del terror. Personalmente, me encanta la

imagen de las cabezas de todos aquellos que intentaron imponer orden clavadas en

una estaca.

Además de lo que he dicho de cada relato en particular, hay algo que

todos tienen en común y que a la vez comparten con esta colección: el odio venenoso

contra el ojo que todo lo ve, contra el estado policial; la reivindicación de lo real

frente a la aparente libertad de lo virtual. Tal vez esto suene reaccionario, pero no

queremos ser recopilados en bases de datos: no queremos que ese monstruo llamado

Google decida qué podemos saber y qué no. También: nos negamos a registrar un

ISBN, a que nos recluyan triplemente en la Biblioteca Nacional. Queremos que

nuestros libros huyan de esa viscosa doble vida que todo lo impregna, que nuestra

obra sólo exista allá donde su materialidad se manifieste. Porque nuestros libros están

vivos y —al igual que nosotros— tienen derecho a morir.

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Para terminar, quiero copiar unas palabras de Diario de un budoka

politoxicómano que a mí al menos me han hablado directamente. Las he puesto en

verso porque me ha salido de los cojones:

Lejos de palabras como

libertad,

igualdad

o fraternidad,

camino es una palabra

cuyo significado es indiscutible.

No depende de nuestras concepciones culturales.

Un camino es un camino:

algo que se recorre.

Munir

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"El ojo te ve

es un arma"

Evaristo

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PENSAMIENTOS DE UN HABITANTEDE JERICHO Y EPILOGOS

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"He visto horrores... horrores que usted ha visto. Pero no

tiene derecho a llamarme asesino, tiene derecho a matarme.

Tiene derecho a hacerlo, pero no tiene ningún derecho a

juzgarme".

Walter E. Kurtz

I

Nunca me he preguntado si mis acciones han sido buenas

o malas. Sé que no me corresponde a mí decidirlo. En caso

de existir una fuerza creadora y regidora de todo cuanto

en el mundo acontece, será su tarea juzgarme. Pero nada

más. Tratar de ahondar en su naturaleza sería poco más que

una pérdida de tiempo. Jamás lo lograríamos. Sencillamente

porque no nos corresponde hacerlo. No leo demasiado, a

decir verdad a lo largo de mi vida creo haber acabado unos

ocho libros (aunque he escuchado miles de historias), pero

cuando mi mente divaga sobre dios, se me aparece la imagen

del autor en la novela. A sus personajes no les

corresponde cuestionarse sobre su creador, deben

desarrollar su papel dentro de la obra. Por otro lado, si

dios es un invento de los humanos, ¿qué sentido tiene

preguntarse sobre el bien o el mal? Ninguno, siempre y

cuando puedas dormir. Si duermes, lo estás haciendo bien,

si no, la estás cagando. Seguramente, mi forma de vida sea

repudiada por la mayoría de las personas, pero yo consigo

dormir tranquilo y eso es cuanto me importa.

Ahora que me encuentro rodeado de arena y, divagando

sobre dios, no puedo evitar recordar cierta ocasión en

que, en el Sahara, mis compañeros y yo experimentamos con

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el ácido, extraído por una tribu autóctona, de un gusano

llamado aka allghoi khorhoi. Al cabo de unas horas, un

compañero aseguraba que dios estaba en la arena, o bueno,

más bien que dios era la arena y él lo estaba acariciando.

Cada vez que lo recuerdo se me escapa una sonrisa, pero

pronto lo olvido y vuelvo a la realidad: al largo camino

que me lleva a mi objetivo. Los viajes a mi interior me

ayudan a evadirme del calor insoportable y a no dudar al

dar el siguiente paso. No sé si realmente existe mi meta.

Hasta ahora es sólo una leyenda más de tantas. Pero en mi

caso merece la pena perseguirla. El caso de un hombre que

se gana la vida de la única manera que sabe y, además, le

gusta: matando. A mis espaldas hay días de dura travesía

sobre arenas que nunca había pisado y en las que pocos se

atreven a aventurarse. A pesar de que sé cómo explotar al

máximo lo poco que me brinda el desierto y he racionado

estrictamente mis víveres, me encuentro en los límites de

la deshidratación. Calculo que si no alcanzo mi destino en

esta jornada, moriré. No tengo miedo a dejar de existir,

hace ya mucho que acepté mi muerte, sin embargo, me

entristece no llegar a conocer el lugar al que me dirijo.

Si realmente existe.

Ante mí se extiende una gigantesca montaña de roca que

se alza entre las dunas, surcada por una red de

desfiladeros que forman un laberinto que he de superar. La

sombra que ofrecen apenas alivia el calor y mis jadeos son

cada vez más audibles para las pocas criaturas que aquí

habitan. Paro un momento a observar mis notas sentado en la

arena mientras mi respiración se estabiliza. Según mis

fuentes, una vez alcanzado el pueblo jamás se puede

regresar, tal vez por eso sólo haya un puñado de personas

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en el mundo que tengan idea sobre su existencia y

emplazamiento. La primera vez que oí sobre él fue en una

vieja historia relatada por un tuareg que nos cobijó. Nos

habló de un lugar donde habitaban los demonios que habían

destruido tantas almas que sólo junto a otros de igual

condición podían soportar el dolor que ello suponía. Cada

vez que llegaba uno nuevo, nunca salía de allí y llegaría

el momento en que se reuniría tal cantidad de dolor que

absorbería todo, y nada más, excepto el mismo dolor,

quedaría para la eternidad. Como un agujero negro. Más

tarde, en otros viajes que realicé debido a mi oficio, me

encontré tres veces más con la imagen de aquel lugar desde

distintos puntos de vista. Representado como un pueblo

anárquico donde el caos era la única ley y al que

solamente aquellos que no tuviesen nada que perder podrían

acceder. Tanto llamó mi atención, que recogí toda la

información que pude y me aventuré en su búsqueda.

Es hora de ponerme de nuevo en pie, reunir fuerzas y

dar fin a todo esto para bien o para mal. Según profundizo

entre los desfiladeros, extrañamente surge la humedad en

el ambiente, las rocas y la arena desprenden cada vez

menos calor, el sol permanece prácticamente oculto debido

a los riscos que coronan la gran roca. Casi sin darme

cuenta me veo andando a través de una cueva, jamás había

visto tales variaciones en el clima árido de los

desiertos. La incertidumbre pronto deriva en miedo:

tememos lo que desconocemos. Mis pasos descienden ahora,

ya no queda absolutamente nada de luz y he de moverme a

tientas. Inseguro, noto como mi ritmo cardíaco aumenta

acompañado de una sensación de ahogo. ¡Contrólate! Todo

está en la mente. En mi cabeza aparece un zumbido extraño,

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que, mientras continúo con mi descenso, poco a poco se

transforma en el sonido del viento. Ahora también lo

siento. No sé cuantos metros habré bajado ya... Partículas

de arena golpean mi cuerpo y el aire cada vez se

arremolina más fuerte. Al doblar una esquina, por fin

alcanzo a ver algo de luz desde el fondo de la cueva. En

ningún momento he sentido que el camino ascendiese y debo

encontrarme a varios metros bajo tierra, sin embargo la

luz parece solar. Al salir, me topo de lleno con una

furiosa tormenta de arena. Nada tiene sentido, aunque

parece mágico sé que tiene que haber una explicación. Sin

embargo ahora me es igual, sólo quiero salir de aquí y me

he negado la opciór atrás. El viento lanza con fiereza la

arena sobre mí, de nuevo ciego. En mis notas, las

indicaciones acaban al llegar a los desfiladeros. ¿Así que

no sabes qué camino seguir?. Noto como mi piel se va

abriendo bajo los golpes de la arena en los resquicios de

mi cara que llevo al descubierto. Corro. Cada músculo de

mi cuerpo da alaridos de dolor. Es como si me golpearan

con fuego. Grito y sigo corriendo. El grito me ayuda a

liberar adrenalina y no desfallecer. Es como atravesar el

infinito, cada paso que avanzo me lleva exactamente a la

misma situación en la que me encontraba en el momento

anterior, sin embargo no me puedo permitir derribarme

moralmente, moriré cuando mi cuerpo muera. De repente:

calma. En un instante la única señal de la tormenta es su

sonido. Palpo mis ropas desgarradas y me vuelvo. Lo que

veo es lo más increíble que jamás me haya mostrado la

naturaleza: la tormenta sigue ahí a escasos centímetros de

distancia, una columna gigante de arena se pierde en el

cielo ante mí. Al seguirla con la mirada me percato de que

me rodea. Estoy en un espacio cilíndrico, donde apenas

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corre una suave brisa, de entre tres y cuatro kilómetros

de diámetro, en mitad de la tormenta. Como una cúpula

invisible. Justo en el centro puedo atisbar como se alza

un puñado de construcciones de madera. Siento alivio al

verlas, parece ser que la leyenda era cierta. Entre

vistazo y vistazo a aquella gigantesca columna de arena

voy acercándome al pueblo. Pronto se dibuja un cartel que

anuncia el nombre: “Jericho”. Me paro junto a él y observo

tranquilo mi destino. El cansancio y el dolor parecen

haber desaparecido con la aparición de la recompensa pero

sé que volverán. Reúno la poca saliva que se esconde en mi

boca, escupo, habiendo antes depositado ahí todo rastro de

aquello que cualquiera llamaría humanidad, y sigo

caminando hacia el frente.

II

Jericho está compuesto por un buen número de viviendas

simples de madera que no poseen ni luz ni agua. Están

dispuestas en circunferencias concéntricas alrededor de la

que sería la plaza central. Al este, en el círculo más

alejado de la plaza, hay una pequeña mansión que permanece

con puertas y ventanas tapiadas y de la que nadie habla.

El hedor que baña el pueblo supone un problema tan sólo

los primeros días. La primera y única regla es que no hay

reglas, y eso es todo cuanto debes aprender al entrar. Hay

muchas cosas que no logro entender de Jericho, como esa

maldita tormenta que nos rodea día y noche sin descanso y

que ya dejé atrás hace semanas. Tampoco comprendo el hecho

de que aquí, donde supuestamente nos hallamos en medio

del desierto, se dé un clima de sol y lluvia propicio para

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cultivar arroz, algunas verduras y legumbres. La

agricultura es la única faceta que haría nuestra forma de

vida comparable a la de cualquier otro pueblo del planeta.

Los habitantes de aquí tenemos algo en común, todos y cada

uno hemos venido a buscar nuestro lugar en un mundo que

parecía no tener cabida para nosotros. Somos aquellos que

hemos visto lo peor de lo que llaman humanos, y lo hemos

visto en nosotros mismos. Cualquier habitante de Jericho

es alguien que sabe que todos cuantos nos repudian por la

manera de vivir que gastábamos, son los mismos que se

arrellanan plácidamente sobre nuestras espaldas mientras

libramos sus batallas. Somos sus pequeños recipientes

donde, con palabras, el mundo entero vuelca la miseria del

alma humana. Encarnamos el concepto del mal que utiliza la

gente para sentirse elevada respecto a él. Y, a pesar de

pertenecer a mundos tan diferentes, la crucial diferencia

reside en que sabemos que ellos sin nosotros jamás podrían

vivir.

Creo que con el transcurso de los días, comienzo a

entender por qué vine. Quiero morir aquí. Pero hay un

deseo más fuerte relacionado con otra sensación. El

peligro, el corazón acelerado, siempre. Cuando lo sientes

por primera vez, y eres uno de los nuestros, no puedes

vivir sin ella. La mejor droga de cuantas he probado.

Vivimos poseídos por la necesidad del riesgo, un riesgo

extremo, en el que cualquier segundo pueda desembocar en

que mates o te maten, sólo así podemos dormir. Sospecho

que ninguno lo sabía hasta que llegó aquí. Es aquí donde

te das cuenta de todo. Es algo que no se podría explicar a

nadie de los de fuera. Es una sensación que va más allá de

la vida o la muerte. Lo que saboreamos aquí son esos

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momentos en los que vida y muerte se funden en tu cabeza y

son uno, tratamos de alargar esa sensación. Normalmente es

cuestión de segundos, aquí lo alargamos durante días. Es

por eso que no muere gente todos los días. Hemos creado

nuestra forma común de vida a pesar de que cada cual tiene

la suya propia. Todos solemos dedicar unas horas al día al

campo de cultivo. Es una pequeña extensión situada al sur

del pueblo, suponiendo que el sol que nos ilumina salga

por el este y se oculte por el oeste. Los que ahora

habitamos aquí desconocemos quién sería el primero que

trajo las semillas. Sabemos que nos otorgan la vida: sin

ese esfuerzo diario moriríamos y nadie de aquí desea ese

tipo de muerte. Ocurre que, en ocasiones, alguien prefiere

esperar al reparto que hacemos entre los trabajadores para

conseguir mediante otros medios su alimento. Y nunca sobra

nada. Robar y asesinar son dos actividades aquí tan

respetables como el trabajo. Sin embargo la fuerza con la

que defiendes lo propio siempre es mayor que aquella con

la que atacas lo ajeno, y todos aquí lo sabemos.

El agua la obtenemos de un lago que se encuentra aun

más al sur que los campos de cultivo. También nos bañamos

y, aquellos de nosotros interesados y capaces de construir

una caña, pescamos. Relaja los músculos que se encuentran

gran parte del tiempo en tensión y nos da acceso al

pequeño manjar de la zona: el pescado. También existe un

lugar situado al oeste que me sorprende casi más que

cualquier otro aspecto del pueblo. Lo llaman el “Paseo de

los Héroes”. Dos hileras paralelas de estacas de un metro

y medio de altitud, clavadas en el suelo y sobre las que

habían sido ensartadas las cabezas de todos aquellos que

habían tratado de imponer su ley, servían de ejemplo de

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aquello que nadie de aquí tolera: el control. Se da una

población bastante amplia y variada dadas las condiciones

de vida aquí. Vivimos casi en igual número hombres y

mujeres, en contra de lo que muchos esperarían, y nuestras

relaciones trascienden también el mero enfrentamiento.

Podría decirse que se puede hallar un cierto grado de

camaradería, siempre sujeta a las barreras que ninguno de

nosotros jamás levanta.Pero aún así las juergas son

continuas. En cuanto al sexo, aquí, es simplemente un arma

más, como puede ser un revólver o un cuchillo.

Nos gusta ir a alborotar y charlar a la taberna de

Jericho. Debe ser la única del mundo que carece de

camarero y cada cual se despacha sus bebidas. No hay

demasiado donde elegir: bien agua, bien un jugo que

extraemos de una rara especie de cactus que crecen a lo

largo de la gran explanada que rodea al pueblo. Destroza

tu mente. A medida que la luz del sol va menguando, la

taberna suele ir llenándose. En este momento mis pasos me

dirigen allí. Dos calles más adelante surge un grupo de

cuatro hombres desde una esquina. Si les miro demasiado

estaría cometiendo una estupidez, me repito que son

cuatro. Poso mi mano izquierda sobre la funda del revolver

que esconde el poncho, con el dedo dispuesto a levantar la

correa que lo sujeta en un leve movimiento. Nos cruzamos.

No dicen nada. Quizá no buscasen problemas. Quizá me hayan

visto disparar en otra ocasión. Noto cómo la sensación de

peligro disminuye. Sigo mi camino y diviso la taberna en

la plaza. Los golpes, la música, suenan fuera. El griterío

que de allí se escapa me avisa de que efectivamente está

atestada. También el mal olor comienza a hacerse casi

palpable. Entro. Las seis antorchas que cuelgan de las

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paredes le dan un ambiente algo tétrico a la escena ya que

no hay demasiada luz y sí, demasiadas caras. Me sirvo un

vaso de agua, busco una mesa apartada y saco el

“cigarrillo” que preparé en casa, hierbas secas. Lo acerco

a la antorcha que arde tras de mí y pronto el fuego se

muda a mi mano. Doy la primera calada y observo el

panorama: gritos y risas, no debe quedar mucho para que

comience alguna pequeña pelea. Un hombre que está situado

a un par de mesas de distancia llama mi atención. Es

difícil verle, ya que se encuentra en una esquina donde

apenas llega la luz, columpiando su silla contra la pared.

Ya había reparado en él antes. Es, al menos parece, el

hombre más viejo de por aquí, calculo que rondará los

sesenta. Viste un traje de chaqueta blanco que en alguna

época estaría impoluto. Pero lo que más destaca en él son

sus ojos, unos ojos pequeños, casi imperceptibles, pero

brillantes. Me gustaría acercarme a él y preguntarle sobre

este lugar, estoy seguro de que lleva mucho tiempo aquí

viviendo, pero hay algo que me impide acercarme a él, le

rodea un aura…

Se fija en que le estoy mirando, se levanta y viene hacia

mí. De nuevo aparece la sensación, desaparece todo el

mundo excepto él, parece que sus voces se escuchan más

lejanas. De nuevo mi mano viaja hasta mi cadera.

­Tranquilo, no voy a hacerte nada. Puedes soltar lo que

sea que lleves ahí abajo. Me sentaré aquí un rato, ¿te

parece?­ Su voz es áspera.

­No veo ningún problema si tú no lo tienes.­Sé que no

debo bajar la guardia nunca.

­Dime, ¿de dónde has sacado ese cigarro? ¿qué te parece

si invitas a este viejo a uno igual?

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­La verdad es que no abundan­ Le tiendo el cigarro que

fumaba y lo coge­ El contenido son las hierbas del lago

puestas a secar durante varios días...

El viejo ríe entre como un descosido entre toses y

mocos

­Tienes imaginación, pero ésta es la peor mierda que he

fumado nunca­ No suelta el cigarrillo.

­¿Qué me dices de ti? Llevas mucho tiempo aquí, ¿me

equivoco?

­Demasiado. Y cada vez es más duro, yo ya no soy como

vosotros. Aun así ya sabes que no se puede salir y no he

tenido la suerte de que me maten.­ El humo que expulsa

periódicamente nos va envolviendo.

­A eso has venido, como todos.

­No, no como todos, mi caso es diferente al de todos

vosotros.

­Y por qué no me lo cuentas y así me ofreces algo a

cambio del cigarro, ya sabes, por equilibrar las cosas…

­Me parece justo, de todos es sabido que a los viejos nos

gusta contar historias.­ Me quito el sombrero y me

recuesto en la silla, dispuesto a escuchar.

“Verás, por cuestiones que no vienen ahora al caso,

mis padres emigraron de su país de origen a Japón antes de

que yo naciese. Sé que ya queda lejos, pero toda historia

debe comenzar por su principio. Allí me crié como uno más.

No demostré demasiado interés por mis estudios. Sin

embargo gracias a un amigo entré en contacto con el mundo

de las artes marciales y quedé cautivado por su filosofía.

Lo acabé convirtiendo en mi vida. Me imbuí en ellas. Sabía

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que estaba sacando lo mejor de mí mismo y ello me ayudaba

a luchar cada día. Mi vida ya no era corriente. Cuando

supe lo suficiente, emprendí un viaje visitando los

templos de budo más antiguos de la isla. Allí trabajaba y

aprendía. Incluso algunos de los grandes maestros quedaron

asombrados con mi comportamiento, realmente ya no quedaba

demasiada gente que decidiese volcarlo todo en esa

filosofía. Aun así he de decirte que fueron muy duros

conmigo, había ocasiones en las que era difícil, pero

había que continuar. Tras muchísimo tiempo de

entrenamiento conseguí convertirme en maestro de una

disciplina del budo. Entonces se despertó en mí una

curiosidad por mis orígenes y decidí viajar al lugar de

donde emigraron mis padres. Los viejos maestros

aconsejaban un viaje para meditar sobre las metas que ha

alcanzado uno y cuáles han de ser las siguientes por

fijar. Tras unos años trabajando allí, conseguí el dinero

para montar mi propio dojo, y extender así la filosofía

del budo en un país donde apenas había llegado sin

corromperse. Los años que siguieron fueron felices, si es

que tal palabra existe en la realidad. Ver cómo niños y

mayores se dejaban llenar por el budo y aprendían de él

gracias a mí, provocaba sentimientos únicos. Pero los

niños supusieron un problema. Todo ocurrió demasiado

rápido. Aunque para ser correctos la culpa fue de los

malditos padres. No habían entendido nada de lo que sus

hijos les contaban. Entonces me llegaron las denuncias. Me

acusaron de ser el líder de una secta. ¡Sólo porque los

entrené como samuráis! Todos esos idiotas. Ninguno

entendía nada. Tuve que huir pues la opinión pública, aun

sabiendo que todo mi mundo había sido destruido, me

machacó hasta dejarme en escombros. Sólo vi como salida

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huir y volver a mi casa, los dojos de mis maestros. Odiaba

al mundo. El mundo me odiaba a mí. No estábamos hechos el

uno para el otro. Entonces supe de este lugar. Cuando lo

necesité, apareció. ¿Qué mejor forma de llevar el budo al

límite que poniéndolo aquí a prueba? Yo he venido aquí a

mataros, uno a uno. No a morir.”

Después de su discurso, su rostro ya estaba retorcido

en una mueca que solo podía apuntar a la locura. Pero,

¿quién sabe qué es eso?

­Todo eso está muy bien, viejo ­inexplicablemente me

tiembla la voz y me maldigo por ello­ pero hubiese

preferido que me contases algo que me fuese útil aquí, algo

más sobre este lugar... ­Acto seguido vuelve a soltar esa

risa enferma entre toses.

­A fin de cuentas aquí nos encontramos posicionados todos

contra todos, todos somos enemigos y saber sobre tu enemigo

es vital para vencerle, ¿Por qué no me cuentas algo sobre

ti? Ahora estoy en desventaja.

­No hay demasiado. Al principio era simple mercancía que

nuestros dueños alquilaban a los ejércitos y grupos de

presión, más tarde pude decidir por mí mismo. Vivía de

entrenar a otros nuevos soldados para las guerras del

África. Cuando me harté, vine aquí...

El viejo hace una pequeña pausa en la que me observa

fijamente, tanto mi cerebro como mis músculos me lanzan

gritos de alerta, me dicen que ataque primero, que me va a

matar. Pero sé que no va a ser así.

­En cuanto al otro tema que has mencionado, puedo

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asegurarte que sé lo mismo que tú. Supongo que tiempo

atrás un grupo de hombres...

­Eh, tú!­ Un hombre corpulento y borracho que esgrime un

cuchillo se ha acercado, oscilante, a nuestra mesa­¿De

dónde has sacado ese cigarro? ¡Dame todos los que tengas,

puto viejo!

­Mi nombre es Lamont, te presento mis respetos­ Esto lo

ha dicho instantes después de levantarse lentamente y

plantarse delante de nuestro visitante.

­¿Qué? ¿De qué cojones hablas? ¡Te voy a clavar el jodido

cuchillo!­ La cara de estúpido que viste en este momento

ha hecho que su imagen apenas intimide ya, a pesar de que

va armado.

­Quiero saber tu nombre, yo ya he dado el mío.­ Impasible

y tranquilo el viejo.

Lo siguiente ocurre en apenas un par de segundos. El

hombre se abalanza precedido por el brazo que empuña el

cuchillo, tratando de embestir, usando todo su peso. Con

un sencillo movimiento de sus piernas el viejo lo esquiva.

Mientras lo hace, pliega las dos primeras falanges de su

puño y lo coloca en medio de la trayectoria que va a

describir el cuello del atacante. Suena un ligero golpe.

El borracho derriba la mesa y yace en el suelo vomitando

una mezcla de sangre y líquido de cactus entre tosidos

hasta que muere. Algunos miran y ríen. La fiesta continúa.

El viejo me hace un gesto con la cabeza, carga el cadáver

y lo arrastra hasta el gran pozo de la plaza donde los

cadáveres se pierden en el olvido.

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III

Me encuentro en mi sitio de costumbre de la taberna. El

viejo loco samurái está sentado en una esquina donde, como

siempre, permanece oculto. No hemos vuelto a hablar,

tampoco procuro cruzarme demasiado en su camino. Ahora

busco unos ojos. Los ojos de una mujer que la noche

anterior me encontraron y llamaron. Aún no he estado con

ninguna aquí, creí que aguantaría pero ya llevo demasiado

tiempo y la única manera de sacar el sexo de mi cabeza es

teniéndolo, o al menos eso pienso ahora. De repente: el

silencio en la taberna, algo que jamás antes había

ocurrido desde mi llegada. Sólo se puede oír el crepitar

de las antorchas. Alguien que se encuentra muy dispuesto a

reventar un taburete sobre la cabeza de otro alguien

olvida su empresa y, junto con el resto de la multitud, se

vuelve hacia la puerta de la taberna. Avanzo unos pasos

para tener ángulo sobre lo que sea que ocurra. En la

puerta, levemente iluminada por el fuego, hay una pequeña

y delicada figura. Una mujer. No es muy alta, delgada.

Está cubierta por un traje de latex ajustado del que

cuelgan cadenas y argollas. Solo se muestran sus ojos. Sus

ojos verdes nos observan con una expresión fría y firme,

podría decirse que hay un matiz de desdén. Nosotros no

podemos más que asombrarnos. No existe nada así aquí. Es

todo lo contrario a lo que somos y, desde el momento en

que me doy cuenta de ello, la deseo con todas mis fuerzas.

Sólo cuando se mueve reparo en que sostiene una pequeña

correa de metal, lo que sea que se encuentre al otro

extremo se encuentra fuera. La mujer avanza, lentament. Es

consciente de todo lo que provoca. Entonces aparece lo que

viene detrás. Al otro extremo de la cadena hay un collar.

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Atrapado en él se encuentra, por así decirlo, un hombre.

Un hombre que ha abandonado nuestro mundo y ahora

pertenece al reino animal. Enorme y desnudo, luce pelo en

todas las partes de su cuerpo. Su rostro está

terriblemente deformado por innumerables cicatrices, un

rostro que quizá algún día fue bello. Ambos recorren la

taberna, sólo se oyen los pasos del gigante. Al poco

tiempo el delicioso perfume de de la mujer de latex me

golpea y me mareo, siento nauseas. No sé cuánto tiempo

pasa hasta que se van. Cuando lo hacen, el silencio dura

unos minutos más hasta que, poco a poco, las

conversaciones se reanudan. Unos pocos salen tras ellos.

El hombre del taburete lo agarra de nuevo y lo coloca

justo donde quería. Yo casi corro hasta la mesa del viejo.

­Samurái.

­Creo que sé qué te ha traído hasta aquí.

­¿Quiénes eran?

­La dama y su perro.

­¿Cómo dices?

­Llevan aquí desde antes de que llegaras. Un día apareció

ese hombre con la chica en brazos, sin el traje, y se

metieron en la mansión. Desde entonces apenas habrán

salido un par de veces, y he de decir que sus salidas

jamás fueron tan pacíficas como ésta.

­¿A qué te refieres?

­Otras veces siempre aparecía alguien dispuesto a

abalanzarse sobre la chica. Ella tan sólo dijo: “Perro”.

Aquella bestia entonces se lanzaba sobre todo ser vivo que

anduviese cerca. Lo que seguía no dejaría indiferente ni

al más frio de los hombres. Jamás he visto matar así. Y la

Page 27: Vigilancia

/27/

chica...bueno, la chica disfrutaba con aquello. Se veía en

sus ojos. Luego, igual que venían se iban, él bañado en

sangre y ella satisfecha. Lo de dama es el mote que le

hemos puesto por aquí.

Escucho atónito cada palabra del viejo y, cuando

termina, mi mirada se escapa hacia la puerta. Él suspira.

Esta noche no consigo dormir.

Permanezco días encerrado.

El corazón no para de latirme fuertemente y ese olor

aún me acompaña.

Me había empezado a acostumbrar al modo de vida aquí.

Puede que llevase ya más de un año en este sitio, no lo

sé. La sensación de peligro había menguado desde los

primeros días. El ser humano, cuando despierta su parte

animal, puede adaptarse a todo en lugar de tratar de

adaptar lo demás a él, como hacemos normalmente. Eso me

hacía pensar demasiado en todas las incógnitas de aquí: el

sol, el clima, la columna de arena... Me costaba hacerme a

la idea de morir sin entender completamente qué es este

lugar. Ahora, sin embargo, todo ha quedado desplazado. Ha

llegado, al igual que este sitio, justo cuando lo

necesitaba. Por eso sé que es para mí. Sea como sea. A

partir de esta noche pasan los días, semanas y meses y mi

obsesión no sólo se mantiene, sino que crece. Las puertas

de la mansión siguen cerradas y sé que no debo entrar. No

es así como debe ser. Me voy pudriendo por dentro y soy

totalmente consciente de ello. No hago nada por combatir

Page 28: Vigilancia

/28/

esa sensación que me lleva a lo más bajo. Dejo que me

inunde, que me dé fuerzas. He dejado de sentir, tan sólo

ansío. Lo único que me recuerda que sigo vivo es matar.

Ahora mato sin motivo. Siempre que se me antoja. Siento un

asco infinito por todo el mundo. Sin embargo ni siquiera

me alegra el hecho de ver los sesos esparcidos de estos

idiotas en el suelo. Pero al menos así acallo sus sucias

voces. Sé que me temen y sé que no pueden matarme. Aún así

hay una bala que no usaré hasta que llegue ese momento. A

veces descubro al viejo samurái mirándome con un semblante

triste. Un día ya me harto de su maldito papel. Me

levanto, saco el revólver y le apunto a la cara. Él tan

sólo sonríe, ni se mueve.

­Tú ya estás muerto, nos vemos en el camino­ Ni siquiera

al final va a dejar de jugar su puto papel.

Cuando su cabeza se estrella contra el suelo con mi

bala entre las cejas la sonrisa sigue ahí.

Y así continúan los días. Sólo salgo de casa para

matar y para ver si han regresado. Hasta que cierto día

oigo revuelo en la plaza. Me pongo los pantalones y me

abrocho el cinturón con el revólver. Sólo hay una bala.

Bajo y allí están. Ya ni siquiera puedo ponerme nervioso.

Ella pasea al perro en medio de un círculo de estúpidos

que babean. Me pierdo entre ellos, pero para dar un paso

adelante y salir al círculo que han formado. Ella me mira.

El animal sólo mira al suelo. Desenfundo. Suelta la

correa. “Perro”. La cabeza de la bestia se eleva el mismo

tiempo que lo hace mi brazo. Sé que voy a fallar el tiro.

Fallo. Ahora puedo sentir su aliento a milímetros de mi

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/29/

cara. Sus manos en mi cuello. Creo que ya estamos en el

suelo. Estoy muriendo. Ella me mira y la capturo durante

este instante. Es el momento más feliz de mi vida.

IV

Thadeus Kennerman despertó con dolor de cabeza y

malestar, su estado natural al levantarse desde hacía unos

años. Pero le daba igual. Todo le daba igual. Bien se

podría decir que toda su vida giraba en torno a su

apellido. A él tan sólo le reportaba beneficios. A estas

alturas todo iba solo. Hasta que se diesen cuenta.

Tomó un fármaco que eliminó el malestar y se levantó

con movimientos algo torpes. Se sentó en la silla del

ascensor que había a escasos metros de su cama y pulsó el

botón del sótano dos. Acto seguido un conjunto de sistemas

se puso en marcha y el proyector de cine que allí se

encontraba se encendió. Al salir del ascensor se sirvió un

whiskey del amplio mueble bar y se acomodó en el sofá que

se encontraba cara a la pantalla.

En la pantalla, un hombre desnudo destrozaba a golpes

la cabeza de otro que yacía ya muerto sobre la arena.

V

A través del pequeño ángulo que formaba la puerta, los

gemelos observaban la gigantesca la pantalla. No podían ver

si sus padres seguían despiertos o ya se habían dormido. El

olor a refrito, que emanaban las bandejitas de plástico de

las cenas, inundaba el modesto salón con una fetidez

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/30/

empalagosa.

Sus padres llegaban de trabajar y normalmente se

hundían en el sofá después de cenar. Cansados, apenas sí

cruzaban un par de palabras antes de quedarse dormidos.

Hasta que el primero se despertaba, avisaba al otro y

ambos iban a la cama. Eso permitía que los chicos pudiesen

quedarse despiertos hasta más tarde de su hora. Podían ver

los mejores programas, que daban por la noche. Aquel era

su favorito y los ojos de los niños ni parpadeaban ante el

brillo de la gigantesca pantalla.

En la pantalla, un hombre desnudo destrozaba a golpes

la cabeza de otro que yacía ya muerto sobre la arena.

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COMEDORES DE BASURA

Page 32: Vigilancia

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Beduinos del mundo: Percepción de la realidad

La hoguera ilumina una ínfima parte de las ruinas de una

de las ciudades ocupadas durante la antigua Era

Financiera. Sin percatarse de la sombra que se movía entre

la infinita negrura que les rodeaba, un pequeño grupo

descansa junto al fuego. Durante las noches, ausentes de

luna, las caravanas hacen un alto en su eterno vagar sin

rumbo. Una de las mujeres mece en sus brazos un bebé sobre

el que, en silencio, todos depositan su mirada. Vigilan.

Saben que es inútil, pero no pueden evitarlo. El instinto

de conservación de la especie es uno de los pocos vestigios

del hombre antiguo que aún perdura. Los bebés no nacen

apenas, es por culpa de la lluvia. Pese a los restos de

información que quedan disgregados por el mundo, casi nadie

sabe que todo deriva de la gigantesca catástrofe a la que

precedieron a las Guerras del Turismo. Los pocos que se

salvaron se diezmaron aún más, esterilizados por la lluvia

de muerte que bañaba al planeta desde entonces. Agrupados

en tribus, en caravanas, vagan por el mundo aniquilado,

rapiñando los casi infinitos recursos que abandonaron los

antiguos. Son seres fríos y viejos los que caminan ya por

la Tierra. Fácilmente viven ciento cincuenta años sin

sufrir demasiados achaques. Cuando uno se hace débil y

estorba, abandona voluntariamente la manada. Evolucionar, a

veces, consiste en volver al pasado cuando el camino no ha

sido el correcto. Nadie lo lamenta, ahora los sentimientos

y emociones se componen de ficción. Justamente es eso de lo

que se alimenta el post­humano: la ficción. Las únicas dos

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/33/

razones que los hacen nómadas son la búsqueda de los

alimentos y de las historias. Cuando los grupos se cruzan,

raramente en el vasto mundo, intercambian absolutamente

todo lo que poseen: historias, leyendas y cuentos. Aquel

cuyo relato consigue engranar un espacio común que deleite

a todos sus oyentes, suele ganarse el respeto de los

demás. Aunque de poco sirve esto: el conflicto ya no

existe, ¿para qué? El nuevo hombre sabe que ya no merece

la pena luchar por nada, sabe que ya no merece la pena

crear nada físico. Quedarán algunos miles disgregados por

el globo (quizá no) y entre ellos no existe motivo alguno

para el conflicto. Intenta sobrevivir a sabiendas de que

su extinción es inminente, es un dejarse llevar a lo

inevitable. No obstante, cuando relatan historias, se

sienten de alguna manera realizados, sacian una sed eterna

que siempre vuelve, al crear ese espacio común en la

ficción y al sumergirse en el de los demás. Las historias

son una mezcla entre los fragmentos caóticos de historia

humana, encontrados entre los libros de pueblos y ciudades

en ruinas, mezclado con la fantasía de estos nuevos seres

que sólo alimentan su imaginación. Tan sólo dan de comer

al cuerpo para poder seguir viviendo a través de la

imaginación.

Las Guerras del Turismo: Fragmentos de

información esparcidos.

Todos somos gilipollas. No era tan difícil darse

cuenta, sin embargo. Durante eones, el ser humano fue

cegado por su orgullo, su ego. El Homo Sapiens siempre se

ha dedicado a la conquista del exterior, la conquista de

su entorno. En una lucha eterna con un dios ficticio que

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/34/

él mismo creó, no paró de tratar de dominar las fuerzas

que le rodeaban, ignorando su lucha interior: la capacidad

de vivir en uno mismo. Pocos saben hoy que aquel

histerismo frenético de toda una especie llegó a su fin

con las Guerras del Turismo. A lo largo del siglo XXII,

entre los países más poderosos económicamente, aparecía

una nueva clase social media de gente que viviría toda su

vida sin necesidad de trabajar. Complejas empresas casi

totalmente robotizadas, con mayor presencia en el ámbito

financiero que en el físico, hacían que cierto tipo de

consumidor se convirtiese en un factor de producción de

flujo monetario al igual que lo era un trabajador

antiguamente. El hombre ocioso buscaba el exotismo de los

países más pobres de su época. Era un deseo de falsa

aventura, ya que esos países poseían una fachada

artificial construida desde la Globalización del siglo XX

para satisfacer a sus visitantes­fotógrafos, que sólo

querían conocer aquello que no les atacaba y ofendía. Esta

mercantilización del turismo, en contra de lo que pensaban

los economistas, a largo plazo generó daños insalvables en

las estructuras sociales y trastornos psicológicos en la

población de los receptores. En el juego del

neoliberalismo, el que tenía más información ganaba

siempre. Cuando los dirigentes de los receptores tomaron

conciencia de ello, eliminaron las organizaciones

estatales dedicadas a la recepción de turistas, cerraron

las fronteras. Los emisores crearon entidades privadas que

intentaban mantener los flujos de población. La solución

fue el conflicto mundial: una vez más era la medida a la

que recurría el hombre antiguo cuando creaba crisis que no

podía resolver. El derecho al ocio (viajes paradisíacos

llenos de confort entre la más absoluta miseria, niños

Page 35: Vigilancia

/35/

para follar) frente a aquellos que estaban hartos de

satisfacer caprichos demasiado caros. Fue una guerra en

constante evolución, desde los boicots, presiones

internacionales y publicaciones culturales, hasta el

estallido de la primera bomba. Luego vinieron más. Los

cementerios nucleares se levantaron, expulsados de la

tierra por la energía que los reactivaba. En este punto

existe escasa información. La caía de Googlenet y la

llegada de la Era Analógica fue el caos más absoluto en

custión de rastreo de información. Lo único que se puede

constatar es la existencia de una estructura mundial tan

compleja que no permitía la ruptura sin la destrucción de

su componente activo: el hombre antiguo. Queriendo destruir

a dios, sin darse cuenta, el hombre lo había creado. Desde

entonces sólo ha llovido radiación en el mundo nublado.

Esto es lo que he podido dilucidar gracias a los materiales

escritos y visuales que el Grupo Ágora ha podido recopilar

a lo ancho del mundo. Todos somos gilipollas.

Diario “La Mandanguita”, Espaider Jerusalem

El viejo: Observación desde las sombras

Un hombre alto, de pelo largo canoso, cara curtida,

barba, gabardina, se levanta de entre todos los del círculo

y carraspea. Va a comenzar una historia. Todos dejan de

mirar al bebé, que duerme plácidamente.

El joven: Realidad y ficción

“Ya me hallo viejo, está próximo el momento de volverme

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/36/

sedentario, lo noto en mi cuerpo. Tan sólo deseo que antes

de que llegue, mis pasos me lleven a la ciudad de _______.

Hacen ya días de mi encuentro con un joven cuya manada era

de un solo miembro. El otro que había ido con él, el que

le había enseñado y criado desde que tiene recuerdo, le

abandonó cuando llegó su momento de sentarse. El chico

vagó solo por las Ruinas del Mundo pero nunca encontró

ninguna manada con la que sentirse a gusto.”

“De todos los aquí presentes es conocido su aspecto

puesto que compartió una noche de fuego con nosotros, a

pesar de que no contó ninguna historia. Sin embargo, con

la lumbre apagada, cuando todos éramos dados al mundo

onírico, se acercó a mí y me susurró una historia. Os la

traigo palabra por palabra.”

_______: Ficción en la realidad: Realidad en la

ficción

“Soy hombre de solitarios caminos, aún en este

devastado mundo me incomoda la presencia de otra gente.

Generalmente. Éste no es el caso. Es por ello que soy dado

a andar los caminos que se encuentran fuera de las rutas

comunes de peregrinación en busca de las sobras en las

grandes ciudades. Si bien no consigo alimento y cobijo con

tanta facilidad como otros, tengo el placer de deleitarme

con todo aquello que vuestros ojos no ven. Pues bien, una

vez viajando, creyéndome loco, vi a lo lejos luces que no

parpadeaban como el fuego. Al acercarme a ellas, me di

cuenta de que aquello ¡era un pueblo iluminado por luz

eléctrica! ¡De las ventanas salían luces y había letreros

luminosos que parpadeaban como ascuas que se encienden y

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apagan! Se trataba de una aldea, ajena a nuestro tiempo,

donde se lleva dando un curioso fenómeno. Desconozco

totalmente su historia. Ya verás por qué.”

“Nada más entrar, ante mí, una orgía de cuerpos,

tatuados en tribales fluorescentes, enmascarados con caras

de demonios guerreros, armados con movimiento, cambiantes

de tonalidad según se sumergían en luz u oscuridad,

bailaba extasiada, espasmódica. En cada movimiento de los

cuerpos parecía que las extremidades iban a salir

despedidas con la misma fuerza con la que los negros

golpeaban los tambores. La murga. Incontables instrumentos

se inorquestaban individualmente, como putas, en esquinas.

Un hombre mayor y raquítico, envuelto en traje, de tres

tallas más por lo menos, con la suela de su lustroso

zapato golpeaba una tabla de madera que rebotaba contra el

suelo, abrazado a un contrabajo, que oscilaba con los

golpes, y desequilibraba al hombre. Good mornin', lil'

school girl, cantaba. Los malabaristas hacían formas vivas

de fuego, serpientes que reptaban por el aire, controladas

desde las cadenas que sujetaban manos sudorosas. La

charlatanería se levantaba desde los sótanos, ondas que

hacían vibrar la tierra, y bajabas al submundo, poetas y

filósofos te hacían sumergirte en cualquier ángulo de la

realidad, llegando a hacerte sentir el vacío más absoluto

mediante palabras. Los cocineros ofrecían gustosos, tras

horas de estudio y experimentación, los licores que

deformaban todo aún más. Ni una sola fachada estaba libre

de la mano de pintores y escritores, toda superficie era

lienzo para sus composiciones. Hombres y mujeres,

silenciosos como fantasmas, ejercían sobre el cuerpo

humano de quien se prestaba, el arte del estímulo, hasta

un éxtasis mutuo, comunión inexplicable desde ningún

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lenguaje. Permanecer allí era totalmente sedante a través

de una seducción opresiva hasta el extremo.”

“La vida de todos estos onironautas era sustentada por

una tribu de pigmeos que parecía haber salido de la más

rocambolesca de las fantasías. Ellos, que hablaban en su

propia lengua ancestral, servían y cuidaban de los

artistas a cambio de disfrutar de sus creaciones. Sus

ropas estaban sucias y sus rostros llenos de tierra. Es

porque vivían en madrigueras bajo la superficie. Allí se

alimentaban de gusanos y demás carroñeros del barro. Al

caer la noche volvían a su subterráneo hogar, a cobijarse

de los vicios de los hombres. Durante el día preparaban

comidas, servían, limpiaban, ayudaban en lo que podían y,

sobre todo, se deleitaban contemplando la obra viviente y

cambiante que era la aldea, demostrando su gusto con

cantos bailes y orgías ante aquellas que más les

conmovían. Con el tiempo, llegué a pensar que el único

modo de reproducción de aquellos extraños seres era

estimulándose con lo que allí vivían. Parecía estar todo

planeado por alguien, para que los engranajes funcionasen

a la perfección.”

“Se decía, aunque yo nunca lo vi, que, bajo los

sótanos de las casas donde los pigmeos almacenaban la

comida que traían desde lejos, cada noche, algunos de los

artistas, un club secreto, entrenaban como luchadores para

la guerra, se armaba un ejército de luchadores que no

poseía ningún objetivo que no fuese el de luchar contra sí

mismos.”

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Viaje a lo hondo: Razón del arte: Ficción pura

“En cuestión de segundos quedas imbuido por todo. A

partir de ahí no podías sino bajar más y más. Comienzas a

viajar por otros mundos compuestos de ecos de mundos

anteriores. Mires a donde mires, pasado o futuro: sólo hay

infinito. El espacio físico desaparece. Todos los artistas

se suicidan ­Si no, no son artistas­. Es una ley innata

desde que te transformas en un ser de los de la comunidad.

Mirando a nuestro pasado, no sé si mis afirmaciones

demostrarían que todo artista es un suicida o viceversa,

pero el hecho es que así era allí. No llegué a

transformarme del todo en uno de ellos y no llegué a

comprenderlo. Debe ser algo semejante a lo que ocurre con

nosotros cuando llega el momento de sentarse, porque ya no

formas parte de tu entorno. Quizá un artista realmente

nunca forma parte del entorno.”

“Entonces uno comprendía que jamás abandonaría

voluntariamente aquel lugar. La voluntad del individuo

quedaba anulada por todo lo que acontecía. Todo era una

especie de jaula mental, una trampa. Un canto de sirena

que te llevaba hasta un abismo profundo del que, lo

sabías, no saldrías. Una noche, tras una terrible

pesadilla ­yo me hallaba sobre una gigantesca torre de

marfil y, de repente, centenares de murciélagos que

emitían chillidos agudos se venían sobre mí y yo no podía

emitir sonido alguno ni defenderme­, decidí arrancarme los

ojos y perforarme los tímpanos. [Para obtener un testimonio visual en

forma de animación de este último evento en el devenir de la historia, el lector morboso

podrá satisfacer su bajo instinto de sed de sangre enviando un correo a la dirección:

[email protected]. Desde allí se le dirigirá a una cuenta Pay­Pal, donde el

lector ingresará, al menos, dos euros. Tras la transferencia, el video le será enviado y

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/40/

habrá gran regocijo.] Así conseguí escapar de mi presidio y

futura muerte, arrastrándome entre la oscuridad más

absoluta, donde ni mi voz puedo oír. Pero a cambio mi mente

se despejó, tacto y olfato se desarrollaban y se

metamorfosearon en un nuevo sentido puramente...

¿sensorial?

De este modo me fue dada la Verdad absoluta del mundo.

No escucho ni percibo la mente de nadie que no sea la de

mía. No sé quién eres, pero sé que estás ahí, escuchándome.

Mi deber ahora es advertir a todo viajero que me encuentre

contra ese lugar. Vagar sin rumbo y objetivo es nuestro

sino. Si más post­humanos se cruzan con esos seres

primitivos, la evolución podría desaparecer para siempre,

suponiendo el fin total de todo.”

La sombra y el fuego: Realidad: Las imágenes que

se ven no son la Realidad.

“El joven dio un paso, se acercó y su rostro se volvió

hacia mí. Una calavera sonreía con las dos cuencas vacías.”

“Os aseguro, manada, que aquel joven se había mutilado

realmente. Este hecho insólito me preocupa y me obsesiona.

Es inconcebible cualquier tipo de conflicto, interno o

externo, entre nosotros. ¿Qué era realmente todo aquello?

¿Qué vio y oyó allí aquel hombre como para llegar a

mutilarse voluntariamente, cosa, por otro lado, impensable

para cualquiera de nosotros? Por primera vez en mi

existencia, voy a terminar mi relato con esta pregunta. En

nuestras manos está si queremos buscar su respuesta o no.”

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La hoguera: La única realidad: Tan sólo puede

observarse desde fuera de la misma.

La sombra, que sigue sin ver ninguno de los que

alrededor de la hoguera medita, se desvanece y se aleja.

“Me desvanezco y alejo. La sonrisa es imborrable en la cara

mientras corro veloz y sigiloso entre las ruinas. El

disfraz: maestral. Había sido el efecto, el golpe perfecto,

el punto y final definitivo. La horrible “realidad”

golpeando, como siempre. Ahora sólo han de seguir las

señales que he dejado. El viejo repitió exactamente mis

palabras tal cual yo las pronuncié: el hechizo. Así harán

todos cada vez que resuene mi historia en esta tierra de

silencio. Pero esto no es nada comparado con el resultado

posible al final de mi experimento. Se lo creyeron y ha

sido vital. Aunque realmente no es del todo mentira lo que

le conté. Solo, en aquella aldea, experimantando un abismo

negro que temía mirar directamente, logré proyectar todas

esas fantasías de las que me había nutrido y hacerlas

caminar junto a mí, tan sólo allí. En cuanto lleguen al

lugar, veremos si realmente he conseguido crear una

fantasía que penetre en la realidad. El post­humano esconde

poderes que ninguno puede imaginar. Somos una raza en plena

explosión evolutiva, pero el grupo es un claro estorbo. Se

duermen entre historias que les son ajenas. Ignoran que

nuestro potencial es infinito.”

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DIARIO DE UNBUDOKA

POLITOXICOMANO

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A mi amigo Juan,

por sus Moleskines.

Que no pare la cosa.

Estimado señor ________

Mi nombre es _______ _____ __________ y me pongo en contacto con usted en

relación al recientemente muerto experiodista de su medio digital, ____ ____ _____. Me

unía a él una longeva amistad y sé que, a pesar de los problemas que hubo al final,

mantuvo una buena relación con usted. Siempre respetó mucho a sus maestros; a los que

él consideraba realmente merecedores de tal título, me refiero.

Para ir directo al asunto que aquí concierne, le haré saber que ha llegado a mis manos

un documento que le ha de ser entregado por orden del fallecido. Junto a esta breve

misiva, le envío dicho documento para que lo valore como usted desee.

No obstante, como ya le he dicho, me sentía muy unido a ____. No he podido evitar

leer el contenido del documento. Así como un borrador que no tenía pensado enviarle

pero sí me envió a mí – y que también adjunto­. Cualquier tipo de texto resulta

irresistible para mí. En vista a la información que brinda, creo que sería un factor

necesario para juzgarla conocer la totalidad de los hechos que se relacionan con su

muerte. Sin más afán que el de hacerle partícipe de los hechos, me dispongo a relatarle la

historia que se esconde detrás del documento.

Primero ha de saber, si no lo sabía ya, cosa que dudo mucho, que ____ y yo hemos

sido practicantes asiduos de las artes marciales, concretamente el Karate­Do, desde

nuestra infancia. Yo lo abandoné con el tiempo, llamado por otras apetencias. Pero él

continuó el camino hasta el fin de sus días. Un practicante de artes marciales es alguien

que, tanto dentro como fuera del dojo, consagra su voluntad a una filosofía. Si bien ésta

no tiene por qué ser siempre la misma ­hay tantas filosofías como maestros de las

diferentes disciplinas­, sí que existen ciertos rasgos comunes a todas ellas. Como se

explica en el documento, uno de estos rasgos es el sometimiento del alumno al maestro.

Se trata, como verá, de una sumisión voluntaria, algo complejo: uno se somete al

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maestro para que le enseñe porque éste es más sabio. A pesar de que el artículo presenta

un tono deferente con el asunto, ____ admiraba realmente a J.A., y tuvo que tomar parte

activa en el seminario que se describe en el artículo. Todo el documento en sí se preparó

desde la sombra y desde dentro. Nadie en aquel dojo hubiese permitido que se publicase.

Esto no es un hecho irrelevante. Había una razón por la que se quería que estas

reuniones se mantuviesen en secreto. Existe una razón por la cual no se revelan datos

exactos. Mi amigo quería que se supise lo que ocurría, sin exponer aquello que tanto

ama al peligro de desaparecer por su carácter de ilegalidad.

Cuando mi amigo fue despedido de su periódico por inventarse noticias le fue

imposible encontrar trabajo. Siempre ha tenido un gran sentido del humor, pero a veces

éste le jugaba malas pasadas. Le resultaba duro encontrarse sin nada que hacer. Ello le

llevó a volcarse mucho más en sus prácticas marciales. Viendo esto el maestro, le habló

del seminario de Deshimaru y ____ decidió tomar parte. No sería hasta después del

mismo, ya de vuelta en Madrid, cuando elaboró su reportaje. Habló conmigo sobre su

idea, realmente estaba obcecado con aquello y estaba seguro de que de ahí iba a salir

algo grande. Ahora, observando los hechos, empiezo a temerme que pudiese tener razón.

Cuando lo encontraron muerto en su apartamento, no había rastro del artículo físico ni

digital. No tuve ningún contacto con él durante los últimos días de su vida y este hecho

me intrigaba.

A los pocos días recordé un antiguo sistema de envíos que creamos hace tiempo

sirviéndonos de la deep web. Permitía enviarnos archivos mutuamente a través de la red

en una línea inaccesible para cualquiera que no supiese de su existencia. Allí encontré

una copia del artículo y una nota que mostraba algo de preocupación respecto a un

extraño mensaje que había recibido, y la petición de enviarle esto si le ocurría algo. Sé

que el historial de mi compañero puede llevarle a consderar el presente trabajo como

otra molesta broma de un loco. Sin embargo, me gustaría fijar su atención, sin forzarle a

establecer conexiones, con ciertos videos que han surgido ultimamente, ignorados por

los grandes medios, que graban enfrentamientos entre policías y ciudadanos debido a las

numerosas manifestaciones que se dan día a día contra la clase política. En algunos de

ellos, los más recientes, se puede observar cómo hay varios individuos que combaten

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con palos, cuchillos, hachas, armas de metal, o incluso sus propias manos, contra las

fuerzas del orden, aparentemente desde diferentes focos, llegando a crear importantes

brechas en la formación de éstos. También se han podido apreciar imágenes de

antidisturbios que atacan a sus compañeros de profesión ante los abusos. No voy a

describir el contenido a riesgo de resultarle exagerado. Vealos por usted mismo si no lo

ha hecho ya, cosa que no dudo, dada su calidad de rastreador de información.

Quizá no hayan sido muy esclarecedoras mis palabras, pero trato de explicar que mi

compañero no estaba buscando una venganza al querer publicar lo ocurrido con el

seminario. Tampoco debemos buscar ahí a los culpables de su muerte. Además sabrá de

buena mano cuál era la opinión del muerto respecto a la justicia vigente y al lugar que

ocupan las fuerzas del orden en nuestra sociedad. Esto es, cuando todos esos hombres

fueron “liberados” y regresaron del seminario, habían alcanzado una suerte de nivel

mental que les permitía discernir aquello que debían hacer sin albergar ninguna

contradicción interna. Escuchaban su voz, aquello que en los tratados de filosofía

marcial se conoce como “lo Justo”. La naturaleza hablaba a través de sus actos. El

hecho de escribir este artículo fue uno de esos actos. Creo que estamos ante una extraña

revolución de elementos aislados, que, no obstante, resulta en algunos hechos encontrar

un lugar común.

Le ruego, por favor, que no ponga nada de esto en manos de las autoridades por

respeto a la memoria de nuestro difunto amigo. Si al final reúne la valentía para

publicar el documento, valore bien todas las consecuencias. No sólo es su seguridad la

que está en riesgo, creo que hay muchos factores por determinar en todo esto. No debe

ser tomado a la ligera. Quizá muchas cosas estén en juego. Pero, volviendo al tema de

la muerte de ____, simplemente hágase una pregunta, ¿a quién le puede parecer

peligrosa dicha publicación? Le adjunto un archivo con el documento. Espero que esta

red sea segura. No dude en contactarme si lo cree necesario.

Atentamente,

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Dosier

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Documento 607823

El camino de la mano vacía a través del dolor

La historia de la isla de Okinawa contiene ciertos

hitos cruciales en su evolución histórica que podríamos

incluir en ese gran saco de hechos silenciados por el peso

de la Historia. Con mayúscula para diferenciarla de la

historia. Nos referimos aquí a la historia común, que

todos llevamos de boca a boca. Esa que nos mostraron en

aquellos estúpidos libros de texto que no acertaban a dar

razones. Esos libros que enseñan a los niños a asimilar.

Basándonos en ella, a la hora de llenar nuestra boca con

las grandes catástrofes de la historia, nos recreamos con

la masacre de los judíos, ­¿Qué dice usted de nosequé de

un gitano?­, las bombas que silenciaron Hiroshima y

Nagasaki, o ese pedazo de 11­S que nos hizo sentir

catárticamente el cine, como en una película de Hollywood,

y al que aún le quedan unas cuantas guerras por

justificar. Sea como sea, sólo aquellos a los que les

importe concretamente, podrán saber, por ejemplo, de la

masacre de Soweto, en la que hasta setecientos negros,

jóvenes comprendidos entre 11 y 20 años, fueron asesinados

por las fuerzas policiales por reclamar su derecho a

estudiar inglés. Hitler y Osama eran hombres malos, ellos

no entendían de cosas tan complejas como el

neocolonialismo. Que un militar lance una bomba y mate a

decenas de miles es un hecho terrible. Que un cuerpo que

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goza de una autoridad e inmunidad legal superiores a las

del resto, concebido para proteger al ciudadano, dispare

sus armas, cara a cara, contra niños que demandan saber es

quizá la prueba irrefutable de que la humanidad es el

cáncer inextirpable de la Tierra.

Volviendo a lo ocurrido en la pequeña isla me remonto a la

época del Japón feudal, cuando ocurrió lo que aquí nos

concierne. Concretamente a lo que se conoce como la

primera tragedia de la isla de Okinawa, esto es, la

invasión de la isla por parte del clan Satsuma. La

población nativa tenía prohibido el uso de armas, lo cual

aprovechaba el ejército para cometer todo tipo de abusos.

Básicamente, este fue uno de los hechos que desencadenó el

desarrollo de las artes marciales en la isla, en concreto

el Karate­Do. Ello permitía a los campesinos y pescadores

defenderse de los soldados y sus abusos sin usar armas y

comprometer su legalidad. Como habían de mantener los

entrenamientos escondidos, lo hacían por las noches,

reuniéndose en sótanos. Los practicantes, socialmente,

eran tenidos por borrachos y puteros por las salidas

nocturnas jhdkgfkjghjagfkljhkahgkhkjnbkalglfkhg

basurabasurabasurabasuramierdabasuraputamierdabasurabasura

novalelapenahablardenadamierdamierdamierda

fg

egh

Page 50: Vigilancia

/50/

Documento 607826

Era de la información. Era de Google. ¿O era internet?

La palabra libertad se baraja prácticamente en cada ámbito

de las sociedades occidentales. Y, como decía Mallarmé,

“la palabra vacía es una moneda cuyo cuño se ha borrado y

los hombres se pasan de mano en mano en silencio.” Los

poetas son todos unos putos mentirosos, pero uno no puede

evitar sentir ese tenebroso escalofrío que recorre el

cuerpo cuando ve que aquello que se figuraba como poesía,

aparece reflejado tal cual en la realidad. Si se medita

sobre la palabra libertad, sobre cómo se esgrime, por

ejemplo, en el ring de la política, es inevitable ver cómo

se encuentra totalmente vacía. ¿Hasta qué punto somos

libres? ¿Qué es lo que nos controla en nuestras vidas y

qué controlamos nosotros realmente? Gracias a la

publicidad, por ejemplo, se ha creado una suerte de

alquimia que lleva al individuo a obrar obedeciendo sin

saber que lo hace. Los estudios publicitarios tienen un

altísimo componente psicológico, que excede sobremanera al

creativo, orientado a crear una atracción ficticia entre

el producto y el consumidor. Y, sin embargo, irónicamente,

en toda ciudad, el grado de libertad de movimiento y

acción se ve claramente delimitado por la posición

económica. Aún así, nos tragamos la palabra libertad cada

vez que aparece en la televisión, los periódicos o las

pantallas de ordenador. Seguimos orgullosos de nuestra

libertad, ese pequeño estandarte al que nos aferramos

mientras el ser evolutivo superior –aquellos que escriben

la historia del presente­ vive del trabajo que realizan

los que se encuentran en escalones más bajos. ¿Realmente

soy el único loco que ve esto? Porque no paro de oír

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hablar, en todo medio y formato, de la gente que nos

manipula, de aquellos que se benefician de nosotros, de

aquellos que nos roban, que a su vez son los mismos que

salvan el mundo de la opresión radical con guerras ¿Por

qué todo el mundo habla y no actúa? ¿Qué falla en los

gigantescos engranajes de la comunicación? ¿Por qué la

última revolución europea ha sido un puñado de niñatos

clamando por la libertad en parcelitas de las que jamás se

salieron con esa mierda del “buen rollo”? Los jipis tenían

“buen rollo” entre ellos, pero no dudaron a la hora de

plantarse ante los trenes que abastecían la guerra. El dar

respuesta a ese estoicismo social que arrasa occidente fue

la razón de que me hiciese periodista. Pero no ha sido

hasta que abandoné mi profesión y busqué nuevas

perspectivas, que he podido encontrar la respuesta.

Este pequeño reportaje es fruto de una incursión en el

mundo de las artes marciales más profundo, ubicado aquí en

España. Ha sido su estudio el que me ha otorgado la

respuesta y me ha obligado, por última vez en mi vida, a

resucitar ese cadáver del periodista romántico que fulminé

a base de golpes y drogas.

1. Algunas reflexiones previas

En un estudio muy superficial de la cultura oriental

en su conjunto podemos decir que, tal y como la hemos

conocido hasta que entrase en estado corrupción mutua con

la demás basura del mundo, se sustenta sobre tres pilares:

budismo, confucianismo y taoísmo. Lo que aquí nos interesa

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es el taoísmo, por su relacion introspectiva del ser para

llegar a alcanzar una suerte de conocimiento primordial.

El budismo atiende a una faceta más religiosa y el

confucianismo versaría más sobre estilos de comportamiento

social. Para el que entiende: ninguna de las tres cosas

aparece separada de las otras en ningún aspecto de la

vida. ¿Por qué un artista marcial? ¿Qué diablos tienen que

ver esos camorristas con la vida? Bien, usted no tiene ni

puta idea si piensa así. La concepción del mundo de un

artista marcial podría resumirse en los siete perceptos de

la Vía del samurai:

1. Gi: la decisión justa en la ecuanimidad, la actitud

justa, la verdad. Cuando debemos morir, debemos morir.

2. Yu: la bravura teñida de heroísmo.

3. Jin: el amor universal, la benevolencia hacia la

humanidad.

4. Rei: el comportamiento justo, que es un punto

fundamental.

5. Makoto: la sinceridad total.

6. Melyo: el honor y la gloria.

7. Chugi: la devoción, la lealtad.

Ante un análisis superficial resultan valores algo

anticuados. Que suenan a cobre viejo. Sin embargo, debemos

tener en cuenta que son valores que no vienen impuestos

por creencias o fe. Son una serie de ideas que brotan y

florecen en la mente de aquel que se ha entrenado en el

arte marcial y en el zen. Sin embargo, los samurais

quedaron corrompidos por el poder de conquista externa y

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el lujo ­la propia invasión y masacre de Okinawa por parte

de Japón se justificó en parte con la Vía del Samurai­.

Solo unos pocos ronin y vagabundos llegaron realmente a

alcanzar esta sabiduría. ¿Y dónde más la encontramos? En

los monjes budistas de los templos ancestrales que pueblan

la vasta China. Esos que el gobierno persiguió y exterminó

solo por la amenaza que suponían. Tenían conocimiento,

portaban valores ideológicos, hablaban de igualdad del

hombre, podían extender la cultura y el saber a través de

la población. Eran un claro enemigo de la unificación

centralizada en China. Los valores, si son valores reales,

internos, y no proyectados por los miedos a viejos dioses

como Javeh o la Ley, son muy peligrosos para aquellos que

buscan el control sobre el otro.

Do, derivado de Tao, significa camino en chino. Una

sola palabra que representa uno de los tres pilares que

sustentan toda la cultura del Extremo Oriente. Junto con el

Confucianismo y el Budismo. Lejos de palabras como

libertad, igualdad o fraternidad, camino es una palabra

cuyo significado es indiscutible. No depende de nuestras

concepciones culturales. Un camino es un camino: algo que

se recorre. Este es el concepto principal de todo arte

marcial. Las artes marciales no tienen ningún objetivo,

carecen de principio y de fin, son un camino eterno. Cuando

uno empieza a entrenar artes marciales, si posee un buen

maestro, éste le hará ver que ya sabía algo de artes

marciales. Éstas se alojan junto a esos instintos que nos

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regalaron los animales. Uno las tiene dentro antes de

nacer. Su fin no existe, porque acaban contigo y viven en

ti. Uno no puede acudir a las artes marciales demandando

cinturones o grados. Son un camino que se ha de recorrer

toda una vida y en el que sólo importa el siguiente

escalón porque no hay último escalón. Es necesario

desprenderse de prejuicios. No estamos hablando de

aprender a partir bocas. Hablamos de una lucha eterna

contra uno mismo. Ese es el único camino que para

nosotros, como entes, no posee ni principio ni fin. No

seremos conscientes de nosotros más allá de nuestro

nacimiento y nuestra muerte, y ambos se nos plantean como

fronteras oscuras. Dentro de estas parcelas en las que nos

ha tocado vivir, el Karate­Do, como arte marcial, busca

una lucha por el control total de uno mismo. Esto es,

fortalecimiento de la voluntad. Saber reconocer dento de

nosotros aquello que nos hace no luchar. La vida es lucha

contra los miedos, más allá de toda dicotomía manida entre

dolor y placer­ estados que se alternan inevitablemente­,

y el que ha luchado lo sabe. El que ha luchado de verdad,

no olvidará nunca ese extraño sabor que amarga pero hace

que todo lo demás quede vacío. Luchar por algo es lo único

que merece la pena. Pero estamos demasiado cómodas en

nuestros sofás de gordas. Otro gintonic. Ahhh.

Encuentro, en este aspecto de la lucha, un valor real

de la palabra libertad frente a nuestra ya manoseada

“moneda”. Y es que es fácil caer en batallar contra

quimeras, cuando los únicos que coartamos nuestra libertad

somos nosotros, al menos puedo hablar de aquella gran

mayoría de las ciudades que se hace llamar clase media,

que tiene más responsabilidad en todo lo que está pasando

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de lo que ella misma detecta. Todos queremos que dejen de

robarnos, pero somos incapaces a renunciar a los bancos.

¿Es imposible vivir así? No. Simplemente menos cómodo.

Mucho mejor llorar con la puta boca llena de comida viendo

cómo deshaucian a otro. La verdadera bestia se llama Estado

del Bienestar, es una madre que ya se nos queda mayor,

somos un hijo de 50 años en casa de su madre de 80,

pidiéndole que nos cambie los pañales. Si queremos vivir en

nuestro mundo, más vale que empecemos a construirlo. La

lucha contra uno mismo, el obligarse a fortalecer la

voluntad, es el único arma que tenemos contra esta

neoesclavitud que consiste en atraparnos en nuestra propia

grasa sin que podamos dejar de trabajar. Y no nos

engañemos, nunca fue tal inútil el trabajo como hoy en día.

Los bancos lo llevan diciendo desde el siglo pasado, el

único trabajo real que se nos requiere es el de consumir.

No estoy afirmando que haya encontrado un camino para

cambiar el mundo. Probablemente no exista uno solo. Trato

de generar una fuerza social de millones de vectores. Trato

de despertar a una bestia dormida. Y hago esto porque la

veo. Tengo todos los datos de lo que he visto. Nombres.

Organizaciones. Números de cuenta. Lugares. Pero esto,

amigos, se está moviendo. Y no pienso joderla. Solo voy a

avisaros de que está ahí. Que cualquiera elija lo que le de

la gana. De eso se trata.

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Fragmentos de las transcripciones

Día ­9

Prueba de sonido. Las latas de cerveza vacias siempre

tratan de interponerse en mi camino todas las mañanas y hoy

no es una excepción. Uno aprende mucho sobre la vida cuando

ve hasta qué punto puede acostumbrarse a vivir entre mierda

y basura. No sé si debido a ello, el sexo ya no es un

problema. Genera demasiada mierda que no me interesa,

¿Quién te quiere mejor que yo, pequeña? Aún así, más vale

que me vaya despidiendo de todo esto. Una vez más, por

culpa de esta cochina profesión ­cerda y desagradecida,

sucia­, voy a tener que moldear cuerpo y mente para llegar

a la Noticia. A los 40 aburre todo ya, somos niños

cansados. Y va siendo hora de implicarme un poco en Algo,

de fusionarme, después de haber disfrutado de la sensación

de revolcarme en mi propia ponzoña. No me inetersa definir

lo que es ser periodista. Pero el día que lei esa cita la

grabé en mi puta mente: “En cuanto a lo demás, ochocientos

sesenta y cinco rostros eran demasiados rostros para

dibujar la imagen de uno solo.” ¿Carpentier? Se acabó el

alcohol, se acabó el porno, se acabó la comida con grasa,

se acabaron los canutos y el tabaco, se acabó el ácido, se

acabó Black Sabbath, los comics, se acabaron las broncas en

los bares hasta el culo de coca: se acabó mi Doppelgänger.

Hora de dormir, colega. Ya has tenido durante suficiente

tiempo el control de este cuerpo como para darle bien de

traya y ahora me toca a mí exprimir el cerebro

trastronado. Je je.

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Día ­7

He estirado, he hecho físico, he entrenado, sacado del

viejo arcón los katas. He tenido 10 manos. He asaltado

una fortaleza. He sido una tormenta en calma. He forzado

y repetido hasta encontrarme mareado, inundado en sudor.

Me siento vivo. Es despertar al animal que llevamos

dentro, pero de verdad, no me refiero a estupidas

metáforas, me refiero a abandonar la corriente de

pensamiento y mantener activo el cerebro. Si aún nos

queda un puto contacto con la naturaleza: está aquí, en

llevar tu cuerpo hasta la extenuación. Y el agua caerá en

tu boca como la droga más deseada. Probadlo. En ese justo

instante me das cuenta de lo gilipollas que sueles ser

durante la mayor parte de tu vida.

Los implantes de grabadora siguen en su sitio. Esto es

raro de cojones ,pero parece que funciona. La única

manera de hacerlo sin ser descubierto. Ni quiero imaginar

lo que harán esos viejos okinawenses si descubren un topo

en el seminario. Taisen Deshimaru. Resulta que estaba

vivo. Supongo que habrá otros también. ¿Quienes? Grandes

maestros que han fingido su propia muerte y, en secreto,

están organizando Algo. Recoren el mundo. Silenciosos. La

gente está demasiado ocupada en sus mierdas como para

posar los ojos sobre esas serpientes. Llevan años

reuniendo gente en seminarios. ¿Para qué? Ja. Yo ya sé la

respuesta. Y me temo que no les será revelada en este

artículo.

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Día ­1

Puedo andar descalzo en mi piso sin miedo a cortarme o a

llenarme los pies de ceniza. Combato el fuego con el

fuego. Para dejar las drogas y mis hábitos se trata de

mantenerme ocupado SIEMPRE, necesito otras drogas:

entrenar o estudiar conceptos teóricos de la filosofía del

budo. Concretamente los libros de este tal Deshimaru. J.A.

me dejó bien claro que esto no es un juego y tengo que

tener una preparación previa hasta que ellos entren en

contacto conmigo. Así es, en la boca del lobo y a ciegas.

Aún puedo aseguraros que no sé absolutamente nada de en lo

que me estoy metiendo. He conseguido, en una semana,

dormir sólo 4 horas al día sin dejar de entrenarme. Una

cosa será segura: por mucho que me prepare, no va a ser

suficiente.

[…]

He “recibido” la carta como en los relatos negros de

Stephen­Keeler: anónimo, por debajo de la puerta.

Simplemente me hacen acudir de noche a un lugar. El sello:

el símbolo de las puertas okinawenses. Estamos entrando.

Día 0

00:00 de la noche y parece que va a empezar todo. Estoy en

un barrio periférico de la ciudad. No hay iluminación por

las nuevas medidas de los gilipollas del gobierno para

ahorrar energía. Es muy inteligente apagar barrios por

fechas y dejarlos sumidos en la oscuridad durante una

semana. Bravo. No obstante, esto puede servir a los

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propósitos de más de uno. Aprovechémoslo. No oigo nada. Sí,

pasos, son pasos, se acercan.

[…]

Tras un primer contacto con un gigantesco occidental

desconocido ­de pocas palabras, más bien ninguna­, me han

puesto ­¡SÍ!­ una bolsa en la cabeza y me han introducido

dentro de lo que parece la parte trasera de un camión.

Espero que mis susurros se transmitan lo suficientemente

bien a través de estos malditos implantes. No pienso subir

más la voz. ¡Ah!, lo olvidaba porque apenas llevaba nada:

me han hecho tirar todas mis posesiones al suelo antes de

subir. Adiós a un viejo reloj que ni se de donde coño

salió, una cartera de cuero y las llaves. Esto parece que

va a ser divertido. Aunque con el tiempo la bolsa empieza a

generar una situación de falsa angustia por ahogo. Primera

prueba, me supongo. También oigo respiraciones y voces.

Pero se nos tiene prohibido hablar. Parece que hay bastante

gente, aunqne no me rozo con nadie, tan solo el frio metal

en la espalda. No te ahogues _______.

[…]

Al salir del camión he notado el sol en la chepa. No sé ni

qué hora es, ni cuánto tiempo hemos estado ahí metidos. No

sé si me he mantenido despierto o dormido y todo empieza a

tornarse algo onírico. Los pasos hacen sonar los guijarros,

persumo que estamos andando en fila india.

[…]

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Me ha sido más difícil de lo que creía. Joder, me ha

costado la ostia reunir el valor para no caer rendido sin

hacer esta entrada. Después de tenernos horas sentados en

la postura de seiza ­en lo que presumo que será el dojo,

por el olor (ese olor a madera e incienso, que obliga a uno

a agachar la cabeza como obligado por unos dioses que sabe

que no existen) y el contacto con la madera. Sin quitarnos

las bolsas de la cabeza, alguien nos ha ido golpeando con

un boken. Había truco. Solo si no te quejabas ni

reaccionabas, paraban de golpearte. Entonces ha hablado por

primera vez, el hombre sin rostro, el gran maestro, el

resucitado. Su japonés, del que no he entendido nada,

penetra en tu cerebro como un puto aguijón que inyecta

veneno. Sus palabras, a pesar de incomprensibles, han sido

una suerte de adelanto de lo que nos espera. Pero no han

sido las palabras del viejo las que me han iluminado. Han

sido los golpes.

Después: la luz. Una luz cegadora y destructora. Los hay

que se han quejado. Han desaparecido, se los han llevado.

No sé qué es de ellos. Antes de quitarnos los sacos nos han

sacado fuera del dojo y de la vista del maestro. Sólo vemos

a los instructores. Tipos de hierro con kimono que parecen

sacados de una peli mala de artes marciales. No parecen

reales, sus rostros son inexpresivos. Joder, no parecen ni

humanos. Nos hemos desnudado y nos han dado nuestras

mortajas. Ahora estamos todos muertos. No han explicado

nada. Nadie ha preguntado nada.

Después de pan duro y agua caliente, a plena luz, nos han

tirado en camastros en una especie de barracones iluminados

para dormir cuatro horas. Y eso hago.

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Día 1

Dolor. Más dolor del que esperaba. Esos golpes de boken

debieron jodernos pero bien. Veo en los rostros silenciosos

de mis compañeros (¿?) el mismo lamento. ¿Quienes son mis

compañeros? Realmente solo nos sentimos unos a otros. No

puedo decir nada de ellos. Somos iguales ante nuestra

percepción. Pero todo es cuestión de actitud. El egoismo

desaparece. Todos como parte de un mismo conjunto. A pesar

de no poder decir nada sobre ellos, pues nuestras

diferencias físicas se van tiñendo borrosas debido a la

carencia de importancia que tienen aquí, hay una conexión,

una unión creada por el dolor. En realidad no es tan

diferente a una droga, si lo piensas... O me estoy

volviendo loco ya. No sé. Hemos limpiado como cabrones con

las manos, agachados. Sólo teníamos agua para limpiar todo

el dojo. Hemos tenido que organizarnos para llegar a techo

y paredes, sin hablar ni una palabra. Bajo la atenta mirada

de los instructores. Creo que esto era el desayuno.

Después: por fin entrenamos: Kata, kata, kata, kata, kata,

kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata,

kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata,

kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata,

kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata,

kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata,

kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata,

kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata,

kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata,

kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata,

kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata, kata,

kata, kata, kata. Somos la forma. Según nos transformamos

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en el kata nos vaciamos de todo contenido. Es la

meditación, vaciar el cerebro, mediante el cansancio.

Luego los makiwara: golpes contra la madera mientras los

instructores nos devolvían el daño que infligíamos a los

cadáveres de la Pachamama. Poca comida y agua caliente. No

puedo más. Pero ahora más que nunca vuelvo mi tercer ojo

­imaginad mi culo,­escépticos­ hacia J.A. y le agradezco

que me haya instruido en el combate contra uno mismo. La

lucha contra el cansancio propio es más dura que la lucha

contra el enemigo. El resto queda para los que, a pesar

del cansancio, siguen adelante.

Sin embargo, todo ha dado un giro al atardecer. ¿O era

amanecer? No lo sé. Había luz crepuscular y el cansancio

no me ha permitido discernir más. Va uno y se aleja de la

mala vida. Se porta bien, se cuida (una semana es más de

lo que haceís vosotros, los drogotas de mis lectores, mi

sección favorita, el público que amo) y de repente viene

esta estatua pintada de color carne y coloca, delante de

cada alumno, una cajita de madera pulcramente tallada sin

ornamentos, que contiene, ¡sorpresa!, una raya de

ketamina. Bastante generosa, he de decir. ¿Quién coño

pagará todo esto? Es igual. Lo pienso averiguar más tarde,

pero ahora no es el momento. Han desaparecido más. Era

obvio, aquí en el mundillo de las artes marciales hay

gente muy conservadora. Para los que nos hemos quedado:

ese horror del que hablaba el general nosequé (Marlon

Brando) en Apocalipsis Now. Simplemente, probadlo. Métanse

una dosis de un cuarto de gramo de ketamina. Previamente

disfrazen a un grupo de gigantes con máscaras demoníacas y

trajes de samurai con katanas incluidas. Cuando esté todo

en su punto: les hacen gritar y blandir sus espadas falsas

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(menos mal) contra ustedes mientras tratan de cordinar su

cerebro y sus piernas. La ketamina sumerje a uno en un

estado de abandono del cuerpo, simplemente éste no reponde,

además uno se hace muy susceptible a todo ataque externo.

Lo grotesco visual y sonoro se magnifica. He luchado contra

verdaderos demonios cuyos hechizos hacían que me

paralizase, he visto el horror en sus caras. También he

visto a mis seres queridos: mi perro. He visto como era

violado ante mí y ni siquiera he podido sentir pena por él

porque lo único que me ocupaba era un sentimiento de

aferrarme a MI vida. He muerto varias veces, he llorado, me

he meado y cagado encima. Me he ahogado en mi propia

sangre. El fuego me ha quemado. Y por un momento he sentido

el alivio y placer del retorno a la placenta antes de darme

cuenta de que me estaban ahogando en un barreño de agua.

Creo, y no estoy seguro de ello, pero me duele, que me han

violado. Luego, he llorado como un niño. Todos, los

hombretones marciales, duros, incorruptibles, hemos llorado

al irnos a dormir con la cabeza aturdida. He visitado los

barracones de los campos de concenración en un vuelo de

primera clase hacia el pasado. Tenía razón el maestro.

Estamos muertos. ¿Es el segundo día? No, esto pasó hace

mucho. Ha pasado más veces. Muchas veces. No sé cuántas.

Creo que hoy es el primer día que recupero la conciencia de

mi mismo desde que llegué aquí. Pero no sé qué día es.

[…]

Es imposible contar el tiempo. ¿cúando es de día y cuándo

es de noche? Da igual el tiempo. El tiempo es la

conceptualización más estúpida que ha hecho el hombre. Si

ni siquiera el calendario solar es exacto, es impreciso

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desde hace decenas de siglos pero vale. No vivo en días.

El sesshin. Vuelve a mi mente la voz de mi antiguo

maestro, ya no recuerdo su nombre, ni me preocupa.

Voluntad y esfuerzo consciente, todo sale de mí ­¿cómo

puedo saberlo si no lo recuerdo bien?­ es la primera

etapa, shojin. Después, mi voluntad desaparecerá, se

fundirá con el Todo, no habrá distancia entre lo que hago

y lo que quiero hacer. Por último: la muerte de mi

Maestro. Todo esta en el libro.

[...]

Apenas salimos del templo donde está el dojo ­una humilde

construcción en madera en medio de un bosquecillo­ salvo

para las sesiones de “Horror” ­muchas veces ni durante las

sesiones se puede distinguir el día de la noche. El caso

es que con el tiempo va siendo más sencillo controlar el

terror. Cada vez estamos más acostumbrados a

desenvolvernos en estas situaciones de pura angustia y

obligar a reaccionar a nuestro cuerpo.

[...]

De no ser por este diario, ya habría enloquecido. Me

cuesta mucho hablar, en concreto utilizar la primera

persona. Los rostros de los aprendices se estan afilando y

petrificando, cada vez más asemejados a los instructores y

más lejanos de lo que fueron/¿fuimos?. Sus cabezas se van

vaciando de conceptos. Pero YO (joder, me duele el

cerebro) no puedo ceder, no tengo demasiada energía pero

he de mantener esto. Ante todo, lo sé: la Noticia. No he

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vuelto a esta mierda para ceder.

[...]

Ha aparecido, por fin, el Maestro, el Verdadero Sensei

(con buenos contactos en el mercado de tráfico de sedantes

para caballos): un hombre enjuto, delgado, recio,

flexible, con una mirada que atraviesa, poco pelo, con un

cuello casi tan robusto como su torso, y una presencia

capaz de hacer inclinarse al puto Atila el Huno si lo

viese. Y eso hacemos, nos inclinamos. Y sin que nadie nos

lo dijese, todos, ABSOLUTAMENTE TODOS, hemos dado las

gracias.

Sus movimientos gráciles y delicados le han llevado al

centro de la sala, haciendo silbar una suave melodía a su

kimono, donde se sentó en seiza y nos habló. Nos habló del

Miedo. Su español era casi perfecto. ¿Lo habrá estado

estudiando estos días? ¿semanas? Es imposible que

reproduzca la totalidad de lo dicho. Pero aún confío en mi

capacidad de síntesis a pesar de todos esos garbeos por

los infiernos artificiales (nada de paraísos) de la droga.

Se nos dibujó el miedo como motor principal de movimiento

humano ­ciertamente puede que el amor a la rutina no sea

más que miedo al cambio­. El miedo controla la vida del

hombre porque tenemos una tendencia natural a repudiarlo y

no a atacarlo. Allá donde resida en nuestra vida, veremos

parcelas reservadas a los otros. Los Otros, esos seres

deformes, monstruosos, que no pueden ser humanos, llenos e

hinchados por nuestros prejuicios hasta lo grotesco. Allí

donde resida nuestro miedo, es donde debemos realizar las

luchas de voluntad. Entonces, podremos sentir la libertad

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en la acción y no en el verbo. Veíamos c´omo, sin habernos

dado cuenta hasta entonces, habíamos sido moldeados por los

duros entrenamientos y éramos capaces de vernos y

controlarnos como si hasta entonces nos hubiese faltado la

mitad de nuestra humanidad. Quietos. Silenciosos, sentados.

Una sola respiración. Y la energía bullía por todas partes.

Era el humo del calor que desprendíamos por la cabeza. Pero

también era ese espíritu animal que llevaba dormido,

domesticado entre barrotes, amansado a base de látigo

social. Volvía a resurgir, como cuando el niño escala sin

miedo a la muerte. Y podíams controlarlo. A partir de

ahora, recuerdo que dijo, yo ya no puedo enseñaros nada.

Éste es el camino para desplegar todo vuestro ser real. Si

os habéis liberado o no, depende de vosotros. Pero ya no se

os puede enseñar nada más. Como maestro vuestro, he muerto.

Debeis caminar vuestra propia senda. Cuando no exista

diferencia alguna entre aquello que haceís y aquello que

sentís la necesidad de hacer, lo habreís encontrado. O algo

así. El caso es que nos estaban largando. Y ahí estaba yo.

Sin un maldito dato sobre nada. Sin reconocer una maldita

cara salvo la del maestro resucitado que, ciertamente, era

la del ¿difunto? Taishen Deshimaru. No tenía más que unas

torpes reflexiones de un cerebro destruido. Pero, ¿por qué

me da exactamente igual todo eso? Tengo algo más. Sé que va

a pasar algo. Y que, inevitablemente ya, soy parte de ello.

No puedo disociarme. Pero se está formando un ejército de

hombres sin ideas. Que no van a luchar más que por aquello

que les dicte la naturaleza. Incorruptibles. Diferentes

vectores que apuntan a la misma dirección. Y es una

dirección, amigos, que nadie conoce, pero que todos vamos a

ver. Lo quieran o no.

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PROFETAS DEL VACIO

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A Alex,

a Helena

y a Raquel,

por cultivar el arte del vacío

Haciendo rebotar el eco de mis pasos, se suceden los

blancos impolutos pasillos de la Administración, a una

hora a la que yo debería estar durmiendo. Dormir es un

lujo cuando uno se embarca en el proyecto de su tésis. Los

agentes me escoltan en silencio. Sus botas resuenan más

que mis zapatos. No sé si sería paranoico pensar que sus

suelas están diseñadas para producir ese sonoro choque

sobre los pulidos pasillos y así amedrentar a cualquier

persona ajena a la propia Administración. Alomejor les

enseñan a caminar así en la Academia de Policía. Cuánto

menos se pregunte uno sobre estos asuntos, mejor. Es

evidente, para cualquiera con una educación básica

decente, que la transparencia administrativa es una utopía

en las Megalópolis Arquitectónicas. Demasiada gente,

demasiada información. Preguntarte demasiado sobre el

funcionamiento solo conlleva perder tu tiempo y tu vida.

Aún así, también es posible que el reflejo del eco en mi

mente se vea deformado y aumentado debido a la imagen que

lo acompaña: sendas escopetas a la espalda, tásers, porra

electrificada extensible en cada una de las mangas,

pistolas, armaduras antidisturbios, esa boina anacrónica.

Son el negro sobre el blanco eterno de la Administración

que llama a la «calma» y la «serenidad» entre los

ciudadanos.

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Llegamos hasta el ascensor, donde nos sentamos en

silencio a oír a Wagner, creo. El calabozo 56384 debe

encontrarse en unas dependencias lejanas a nuestrno

distrito porque el ascensor marca qnuince minutos de

viaje. Estirar los pliegues de la túnica gris de

estudiante me ayuda a evitar el contacto visual con los

agentes. La verdad es que en mi vida jamás he violado el

Codigo Civil del Distrito 17 de Eurania. Y aún así no

puedo evitar sentirme juzgado y culpable, es muy curioso.

Curioso y efectivo. Es su función. Abro la pantalla

holográfica desde mi muñeca y rebusco entre los últimos

ficheros. El expediente de Eatman me muestra la cara del

chico, dos ojos hundidos en un abismo de ojeras y pelo

grasiento. A veces no puedo evitar un escalofrío. Paso mi

mano por mi cabeza y mi cara, allí donde el chico dejaba

crecer su pelo salvaje, y siento alivio. Alexander Eatman.

14 años. Acusado de robo con fuerza a 17 negocios y 24

propiedades privadas en las Zonas Exteriores de los

distritos 47 y 49. A parte de la reconstrucción de todas

las grabaciones de las foco­cámaras que iluminan las Zonas

Exteriores, encontraron en sus dependencias los candados

eléctricos de cada uno de los cierres. Cuando la policía

irrumpió en su bloque de departamentos en el distrito 47,

lo más valioso que encontraron fue un viejo ordenador

reconstruido a partir de piezas y una mesa de mezclas de

música del siglo XXI que aseguró haber recibido como

regalo de un viejo conocido. Daba igual porque en

cualquiera de los vertederos de los subterráneos se puede

encontrar ese tipo de basura. En sus declaraciones, y esto

fue corroborado por las grabaciones ­gracias al cielo, de

ello dependía la base de mi tésis­ manifestó que en ningún

momento robó nada que no fuesen los candados. Nada más

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hacía colección. Aunque muchos se lo tomaban a guasa, se

trataba de un caso muy serio. Después de hablar con él y su

abogado, conseguí que le destinasen al Centro de

Rehabilitación Emocional. Allí puedo trabajar con él y con

los otros chicos. Solo un par de casos más y tendré

suficiente información para completar la tésis. Marcará un

nuevo paradigma, un nuevo campo. A mis 18 años habré

alcanzado lo que muchos jamás huelen siquiera a lo largo de

sus vidas.

La música clásica se detiene y me veo arrancado de mi

ensueño de placidez. Hora de poner los pies en la tierra.

Pequeña Helen, veamos qué tienes para mí.

Ellos se levantan antes y yo no puedo hacer nada hasta

que me lo indiquen específicamente. El procedimiento de

siempre con todos los chicos. Me indican que les siga a lo

largo de un nuevo pasillo blanco orlado a ambos lados con

numerosas celdas mudas de cristal. Dentro hay varios

chavales. Casi todos con pelo, vestidos con varias piezas

de ropa de diferentes tamaños, decoloridas. Es aterrador.

No quiero ni pensar en cómo se puede llegar a esto. Pero he

de serenarme, esto es una oportunidad única. El caso que

dará la vuelta de tuerca a la tediosa y larga investigación

de dos años. No puedo desperdiciar las influencias y ayudas

que me han traído hasta aquí. Esta pequeña asesina tiene

que ser mía de cualquier manera. Los guardias se detienen.

Uno se para delante de una celda y los cristales se

apartan, dejando un hueco para que entremos de a uno. Entra

y su compañero me indica que haga lo mismo. El cristal, en

silencio, vuelve a cerrarse trás de mí.

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La celda, como todo, blanca y luminosa. Agradable. Hay

una pequeña mesa con dos sillas en la que me siento al

extremo. El guardia permanece impertérrito en su labor de

estatua. Sobre la cama que sobresale de una de las

esquinas, tiembla dentro de un pijama blanco la pequeña

Helen con sus once añitos, mi llave. En la pared aparece

una pantalla y en ella, la cara de su abogada. Podemos

comenzar, dice.

Sonrio, no tienes nada que temer, tranquila, he venido

a ayudarte. Tú no tienes la culpa de lo que ha ocurrido.

Sin embargo, el terror parece haber anidado en ella

profundamente y, mientras se desplaza cautelosa como un

gato, apenas sí puede sostenerme la mirada. Quizá tantos

años de encierro y estudio me han dado un aspecto seco y

arisco. He de cuidar esa faceta si quiero trabajar con

chicos jóvenes. Soy médico y, por encima de todo, soy un

amigo. Quiero sacarte de aquí, porque tú no tienes la

culpa de lo que ha pasado. Quiero llevarte a otro lugar, y

sanarte. No me han dejado traerte un té de cola, así que

compré esto en la expendedora antes de venir. Le tiendo la

barrita de Coca­Late y la devora con fruicción. Ahora que

estás más relajada, habla ­saco la grabadora y la

enciendo, no es bueno que los Revisores de Mensajería lean

esto aún­, necesito que me lo cuentes todo, si vas a

querer que te ayude a sacarte de este sitio.

La pequeña Helen acababa de entrar a estudiar, hacía

un par de años, Educación Especial en la Universidad.

Marcas aceptables, buenas notas, buena actitud, asistencia

plena, prácticas al día... ¿Cómo una chica así acaba

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asesinando a un hombre de manera tan violenta? Desde luego,

es una pena que la Administración tenga que prescindir de

tan buena estudiante. Lo que se escapaba a la

Administración durante esos dos años era la manera en que

Helen obtenía sus créditos para poder costearse los

estudios.

Yo ya lei el informe, pero me lo relata todo de nuevo.

A través de Internet, conseguí que varios hombres me

hiciesen transferencias inter­ciudadanas de créditos bajos.

Muchas transferencias pequeñas para no llamar la atención.

Así funcionan esas páginas. Al principio, solo subía fotos

mías con poca ropa. Se me ocurrió la idea de taparme la

cara con una máscara de Darth Vader de mi hermano pequeño y

empezaron a llegarme muchísimas peticiones. Ellos tan solo

me elegían para que les humillase por escrito. A veces me

pedían que les viese realizar las tareas que les

encomendaba, disfrutaban más si se humillaban ante mí.

Podía llegar a ser hasta divertido. Media sonrisa asoma en

su rostro, ya no parece tan pequeña la pequeña Helen. Me

dio por conocer a algunas de las otras chicas que

trabajaban en eso. Me enseñaron otras formas de ganar sumas

mayores. Ellas enviaban por correo certificado la ropa

interior con la que aparecían en las fotos, más beneficio

si además estaban usadas u olían. Y eso estaba bien. Pero

lo que más créditos me dio fue lo de acudir a citas para

pisarles. Se eligen lugares al aire libre, de las Zonas

Exteriores, no demasiado concurridos pero seguros. Allí los

hombres se tumbaban, sumisos, para que les pisotease

agarrada de la rama de algún árbol. Algunos lo preferían

descalza, otros me pedían las botas. Más de uno sangraba

cuando llegaba a su cara. Pero lo amaban y pagaban bien. Y

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yo creo que llegué a apreciarlo, me esmeraba en hacer bien

mi trabajo.

Nada de aquello parecía ser el origen del trastorno

por la naturalidad con la que hablaba de ello. Ciertamente

estaba inmersa en aquella subcultura de pseudo­

prostitución sumergida y había aceptado sus valores. Los

Tests de Equilibro Mental que realizó durante dos años en

la Universidad jamás revelaron trastornos. Y entonces,

¿qué te llevó a hacerle eso a aquel hombre, Helen? Yo ya

sabía la respuesta, se llamaba Alexander Eatman.

Algunas tardes salía con mis amigas a los CE y CC a

bailar y socializarme un poco. La verdad es que no me

gustaba demasiado, no tenía mucho en común con aquella

gente, pero era lo que hacíamos todos. Observándoles,

parecía que ellos tampoco profundizasen mucho en sus

relaciones, la verdad. Lo típico, bailabas un poco,

buscabas algún chico o chica que te gustase, a veces

consumíamos teína y azucar, lo típico. Una de esas tardes

no me encontraba demasiado bien y, aprovechando la

oscuridad, escapé de mis amigas y salí a la parte trasera

del edificio a que me diese el aire. Pero lejos de

sentirme mejor, me entraron naúseas y muchísimas ganas de

vomitar y acabé arrodillada entre los gigantescos

contenedores de basura, esperando que no me viese ningún

Guardia Cívico. Me sentía muy avergonzada, no sé por qué,

la verdad. Al levantarme, mareada, él me observaba desde

el fondo del callejón con una mirada lasciva.

«¿Experimentos primerizos con el alcohol?» Alex sí que

parecía un verdadero indigente. Su anorak sucio y roto,

tanto pelo por todas partes, y un extraño olor a rancio

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que pude comprobar más tarde que me atraía

irresistiblemente. Me ofreció alcohol de una botella de

cristal, de esas antiguas. No me escandalicé ni nada, ya

había visto cosas por el estilo durante las prácticas.

Pero lo rechacé. Desde luego, tengo muy claro que las

drogas son para los fracasados nada más. Y él empezó a

hablar. A hablar sin parar de un montón de chorradas y

cosas raras de las que no entendí nada. Como si juntase

palabras al azar y las repitiese convencido de que estaba

diciendo algo. Me hizo preguntas extrañísimas como

«¿conoces ya aquello por lo que entregarías tu vida?» o

«¿qué te gusta hacer para alienarte?» y cosas por el

estilo que no recuerdo. Habló mucho del vacío. Pero no era

en el sentido en que lo entendía yo entonces. No era la

«ausencia de» cómo nos habían enseñado, era como un mar en

el que uno puede bucear si aprende a vivir sin respirar

tanto. Se irguió en un momento, adoptando una patética

pose, y me dijo que el pertenecía a los «Profetas del

Vacío». Se extrañó muchísimo cuando le dije que no sabía

de qué carajo me estaba hablando. Luego empezó a mencionar

todo tipo de nombres que yo no había oído jamás. Creo que

recuerdo un par. Un tal Aristóteles y un tal Mushashi.

Creía que la cabeza iba a explotarme y tuve que pedirle

que parase. No le gustó demasiado, parecía bastante

ilusionado con aquello. ¿Qué coño haces aquí, atosigándome

con todos esos palabros y tratando de drogarme? Me miró

muy serio y me dijo que no debía tomarme a la ligera

aquellas cosas, que las palabras en realidad no eran más

que contenedores de vacío y que el vacío nos rodeaba por

todas partes y que había que sumergirse en él para tratar

de entenderlo. Yo seguía sin entender nada pero, casi sin

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darme cuenta, me iba sintiendo algo mejor, incluso de buen

humor. Realmente, aquel día tenía ganas de follar. Así que

cuando me propuso ir a su casa para hacerlo, acepté.

Ese maldito mocoso. Me reconoció que solía hacer

escapadas a los distritos del núcleo arquitectónico. Le

gustaba llevarse al catre a las chicas del núcleo. Pero de

no ser por ese pequeño enfermo jamás se habría propagado

tan demostrablemente el síndrome. Gracias, Alex.

En el viaje hasta el Distrito 47 prácticamente habló

solo él. Yo no tenía demasiadas ganas de decir nada, o

nada que decir, y en cierto modo me resultaba entretenido

todo aquello. Tenemos escondidas decenas de bibliotecas

con los libros olvidados del antiguo conocimiento humano.

Nuestros viejos enseñan a los que elegimos acudir a la

Universidad Clandestina. Allí nos debatimos entre abismos

insondables de nada, aferrándonos a nuestras palabras. Al

principio, consiste solamente en una actividad

comunicativa. Pero más adelante, según más profundizas,

empiezas a verlo en la vida real. En todas partes. En cada

acto que realizas y cada fragmento de información que

entra en tu cerebro. Entonces sus ojos parecían brillar

más que de costumbre. Mientras me hablaba se aferraba con

ahinco a la barra metálica que separaba nuestros asientos.

¡Te das cuenta de que lo que ocurría antes era que siempre

lo habías evitado! Nunca lo habías querido mirar. Y

finalmente, en las Metrópolis, decidieron olvidarlo y

enterrarlo. Era gente que no paraba de cuestionarse cosas

que ya no interesaban al hombre. Pero hubo quien las

preservó y aún siguen conservándose en nuestros días. Y

nosotros difundimos ese afán de exploración en los abismos

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del ser humano. Trabajamos sobre él día a día y los

esparcimos y lo continuamos. Y cuánto más profundizas, más

te das cuenta de que ya no puedes vivir sin esa sensación

de hacer equilibrios sobre la nada. Esa suspensión. Y

comienzas a entender cosas sobre tí mismo que jamás

imaginarías. Y así continuó hasta que bajamos del

transporte oruga. Era extraño estar en la calle de noche,

no es algo que haga habitualmente. Uno se siente extraño.

Caminamos por lugares infestados de matojos de hierbas y

calles mal pavimentadas. Cuando nos aproximábamos a su

bloque de edificios, un viejo salió de una esquina. La

verdad es que su aspecto era deplorable, pero me extrañó

muchísimo que aún caminase por su propio pie y no llevase

ningún implante. Tosía mucho, eso sí. Pero parecía poder

valerse por sí mismo pese a su aspecto envejecido. Le dijo

una frase que no entendí a Alex y este se rió. Acto

seguido saco del anorak la botella de cristal con lo que

quedaba del alcohol y se la dio al viejo, que volvió a

desaparecer por donde había venido. Es uno de los

maestros, me dijo con la cara iluminada. Cuando llegamos a

su departamento, me hizo entrar aún con la luz apagada.

Ahora verás, me dijo. Se movió como una rata provocando el

ruido de objetos que se desplazaban por el suelo y la luz

se encendió. No voy a hablar de la cantidad de basura y

trastos que había por doquier porque solo de recordarlo me

entran más ganas de vomitar. Pero me quedé boquiabierta

cuando vi decenas de cadenas que se cruzaban a lo largo de

las paredes, y colgando de ellas numerosos candados. Es mi

obra de arte, dijo. Los colecciono, mi obra consiste en

hacerme recordar las cadenas que están presentes en todo

momento a nuestro alrededor. Si uno no puede verlas, no

puede cortarlas, dijo mientras sacaba una katana de su

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funda y hacía un gesto como si cortase las cadenas,

parándola justo a milímetros, sin que le temblase el

pulso. Yo ya estaba cansada de todo aquello, así que,

cuando dejó la katana, me abalancé sobre él y le tiré

sobre la cama. Lo que ocurrió después, bueno... no sé cómo

explicarlo. Aquí la pequeña Helen me está mirando

directamente a los ojos y parece como si brillasen. Fue

algo increíble, como si desatase algo en mí que jamás

había brotado antes. Realmente no recuerdo muy bien qué

ocurrió. Él parecía estar siguiendo un ritmo cuando de

repente saltó de la cama y gritó, ¡lo tengo! Y sin

vestirse ni nada, empapado en sudor se sentó sobre el

escritorio, encendió una pantalla y se puso a teclear como

loco. Encendió unos altavoces y comenzó a sonar una música

estridente mientras él movía la cabeza arriba y abajo.

Entonces paraba la música, él volvía a teclear, y volvía a

sonar lo mismo. Yo no entendía nada, aún no era plenamente

consciente de mis actos. Era como si hubiese estado a

punto de pasar algo extraordinario y de repente todo se

oscureció y volví a aquel departamento. Lo que sí sabía

era que aquel cabrón me había dejado a medias y se lo

grité. Pero no pareció escucharme. Entonces, cuando iba a

vestirme y a largarme de aquel lugar, reparé en que,

esparcidos por todo el suelo, había un monton de libros.

Pero no eran libros comunes, como los que yo conocía.

Estos eran cada uno de un tamaño y tipo diferentes. Con

tapas de texturas y colores extraños. Algunas sobresalían

por fuera de los márgenes de las páginas, otras parecían a

punto de descomponerse. Cogí algunos y los hojeé. Lo

siento, dijo Alex y me asusté. Parecía que ya había

acabado lo que estaba haciendo. Sé que no debí dejarte

así, pero me llegó justo en ese momento. De no haber sido

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por tí jamás la habría terminado. Entonces me abrazó.

Gracias.

Cuando ya me iba a ir, pasada la madrugada, me hizo un

regalo. Toma, me dijo mientras me tendía uno de aquellos

extraños ejemplares. Si lo lees y quieres más, ven a verme

cuando quieras. Aquí también hay sitio para tí. Y me guiñó

un ojo. Yo miré la portada y ponía El asesinato

considerado como una de las bellas artes, el autor era un

tal Thomas de Quincey. Yo me fui de allí, la verdad, sin

saber muy bien qué había pasado. Tratando de mirar aquello

como un extraño y curioso incidente en mi vida para

perderlo en la memoria. Pero no ocurrió así. Si le soy

sincera, cuando acabé el libro, no había entendido ni una

sola palabra. Por eso me entraron ganas de volver a

leerlo. Experimenté la misma sensación que tienes cuando

abres paso a conceptos nuevos a través de las lecturas de

la Universidad para poder comprender los textos. Pero

aquello era mucho más abismal. Según más lo leía, más

parecía comprender el contenido del libro. Aquel hombre

hablaba del arte como dotándolo de una excepcionalidad y

una importancia que contrastaban con la cotidaniedad con

la que se presenta hoy en día. Como si estuviese asociado

a una serie de valores que nada tienen que ver con

publicidad y producto. De hecho, la palabra

entretenimiento no aparecía ni una sola vez.

Traté de seguir mi vida normal, pero las palabras del

chico y del libro me acosaban y me persegían en sueños.

Creo que empecé a experimentar ese vacío del que me

hablaba. Era como tener la certeza de que todo lo que me

faltaba no existía ni podría existir jamás. También empecé

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a darme cuenta de que esa sensación desaparecía cuando

estaba humillando y torturando a mis clientes. Era como si

ese vacío se llenase solo durante esos instantes, a

sabiendas de que cuando acabaran, iba a desaparecer. Y

cuánto más me esmeraba en mis torturas, mejor me sentía.

Como más elevada. A esas alturas ya ni sé cuántas veces

había leido aquel libro. Pero le aseguro que las

suficientes como para saber cómo hacer una buena obra de

arte con un asesinato. Aún así lo interprete a mi manera.

Más salvaje. Más animal. Tratar de tenderle trampas a la

policía hoy no tiene sentido. Y sé que no debería haberlo

hecho. Pero no pude resistirme. Simplemente dejé que mis

manos se moviesen instintivaente con las cuchillas.

Tendría que haberlo visto. En directo me refiero. No a

través de las grabaciones. Oler la sangre, las

salpicaduras. En ese momento fue cuando tomé conciencia de

que estaba haciendo una obra de arte. Simlemente, no pude

pensar en las consecuencias. Yo no quiero estar aquí.

Llevo días encerrada y no puedo más. Necesito salir y a

cualquier precio. Pero más aun necesito que me quiten esa

sensación. O le juro que volveré a matar sea como sea. Mi

abogada dijo que usted podría ayudarme.

Es el momento de apagar la grabadora. En efecto,

Helen, lo que te ocurre no es un caso aislado. Como te

habrá comentado la abogada, llevo ya un tiempo archivando

casos similares al tuyo. Adolescentes y jóvenes menores de

quince años que comienzan a manifestar esas extrañas

conductas obsesivas. Hazte a la idea de que es como un

virus que se propaga entre vuestras mentes cuando habláis

de ello entre vosotros. Se trata de un asunto muy

delicado, Helen. Son muchos los casos que podría

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exponerte, y así lo haré cuando tengamos mas tiempo. Pero

tu amigo Alex es uno de ellos. No siempre van asociados a

la criminalidad. Pero en todos ellos, los chicos

desarrollan esa compulsividad en actividades nulas que no

tienen ni fin ni justificación. Había un chico que no

podía parar de escribir. Cuando su madre entró en su

habitación después de unos días sin verle, encontró miles

de frases inconexas y palabras escritas a lo largo de

todas las paredes, superponiéndose unas a otras. A lo

largo de estos años, he conseguido que trasladen la

custodia de los chicos a los Centros de Rehabilitación

Emocional. No estamos hablando de algunos casos aislados ,

Helen, se trata de una enfermedad, una plaga que se está

generando en nuestros días. Necesito muchos casos para

poder justificar todo esto, y recibir fondos suficientes

para parar esto. Los casos crecen exponencialmente. Pero

el tuyo es especial. Tú has ido más allá. Y si consigo que

me den tu custodia, te vendrás al centro con nosotros,

allí te haremos olvidar y reequilibraremos tu estabilidad

emocional. Volverás a ser una feliz estudiante si todo

sale bien, Helen. Pero lo más importante es que si

conseguimos sacarte de aquí, dada la gravedad de tu caso,

será lo suficientemente trascendental como para llamar la

atención de la Administración y financiar la erradicación

de estos casos. Básicamente ­sonrisa ensayada­, vas a

salvar la vida de lo que podrían ser cientos de jovenes.

Entonces, ¿vas a ayudarme en todo lo que puedas?

Fuera de los pasillos blancos de la Administración

siento que puedo respirar más agusto. El nudo de la

garganta ha desaparecido. También tiene que ver lo de la

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niña. Está totalmente de nuestro lado, esta va a ser la

jugada maestra. Tengo que combinar su discurso con el de

Alexander y otorgar a todo la coherencia perfecta. Será un

bloque sólido y el dinero llegará. Pita la muñeca mientras

me muevo entre las hileras de vehículos hacia mi coche.

Ante mi aparece la cara de la abogada. Fue bien, ella está

tranquila y confía plenamente en nosotros. Parece fuerte,

no creo que se desequilibre durante el proceso que vamos a

iniciar. Sabe que de ello depende su libertad. Eso está

bien, digo sin ocultar la sonrisa del triunfo. Mi

expediente es impecable, Sr. Hatshushi, más le vale que

todo esto no suponga la primera mancha, no entiendo

demasiado de medicina psicológica, pero he decidido

asociarme con usted por los claros beneficios que me

reportará, pero recuerde, que si fallamos, usted me deberá

una importante suma de créditos. Todo está saliendo como

debe salir. Además creo que hemos encontrado una fuente

importante con estos dos. Si conseguimos que nos indiquen

los lugares donde ocultan los libros, quizá podamos hallar

el foco de la enfermedad. Puede que esto sea más grande de

lo que imaginamos por el momento, señorita, pero puedo

asegurarle, que usted y yo vamos a conseguir revolucionar

la medicina con el descubrimiento de este nuevo síndrome.

Si lo que le preocupa es el dinero, puede ir escogiendo una

farmacéutica del catálogo. Nos mantendremos en contacto. La

cara desaparece y parece que siento una agradable brisa

entre las columnas grises del estacionamiento. Disfruto

silbando una canción mientras sigo caminando hacia mi

vehículo.

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Literamita o Dinatura

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Romper el tiempo

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Los e;bÉs se darÁn x

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su propio libro.

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