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Describo a un animal Danko es un caballo, se diría que el Pegaso del carruaje de los grandes dioses. Su pelo es del color del corazón de una hoguera en pleno esplendor. Sus crines parecen cabellos de un ángel caído del cielo. Su andar equivale a miles de tambores retumbando. Cuando el pasea con elegancia, el sol radiante aparece en forma de media naranja y se queda ciego por la gran belleza de ese ángel cuadrúpedo. Las flores se dan la espalda avergonzadas por su belleza, pues parece la del segundo rayo de la mañana el primer día de primavera después de un largo y frio invierno. Su hocico negro como la noche produce una suave brisa caliente al expulsar el aire que antes ha respirado. Su cola y su crin blancas cuál camisón de una bella princesa antes de acostarse en su señorial cama, se agitan como una bandera blanca de tregua en plena guerra. Sus ojos te reflejan sabiduría, placer, belleza y el gusto de ser salvaje. Tan salvaje como una paloma blanca al atardecer. Sus patas, fuertes, parece que puedan hacerle volar. Despega hacia el otro mundo, el mundo de la belleza, al que ningún otro ser puede llegar a alcanzar.

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Describo a un animalDanko es un caballo, se diría que el Pegaso del carruaje de los grandes dioses.

Su pelo es del color del corazón de una hoguera en pleno esplendor. Sus crines parecen cabellos de un ángel caído del cielo.

Su andar equivale a miles de tambores retumbando. Cuando el pasea con elegancia, el sol radiante aparece en forma de media naranja y se queda ciego por la gran belleza de ese ángel cuadrúpedo.

Las flores se dan la espalda avergonzadas por su belleza, pues parece la del segundo rayo de la mañana el primer día de primavera después de un largo y frio invierno.

Su hocico negro como la noche produce una suave brisa caliente al expulsar el aire que antes ha respirado.

Su cola y su crin blancas cuál camisón de una bella princesa antes de acostarse en su señorial cama, se agitan como una bandera blanca de tregua en plena guerra.

Sus ojos te reflejan sabiduría, placer, belleza y el gusto de ser salvaje. Tan salvaje como una paloma blanca al atardecer.

Sus patas, fuertes, parece que puedan hacerle volar.

Despega hacia el otro mundo, el mundo de la belleza, al que ningún otro ser puede llegar a alcanzar.

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