Vida e Hombre de Dios

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Hace poco más de veinte años, vivía en Belém do Pará y tenía una pequeña empresa de equipos de incendio. Estaba lleno de deudas, pero no quería saber de Dios. Mi esposa fue primero a la Universal, sufría mucho por mi causa, pues yo era adicto a las bebidas y odiaba a la iglesia, tenía una visión equivocada. Decía: "¡No piso esa iglesia ni muerto!" Tenía odio, incluso cruzaba la calle para no pasar la puerta de la Universal. Pero ella perseveró, luchó por mí y, principalmente, por ella, pues entendió que para ayudarme, tenía que estar bien. Ella ya era obrera cuando decidí ir a la Universal. Quería pagar las deudas, pero desde el principio entendí que si buscaba a Dios, sería fácil conseguir las demás cosas. Entonces me concentré en Él, puse toda mi fuerza para encontrarlo. La empresa creció, yo estaba prosperando. Pero después de conocer al Señor Jesús, eso ya no me llenaba. Solo quería llevarles a otras personas lo que había encontrado en la Universal. Quería ganar almas. Sabía que el día que terminara de pagar las deudas, Dios me llamaría. Fue dicho y hecho. Apenas me quité las deudas de encima, fui llamado al Altar. Y dejé todo. En esos momentos las personas piensan que uno es loco, pero no me arrepiento y lo haría todo de nuevo. Tenía dos hijos pequeños y salimos todos de Belém hacia Santa Catarina. Muchos lugares nos marcaron. Me acuerdo de Laguna, hace unos 15 años. Era un cine antiguo, del otro lado de la calle había una laguna. Cuando hacía frío, a la mañana temprano, una tiniebla helada se levantaba de la laguna y entraba en la iglesia. Hoy estoy acostumbrado al frío, pues ya pasé por todos los estados del Sur, pero al principio fue un desafío.

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Hace poco más de veinte años, vivía en Belém do Pará y tenía una pequeña empresa de equipos de incendio. Estaba lleno de deudas, pero no quería saber de Dios. Mi esposa fue primero a la Universal, sufría mucho por mi causa, pues yo era adicto a las bebidas y odiaba a la iglesia, tenía una visión equivocada. Decía: "¡No piso esa iglesia ni muerto!" Tenía odio, incluso cruzaba la calle para no pasar la puerta de la Universal.

Pero ella perseveró, luchó por mí y, principalmente, por ella, pues entendió que para ayudarme, tenía que estar bien. Ella ya era obrera cuando decidí ir a la Universal. Quería pagar las deudas, pero desde el principio entendí que si buscaba a Dios, sería fácil conseguir las demás cosas. Entonces me concentré en Él, puse toda mi fuerza para encontrarlo.

La empresa creció, yo estaba prosperando. Pero después de conocer al Señor Jesús, eso ya no me llenaba. Solo quería llevarles a otras personas lo que había encontrado en la Universal. Quería ganar almas. Sabía que el día que terminara de pagar las deudas, Dios me llamaría. Fue dicho y hecho. Apenas me quité las deudas de encima, fui llamado al Altar. Y dejé todo. En esos momentos las personas piensan que uno es loco, pero no me arrepiento y lo haría todo de nuevo.

Tenía dos hijos pequeños y salimos todos de Belém hacia Santa Catarina. Muchos lugares nos marcaron. Me acuerdo de Laguna, hace unos 15 años. Era un cine antiguo, del otro lado de la calle había una laguna. Cuando hacía frío, a la mañana temprano, una tiniebla helada se levantaba de la laguna y entraba en la iglesia. Hoy estoy acostumbrado al frío, pues ya pasé por todos los estados del Sur, pero al principio fue un desafío.

Sí, fue difícil, pero muy bueno, porque cuanto más encontramos dificultades para ganar almas para Jesús, más disposición tenemos de trabajar, de luchar por esas almas. Cuando llegamos, había 30 personas en la iglesia, con el pasar del tiempo, fue aumentando el número, las personas fueron siendo curadas, las vidas eran transformadas.

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Otro lugar relevante en este comienzo, en Santa Catarina, fue Tijuca. Era también un cine, vivíamos atrás de la iglesia, en una casita que nosotros mismos pintamos. Mis hijos no tenían más que cuatro años. La casa, humanamente hablando, era simple, pero éramos felices y pasábamos el día ayudando a las personas.

La mayor lucha es la resistencia de las personas a aceptar la Palabra que puede librarlas. Nuestra voluntad es la de traerlas a la casa de Dios y mostrarles que sus vidas tienen una solución, que es Jesús, y que Él puede cambiar cualquier situación. El mal lucha, pues no quiere que las personas descubran que pueden ser felices. El esfuerzo siempre fue grande en este sentido, de llevar a las personas a entender que sí existe una solución.

Íbamos a hacer visitas a las casas, a veces era lejos, calles de tierra, no había asfalto, nada. Casas de madera, en el medio de pastizales, casi nos perdimos algunas veces, pero salíamos de allí renovados porque éramos usados por Dios para ayudar a esas personas. El sacrificio siempre valió la pena. Vi a mucha gente siendo curada, liberada y recibiendo una nueva vida.

En esa casita en la que vivimos, aparecían muchos coatíes, interesados en un árbol que teníamos en el fondo. A veces entraban a casa. Mi hijo, Jonatha, era pequeñito y tenía mucho miedo de que invadieran a la noche. Lo recuerdo, a la hora de dormir, preguntándole a mi esposa: "Mamá, ¿el coatí va a entrar en mi habitación?" Y mi esposa diciéndole: "No, hijo, ya oré y Dios no va a dejar que el coatí entre a casa".

El sacrificio era de toda la familia, de los niños, que terminaron teniendo que sacrificar con nosotros. Pero vimos a muchas personas cambiando de vida, y las almas siendo ganadas eran nuestra alegría y nuestro salario.

Me acuerdo de otro caso que me marcó demasiado. Nos quedábamos en la puerta de la iglesia evangelizando, llamé a un motoquero que estaba pasando, le di un periódico y le pregunté si aceptaba una oración. Él aceptó y entró conmigo a la iglesia, manifestó con un espíritu y lo liberamos. Después, me dijo: "Pastor, vi que Dios existe.

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Cuando usted me llamó, estaba por tirarme del viaducto con la moto. Iba a matarme."

Ayudamos a ese muchacho, él se bautizó, terminó siendo obrero. Si no hubiéramos estado en la puerta evangelizando, ese muchacho se habría matado. Después de mucho tiempo, supe que él estaba firme como obrero, ganando almas. ¡Eso es más valioso que cualquier dinero de este mundo! ¡Un muchacho que ganamos para Jesús, hoy está ganando almas!

Pasamos por varias ciudades, como Porto Alegre, Caxias do Sul, Recife, Laguna, Joinville, Tubarão, Tijuca, Curitiba, Chapecó, Ibituba, entre tantas otras… Mis hijos acompañaron todos nuestros cambios y todas las dificultades. Sacrificaron sin elección, pues eran muy jóvenes. Hace tres años, en Porto Alegre, mi hijo ya era obrero, tenía 17 años, y el Obispo Emerson Carlos me preguntó por qué él no hacía la obra. No supe responder, solo dije que dependía de la elección de Jonatha. Mi hijo nunca me había dicho que quería ser pastor. Pero un día, incluso sin que yo le dijera nada, él dijo: "Padre, quiero hacer la obra". Entonces, en una Hoguera Santa, entregué a mi hijo en el Altar. El sacrificio fue perfecto. Entregué el sacrificio material; y también el espiritual, que fue mi hijo en el Altar, pues llevamos su valija a la iglesia ese día de Hoguera Santa. Yo dije: "Dios, está aquí: además de mi sacrificio físico, entrego a mi hijo en este Altar". Lo crié durante solo 17 años, y sabía que lo estaba criando para Dios.

Cuando mi esposa y yo volvimos a casa, al entrar en su habitación nos dimos cuenta de que estaba vacía para siempre. Pero ese vacío nos trajo una alegría, porque sabíamos que lo habíamos entregado en el Altar para hacer la obra de Dios. Claro que tenía dolor por la separación, pues somos humanos, pero mi mayor alegría hoy es ver a mi hijo haciendo lo que yo hago, que es ganar almas.Después de algún tiempo, él estaba en una pequeña ciudad de la Gran Porto Alegre e iba a hacer una concentración. Era una calle de tierra y parecía que no llegaba nunca. Un lugar muy humilde. De lejos lo vi, en una cancha de fútbol, cerca de un negocio del Agente de la Comunidad, arriba de un auto con parlantes. Cuando lo vi, me vi. Orando por las personas necesitadas, ayudando con alimento, haciendo un trabajo social. Para mí, eso vale más que cualquier cosa.

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Hoy tiene 20 años y está cuidando una iglesia en Rio Grande do Sul. Mi hija es obrera y se va a casar con un pastor. Es todo lo que a un padre de familia le gustaría tener. Los hijos sirviendo a Dios y una esposa de Dios, que es compañera en los momentos de lucha y de victorias.

Nos involucramos con el pueblo y terminamos viviendo lo que el pueblo vive, entonces lo que menos importa es la dificultad que pasamos. Y Dios siempre nos honra. Con Él, somos felices en cualquier lugar. El apóstol Pablo dice que el hombre de Dios aprende a vivir tanto en la abundancia como en la necesidad. Cuando usted tiene el Espíritu Santo, nada en este mundo lo llena, porque lo principal ya lo tiene.

Sin el Espíritu Santo, no vencemos nada. Con el Espíritu Santo, pasamos todo, pero aun pasando por luchas, las luchas no son nada. Cuanto mayor es la dificultad, mayor es la fuerza que recibimos.

Pastor Marco Pinheiro Dias