Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

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ELIZABETH GASKELL

Vida de Charlotte Brontë

Traducción de Angela Pérez

Alba

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Sinopsis

Vida de Charlotte Brontë se publicó en 1857, dos años después de la muerte de Charlotte,escrita por Elizabeth Gaskell, buena amiga de la autora, a instancias del propio padre de lanovelista.

Se trata de una vida trágica, comparable a cualquiera de sus novelas; huérfana de madredesde muy joven, Charlotte tuvo que cultivar la imaginación para escapar de una vida llena deprivaciones.

Título Original: The Life of Charlotte BrontëTraductor: Pérez, Angela©1857, Gaskell, Elizabeth©2001, AlbaISBN: 9788484289401Generado con: QualityEbook v0.72

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INTRODUCCIÓN

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La Vida de Charlotte Brontë se considera no sólo una de las mejores biografías escritas eninglés sino también una de las mejores obras de la escritora Elizabeth Gaskell, cuyas novelas yrelatos le han proporcionado un gran prestigio literario. Cuando el padre de Charlotte Brontë pidióen 1855 a la señora Gaskell que escribiera y publicara una historia de la vida y de las obras de suhija, «breve o larga, como usted juzgue más conveniente y apropiado»,1 la escritora ya habíapublicado tres novelas largas, acogidas con grandes elogios, aunque no siempre con aprobación.También había publicado una amplia serie de artículos y cuentos, entre los que si bien Cranford esel más memorable, es sólo un ejemplo y especialmente popular. La Vida de Charlotte Brontëmarcaría un hito en la carrera literaria de su autora. Las tres novelas que ya había publicado (MaryBarton, 1848; Ruth, 1853 y Norte y Sur, 1855) se centraban en temas sociales y habían provocadotanta polémica como admiración. La biografía de Charlotte Brontë, lejos de aplacar esastensiones, involucró a la autora en tanta controversia que seguramente volvió al género novelescocon verdadero alivio. En realidad, ninguna de las obras posteriores de Elizabeth Gaskell, en lasque vuelve a los ambientes provincianos o históricos, como en el caso de Los amantes de Silvia, lesupondría la tensión mental y emocional que debía parecerle consecuencia inevitable de lacreación literaria.

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Charlote Brontë murió el último día de marzo de 1855. Llevaba entonces casada casi nuevemeses con el reverendo Arthur Bell Nicholls, coadjutor de su padre. Su muerte se debió sin duda ala combinación de la misma afección tuberculosa que había acabado con la vida de su hermano yde sus dos hermanas en nueve meses (1848-1849), y del embarazo confirmado, que habría sidodesastrosa en cualquier mujer de treinta y nueve años y de constitución física tan frágil como lasuya. La muerte de Charlotte tuvo consecuencias inevitables para los dos últimos miembros delcírculo familiar: su padre, el indómito Patrick, que contaba entonces setenta y ocho años, y suesposo, el coadjutor por quien Patrick había demostrado como mucho una vaga consideración. Encierto sentido no hay nada más penosamente irónico en toda la historia de la familia Brontë que elhecho de que Patrick se viera confinado en la rectoría sus últimos seis años como vicario titular deHaworth con el viudo de su hija, por quien nunca llegó a sentir afecto, pero cuyo sentido del deberle obligó a ocuparse del anciano hasta el final de su larga y trágica existencia.

La muerte de Charlotte produjo un sentimiento de pérdida igualmente profundo en el mundoliterario. Su fama se basaba en la publicación de tres novelas importantes, Jane Eyre (1847),Shirley (1849) y Villette (1853); y, a un nivel más prosaico, resultó acrecentada por la curiosidadque despertaba una autora cuya vida privada había transcurrido oculta por un seudónimo en un

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remoto pueblo del condado de York, aunque con transparencia creciente. Las visitas ocasionalesque Charlotte había hecho a Londres y que la señora Gaskell relata en la biografía tuvieron queresultar todo un acontecimiento precisamente por su afán casi paranoico de pasar inadvertida, ypor ello fue inevitable que a su muerte siguiera una serie de notas necrológicas cuya precisión ygusto fueron reemplazados en buena medida por especulaciones. En estas circunstancias, PatrickBrontë, a instancias de Ellen Nussey, la mejor y más antigua amiga de Charlotte, pidió a la señoraGaskell que escribiera y publicara la que vendría a ser una biografía oficial.

Elizabeth Gaskell era sin duda la candidata idónea para el cometido. Había conocido aCharlotte en la residencia ribereña de sir James y lady Kay Shuttleworth en agosto de 1850.Ambas novelistas mantuvieron correspondencia a raíz de aquel primer encuentro y, lo que quizásea más significativo si tenemos en cuenta la ansiedad que le causaba a Charlotte tanto hacercomo recibir visitas, ambas visitaron sus respectivos hogares. Charlotte fue tres veces a PlymouthGrove, el hogar de la señora Gaskell en Manchester; y en 1853 la señora Gaskell recibió unainvitación a Haworth, donde conoció a Patrick Brontë, a quien agradó, y que a su vez, como noscuenta en la biografía, la impresionó a ella claramente y en modo alguno de forma negativa. Sibien por ambas partes las visitas fueron escasas, el simple hecho de que se produjeran, teniendo encuenta la vacilación de Charlotte acerca de las relaciones sociales, demuestra la simpatíarecíproca que sentían ambas novelistas. El alcance de los sentimientos de Charlotte haciaElizabeth puede medirse por la admiración declarada por su obra, en concreto por Ruth, y por elafecto menos solemne pero no menos significativo que demostró por las hijas de la señoraGaskell. Pues el hecho de que Charlotte venciera su antipatía innata hacia los niños en este casoera prueba inequívoca de su cariño. Parece que la señora Gaskell no pudo corresponder de igualmodo a los elogios literarios de su amiga. Aparte de la minuciosa descripción de la génesis deJane Eyre, cuyo reconocimiento público como obra maestra parece aceptar la autora de la Vida deforma un tanto automática, y de la descripción de las dificultades que afrontaron las hermanasBrontë en sus primeros intentos de publicar sus escritos, los comentarios que hace en la biografíasobre las novelas bronteanas se limitan en general a relacionarlas con circunstancias e incidentesconcretos de la vida de las autoras, o a registrar las reacciones de las reseñas críticas. Loscomentarios suelen ser generales, y así, por ejemplo, en el capítulo II del volumen II, dedica sólouna página a «Currer Bell» y vuelve a «Charlotte Brontë» después de esta observación:

A partir de entonces, la existencia de Charlotte Brontë se divide en dos corrientes paralelas:su vida como «Currer Bell», la autora; y su vida como «Charlotte Brontë», la mujer.

Y en esa misma página concluye el análisis de las novelas bronteanas con esta notaespeculativa:

Tal vez hubiese sido preferible que hubieran descrito sólo a personas buenas y agradables,que hacen sólo cosas buenas y agradables (en cuyo caso podrían no haber escrito nunca). Sólodiré que jamás, en mi opinión, mujeres tan asombrosamente dotadas ejercitaron sus talentos conmás pleno sentido de la responsabilidad. En cuanto a los errores, se hallan ahora (como autoras ycomo mujeres) ante el trono de Dios. (Véase p. 373.)

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Hay un pasaje igualmente vacilante al final de la Vida (pp. 559-560) en el que la autora analizala «vulgaridad» que se había reprochado a las novelas de Charlotte Brontë, y en el que advertimosde nuevo cierto embarazo por su parte. Los lectores de las novelas de la señora Gaskell estaránfamiliarizados con el tono evasivo que la autora suele adoptar cuando aborda un problema moralque preferiría eludir (véase, por ejemplo, el tratamiento que hace de la huelga en Mary Barton, osu ambigüedad sobre el grado de responsabilidad de la protagonista de Ruth por lo que le pasa).Creo que todo parece indicar que la señora Gaskell conocía y admiraba en muchos aspectos lasobras de las hermanas Brontë, pero que la inquietaban un poco.

La torpeza en cuanto al juicio literario quizá indique una disparidad mayor entre biógrafa ybiografiada. Ya he apuntado que Charlotte era una reclusa por temperamento y circunstancias,aunque reacia. Además, su profunda sensibilidad emocional y su inestabilidad psicológica,intensificadas por su situación, sólo podían hallar una salida indirecta en sus novelas, que suscontemporáneos consideraron a veces inquietantes desde el punto de vista de las normas decomportamiento establecidas. Era tan intolerante como impredecible en sus juicios políticos,religiosos y literarios, y sentía un desprecio por el éxito social debido probablemente a la envidia,que es consecuencia natural de un sentimiento de represión. Un ejemplo de ello es su desconciertoacerca de Thackeray: primero decide idolatrarlo, y luego se inquieta al descubrir ciertaambigüedad moral en el empleo de sus talentos. El duque de Wellington era un héroe mucho másfiable. La señora Gaskell, en cambio, no sólo era la feliz madre de una familia a todas luces bienintegrada, sino también una escritora prestigiosa por derecho propio. Disfrutaba claramente de lacompañía de los conocidos intelectuales y literarios que su carrera le había deparado y aceptaba debuen grado el placer de viajar al extranjero sin más. Llevaba en conjunto una vida cultural queapenas queda reflejada en el comentario tergiversador que hace lord David Cecil, en su EarlyVictorian Novelists, de que era una «paloma» que «desempeñaba con decoroso entusiasmo losdeberes propios de la esposa de un ministro unitario [y] consideraba al hombre el señorbenevolente y legítimo de su sexo». En realidad, todas las pruebas con que contamos indican quela situación doméstica y social de los Gaskell era mucho más refinada, por no decir compleja, delo que parece dar por sentado ese juicio.

Si consideramos las diferencias que existían entre Elizabeth Gaskell y Charlotte Brontë nosvemos obligados a reconocer que su amistad en realidad fue una combinación de ideas afines ydispares; y el hecho mismo de que se hicieran amigas pese a sus disparidades es paradójicamenteun tributo a la fuerza de su amistad. Creo que se combinaron dos factores para dar lugar a larelación cuyo fruto a la larga sería esta biografía. En primer lugar, y fueran cuales fueren lasdiferencias patentes de su experiencia social y de su comportamiento, ambas mujeres compartíanla misma fe religiosa y, sobre todo, la idea de que la verdadera expresión de esa fe tenía quehallarse en la supeditación al deber; la ética se manifiesta en toda la obra de la señora Gaskell y asu vez en toda la vida de Charlotte Brontë. En segundo lugar, es evidente que desde el principio desu relación la señora Gaskell vio en Charlotte Brontë la encarnación de todas las cualidades conque había dotado ella a sus personajes de ficción. Pero esta afirmación podría insinuar un interéscasi impropio en la relación por parte de Elizabeth Gaskell que, a mi entender, puede inducir aerror: en la primera frase del segundo capítulo de la biografía, la autora se refiere con pleno

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convencimiento a «mi querida amiga Charlotte Brontë». No obstante, la semejanza de la situaciónde Charlotte Brontë y la de las heroínas de las novelas de Elizabeth Gaskell es tan notable, y tuvoconsecuencias tan evidentes en la biografía propiamente dicha, que no podemos pasarla por alto.

Como ya he indicado, la idea de que la señora Gaskell escribiera la biografía de CharlotteBrontë partió inicialmente de Patrick Brontë, aunque dio la casualidad de que quince días antes deque él se lo propusiera la autora había escrito por iniciativa propia a George Smith, el editor deCharlotte Brontë, manifestándole:

[...] si vivo lo suficiente y no hay nadie a quien tal testimonio pueda ofender, publicaré lo quede ella sé, y haré que el mundo (si mi fuerza expresiva me lo permite) honre a la mujer tanto comoha admirado a la escritora.

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Las prioridades expresadas son significativas a la luz de cómo se escribió la biografía; y pocosdías después vemos esta carta complementada con una mucho más larga, también dirigida aSmith, llena de recuerdos de Haworth, y que de nuevo concluye manifestando de forma máspositiva su confianza:

[en que] llegue el día en que se conozca su triste y desesperada vida y el hermoso carácter queforjó de ella (Gaskell Letters, pp. 345-346).

Todo parece indicar que la petición de Patrick Brontë llegó en un momento casitelepáticamente oportuno.

La fascinación que la vida de Charlotte Brontë ejercía en Elizabeth Gaskell no se hizo patentedespués de su muerte, sino ya en el primer encuentro de ambas en casa de Kay Shuttleworth en elverano de 1850.

La señora Gaskell pasó entonces sólo tres días con Charlotte, tras lo cual explica en una largacarta a su amiga Catherine Winkworth sus impresiones de forma tan precisa y hace una serie decomentarios sobre la situación de Haworth tan detallados que yo creo que no exagero si digo queesa carta representa en cierto modo la biografía misma en estado embrionario. «No tenía ni ideade que pudiera existir una vida como la de la señorita Brontë», escribe, y pasa a perfilar con tododetalle, al parecer basándose en lo que le había explicado lady Kay Shuttleworth, la historia de unaheroína victoriana que no habría osado inventar ningún novelista. Como ya he indicado, CharlotteBrontë poseía todas las cualidades para ser protagonista de una novela de Elizabeth Gaskell: teníala responsabilidad de cuidar a un padre viudo y problemático en las circunstancias menosalentadoras, igual que Mary Barton, o Margaret Hale de Norte y Sur, y, en menor grado, comoMolly Gibson de Esposas e hijas; tuvo que afrontar de la forma más directa y personal la crudarealidad de la enfermedad y de la muerte, como las heroínas de las novelas; y, pese a todo ello,sobrevivió con su integridad moral fortalecida por una abnegación sobrehumana. Ningúnargumento jamesiano fue nunca más explícito: en aquel primer encuentro sólo faltaba el final delmatrimonio feliz que, aunque breve, aportaría Arthur Bell Nicholls. En su lugar, encontramos estaominosa observación: «Parece bastante probable que haya contraído también tisis». (La parteesencial de esta carta es demasiado larga para citarla en esta introducción y la incluyo en elApéndice B. Puede consultarse la carta completa en Gaskell Letters, pp. 123-126.)

La imaginación literaria de Elizabeth Gaskell se vio así excitada desde el principio por lascircunstancias de la vida de Charlotte Brontë, y las consecuencias de su instinto de novelistatendrían extraordinaria importancia en la biografía. Pero hay que tener en cuenta también otroelemento que viene a complicar cualquier valoración de la Vida, y que concierne a los aspectosconcretos del gusto literario victoriano que la biografía como género se prestaba a satisfacerespecialmente y que explica la proliferación de obras de este género en todo el periodo.

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En el Prólogo a Eminent Victorians, publicado en 1918, Lytton Strachey lamentaba la escasa

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importancia que se daba en Inglaterra a la biografía como género literario; y, al hacerlo, definía laque él consideraba la debilidad característica de las obras de sus predecesores inmediatos en estecampo:

Parece que el arte de la biografía está pasando un mal momento en Inglaterra. Bien es ciertoque se han escrito algunas obras maestras, pero aquí nunca ha existido una gran tradiciónbiográfica como en Francia [...] En nuestro caso, la rama más delicada y más humana del arteliterario se ha relegado al oficial de las letras; no comprendemos que quizá sea tan difícilescribir una buena vida como vivirla. Los dos gruesos volúmenes con que es nuestra costumbrehonrar a los difuntos —¿quién no los conoce, con su masa de material indigesto, su estilodescuidado, su tedioso tono de panegírico, su lamentable falta de selección, de objetividad, deestructuración?— son tan familiares como el cortège fúnebre y tienen el mismo aire de lentabarbarie. Uno se siente tentado a suponer que algunas han sido escritas por el encargado depompas fúnebres como tarea final de su trabajo.

Resulta tentador especular si al expresar tal analogía Strachey estaría pensando en sir LeslieStephen, que dirigió la edición del Dictionary of National Biography desde su inicio en 1882 hastaque se retiró por enfermedad en 1891, como artífice, en palabras de Strachey, del mausoleo másgrande de todos los tiempos. Cabría argumentar que las preferencias de Strachey eran diseccionarel cadáver en vez de darle un enterramiento digno; pero sus comentarios son interesantes porquedefinen a su peculiar modo tanto la forma que había adoptado la biografía en el siglo XIX como elcarácter de su significación. Esos «gruesos volúmenes» (que en muchos casos eran tres) fueron unfenómeno de la literatura victoriana al que quizá haya prestado poca atención el historiador de laliteratura.3 De su proliferación da buena prueba La Vida de Charlotte Brontë . En los paquetes delibros que sus editores enviaban amablemente a Charlotte figuraban invariablemente ejemplarescomo La vida de Arnold (1844), de Stanley, cuyo derecho al título de clásico no puede negarse, yejemplos menos notables del género, como Representative Men (1844) de Emerson —una especiede Heroes and Hero-Worship transatlántico4— y los seis volúmenes de Life and Correspondence(1849-50) de su padre que escribió C. C. Southey. Muchas de esas obras en realidad eranmanifestaciones de devoción filial o conyugal como, por ejemplo, Life and Letters de su marido,escrito por la señora Kingsley en dos volúmenes (1877); pero fueran cuales fueren su origen y sucalidad, la demanda de biografías era considerable, como indicaban los catálogos de laseditoriales y la atención que recibían en las reseñas críticas. El Dictionary of National Biography,cuyo último tomo se publicó en 1900, fue realmente la culminación apropiada tanto del génerocomo del gusto que satisfacía.

Es fácil comprender el interés por la biografía de los lectores victorianos. Tenía el mismoaliciente que la novela, que se suele considerar que alcanzó su plena madurez en el mismoperiodo, el de una narración con un propósito implícitamente moral; pero en realidad aventajaba ala novela porque era «real», añadiendo interés histórico al carácter imaginativo. Esa aparenteventaja se convirtió pronto en causa de un conflicto de prioridades insoluble, pero la oportunidadde ensalzar a los grandes hombres, como tributo a los difuntos y como ejemplo para los vivos, erainvariablemente demasiado bien acogida para dejarla pasar en una época en la que el logro

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personal y el mérito moral iban inextricablemente unidos. Carlyle expuso el interés del lector porla biografía en una crítica de la edición de Croker de 1831 de la Vida de Johnson, de Boswell(reeditada posteriormente con el título de Biografía):

Qué inefable satisfacción conocer a nuestro semejante; examinar su interior, comprender susmotivaciones, desentrañar plenamente su misterio; y no sólo examinar su interior, sino también elexterior, ver el mundo entero como lo vio él; de tal forma que podemos interpretarlo teóricamentey casi podríamos representarlo en la práctica; ¡y ahora discernimos plenamente tanto la clase dehombre que es como lo que logró realizar y por lo que perdura! [...] no sólo en el discurso comúnde los hombres, sino en el arte general también, que es o debiera ser la esencia concentrada ypreservada de lo que los hombres pueden explicar y demostrar, la biografía es casi lo úniconecesario [...]

Después de censurar «la ficción, [que] mientras su inventor sabe que está inventando, es máspartícipe de lo que imaginamos de la naturaleza de mentir», Carlyle exhorta al lector a considerarlo «admirable que puede ser el hecho histórico más insignificante comparado con el sucesoficticio más grandioso». Resulta curioso, por no decir divertido, ver a Carlyle y a Lytton Stracheydefender al unísono la preeminencia de la biografía como género literario; y Carlyle teníaintereses personales en el asunto, por supuesto. En muchos casos, sin embargo, nos da la clavepara comprender un fenómeno victoriano intelectual y literario. Sus consejos se siguieron, adiversos niveles, desde su Live of Starling (1851), por ejemplo, hasta Lives of the Engeneers(1874), de Samuel Smiles. De vez en cuando se manifestaron recelos acerca de los motivos de labiografía como género y acerca del gusto que la pedía. Pero no se plantearon objeciones seriashasta que no empezaron a manifestarse plenamente las consecuencias de la demanda debiografías. Mientras tanto, las editoriales siguieron satisfaciendo la demanda.

Entre todas las pruebas de que podía disponer el biógrafo victoriano, la más asequible era lacorrespondencia de la persona biografiada. La forma habitual de las biografías era Vida y cartas, amenudo en dos volúmenes, cada uno dedicado a un aspecto; una variante más sutil consistía enintercalar la correspondencia con los comentarios del biógrafo, método que empleó de formaadmirable Carlyle en su Letters and Speeches of Oliver Cromwell (1845) y más discretamente, porejemplo, J. W. Cross en su Vida de George Eliot (1885). La Vida de Charlotte Brontë en realidades una variante de la segunda forma; en determinado momento de la obra, la señora Gaskellexpone explícitamente el lugar que la correspondencia de su biografiada ocupará en susprioridades:

Ateniéndome a la convicción, que he abrigado siempre, de que cuando puedan emplearse laspalabras de Charlotte Brontë no debían ocupar su lugar otras, tomaré extractos de esta serie [esdecir, de las cartas de Charlotte Brontë] por orden cronológico. (Véase p. 321.)

Tan abundante uso de la correspondencia era, por supuesto, una prolongación lógica de lasalegaciones en favor de la biografía como encarnación de la «verdad», si bien la misma diligenciade muchos biógrafos en localizar e incluir el mayor número de cartas posible tuvo consecuencias

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que, de haberse previsto, parece que no los hubieran disuadido de su búsqueda. Por supuesto, elproblema estaba y ha estado siempre implícito en la biografía conmemorativa: los objetivos delhagiógrafo apenas se sirven mejor de los métodos de la investigación científica. El problema eraespecialmente grave para los victorianos, no obstante, por su fe en las enseñanzas del méritomoral de los individuos representativos y su fe concurrente aunque apenas complementaria en elinnegable valor de los «hechos reales». Añádase a eso que la biografía, por su propio carácter,plantea los aspectos contrapuestos de veracidad y discreción, y se comprenderá fácilmente que nosólo la Vida de Charlotte Brontë , sino también muchas otras grandes biografías de la épocavictoriana, desde la de Scott, de Lockhart (1836-1838), hasta la de Carlyle, de Froude (1882-1884), desataron los nervios de sus lectores de forma especialmente dolorosa. Tennyson habíapublicado un poema ya en 1849 («A—, tras leer una vida y cartas»), en el que comentabamordazmente el carácter indiscreto de las actividades del biógrafo:

Pues ahora el Poeta ya no puede morirseni abandonar su música como antaño lo hacía,sin que a su alrededor empiecen a sentirselos gritos y el escándalo en cuanto él se enfría.

El propio Tennyson se preocupó morbosamente por la posible revelación pública de su vida ytomó medidas para evitar las intrusiones después de la muerte (parece ser que también lo hizo laseñora Gaskell); pero la preocupación general por la invasión del biógrafo en la intimidaddoméstica ciertamente había sustituido la confianza de Carlyle en el valor del género bastanteantes de que acabara el siglo. Y así, Thomas Love Peacock escribía en 1858:

Ningún hombre está obligado a escribir la vida de otro. Ningún hombre está obligado a contaral público todo lo que sabe. En cambio, sí está obligado a callar lo que pueda perjudicar losintereses o herir los sentimientos de los vivos, sobre todo cuando éstos no han calumniado enmodo alguno a los difuntos... (cit. J. L. Clifford, Biography as an Art, p. 94).

Y en 1883, la señora Oliphant, en un artículo largo titulado «La ética de la biografía»publicado en Contemporary Review, esbozaba el carácter general de las responsabilidades yproblemas del biógrafo con tanto vigor que la empresa parecía casi irrealizable:

El problema de hasta dónde debe permitirse al mundo entrar en esos santuarios e invadir laintimidad que toda persona tiene derecho a guardar para sí es uno en que la delicadeza de suspercepciones y ese buen gusto del corazón, que ninguna norma artificial puede suplir, soportaránuna dura prueba (cit. Clifford, op. cit., p. 100).

Elizabeth Gaskell se entusiasmó tanto con la idea de cumplir la petición de Patrick Brontë,que, aunque cada vez comprendía mejor las dificultades de la tarea del biógrafo, se negó apermitir que éstas la disuadieran. Como novelista de éxito, realmente podía abordar con confianzala organización de una obra extensa; sólo la experiencia le demostraría lo difícil que resultaba al

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biógrafo victoriano conciliar los aspectos contrapuestos implícitos en su arte.

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Elizabeth Gaskell recibió una carta de Patrick Brontë pidiéndole que asumiera la tarea deescribir la Vida el 16 de junio de 1855; dos días más tarde, la autora escribió a George Smith, eleditor de Charlotte Brontë, comunicándole su intención de iniciar la obra de inmediato:

Me he tomado un tiempo para considerar la propuesta [...] pero he aceptado escribirla lomejor que pueda [...] Estoy deseando cumplir a plena satisfacción el grave deber que se me haimpuesto. Eso confirma mi decisión de ir a Haworth, pues ahora tengo que ver al señor Brontë, yme haría usted un grandísimo favor si me confiara cualquier información que tenga sobre ella yque esté dispuesto a divulgar [...] (Gaskell Letters, pp. 349-350)

La señora Gaskell fue a Haworth el mes siguiente; allí encontró no sólo a Patrick Brontë, sinotambién a Nicholls, cuyo tibio entusiasmo por el proyecto le pareció preocupante. «Él erapartidario de que no se escribiera, pero cedió al impetuoso deseo del señor Brontë; y me bajó todoel material que podía facilitarme: una docena de cartas [de Charlotte], dirigidas casi todas a suhermana Emily, algunas a su padre y a su hermano y una a su tía» (Gaskell Letters, p. 361).Nicholls se mostró siempre contrario al proyecto, pero prestó a la señora Gaskell la inestimableayuda de aconsejarle que acudiera a Ellen Nussey si lo que quería era correspondencia; y EllenNussey cumplió su cometido proporcionándole unas 350 cartas. Ellen Nussey pertenecía al grupode amigas que hizo Charlotte Brontë en el colegio de Roe Head, donde fue primero alumna yluego profesora auxiliar. Los otras amigas del grupo eran Mary Taylor, que emigró a NuevaZelanda, y su hermana Martha, que murió en Bruselas cuando Charlotte estaba allí. En realidad,Ellen era la menos dotada del grupo, pero fue la única que se quedó en Yorkshire. Su situacióncomo soltera era bastante parecida a la de Charlotte y por eso desempeñó el papel de confidenteespecial y pudo proporcionar a la señora Gaskell en las primeras etapas de su investigación elgrueso de la correspondencia en que se basa la biografía. Ahora sabemos que las 350 cartas eransólo una parte del tesoro de Ellen Nussey, y todo parece indicar que tachó nombres propios y enrealidad pasajes enteros antes de entregárselas a la biógrafa —volveremos a este tema másadelante—; pero lo cierto es que muy pocos biógrafos habrán contado con semejante ventaja alprincipio de su empresa.

Las investigaciones de la señora Gaskell en Haworth no concluyeron en Ellen Nussey: hizovarias visitas al pueblo y habló con vecinos y conocidos de la familia Brontë que leproporcionaron información más o menos precisa. Tampoco terminaron sus pesquisas en Haworth,pues estaba decidida a visitar todos los lugares que habían tenido alguna relación con subiografiada. Fue a Londres, donde visitó al editor George Smith y a su asesor W. S. Williams, quele facilitaron más correspondencia, y donde se familiarizó con los lugares en que había estadoCharlotte. Más dramática desde el punto de vista de sus consecuencias fue su visita al PensionnatHeger de Bruselas, donde Charlotte había pasado dos de los años más importantes de su vida. Ymientras hacía esto, escribió a todas las personas que habían conocido a Charlotte: a Mary Taylor,

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por ejemplo, una de cuyas cartas desde Nueva Zelanda recibió a tiempo de incluirla en las dosprimeras ediciones de la Vida, y que resultó ser una grata fuente de apoyo cuando la señoraGaskell se vio obligada a revisar la biografía para la tercera edición; a la señorita Wooler,profesora de Charlotte en Roe Head; a las hermanas Wheelwright, que conocieron a Charlotte enBruselas; y a John Greenwood, el dueño de la papelería de Haworth, que había abastecido dematerial de escritura a las hermanas Brontë. Es evidente que nadie podría afirmar que la biografíano estaba bien documentada, según las normas de la época, fueran cuales fueren sus defectos.

La señora Gaskell dejó constancia de que terminó la Vida de Charlotte Brontë el 7 de febrerode 1857. Una semana más tarde salió hacia Roma, tras haber entregado el manuscrito a GeorgeSmith, cuya editorial lo publicó seis semanas después, el 25 de marzo. Si tenemos en cuenta lainvestigación que se llevó a cabo para el proyecto, así como la extensión de la obra, hay quereconocer que el hecho de que la terminara en poco más de año y medio fue una verdadera hazañapor parte de la autora (sin mencionar la aportación del editor). La correspondencia de la señoraGaskell durante el tiempo que dedicó a escribir la biografía muestra dos tendencias opuestas. Esevidente, en primer lugar, que la emoción generada por sus descubrimientos se transfirió a laescritura del libro, que parece no haber causado en sí misma más problemas que los que conllevanormalmente la creación literaria. Y así, en agosto de 1856, después de un año de trabajo, del quehabía dedicado buena parte a la acumulación de material documental, la señora Gaskell podíaescribir con cierta confianza:

Calculo que estoy más o menos a la mitad de la Vida, pero lo restante consistiráprincipalmente en cartas, que sólo tendré que copiar, y no creo que me lleve mucho tiempo(Gaskell Letters, pp. 404-405).

Y si luego comenta el cansancio que sentía tras un largo periodo de trabajo, es indicio de lafatiga natural cuando el proyecto se acercaba a su fin tanto como de las dificultades relacionadascon la escritura propiamente dicha. Pero al mismo tiempo que la señora Gaskell estaba realizandotan satisfactoriamente su riguroso plan, haciendo caso omiso de las distracciones de unaproyectada edición póstuma de El profesor (idea acerca de la que abrigaba más que simples dudascríticas literarias), sus cartas empiezan a expresar preocupación por algunos de los peligrospotenciales de lo que está haciendo, sobre todo por la forma en que la obra podría afectar a la vidade personas que seguían vivas y cuyas relaciones con la familia Brontë, honorables o no, saldríana la luz.

La señora Gaskell había descubierto motivos de preocupación en sus investigaciones. Estaba,por ejemplo, el famoso incidente de Bruselas, que figura en una carta a Ellen Nussey, en quecuando fue al internado Heger la había recibido el señor Heger, y de forma claramenteintencionada no su esposa. Tampoco podría pasar totalmente por alto la deshonra de Branwell. YNicholls mostraba cada vez más abiertamente su desconfianza en todo el proyecto. «Me gusta lanota del señor Brontë. Pero estoy disgustada con Nicholls —le escribe a Smith en julio de 1856,cuando el marido de Charlotte se había negado a dejarle el retrato de ella para que hicieran unacopia—. Comprenderá ahora la obstinación que me induce a temer que sea infructuosa cualquiernueva solicitud por mi parte de documentos, cartas, etcétera» (Gaskell Letters, p. 393). En el

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último momento, en noviembre de 1856, las preocupaciones fundamentales por las consecuenciasque podía tener la publicación de la correspondencia parecían amenazar todo el proyecto. Laseñora Gaskell se enteró de que el señor Nicholls, como albacea de Charlotte, tenía derecho aprohibir la publicación de los documentos de su esposa, fuera cual fuese su procedencia, y escribedesesperada a Smith:

El señor Nicholls es un individuo sumamente mudable para tratar con él. Si le pidiera permisopara citar largos extractos de las cartas de Charlotte, como estoy haciendo, seguro que me lonegaría; si no se lo pido y sigo como estoy haciendo, creo que suspiraría y lo aceptaría. Pero nopuedo estar segura. Avanzaba tan maravillosamente y sentía o imaginaba que el interésaumentaba con cada página. Barruntaba algunos problemas, por supuesto, pues es evidente que laseñorita Nussey cuenta con ver los extractos que he tomado de la correspondencia de la señoritaB con ella —entretejidos como estaban dichos extractos en la Vida—, mientras que el señorBrontë y el señor Nicholls me escriben expresando el deseo de que no permita a nadie más que alseñor Gaskell ver el manuscrito antes de entregárselo a usted. Pero lo que más me desconciertason las cartas; le copiaré una de las cartas del señor Nicholls a la señorita Nussey. Bueno, notengo tiempo de copiarla, así que le envío mi copia, que le ruego me devuelva. He puesto sumocuidado en no incluir nada de las cartas de la señorita Brontë que pueda involucrar a otros. Enalgunos casos oculto el nombre de los destinatarios (Gaskell Letters, p. 421).

En vista de todos estos problemas, no es extraño encontrar a la señora Gaskell dedicada aescribir otra carta a Smith el día de San Esteban de 1856, en la que le pide una renegociación delas condiciones económicas que tenga en cuenta «la cantidad de trabajo dedicado a la biografía (yno digamos ya la preocupación en diversos aspectos)», que calcula que es el doble del que le habíallevado su novela Norte y Sur. Los recelos de la señora Gaskell acerca de Nicholls resultaroninfundados, llegado el momento. El editor Smith consiguió el permiso necesario sin problemas.Pero es indudable que escribir la Vida de Charlotte Brontë sometió a su autora a toda la tensiónque podía soportar. Y tampoco cabe duda de que su viaje a Roma en cuanto acabó el manuscritoestuvo motivado tanto por miedo a futuros problemas como por la necesidad de un bien merecidodescanso.

5

Por grande que fuera la tensión de trabajar en la Vida para la señora Gaskell, y fueran cualesfueren las inquietudes causadas por sus investigaciones, había un elemento que la animaba cadavez más: todo lo que descubría sobre Charlotte Brontë intensificaba su determinación de presentaral público un relato de su vida que revelara su excelencia moral en toda su amplitud. Como se haseñalado, es Charlotte Brontë, la mujer que sufre, más que Currer Bell, la autora de éxito, quienhabía interesado desde el principio a la señora Gaskell; y, animada por el conocimiento delpersonaje obtenido de la correspondencia de Nussey, reitera esas prioridades en una carta a EllenNussey:

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He leído una vez todas las cartas que tan amablemente me ha confiado y creo que ni siquierausted, su amiga más querida, desearía que la impresión que me han causado fuera distinta de loque es: que era de las que estudian a fondo el camino del deber y en cuanto comprueban lo que escorrecto, se atienen estrictamente a su idea [...] Estoy segura de que cuanto mejor se conozca (aCharlotte Brontë) la amiga, la hija, la hermana, la esposa y se la conozca cuando sea necesariocon sus propias palabras, más la apreciarán (Gaskell Letters, p . 370).

Esa carta es de septiembre de 1855. Las cursivas indican claramente la firme decisión de labiógrafa en cuanto a la imagen de Charlotte Brontë que tenía que dar la Vida. En una etapa muyposterior del trabajo (octubre de 1856), escribe lo siguiente a Smith:

Dejando el aspecto de escritora a un lado, su carácter como mujer era insólito hasta el puntode ser único. Nunca me han hablado ni he leído sobre nadie que pudiera compararse con ella porun instante o en algún aspecto. Y todo cuanto decía y escribía llevaba el sello de ese carácteradmirable (Gaskell Letters, p. 417).

El propósito concreto de esa carta es discutir la proyectada publicación de El profesor, laprimera novela de Charlotte Brontë, que seguía inédita, pero indica una vez más la ideairrevocable del carácter moral de Charlotte que se había formado la señora Gaskell.

Esa misma fe inmutable habría servido a la vez de advertencia a un biógrafo profesional, perola señora Gaskell era una principiante en el género y su éxito anterior como novelista la hacíaespecialmente sensible a una imagen de Charlotte Brontë como heroína, a cuyo lado las heroínasde ficción parecerían las invenciones de la fantasía que eran en realidad. El efecto de esta«novelación» instintiva no iba a producir un retrato de Charlotte Brontë que pueda definirse como«falso», aunque haya imprecisiones y manipulaciones de las pruebas que pueden calificarse sinarbitrariedad de distorsionantes. Eso significa que, en lo que a la Vida se refiere, Charlotte Brontë,como la heroína de ficción, podía concebirse desde el punto de vista de las necesidades yprioridades imaginativas de la biógrafa tanto como desde el punto de vista de la consideraciónobjetiva de las pruebas, lo cual seguramente daría un retrato parcial de su vida. El sesgo de lasprioridades de la señora Gaskell no sólo matiza su concepto del personaje principal, sino la obracomo un todo y, en concreto, la descripción de las personas y experiencias que pudieraconsiderarse que habían influido en los sufrimientos que tuvo que soportar Charlotte Brontë.Charles Kingsley felicitó a la señora Gaskell por haber realizado el retrato de «una mujer valiente,perfeccionada por el sufrimiento». Es un comentario acertado sobre la Vida de Charlotte Brontë ,aunque Kingsley no conoció a su heroína; quizá podamos afirmar sin difamar a Charlotte Brontëque el comentario es más preciso sobre la biografía que sobre ella.

Me gustaría dejar de momento el tema de la validez del retrato de Charlotte, para abordarejemplos concretos de la forma en que la opinión de la biógrafa sobre Charlotte Brontë influyó enla exposición del contexto en que vivió. Tres aspectos de la biografía provocaron especialcontroversia cuando se publicó: la descripción de Patrick Brontë, el relato del deterioro deBranwell y, de forma menos melodramática, las referencias al internado para hijas de clérigos deCowan Bridge, donde estuvieron de pequeñas Charlotte y Emily. Supongo que la polémica que

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rodea a cada uno de estos temas podría atribuirse a la disparidad entre la imaginación novelescade la señora Gaskell y sus responsabilidades como biógrafa, una disparidad reforzada por sudeterminación de exponer la medida exacta del sufrimiento de Charlotte.

El menos serio y en algunos aspectos el más divertido de esos puntos atañe a la descripción dePatrick Brontë. Ya he comentado que en sus novelas la señora Gaskell tenía cierta predilecciónpor las situaciones que implicaran la relación de un viudo con su hija, y es indudable que, pese alo mucho que admiraba al padre de Charlotte (y él a ella), aprovechó la oportunidad que ofrecíanlas historias de excentricidad que lo rodeaban para recrearlo en la imagen de los padres viudos desus novelas. Quizá lo más asombroso sea que Patrick Brontë, manifestando un sorprendente ygrato conocimiento de las novelas de Elizabeth Gaskell, viera las posibilidades del parecido. En lacarta a la señora Gaskell del 3 de noviembre de 1856 observa:

Me parezco bastante al padre de Margaret de Norte y Sur en algunos aspectos: apacible,emotivo, meditabundo a veces y bienintencionado en general [...] Quizá no sea tan dado comoalgunos a seguir a cualquier hombre ni a rendir culto a convencionalismos y formulismos, lo queprobablemente [...] me dé un carácter de cierta excentricidad (Brontë Society Transactions , vol.III, pp. 99-100).

Patrick Brontë era plenamente consciente de las propias excentricidades y, aunque no cabeduda de que la señora Gaskell las exageró para demostrar las presiones que había tenido quesoportar en la infancia Charlotte, sus objeciones fueron insignificantes en comparación con loselogios que hizo de la Vida cuando se publicó:

La obra ya está hecha, y bien hecha, como yo deseaba, y su conclusión me ha proporcionadomayor satisfacción de la que he sentido en muchos años de una vida que confirma el proverbio deque «el hombre engendra la desventura como las aves levantan el vuelo»

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5 [...] Hay algunos errores sin importancia que podrían corregirse en la segunda edición si sejuzgara necesario (Shakespeare Head Brontë, vol. IV, pp. 220-221).

Patrick volvería después más específicamente a los «errores sin importancia», que seeliminaron de la tercera edición de la biografía, pero incluso al hacerlo reiteraba su conocimientode la propia singularidad: «No niego que sea un poco excéntrico», escribió. En realidad, la imagende Patrick Brontë que aparece en las páginas de la señora Gaskell no es en absoluto desagradable,y es una burda exageración del impacto de sus aspectos más melodramáticos indicar como hanhecho los biógrafos más recientes de Patrick Brontë:

Para Patrick la biografía de Charlotte fue un desastre: su nombre sigue empañado hasta eldía de hoy [... ] (J. Lock y W. T. Dixon, A Man of Sorrow, p. 505).

Para ver el auténtico efecto de la descripción basta observar el hecho de que no alteró en modoalguno la admiración recíproca que sentían Elizabeth Gaskell y Patrick Brontë. En realidad, labiografía cimentó su amistad.

Patrick se refiere en la carta sobre la Vida a una consecuencia mucho más grave de ladeterminación de la señora Gaskell de subrayar las fuerzas que agobiaron a su heroína. Consatisfacción rayana en orgullo, escribe: «Las descripciones de mi inteligente y desdichado hijo, yde su diabólica seductora, son obras maestras». Se refiere al célebre relato de la perdición deBranwell Brontë, que figura en el capítulo XIII del primer volumen, y en el que la señora Gaskellalude de forma inequívoca a

la mujer malvada que no sólo sigue con vida, sino que frecuenta los alegres círculos de lasociedad londinense como una viuda pletórica, elegante y próspera (p. 304).

La mujer en cuestión era Lydia Robinson, esposa del antiguo patrón de Branwell, y cuyarelación con el mismo provocó su despido y, según la señora Gaskell, también las últimas etapasde su ruina. Comentarios como ésos provocaron la amenaza de demandas legales que causaron laretirada de la primera y la segunda edición de la biografía y su sustitución por la tercera edición,«revisada y corregida» en noviembre de 1857. Y ése no fue el único ejemplo de la pasión de laseñora Gaskell por su heroína que la involucró en la amenaza de demandas legales: la descripcióndel internado para hijas de clérigos de Cowan Bridge, fácilmente identificable como modelo delcolegio de Lowood en Jane Eyre, provocó reacciones parecidas y también tuvo que corregirse enla tercera edición.

Lo más importante a nuestros efectos en cuanto al uso que hace la señora Gaskell de materialtan polémico no es el grado de precisión de sus descripciones (en ambos casos imposible dedeterminar ahora), sino por qué corrió esos riesgos. Su correspondencia demuestra que eraconsciente de los mismos, y en realidad no podía ser tan poco inteligente como para no darsecuenta de las probables consecuencias de lo que estaba haciendo. Creo que la respuesta obvia esque estaba decidida a demostrar a toda costa lo que había sufrido Charlotte Brontë, en el caso deCowan Bridge, de niña, y en el asunto de Robinson como el miembro más adulto (aparte del

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padre) de una familia para quien los desafueros de Branwell tuvieron que ser una auténticapesadilla. Si Carus Wilson y Lydia Robinson habían sido de algún modo responsables de lossufrimientos de Charlotte, entonces su responsabilidad tenía que desvelarse. La señora Gaskelldisponía en ambos casos de material ideal para una novela, pero parece que olvidó que no estabaescribiendo una novela.

La experiencia de la señora Gaskell como novelista no se advierte sólo en la descripción deincidentes y personajes aislados, por supuesto. El lector ve su influencia en todo el libro. Semanifiesta, por ejemplo, en la afición de la autora a las anécdotas idiosincrásicas y a menudomoralizantes (algunas de las cuales crearían más problemas) y quizá aún más eficazmente en sutécnica de relacionar entre sí el ambiente local y la psicología individual, como demuestran lasdescripciones de Haworth primero y de Bruselas después. Ésos eran elementos característicos delas novelas de la señora Gaskell, y hay que subrayar que su aparición en la Vida no significa enmodo alguno que su efecto no sea positivo. La experiencia de la señora Gaskell como novelista lepermitió ante todo dar a su obra el carácter de una estructura imaginativa general que constituyeuna de sus mayores virtudes. Y aprovechó al máximo la revisión de la obra para la tercera edición,incluyendo material nuevo y eliminando el conflictivo; pero yo creo que es preferible la primeraedición, a pesar de algunas imprecisiones, con la intensidad emotiva de su determinación de hacerjusticia a Charlotte Brontë, que la tercera versión, más circunspecta aunque más precisa.

La estructura de la obra de la señora Gaskell quizá nos parezca menos afortunada donde la ideapreconcebida de heroína influye en la descripción que hace de Charlotte. En esto, tanto por lapresión de las circunstancias como por el dictado de sus prioridades personales, los pecados de laseñora Gaskell son de omisión más que de comisión, y el resultado inevitable es una descripciónparcial. La decisión de la autora de centrarse en el aspecto doméstico más que en el profesional dela vida de Charlotte queda claramente planteado, aunque no se observe siempre; pero lo que quizáno esté tan claro es que, incluso dentro de los límites que se impuso, se detecte fácilmente unmayor grado de parcialidad.

El ejemplo más conocido de la supresión por parte de la biógrafa de pruebas esenciales atañeal célebre asunto de su tratamiento de la relación de Charlotte Brontë con Clementin Heger, suprofesor de Bruselas. El tema se ha convertido hasta tal punto en lugar común de la biografíabronteana que huelga extenderse aquí en los detalles. Es bien sabido que durante la estancia deCharlotte en Bruselas (1842-1843), Heger le inspiró un profundo sentimiento, que expresófinalmente en la serie de cartas que le escribió cuando regresó a Haworth. Aunque no tuviéramoslas cartas, las dos novelas de Bruselas que escribió Charlotte, El profesor y Villette, seríansuficiente prueba de su estado de ánimo en ese periodo, y en realidad tanto las novelas como lascartas dejan bien claro que se trata ante todo de un estado de ánimo por parte de Charlotte. Haycuatro cartas en total de Charlotte Brontë a Heger, cuyos textos íntegros no se hicieron públicoshasta 1913. La señora Gaskell incluye en la Vida dos pasajes breves y absolutamente inocuos delas mismas (en esta edición, pp. 308 y 311-312). En realidad, añade confusión al temaentretejiendo los pasajes de dos cartas distintas en sus propias transcripciones y dando sólo vagasreferencias de su fecha y procedencia.

Hoy se acepta sin sombra de duda que la señora Gaskell consultó los originales de las cartas de

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Heger cuando visitó por primera vez Bruselas en busca de información. Pero aun en el caso de queno lo hubiera hecho, el efecto del recibimiento de la señora Heger y la lectura de Villette y Elprofesor le habrían demostrado de qué se trataba. La señora Gaskell se vio en una situacióninsoportable como novelista: conocía la profunda depresión de Charlotte durante su segundaestancia en Bruselas y a su regreso, y disponía de información que hubiera sido ideal paraexplicarla en cualquier novela. Sabemos que la relación de Charlotte Brontë con Heger fuebastante inocente en realidad, pero es probable que el lector victoriano no hubiera pensado lomismo. La señora Gaskell estaba empeñada en dar una idea de su heroína que requería que lamostrara sometida a una presión insoportable y tuvo que mutilar el ejemplo más dramático quehabía descubierto. Como demuestra Winifred Gérin en su biografía de Charlotte Brontë, se vioobligada en este periodo de la vida de Charlotte a la manipulación positiva de las pruebas de otrossucesos (sobre todo el deterioro de Branwell) para explicar el estado psicológico de Charlotte.

El asunto de Heger ha preocupado hasta la saciedad a los estudiosos tanto de Brontë como deGaskell. Lo que no se reconoce con la misma frecuencia es que tanto la supresión de pruebascomo el tratamiento de «las palabras de Charlotte Brontë» no son en absoluto casos aislados de loque podría denominarse con razón intromisión literaria. Un examen del tratamiento que da laseñora Gaskell a su principal fuente (las cartas que le entregó Ellen Nussey) revela un proceso deselección y adaptación similar por parte de la biógrafa.6

En primer lugar, se ha calculado con precisión que la señora Gaskell usó menos de la mitad delas cartas que le entregó Ellen Nussey. Reprodujo en buena medida unas cien e hizo un usoselectivo de otras cincuenta. Y si comparamos el material que no incluyó en la Vida con el textode Shakespeare Head Brontë , sean cuales fueren las concesiones que haya que hacer por la pocafiabilidad de éste, es evidente que la señora Gaskell suprimió material, resumió cartas y mezclópasajes de más de un original en lo que aparece como una sola carta en su texto. Así que sólopodemos decir que las cartas que figuran en la Vida, consideradas como un todo, representan las«palabras» de su heroína en un sentido muy limitado. El método empleado por Elizabeth Gaskellno era en absoluto exclusivo de ella entre los biógrafos victorianos, y muchas veces se basabatanto en consideraciones prácticas como económicas. Cualquier colección de correspondenciacontiene material superfluo y, a menos que uno se proponga concretamente hacer una ediciónerudita, es indudable que habría que conservar sólo lo relevante. Además, sabemos que la señoraGaskell trabajó con sus propias transcripciones de las cartas de Nussey después de devolvérselas,lo cual explicaría los errores insignificantes. Sean cuales fueren las circunstancias atenuantes, esevidente que aunque la dependencia de las cartas de Charlotte (obtenidas de Nussey o de otrasfuentes) tuviera por objetivo dotar de autoridad a la biografía, está muy marcada tanto por lascorrecciones de Ellen Nussey como por el tratamiento del material que hizo la biógrafa.

El método de la señora Gaskell venía dictado en muchos casos por simple tacto elemental. Lapropia Ellen Nussey había sentado la pauta con sus propias tachaduras, y muchas cartas conteníancomentarios sobre personas que aún vivían. Por inofensivos que fueran esos detalles, la discreciónexigía que no se dieran los nombres de las personas aludidas y que se eliminaran los comentariosmás duros. Hay un interesante ejemplo de este método en el que Charlotte, en una carta a EllenNussey escrita poco después de la visita en que conoció a Elizabeth Gaskell, explica su opinión

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sobre Kay Shuttleworth: «Sir James fue lo más amable posible en todo momento» (p. 471). Enotro párrafo de la misma carta, que figura en Shakespeare Head Brontë , hay más detalles sobre lareacción de Charlotte: «El sustrato de su carácter es duro como pedernal. Siente una antipatíainnata por los escritores como clase. Las virtudes de los mismos no le proporcionan placer y susdefectos son amargura y hiel en su alma; amenaza constantemente con visitar Haworth; ¡Dios nolo quiera!» (Shakespeare Head Brontë, vol. III, p. 148).7 Aunque la señora Gaskell no hubiera sidoamiga personal de los Kay Shuttleworth, es evidente por qué no transcribió el comentariocompleto de Charlotte. Creo que incluso aquí, en menor grado, podemos advertir lasconsecuencias de su cautela en nuestra opinión sobre Charlotte Brontë. La frase «lo más amableposible» tiene un sentido completamente distinto si leemos la carta entera; y el comentario final,en que Charlotte expresa sus temores por la visita a Haworth, indica una personalidad más fuerte eingeniosa que la del cuadro general de la señora Gaskell.

Pueden encontrarse ejemplos más sólidos que éste de las consecuencias del tratamientoselectivo del material por parte de la biógrafa, y hay uno en concreto que considero significativoporque revela, aunque no tan exageradamente, el mismo tipo de cautela empleada en el asunto deHeger y demuestra quizá más claramente las presiones a que se sentía sometida.

En el capítulo VIII del primer volumen de la Vida, la señora Gaskell explica que en 1839 «elseñor Brontë consideró necesario, ya fuera por su delicada salud o por el aumento de la poblaciónde la parroquia, solicitar la ayuda de un coadjutor.» (p. 213). El coadjutor en cuestión era WilliamWeightman, un joven que influyó bastante en la vida de la familia Brontë y en los feligreses deHaworth desde su nombramiento hasta su trágica y prematura muerte en 1842. Todos los Brontë leapreciaban: era amigo de Branwell, Anne tal vez lo amara, y sin duda divertía a Charlotte y hasta aEmily. Era un individuo sociable e incluso coqueto por naturaleza, que se ganó pese a ello elsincero afecto del solitario Patrick, a quien no solían agradar sus coadjutores. Y aunque la señoraGaskell cita en varias ocasiones las cartas de Ellen Nussey que contienen también claros indiciosde la beneficiosa influencia de Weightman durante este periodo en Charlotte y en el resto de lafamilia, oculta deliberadamente todas esas referencias en las transcripciones, y sólo alude aWeightman dos veces de pasada en todo el periodo de su residencia en Haworth. En realidad,elimina así a un personaje importante en la vida de Haworth durante esa época, cuyas cualidadestenía que conocer la señora Gaskell aunque no hubiera dispuesto de las cartas de Nussey.8

Aquí intervienen diversos factores, como en los demás ejemplos de la censura ejercida por labiógrafa. La actitud de Nicholls acerca de la Vida induce a la biógrafa a abordar siempre concautela las relaciones de Charlotte con los hombres; podemos detectar un embarazo similarcuando describe las propuestas de matrimonio que hicieron a Charlotte primero Henry Nussey,hermano de Ellen, y luego James Taylor, miembro de la fundación Smith Elder. En el casoconcreto de Weightman tenía otro motivo para ser cautelosa. Aunque Nicholls era concienzudo enel desempeño de sus deberes, parece que sus relaciones se limitaban a un trato puramente formaltanto con el señor Brontë como con sus feligreses. No sería descaminado decir que Weightmanrepresentaba todo lo que no era Nicholls y que seguramente la señora Gaskell temía que él lodedujera. Weightman introdujo sobre todo en la familia Brontë un grado de sociabilidad y dealegría que contrasta con la imagen de tristeza casi absoluta que la señora Gaskell da de la vida de

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Charlotte Brontë. Es evidente que había razones externas sólidas para la supresión, pero de nuevose advierte que la biógrafa las empleó casi como un medio de excluir el material que no coincidíaexactamente con la imagen que se proponía dar de su heroína.

6

No he dedicado especial atención a la omisión de Weightman de la Vida sólo porque sí; esfácil exagerar su importancia y algunos de los entusiastas más sentimentales de los Brontë se hanapresurado a hacerlo. Pero el caso constituye un ejemplo especialmente obvio del impulsoselectivo que siguió la señora Gaskell, reconociéndolo como algo inevitable. Con los documentosa nuestra disposición, no es difícil encontrar otros ejemplos menos evidentes: sospechamos quehay aspectos completos del carácter de Charlotte Brontë que la señora Gaskell prefirió matizar ointerpretar según su inquebrantable fe en la perfección de la biografiada. Lo que Elizabeth Gaskellsabía de Charlotte Brontë correspondía a la moral y a los rasgos morbosos que tan a menudohallaron expresión en sus novelas; y por eso se concentra en el sufrimiento físico y psicológico deCharlotte y en la entereza estoica que demostró cuidando a su padre en los años que siguieron a laatroz sucesión de las muertes de Branwell, Emily y Anne. Elizabeth Gaskell nos ha dejado uncuadro que matiza nuestra opinión no sólo de la propia Charlotte, sino también de la vida enHaworth en general, y que se ha expuesto al especial ataque de los entusiastas de los Brontë, quesin duda tienen sus propias debilidades. Pero ninguno de sus defectos podrá socavar elextraordinario logro literario que representa la Vida de Charlotte Brontë . Mucho más profunda,mucho más imaginativa y mucho más controlada desde un punto de vista artístico que lashagiografías victorianas que ridiculizó Strachey, evita asimismo la monumentalidad inaccesiblede las compilaciones académicas del siglo XX, a las que uno se siente tentado a pedir un poco deselección. Y aunque podamos modificar el cuadro de Elizabeth Gaskell revelando parte delmaterial que ella eliminó, es imposible negar la veracidad general de su exposición, pues seríafalso decir que las vidas de los Brontë no fueron intolerablemente trágicas. La Vida complació aquienes mejor habían conocido a Charlotte (con la discutible excepción de Ellen Nussey, elcarácter particular de cuyas preocupaciones religiosas la llevó a declarar que la señora Gaskellhabía «estropeado de forma lamentable» el aspecto religioso del carácter de Charlotte); ya hemosvisto cómo acogió Patrick Brontë la obra, a lo que podemos añadir el testimonio de Mary Taylor,la amiga más dotada de Charlotte. Mary escribió una carta a la señora Gaskell cuando recibió unejemplar de la primera edición, en la que calificaba la biografía de «todo un éxito»; y en una cartaa Ellen Nussey sobre el tema de las revisiones propuestas para la tercera edición fue másespecíficamente categórica.

Has de saber que muchas ideas extrañas en cuanto a la clase de persona que era realmenteCharlotte acabarán cuando se conozcan las verdaderas circunstancias de su vida [...] En cuanto ala edición mutilada que se va a sacar, lo lamento. Difamatoria o no, la primera edición se atieneestrictamente a la verdad y su publicación ha sido muy acertada. Ya sabes que no siempre nosatrevemos a decir que la tierra se mueve (Shakespeare Head Brontë, vol. IV, p. 229).

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En el punto álgido de la polémica que siguió a la publicación de la biografía, Elizabeth Gaskellescribió a Ellen Nussey:

Sopesé cada línea con toda mi capacidad y mi corazón, para que cada una cumpliera el granobjetivo de que se la conozca y se la valore como alguien que vivió una vida tan terrible conánimo valeroso y fiel (Gaskell Letters, p. 454).

Sin duda agradecería la aprobación de Mary Taylor. Y a la luz de los problemas que afrontó,nosotros no le negaremos la nuestra.

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NOTA DE AGRADECIMIENTO

Quiero dar las gracias a la Manchester University Press y a los catedráticos John Chapple y ArthurPollard por su autorización para citar los fragmentos de su edición de The Letters of Mrs Gaskellque figuran en el Apéndice B de este libro. Y también al catedrático Chapple, a la señoritaWinifred Gérin y al doctor Tom Winnifrith, por su respuesta a preguntas específicas. Losprofesores Chapple y Pollard me animaron siempre en mi interés por Elizabeth Gaskell y elconsejo experto de la señorita Gérin y del doctor Winnifrith han sido especialmente valiosos paraun recién llegado como yo al campo de los estudios sobre las Brontë. Como ocurre siempre enproyectos de este género, uno contrae innumerables deudas con los compañeros y amigos conquienes comenta y analiza los pormenores; pero me temo que en este caso concreto seandemasiados para enumerarlos a todos. Deseo manifestar también mi agradecimiento a la señoraShelagh Aston, que transformó el manuscrito ilegible de la Introducción en un textomecanografiado sumamente presentable.

ALAN SHELSTONUniversidad de Manchester

Octubre de 1973

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NOTA AL TEXTO

La editorial Smith, Elder de Londres publicó la Vida de Charlotte Brontë en marzo de 1857. Enmayo apareció la segunda edición, que fue retirada del mercado en junio, por problemas legales.Elizabeth Gaskell revisó entonces la obra y en noviembre de ese mismo año apareció la terceraedición, de la que incluimos dos capítulos en el Apéndice A.

La presente traducción se ha basado en la primera edición de la obra. Únicamente hemosigualado la grafía de algunos nombres para evitar confusiones.

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VOLUMEN I

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CAPÍTULO I

La vía férrea de Leeds y Bradford discurre por el profundo valle del río Aire; una corriente deaguas lentas y mansas en comparación con el vecino río de Wharfe. La estación de Keighley quedaen esta línea férrea, aproximadamente a medio kilómetro de la población del mismo nombre. Elnúmero de habitantes y la importancia de Keighley han aumentado extraordinariamente en losúltimos veinte años, debido a la rápida expansión del mercado de sus manufacturas de estambre,una rama de la industria que emplea a casi toda la población obrera de esta zona del condado deYork, cuyo centro y capital es Bradford.

Keighley se halla en pleno proceso de transformación; está dejando de ser un pueblotradicional populoso para convertirse en una villa floreciente y aún más populosa. El forasteroadvierte enseguida que a medida que van quedando vacías las casas de tejado a dos aguas queimpiden el ensanchamiento de la calle, las derriban para ganar espacio para el tráfico e imponerun estilo arquitectónico más moderno. Los escaparates estrechos y pintorescos de hace mediosiglo están cediendo el paso a los de grandes paños de vidrio. Casi todas las viviendas parecendedicadas a alguna rama de comercio. Al pasar apresuradamente por el pueblo no se adviertedónde pueden vivir el médico y el abogado imprescindibles, pues parece que no haya viviendas dela clase media profesional que tanto abundan en nuestras antiguas ciudades episcopales. De hecho,nada puede ser más diferente en cuanto a la situación social, las formas de pensamiento, lasnormas de referencia en todos los aspectos morales, las costumbres e incluso la política y lareligión de un lugar manufacturero tan nuevo como Keighley en el Norte y cualquier ciudadepiscopal pintoresca, aletargada y señorial del Sur. Pero el aspecto de Keighley promete un futuromajestuoso, aunque no pintoresco. Abunda la piedra gris; y las hileras de viviendas construidascon ella poseen una grandeza sólida, relacionada con sus líneas regulares y resistentes. Hasta losedificios más pequeños tienen los marcos de las puertas y los dinteles de las ventanas de bloquesde piedra. No se ve madera pintada, cuya conservación requiere cuidados continuos para que no sedeteriore; y las hacendosas amas de casa de Yorkshire conservan la piedra impecable. Las escenasdel interior que se ven al pasar revelan cierta abundancia de medios de vida, y hábitos diligentes yactivos en las mujeres. Pero la gente habla con voces fuertes de tonos discordantes, pocoindicativas del gusto musical que caracteriza la región y que ya ha proporcionado un Carrodus9 almundo musical. Los nombres de las tiendas (de los que el que acabo de mencionar es un ejemplo)resultan extraños incluso a los habitantes del condado vecino, y poseen un gusto y un saborpeculiares del lugar.

El pueblo de Keighley no desaparece nunca del todo en el campo a lo largo de la carretera aHaworth, aunque el viajero ve cada vez menos casas a medida que sube hacia las pardas colinasonduladas que parecen seguir su recorrido en dirección Oeste. Primero aparecen algunas casas decampo, retiradas de la carretera sólo lo justo para indicar que sus habitantes no dejarán su cómodoasiento junto a la chimenea para acudir presurosos a una llamada de sufrimiento o peligro; el

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abogado, el médico y el clérigo viven cerca y casi nunca en las afueras, tras una pantalla dearbustos.

En un pueblo no buscamos colorido vívido; el que pueda haber lo proporcionan las mercancíasde las tiendas y no la vegetación ni los efectos atmosféricos; pero yo creo que en el campoesperamos instintivamente cierta luminosidad y viveza, y por eso en el trayecto de Keighley aHaworth nos produce un vago sentimiento de decepción el tono neutro grisáceo de todos losobjetos, próximos o lejanos. La distancia es de unos seis kilómetros y medio pero, como ya hedicho, con las casas de campo, las grandes fábricas de estambre, las hileras de viviendas de losobreros y alguna que otra granja y edificios anejos aquí y allá, no podemos llamar «campo» aningún trecho del trayecto. La carretera discurre unos tres kilómetros por terreno medianamentellano, con las colinas lejanas a la izquierda y, a la derecha, un arroyo que corre entre las vegas yque proporciona energía hidráulica en ciertos puntos a las fábricas construidas en las orillas. Elhumo de todas las viviendas y los centros de trabajo llena y oscurece la atmósfera. El terreno delvalle (o «fondo», como lo llaman aquí) es fértil; pero cuando la carretera empieza a ascender, lavegetación es más pobre; no crece ni medra, se limita a existir; y en torno a las viviendas no hayárboles, sólo matorrales y arbustos. Se ven en todas partes muretes de piedra en vez de setos; haycampos cultivados de avena pálida, amarillenta y de aspecto raquítico. Siguiendo por estacarretera aparece frente al viajero el pueblo de Haworth unos tres kilómetros antes de llegar,porque está situado en la ladera de una colina muy empinada sobre el fondo de brezales pardos yrojizos que se alza detrás de la iglesia, construida en lo alto de la calle larga y estrecha. Todo elhorizonte es la misma línea de colinas sinuosas como oleaje; entre las laderas de unas y otras sólose ven colinas más lejanas, de colorido y forma similares, y coronadas por los páramos agrestes:grandiosos por las ideas de soledad y aislamiento que sugieren, u opresivos porque producen unasensación de hallarse encerrado en una barrera monótona sin límites, según el estado de ánimo enque se encuentre el espectador.

La carretera rodea luego el pie de una colina y parece alejarse de Haworth durante un cortotrecho; pero enseguida cruza un puente sobre el arroyo e inicia la subida por el pueblo. Las piedrasdel suelo están colocadas de canto, para que los caballos se aguanten mejor; pero parece que apesar de esa ayuda corren continuamente peligro de resbalar hacia atrás. Las antiguas casas depiedra son altas comparadas con la anchura de la calle, que da un giro brusco antes de llegar alnivel más llano en lo alto del pueblo, por lo que el aspecto empinado del lugar en una parte casiparece una muralla. Una vez remontada ésta, la iglesia queda a la izquierda, un poco retirada de lacarretera; a unos cien metros se llega al camino de la rectoría de Haworth y el cochero se relaja unpoco y el caballo respira mejor. A un lado del sendero queda el camposanto y, al otro, la escuela yla vivienda del sacristán (donde se alojaban antiguamente los coadjutores).

La rectoría se alza formando un ángulo recto con el camino frente a la iglesia; así que, enrealidad, la rectoría, la iglesia y la escuela con campanario forman tres lados de un rectánguloirregular cuyo cuarto lado está abierto a los campos y los páramos que se extienden detrás. Elrecinto del rectángulo está ocupado por un camposanto atestado y un pequeño huerto o patiodelante de la rectoría. Como la entrada de la misma desde la carretera queda a un lado, el caminodobla la esquina hasta el pequeño espacio de terreno. Debajo de las ventanas hay un arriate, que se

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cuidaba muy bien en otros tiempos, aunque aquí sólo se dan las plantas más resistentes. En elrecinto amurallado que delimita el cementerio circundante hay lilos y saúcos; todo lo demás estáocupado por un cuadrado de césped y un camino de grava. La casa es de piedra gris, de dosplantas, con el tejado de gruesas losas para aguantar los vientos que arrancarían cualquiertechumbre más ligera. Al parecer, fue construida hace unos cien años, y tiene cuatro habitacionesen cada planta. Las dos ventanas de la derecha (cuando el visitante se dispone a entrar por lapuerta principal, de espaldas a la iglesia) son las del estudio del señor Brontë, y las dos de laizquierda, las de la sala de estar de la familia. Todo en el lugar indica un orden perfecto y lapulcritud más exquisita. Los peldaños de la entrada están inmaculados; los pequeños pañosantiguos de las ventanas relumbran como espejos. Dentro y fuera de la casa, la limpieza alcanza suesencia, una pulcritud inmaculada.

Como ya he mencionado, la pequeña iglesia descuella sobre las casas del pueblo; y elcementerio queda más alto que la iglesia y está atestado de lápidas verticales. La capilla o iglesiaes la más antigua de esta región del reino, aunque nada parece indicarlo así en el aspecto exteriordel edificio actual, a no ser las dos ventanas orientales, que no se han modernizado, y la parteinferior de la torre del campanario. En el interior, el estilo de los pilares demuestra que losconstruyeron antes del reinado de Enrique VII. Es muy probable que existiera en el mismo lugaruna capilla o ermita antiguamente; y en el registro arzobispal de York consta que había una capillaen Haworth en 1317. Los habitantes remiten a quienes preguntan por la fecha a la siguienteinscripción que hay en una piedra de la torre de la iglesia:

Hic fecit Caenobium Monachorum Auteste fundator. A. D. sexcentissimo.

Es decir, antes de que se predicara el cristianismo en Northumbria. Whitaker dice que eseerror se debe a la copia llena de faltas de algún cantero moderno de una inscripción de la época deEnrique VIII en una piedra próxima:

Orate pro bono statu Eutest Tod.

Cualquier anticuario sabe hoy que la fórmula de rezo bono statu se refiere siempre a los vivos.Sospecho que ese singular nombre cristiano es una transcripción errónea del cantero por Austet,contracción de Eustatius, pero la palabra Tod que se ha interpretado mal por las cifras arábigas600 es perfectamente clara y legible. Basándose en el supuesto de tan absurda prueba deantigüedad la gente reclama independencia y refuta el derecho del vicario de Bradford a nombrarun coadjutor en Haworth.10

Cito este fragmento para explicar el componente imaginario de una conmoción que tuvo lugaren Haworth hace treinta y cinco años, a la que tendré ocasión de volver más detenidamente.

El interior de la iglesia es normal y corriente; ni tan antiguo ni tan moderno como para llamarla atención. Los bancos son de roble negro, con divisiones altas, y los nombres de sus propietariosescritos con pintura blanca en las puertas. En el altar no hay objetos de bronce ni tumbas, nimonumentos, sólo una placa mural a la derecha, con la siguiente inscripción:

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AQUÍ YACEMARÍA BRONTË, ESPOSA

DELREV. P. BRONTË, MINISTRO DE HAWORTH.

ENTREGÓ SU ALMA AL SALVADOREL 15 DE SEPTIEMBRE DE 1821

A LOS 39 AÑOS

«Estad vosotros preparados también; pues en el momento en que no lo penséis, vendrá el Hijo delhombre» (Mateo, XXIV, 44).

AQUÍ YACEN TAMBIÉNMARÍA BRONTË, HIJA DE LA ANTERIOR,

MURIÓ EL 6 DE MAYO DE 1825A LOS 12 AÑOS

Y

ELIZABETH BRONTË, SU HERMANA,QUE MURIÓ EL 15 DE JUNIO DE 1825,

A LOS 11 AÑOS

«En verdad os digo que si no cambiáis y os hacéis como niños pequeños no entraréis en el reino delos cielos» (Mateo XVIII, 8).

AQUÍ YACEN TAMBIÉNPATRICK BRANWELL BRONTË,

QUE MURIÓ EL 24 DE SEPTIEMBRE DE 1848 A LOS 30 AÑOS

Y

EMILY JANE BRONTË,QUE MURIÓ EL 19 DE DICIEMBRE DE 1848 A LOS 29 AÑOS,

HIJO E HIJA DEL REV. P. BRONTË

ESTA PLACA ESTÁ DEDICADA TAMBIÉN A LAMEMORIA DE ANNE BRONTË,

HIJA MENOR DEL REV. P. BRONTË.MURIÓ A LOS 27 AÑOS EL 28 DE MAYO DE 1849,

ENTERRADA EN LA ANTIGUA IGLESIA, SCARBORO’

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En la parte superior de la placa queda amplio espacio entre las líneas de la inscripción, puesquienes las escribieron con cariño no pensaron mucho en el margen que dejaban para los que aúnseguían vivos. Pero como un miembro de la familia siguió al anterior rápidamente a la tumba,luego las líneas están más juntas y las letras son más pequeñas y apretadas. Después de lainscripción de Anne ya no queda espacio.

Pero todavía otro miembro de aquella generación (la última de los seis hermanos sin madre)los seguiría antes de que al fin descansara también en paz el único superviviente, el padre viudo ysin hijos. En otra placa, colocada debajo de la primera, se ha añadido lo siguiente a la triste lista:

AL LADO YACECHARLOTTE, ESPOSA

DELREV. ARTHUR BELL NICHOLLS

E HIJA DEL REV. P. BRONTË, TITULAR.MURIÓ EL 31 DE MARZO DE 1855

A LOS 39 AÑOS.

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CAPÍTULO II

Me parece que para un correcto entendimiento de la vida de mi querida amiga Charlotte Brontë esmás necesario en su caso que en el de la mayoría que el lector se familiarice con laspeculiaridades de la población y de la sociedad en que transcurrió su infancia, y de las que tantoella como sus hermanas tuvieron que recibir las primeras impresiones sobre la vida humana. Asíque antes de seguir adelante, procuraré dar cierta idea del carácter de la gente de Haworth y de laregión circundante.

Hasta un habitante del vecino condado de Lancaster se sorprende de la peculiar fuerza delcarácter que demuestran los yorqueños. Esto hace que sean interesantes como raza, en tanto que,como individuos, el notable grado de autosuficiencia que poseen les da un aire de independenciaque suele ahuyentar al forastero. Empleo la palabra autosuficiencia en su sentido más amplio.Consciente de la extraordinaria agudeza y de la obstinada fuerza de voluntad que parecen casi elderecho de nacimiento de los naturales del West Riding, cada hombre se vale por sí mismo sinrecurrir nunca al prójimo. Y como casi nunca precisa la ayuda de nadie, ha llegado a dudar de laeficacia de ofrecer la suya: el éxito general de sus esfuerzos le hace confiar en ellos y exagerar suenergía y su poder. Pertenece a ese género entusiasta pero miope que considera señal de sabiduríarecelar de todo aquel cuya honradez no se haya demostrado. Se respetan mucho las cualidadesprácticas de un hombre. Pero la desconfianza de los forasteros y de las formas de conductaextrañas se extiende incluso a la manera de considerar las virtudes; y si éstas no producenresultados inmediatos y tangibles, se desechan como inútiles en su mundo de trabajo y esfuerzo;sobre todo si tienen un carácter más pasivo que activo. Los sentimientos son fuertes y están bienarraigados, pero no son (los afectos rara vez lo son) generales; ni se manifiestan abiertamente. Enrealidad, hay pocas muestras de las cosas agradables de la vida entre esta población ruda yviolenta. Su acogida es seca; el tono y el acento de su habla, ásperos y bruscos. Podríamosatribuirlo en parte a la libertad del aire montano y a la solitaria vida en la ladera; y también a susrudos antepasados nórdicos. Poseen un carácter perspicaz y un fino sentido del humor; quienesvivan entre ellos tendrán que contar con sus observaciones nada halagadoras, aunque seguramentesinceras, expresadas en tono sentencioso. No es fácil despertar sus sentimientos, pero sonduraderos. De ahí que abunden la amistad estrecha y el servicio fiel; y como buen ejemplo de laforma en que lo segundo se manifiesta con frecuencia, me bastará remitir al lector de Cumbresborrascosas al personaje de José.

A la misma causa se deben también las eternas rencillas, que en algunos casos llegan al odio yque han pasado a veces de una generación a otra. Recuerdo que la señorita Brontë me contó encierta ocasión este dicho de Haworth: «Lleva una piedra en el bolsillo siete años; dale la vuelta yllévala otros siete años, para tenerla siempre a mano cuando tu enemigo se acerque».

Los hombres del West Riding buscan el dinero como sabuesos. La señorita Brontë relató a miesposo un curioso ejemplo que ilustra ese ávido deseo de riquezas. Un hombre que ella conocía y

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que era dueño de una pequeña fábrica se había dedicado a muchas especulaciones locales quehabían resultado siempre beneficiosas, proporcionándole una cuantiosa fortuna. Hacía bastantetiempo que había pasado de la madurez cuando se le ocurrió hacerse un seguro de vida; y no bienhabía sacado la póliza, cuando cayó enfermo de un mal fulminante, cuyo fatal desenlace llegaríaen pocos días. El médico le explicó titubeante que su enfermedad era incurable. «¡Pardiez! —gritóel enfermo, recuperando de inmediato su energía característica—. La compañía de seguros tendráque apoquinar. ¡Siempre he sido un tipo con suerte!»

Son hombres perspicaces y astutos; perseverantes y fieles para realizar un buen propósito, yferoces para rastrear uno malo. No son emotivos; no entregan fácilmente su amistad ni suenemistad; pero cuando lo hacen es difícil que cambien de parecer. Son una raza mental yfísicamente vigorosa para el bien y para el mal.

La manufactura de la lana se introdujo en esta región en tiempos de Eduardo III. Según latradición, una colonia de flamencos se instaló en el West Riding para enseñar a sus habitantes quéhacer con su lana. Siguió a eso y hasta época muy reciente un periodo de trabajo agrícola ymanufacturero que parece bastante agradable visto desde aquí, en que sólo queda la impresióngeneral y los detalles se han olvidado o sólo los sacan a la luz quienes exploran las pocas regionesremotas de Inglaterra en que la costumbre perdura aún. La imagen de la señora hilando con susdoncellas en las grandes ruecas mientras el señor labraba sus campos o vigilaba sus rebaños en lospáramos cubiertos de brezales de color purpúreo resulta muy poética ahora; pero cuando semenciona esa existencia en nuestros días y podemos oír los pormenores de labios de quienes aúnviven, aparecen los detalles de la tosquedad, de la ordinariez del rústico mezclada con labrusquedad del comerciante, de la inseguridad y el desorden feroz, que estropean bastante laimagen de inocencia y sencillez bucólicas. Aun así, como son las características excepcionales yexageradas de cualquier periodo las que dejan siempre el recuerdo más vívido, sería erróneo ydesleal, a mi entender, sacar la conclusión de que tal o cual forma de sociedad y modo de vida nofueron los mejores para el periodo en que predominaron, aunque los abusos a que hubierenconducido y el progreso gradual del mundo hicieran aconsejable que tales costumbres y usosdesaparecieran para siempre; y tan absurdo sería intentar volver a ellos como que un hombrevolviera a los hábitos de su infancia.

La patente concedida al regidor Cockayne11 y las restricciones posteriores impuestas porJacobo I a la exportación de tejidos de lana sin teñir (que topó con la prohibición por parte deHolanda de importar tejidos ingleses teñidos) perjudicaron considerablemente el comercio de losfabricantes del West Riding. Su carácter independiente, su aversión a la autoridad y sus grandesfacultades mentales los llevaron a rebelarse contra los dictados religiosos de individuos comoLaud12 y el gobierno arbitrario de los Estuardo; y el daño causado por los reyes Jacobo y Carlos alcomercio con el que se ganaban el pan hizo que la gran mayoría se inclinara por laCommonwealth.13 Tendré ocasión más adelante de dar algún ejemplo de los cálidos sentimientosy el amplio conocimiento de temas tanto nacionales como de política exterior que existenactualmente en los pueblos que se extienden al Oeste y al Este de la cordillera que separaYorkshire y Lancashire, cuyos habitantes son de la misma raza y poseen el mismo carácter.

Los descendientes de muchos que lucharon a las órdenes de Cromwell en Dunbar14 viven en

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las mismas tierras que ocupaban entonces sus antepasados; y quizá no exista ninguna otra regiónde Inglaterra donde los recuerdos tradicionales y cariñosos de la Commonwealth hayan duradotanto como en la habitada por la población manufacturera de la lana del West Riding, que vioeliminadas las restricciones de su sector por la admirable política comercial del Protector. Sé debuena tinta que hace menos de treinta años la frase «en tiempos de Oliver» era de uso común paraindicar una época de extraordinaria prosperidad. Los nombres de pila frecuentes en una región sonindicio de la dirección en que apunta su corriente de idolatría. Los entusiastas serios de la políticao la religión no advierten el aspecto ridículo de los nombres que ponen a sus hijos; y algunos seencontrarán, todavía en su infancia, a menos de veinte kilómetros de Haworth, con que van a tenerque pasarse la vida como Lamartine, Kossuth o Dembinski.15 Y así, vemos confirmado lo quedigo sobre el sentimiento tradicional de la región en el hecho de que los nombres del AntiguoTestamento, comunes entre los puritanos, sigan siendo frecuentes en muchas familias yorqueñasde condición media o humilde, sean cuales sean sus creencias religiosas. Hay también numerososinformes que demuestran la cordialidad con que los pastores expulsados fueron acogidos por losseñores rurales y por el sector más pobre de la población, en tiempos de la persecución de CarlosII. Todos esos hechos menores confirman el viejo espíritu hereditario de independencia, prestosiempre a oponerse a la autoridad que se consideraba injustamente ejercida y que caracterizatodavía hoy a la población del West Riding.

La parroquia de Halifax linda con la de Bradford, en la que se incluye la capellanía deHaworth; y la geografía de ambas parroquias es igualmente agreste y montañosa. La abundanciade carbón y los numerosos arroyos de montaña que riegan la zona hacen el terreno especialmenteapto para las manufacturas; y en consecuencia, como he dicho, los habitantes se han dedicadodurante siglos al laboreo de la tierra y a la manufactura de tejidos. Pero el intercambio comercialtardó mucho tiempo en traer comodidad y civilización a estos caseríos remotos y haciendasaisladas. El señor Hunter cita en su Vida de Oliver Heywood una frase del diario de un tal JamesRither, que vivió durante el reinado de Isabel, y que en parte sigue siendo válido hoy:

No tienen superior a quien cortejar, ni cumplidos que hacer, y el resultado es un humor agrioy tenaz, por lo que sorprende al forastero el tono desafiante de todas las voces y el aire de fierezade todos los semblantes.

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16

Todavía hoy, un forastero no puede hacer una pregunta sin recibir una respuesta malhumorada,suponiendo que la reciba. Su acritud resulta a veces claramente ofensiva. Pero si el forastero tomala grosería con buen talante o como algo normal y consigue tocar su fibra afable y su hospitalidadlatente, comprobará que son leales y generosos y absolutamente fiables. Como ejemplo de labrusquedad que domina a todas las clases en esos pueblos aislados, relataré un incidente que nosocurrió a mi esposo y a mí hace tres años en Addingham,

Desde Penigent hasta Pendle Hill,desde Linton hasta Long-AddinghamY toda la región de Craven contaban, etc.17

uno de los lugares que enviaron antiguamente a sus hombres a luchar a la célebre batalla deFlodden Field, y un pueblo que queda a muchos kilómetros de Haworth.

Pasábamos un día en coche por la calle, cuando uno de esos muchachos zascandiles queparecen tener un magnetismo especial para atraer las desgracias, y que se había zambullido en elriachuelo que pasa por el pueblo, justo donde tiran todas las botellas y cascos rotos, apareciótambaleante, desnudo y casi todo cubierto de sangre en una casita delante de nosotros. Además dehaberse hecho otro mal corte en un brazo, se había abierto completamente la arteria y tenía todaslas bazas para morir desangrado, lo cual, se consoló diciendo uno de sus parientes, «seríaahorrarse un montón de problemas».

Mi esposo contuvo la hemorragia con una correa que se quitó de la bota uno de los presentes ypreguntó si habían avisado a un médico.

—Y tanto —fue la respuesta—; pero no creemos que venga.—¿Por qué?—Es viejo y asmático, ¿sabe?; y el camino es muy empinado.Mi esposo pidió entonces a un muchacho que le acompañara a casa del médico, que quedaba a

un kilómetro; guió todo lo deprisa posible y al llegar encontró a la tía del muchacho herido quesalía de la casa.

—¿Va a venir? —le preguntó mi esposo.—Bueno, no ha dicho que no —repuso ella.—Pero dígale que el chico se está desangrando.—Ya se lo he dicho.—¿Y qué le ha contestado?—«¡Maldita sea, y a mí qué me importa!»; eso solo.Pero al final envió a uno de sus hijos, que aunque no había aprendido el oficio se las arreglaba

con vendajes y curas. La excusa del médico era que «tenía casi ochenta años, estaba empezando achochear y había tenido cosa de veinte críos».

Entre los mirones más impasibles estaba el hermano del muchacho herido; y mientras élpermanecía tirado en un charco de sangre en el suelo de piedra y gritaba lo mucho que le«mancaba» el brazo, su estoico pariente fumaba tranquilamente su pipa negra allí plantado, sin

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pronunciar una sola palabra de compasión o pesar.Las costumbres de la periferia del bosque cerrado que cubría la ladera de las colinas a ambos

lados habían insensibilizado a la población hasta mediados del siglo XVII. Se ejecutaba a hombresy a mujeres de forma sumaria, decapitándolos por los delitos más leves; y así se generó unaindiferencia terca, aunque sutil a veces, hacia la vida humana. Las carreteras eran tan malas hastalos últimos treinta años que había escasa comunicación entre un pueblo y otro; si conseguíantransportar sus productos en fechas determinadas al mercado textil del distrito, era lo máximo quepodía hacerse; y en las casas solitarias de la ladera lejana, o en los caseríos aislados, podíancometerse crímenes que pasaban inadvertidos y desde luego sin provocar la indignación populardeliberada para hacer caer el fuerte brazo de la ley; hay que recordar que en aquellos tiempos nohabía policía rural; y que los pocos jueces pedáneos tenían que componérselas solos y, como casitodos eran parientes, solían tolerar la excentricidad y hacer la vista gorda a las faltas de los demáscomo si fueran propias.

Algunos hombres que apenas pasan de la madurez hablan de los tiempos de su juventud en estaregión del país, cuando en los meses de invierno cabalgaban con el barro hasta las cinchas; en queel trabajo era la única razón para salir de casa; y en que tenían que realizarlo en condiciones tandifíciles que hasta a ellos mismos, que viajan ahora al mercado de Bradford en un coche rápido deprimera clase, les parece imposible. Un fabricante de lana, por ejemplo, dice que hace menos deveinticinco años tenía que levantarse temprano para salir una mañana de invierno a fin de llegar aBradford con el cargamento de artículos fabricados por su padre: lo cargaban todo por la noche,pero por la mañana había una gran reunión en torno al carro, y examinaban bien los cascos de loscaballos antes de iniciar la marcha; y entonces, alguien tenía que ir delante tanteando aquí y allá agatas y sondeando con una vara el terreno empinado y resbaladizo para encontrar el sitio por elque los caballos pudieran pasar hasta la relativa seguridad de la carretera general, con susprofundas rodadas. La gente viajaba a caballo por los páramos altos, siguiendo las huellas de losmulos de carga que transportaban paquetes, equipaje y artículos entre los pueblos que no teníancarreteras.

Pero en invierno se interrumpían estas comunicaciones porque la nieve cubría durante muchotiempo las tierras altas y agrestes. He conocido a personas que se quedaron aisladas por la nievecuando viajaban en silla de posta por Blackstone Edge;18 se refugiaron durante siete o diez días enla pequeña posada que hay en la cima, donde pasaron Navidad y Año Nuevo, hasta que la reservade provisiones para el consumo del posadero y su familia escasearon con la llegada de losvisitantes inesperados, y tuvieron que recurrir a los pavos, patos y empanadas de Yorkshire conlos que iba cargado el coche; e incluso esto se estaba acabando cuando un oportuno deshielo losliberó de su encierro.

El aislamiento de los pueblos de montaña no es nada comparado con la soledad de las grisescasas solariegas que se ven aquí y allá en las hondonadas de los páramos. Las mansiones no songrandes, pero sí sólidas y lo bastante espaciosas para acomodar a quienes viven en ellas y que sonlos propietarios de las tierras circundantes. En muchos casos, la tierra pertenece a una sola familiadesde los tiempos de los Tudor; los propietarios son en realidad los descendientes de los pequeñosterratenientes: los pequeños hacendados que están desapareciendo rápidamente como clase debido

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a una o dos causas. O bien el dueño cae en hábitos ociosos, se da a la bebida y acaba viéndoseobligado a vender la hacienda, o, si es más inteligente y emprendedor, descubre que el arroyo quebaja por la ladera de la montaña o los minerales que hay bajo sus pies pueden convertirse en unanueva fuente de riqueza, y deja la pesada vida anterior de hacendado con poco capital y se hacefabricante, o excava buscando carbón o abre una cantera para extraer piedra.

Todavía quedan gentes de esa clase, que siguen viviendo en las casas solitarias y aisladas delos distritos de las tierras altas, y que demuestran claramente la extraña excentricidad, la ferozfuerza de voluntad, más aún, el anormal impulso criminal alimentado por una forma de vida enque un hombre veía pocas veces a sus semejantes, y en que la opinión pública era el eco lejano yconfuso de alguna voz más clara que sonaba tras el amplio horizonte.

La persona solitaria suele acariciar meras fantasías hasta que se convierten en manías. Y elfuerte carácter yorqueño, que apenas se había sometido a la sujeción por el contacto con la«ciudad concurrida o el mercado abarrotado», se manifiesta ahora en extraña tozudez en losdistritos más remotos. Me contaron hace poco la singular historia de un hacendado (que aunquevive en el lado de Lancashire de las montañas, tiene la misma sangre y el mismo carácter que loshabitantes del otro) que se suponía que contaba con una renta anual de setecientos u ochocientos, ycuya casa tenía aspecto de espléndida antigüedad, como si sus antepasados hubieran sido genteimportante durante mucho tiempo. El aspecto del lugar impresionó tanto a mi informante, quedecidió acercarse para inspeccionarlo mejor. Se lo dijo al campesino que le acompañaba. Surespuesta fue: «Mejor que no lo haga. Lo derribaría en el camino. Ya ha atacado a más de uno, lesdispara a las piernas por acercarse demasiado a su casa». Y asegurándose mediante más preguntasque tal era realmente la poco hospitalaria costumbre de aquel señor de los páramos, el caballerorenunció a sus propósitos. Creo que el salvaje terrateniente vive todavía.

Otro señor de familia más distinguida y mayor hacienda (por lo que uno tiende a suponer quemás educado, aunque no siempre sea así) murió hace pocos años en su casa, que no quedaba amuchos kilómetros de Haworth. Su entretenimiento y ocupación preferidos habían sido siemprelas peleas de gallos. Y al verse confinado en su aposento por la que sabía que iba a ser su últimaenfermedad, mandó que instalaran allí mismo a los gallos, y contemplaba la lucha encarnizadadesde el lecho. Cuando el progreso de su enfermedad mortal le impedía ya volverse para seguir lapelea, mandó instalar espejos a los lados y arriba para poder seguir disfrutando del espectáculo. Yde esa forma murió.

Éstos son simples ejemplos de excentricidad comparados con las historias violentas y loscrímenes que han ocurrido en estas moradas solitarias y que persisten en el recuerdo de losancianos de la región, y algunas de las cuales seguramente conocían las autoras de Cumbresborrascosas y de La inquilina de Wildfell Hall.

No cabía esperar que las distracciones de las clases bajas fueran más humanas que las de losricos y mejor educados. El amable caballero que me explicó algunos de los pormenores que hecontado recuerda la fiesta de los toros que se celebraba en Rochdale hace menos de treinta años.Ataban al toro con una cadena o una soga a un poste en el río. Para aumentar el caudal de agua ypara dar a sus obreros la oportunidad de divertirse ferozmente, los señores tenían la costumbre deparar los talleres aquel día. El toro a veces se daba la vuelta de repente, de forma que la cuerda

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con que estaba atado arrastraba a quienes habían cometido la imprudencia de acercarsedemasiado, y la buena gente de Rochdale disfrutaba con la emoción de ver ahogarse a algún queotro vecino, al toro acosado y a los perros sacudidos y desgarrados.

La gente de Haworth no tenía un carácter menos fuerte y peculiar que sus vecinos del otro ladode la montaña. El pueblo queda escondido en los páramos entre los dos condados, en la antiguacarretera de Keighley a Colne. A mediados del siglo pasado se hizo famoso en el mundo religiosocomo escenario de las atenciones del reverendo William Grimshaw, que fue vicario de Haworthdurante veinte años. Es probable que anteriormente los vicarios fueran de la misma condición queun tal señor Nicholls, un clérigo de Yorkshire de los primeros tiempos de la Reforma, «muyaficionado a la bebida y a las malas compañías» y que solía decir a sus compañeros: «Sólo tenéisque hacerme caso cuando estoy un metro por encima de la tierra», o sea, en el púlpito.

Newton, amigo de Cowper19 escribió la vida del señor Grimshaw en la que encontramosalgunos detalles curiosos sobre la forma en que un hombre de convicciones profundas y propósitosfervientes y sinceros cambió y dominó a una población ruda. Parece ser que el señor Grimshaw nohabía destacado en modo alguno por su celo religioso, aunque había llevado una vida moral ycumplía fielmente sus deberes parroquiales, hasta que un domingo de septiembre de 1744, lasirvienta se levantó a las cinco y encontró a su amo entregado a la oración. Ella explicó despuésque había permanecido un rato en su aposento, luego había ido a cumplir sus deberes religiosos acasa de un feligrés y había vuelto a rezar; de allí, y todavía en ayunas, se había ido a la iglesia; ycuando estaba leyendo la segunda lección se desmayó; volvió en sí a medias y tuvieron quesacarlo de la iglesia. Mientras salía, habló a los feligreses, pidiéndoles que no se dispersaran,porque tenía algo que decirles y volvería enseguida. Le llevaron a casa del sacristán, donde volvióa perder el conocimiento. Su sirvienta le frotó para restaurar la circulación y cuando volvió en sí«parecía hallarse en éxtasis», y las primeras palabras que pronunció fueron: «He tenido una visióngloriosa del tercer cielo». No explicó lo que había visto, pero volvió a la iglesia; reanudó el oficioa las dos de la tarde y no acabó hasta las siete.

A partir de entonces se consagró a inculcar una vida religiosa a sus feligreses con el fervor deun Wesley y algo del fanatismo de un Whitfield.20 En el pueblo existía la costumbre de jugar alfútbol los domingos, empleando para ello piedras; y retaban y recibían retos de otras parroquias.También se celebraban carreras de caballos en los páramos que quedaban sobre el pueblo y queeran una causa periódica de embriaguez y libertinaje. Casi ninguna boda se celebraba sin la rudadiversión de carreras a pie, en las que los corredores medio desnudos eran motivo de escándalopara todos los forasteros decentes. Y la antigua costumbre de los arvills o banquetes fúnebresacababa muchas veces en auténticas batallas campales entre los asistentes beodos. Estascostumbres eran los signos externos de la clase de gente con quien tenía que habérselas el señorGrimshaw. Pero por diversos medios, algunos del género más práctico, obró un gran cambio en suparroquia. A veces le ayudaban a predicar Wesley y Whitfield, y en tales ocasiones la iglesiaresultaba demasiado pequeña para la multitud que acudía de otros pueblos y de los caseríossolitarios de los páramos; en ocasiones se veían obligados a congregarse al aire libre; en realidad,ni siquiera había espacio suficiente en la iglesia para los comulgantes. Una vez que el señorWhitfield estaba predicando en Haworth, comentó algo así como que creía innecesario decir

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muchas cosas a aquella congregación que llevaba tantos años escuchando a un pastor tan piadoso ytan santo; y entonces, «el señor Grimshaw se levantó de su sitio y dijo en voz alta: “Por amor deDios, señor, no habléis así. Os ruego que no los halaguéis. Me temo que casi todos irán al infiernocon los ojos abiertos”». Pero si ése era su destino, no sería porque el señor Grimshaw no lospreviniera. Solía predicar veinte o treinta veces a la semana en casas particulares. Si veía quealguien no prestaba atención a sus plegarias, se interrumpía para reprender al culpable y nocontinuaba hasta que no veía a todos de rodillas. Era muy estricto en hacer cumplir la observanciadominical; y ni siquiera permitía a sus feligreses pasear por los prados entre un oficio y otro. Aveces les mandaba cantar un salmo muy largo (según la tradición, el 119), y mientras lo hacían, élsalía de la iglesia y se iba con un látigo a las tabernas y obligaba a los holgazanes a ir a la iglesia.Algunos conseguían librarse de su látigo escapando por la puerta de atrás. Gozaba de excelentesalud y vigor físico, y recorría a caballo las colinas, «despertando» a quienes antes no teníansentimiento religioso. Para ahorrar tiempo y para no ser una carga para las familias en cuya casacelebraba las reuniones, se llevaba sus viandas; en tales ocasiones su alimento diario consistíaúnicamente en un trozo de pan con mantequilla, o pan solo con una cebolla cruda.

El señor Grimshaw se oponía con razón a las carreras de caballos, que atraían a Haworth amuchos libertinos y acercaban el fósforo a los materiales combustibles del lugar, demasiadodispuestos a arder hasta consumirse en la perversidad. Cuentan que probó en vano todos losmedios de persuasión e incluso de intimidación para que se suspendieran las carreras. Al final,desesperado, rezó con tanto fervor que llovió a cántaros y se inundó el campo, de forma que nopodían correr ni hombres ni animales, aunque la multitud estaba dispuesta a esperar que el diluvioamainara. Y así cesaron las carreras de Haworth y hasta el día de hoy no se han reanudado.Todavía se venera la memoria de este santo varón, cuyos fieles cuidados y auténticas virtudes sonel orgullo de la parroquia.

Pero me temo que después de él se produjo una vuelta a las toscas costumbres paganas de lasque él los había arrancado, como si dijéramos, mediante la apasionada fuerza de su carácterpersonal. Él había construido una capilla para los metodistas wesleyanos y poco después losbaptistas se establecieron en un lugar de culto. En realidad, como dice el doctor Whitaker, loshabitantes de esta región son «fanáticos religiosos»; hace sólo cincuenta años, su religión nointervenía en sus vidas. Hace la mitad de tiempo, el código moral parecía basarse en el de susantepasados nórdicos. La venganza pasaba de padres a hijos como una obligación hereditaria; y lacapacidad para beber sin que afectara al juicio se consideraba una de las principales virtudes. Sereanudaron los partidos de fútbol los domingos contra las parroquias vecinas, que atrajeron amuchos forasteros descontrolados que llenaban las tabernas y hacían que los habitantes mássensatos echaran de menos el brazo robusto y el rápido látigo del buen señor Grimshaw. Laantigua costumbre de los arvills volvió a ser tan común como antes. El sacristán anunciaba al piede la tumba abierta que el banquete fúnebre se celebraría en el Black Bull o en cualquier otro localque hubieran elegido los parientes del difunto; y allí se reunían los asistentes al entierro y susconocidos. Esta costumbre tenía su origen en la necesidad de ofrecer un refrigerio a quienesacudían de lejos a presentar sus últimos respetos al amigo difunto. En la vida de Oliver Heywoodhay dos citas que explican la clase de alimentos que se servían en los banquetes fúnebres de las

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tranquilas familias protestantes no anglicanas en el siglo XVII; la primera (de Thoresby) dice queen el refrigerio que siguió al entierro de Oliver Heywood se sirvió «ponche frío, compota deciruela, pastel y queso». La segunda se refiere a lo que se ofreció a los asistentes a un entierro,considerándolo bastante miserable para la época (1673), «sólo un poco de pastel, un trago de vino,un poco de romero y un par de guantes».

Pero los banquetes fúnebres de Haworth solían ser mucho más divertidos. Las familias pobresofrecían sólo un bollo de especias a cada asistente; y los gastos de licores (ron, cerveza, o unamezcla de ambos llamada «hocico de perro») corrían a cargo de los asistentes, que dejaban unpoco de dinero en una bandeja colocada en el centro de la mesa. La gente más rica encargaba unacomida para sus amigos. En el funeral del señor Charnock (sucesor del sucesor del señorGrimshaw en la parroquia) invitaron al arvill a unas ochenta personas y el precio del banquete fuecuatro chelines y seis peniques por asistente, que costearon los amigos del difunto. Como pocos«rechazaban su licor», eran muy frecuentes las peleas violentas antes de que acabara el día; aveces llegaban incluso a «cocear», «saltarse los ojos» y dar mordiscos.

Aunque me he extendido en los peculiares rasgos de estos inquebrantables habitantes del WestRiding, tal como eran en el primer cuarto de este siglo, si no unos años más tarde, no me cabeduda de que en la vida cotidiana de gente tan independiente, obstinada y hosca debe de haber aúnmucho hoy en día que sorprendería a quienes están habituados a las costumbres del Sur; y supongotambién que el yorqueño vigoroso, inteligente y sagaz miraría a tales forasteros con no pocodesdén.

Ya he dicho que donde está hoy la iglesia de Haworth seguramente hubo en tiempos unacapilla o ermita. Correspondía a la tercera clase o nivel inferior de la estructura eclesiástica, segúnla ley sajona, y no tenía derecho de sepultura ni a administrar sacramentos. Se llamaba oratorio oermita del campo porque se construía sin cercamiento y daba a los campos o páramoscircundantes. El fundador, según las leyes de Edgardo,21 estaba obligado sin restarlo de susdiezmos a mantener al sacerdote que la atendía con las nueve partes restantes de sus ingresos.Después de la Reforma, el derecho a elegir al clérigo en alguna de aquellas iglesias sufragáneasque habían sido anteriormente ermitas se confirió a los propietarios y fideicomisarios, con el vistobueno del vicario de la parroquia. Pero debido a alguna negligencia, los propietarios yfideicomisarios de Haworth habían perdido ese derecho desde los tiempos del arzobispo Sharp22 yel poder de elegir un pastor había pasado a manos del vicario de Bradford. Ésa es la historia segúnuna fuente. El señor Brontë dice: «Este beneficio está patrocinado por el vicario de Bradford yalgunos fideicomisarios. Mi predecesor lo recibió con el visto bueno del vicario de Bradford, perocon la oposición de los fideicomisarios, por lo que tuvo tantos problemas que se vio obligado adimitir a las tres semanas de tomar posesión».

Cuando hablé sobre el carácter de los habitantes del West Riding con el doctor Scoresby, quehabía sido vicario de Bradford, él se refirió a ciertos desórdenes que habían tenido lugar enHaworth a la entrega del beneficio al señor Redhead, el predecesor del señor Brontë; y me dijo quelos pormenores de aquellos sucesos eran tan indicativos del carácter de la gente que meaconsejaba investigarlos. Así lo he hecho y he sabido de labios de algunos actores y espectadoressupervivientes las medidas que tomaron para expulsar a la persona nombrada por el vicario.

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El titular anterior, que había sucedido al sucesor del señor Grimshaw, fue el señor Charnock.Tuvo una larga enfermedad que le incapacitó para cumplir sus obligaciones solo y fue a ayudarleel señor Redhead. Mientras el señor Charnock vivió, su coadjutor complació plenamente a losfeligreses y todos lo tenían en gran estima. Pero la situación cambió radicalmente cuando, almorir el señor Charnock en 1819, decidieron que el vicario de Bradford había privado de susderechos injustamente a los fideicomisarios nombrando vicario perpetuo al señor Redhead.

El primer domingo que celebró él los oficios religiosos no cabía una alma en la iglesia, hastalos pasillos estaban abarrotados; y casi todos los feligreses calzaban los zuecos de madera típicosde la región. Cuando el señor Redhead estaba leyendo la segunda lección, los fieles empezaron asalir de la iglesia como arrastrados por el mismo impulso, haciendo todo el ruido posible con loszuecos al caminar, y al final tuvieron que acabar el oficio solos el señor Redhead y el sacristán.Fue muy desagradable, pero el domingo siguiente fue todavía peor. La gente llenó la iglesia comoel domingo anterior, pero dejaron libres los pasillos, sin una sola persona ni ningún obstáculo enmedio. La razón de esto se hizo evidente más o menos al mismo tiempo que había empezado elalboroto la semana anterior. Un hombre entró en la iglesia montado al revés en un burro, mirandohacia el rabo, y con tantos sombreros en la cabeza como podía aguantar. Empezó a espolear alanimal por los pasillos, y los gritos, chillidos y risas de la congregación ahogaron completamentela voz del señor Redhead; creo que se vio obligado a desistir. Hasta entonces no habían recurridoen ningún momento a la violencia personal; pero el tercer domingo tuvieron que irritarsemuchísimo al ver al señor Redhead, decidido a enfrentarse a ellos, subir por la calle del puebloacompañado por varios caballeros de Bradford. Dejaron los caballos en el Black Bull (la pequeñaposada próxima al cementerio, para comodidad de los banquetes fúnebres y otros propósitos), yentraron en la iglesia. La gente los siguió con un deshollinador que habían contratado para quelimpiara las chimeneas de algunas dependencias pertenecientes a la iglesia aquella mismamañana, a quien le habían invitado a beber hasta que agarró una borrachera solemne. Le colocarondelante del atril; el hombre asentía estúpidamente con gesto beodo y la cara renegrida a cuantodecía el señor Redhead. Al final, ya fuera animado por algún travieso o por su propio impulsobeodo, subió a trompicones la escalera del púlpito e intentó abrazar al señor Redhead. La farsaprofana se precipitó entonces. Empujaron al deshollinador cubierto de hollín contra el señorRedhead, que intentó escapar. Los arrojaron a él y a su torturador sobre el montón de hollín delsaco que habían vaciado en el camposanto, y, aunque al final el señor Redhead consiguió escaparal Black Bull, cuyas puertas trancaron inmediatamente, la gente montó en cólera afuera,amenazando con apedrearlos a él y a sus amigos. Uno de mis informantes es un anciano que enaquel entonces era el dueño del Black Bull, y afirma que la gente estaba tan furiosa que la vida delseñor Redhead corrió verdadero peligro. Este hombre, sin embargo, planeó la huida de sus odiadosclientes. El Black Bull queda al final de la larga y empinada calle de Haworth; y al fondo, junto alpuente de la carretera de Keighley, hay una barrera de portazgo. Mi informante dio instrucciones asus acorralados huéspedes para que salieran con sigilo por la puerta de atrás (por la que habríanescapado del látigo del buen señor Grimshaw muchos tarambanas) y el dueño y algunos mozos decuadra montaron los caballos de los hombres de Bradford a ambos lados de la entrada principalentre la multitud enfurecida y expectante. Por alguna abertura entre las casas, los que estaban a

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caballo vieron al señor Redhead y a sus amigos arrastrarse sigilosamente detrás de la calle; yentonces picaron espuelas y salieron disparados hacia la barrera. El odiado clérigo y sus amigosmontaron allí rápidamente y ya se habían alejado bastante cuando la gente descubrió que su presahabía escapado y llegaron corriendo al portillo cerrado de la barrera.

El señor Redhead no volvió a aparecer por Haworth en muchos años. Tiempo después fue apredicar y en su sermón a una numerosa y atenta congregación recordó jovialmente lascircunstancias que acabo de relatar. Le dieron una calurosa acogida, pues no le guardaban ningúnrencor; aunque entonces habían estado dispuestos a apedrearle para conservar los queconsideraban sus derechos.

En febrero de 1820, el señor Brontë llevó a su esposa y a sus seis hijos pequeños a vivir a estepueblo de gente anárquica, aunque no carente de bondad. Algunos vecinos todavía recuerdan lassiete carretas cargadas que subieron traqueteando lentamente la larga calle con los enseres del«nuevo párroco» hasta su futura morada.

Me pregunto qué impresión le causaría el lúgubre aspecto de su nuevo hogar (la rectoría depiedra, baja y rectangular en lo alto, pero con un fondo aún más alto de los extensos páramos) a lagentil y delicada esposa, cuya salud ya había empezado a declinar.

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CAPÍTULO III

El reverendo Patrick Brontë es oriundo del condado irlandés de Down. Su padre, Hugh Brontë, sehabía quedado huérfano a edad muy temprana. Se trasladó del Sur al Norte de la isla y se instalóen la parroquia de Ahaderg, cerca de Loughbrickland. Existía cierta tradición familiar de queHugh Brontë procedía de una familia muy antigua, a pesar de su humilde posición. Pero ni él nisus descendientes se han molestado nunca en investigarlo. Se casó joven y crió y educó a diezhijos con el fruto de los pocos acres de tierra que cultivaba. Esta familia numerosa destacaba porun extraordinario vigor físico y una gran belleza. Todavía en su vejez, el señor Brontë es unhombre de aspecto atractivo, más alto de lo normal, de porte muy erguido y cabeza majestuosa.Tuvo que ser muy apuesto de joven.

Patrick Brontë nació el 17 de marzo (día de San Patricio) de 1777; dio muestras de unaagudeza y una inteligencia excepcionales desde pequeño. También tenía bastante ambición; y desu buen juicio y previsión da fe el hecho de que, sabiendo que su padre no podía ayudarleeconómicamente y que tenía que valerse por sí mismo, empezó a enseñar en un colegio privado alos dieciséis años. Así se ganó la vida durante cinco o seis años. Fue luego tutor de los hijos delreverendo Tighe, rector de la parroquia de Drumgooland. De allí pasó al Saint John’s College deCambridge, donde se presentó en julio de 1802; contaba entonces veinticinco años. Tras unaresidencia de casi cuatro años en la universidad, obtuvo la licenciatura en filosofía y letras y fuedestinado a una coadjutoría de Essex, de donde se trasladó a Yorkshire. Este esbozo de su vidahasta entonces demuestra un carácter fuerte y extraordinario, que se había marcado un objetivo ylo siguió con resolución e independencia. He aquí a un joven (un joven de dieciséis años) que sesepara de su familia y decide mantenerse por su cuenta; y hacerlo mediante el trabajo intelectual yno cultivando la tierra como su padre.

Por lo que me han contado, supongo que el señor Tighe se interesó muchísimo por el tutor desus hijos y que debió de ayudarle no sólo en la orientación de sus estudios sino tambiénindicándole una educación universitaria inglesa y aconsejándole dónde tenía que conseguir que leadmitieran. Hoy no se advierte el menor rastro de su origen irlandés en el acento del señor Brontë;nadie notaría su ascendencia celta en su cara de rectas líneas griegas y óvalo alargado; pero alpresentarse a las puertas de Saint John’s a los veinticinco años, recién salido de la única vida quehabía conocido hasta entonces, demostró no poca determinación, fuerza de voluntad y despreciodel ridículo.

Durante su estancia en Cambridge perteneció al cuerpo de voluntarios que se organizó en todoel país para resistir la temida invasión de los franceses. Le he oído referirse en los últimos años alord Palmerston, a quien conoció y trató en los entrenamientos militares que tenían quepracticar.23

Le encontramos ahora instalado como coadjutor en Hartshead, Yorkshire, muy lejos de sutierra natal y de todos sus parientes irlandeses, con quienes en realidad se molestó poco en

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mantener relaciones y a quienes creo que no volvió a visitar desde que inició sus estudios enCambridge.

Hartshead es un pueblo pequeño situado al Este de Huddersfield y Halifax; su elevadoemplazamiento (en un montículo, como si dijéramos, rodeado por una cuenca circular) domina unpanorama espléndido. El señor Brontë residió allí cinco años; y mientras era titular del beneficioeclesiástico de Hartshead, cortejó a Maria Branwell y se casó con ella.

Maria Branwell era la tercera hija del señor Thomas Branwell, comerciante de Penzance. Elapellido de soltera de su madre era Carne, y los Branwell descendían de familias lo bastantebuenas por ambas ramas como para que los hijos se relacionaran con la mejor sociedad dePenzance en aquel entonces. El señor y la señora Branwell vivieron (con sus cuatro hijas y un hijotodavía niños) durante la existencia de aquella sociedad primitiva que tan bien ha descrito eldoctor Davy en la vida de su hermano.

En el mismo pueblo, cuando la población era aproximadamente de 2.000 personas, sólo habíauna alfombra, los suelos de las habitaciones se espolvoreaban con arena de playa, y no había niun solo cubierto de plata.

En aquel entonces, cuando nuestras posesiones coloniales eran muy limitadas, nuestro ejércitoy nuestra marina de muy pequeña escala, y existía relativamente muy poca demanda deintelectuales, se preparaba a veces forzosamente a los hijos menores de los caballeros paradesempeñar algún oficio, a lo que no se asociaba ningún desprestigio o pérdida de casta, por asídecirlo. El primogénito, cuando no se le permitía ser un hacendado ocioso, era enviado a Oxfordo a Cambridge, donde estudiaba para dedicarse a una de las tres profesiones liberales: elsacerdocio, el derecho o la medicina; el segundón quizá se colocara de aprendiz con un cirujano,un boticario o un procurador; el tercero, con un peltrero o un relojero; el cuarto, con unempaquetador o un mercero; y así sucesivamente, según el número de hijos.

Una vez concluido su aprendizaje, los jóvenes solían trasladarse casi siempre a Londres paraperfeccionar sus respectivos oficios o artes: y cuando regresaban al campo y se establecían, noeran excluidos de lo que hoy consideraríamos la sociedad elegante. Las visitas se regulabanentonces de forma diferente a como se hace ahora. Las invitaciones a comer eran prácticamentedesconocidas, a excepción de las de las fiestas anuales. La Navidad también era entonces unatemporada de indulgencia y esparcimiento y se celebraban reuniones a la hora de la merienda-cena. A excepción de estos dos periodos, las visitas se reducían casi por completo al té; losinvitados se reunían a las tres en punto y se marchaban a las nueve, y el entretenimiento de lavelada consistía en algún juego de naipes como «la papisa Juana» o el «comercio». La clase bajaera entonces sumamente ignorante y todas las clases eran muy supersticiosas. La gente todavíacreía en las brujas y existía una credulidad prácticamente ilimitada sobre lo sobrenatural y lomonstruoso. Apenas existía parroquia en Mount’s Bay que no tuviera una casa encantada o unlugar al que no se asociara alguna historia de espanto sobrenatural. Incluso cuando yo eramuchacho, recuerdo una casa que había en la calle mayor de Penzance que estaba deshabitadaporque se creía que estaba embrujada, y los muchachos apretaban el paso con el corazónacelerado al pasar por allí de noche. En las clases medias y altas había poca afición a la

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literatura y todavía menos a la ciencia, y sus actividades rara vez eran de género solemne ointelectual. Sus diversiones preferidas eran la caza, el tiro, la lucha y las peleas de gallos, quecasi siempre acababan en borrachera. El contrabando era muy activo, y al mismo solían asociarsela ebriedad y un bajo nivel moral. En el contrabando hallaban los aventureros osados ytemerarios el medio de hacer fortuna, y la ebriedad y la disipación llevaron a la ruina a muchasfamilias respetables.

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Doy este extracto porque creo que guarda cierta relación con la vida de la señorita Brontë,cuya fortaleza mental y cuya vigorosa imaginación tuvieron que recibir sus primeras impresionesbien de las sirvientas (compañeras amables durante la mayor parte del día en aquel hogar sencillo)que repetían las leyendas y las noticias del pueblo de Haworth; o bien del señor Brontë, cuyarelación con sus hijos parece haber sido bastante comedida y cuya vida, tanto en Irlanda como enCambridge, había transcurrido en circunstancias peculiares; o bien de su tía, la señorita Branwell,que fue a vivir a la rectoría para hacerse cargo de la familia de su difunta hermana cuandoCharlotte contaba seis o siete años. La señorita Branwell era mayor que la señora Brontë y habíavivido más tiempo en la sociedad de Penzance que describe el doctor Davy. Pero en la familiaBranwell no había violencia ni irregularidades. Eran metodistas, y, por lo que puedo deducir, lapiedad delicada y sincera daba refinamiento y pureza a su carácter. El señor Branwell, según susdescendientes, poseía talento musical. Él y su esposa vivieron lo suficiente para ver crecer a todossus hijos y murieron con un año de diferencia: él en 1808 y ella en 1809, cuando su hija Mariatenía veinticinco o veintiséis años. Se me ha permitido leer una serie de nueve cartas que escribióMaria al señor Brontë durante su breve noviazgo en 1812. Desbordan una tierna gracia y modestiafemenina; y están impregnadas de la profunda piedad a que he aludido como característicafamiliar. Citaré algunos fragmentos para demostrar la clase de persona que era la madre deCharlotte Brontë; pero antes de hacerlo tengo que exponer las circunstancias en que esta dama deCornualles conoció al erudito de Ahaderg, cerca de Loughbrickland. A principios del verano de1812, cuando ella tendría unos veintinueve años, fue a visitar a su tío el reverendo John Fennel,que era entonces clérigo de la Iglesia de Inglaterra y vivía cerca de Leeds, aunque había sidoanteriormente pastor metodista. El señor Brontë era el beneficiado de Hartshead, y tenía fama enla zona de ser un hombre muy apuesto, lleno de entusiasmo y enamoradizo como buen irlandés. Laseñorita Branwell era muy menuda; no era guapa, pero sí muy elegante y vestía siempre con unasencillez discreta y acorde con su carácter general, de la que algunos detalles recuerdan el estilode vestir que eligió su hija para sus heroínas preferidas. El señor Brontë se sintió cautivadoenseguida por aquella criaturita delicada, y declaró que aquella vez era para siempre. En laprimera carta que ella le escribió, fechada el 26 de agosto, parece casi sorprendida de habersecomprometido y alude al poco tiempo que hace que se conocen. En las otras hay detalles querecuerdan la de Julieta:

Mas confía en mí, caballero, seré más fielque quienes tienen más astucia para ser extrañas.25

Hay planes de alegres excursiones a la abadía de Kirkstall, en los luminosos días deseptiembre, cuando «tío, tía y la prima Jane» —la última comprometida con un tal señor Morgan,también clérigo— formaban parte del grupo. Todos han muerto, menos el señor Brontë. No hubooposición al noviazgo por parte de ninguno de los parientes de Maria. El señor y la señora Fennello aprobaron y parece que su hermano y sus hermanas en la lejana Penzance lo aceptaron tambiénde muy buen grado. En una carta fechada el 18 de septiembre, dice:

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Hace años que soy mi propia dueña, y no estoy sometida a ningún control de nadie; tanto esasí, que mis hermanas, que me llevan muchos años, e incluso mi amada madre, solían consultarmetodas las cosas importantes y rara vez dudaban de la sensatez de mis actos y opiniones: quizá teapresures a acusarme de vanidad por mencionarlo, pero has de considerar que no presumo deello. Muchas veces me ha parecido un inconveniente y, sin embargo, gracias a Dios nunca me hainducido a error, aunque en circunstancias de incertidumbre y duda he sentido profundamente lafalta de un guía e instructor.

En la misma carta dice al señor Brontë que ha comunicado a sus hermanas su noviazgo y queno las vería de nuevo tan pronto como se había propuesto. El señor Fennel, su tío, les escribetambién en el mismo correo, alabando al señor Brontë.

El viaje desde Penzance hasta Leeds en aquel entonces era muy largo y muy caro; los noviosno disponían de mucho dinero para gastarlo en viajes innecesarios y como la señorita Branwell notenía madre ni padre, les pareció una solución correcta y discreta celebrar la boda en casa de sutío. No había razón para prolongar el noviazgo. Ambos habían pasado ya la primera juventud;tenían medios suficientes para cubrir sus necesidades poco ambiciosas. El beneficio eclesiásticode Hartshead figura en la Lista del Clero con un estipendio anual de 202 libras, y Maria contabacon una pequeña renta (50 libras, me han dicho) que le había dejado su padre. Así que los noviosempezaron a hablar de poner casa a finales de septiembre, pues supongo que hasta entonces elseñor Brontë había vivido en una pensión; todos los preparativos para celebrar la boda en elpróximo invierno fueron bien hasta noviembre, en que ocurrió un contratiempo que Mariadescribe así, con gracia y paciencia:

Supongo que no esperarías hacerte más rico gracias a mí, pues lamento comunicarte que soytodavía más pobre de lo que creía. Ya te mencioné que había pedido que me enviaran mis libros,ropa, etc. La noche del sábado, más o menos cuando tú escribías la descripción de tu imaginarionaufragio, yo estaba leyendo y sintiendo los efectos de uno real, pues había recibido una carta demi hermana dándome cuenta de que el barco en que me había enviado el baúl había encallado enla costa de Devon, y que mi baúl quedó hecho añicos con la violencia del mar, y desaparecieronen las profundidades casi todas mis escasas pertenencias. Si esto no resultara ser el preludio dealgo peor no le daré importancia, ya que es el primer suceso desastroso que me ha ocurrido desdeque me fui de casa.

La última carta está fechada el 5 de diciembre. La señorita Branwell y su prima se disponían ahacer el pastel de boda la semana siguiente, por lo que el acontecimiento no podía estar lejos. Ellahabía estado aprendiendo de memoria un «precioso himno breve» compuesto por el señor Brontë;y leyendo Consejo a una dama de lord Littelton,26 sobre el que hace algunas observaciones justasy pertinentes que demuestran que pensaba tan bien como leía. Y así desaparece Maria Branwell;no tenemos más comunicación directa con ella; sabemos de ella como señora Brontë, pero yacomo una enferma bastante próxima a la muerte; todavía paciente, animada y piadosa. La letra desus cartas es elegante y pulcra; aunque hace alusiones a las tareas de la casa (como preparar elpastel de boda) también habla de los libros que ha leído o que está leyendo, indicando con ello que

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poseía una mente bien cultivada. Supongo que, sin poseer ninguno de los raros talentos de sushijas, la señora Brontë tuvo que ser ese carácter fuera de lo común, una mujer coherente yequilibrada. El estilo de sus cartas es ágil y correcto, como lo es también el artículo titulado«Ventajas de la pobreza en los asuntos religiosos», que escribió bastante más adelante,seguramente con la intención de publicarlo en alguna revista.

Se casó en casa de su tío en Yorkshire el 29 de diciembre de 1812; el mismo día se casótambién su hermana pequeña, Charlotte Branwell, en el lejano Penzance. Creo que la señoraBrontë no volvió a visitar nunca Cornualles, pero todos sus parientes que aún viven la recuerdancon cariño; dicen que era «su tía preferida, a quien ellos y toda la familia admiraban como personade talento y carácter muy afable»; y, también, «sumisa y reservada, aunque poseía talentos fuerade lo común, que heredó de su padre, y su piedad era genuina y discreta».

El señor Brontë permaneció cinco años en Hartshead, en la parroquia de Dewsbury. Allí secasó y allí nacieron sus dos hijas Maria y Elizabeth. Transcurrido ese tiempo, ocupó el beneficiode Thornton, en la parroquia de Bradford. Algunas de esas grandes parroquias del West Riding soncasi como diócesis, por la cantidad de habitantes y el número de iglesias. La de Thornton es unapequeña iglesia episcopaliana, con numerosos monumentos protestantes no anglicanos, como el deLister y su amigo el doctor Hall.27 La región es yerma y agreste: grandes extensiones de tierrainhóspita rodeadas de diques de piedra se extienden hasta los altos de Clayton. La misma iglesiaparece antigua y solitaria, como si la hubieran dejado atrás los grandes talleres de piedra de unafloreciente firma independiente, y la sólida capilla cuadrada construida por los fieles de esaconfesión. En conjunto no es un lugar tan agradable como Hartshead, con su amplia vista sobre lallanura sombreada por las nubes y jaspeada de sol, y la interminable sucesión de colinas, que seelevan una tras otra hasta el horizonte lejano.

Charlotte Brontë nació en Thornton el 21 de abril de 1816. La siguieron en rápida sucesiónPatrick Branwell, Emily Jane y Anne. La salud de la señora Brontë empezó a decaer a raíz delúltimo parto. Es un trabajo duro atender las pequeñas y tiernas necesidades de muchos niñospequeños cuando los medios son limitados. Y es más fácil procurarles alimentos y ropa queatención, cuidados, serenidad, entretenimiento y comprensión, que necesitan también. MariaBrontë, la mayor de los seis, no tenía mucho más de seis años cuando el señor Brontë se trasladó aHaworth el 25 de febrero de 1820. Quienes la conocieron entonces dicen que era una niñademasiado seria, pensativa y tranquila para su edad. Su infancia no fue infancia. Son raros loscasos en que los poseedores de grandes dotes han conocido la bendición de esa época feliz y librede cuidados. Sus dotes poco comunes se agitan en su interior y en lugar de la vida natural depercepción (lo objetivo, como lo llaman los alemanes) inician la vida más profunda de reflexión:lo subjetivo.

La pequeña Maria Brontë era menuda y de aspecto delicado, lo que parecía subrayar aún mássu extraordinaria precocidad intelectual. Debió de ser compañera y ayudante de su madre en elcuidado de la casa y los niños, porque el señor Brontë estaba muy ocupado en su estudio, porsupuesto; y además no le gustaban mucho los niños y sentía su frecuente aparición en escenacomo una sangría para las fuerzas de su esposa y como una interrupción de la comodidaddoméstica.

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La rectoría de Haworth es un edificio de piedra rectangular (como ya he mencionado en elprimer capítulo), y queda en lo alto del pueblo; la entrada principal da a la puerta occidental de laiglesia, que queda unos cien metros. Unos veinte metros de ese espacio están ocupados por elherboso jardín, que es poco más ancho que la casa. El cementerio rodea la casa y el jardín portodos los lados menos por uno. La vivienda tiene dos plantas y cuatro habitaciones en cada una.Cuando los Brontë se instalaron aquí, colocaron la sala de estar en la estancia más grande, quequeda a la izquierda de la entrada; y en la habitación de la derecha instalaron el estudio del señorBrontë. Junto a éste estaba la cocina; y junto a la cocina había una especie de despensa enlosada.En la planta superior había cuatro dormitorios de tamaño similar, más un cuartito o pequeñadependencia o «antecámara», como lo llamamos en el Norte, al otro lado del pasillo. Éste daba ala fachada, y la escalera subía frente a la entrada a la derecha. Hay asientos junto a las ventanas entoda la casa, de un agradable estilo antiguo, y la sólida barandilla de la escalera, los paneles de lasparedes y los gruesos marcos de las ventanas indican que la vivienda se construyó en una época enque abundaba la madera.

El cuartito de arriba se destinó a los niños. No lo llamaban cuarto de los niños, aunque erapequeño; en realidad no disponía siquiera de chimenea; las sirvientas (dos hermanas tiernas yafectuosas que todavía hoy no pueden hablar de la familia sin llorar) llamaban a la habitación«estudio de los niños». La estudiante mayor debía de tener entonces siete años.

Ningún vecino de Haworth era muy pobre. Muchos trabajaban en las fábricas de estambre delos alrededores; algunos eran dueños de fábricas o de pequeños talleres. También había tenderosque cubrían las necesidades más modestas; pero si necesitaban consejo médico o legal, o teníanque comprar artículos de escritorio, ropa, libros o exquisiteces, los habitantes de Haworth teníanque ir a Keighley. Había varias escuelas dominicales; los baptistas habían sido los primeros enestablecerlas y los habían seguido los metodistas y en último lugar los anglicanos. El buen señorGrimshaw, amigo de Wesley, había construido una humilde iglesia metodista, que quedaba junto ala carretera que lleva a los páramos; los baptistas construyeron luego un lugar de culto, con lapeculiaridad de que quedaba a pocos metros de la carretera general; y más tarde, los metodistasjuzgaron oportuno construir otra iglesia más grande y más retirada de la carretera. El señor Brontëmantuvo siempre relaciones cordiales y amistosas con las otras confesiones religiosas como untodo. Pero la familia mantuvo las distancias con los vecinos del pueblo desde el principio, amenos que necesitaran algún servicio concreto. «Se mantenían muy unidos» es el comentario dequienes recuerdan la llegada del señor y de la señora Brontë. Creo que muchos yorqueños seoponían al sistema de visitas parroquiales; su carácter hosco e independiente no aceptaba por lasbuenas que alguien se arrogara el derecho por su cargo de hacerles preguntas, darles consejos oamonestarlos. Sigue alentando en ellos el antiguo espíritu montañés que acuñó la rima inscrita enla parte inferior de uno de los asientos del coro de la abadía de Whalley, que queda a pocoskilómetros de Haworth:

Quien se mete en lo que hacen los demásmás le valdría irse a su casa a enredar.

Pregunté a un habitante de un distrito próximo a Haworth cómo era el clérigo de su iglesia.

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—Excelente —me contestó—. Se ocupa de sus asuntos y nunca se mete en los nuestros.El señor Brontë visitaba fielmente a los enfermos y a quienes requerían su ayuda, y asistía con

diligencia a las escuelas; y otro tanto hacía su hija Charlotte; pero como apreciaban y valoraban laintimidad, quizá pecaran un poco de discretos al no inmiscuirse en la vida privada de los demás.

Sus paseos en Haworth se dirigieron desde el principio hacia los páramos cubiertos de brezosque se alzan detrás de la rectoría y no hacia la larga y empinada calle del pueblo. Una buenaanciana que asistió a la señora Brontë durante su enfermedad (cáncer interno), que se declaró y seagravó a los pocos meses de su llegada a Haworth, me ha explicado que en aquel entonces los seispequeños solían salir a pasear, cogidos de la mano, por los espléndidos páramos que luegoamarían de forma tan apasionada; las hermanas mayores cuidaban a los pequeñines que aún nocaminaban bien.

Eran unos niños muy serios y callados para su edad; tal vez se contuvieran por la graveenfermedad de la madre; porque en la época de que me habla mi informante, la señora Brontëestaba confinada en el dormitorio, del que ya no salió con vida.

—Los pobrecitos eran tan buenos, tan tranquilos y silenciosos, que nadie hubiera dicho quehabía un niño en la casa. Maria se encerraba en el estudio de los niños con un periódico (¡Maria,que tenía entonces sólo siete años!) Y cuando salía podía contártelo todo, los debates delParlamento y lo que fuera. Era como una madre para sus hermanas y su hermano. Yo no he vistonunca niños tan buenos. A mí me parecía que les faltaba brío; eran demasiado buenos. Loachacaba en parte a la manía del señor Brontë de no dejarles tomar carne. No era por ahorrar,porque en la casa había abundancia y hasta se derrochaba, con las sirvientas jóvenes y sin señoraque las vigilara; pero él creía que había que educar a los niños con sencillez y con mano dura: asíque sólo comían patatas; pero nunca pedían otra cosa; eran buenísimos los pobres. La más guapaera Emily.

La señora Brontë seguía siendo la misma persona paciente y animosa que ya hemos vistoantes; muy enferma y con dolores fuertes, casi nunca se quejaba, si es que lo hacía alguna vez;cuando se sentía mejor pedía a la enfermera que la ayudara a incorporarse en la cama para verlalimpiar la chimenea, «porque ella lo hacía como se hace en Cornualles»; amaba fervientemente asu marido, que la correspondía con afecto y no soportaba que otro la cuidara de noche; pero, segúnmi informante, la madre no estaba deseosa de ver mucho a sus hijos, seguramente porque elverlos, sabiendo lo pronto que iban a quedarse sin madre, la habría agitado demasiado. Así que lascriaturitas permanecían juntas sin hacer ruido porque su padre estaba ocupado en su estudio, en laparroquia o con su madre; y ellos comían solos; se sentaban a leer, o cuchicheaban en voz baja enel estudio de los niños o vagaban por la ladera cogidos de la mano.

Las ideas de Rousseau y del señor Day28 sobre educación se habían extendido y se habíanfiltrado en muchas capas sociales. Supongo que el señor Brontë sacó sus propias conclusionessobre la educación de los niños de estos dos teóricos. Claro que él nunca llegó a los extremosdisparatados y asombrosos que tuvo que soportar una tía mía de un discípulo del señor Day. Estecaballero y su esposa la acogieron para que viviera con ellos como hija adoptiva hará unosveinticinco años. Eran personas acomodadas y bondadosas, pero la vestían y la alimentaban de laforma más humilde y tosca, basada en principios espartanos. Ella era una niña alegre y sana y no

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se preocupaba mucho por la ropa y la comida. Pero consideraba una auténtica crueldad losiguiente: la familia tenía un carruaje, en el que sacaban a tomar el aire a la niña y a su perrofavorito en días alternos. La criatura a la que le tocaba quedarse en casa era manteada (algo que ami tía le daba pavor). Su miedo quizá fuera la razón de que siguieran haciéndolo. Disfrazarse defantasmas era algo común y ella no les hacía caso, por lo que el manteo había sido el métodosiguiente para templarle los nervios. Es bien sabido que el señor Day rompió la promesa decasarse con Sabrina, la joven a quien había educado para tal fin, porque unas semanas antes del díafijado para la boda ella cometió la frivolidad de ponerse un vestido de mangas finas para ir devisita. El señor Day y los parientes de mi tía eran personas bondadosas, pero estaban convencidosde la estrafalaria idea de que mediante un método de entrenamiento pueden involucrarse valor ysencillez del salvaje ideal, olvidando el terrible aislamiento de sentimientos y hábitos queexperimentarían sus alumnos en la vida que tendrían que llevar entre las corrupciones y losrefinamientos de la civilización.

El señor Brontë deseaba que sus hijos fueran fuertes e indiferentes a los placeres de la comiday el vestido. Consiguió lo segundo en lo que a sus hijas se refiere; pero acometió su objetivo conimplacable fervor. La enfermera de la señora Brontë me ha contado que un día que los niñoshabían salido a los páramos y se había puesto a llover, ella pensó que volverían con los piesmojados y sacó unas botas de colores que les había regalado un amigo (cree que el señor Morgan,que se casó con «la prima Jane»). Colocó los pequeños pares de botas junto al fuego de la cocinapara que se calentaran; pero cuando volvieron los niños, las botas no aparecían por ningún sitio;sólo se notaba un olor fuerte a cuero quemado. El señor Brontë había entrado en la cocina y lashabía visto. Eran demasiado alegres y lujosas para sus hijos y fomentarían el amor al vestido; asíque las había echado al fuego. No permitía nada que ofendiera su antigua sencillez. Mucho antesde esto, alguien había regalado a la señora Brontë una bata de seda; ella no se la había puestonunca, porque bien la hechura, el color o el género no correspondía a las ideas de estricto decorodel señor Brontë. Sin embargo, había guardado el regalo como un tesoro en su cómoda, quesiempre cerraba con llave. Pero un día, estaba en la cocina y recordó que se había dejado la llavepuesta en el cajón y, al oír al señor Brontë arriba, auguró algún percance para su vestido; así quesubió de prisa y lo encontró hecho trizas.

El señor Brontë procuraba contener con estoicismo el fuerte y apasionado carácter irlandés quebullía en él a pesar de su serenidad filosófica y su comportamiento digno. Cuando estaba enojadoo contrariado por algo no hablaba, sino que desahogaba su cólera volcánica descargando laspistolas en rápida sucesión en la puerta de atrás. Cuando la señora Brontë oía desde la cama lassucesivas explosiones, sabía que algo iba mal; pero procuraba ver siempre el aspecto positivo ysolía decir: «¿No debería agradecer que nunca me haya dirigido una palabra destemplada?». Lacólera de Patrick Brontë adoptaba a veces otra forma, silenciosa también. Una vez agarró laalfombrilla de delante del fuego y la embutió en la rejilla, dejando que se quemara, y sin salir dela habitación, a pesar del hedor, hasta que se abrasó y se apergaminó y quedó completamenteinservible. Otra vez serró el respaldo a unas sillas, convirtiéndolas en simples taburetes.

Era un andarín infatigable y recorría por kilómetros y kilómetros los páramos, fijándose entodos los signos naturales del viento y el paisaje y observando a las criaturas salvajes que iban y

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venían en las zonas más solitarias de las colinas. Había visto águilas bajando a buscar alimentopara sus crías; ahora no se ve ni una águila en estas laderas. Adoptaba sin temor la postura depolítica local o nacional que le parecía correcta. En la época de los luditas29 había defendido laintervención perentoria de la ley en un momento en que no se encontraba ningún magistrado quela ejecutara y todas las propiedades del West Riding corrían grave peligro. Se granjeó la antipatíade los obreros de las fábricas y creía que su vida peligraba si salía desarmado a dar sus paseoslargos y solitarios; desde entonces lleva siempre una pistola cargada. En casa, la dejaba sobre eltocador con el reloj; y la recogía con el reloj por la mañana; y con el reloj volvía a dejar todas lasnoches. Muchos años después, cuando vivía en Haworth, hubo una huelga; los obreros de la zonase consideraban tratados injustamente por sus patronos y se negaron a trabajar; el señor Brontë lesdio la razón y les prestó toda la ayuda que estaba en sus manos para que se mantuvieran a flote yevitaran la pesadilla de las deudas. Algunos vecinos influyentes de Haworth y de los alrededoreseran dueños de fábricas y le reprocharon con crudeza su actitud, pero él estaba convencido de queera la correcta y no cedió. Sus opiniones podían ser a veces disparatadas y erróneas; sus principiosde acción, excéntricos y extraños; sus ideas sobre la vida, parciales y casi misantrópicas; pero nohabía razón en el mundo que lo hiciera cambiar; se atenía siempre a sus principios; y aunque algohabía de misantropía en su opinión sobre la humanidad en general, su comportamiento con losindividuos a quienes trataba no coincidía con ese punto de vista. Es cierto que tenía prejuiciosfuertes y vehementes, que se aferraba a ellos con obstinación y que no era lo bastante riguroso ensus percepciones para ver lo desgraciados que podían ser otros en una vida que a él le parecíaperfecta. Pero no es mi intención armonizar rasgos de carácter, explicarlos e integrarlos en untodo inteligible y coherente. La familia que he de tratar ahora tiene raíces más hondas de lo que yopuedo penetrar. No puedo calibrarlas y mucho menos juzgarlas. He dado estos ejemplos de laexcentricidad del padre porque sé que es necesario para la correcta comprensión de la vida de suhija.

La señora Brontë murió en septiembre de 1821 y, a partir de entonces, la vida de aquellosniños tranquilos tuvo que hacerse más silenciosa y solitaria todavía. Charlotte se esforzó en añosposteriores por recuperar la memoria de su madre y consiguió recordar dos o tres imágenes suyas.Una era de cierta vez que había estado jugando con su pequeño Patrick Branwell a la luz de latarde en el salón de la rectoría de Haworth. Pero los recuerdos de los cuatro o cinco años suelenser muy fragmentarios.

Debido a alguna enfermedad del aparato digestivo, el señor Brontë estaba obligado a ser muycuidadoso con su dieta; y, para evitar tentaciones, y seguramente para disfrutar de la tranquilidadnecesaria para hacer la digestión, había empezado a comer solo ya antes de que muriera su esposa;y ha conservado siempre esta costumbre. No necesitaba compañía, así que no la buscaba, ni en suspaseos ni en la vida cotidiana. La silenciosa regularidad de su horario doméstico sólo se veíainterrumpida por los coadjutores y visitantes que tenían que tratar con él asuntos de la parroquia;o a veces por algún clérigo vecino que bajaba las colinas del otro lado de los páramos y subía denuevo hasta la rectoría de Haworth a pasar la tarde allí. Pero debido a la enfermedad de la señoraBrontë poco después de que su esposo se trasladara al distrito, así como a las distancias y a lainhóspita región que había que atravesar, las esposas de los clérigos amigos nunca acompañaban a

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sus esposos; por lo que las hermanas Brontë pasaron de la infancia a la adolescencia y a lajuventud despojadas de un modo singular de la compañía que habría sido natural para su edad,sexo y condición. Una familia que residía cerca de Haworth había sido especialmente atenta yamable con la señora Brontë durante su enfermedad y había tenido la delicadeza de invitar a losniños a merendar de vez en cuando. Contaré aquí la historia de esta familia porque creo que pusofin a la relación con sus vecinos e impresionó profundamente a Charlotte en su primera infancia.Servirá de muestra de las historias extrañas que circulan en un pueblo aislado, aunque no puedodar fe de la veracidad de los pormenores; no más que ella, ya que el suceso principal ocurriócuando era demasiado pequeña para comprenderlo del todo, y seguramente oyera los rumoresexagerados de los incultos. Era una familia de disidentes, que profesaba alguna forma de religiónbastante rígida. El padre era un fabricante de tejidos de lana medianamente rico, pero su estilo devida parecía «grandioso» a los hermanos Brontë, que sólo podían juzgar por los hábitos frugalesde la rectoría. Esta familia tenía un invernadero, el único del vecindario; un edificio voluminosocon más madera y pared que cristal, situado en un huerto que quedaba separado de la casa por lacarretera general de Haworth. Eran muchos hermanos, y una de las hijas mayores se había casadocon un fabricante rico de «más allá de Keighley»; y cuando se acercaba el momento de dar a luz,pidió que su hermana más joven preferida fuera a hacerle una visita y se quedara con ella hastaque naciera el bebé. La petición fue atendida. La joven fue a ver a su hermana; tenía unos quince odieciséis años. Pasó unas semanas en casa de su cuñado y regresó al hogar paterno enferma yalicaída. Los padres le hicieron preguntas y al final descubrieron que había sido seducida por elrico esposo de su hermana; y que las consecuencias de esa depravación pronto serían evidentes. Elpadre montó en cólera y la encerró en su habitación hasta que pudiera decidir qué medidas tomar;las hermanas mayores se burlaron de ella y la menospreciaron. Sólo se apiadó un poco de ella sumadre, que según decían era una mujer muy severa. Cuentan que quienes pasaban de noche por lacarretera veían a la madre y a su hija pequeña paseando por el huerto, llorando, mucho después deque todos en la casa se hubieran recogido. Más aún, se rumoreaba que ambas seguían paseando yllorando todavía cuando la señorita Brontë me contó la historia (aunque ambas llevaban muchotiempo muertas y enterradas). Los murmuradores de esta historia añadieron que el cruel padre, talvez enloquecido por la desgracia que había caído sobre una familia «religiosa», ofreció una buenasuma de dinero a quien se casara con su pobre hija caída; que encontraron un marido que se lallevó de Haworth y que la hizo sufrir tanto que la pobre murió siendo aún una niña.

Tan profundo rencor no resultaba extraño en un hombre que se preocupaba tanto por la moralreligiosa; pero el aspecto degradante de la historia en realidad era el siguiente: los demásmiembros de la familia, incluidas las hermanas mayores, iban de visita a casa de su rico cuñado,como si el pecado de él no hubiera sido cien veces más abyecto que el de la pobre jovencita cuyamaldad tanto los había ofendido y tan burdamente habían ocultado. La gente de la zona todavíaconsidera condenados a los descendientes de esta familia. Les va mal en los negocios o tienenmala salud.

Creo que ésa era la única casa de Haworth que visitaban los pequeños Brontë; y sus visitascesaron pronto.

Pero los niños no necesitaban compañía. No estaban acostumbrados a las pequeñas alegrías

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infantiles. Estaban muy unidos. No creo que haya habido nunca unos hermanos tan tiernamenteunidos. Maria leía los periódicos y transmitía la información a sus hermanas más pequeñas que,por asombroso que parezca, se interesaban por ella. Pero supongo que no tenían «libros infantiles»y que sus mentes ávidas «pacían tranquilamente en los saludables pastos de la literatura inglesa»,como dice Charles Lamb. Al parecer, las sirvientas de la casa estaban muy impresionadas con laextraordinaria inteligencia de los pequeños Brontë. Su padre me dice en una carta sobre este tema:«Las sirvientas comentaban a veces que no habían visto nunca una niña tan inteligente (comoCharlotte) y que tenían que poner mucho cuidado en lo que decían y lo que hacían delante de ella.Pero siempre se llevaron muy bien».

Esas sirvientas todavía viven; son ancianas y residen en Bradford. Guardan un recuerdoafectuoso y fiel de Charlotte y cuentan lo bondadosa que fue siempre «¡desde muy pequeña!»,cuando no descansó hasta conseguir que enviaran la antigua cuna de la rectoría que no se usaba acasa de los padres de una de ellas para una hermanita pequeña. Enumeran una larga serie de obrasbuenas y considerados de Charlotte, desde aquellos primeros tiempos hasta las últimas semanas desu vida; y una de ellas, que dejó la casa de los Brontë hace muchos años, había ido de Bradford aHaworth para dar el pésame al señor Brontë cuando murió su última hija. Quizá no hubieramuchas personas que estimaran a los Brontë, pero quienes los estimaron, lo hicieron de verdad ypara siempre.

Vuelvo a la carta del padre. Dice:

Cuando aprendieron a leer y a escribir de pequeños, Charlotte y su hermano y hermanassolían inventar y representar breves obras, en las que siempre salía victorioso el duque deWellington, que era el héroe de mi hija Charlotte; muchas veces discutían sobre los méritoscomparativos de él, Bonaparte, Aníbal y César. Cuando la discusión se acaloraba y llegaba a supunto álgido, como su madre había muerto ya, a veces tenía que intervenir yo como árbitro yresolver la disputa conforme a mi parecer. En general, al tratar estos asuntos pensaba muchasveces que descubría en ellos señales de talento creciente, algo que pocas veces o nunca habíaadvertido en niños de su edad [...] Me viene ahora a la cabeza algo que puedo mencionar también.Cuando mis hijos eran muy pequeños, cuando, si mal no recuerdo, la mayor tenía unos diez años yla más pequeña unos cuatro, creyendo que sabían más de lo que yo había descubierto y paraconseguir que hablaran con menos timidez, se me ocurrió que si podían hacerlo de alguna formasecreta conseguiría mi objetivo; y como había una máscara en la casa, les dije a todos que selevantaran y hablaran francamente con la máscara puesta.

Empecé por la más pequeña (Anne, que sería después Acton Bell)

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30 y le pregunté qué era lo que más necesitaba un niño; me contestó: «Edad y experiencia».Pregunté a la segunda (Emily, después Ellis Bell) qué podía hacer yo con su hermano Branwell,que a veces era un niño malo; me contestó: «Habla con él, y si no atiende a razones, azótalo».Pregunté a Branwell cuál era la mejor forma de saber la diferencia entre los intelectos dehombres y mujeres; respondió: «Considerar la diferencia que existe entre ellos en cuanto a loscuerpos». Pregunté luego a Charlotte cuál era el mejor libro del mundo; me contestó: «LaBiblia». ¿Y después de la Biblia? Me contestó: «El Libro de la Naturaleza». Pregunté acontinuación cuál era la mejor forma de educar a una mujer; y respondió: «La que la enseñe agobernar bien su casa». Finalmente, pregunté a la mayor cuál era la mejor forma de pasar eltiempo; me contestó: «Emplearlo en prepararse para una eternidad feliz». Quizá no sean ésas suspalabras exactas, pero tampoco muy distintas, porque recuerdo que me causaron una impresiónprofunda y perdurable. Pero la esencia era la que he expuesto.

La extraña y pintoresca sencillez del método empleado por el padre para determinar lostalentos ocultos de sus hijos, así como el tono y el carácter de las preguntas y las respuestasdemuestran la curiosa educación determinada por las circunstancias que rodeaban a los Brontë. Noconocían a otros niños. No conocían más opiniones que las que les indicaban los fragmentos deconversaciones clericales que oían en el salón, o los asuntos de interés local y vecinal que oíancomentar en la cocina. Cada una tenía un tono muy característico.

Se interesaban mucho por los personajes públicos y por la política nacional y extranjeraanalizada en los periódicos. Mucho tiempo antes de que muriera Maria Brontë a los once años, supadre solía decir que podía conversar con ella sobre cualquier tema de actualidad importante conla misma libertad y placer que con un adulto.

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CAPÍTULO IV

La señorita Branwell llegó a Haworth de Penzance más o menos un año después de la muerte de suhermana, para encargarse del hogar de su cuñado y cuidar a los niños. Creo que era una mujerafable y concienzuda, con mucho carácter, aunque con ideas un tanto estrechas, propias de alguienque había vivido siempre en el mismo sitio. Tenía prejuicios arraigados y no le gustó nadaYorkshire. Fue un cambio enorme para una señora entrada ya en la cuarentena marcharse dePenzance —donde las plantas que nosotros en el Norte llamamos flores de invernadero crecen engran profusión y sin protección alguna incluso en invierno, y donde el clima suave y templadopermite a sus habitantes vivir casi siempre al aire libre, si así lo desean— para vivir en un lugardonde no se daban bien ni las flores ni las hortalizas y donde era difícil ver incluso un árbol detamaño mediano en muchos kilómetros a la redonda; donde la nieve cubría buena parte del año lospáramos que se extienden sombríos y desnudos casi desde la vivienda que sería su hogar a partirde entonces; y donde muchas veces, en las noches de otoño y de invierno, parecía que los cuatrovientos cardinales se unieran para aullar juntos y arañaban la casa como fieras salvajes queintentaran encontrar una entrada. La señorita Branwell echaba de menos las alegres reunionessociales que se suceden a lo largo del año en una villa; añoraba las amistades que conocía desde lainfancia, algunas de las cuales lo habían sido de sus padres antes que suyas; la molestaban muchascostumbres del lugar y aborrecía sobre todo la humedad helada que se alzaba de los suelos depiedra de los pasillos y de las salas en la rectoría de Haworth. Creo que también las escaleras erande piedra; y no es extraño, habiendo cerca canteras y quedando tan lejos los árboles. Me hancontado que la señorita Branwell llevaba siempre zuecos en la casa, por miedo a acatarrarse, y quesus pisadas repiqueteaban escalera arriba y abajo. Por la misma razón, en los últimos años de suvida apenas salía de su dormitorio, donde también tomaba sus comidas. Los niños la respetaban yle profesaban ese afecto que genera la estima; pero no creo que le manifestaran nunca su cariñolibremente. Tuvo que ser una prueba durísima para una persona de su edad cambiar de hogar y delugar como lo hizo ella; y precisamente por eso es mayor su mérito.

No sé si la señorita Branwell enseñaría a sus sobrinas algo más que costura y las laboresdomésticas en las que Charlotte fue luego tan experta. Su padre les tomaba las lecciones regulares;y siempre tuvieron la costumbre de recoger una inmensa cantidad de información diversa por símismas. Pero un año o así antes, se había abierto en el norte de Inglaterra un colegio para hijas declérigos.31 El lugar era Cowan Bridge, un caserío pequeño que quedaba en la carretera de cochesde Leeds a Kendal y por lo tanto de fácil acceso desde Haworth, ya que había coche diario yparaba en Keighley. Los gastos anuales por alumna (según las normas de ingreso que figuran en elBoletín de 1842 y que creo que no habían aumentado desde la creación de los colegios en 1823)eran los siguientes:

Norma II. La tarifa para ropa, alojamiento, manutención y enseñanza es de 14 libras al año;

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la mitad se abonará por adelantado cuando se envíe a las alumnas; más una libra por el uso delos libros, etc. El programa de enseñanza comprende historia, geografía, el uso de globosterráqueos, gramática, escritura y aritmética, toda clase de labores de aguja y tareas másdelicadas de la casa, como preparar lencería fina, plancha, etc. Si se requieren prácticas, la cuotaadicional es de tres libras anuales por música y otras tantas por dibujo.

La tercera norma pide que los familiares indiquen la línea de enseñanza deseada en el caso decada alumna, teniendo en cuenta sus perspectivas futuras.

La cuarta norma se refiere a la ropa y los artículos de aseo; y concluye así:

Todas las alumnas llevan el mismo atuendo, un sencillo gorro de paja en verano, bata blancalos domingos y de nanquín los días de diario; en invierno, vestidos morados de paño y capa depaño del mismo color. Por mor de la uniformidad, por tanto, han de traer tres libras en vez devestidos, pelliza, sombrero, esclavina y adornos; lo que hace la suma total que cada alumna ha detraer al colegio:

7 libras, media anualidad, por adelantado.1 libra, ingreso para libros.1 libra, ingreso para ropa.

La octava norma especifica: «La directora del colegio inspeccionará las cartas y los paquetes».Pero ésta es una norma muy común en los colegios femeninos, y creo que se da por supuestogeneralmente que la directora puede ejercer este privilegio, aunque sin duda sería imprudente porsu parte aplicarlo a rajatabla.

No hay nada excepcional en las normas restantes, y sin duda el señor Brontë las consultó todascuando decidió enviar a sus hijas al colegio de Cowan Bridge; llevó a Maria y a Elizabeth en juliode 1824.

Llego ahora a un punto delicado que me resulta muy difícil tratar, porque la evidencia relativaal mismo por ambas partes es tan compleja que parece casi imposible determinar la verdad. Laseñorita Brontë me dijo más de una vez que no habría escrito lo que escribió de Lowood en JaneEyre si hubiera sabido que se asociaría tan fácilmente el lugar a Cowan Bridge, aunque no había niuna sola palabra en la novela sobre el colegio que no fuera verdad en la época en que ella loconoció; también me dijo que no había juzgado necesario en una obra de ficción exponer cadadetalle con la objetividad que cabría exigir en un tribunal de justicia, ni buscar razones y tener encuenta los sentimientos humanos, como podría haber hecho si hubiera analizado objetivamente laconducta de quienes tenían a su cargo la dirección del colegio. Creo que le habría complacidotener la oportunidad de corregir la impresión excesivamente fuerte que su vívido cuadro causó enla opinión pública, aunque incluso ella, que sufrió toda la vida en cuerpo y alma las consecuenciasde lo que ocurrió allí, podría haber confundido hasta el final su profunda fe en los hechos con loshechos propiamente dichos: su idea de la verdad con la verdad absoluta.

Un clérigo rico que vivía cerca de Kirby Lonsdale, el reverendo William Carus Wilson, fue elimpulsor de que se fundara el colegio. Era un hombre enérgico que no escatimó esfuerzos paraalcanzar sus objetivos y que estaba dispuesto a sacrificarlo todo menos el poder. Comprendió lo

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difícil que resultaba a los clérigos de ingresos limitados procurar una buena educación a sus hijasy se le ocurrió un plan mediante el cual se recaudaba anualmente determinada cantidad endonativos para completar la suma necesaria para procurar una buena educación inglesa, que nopodría haberse cubierto sólo con las catorce libras anuales que pagaban los padres. En realidad, loque aportaban los padres se consideraba exclusivamente destinado a los gastos de alojamiento ymanutención, y la enseñanza se cubría con los donativos. Nombraron doce administradores; elseñor Wilson era tesorero y secretario, además de miembro de la junta directiva; en realidad, seencargó de todas las disposiciones administrativas del centro; él podía cumplir bien estaresponsabilidad porque vivía más cerca del colegio que ningún otro interesado. Así que su caráctera prudente y juicioso influiría en cierto grado en el éxito o el fracaso del colegio de CowanBridge; y el funcionamiento del mismo fue durante muchos años el gran objetivo e interés de suvida. Parece ser, sin embargo, que no estaba familiarizado con el principal elemento de una buenaadministración: encontrar personas bien capacitadas para cada puesto y responsabilizarlas,juzgándolas por los resultados, sin interferir continua e imprudentemente en los pormenores. Fuetanto el bien que hizo el señor Wilson con su gestión constante e infatigable que lamento que loserrores que sin duda cometió salieran a relucir cuando era ya un anciano débil, y de una forma querecibió tan prodigiosa fuerza por el extraordinario toque del genio de la señorita Brontë. Mientrasescribo esto tengo delante sus últimas palabras cuando renunció a la secretaría en 1850; habla dela renuncia «por mala salud, de alguien que, de cualquier modo, ha disfrutado supervisando loscolegios con sincero y afanoso interés», y añade de nuevo que renuncia, «por tanto, con sinceroagradecimiento a Dios por todo lo que ha tenido a bien llevar a cabo por su mediación (cuyaflaqueza y falta de mérito siente y deplora profundamente)».

Cowan Bridge es un grupo de unas seis o siete casas situadas a ambos lados de un puente porel que la carretera de Leeds a Kendal cruza un pequeño arroyo llamado el Leck. Esta carretera estácasi abandonada ahora; pero sin duda estaba muy transitada antiguamente, cuando loscompradores de los distritos manufactureros del West Riding tenían que viajar con frecuencia alNorte para comprar la lana a los campesinos de Westmoreland y Cumberland; y quizá CowanBridge tuviera entonces un aspecto más próspero. El emplazamiento es precioso; justo donde elrío cae en picado a la llanura; y a la orilla del río crecen alisos, sauces y avellanos. Trozosquebrados de roca gris interrumpen la corriente del arroyo; y sus aguas fluyen sobre un lecho decantos rodados blancos y alargados que levantan y arrastran a cada lado de su impetuoso curso,formando un muro en algunos sitios. En las orillas del pequeño y vigoroso Leck, centelleante ypoco profundo, se extienden grandes praderas de hierba corta finísima, común en la montaña. Puesaunque Cowan Bridge está situado en una llanura, es una llanura de la que hay muchas bajadas yuna larga pendiente antes de que el viajero y el Leck lleguen al valle del Lune. No entiendo cómopodía ser tan insalubre el colegio, porque cuando yo visité el lugar el año pasado, el aire delentorno era purísimo y olía a tomillo. Pero hoy día todo el mundo sabe que el emplazamiento deun edificio destinado a albergar a muchas personas debe elegirse con mucho más cuidado que elde una casa particular, por la tendencia a contraer enfermedades infecciosas y de otro tipo queproduce la congregación de gente en estrecha proximidad.

Todavía existe la casa que formó parte de la que ocupaba el colegio. Es un edificio bajo y

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alargado, con miradores, dividido actualmente en dos viviendas. Da al Leck, y entre el río y ellahay un espacio de unos setenta metros que fue en tiempos el jardín del colegio. Desde este edificioy formando ángulo recto con lo que queda del colegio había antiguamente una fábrica de carretesde madera de aliso, que abunda en los terrenos como el del entorno de Cowan Bridge. El señorWilson adaptó la fábrica a su propósito. Instalaron las aulas abajo y los dormitorios arriba. En eledificio que sigue hoy en pie estaban las habitaciones de las profesoras, el comedor, las cocinas yalgunos dormitorios más pequeños. Cuando entré en este edificio vi que la parte del mismo quequeda más cerca de la carretera era una lastimosa especie de taberna, entonces en alquiler, y con elmísero aspecto de lugar abandonado, por lo que resultaba muy difícil saber cómo podría ser enperfecto estado, con los paños rotos de las ventanas nuevos y el recubrimiento exterior (ahoracuarteado y descolorido) blanco y liso. La otra parte es una casita de techos bajos y suelos depiedra que tiene unos cien años; las ventanas no se abren bien ni del todo; y el pasillo de arribaque da a los dormitorios es estrecho y tortuoso. En general, los olores persistían en la casa y lahumedad se aferraba a ella. Pero los asuntos sanitarios no se entendían bien hace treinta años; yera una suerte encontrar un edificio espacioso junto a la carretera y no demasiado lejos de laresidencia del señor Wilson, autor del proyecto educativo. Hacía falta un centro así: muchísimosclérigos mal pagados acogieron el proyecto con alegría e inscribieron entusiasmados a sus hijascomo alumnas cuando el centro estuvo preparado para recibirlas. Sin duda complacido por laimpaciencia con que se esperaba que realizara su idea, el señor Wilson abrió el colegio con menosde doscientas libras y, según tengo entendido, con unas setenta y tantas alumnas.

El señor Wilson seguramente creía que toda la responsabilidad del proyecto recaía en él. Eldinero aportado por los padres apenas cubría el alojamiento y la manutención; y los donativospara un proyecto que no se había probado no afluyeron copiosamente; así que se impuso unaeconomía estricta en todos los asuntos domésticos. El señor Wilson decidió reforzarla coninspecciones frecuentes; y parece que su amor a la autoridad lo llevó a inmiscuirse de formainnecesaria e irritante en los detalles sin importancia. Se hacían economías en elaprovisionamiento del internado, pero no parece que hubiera escasez de nada. Se contrató elabastecimiento de carne, harina, leche, etc., de excelente calidad; y la dieta, que me han enseñadoen manuscrito, no era mala ni poco sana; ni poco variada en conjunto. Gachas de avena dedesayuno; una torta de avena para quienes necesitaban almuerzo; carne de vacuno y de ovinoasada y guisada, pastel de patata y budines caseros de diferentes tipos para comer; a las cinco enpunto, pan y leche para las más pequeñas; y un trozo de pan (ésta era la única ocasión en que lacomida era escasa) para las alumnas mayores, que seguían levantadas y tomaban luego otracolación parecida. El señor Wilson encargaba la comida y se preocupaba de que fuera de buenacalidad. Pero la cocinera, que era de toda su confianza y de quien durante mucho tiempo nadie seatrevió a quejarse, era una persona descuidada, sucia y derrochona. Algunos niños detestan lasgachas de avena, y por muy bien hechas que estén siguen sin gustarles. En el colegio de CowanBridge las servían con excesiva frecuencia no sólo quemadas, sino con fragmentos repugnantes deotras sustancias visibles en ellas. La carne de vacuno, que debe salarse bien antes de prepararla, seechaba a perder muchas veces por negligencia; y las jóvenes que fueron compañeras de lashermanas Brontë durante el dominio de la cocinera a quien me refiero me han dicho que el

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internado parecía impregnado mañana, tarde y noche del olor a grasa rancia que emanaba delfogón en que preparaban casi todas sus comidas. Los budines se hacían con el mismo descuido;uno de los que les servían era de arroz hervido, que tomaban con melaza y azúcar; pero muchasveces era incomestible porque lo hacían con agua de lluvia que estaba llena de polvo del tejado, dedonde se deslizaba al viejo tonel de madera que a su vez añadía el propio aroma al del agua.También la leche estaba muchas veces «picada», como llaman en el campo a un tipo dedescomposición que es mucho peor que la acidez y que al parecer se debe a falta de limpieza delos hervidores más que al calor. Los sábados les servían una especie de pastel o mezcla de patatasy carne, que hacían con todas las sobras de la semana. Los trozos de carne de una despensa sucia ydesordenada nunca podían ser muy apetitosos; y tengo entendido que este plato era el más odiadoen los primeros tiempos de Cowan Bridge. Es fácil imaginar lo repugnante que podía resultar estacomida a niñas con poco apetito y que además estaban acostumbradas a alimentos mucho mássencillos quizá, pero preparados con una pulcritud exquisita que los hacía apetitosos y sanos. Laspequeñas Brontë se quedaban sin comer muchas veces, aunque se morían de hambre. Cuandollegaron al colegio no estaban fuertes porque hacía poco que habían tenido sarampión y tos ferina;en realidad, supongo que no se habían recuperado del todo; pues hubo ciertas consultas por partede la junta escolar sobre si debían admitir o no a Maria y a Elizabeth en julio de 1824. El señorBrontë volvió en septiembre del mismo año a matricular también en el internado a Charlotte y aEmily.

Resulta extraño que el profesorado no informara al señor Wilson de las condiciones en que seservían las comidas; pero hay que tener en cuenta que la familia Wilson conocía a la cocineradesde hacía tiempo, y que las profesoras habían sido contratadas para desempeñar un trabajocompletamente distinto: el de enseñar. Y se les había indicado de forma expresa que ése era sucometido; la compra y la administración de las provisiones corrían a cargo del señor Wilson y dela cocinera. Las profesoras sin duda eran reacias a plantearle quejas sobre el tema; y cuando elseñor Wilson se enteró al fin, su respuesta fue que había que enseñar a las niñas a pensar en cosasmás elevadas que el mimo remilgado del apetito y las aleccionó sobre el pecado de preocuparsedemasiado por los asuntos carnales (al parecer, ignorando el hecho de que la aversión y el rechazodiarios de los alimentos acaba minando la salud).

Todas las alumnas tenían que pasar otra prueba para la salud. El camino desde Cowan Bridgehasta la iglesia de Tunstall, donde oficiaba el señor Wilson y a la que acudían las alumnas deCowan Bridge los domingos, tiene más de tres kilómetros y discurre por una zona completamentedesprotegida, por lo que resulta fresco y tonificante en verano pero muy frío en invierno, sobretodo para niñas cuya escasa energía fluía lánguidamente debido a su estado famélico. La iglesiatambién era muy fría, pues no había medios para calentarla. Se alza en medio de los campos, y lasdensas nieblas debían pegarse a las paredes y filtrarse por las ventanas. Las niñas se llevaban lacomida fría y la tomaban entre un oficio religioso y otro en una cámara sobre la entrada que dabaa las antiguas galerías. El programa de ese día era especialmente duro para las niñas delicadas,sobre todo para las que estaban desanimadas y añoraban su hogar, como debía de pasarle a lapobre Maria Brontë. Cada vez se encontraba peor; el catarro, secuela de la tos ferina, no acababade desaparecer; era mucho más inteligente que todas sus compañeras de juegos y estaba sola entre

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ellas precisamente por eso; y sin embargo cometía faltas tan irritantes que sus profesoras lacastigaban continuamente y fue objeto de la antipatía despiadada de una de ellas, que aparece enJane Eyre como «señorita Scatcherd» y cuyo verdadero nombre seré lo bastante clemente para norevelar. Huelga decir que la Helen Burns de Jane Eyre está inspirada en Maria Brontë con toda laprecisión que la prodigiosa fuerza creativa de Charlotte Brontë podía conseguir. Hasta el últimodía que nos vimos, su corazón todavía latía con impotente indignación por la inquietud y lacrueldad a la que su hermana agonizante, paciente y amable, había sido sometida por aquellamujer. No hay una sola palabra en esa parte de Jane Eyre que no sea la repetición literal de lasescenas que tuvieron lugar entre la alumna y la profesora. Quienes habían sido alumnas delcolegio de Cowan Bridge en la misma época que Maria Brontë comprendieron quién tenía quehaber escrito el libro, por la fuerza con que se describen los sufrimientos de Helen Burns.Reconocieron también la tierna dignidad y la benevolencia de la señorita Temple como justotributo a sus méritos. Quienes la conocieron lo consideran un honor. Pero cuando la señoritaScatcherd quedó expuesta al oprobio también reconocieron en la autora de Jane Eyre a unahermana inconscientemente vengadora de la víctima.

Una compañera de Charlotte y de Maria Brontë me ha explicado entre otras cosas lo siguiente:el dormitorio en que dormía Maria era una habitación grande, con una hilera de camitas estrechasa cada lado, en las que dormían las alumnas; y al final del dormitorio había una pequeña alcobaque daba al dormitorio destinado a la señorita Scatcherd. La cama de Maria quedaba junto a lapuerta de esta alcoba. Una mañana, después de haberse sentido tan mal que habían tenido queaplicarle un vesicatorio al costado (cuya herida no se le había curado del todo), cuando la campanasonó por la mañana, la pobre Maria dijo quejosa que se encontraba tan mal, tan enfermarealmente, que deseaba poder quedarse en la cama; y algunas compañeras insistieron en que lohiciera, diciéndole que ya se lo explicarían ellas a la señorita Temple, la directora. Pero la señoritaScatcherd estaba al lado y tendrían que habérselas con su cólera antes de que la afableconsideración de la señorita Temple pudiera intervenir; así que la niña enferma empezó a vestirse,temblando de frío, sin levantarse de la cama; se puso despacio los calcetines negros de estambresobre las delgadas piernas blancas (mi informante me lo explicó como si lo estuviera viendo, ytodo su rostro destellaba indignación imperecedera). La señorita Scatcherd salió de su cuarto, y,sin pedir explicaciones a la niña enferma y asustada, la agarró del brazo del lado en que le habíanaplicado el vesicatorio y la plantó en el suelo con un movimiento brusco, sin dejar de insultarla,llamándola sucia y desaliñada. La dejó allí plantada. Mi informante dice que Maria no abrió laboca más que para rogar a algunas de las compañeras más indignadas que se calmaran; y conmovimientos lentos y temblorosos, haciendo muchas pausas, bajó al fin las escaleras; y lacastigaron por llegar tarde.

Cualquiera puede imaginar lo que tuvo que doler una cosa así a Charlotte. Me asombra que nose opusiera a la decisión de su padre de enviarlas a Emily y a ella de nuevo a Cowan Bridgedespués de la muerte de Maria y de Elizabeth. Claro que es frecuente que los niños no comprendanhasta qué punto sus sencillas revelaciones podrían hacer cambiar la opinión que tienen susparientes de las personas que los rodean. Además, el vigoroso juicio de Charlotte le permitíacomprender a una edad insólitamente temprana la enorme importancia de la educación para

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conseguir los medios que tendría la fuerza y la voluntad de manejar, y se daba cuenta de que laformación de Cowan Bridge era en muchos sentidos la mejor que podía proporcionarle su padre.

El brote de fiebre que se describe en Jane Eyre se produjo en la primavera de 1825 y antes deque muriera Maria Brontë. El señor Wilson se asustó muchísimo cuando se enteró de los primerossíntomas; su seguridad se tambaleó; no comprendía qué enfermedad podía ser aquella que dejabaa las niñas demasiado apagadas y torpes para entender los reproches o enardecerse con los textos ylas exhortaciones espirituales; y que las sumía en un estupor torpe y una apatía semiinconsciente.Acudió a una mujer maternal que había tenido alguna relación con el colegio (creo que comolavandera) y le pidió que fuera al internado y le explicara de qué podría tratarse. Ella se arregló yle acompañó en su calesa. Cuando entraron en el aula del colegio, la mujer vio a unas doce oquince alumnas echadas sin hacer nada; unas apoyaban la cabeza dolorida en la mesa y otras en elsuelo, pero todas tenían los ojos cargados, las mejillas encendidas, expresión apática y fatigada ytodos los miembros doloridos. Dice que notó un olor peculiar que le indicó que habían cogido «lafiebre»; se lo explicó al señor Wilson y le dijo que ella no podía quedarse allí porque podíacontagiar la enfermedad a sus hijos; pero él medio le suplicó medio le ordenó que se quedara acuidarlas; y, por último, subió a su calesa y se marchó, mientras ella insistía en que tenía queregresar a su casa y a sus quehaceres domésticos, pues no había buscado a nadie que la sustituyera.Pero cuando vio que la dejaba allí plantada sin más contemplaciones, decidió hacer cuantoestuviera en su mano; y resultó ser una enfermera eficacísima, aunque dice que todo fue muydeprimente. El señor Wilson consiguió lo que ordenaron los médicos más dotados, y de la formamás liberal; acudió incluso a pedir consejo a su cuñado, un médico muy inteligente de Kirby conquien no mantenía relaciones amistosas desde hacía tiempo; y precisamente fue ese doctor quienprobó la comida diaria de las alumnas y la rechazó mediante la expresiva acción de escupir laporción que se había llevado a la boca. Unas cuarenta alumnas cayeron enfermas, pero no murióninguna en el colegio, aunque una murió en su hogar, consumida por las secuelas de la fiebre.Ninguna de las hermanas Brontë contrajo la fiebre. Pero las mismas causas que quebrantaron lasalud de las otras internas mediante el tifus, afectaron sus constituciones de forma más lenta perono menos segura. La principal de esas causas fue la alimentación.

Se achacó todo, en primer lugar, a la pésima organización de la cocinera; la despidieron, y lamujer que se había visto obligada contra su voluntad a servir de enfermera ocupó el puesto degobernanta; y a partir de entonces, las comidas se prepararon tan bien que nadie tuvo motivos paraquejarse. Es evidente que no cabía esperar que un centro nuevo que tenía que atender lasnecesidades educativas y domésticas de casi cien personas funcionara a la perfección desde elprincipio; y todo eso ocurrió en los primeros dos años del colegio. Pero parece que el señorWilson tenía el desafortunado don de irritar a quienes se proponía hacer el bien y por quienessacrificaba tiempo y dinero, no mostrando nunca el menor respeto por su derecho a obrar y apensar libremente. Por otro lado, desconocía hasta tal punto la naturaleza humana que suponía quepodía inculcar modestia y humildad a las alumnas recordándoles continuamente su situación dedependencia y el hecho de que recibían su educación gracias a la caridad de otros. Algunas de lasmás sensibles lamentaban amargamente este trato y en lugar de sentirse tan agradecidas comodebían por los auténticos beneficios que recibían, su orgullo herido se alzaba de la humillación

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cien veces más fuerte. Las impresiones dolorosas se graban profundamente en el corazón de losniños delicados o enfermos. Lo que para un niño sano es sólo una pena pasajera que olvidaenseguida, tortura durante mucho tiempo a uno enfermo (que lo recordará quizá sin rencor, sólocomo un dolor que marcará su vida). Las imágenes, ideas y nociones características asimiladaspor la mente de una niña de ocho años estaban destinadas a ser recreadas con palabras fogosas uncuarto de siglo más tarde. Ella sólo vio un aspecto del señor Wilson, su lado negativo; peromuchas personas que lo conocieron me confirman la extraordinaria fidelidad con que estándescritos sus rasgos desagradables, su orgullo espiritual, su afán de poder, su ignorancia de lanaturaleza humana y la consiguiente falta de ternura; mientras que, al mismo tiempo, lamentanque la descripción de todo eso haya borrado, por así decirlo, casi todo lo que de noble yconcienzudo tenía.

Los recuerdos que dejaron las cuatro hermanas Brontë en la mente de quienes las conocieronen esa etapa de sus vidas no son muy nítidos. Ocultaban su valor, su entereza y su inteligencia conuna actitud y una expresión correctas, tal como había ocultado sus rostros su padre bajo sumáscara rígida e inmutable. Maria era delicada, insólitamente inteligente y reflexiva para su edad,dócil y desordenada. Ya he mencionado los frecuentes castigos que le imponían en el colegio porese último defecto (y sus sufrimientos, que soportaba con paciencia). La única imagen quetenemos de Elizabeth durante los pocos años de su breve existencia figura en una carta que me haenviado la señorita «Temple»:32

La segunda, Elizabeth, es la única de la familia de quien guardo un recuerdo vívido, debido aun accidente un tanto alarmante y por cuya causa la tuve varios días y noches en mi dormitorio,no sólo para procurarle mayor tranquilidad, sino para poder cuidarla personalmente. Se hizo uncorte grave en la cabeza, pero sobrellevó el dolor con paciencia ejemplar y por ello ganó muchoen mi estima. De las dos más pequeñas (si es que eran dos) sólo tengo vagos recuerdos, salvo quela pequeña, una niña preciosa que no tenía entonces ni cinco años, era la mimada del colegio.

La pequeña era Emily. A Charlotte la consideraban la más habladora de las hermanas («unaniña inteligente y alegre»). Su gran amiga era una tal «Melany Hane» (así deletrea el nombre elseñor Brontë), que era antillana y por quien pagaba el colegio su hermano, y que no tenía ningúntalento especial salvo para la música, que los medios de su hermano le impedían cultivar. Era«una niña normal, bondadosa y solícita». Era mayor que Charlotte y siempre estaba dispuesta aprotegerla de cualquier abuso o pequeña tiranía de las niñas mayores. Charlotte la recordó siemprecon cariño y gratitud.

He citado la palabra alegre en la descripción de Charlotte. Supongo que 1825 fue el último añoen que pudo aplicársele. Maria empeoró tan rápidamente en la primavera que avisaron al señorBrontë. Él no había sabido nada de su enfermedad hasta entonces y fue un golpe terrible ver enqué estado se encontraba. La llevó a casa en la diligencia de Leeds; las alumnas se congregaron enla carretera para seguirla con la mirada cruzar el puente, pasar las casas y perderse luego de vistapara siempre. Murió a los pocos días de llegar a Haworth. Tal vez la noticia de su muerte, quecayó súbitamente en la vida de la que su paciente existencia había formado parte sólo una semanaantes o así, hiciera a quienes seguían en Cowan Bridge observar con más preocupación los

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síntomas de Elizabeth, que también resultaron ser de tisis. La enviaron a casa con una sirvienta deconfianza del centro. Y también ella murió a principios de aquel verano. Así que de repenterecayeron en Charlotte las responsabilidades de hermana mayor de una familia sin madre.Recordaba la inquietud con que se había esforzado su querida hermana Maria con su seriedad yfervor habituales por ayudarlos y aconsejarlos tiernamente a todos; y las obligaciones que tuvoque asumir entonces fueron casi un legado de la dulce enferma que había muerto hacía poco.

Charlotte y Emily regresaron al colegio después de las vacaciones estivales de aquel añofatídico. Pero antes del invierno siguiente se juzgó aconsejable recomendar que dejaran el colegio,porque era evidente que la humedad del internado no les sentaba bien.

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CAPÍTULO V

Charlotte tenía poco más de nueve años cuando las enviaron a ella y a su hermana a Haworth, porla razón que acabo de explicar.

Una señora mayor del pueblo fue a vivir a la casa parroquial como sirvienta. Se quedó allícomo un miembro más de la familia durante treinta años; y es digna de mención por su largo y fielservicio y por el cariño y el respeto que se ganó. Tabby era el modelo perfecto de la mujeryorqueña de su clase por su dialecto, apariencia física y carácter. Rebosaba sentido práctico ysagacidad. No era en absoluto aduladora; pero no escatimaba esfuerzos por quienes estimaba. Eramuy estricta con los niños; y sin embargo nunca le importaba tomarse pequeñas molestias paraproporcionarles los pequeños gustos si podía hacerlo. Sólo pedía a cambio que la consideraran unafiel amiga. Y muchos años después, la señorita Brontë me contó que le había resultado bastantedifícil, porque Tabby esperaba que la informaran de todos los asuntos de la familia pero estaba tansorda que cuando le explicaban algo se enteraban todos los que estuvieran en la casa y en losalrededores. Y para no pregonar de aquel modo lo que fuera conveniente guardar en secreto, laseñorita Brontë solía llevarla a dar un paseo por los páramos solitarios; allí se sentaban ambas enalgún lugar aislado sobre los brezos y ponía a la anciana al corriente de cuanto quisiera saber.

Tabby había vivido en Haworth en los días en que los caballos de carga pasaban una vez a lasemana con sus cascabeles y su alegre adorno de estambre y transportaban el producto de la regióndesde Keighley por las colinas hasta Colne y Burnley. Y lo que es más, había conocido el «fondo»o valle en los lejanos tiempos en que las hadas frecuentaban las orillas del arroyo las noches deluna, y había conocido a gente que las había visto. Pero en aquel entonces no había fábricas en losvalles; y todo el hilado se hacía a mano en las granjas. «Echáronlas las fábricas, seguro», decíaella. Sin duda sabía muchas historias de los días de antaño; de las antiguas formas de vida, de losantiguos habitantes, los señores venidos a menos que habían desaparecido y a los que ya noconocía nadie en sus tierras; tragedias familiares y oscuros fatalismos supersticiosos; y comocontaba estas cosas sin la menor idea de que pudiera haber algo que requiriera matizarse, dabatoda suerte de detalles puros y simples.

La señorita Branwell convirtió su dormitorio en aula y allí instruía a los niños a horasregulares en todo lo que ella podía enseñarles. El padre tenía la costumbre de relatarles cualquiernoticia pública que le pareciera interesante; y las opiniones de su mente vigorosa e independienteproporcionaba a los niños mucha materia de reflexión; pero no sé si les daba clases directamente.El carácter profundamente reflexivo de Charlotte parece haber sentido casi dolorosamente latierna responsabilidad que recayó en ella para con sus hermanas pequeñas. Sólo llevaba dieciochomeses a Emily; Emily y Anne eran amigas y compañeras de juegos, mientras que Charlotte era laprotectora y amiga maternal de ambas; y el hecho de asumir con cariño obligaciones que nocorrespondían a su edad hizo que se sintiera mucho mayor de lo que era.

Patrick Branwell, su único hermano, era un niño muy prometedor y de talento

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extraordinariamente precoz en algunos aspectos. Los amigos del señor Brontë le aconsejaron queenviara a su hijo al colegio. Pero pensó en la fuerza de voluntad de su propia juventud y en suforma de emplearla, y decidió que Patrick estaría mejor en casa, donde podía enseñarle él mismo,como lo había hecho con otros antes. Así que Patrick, o Branwell, como lo llamaban en casa, sequedó en Haworth, y trabajaba de firme unas horas al día con su padre; pero mientras el señorBrontë desempeñaba sus obligaciones parroquiales, el muchacho frecuentaba la compañía de loschavales del pueblo, pues ya se sabe que los jóvenes buscan a los jóvenes y los chicos a los chicos.

De todos modos, participaba en muchos juegos y entretenimientos de sus hermanas, que solíanser de carácter sedentario e intelectual. Me han confiado un curioso paquete que contiene unaenorme cantidad de material manuscrito en un espacio inconcebiblemente pequeño; cuentos, obrasde teatro, poemas, novelas, escritos principalmente por Charlotte con una letra que resulta casiimposible descifrar sin la ayuda de una lupa. Ninguna descripción dará mejor idea de lo diminutaque era la escritura que el facsímil de la página siguiente.

Entre estos papeles hay una lista de las obras de Charlotte que copio a continuación comoprueba de lo pronto que se entregó a la pasión por la composición literaria:

CATÁLOGO Y FECHA DE TERMINACIÓN DE MIS LIBROSHASTA EL 3 DE AGOSTO DE 1830

Dos cuentos románticos en un volumen; a saber, Los doce aventureros y Las aventuras enIrlanda, 2 de abril de 1829.

La búsqueda de la felicidad, cuento, 1 de agosto de 1829.Horas de ocio, cuento, y dos fragmentos, 6 de julio de 1829.Las aventuras de Edward de Crack, cuento, 2 de febrero de 1830.Las aventuras de Ernest Alembert, cuento, 26 de mayo de 1830.Un suceso interesante en la vida de algunos de los personajes más eminentes del siglo, cuento,

10 de junio de 1830.Cuentos de los isleños, en cuatro volúmenes. Índice del primer volumen: 1. Relato de su

origen; 2. Descripción de Isla Visión; 3. Tentativa de Ratten; 4. Lord Charles Wellesley y laaventura del marqués de Douro; acabado el 30 de junio de 1829. 2.o vol.: 1. La rebelión escolar;2. Extraño suceso en la vida del duque de Wellington; 3. Cuento a sus hijos; 4. El marqués deDouro y el relato de lord Charles Wellesley a su pequeño rey y reinas; acabado el 2 de diciembrede 1829. 3.er, vol.: 1. La aventura del duque de Wellington en la Caverna; 2. El duque deWellington y la visita del pequeño rey y reinas a la Guardia real; acabado el 8 de mayo de 1830.4.o vol.: 1. Las tres viejas lavanderas de Strathfieldsaye; 2. Cuento de lord C. Wellesley a suhermano; acabado el 30 de julio de 1830.

Grandes personajes de nuestro tiempo, 17 de diciembre de 1829.Las revistas de los jóvenes, en seis números, de agosto a diciembre, el número doble de los

últimos meses, acabado el 12 de diciembre de 1829.Índice general: 1. Una historia verídica; 2. Causas de la guerra; 3. Una canción; 4.

Conversaciones; 5. Una historia verídica, continuación; 6. El espíritu de Cawdor; 7. Interior deuna alfarería, poema; 8. La ciudad de cristal, canción; 9. La copa de plata, cuento; 10. La mesa y

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el jarrón en el desierto, canción; 11. Conversaciones; 12. Panorama sobre el gran puente; 13.Canto de los antiguos britanos; 14. Escena en mi pueblo, cuento; 15. Un cuento americano; 16.Versos escritos al ver el huerto de un genio; 17. Balada de la ciudad de cristal; 18. El artistasuizo; 19. Líneas sobre la impresión de esta revista; 20. Sobre lo mismo, por otro autor; 21.Genios principales reunidos; 22. Cosecha en España; 23. El artista suizo, continuación; 24.Conversaciones.

Facsímil de una página manuscrita.

El poetastro, drama, en 2 volúmenes, 12 de julio de 1830.Libro de rimas, acabado el 17 de diciembre de1829. Índice: 1. La hermosura de la Naturaleza;

2. Poema breve; 3. Meditaciones en un bosque canadiense; 4. Canto de un exiliado; 5.Contemplación de las ruinas de la Tierra de Babel; 6. Catorce versos; 7. Versos escritos a la

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orilla de un río una hermosa tarde estival; 8. Primavera, canto; 9. Otoño, canto.Poemas diversos, acabados el 30 de mayo de 1830. Índice: 1. El camposanto; 2. Descripciones

del palacio del duque de Wellington en las bellas riberas del Lusiva; este artículo es un episodiobreve en prosa; 3. Placer; 4. Versos escritos en la cima de una alta montaña del norte deInglaterra; 5. Invierno; 6. Dos fragmentos, a saber: 1, La visión; 2, Poema breve sin título; Elpaseo vespertino, poema, 23 de junio de 1830.Que hacen en total veintidós volúmenes.

CHARLOTTE BRONTË3 de agosto de 1830

Como cada volumen contiene de sesenta a cien páginas y el tamaño de la página litografiadaes inferior a la media, la cantidad total parece muy grande si tenemos en cuenta que lo escribiótodo en unos quince meses. Eso en cuanto a la cantidad; la calidad me sorprende por su méritosingular en una niña de trece o catorce años. Como ejemplo del estilo de su prosa en esta época ytambién porque desvela en parte la tranquila vida doméstica que llevaban los niños, tomo unextracto de la introducción a Cuentos de los isleños, título de una de sus «Pequeñas Revistas»:

31

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33 de junio de 1829

La obra Los isleños se compuso en diciembre de 1827 de la forma siguiente: una noche, a lahora en que la fría aguanieve y las brumas tormentosas de noviembre dan paso a las ventiscas y alos cortantes vientos nocturnos del verdadero invierno, estábamos todos sentados junto al fuegoresplandeciente y cálido de la cocina, y acabábamos de poner fin a una discusión con Tabby sobresi era o no correcto encender una vela, de la que ella salió victoriosa: nos quedamos sin vela.Siguió una larga pausa, que al fin rompió Branwell diciendo en tono desganado: «No sé quéhacer». Anne y Emily repitieron lo mismo.

TABBY: Lo que podéis hacer es acostaros.BRANWELL: Prefiero hacer otra cosa.CHARLOTTE: ¿Por qué estás hoy tan tristona, Tabby? ¡Vamos! Supongamos que cada uno

tiene una isla propia.BRANWELL: Si la tuviéramos yo elegiría la isla de Man.CHARLOTTE: Y yo elegiría la isla de Wight.EMILY: Para mí sería la isla de Arran.ANNE: Y la mía sería la de Guernsey.Entonces elegimos quiénes serían los hombres principales de nuestras islas. Branwell eligió a

John Bull, Astley Cooper y Leigh Hunt; Emily, a Walter Scott, el señor Lockhart y JohnnyLockhart; Anne, a Michael Saddler, lord Bentinck y sir Henry Halford. Yo elegí al duque deWellington y dos hijos, Christopher North y compañía, y el señor Abernethy. En esto interrumpiónuestra conversación el sonido funesto (para nosotros) del reloj, que dio las siete, recordándonosque teníamos que irnos a la cama. Al día siguiente añadimos muchos otros nombres a nuestralista, hasta que tuvimos a casi todos los hombres principales del reino. Después de eso y durantemucho tiempo no ocurrió nada digno de mención. En junio de 1828, erigimos un colegio en unaisla imaginaria, que albergaría a unos mil alumnos. La forma del edificio era la siguiente: la islatenía un perímetro de ochenta kilómetros y más parecía obra de encantamiento que algo real, etc.

Me sorprenden mucho algunas cosas del fragmento; por un lado, la intensidad gráfica con quela época del año, la hora de la tarde, la sensación de frío y oscuridad exterior, el sonido de losvientos nocturnos que azotan los desolados páramos cubiertos de nieve, y que se acercan cada vezmás hasta agitar finalmente la puerta de la estancia en que se encuentran ellos (que dabadirectamente a los extensos páramos) contrasta con el resplandor y el bullicio de la acogedoracocina en que se agrupan esos niños excepcionales. Tabby anda por allí con su pintoresco atuendotípico, frugal, autoritaria, dispuesta a censurar con dureza, pero sin permitir que nadie reprochenada a sus niños, de eso podemos estar seguros. Por otro lado, llama la atención la inteligenteparcialidad con que eligen a sus grandes hombres, que eran casi todos tories incondicionales de laépoca. Además, no se limitan a los héroes locales; su campo de posibilidades se ha ampliadoprestando atención a lo que normalmente se cree que no interesa a los niños. La pequeña Anne,que tenía entonces apenas ocho años, elige a políticos de la época como hombres principales.

Hay otra hoja de papel con la misma letra casi indescifrable y escrita por la misma época quenos da cierta idea del origen de sus opiniones.

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HISTORIA DEL AÑO 1829

Una vez papá dio un libro a mi hermana Maria. Era un libro antiguo de geografía. Ellaescribió en su hoja en blanco: «Papá me ha dado este libro». Es un libro de hace ciento veinteaños. Lo tengo delante en este momento. Estoy escribiendo en la cocina de la rectoría deHaworth; Tabby, la sirvienta, está lavando las cosas del desayuno y Anne, mi hermana máspequeña (Maria era la mayor), está arrodillada en una silla mirando unas galletas que nos hahecho Tabby. Emily está en la sala, cepillando la alfombra. Papá y Branwell se han ido aKeighley. Nuestra tía está arriba en su habitación y yo estoy sentada a la mesa escribiendo estoen la cocina. Keighley es una ciudad pequeña que queda a seis kilómetros de aquí. Papá yBranwell han ido a buscar el periódico, el Leeds Intelligencer, un periódico tory excelente quedirige el señor Wood y cuyo propietario es el señor Henneman. Compramos dos periódicos a lasemana y leemos tres. Compramos el Leeds Intelligencer, tory , y el Leeds Mercury, whig, quedirigen el señor Baines y su hermano, su yerno y sus dos hijos, Edward y Talbot. Y el señor Drivernos deja el John Bull, que es tory radical, muy violento y también Blackwood’s Magazine , que esla mejor publicación periódica que hay. El director es el señor Christopher North, un anciano desetenta y cuatro años; el 1 de abril es su cumpleaños. Sus compañeros son Timothy Tickler,Morgan O’Doherty, Macrabin Mordecai, Mullion, Warnell y James Hogg, un hombre deextraordinario genio, un pastor escocés. Nuestras obras se terminaron; Hombres jóvenes, junio de1826; Nuestros compañeros , julio de 1827; Los isleños, diciembre de 1827. Éstas son nuestrastres grandes obras que no se guardan en secreto. Las mejores obras de Emily y mías se acabaronel 1 de diciembre de 1827; las otras en marzo de 1828. Mejores obras significa obras secretas;son muy buenas. Todas nuestras obras son muy extrañas. No necesito escribirlas, porque creo quesiempre las recordaré. La obra Hombres jóvenes surgió de unos soldados de madera que teníaBranwell; Nuestros compañeros , de las fábulas de Esopo; y Los isleños, de varios sucesos queocurrieron. Esbozaré el origen de nuestras obras más explícitamente si puedo. Primero, Losjóvenes. Papá compró a Branwell unos soldados de madera en Leeds; cuando papá llegó a casaera de noche y estábamos en la cama, así que al día siguiente por la mañana Branwell vino anuestra puerta con una caja de soldados. Emily y yo saltamos de la cama y yo agarré uno yexclamé: «¡Éste es el duque de Wellington! ¡Éste será el duque!». Cuando yo dije eso, Emilycogió otro y dijo que sería suyo; cuando se acercó Anne dijo que ella también quería uno. El míoera el mejor, el más alto y el más perfecto en todos los aspectos. El de Emily era un individuo deaspecto grave, por lo que lo llamamos Severo. El de Anne era una criaturilla extraña, muyparecido a ella, y lo llamamos Mozo. Branwell eligió el suyo y lo llamó Bonaparte.

El fragmento demuestra las lecturas que interesaban a los pequeños Brontë, aunque su deseode conocimiento debió de despertarse en muchas direcciones porque he encontrado una «lista depintores cuya obra quiero ver», escrita por Charlotte Brontë cuando apenas contaba trece años:

Guido Reni, Julio Romano, Tiziano, Rafael, Miguel Ángel, Correggio, Annibale Carraci,Leonardo da Vinci, Fra Bartolomeo, Carlo Cignani, Vandyke, Rubens, Bartolomeo Ramerghi.

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¡He aquí una niña pequeña, en una remota rectoría del condado de York, que quizá no ha vistoen su vida nada digno del nombre de pintura, estudiando los nombres y características de losgrandes maestros italianos y flamencos, cuya obra anhela ver algún día del oscuro futuro que seabre ante ella! Hay otro escrito que contiene minuciosos estudios y críticas sobre los grabados deFriendship’s Offering for 1829 ,34 que demuestra cómo adquirió los hábitos de observaciónminuciosa y paciente análisis de causa y efecto que tan útiles le serían.

La forma en que el señor Brontë hizo a sus hijos coincidir con él en su gran interés por lapolítica tuvo que ayudarlos mucho a superar las limitaciones mentales y a evitar la contaminaciónde las vanas habladurías locales. He tomado el único otro fragmento personal de Cuentos de losisleños; es una suerte de apología, que figura en la introducción al segundo volumen, por nohaberlo continuado antes; los escritores habían estado demasiado ocupados durante mucho tiempoy últimamente muy absortos en la política.

El Parlamento se abrió y se planteó el gran problema católico,

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35 y las medidas del duque se revelaron y todo fue injuria, violencia, partidismo y confusión.¡Ay, esos seis meses, desde la época del discurso del rey hasta el final! Nadie podía escribir,pensar ni hablar sobre tema alguno que no fuera el problema católico, y el duque de Wellington yel señor Peel. ¡Recuerdo el día en que llegó el extraordinario del Intelligence con el discurso delseñor Peel, que contenía las condiciones en que iba a admitirse a los católicos! La impacienciacon que papá arrancó la funda y cómo le rodeamos todos y la ansiedad jadeante con queescuchamos mientras se revelaban una a una y se explicaban y se analizaban tan hábilmente y tanbien; y recuerdo que cuando todo acabó tía dijo que a ella le parecía excelente, y que loscatólicos no podían hacer daño con tan buena defensa. También recuerdo las dudas sobre si laaprobaría la Cámara de los Lores y las profecías de que no; y cuando llegó el periódico quedecidiría la cuestión era casi espantosa la ansiedad con que escuchamos todo el asunto: laapertura de las puertas; el silencio; los duques reales con sus ropajes y el gran duque con fajín ychaleco verdes; la puesta en pie de todos los pares cuando él se levantó; la lectura de su discurso(papá dijo que sus palabras eran como oro precioso); y por último la mayoría de uno a cuatro(sic) a favor del proyecto de ley. Pero esto es una digresión. Etc. Etc.

Charlotte debía de tener entre trece y catorce años cuando escribió esto.Estoy segura de que muchos lectores querrán saber cuáles eran las características de sus

escritos puramente imaginativos en este periodo. Mientras que, como ya hemos visto, sudescripción de cualquier suceso real es sencilla, gráfica y vigorosa, cuando da rienda suelta a susdotes creativas, su fantasía y su lenguaje se desbordan, a veces hasta los mismos límites deldelirio aparente. De esa extraña escritura desbordante bastará un solo ejemplo. Es una carta aldirector de una de las «Pequeñas Revistas».

Sr. Director: Es bien sabido que los Genios han declarado que a menos que desempeñenciertos deberes arduos todos los años, de carácter misterioso, todos los mundos del firmamento sedesintegrarán y se integrarán en un solo globo poderoso que dará vueltas en solitario esplendorpor el inmenso desierto espacial, habitado únicamente por los cuatro grandes príncipes de losGenios hasta que la eternidad suceda al tiempo; y semejante insolencia sólo es equiparable a otrade sus afirmaciones, a saber, la de que mediante su poder mágico pueden reducir el mundo a undesierto; las aguas más puras, a corrientes de pálido veneno, y los lagos más claros, a charcasestancadas cuyos vapores mortíferos acabarán con todas las criaturas vivas menos con las fierassanguinarias del bosque y las aves voraces de la roca. Pero que en medio de esta desolación sealzará el genio principal centelleando en el páramo y el horrendo aullido de su grito de guerraresonará sobre la tierra mañana, tarde y noche; pero que celebrarán su festín anual sobre loshuesos de los muertos y se regocijarán anualmente con la alegría de los vencedores. Creo que lahorrenda perversidad de todo esto no precisa comentario y por consiguiente me apresuro afirmar, etc.

14 de julio de 1829

No sería inverosímil que la carta anterior fuera una alusión alegórica o política que nosotrosno entendemos, pero que era clarísima para las lúcidas mentes infantiles a quienes estaba

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destinada. Es evidente que les interesaba muchísimo la política; consideraban un semidiós alduque de Wellington. Todo lo relacionado con él pertenecía a la época heroica. Si Charlottenecesitaba un caballero andante o un amante fiel, echaba mano del marqués de Douro o de lordCharles Wellesley.36 Casi no hay un solo escrito en prosa suyo de esta época en que ellos no seanlos protagonistas y en el que «su augusto padre» no aparezca como una suerte de Júpiter tonante oun deus ex machina.

Doy a continuación algunos títulos de sus escritos en los diversos cuadernillos que demuestranhasta qué punto cautivaba su imaginación Wellesley.

Castillo Liffey, cuento por lord C. Wellesley.Versos al río Aragua, por el marqués de Douro.Un sueño extraordinario, por lord C. Wellesley.El enano verde, un cuento del tiempo perfecto, por lord Charles Albert Florian Wellesley.Sucesos extraños, por lord C. A. F. Wellesley.

La vida en un pueblo aislado o en una casa de campo solitaria ofrece muchos pequeños sucesosque se graban en la mente de los niños, que los recuerdan una y otra vez. Quizá no ocurra ni esprobable que ocurra nada más durante días que les haga olvidarlo, hasta que asume unaimportancia vaga y misteriosa. Y así, los niños que llevan una vida solitaria suelen ser reflexivosy soñadores y a veces exageran las impresiones que reciben del mundo exterior (la visión insólitadel cielo y la tierra, el encuentro accidental con rostros y figuras extraños, sucesos raros en esoslugares apartados) hasta convertirlas en hechos tan significativos que adquieren dimensiones casisobrenaturales. He advertido esta peculiaridad con mucha fuerza en los escritos de Charlotte deesa época. En realidad, dadas las circunstancias, no es ninguna peculiaridad. Ha sido tan común atodos, desde los pastores caldeos, el «pastor tendido solo en el prado durante medio día de verano»y el monje solitario, hasta aquellos cuyas impresiones exteriores han tenido tiempo de crecer ycobran vida en la imaginación haciéndoles percibirlas como representaciones reales o visionessobrenaturales, que dudarlo sería blasfemia.

Charlotte contrarrestaba esa tendencia con el fuerte sentido común innato, que tenía queejercer a diario por exigencias de la vida real. Sus obligaciones no eran solamente aprender laslecciones, dedicar determinado tiempo a la lectura, asimilar determinadas ideas; además de todoeso, tenía que limpiar las habitaciones, hacer recados, ayudar en las formas más simples decocinar, ser por turnos compañera de juegos e instructora de sus hermanas más pequeñas y de suhermano, arreglárselas sola y estudiar economía bajo la atenta supervisión de su tía. Y así, vemosque si bien su imaginación recibía impresiones fuertes, su agudo entendimiento tenía pleno poderpara rectificar sus fantasías antes de que se hicieran realidad. Escribió este relato en una hoja depapel:

22 de junio de 1830, 6 de la tardeHaworth, cerca de Bradford

El 22 de junio de 1830 ocurrió este extraño suceso: Papá estaba entonces muy enfermo,

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postrado en la cama y tan débil que no podía levantarse sin ayuda. Tabby y yo estábamos solas enla cocina. Eran más o menos las nueve y media de la mañana. De pronto oímos una llamada en lapuerta: Tabby se levantó a abrir. Era un anciano que se dirigió a ella así:

ANCIANO: ¿Vive aquí el párroco?TABBY: Sí.ANCIANO: Deseo verle.TABBY: Está en cama muy enfermo.ANCIANO: Tengo que darle un mensaje.TABBY: ¿De parte de quién?ANCIANO: Del Señor.TABBY: ¿Quién?ANCIANO: El Señor. Desea que le diga que el novio va a llegar y que tenemos que

prepararnos para recibirle; que están a punto de soltarse las cuerdas y de romperse el cuencodorado; el cántaro se ha roto en la fuente.

Acabó aquí su discurso y siguió bruscamente su camino. Cuando Tabby cerró la puerta, lepregunté si le conocía. Me respondió que nunca lo había visto, ni a nadie parecido a él. Peroestoy plenamente convencida de que era algún entusiasta fanático, tal vez bienintencionado, peroque desconoce por completo la verdadera piedad. Sin embargo, no pude evitar llorar por suspalabras, pronunciadas de forma tan imprevista en aquel momento particular.

La fecha del siguiente poema es un tanto incierta, pero quizá sea muy oportuno incluirlo aquí.Debió de escribirlo antes de 1833, aunque no hay forma de determinar la fecha exacta. Lo doycomo ejemplo del excepcional talento poético que indican los diversos escritos de esta época; almenos, todos los que yo he podido leer.

EL CIERVO HERIDO

Cuando pasaba por lo más recónditodel corazón del bosque umbríovi anoche a un ciervo heridotendido solitario en el suelo frío.La luz que el tupido follaje traspasaba(una luz tenue, dispersa y escasa)caía sobre las frondas que su lecho formabay lo cubría como una capa.Temblaban de dolor sus miembros ateridos,henchía el dolor su paciente mirada,entre oscuros helechos de dolor abatidosu astada cabeza reposaba.¿Dónde estaban su hembra y sus amigos?¡Lo habían abandonado todos a su suerte!Y él allí, desolado y vencido,

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sufría y sangraba, esperando la muerte.¿Le dolería acaso como duele al humanola ausencia de los suyos en tan grande aflicción?¿Torturarían su pecho destrozadoel aguijón punzante de la pena y el dardo del dolor?¿Aguzaría la ausencia de compañía ansiadael dolor provocado por el dardo asesino?¿Torturarían su corazón la fe traicionaday el profundo amor no correspondido?¡Dejad al hombre su personal destino!¡Esos dolores sólo sobrevienenen el lecho silencioso y sombríoen que los hijos de Adán mueren!

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CAPÍTULO VI

Quizá sea éste el momento adecuado para hacer una descripción personal de la señorita Brontë. En1831 era una joven serena y reflexiva de casi quince años, de figura muy menuda («raquítica»,según ella); pero su cabeza y sus miembros guardaban proporciones correctas con relación a sucuerpo delgado y frágil, por lo que no sería justo aplicarle ningún apelativo que indicara la menordeformidad; tenía el cabello de color castaño, suave y tupido, y unos ojos peculiares; me resultadifícil describir ahora lo que me parecieron cuando la conocí años más tarde. Eran grandes, bienformados y de color castaño rojizo; pero si se examinaba atentamente el iris parecía compuesto deuna gran variedad de tonos. Su expresión habitual era de inteligencia atenta y serena; pero de vezen cuando, en alguna ocasión precisa de vívido interés o justa indignación, brillaba en ellos unaluz como si se hubiera encendido una lámpara espiritual que ardía tras su mirada expresiva. Nuncahe visto algo así en ningún otro ser humano. En cuanto a los demás rasgos, eran corrientes,grandes e irregulares; pero eso apenas se advertía a menos que decidieras catalogarlos, porquetanto sus ojos como la fuerza expresiva de su rostro borraban cualquier defecto físico; la bocairregular y la nariz grande pasaban desapercibidas, y todo el rostro captaba la atención y atraíaenseguida a quienes ella quisiera atraer. Tenía las manos y los pies más pequeños que he visto enmi vida; cuando posó una mano en la mía fue como el leve roce de un pajarillo en el centro de lapalma. Los dedos largos y delicados producían una sensación de peculiar delicadeza, razón por laque todo su trabajo, fuera cual fuera (escritura, costura o punto), era tan claro en su minuciosidad.Era sumamente pulcra en todo su atuendo; pero era afectada en cuanto a los guantes y el calzado.

Comprendo perfectamente que aquella seria y grave compostura, que daba a su rostro ladignidad de un retrato veneciano antiguo cuando la conocí, no era algo nuevo sino que procedía dela temprana edad en que se encontró en la situación de hermana mayor de niños huérfanos demadre. Pero en una niña que apenas había iniciado la adolescencia semejante expresión seconsideraba «de vieja» (usando una frase rural); y en 1831, periodo sobre el que escribo ahora,hemos de pensar en ella como una niña mayor y decidida, de actitud sosegada y atuendo extraño.Pues además de la influencia que ejercieron las ideas paternas sobre la sencillez del atuendopropio de la esposa y las hijas de un clérigo rural (como demuestra la destrucción de las botas decolores y el vestido de seda), su tía, en quien recayó principalmente el deber de vestir a sussobrinas, no había frecuentado la sociedad desde que dejó Penzance ocho o nueve años antes, y lamoda de aquel tiempo de Penzance seguía siendo cara a su corazón.

Charlotte volvió al colegio en enero de 1831. Esta vez fue como alumna de las señoritasWooler, que vivían en Roe Head, una casa solariega acogedora y espaciosa que se alza un pocoaislada en el campo a la derecha de la carretera de Leeds a Huddersfield. Dos hileras de antiguosmiradores semicirculares dan a los amplios prados de la ladera que llegan hasta los bellos bosquesde Kirklees, el parque de sir George Armitage. Aunque Roe Head y Haworth distan poco más detreinta kilómetros, el campo es completamente distinto, como si los climas fueran diferentes. El

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paisaje que rodea Roe Head se eleva suave y ondulado y da al forastero la idea de aire y espacio enlos altos y de soleada calidez en los anchos y verdes valles. Es precisamente el entorno queamaban los monjes, y en todas partes se encuentran rastros de los tiempos de los Plantagenet cercade los negocios manufactureros del West Riding actual. Aquí, el parque de Kirklees, lleno declaros soleados y salpicado de las sombras oscuras que proyectan los tejos centenarios; la granmole del edificio, que fue en tiempos «Casa de dueñas profesas»; la piedra desmoronada de lo másrecóndito del bosque, bajo la que dicen que yace Robin Hood; junto al parque una vieja casa depiedra con tejado a dos aguas que es hoy una posada, pero que se llama Las Tres Monjas y tiene unemblema en consonancia con el nombre. Esta extraña posada antigua es frecuentada por losobreros vestidos de fustán de los talleres de estambre próximos que salpican la carretera de Leedsa Huddersfield y constituyen los centros en torno a los que se agrupan los futuros pueblos. Talesson los contrastes de las formas de vida y de tiempos y estaciones que surgen ante el viajero en lasgrandes carreteras que cruzan el West Riding. Me parece que en ninguna otra región de Inglaterrase hallan los siglos en tan estrecho y extraño contacto como en la región en que está situada RoeHead. A un paso de la casa de la señorita Wooler (a la izquierda del camino, llegando desdeLeeds) se encuentran los restos de Howley Hall, hoy propiedad de lord Cardigan pero queperteneció antiguamente a la rama de los Savile. Cerca está el manantial de lady Ana; según laleyenda, lady Ana fue acosada y devorada por los lobos cuando estaba sentada junto al manantial,al que acude todavía la gente de la fábrica de añil de Birstall y de las fábricas de tejidos de lana deBatley el Domingo de Ramos, cuando las aguas poseen propiedades curativas extraordinarias; yaún se cree que ese día adoptan una extraña variedad de colores a las seis en punto de la mañana.

Alrededor de las tierras del campesino que vive en los restos de Howley Hall hay casas depiedra modernas cuyos moradores se ganan la vida y hacen fortunas con las fábricas que invaden yechan a los propietarios de las antiguas casas solariegas. Pueden verse éstas en todas direcciones,pintorescas, con muchos hastiales y escudos de armas de piedra gruesa labrada como ornamentoheráldico; pertenecen a las familias en decadencia de cuyas tierras ancestrales se han idodesgajando uno a uno los campos por la urgencia de los fabricantes ricos.

Una atmósfera humosa rodea estas mansiones de los antiguos señores de Yorkshire y anubla yoscurece los viejos árboles que las rodean; hay pistas de ceniza que llevan hasta ellas. Los terrenosde alrededor se venden para construir en ellos. Y aunque los vecinos se ganan ahora la vida de otraforma, recuerdan que sus antepasados dependían del trabajo agrícola en los campos de los dueñosde esas mansiones; y atesoran las tradiciones seculares relacionadas con las casas solariegas.Tomemos la mansión de Oakwell, por ejemplo. Se alza en un prado de aspecto agreste a unoscuatrocientos metros de la carretera. Queda más o menos a la misma distancia del zumbido de lasmáquinas de vapor de las fábricas de Birstall. Y si vas caminando desde la estación de Birstall a lahora de comer encontrarás hileras de obreros, azules del tinte de la lana, que se apresuranhambrientos con pisadas crujientes por las pistas de ceniza que rodean la carretera. Torciendo a laderecha subes por un antiguo pastizal y entras en un corto camino vecinal llamado Bloody Lane,un camino embrujado por el fantasma de un tal capitán Batt, que fue el depravado propietario deuna mansión próxima en tiempo de los Estuardo. Siguiendo Bloody Lane a la sombra de losárboles, se llega al prado de aspecto agreste en que se alza la mansión Oakwell. Es conocida en la

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zona porque es el lugar descrito como Field Head, la residencia de Shirley. El recinto de laentrada, mitad patio mitad jardín, el vestíbulo con paneles de madera y la galería que da a losdormitorios alrededor; el primitivo salón de color albaricoque; el espléndido panorama que sedomina por la puerta del jardín sobre los prados y las terrazas, donde todavía se arrullan y sepavonean los pichones de color pálido, se describen en Shirley. El escenario de la novela estácerca; los sucesos reales a que alude ocurrieron en las inmediaciones.

En un dormitorio de Oakwell Hall puede verse aún la huella ensangrentada de una pisada, ycuentan la historia relacionada con ella y con el camino que lleva a la casa. Una noche de invierno,cuando la familia del capitán Batt estaba en Oakwell y todos creían que él estaba muy lejos, habíallegado en la oscuridad, acechante; recorrió el camino, cruzó el vestíbulo, subió las escaleras,entró en su dormitorio y desapareció. Lo habían matado en un duelo en Londres aquella mismatarde del 9 de diciembre de 1684.

Las piedras de la mansión formaban parte de una vicaría más antigua que había confiscado unantepasado del capitán Batt en los días turbulentos que siguieron a la Reforma. Aquel Henry Battse apropió de casas y dinero sin escrúpulos; y al final había robado la gran campana de la iglesiade Birstall, acto sacrílego por el que habían impuesto una multa a la tierra que tiene que pagar elpropietario de la casa solariega todavía hoy.

Pero a principios del siglo pasado la propiedad de Oakwell pasó de manos de los Batt a sussucesores colaterales y dejaron esa huella pintoresca de su estancia. En el gran vestíbulo cuelgauna enorme cornamenta de ciervo, de la que pende una tarjeta impresa que cuenta el hecho de queel 1 de septiembre de 1763 hubo una gran cacería en la que mataron a este ciervo; y queparticiparon en la caza catorce caballeros que cenaron el botín en el salón con Fairfax Fearneley,el señor del lugar. Se dan los catorce nombres, sin duda «hombres poderosos de antaño». Pero detodos ellos sólo obtuve algún dato en 1855 de sir Fletcher Norton, procurador general, y delteniente general Birch. Dejando Oakwell atrás, a la derecha y a la izquierda hay casas que conocióbien la señorita Brontë cuando vivió en Roe Head, como los hogares acogedores de algunas de suscondiscípulas. Los senderos se bifurcan y suben hacia los brezales y ejidos, que constituían paseosmuy agradables los días de fiesta; y luego se llega a la verja blanca del sendero que lleva a RoeHead.

Una de las galerías de la planta baja, con el agradable mirador que he descrito, era el salón; laotra era el aula. El comedor estaba a un lado de la entrada y daba a la carretera.

El número de alumnas varió de siete a diez durante los dos años que estuvo allí la señoritaBrontë; y como no necesitaban toda la casa para su alojamiento, la tercera planta estabadeshabitada, a no ser por la idea fantasmal de una dama cuyo vestido de seda susurrante oían aveces escuchando al pie del segundo tramo de escaleras.

El afable carácter maternal de la señorita Wooler y el reducido número de alumnas crearon enel centro un ambiente familiar más que de internado. La directora era natural de la región quelindaba con Roe Head, como la mayoría de sus alumnas. Es muy probable que Charlotte, que ibadesde Haworth, fuera la que tenía que recorrer la mayor distancia. La casa de E. quedaba a ochokilómetros; otras dos buenas amigas de Charlotte (la Rose y la Jessie Yorke de Shirley) vivíantodavía más cerca; algunas eran de Huddersfield y otras, de Leeds.

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Citaré ahora una interesante carta que he recibido de Mary, una de esas primeras amigas; delenguaje claro y gráfico, como corresponde a una apreciada compañera de Charlotte Brontë. Serefiere a su llegada a Roe Head el 19 de enero de 1831.

Primero la vi bajar de una tartana, con ropa muy pasada de moda, y me dio la impresión deencontrarse helada y abatida. Iba al colegio de la señorita Wooler. Cuando apareció en el aulallevaba otro vestido pero igual de viejo. Parecía una viejecita, y era tan miope que movía siemprela cabeza de un lado a otro como si estuviera buscando algo. Era muy tímida y muy nerviosa yhablaba con un acento irlandés muy marcado. Le dieron un libro y bajó la cabeza sobre el mismocasi hasta tocarlo con la nariz, y cuando le dijeron que alzara la cabeza alzó el libro también casipegado a la nariz, por lo que nos fue imposible contener la risa.

Ésa fue la primera impresión que causó a una de las alumnas que sería después su querida yapreciada amiga. Otra estudiante recuerda la primera vez que vio a Charlotte el día que llegó alcolegio, de pie junto a la ventana del aula, contemplando el paisaje nevado y llorando mientrastodas las demás jugaban. E.37 era más joven que ella y su corazón tierno se conmovió al ver lodesolada que estaba la niña de extraño atuendo y aspecto raro aquella mañana de invierno, «quelloraba de nostalgia» en un lugar extraño, entre gente desconocida. Cualquier atención demasiadoafectuosa habría asustado a la extraña jovencita de Haworth; pero E. (que sería la CarolineHelstone de Shirley) logró ganarse su confianza y que le permitiera ofrecerle su comprensión.

Cito de nuevo la carta de Mary:

Nos pareció muy ignorante porque nunca había estudiado gramática, y muy poca geografía.

Esta idea de su ignorancia parcial ha sido confirmada por las otras compañeras de Charlotte.Pero la señorita Wooler era una persona de inteligencia excepcional y de sensibilidadextraordinaria. Su forma de tratar a Charlotte lo demuestra. La joven era culta, pero carecía de unabase sólida. La señorita Wooler habló con ella a solas y le dijo que lo lamentaba pero que debíaponerla en otra clase durante un tiempo, hasta que alcanzara a las alumnas de su edad en losconocimientos de gramática, etc.; pero la pobre Charlotte reaccionó llorando de tal forma que eltierno corazón de la señorita Wooler se ablandó, y advirtió juiciosamente que sería mejor dejarlaen aquella clase y esperar que se pusiera al día por su cuenta en las disciplinas en que estaba floja.

Nos confundía porque sabía cosas que quedaban fuera de nuestro ámbito de conocimientos engeneral. Se sabía casi todos los poemas que teníamos que aprender de memoria; nos decía lostítulos, los autores, las obras a que pertenecían y a veces repetía una o dos páginas y nosexplicaba el argumento. Tenía la costumbre de escribir en letra bastardilla (de molde) y decía quehabía aprendido a hacerlo escribiendo su revista. Hacían una revista mensual y querían que fueralo más parecida a las impresas. Nos contó la historia. No la escribía nadie ni la leía nadie másque su hermano, sus dos hermanas y ella. Me prometió enseñarme alguna vez una de aquellasrevistas, pero luego se retractó y no hubo forma de que lo hiciera nunca. En las horas de recreo sesentaba o se quedaba quieta con un libro, si era posible. Algunas le pedimos una vez que jugara

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con nosotras a la pelota, pero nos dijo que no había jugado nunca y que no sabía. Intentamosenseñarle, pero enseguida nos dimos cuenta de que no veía la pelota, así que desistimos. Aceptabacon dócil indiferencia todo lo que hacíamos y parecía que necesitara siempre una resoluciónprevia para decir que no a algo. Solía quedarse bajo los árboles del patio y decía que era másagradable. Procuró explicarlo señalando las sombras, los resquicios de cielo, etc. Casi noentendíamos nada. Nos contó que en Cowan Bridge se sentaba en una roca del arroyo a ver pasarel agua. Le dije que debería haber ido a pescar. Contestó que nunca quiso. Demostraba debilidadfísica en todo. En el colegio no tomaba alimentos animales. Fue por entonces cuando le dije queera fea. Años después le comenté que me parecía que había sido muy impertinente. «Me hicistemucho bien, Polly, así que no lo lamentes», repuso ella. Nunca habíamos visto a nadie dibujar tanbien y tan rápido como ella, y sabía mucho de cuadros y de pintores famosos. Siempre que sepresentaba la ocasión de examinar un cuadro o un grabado de cualquier clase lo hacía poco apoco, pegando los ojos al papel, y se quedaba mirándolo tanto rato que le preguntábamos «quéveía». Veía siempre mucho y lo explicaba muy bien. Hacía poesía y dibujo, que a mí por lo menosme interesaban muchísimo; y luego me acostumbré a remitirme mentalmente a su opinión en todoslos asuntos de ese género, y en muchos otros; todavía lo hago, decido describirle tal y tal cosa,hasta que me sobresalta el recuerdo de que ya nunca lo haré.

Para comprender toda la fuerza de esta última frase (que demuestra lo permanente y vívidaque fue la impresión que causó la señorita Brontë en los más aptos para apreciarla) he demencionar que la autora de esa carta, fechada el 18 de enero de 1856 y en la que así habla deremitirse siempre a la opinión de Charlotte, no volvió a verla en los once años en que ha vividocasi siempre en lugares extraños en un nuevo continente, en los antípodas.

Éramos políticas feroces, algo difícil de evitar en 1832. Ella sabía los nombres de los dosministros; el que dimitió y el que le sucedió y aprobó la ley de la reforma.

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38 Idolatraba al duque de Wellington pero decía que sir Robert Peel no era de fiar; que noactuaba por principios como los demás, sino por conveniencia. Como yo era del partidoultrarradical, le dije que «cómo podían fiarse unos de otros si eran todos unos granujas».Entonces se puso a cantar las alabanzas del duque de Wellington, remitiéndose a sus obras, queyo no podía rebatir porque no sabía nada de él; dijo que se interesaba por la política desde loscinco años. Que no había sacado sus opiniones de su padre (o sea, directamente), sino de losperiódicos, etc., que él prefería.

Para ilustrar la veracidad de esto transcribiré el extracto de una carta que Charlotte escribió asu hermano en Roe Head el 17 de mayo de 1832:

Últimamente había empezado a creer que había perdido todo el interés que me tomaba antespor la política; pero el sumo placer que me proporcionó la noticia del rechazo de la ley dereforma por la Cámara de los Lores y la expulsión o dimisión del conde Grey, etc., me hanconvencido de que no he perdido toda mi afición a la política. Me alegra muchísimo que tía hayaaccedido a recibir Fraser’s Magazine

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39 porque, aunque sé por tu descripción del contenido general que será poco interesantecomparada con Blackwood, siempre será mejor que pasarse todo el año sin poder echar unaojeada a ninguna otra revista, que es lo que nos pasaría, ya que en el pequeño pueblo del páramoen que residimos no habría ninguna posibilidad de conseguir nada así en préstamo en unabiblioteca. Deseo tanto como tú que el buen tiempo contribuya a la plena recuperación de la saludde nuestro querido padre; y que traiga a tía recuerdos agradables del clima sano de su tierranatal, etc.

Volvamos a la carta de Mary:

Solía hablar de sus dos hermanas mayores, Maria y Elizabeth, que habían muerto en CowanBridge. Yo creía que habían sido prodigios de talento y bondad. Una mañana temprano me dijoque había tenido un sueño, en el que le decían que la necesitaban en el salón, y que se trataba deMaria y de Elizabeth. Yo estaba deseando que siguiera y cuando me dijo que ya estaba, que nohabía más, le dije: «Pues sigue, ¡invéntalo! Sé que puedes hacerlo». Me dijo que no, quepreferiría no haber soñado porque no seguía bien; ellas habían cambiado; habían olvidado todolo que les gustaba. Vestían muy a la moda y empezaron criticando la habitación, etc.

La costumbre de «inventar» intereses que adquieren casi todos los niños que no tienenninguno en la vida real era muy fuerte en ella. Todos los hermanos «inventaban» historias,personajes y sucesos. Yo le dije que era como cultivar patatas en una bodega. Y ella comentó contristeza: «¡Sí! Ya lo sé».

Lo que sé de sus días escolares por otras fuentes confirma la exactitud de los detalles de estacarta excepcional. Era una estudiante infatigable, que leía y aprendía constantemente; estabaplenamente convencida de que la educación era necesaria y valiosa, algo insólito en una niña dequince años. No perdía un momento, y casi parecía escatimar el ocio necesario para juegos yrelajamiento, lo cual podría explicarse en parte por su torpeza en todos los juegos a causa de lamiopía. Pero a pesar de estos hábitos poco sociables era una de las favoritas de sus compañeras.Siempre estaba dispuesta a hacer lo que ellas quisieran, y no le importaba que la llamaran torpe yla excluyeran de sus deportes. Luego, por la noche, era una narradora incomparable y lasaterrorizaba con sus historias cuando estaban en la cama. Una vez se dejó llevar y gritó en voz altay la señorita Wooler subió las escaleras y encontró a una de las alumnas presa de palpitacionesviolentas por la excitación que le había causado una historia de Charlotte.

Su infatigable anhelo de conocimiento indujo a la señorita Wooler a asignarle tareas cada vezmás largas para examen; y hacia el final de los dos años de su estancia como alumna en Roe Headrecibió la primera mala calificación en un ejercicio incompleto. Había tenido que leer grancantidad de Lectures on Belles Lettres , de Blair;40 y no supo contestar algunas preguntas. Lepusieron mala nota. La señorita Wooler lo lamentó y se arrepintió de haber asignado demasiadotrabajo a una alumna tan bien dispuesta. Charlotte lloró amargamente. Pero sus compañeras nosólo lo lamentaron, sino que se indignaron. Manifestaron que la imposición de un castigo inclusotan ligero a Charlotte Brontë era injusta (¿pues quién había intentado cumplir con su obligacióncomo ella?). Y testimoniaron su opinión de diversos modos, hasta que la señorita Wooler, que en

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realidad se sentía bastante inclinada a pasar por alto el primer fallo de tan excelente alumna, lequitó la mala nota y las jóvenes volvieron a ser tan obedientes como siempre, todas excepto«Mary», que tomó su propio camino los ocho o quince días que quedaban del semestre, decidiendoconsiderar la injusticia de la señorita Wooler al asignar a Charlotte una tarea mayor de la quepodía preparar como motivo para dejar de obedecer el reglamento del colegio.

El número de alumnas era tan reducido que no se imponía rígidamente la asistencia adeterminadas clases a horas concretas, común en los colegios mayores. Las alumnas preparabanlas lecciones y luego iban a dárselas a la señorita Wooler. Ella tenía una habilidad especial paradespertar su interés por lo que tenían que aprender. No se planteaban los estudios como tareas uobligaciones que tenían que cumplir, sino con el saludable deseo y el afán de conocimiento, cuyodelicioso sabor ella les había enseñado a apreciar. No dejaron de leer y de aprender en cuanto cesóla presión forzosa del colegio. Les habían enseñado a pensar, a analizar, a rechazar y a apreciar.Charlotte estaba contenta con la elección del segundo colegio al que la enviaron. Había unavigorosa libertad en la vida al aire libre de sus compañeras. Se divertían jugando en los camposque rodeaban la casa. La tarde libre de los sábados daban largos paseos y hacían escaladas por losmisteriosos senderos sombreados, subían luego a las colinas y contemplaban las extensas vistas dela región sobre la que había tanto que contar, lo mismo de su historia pasada que de lacontemporánea.

La señorita Wooler debía dominar a la perfección el arte francés de conter, a juzgar por losrecuerdos de sus alumnas de las historias que les contaba durante aquellos largos paseos, de estacasa antigua o aquella fábrica nueva, y de las condiciones sociales resultantes de los cambios queindicaban las fechas de ambos edificios. Ella recordaba los tiempos en que quienes vigilaban opermanecían en vela por la noche oían la orden de mando a lo lejos, y la marcha acompasada demiles de hombres desesperados que recibían entrenamiento militar secreto como preparación parael día que imaginaban; el día en que la razón lucharía con el poder y saldría victoriosa: en que elpueblo de Inglaterra, representado por los obreros de Yorkshire, Lancashire y Nottinghamshire,haría oír su voz con una terrible consigna, ya que sus reclamaciones sinceras y lastimosas nopodían hallar eco en el Parlamento. Hoy olvidamos lo rápidos que han sido los cambios, lasmejoras, lo cruel que era la situación de gran número de trabajadores al terminar la guerrapeninsular.41 El carácter casi absurdo de sus agravios sigue vivo en la tradición; la verdaderaintensidad de sus sufrimientos ya se ha olvidado; estaban enloquecidos y desesperados; y enopinión de muchos, el país parecía hallarse al borde del precipicio, y sólo se salvó gracias a larápida y firme decisión de unos pocos que tenían autoridad. La señorita Wooler hablaba a susalumnas de aquellos tiempos; de los misteriosos entrenamientos nocturnos; de los miles dehombres en los páramos solitarios; de las amenazas masculladas de individuos demasiadoacuciados por la necesidad para ser prudentes; de los atentados, entre los que el incendio de lafábrica de Cartwright ocupaba un lugar destacado. Y estas cosas se grabaron profundamente en lamente de una de sus oyentes por lo menos.42

El señor Cartwright era el dueño de la fábrica llamada Rawfolds de Liversedge, que quedaba apoca distancia de Roe Head. Se había atrevido a emplear maquinaria para los tejidos de lana, quefue una medida muy mal vista en 1812, momento en que muchas otras circunstancias conspiraron

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también para hacer insoportable la situación de los obreros, acuciados por el hambre y la miseria.El señor Cartwright era un hombre muy notable, que, según me han dicho, tenía algo de sangreextranjera, cuyas huellas eran muy evidentes en su figura alta, sus ojos oscuros y su constitución,así como en su conducta singular aunque caballerosa. Sea como fuere, había pasado mucho tiempoen el extranjero y hablaba bien francés, lo cual resultaba en sí mismo sospechoso para elintolerante nacionalismo de aquel entonces. Ya era un hombre antipático antes de que diera elúltimo paso de emplear tundidoras de paños en vez de contratar obreros. Y él lo sabía, ycomprendía las consecuencias que podía tener su decisión. Preparó la fábrica para resistir unataque. Se instaló en ella; y protegieron bien las puertas con barricadas por la noche. Habíacolocado un rodillo en cada peldaño de las escaleras con pinchos alrededor para impedir quesubieran los alborotadores en caso de que consiguieran forzar las puertas. El asalto se llevó a caboel sábado 11 de abril de 1812 por la noche. Unos centenares de obreros hambrientos secongregaron en el prado muy próximo a Kirklees que desciende desde la casa que ocuparía luegola señorita Wooler; allí, los dirigentes los armaron con pistolas, hachuelas y cachiporras, muchasde las cuales las habían conseguido los grupos que merodeaban por el campo de noche, medianteextorsión a los habitantes de casas solitarias que se habían armado con estos medios de defensa.La multitud hosca y silenciosa avanzó en plena noche hacia Rawfolds y dieron un gran grito quedespertó al señor Cartwright y le hizo comprender que el ataque tanto tiempo esperado habíallegado. Él estaba bien atrincherado, es cierto; pero sólo contaba con la ayuda de cuatro obreros ycinco soldados contra la furia de centenares de obreros. Los diez hombres, sin embargo,consiguieron mantener fuego de mosquetes tan vigoroso y tan bien dirigido que frustraron todoslos intentos desesperados de la multitud de derribar las puertas y entrar en la fábrica; y después deuna lucha en la que resultaron dos asaltantes muertos y varios heridos, se retiraron en desorden,dejando el terreno al señor Cartwright, que se encontraba tan mareado y agotado una vez pasado elpeligro que se olvidó de sus propias medidas de seguridad y se hirió gravemente una pierna conuno de los rodillos de púas cuando intentó subir por la escalera. Su vivienda quedaba cerca de lafábrica. Algunos de los alborotadores habían jurado que si no cedía irían a su casa y matarían a sumujer y a sus hijos. Era una amenaza terrible, pues se había visto obligado a dejar a su familia conpocos soldados para defender la casa. La señora Cartwright conocía la amenaza; y cuando aquellaterrible noche creyó oír pasos que se acercaban, cogió a sus dos hijos pequeños y los metió en uncesto en la gran chimenea que tienen las casas antiguas en Yorkshire. Uno de aquellos pequeñosera una niña, que luego, de mayor, solía señalar con orgullo las marcas de los tiros de mosquete ylos rastros de pólvora de las paredes de la fábrica de su padre. Él había sido el primero en ofrecerresistencia al avance de los luditas, que por entonces ya eran tantos que casi habían asumido elcarácter de un ejército rebelde. El comportamiento del señor Cartwright causó gran admiraciónentre los otros fabricantes de la zona, que crearon un fondo de ayuda que llegó a 3.000 libras.

Poco más de quince días después de este ataque a Rawfolds, otro fabricante que utilizaba ladetestable maquinaria fue abatido a tiros a plena luz del día cuando cruzaba Crossland Moor, quelindaba con una pequeña plantación en que se habían ocultado los asesinos. Los lectores de Shirleyreconocerán estos sucesos, que le contaron a la señorita Brontë años más tarde de que ocurrieran,pero en los mismos sitios en que habían tenido lugar, personas que recordaban perfectamente

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aquellos tiempos terribles de inseguridad para la vida y la propiedad, por un lado, y de hambreespantosa y ciega desesperación ignorante, por otro.

El señor Brontë había vivido entre esta misma gente en 1812, ya que entonces era clérigo deHartshead, que queda a menos de cinco kilómetros de Rawfolds; como ya he mencionado, fue enesta época peligrosa cuando cogió la costumbre de llevar siempre encima una pistola cargada.Porque no sólo sus ideas políticas tories, sino también su amor y respeto a la autoridad legal, lehicieron despreciar la cobardía de los magistrados vecinos que se negaron a intervenir y a impedirla destrucción de la propiedad por miedo a los luditas. Los clérigos de la región fueron con mucholos hombres más valientes. Hubo un tal señor Roberson de Heald’s Hall,43 amigo del señorBrontë, que dejó una profunda impresión en la opinión pública. Vivía cerca de Heckmondwike, unpueblo grande y sucio que había crecido de forma desordenada, a unos tres kilómetros de RoeHead. Estaba habitado principalmente por tejedores que trabajaban en casa; y Heald’s Hall es lacasa más grande del pueblo, cuyo vicario era el señor Roberson. Construyó con dinero propio unapreciosa iglesia en Liversedge, en una colina frente a la que se alzaba su propia casa, el primerintento de atender las necesidades de una población demasiado numerosa que se llevó a cabo en laregión, e hizo muchos sacrificios personales por sus opiniones, tanto religiosas como políticas, deauténtico y anticuado cuño tory. Odiaba todo aquello que en su opinión tuviera una tendencia a laanarquía. Era absolutamente leal a la Iglesia y al rey; y habría dado con orgullo y sin vacilar suvida por lo que creía que era justo y correcto. Pero era un hombre de voluntad soberana, con la queaplastaba a sus adversarios; hasta la tradición lo representa como un individuo con algooscuramente diabólico. Era amigo de Cartwright y sabía que existía la posibilidad de que atacaransu fábrica; así que, según cuentan, se armó y armó a la gente de la casa y se dispuso a acudir en suayuda en caso de que dieran una señal de que la necesitaban. Hasta aquí, todo es bastante probable.El señor Roberson tenía un espíritu muy guerrero a pesar de ser un hombre pacífico. Pero comotomó el partido impopular, las exageraciones sobre su carácter persisten como verdad en lamemoria de la gente. Y cuentan la historia fabulosa de que prohibió que dieran agua a los luditasheridos que habían quedado en el patio de la fábrica cuando llegó a la mañana siguiente a felicitara su amigo Cartwright por el éxito de su defensa. Además, el intrépido y estricto clérigo tambiénalojaba en su casa a los soldados que habían enviado a defender la zona; y eso indignó mucho a losobreros, que no estaban dispuestos a dejarse intimidar por los casacas rojas. Él no era magistrado,pero no escatimó esfuerzos para localizar a los luditas involucrados en el asesinato que hemencionado; y tuvo tanto éxito con su energía inquebrantable que se creyó que había recibidoayuda sobrenatural. Y la gente del pueblo que entraba a escondidas en el campo que rodea Heald’sHall las noches oscuras de invierno, años después de todos estos sucesos, afirmaba que había vistopor la ventana al párroco Roberson bailar en una extraña luz roja con demonios negros que girabana su alrededor. Dirigía un colegio de muchachos; y se hizo respetar y temer por sus alumnos.Sumaba a su fuerza de voluntad un humor macabro que le sugería extrañas formas de castigo paralos alumnos obstinados: por ejemplo, los obligaba a permanecer de pie apoyados en una solapierna con un pesado libro en cada mano; y una vez siguió a caballo a un alumno que se habíaescapado a su casa, se lo reclamó a sus padres, lo ató con una soga al estribo y le hizo ir asícorriendo junto al caballo los muchos kilómetros que había hasta Heald’s Hall. Hay muchos otros

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ejemplos de su temperamento. Una vez descubrió que su sirvienta Betty tenía «un admirador» ymontó guardia hasta que sorprendió a Richard en la cocina; le ordenó entonces que fuera alcomedor, donde estaban reunidos los alumnos. Le preguntó delante de todos si había seguido aBetty; y cuando confesó la verdad, el señor Roberson dio la orden: «¡Lleváoslo, chicos, a labomba!» Arrastraron al pobre enamorado al patio hasta el equipo de bombeo y empezaron aecharle agua. A cada mojadura le preguntaba: «¿Prometes dejar en paz a Betty?». Richard se negóvalerosamente a ceder durante un buen rato; entonces el señor Roberson gritaba de nuevo la orden:«¡Bombead de nuevo, chicos!». Pero al final el pobre «admirador» empapado tuvo que darse porvencido y renunciar a su Betty. El carácter yorqueño del señor Roberson sería incompleto si nomencionara su amor a los caballos. Vivió hasta edad muy avanzada y murió más cerca de 1840que de 1830; y cuando tenía más de ochenta años todavía disfrutaba muchísimo domando a loscorceles obstinados; si era necesario se sentaba inmóvil a lomos de uno durante media hora o máspara conseguirlo. Cuentan que una vez, en un arrebato, mató de un tiro al caballo preferido de suesposa y lo enterró cerca de una cantera; y que unos años después, el terreno se abriómilagrosamente y apareció el esqueleto del animal. Pero lo cierto es que fue un acto de humanidadponer fin al sufrimiento de la pobre bestia; y que para hacerlo disparó personalmente; luego loenterró en un sitio en el que tiempo después el terreno se hundió por las obras del pozo de unamina, dejando los restos del animal al descubierto. El sesgo tradicional indica la animosidad conque lo recuerdan algunos. Otros veneran su memoria; por ejemplo, los clérigos de la zona, que lerecuerdan bajando ya anciano la colina en la que se alzaba su casa, montado en su vigorosocaballo blanco (con su porte orgulloso y digno, el sombrero de teja inclinado sobre sus ojos delince) camino de sus obligaciones dominicales como el soldado fiel que muere al pie del cañón, yque valoran su lealtad, sus sacrificios en aras del deber y la defensa de su religión. Cuando era yamuy anciano se celebró una reunión en la que sus hermanos clérigos acordaron rendirle homenajede su profundo respeto y estima.

Éste es un ejemplo del fuerte carácter que no es raro que manifieste el clero yorqueño de laIglesia oficial. El señor Roberson era amigo del padre de Charlotte Brontë; vivía a unos treskilómetros de Roe Head cuando ella estudiaba allí; y estaba muy comprometido en operacionescuyo recuerdo seguía vivo cuando le explicaron el papel que había desempeñado el clérigo enellas. Diré ahora algo sobre el carácter de los religiosos de las inmediaciones de Roe Head; pues lajoven «tory e hija de clérigo», que se «interesaba por la política desde los cinco años» y quemantenía frecuentes discusiones con algunas de las jóvenes que eran disidentes y radicales,procuró conocer lo mejor posible la situación de quienes tenían opiniones distintas.

La mayor parte de la población eran disidentes religiosos, sobre todo congregacionalistas. Enel pueblo de Heckmondwike, en un extremo del cual se encuentra Roe Head, había dos capillasgrandes que pertenecían a esa confesión y otra metodista, y las tres se llenaban dos o tres vecescada domingo, además de celebrar reuniones para rezar a las que asistían todos los fieles durantela semana. Los habitantes eran protestantes no anglicanos, muy críticos con la doctrina de sussermones, tiránicos con sus ministros y radicales violentos en política. Un amigo que conoce bienel lugar en que Charlotte Brontë asistió al colegio me ha explicado algunos sucesos que ocurrieronentonces:

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Una escena que tuvo lugar en la capilla metodista de Heckmondwike da una idea de cómo erala gente entonces. Cuando una pareja de recién casados llegaba a la capilla era costumbre cantarel himno nupcial al terminar la última oración mientras la congregación salía de la capilla. Loscantores que representaban esta ceremonia esperaban que les dieran dinero y a veces se pasabanaquella noche bebiendo; al menos, eso decía el ministro del lugar, que decidió acabar con lacostumbre. Contaba con el respaldo de muchos clérigos y de la congregación; pero el factordemocrático era tan fuerte que topó con la más violenta oposición y a veces le insultaban cuandosalía a la calle. Se esperaba que hiciera su primera aparición en la iglesia una recién casada y elministro dijo a los cantores que no interpretaran el himno nupcial. Ellos manifestaron que loharían y él mandó cerrar el banco largo que solían ocupar. Lo forzaron: el ministro dijo a lacongregación desde el púlpito que, en vez de que cantaran ellos un himno, leería él un capítulo.Pero no bien había pronunciado la primera palabra cuando se levantaron los cantores,encabezados por un tejedor alto de aspecto feroz, que dio la entrada del himno, y todos loentonaron a voz en cuello, con la ayuda de los amigos que estaban en la capilla. Los que noaprobaban la conducta de los cantores y estaban de parte del ministro siguieron sentados hastaque terminó el himno. Entonces él anunció de nuevo el capítulo, lo leyó y luego pronunció elsermón. Estaba a punto de terminar con una oración cuando los cantores se pusieron en pie ycantaron a voces otro himno. Las escenas vergonzosas se sucedieron durante muchas semanas y latensión era tanta que los diferentes grupos apenas podían contener los golpes cuando cruzaban elpatio. El ministro al fin se marchó de allí y con él se fueron muchos miembros de la congregación,los más moderados y respetables, y los cantores se salieron con la suya.

Creo que hubo una lucha tan violenta sobre la elección de un pastor por entonces en la iglesiade Heckmondwike que hubo que llamar al orden a la gente en una asamblea.

Los supuestos cristianos que habían obligado a marcharse de Haworth al señor Redhead diez odoce años antes sin duda mantenían una fraternidad muy pagana con los supuestos cristianos deHeckmondwike; aunque unos se consideraran miembros de la Iglesia de Inglaterra y los otrosdisidentes.

La carta de la que he tomado el extracto anterior se refiere del principio al fin a lasinmediaciones del lugar en que Charlotte Brontë pasó los días escolares y describe las cosas talcomo eran entonces. El autor dice:

Como estaba acostumbrado al comportamiento respetuoso de las clases bajas de los distritosagrícolas, al principio me sentí muy disgustado y algo alarmado por la gran libertad quedemostraban las clases trabajadoras de Heckmondwike y Gomersall ante quienes ostentaban unaposición social superior a la de ellos. El término «muchacha» se aplicaba libremente a cualquierseñorita, lo mismo que «moza» en Lancashire. El aspecto sumamente desaliñado de los aldeanosme impresionó no poco, aunque he de hacer justicia a las amas de casa diciendo que las viviendasno estaban sucias y tenían un aire de tosca abundancia (excepto cuando la industria iba mal) queyo no estaba acostumbrado a ver en los distritos agrícolas. El montón de carbón a un lado de lapuerta de las casas y las tinas al otro, y el aroma a malta y a lúpulo al pasar, demostraban queencontrarías fuego y «cerveza casera» en casi todos los hogares. Y no faltaba la hospitalidad, una

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de las mayores virtudes de Yorkshire. Siempre ofrecían de buen grado al visitante tortas de avena,queso y cerveza.

Solían celebrar una fiesta anual, mitad religiosa mitad social, en Heckmondwike, llamada «ElSermón». Supongo que venía de los tiempos de los puritanos inconformistas. Un forastero hacíaun sermón en una capilla un día de semana por la tarde y al día siguiente se daban dos sermonesseguidos en la otra capilla. El oficio religioso era larguísimo, claro, y como esto era en junio ysolía hacer calor, ni a mí ni a mis compañeros nos parecía una forma agradable de pasar lamañana. El resto del día se dedicaba a los entretenimientos sociales. Acudía al lugar gran númerode forasteros. Montaban casetas para la venta de juguetes y pan de jengibre (una especie de«feria sacra»), y las casas, que habían recibido un poco de pintura y encalado extras, tenían unaspecto festivo.

En el pueblo de Gomersall [donde vivía con su familia «Mary», la amiga de Charlotte Brontë],que era un lugar mucho más agradable que Heckmondwike, había una casa de piedra bastanteextraña y muchas de las piedras sobresalían y tenían cabezas toscas de rostros burlones tallados.Y en una piedra sobre la puerta habían grabado con grandes letras «SPITE HALL»

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44. La había construido un hombre frente a la casa nueva de su enemigo, que tenía una vistaespléndida del valle antes de que la bloqueara completamente ese horrendo edificio.

Las ocho o nueve delicadas alumnas de la señorita Wooler vivían y paseaban entre aquellapoblación sin miedo (porque la gente las conocía bien). La señorita Wooler había nacido y sehabía criado entre aquella gente ruda, fuerte y belicosa, y conocía la bondad y la lealtad profundasque se ocultaban tras sus modales salvajes y sus actitudes insubordinadas. Las alumnas hablabandel pequeño mundo que las rodeaba como si no hubiera otro; y tenían sus opiniones y sus grupos ysus discusiones feroces como los mayores (probablemente mejores). Y entre ellas, amada yrespetada por todas, ridiculizada por algunas, pero siempre a la cara, vivió durante dos años lajovencita estudiosa, fea, corta de vista y de extraño atuendo llamada Charlotte Brontë.

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CAPÍTULO VII

La señorita Brontë se marchó de Roe Head en 1832, tras haberse ganado el cariño y el respeto desu profesora y de sus compañeras y haber hecho dos buenas amistades que durarían toda su vida;una con «Mary», que no ha conservado sus cartas; la otra con «E.», que me ha confiadoamablemente toda la correspondencia que guarda. Al examinar las primeras cartas me haimpresionado de nuevo la falta de esperanza que constituía una característica tan fuerte enCharlotte. A una edad en que las jóvenes en general esperan que los sentimientos que abrigan ellaso sus amigas duren siempre y que, por lo tanto, no ven ningún obstáculo para el cumplimiento decualquier compromiso que dependa del futuro estado de los mismos, Charlotte se sorprende deque E. cumpla la promesa de escribirle. Más adelante, me impresionó dolorosamente el hecho deque la señorita Brontë nunca se atreviera a permitirse mirar el futuro con esperanza; que notuviera confianza en el mismo; y cuando supe los años que había vivido, pensé que había sido esapesadumbre lo que había acabado con su optimismo. Pero las cartas parecen indicar que se tratabade algo constitucional, por así decirlo. O quizá el intenso dolor de perder a sus dos hermanasmayores se combinara con un estado de debilidad física permanente para producir sudesesperanza. Si su confianza en Dios no hubiera sido tan fuerte se habría rendido a la ilimitadaangustia en muchos momentos de su vida. Veremos que hizo un esfuerzo extraordinario yfructífero para dejar «su vida en Sus manos».

Regresó a casa y se dedicó a enseñar a sus hermanas, respecto a quienes se hallaba en situaciónde superioridad. El 21 de junio de 1832 escribe así sobre el transcurso de su vida en la rectoría:

La descripción de un día es la descripción de todos los días. Por la mañana, de nueve en puntoa doce y media, doy clase a mis hermanas y dibujo; luego paseamos hasta la hora de comer.Después de comer, coso hasta la hora de cenar, y después escribo y leo o hago alguna labor odibujo, según me apetezca. Así transcurre mi vida, de forma agradable aunque un tanto monótona.Sólo he salido dos veces a tomar el té desde que regresé. Esta tarde esperamos visitas y elpróximo martes vendrán a tomar el té todas las profesoras de la escuela dominical.

El señor Brontë contrató por esa época a un profesor de dibujo para que diera clase a sus hijos;resultó ser un hombre de talento notable pero de escasos principios. Los hermanos Brontë nuncallegaron a dominar a la perfección la técnica, pero se interesaron mucho por conseguirlo; sin dudaalguna, por el deseo instintivo de expresar sus poderosas imaginaciones de forma visible.Charlotte me contó que en esa etapa de su vida el dibujo y los paseos con sus hermanas habíanconstituido los dos grandes placeres y distracciones del día.

Las tres hermanas solían subir hacia los páramos de color «negro y púrpura», quebrados aquí yallá por una pedrera; y si tenían fuerzas y tiempo para ir más lejos, llegaban hasta la cascada,donde el arroyo caía sobre unas rocas hasta el «fondo». Casi nunca bajaban al pueblo. Las cohibíaencontrar incluso a conocidos, y les daba reparo entrar en las casas de los muy pobres sin que las

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invitaran. Asistían regularmente a la escuela dominical para enseñar a los niños, una costumbreque Charlotte conservó fielmente incluso cuando se quedó sola; pero nunca se relacionaban consus semejantes por iniciativa propia y siempre preferían la soledad y la libertad de los páramos.

En septiembre del mismo año, Charlotte fue a visitar por primera vez a su amiga E. Regresóasí a los alrededores de Roe Head y volvió a ver a muchas ex condiscípulas. Parece ser que ella ysu amiga acordaron escribirse en francés para perfeccionar sus conocimientos. Claro que eseperfeccionamiento no podría ser grande porque sólo podían familiarizarse con las palabras deldiccionario y porque no había nadie que les explicara que la traducción literal de los modismosingleses no tenía sentido en francés; pero sin duda su empeño era loable y demuestra la buenadisposición de ambas para continuar la educación que habían iniciado con la señorita Wooler.Daré un extracto que, al margen de lo que se opine sobre el lenguaje en sí, es bastante gráfico ynos presenta un cuadro familiar feliz; la hermana mayor regresa al hogar con las dos hermanasmás pequeñas, tras quince días de ausencia:

J’arrivait à Haworth en parfaite sauveté sans le moindre accident ou malheur. Mes petitessoeurs couraient hors de la maison pour me rencontrer aussitôt que la voiture se fit voir, et ellesm’embrassaient avec autant d’empressement, et de plaisir, comme si j’avais été absente pour plusd’an. Mon Papa, ma Tante, et le monsieur dont mon frère avoit parlé, furent tous assemblés dansle Salon, et en peu de temps je m’y rendis aussi. C’est souvent l’ordre du Ciel que quand on aperdu un plaisir il y en a un autre prêt à prendre sa place. Ainsi je venoit de partir de trés chérsamis, mais tout à l’heure je revins à des parens aussi chers et bons dans le moment. Même quevous me perdiez (ose-je croire que mon depart vous était un chagrin?) vous attendites l’arrivée devotre frére, et de votre soeur. J’ai donné a mes soeurs les pommes que vous leur envoyiez avectant de bonté; elles disent qu’elles sont sur que Mademoiselle E. est trés aimable et bonne; l’uneet l’autre sont extremement impatientes de vous voir; j’espére qu’en peu de mois elles auront ceplaisir.

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Las dos amigas tardarían en volver a verse, y decidieron escribirse una vez al mes hastaentonces. En Haworth no ocurría nada que mereciera la pena contar en las cartas. Los días sesucedían tranquilos, dedicados a la enseñanza y a las ocupaciones femeninas de la casa; yCharlotte se vio impulsada de forma natural a hacer críticas de libros.

Había muchos libros en la rectoría, que se guardaban en diferentes lugares, según su estado.Los que estaban bien encuadernados se alineaban en el santuario del estudio del señor Brontë;pero la adquisición de libros era un lujo necesario para él, y como a veces se trataba de elegirentre encuadernar un libro viejo o comprar uno nuevo, el volumen familiar que había sidovorazmente leído por todos los miembros de la familia se hallaba a veces en tal estado que elestante del dormitorio se consideraba su lugar apropiado. Arriba y abajo podían encontrarsemuchas obras clásicas de género serio. Los escritos de sir Walter Scott, los poemas deWordsworth y de Southey estaban con la literatura más ligera; mientras que, por tener un carácterpropio (ferviente, apasionado y a veces fanático), podrían nombrarse algunos libros procedentesde la parte Branwell de la familia (de los seguidores de Cornualles del santo John Wesley) y quese mencionan en la descripción de las obras que leía Caroline Helstone en Shirley:

Algunas revistas venerables para señoras que una vez habían realizado un viaje con supropietaria, y que habían sobrevivido a una tempestad [seguramente parte de las reliquias de laspropiedades de la señora Brontë que iban en el barco que naufragó en la costa de Cornualles] ycuyas hojas estaban manchadas de agua salada; algunas revistas metodistas disparatadas, llenasde milagros y apariciones, avisos sobrenaturales, sueños premonitorios y fanatismo loco; y lascartas igualmente disparatadas de la señora Elizabeth Rowe de los difuntos a los vivos.

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El señor Brontë inculcó a sus hijas el amor a la lectura; y aunque la señorita Branwell lomantenía en sus justos límites mediante las diversas ocupaciones domésticas, en las que noesperaba sólo que sus sobrinas participaran, sino que las dominaran a la perfección, dedicándolespor tanto buena parte del tiempo diario, les permitían sacar libros de la biblioteca de Keighley. Ydebieron de dar muchas alegres caminatas de seis kilómetros largos cargadas con algunos librosnuevos que hojeaban al regresar apresuradamente a casa. No es que los libros fueran lo que se dicenuevos; parece ser que a principios de 1833 las dos amigas encontraron casi simultáneamenteKenilworth, y Charlotte escribe lo siguiente sobre la obra:

Me alegra que te guste Kenilworth. En realidad, más parece un romance que una novela: enmi opinión, es una de las obras más interesantes que hayan surgido de la pluma del gran sirWalter. Varney es sin duda la personificación de la vileza consumada; y en la descripción de sumente oscura y absolutamente artera, Scott demuestra un prodigioso conocimiento de lanaturaleza humana, además de una sorprendente habilidad para plasmar sus ideas haciendo así aotros partícipes de ese conocimiento.

Por muy superficial que pueda parecernos el comentario, es notable en algunos aspectos: enprimer lugar, en vez de analizar el argumento, analiza el carácter de Varney; y a continuación,ella, que no sabe nada del mundo, tanto por su juventud como por su situación de aislamiento, yaestá tan acostumbrada a oír «naturaleza humana» con recelo como para percibir la idea de intensay artera villanía sin sorpresa.

El aspecto ceremonioso y formulario de sus cartas a E. fue desapareciendo a medida que seconocían mejor, y cuando visitaron sus respectivos hogares, con lo que los pequeños detalles sobrepersonas y lugares adquirieron interés y sentido. En el verano de 1833, Charlotte escribió a suamiga invitándola a visitar Haworth. «Mi tía cree que sería mejor aplazar tu visita hasta mediadosde verano —le dice—, porque el invierno, e incluso la primavera, son estacionesexcepcionalmente frías y desoladas en nuestras montañas.»

La primera impresión que causaron las hermanas de su compañera de colegio a la visitante fueque Emily era una niña alta, de brazos largos, más desarrollada que su hermana mayor; de actitudsumamente reservada. Diferencio reserva de timidez porque supongo que la persona tímidacomplacería si supiera cómo hacerlo; mientras que la reservada es indiferente a complacer o no.Anne era tímida como su hermana mayor; Emily era reservada.

Branwell era un chico bastante apuesto, de cabello «leonado», empleando una denominaciónde la señorita Brontë para un color más detestable. Todos eran muy inteligentes, originales yabsolutamente distintos a todas las personas o familias que conocía E. Pero en conjunto fue unavisita agradable para todos. Charlotte dice en una carta que escribió a E. después de su visita:

Si te dijera la impresión que has causado a todos aquí me acusarías de adulación. Papá y mitía no dejan de ponerte de ejemplo y decirme que debo imitar tus obras y tu conducta. Emily yAnne dicen que nunca han conocido a nadie que les cayera tan bien como tú. Y Tabby, a quien has

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fascinado totalmente, no deja de decir muchas más tonterías acerca de tu distinción que no meatrevo a repetir. Es tan de noche ahora que no puedo seguir escribiendo, a pesar de la singularcapacidad de ver en la oscuridad que me atribuían las señoritas de Roe Head.

Era excepcional que un visitante de la rectoría contara con el beneplácito de Tabby, que teníauna agudeza perceptiva yorqueña especial y a quien no todo el mundo le gustaba.

Haworth se construyó sin tener en cuenta ninguna condición de salubridad: el antiguocementerio queda más arriba de las viviendas y es terrible pensar lo contaminados que tenían queestar los manantiales del agua que se empleaba en el pueblo. Pero el invierno de 1833-1834 fueespecialmente húmedo y lluvioso y hubo un número extraordinario de defunciones en Haworth.Fue una estación lúgubre también para la familia de la rectoría. La esponjosidad del suelo lesimpedía dar sus paseos habituales por los páramos, las campanas tocaban con frecuencia a muertoy a funeral y llenaban el aire con su sonido lastimero, y cuando guardaban silencio se oía elgolpeteo del cantero que cortaba las lápidas en un cobertizo cercano. La misma familiaridadhabría engendrado indiferencia en otros que vivieran, como si dijéramos, en un camposanto (puesla rectoría está rodeada de uno por tres lados) y con todas las vistas y todos los sonidosrelacionados con los oficios de difuntos como algo cotidiano. Pero no era así en el caso deCharlotte Brontë. Una de sus amigas dice: «La he visto palidecer y marearse cuando alguiencomentó casualmente en la iglesia de Hartshead que caminábamos sobre tumbas».

E. fue a Londres por primera vez a principios de 1834. Parece que la idea de esta visita de suamiga agitó extrañamente a Charlotte. Da la impresión de que se formó una idea de las probablesconsecuencias de la misma por algunos artículos de British Ensayists, The Rambler, The Mirror oThe Lounger, que debían de figurar entre los clásicos ingleses de la biblioteca de la rectoría;porque es evidente que imagina que el efecto habitual de una visita a «la gran metrópoli» influyenegativamente en el carácter de una persona y se alegra al comprobar que su amiga sigue siendo lamisma. Y cuando se convence de que su amiga no ha cambiado, su imaginación se veprofundamente conmovida por las ideas de los grandes prodigios que pueden verse en esa famosae inmensa ciudad.

Haworth, 20 de febrero de 1834

Tu carta me ha proporcionado verdadero y sincero placer, mezclado con no poco asombro.Mary me había informado previamente de tu viaje a Londres, y yo no me había atrevido a esperarninguna noticia tuya mientras estabas rodeada de los esplendores y novedades de la gran ciudad,que ha sido llamada la metrópoli mercantil de Europa. A juzgar por la naturaleza humana, creíaque una jovencita de pueblo, que se viera por primera vez en una situación tan bien calculadapara excitar la curiosidad y para distraer la atención, olvidaría, al menos temporalmente, losobjetos lejanos y familiares y se entregaría por entero a la fascinación de las escenas que seofrecieran entonces a su vista. Tu amable, interesante y gratísima epístola me ha demostrado, sinembargo, que mis suposiciones eran erróneas y que había sido poco caritativa. Me hace muchagracia el tono despreocupado que adoptas al tratar de Londres y de sus maravillas. ¿No tesentiste sobrecogida al contemplar San Pablo y la abadía de Westminster? ¿No sentiste un interés

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intenso y ardiente cuando viste en Saint James el palacio donde tantos reyes de Inglaterrarecibían a la corte, y cuando contemplaste las representaciones de sus personajes en las paredes?No tengas demasiado miedo a parecer de pueblo; la magnificencia de Londres ha arrancadoexclamaciones de asombro a viajeros con experiencia del mundo y de sus maravillas y bellezas.¿Has visto ya a alguno de los grandes personajes a quienes las sesiones del Parlamento retienenen Londres ahora, el duque de Wellington, sir Robert Peel, el duque de Grey, el señor Stanley, elseñor O’Connell? Yo en tu lugar no me preocuparía mucho por la lectura mientras estuviera en laciudad. Emplea ahora tus propios ojos para los propósitos de la observación y, durante un tiempoal menos, deja a un lado los espectáculos que nos brindan los escritores.

Añade en una posdata:

¿Serías tan amable de informarme del número de músicos de la banda militar del rey?

Y escribe de nuevo, en un tono bastante parecido:

19 de junio

Mi querida E.:Ahora puedo llamarte así con razón y propiedad. Ya habrás regresado o estarás regresando de

Londres, la gran ciudad que para mí es tan fabulosa como Babilonia, Nínive o la antigua Roma.Te retiras del mundo (como lo llaman) llevándote contigo (si he juzgado correctamente por tuscartas) un corazón tan sencillo, natural y sincero como antes. Me cuesta mucho, muchísimo, creerlas declaraciones de otros; conozco mis propios sentimientos, sé interpretar mi propia mente,pero las mentes de los demás humanos son libros cerrados, rollos jeroglíficos que no puedo abrirni descifrar fácilmente. Pero el tiempo, el estudio minucioso y el trato prolongado superan casitodas las dificultades; y creo que en tu caso han sacado a la luz e interpretado ese lenguaje ocultocuyos recovecos, incoherencias y puntos oscuros con tanta frecuencia desconciertan al honestoobservador de la naturaleza humana [...] Agradezco sinceramente tu atenta consideración a miinsignificante persona y deseo que el placer no sea totalmente egoísta. Espero que se deba enparte al conocimiento de que el carácter de mi amiga es de un orden más elevado y firme de lo queyo creía. Pocas jóvenes habrían hecho lo que tú y habrían contemplado el brillo, resplandor ydeslumbrante despliegue de Londres con talante tan inmutable y corazón tan puro. No veoafectación en tus cartas, ni el menor rastro de desprecio frívolo por lo feo y admiración vacilantepor las personas y las cosas llamativas.

En estos tiempos de viajes fáciles en tren, quizá nos haga sonreír la idea de que una brevevisita a Londres pueda afectar mucho al carácter de una persona, sea cual sea su efecto en elintelecto. Pero el Londres de Charlotte (su gran ciudad fabulosa) era la «población» de un sigloantes, adonde las hijas atolondradas arrastraban a los papás reacios o iban con amigos insensatos,en detrimento de sus mejores cualidades y a veces para ruina de sus fortunas. Charlotte laconsideraba la Feria de las Vanidades de El caminar del peregrino.

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Pero veamos ahora el juicio admirable y justo con que trata un tema que domina a laperfección.

Haworth, 4 de julio de 1834

Me pides en tu última carta que te explique tus defectos. Pero bueno, ¿cómo puedes ser tantonta? No puedo explicarte tus defectos porque no los conozco. ¿Qué criatura sería quien despuésde recibir una carta afectuosa y amable de una querida amiga se sentara a escribir un catálogo dedefectos a modo de respuesta? Supón que lo hiciera y considera qué epítetos me dedicarías. Yodiría que engreída, dogmática, hipócrita y pequeña farsante serían los más suaves. ¡Vamos, hija!Nunca he tenido tiempo ni me he sentido inclinada a considerar tus faltas cuando estás tan lejosde mí y cuando tus cartas, regalos y demás me demuestran tu bondad continuamente y con lamayor claridad. Por otro lado, siempre tienes cerca familiares juiciosos que pueden desempeñartan desagradable función mucho mejor que yo. Estoy segura de que su consejo está a tu enteradisposición. ¿Por qué iba a inmiscuirme yo con el mío? Si no quieres oírlos, de nada serviríaaunque alguien se levantara de entre los muertos para instruirte. Dejémonos de bobadas, si meaprecias. El señor — va a casarse, ¿no? Me parece que la esposa que ha elegido es una damainteligente y amable, a juzgar por lo poco que la conozco y por lo que tú me cuentas. ¿He deañadir a esa frase halagadora una lista de sus defectos? Me hablas del proyecto de dejar — Losiento.—. un lugar agradable, una de las antiguas mansiones inglesas rodeada de prados ybosques, que nos hablan de tiempos pasados y que inspiran (al menos a mí) sentimientos felices.M. pensó que has crecido menos, ¿no? Yo no he crecido nada, sigo tan baja y regordeta comosiempre. Me pides que te recomiende algunos libros para leerlos atentamente. Lo haré lo másbrevemente que pueda. Si quieres poesía, que sea la mejor; Milton, Shakespeare, Thomson,Goldsmith, Pope (si te apetece, aunque a mí no me entusiasma), Scott, Byron, Campbell,Wordsworth y Southey. Que no te asusten los nombres de Shakespeare y Byron. Los dos songrandes hombres, y sus obras son como ellos. Sabrás elegir lo bueno y evitar lo malo; los mejorespasajes son siempre los más puros; y los malos son siempre repugnantes; nunca te apeteceráleerlos dos veces. Omite las comedias de Shakespeare y el Don Juan y tal vez el Caín, de Byron,aunque el último es un poema espléndido; y lee todo lo demás sin miedo. Hace falta una menterealmente depravada para encontrar mal en Enrique VIII, en Macbeth y en Hamlet y Julio César.La poesía romántica, salvaje y tierna de Scott no puede hacerte ningún mal. Ni la de Wordsworth,ni la de Campbell ni la de Southey (al menos la mayor parte); una pequeña parte es ciertamentecensurable. De historia, lee a Hume, Rollin y la Historia Universal, si puedes. Yo nunca hepodido. De ficción, lee sólo a Scott; después de las suyas, todas las novelas carecen de valor. Debiografía, lee la vida de los poetas de Johnson, la Vida de Johnson de Boswell, la vida de Nelsonde Southey, la vida de Burns de Lockhart, la vida de Sheridan de Moore, la vida de Byron deMoore, las demás de Wolfe. De historia natural, lee a Bewick y Audubon, a Goldsmith y laHistoria de Selborne de White. En cuanto a teología, en eso te aconsejará tu hermano. Lo únicoque puedo decirte es que te atengas a los autores clásicos y evites lo novedoso.

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Esta lista demuestra que Charlotte tenía que disponer de una amplia variedad de libros paraelegir sus lecturas. Es evidente que la conciencia femenina de estas dos corresponsales estaba muyatenta a los problemas analizados por los religiosos más estrictos. La moralidad de Shakespearerequirió la confirmación de Charlotte para la sensible E., que tiempo después le preguntaba si elbaile era censurable, cuando se entregaban a él unas horas en fiestas de chicos y chicas. Charlottecontesta:

Dudaría en manifestar diferente opinión de la del señor —o de la de tu excelente hermana, sino creyera que el tema lo merece. En todas partes se admite que el pecado de bailar no consisteen el mero acto de «mover el esqueleto» como dicen los escoceses, sino en las consecuencias quesuelen acompañarlo; es decir, frivolidad y pérdida de tiempo; pero es evidente que no será asícuando, como en el caso que expones, se hace sólo por ejercicio y diversión durante una horaentre gente joven (que sin duda puede permitirse un poco de alegría sin quebrantar losmandamientos divinos). Ergo (a mi modo de ver), la diversión es totalmente inocente en talesocasiones.

Aunque la distancia entre Haworth y B — era sólo de veintisiete kilómetros, era difícilsalvarla directamente sin alquilar una calesa o algún otro vehículo para el viaje. De ahí que unavisita de Charlotte a su amiga requiriera una compleja serie de preparativos. La calesa de Haworthno siempre estaba disponible. Y el señor Brontë solía ser reacio a hacer planes para reunirse enBradford u otros lugares que ocasionaran molestias a alguien. Todos los Brontë poseían una buenadosis de susceptibilidad que los inducía a no contraer compromisos o «quedarse más de lo debido»cuando visitaban a alguien. No estoy segura de que el señor Brontë no incluyera la desconfianzaen los demás en el conocimiento de la naturaleza humana del que tanto se ufanaba. Sus normas alrespecto, junto con la falta de esperanza de Charlotte, la hicieron temer siempre amar demasiado,agotar a los objetos de su afecto; y por eso procuraba muchas veces contener su afectuosidad yevitaba siempre esa presencia invariablemente bien acogida a sus verdaderos amigos. Según estaforma de actuar, cuando la invitaban por un mes se quedaba sólo quince días con la familia de E.,cuyo cariño por ella aumentaba con cada visita. Siempre la recibían con la misma alegría serenacon que habrían acogido a una hermana.

Todavía conservaba su interés infantil por la política. En marzo de 1835 escribe:

¿Qué piensas del curso que está tomando la política? Lo pregunto porque creo que ahora teinteresas saludablemente por el tema; antes no te preocupaba demasiado. Ya ves que B. ha salidovictorioso. ¡Desgraciado! Soy una enemiga sincera y si hay alguien a quien aborrezcaabsolutamente, es ese hombre. Pero la oposición está dividida entre fanáticos y moderados; y elduque (el duque por excelencia) y sir Robert Peel no dan muestras de inseguridad, aunque los hanvencido dos veces; así que courage, mon amie, como decían los antiguos caballeros antes deentrar en combate.

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47

A mediados del verano de 1835 se planteó en la rectoría un importante plan familiar. Lapregunta era: ¿para qué oficio o profesión debía prepararse Branwell? Ya tenía casi dieciochoaños; había llegado el momento de decidirlo. Era un joven muy inteligente, sin duda; quizá, paraempezar, el mayor genio de esta familia única. Las hermanas no reconocían las propias dotes nilas de las otras, pero conocían las de él. El padre, que desconocía muchos defectos de la conductamoral de su hijo, rendía orgulloso homenaje a sus grandes talentos; pues los talentos de Branwellse exhibían de muy buen grado para entretenimiento de otros. La admiración popular le encantaba.Y esto hizo que solicitaran su presencia en los banquetes fúnebres y en las reuniones importantesdel pueblo, porque los hombres de Yorkshire disfrutan mucho de la inteligencia; y eso le procuróasí mismo el dudoso honor de que el dueño del Black Bull recomendara su compañía al viajeroocasional que se sintiera solitario o aburrido mientras bebía. «¿Quiere que alguien le ayude con subotella, señor? Si es así, mandaré a buscar a Patrick» (que es como lo llamaron en el pueblo hastael día de su muerte). Y mientras el mensajero cumplía su cometido, el dueño entretenía a sucliente con historias de los prodigiosos talentos del muchacho, cuya precoz inteligencia y grandesdotes de conversador eran el orgullo del pueblo. Las repetidas dolencias que habían aquejado alseñor Brontë los últimos años no hicieron únicamente necesario que comiera solo para evitar latentación de una dieta poco sana, sino también aconsejable que reposara las comidas con absolutacalma. Y esta necesidad, combinada con la debida atención a sus deberes parroquiales, le impidiósaber exactamente qué hacía su hijo en sus ratos libres. Él mismo había pasado su juventud entregente del mismo nivel prosaico que aquellos con quienes compartía ahora su tiempo Branwell;pero él tenía una voluntad fuerte, una ambición seria y tenaz y una resolución de las que carecía suhijo, que era más débil.

Todos los hermanos Brontë sentían un interés singular por el dibujo y la pintura. El señorBrontë había procurado solícitamente proporcionarles buena instrucción; a las hermanas lesgustaba todo lo relacionado con el arte, todas las estampas y grabados de los grandes cuadros; y, afalta de los buenos, analizaban cualquier grabado o dibujo que cayera en sus manos y dilucidabantodo el pensamiento plasmado en su composición, las ideas que intentaba transmitir y las quetransmitía. Y procuraban plasmar las ideas propias con el mismo ánimo. Les faltaba capacidadpara ejecutarlas, no para concebirlas. A Charlotte se le ocurrió una vez que podría ganarse la vidacomo artista y se cansó la vista dibujando con minuciosidad prerrafaelista, aunque no conprecisión prerrafaelista, pues dibujaba de la fantasía más que del natural.

Pero todos ellos creían firmemente en el talento artístico de Branwell. Yo he visto una pinturaal óleo suya sin fecha, pero que seguramente realizó por esta época. Es un retrato de sus hermanas,a tamaño natural y tres cuartos de largo; no es mucho mejor que un letrero en cuanto a la técnica;pero yo diría que los parecidos son admirables. Sólo pude juzgar la fidelidad con que habíapintado a las otras dos por el asombroso parecido de Charlotte, que sujetaba el bastidor del lienzoy que por lo tanto estaba detrás del mismo, pese a que debían de haber transcurrido más de diezaños desde que lo había realizado. La pintura estaba dividida casi en el centro por un pilar grande.A un lado de la columna, que estaba iluminada por el sol, se veía a Charlotte de pie, ataviada conel traje femenino de la época, mangas de jamón y cuellos grandes. En el lado sombreado estaba

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Emily, con el afable rostro de Anne apoyado en su hombro. El semblante de Emily me pareciólleno de fuerza; el de Charlotte, de solicitud; el de Anne, de ternura. Las dos más pequeñasparecían todavía niñas, aunque Emily era más alta que Charlotte; llevaban el cabello muy corto yun vestido más juvenil. Recuerdo que mientras observaba aquellos rostros tristes, serios ysombríos me pregunté si podía detectar la misteriosa expresión que dicen que presagia la muerteprematura. Tenía cierta esperanza supersticiosa de que la columna separara sus sinos del de ella,que se mantenía a un lado en el cuadro como había sobrevivido en la realidad. Me agradó ver queestaba del lado iluminado de la columna, que la luz del cuadro caía sobre ella: podría haberbuscado mejor en su premonición, mejor dicho, en su rostro vivo, la señal de la muerte en la florde la vida. Eran buenos retratos, pese a estar mal ejecutados. De ahí que supusiera que su familiahabía augurado acertadamente que si Branwell tenía la menor oportunidad, y, ay, las mínimascualidades morales, podría convertirse en un gran pintor.48

El mejor modo de prepararle para conseguirlo parecía ser enviarle a estudiar a la RealAcademia. Supongo que él anhelaba con todas sus fuerzas seguir ese camino, sobre todo porque lellevaría a aquel misterioso Londres (aquella Babilonia la grande que parece haber llenado laimaginación y encantado la mente de los miembros más jóvenes de esta familia de reclusos). ParaBranwell era una realidad impresa más que una fantasía vívida. A fuerza de estudiar planos, sehabía familiarizado con la ciudad, incluso con sus vericuetos, como si hubiera vivido allí. ¡Pobreinfeliz!, nunca vería cumplidos sus deseos de conocer Londres ni el anhelo más fuerte de serfamoso. Moriría tras una vida malograda. Pero entonces, en 1835, la familia estudió la mejorforma de promover sus ideas y ayudarle a llegar a la cima que tanto ambicionaba alcanzar.Dejemos que Charlotte explique los planes que hicieron. No son ellas las primeras hermanas quese han sacrificado por el deseo idolatrado de su hermano. ¡Quiera Dios que sean las últimas quereciben tan mísera recompensa!

Haworth, 6 de julio de 1835

Había esperado que tendría el sumo placer de verte este verano en Haworth, pero los asuntoshumanos son mudables y las resoluciones humanas han de doblegarse al curso de losacontecimientos. Nos encontramos todos a punto de dividirnos, dispersarnos, separarnos. Emilyse va al colegio; Branwell, a Londres; y yo voy a trabajar como maestra. Yo misma he tomado esaúltima decisión, pues sé que tengo que dar el paso alguna vez y que cuanto antes, mejor; y porquesé muy bien que papá tendrá suficientes gastos para sus limitados ingresos si Branwell asiste a laReal Academia y Emily a Roe Head. Te preguntarás dónde voy a residir. A siete kilómetros de tucasa, en un sitio que a ninguna de las dos nos es desconocido, pues se trata del mismísimo RoeHead antes mencionado. ¡Sí! Voy a dar clases en el mismo colegio en que estudié. Me lo propusola señorita Wooler, y me pareció preferible aceptar ésta que otras ofertas para trabajar comoinstitutriz que había recibido antes. Me entristece mucho, muchísimo, la idea de marcharme decasa, pero la obligación y la necesidad son dueñas severas a quienes no podemos desobedecer.¿No te dije una vez que tenías que sentirte agradecida por tu independencia? Lo creía cuando lodije entonces y lo repito ahora con doble fervor; si hay algo que me anime es la idea de estarcerca de ti. Seguro que Polly y tú iréis a verme; sería injusto por mi parte dudarlo. No has sido

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nunca mala todavía. Emily y yo saldremos de casa el 27 de este mes; la idea de que estaremosjuntas nos consuela bastante a las dos, y la verdad es que ya que tengo que aceptar un empleo,«Las cuerdas me cayeron en parajes amenos».

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49 Estimo y respeto a la señorita Wooler.

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CAPÍTULO VIII

El 29 de julio de 1835, Charlotte se fue a trabajar como profesora al colegio de la señorita Wooler.Tenía poco más de diecinueve años. Emily la acompañó como alumna, pero enfermó realmente denostalgia y no podía concentrarse en nada, por lo que regresó a la rectoría y a sus amados páramosa los tres meses.

La señorita Brontë explica las razones que impedían a Emily seguir y que hicieron que suquerida hermana dejara su puesto en el colegio de la señorita Wooler:

Mi hermana Emily amaba los páramos. Flores más brillantes que la rosa florecían en lo másnegro del brezal para ella; su mente podía convertir en paraíso una hondonada sombría de unaladera lívida. Hallaba en el inhóspito paisaje muchos y amados placeres; y no era el menor ni elmenos grato de ellos la libertad. La libertad era el aliento vital de Emily. Sin ella se moría. Noconsiguió soportar el cambio del hogar al colegio y el de su modo de vida muy silencioso y muysolitario pero sin restricciones ni artificios a uno de disciplinada rutina (aunque bajo los mejoresauspicios). Su carácter resultó ser demasiado fuerte para su fortaleza. La imagen del hogar y delos páramos la asaltaba todas las mañanas al despertarse y ensombrecía y entristecía el día quese abría ante ella. Nadie más que yo sabía lo que la aquejaba. Yo lo sabía perfectamente. Su saludse quebrantó rápidamente en su lucha: su rostro pálido, su debilitamiento físico y anímicoamenazaban con un deterioro rápido. Sentí en mi corazón que si no volvía a casa se moriría y coneste convencimiento conseguí su regreso. Sólo había permanecido tres meses en el colegio ypasaron años hasta que el experimento de enviarla fuera de casa se probara de nuevo.

El sufrimiento físico de Emily cuando estaba lejos de Haworth, tras repetirse varias veces encircunstancias parecidas, se convirtió finalmente en un hecho tan evidente que las hermanasdecidieron que Emily debía permanecer en casa porque era el único sitio donde podía disfrutar decierta buena salud. Durante su vida, se fue de casa otras dos veces; una para ser maestra en uncolegio de Halifax durante seis meses; y después acompañó a Charlotte a Bruselas y permanecióallí diez meses. Cuando estaba en el hogar se encargaba casi ella sola de cocinar y hacía todo elplanchado de la casa; y cuando Tabby ya era anciana y estaba enferma, era Emily quien hacía elpan para la familia; y cualquiera que pasara por la puerta de la cocina podría haberla vistoestudiando alemán con un libro abierto mientras amasaba; pero ningún estudio, por interesanteque fuera, afectaba a la calidad del pan, que era siempre excelente. Los libros eran en realidad unobjeto común en aquella cocina; su padre les daba clases teóricas y su tía clases prácticas y, en suposición, era un simple deber femenino participar activamente en todas las labores domésticas;pero en su cuidadoso empleo del tiempo encontraban muchas veces cinco minutos para leermientras vigilaban los pasteles, y lograban combinar dos ocupaciones distintas mejor que el reyAlfredo.50

Charlotte llevó una vida muy feliz en el colegio de la señorita Wooler hasta que su salud

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flaqueó. Estimaba y respetaba sinceramente a su ex profesora, que ahora era compañera y amiga.Tampoco sus alumnas eran extrañas para ella, y algunas eran las hermanas pequeñas de las quehabían sido sus compañeras. Aunque las obligaciones diarias podían ser tediosas y monótonas,siempre disponía de dos o tres horas felices por la tarde, en que ella y la señorita Wooler sesentaban juntas (a veces hasta altas horas de la noche) y mantenían conversaciones tranquilas opausas de silencio igualmente agradables, porque ambas sabían que en cuanto se les ocurriera unaidea o un comentario que desearan expresar, tenían al lado a una compañera inteligente dispuestaa comprender, y no se sentían obligadas a «hablar por hablar».

Precisamente entonces ocurrió un suceso en los alrededores de Leeds que provocó muchointerés. Una joven que trabajaba como institutriz en una familia muy respetable había sidocortejada y se había casado con un caballero que ocupaba un cargo subordinado en la empresacomercial del patrón de la joven. Cuando llevaba un año casada y había dado a luz a un niño, sedescubrió que el hombre a quien llamaba marido tenía otra esposa. Ahora se cuenta que esaprimera esposa estaba loca, hecho que él había dado como excusa para su segundo matrimonio.Sea como fuere, la situación de la esposa que no era esposa (de la inocente madre del niñoilegítimo) provocaba la más profunda conmiseración. Y el caso se comentó en todas partes, entreotras en Roe Head.

La señorita Wooler estaba siempre dispuesta a ofrecer a la señorita Brontë cualquieroportunidad de esparcimiento que estuviera en su mano; pero el problema muchas veces eraconvencerla de que aceptara las invitaciones que le hacían, instándola a pasar el sábado y eldomingo con E. y con Mary en sus respectivas casas, que quedaban a poca distancia a pie. Pero laseñorita Brontë solía considerar que permitirse unas vacaciones era una negligencia en elcumplimiento del deber y se negaba el cambio tan necesario por una especie de espírituexageradamente ascético que denotaba una pérdida del sano equilibrio físico o mental. Enrealidad, vemos claramente que era así en un fragmento de una carta de Mary, que he citado antes,en el que alude a esa época.

Tres años después (del periodo en que ambas estudiaban en Roe Head) supe que era maestraen el colegio de la señorita Wooler. Fui a verla y le pregunté por qué daba tanto por tan pocodinero pudiendo vivir sin hacerlo. Ella reconoció que había creído que podría ahorrar algo, peroque después de vestir a Anne y vestirse ella no le quedaba nada. Me confesó que no eramaravilloso, pero que qué podía hacer. No supe qué decir. Parecía que no hubiera nada apartedel sentido del deber que le proporcionara interés o satisfacción y cuando podía solía sentarsesola a «inventar». Después me dijo que una tarde se había quedado sentada en el salón hasta quese hizo totalmente de noche y que al observarlo todo «se había asustado de repente». Es indudableque recordó bien esto cuando describió un terror similar que se apoderaba de Jane Eyre. Dice enla novela: «[...] allí sentada contemplando la cama blanca y las paredes ensombrecidas, conalguna obsesiva mirada de reojo al tenue fulgor del espejo, me puse a recordar cosas que habíaoído contar acerca de los muertos inquietos en su sepultura [...] intenté mantener la cabeza firme;me eché para atrás el pelo que me cubría los ojos, erguí la cabeza y me atreví a mirar toda lahabitación; en ese momento, un rayo de luna se coló por una ranura de la persiana. Pero no; la

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luz de la luna no se mueve y ésta se movía [...] predispuesta al horror como estaba mi mente y conlos nervios a flor de piel, consideré que aquel resplandor súbito y veloz era heraldo de una visióndel más allá. Mi corazón latía furiosamente, la cabeza me ardía y un zumbido que interpreté comobatir de alas aturdió mis oídos. Sentí algo cerca».

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51Desde entonces —añade Mary— su imaginación era lúgubre y aterradora; no podía evitarlo

ni dejar de pensar. No podía olvidar la oscuridad, no podía dormir de noche ni estar atenta dedía.

El estado de salud así descrito fue algo gradual y no hay que tomarlo como la descripción desu estado en 1836. Pero ya entonces, algunas de sus expresiones indican un abatimiento querecuerda demasiado algunas cartas de Cowper.52 Y es notable la profunda impresión que lecausaron sus poemas. Creo que sus palabras, sus versos, acudían a la mente de Charlotte con másfrecuencia que los de ningún otro poeta.

10 de mayo de 1836

Me sorprendió la nota que me enviaste con el paraguas; demostraba un grado de interés pormis asuntos que no tengo derecho a esperar de ninguna criatura mortal; no me haré la hipócrita;no contestaré a tus amables, bondadosas y amistosas preguntas como quieres que lo haga. No teengañes imaginando que tengo una pizca de auténtica bondad. Si fuera como tú, cariño, miraríahacia el cielo, aunque el prejuicio y el error empañaran de vez en cuando la gloriosa visióndelante de mí; pero yo no soy como tú. Si conocieras mis pensamientos, los sueños que meabsorben, la fiera imaginación que me devora a veces y me hace ver la compañía tal como esdesoladoramente insípida, me compadecerías e incluso creo que me despreciarías. Pero conozcolos tesoros de la Biblia, los amo y los venero. Veo la fuente de la vida con toda su claridad yluminosidad; pero cuando me inclino a beber, las aguas cristalinas se alejan de mis labios comosi fuera Tántalo.

Eres demasiado amable y asidua en tus invitaciones. Me confundes. No sé cómo rehusar y meresulta aún más embarazoso aceptar. De todos modos, no puedo ir esta semana, porque estamosen plena melée de las repeticiones. Estaba escuchando la terrible sección quinta cuando llegó tucarta. Pero la señorita Wooler dice que tengo que ir a casa de Mary el próximo viernes, puesprometió que lo haría el domingo de Pentecostés; y el domingo por la mañana te veré en laiglesia, si te parece bien, y me quedaré hasta el lunes. ¡Es una propuesta franca y fácil! Laseñorita Wooler me ha impulsado a hacerla. Dice que está en juego su buen nombre.

¡Bien por la amable señorita Wooler! A pesar de lo monótonas y agotadoras que fueran lasobligaciones de Charlotte en el colegio, siempre había una amiga cordial y considerada que velabapor ella y la instaba a aceptar cualquier pequeño entretenimiento inocente que se le ofreciera. Y enlas vacaciones del verano de 1836, su amiga E. fue a visitarla a Haworth, por lo que hubo untiempo feliz garantizado. Transcribo a continuación una serie de cartas, sin fecha, pero quecorresponden a la última parte del mismo año; y de nuevo nos recuerdan al afable y melancólicoCowper.

Mi queridísima E.:Acabo de leer tu carta y estoy temblando de pies a cabeza por la emoción. Nunca había

recibido algo así: la revelación de un corazón generoso, cálido y tierno [...] te lo agradezco con

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toda el alma. Ya no eludiré tus preguntas. ¡Ojalá fuera mejor de lo que soy! Rezo fervorosamentepara conseguirlo. Tengo remordimientos, visitas de arrepentimiento, vislumbres de santa, decosas inexpresables, a lo que antes solía ser ajena; podría desaparecer todo y podría hallarme enplena medianoche, pero suplico al misericordioso Redentor que, si éste es el albor del evangelio,pueda brillar aún hasta el día más perfecto. No me malinterpretes, no pienses que soy buena;solamente deseo serlo. Solamente aborrezco mi ligereza y mi atrevimiento anteriores. ¡Ay!, no soymejor de lo que he sido siempre. Me encuentro en ese estado de lúgubre y gran incertidumbre y,en este preciso momento, me conformaría con ser vieja y canosa, con haber pasado todos losgozosos días de la juventud y hallarme con un pie en la sepultura, si con ello pudiera asegurar laposibilidad de reconciliación con Dios y de redención por los méritos de Su Hijo. No he sidonunca lo que se dice negligente con esos asuntos, pero siempre he tenido una idea nebulosa yrepulsiva de ellos; y ahora las nubes son más oscuras y un abatimiento más opresivo pesa en miánimo. Tú me has animado; por un instante, por una minúscula partícula de tiempo, pensé quepodría llamarte hermana espiritual; pero el entusiasmo ha pasado y ahora me siento tandesgraciada y desesperada como siempre. Esta misma noche rezaré como me pides. ¡Que elTodopoderoso me escuche y se apiade de mí!, espero con humildad que lo haga, pues túfortalecerás mis súplicas corruptas con tus puras peticiones. Todo a mi alrededor es bullicio yconfusión, las damas insistentes con sus sumas y sus lecciones [...] si me estimas demuéstralo yven a verme el viernes: estaré atenta y te esperaré, y lloraré si me defraudas. No sabes la alegríaque sentí cuando estaba junto a la ventana del salón y vi, cuando él dio la vuelta, tirar tupaquetito por encima del muro.

El día de mercado en Huddersfield aún era todo un acontecimiento en Roe Head. Las alumnasdoblaban la esquina de la casa corriendo y atisbaban entre los troncos de los árboles y por elcamino sombreado arriba y podían vislumbrar a un padre y a un hermano pasar hacia el mercadoen su calesa; a veces intercambiaban un saludo con la mano; o veían, como Charlotte desde laventana prohibida a las alumnas, un paquete blanco arrojado sobre el muro, con un movimientorápido y vigoroso de un brazo, sin ver el resto del cuerpo del viajero.

Cansada del duro trabajo del día [...] me he sentado a escribir unas líneas a mi querida E.Disculpa si no digo más que bobadas, pues estoy agotada mentalmente y desanimada. Es unatarde tormentosa y el viento gime sin cesar y me produce una profunda melancolía. En talesmomentos, cuando me siento así, busco instintivamente el reposo en alguna idea tranquila, yahora he conjurado tu imagen para tranquilizarme. Te veo sentada, erguida y quieta, con tuvestido negro y el pañuelo blanco, y la cara blanca como el mármol, absolutamente real. Ojalápudieras hablarme. Si tuviéramos que separarnos, si nuestro destino fuera vivir a gran distancia yno volver a vernos nunca [...] en la vejez, evocaría mis días de juventud y sentiría un gran placermelancólico recordando a mi antigua amiga [...] Tengo algunas cualidades que me hacen muydesgraciada, algunos sentimientos en los que no puedes participar, que muy pocas, poquísimaspersonas en el mundo comprenderían. No me enorgullezco de esas peculiaridades. Intentoocultarlas y reprimirlas todo lo posible; pero a veces brotan incontenibles y quienes ven laexplosión me desprecian y yo me odio a mí misma durante días [...] Acabo de recibir tu epístola y

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lo que la acompañaba. No entiendo qué os impulsa a ti y a tus hermanas a malgastar vuestrabondad en alguien como yo. Se lo agradezco muchísimo a ellas y espero que se lo digas. Tambiénte lo agradezco a ti, más la carta que el regalo. La primera me ha proporcionado un gran placer;el segundo, algo así como pena.

La alteración nerviosa que la aquejó durante su estancia en el colegio de la señorita Woolerparece haber empezado a afligirla más o menos por esta época; al menos ella misma habla de suestado irritable, que sin duda sólo fue un problema temporal.

Has sido muy amable conmigo últimamente y me has perdonado todas esas salidas ridículasque, debido a la miserable y espantosa susceptibilidad de mi carácter, me hacían crisparme comosi me hubieran tocado con un hierro al rojo; cosas por las que nadie se preocupa se me meten enla cabeza y se emponzoñan allí. Sé que esos sentimientos son absurdos y por eso procuroocultarlos, pero son más torturantes por ocultarlos.

Comparemos ese estado de ánimo con la tierna resignación con que había aceptado que ladejaran de lado por inútil o le hablaran de su fealdad sus compañeras tres años antes.

Mi vida transcurre de la misma forma monótona y regular que siempre desde que te vi; sóloenseñar, enseñar, enseñar de la mañana a la noche. La mayor variedad que tengo a veces laconstituye una carta tuya o el encuentro con un libro nuevo agradable. La Vida de Oberlin yRetrato doméstico de Legh Richmond son los últimos de la segunda categoría. La última obraatrajo poderosamente mi atención y me fascinó extrañamente. Pídelo, consíguelo prestado oróbalo sin demora; y lee la Memoria de Wilberforce , un relato corto de una vida breve sinacontecimientos especiales; nunca la olvidaré; es hermosa, no por el lenguaje en que está escrita,ni por los incidentes que expone, sino por el relato sencillo de un joven cristiano inteligente ysincero

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53.

La señorita Wooler trasladó por entonces el colegio de su excelente emplazamiento abierto yaireado de Roe Head a Dewsbury Moor, que quedaba a unos cuatro o cinco kilómetros. Estaba enuna zona bastante más baja y el aire era mucho menos puro y tonificante para alguien que se habíacriado en el pueblo montañoso y agreste de Haworth. El cambio afectó mucho a Charlotte, que lolamentó no sólo por sí misma, sino también por su hermana Anne. Además, Emily había ido comomaestra a un colegio de Halifax, donde había casi cuarenta alumnas.

He recibido una carta de ella desde que se marchó —escribe Charlotte el 2 de octubre de 1836—: me hace una descripción espantosa de sus deberes; trabajo duro de seis de la mañana a oncede la noche, con una sola hora de ejercicio. Eso se llama esclavitud. Me temo que no podrásoportarlo.

Las hermanas se reunieron en casa durante las vacaciones de Navidad y hablaron de sus vidasy de sus posibilidades de trabajo y remuneración. Consideraban una obligación liberar a su padrede la carga de mantenerlas; si no las tres, al menos una o dos; y lógicamente recayó en lasmayores la suerte de buscar alguna ocupación bien remunerada. Sabían que nunca heredaríanmucho dinero. El señor Brontë sólo disponía de un pequeño estipendio y era caritativo y liberal.Su tía disponía de una renta anual de 50 libras que pasarían a otros cuando falleciera y sussobrinas no tenían ningún derecho y no se les ocurría siquiera contar con sus ahorros. ¿Qué podíanhacer? Charlotte y Emily intentaban enseñar y, por lo que parecía, sin demasiado éxito. Bien escierto que la primera tenía la suerte de que su patrona fuera también su amiga, y de estar rodeadade personas que la conocían y la estimaban; pero el salario era demasiado exiguo para permitirleahorrar algo; y su formación no le permitía aspirar a un mejor salario. El carácter sedentario ymonótono de la vida también estaba afectando su salud y su ánimo, aunque, con la necesidad «pordueña», no le gustara confesárselo ni siquiera a sí misma. Pero Emily, aquel espíritu libre, salvajee indomable, que sólo era feliz y se sentía bien en los extensos páramos que rodeaban su hogar,ella, que no soportaba a los extraños, condenada a vivir entre ellos, y no solo eso, sino a servirlescomo una esclava... Charlotte podía haberlo aguantado ella misma, pero no podía soportar que lohiciera su hermana. ¿Cómo evitarlo? Una vez había pensado que podría ser artista y ganarse así elsustento. Pero le había fallado la vista en el trabajo minucioso e inútil que se había impuesto conmiras a tal fin.

Las hermanas tenían la costumbre de coser hasta las nueve de la noche. A esa hora solíaacostarse la señorita Branwell y se daban por terminados los deberes diarios de sus sobrinas.Entonces dejaban la labor y recorrían la estancia a un lado y a otro (casi siempre con las velasapagadas para economizar); sus figuras brillaban a la luz del fuego y desaparecían en las sombrascontinuamente. A veces conversaban sobre las preocupaciones y problemas pasados; hacían planespara el futuro y consultaban unas con otras sus proyectos. Años después, ésa era la hora en queanalizaban juntas los argumentos de sus novelas. Y también, más tarde aún, ésa sería la hora enque la única hermana superviviente caminaba por la habitación sola, por costumbre, dando vueltasy vueltas por la estancia vacía, pensando tristemente en los «días que no volverán». Pero la

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Navidad de 1836 estuvo llena de esperanzas y audaces aspiraciones. Habían probado a escribirrelatos en su minúscula revista hacía mucho tiempo; también habían intentado escribir poesía; ytenían cierta confianza en que habían conseguido un éxito moderado. Pero sabían que podíanengañarse y que el juicio de unas sobre los escritos de las otras podía ser parcial. Así que comoCharlotte era la mayor, decidió escribir ella a Southey. Yo creo (por un comentario de una cartaque veremos más adelante) que también consultó a Coleridge; pero no dispongo de parte alguna deesa correspondencia.

El 29 de diciembre echó al correo su carta a Southey; y debido a la excitación bastante naturalen una joven que ha llegado al extremo de escribir a un poeta laureado pidiéndole su opinión sobresus poemas, empleaba algunas expresiones rimbombantes que probablemente le indujeron a creerque se trataba de una señorita romántica que desconocía la cruda realidad de la vida.

Es muy probable que ésa fuera la primera de las cartas audaces que pasaron por la pequeñaoficina de correos de Haworth. Las vacaciones fueron transcurriendo una mañana tras otrarápidamente sin que llegara la respuesta; las hermanas tuvieron que marcharse de casa, y Emilytuvo que regresar a sus desagradables obligaciones, sin saber siquiera si la carta de Charlotte habíallegado a su destino.

Branwell no se desanimó por la demora y decidió probar una aventura similar; envió esta cartasorprendente a Wordsworth. El poeta se la dio al señor Quillinan en 1850, cuando el apellidoBrontë se hizo famoso. No tengo medio de averiguar cuál fue la respuesta del señor Wordsworth;pero creo que podría deducirse que la carta le pareció excepcional por el hecho de que laconservara y la recordara cuando se hizo público el verdadero nombre de Currer Bell.

Haworth, cerca de Bradford,Yorkshire, 19 de enero de 1837

Señor: Le ruego encarecidamente que lea y emita su juicio sobre lo que le envío, porque desdeel día de mi nacimiento hasta este decimonoveno año de mi existencia mi vida ha transcurridoentre montañas aisladas, donde no podía saber ni qué era ni qué podía hacer. Leía por la mismarazón por la que comía y bebía, porque era un apetito natural. Y escribía partiendo de la mismabase que para hablar: por el impulso y los sentimientos de la mente; no podía evitarlo, pues loque llegaba salía y ése era el final. En cuanto al amor propio, no podía alimentarse de halagos,pues hasta este momento ni siquiera media docena de personas saben que yo haya escrito jamásuna línea.

Pero ahora se ha producido un cambio, señor, y he llegado a una edad en la que he de haceralgo por mí mismo: tengo que ejercitar los talentos que poseo con un propósito concreto, y, puestoque yo mismo los desconozco, tengo que preguntar a otros por su mérito. Y aquí no hay nadie queme lo diga; y si no valieran nada, el tiempo en adelante será demasiado valioso paradesperdiciarlo.

Disculpe mi atrevimiento, señor, por presentarme a alguien cuyas obras estimo más de nuestraliteratura y quien más me ha acompañado como divinidad del pensamiento, enviándole uno de misescritos y pidiéndole una opinión sobre su contenido. He de buscar el juicio de alguien cuyasentencia no admita apelación; y alguien así es quien ha desarrollado la teoría poética tanto

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como su práctica y ambas de forma que merece un lugar en la memoria de mil años futuros.Es mi propósito, señor, abrirme paso en el ancho mundo, y para ello no confío solamente en la

poesía, que podría echar la barca al agua pero no mantenerla a flote; la prosa razonable ycientífica, obras vigorosas y audaces en mi andar por la vida darían más derecho a la atencióndel mundo; y entonces podría la poesía de nuevo iluminar y coronar ese nombre con gloria; peronada de todo eso puede iniciarse nunca sin medios y, como yo no los poseo, he de esforzarme porconseguirlos de todas formas. Sin duda en estos tiempos, en que no hay un poeta en activo quevalga la pena, ha de estar el campo abierto, si un hombre mejor da un paso adelante.

Lo que le envío es la escena introductoria de un tema mucho más extenso, en el que me heesforzado por desarrollar pasiones vigorosas y principios débiles que luchan con una elevadaimaginación y sentimientos profundos hasta que, cuando el joven se endurece con la edad, lasmalas obras y los placeres breves acaban en sufrimiento anímico y ruina física. Pero enviárselotodo a usted sería abusar de su paciencia; lo que ve, ni siquiera pretende ser más que ladescripción de un niño muy imaginativo. Pero léalo, señor; y como iluminaría usted a alguien quese halla en la absoluta oscuridad, ya que valora su propia bondad, envíeme una respuesta, aunquesea una sola palabra, diciéndome si debo seguir escribiendo o no escribir más. Perdone elexcesivo entusiasmo, pues mis sentimientos en esta materia no pueden ser fríos; y considéreme,señor, con profundo respeto.

Su más humilde servidor,P. B. BRONTË

La poesía que adjuntaba no me parece en modo alguno equiparable a la carta; pero como atodos nos gusta juzgar por nosotros mismos, copio las primeras seis estrofas, aproximadamente untercio del total y desde luego no lo peor.

Así que donde él reina con gloria y esplendorsobre el cielo nocturno de estrellas tachonado,en su paraíso de luz,¿por qué no puedo ir yo?A veces, despierto en Navidad,y permanezco insomne en la penumbra,pensando con tristezacómo murió Él por mí.Y a veces veo en sueñosa mi Salvador crucificadoen el leño malditoy despierto llorando.Y mi madre me ha dicho muchas veces,mientras yo apoyaba la cabeza en su regazo,que no haya nacido para el tiempo se temíasino para la eternidad.Así que «Puedo leer el título glorioso

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que me otorga mansiones celestiales,y secarme de lágrimas los ojosy olvidarme del miedo».Me tenderé en la marmórea losaa contemplar en su trono de ébanola Luna esplendorosay olvidaré el mundo por lo eterno.

Poco después de regresar a Dewsbury Moor, Charlotte recibió consternada la noticia de que suamiga E. seguramente se ausentaría de la región por mucho tiempo.

20 de febrero

¿Qué voy a hacer sin ti? ¿Cuánto tiempo vamos a estar separadas? ¿Por qué tenemos quenegarnos la mutua compañía? Es una fatalidad inescrutable. Anhelo estar contigo, porque meparece que unos días o semanas pasados en tu compañía intensificarían inmensamente el placerde los sentimientos que he empezado a abrigar hace tan poco. Tú me indicaste primero la formaen que me esfuerzo sin energía en viajar y ahora no puedo retenerte a mi lado, he de seguirtristemente sola. ¿Por qué tenemos que separarnos? Sin duda porque corremos peligro deamarnos demasiado o de perder de vista al Creador idolatrando a la criatura. Al principio nopodía decir «¡Hágase Tu voluntad!». Me sentía rebelde, aunque sabía que estaba mal. Estamañana me quedé un momento sola y recé con fervor para resignarme a todos los decretos de lavoluntad de Dios, aunque sean impuestos por una mano mucho más severa que esta decepción.Desde entonces me siento más tranquila y más humilde, y por lo tanto más feliz. El domingopasado me sentía muy pesimista y abrí la Biblia y empecé a leer; y me invadió un sentimiento quehace muchos años que no sentía, una sensación plácida y dulce, como las que recuerdo que meembargaban de pequeña los domingos de verano por la tarde cuando me sentaba junto a laventana abierta a leer la vida de cierto noble francés que alcanzó el grado de santidad máselevado y puro que se haya conocido desde los tiempos de los primeros mártires.

La residencia de E. quedaba a la misma distancia a pie de Dewsbury Moor que de Roe Head; ylos sábados por la tarde Mary y ella solían visitar a Charlotte y a veces intentaban convencerla deque las acompañara y se quedara en casa de una de las dos hasta el lunes por la mañana. Pero casinunca aceptaba. Mary dice:

Nos visitó dos o tres veces cuando estaba en el colegio de la señorita Wooler. Hablábamos depolítica y de religión. Ella, que era tory e hija de clérigo, siempre estaba en minoría absoluta ennuestra casa de disidencia y radicalismo violentos. Solía escuchar una y otra vez, expuestas conautoridad, todas las pláticas que yo le había dado en el colegio sobre la aristocracia despótica, elsacerdocio mercenario, etc. No tenía energía para defenderse; a veces reconocía que había ciertaverdad en ello, pero en general no decía nada. Su débil salud le daba aquella actitudcomplaciente suya, pues no podía oponerse nunca a nadie sin hacer acopio de toda su fuerza para

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la lucha. Así que me permitía aconsejarla y ser condescendiente de forma imperiosa, escogiendo aveces el menor gramo de sentido que pudiera haber en lo que le decía, pero sin permitir nunca quenadie se inmiscuyera materialmente en su forma de obrar y de pensar independiente. Aunque susilencio podía inducirte a creer a veces que estaba de acuerdo cuando no era así, nunca daba unaopinión aduladora, por lo que sus palabras eran valiosísimas, ya fueran de elogio o de crítica.

El padre de Mary era un hombre de inteligencia notable, pero también de prejuicios firmes,por no decir violentos, todos a favor de la república y la disensión. Ningún condado más que el deYork podía haber dado un hombre así. Su hermano había sido détenu en Francia y después habíafijado su residencia allí voluntariamente. El propio señor T. había pasado mucho tiempo en elextranjero, por negocios y para ver las grandes galerías de arte del continente. Hablaba francés a laperfección, según me han dicho, cuando era necesario; pero normalmente le encantaba hablar elinglés más cerrado de York. Compraba espléndidos grabados de las pinturas que más admiraba ytenía la casa llena de obras de arte y de libros; pero le gustaba mostrar su aspecto más tosco acualquier forastero o recién llegado; hablaba con marcado acento, manifestando con franqueza susopiniones sobre la iglesia y el estado en sus formas más sorprendentes, y si encontraba un oyenteque aguantara el impacto demostraba involuntariamente su delicadeza, su verdadero gusto y suauténtico refinamiento. Había educado a sus cuatro hijos y a sus dos hijas en los principiosrepublicanos; había fomentado en ellos la independencia de pensamiento y de obra; no soportabanlos fingimientos. Se han dispersado; Martha, la hija menor, descansa en el cementerio protestantede Bruselas. Mary está en Nueva Zelanda; el señor T. ha muerto. Y así la vida y la muerte handispersado el círculo de «radicales y disidentes violentos» en que hace veinte años recibieron a lapequeña, tranquila y resuelta hija del clérigo y la estimaron y la respetaron sinceramente.

Enero y febrero de 1837 pasaron sin que llegara la respuesta de Southey. Es probable queCharlotte hubiera perdido el interés y casi la esperanza de que llegara cuando finalmente aprincipios de marzo recibió la carta que figura en la vida de su padre del señor C. C. Southey, vol.VI, p. 327.54

Tras explicar la demora en responderle a causa de una larga ausencia de casa durante la que sucorrespondencia se había acumulado, de ahí que «fuera la última de una larga lista sin contestar,no por falta de consideración o indiferencia a su contenido, sino porque en realidad no es tareafácil contestarla ni agradable sofocar el entusiasmo y los generosos deseos de los jóvenes», añade:«Lo que es sólo puedo deducirlo de su carta, que parece escrita con sinceridad, aunque sospechoque ha empleado una firma falsa. Sea como fuere, la carta y los versos llevan el mismo sello yentiendo perfectamente el estado de ánimo que expresan».

No es consejo lo que me pide en cuanto a la orientación de sus talentos, sino mi opinión sobrelos mismos, y, sin embargo, la opinión puede valer muy poco y el consejo mucho. Es evidente queposee, y en grado nada despreciable, lo que Wordsworth llama «facilidad del verso». Y no lamenosprecio si digo que no es rara en estos tiempos. Se publican ahora muchos libros de poemasal año que no atraen la atención del público, cualquiera de los cuales habría proporcionado a suautor gran fama si hubiera aparecido hace medio siglo. Por lo cual, quien aspire a conseguirhonores en ese camino deberá prepararse para la decepción.

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Pero no debe cultivar este talento esperando distinción si estima la propia felicidad. Yo, quehe hecho de la literatura mi profesión, que he dedicado a ella mi vida y que no me he arrepentidode esta decisión deliberada ni un solo momento, considero mi obligación, no obstante, advertir atodos los jóvenes que acuden a mí en busca de consejo y aliento que no tomen un camino tanpeligroso. Me dirá que una mujer no necesita esa advertencia; no puede haber en ello peligropara ella: y es verdad en cierto sentido; pero existe un peligro del que quiero advertirla con todaamabilidad y sinceridad. Las ensoñaciones en que se complace habitualmente pueden provocar unestado de ánimo destemplado. Y a medida que las ocupaciones corrientes del mundo le parezcanvanas e infructuosas, se verá incapacitada para ellas sin estar capacitada para nada más. Unamujer no puede ni debe hacer de la literatura la razón de su vida. Cuanto más se consagre a suspropios deberes, menos tiempo tendrá para ella, sea como objetivo o esparcimiento. A esosdeberes aún no ha sido llamada, y cuando lo sea tendrá menos ansia de celebridad. No buscará laemoción en la imaginación, pues ya traerán demasiada las vicisitudes de esta vida y las angustiasde las que no ha de esperar quedar exenta, sea cual fuere su estado.

Pero no crea que menosprecio el don que posee, ni que intento convencerla de que no loejercite. Solamente la exhorto a que piense en él y lo emplee para su propio bien permanente.Escriba poesía por el placer de hacerlo; sin ánimo de emulación y sin pensar en hacerse famosa;cuanto menos lo busque más probable es que lo merezca y que finalmente lo consiga. Cuando seescribe poesía así, es saludable para el corazón y para el alma; después de la religión, puede serel medio más seguro de serenar la mente y elevarla. Podrá plasmar en ella sus pensamientos mássublimes y sus sentimientos más profundos, y disciplinarlos y fortalecerlos haciéndolo así.

Adiós, señora. No le escribo en este tono porque haya olvidado que también fui joven una vez;sino porque lo recuerdo. No dude de mi sinceridad ni de mi buena intención; y por muy endesacuerdo que cuanto he dicho pueda estar con sus ideas y su talante actual, cuanto más tiempoviva más razonable le parecerá. Aunque no sea más que un consejero descortés, permítameconsiderarme su verdadero amigo con mis mejores deseos de dicha ahora y en adelante.

ROBERT SOUTHEY

Yo estaba con la señorita Brontë cuando recibió una carta del señor Cuthbert Southey, en laque le pedía permiso para incluir la carta anterior en la vida de su padre. Ella me dijo: «La cartadel señor Southey era cordial y admirable; un poco estricta, pero me hizo bien».

Me he tomado la libertad de incluir los anteriores extractos de la misma precisamente porquecreo que es admirable, y también porque sirve para poner de manifiesto su carácter, como se ve enla siguiente respuesta.

16 de marzo

Señor:No descansaré hasta que haya contestado a su carta, aunque dirigiéndome a usted por

segunda vez parezca un poco impertinente; pero tengo que agradecerle el amable y sabio consejoque ha tenido a bien darme. No me había atrevido a esperar semejante respuesta, tan consideradaen el tono y de tan noble espíritu. Tengo que reprimir lo que siento o me creerá tontamente

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entusiasmada.A la primera lectura de su carta sentí sólo vergüenza y lamenté haberle molestado con mi

burda rapsodia. Sentí un gran bochorno al pensar en las manos de papel que había llenado con loque tanto gozo me había producido y que ahora sólo era causa de confusión; pero después depensarlo un poco y leer de nuevo la carta, la perspectiva pareció aclararse. No me prohíbe ustedque escriba; no me dice que lo que escribo carece de valor por completo. Sólo me advierte que esinsensato descuidar los verdaderos deberes por placeres fantásticos; que lo es escribir por amora la fama; por la emoción egoísta de la emulación. Me permite amablemente escribir poesía por elpuro placer de hacerlo siempre que no deje sin hacer algo que tenga que hacer para entregarme aese único placer absorbente e infinito. Me temo que crea que soy estúpida, señor. Sé que laprimera carta que le escribí era absurda y sin sentido del principio al fin; pero no soy en absolutola criatura ociosa y soñadora que pudiera parecer. Mi padre es clérigo y dispone de ingresoslimitados aunque suficientes; y yo soy la mayor de sus hijos. Él ha gastado en mi educacióncuanto podía permitirse sin dejar de ser justo con los demás. Por ello consideré un deber serprofesora al salir del colegio. Y como tal, tengo en qué ocupar mis pensamientos durante todo eldía, y también la cabeza y las manos, sin disponer de un momento para un sueño de laimaginación. Por las noches, lo confieso, pienso, pero nunca molesto a nadie con mispensamientos. Evito con cuidado cualquier apariencia de preocupación y excentricidad quepudiera hacer sospechar la naturaleza de mis indagaciones a aquellos con quienes vivo.Siguiendo el consejo de mi padre, que me ha guiado desde pequeña con el mismo tono afable ysabio de su carta, no sólo he procurado cumplir todos los deberes que ha de realizar una mujer,sino sentirme profundamente interesada por ellos. No siempre lo consigo, porque a veces cuandoestoy enseñando o cosiendo preferiría estar leyendo o escribiendo; pero intento sacrificarme; y laaprobación de mi padre me compensa por la privación. Permítame expresarle una vez más misincero agradecimiento. Confío en no volver a aspirar a ver mi nombre impreso; si sintiera esedeseo, pensaré en la carta de Southey y lo reprimiré. Ya es honor suficiente que le haya escrito yme haya contestado. Esa carta es sagrada; no la verá nunca nadie más que papá y mi hermano ymis hermanas. Gracias de nuevo. Creo que este incidente no se repetirá. Cuando sea vieja, si esque vivo hasta entonces, lo recordaré dentro de treinta años como un sueño luminoso. La firmaque creyó usted falsa es mi verdadero nombre. Así que una vez más he de firmar.

C. BRONTË

P.D.: Le ruego, señor, me excuse por escribirle otra vez; no he podido evitarlo, en parte paraexpresarle todo mi agradecimiento por su amabilidad, y en parte para hacerle saber que suconsejo no será inútil; por muy afligida y reacia que lo siga al principio.

C. B.

No puedo privarme de la satisfacción de incluir la respuesta de Southey:

Keswick, 22 de marzo de 1837

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Estimada señora:Su carta me ha proporcionado un gran placer y no me perdonaría si no se lo dijera. Ha

recibido la amonestación con la misma consideración y bondad con que se la hice. Permítamepedirle ahora que me visite si viene alguna vez por los lagos cuando yo esté aquí. Me consideraráentonces con la mejor voluntad porque advertirá que no existe severidad ni retraimiento en elestado de ánimo a que me han llevado los años y la observación.

La clemencia divina nos permite alcanzar un grado de autonomía esencial para la propiafelicidad y que contribuye en buena medida a la de quienes nos rodean. Cuídese de la excitaciónexcesiva y procure mantener la serenidad (incluso para la salud es el mejor consejo que puededarse): su perfeccionamiento moral y espiritual correrá así parejo con el cultivo de sus dotesintelectuales.

Bien, señora, ¡que Dios la bendiga!Adiós, y considéreme su sincero amigo,ROBERT SOUTHEY

Charlotte me habló también de esta segunda carta y me dijo que el poeta la invitaba en ella a ira verle si alguna vez visitaba la región de los lagos. «Pero no había dinero para ello —me comentó—, ni posibilidad alguna de ganar alguna vez lo suficiente para permitirme tan gran placer, así querenuncié a pensar en ello.» Cuando ambas conversamos sobre el tema estábamos en los lagos.Pero Southey ya había muerto.

La «estricta» carta de Southey hizo que Charlotte abandonara por un tiempo toda idea deaventura literaria. Concentró todas sus energías en el cumplimiento de sus obligacionesinmediatas; pero su trabajo no era alimento suficiente para su gran vigor intelectual, que clamabacontinuamente, mientras el ambiente monótono y relativamente estancado de Dewsbury Moorinfluía cada vez más en su salud y en su estado de ánimo. El 27 de agosto de 1837 escribe:

Estoy otra vez en Dewsbury, dedicada al trabajo de siempre: enseñar, enseñar, enseñar.¿Cuándo volverás a casa? ¡Hazlo pronto! Llevas en Bath tiempo de sobra a todos los efectos; aestas alturas ya has adquirido lustre suficiente, estoy segura; si la capa de barniz es demasiadogruesa me temo que la buena madera de debajo quedará oculta del todo y tus amigos de Yorkshireno lo soportarán. Ven, ven. Me estoy hartando realmente de tu ausencia. Los sábados se sucedenuno a otro y no puedo tener esperanza de oír tu llamada a la puerta y que me avisen luego «Hallegado la señorita E.». ¡Ay, cariño! En esta monótona vida mía, eso era un acontecimiento muygrato. Ojalá ocurriera de nuevo. Pero harán falta dos o tres entrevistas para que desaparezca lafrialdad (el distanciamiento de esta larga separación).

Por la misma época olvidó devolver un costurero que había tomado prestado, por unmensajero, y al subsanar el error dice: «Estas aberraciones de la memoria son avisos claros de quehe pasado la flor de la vida». ¡A los veintiún años! Y el mismo tono de desaliento respira su cartasiguiente:

Ojalá pudiera ir a verte antes de Navidad, pero es imposible; tendrán que pasar otras tres

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semanas antes de que pueda tener de nuevo mi consuelo junto a mí, bajo el techo de mi amado ytranquilo hogar. Si pudiera vivir siempre contigo y leer la Biblia contigo a diario, si tus labios ylos míos pudieran beber al mismo tiempo la misma pócima del mismo manantial puro demisericordia, supongo, creo, que algún día podría estar mejor, mucho mejor de lo que mepermiten estar ahora mis pensamientos malos y divagatorios, mi corazón corrupto, indiferente alespíritu y afecto a la carne. A veces imagino la placentera vida que podríamos llevar juntas,fortaleciéndonos la una a la otra en la fuerza de la abnegación, esa devoción sagrada yencomiable que los primeros santos de Dios alcanzaban a veces. Se me llenan los ojos de lágrimascuando comparo el gozo de ese estado iluminado por las esperanzas del futuro, con el estadomelancólico en que vivo ahora, sin saber si he sentido alguna vez verdadera contrición, vagando ydivagando de pensamiento y de obra, anhelando la santidad que nunca jamás alcanzaré,atormentada a veces por la convicción de que las horribles doctrinas calvinistas son ciertas,ensombrecida, en suma, por las mismas sombras de la muerte espiritual. Si la perfección cristianaes necesaria para salvarse, yo nunca me salvaré; mi corazón es un semillero de pensamientospecaminosos, y, cuando decido actuar, pocas veces recuerdo acudir a mi Redentor como guía. Nosé cómo rezar; no puedo consagrar mi vida al grandioso objetivo de hacer el bien; sigo buscandosiempre el propio placer, la satisfacción de mis deseos. He olvidado a Dios ¿y no me olvidaráDios a mí? Y mientras tanto conozco la grandeza de Jehová; reconozco la perfección de supalabra; venero la pureza de la fe cristiana; mi teoría es correcta, mi práctica pésima.

Llegaron las vacaciones de Navidad y Charlotte y Anne regresaron a la rectoría y al felizcírculo familiar en que se expandía su naturaleza; con la gente en general se retraían más o menos.En realidad, sólo había una o dos personas que podían tratar a las hermanas sin que se produjera elmismo resultado. Emily y Anne estaban tan unidas como gemelas en su vida y en sus intereses.Evitaban las amistades y las relaciones íntimas; la primera por reserva y la segunda por timidez.Emily era inmune a la influencia de los demás; nunca tenía contacto con la opinión pública y sudecisión personal sobre lo que era correcto y adecuado era ley para su conducta y apariencia y nopermitía que nadie se inmiscuyera. Dedicaba todo su afecto a Anne, como Charlotte a ella. Pero elafecto entre las tres era más fuerte que la vida y la muerte.

Charlotte daba la bienvenida con entusiasmo a su amiga E. siempre que podía visitarlas. Emilyla aceptaba de buen grado y Anne la recibía con amabilidad; les había prometido ir a Haworthaquellas Navidades; pero tuvo que demorar la visita por un pequeño accidente doméstico que sedetalla en la carta siguiente:

29 de diciembre de 1837

Estoy segura de que pensarás que soy muy negligente por no haberte enviado la cartaprometida mucho antes. Pero tengo una excusa muy triste, que es un accidente que le ocurrió anuestra fiel Tabby a los pocos días de mi regreso. Fue al pueblo a hacer un recado y cuandobajaba la calle empinada resbaló en el hielo y se cayó; era de noche y nadie advirtió su infortuniohasta que pasó alguien y oyó sus gemidos. La levantaron y la llevaron a la botica próxima; la

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examinaron y descubrieron que tenía completamente astillada y dislocada una pierna. Pordesgracia, no pudieron enyesarle la fractura hasta el día siguiente por la mañana, porque hastaentonces no llegó el médico, y ahora está echada en casa en estado muy incierto y grave. Comocomprenderás, estamos todos consternados por la situación, porque es como de la familia.Llevamos prácticamente sin ayuda desde el incidente, ha venido una persona alguna que otra veza hacer las labores más pesadas, pero todavía no hemos encontrado una sirvienta fija; así quetodo el trabajo de la casa más la tarea de cuidar a Tabby recae en nosotras. En estascircunstancias no me atrevo a insistir en que vengas, por lo menos no hasta que Tabby esté fuerade peligro; sería demasiado egoísta por mi parte. Mi tía quería que te lo comunicara antes, peropapá y los demás insistieron en que debía esperar hasta que viéramos si las cosas se aclaraban unpoco, y yo lo he ido dejando de un día para otro, resistiéndome amargamente a renunciar a todoel placer que había esperado tanto tiempo. Pero recordando lo que me dijiste, es decir, que túhabías encomendado el asunto a una voluntad superior a la nuestra y que estabas dispuesta aaceptarla sin vacilar fuera la que fuera, consideré mi deber hacerlo también y guardar silencio;quizá sea lo mejor. Me temo que si hubieras estado aquí durante este tiempo tan inclemente tuvisita no te habría servido de nada, porque los páramos están cubiertos de nieve y no habríaspodido salir nunca. Después de esta decepción, no me atreveré nunca a contar con certeza en elgozo de un placer de nuevo. Parece que alguna fatalidad se alzara entre ambas. No soy bastantebuena para ti y tú tienes que evitar la contaminación de la compañía demasiado íntima. A pesarde todo, te pediría que vinieras, rogaría e insistiría, pero pienso que si Tabby muriera estando túen la casa nunca me lo perdonaría. ¡No!, no puede ser. Y el saberlo me mortifica y me decepcionaprofundamente de mil formas distintas. Y no soy yo la única decepcionada. Todos en la casaesperaban tu visita con impaciencia. Papá dice que le parece muy bien mi amistad contigo y quedesea que la conserve toda la vida.

Una buena vecina de los Brontë (una mujer lista e inteligente de Yorkshire que regenta unabotica en Haworth, y que por su trabajo, experiencia y juicio excelente ostenta la posición dedoctora y enfermera del pueblo y, como tal, ha sido amiga en muchos momentos de prueba yenfermedad y muerte de las familias, me ha contado un pequeño incidente característicorelacionado con la pierna fracturada de Tabby. El señor Brontë es muy generoso y considerado contodas las peticiones que lo merecen. Tabby llevaba viviendo con ellos diez o doce años y era comode la familia según decía Charlotte. Pero, por otro lado, era muy mayor para desempeñar cualquierservicio muy activo, porque cuando sufrió el accidente estaba ya más cerca de los setenta años quede los sesenta. Tenía una hermana que vivía en Haworth; y disponía de lo suficiente para vivir conlos ahorros que había acumulado durante muchos años de trabajo. Y si en esta época deenfermedad le hubieran faltado algunas de las comodidades que exigía su estado, la rectoríapodría proporcionárselas. Esto pensaba la señorita Branwell, la tía prudente, por no decirpreocupada, considerando los limitados fondos del señor Brontë y la falta de medios para asegurarel futuro de sus sobrinas; que estaban, además, perdiendo el esparcimiento de las vacaciones paracuidar a Tabby.

La señorita Branwell expuso su opinión al señor Brontë en cuanto pasó el peligro de muerte de

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la anciana sirvienta. Al principio, él se negó a escuchar su sensato consejo; repugnaba a sucarácter liberal. Pero la señorita Branwell no cejó; alegó los motivos económicos; insistió en suamor por sus hijas. Él cedió al fin. Decidieron que Tabby se trasladara a casa de su hermana,donde la cuidarían, y que el señor Brontë acudiría en su ayuda cuando sus propios recursos nollegaran. Comunicaron la decisión a las jóvenes. Hubo indicios de una rebelión silenciosa peroinquebrantable aquella tarde de invierno en el pequeño recinto de la vicaría de Haworth.Manifestaron su protesta de forma unánime y firme. Tabby las había cuidado durante su infancia;y eran ellas y sólo ellas quienes tenían que cuidarla a ella ahora que estaba enferma y era vieja. Ala hora de la cena estaban tristes y calladas y ninguna de las tres probó bocado. Lo mismo pasó enel desayuno; no gastaron saliva intentando convencer a su padre y a su tía; cada palabra quepronunciaron fue contundente. «Hicieron huelga» de hambre hasta que se revocó la resolución y sepermitió que Tabby se quedara en la rectoría a su cuidado. Esto demuestra el firmeconvencimiento de que primero es la obligación que la devoción, esencial en el carácter deCharlotte; pues ya hemos visto lo mucho que deseaba la compañía de su amiga; pero para verlaentonces habría tenido que rehuir lo que consideraba su deber, y eso no lo hizo nunca, fuera cualfuere el sacrificio.

Charlotte tenía otra preocupación aquellas Navidades. Ya he dicho que Dewsbury Moorquedaba en una zona baja y húmeda y que el aire no le sentaba bien, aunque ella misma no se dabacuenta de lo mucho que estaba afectando a su salud el vivir allí. Pero Anne había empezado aresentirse poco antes de las vacaciones, y Charlotte velaba por sus hermanas más pequeñas con lacelosa vigilancia de una criatura salvaje, que cambia su propio carácter si algún peligro amenaza asu prole. Anne había tenido un catarro ligero, con dolor de costado y dificultad para respirar. Laseñorita Wooler no le dio más importancia que a un resfriado corriente; pero Charlotte sentía cadasíntoma de consunción incipiente como una puñalada en el corazón, recordando a Maria y aElizabeth, que habían estado entre ellos y no volverían.

Preocupada por su hermana pequeña, Charlotte reconvino a la señorita Wooler su supuestaindiferencia por el estado de salud de Anne. La señorita Wooler sintió profundamente estosreproches y escribió al señor Brontë, que envió inmediatamente a buscar a sus hijas, que salieronde Dewsbury al día siguiente. Mientras tanto, Charlotte había decidido que Anne no debía volver aningún internado ni ella a dar clases. Pero poco antes de irse, la señorita Wooler buscó laoportunidad de una explicación entre ellas y el incidente demostró que las riñas entre buenosamigos renuevan el amor. Y así acabó la primera, última y única diferencia que tuvo Charlotte entoda la vida con la bondadosa y amable señorita Wooler.

De todos modos, se había asustado mucho al advertir la fragilidad de Anne y veló por ella todoel invierno con anhelante y tierna inquietud, tan llena de súbitas punzadas de miedo.

La señorita Wooler le había rogado que volviera después de las vacaciones y ella habíaaceptado. Pero independientemente de esto, Emily había dejado su puesto en Halifax al terminarlos seis meses de dura prueba, debido a su salud, que sólo podían restablecer el aire tonificante yla vida libre del hogar. La enfermedad de Tabby había mermado los recursos familiares. No creoque Branwell se ganara la vida en esa época. Por alguna razón desconocida había renunciado a laidea de estudiar pintura en la Real Academia y sus perspectivas vitales eran inciertas y estaban por

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determinar. Así que Charlotte tuvo que aceptar de nuevo discretamente la carga de enseñar yvolver a la misma vida monótona de antes.

¡Valerosa y dispuesta a morir al pie del cañón! Volvió al trabajo, sin quejarse, con laesperanza de dominar la debilidad que la consumía. Por esta época, se ponía pálida y temblaba almenor ruido súbito y a duras penas podía contener los gritos cuando se sobresaltaba. Estodemostraba un preocupante grado de debilidad física en una persona por lo demás bastante serena.Y el médico a quien consultó finalmente a instancias de la señorita Wooler insistió en queregresara a casa. Le dijo que había llevado una vida demasiado sedentaria; y que para salvar larazón y la vida necesitaba el saludable aire del verano que se respiraba en su hogar, la tiernacompañía de los seres queridos, la tranquilidad y la libertad de la vida en su propia familia. Asíque como Alguien superior a ella había decidido que podía relajar la tensión durante un tiempo,regresó a Haworth; y después de una temporada de tranquilidad absoluta, su padre le proporcionóla alegre compañía de sus dos amigas Mary y Martha T. Creo que al final de la siguiente cartapodemos ver claramente la escena de un grupo de jóvenes alegres; y como todas las descripcionesepistolares de acción, a diferencia de las de pensamientos o sentimientos, nos entristece enrelación con la viveza de la imagen de lo que existió y ha desaparecido para siempre.

Haworth, 9 de junio de 1838

Recibí tu paquete el miércoles; me lo trajeron Mary y Martha, que han pasado unos días enHaworth; se marchan hoy. Te sorprenderá la fecha de esta carta. Tenía que estar en DewsburyMoor, claro, pero me quedé todo el tiempo que pude y al final ni podía ni me atrevía a seguir allí.La salud y los ánimos me fallaron totalmente y el médico a quien consulté me aconsejó que siapreciaba mi vida me fuera a casa. Así que lo hice y el cambio me ha reanimado y tranquilizadoen seguida; creo que ahora estoy realmente en vías de ser yo misma otra vez.

Una mente serena y equilibrada como la tuya no puede concebir los sentimientos de la infelizdestrozada que te está escribiendo ahora, cuando empieza a alborear de nuevo algo así como lapaz, tras semanas de angustia física y mental indescriptible. Mary no está nada bien. Respira condificultad, tiene dolor de pecho y frecuentes accesos de fiebre. No sabes cuánto me hacen sufriresos síntomas; me recuerdan demasiado a mis dos hermanas, a quienes no pudo salvar ningúnremedio. Martha está muy bien ahora. Su buen humor no ha cesado durante toda su estancia, porlo que ha sido encantadora [...]Están armando tal alboroto a mi alrededor que no puedo seguirescribiendo. Mary está tocando el piano; Martha parlotea todo lo rápidamente que su lengüecillale permite; y Branwell está sentado delante de ella riéndose de su animación.

Charlotte mejoró mucho durante esta temporada feliz y tranquila en casa. Hizo algunas visitasa sus dos mejores amigas y ellas a su vez fueron a Haworth. Creo que en casa de una de ellasconoció a la persona a quien alude en la siguiente carta; alguien que guarda cierto parecido con elpersonaje de Saint John de la segunda parte de Jane Eyre, y que también era clérigo.

12 de marzo de 1839

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[...] Sentía cierta simpatía por él, porque es un hombre amable y bienintencionado. Pero nosentía ni podía sentir ese cariño que me haría estar dispuesta a morir por él; y si alguna vez mecasara tendría que ver a mi marido con esa luz de la adoración. Diez a uno a que no tendré otraoportunidad; pero n’importe. Además, estaba segura de que me conoce tan poco que no podíasaber a quién escribía. ¡Bueno! Le sorprendería ver mi carácter doméstico natural; meconsideraría realmente extravagante y romántica. Yo no podría pasarme todo el día sentadadelante de mi marido poniendo cara seria. Me reiría, satirizaría y diría lo primero que me pasarapor la cabeza. Y si él fuera un hombre inteligente y me amara, el mundo entero colocado en labalanza sería ligero como el aire comparado con su menor deseo.

Así que rechazó la primera propuesta de matrimonio y la olvidó. El matrimonio no entraba ensus esquemas vitales, pero sí el trabajo concienzudo, responsable y bien hecho; quedaba aún pordecidir en qué emplearía sus energías. La habían disuadido de dedicarse a la literatura; la vista lefallaba en el dibujo minucioso que practicaba cuando quería plasmar una idea; la enseñanza leparecía entonces, como en casi todos los tiempos a casi todas las mujeres, el único medio deganarse la vida y ser independiente. Pero ni a ella ni a sus hermanas les gustaban los niños. Losjeroglíficos de la infancia eran un lenguaje desconocido para ellas, porque nunca habían tratadomucho a gente más joven que ellas mismas. Me siento inclinada a pensar también que carecían dela afortunada habilidad de impartir información, que parece ser un don distinto de la facultad deadquirirla; una suerte de cordialidad que percibe instintivamente las dificultades que impiden lacomprensión en la mente de un niño y que sin embargo son aún demasiado vagas e informes, consu capacidad de expresión a medio desarrollar, para formularlas con palabras. Por consiguiente,enseñar a niños muy pequeños era todo menos un «trabajo muy agradable» para las hermanasBrontë. Con las niñas mayores, ya casi adultas, podrían hacerlo mejor, sobre todo si las mismastenían algún deseo de mejorar. Pero la educación que habían recibido las hijas del clérigo rural nolas capacitaba para responsabilizarse de la enseñanza de alumnas avanzadas. Apenas sabíanfrancés y no dominaban la música; dudo que Charlotte supiera tocar. Pero las tres estaban fuertesde nuevo y por lo menos Charlotte y Anne tenían que arrimar el hombro. Una de ellas debía dequedarse en casa con el señor Brontë y la señorita Branwell; hacía falta una persona joven y activaen una familia de cuatro de los que tres (el padre, la tía y la fiel Tabby) pasaban de la madurez. YEmily, que sufría y flaqueaba más que sus hermanas cuando estaba lejos de Haworth, fue laelegida para quedarse. La primera que encontró empleo fue Anne.

15 de abril de 1839

No pude escribirte la semana que querías porque estábamos ocupadísimas preparando lamarcha de Anne. ¡Pobrecita!, se marchó el domingo; no la acompañó nadie; fue su deseo expresoque le permitieran ir sola, porque creía que podría arreglárselas mejor y aunar más valor sicontaba únicamente con sus propios recursos. Hemos recibido una carta de ella. Nos explica queestá muy contenta y dice que la señora — es amabilísima; sólo están a su cargo los dos niñosmayores, los demás permanecen en el cuarto de los niños, con el cual y con sus ocupantes ella no

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tiene nada que ver [...] Espero que le vaya bien. Te asombraría lo sensata e ingeniosa que es lacarta que nos escribe; sólo me preocupa el aspecto del habla. Aunque creo realmente que laseñora — se dará cuenta alguna vez de que tiene un defecto natural. Yo por mi parte estoy todavía«sin colocación», como una criada fuera de lugar. Por cierto que últimamente he descubierto quetengo bastante talento para limpiar, barrer chimeneas, quitar el polvo a las habitaciones, hacerlas camas, etc.; así que si todo lo demás falla, puedo dedicarme a eso si alguien me da un buensalario por poco trabajo. No sería cocinera; detesto cocinar. No sería niñera ni doncella y muchomenos señora de compañía, modista, sombrerera o costurera. No seré nada más que criada [...]En cuanto a mi visita a G., todavía no he recibido ninguna invitación; pero si me invitaran,aunque me parecería un gran acto de abnegación rechazar, ya casi he decidido hacerlo, pese aque la compañía de los T. es uno de los mayores placeres que conozco. Adiós, querida E., etc.

P.D. Tacha la palabra «querida»; es una bobada. ¿Qué sentido tienen las declaraciones? Nosconocemos, y nos queremos hace bastante; es suficiente.

Charlotte empezó a trabajar también como institutriz pocas semanas después de escribir esacarta. He procurado por todos los medios no incluir los nombres de personas que aún viven sobrequienes me viera obligada a contar verdades desagradables, ni citar comentarios duros de lascartas de la señorita Brontë; pero es necesario explicar sin ambages los problemas que tuvo queafrontar en las diversas etapas de su vida para poder entender la fuerza «de lo que se aguantó».Una vez hablé con ella de Agnes Grey —la novela en que su hermana Anne describe muyliteralmente su experiencia como institutriz—, y aludí más concretamente al relato del apedreo delos polluelos delante de los padres. Ella comentó que sólo quien hubiera trabajado de institutrizpodría comprender el lado oscuro de la naturaleza humana «respetable»; que, sin soportar ningunagran tentación para cometer crímenes, sólo se dejan llevar a diario por el egoísmo y el mal humorhasta que su conducta con los subordinados llega a veces a una tiranía de la que uno preferiría servíctima que verdugo. En semejantes casos sólo cabe confiar en que los señores pequen más defalta de percepción y de comprensión que de una predisposición natural a la crueldad. Entre otrascosas parecidas que recuerdo muy bien, me contó lo que le había ocurrido a ella una vez. Leconfiaron el cuidado de un niño pequeño de tres o cuatro años durante la ausencia de sus padres undía de excursión, y le pidieron encarecidamente que no le dejara acercarse a las caballerizas. Elhermano mayor del niño, que tenía unos ocho o nueve años, y que no estaba al cargo de la señoritaBrontë, convenció al pequeño para que fuera al lugar prohibido. Ella lo siguió e intentó hacerlesalir de allí, pero, instigado por su hermano, empezó a tirarle piedras a ella, una de las cuales ledio en la sien tan fuerte que los chicos se asustaron y decidieron obedecer. Al día siguiente, en uncónclave familiar, la madre preguntó a la señorita Brontë qué le había pasado en la frente.Charlotte se limitó a contestar: «Un accidente, señora». No se hicieron más indagaciones. Pero losniños que lo habían presenciado (tanto los hermanos como las hermanas) la respetaron por no«chivarse». A partir de entonces ella empezó a conseguir cierta influencia sobre ellos, según elcarácter de cada uno; y a medida que fue ganándose su afecto, aumentó también de formaimperceptible su interés por ellos. Pero un día, mientras los niños comían, el pequeño granuja delas caballerizas dijo efusivamente poniendo su mano en las de ella: «Te quiero, señorita Brontë».

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A lo que la madre exclamó delante de todos los niños: «¡Pero qué ocurrencia, cariño, querer a lainstitutriz!».

Creo que la primera familia con quien trabajó Charlotte era la de un fabricante rico deYorkshire. Los siguientes extractos de su correspondencia en esa época demostrarán lo penosa yagobiante que le resultaba su nueva forma de vida. El primero es de una carta a Emily, quecomienza con una de las tiernas expresiones que se permitía, a pesar de la «bobada». «Cariñomío», «Tesoro mío» son las expresiones con que se dirige a sus amadas hermanas.

8 de junio de 1839

Me he esforzado mucho para estar contenta con mi nuevo empleo. Como ya os dije, el campo, lacasa y los jardines son divinos; pero ¡ay de mí!, ¿existe algo como ver tanta belleza a tualrededor (bosques agradables, senderos blancos, prados verdes) y no tener un momento librepara disfrutarla? Los niños están siempre conmigo. En cuanto a corregirlos, enseguida hecomprendido que es totalmente imposible; harán lo que les dé la gana. Una queja a la madre sóloprovoca miradas de odio y excusas injustas y parciales para protegerlos. Ya lo he probado unavez y el resultado fue tan notable que no volveré a intentarlo. Os decía en mi última carta que laseñora — no me conoce. Ahora empiezo a darme cuenta de que no se propone conocerme; que nole importa nada de mí, aparte de idear cómo puede conseguir que haga la mayor cantidad detrabajo posible; y para conseguirlo me aplasta con montones de costura; metros de batista parahacerle dobladillos, muselina para hacer gorros de dormir y, sobre todo, vestidos de muñecas.Creo que no le agrado en absoluto, porque no puedo evitar ser tímida en un medio tanabsolutamente nuevo, rodeada como he estado hasta ahora por caras extrañas que cambiancontinuamente [...] Creía que me gustaría el bullicio de la compañía de una gran familia; pero yaestoy harta, es un trabajo aburrido mirar y escuchar. Nunca había comprendido tan claramenteque una institutriz carece de existencia propia, no se la considera una criatura racional más queen relación con los tediosos deberes que debe cumplir [...] Una de las tardes más agradables quehe pasado aquí (en realidad, la única algo agradable) fue cuando el señor — salió a pasear conlos niños y me mandó que los siguiera a cierta distancia. Mientras paseaba por sus campos, consu espléndido terranova al lado, realmente parecía lo que debería ser un caballero conservadorfranco y saludable. Hablaba francamente y sin afectación con la gente que encontraba y aunqueconsentía a sus hijos y les permitía tomarle el pelo demasiado, no toleraba que injuriaran a otrosgroseramente.

(ESCRITA EN LÁPIZ A UNA AMIGA)

Julio de 1839

Para conseguir tinta tengo que ir al salón y no quiero hacerlo [...] Te habría escrito hacemucho explicándote los detalles del escenario completamente nuevo al que me he visto arrojada

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últimamente si no hubiera estado esperando a diario una carta tuya y extrañándome y lamentandoque no me escribieras; porque recordarás que me debes carta. No te molestaré demasiado con mispesares, de los que me temo que hayas oído una versión exagerada. Si estuvieras cerca, quizá medejara llevar por el egoísmo y te lo contara todo, desahogara la larga historia de las pruebas ycruces de una institutriz en su primer trabajo. Pero tal como están las cosas, te pediré sólo queimagines las desdichas de una infeliz reservada como yo que se ve de pronto en medio de unafamilia numerosa (orgullosos como pavos reales y ricos como judíos) en un momento de especialanimación, con la casa llena de invitados, todos desconocidos, gente que no había visto en mivida. En esta situación me encomendaron a una serie de niños turbulentos, malcriados yconsentidos a quienes esperaban que entretuviera continuamente además de instruirlos. Prontodescubrí que el desgaste continuo de mi reserva de energía física la había reducido a un estado deabsoluto agotamiento; a veces me sentía (y supongo que lo parecía) deprimida. Para mi sorpresa,la señora — me llamó la atención al respecto, de modo tan severo y con un lenguaje tan duro quecasi no podía creerlo; me eché a llorar amargamente como una tonta. No pude evitarlo; losánimos me fallaron completamente al principio. Creía haber hecho todo lo posible, había tensadotodos los nervios para complacerla; y para que luego me tratara de ese modo sólo porque eratímida y me sentía triste a veces. Al principio pensé dejarlo todo y marcharme a casa. Perodespués de pensarlo un poco decidí hacer acopio de toda mi energía y capear la tormenta. Me dijea mí misma: «Nunca he abandonado un sitio sin haber ganado un amigo, la adversidad es unabuena escuela; los pobres nacen para trabajar y los subordinados para aguantar». Decidí serpaciente, dominar mis sentimientos y aceptar lo que fuera; la ordalía, reflexioné, no duraríamuchas semanas y confiaba en que me beneficiara. Recordé la fábula del sauce y el roble; meincliné tranquilamente y creo que la tormenta está pasando. La señora — es considerada engeneral una mujer agradable; y no dudo que lo sea en sociedad. Goza de excelente salud y tienemucha vitalidad, por lo que se muestra siempre jovial en compañía de otros; pero, ¡ay!,¿compensa eso la falta absoluta de buenos sentimientos, de delicadeza y de sensibilidad? Ahoraes un poco más amable conmigo que al principio, y los niños son un poco más dóciles; pero ellano conoce mi carácter ni desea conocerlo. No he tenido una conversación de cinco minutos conella desde que llegué, aparte de cuando me estuvo riñendo. No tengo el menor deseo de que mecompadezca nadie más que tú. Si estuviera hablando contigo te contaría mucho más.

(A EMILY, LA MISMA FECHA APROXIMADAMENTE)

Tesoro mío: Tu carta me alegró lo indecible; es un verdadero placer recibir noticias de casa;algo que guardo hasta la hora de acostarme, en que tengo un momento de calma y reposo paradisfrutarlo plenamente. Escríbeme siempre que puedas. Me gustaría estar ahí. Me gustaríatrabajar en una fábrica. Me gustaría sentir un poco de libertad mental. Me gustaría quedesapareciera este confinamiento opresivo. Pero llegarán las vacaciones. Coraggio.

Su compromiso temporal con aquella familia antipática terminó en julio del mismo año; perono sin que antes su salud se resintiera por la constante tensión anímica y física; y cuando sufragilidad se manifestó con palpitaciones y dificultad para respirar, se tomó por afectación, una

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fase de una indisposición imaginaria que desaparecería con una buena reprimenda. Ella no sehabía educado en una escuela de egoísmo sensiblero, sino más bien en una de resistencia espartanay podía soportar mucho sufrimiento y renunciar a muchas esperanzas en silencio.

Llevaba una semana en casa cuando su amiga le propuso que la acompañara a una breveexcursión, cuyo único objetivo era el placer. Acogió la idea con entusiasmo al principio; peroluego su ilusión se paralizó, decayó y ya casi había desaparecido cuando se hizo realidad trasmuchas demoras. Y en su cumplimiento al fin fue una buena muestra de tantos proyectos de subreve carrera que la entusiasmaron hasta que se imponía la cruda realidad.

26 de julio de 1839

Tu propuesta me tiene casi completamente chiflada (si no conoces esa expresión elegante,pregúntame lo que significa cuando nos veamos). El caso es que me encantaría hacer un viajecontigo a donde fuera (a Cleathorpe o a Canadá). Sería un placer; pero no puedo disponer de másde una semana, y me temo que eso no te vaya bien; ¿tengo que renunciar definitivamente? Creoque no podría; nunca había tenido una oportunidad de disfrutar como ésta; estoy deseando verte yhablar contigo, y estar contigo. ¿Cuándo quieres ir? ¿Podríamos encontrarnos en Leeds? Tomaruna calesa de Haworth a B. supondría muchísimos más gastos y la verdad es que tengo poquísimodinero. ¡Ay, parece que los ricos pueden permitirse muchos placeres que a nosotros nos estánvedados! Pero no hay que lamentarse.

Dime cuándo irás y entonces te contestaré definitivamente si puedo acompañarte o no. He dehacerlo, lo haré, estoy decidida, seré obstinada y eliminaré toda oposición.

P.D. Después de escribir lo anterior he sabido que mi tía y mi padre piensan ir quince días aLiverpool y llevarnos a todos con ellos. Se ha estipulado, sin embargo, que yo debo renunciar alplan de Cleathorpe. He cedido muy a mi pesar.

Supongo que el señor Brontë consideró necesario entonces, ya fuera por su delicada salud opor el aumento de la población de la parroquia, solicitar la ayuda de un coadjutor. Al menos, enuna carta escrita ese verano se menciona al primero de una serie de coadjutores que frecuentaronla casa parroquial de Haworth y dejaron una impresión en la mente de una de sus habitantes queella ha transmitido claramente. El coadjutor de Haworth llevaba a sus vecinos y amigos clérigos allugar y sus incursiones a la rectoría hacia la hora de la cena constituían acontecimientos quealteraban la tranquilidad de la vida en la misma, unas veces de forma agradable y otras de formadesagradable. La pequeña aventura que se relata al final de la carta siguiente es rara en el historialde la mayoría de las mujeres y en este caso constituye un testimonio del insólito poder deatracción (pese a sus rasgos poco agraciados) que poseía Charlotte cuando se dejaba llevar en laalegría y la libertad del hogar.

4 de agosto de 1839

El viaje a Liverpool sigue siendo tema de conversación, algo así como un castillo en el aire;

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pero, entre tú y yo, creo que es muy improbable que acabe asumiendo una forma más sólida. A mitía le gusta hablar de esas cosas, como a muchas otras personas mayores; pero cuando llega elmomento de llevarlas a cabo se desanima bastante. Así que, en vista de las circunstancias, yo creoque será mejor que tú y yo sigamos con nuestro plan inicial de ir juntas a algún sitio por nuestracuenta. He conseguido permiso para acompañarte una semana, como mucho dos, pero ni un díamás. ¿Adónde te gustaría ir? Por lo que cuenta M., yo diría que Burlington

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55 es un lugar tan bueno como cualquier otro. ¿Cuándo saldrías? Disponlo todo como te vayabien; yo no pondré objeciones. No dejo de pensar con alegría en la idea de ver el mar, de estarcerca, de contemplar sus cambios al amanecer, al crepúsculo, a la luz de la luna y al mediodía, encalma, o quizá embravecido. Todo me encantará. Y además no tendré que aguantar a una serie depersonas con quienes no tengo nada en común, que sería una pesadez; estaré contigo, a quienconozco y estimo, y que me conoces. Tengo que contarte un hecho extraño: ¡prepárate para reírtecon ganas! El otro día, vino a pasar la velada con nosotros el señor—, un vicario, y leacompañaba su coadjutor. Ese segundo caballero, que se llama señor B—, es un joven clérigoirlandés recién salido de la Universidad de Dublín. Ninguno de nosotros lo había visto nunca,pese a lo cual, y muy al estilo de sus compatriotas, enseguida estaba como en su casa. Suconversación reveló en pocos minutos su carácter: ingenioso, alegre, apasionado, y tambiéninteligente; pero carente de la dignidad y discreción de un inglés. Ya sabes que yo en casa hablocon facilidad, sin el agobio ni la opresión de esa mauvaise honte que me atormenta y me cohíbe enotros sitios. Así que conversé con ese irlandés y reí sus bromas; y aunque advertía sus defectos,los excusé por la diversión que su originalidad proporcionaba. En realidad, me calmé y medistancié un poco al final de la velada, porque empezó a aderezar la conversación con ciertoshalagos hiberneses que no me hicieron ninguna gracia. A los pocos días recibí una carta que meextrañó, porque no conocía la letra del sobre. Desde luego no era tuya ni de Mary, que sois misúnicas corresponsales. La abrí y la leí; ¡y era una declaración de amor y una propuesta dematrimonio, expresadas en el fogoso lenguaje del sapiente joven irlandés! Supongo que estarásriéndote con ganas. No parece una de mis aventuras, ¿verdad? Más parece propia de Martha. Sinduda estoy condenada a ser una solterona. No me importa. Es un destino que acepté a los doceaños.¡Caramba!, me dije, había oído hablar de amor a primera vista, pero esto se lleva la palma.Dejo que adivines cuál fue mi respuesta, pues estoy segura de que me harás justicia y acertarás.

El 14 de agosto todavía escribe desde Haworth:

He hecho la maleta y lo he preparado todo para nuestro viaje en vano. Ahora resulta que nopuedo encontrar medio de transporte esta semana ni la que viene. La única calesa de alquiler deHaworth está en Harrogate y, que yo sepa, es probable que siga allí. Papá se oponeterminantemente a que vaya en diligencia y andando hasta B., aunque estoy segura de que podríaarreglármelas. Mi tía no deja de clamar contra el tiempo y las carreteras y los cuatro vientos, asíque estoy en un aprieto, y lo que es peor, tú también. Leyendo por segunda o tercera vez tu últimacarta (que, por cierto, está escrita con tales jeroglíficos que en la primera lectura detenidaapenas conseguí descifrar dos palabras seguidas), veo que das a entender que si espero hasta eljueves será demasiado tarde. Lamento causarte tantas molestias, pero ya no tiene sentido hablardel viernes o el sábado, porque supongo que hay muy pocas posibilidades de que vaya. Losmayores de la casa nunca han aceptado el plan de buen grado; y ahora que parecen surgirobstáculos a cada paso, su oposición es más franca. En realidad, si insistiera, papá me daríapermiso de buen grado, pero es precisamente esa bondad suya lo que me hace dudar si debohacerlo; o sea que, aunque podría vencer el disgusto de mi tía, me rindo a la indulgencia de papá.Él no lo dice, pero yo sé que prefiere que me quede en casa; y mi tía tenía buena intención

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también, pero me fastidia que haya esperado a manifestar claramente su desaprobación cuando túy yo ya lo habíamos acordado todo. Así que no cuentes más conmigo; déjame al margen de tusplanes; quizá debiera haber sido lo bastante prudente al principio para cerrar los ojos asemejante posibilidad de pasarlo bien, y no haberme hecho ilusiones. Enfádate conmigo cuantoquieras por decepcionarte. No era mi intención, y sólo añadiré otra cosa: si no te vasinmediatamente al mar, ¿vendrás a vernos a Haworth? No te invito sólo yo, sino también mi padrey mi tía.

Pero después de un poco más de paciencia y un poco más de espera, Charlotte al fin pudodisfrutar de lo que tanto había ansiado. Ella y su amiga fueron a pasar la segunda quincena deseptiembre a Easton.56 Charlotte vio el mar por primera vez allí.

24 de octubre

¿Has olvidado ya el mar, E.? ¿Lo recuerdas vagamente? ¿O aún puedes verlo, oscuro, azul yverde, y blanco de espuma, y oírlo bramar cuando el viento sopla con fuerza, o mecersesuavemente cuando está en calma? [...] Estoy muy bien y muy gorda. Pienso muy a menudo enEaston y en el honorable señor H., y en su bondadosa esposa y en nuestros agradables paseos albosque de H— y a Boynton, nuestras alegres veladas, nuestros juegos con el pequeño Hancheon,etc. etc. Ese periodo de nuestras vidas será un grato recuerdo durante mucho tiempo, si ambasvivimos. ¿Te acordaste por casualidad de mencionar mis gafas en tu carta al señor H.?Lamentablemente me causa muchas molestias no tenerlas. No puedo leer ni escribir ni dibujarcómodamente sin ellas. Espero que la señora no se negará a entregarlas [...] Disculpa labrevedad de esta carta, pero es que he estado dibujando todo el día y tengo los ojos tan cansadosque es realmente un esfuerzo escribir.

Pero cuando el vívido recuerdo de aquellos días se fue apagando, ocurrió algo que hizo lasverdaderas obligaciones de la vida algo más pesadas durante un tiempo.

21 de diciembre de 1839

Estamos ahora y hemos estado durante el último mes bastante ocupadas, pues llevamos todoese tiempo sin sirvienta, aparte de una niña que nos hace los recados. La pobre Tabby estaba tanmal que al final se vio obligada a dejarnos. Ahora vive con su hermana en una casita de supropiedad que compró con sus ahorros hace unos años. Está muy a gusto y no le falta de nada;como vive cerca, la vemos muy a menudo. Mientras tanto, Emily y yo estamos bastante ocupadas,como puedes imaginar: yo me encargo de la plancha y de limpiar las habitaciones; Emily hace elpan y se encarga de la cocina. Somos unos animales tan raros que preferimos esta especie deapaño a tener una cara nueva entre nosotros. Además, no perdemos la esperanza de que Tabbyregrese y no va a suplantarla una extraña en su ausencia. La primera vez que intenté plancharquemé la ropa y provoqué la ira de mi tía; pero ya lo hago mejor. Los sentimientos humanos sonmuy extraños; soy mucho más feliz limpiando los fogones, haciendo las camas y barriendo los

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suelos en casa que viviendo como una dama elegante en cualquier otro sitio. No tengo másremedio que dejar de pagar la cuota para los judíos, porque no tengo dinero. Tendría quehabértelo dicho antes, pero olvidé completamente que estaba suscrita. Me propongo aceptar elprimer trabajo que encuentre, aunque odio y aborrezco la sola idea de trabajar de institutriz.Pero tengo que hacerlo; así que me gustaría muchísimo saber de alguna familia que necesite algoasí como una institutriz.

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CAPÍTULO IX

En 1840 vivían en casa todos los Brontë menos Anne. Desconozco por qué razón habíanrenunciado al plan de enviar a Branwell a estudiar en la Real Academia; es probable que pidieraninformación y comprendieran que los exiguos recursos económicos de su padre no podíanpermitírselo ni siquiera con la ayuda que suponía el trabajo de Charlotte en el colegio de laseñorita Wooler, que cubría la pensión y la enseñanza de Anne. Por lo que me han contado, creoque Branwell se llevó una gran decepción cuando el plan fracasó. Era realmente un joven deexcelentes dotes y él lo sabía muy bien; y deseaba emplearlas dedicándose a escribir o a pintarpara hacerse famoso. También es probable que viera que su gran amor al placer y sus costumbresirregulares serían un obstáculo en su camino hacia la fama; pero esos defectos sólo eran razonesadicionales de que anhelara vivir en Londres, donde imaginaba que encontraría todos losestímulos para su ya vigorosa inteligencia, y donde, al mismo tiempo, tendría la libertad demovimientos que sólo era posible en las ciudades populosas. Así que se sentía atraído por lametrópoli en todos los sentidos; y debió de pasar muchas horas enfrascado en el mapa de Londres,a juzgar por una anécdota que me han contado. Un viajante de una casa comercial de Londres pasóuna noche en Haworth; y, siguiendo la lamentable costumbre del pueblo, fueron a buscar alingenioso «Patrick» (que así lo llamaban siempre en el pueblo, aunque en casa era Branwell) paraque animara la velada en la taberna con su conversación inteligente y sus ocurrencias ingeniosas.Empezaron a hablar de Londres; de la forma de vida y de las costumbres de la ciudad; de loslugares de diversión; y Branwell informó al londinense con toda suerte de detalles de algunosatajos, por calles estrechas y callejuelas. Y hasta el final de la velada el viajante no descubrió porconfesión voluntaria del propio Branwell que su compañero no había estado nunca en Londres.

El joven parecía tener su destino en las manos entonces. Era todo nobles impulsos y talentosextraordinarios; bien es cierto que no estaba acostumbrado a resistir la tentación por ningúnmotivo más elevado que el profundo afecto familiar, pero demostrando tanto cariño a cuantos lorodeaban, que ellos disfrutaban creyendo que pasado un tiempo «se corregiría», y que entonces losllenaría de orgullo y de alegría el empleo que hiciera de sus talentos extraordinarios. Era elpreferido de su tía. Un hijo solo en una familia de niñas tiene que soportar siempre pruebasespeciales en la vida. Todos esperan que desempeñe un papel en la vida; que actúe, mientras quelas hermanas sólo tienen que ser; y la necesidad de que ellas cedan en algunas cosas se exagera aveces hasta el punto de que ceden en todo, haciéndole absolutamente egoísta. En la familia acercade la que estoy escribiendo, mientras todos los demás tenían costumbres casi ascéticas, sepermitió a Branwell crecer con excesiva indulgencia; pero en la temprana juventud, su capacidadde atraer y ganarse a la gente era tan grande que casi todos los que le trataban quedabandeslumbrados por él y deseaban satisfacer cuantos deseos manifestara. Sin duda puso sumocuidado en no revelar delante de su padre y de sus hermanas ninguno de los placeres a que seentregaba; pero el tono de sus ideas y de su conversación era cada vez más grosero; sus hermanas

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intentaron convencerse durante un tiempo de que aquella brusquedad formaba parte de lavirilidad, y el cariño les impedía ver que Branwell era peor que los demás jóvenes. En la época deque hablamos, si bien él había incurrido en algunos errores cuya naturaleza exacta su familiaprefería ignorar, seguía siendo su esperanza y su niño mimado; y su orgullo, que con el tiempollevaría la alegría al nombre de los Brontë.

Branwell y su hermana Charlotte eran los dos bajos y de constitución ligera, mientras que lasotras dos hermanas eran más altas y de constitución más fuerte. He visto el perfil de Branwell y eslo que se consideraría en general muy apuesto; tiene la frente grande, los ojos de expresióndelicada e inteligente; también la nariz es perfecta; pero tiene arrugas marcadas en torno a la boca,y los labios, aunque bien formados, son gruesos y plenos, lo que indica indulgencia consigomismo, mientras que el mentón, ligeramente hundido, parece indicar falta de voluntad. Tenía elcabello rubio rojizo y la tez clara. Y su sangre irlandesa daba a sus modales francos y simpáticosuna especie de cortesía natural. La precisión y el acierto del fragmento de uno de sus manuscritosque he leído son sorprendentes. Es el principio de un cuento cuyos personajes están perfilados congracia propia de retratista, y el lenguaje claro y simple que caracteriza muchos artículos deAddison en el Spectator. El fragmento es demasiado breve para juzgar si poseía talento dramático,porque no hace hablar a los personajes. Pero en general, nadie esperaría tanta gracia y eleganciaestilística en este joven vehemente y desventurado. El deseo de alcanzar la fama literaria que ardíaen su corazón era más fuerte incluso que el que destellaba a veces en el de sus hermanas. Probódiversos medios de canalizar sus talentos. Escribió y envió poemas a Wordsworth y a Coleridge,que expresaron opiniones amables y elogiosas, y publicó con frecuencia versos en el LeedsMercury. En 1840 todavía vivía en la casa paterna, dedicándose esporádicamente a diversosgéneros de composición literaria y a esperar que apareciera algún empleo que pudiera desempeñarsin ningún curso costoso de formación preliminar; esperaba, pero sin impaciencia; pues buscabaciertas compañías (probablemente lo que él llamaba «vida») en el Black Bull; y en casa seguíasiendo el niño mimado.

La señorita Branwell no se daba cuenta de la agitación de talento ocioso que tenía lugar a sualrededor. Ella no era la confidente de sus sobrinas, quizá nadie de su edad pudiera haberlo sido;pero su padre, a quien debían no poco de su espíritu emprendedor, estaba al corriente de muchascosas que la señorita Branwell no advertía. La dócil y reflexiva Anne era su preferida después desu sobrino. Se había hecho cargo de ella en la temprana infancia; había sido siempre una niñapaciente y sumisa y aceptaba tranquilamente la opresión ocasional aunque le dolieraprofundamente. No así sus hermanas mayores; ellas manifestaban sus opiniones cuando lasirritaba la injusticia. En esas ocasiones, Emily se expresaba con la misma firmeza que Charlotte,aunque quizá no lo hiciera con tanta frecuencia. Pero en general y a pesar de que la señoritaBranwell fuera alguna que otra vez poco razonable, ella y sus sobrinas se llevaban bastante bien; yaunque a veces se enojaban por pequeñas tiranías, ella seguía inspirándoles un respeto sincero yno poco afecto. Además le agradecían muchos hábitos que les había inculcado y que con el tiempose habían convertido en algo natural en ellas: orden, método, pulcritud en todo; un perfectoconocimiento de todas las labores domésticas; puntualidad, obediencia a las normas de la época yel lugar, cuyo valor en la vida nadie podía saber mejor que ellas; con su carácter impulsivo era una

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tranquilidad haber aprendido la obediencia implícita a las normas externas. La gente de Haworthme ha asegurado que siempre podían saber lo que estaban haciendo los habitantes de la rectoríapor la hora del día, mejor dicho, el minuto. A determinada hora, las hermanas estaban cosiendo enla habitación de su tía (la estancia que en otros tiempos, antes de que la aventajaran en susconocimientos, les había servido de aula); a determinadas horas (temprano) tomaban sus comidas;de seis a ocho, la señorita Branwell leía en voz alta al señor Brontë; a las ocho en punto se reuníantodos en el estudio de él para las oraciones de la tarde; y a las nueve, él, la señorita Branwell yTabby ya estaban en la cama, y las hermanas recorrían el salón a un lado y otro (como animalessalvajes inquietos) y hablaban de planes, proyectos e ideas sobre su vida futura.

En la época que describo ahora, la idea preferida era abrir un colegio. Creían que con un pocode ingenio y un edificio adicional muy pequeño podrían acomodar en la misma rectoría a unreducido número de alumnas, cuatro o seis. Como la enseñanza parecía ser la única profesión aque podían dedicarse, y como por lo menos Emily no podía vivir lejos de casa, y las otras tambiénpadecían mucho por la misma razón, el plan de abrir un colegio les parecía el más conveniente.Claro que supondría cierto desembolso; y su tía era reacia a esto. Pero no había nadie a quienpudieran pedir que les prestara los fondos necesarios, aparte de la señorita Branwell, que habíahecho una pequeña reserva con sus ahorros, que pensaba dejarle a su sobrino y a sus sobrinas conel tiempo, pero que no le hacía gracia arriesgar. De todos modos, el plan del colegio seguía siendofundamental; y en las veladas del invierno de 1839-1840, los cambios que serían necesarios en lacasa y la mejor forma de convencer a su tía de lo acertado del proyecto constituían el temaprincipal de sus conversaciones.

Ese proyecto las preocupó bastante durante los meses de tiempo oscuro y deprimente. Y lossucesos externos del círculo de sus amistades no fueron alentadores. En enero de 1840, Charlotterecibió la noticia de la muerte de una joven que había sido alumna suya y condiscípula de Annedurante su estancia en Roe Head; la joven había tomado entonces mucho cariño a Anne, que a suvez la había hecho depositaria de su afecto silencioso. Fue un día triste cuando llegó la noticia dela muerte de esa joven. Charlotte escribió así el 12 de enero de 1840:

Hemos recibido tu carta esta mañana y estamos muy tristes. Parece que Anne C. ha muerto; laúltima vez que la vi era una joven hermosa y alegre; y ahora la «fiebre intermitente de la vida» haterminado para ella y «reposa en paz». No volveré a verla. Es una idea triste; porque era unacriatura tierna y cariñosa y le tenía afecto. La busque donde la busque ahora en este mundo nopodré encontrarla, no más que a una hoja o a una flor que se marchitara hace veinte años. Unapérdida así nos da un atisbo de lo que han de sentir quienes han visto desaparecer a todos a sualrededor, amigo tras amigo, y deben seguir su peregrinaje solos. Pero las lágrimas son inútiles yprocuro no afligirme.

Charlotte dedicó sus horas de ocio a escribir un relato durante ese invierno. Se conservanalgunos fragmentos del manuscrito, pero la letra es demasiado pequeña para leerla sin fatigarse lavista; y una se interesa menos por leerlo cuanto que ella misma lo rechazó en el prefacio de Elprofesor, diciendo que ese relato había superado todo lo que pudiera haberle gustado de la«escritura ornamental y redundante». Como ella misma reconoce, además, el principio alcanzaba

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proporciones comparables a una de las novelas de Richardson en siete u ocho volúmenes. Hetomado algunos de estos detalles de la copia de una carta que al parecer es la respuesta a una deWordsworth, a quien Charlotte envió el principio de la historia en el verano de 1840.

Los autores suelen aferrarse en general a sus obras, pero yo no tengo tanto apego a ésa, sinoque puedo renunciar a ella sin mucho pesar. Si hubiera seguido, sin duda habría hecho una obrarichardsoniana [...] tenía material en la cabeza para media docena de volúmenes [...] Claro quelamento bastante renunciar a un esquema tan precioso como el que he esbozado. Es muyedificante y provechoso crear un mundo y poblarlo de habitantes que son otros tantosMelquisedec

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57 y que no tienen padre ni madre más que tu propia imaginación [...] Lamento no haber vividohace cincuenta o sesenta años, cuando el Ladies’ Magazine florecía como un laurel verde. Dehaber sido así, estoy segura de que mis aspiraciones a la fama literaria habrían hallado el debidoaliento y habría tenido la satisfacción de introducir a los señores Percy y West en la mejorsociedad y de haber recogido todos sus dichos y obras en páginas de doble columna y letraapretada [...] Recuerdo que en la infancia conseguí algunos libros antiguos y los leía furtivamentecon placer infinito. Hace usted una correcta descripción de la mujer sumisa, de las pacientesGriseldas de aquellos tiempos. Mi tía fue una de ellas; y todavía hoy considera los cuentos delLadies’ Magazine superiores a toda la basura de la literatura moderna. Y yo también; pues los leíen la niñez y los niños poseen una extraordinaria capacidad de admiración y un juicio crítico muydébil [...] Me alegra saber que aún no puede decidir usted si soy un pasante o un modisto que leenovelas. No le ayudaré a descubrirlo; y en cuanto a mi letra, o los elementos refinados de miestilo e imágenes, no ha de sacar ninguna conclusión de eso, porque quizá emplee a unamanuense. En serio, señor, le agradezco muchísimo su sincera y amable carta. Casi me asombraque se tomara la molestia de leer y comentar la novelita sentimental de un escritorzuelo anónimoque ni siquiera tuvo la delicadeza de decirle si era hombre o mujer o si su «C. T.» significabaCharles Timms o Charlotte Tomkins.

Hay dos o tres detalles dignos de atención en la carta de la que he tomado estos fragmentos. Elprimero son las iniciales con que evidentemente había firmado la carta anterior a que alude.Charlotte solía firmar entonces las cartas a sus corresponsales más conocidos «Charles Thunder»,a modo de seudónimo, con su nombre de pila y el significado de su apellido en griego. En segundolugar, se advierte un tono de fingida agudeza completamente distinto al tono de la carta sencilla,digna y femenina que había escrito a Southey tres años antes y en circunstancias bastanteparecidas. Supongo que la razón de esa diferencia es doble. Southey apelaba en la respuesta a suprimera carta a los aspectos más elevados de su naturaleza, pidiéndole que considerara si laliteratura era o no era la mejor profesión para una dama. Pero la persona a quien ella dirigía estaúltima carta evidentemente se había limitado a las críticas puramente literarias; además de locual, su sentido del humor se vio aguijoneado por la perplejidad de su corresponsal en cuanto a sise dirigía a un hombre o a una mujer; ella prefería que creyera lo primero; y quizá por elloadoptara ese tono ligero que debía corresponder al estilo de conversación de su hermano, de quientuvo que sacar su idea de los hombres jóvenes y que, en lo que a refinamiento se refiere, no esprobable que la mejoraran los otros ejemplares que conocía, como los coadjutores que másadelante describiría en Shirley.

Los coadjutores desbordaban entusiasmo cristiano. Beligerantes por naturaleza, eraconveniente para su carácter profesional que tuvieran, en cuanto que clérigos, motivo suficientepara el ejercicio de sus tendencias belicosas. El señor Brontë, pese a su consideración por laIglesia y el Estado, sentía un profundo respeto por la libertad de pensamiento; y si bien era elúltimo hombre del mundo que ocultaría sus opiniones, vivía en armonía perfecta con elconsiderable número de quienes diferían de él. Pero no así los coadjutores. La disidencia eracisma y la Biblia condenaba el cisma. A falta de sarracenos con turbante, iniciaron una cruzada

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contra los metodistas ataviados con traje de velarte; y el resultado fue que metodistas y baptistasse negaron a pagar la contribución eclesial. La señorita Brontë describe así la situación en estaépoca:

Ha habido un gran revuelo en el pequeño Haworth por las cuotas de la iglesia desde queestuviste aquí. Tuvimos una reunión muy agitada en el aula. Papá la presidió y el señor C. y elseñor W. actuaron como partidarios suyos, uno a cada lado. Había una oposición violenta, lo queencendió la sangre irlandesa del señor C., y si papá no lo hubiera calmado, en parte mediante lapersuasión y en parte mediante coacción, habría zurrado la badana a los disidentes, un dichoescocés que ya te explicaré en otro momento. Él y el señor W. consiguieron contener la cólera esavez, pero sólo para explotar con renovado ímpetu en un periodo futuro. Hubo dos sermones sobrela disidencia y sus consecuencias el último domingo, uno del señor W. a media tarde y otro alatardecer del señor C. Invitaron a todos los disidentes, que cerraron sus iglesias y acudieron enbloque; la iglesia estaba atestada, claro. El señor W. pronunció un discurso elocuente ymagnífico, de la alta iglesia y la sucesión apostólica, en el que vapuleó a los disidentes de formaosada e implacable. Yo pensé que tendrían bastante por un tiempo, pero aquello no fue nadacomparado con lo que tuvieron que aguantar por la noche. Sin embargo, en mi vida había oídouna arenga más ingeniosa, enérgica y conmovedora que la que hizo el domingo por la noche elseñor C. en el púlpito de Haworth. No despotricó, no peroró, no se quejó, no se burló; sólo seincorporó y habló con la fuerza de un hombre imbuido de la verdad de lo que dice, que no teme asus enemigos ni las consecuencias. El sermón duró una hora, pero cuando acabó lo lamenté. Noquiero decir con esto que esté de acuerdo con sus opiniones ni con las del señor W., ni total niparcialmente. Me parecen fanáticas, intolerantes, absolutamente injustificadas y carentes desentido común. Mi conciencia no me permitiría seguir a Pusey ni a Hook;

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58 mais, si fuera disidente hubiera aprovechado la primera oportunidad de patear y fustigar aambos caballeros por su ataque implacable a mi religión y a sus maestros. Mas, a pesar de todoesto, me admiró la noble integridad que podía dictar tan intrépido ataque contra un antagonistatan poderoso.

P.D. El señor W. ha pronunciado otro discurso en la Mechanics’ Institution de Keighley, ypapá también ha dado una conferencia; los periódicos han hablado muy bien de ambos y secomenta como algo asombroso que semejantes demostraciones de inteligencia emanen del pueblode Haworth, «situado entre las ciénagas y las montañas y que, hasta hace muy poco, se suponíaque se hallaba en un estado de semibarbarie». Éstos son los comentarios de los periódicos.

Para completar la descripción de este año aparentemente sin acontecimientos añadiré algunosotros fragmentos de las cartas que se me han confiado.

15 de mayo de 1840

No permitas que te convenzan para casarte con un hombre a quien nunca has podido respetar(no digo amar); porque yo creo que si respetas a una persona antes de casarte, el amor moderadoal menos llegará después; en cuanto a la pasión intensa, estoy convencida de que no es unsentimiento deseable. En primer lugar, nunca o casi nunca se ve recompensada; y en segundolugar, si lo fuere, sería sólo un sentimiento pasajero: duraría lo que la luna de miel y luego daríapaso al disgusto, o a una indiferencia que tal vez sea peor que el disgusto. Sin duda así sería porparte del hombre; y por la de la mujer, que Dios la ampare si se abandona al amor apasionado ysola.

Estoy casi segura de que no me casaré nunca. La razón me lo indica, y no soy tan esclava delos sentimientos como para no oír de vez en cuando su voz.

2 de junio de 1840

M. todavía no ha llegado a Haworth; pero vendrá con la condición de que antes vaya yo apasar unos días allí. Si todo va bien, iré el miércoles próximo. Me quedaré en G— hasta el vierneso el sábado y pasaré la primera parte de la semana siguiente contigo, si me aceptas —la últimafrase es absurda realmente, porque sé que te alegrarás tanto de verme como yo de verte a ti—.Este plan no me permitirá disponer de mucho tiempo, pero es el único que puedo llevar a caboteniendo en cuenta todas las circunstancias. No me pidas que me quede más de dos o tres díasporque me veré obligada a decirte que no. Me propongo ir caminando a Keighley y tomar allí uncoche hasta B—, donde buscaré a alguien que me lleve la maleta y caminaré el resto del viajehasta G—. Si lo consigo, creo que me las arreglaré bastante bien. Llegaré a B—. hacia las cinco,y así tendré el fresco de la tarde para la caminata. He comunicado todo el plan a M. Tengomuchísimas ganas de veros a las dos. Adiós.

C. B.C. B.

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C. B.C. B.

Si se te ocurre algún plan mejor, estoy dispuesta a aceptarlo siempre que sea factible.20 de agosto de 1840

¿Has visto a la señorita H. últimamente? Me gustaría que ella o alguien me proporcionara unempleo. He contestado anuncios sin cuento, pero mis solicitudes no han tenido ningún éxito.

He recibido otro paquete de G. con más de cuarenta libros franceses. He leído más o menos lamitad. Son como los demás, ingeniosos, infames, sofísticos e inmorales. Lo mejor es que dan unaidea general de Francia y de París, y constituyen el mejor sustituto de la conversación en francésque he encontrado.

En realidad, no tengo más que decirte, pues estoy de un humor estúpido. Disculpa que la cartano sea tan larga como la tuya. Te he escrito enseguida para que no esperes en vano al cartero.Conserva esta nota como curiosidad caligráfica (me parece exquisita), toda llena de borronesnegros brillantes y letra absolutamente ilegible.

CALIBAN

Soplaba el viento en algún sitio. Se oía el sonido, pero no sabías de dónde venía ni adónde iba.Creo que eso es de las Escrituras, aunque no sé de qué libro ni si está citado correctamente. Perome incumbe escribir una carta a una joven llamada E., a quien conocí «en la mañana de la vida,cuando mi espíritu era joven». Esa joven deseaba que yo le escribiera alguna vez, aunque notengo nada que contar; y lo he ido dejando de un día para otro, hasta que al fin, temiendo que«pida a sus dioses que me maldigan», me he sentido obligada a sentarme e hilvanar unas cuantaslíneas que ella podrá llamar carta o no, como le plazca. Claro que si la joven espera encontrarsentido en esta obra, se verá míseramente decepcionada. Le prepararé un plato de salpicón, harésoufflé, un picadillo, guisaré un estofado, prepararé una omelette à la Française y se la enviarécon mis saludos. El viento, que es muy fuerte en nuestras montañas de Judea, aunque supongo queen las llanuras filisteas de la parroquia de B. ni se nota, ha producido en el contenido de misesera el mismo efecto que produce una copa de whisky en casi todos los demás bípedos. Lo veotodo couleur de rose y me apetece tanto bailar una giga, que lo haría si supiera. Creo que debo decompartir la naturaleza de los cerdos o los burros (pues ambos animales se ven muy afectados porel viento fuerte). No sé en qué dirección sopla el viento y nunca lo he sabido; pero me gustaríamuchísimo saber cómo funciona la gran cuba de la bahía de Bridlington y qué tipo de espuma sealza ahora mismo en el oleaje.

Parece ser que una tal señora B. necesita una profesora. Me gustaría que me contratara; y heescrito a la señorita W. para decírselo. La verdad, es estupendo vivir aquí en casa, con absolutalibertad para hacer lo que una quiere. Pero recuerdo cierta mísera fábula antigua sobre cigarrasy hormigas de un mísero truhán llamado Esopo; las cigarras se pasan el verano cantando ymueren de hambre en el invierno.

Un tal Patrick Branwell, pariente mío lejano, se ha ido a buscar fortuna en la alocada,

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vagabunda, aventurera, romántica y de caballero andante calidad de empleado del ferrocarril deLeeds y Manchester. Leeds y Manchester, ¿dónde quedan? ¿No son ciudades del desierto comoTadmor, por otro nombre Palmira?

Hay un pequeño detalle relacionado con el señor W. que ha llegado hace poco a miconocimiento y que da idea de lo mejor de su carácter. El último sábado por la noche pasó unahora sentado con papá en el salón, y, cuando ya se iba, oí a papá decirle: «¿Qué es lo que lepasa? Parece muy alicaído esta noche». «Ay, no lo sé. He visto esta noche a una pobre muchachaque me temo que se está muriendo.» «Vaya, ¿cómo se llama?» «Susan Bland, la hija de JohnBland, el comisario de policía.» Resulta que Susan Bland es mi mejor y más antigua alumna de laescuela dominical; y cuando oí eso pensé que iría a verla lo antes posible. Fui el lunes por latarde y la encontré en su camino a «ese viaje del que ningún viajero regresa». Me senté un ratocon ella y luego se me ocurrió preguntar a su madre si no le haría bien un poquito de oporto. Mecontestó que el médico se lo había recomendado y que cuando el señor W. había estado allí leshabía llevado una botella de vino y un tarro de conservas. Añadió que él era siempre muybondadoso con los pobres y parecía tener una gran sensibilidad y buen corazón. Sin duda tienemuchos defectos, pero también buenas cualidades [...] ¡Que Dios lo bendiga! No sé cuántaspersonas con sus virtudes carecerían de sus defectos. Conozco muchas de sus malas obras,muchas de sus flaquezas; sin embargo, encontrará siempre en mí una defensora más que unaacusadora. Claro que mi opinión no irá muy lejos para determinar su carácter; ¿y qué? La gentedebe obrar bien hasta donde llega su capacidad. No creas por todo esto que el señor W. y yo nosllevamos de maravilla; nada de eso. Nuestras relaciones son distantes, frías y reservadas. Casinunca hablamos; y cuando lo hacemos, nos limitamos a intercambiar comentarios triviales.

La señora B. mencionada en la carta mantuvo correspondencia con la señorita Brontë ymanifestó que estaba muy complacida con las cartas que le había escrito; con el «estilo y lafranqueza de la solicitud», en la que Charlotte se había encargado de decirle que si buscaba unapersona imponente, elegante o distinguida ella no reunía las condiciones necesarias para el puesto.Pero la señora B. necesitaba una profesora de música y canto, y Charlotte no estaba capacitadapara ello; así que las negociaciones no llegaron a nada. Pero la señorita Brontë no era de las que sequedan sentadas después de una decepción. Pese a lo mucho que le desagradaba la vida deinstitutriz tenía el deber de aliviar a su padre de la carga de mantenerla y ésa era su únicaalternativa. Así que puso anuncios e hizo indagaciones con renovado vigor.

Mientras tanto, ocurrió un pequeño incidente que describe en la carta que incluyo aquí porquedemuestra su aversión instintiva a determinados hombres, cuyos vicios algunos han supuesto quemiraba con indulgencia. El extracto expone claramente cuanto hay que saber, para lo que mepropongo, sobre la desdichada pareja.

¿Recuerdas al señor y a la señora —? La señora — vino a casa el otro día con una historiatristísima sobre los hábitos de despilfarro, bebida y libertinaje de su horrendo marido. Pidióconsejo a papá; dijo que no veía más perspectiva que la ruina. Han contraído deudas que nopodrán pagar nunca. Espera que destituyan de su coadjutoría al señor M— de un momento a otro.Sabe por amarga experiencia que los vicios de su esposo no tienen remedio. Los trata a ella y a su

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hijo brutalmente; y mucho más del mismo tenor. Papá la aconsejó que lo dejara para siempre yvolviera con su familia, si la tenía. Ella dijo que era lo que había decidido hace mucho tiempo. Yque lo haría en cuanto el señor B. le despidiera. Manifestó gran desprecio y disgusto por él, sinfingir el menor respeto. No es que me extrañe esto, lo que sí me asombra es que se casara con unhombre por quien ha tenido que sentir siempre lo mismo que ahora. Estoy moralmente convencidade que ninguna mujer decente podría sentir nada más que aversión hacia un individuo como elseñor—. Antes de que yo supiera, o sospechara, cuál era su carácter y cuando me asombraba laversatilidad de sus talentos, lo sentía a un nivel incontrolable. Detestaba hablar con él, detestabamirarle; aunque como no estaba segura de que existiera razón sólida para esa aversión y meparecía absurdo confiar en el mero instinto, procuraba disimularlo y reprimirlo cuanto podía; ysiempre le trataba con toda la cortesía de la que era capaz. Me sorprendió que Mary meconfesara que había sentido lo mismo nada más verle; me dijo cuando lo dejamos: «¡Ese hombrees horrible, Charlotte!». «Ya lo creo», pensé yo.

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CAPÍTULO X

La señorita Brontë consiguió su segundo y último empleo como institutriz a primeros de marzo de1841. En esa ocasión, se consideró afortunada de ser miembro de una familia bondadosa y amable.Consideró al señor de la casa un amigo valioso, cuyo consejo la ayudó a guiarse en un paso muyimportante de su vida. Pero como sus conocimientos específicos eran pocos, tenía quecomplementarlos dedicando el tiempo libre a la costura; y en general su puesto era el de bonne oaya, sujeta a repetidas e interminables demandas de su tiempo. Esta descripción de trabajoindefinido pero continuo, sometido a la voluntad de otra persona durante todas las horas del día,resultaba especialmente desquiciante para alguien que había dispuesto de muchas horas de ocio ensu casa. Ociosa no estaba nunca en ningún sitio, pero en su vida familiar no existía la multitud depequeñas tareas, planes, deberes, placeres, etc., que ocupaban a diario a casi toda la gente. Y eso lepermitió ejecutar largas y profundas historias de sentimiento e imaginación, para lo que otros, porextraño que parezca, casi nunca tienen tiempo. Esto hizo inevitable que (después, en su carrerademasiado breve) la intensidad de su sentimiento minara su salud física. El hábito de inventar, quehabía crecido al mismo tiempo que ella y se había fortalecido con su fuerza, formaba parte de sunaturaleza. Sin embargo, el ejercicio de sus facultades más fuertes y características era imposibleahora. En medio de las ocupaciones diarias no podía sentir (como cuando estaba en el colegio dela señorita Wooler) que al atardecer podría dedicarse a cosas más agradables. Es indudable queuna institutriz tiene que renunciar a muchas cosas; y que la suya ha sido siempre una vida desacrificio; para Charlotte suponía una tensión constante forzar todas sus facultades a algo para loque el conjunto de su vida anterior las había incapacitado. Además, los pequeños Brontë se habíancriado sin madre; y como no sabían nada de las alegrías y los juegos infantiles, como no habíanconocido nunca las caricias y las tiernas atenciones, no sabían nada del verdadero carácter de lainfancia ni cómo evocar sus encantos. Consideraban a los niños molestias humanas inevitables.Nunca se habían relacionado con ellos de otra forma. Cuando la señorita Brontë pasó unos días ennuestra casa años después, observaba continuamente a nuestras hijas pequeñas; y no conseguíconvencerla de que eran como todos los demás niños normales y corrientes bien educados. Sesorprendía y se conmovía por cualquier muestra de consideración hacia los demás, de bondad conlos animales o de generosidad por su parte; y sostenía constantemente que ella tenía razón y yoestaba equivocaba cuando discrepábamos sobre el tema de su extraordinaria excelencia. Hay quetener todo esto presente al leer las cartas siguientes. Y hay que recordar también (aquellos que lahan sobrevivido y que contemplan ahora su vida desde su elevada cumbre de observación) quenunca dejó de cumplir lo que consideraba su deber, por muy desagradable o doloroso que leresultara.

3 de marzo de 1841

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Te dije hace ya tiempo que me proponía conseguir un empleo y mi decisión era inquebrantablecuando lo dije. Sabía que a pesar de las frecuentes decepciones no tenía intención de cejar en misesfuerzos. Después de dos o tres intentos fallidos, después de un lío enorme de cartas yentrevistas, al fin lo conseguí y ya estoy perfectamente instalada en mi nuevo puesto.

* * *

La casa es muy agradable y ordenada, aunque no muy grande; los jardines son bonitos y amplios.He hecho un gran sacrificio en cuanto al salario aceptando el puesto con la esperanza deconseguir comodidad, con lo que no quiero decir buena comida y bebida, o fuego agradable o unlecho blando, sino la compañía de caras alegres y mentes y corazones que no hayan sido sacadosde una mina de plomo ni de una cantera de mármol. En realidad, mi sueldo es sólo de 16 librasanuales, aunque nominalmente son 20 libras, pero de ahí se deducirán los gastos de lavandería.Tengo dos alumnos, una niña de ocho años y un niño de seis. En cuanto a los señores, noesperarás que te explique mucho de su carácter cuando te diga que llegué ayer. No tengo lafacultad de conocer el temperamento de una persona a primera vista. Para atreverme apronunciarme sobre un carácter, primero tengo que verlo bajo diversas luces y desde distintosángulos. Por consiguiente, sólo puedo decirte que tanto el señor como la señora — me parecenbuenas personas. Todavía no tengo motivos para quejarme de falta de consideración o decortesía. Mis alumnos son salvajes e indómitos, pero parecen dispuestos a colaborar. Ojalá puedadecir lo mismo la próxima vez que te escriba. Mi ferviente deseo y mi empeño serán complacerlos.Si lo consigo y no enfermo en el intento, creo que podría ser medianamente feliz. Pero nadie másque yo sabe lo duro que me resulta el trabajo de institutriz, porque nadie más que yo comprendecómo se resiste todo mi ser a este trabajo. No creas que no me culpo por ello o que no pongo todomi empeño en vencer este sentimiento. Algunos de mis mayores problemas radican en cosas que ati te parecerían relativamente triviales. Me cuesta muchísimo rechazar la tosca familiaridad delos niños. Me resulta dificilísimo pedir a las sirvientas o a la señora cualquier cosa que necesito,por mucha falta que me haga. Me cuesta menos aguantar la mayor molestia que ir a la cocina apedir que se solucione lo que sea. Soy tonta. ¡Y bien sabe Dios que no puedo evitarlo!

Ya me dirás si se considera impropio que las institutrices pidan a sus amigas que vayan averlas. No me refiero a una estancia en la casa, claro, sólo una visita de una o dos horas. Si no esuna traición absoluta, te ruego encarecidamente que te las ingenies como sea para que pueda vertu rostro. Sin embargo, tengo la sensación de estar pidiendo algo estúpido e imposible; ¡pero estosólo queda a seis kilómetros de B—!

21 de marzo

Tienes que excusar mi brevísima respuesta a tu gratísima carta; porque no tengo un momentolibre: la señora — esperaba que hiciera un montón de costura. No puedo coser mucho durante eldía debido a los niños, que requieren la máxima atención. Así que me veo obligada a dedicar aeste asunto las tardes. Escríbeme a menudo; cartas muy largas. Nos vendrá bien a las dos. Estacasa es mucho mejor que—, aunque bien sabe Dios que tengo demasiado que hacer para

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alegrarme por ello. Lo que me cuentas me ha animado un poco. Ojalá pudiera seguir siempre tuconsejo. La añoranza me afecta profundamente. Me agrada muchísimo el señor—. Los niños estándemasiado consentidos, por lo que a veces es difícil manejarlos. Ven, ven, ven a verme. No meimporta que sea una falta de etiqueta. Si sólo puedes estar una hora, ven. No vuelvas a hablar deque te he abandonado; cariño, no podría hacerlo. Creo que no soy de las que avanzan en estetriste mundo sin comprensión o afecto en algún sitio; y pocas veces lo encontramos realmente. Esalgo demasiado precioso para tirarlo por las buenas una vez conseguido.

La señorita Brontë llevaba pocas semanas en su nuevo trabajo cuando recibió una muestra dela bondadosa hospitalidad de sus patronos. El señor — escribió a su padre invitándole a que fueraa conocer el nuevo hogar de su hija y a pasar una semana con ella; y la señora — lamentóprofundamente que una de las amigas de la señorita Brontë fuera a entregar un paquete y noentrara. Así supo ella que podían visitarla libremente todas sus amistades y que les complaceríamucho recibir a su padre. Respondió agradecida a este favor escribiendo para pedir de nuevo a suamiga que fuera a verla; y su amiga lo hizo.

Junio de 1841

Supongo que te parecerá imposible que no pueda disponer de un cuarto de hora para escribirrápidamente una nota; pero así es; y una vez escrita la nota, hay que llevarla a correos, quequeda a más de kilómetro y medio y que supone casi una hora, que es una parte importante deldía. El señor y la señora — llevan una semana fuera. Esta mañana recibí noticias de ellos. No handecidido cuándo volverán, pero espero que no se demoren mucho o perderé la oportunidad de vera Anne estas vacaciones. Tengo entendido que llegó a casa el miércoles pasado y sólo podráquedarse tres semanas, porque la familia con la que está va a ir a Scarborough. Me gustaríaverla, juzgar por mí misma su estado de salud. No me atrevo a confiar en el informe de ningunaotra persona, nadie me parece lo bastante minucioso en sus observaciones. Me habría gustadomucho que la vieras. Me llevo muy bien con los sirvientes y con los niños hasta ahora; pero eltrabajo es monótono y solitario. Tú conoces igual que yo el sentimiento de soledad de vivir sincompañía.

El señor y la señora — regresaron poco después de que Charlotte escribiera esa carta, a tiempopara que ella fuera a vigilar la salud de Anne, y comprobó con profunda inquietud que distabamucho de ser buena. ¿Qué podía hacer para cuidar y atender a su hermana pequeña? Lapreocupación por ella le hizo plantearse de nuevo la idea de abrir un colegio. Si eso les permitieravivir juntas y ganarse la vida sería perfecto. Además, dispondrían de algo de tiempo para intentaruna y otra vez la carrera literaria que, a pesar de tantas dificultades, nunca habían abandonado deltodo como último objetivo; pero la razón más convincente para Charlotte fue la certidumbre deque la salud de Anne era muy delicada y requería cuidados que sólo ella podía proporcionarle.Escribió así durante aquellas vacaciones estivales.

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Haworth, 19 de julio de 1841

Te esperamos mucho rato con angustia el jueves que prometiste venir. Yo me cansécompletamente la vista mirando por la ventana, con monóculo en la mano y a veces las gafassobre la nariz. Claro que tú no tienes la culpa; [...] y, en cuanto a la decepción, bueno, todostienen que sufrir desilusiones en un momento u otro de la vida. Pero ahora se me olvidarán las milcosas que tenía que contarte y ya nunca lo haré. Se está incubando un proyecto en esta casa quetanto Emily como yo queríamos comentar contigo. Todavía no ha madurado, no ha roto elcascarón; si lo hará alguna vez y será un polluelo capaz de volar o quedará güero y no llegará apiar es una de esas consideraciones que sólo revelarán vagamente los oráculos del futuro. Bueno,no te desconciertes por todo este misterio metafórico. Hablo de algo normal y corriente aunquehaya envuelto en estilo délfico la información en figuras retóricas sobre huevos, polluelos,etcétera, etceterórum. Vayamos al grano: papá y mi tía hablan de vez en cuando de que abramosun colegio nosotras (es decir, Emily, Anne y yo). Tú sabes que he comentado muchas veces lomucho que me gustaría algo así; pero nunca se me ocurría de dónde podía salir el capital pararealizarlo. Sabía perfectamente que mi tía tenía dinero, en realidad, pero siempre consideré queella era la última persona del mundo que ofrecería un préstamo para el objetivo en cuestión. Sinembargo, ahora nos lo ha ofrecido, o, mejor dicho, ha insinuado que podría hacerlo siempre ycuando consiguiéramos alumnas, un emplazamiento idóneo, etc. Esto parece muy razonable, peroaún hay asuntos a considerar que enfrían bastante todo el proyecto. No cuento con que mi tíaentierre más de 150 libras en la empresa; ¿y sería posible establecer un colegio respetable (enmodo alguno ostentoso) y empezar a funcionar con un capital así? Plantéale la pregunta a tuhermana si crees que puede contestarla; si no, no le digas nada sobre el tema. En cuanto aendeudarnos, es algo que ninguna de nosotras podemos concebir de momento. No nos importa lomodesto y humilde que sea el comienzo siempre que se haga con una base firme y segura.Considerando todos los lugares posibles e imposibles en que podríamos establecer el colegio hepensado en Burlington. ¿Recuerdas si había allí algún otro centro además del de la señorita —?Se trata de una idea muy vaga e incierta, claro. Hay mil razones que la hacen absolutamenteirrealizable. No tenemos contactos ni conocidos allí; queda lejos de casa, etc. De todos modos, yocreo que hay mucho más campo libre en la región oriental que aquí. Pero habrá que indagarlo ysopesarlo muy bien antes de decidirse por algún sitio; y me temo que llevará mucho tiemporealizar cualquier plan [...] Escríbeme en cuanto puedas. Yo no dejaré mi trabajo actual hasta quemis proyectos para el futuro adquieran una forma más sólida y definitiva.

Quince días después, vemos que la semilla se había sembrado y que brotaría de ella un planque iba a influir materialmente en su vida futura.

7 de agosto de 1841

Es sábado por la noche; ya he acostado a los niños. Ahora puedo sentarme a contestar tucarta. Estoy sola otra vez, ama de llaves e institutriz, porque el señor y la señora — se han ido a—. A decir verdad, aunque me siento sola mientras están fuera, es con mucho cuando lo paso

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mejor. Los niños están bastante controlados, las criadas son muy consideradas y atentas conmigoy la ausencia del señor y la señora me libera de la obligación de tener que esforzarme siemprepara mostrarme alegre y sociable. Por lo que parece, Martha — está disfrutando de grandesprivilegios; y lo mismo Mary, pues te sorprenderá saber que vuelve inmediatamente al continentecon su hermano; pero no para quedarse allí, sino para pasar un mes de viaje y esparcimiento. Herecibido una carta larga de Mary, y un paquete con un regalo, un pañuelo de seda negra preciosoy unos guantes de cabritilla muy bonitos, comprados en Bruselas. El regalo me complació muchoen cierto modo; por supuesto, me complació que se acordaran de mí estando tan lejos, entre elbullicio de una de las capitales más espléndidas de Europa; y, sin embargo, me molestó aceptarlo.Supongo que no les sobra el dinero para sus gastos personales. Preferiría que me hubierandemostrado su cariño con un regalo menos caro. Mary me hablaba en sus cartas de los cuadros ylas catedrales que ha visto, los cuadros más espléndidos, las catedrales más venerables. No sé loque se apoderó de mí: una impaciencia tan impetuosa por la reclusión y el trabajo constante; undeseo tan fuerte de alas, alas como las que la riqueza puede proporcionar; una ansia tanimperiosa de ver, de saber, de aprender; fue como si algo interior se expandiera físicamente uninstante. La conciencia de facultades no ejercitadas me torturó, luego todo se derrumbó y perdí laesperanza. No le confesaría eso a nadie más que a ti, cariño; y a ti, mejor en una carta que de vivavoce. Esas emociones absurdas y rebeldes sólo fueron momentáneas; las sofoqué en cincominutos. Espero que no vuelvan, porque fueron muy dolorosas. El proyecto de que te hablé sigueestancado y creo que seguirá así de momento; pero Emily, Anne y yo lo tenemos presente. Esnuestra estrella polar y acudimos a él en todos los momentos de abatimiento. Empiezo a creer queel tono de la carta te hará creer que me siento desgraciada. No es así en absoluto; todo locontrario, sé que mi situación es privilegiada para una institutriz. Lo que me desanima y meagobia a veces es el convencimiento de que no estoy dotada para ello. Si sólo tuviera que enseñarresultaría cómodo y fácil; pero lo penoso es el hecho de vivir en casas ajenas, sin podermanifestar tu propio carácter y adoptando una apariencia fría, rígida e impasible. No mencionesa nadie de momento nuestro proyecto del colegio. Un proyecto que no se ha iniciado realmentesiempre es incierto. Escríbeme a menudo, querida Nell; sabes muy bien cuánto aprecio tus cartas.Tu «afectuosa hija» (ya que has decidido llamarme así).

C. B.

P.D. Estoy bien de salud, no creas que no; pero siento una pena muy grande (tengo que decírteloaunque me proponía no hacerlo). Se trata de Anne; tiene que soportar tanto, muchísimo más de loque haya soportado yo nunca. Cuando pienso en ella, la imagino siempre como a una desconocidapaciente y acosada. Conozco la susceptibilidad oculta de su carácter cuando hieren sussentimientos. Me gustaría poder estar con ella, consolarla un poco. Es más solitaria y tiene menoscapacidad para hacer amistades incluso que yo. En fin, dejémoslo.

Charlotte podía soportar mucho; pero no podía aguantar con paciencia los pesares de otros,sobre todo los de sus hermanas; y una vez más, de las dos hermanas, le resultaba insoportable la

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idea de que la pequeña, tan bondadosa y tan joven, sufriera sola y paciente. Había que hacer algo.No importaba lo lejos que quedara el fin deseado. Todo lo que no fuera hacer algo por conseguirlosería tiempo perdido. Un colegio supondría disponer de algo de tiempo libre al día, que nocontrolaría nadie más que su propio sentido del deber; supondría que las tres hermanas, que seamaban con tan profundo afecto, podrían vivir juntas bajo el mismo techo y, aun así, ganarse elpropio sustento; y supondría sobre todo que ella podría velar por las dos, cuya vida y felicidaderan más importantes que las propias. Pero la temblorosa impaciencia no debía llevarla a dar unpaso precipitado e imprudente. Indagó en todas las direcciones posibles las posibilidades de éxitoque podría tener un colegio nuevo. Pero en todas partes parecía haber más centros de los quepodían sobrevivir como el que querían abrir ellas. ¿Qué podían hacer? Tendrían que ofrecer otrasventajas. ¿Pero cómo? Ellas tenían ideas, fuerza e información. Pero ésas no son calificacionesque puedan incluirse en un boletín de información. Sabían un poco de francés; suficiente para leercon fluidez, pero no para competir en su enseñanza con profesores nativos o profesionales. Emilyy Anne sabían un poco de música; pero tampoco era seguro que sin más instrucción pudieran darclases.

Precisamente entonces, la señorita Wooler estaba pensando en dejar su colegio de DewsburyMoor; y ofreció cedérselo a sus antiguas alumnas, las hermanas Brontë. Una hermana suya sehabía encargado de la dirección desde la época en que Charlotte había sido profesora allí; pero elnúmero de alumnas había disminuido; y si se hacían cargo las hermanas Brontë tendrían queconseguir que recuperara su anterior prosperidad. También eso les exigiría una preparación de laque carecían de momento, pero que Charlotte creía que podían conseguir. Decidió seguir por esecamino y no descansar hasta que encontrara la solución. Con la forzada serenidad del entusiasmocontenido que marca con el brillo del deseo cada palabra, escribió esta carta a su tía:

29 de septiembre de 1841

Querida tía:No sé nada de la señorita Wooler desde que le escribí dándole a entender que aceptaría su

oferta. No puedo imaginar cuál puede ser la razón de tan prolongado silencio, a menos que hayasurgido algún obstáculo imprevisto para cerrar el trato. Entretanto, el señor y la señora — (lospadres de sus alumnos) y otros han planteado y aprobado un plan que quiero explicarte. Misamigos me aconsejan que si quiero asegurar el éxito permanente, demore lo del colegio otros seismeses y consiga como sea pasar ese tiempo estudiando en el continente. Dicen que en Inglaterrahay tantos colegios y la competencia es tan grande que sin hacer algo así para conseguir unaventaja la lucha será muy ardua y al final podría fracasar. También dicen que el préstamo de 100libras que tú tan bondadosamente nos has ofrecido quizá no sea necesario ahora, porque laseñorita Wooler nos cedería el mobiliario; y que si el propósito es que el negocio sea bueno ytenga éxito, habría que invertir la mitad de esa suma de la forma que he mencionado, asegurandoasí una amortización más rápida tanto del interés como del capital principal.

Yo no iría a Francia ni a París. Iría a Bruselas, en Bélgica. El viaje no subiría más de cincolibras, y vivir allí cuesta poco más de la mitad que en Inglaterra, y los centros de enseñanza soniguales o mejores que las de cualquier otro país de Europa. En medio año podría dominar el

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francés. Podría perfeccionar mucho el italiano e incluso aprender algo de alemán; es decir,siempre que mi salud siga siendo tan buena. Mary está ahora en Bruselas, en un colegio deprimera. Yo no pienso ir al Château de Kokleberg en que está ella, porque los precios allí sondemasiado altos; pero si le escribiera, ella podría con la ayuda de la señora Jenkins, esposa delcapellán británico, conseguirme una residencia decente y barata y protección respetable. Tendríaocasión de verla con frecuencia; ella me enseñaría la ciudad; y con la ayuda de sus primos,seguramente me presentarían conocidos mucho más edificantes, refinados y cultos que nadie queconozca.

Esas ventajas resultarían muy beneficiosas cuando abriéramos el colegio; y si Emily lascompartiera conmigo podríamos conseguir luego una situación que ahora no está a nuestroalcance. Digo Emily en lugar de Anne; porque Anne podría hacerlo posteriormente si el colegiofuncionara. Mientras te escribo, estoy segura de que comprenderás la conveniencia de lo quedigo. Siempre te ha gustado invertir tu dinero de la forma más ventajosa. No te gusta hacer malasadquisiciones; y cuando concedes un favor sueles hacerlo a lo grande; y según eso, cincuenta ocien libras así invertidas estarían bien empleadas. Por supuesto, no conozco a ningún otro amigoen el mundo a quien pueda recurrir para esto más que a ti. Estoy absolutamente convencida deque si tuviéramos esa oportunidad, sería la solución definitiva para nosotras. Quizá a papá leparezca un plan disparatado y ambicioso. ¿Pero quién ha mejorado sin ambición? Cuando él dejóIrlanda para estudiar en la Universidad de Cambridge, tenía tanta ambición como yo ahora.Quiero que triunfemos todos. Sé que tenemos talento y quiero que lo empleemos bien. Cuentocontigo para que nos ayudes, tía. Creo que no te negarás a hacerlo. Y sé que si accedes, nunca tearrepentirás de tu bondad por culpa mía.

Charlotte escribió esta carta en la casa en que residía como institutriz. La respuesta tardó unpoco en llegar. El padre y la tía tenían mucho que discutir detenidamente en la rectoría deHaworth. Al fin dieron su consentimiento. Sólo entonces y no antes confió Charlotte el plan a suamiga íntima. No era de las que hablan demasiado de los proyectos mientras no son seguros, ni desus empeños en el campo que sea mientras su resultado es incierto.

2 de noviembre de 1841

Empecemos a pelear. En primer lugar, tengo que considerar si iniciaré las operaciones a ladefensiva o a la ofensiva. Creo que a la defensiva. Dices, y lo entiendo perfectamente, que tesientes dolida por una aparente falta de confianza por mi parte. Te has enterado por terceros y nopor mí de la propuesta de la señorita Wooler. Eso es cierto. He estado meditando planesimportantes para mis futuras posibilidades. Nunca he intercambiado contigo una carta sobre eltema. También es cierto. Parece una conducta extraña en una buena y querida amiga de hacetanto tiempo que nunca te había decepcionado. Muy cierto. No puedo pedirte perdón por esecomportamiento; la palabra perdón entraña la confesión de una falta y yo no creo haberlacometido. La pura verdad es que ni estaba ni estoy aún segura de mi destino. Muy al contrario, heestado muy insegura, perpleja con las propuestas y los planes contradictorios. Como te he dichomuchas veces, no tengo un momento libre; pero he tenido que escribir muchas cartas que era

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absolutamente necesario que escribiera. Y sabía que no tenía sentido escribirte entoncesexplicándote que me hallaba sumida en la duda y la incertidumbre, esperando una cosa, temiendola otra, preocupada, impaciente por hacer lo que parecía imposible. Y cuando pensaba en tidurante todo ese tiempo, lo hacía con la resolución de que te lo contaría todo en cuanto sedespejara el camino y hubiera alcanzado mi grandioso objetivo. Si pudiera, trabajaría siempre ensilencio y a oscuras y dejaría que mis obras se conocieran por los resultados. La señorita W. mepropuso amablemente que fuera a Dewsbury Moor e intentara reactivar el colegio que ha dejadosu hermana. Se ofreció a dejar el mobiliario como compensación por su manutención. Acogí lapropuesta cordialmente al principio y me dispuse a hacer todo lo posible para tener éxito; pero yase había encendido en el fondo de mi corazón un fuego que no podía sofocar. Anhelaba aumentarmis conocimientos, ser un poco mejor de lo que soy; te di un atisbo de lo que sentía en una de miscartas anteriores, sólo un atisbo; Mary echó más leña al fuego; me alentó y me animó a seguiradelante con su lenguaje fuerte y vigoroso. Deseaba ir a Bruselas, ¿pero cómo conseguirlo?Deseaba que al menos una de mis hermanas compartiera conmigo ese privilegio. Decidí que fueraEmily. Se lo merecía, lo sabía. ¿Cómo podría conseguirlo? En el colmo del nerviosismo escribí acasa una carta. En ella pedía ayuda a mi tía, que me contestó accediendo. Las cosas aún están pordecidir; pero basta saber que tenemos una posibilidad de estudiar en Bruselas durante medio año.Dewsbury Moor ha quedado descartado. Y quizá sea una suerte, porque es un lugar lóbrego yoscuro, inadecuado para un colegio. En mi fuero interno, creo que no hay motivo para lamentarlo.Mis planes para el futuro se reducen a este propósito: si llego alguna vez a Bruselas y la salud meacompaña, haré cuanto esté en mi mano para aprovechar al máximo todas las ventajas a mialcance. Cuando transcurra el medio año, haré lo que pueda.

* * *

Te aseguro que no soy voluble aunque naciera en abril, el mes de lluvias y de sol. Mi ánimo esirregular, a veces hablo con vehemencia y a veces no suelto prenda; pero mi estima por ti esconstante y si dejas que pasen el nublado y el aguacero, ten por seguro que el sol está siempredetrás, oculto, pero real.

Charlotte dejó el trabajo de institutriz en Navidad, tras una despedida de sus patronos que alparecer la afectó y la conmovió. «Me trataron muy bien —fue su comentario tras dejar a la familia—. No me lo merecía.»

Los cuatro hermanos esperaban reunirse en la casa paterna en diciembre de ese año. Branwellcontaba con un breve permiso en su trabajo de empleado del Ferrocarril de Leeds y Manchester,en el que llevaba trabajando cinco meses. Anne llegó antes del día de Navidad. Habíadesempeñado tan bien su difícil trabajo que los señores le habían pedido encarecidamente quevolviera, aunque ella les había comunicado su decisión de dejarlos; debido en parte al rigurosotrato que había recibido y, en parte, porque juzgaron conveniente que ella se quedara en casamientras sus hermanas estaban en Bélgica, por la edad de las otras tres personas que quedaban enla rectoría.

Escribieron algunas cartas, sopesaron bien todos los planes en casa y al final, teniendo en

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cuenta los informes que recibieron sobre las desalentadoras condiciones de los colegios deBruselas, decidieron que sería mejor que Charlotte y Emily fueran a un centro de Lille, en el nortede Francia, que les recomendaron Baptist Noel59 y otros clérigos. En realidad, a finales de enerohabían decidido que saldrían hacia allí al cabo de tres semanas, acompañadas por una damafrancesa que estaba entonces de visita en Londres. Las condiciones eran 50 libras por alumna, sólola pensión y el francés, aunque esta suma daba derecho a una habitación independiente; sin estelujo, era menos. Charlotte escribe:

20 de enero de 1842

Mi tía ha sido muy amable accediendo a darnos una suma extra para que dispongamos de unahabitación independiente. Será un gran privilegio en muchos sentidos. Lamento el cambio deBruselas por Lille por muchas razones, sobre todo porque no veré a Martha. Mary ha sidoinfatigablemente bondadosa proporcionándome información. No ha escatimado molestias nimucho menos gastos para hacerlo. Vale un potosí. En realidad, tengo dos amigas excelentes (tú yella), en cuya fidelidad y sinceridad confío tanto como en la Biblia. Os he molestado a ambas,sobre todo a ti; pero siempre me avergonzáis devolviéndome bien por mal. Últimamente he tenidoque escribir cartas a Bruselas, a Lille y a Londres. He tenido que hacer montones de camisas,camisones, pañuelos de bolsillo y bolsos, además de arreglar vestidos. Llevo todas las semanasdesde que llegué a casa esperando ver a Branwell y todavía no ha podido venir. Pero vendrá sinfalta el próximo sábado. ¿Cómo voy a poder ir a verte en esta situación? Me torturas mortalmentehablándome de conversaciones junto al fuego. Cuenta con que será imposible durante los largosmeses venideros. Tengo una curiosa impresión de vejez en la cara; seguro que cuando volvamos avernos llevaré gafas y toca.

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CAPÍTULO XI

Desconozco las razones por las que descartaron el plan de Lille. Bruselas había interesado aCharlotte desde el principio; y habían abandonado la idea de ir allí antes que a ningún otro lugarporque los informes que les dieron de los colegios indicaban que eran de segunda categoría.Charlotte alude en sus cartas a la señora Jenkins, esposa del capellán de la embajada británica. Apetición del hermano del mismo (un clérigo que vivía a pocos kilómetros de Haworth y queconocía el señor Brontë), ella había hecho indagaciones y finalmente, tras cierto desánimo en labúsqueda, le hablaron de un colegio que parecía recomendable en todos los aspectos. Había ciertaseñora inglesa que había vivido con la familia Orléans durante sus diversos cambios de fortuna yque, cuando la princesa Luisa se casó con el rey Leopoldo I de Bélgica, la acompañó a Bruselas encalidad de lectora. Esa dama tenía una nieta que estudiaba en el internado de madame Heger; y tancontenta estaba la abuela con la enseñanza que recibía que hizo grandes elogios del colegio a laseñora Jenkins; y, en consecuencia, se decidió que si las cuotas eran asequibles, podrían ir allíCharlotte y Emily. El señor Heger me comunica que cuando recibieron una carta de Charlottepidiéndoles datos muy concretos sobre la suma que supondría lo que suele denominarse «extras»,él y su esposa quedaron tan impresionados por el tono serio y sencillo de la carta, que se dijeron eluno al otro: «Se trata de las hijas de un pastor inglés, de ingresos módicos, deseosas de aprendercon la idea de instruir después a otros, y para quienes el riesgo de gastos adicionales tiene sumaimportancia. Indiquémosles una cantidad concreta que incluya todos los gastos».

Así lo hicieron; llegaron a un acuerdo y las hermanas Brontë se dispusieron a dejar su condadonatal por primera vez en su vida, si exceptuamos la estancia de triste memoria en Cowan Bridge.El señor Brontë decidió acompañar a sus hijas. Mary y su hermano, que eran expertos en los viajesal extranjero, también fueron con ellos. Charlotte vio por primera vez Londres el poco tiempo quepararon allí; y por un comentario que hace en una de sus cartas posteriores creo que todos sealojaron en la Chapter Coffee House de Paternoster Row, una fonda extraña y anticuada de la quevolveré a hablar.

El señor Brontë acompañó a sus hijas a la Rue d’Isabelle en Bruselas; pasó la noche en casadel señor Jenkins y regresó inmediatamente a su agreste pueblo de Yorkshire.

¡Qué diferente del mismo tuvo que parecer la capital belga a las dos jóvenes que quedaron allí!Ellas, que sufrían tanto con cualquier trato extraño e inusual, alejadas de su amado hogar y de susqueridos páramos, se apoyaron en su indomable voluntad. Éstas son las palabras de Charlotte conrelación a Emily:

Estudió sola con diligencia y perseverancia hasta los veinte años, y entonces me acompañó aun colegio del continente. Siguieron el mismo sufrimiento y el mismo problema, acentuados por elfuerte rechazo de su recto espíritu herético e inglés al blando jesuitismo del sistema católico yextraño. Pareció decaer una vez más, pero esta vez se recuperó gracias a su firme resolución:

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consideró con remordimiento y vergüenza su fracaso anterior y decidió superarlo, pero pagó carasu victoria. No se sintió feliz hasta que transportó los conocimientos adquiridos con tantoesfuerzo al remoto pueblo inglés, a la vieja rectoría y a las desoladas montañas del condado deYork.

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60

Necesitaban y querían aprender. Habían ido a aprender. Y aprendieron. Cuando tenían unobjetivo claro que conseguir conjuntamente con las otras alumnas, se desinhibían completamente;en todos los demás momentos eran muy tímidas. La señora Jenkins me ha contado que las invitó apasar los domingos y los días de fiesta con ella hasta que se dio cuenta de que aquellas visitas lescausaban más pesar que gozo. Emily casi nunca pronunciaba más que un monosílabo. Charlotte aveces se emocionaba hasta el punto de hablar bien y con elocuencia sobre determinados temas;pero antes de empezar, tenía la costumbre de darse la vuelta en la silla hasta que la persona conquien estuviera hablando casi no podía verle la cara.

Y sin embargo había muchas cosas en Bruselas que hacían vibrar su poderosa imaginación. Alfin estaba viendo algo del grandioso mundo antiguo con que había soñado. Las multitudes alegrespasaban a su lado lo mismo que habían recorrido aquellas calles durante siglos con sus distintosatuendos. Cada lugar tenía una historia que se remontaba a los tiempos fabulosos en que San yJannika, el gigante y la giganta aborígenes, se asomaban por la muralla de doce metros de lo quees hoy la Rue Villa Hermosa, y miraban a los nuevos colonos que los expulsarían del país en quehabían vivido desde el diluvio. La grandiosa y solemne catedral de Santa Gúdula, las pinturasreligiosas, las sorprendentes imágenes y ceremonias de la iglesia católica, todo ello impresionómucho a las hermanas, acostumbradas a los muros desnudos y al culto sencillo de la iglesia deHaworth. Y luego se indignaban consigo mismas por haber sido sensibles a esa impresión y sustenaces corazones protestantes se rebelaron contra la falsa Diosa que las había engañado así.

Hasta el edificio que ocupaban como alumnas en el internado de madame Heger tenía supropio séquito fantasmal de espléndidas asociaciones que desfilaba siempre en misteriosaprocesión por las habitaciones antiguas y por los sombreados senderos de los jardines. Desde elactual esplendor de la Rue Royale, torciendo junto a la estatua del general Beliard, se ven loscuatro tramos de la escalinata de piedra sobre la Rue d’Isabelle. Las chimeneas de las viviendas dela misma quedan debajo. Frente al primer tramo de escaleras se alza una gran mansión antigua,con un espacioso jardín amurallado detrás y a la derecha. Frente a este jardín y al mismo lado quela mansión y con las grandes ramas de los árboles sobre sus humildes tejados hay una hilera decasitas antiguas y pintorescas, parecidas en nivel y uniformidad a los asilos que suelen verse enlas poblaciones rurales inglesas. Parece que las innovaciones de la construcción no han llegado ala Rue d’Isabelle durante los últimos tres siglos. Y, sin embargo, queda a tiro de piedra de lasventanas de la parte de atrás de los grandiosos hoteles de la Rue Royale, construidos y amuebladosal más moderno estilo parisino. La Rue d’Isabelle se llamaba el Fossé-aux-Chiens en el siglo XIII.Y las perreras de las jaurías ducales ocupaban el lugar en que se alza hoy día el colegio de laseñora Heger. Un hospital (en el amplio sentido antiguo de la palabra) había sucedido a lasperreras. Los hermanos de una orden religiosa acogían a los vagabundos y a los pobres, y tal veztambién a leprosos, en un edificio de este lugar protegido. Y lo que había sido un foso defensivose llenó de huertos y huertas durante más de cien años. Luego llegó la hermandad aristocrática delos ballesteros (que exigía a sus miembros demostrar su noble origen intachable durante muchasgeneraciones para admitirlos en su seno); y una vez admitidos, se les exigía hacer juramentosolemne de no dedicar ni un solo minuto de su tiempo libre a ningún otro pasatiempo o ejercicio,

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pues tenían que consagrarse por entero a la práctica del noble arte de tiro con ballesta. Secelebraba una vez al año una gran justa bajo el patrocinio de algún santo, al campanario de cuyaiglesia se fijaba el ave o imagen del ave que tenía que derribar el vencedor,61 que era entonces elRoi des Arbalétriers durante el año siguiente, y recibía una condecoración preciosa que llevabadurante doce meses; transcurrido ese tiempo, la devolvía a la hermandad para la próxima justa. Siun ballestero moría siendo «rey», su familia venía obligada a ofrecer la condecoración al santopatrón de la hermandad y a proporcionar otra similar para que compitieran por ella. Esos noblesballesteros de la Edad Media formaban una especie de guardia armada de las autoridadesexistentes, y casi siempre tomaban el partido aristocrático antes que el democrático en losnumerosos conflictos civiles de las poblaciones flamencas. De ahí que gozaran de la protección delas autoridades y consiguieran fácilmente lugares adecuados y protegidos para sus campos depráctica. Y de ese modo, llegaron a ocupar el antiguo foso y tomaron posesión del gran huerto delhospital que se extendía acogedor y soleado en la hondonada al pie de la muralla.

Pero en el siglo XVI fue necesario construir una calle a través del campo de tiro de los«Arbalétriers du Grand Serment» y, tras muchas demoras, su amada infanta Isabella les convencióde que cedieran la parte de terreno necesaria. Como recompensa por ello, Isabella (que tambiénpertenecía a la hermandad y que había abatido a una ave y había sido reina por ello en 1615) hizomuchos regalos a los arbalétriers; y la ciudad, agradecida, cuyo deseo de un camino que llegaramás cerca de Santa Gúdula se había visto frustrado durante mucho tiempo por los nobles arqueros,puso a la calle el nombre de la infanta. Y ella, a modo de compensación a los arbalétriers, mandóconstruir una «gran mansión» para ellos en la nueva Rue d’Isabelle. La mansión se construyófrente a su campo de tiro y tenía forma cuadrada. Todavía puede leerse en un rincón de los muros:

PHILLIPPO IIII. HISPAN. REGE. ISABELLA-CLARA-EUGENIAHISPAN. INFANS.

MAGNAE GULDAE REGINA GULDAE FRATRIBUS POSUIT.

En dicha mansión se celebraban todos los espléndidos banquetes del Grand Serment desArbalétriers. El ballestero mayor vivía allí para poder ofrecer en todo momento sus servicios a lahermandad. También se celebraban en el gran salón los bailes y fiestas de la corte, a los que no seadmitía a los arqueros. La infanta mandó construir otras casas más pequeñas en su nueva callepara que sirvieran de residencia a su garde noble; y para su garde bourgeoise , una pequeñamorada para cada uno, algunas de las cuales aún existen y nos recuerdan los asilos ingleses. La«gran mansión», de forma rectangular; el espacioso salón (donde se celebraron en tiempos losbailes archiducales, en los que los españoles morenos y serios se mezclaban con la nobleza rubiade Brabante y Flandes) era ahora el aula de un colegio de niñas belgas; el patio de tiro de losballesteros es hoy el internado de madame Heger.

Esta señora contaba para la enseñanza con la ayuda de su esposo, un hombre religioso, bueno ysabio, que me alegro de haber conocido y que me ha facilitado algunos detalles interesantes de losrecuerdos de su esposa y de él mismo sobre las hermanas Brontë durante su estancia en Bruselas.Él tuvo más oportunidades de observarlas porque les dio clase de lengua y literatura francesa. Un

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breve fragmento de una carta que me ha escrito una dama francesa que reside en Bruselas, muycapacitada para juzgar, demostrará la estima y consideración de que goza el señor Heger.

Je ne connais pas personellement M. Heger, mais je sais qu’il est peu de caractères aussinobles, aussi admirables que le sien. Il est un des membres les plus zélés de cette Société de S.Vincent de Paul dont je t’ai déjà parlé, et ne se contente pas de servir les pauvres et les malades,mais leur consacre encore les soirées. Après des journées absorbées tout entières par les devoirsque sa place lui impose, il réunit les pauvres, les ouvriers, leur donne des cours gratuits, et trouveencore le moyen de les amuser en les instruisant. Ce dévouement te dira assez que M. Heger estprofondement et ouvertement religieux. Il a des manières franches et avenantes; il se fait aimer detous ceux qui l’approchent, et surtout des enfants. Il a le parole facile, et possède à un haut degrél’éloquence du bon sens et du coeur. Il n’est point auteur. Homme de zèle et de conscience, il vientde se démettre des fonctions élevées et lucratives qu’il exerçait à l’Athenée, celles de Préfet desÉtudes, parcequ’il ne peut y réaliser le bien qu’il avait espéré, introduire l’enseignementreligieux dans le programme des études. J’ai vu une fois Madame Heger, qui a quelque chose defroid et de compassé dans son maintien, et qui prévient peu en sa faveur. Je la crois pourtantaimée et appréciée par ses élèves.

Cuando Charlotte y Emily llegaron al internado en febrero de 1842 había en el mismo deochenta a cien alumnas.

Según el señor Heger, no sabían nada de francés. Yo supongo que, a efectos de conversación,sabían tanto o tan poco como cualquier joven inglesa que no haya estado nunca en el extranjero yque haya aprendido sintaxis y pronunciación con una profesora inglesa. Las dos hermanas Brontëse aferraban una a la otra y se mantenían apartadas del tropel feliz y bullicioso de alumnas belgas,que ya eran amigas, y a quienes las nuevas estudiantes inglesas les parecieron estrafalarias yasustadas, con sus extrañas ideas insulares sobre el atuendo; porque a Emily le encantaban lasmangas jamón, que ya eran feas y ridículas incluso cuando se llevaban, y seguía luciéndolasmucho después de que hubieran pasado de moda. Sus vestidos no tenían curvas ni formas y caíanrectos y largos y se le pegaban a la figura desgarbada. Las hermanas no hablaban con nadie si noera imprescindible. Estaban demasiado llenas de ideas serias y de nostalgia para prestarse aconversaciones despreocupadas y a juegos alegres. El señor Heger, que apenas hizo más queobservarlas durante las primeras semanas de su estancia en la Rue d’Isabelle, comprendió que sucarácter fuera de lo común y su talento extraordinario requerían un método distinto al queempleaba generalmente para la enseñanza del francés a las alumnas inglesas. Parece que consideróa Emily más inteligente incluso que Charlotte, que pensaba lo mismo. Emily tenía una facilidadespecial para la lógica y una capacidad de razonamiento insólitas en un hombre y verdaderamenteraras en una mujer, según el señor Heger. Mermaba la fuerza de este don su tozudez, que leimpedía razonar cuando se trataba de los propios deseos o de su sentido de la justicia. «Tendríaque haber sido un hombre, un gran navegador —me dijo el señor Heger—. Su extraordinarioraciocinio hubiera deducido nuevas esferas de descubrimiento de las antiguas; y su voluntad fuertee imperiosa no se habría arredrado ante los obstáculos o las dificultades; jamás habría cedido, a noser con la vida.» Y sin embargo, por otra parte, su facultad imaginativa era tal que si hubiera

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escrito una historia, su descripción de las escenas y de los personajes habría sido tan vívida yconvincente y apoyada por tal despliegue argumentativo que habría dominado al lector fuerancuales fuesen sus opiniones previas o sus ideas más tibias sobre la veracidad de la misma. Peroella parecía egoísta y exigente comparada con Charlotte, que siempre era generosa (éste es eltestimonio del señor Heger); y en su afán por complacer a su hermana más pequeña, la mayor lepermitía ejercer cierta tiranía inconsciente sobre ella.

El señor Heger lo consultó con su esposa y luego explicó a las nuevas alumnas que se proponíaprescindir del método basado en la gramática, el vocabulario, etc., y emplear uno nuevo, similar alque había adoptado algunas veces con sus alumnas belgas y francesas mayores. Se proponíaleerles algunas de las obras maestras de los escritores franceses más célebres, como el poema deCasimir Delavigne sobre la Muerte de Juana de Arco, fragmentos de Bossuet, la admirabletraducción de la noble carta de san Ignacio a los cristianos romanos de la Bibliothèque Choisie desPères de l’Église, etc. Y después de haberles inculcado así el efecto completo del conjunto,analizar con ellas las partes, indicándoles en qué descollaba este o aquel autor y también susdefectos. Creía que tenía que habérselas con alumnas que, por su afinidad con lo intelectual, lorefinado, lo elegante o lo noble, eran capaces de captar el matiz de un estilo y también de describirsus propios pensamientos de forma parecida.

Les expuso su plan y esperó su respuesta. Emily habló primero; y dijo que no veía que pudierabeneficiarlas en absoluto; y que, adoptándolo, perderían toda la originalidad de pensamiento y deexpresión. Habría iniciado una discusión sobre el tema, pero el señor Heger no tenía tiempo paraello. Luego habló Charlotte; ella también dudaba del éxito del plan, pero dijo que seguiría elconsejo del señor Heger porque estaba obligada a obedecerle mientras fuera su alumna. Antes dehablar de los resultados, sería aconsejable dar un fragmento de una carta que expone algunas desus primeras impresiones sobre su nueva vida.

Bruselas, 1842 (¿mayo?)

Hace una o dos semanas que cumplí veintiséis años; y en esta época madura de la vida soy unacolegiala y en general me siento muy feliz de serlo. Me resultó muy extraño al principiosometerme a la autoridad en vez de ejercerla, obedecer las órdenes en lugar de darlas; pero meagrada la situación. He vuelto a ella con la misma avidez que una vaca vuelve al prado después depasar una temporada alimentándose de heno. No te rías de mi sonrisa. La sumisión es natural enmí, y el mando muy forzado.

Este colegio es grande, tiene unas cuarenta alumnas externas y unas doce internas. La señoraHeger, la directora, posee exactamente el mismo temperamento, nivel cultural e inteligencia quela señorita—. Creo que la severidad está un poco atenuada porque no está insatisfecha, y, enconsecuencia, tampoco amargada. En resumen, es una señora casada en vez de una señorasoltera. Hay tres profesoras en el colegio: mademoiselle Blanche, mademoiselle Sophie ymademoiselle Marie. Las dos primeras no tienen un carácter peculiar. Una es solterona y la otralo será. Mademoiselle Marie es inteligente y original, aunque de modales repulsivos y arbitrarios,por lo que la detestan todas las alumnas, menos Emily y yo. Hay por lo menos siete maestros que

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imparten diferentes asignaturas: francés, dibujo, música, canto, escritura, aritmética y alemán.Todos en el colegio son católicos menos nosotras, otra alumna y la tutora de los hijos de madame,que es inglesa y ocupa un puesto intermedio entre doncella y niñera. La diferencia de patria yreligión establece una ancha línea divisoria entre nosotras y las demás. Estamos completamenteaisladas a pesar de convivir con tanta gente. Pero creo que nunca me siento desgraciada; mi vidaactual es muy agradable y muy acorde con mi carácter, comparada con la de institutriz. Estamossiempre ocupadas y el tiempo pasa demasiado de prisa. Tanto Emily como yo gozamos de buenasalud y hemos podido trabajar bien hasta ahora. Hay un individuo de quien todavía no hehablado: el señor Heger, el marido de madame. Es profesor de retórica, y posee una grancapacidad mental pero un temperamento colérico e irritable. Ahora está muy enfadado conmigoporque escribí una traducción que ha decidido calificar de «peu correcte». Eso no me lo ha dichoa mí, sino que lo escribió al margen de mi cuaderno, preguntando con una frase escueta y secapor qué mis redacciones eran siempre mejores que mis traducciones, y añadiendo que le parecíainexplicable. El hecho es que hace unas semanas me prohibió en tono altisonante que consultaradiccionarios y gramáticas para traducir los textos más difíciles del inglés al francés. Eso hacebastante ardua la tarea y me obliga a incluir algún que otro término inglés, y casi se le saltan losojos de la cara cuando lo ve. Emily y él no se llevan nada bien. Emily trabaja como una mula y leha costado mucho adaptarse, más que a mí. En realidad, quienes asisten a un colegio francéstendrían que haber adquirido previamente un buen conocimiento de la lengua francesa, de locontrario perderán mucho tiempo, porque el método de enseñanza está adaptado a los nativos yno a los extranjeros; y en estos colegios grandes no van a cambiar su programa normal por una odos extranjeras. Las pocas clases particulares que el señor Heger se ha dignado darnos supongoque se consideran un gran favor; y ya he advertido que han provocado bastante rencor y envidiaen el colegio.

Sé que esta carta te parecerá corta y aburrida; tengo mil cosas que contarte, pero no dispongode tiempo. Bruselas es una ciudad preciosa. Los belgas odian a los ingleses. Su moral externa esmás rígida que la nuestra. Se considera una falta de delicadeza tremenda atarse el corsé sin unpañuelo en el cuello.

El pasaje de esta carta que describe al señor Heger prohibiéndole usar el diccionario o lagramática supongo que se refiere al tiempo que he mencionado en que decidió adoptar un métodonuevo de enseñanza del francés, para que captaran el espíritu y el ritmo oyendo y memorizandosus acentos más nobles, en vez de hacerlo mediante el meticuloso y agobiante estudio de lasnormas gramaticales. Me parece un experimento muy audaz por parte del profesor; pero sin dudaél sabía bien lo que hacía; y es evidente que fue un éxito por la redacción de algunos de losdevoirs que escribió Charlotte por esa época. Para ilustrar esta temporada de cultivo de la mentecedo a la tentación de recurrir a una conversación que mantuve con el señor Heger sobre elmétodo que empleó para formar el estilo de sus alumnas, y dar una prueba de su éxito copiando undevoir de Charlotte con las correcciones del profesor.

Él me explicó que aquel verano (cuando las hermanas Brontë llevaban unos cuatro mesesdando clases con él), un día les leyó el célebre retrato de Mirabeau, «mais, dans ma leçon je me

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bornais à ce qui concerne Mirabeau Orateur. C’est après l’analyse de ce morceau, considérésurtout du point de vue du fond, de la disposition, de ce qu’on pourrait appeller la charpentequ’ont été faits les deux portraits que je vous donne». Me explicó también que les había indicadoque el defecto del estilo de Victor Hugo era una exageración conceptual, haciéndoles observar almismo tiempo la extraordinaria belleza de sus «matices» expresivos. Luego tenían que elegir eltema para un retrato similar. El señor Heger les dejaba siempre a ellas esta elección; «pues antesde sentarse a escribir sobre un tema concreto es necesario tener ideas y opiniones sobre el mismo—puntualizó—. Yo no sé qué tema ha conmovido vuestra mente y vuestro corazón. Eso habéis dehacerlo vosotras». Huelga decir que los comentarios al margen son del señor Heger; las redondasde la redacción son de Charlotte, que él sustituye por una expresión más correcta, que apareceentre corchetes.

IMITATIONLe 31 Juillet, 1842

PORTRAIT DE PIERRE L’HERMITE

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62 CHARLOTTE BRONTË

De temps en temps, il parait sur la terre des hommes destinés à etre les instruments[pré-destinés] de grands changements, moreaux ou politiques. Quelquefois c’est unconquérant, un Alexandre ou un Attila, qui passe comme un ouragan, et purifiel’atmosphère moral, comme l’orage purifie l’atmosphère physique; quelquefois,c’est un révolutionnaire, un Cromwell, ou un Robespierre, qui fait expier par un roi♦ les vices de toute une dynastie; quelquefois c’est un enthousiaste réligieux commeMahométe, ou Pierre l’Ermite, qui, avec le seul levier de la pensée soulève desnations entières, les déracine et les transplante dans des climats nouveaux, peuplantl’Asie avec les habitants de l’Europe. Pierre l’Ermite était gentilhomme dePicardie, en France, pourquoi donc n’a-t-il passé sa vie comme les autresgentilhommes ses contemporains ont passé la leur, à table, à la chasse, dans son lit,sans s’inquiéter de Saladin, ou de ses Sarrasins? N’est-ce pas, parcequ’il y a danscertaines natures, une ardeur [un foyer d’activité] indomptable qui ne leur permetpas de rester inactives, qui les force à se remuer afin d’exercer les facultéspuissantes, qui même en dormant sont prêtes comme Sampson à briser les noeudsqui les retiennent? Pierre prit la profession des armes; si son ardeur avait été decette espèce [si il n’avait eu que cette ardeur vulgaire] qui provient d’une robustesanté il aurait [c’eut] été un brave militaire, et rien de plus; mais son ardeur étaitcelle de l’âme, sa flamme était pure et elle s’élevait vers le ciel. Sans doute [Il estvrai que] la jeunesse de Pierre, était [fut] troublée par passions orageuses; lesnatures puissantes sont extrèmes en tout, elles ne connaissent la tiédeur ni dans lebien, ni dans le mal; Pierre donc chercha d’abord avidément la gloire què se flétrit,et les plaisirs qui trompent, mais il fit bientôt la découverte [bientôt il s’aperçut]que ce qu’il poursuivait n’était qu’ une illusion à laquelle il ne pourrait jamaisatteindre; il retourna donc sur ses pas, il recommença le voyage de la vie, maiscette fois il évita le chemin spacieux qui méne à la perdition et il prit le cheminétroit qui méne à la vie; puisque [comme] le trajet était long et difficile il jeta lacasque et les armes du soldat, et se vêtit de l’habit simple du moine. À la viemilitaire succéda la vie monastique, car, les extrêmes se touchent et chez l’hommesincere la sincerité du repentir amène [necessairement à la suite] avec lui larigueur de la penitence. [Voila donc Pierre devena moine!] Mais Pierre [il] avait enlui un principe qui l’empechait de rester long-temps inactif, ses idées, sur quel sujetqu’il soit [que ce fut] pouvaient pas être bornées; il ne lui suffisait pas que lui-même fût religieux, que lui-même fût convaincee de la réalité de Christianismé (sic)il fallait que toute l’Europe, que toute l’Asie partagea sa conviction et professât lacroyance de la Croix. La Piété [fervente] élevée par le Génie, nourrie par laSolitude fit naitre une éspèce d’inspiration [exalta son âme jusqu’a l’inspiration]dans son ame, et lorsqu’il quitta sa cellule et reparut dans le monde, il portait

Pourquoicettesuppression?les fautes etCe détail neconvientqu’à Pierre.Inutile,quand vousécrivez enFrançais.Vous avezcommencé àparler dePierre: vousêtes entréedans le

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comme Moise l’empreinte de la Divinité sur son front, et tout [tous] réconnurent enlui la veritable apôtre de la Croix. Mahomet n’avait jamais rémué les mollesnations de l’Orient comme alors Pièrre remua les peuples austéres de l’Occident; ilfallait que cette éloquence fût d’une force presque miraculeuse qui pouvait[presqu’elle] persuader [ait] aux rois de vendre leurs royaumes afin de procurer[pour avoir] des armes et des soldats pour aider [à offrir] à Pièrre dans la guerresainte qu’il voulait livrer aux infidéles. La puissance de Pierre [l’Ermite] n’étaitnullement une puissance physique, car la nature, ou pour mieux dire, Dieu estimpartial dans la distribution de ses dons; il accorde à l’un de ses enfants la grace,la beauté, les perfections corporelles, à l’autre l’esprit, la grandeur morale. Pierredonc était un homme, petit d’une physionomie peu agréable; mais il avait cecourage, cette constance, cet enthousiasme, cette energie de sentiment qui écrasetoute opposition, et qui fait que la volonté d’un seul homme devient la loi de touteune nation. Pour se former une juste idée de l’influence qu’exerça cet homme surles caractères [choses] et les idées de son temps il faut se le representer au milieude l’armée des croisées, dans son double rôle de prophète et de guerrier; le pauvrehermite vêtu du pauvre [de l’humble] habit gris est la plus puissant qu’un roi; il estentouré d’une [de la] multitude [abide] une multitude qui ne voit que lui, tandis quelui, il ne voit que le ciel; ses yeux lévés semblent dire «Je vois Dieu et les anges, etj’ai perdu de vue la terre!Dans ce moment le [mais ce] pauvre habit [froc] gris estpour lui comme le manteau d’Elijah; il l’enveloppe d’inspiration; il [Pierre] litdans l’avenir; il voit Jerusalem delivrée; [il voit] le saint sepulchre libre; il voit lecroissant argent est arraché du Temple, et l’Oriflamme et la Croix rouge sont établià sa place; non seulement Pierre voit ces merveilles, mais il les fait voir à tous ceuxqui l’entourent, il ravive l’espérance, et le courage dans [tous ces corps epuisés defatigues et de privations] La bataille ne sera livrée que demain, mais la victoire estdécidée ce soir. Pierre a promis; et les Croisées se fient à sa parole, comme lesIsraëlites se fiaient à celle de Moise et de Josué.

sujet:marchez aubut. Inutile,quand vousavez ditillusion

Como retrato similar a éste, Emily eligió la descripción de Harold la víspera de la batalla deHastings. Me parece que su devoir es superior al de Charlotte en fuerza y en imaginación e igualen cuanto al lenguaje; y, si tenemos en cuenta el escaso conocimiento práctico de francés quetenían ambas cuando llegaron a Bruselas en febrero y que escribían sin ayuda de diccionario nigramática, es verdaderamente excepcional. Comprobaremos los progresos que había hechoCharlotte, en soltura y gracia estilística, un año más tarde.

En la elección de los temas que quedaban a su decisión, ella solía optar por personajes yescenas del Antiguo Testamento, que, según todos sus escritos, conocía muy bien. Elpintoresquismo y el colorido (si puedo expresarlo así), la grandeza y amplitud de los relatosbíblicos la impresionaban profundamente. En palabras del señor Heger: «Elle était nourrie de laBible». Cuando el señor Heger les leyó el poema sobre Juana de Arco de Delavigne, Charlottedecidió escribir sobre la «Visión y muerte de Moisés en el monte Nebo». Me sorprendieron mucho

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algunas notas del señor Heger cuando analicé este devoir. Tras describir con sencillez y calma lascircunstancias en que Moisés se despide de los israelitas, su imaginación se anima y se lanza adescribir en un tono noble el glorioso futuro del Pueblo Elegido como si contemplando la TierraPrometida viera su prosperidad con visión profética. Pero antes de llegar al centro de tan brillantedescripción se interrumpe para analizar un momento las dudas que se han planteado sobre losrelatos milagrosos del Antiguo Testamento. El señor Heger comenta: «Cuando escriba, exponga surazonamiento primero en lenguaje simple y claro; pero cuando suelte las riendas de laimaginación, no las sujete para razonar». Luego, en la visión de Moisés, ve a las doncellas queguían sus rebaños a los pozos al anochecer y las describe portando guirnaldas de flores. Aquí serecuerda a la escritora que es necesario mantener cierta verosimilitud: Moisés podría ver desde loalto las montañas y las llanuras, los grupos de doncellas y los rebaños de ganado, pero esimposible que distinguiera los detalles del atuendo y los adornos de la cabeza.

El señor Heger pasó a un método más avanzado cuando progresaron: el de la enseñanzasintética. Les leía diversos textos sobre la misma persona o suceso, pidiéndoles que se fijaran enlas coincidencias o divergencias. En el segundo caso, les pedía que determinaran el origen de esadiferencia, obligándolas a examinar bien el carácter y posición de cada escritor y cómo podríanhaber influido en su punto de vista. Tomemos por ejemplo a Cromwell. El profesor les leyó ladescripción que hace del mismo Bossuet en la Oraison Funèbre de la Reine d’Angleterre , y lesindicó que en la misma se le consideraba, desde un punto de vista religioso, como un instrumentode Dios, destinado a llevar a cabo Su obra. Luego les hizo leer a Guizot, pidiéndoles queobservaran que, en opinión del mismo, Cromwell estaba dotado del sumo poder del libre albedrío,pero no se guiaba por motivo más elevado que el de la conveniencia; en cambio, Carlyleconsideraba que era un hombre dominado por el intenso y consciente deseo de cumplir la voluntaddel Señor. Les pidió luego que tuvieran en cuenta los diferentes puntos de vista sobre el granProtector del hombre monárquico y del republicano. Y les dijo que tamizaran y recogieran loselementos verdaderos de ambas descripciones contradictorias e intentaran unirlas en un todoperfecto.63

Este ejercicio entusiasmaba a Charlotte. Le exigía poner en juego sus facultades analíticas, queeran extraordinarias, y enseguida lo dominó.

Las hermanas Brontë eran patrióticas en lo que podían serlo, con el mismo apego tenaz que lashacía sufrir tanto siempre que dejaban Haworth. Eran protestantes hasta la médula en otras cosasademás de en su religión, pero sobre todo en eso. Conmovida como se sentía Charlotte por la cartade san Ignacio antes citada, reivindicaba la misma devoción y por el mismo elevado motivo paraalgunos misioneros de la Iglesia de Inglaterra enviados a trabajar duramente y a morir a laponzoñosa costa africana, y escribió como «imitación» Lettre d’un Missionaire, Sierra Leone,Afrique.

Se advierte el mismo sentimiento en la carta siguiente:

Bruselas, 1842

No sé si iré a casa en septiembre o no. Madame Heger nos ha hecho una propuesta para queEmily yo sigamos aquí otros seis meses, ofreciéndose a despedir a su profesora de inglés y

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contratarme a mí en su lugar; y también emplear a Emily una parte del día en enseñar música adeterminado número de alumnas. Por esos servicios nos permitirían continuar nuestros estudiosde francés y de alemán, más la pensión, etc., sin pagar por ello; pero no nos ha ofrecido ningúnsalario. La propuesta está muy bien y en una gran ciudad egoísta como Bruselas, y en un grancolegio egoísta que cuenta casi con noventa alumnas (entre internas y externas) supone un gradode interés que requiere gratitud a cambio. Me siento inclinada a aceptar. ¿Qué te parece? Nonegaré que a veces deseo estar en Inglaterra, ni que tengo breves ataques de nostalgia. Pero enconjunto lo he sobrellevado muy animosamente hasta ahora. Y he sido feliz en Bruselas porque heestado siempre ocupada en cosas que me gustan. Emily está progresando mucho en francés,alemán, música y dibujo. Monsieur y madame Heger empiezan a reconocer los aspectos valiososde su carácter bajo sus peculiaridades. Si hubiera que determinar el carácter nacional belga porel de la mayoría de las alumnas de este colegio, yo diría que es excepcionalmente frío, egoísta,animal e inferior. Son muy rebeldes y díscolas con los profesores; y sus principios estánabsolutamente corrompidos. Nosotras las eludimos, lo cual no es complicado porque llevamosencima el estigma del protestantismo y del anglicismo. La gente habla del peligro a que seexponen los protestantes cuando van a vivir a países católicos, donde corren el riesgo de cambiarde fe. Mi consejo a todos los protestantes que sientan la tentación de cometer la torpeza dehacerse católicos es que crucen el mar hasta el continente; que asistan a misa con diligenciadurante un tiempo; que se fijen bien en las mascaradas; también en el aspecto estúpido ymaterialista de los sacerdotes; y luego, si todavía están dispuestos a considerar el papismo a unaluz que no sea la de la más burda e infantil patraña, que se hagan papistas de inmediato; eso estodo. Considero el metodismo, el cuaquerismo y los extremismos de la baja y la alta iglesiaestúpidos, pero el catolicismo se lleva la palma. Te diré, sin embargo, que también hay algunoscatólicos tan buenos como cualquier cristiano para quien la Biblia sea un libro sellado, e inclusomejores que muchos protestantes.

Las hermanas Brontë habían ido a Bruselas con la intención de permanecer allí seis meses ohasta las grandes vacances de septiembre. Las actividades del colegio se interrumpían entoncesseis semanas o dos meses y parecía el momento adecuado para su regreso. Pero la propuestamencionada en la carta anterior alteró sus planes. Además, las satisfacía la sensación de queestaban avanzando en todos los conocimientos que siempre habían anhelado adquirir. También lasalegraba tener amigos cuya compañía había sido tan agradable durante años; y en sus esporádicosencuentros podían disfrutar del inefable solaz para quienes residen en un país extranjero (muyespecialmente para las Brontë) de comentar las noticias recibidas de sus respectivos hogares,recordar el pasado y hacer planes para el futuro. Mary y su hermana, la vivaracha, bailadora yrisueña Martha, estaban internas en un colegio que quedaba fuera de las murallas de Bruselas.Además, los primos de estas amigas vivían en la ciudad; y Emily y Charlotte siempre eran bienrecibidas en su casa, aunque su abrumadora timidez impedía que se conocieran sus cualidades másvaliosas, y en general las hacían guardar silencio. Pasaron los fines de semana con esta familiadurante meses; pero Emily seguía siendo tan cerrada a las manifestaciones amistosas al finalcomo el principio; y Charlotte estaba demasiado débil físicamente para (según expresión de Mary)

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«aunar fuerzas suficientes» para manifestar cualquier diferencia de opinión u oposición, yadoptaba una actitud aquiescente y deferente extrañamente desacorde con la Charlotte inteligentey resuelta que conocían. Las hermanas T. y las hermanas Brontë podían encontrarse con muchafrecuencia en esta casa. Había otra familia inglesa que pronto invitó y acogió muy bien aCharlotte, y creo que ella se sentía más cómoda en su casa que en la de la señora Jenkins o con losamigos que ya he mencionado.

Un médico inglés que tenía muchas hijas había fijado su residencia en Bruselas a fin de que lasjóvenes estudiaran allí. Se inscribieron en el colegio de madame Heger en julio de 1842, menos deun mes antes de que empezaran las grandes vacances el 15 de agosto. Para aprovechar mejor eltiempo y habituarse al idioma, estas hermanas inglesas asistieron durante las vacaciones a diarioal colegio de la Rue d’Isabelle. Se habían quedado otras seis u ocho alumnas además de lashermanas Brontë. Pasaron allí todo el tiempo sin visitar nunca a una amiga para romper lamonotonía; se dedicaron con infatigable diligencia a sus estudios. Su posición en el elogio parecióa las nuevas estudiantes análoga a la que suele denominarse residente. Preparaban su francés,dibujo, alemán y literatura para sus diversos maestros; y a estas ocupaciones Emily añadía la demúsica, en la que era muy competente; tanto como para dar clases a las tres hermanas menores demi informante.

En el colegio había tres cursos. En primero había de quince a veinte alumnas; en segundo, lamedia era de sesenta, todas externas menos las hermanas Brontë y otra. En tercero habíaveintitantas o treinta alumnas. El primero y el segundo curso ocupaban una aula muy grandedividida por un tabique de madera: en cada lado había cuatro hileras grandes de pupitres; y alfondo estaba la estrade o plataforma del profesor. En la última fila, la más tranquila, se sentabanCharlotte y Emily, una al lado de la otra, tan concentradas en sus estudios que no advertían ningúnruido o movimiento a su alrededor. El horario de clase era de nueve a doce (hora del almuerzo), enque las internas y las mediopensionistas, unas treinta y dos alumnas, quizá, iban al refectorio(donde había dos mesas alargadas con una lámpara de aceite sobre cada una) a tomar pan y fruta;las externas se llevaban el almuerzo de casa y lo tomaban en el jardín. De una a dos hacían labor yuna alumna leía en voz alta literatura ligera en cada aula; de dos a cuatro volvían a dar clase. A lascuatro, las externas se marchaban a casa; y las internas cenaban en el refectorio. El señor y laseñora Heger presidían la mesa. De cinco a seis había recreo; de seis a siete, estudio, preparabanlas clases; y después de eso, la lecture pieuse, la pesadilla de Charlotte. Algunas veces acudía elseñor Heger y sustituía el libro por uno más interesante. A las ocho tomaban un refrigerio ligero abase de agua y pistolets (los deliciosos panecillos de Bruselas), a lo que seguían inmediatamentelas oraciones; y luego se acostaban.

El dormitorio principal quedaba sobre el aula grande. Había seis o siete camas estrechas a cadalado, cada una rodeada de su cortina blanca; y debajo de cada una, un cajón que servía de armarioropero; y entre una y otra, un palanganero, con aguamanil, palangana y espejo. Las dos camas delas hermanas Brontë quedaban al fondo del dormitorio, casi tan privadas y retiradas como siestuvieran en otra habitación.

Las alumnas pasaban las horas de recreo en el jardín, y Charlotte y Emily paseaban siemprejuntas y generalmente guardaban un profundo silencio; Emily era mucho más alta, pero se

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apoyaba en su hermana. Charlotte siempre contestaba cuando le hablaban y siempre tomaba lainiciativa, replicando cuando se dirigían a ambas. Emily casi nunca hablaba con nadie. La actitudafable y tranquila de Charlotte nunca cambiaba. Nadie la vio perder la calma ni un momento; yalguna que otra vez, cuando ocupó el puesto de profesora de inglés y la impertinencia o la falta deatención de sus alumnas era más irritante, un ligero rubor, un momentáneo centelleo de los ojos yuna actitud claramente más enérgica eran los únicos signos externos de que se daba cuenta de laprovocación. Pero esta digna entereza suya contenía a las alumnas mucho más que las largasdiatribas de otras profesoras. Mi informante añade: «El efecto de esta actitud era singular. Yohablo por mi experiencia personal. Yo era entonces muy vehemente e impetuosa y no respetaba amis profesoras de francés; pero, para mi gran asombro, una sola palabra suya y me volvíabsolutamente dócil; tanto que al final el señor y la señora Heger preferían comunicarme lo quefuera siempre por mediación de ella; quizá las otras alumnas no la quisieran tanto como yo, eramuy tranquila y callada, pero todas la respetaban».

A excepción de la parte sobre su actitud como profesora de inglés (cargo que no desempeñaríahasta algunos meses más adelante) toda esta descripción de la vida de las dos hermanas Brontë serefiere al inicio del nuevo curso escolar en octubre de 1842; y los fragmentos que he citadoexpresan la primera impresión de la vida en un colegio extranjero y la posición de las hermanasBrontë en el mismo de una joven inglesa de dieciséis años inteligente.

La primera interrupción de esta vida de obligaciones y trabajos regulares fue triste y dolorosa.Martha (la encantadora, guapa, pícara y traviesa Martha) cayó enferma en Château de Kokleberg.Su hermana la cuidó con ternura; pero todo fue en vano; murió a los pocos días. Charlotte explicabrevemente este suceso:

No supe nada de la enfermedad de Martha T. hasta el día antes de su muerte. Me apresuré a ira Kokleberg a la mañana siguiente (sin saber lo grave que estaba) y me dijeron que todo habíaterminado. Había muerto durante la noche. Trasladaron a Mary a Bruselas. La he visto confrecuencia desde entonces. No está en absoluto abatida por el suceso; pero mientras Marthaestuvo enferma fue más que una madre para ella, más que una hermana: la atendió y la cuidó conternura y devoción inquebrantables. Ahora está tranquila y seria; sin arrebatos de emociónintensa; sin exageración de sufrimiento. He visto la tumba de Martha, el lugar en que reposan suscenizas en un país extranjero.

¿Quién no recuerda, si ha leído Shirley, las líneas (quizá media página) de triste memoria?

Él no piensa en absoluto que la pequeña Jessy vaya a morir joven, ella que es tan alegre yparlanchina; perspicaz, original incluso ahora; vehemente cuando la provocan, pero muyafectuosa cuando la miman; a ratos amable y a ratos desconcertante; no teme a nadie [...] sinembargo, confía en cualquiera que la ayude. Jessy, con su menudo rostro de diablillo, su chácharaenvolvente y su simpatía, está destinada a ser la niña de los ojos de papá.

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¿Conoce este sitio? No, nunca lo había visto; pero reconoce estos árboles, este follaje: el ciprés,el sauce, el tejo. Las cruces de piedra como éstas no le son desconocidas, tampoco estas sombríasguirnaldas de siemprevivas. Aquí está el lugar —cubierto de césped y con una lápida de mármolgris— bajo el que yace Jessy. Murió un día de abril; amó mucho y fue muy amada. A menudo, ensu corta vida, derramó lágrimas, tuvo frecuentes pesares; sonrió entre uno y otro, alegrandocuanto tocaba. Su muerte fue tranquila y feliz en los protectores brazos de su hermana, pues Rosehabía sido su sostén y su defensa frente a muchas y duras pruebas; las dos jóvenes inglesas, unamoribunda, otra que velaba, se vieron en aquella hora solas en un país extranjero, y en el suelo deaquel país halló Jessy su sepultura.

* * *

Sin embargo, no escribiré más sobre ti, Jessy. Es otoño y la noche es húmeda y desapacible. Sólohay una nube en el cielo; pero lo cubre de extremo a extremo. El viento no descansa: pasa veloz ysollozante sobre las colinas de lúgubre perfil, descoloridas bajo el crepúsculo y la niebla. Lalluvia ha caído todo el día sobre la torre de la iglesia [Haworth], que se eleva negra en medio delpétreo recinto de su cementerio; las ortigas, la hierba alta y las tumbas chorrean agua. Estanoche me recuerda demasiado vívidamente otra noche de hace algunos años: era también unanoche de otoño envuelta en una furiosa tormenta, en la que cierta persona, que aquel día habíaperegrinado hasta una tumba recién excavada en un cementerio herético, estaba sentada ante elfuego de leña de la chimenea de una morada extranjera. Todos estaban alegres y disfrutaban de lacompañía, pero sabían que se había creado un vacío en su círculo que nunca volvería a llenarse.Sabían que habían perdido algo cuya ausencia no llegaría a compensarse por mucho que vivieran,sabían que una densa cortina de lluvia empapaba la tierra ya mojada que cubría a su amorperdido, y que la tempestad triste y ululante se lamentaba sobre su cabeza enterrada. El fuego loscalentaba, aún tenían el don de la vida y la amistad, pero Jessy yacía helada y solitaria; sólo latierra la protegía de la tormenta.

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Ésa fue la primera muerte que ocurría en el pequeño círculo de amigos íntimos de Charlottedesde la pérdida de sus dos hermanas, hacía ya mucho tiempo. Se sentía sumida en su profundacondolencia por Mary cuando llegaron noticias de Haworth: su tía, la señorita Branwell estabaenferma, muy grave. Emily y Charlotte decidieron ir a casa sin demora y prepararon rápidamenteel equipaje; no sabían si volverían alguna vez a Bruselas ni si sus relaciones con el señor y laseñora Heger y el colegio tendrían continuidad. Cuando estaban a punto de salir a la mañanasiguiente de haber recibido la noticia de la enfermedad de su tía llegó otra carta en la que lescomunicaban que había muerto. Lo habían dispuesto todo para hacer el viaje lo más rápidamenteposible, y la segunda carta no podía apresurar sus movimientos. Embarcaron en Amberes.Viajaron noche y día y llegaron a casa un martes por la mañana. Ya había pasado el entierro y todoy encontraron al señor Brontë y a Anne sentados juntos en silencio, afligidos por la pérdida dequien había cumplido su función en su hogar durante casi veinte años y se había ganado el cariñoy el respeto de muchos, que nunca supieron cuánto la echarían de menos hasta que se murió. Legóel pequeño capital que había acumulado a fuerza de frugalidad y sacrificio a sus sobrinas.Branwell, su preferido, tenía que haber recibido su parte; pero la buena anciana se disgustó tantopor su despilfarro que había suprimido su nombre del testamento.

Cuando pasó el primer golpe, las tres hermanas empezaron a disfrutar plenamente delconsuelo de estar juntas de nuevo después de la separación más larga de toda su vida. Teníanmuchas cosas que contarse del pasado y muchas que organizar para el futuro. Anne había estadotrabajando una breve temporada y tenía que volver a su puesto al terminar las vacaciones deNavidad. Tendrían que pasar por lo menos otro año separadas las tres; y después de eso secumpliría su ilusión de reunirse y abrir un colegio. Ya no pensaban instalarlo en Burlington ni enningún otro lugar que las llevara lejos de su padre, claro. La pequeña suma que poseía cada una lespermitiría hacer las reformas necesarias en la rectoría para acoger a las alumnas. Los planes deAnne hasta entonces ya estaban decididos. Emily resolvió ser ella quien se quedara en casa. Encuanto a lo que haría Charlotte, hablaron bastante de ello y hubo largas deliberaciones.

A pesar del apresuramiento de su súbita partida de Bruselas, el señor Heger había tenidotiempo para escribir una carta de pésame al señor Brontë por la pérdida que acababa de sufrir; unacarta que contenía tan elegante reconocimiento del carácter de sus hijas en forma de respetuosohomenaje al padre, que me habría sentido tentada a copiarla aunque no se hiciera en ella unapropuesta respecto a Charlotte que merece un lugar en la historia de su vida.

Au Révérend Monsieur Brontë, Pasteur Évangélique, Etc., etc.Samedi, 5 9bre.

MONSIEUR,Un événement bien triste décide mesdemoiselles vos filles à retourner brusquement en

Angleterre, ce départ qui nous afflige beaucoup a cependant ma complète approbation; il est biennatural qu’elles cherchent à vous consoler de ce que le ciel vient de vous ôter, en se servantautour de vous, pour mieux vous faire apprécier ce que le ciel vous a donné et ce qu’il vous laisse

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encore. J’espère que vous me pardonnerez, Monsieur, de profiter de cette circonstance pour vousfaire parvenir l’expression de mon respect; je n’ai pas l’honneur de vous connaîtrepersonellement, et cependant j’éprouve pour votre personne un sentiment de sincère vénération,car en jugeant un père de famille par ses enfants on ne risque pas de se tromper, et sous cerapport l’éducation et les sentiments que nous avons trouvés dans mademoiselles vos filles, n’ontpu que nous donner une très haute idée de votre mérite et de votre caractère. Vous apprendrezsans doute avec plaisir que vos enfants on fait du progrès très remarquable dans toutes lesbranches de l’enseignement, et que ces progrès sont entièrement du à leur amour pour le travail età leur persévérance; nous n’avons eu que bien peu à faire avec de pareilles élèves; leuravancement est votre oeuvre bien plus que la nôtre; nous n’avons pas eu à leur apprendre le prixdu temps et de l’instruction, elles avaient appris tout cela dans la maison paternelle, et nousn’avons eu, pour notre part, que le faible mérite de diriger leurs efforts et de fournir un alimentconvenable à la louable activité que vos filles ont puissé dans votre exemple et dans vos leçons.Puissent les éloges méritées que nous donnons à vos enfants vous être de quelque consolationdans le malheur qui vous afflige; c’est là notre espoir en vous écrivant, et ce sera, pourMesdemoiselles Charlotte et Emily, une douce et belle récompense de leurs travaux.En perdantnos deux chères élèves nous ne devons pas vous cacher que nous éprouvons à la fois et du chagrinet de l’inquiétude; nous sommes affligés parceque cette brusque séparation vient briser l’affectionpresque paternelle que nous leur avons vouée, et notre peine s’augmente à la vue de tant detravaux interrompus, de tant des choses bien commencées, et qui ne demandent que quelque tempsencore pour être menées à bonne fin. Dans un an, chacune de vos demoiselles eût été entièrementprémunie contre les éventualités de l’avenir; chacune d’elles acquerrait à la fois et l’instructionet la science d’enseignement; Mlle. Emily allait apprendre le piano; recevoir les leçons dumeilleur professeur que nous ayons en Belgique, et déjà elle avait elle-même de petites élèves; elleperdait donc à la fois un reste d’ignorance, et un reste plus génant encore de timidité; Mlle.Charlotte commençait à donner des leçons en français, et d’acquérir cette assurance, cet aplombsi necessaire dans l’enseignement; encore un an tout au plus, et l’oeuvre était achevée et bienachevée. Alors nous aurions pu, si cela vous eût convenu, offrir à mesdemoiselles vos filles ou dumoins à l’une des deux une position qui eût été dans ses gôuts, et qui lui eût donne cette douceindépendance si difficile à trouver pour une jeune personne. Ce n’est pas, croyez-le bienmonsieur, ce n’est pas ici pour nous une question d’intérêt personnel, c’est une questiond’affection; vous me pardonnerez si nous vous parlons de vos enfants, si nous nous occupons deleur avenir, comme si elles faisaient partie de notre famille; leurs qualités personnelles, leur bonvouloir, leur zèle extrème sont les seules causes qui nous poussent à nous hasarder de la sorte.Nous savons, Monsieur, que vous peserez plus mûrement et plus sagement que nous laconséquence qu’aurait pour l’avenir une interruption complète dans les études de vos deux filles;vous déciderez ce qu’il faut faire, et vous nous pardonnerez notre franchise, si vous daignezconsidérer que le motif qui nous fait agir est une affection bien désintéressée et qui s’affligeraitbeaucoup de devoir déjà se résigner à n’être plus utile à vos chers enfants.Agréez, je vous prie,Monsieur, l’expression repectueuse de mes sentiments de haute considération.

C. HEGER

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Había tanta sinceridad y tanta amabilidad en esta carta, y era tan evidente que un segundo añode estudio sería mucho más valioso que el primero, que no vacilaron mucho en tomar la decisión:Charlotte debía volver a Bruselas.

Mientras tanto, disfrutaron indeciblemente de las Navidades todos juntos. Branwell estaba conellos; eso siempre era un placer entonces; fueran cuales fueren sus defectos, e incluso sus vicios,sus hermanas seguían considerándolo la esperanza de la familia y confiaban en que algún día fuerasu orgullo. Se negaban a ver la magnitud de los defectos de los que les hablaban de vez en cuando,convenciéndose de que esos defectos eran comunes a todos los hombres, por mucha fortaleza decarácter que tuvieran; porque, hasta que la triste experiencia les abrió los ojos, cayeron en el errortan frecuente de confundir las pasiones fuertes con el carácter fuerte.

La amiga de Charlotte fue a verla, y luego ella le devolvió la visita. Había vuelto a casa y a lascostumbres anteriores en tan poco tiempo que debía parecerle un sueño su vida en Bruselas; yahora tenía más independencia de la que podía haber tenido nunca en vida de su tía. Era invierno,pero las hermanas dieron sus acostumbrados paseos por los páramos cubiertos de nieve; y fueroncon frecuencia por la larga carretera hasta Keighley, cuya biblioteca había adquirido muchoslibros nuevos durante su ausencia.

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CAPÍTULO XII

Charlotte regresó a Bruselas hacia finales de enero. El viaje fue bastante desastroso. Tuvo quehacerlo sola; y el tren de Leeds a Londres, que debería haber llegado a la plaza Euston a primerahora de la tarde, se retrasó tanto que no llegó hasta las diez de la noche. Había pensado ir a laChapter Coffee-House, donde se había alojado anteriormente y que quedaba cerca de dondeestaban los barcos; pero al parecer la asustó la idea de presentarse a una hora tan avanzada eimpropia para los criterios de Yorkshire. Así que tomó un coche en la estación y fue directamenteal embarcadero del puente de Londres, donde pidió a un barquero que la llevara hasta el paqueboteOstende, que saldría a la mañana siguiente. Ella misma me describió, más o menos como haríadespués en Villette, su sensación de soledad y, al mismo tiempo, sin embargo, el extraño placerque le producía la situación cuando cruzaba rápidamente el río oscuro en plena noche hasta elcostado del negro casco del buque, donde al principio le prohibieron subir a cubierta. «Lospasajeros no pueden dormir a bordo», le dijeron, en tono muy poco respetuoso. Se volvió entonceshacia las luces y los ruidos apagados de Londres (aquel «corazón potente» en el que no había lugarpara ella), se irguió en el bote balanceante y dijo que quería hablar con el oficial superior queestuviera a bordo. Acudió el mismo, y la serena y simple exposición de su deseo y la razón delmismo disipó el recelo despectivo de aquellos con quienes había hablado primero; el oficialaccedió amablemente a sus deseos y le permitió subir a bordo y ocupar un camarote. El barcozarpó a la mañana siguiente. Charlotte llegó a la Rue d’Isabelle el domingo a las siete de la tarde,tras haber salido de Haworth el viernes por la mañana a primera hora.

Su sueldo era de 16 libras anuales, de las que tenía que pagar las clases de alemán, por las quele cobraban tanto (quizá se calculara por tiempo) como cuando Emily estudiaba con ella ydividían los gastos; a saber, diez francos al mes. Por expreso deseo explícito de la señorita Brontë,daba las clases de inglés en la classe o aula, sin la supervisión de madame ni de monsieur Heger.Ellos le propusieron asistir a las mismas para imponer orden a las indisciplinadas alumnas belgas;pero ella declinó el ofrecimiento diciendo que prefería imponer la disciplina ella misma a sumodo y no depender de la presencia de un gendarme para que la obedecieran. Ocupó una nuevaaula que habían construido en el espacio del patio de recreo contiguo a la casa. Era surveillantedel primer curso a todas las horas. Y en adelante la llamaron mademoiselle Charlotte, por ordendel señor Heger. Prosiguió sus estudios de alemán y de literatura; y todos los sábados iba sola alas iglesias alemana e inglesa. También paseaba sola, y casi siempre por la allée défendue, dondeestaba a salvo de intrusiones. Esta soledad era un lujo peligroso para alguien de su temperamento;para una persona tan propensa como ella a la pesadumbre morbosa y aguda.

El 6 de marzo de 1843 escribe lo siguiente:

Ya me he instalado, por supuesto. El trabajo no me agobia demasiado; y las clases de inglésme dejan tiempo para perfeccionar el alemán. Debería considerarme afortunada y agradecer mi

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suerte. Espero hacerlo. Y si pudiera animarme siempre y no sentirme nunca sola ni desearcompañía o amistad o como lo llamen, me iría muy bien. Como ya os dije, monsieur y madameHeger son las dos únicas personas de la casa por quienes siento verdadera consideración yestima, y, lógicamente, no puedo estar con ellos siempre, ni siquiera muy a menudo. Cuandollegué me dijeron que considerara su sala de estar como propia y que fuera allí cuando noestuviera ocupada en el aula. Pero eso es algo que no puedo hacer. Durante el día es una salapública, ya que los profesores y profesoras de música entran y salen continuamente; y por lanoche no quiero ni debo molestar a monsieur y madame Heger y a sus hijos. Así que estoybastante sola fuera del horario escolar; pero eso carece de importancia. Ahora doy clase deinglés regularmente al señor Heger y a su cuñado. Avanzan con rapidez prodigiosa; sobre todo elprimero. Ya ha empezado a hablar inglés bastante bien. Si vierais y oyerais los esfuerzos que hagopara enseñarles a pronunciar como ingleses y sus infructuosos intentos de imitar os moriríais derisa.

Ya ha pasado el carnaval y hemos entrado en la oscuridad y la abstinencia cuaresmal. Elprimer día de Cuaresma tomamos café sin leche de desayuno; hortalizas en vinagre y un poquitode pescado salado para comer; y pan de cena. El carnaval fue sólo máscaras y disfraces.Monsieur Heger nos llevó a mí y a una de las alumnas a la ciudad a ver las máscaras. Fuedivertido contemplar las multitudes y el regocijo general, pero las máscaras no eran nada. Heestado dos veces en casa de los D. [los primos de Mary que ya he mencionado]. Cuando ella sevaya de Bruselas no tendré adónde ir. He recibido dos cartas de Mary. No me dice que ha estadoenferma ni se queja; pero sus cartas no son las cartas de una persona muy feliz. Ella no tiene anadie que se porte tan bien con ella como el señor Heger conmigo; que le deje libros; queconverse de vez en cuando con ella; etcétera.

Adiós. Cuando digo eso me parece que no me oiréis. El rugido del oleaje del canalencrespándose tiene que amortiguar el sonido.

Se advierte claramente en el tono de esta carta que la Bruselas de 1843 no era la misma ciudadque la de 1842. Entonces había tenido la compañía y el consuelo constantes de Emily. Y lavariedad semanal de una visita a la familia D.; más la alegría frecuente de ver a Mary y a Martha.Pero ahora Emily estaba lejos, en Haworth (donde ella o cualquier otro ser querido podría morirantes de que llegara Charlotte, por más rápidamente que viajara, como había demostrado laexperiencia en el caso de su tía). Los D. iban a marcharse de Bruselas; así que en adelante tendríaque pasar la fiesta semanal también en la Rue d’Isabelle, al menos así lo creía. También Mary sehabía marchado de la ciudad, siguiendo su propio camino independiente; sólo quedaba Martha,quieta y silenciosa para siempre en el cementerio, detrás de la Porte de Louvain. Además, eltiempo había sido especialmente frío y crudo las primeras semanas desde que había llegadoCharlotte; y su frágil constitución era muy sensible a la estación inclemente. Ella siempre podíadejar a un lado el simple dolor físico, por muy intenso que fuera; pero las dolencias la asaltaban amenudo en una parte mucho más temible. Su abatimiento era de una gran intensidad cuando no seencontraba bien. Se daba cuenta de que era somático y podía razonarlo; pero ningún razonamientole impedía sentir una gran pesadumbre mientras persistía la causa física.

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Los Heger han descubierto con la publicación de Villette que cuando Charlotte empezó a darclases de inglés en su colegio la conducta de sus alumnas había sido a veces muy impertinente yrebelde en grado sumo. Pero entonces no se enteraron, porque ella había rehusado su presencia enlas clases y nunca se había quejado. Tuvo que ser muy deprimente para ella en ese periodo ver quesus alumnas felices, saludables y obtusas no respondían a las fuerzas que podía concentrar enellas; y sin embargo, según su propio testimonio, su paciencia, firmeza y resolución se vieronrecompensadas al final, aunque para alguien de salud y ánimo tan frágiles la reacción después detantas luchas con sus alumnas tuvo que ser muy triste y dolorosa.

Escribe así a su amiga E.:

Abril de 1843

¿Qué me dices de venir a Bruselas? Ha hecho tanto frío en febrero y buena parte de marzo,que no lamenté que no me hubieras acompañado. Si te hubiera visto temblar como temblaba yomisma, si te hubiera visto las manos y los pies tan rojos e hinchados como estaban los míos, mimalestar se habría duplicado. Me las arreglo bien en esta situación; no me inquieta; sólo meentumece y me silencia; pero si tú pasaras el invierno en Bélgica te pondrías enferma. Sinembargo, ahora llega un tiempo más agradable y me gustaría que estuvieras aquí. Aunque nuncate he presionado y nunca insistiré demasiado en que vengas. Hay que aceptar privaciones yhumillaciones; la monotonía y el aburrimiento de la vida; y, sobre todo, el permanentesentimiento de soledad entre tantas personas. El protestante, el extranjero, es una criaturasolitaria, tanto si es alumno como si es profesor. No es que me queje de mi suerte. Pues aunquereconozco que hay ciertos inconvenientes en mi trabajo actual, ¿qué puesto existe en el mundoque no los tenga? Y cada vez que me paro a comparar lo que soy con lo que era (mi posición aquícon mi posición en casa de la señora—, por ejemplo) me siento agradecida. Había un comentarioen tu última carta que me irritó momentáneamente. Al principio me pareció estúpido responder ylo dejé pasar. Después decidí dar una respuesta de una vez por todas. Parece que «tres o cuatropersonas tienen la idea de que el futuro épouse de la señorita Brontë está en el Continente». Esaspersonas saben más que yo. No les cabe en la cabeza que haya cruzado el mar sólo para volver encalidad de profesora al colegio de madame Heger. He de tener algún motivo más poderoso que elrespeto a mi director y directora, la gratitud por su amabilidad, etc., para rechazar un salario de50 libras en Inglaterra y aceptar uno de 16 libras en Bélgica. He de tener, en verdad, algunaremota esperanza de atrapar un marido como sea y donde sea. Si esas personas tan caritativasvieran la vida de reclusión absoluta que llevo, si supieran que no cruzo nunca una palabra conningún hombre más que con monsieur Heger, y en realidad incluso con él muy pocas veces,entonces quizá dejaran de suponer que tan quimérica e infundada idea había influido en midecisión. ¿He dicho suficiente para librarme de tan estúpida acusación? No es que casarse sea uncrimen, ni que lo sea el desear casarse. Pero es una majadería que sólo me merece desprecio quelas mujeres sin fortuna ni belleza hagan del matrimonio el principal objeto de sus deseos yesperanzas, y el fin de todos sus actos; que no sean capaces de convencerse de que son pocoatractivas y que les valdría más tranquilizarse y pensar en otras cosas.

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Lo que sigue es un fragmento de una de las pocas cartas que se conservan de lacorrespondencia con su hermana Emily.

29 de mayo de 1843

Aquí sigo, día tras día, a lo Robinson Crusoe, muy solitaria, pero eso no importa. En otrosaspectos no tengo ninguna queja importante, ni es ése un motivo de queja. Espero que estés bien.Pasea a menudo por los páramos. Un abrazo a Tabby. Espero que siga bien.

Escribió a su padre por entonces.

2 de junio de 1843

Me ha alegrado mucho recibir noticias de casa. Empezaba a preocuparme por no saber nadade vosotros y a abrigar vagos temores de que pasara algo. No me dices nada de tu salud, peroespero que estés bien, y también Emily. Me da miedo que tenga demasiado trabajo ahora que seha ido Hannah [una muchacha que ayudaba a Tabby]. Me alegra muchísimo saber que aúnconserváis a Tabby [tenía ya setenta y bastantes años]. Es una gran obra de caridad y no creo quequede sin recompensa, pues es muy leal y os cuidará siempre mientras pueda y lo mejor quepueda; además hará compañía a Emily, que se sentiría muy sola sin ella.

Ya hemos visto un devoir que escribió Charlotte cuando llevaba cuatro meses dando clases conmonsieur Heger. Transcribo ahora otro que escribió casi un año después, tiempo durante el cualsus progresos me parecen muy grandes:

31 Mai, 1843

SUR LA NOM DE NAPOLEÓNNapoléon naquit en Corse et mourut à Ste. Hélène. Entre ces deux îles rien qu’un vaste et

brûlant désert et l’océan immense. Il naquit fils d’un simple gentilhomme, et mourut empereur,mais sans couronne et dans les fers. Entre son berçeau et sa tombe qu’y a-t-il? La carrière d’unsoldat parvenue, des champs de bataille, une mer de sang, un trône, puis du sang encore, et desfers. Sa vie, c’est l’arc en ciel; les deux points extrêmes touchent la terre; la comble lumineusemesure les cieux. Sur Napoléon au berceau une mère brillait; dans la maison paternelle il avaitdes frères et des soeurs; plus tard dans son palais il eut une femme qui l’aimait. Mais sur son litde mort Napoléon est seul; plus de mère, ni de frère, ni de soeur, ni de femme, ni d’enfant!!D’autres ont dit et rediront ses exploits, moi, je m’arrête à contempler l’abandonnement de sadernière heure!

Il est là, exilé et captif, enchaîné sur un écueil. Nouveau Promethée il subit le châtiment de sonorgueil! Promethée avait voulu être Dieu et Créateur; il déroba le feu du Ciel pour animer lecorps qu’il avait formé. Et lui, Buonaparte, il a voulou créer, non pas un homme, mais un empire,et pour donner une existence, une âme, à son oeuvre gigantesque, il n’a pas hésité à arracher lavie à des nations entières. Jupiter indigné de l’impiété de Promethée le riva vivant à la cime du

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Caucase. Ainsi, pour punir l’ambition rapace de Buonaparte, la Providence l’a enchaîné jusqu’àce que mort s’en suivit, sur un roc isolé de l’Atlantique. Peutêtre là aussi a-t-il senti lui fouillantle flanc cet insatiable vautours dont parle la fable, peutêtre a-t-il souffert aussi cette soif ducoeur, cette faim de l’âme, qui torturent l’exilé, loin de sa famille, et de sa patrie. Mais parlerainsi n’est-ce pas attribuer gratuitement à Napoléon une humaine faiblesse qu’il n’éprouvajamais? Quand donc s’est-il laissé enchaîner par un lien d’affection? Sans doute d’autresconquérants ont hésité dans leur carrière de gloire, arrétés par un obstacle d’amour ou d’amitié,retenus par la main d’une femme, rappelés par la voix d’un ami — lui, jamais! Il n’eut pas besoincomme Ulysse, de se lier au mât du navire, ni de se boucher les oreilles avec la cire; il neredoutait pas le chant des Sirènes —il le dédaignait; il se fit marbre et fer pour exécuter sesgrands projets. Napoléon ne se regardait pas comme un homme, mais comme l’incarnation d’unpeuple. Il n’aimait pas; il ne considérait ses amis et ses proches que comme des instrumentsauxquels il tint, tant qu’ils furent utiles, et qu’il jeta de côté quand ils cessèrent de l’être. Q’on nese permette donc pas d’approcher du Sepulchre du Corse, avec sentiments de pitié, ou de souillerde larmes la pierre que couvre ses restes, son âme répudierait tout cela. On a dit, je le sais,qu’elle fut cruelle la main qui le sépara de sa femme, et de son enfant. Non, c’était une main qui,comme la sienne, ne tremblait ni de passion ni de crainte, c’était la main d’un homme froid,convaincu, qui avait su deviner Buonaparte; et voici ce que disait cet homme que la défaite n’a puhumilier, ni la victoire enorgueillir. «Marie-Louise n’est pas la femme de Napoléon; c’est laFrance que Napoléon a épousée; c’est la France qu’il aime, leur union enfante la perte del’Europe; voila la divorce que je veux; voila l’union qu’il faut briser.»

La voix des timides et des traitres protesta contre cette sentence. «C’est abuser dudroits de lavictoire! C’est fouler aux pieds le vaincu! Que l’Angleterre se montre clémente, qu’elle ouvre sesbras pour recevoir comme hôte son enemi désarmé.» L’Angleterre aurait peutêtre écouté ceconseil, car partout et toujours il y a des âmes faibles et timorées bientôt séduites par la flatterrieou effrayées par le reproche. Mais la Providence permit qu’un homme se trouvât qui n’a jamais suce que c’est que la crainte; qui aima sa patrie mieux que sa renommée; impénétrable devant lesmenaces, innacessible aux louanges, il se présenta devant le conseil de la nation, et levant sonfront tranquille et haut, il osa dire: «Que la trahison se taise! Car s’est trahir que de conseiller detemporiser avec Buonaparte. Moi je sais que sont ces guerres dont l’Europe saigne encore, commeune victime sous le couteau du boucher. Il faut en finir avec Napoléon Buonaparte. Vous vouseffrayez de tort d’un mot si dur! Je n’ai pas de magnanimité, dit-on? Soit! Que m’importe ce qu’ondit de moi. Je n’ai pas ici à me fraire une réputation de héros magnanime, mais à guérir si la cureest possible, l’Europe qui se meurt, épuisée de ressources et de sang, l’Europe dont vous négligezles vrais intérêts, préocupés que vous êtes d’une vaine renommée de clémence. Vous êtes faibles.Eh bien! je viens vous aider. Envoyez Buonaparte à Ste. Héléne! N’hésitez pas, ne cherchez pas unautre endroit; c’est le seul convenable. Je vous le dis, j’ai réfléchi pour vous; c’est là qu’il doitêtre et non pas ailleurs. Quant à Napoléon, homme, soldat, je n’ai rien contre lui; c’est un LionRoyal, auprès de qui vous n’êtes que des Chacals. Mais Napoléon Empereur, c’est autre chose, jel’extirperai du sol de l’Europe.» Et celui qui parla ainsi toujours su garder sa promesse, celle-là,comme toutes les autres. Je l’ai dit, et je le répète, cet homme est l’égal de Napoléon par la génie;

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comme trempe de caractère, comme droiture, comme élévation de pensée et de but, il est d’unetout autre espèce. Napoléon Buonaparte était avide de renommée et de gloire; Arthur Wellesley nese soucie ni de l’une, ni de l’autre; l’opinion publique, la popularité, étaient choses de grandvaleur aux yeux de Napoléon; pour Wellington l’opinion publique est une rumeur, un rien que lesouffle de son inflexible volonté fait disparaître comme une bulle de Savoy. Napoléon flattait lepeuple; Wellington le brusque; l’un cherchait les applaudissements, l’autre ne se soucie que dutémoignage de sa conscience; quand elle approuve, c’est assez; toute autre louange l’obsède.Aussi ce peuple, qui adorait Buonaparte, s’irritait, s’insurgeait contre la morgue de Wellington;parfois il lui témoigna sa colère et sa haine par des grognements, par des hurlements de bêtesfauves; et alors avec une impassibilité de sénateur Romaine, le moderne Coriolan, torsait duregard l’émeute furieuse; il croisait ses bras nerveux sur sa large poitrine, et seul, debout sur sonsenil, il attendait, il bravait, cette tempête populaire dont les flots venaient mourir à quelques pasde lui: et quand la foule honteuse de sa rébellion, venait lécher les pieds du maître, le hautainpatricien méprisait l’hommage d’aujourd’hui comme la haine d’hier, et dans les rues de Londres,et devant son palais ducal d’Apsley, il repoussait d’un genre plein de froid dedain l’incommodeempressement du peuple enthousiaste. Cette fierté néanmoins n’excluait pas en lui une raremodestie; partout il se soustrait à l’éloge; se dérobe au panégyrique; jamais il ne parle de sesexploits, et jamais il ne souffre qu’un autre que lui en parle en sa présence. Son caractère égaleen grandeur et surpasse en vérité celui de tout autre héros ancien ou moderne. La gloire deNapoléon crût en une nuit, comme la vigne de Jonah, et il suffit d’un jour pour la flétrir; la gloirede Wellington est comme les vieux chênes qui ombragent le château de ses pères sur les rives duShannon; le chêne croît lentement; il lui faut du temps pour pousser vers le ciel ses branchesnouesses, et pour enforcer dans le sol, ces racines profondes qui s’enchevêtrent dans lesfondements solides de la terre; mais alors, l’arbre séculaire, inébranlable comme le roc où il a sabase, brave et la faux du temps et l’efforte des ventes et des tempêtes. Il faudra peutêtre un siècleà l’Angleterre pour qu’elle connaisse la valeur de son héros. Dans un siècle, l’Europe entièresaura combien Wellington a de droit à sa reconnaissance.»

¡Cuántas veces al escribir esta redacción «en una tierra extraña» debió de pensar la señoritaBrontë en las antiguas discusiones infantiles en la cocina de la rectoría de Haworth, sobre losrespectivos méritos de Wellington y Bonaparte! Aunque tituló su devoir «Sobre el nombre deNapoleón», parece que consideraba aún una cuestión de honor cantar las alabanzas de un héroeinglés en vez de detenerse en el carácter de un extranjero, hallándose como se hallaba entrepersonas que se interesaban poco por Inglaterra y por Wellington. Creía que había hecho grandesprogresos en el dominio del francés, que había sido el principal objetivo de su ida a Bruselas. Peropara quien aprende con celo siempre hay cumbres más altas que coronar. En cuanto se ha salvadoun obstáculo, surge algún otro objetivo deseable y hay que seguir luchando para alcanzarlo.Charlotte se marcó entonces la meta de aprender bien el alemán; y decidió quedarse en Bruselashasta que lo consiguiera. Se apoderó de ella un intenso deseo de volver a casa; pero su abnegaciónera más fuerte y se lo impedía. Libró una encarnizada lucha interior; cada fibra de su corazón seestremeció en la tensión por controlar su voluntad; y cuando se dominó, no era una vencedora

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serena y suprema en el trono, sino una víctima doliente y jadeante. Sus nervios y su ánimocedieron. Su salud se resintió mucho.

Bruselas, 1 de agosto de 1843

Tened piedad y no me culpéis si me quejo en esta carta, os lo advierto, estoy abatida y cielo ytierra me parecen vacíos y lóbregos en este momento. Dentro de pocos días empezarán lasvacaciones; todo el mundo está feliz y contento con la idea, porque todos se irán a casa. Yo sé quetengo que quedarme aquí las cinco semanas que duran las vacaciones, y que estaré muy soladurante ese tiempo, y alicaída por ello, y los días y las noches me parecerán eternos y tediosos. Esla primera vez en mi vida que temo realmente las vacaciones. ¡Ay!, estoy tan apesadumbrada quecasi no puedo escribir; y deseo tanto ir a casa. ¿No es infantil? Perdonadme, porque no puedoevitarlo. Pero aunque no soy lo bastante fuerte para sobrellevarlo con ánimo, puedosobrellevarlo; y aguantaré unos meses más (Dios mediante), hasta que aprenda alemán; yentonces podré volver a veros a todos. ¡Ojalá hubieran pasado ya las vacaciones! Pasarán tandespacio [...] Tened la caridad cristiana de escribirme una carta muy larga; llenadla con losdetalles más nimios; todo será interesante. No creáis que quiero dejar Bélgica porque la gente metrata mal. Todos son amabilísimos, pero la nostalgia se apodera de mí. No puedo quitármela deencima. Sinceramente, vuestra alegre, vivaz y animosa

C. B.

Las grandes vacances empezaron poco después de la fecha de esta carta, y Charlotte quedó enel colegio desierto, sola con otra profesora por única compañía. Esta profesora era francesa ynunca había sido amable con ella; pero cuando se quedaron solas, Charlotte descubrió que sucompañera era más libertina de lo que ella imaginaba que pudiera ser una persona, y rezumabauna suerte de sensualidad fría y sistemática; y todo su ser rechazó con repugnancia la compañía deaquella mujer. Un nerviosismo febril dominó a la señorita Brontë. Nunca había dormido muy bien,pero ahora no podía dormir nada. Todo lo que le resultaba desagradable o detestable durante eldía, volvía al final del mismo con exagerada intensidad a su imaginación enfermiza. Habíamotivos de angustia e inquietud en las noticias de casa, sobre todo por Branwell. Permanecíadespierta al fondo del gran dormitorio de la inmensa y silenciosa casa a altas horas de la noche,todos los miedos relativos a aquellos a quienes amaba y que estaban tan lejos en otro paíscobraban una espantosa realidad, agobiándola y angustiándola mortalmente. Pasaba las noches envela sumida en un dolor angustioso y deprimente. Aquellas noches fueron precursoras de muchasiguales que soportaría en años venideros.

La aversión a su compañera y la inquietud de la fiebre la impulsaban a salir durante el día;caminaba con el propósito de llegar a un estado de fatiga física que le provocara sueño. Recorríalos bulevares y las calles con paso cansino, a veces durante cuatro horas seguidas; otras veces setambaleaba y descansaba en uno de los muchos bancos dispuestos para el reposo de grupos alegresy para los vagabundos solitarios como ella. Luego reanudaba la marcha (hacia donde fuera, menosal colegio): al cementerio en que descansaba Martha, y más lejos aún, hasta las colinas donde nohay nada que ver más que campos que se pierden en el horizonte. Las sombras del atardecer le

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hacían volver sobre sus pasos (un poco mareada porque no había comido, pero sin sentir hambre);fatigada por el prolongado y continuo ejercicio, pero aún inquieta y condenada a otra noche devigilia agotadora y angustiosa. Volvía por las calles de los alrededores de la Rue d’Isabelle yseguía caminando, eludiendo aquella calle concreta y a sus habitantes, hasta que ya no se atrevía aseguir fuera. Al final se vio obligada a guardar cama unos días, y el descanso forzoso le sentóbien. Cuando empezaron de nuevo las clases seguía débil, pero ya no estaba tan desanimada, yreanudó sus obligaciones prácticas.

Escribe lo siguiente:

13 de octubre de 1843

A Mary le va muy bien ahora, como se merece. Me escribe con frecuencia. Sus cartas y lasvuestras constituyen uno de mis pocos placeres. Insiste mucho en que deje Bruselas y me vaya conella. Pero, de momento, por más que me tiente dar un paso así, no me parecería justificadohacerlo. Dejar algo seguro por algo completamente incierto sería imprudente en sumo grado. Apesar de eso, Bruselas me parece absolutamente desolada ahora. Desde que se fueron los D. notengo amigos. En realidad, tenía unas amistades muy agradables de la familia de un doctor, perotambién se han marchado. Se fueron en la última quincena de agosto y estoy completamente sola.No puedo contar a los belgas. Es una situación bien extraña, verse tan absolutamente solo entretantas personas. A veces la soledad me agobia de forma insoportable. Un día, hace poco, sentí queno podía aguantar más y fui a ver a madame Heger y se lo dije. Si dependiera de ella, habríaquedado en libertad rápidamente; pero cuando monsieur Heger se enteró de lo que pasaba mellamó al día siguiente y me comunicó con vehemencia su decisión: que no debía marcharme; enaquel momento no podía insistir en mi propósito sin provocar su enojo; así que le prometíquedarme un poco más. Cuánto, no lo sé. No me gustaría regresar a Inglaterra a no hacer nada.Ya soy demasiado mayor para eso; pero si supiera que hay una buena oportunidad de abrir uncolegio, creo que la aceptaría. Aquí todavía no encienden el fuego, y paso mucho frío; por lodemás, estoy bien de salud. El señor — llevará esta carta a Inglaterra. Es un joven de aspecto muyagradable y excelente conducta, que parece carente de vigor; no me refiero a su vigor físico, queno le pasa nada, sino a su carácter.

Aquí me desenvuelvo a mi manera; pero ahora que Mary D. se ha marchado de Bruselas notengo con quien hablar, pues no cuento a los belgas. A veces me pregunto cuánto tiempo seguiréaquí; pero hasta ahora sólo he hecho la pregunta; no la he contestado. Creo que cuando hayaaprendido todo el alemán que estime adecuado haré las maletas y me iré. Las punzadas deañoranza son muy dolorosas de vez en cuando. Hoy hace un día luminoso y deslumbrante y yoestoy aturdida con dolor de cabeza y catarro. No tengo nada que contarte. Aquí todos los días soniguales. Sé que como vives en el campo no crees posible que la vida sea monótona en el centro deuna capital radiante como Bruselas; pero así es. Lo noto de forma especial los días de fiesta, enque todas las alumnas y profesores van de visita y a veces me quedo completamente sola durantehoras con cuatro grandes aulas vacías a mi disposición. Intento leer, intento escribir; pero envano. Entonces voy de una habitación a otra, pero el silencio y la soledad de toda la casa pesancomo plomo en el ánimo. No te lo creerás, pero madame Heger (tan bondadosa y amable como la

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he descrito) nunca se me acerca en esas ocasiones. Confieso que yo misma me asombré la primeravez que me quedé sola así; todos los demás disfrutaban de los placeres de un día de fête con susamigos y ella sabía que yo estaba completamente sola y no me prestó la menor atención. Sinembargo, tengo entendido que hace grandes elogios de mí a todo el mundo y dice que soy unaprofesora excelente. Claro que no es más fría conmigo que con los demás profesores; aunque ellosdependen menos de ella que yo. Tienen parientes y conocidos en Bruselas. ¿Recuerdas la cartaque me escribió cuando estaba en Inglaterra? ¿Lo amable y afectuosa que era? ¿No es extraño?En fin, mis quejas son una especie de desahogo que me permito. En todos los demás aspectos estoycontenta con mi situación y puedes decírselo así a quienes pregunten por mí (si es que alguien lohace). Escríbeme siempre que puedas, cariño. Cada carta es una buena obra que haces, porqueconsuelas a un alma desconsolada.

Una de las razones del distanciamiento silencioso entre madame Heger y la señorita Brontë ensu segundo año de residencia en Bruselas podría ser que la aversión al catolicismo de laprotestante inglesa aumentó con su conocimiento del mismo y sus efectos en quienes loprofesaban. Y Charlotte Brontë era de una sinceridad inflexible cuando tenía que expresar suopinión. Madame Heger, por el contrario, no era sólo católica, sino también dévote. No eraafectuosa e impulsiva por temperamento y se regía de forma natural por su conciencia más quepor las emociones. Y su conciencia estaba en manos de sus consejeros religiosos. Considerabacualquier desaire a su Iglesia una blasfemia contra la Verdad Sagrada; y, aunque no era propensa aexpresar libremente sus opiniones y sentimientos, su actitud cada vez más distante demostraba lomucho que habían herido sus ideas más preciadas. Así que, aunque nunca hubo ningunaexplicación del cambio de actitud de madame Heger, podríamos considerar ésta una buena razón,ya que por esas fechas Charlotte advirtió con pesar un silencioso distanciamiento entre ambas; undistanciamiento del que quizá la primera no fuera muy consciente. Ya he aludido antes a lasnoticias de casa que inquietaban sobremanera a Charlotte con recelos respecto a Branwell y queexplicaré con más detalle cuando sus peores aprensiones se hicieron realidad y afectaron a su vidacotidiana y a la de sus hermanas. Lo menciono aquí de nuevo para que el lector recuerde laspreocupaciones lacerantes que tenía que guardar en su corazón, y cuyo dolor sólo se calmabadurante un tiempo entregándose con diligencia al cumplimiento de sus obligaciones del momento.Otra preocupación remota se advierte vagamente en esta época. Su padre había empezado a tenerproblemas de vista y existía la posibilidad de que se quedara ciego en poco tiempo; se había vistoobligado a delegar más funciones en un coadjutor y el señor Brontë, que siempre había sidogeneroso, tendría que pagar más de lo que había pagado hasta entonces por esta ayuda.

Charlotte escribió lo siguiente a Emily:

1 de diciembre de 1843

Hoy es domingo, por la mañana. Los demás están en su idólatra messe y yo estoy aquí, en elrefectoire. Me encantaría estar en el comedor de casa, o en la cocina, o en la trascocina; megustaría incluso estar preparando el picadillo, con el secretario y algunos del registro en la otramesa, y tú al lado, comprobando si echaba harina suficiente, no demasiada pimienta, y sobre todo

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que reservaba los mejores trozos de la pata de cordero para Tiger y Keeper, con el primero deestos personajes brincando alrededor del plato y el cuchillo de trinchar, y el segundo de pie comouna llama devoradora en el suelo de la cocina. ¡Y para completar el cuadro, Tabby avivando elfuego para hervir las patatas hasta que se convirtieran en una especie de cola vegetal! ¡Quémaravillosos son esos recuerdos ahora! ¡Aunque no pienso volver a casa ahora mismo! No tengoningún pretexto real para hacerlo; es cierto que este lugar me deprime, pero no puedo volver acasa sin tener una perspectiva concreta cuando llegue; y esa perspectiva no puede ser un empleo;eso sería salir del túnel para meterse en el pozo. Me dices que eres perezosa. ¡No seas ridícula![...] ¿Está bien papá? ¿Estás bien tú? ¿Y Tabby? Me preguntas por la visita de la reina Victoria aBruselas. La vi un instante pasar como un rayo por la Rue Royale en una carroza tirada por seiscaballos, rodeada de soldados. Sonreía y hablaba animosamente. Parecía una jovencita vivaz yrobusta, vestida con sencillez, sin demasiada solemnidad ni boato. A los belgas en general lesgustó mucho. Decían que había alegrado la sombría corte del rey Leopoldo, que suele ser tanlúgubre como un conventículo. Vuelve a escribirme pronto. Dime si papá desea realmente muchoque yo vuelva a casa y si tú también. Tengo la idea de que no sería de ninguna utilidad ahí: algoasí como una anciana en la parroquia. Ruego fervorosamente que estéis todos bien en Haworth,especialmente en nuestra casa gris medio vacía. ¡Dios bendiga sus muros! Seguridad, salud,felicidad y prosperidad para ti, papá y Tabby. Amén.

C. B.

Diversas razones conspiraron a finales de ese año (1843) con las causas de ansiedad que ya hemencionado para hacer creer a Charlotte que su presencia era absoluta e imperiosamente necesariaen casa, mientras que ella ya había conseguido todo lo que se había propuesto cuando volvió porsegunda vez a Bruselas; y además, madame Heger ya no la trataba con la bondadosa cordialidad deantes. Debido a todas estas circunstancias que torturaban con punzante insistencia su mentesensible, comunicó repentinamente a dicha señora su irrevocable decisión de regresar a Inglaterra.Tanto el señor como la señora Heger convinieron con ella que sería para bien cuando supieronsólo la parte que podía revelarles, es decir, la creciente ceguera del señor Brontë. Pero alaproximarse el ineludible momento en que tendría que separarse de las personas y los lugares conquienes y donde había pasado tantas horas felices, le falló el ánimo. Tenía el presentimiento deque no volvería a verlos, y sólo recibió el vago consuelo de que sus amigos le recordaran queBruselas y Haworth no quedaban tan lejos; que el viaje de un lugar a otro no era tan difícil niimposible como parecían afirmar sus lágrimas; incluso dijeron algo de que las hijas de madameHeger irían a estudiar a su colegio si cumplía su propósito de abrirlo. Y para facilitarle el éxito enel proyecto si alguna vez lo realizaba, monsieur Heger le entregó un diploma con el sello delAthénée Royale de Bruxelles, que demostraba su perfecta competencia para enseñar francés, porhaber estudiado allí gramática y redacción, además de haberse preparado para la enseñanzaestudiando y practicando los mejores métodos. El certificado lleva fecha del 29 de diciembre de1843, y Charlotte llegó a Haworth el 2 de enero de 1844.

El 23 de ese mes escribe lo siguiente:

Todos me preguntan qué voy a hacer ahora que he vuelto a casa; y me parece que todos

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esperan que abra inmediatamente un colegio. En realidad, es lo que me gustaría hacer. Lo deseomás que ninguna otra cosa. Dispongo de dinero suficiente para ello y creo que ahora también dela preparación necesaria para tener bastantes posibilidades de éxito; sin embargo, no puedopermitirme ponerlo en marcha, emprender el objetivo que parece ahora a mi alcance y quedurante tanto tiempo me he esforzado por conseguir. Me preguntarás por qué. Se debe a papá.Como bien sabes, se está haciendo viejo y lamento decirte que está perdiendo la vista. Hace mesesque siento que no debo estar lejos de él y ahora creo que sería demasiado egoísta dejarle (almenos mientras Branwell y Anne estén fuera) para dedicarme a mis propios asuntos. Procurarésacrificarme y esperar, con la ayuda de Dios.

Sufrí mucho antes de marcharme de Bruselas. Creo que por muchos años que viva nuncaolvidaré lo que me costó separarme de monsieur Heger. Me apenó mucho entristecerle a él, queha sido un verdadero amigo, amable y desinteresado. Al despedirnos me entregó una especie dediploma que certifica mis aptitudes docentes, con el sello del Athénée Royal, del que es profesor.Me sorprendió también el pesar que demostraron mis alumnas belgas cuando supieron que iba amarcharme. No me parecía propio de su carácter flemático [...] No sé si te pasará lo mismo, peroyo ahora tengo a veces la sensación de que todas mis ideas y sentimientos, exceptuando algunasamistades y afectos, ya no son lo que eran. Se ha quebrado y se ha apagado algo en mi interiorque era entusiasmo. Tengo menos ilusiones; lo único que pido ahora es el ejercicio activo:participar en la vida. Haworth me parece un lugar solitario y silencioso, un rincón remoto yolvidado del mundo. Ya no me considero joven, en realidad pronto cumpliré veintiocho años; y meparece que tendría que estar trabajando y afrontando la cruda realidad, como hacen las demáspersonas. Claro que en este momento tengo la obligación de reprimir ese sentimiento, y procuraréhacerlo por todos los medios.

Anne y Branwell consiguieron un permiso para ir a casa a celebrar el regreso de su hermana. Alas pocas semanas, Charlotte fue a B. a visitar a su amiga. Pero no se encontraba muy bien ni muyfuerte, y parece que se fatigó mucho con el corto viaje de veintidós kilómetros.

En una carta que escribió poco después de volver a Haworth a alguien de la casa en que habíaestado encontramos este párrafo: «Nuestro pobre gatito llevaba dos días enfermo y acaba demorir. Es doloroso ver incluso a un animal sin vida. Emily está triste». Estas palabras revelanrasgos del carácter de las dos hermanas en los que he de insistir un poco. Charlotte trataba conmás ternura de la habitual a los animales, que a su vez se sentían invariablemente atraídos porella, con ese fino instinto que demuestran tantas veces. La aguda y exagerada conciencia de susdefectos personales —su falta innata de esperanza, que le impedía confiar fácilmente en el afectohumano y responder a cualquier manifestación de cariño— era también la causa de su actitudtímida y comedida con hombres y mujeres, e incluso con los niños. Ya hemos visto esadesconfianza vacilante en su capacidad de inspirar afecto en la grata sorpresa que manifiesta anteel pesar de sus alumnas belgas por su partida. Pero no sólo sus actos eran amables con losanimales, sino que sus palabras y su actitud eran siempre afables y afectuosas con ellos; y advertíarápidamente la más mínima falta de interés y ternura por parte de otros hacia cualquier pobreanimal. Los lectores de Shirley quizá recuerden que es una de las pruebas que la protagonista

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aplica a su amado.

—¿Sabe a qué adivinos consultaría? [...]—[...] Al pequeño mendigo irlandés que llega descalzo hasta mi puerta; al ratón que sale por

la grieta del zócalo; al pájaro que picotea en mi ventana buscando migajas en medio de la nieve;al perro que me lame la mano y se sienta a mis pies [...]

—[...] Al gato negro le encanta encaramarse a las rodillas de cierta persona, y ronronearcontra su hombro y su mejilla. El viejo perro siempre sale de su caseta moviendo la cola ygimotea afectuosamente cuando pasa.

—[...] [Él] acaricia tranquilamente al gato y deja que se siente mientras él está sentado; ycuando ha de incomodarlo para levantarse, lo deja suavemente en el suelo, y nunca lo aparta conbrusquedad; en cuanto al perro, siempre le silba y lo caricia. [Léase Charlotte y ella, donde ponecierta persona y él.]

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65

El sentimiento, que en Charlotte tenía cierto carácter de afecto, en Emily era más una pasión.Alguien me dijo una vez, hablando de ella con despreocupación muy expresiva: «Nunca demostróconsideración a ningún ser humano; reservaba todo su amor para los animales». El desvalimientode un animal le garantizaba el afecto de Charlotte. Y su carácter terco, salvaje y furioso era lo quelo encomendaba a Emily. Hablando de la muerte de su hermana, Charlotte me dijo que habíatomado de ella muchos rasgos del carácter de Shirley; su forma de sentarse a leer en la alfombra,rodeando con un brazo el pescuezo de su bulldog; su llamada a un perro extraño que pasabacorriendo con la cabeza caída y la lengua colgando, para darle un trago de agua, la furiosaamenaza del animal, la presencia de ánimo de ella, que se dirige majestuosamente a la cocina yagarra una de las tenacillas al rojo de Tabby para cauterizar el lugar en que la había mordido, sindecírselo a nadie luego hasta que el peligro casi había pasado, por miedo a los terrores que podríanacosar sus mentes más débiles. Todo eso, que se considera pura ficción inventada en Shirley, loescribió Charlotte llorando a lágrima viva66. Era el relato verdadero y literal de lo que había hechoEmily. El mismo bulldog pardo rojizo (con su «silbido estrangulado») que en Shirley se llamaTartar, era Keeper en la rectoría de Haworth; un regalo que habían hecho a Emily. Y con el regaloiba esta advertencia: Keeper era el perro más fiel del mundo mientras estaba con amigos; pero sialguien le pegaba con un palo o con un látigo, provocaría el aspecto implacable del animal, que searrojaría a su garganta inmediatamente y no lo soltaría hasta que uno de los dos estuviera al bordede la muerte. El defecto doméstico de Keeper era el siguiente: le encantaba escabullirse al piso dearriba y estirar sus gruesas patas pardas en las cómodas camas, cubiertas con delicadas colchasblancas. Pero la limpieza de las habitaciones de la rectoría era perfecta. Y esa costumbre deKeeper era tan inaceptable que ante las protestas de Tabby, Emily declaró que si volvía aencontrarle en una cama, olvidaría la advertencia sobre su ferocidad y ella misma le daría talpaliza que se le quitarían para siempre las ganas de repetirlo.

Una tarde de otoño hacia el anochecer, apareció Tabby temblorosa y triunfal, pero colérica, adecirle a Emily que Keeper estaba tumbado en la cama grande con soñolienta voluptuosidad.Charlotte vio que Emily palidecía y fruncía los labios, pero no se atrevió a intervenir. Nadie seatrevía a hacerlo cuando Emily apretaba los labios con aquel rictus pétreo y le brillaban de aquelmodo los ojos en la palidez de su cara. Subió al piso de arriba, mientras Charlotte y Tabbyesperaban abajo en el pasillo, en la penumbra llena de sombras oscuras de la noche inminente.Emily bajó las escaleras arrastrando al reacio Keeper agarrado por el cogote; el animal se resistíaa mover las patas traseras y no dejaba de gruñir en tono bajo y feroz. Las observadoras habríanhablado de buen grado, pero no se atrevieron por miedo a que Emily se distrajera y apartara lacabeza un momento del furioso animal. Lo dejó plantado en un rincón oscuro al pie de lasescaleras; y como no había tiempo de buscar palo o vara, por miedo a su atenazamientoestrangulador, apretó el puño y lo descargó contra los ojos furiosos y enrojecidos sin darle tiempoa saltar, y, en lenguaje hípico, «lo castigó» hasta que se le hincharon los ojos, y luego lo llevó,aturdido y medio ciego, a su guarida habitual, donde la misma Emily le aplicó fomentos en lacabeza hinchada y lo cuidó. El noble animal no le guardó nunca rencor; la amó de verdad siempre.Caminó en el cortejo fúnebre de su entierro; durmió gimiendo durante noches a la puerta de su

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habitación vacía y, a su modo perruno, por así decirlo, nunca se alegró después de su muerte.Esperemos que, según las creencias indias, siga ahora a Emily; y que cuando descanse, duerma enalgún lecho de sueños blanco sin que lo castiguen cuando despierte a la vida del mundo de losespíritus.

Ahora podemos comprender la fuerza de las palabras: «Nuestro pobre gatito acaba de morir.Emily está triste».

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CAPÍTULO XIII

Los páramos fueron un gran recurso aquella primavera; Emily y Charlotte los recorrieroncontinuamente, «para gran perjuicio de nuestros zapatos, pero espero que para gran beneficio denuestra salud». Y durante sus caminatas hablaron mucho del viejo proyecto de abrir un colegio; encasa, sin embargo, se dedicaban con ahínco a hacer camisas para el ausente Branwell yreflexionaban en silencio sobre su vida pasada y futura. Al fin tomaron una decisión.

He empezado a trabajar en serio en la empresa de abrir un colegio; o mejor dicho, aceptar unlimitado número de alumnas en casa. Es decir, que he empezado a buscar alumnas de verdad.Escribí a la señora — [la dama para quien había trabajado como institutriz antes de irse aBruselas], sin pedirle que envíe a su hija, eso no puedo hacerlo, sino comunicándole mi decisión.He recibido una respuesta del señor—, expresando, a mi entender, sincero pesar por el hecho deque no se lo hubiera comunicado un mes antes, en cuyo caso me dice que habrían enviadocomplacidos a su hija, y también a la del coronel S., pero que ya están comprometidas con laseñorita C. La respuesta me decepciona en parte y en parte me complace; en realidad, ha sido unainyección de ánimo la cálida afirmación de que si lo hubieran sabido un poco antes me habríanconfiado a su hija. Te confieso que tenía mis dudas de que alguien estuviera dispuesto a enviar asu hija a estudiar a Haworth. Y esas dudas se han disipado en parte. También he escrito a laseñora B., adjuntando el diploma que me dio monsieur Heger antes de marcharme de Bruselas.Todavía no he recibido su respuesta y la espero con cierta ansiedad. No creo que me envíe aninguna de sus hijas, pero me atrevo a decir que, si lo hiciera, me recomendaría a otras alumnas.Lamentablemente, nos conoce muy poco. En cuanto tenga una sola alumna segura haré imprimirtarjetas con las condiciones e iniciaré los arreglos necesarios en la casa. Tendrá que estar todolisto antes del invierno. Pienso fijar la pensión y la enseñanza en inglés en 25 libras por año.

Más adelante, el 24 de julio del mismo año, escribe de nuevo:

Sigo adelante con mi asuntillo lo mejor que puedo. He escrito a todas las amigas sobre las quetengo el más mínimo ascendiente y a algunas sobre las que no tengo ninguno; por ejemplo, laseñora B. En realidad, me he permitido incluso visitarla. Fue correctísima. Lamentó que sus hijasestuvieran ya en el colegio en Liverpool. Me dijo que la empresa le parecía encomiable, pero quetemía que me costara sacarla adelante por el emplazamiento. Es la misma respuesta que recibo decasi todos. Les digo que el lugar retirado en algunos sentidos es una ventaja; que si estuviera enuna gran ciudad no podría permitirme aceptar estudiantes en condiciones tan módicas (la señoraB. comentó que las condiciones le parecían muy módicas), pero que aquí no tenemos que pagaralquiler y podemos ofrecer el mismo nivel de enseñanza que en los colegios caros a poco más dela mitad de precio; y que como el número de alumnas ha de ser limitado, podremos dedicarbastante más tiempo y trabajo a cada una. Muchas gracias por el precioso bolsillo que me

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enviaste. Te hago un curioso regalo a cambio enviándote media docena de tarjetas del colegio.Empléalas como te dicte tu juicio. Verás que he fijado la suma en 35 libras, que me parece unamedia justa, teniendo en cuenta las ventajas y los inconvenientes.

Escribió esa carta en julio; pasaron agosto, septiembre y octubre sin noticias de ningunaalumna. Un día tras otro, las hermanas sentían cierta esperanza hasta que llegaba el correo. PeroHaworth era un pueblo agreste y solitario; y las hermanas Brontë tenían muy pocas relaciones yeran poco conocidas. Charlotte escribe sobre el tema en los primeros meses de invierno:

Emily, Anne y yo te agradecemos sinceramente todo lo que has hecho por nosotras. Y si tusesfuerzos no han dado resultado, tampoco los nuestros. Todos desean que nos vaya bien; pero nohay alumnas. No tenemos la menor intención de desanimarnos por ello y mucho menos deavergonzarnos por el fracaso. El esfuerzo ha de ser beneficioso, sea cual sea el resultado, porquees experiencia, y nos proporciona un mayor conocimiento de este mundo. Te envío más circulares.

Y un mes después dice:

Todavía no hemos hecho ningún cambio en casa. Sería absurdo habiendo tan pocasprobabilidades de conseguir alumnas. Me temo que te estés tomando demasiadas molestias pornosotras. Ten por seguro que si convencieras ahora a alguna madre de que trajera a su hija aHaworth, el aspecto del lugar la asustaría y se llevaría a su querida hija de vuelta al instante. Nosalegra haberlo intentado y no vamos a desanimarnos por no haberlo conseguido.

Es probable que las hermanas sintieran un alivio creciente y secreto por el fracaso delproyecto. ¡Sí!, una sorda sensación de alivio por el hecho de haber intentado llevar a la práctica supreciado proyecto y no haberlo conseguido. Porque aquella casa, que era también el hogar de suhermano de vez en cuando, no parecía una residencia adecuada para las hijas de extraños. Lo másprobable es que se dieran cuenta sin confesárselo de que los hábitos de Branwell desaconsejabantotalmente su compañía a veces. También debían de conocer ya los rumores inquietantes sobre larazón de los remordimientos y la angustia que le hacían mostrarse alegre de forma nerviosa yforzada unas veces, y otras malhumorado e irritable.

En enero de 1845, Charlotte dice: «Branwell ha estado más tranquilo y menos irritable enconjunto ahora que en el verano. Anne, como de costumbre, se muestra siempre bondadosa, afabley paciente». El profundo dolor que Branwell ocasionaría a su familia había adoptado ya una formaclara e influyó mucho en la salud y en el ánimo de Charlotte. A primeros de año fue a H. adespedirse de su querida amiga Mary, que se disponía a marcharse a Australia.67 Pero laangustiaba el dolor previo al pleno conocimiento del pecado del que su hermano era cómplice; quelo estaba arrastrando a hábitos de bebedor empedernido; pero que lo tenía tan embrujado queningún reproche de otros, por duro que fuera, ni ningún remordimiento momentáneo, por intensoque fuera, podían hacerle dejar el capricho que lo esclavizaba.

He de explicar la historia. Lo evitaría si pudiera; pero no sólo la conocen tantas personas comopara que podamos considerarla de dominio público, en cierta forma, sino que además es posible

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que la revelación del sufrimiento, el suplicio de toda la vida, los hábitos degradantes y la muertetemprana de su compañero de culpa, así como el prolongado y profundo dolor de su familia, a lamujer malvada que no sólo sigue con vida sino que frecuenta los alegres círculos de la sociedadlondinense como una viuda pletórica, elegante y próspera, quizá provoque su arrepentimiento.68

Ya he mencionado que Branwell había obtenido un puesto de tutor particular. Muy inteligente,conversador brillante, buen escritor, experto dibujante, acostumbrado al reconocimiento y defísico bastante agraciado, se encaprichó de una mujer casada casi veinte años mayor que él. No loexcusa decir que ella se insinuó primero y que le «hizo la corte». Ella era tan descarada einsensible, que lo hacía delante de sus hijos adolescentes casi adultos, que la amenazaban concontar «lo que hacía con el señor Brontë» a su padre, que estaba postrado en la cama, si no lespermitía este o aquel capricho. Branwell estaba tan cautivado por aquella mujer madura y malvadaque fue de mala gana a pasar las vacaciones a casa y se quedó el menor tiempo posible,asombrando y disgustando a todos con su insólito comportamiento (tan pronto animadísimo comoprofundamente deprimido), acusándose de la peor culpa y de la traición más grave pero sinespecificar cuáles eran éstas; y manifestando, en general, una crispación rayana en la locura.

El misterioso comportamiento de su hermano causó un profundo pesar a Charlotte y a Emily.Él se manifestaba muy satisfecho con su empleo y llevaba en él más tiempo que en ninguno otroanterior, así que ellas no podían imaginar qué era lo que le causaba tanta inquietud y obstinación,y aquellos cambios de humor. Pero la sensación de que se había metido en algo turbio lasdeprimía y las agobiaba. Empezaron a perder toda esperanza en la carrera futura de su hermano.Dejó de ser el orgullo de la familia; empezó a dominarlas el vago temor de que podía causar sugran desgracia. Pero yo creo que no se atrevían a analizar sus temores y que hablaban de él lomenos posible entre ellas. No podían evitar pensar, llorar y darle vueltas.

20 de febrero de 1845

He pasado una semana en H.; no ha sido muy agradable; el dolor de cabeza, el malestar y elabatimiento me convirtieron en una compañía lastimosa, una carga para la animada y locuazalegría de todos los demás habitantes de la casa. No tuve la suerte de sentirme mejor ni siquieradurante una hora mientras estuve allí. Estoy segura de que todos se alegraron cuando me marché,tal vez con la única excepción de Mary. Empiezo a darme cuenta de que tengo demasiado pocoánimo ahora para ser la compañía adecuada para nadie más que para las personas muytranquilas. ¿Será la edad o qué otra cosa lo que me cambia así?

Quizá no necesitara hacer esa pregunta. ¿Cómo no iba a sentirse «abatida», una «pésimacompañía» y una «carga» para quienes se sentían alegres y felices? Su plan para ganarse la vida sehabía ido a pique, había quedado reducido a cenizas; después de tantos preparativos no habíanconseguido ni una sola alumna; y en lugar de lamentar que este deseo abrigado durante tantos añosno se materializada, tenía razones para alegrarse de ello. Su pobre padre, casi ciego, dependía deella en su desvalimiento; y ésa era una responsabilidad sagrada que no podía eludir. Y un negropesimismo se cernía sobre Branwell, que había sido la mayor esperanza de la familia, sobre el

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misterio que envolvía su caprichosa conducta. De algún modo y en algún momento tendría queregresar a su hogar para ocultar su vergüenza; ésa era la triste premonición de las hermanas. Y¿cómo podía sentirse alegre Charlotte, además, si su querida y noble amiga Mary iba a marcharsetan lejos y para tanto tiempo que su corazón le decía que la perdería «para siempre»? Mucho anteshabía escrito que Mary T. estaba «llena de sentimientos nobles, cálidos, generosos, leales yprofundos. ¡Dios la bendiga! No hay en el mundo persona más noble. Daría con gusto la vida poraquellos a quienes ama. Su inteligencia y sus logros son los más elevados». ¡Y ésta era la amigaque tenía que perder! Veamos la descripción que hizo esa amiga de su último encuentro:

Cuando vi a Charlotte (enero de 1845) me dijo que había decidido quedarse en casa.Reconoció que no le agradaba. Su salud era débil. Me dijo que le gustaría cualquier cambio alprincipio, como le había gustado Bruselas al principio y creía que algunas personas teníanposibilidades de llevar una vida distinta y tener mayor comunión con el género humano, pero queno veía ninguna para sí misma. Le pedí encarecidamente que no se quedara en casa. Le dije quecinco años más en casa, sola y mal de salud, la destrozarían; que no lo superaría nunca. «¡Piensaen lo que te habrás convertido dentro de cinco años!», le dije, y puso una cara tan lúgubre que mecallé y le supliqué: «¡No llores, Charlotte!». No lloró, pero siguió caminando a un lado y a otrode la habitación, y al poco rato me dijo: «Pero me propongo quedarme, Polly».

Pocas semanas después de despedirse de Mary describe así sus días en Haworth:

24 de marzo de 1845

No te imaginas cómo transcurre el tiempo en Haworth. Nunca pasa nada especial que marquesu paso. Cada día es igual al siguiente; y todos tienen fisonomías tristes e inertes. El domingo, eldía de horneo, y el sábado son los únicos que tienen algo característico. Mientras tanto, la vidapasa. Pronto cumpliré treinta años; y todavía no he hecho nada. A veces me entristecen elpanorama futuro y el pasado. Pero es un error y una estupidez lamentarse. El deber me exigequedarme en casa de momento. Hubo un tiempo en que Haworth me parecía un lugar muy grato;ahora ya no es así. Tengo la impresión de que estamos todos aquí enterrados. Deseo viajar;trabajar; llevar una vida activa. Perdona que te moleste con mis vanos deseos, cariño. Dejaré elresto y no te preocuparé con ellos. Debes escribirme. Si supieras cuánto me alegran tus cartas meescribirías muy a menudo. Tus cartas y los periódicos franceses son los únicos mensajeros quellegan del mundo que queda más allá de estos páramos; y son mensajeros muy bien recibidos.

Una de sus tareas diarias era leer en voz alta a su padre, y hacerlo le exigía bastante tacto ydelicadeza. Porque el hecho de que otra persona se ofreciera a hacer por él lo que estabaacostumbrado a hacer solo, le recordaba demasiado dolorosamente la pérdida que lo aquejaba.También ella temía en secreto una pérdida semejante. La continuada falta de salud, una afecciónhepática, su dedicación al dibujo, la pintura y la escritura con trazos minúsculos cuando era másjoven, el insomnio, que se había convertido en algo habitual, las amargas lágrimas silenciosas que

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había derramado por el comportamiento misterioso e inquietante de Branwell, todo ello influyó ensu vista. Y por la misma época escribe así al señor Heger:

Il n’y a rien que je crains comme le désoeuvre — ment, l’inertie la léthargie des facultés.Quand le corps est paresseux l’esprit souffre cruellement; je ne connaîtrais pas cette léthargie, sije pouvais écrire. Autrefois je passais des journées des semaines, des mois entiers à écrire, et pastout à fait sans fruit, puisque Southey et Coleridge, deux de nos meilleurs auteurs à qui j’ai envoyécertain manuscrits, en ont bien voulu témoigner leur approbation; mais à présent, j’ai la vue tropfaible; si j’écrivais beaucoup je deviendrai aveugle. Cette faiblesse de vue est pour moi uneterrible privation; sans cela, savez-vous ce que je ferais, Monsieur? J’écrirais un livre et je ledédierais à mon maître de littérature, au seul maître que j’aie jamais eu — à vous, Monsieur! Jevous ai dit souvent en français combien je vous respecte, combien je suis redevable à votre bonté,à vos conseils. Je voudrai le dire une fois en Anglais. Cela ne se peut pas; il ne faut pas y penser.La carrière des lettrres m’est fermée [...] N’oubliez pas de me dire comment vous vous portez,comment madame et les enfants se portent. Je compte bientôt avoir de vos nouvelles; cette idée mesouris, car le souvenir de vos bontés ne s’effacera jamais de ma mémoire, et tant que ce souvenirdurera le respect que vous m’avez inspiré durera aussi. Agréez, Monsieur, etc.

Es probable que ni siquiera sus hermanas y sus más íntimas amigas conocieran los temores ala ceguera que acosaban a Charlotte en esta época. Reservaba la vista para atender a su padre.Cosía poco; sólo escribía lo imprescindible; y se dedicaba sobre todo a tejer.

2 de abril de 1845

Veo claramente que está demostrado que casi nunca se consigue la felicidad pura en estemundo. La enfermedad de — llega con el matrimonio de—. Mary T. está libre y en el camino a laaventura y la actividad que tanto tiempo ha deseado iniciar. Enfermedad, penuria y peligro sonsus compañeros de viaje, sus compañeros inseparables. Quizá estuviera a salvo de los fuertesvientos del suroeste y del noroeste antes de que empezaran a soplar, o quizá hayan gastado sufuria en tierra y no agiten mucho el mar. De lo contrario, habrá sido arrojada dolorosamentemientras nosotros dormíamos en nuestras camas o permanecíamos despiertos pensando en ella.Pero esos peligros reales, materiales, una vez pasados, dejan en la mente la satisfacción de haberluchado con la dificultad y haberla superado. Fuerza, coraje y experiencia son sus resultadosinvariables; mientras que dudo que el sufrimiento puramente mental dé ningún buen resultado, ano ser el de hacernos menos sensibles al sufrimiento físico [...] Hace diez años me habría reído detu metedura de pata al tomar al doctor soltero por un hombre casado. Sin duda te hubiera juzgadoescrupulosa en demasía y me habría extrañado que lamentaras haber sido cortés con un individuoamable, por el simple hecho de que fuera soltero en vez de tener pareja. Ahora, sin embargo,comprendo que tus escrúpulos se basan en el sentido común. Sé que si las mujeres desean escaparal estigma de buscar marido tienen que obrar y mostrarse como mármol o arcilla: frías,inexpresivas, inertes; porque cualquier indicio de sentimiento, de alegría, tristeza, simpatía,

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antipatía, admiración o aversión se interpretan como un intento de pescar marido. ¡No importa!Las mujeres bienintencionadas cuentan con su propia conciencia para consolarse. Así que notengas miedo de mostrarte tal como eres, afectuosa y amable; no reprimas con excesiva durezaopiniones y sentimientos excelentes en sí mismos, por temor a que algún estúpido crea que losmanifiestas para fascinarlo; no te condenes a vivir a medias porque si demostraras demasiadaanimación alguna criatura pragmática con pantalones podría meterse en la mollera la idea de quete propones dedicar tu vida a su inanidad. De todos modos, el talante sereno, decoroso y ecuánimees un tesoro esencial para una mujer, y tú lo posees. Vuelve a escribirme enseguida, porque mesiento bastante furiosa y necesito calmarme.

13 de junio de 1845

En cuanto a la señora—, que dices que es como yo, la verdad es que no sé por qué, pero no meinspira ninguna simpatía. Nunca me la han inspirado quienes dicen que son como yo, porquesiempre tengo la idea de que sólo son como yo en lo desagradable, en el aspecto exterior ysuperficial de mi carácter; en todo lo que es obvio para el común de la gente y que yo sé que no esagradable. Dices que es «inteligente», «una persona inteligente». ¡Cómo me repugna ese término!Significa más bien astuta, muy fea, entrometida y habladora [...] Me resisto a dejar solo a papáaunque sea un día. Cada semana ve menos; ¿y es extraño que al ver su facultad más preciadaabandonarlo se sienta a veces abatido? Es muy duro ver que esos pocos placeres frugalesdesaparecerán pronto. Ahora tiene muchos problemas para leer y para escribir; y además leaterra la situación de dependencia a que lo reducirá inevitablemente la ceguera. Teme no sernada en su parroquia. Yo procuro animarlo y a veces lo consigo temporalmente, pero ningúnconsuelo puede devolverle la vista ni compensar su falta. Sin embargo, nunca se muestradesagradable ni impaciente; sólo está preocupado y abatido.

Charlotte decidió no ir a ver a la única de la familia que la invitaba siempre, por la razón queindica en la carta anterior. En respuesta a la contestación a esta carta dice:

Te pareció que te rechazaba con frialdad, ¿no? Fue una frialdad un tanto rara, porque habríadado lo que fuera por decir que sí y me veía obligada a decir que no. Pero las cosas han cambiadoun poco. Ha llegado Anne y su presencia me hace sentir mucho más libre. Así que si todo va bieniré a verte. Dime cuándo quieres que lo haga. Indícame la semana y el día. Ten la amabilidad decontestar también a las siguientes preguntas: ¿Qué distancia hay de Leeds a Sheffield? ¿Puedesdarme una idea del precio? Por supuesto, cuando vaya me dejarás disfrutar de tu compañía enpaz, sin arrastrarme a una visita tras otra. No tengo el menor deseo de ver a tu coadjutor.Supongo que tiene que ser como todos los demás coadjutores que conozco. Y me parecen una razade egoístas vanidosos y vacíos. En este dichoso momento hay como mínimo tres en la parroquia deHaworth y no hay uno que supere a los otros. El otro día pasaron, o mejor dicho irrumpieron sinprevio aviso a la hora de cenar, los tres acompañados por el señor S. Era lunes (día de hornear) yyo estaba acalorada y cansada; claro que si se hubieran comportado con discreción y amabilidadles habría servido su té en paz; pero empezaron a alabarse y a insultar a los disidentes de tal

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forma que perdí la calma y solté unas frases que los dejaron mudos. Papá se horrorizó también,pero no lo lamento.

Charlotte volvió de visitar a su amiga en tren, con un caballero cuyos rasgos y porte delatabanque era francés. Ella se atrevió a preguntarle si era así; y cuando él lo admitió, le preguntó si nohabía pasado bastante tiempo en Alemania, a lo que también le contestó que sí. Charlotte habíadetectado con fino oído un cierto tono gutural en su pronunciación, que, según los franceses, ellospueden detectar incluso en los nietos de sus compatriotas que han vivido un tiempo al otro ladodel Rin. Charlotte conservaba sus conocimientos lingüísticos mediante la costumbre que explicadel siguiente modo a monsieur Heger:

Je crains beaucoup d’oublier le français — j’apprends tous les jours une demie page defrançais par coeur, et j’ai grand plaisir à apprendre cette leçon. Veuillez présenter à Madamel’assurance de mon estime; je crains que Marie Louise et Claire ne m’aient déjà oubliée; mais jevous reverrai un jour; aussitot que j’aurais gagné assez d’argent pour aller à Bruxelles, j’y irai.

Y así, su viaje de vuelta a Haworth, tras el raro placer de esta visita a su amiga, transcurrió deforma agradable, conversando con el caballero francés; y llegó a casa contenta y relajada. ¿Qué seencontró allí?

Eran las diez en punto cuando entró en la rectoría. Branwell había regresado sin previo aviso yestaba muy enfermo. Había llegado hacía un par de días, al parecer de vacaciones. Yo supongo queen realidad porque se había descubierto algo que hizo su ausencia imperiosamente aconsejable. Elmismo día que llegó Charlotte había recibido una carta del señor—, en la que le despedía deltrabajo con dureza, dando a entender que su juego había sido descubierto, calificándolo dedeleznable, ordenándole que rompiera de inmediato y para siempre toda comunicación con losmiembros de la familia y amenazando con divulgar todo el asunto si no lo hacía.

Los vergonzosos pormenores de todo el asunto salieron a la luz. Branwell no estaba encondiciones de ocultar el doloroso remordimiento, o, por extraño que parezca, el dolor del amorculpable por miedo a la vergüenza. Dio rienda suelta a sus sentimientos con vehemencia;escandalizó y consternó indescriptiblemente a sus amorosas hermanas; el padre ciego se quedóaturdido, conteniendo la fuerte tentación de maldecir a la mujer libertina que había arrastrado a suhijo, a su único hijo varón, a la gran vergüenza del pecado mortal.

Todos los cambios de humor (la alegría insensata, el abatimiento) de los últimos meses seexplicaban ahora. Había una razón más honda que la mera indulgencia del apetito que explicaba suintemperancia; había iniciado su carrera de bebedor empedernido para ahogar los remordimientos.

Lo lamentable en lo que a él se refiere era el amor ardiente que sentía aún por la mujer que lodominaba con tanta fuerza; es cierto que ella le profesaba el mismo amor; veremos cómosiguieron en pie sus promesas. Hubo un extraño atisbo de conciencia cuando al verlaclandestinamente en una cita en Harrogate unos meses después, él se negó a aceptar la fuga queella le propuso; quedaba algún rastro de bondad en aquel joven débil y corrupto que conservóhasta el final de sus desdichados días. El caso demuestra una situación distinta de la habitual: elhombre es la víctima; la vida del hombre se arruinó y le fue arrebatada por el sufrimiento y el

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sentimiento de culpabilidad asociado a la culpa; el aguijón de la vergüenza se hundió en la familiade él. La mujer —pensemos en el piadoso nombre de su padre, en la sangre de familias honorablesque corría por sus venas, en su hogar primero, bajo cuyo techo se sentaron aquellos cuyos nombresse consideran sagrados por sus buenas obras— sigue exhibiéndose todavía hoy en la sociedadrespetable; una mujer llamativa para su edad; se ha mantenido a flote por su conocida riqueza.Veo su nombre en los periódicos del condado entre quienes patrocinan los bailes de Navidad; y looigo en los salones londinenses. Pero no veamos sólo el sufrimiento de su cómplice culpable, sinotambién el dolor que causó a las víctimas inocentes de cuyas muertes prematuras quizá fueraresponsable en parte.

Hemos pasado un suplicio con Branwell. Sólo pensaba en apagar o ahogar su angustia. Nadieen la casa podía tener descanso; y al final nos hemos visto obligados a enviarle fuera de casa unasemana con alguien que lo cuide: he recibido carta suya esta mañana, en la que manifiesta ciertacontrición [...] pero mientras esté en casa no me atrevo a esperar que haya paz. Me temo quetendremos que prepararnos todos para una temporada de angustia e inquietud. Cuando medespedí de ti tuve el presentimiento de que regresaba al dolor.

Agosto, 1845

Las cosas en casa siguen como de costumbre; no muy alentadoras en lo que a Branwell serefiere, aunque su salud y, en consecuencia, también su talante han mejorado un poco hace unosdías, porque ahora está obligado a la abstinencia.

18 de agosto de 1845

He retrasado la carta porque no hay buenas noticias que darte. Abrigo muy pocas esperanzasacerca de Branwell. A veces temo que nunca será capaz de gran cosa. Se ha vuelto absolutamenteirresponsable con el último golpe a sus sentimientos y a sus proyectos. Su único freno es la faltade medios. Ya sé que hay que mantener la esperanza hasta el final; y lo intento, pero en este casola esperanza resulta a veces muy engañosa.

4 de noviembre de 1845

Creía que podría invitarte a Haworth. Parecía que Branwell tenía una oportunidad deconseguir empleo y esperaba el resultado de sus esfuerzos para pedirte que vinieras a vernos.Pero le han dado a otro el puesto (secretario de una junta ferroviaria). Branwell sigue en casa; ymientras él esté aquí, tú no vendrás. Cuanto más le veo más convencida estoy de esa resolución.Ojalá pudiera decir algo en su favor, pero me es imposible. Me callaré. Todos te agradecemos laamable sugerencia acerca de Leeds; pero creo que nuestros planes para el colegio están ensuspenso, de momento.

31 de diciembre de 1845

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Dices bien cuando hablas de — que ningún sufrimiento es tan terrible como el causado por ladisipación; ¡ay!, veo confirmada la verdad de esa observación a diario. — y — tienen que llevaruna vida de sufrimiento pesado y oneroso atendiendo a su desdichado hermano. Resultaverdaderamente doloroso que quienes no han pecado tengan que sufrir tanto.

Así acabó el año 1845.Debo concluir también aquí el relato de los acontecimientos externos de la vida de Branwell

Brontë. Unos meses después (sé la fecha exacta pero no la revelaré, por motivos evidentes) murióel marido enfermo de la mujer con quien había tenido relaciones. Branwell había esperado queaquello sucediera con ilusión culpable. Tras la muerte del marido, su amada sería libre; porextraño que parezca, el joven seguía amándola apasionadamente, y entonces creyó que habíallegado el momento en que podrían pensar en casarse y vivir juntos sin oprobio ni vergüenza. Ellale había propuesto fugarse con él; le había escrito continuamente; le había enviado dinero: una vezveinte libras; él recordaba las propuestas ilícitas que le había hecho; y que había afrontado lavergüenza, y las amenazas de sus hijos de revelarlo; él estaba convencido de su amor; no sabía lomala que puede ser una mujer depravada. Su esposo había hecho un testamento en el que todo loque le dejaba se le legaría solamente a condición de que no volviera a ver a Branwell Brontë. Ycuando se leyó el testamento, ella sólo pensó en que él podría estar en camino tras haberseenterado de la muerte de su esposo. Despachó a un criado a Haworth. Se paró en el Black Bull yenvió a un mensajero a buscar a Branwell a la rectoría. Él bajó a la pequeña taberna y estuvoencerrado un rato con el hombre. Luego salió el mozo, pagó la cuenta, montó en su caballo y semarchó. Branwell se quedó solo en la habitación. Transcurrió una hora sin que apareciera ni seoyera el menor ruido; y luego, los que estaban fuera oyeron lo que parecía el mugido de unternero; abrieron la puerta y lo encontraron en una especie de ataque que había seguido al estupordoloroso en que se había sumido al saber que su amada le prohibía volver a verla, porque, si lohacía, ella perdería su fortuna. ¡Dejémosla que viva y prospere! Él murió con las cartas de ella quellevaba siempre en el bolsillo para poder leerlas cuando quería. Ahora sólo la misericordia de Diosconoce su destino. Cuando pienso en él cambio mi súplica al cielo: ¡que ella viva y se arrepienta!La misericordia divina es infinita.

Branwell tomó opio de forma habitual los tres últimos años de su vida para aturdir laconciencia; además, bebía siempre que tenía oportunidad de hacerlo. El lector dirá que hemencionado su tendencia a la intemperancia mucho antes. Es cierto; pero no fue algo habitual, queyo sepa, hasta que inició sus relaciones ilícitas con la mujer de quien he hablado. Si me equivocoen este punto, ella debía de tener un gusto tan depravado como sus principios. Branwell tomabaopio porque le hacía olvidar por un tiempo de forma más eficaz que la bebida; y además era másmanejable. Para conseguirlo demostró toda la astucia del comedor de opio. Salía sigilosamentecuando la familia estaba en la iglesia (tras excusarse de ir él porque se encontraba demasiado mal)y engatusaba al boticario del pueblo para que le diera un trozo; o quizá el transportista se lollevara sin saberlo en un paquete de otro lugar. Durante bastante tiempo antes de morir tuvoataques de delírium tremens terribles; dormía en la habitación de su padre y a veces declaraba queél o su padre morirían antes de amanecer. Las hermanas suplicaban aterradas y temblorosas a su

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padre que no se expusiera a aquel peligro; pero el señor Brontë no es un hombre timorato y tal vezcreyera que podía inculcar a su hijo cierto dominio de sí mismo demostrando que confiaba en él yque no le temía. Las hermanas permanecían atentas por si oían la detonación de una pistola enplena noche, hasta que el ojo vigilante y el oído aguzado cedían a la tensión nerviosa. Por lasmañanas, el joven Brontë salía tan tranquilo, y decía con la típica verborrea de borracho: «El viejoy yo hemos pasado una noche espantosa. ¡El pobre hace lo que puede!, pero yo estoy acabado;[gimiendo] es culpa de ella, es culpa de ella».

Todo lo que hay que añadir sobre Branwell Brontë lo dirá Charlotte, no yo.

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CAPÍTULO XIV

En el transcurso del triste otoño de 1845 surgió un interés nuevo; vago, en verdad, y que a veces seperdía entre el intenso dolor y la angustia constante por su hermano. En la reseña biográfica de sushermanas que Charlotte incluyó en la edición de Cumbres borrascosas y Agnes Grey, publicadasen 1850 (un texto único, a mi entender, por su fuerza y su patetismo), dice:

Un día del otoño de 1845 encontré casualmente un volumen manuscrito de poesía con la letrade mi hermana Emily. Desde luego no me sorprendió saber que podía escribir poesía y que lohabía hecho. Lo leí detenidamente y se apoderó de mí algo más que sorpresa: el absolutoconvencimiento de que no se trataba de efusiones corrientes ni se parecía en nada a los poemasque suelen escribir las mujeres. Me parecieron concentrados y escuetos, vigorosos y genuinos.Percibí también en ellos una música peculiar, salvaje, melancólica y edificante. Mi hermanaEmily no era una persona de carácter efusivo, ni alguien en los recovecos de cuya mente ysentimientos pudiera inmiscuirse impunemente nadie sin permiso, ni siquiera las personas máspróximas y queridas; tardé horas en conseguir que aceptara el descubrimiento que había hecho, ydías en convencerla de que los poemas eran dignos de publicarse [...] Mientras tanto, mi hermanamás pequeña sacó tranquilamente algunos de sus propios escritos, dándome a entender que puestoque los de Emily me habían complacido, tal vez quisiera mirar los suyos. Yo no podía ser un juezimparcial, pero pensé que también los poemas de Anne poseían un sincero y tierno patetismopeculiar. Habíamos abrigado desde pequeñas el sueño de que un día seríamos escritoras [...]Acordamos hacer una breve selección de nuestros poemas e intentar publicarlos. Reacias a lapublicidad personal, ocultamos nuestros verdaderos nombres bajo los de Currer, Ellis y ActonBell; esta ambigua elección vino dictada por ciertos escrúpulos que nos impedían adoptarnombres de pila claramente masculinos, al mismo tiempo que no queríamos manifestar queéramos mujeres, porque —sin sospechar entonces que nuestra forma de escribir y de pensar nofuera lo que se llama «femenina»— teníamos la vaga impresión de que las autoras se exponen aque las miren con prejuicios; habíamos observado que los críticos a veces emplean para sureprimenda el arma de la personalidad; y para su recompensa, la adulación que no es auténticoelogio. La publicación de nuestro librito fue difícil. Como cabía esperar, nadie nos quería anosotras ni nuestros poemas. Pero para eso ya nos habíamos preparado desde el principio; noteníamos experiencia, pero conocíamos la de otros. El gran enigma consistía en la dificultad deconseguir cualquier tipo de respuesta de los editores a quienes nos dirigiéramos. Abrumada poreste obstáculo, me aventuré a dirigirme a los señores Chambers de Edimburgo, pidiéndolesconsejo; ellos quizá hayan olvidado las circunstancias, pero desde luego yo no, pues recibí unarespuesta breve y formal, pero amable y sensata; seguimos sus consejos y dio resultado.

Yo se lo pregunté al señor Robert Chambers y descubrí que, tal como había supuesto laseñorita Brontë, no recordaba que le hubieran pedido consejo a su hermano y a él; no guardaban

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ninguna copia ni memorándum de la correspondencia.En Haworth vive un hombre inteligente que me ha explicado algunos detalles curiosos de las

hermanas Brontë en esa época. Dice:

Conocí a la señorita Brontë como señorita Brontë mucho tiempo; en realidad, desde que lafamilia llegó a Haworth en 1819. Pero no tuve mucho trato con ellos hasta más o menos 1843, enque empecé a traer algunos artículos de escritorio. Hasta entonces había que ir a comprar esascosas a Keighley. Ellas compraban mucho papel de escribir y recuerdo que me preguntaba quéharían con tanto. A veces pensé que debían de escribir para las revistas. Cuando se me acababasiempre tenía miedo de que aparecieran; parecían consternadas si no tenía papel. Muchas vecesiba a pie a Halifax (que queda a dieciséis kilómetros) a buscar media resma de papel, por miedo aque llegaran ellas y no tuviera nada. No podía comprar más que eso cada vez por falta de capital.Siempre andaba escaso. No me gustaba que llegaran cuando no tenía nada para ellas; erancompletamente distintas de la demás gente; tan delicadas y tan amables, y muy tranquilas. Nuncahablaban mucho. ¡Charlotte a veces se sentaba y preguntaba cómo nos iba con tanta delicadeza yamabilidad! [...] Aunque soy un trabajador pobre (algo que nunca me ha parecido degradante),podía hablar con ella con absoluta libertad. Siempre me sentí a gusto con ella. No tengo estudios,pero nunca los eché de menos en su compañía.

Los editores a quienes se dirigió Charlotte finalmente con éxito para que publicaran lospoemas de «Currer, Ellis y Acton Bell» eran los señores Aylott y Jones, de Paternoster-row. Elseñor Aylott ha puesto amablemente a mi disposición las cartas que le escribió Charlotte. Laprimera está fechada el 28 de enero de 1846, y en ella pregunta si publicarían un volumen depoemas en octavos; si no por su cuenta y riesgo, a cargo del autor. Firma «C. Brontë». Tuvieronque contestarle a vuelta de correo, porque el 31 de enero vuelve a escribir:

Señores:Ya que han aceptado ustedes encargarse de la publicación de la obra de la que les hablaba en

mi carta anterior, querría saber lo antes posible el costo del papel y de la impresión. Les enviaréentonces el dinero necesario con el manuscrito. Me gustaría que se imprimiera en un volumen detamaño octavo y la misma calidad de papel y el mismo tamaño de letra que la última edición deMoxon de Wordsworth. Creo que los poemas ocuparían 200 o 250 páginas. No son obra de unclérigo ni de tema exclusivamente religioso;

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69 pero supongo que esos detalles carecen de importancia. Quizá tengan que ver ustedes elmanuscrito para calcular con exactitud los gastos de publicación; en tal caso, se lo enviaréinmediatamente. Pero me gustaría tener antes una idea aproximada de lo que puede costar; si conlo que les digo pueden hacer un cálculo aproximado, les agradecería mucho que me locomunicaran.

La carta siguiente es del 6 de febrero; dice:

Verán que los poemas son obra de tres personas, parientes; cada obra lleva la firma de suautor.

Vuelve a escribir el 15 de febrero; y el 16, dice:

Es evidente que el manuscrito será menos extenso de lo que había supuesto. No se me ocurreningún otro modelo al que me gustara que se pareciera exactamente, pero creo que seríapreferible un formato de duodécimo y una letra algo reducida, pero clara. Sólo estipulo letraclara, no demasiado pequeña; y buen papel.

El 21 de febrero elige «la letra inicial grande» para los poemas, y remite 31 libras y 10chelines a los pocos días.

Los pequeños detalles que figuran en estas cartas no son en absoluto triviales, porque nos danclaros indicios de su carácter. Si el libro iba a publicarse por su cuenta y riesgo, era necesario quela hermana que llevaba las negociaciones se familiarizara con los diferentes tipos de imprenta ylos diversos formatos de libro. Así que se compró un manual y aprendió todo lo que pudo sobre lapreparación de los manuscritos para la imprenta. Nada de vagos conocimientos, ni de confiar aotras personas las decisiones que podía tomar ella; pero sí una generosa y plena confianza,merecida, en la absoluta probidad de los señores Aylott y Jones. La cautela de determinar el riesgoantes de embarcarse en la empresa, y el puntual envío del dinero requerido, antes incluso de quepudiera decirse que había adquirido la forma de deuda, indican un carácter independiente ypeculiar. También fue reservada. Durante todo el proceso de preparación y publicación del librode poemas no escribió una sola palabra explicando a nadie, fuera del círculo familiar, lo queestaban haciendo.

Me han confiado algunas de las cartas que escribió a su antigua directora, la señorita Wooler.Ambas habían empezado a escribirse poco antes de esa fecha. Ateniéndome a la convicción, quehe abrigado siempre, de que cuando puedan emplearse las palabras de Charlotte no debían ocuparsu lugar otras, tomaré extractos de esa correspondencia, por orden cronológico.

30 de enero de 1846

Mi querida señorita Wooler:Todavía no he ido a ver a —; en realidad, hace más de un año que estuve allí, pero recibo con

frecuencia noticias de ella y no olvidó decirme que estaba usted en Worcestershire. Pero no sabíala dirección exacta. De haberla sabido, habría escrito mucho antes. Pensé que se preguntaría

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cómo nos había ido cuando se enterara del pánico del ferrocarril

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70 y le aseguro que me complace responder a sus amables preguntas afirmando que nuestropequeño capital sigue intacto. Como bien dice, la línea de York y Midland es muy buena. Pero leconfieso que me gustaría ser prudente a tiempo. No creo que ni siquiera las mejores líneasmantengan muchos años los bonos actuales y he intentado vender nuestras acciones antes de quefuera demasiado tarde, e invertir los fondos en algo más seguro aunque sea menos rentable demomento. Pero no puedo convencer a mis hermanas de que lo vean desde mi punto de vista; y creoque preferiría arriesgarme a una pérdida que herir los sentimientos de Emily actuando contra suopinión. Ella lo administró por mí de forma excelente y hábil cuando yo estaba en Bruselas y nopodía velar por mis intereses; así que dejaré que siga haciéndolo y aceptaré las consecuencias.Desinteresada y enérgica lo es, desde luego; y si no es todo lo manejable y fácil de convencer queyo quisiera, tengo que recordar que la perfección no es precisamente el sino de la humanidad; ymientras consideremos a quienes amamos y con quienes estamos estrechamente unidos, con estimaprofunda y firme, poco importa que nos irriten de vez en cuando por lo que nos parecen ideasirracionales y obstinadas.

Usted, mi querida señorita Wooler, sabe tan bien como yo el valor del cariño entre hermanas;yo creo que no hay nada igual en este mundo cuando son casi de la misma edad y tienenopiniones, gustos y educación similares. Me pregunta usted por Branwell: nunca piensa en buscarempleo y empiezo a temer que sea incapaz de ocupar un puesto respetable en la vida; además, sidispusiera de dinero, lo emplearía sólo para hacerse daño; me temo que ha perdidocompletamente la fuerza de voluntad para dominarse. Me pregunta si no creo que los hombres soncriaturas extrañas. Sí lo creo. Lo he pensado muchas veces; y también creo que la forma deeducarlos es extraña: no están bien protegidos contra la tentación. Se protege a las chicas comosi fueran muy frágiles, o estúpidas incluso, mientras que a los chicos se les deja en el mundo comosi fueran los seres más sabios de la creación y no pudieran descarriarse. Me alegra que le gusteBromsgrove, aunque yo diría que hay pocos lugares que no le gusten teniendo la compañía de laseñorita M. Siempre siento una alegría especial cuando tengo noticias de que lo pasa usted bien,porque eso demuestra que existe la justicia retributiva incluso en este mundo. Ha trabajado ustedmucho; renunció a todos los placeres, casi a todo esparcimiento en su juventud y en la flor de lavida. Ahora es libre, y espero que tenga todavía muchos años de vigor y salud para disfrutar de lalibertad. Además, tengo otro motivo egoísta para alegrarme: parece que incluso una «mujersolitaria» puede ser feliz, tanto como las amadas esposas y las madres orgullosas. Y eso mecomplace. Pienso mucho en la existencia de las mujeres solteras y solteronas hoy día; y ya hellegado al punto de considerar que no hay persona más respetable en la tierra que una mujersoltera, que se abre paso en la vida en silencio, con perseverancia, sin la ayuda del marido o elhermano; y que, al llegar a la edad de cuarenta y cinco años o más, conserva el dominio de unamente ordenada, una predisposición a disfrutar de los placeres sencillos y entereza para aguantarlas penas inevitables, compasión por el sufrimiento de los demás y la voluntad de aliviar lanecesidad en la medida de sus posibilidades.

Durante el tiempo que duró la negociación con los señores Aylott y Co., Charlotte hizo unavisita a su antigua amiga del colegio, a quien acostumbraba a hacer confidencias íntimas; pero ni

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entonces ni después le habló nunca de la publicación de los poemas; no obstante, esta jovensospechaba que las hermanas escribían para revistas; y vio confirmada esta idea cuando en una desus visitas a Haworth vio a Anne leer un número de Chamber’s Journal con una dulce sonrisa deplacer en su plácida cara.

—¿Qué pasa? —le preguntó su amiga—. ¿Por qué sonríes?—Sólo porque veo que hanincluido uno de mis poemas —contestó ella con calma; y no se dijo una palabra más sobre eltema.

Charlotte escribió a esta amiga la siguiente carta:

3 de marzo de 1846

Llegué a casa sana y salva ayer poco después de las dos. Encontré a papá muy bien; su vistaprácticamente igual. Emily y Anne habían ido a Keighley a esperarme; pero yo vine por lacarretera vieja y ellas habían ido por la nueva, así que no nos encontramos. No llegaron a casahasta las cuatro y media. Lamento decir que Anne se acatarró un poco con el paseo, aunqueespero que esté bien pronto. Papá se animó mucho cuando le expliqué la opinión del señor C. y laexperiencia de la anciana señora E., aunque noté que se aferraba complacido a la idea dedemorar la operación unos meses. Más o menos una hora después de llegar a casa fui a lahabitación de Branwell para hablar con él; fue un trabajo muy forzado dirigirse a él. Podríahaberme ahorrado la molestia, porque no me hizo caso ni me contestó; estaba sumido en elestupor. Mis temores no eran infundados. Sabía que había conseguido un soberano mientras yoestaba fuera, con el pretexto de que tenía que pagar urgentemente una deuda. Salióinmediatamente y lo cambió en una taberna y lo empleó como cabía esperar. — concluyó su relatodiciendo que era «un ser desesperado»; es bastante cierto. En su estado actual es prácticamenteimposible estar en la misma habitación que él. No sé lo que nos deparará el futuro.

31 de marzo de 1846

Nuestra pobre y anciana sirvienta Tabby sufrió una especie de ataque hace quince días, peroahora ya está casi bien. Martha [la muchacha que ayudaba a la pobre Tabby y que sigue siendo lafiel sirvienta de la rectoría] está enferma, con inflamación en las rodillas, y ha tenido que irse acasa. Me temo que tardará en poder volver a trabajar. Recibí el número de Record que enviaste[...] He leído la carta de D’Aubigné.

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71 Es inteligente, y está muy bien lo que dice del catolicismo. La parte de la AlianzaEvangélica no es muy factible, aunque sin duda es más propio del espíritu del Evangelio predicarla unión entre cristianos que fomentar el odio y la intolerancia recíproca. Me alegra mucho haberido a — cuando lo hice, porque mis fuerzas y mi salud se han resentido un poco con el cambio detiempo desde entonces. ¿Cómo te va? Añoro los suaves vientos del Sur y del Oeste. Gracias aDios, papá sigue muy bien, aunque a veces se siente muy desgraciado por el abominablecomportamiento de Branwell. En eso no hay ningún cambio, si no es para peor.

La edición del libro de poemas prosiguió silenciosamente. Después de algunas consultas ydeliberaciones, las hermanas habían decidido corregir ellas mismas las pruebas. Hasta el 28 demarzo, los editores habían dirigido su correspondencia al señor C. Brontë, pero entonces «seprodujo algún pequeño error», porque rogó a los editores que en adelante le enviaran lacorrespondencia a su verdadera dirección, «Señorita Brontë», etc., aunque es evidente que leshabía dado a entender claramente que no actuaba por cuenta propia sino como agente de losverdaderos autores, porque en una carta fechada el 6 de abril hace una propuesta en nombre de«C., E. y A. Bell», comunicándoles que estaban preparando una obra narrativa para publicarla, queconsistía en tres relatos distintos e independientes72 que podrían publicarse juntos, como una obrade tres volúmenes, del tamaño corriente de novela, o por separado, como libros de un solovolumen, lo que juzgaran más aconsejable. Añade que los autores no tenían intención de publicaresos relatos por su cuenta; pero que le habían pedido que les preguntara si estarían dispuestos ahacerlo ellos, en caso de que la lectura de los manuscritos garantizara la posibilidad de éxito. Loseditores respondieron a esta carta enseguida y el tono de su respuesta puede deducirse de la queles escribió Charlotte el 11 de abril.

Permítanme agradecerles en nombre de C., E. y A. Bell su amable oferta de asesoramiento.Aprovecho la misma para pedirles información sobre algunos puntos. Es evidente que los autoresdesconocidos han de afrontar muchas dificultades para conseguir que sus obras lleguen alpúblico. ¿Podrían darme una idea de cómo se salvan mejor esos escollos? Por ejemplo, en estecaso concreto en que tratamos de una obra de ficción, ¿en qué forma sería más probable queaceptara el editor el manuscrito? ¿Si se le ofreciera como una obra de tres volúmenes, comorelatos que podrían publicarse sueltos o como colaboraciones en una publicación periódica?

¿Qué editoriales recibirían más favorablemente una propuesta de ese género?¿Bastaría escribir a un editor sobre el tema, o sería necesario recurrir a una entrevista

personal?Consideraremos un favor su opinión y consejo sobre estos tres puntos, y sobre cualquier otro

que su experiencia considere importante.

El tono general de la correspondencia demuestra lo mucho que impresionaron a Charlotte lasinceridad y la honradez de los editores con quienes trató en esta primera aventura literaria; y enconsecuencia, depositó toda su confianza en sus sugerencias. Y el proceso de publicación de lospoemas no fue excesivamente lento ni larguísimo. El 20 de abril escribe pidiéndoles que le envíentres ejemplares y que le indiquen a qué críticos era aconsejable enviar ejemplares.

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Incluyo la siguiente carta para ilustrar las ideas de estas jóvenes sobre las críticas y reseñasliterarias que orientaban la opinión pública.

Los poemas quedan muy bien encuadernados en tela. Tengan la bondad de enviar ejemplares yanuncios lo antes posible a cada una de las publicaciones mencionadas a continuación.

Colburn’s New Monthly Magazine.Bentley’s Magazine.Hood’s Magazine.Jerrold’s Shilling Magazine.Blackwood’s Magazine.The Edinburgh Review.Tait’s Edinburgh Magazine.The Dublin University Magazine.También a los periódicos Daily News y Britannia.Si hay algunas otras publicaciones a las que

envíen ustedes habitualmente ejemplares de las obras, háganlo también. Creo que las que hemencionado bastarán para publicidad.

Conforme a esta última petición, los señores Aylott propusieron que se enviaran ejemplares yanuncios de la obra a Athenaeum, Literary Gazette, Critic y Times; pero la señorita Brontë dice ensu respuesta que cree que las publicaciones que había mencionado bastarían para publicidad demomento, porque los autores no deseaban desembolsar una suma superior a dos libras, porconsiderar que el éxito de una obra depende más de la crítica que recibe en las publicaciones quede la cantidad de anuncios. En caso de que apareciera alguna reseña de los poemas, fuera o nofavorable, se pide a la editorial que le envíen el nombre y número de las mismas, pues de locontrario, como ella no tenía ocasión de ver las publicaciones regularmente, no podría leer lacrítica. «Si los poemas recibieran buenas críticas, tengo intención de asignar otra suma paraanuncios. Pero si pasaran desapercibidos o los condenaran, creo que los anuncios serían inútiles,ya que no existe nada en el título de la obra ni en el nombre de los autores que llame la atenciónde un solo individuo.»

Supongo que el librito de poemas se publicó hacia finales de mayo de 1846. Entrósigilosamente en la vida; transcurrieron algunas semanas sin que el fuerte murmullo públicodescubriera que otras tres voces estaban pronunciando su discurso. Y, mientras tanto, la existenciade las hermanas Brontë siguió su monótono curso día tras día; estaban tan preocupadas quedebieron de olvidar su sentido de autoría debido a la angustia vital que corroía sus corazones.Charlotte escribe el 17 de junio:

Branwell afirma que ni puede ni quiere hacer nada por sí mismo. Le han ofrecido buenosempleos para los que podría haberse cualificado trabajando quince días; pero no hará nada másque beber y amargarnos a todos.

En el Athenaeum del 4 de julio, bajo el titular de poesía para todos, apareció una breve reseñacrítica de los poemas de C., E. y A. Bell. El crítico asigna a Ellis el mayor nivel de los tres

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«hermanos», pues supone que lo son; dice que Ellis es «un espíritu delicado y curioso»; y habla dela «evidente capacidad de vuelo que puede alcanzar alturas no intentadas aquí». Y luego, concierto grado de agudeza, el crítico añade que los poemas de Ellis «demuestran una originalidadsuperior a la que se plasma en este libro». Sitúa a Currer Bell entre Ellis y Acton. Pero la críticacontiene poco más digno de reseñarse a estas alturas. Podemos imaginar el interés con que laleyeron en la rectoría de Haworth y cómo intentarían las hermanas encontrar razones de lasopiniones o consejos para la futura orientación de sus talentos.

Pido mucha atención para la siguiente carta de Charlotte, fechada el 10 de julio de 1846. Noimporta quién fuera el destinatario. Creo que merece especial consideración en estos tiempos elsaludable sentido del deber que expresa, la idea de la supremacía de ese deber que Dios nos habíaasignado colocándonos en familias.

Veo que te encuentras en un dilema, y además uno de naturaleza muy peculiar y compleja. Doscaminos se extienden ante ti; desearías elegir escrupulosamente el correcto, aunque sea el másempinado, abrupto y accidentado; pero no sabes cuál de los dos es; no puedes decidir si el deber yla religión te ordenan salir al mundo frío e inhóspito a ganarte en él el sustento mediante eltrabajo monótono de institutriz, o te imponen que sigas con tu anciana madre y abandones demomento todo proyecto de independencia y que soportes las molestias diarias, e incluso a veceslas privaciones. Comprendo perfectamente que te resulte casi imposible decidir sola en esteasunto, así que decidiré yo por ti. O por lo menos te diré mi sincera opinión sobre el tema; teindicaré con franqueza lo que pienso. El camino correcto es el que requiere el mayor sacrificiodel interés personal, el que entraña lo mejor para otros; y ese camino, si se sigue con constancia,creo que llevará al fin a la prosperidad y a la felicidad; aunque al principio pueda parecer que vaen la dirección contraria. Tu madre es anciana y está enferma; los ancianos y los enfermos tienenpocas fuentes de dicha en esta vida, menos incluso de las que pueden concebir comparativamentelas personas jóvenes y sanas; es una crueldad privarlos de una de ellas. Si tu madre está mástranquila cuando tú la acompañas, quédate con ella. Si la hiciera desgraciada que tú te vayas,quédate con ella. No te aprovechará quedarte en—, en apariencia, por lo que la humanidad miopealcanza a ver, no te alabarán y admirarán por quedarte en casa a confortar a tu madre; peroseguramente tu conciencia lo aprobará; y si es así, quédate con ella. Te recomiendo que hagas loque intento hacer yo.

El resto de la carta sólo interesa al lector porque expresa una rotunda negativa al rumor de quela escritora se había prometido en matrimonio con el coadjutor de su padre, el mismo caballerocon quien se uniría ocho años después; y que, probablemente incluso ya entonces, aunque no sediera cuenta, había empezado a ocuparse de ella con el mismo ánimo tierno y fiel con que Jacobatendió a Raquel. Quizá otros se hubieran fijado, pero ella no.

Quedan algunas otras cartas de su correspondencia «en nombre de los señores Bell» con elseñor Aylott. El 15 de julio dice: «Como no me han escrito, supongo que no han aparecido másreseñas ni ha aumentado la demanda de la obra. ¿Me honrarían con unas letras indicándome si hanvendido algún ejemplar, y cuántos?».

Supongo que pocos, porque tres días más tarde escribió lo siguiente:

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Los señores Bell me piden que les agradezca su sugerencia acerca de los anuncios. Están deacuerdo con ustedes en que, como la temporada es poco propicia, sería preferible aplazarlos. Lesagradecen mucho su información sobre el número de ejemplares vendidos.

El 23 de julio les escribe de nuevo:

Los señores Bell les quedarían sumamente agradecidos si enviaran la carta adjunta enLondres. Es la respuesta a la carta que enviaron ustedes y que era de un lector que elogia suspoemas y les pide un autógrafo. Creo haberles indicado anteriormente que los señores Bell deseanno darse a conocer de momento, razón por la cual prefieren que la nota se eche al correo enLondres en vez de hacerlo directamente, para no dar claves de la residencia o identidad con elmatasellos, etc.

Escribe otra vez en septiembre: «Como no ha aparecido ninguna nueva reseña de la obra,supongo que la demanda de la misma no ha aumentado mucho».

En la reseña biográfica de sus hermanas, Charlotte comenta lo siguiente sobre el fracaso de lasesperanzas que habían depositado en el libro de poemas: «El libro se publicó; pasó casiinadvertido. Y los únicos poemas que merecen ser conocidos son los de Ellis Bell. El firmeconvencimiento del mérito de esos poemas, que mantuve y mantengo, no ha recibido en realidadla confirmación de muchas críticas favorables; pero mi opinión sigue siendo la misma a pesar detodo».

FIN DEL VOL. I

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VOLUMEN II

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CAPÍTULO I

Una preocupación de otro género ocupaba los pensamientos de las hermanas Brontë en el veranode 1846, mientras sus esperanzas literarias se desvanecían. Su padre tenía cataratas y estabaperdiendo vista. Casi no veía. Podía caminar a tientas e identificaba a las personas que conocíabien si se colocaban delante de una luz fuerte. Pero ya no podía leer; y eso le impedía saciar suavidez de conocimiento e información de todo género. Seguía predicando. Me han contado que leacompañaban hasta el púlpito, y que nunca habían sido sus sermones tan impresionantes comoentonces: aquel anciano erguido, canoso y ciego, que miraba sin ver al frente mientras las palabrasbrotaban de sus labios con la misma fuerza y el mismo vigor que en sus mejores tiempos.También me han explicado un hecho curioso porque demuestra que conservaba una noción deltiempo muy precisa. Sus sermones habían durado siempre media hora. Esto no había constituidonunca un problema cuando veía bien: tenía el reloj delante y facilidad de palabra. Pero nadacambió en esto cuando se quedó casi ciego; terminaba el sermón en el momento exacto en que laaguja del minutero indicaba que habían transcurrido los treinta minutos.

Era paciente, a pesar de su gran pena. Soportaba la tragedia con la misma entereza silenciosaque en tiempos de mayor aflicción. Pero la ceguera le impedía hacer tantas cosas que se encerrabaen sí mismo y debió de pensar mucho en todo lo que era doloroso y preocupante respecto a suúnico hijo varón. No es extraño que se desanimara y se deprimiera. Sus hijas habían recogidoantes del otoño toda la información posible sobre las probabilidades de éxito de las operaciones decataratas en una persona de la edad de su padre. Emily y Charlotte habían viajado a Manchester afinales de julio con el propósito de buscar un buen cirujano; y allí les hablaron del señor Wilson,un oculista famoso. Fueron a consultarle. Sin embargo, por la descripción que le hicieron, él nopodía determinar si era aconsejable practicar la operación o no. Tenía que ver al paciente.Charlotte acompañó a su padre a la consulta del doctor Wilson a finales de agosto. El cirujanodecidió practicar la operación sin demora y les recomendó una pensión confortable que regentabauna antigua sirvienta suya. Quedaba en un barrio de las afueras de la ciudad, en una calle comotantas otras, de casitas de aspecto uniforme. La siguiente carta de Charlotte está fechada allí el 21de agosto de 1846:

Te pongo sólo unas letras para que sepas dónde estoy y puedas escribirme, pues creo que unacarta tuya aliviaría mi sensación de extrañeza en esta gran ciudad. Papá y yo llegamos aquí elmiércoles; el mismo día vimos al señor Wilson, el oculista. Dictaminó que papá tiene los ojos apunto para la operación y ha fijado el lunes próximo para realizarla. ¡Piensa en nosotros ese día!Nos instalamos aquí ayer. Creo que estaremos cómodos. El alojamiento es excelente, pero no haynadie (la señora de la casa está muy enferma y se ha ido al campo) y me desconcierta bastanteocuparme de las provisiones. Tenemos que arreglárnoslas solos. Me he dado cuenta de que soymuy ignorante. No sé qué carne pedir, por ejemplo. Para nosotros solos no tendría ningún

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problema, porque la dieta de papá es muy sencilla; pero dentro de unos días vendrá unaenfermera y me preocupa que no haya cosas bastante buenas para ella. Papá sólo necesita terneray cordero, té y pan con mantequilla. Pero seguro que una enfermera esperará vivir mucho mejor;dame algunas ideas, si puedes. El señor Wilson dice que tendremos que quedarnos aquí por lomenos un mes. No sé cómo les irá a Emily y a Anne en casa con Branwell. También ellas tendránsus problemas. ¡Cuánto daría porque estuvieras aquí conmigo! ¡Nos vemos obligados a adquirirexperiencia paso a paso! Pero el aprendizaje es muy desagradable. Un aspecto alentador de todoel asunto es que el señor Wilson cree que el caso es muy favorable.

26 de agosto de 1846

Ya ha pasado la operación; fue ayer. La realizó el señor Wilson, con la ayuda de otros dosmédicos. Él dice que ha sido un éxito; pero papá todavía no ve nada. Todo duró exactamente uncuarto de hora; no fue la sencilla operación de reclinación que nos describió el señor C., sino unamás compleja de extracción de la catarata. El señor Wilson no es partidario de la reclinación.Papá demostró una paciencia y una firmeza extraordinarias; los médicos parecían sorprendidos.Yo estuve en la sala todo el tiempo, porque papá quiso que así fuera; por supuesto, no abrí laboca ni me moví hasta que terminó todo, y entonces pensé que cuanto menos hablara mejor, tantopara papá como para los médicos. Papá ahora está en la cama, con la habitación a oscuras, y nodebe moverse en cuatro días. Debe hablar y hay que hablarle lo menos posible. Te agradezcomucho la carta y tus amables consejos, que me produjeron gran satisfacción porque descubrí quehabía organizado muchas cosas tal como tú me indicas y, como tu teoría coincide con mi práctica,estoy segura de que la segunda es correcta. Espero que el señor Wilson me permita prescindir dela enfermera pronto; es bastante buena, sin duda, aunque tal vez un poco más obsequiosa de lacuenta; y no muy de fiar, supongo yo; pero no me ha quedado más remedio que confiar en ella enalgunas cosas [...]Me divirtió mucho tu versión de los coqueteos de —; pero también meentristeció un poco. Creo que la Naturaleza lo había destinado a algo mejor que perder el tiempohaciendo desgraciadas a algunas pobres solteras ociosas. Lamentablemente, las chicas se sientenobligadas a quererle a él y a otros como él, porque aunque sus mentes permanecen bastanteociosas, sus sensaciones son completamente nuevas y en consecuencia frescas y lozanas; y encambio él sacia su placer y puede divertirse impunemente con el tormento de otros. Es injusto; lalucha es desigual. Ojalá tuviera yo el poder de inculcar en el alma de las perseguidas un poco deamor propio sereno —de conciencia de superioridad sustentadora (pues son superiores a élporque son más puras)—, un poco de resolución alentadora para soportar el presente y esperar elfinal. Si todas las solteras abrigaran y conservaran esos sentimientos, él no alzaría la crestadelante de ellas. Quizá por suerte sus sentimientos no sean tan fuertes como parece y, enconsecuencia, las saetas del caballero no hieran tan hondamente como a él le gustaría. Esperoque así sea.

Pocos días después escribe:

Papá sigue en la cama, a oscuras, con los ojos vendados. No tiene inflamación, pero al

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parecer aún son necesarios el máximo cuidado, quietud absoluta y oscuridad para asegurar elbuen resultado de la operación. Tiene mucha paciencia, aunque lógicamente está deprimido ycansado. Ayer le permitieron probar la vista por primera vez. Veía vagamente. El señor Wilson semostró muy satisfecho y dijo que todo iba bien. Yo tengo dolor de muelas desde que llegué aManchester y paso muy malas noches.

Durante todo ese tiempo, y a pesar de las preocupaciones domésticas que las agobiaban —apesar del fracaso de sus poemas—, las hermanas habían emprendido la otra aventura literaria aque aludía Charlotte en una de sus cartas a los señores Aylott. Cada una había escrito un relato enprosa, con la esperanza de conseguir publicarlos juntos. Cumbres borrascosas y Agnes Grey ya sehan publicado. El tercero, el de Charlotte, todavía es un manuscrito, pero se publicará pocodespués de que aparezca esta biografía.73 El argumento no es muy interesante en sí mismo;aunque pobre interés es el que depende de episodios asombrosos más que del desarrollo dramáticode los personajes; y Charlotte Brontë nunca superó uno o dos bocetos de los retratos que hizo enEl profesor, ni superó nunca en gracia femenina uno de los personajes femeninos que creó en eselibro. En la época en que lo escribió, su gusto y sus opiniones se habían rebelado contra elexagerado idealismo de la infancia y pasó al extremo de la realidad: describió minuciosamente lospersonajes tal como los había visto en la vida real; si eran fuertes, incluso hasta la tosquedad —como algunos que había conocido en la vida real—, «los describía como jumentos»; si elescenario de la vida tal como la veía era en su mayor parte salvaje y grotesco, y no pintoresco niagradable, lo describía con absoluta fidelidad. La gracia de algunas escenas y algunos personajesque son fruto de su imaginación más que de la realidad absoluta, destacan exquisitamente de lasoscuras sombras y caprichosos trazos de los otros, y nos recuerdan algunos retratos de Rembrandt.

Los tres relatos probaron suerte juntos en vano; al final los enviaron a distintas editoriales porseparado y también sin éxito durante muchos meses. Lo menciono ahora porque Charlotte mecontó que entre las desalentadoras circunstancias relacionadas con su angustiosa estancia enManchester, el manuscrito había vuelto a sus manos, rechazado lacónicamente por algún editor, elmismo día que su padre tenía que someterse a la operación. Pero tenía el corazón de RobertoBruce consigo, y los sucesivos fracasos no la arredrarían más que él.74 No sólo volvió de nuevo Elprofesor a probar suerte entre los editores de Londres, sino que en aquellos días de preocupación einquietud deprimente —en aquellas calles grises, tediosas y uniformes, en que todos los rostrossalvo el de su amable doctor le parecían extraños y apagados—, precisamente allí y entonces,empezó el valeroso genio a escribir Jane Eyre. Leed lo que dice ella: «Todas las editorialesrechazaron el libro de Currer Bell, y nadie reconoció en él mérito alguno, así que el frío de ladesesperanza empezó a helarle el corazón».75 Recordad que no era el corazón de una persona quesi pierde una esperanza puede volverse con renovado entusiasmo a los muchos dones seguros quele quedan. Pensad en su hogar, en la negra sombra de remordimiento que aplastó a uno de sushabitantes, hasta obnubilarle el cerebro mismo y hacerle perder el talento y la vida; pensad en lavista de su padre, que pendía de un hilo; en la delicada salud de sus hermanas, que dependían desus cuidados; y admirad luego como merece su valor inquebrantable, que le permitió trabajarcontinuamente en Jane Eyre, mientras el otro libro seguía «su lento y cansino recorrido en

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Londres».Me parece que ya he mencionado que algunas amigas de Charlotte creen que un suceso que le

contaron cuando estaba en el colegio de la señorita Wooler fue el germen de la historia de JaneEyre. Pero son sólo conjeturas; no podemos verificarlo. Las personas a quienes explicó el tema desus escritos han muerto y no pueden hablar; y el lector probablemente haya advertido que en lacorrespondencia de la que he tomado fragmentos no se hace alusión alguna a la publicación de suspoemas ni la menor alusión al propósito de sus hermanas de publicar ningún relato. Recuerdo, noobstante, muchos detalles que me explicó la señorita Brontë en respuesta a mis preguntas sobre suforma de escribir y demás. Me dijo que no podía escribir todos los días. Que a veces transcurríansemanas e incluso meses sin que se le ocurriera nada que añadir a lo que ya había escrito de lahistoria. Luego, se despertaba una mañana y veía con absoluta nitidez el desarrollo de la historia.Cuando pasaba eso, su única preocupación era cumplir con sus deberes domésticos y filiales loantes posible para tener luego tiempo de sentarse a escribir los nuevos incidentes e ideas que, enrealidad, estaban más presentes en su mente en tales momentos que su verdadera vida. Pero noobstante esa «posesión», por así decirlo, los compañeros de la casa que sobreviven afirman quenunca ni por un instante dejó de cumplir con sus deberes ni se negó a prestar ayuda cuando se lapedían. Habían tenido que contratar a una muchacha para que ayudara a Tabby (que ya tenía casiochenta años). Tabby se resistía con celosa renuencia a delegar cualquiera de sus tareas y seimpacientaba cuando le recordaban (siempre con delicadeza) que estaba perdiendo agudezasensitiva por la edad. La otra criada no podía inmiscuirse en lo que ella consideraba trabajoexclusivamente suyo. Entre otras labores, se había reservado el derecho de pelar las patatas de lacomida; pero como estaba perdiendo vista, a veces dejaba las manchas negras que nosotros en elNorte llamamos «ojos» de la patata. La señorita Brontë era una ama de casa demasiadoescrupulosa para pasarlo por alto; pero se resistía a pedir a la otra muchacha que repasara laspatatas, porque no quería ofender a Tabby demostrándole que su trabajo ya no era tan eficaz comoantes. Así que entraba a hurtadillas en la cocina y se llevaba en silencio el cuenco de las hortalizassin que la viera Tabby, e, interrumpiendo el flujo de interés e inspiración de su escritura, cortabacuidadosamente los ojos de las patatas y luego las llevaba sin hacer ruido a su sitio. Esta simplemaniobra demuestra lo metódica y concienzuda que era en el cumplimiento de sus deberes,incluso cuando la dominaba el impulso creador.

Quienes hayan estudiado los escritos de Charlotte Brontë (ya sean las obras publicadas o lascartas), quienes hayan disfrutado del raro privilegio de oírla hablar, sin duda habrán observado susingular acierto en la elección de las palabras. Ponía sumo cuidado en este punto al escribir suslibros. Una frase era la imagen exacta de su pensamiento; y no lo eran en cambio otras, aunque susignificado pareciera idéntico. Sentía verdadero respeto práctico por la simple y sagrada fidelidadexpresiva que el señor Trench76 ha impuesto, como un deber que se olvida con facilidad. Ellabuscaba el término preciso y esperaba con paciencia hasta que se le ocurría. Podía ser regional oderivarse del latín. No le importaba su origen, siempre que correspondiera exactamente a la ideaque quería expresar. Pero ese cuidado da a su estilo el acabado de un mosaico. Cada elemento, porpequeño que sea, está en el lugar correcto. Charlotte no escribía nunca una frase hasta queentendía claramente lo que quería decir y había elegido parsimoniosamente las palabras y las

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había ordenado de la forma correcta. De ahí que en los borradores a lápiz que he visto haya algunaque otra frase tachada, pero rara vez, si es que alguna, una palabra o una expresión. Escribía enhojas de papel pequeñas con letra minúscula; sujetaba la hoja en una tabla a modo de escritorio,como se hace para encuadernar libros. Era un sistema necesario para alguien tan miope como ella;y además le permitía escribir a lápiz sentada junto al fuego al atardecer, y cuando pasaba horas envela por la noche (algo bastante frecuente). Luego copiaba los borradores de los manuscritosterminados, con letra clara y legible, de delicados trazos, casi tan clara como la letra de imprenta.

Las hermanas Brontë conservaban la vieja costumbre que habían iniciado en vida de su tía:dejaban a un lado la labor a las nueve en punto y se dedicaban entonces a su estudio, paseando auno y otro lado de la sala de estar. Hablaban de las historias que tenían entre manos y describíanlos argumentos. Una o dos veces por semana, cada una leía a las otras lo que había escrito yescuchaba los comentarios que le hacían. Charlotte me contó que las observaciones que le hicieroncasi nunca la indujeron a cambiar lo escrito, tal era su convencimiento de que había descrito larealidad; pero las lecturas tenían un interés enorme y estimulante para las tres, porque las sacabande la persistente presión de las monótonas y lacerantes preocupaciones cotidianas y lastransportaban a un lugar libre. En una de aquellas veladas, Charlotte decidió desafiar el canonestablecido y hacer a su heroína feúcha, menuda y poco atractiva.

La autora de la hermosa nota necrológica sobre «la muerte de Currer Bell»77 seguramentesupo por ella lo que explica en la misma sobre Jane Eyre, por lo que me tomaré la libertad decitarlo:

Una vez les dijo a sus hermanas que se equivocaban (incluso moralmente) al hacer a susheroínas bellas como algo normal. Ellas contestaron que era imposible que una heroína resultarainteresante de otro modo. Su respuesta fue: «Os demostraré que estáis equivocadas; osdemostraré que una heroína tan fea y tan baja como yo puede ser tan interesante como cualquierade las vuestras». De ahí Jane Eyre, dijo ella al contar la anécdota: «Aunque sólo se parece a míen eso». A medida que el relato avanzaba, el interés de la escritora aumentaba. Cuando llegó aThornfield

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78 no podía parar. Como era tan corta de vista, escribía acercándose mucho al papel, y (elprimer borrador) a lápiz. Escribió de forma incesante durante tres semanas; al final de estetiempo había sacado a su heroína de Thornfield y estaba sumida en una fiebre que la obligó ahacer una pausa.

Creo que eso es todo lo que se puede decir ahora sobre la gestación y la escritura de ese libroprodigioso, que estaba sólo al principio cuando la señorita Brontë regresó con su padre a Haworthtras su viaje lleno de preocupaciones a Manchester.

Llegaron a casa a finales de septiembre. El señor Brontë se recuperaba rápidamente, pero eldoctor le había prohibido usar mucho la vista. En casa, las cosas habían ido mejor de lo queCharlotte se había atrevido a esperar durante su ausencia, y dio gracias a Dios por los bienesconcedidos y los males evitados en aquel periodo.

Al poco tiempo estudiaron de nuevo una propuesta para que la señorita Brontë abriera uncolegio, esta vez en algún lugar lejos de Haworth. No he podido conseguir datos claros sobre lamisma. Charlotte trata del tema a su modo característico en el fragmento siguiente.

¡Irme de casa! Tal vez no encontrara alojamiento ni empleo, además de que ya no estoyprecisamente en la flor de la vida, ni mucho menos, y mis facultades se habrán oxidado y habréolvidado en buena medida mis escasos conocimientos. Esas ideas me torturan a veces; perocuando consulto con mi conciencia, me dice que hago bien quedándome en casa, y susrecriminaciones son amargas cuando cedo al vivo deseo de liberación. No esperaría triunfar sidesoyera esas advertencias. Me gustaría recibir noticias tuyas pronto. Plantea el asunto a — yoblígale a decirte de forma clara y concreta, sin vaguedades, cuántas alumnas podría conseguirrealmente. La gente a veces cree que puede hacer grandes cosas en ese terreno hasta que lointenta; y conseguir alumnas no es lo mismo que conseguir artículos de otro género.

Fuera cual fuere el carácter y amplitud de las negociaciones, el resultado final fue queCharlotte siguió la voz de su conciencia, que le ordenaba permanecer en casa mientras supresencia allí pudiera animar o consolar a los enfermos, o ejerciera la menor influencia en quienera la causa de su aflicción. El fragmento siguiente nos permite ver las preocupaciones de aquelhogar. Es de una carta fechada el 15 de diciembre:

Espero que no te hayas congelado; aquí hace un frío espantoso. No recuerdo días tan polarescomo éstos. Inglaterra podría haberse deslizado realmente en la zona ártica. El cielo parecehielo; la tierra está congelada; el viento es tan cortante como una cuchilla de doble filo. Tenemostodos catarro y mucha tos por culpa del frío. La pobre Anne lo ha pasado muy mal con el asma,aunque me alegra poder decir que ya está bastante mejor. La semana pasada hubo dos noches enque resultaba verdaderamente penoso oírla y verla toser y respirar con tanta dificultad; tuvo queser muy angustioso para ella. Lo soportó sin una sola queja, como aguanta siempre la aflicción,suspirando sólo alguna que otra vez cuando estaba ya casi agotada. Posee una fortaleza heroica.La admiro pero desde luego no podría imitarla. [...] Dices que tengo «mucho que contarte». ¿Quéquieres que te cuente? En Haworth no pasa nada; al menos, nada agradable. Hace más o menos

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una semana ocurrió un pequeño incidente que nos hirió en lo más vivo; pero si a ti no te causamás placer oírlo del que nos produjo a nosotros presenciarlo, no me agradecerás que lomencione. Fue simplemente la llegada de un agente judicial a ver a B. para pedirle que pagara lasdeudas o lo acompañara a York. Tuvimos que pagar sus deudas, claro. No resulta agradableperder dinero una y otra vez de esa forma. ¿Pero qué sentido tiene hablar de esas cosas? A él nole hará ningún bien.

28 de diciembre

Tengo la sensación de que es una farsa sentarme a escribirte ahora sin tener nada que contarque merezca la pena; en realidad, si no fuera por dos razones, lo dejaría para dentro de quincedías como mínimo. La primera razón es que necesito otra carta tuya, porque tus cartas soninteresantes, siempre contienen algo; algunos resultados de la experiencia y la observación; unalas recibe con placer y las lee con deleite; y no puedo contar con recibir esas cartas si no lascontesto. Me gustaría que la correspondencia pudiera organizarse para que fuera unilateral. Lasegunda razón es un comentario de la última tuya; dice que te sentías sola, como yo en Bruselas, yque por ello sentías un peculiar deseo de saber de una antigua conocida. Lo entiendoperfectamente. Recuerdo que cuando estaba en el mencionado lugar, la nota más breve me parecíatodo un placer; así que te escribo. También tengo una tercera razón para hacerlo: es elinquietante terror de que vayas a suponer que te he olvidado, que mi afecto se enfría con laausencia. No es propio de mí olvidarte; aunque creo que si viviéramos juntas siempre, montaríaen cólera y explotaría a veces; y tú también lo harías; y luego nos reconciliaríamos y seguiríamostranquilamente como antes. ¿Te has sentido alguna vez disgustada con tu carácter cuando pasasmucho tiempo en el mismo sitio, en el mismo escenario, sometida a una especie de fastidioexasperante? Yo sí: ahora mismo me encuentro en ese estado de ánimo nada envidiable. Creo quepierdo el humor demasiado pronto, que soy demasiado suspicaz, demasiado irritable y vehemente.Creo que me gustaría ser tan impasible y serena como dices que es la señora —; o, al menos, megustaría tener su capacidad de autocontrol y disimulo; claro que no aceptaría sus ideas y suscostumbres artificiales con su compostura. En realidad creo que prefiero ser como soy [...] Hacesbien en no irritarte por las máximas convencionales que encuentras. Mira todas las costumbresnuevas como experiencias nuevas: si ves miel, recógela [...] En realidad, creo que no hay quedespreciar todo lo que vemos en el mundo simplemente porque no es a lo que estamos habituados.Supongo, en cambio, que en no pocas ocasiones hay importantes razones para las costumbres quenos parecen absurdas; y si alguna vez volviera a vivir en el extranjero intentaría analizar lascosas antes de condenarlas. La ironía y la crítica indiscriminadas son pura y simple majadería,eso es todo. Anne se encuentra mucho mejor, pero papá lleva casi quince días con gripe; a vecesle dan ataques de tos angustiosos y está muy desanimado.

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CAPÍTULO II

El año siguiente empezó con frío y mal tiempo que afectaron mucho a la señorita Brontë, bastantedebilitada ya por la angustia y las preocupaciones. Ella misma explica que había perdidocompletamente el apetito y que parecía «gris, vieja, extenuada y deprimida» por suspadecimientos durante aquella estación inclemente. El frío le provocó un fuerte dolor de muelas; yel dolor de muelas fue la causa de una sucesión de noches espantosas; y la prolongada vigilia leafectó a los nervios haciéndole sentir con redoblada sensibilidad toda la tensión de su vidaopresiva. Pero no se permitió achacar su mala salud al desasosiego; «porque en realidad —dijo enesa época— tengo muchas, muchísimas cosas que agradecer». La verdadera situación tal vezpueda deducirse de los siguientes extractos de sus cartas.

1 de marzo

Aun a riesgo de parecer muy exigente, tengo que decirte que me gustaría recibir una carta tanlarga como la última cada vez que me escribas. Las notas breves son como un bocadito de unmanjar exquisito, aguzan el apetito sin saciarlo. Las largas te dejan más satisfecha; y sinembargo, en realidad, me alegra mucho recibir notas; no vayas a pensar, cuando andes escasa detiempo o de materiales, que es inútil ponerme unas líneas; te aseguro que unas líneas están muybien dentro de lo que cabe; y aunque me gustan las cartas largas, por nada del mundo desearíaque fueran un trabajo para ti [...] Me gustaría que vinieras a Haworth antes de volver yo a B—. Yes lógico y correcto que lo desee. Para mantener la amistad como es debido hay que conservar elequilibrio de buenos oficios, porque de lo contrario se introduce en la relación un sentimientoinquietante que destruye el mutuo solaz. Podríamos organizar tu visita a Haworth durante elverano y el buen tiempo mucho mejor que en invierno. Entonces saldríamos y estaríamos másindependientes de la casa y de nuestra habitación. Branwell se comporta muy mal últimamente.Por su conducta extraña y por los comentarios enigmáticos que deja caer (pues nunca hablaclaramente) sospecho que pronto tendremos noticias de las nuevas deudas que haya contraído. Yoestoy mejor de salud; creo que la precariedad de la misma se debe más al frío que a laspreocupaciones.

24 de marzo de 1847

Es en Haworth donde tenemos que vernos la próxima vez, si todo va bien. No te perdono quedieras a la señorita W— un informe exageradísimo acerca de que no me encuentro bien,animándola a pedirme que me vaya de casa como una verdadera obligación. Ya pondré buencuidado en no decirte nada cuando vuelva a sentirme especialmente vieja y fea. ¡A ver si laspersonas no van a tener ese privilegio sin que los demás piensen que están en las últimas! En mipróximo aniversario cumpliré treinta y uno. Mi juventud ha pasado como un sueño; y nunca la he

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aprovechado. ¿Qué he hecho en estos treinta años? Bien poco.

El año transcurrió con sigilo, triste y silencioso. Las hermanas Brontë contemplarondirectamente y durante mucho tiempo los espantosos efectos del mal empleo de los talentos y eluso y el abuso de las facultades en la persona de aquel hermano que había sido su amor y suorgullo más preciados. Tenían que cuidar al pobre padre anciano, a quien todos los padecimientosacongojaban más por el callado estoicismo de su entereza. Tenían que velar por su salud, porquefuera cual fuere el estado de la misma él nunca se quejaba. Tenían que salvar como fuera lospreciosos restos de su vista. Y tenían que administrar el hogar austero cada vez con más cuidadopara cubrir necesidades y gastos completamente ajenos a su carácter abnegado. Aunque rehuían elcontacto excesivo con sus semejantes, siempre tenían una palabra amable para aquellos a quienesencontraban. Y cuando se necesitaban buenas obras, si estaba en su mano hacerlas, las hermanasde la rectoría nunca las escatimaban. Visitaban las escuelas parroquiales regularmente; y muchasveces Charlotte acortaba las raras y breves vacaciones de una visita por juzgar prioritario estar ensu puesto en la escuela dominical.

Jane Eyre iba avanzando en los ratos libres de una vida como ésta. Y El profesor seguíapasando lenta y laboriosamente de un editor a otro. Cumbres borrascosas y Agnes Grey habíansido aceptadas por otro editor, «en condiciones bastante leoninas para las dos autoras»; un acuerdoal que volveremos con más detalle. Lo retuvo los primeros meses de verano esperando su vistobueno para la publicación.

La alegría exterior que esperaban estos mismos meses de verano las hermanas era la esperanzade que la amiga a quien tantas cartas dirigía Charlotte y que era su compañera preferida siempreque las circunstancias les permitían estar juntas, así como favorita de Emily y de Anne, pudierapasar unos días con ellas en Haworth. Charlotte escribe que el buen tiempo había llegado en mayoy que esperaban que su visitante se sintiera a gusto. Su hermano había dado fin a una considerablesuma de dinero que había conseguido en la primavera, y estaba sometido a las saludablesrestricciones de la pobreza, por lo que se encontraba pasablemente bien. Pero Charlotte advierte asu amiga que se prepare para el cambio de aspecto de Branwell, y que está destrozadomentalmente; termina así la nota pidiéndole encarecidamente que vaya a Haworth: «Rezo para quehaga buen tiempo y podamos salir mientras estés aquí».

Al final fijaron la fecha:

El viernes nos va muy bien. Confío en que ahora no surja nada que te impida venir. Mepreocupa el tiempo que hará ese día; si llueve, me echaré a llorar. No cuentes con que vaya aesperarte; ¿de qué serviría? No me gusta ir a esperar a la gente ni que me esperen a mí. A no ser,claro, que traigas una maleta o una bolsa, para ayudarte; entonces ya tendría algún sentido. Vende negro, azul, rosa, blanco o escarlata, como quieras. Ven desharrapada o elegante; ni el colorni el estado de la ropa importa, y siempre que dentro esté E—, todo estará bien.

Pero llegó entonces la primera de una serie de decepciones. Se advierte lo profunda que tuvoque ser para provocar las siguientes palabras.

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20 de mayo

Tu carta de ayer me produjo un cruel escalofrío de decepción. No te culpo a ti porque sé queno es tuya la culpa. No excuso del todo a —[...] Es amargo y estoy disgustada. En cuanto a lo de iryo, no pienso poner los pies en B— hasta que tú vengas a Haworth. Recuerdos a todos sinexcepción, con una buena dosis de resentimiento y amargura, de la que sólo tú y tu madre quedáisexcluidas.

C. B.

Eres muy libre de explicar lo que pienso, si lo juzgas oportuno. Aunque en realidad quizá sea unpoco injusta porque estoy muy disgustada. Creía que había organizado todo para que la visita teresultara razonablemente agradable esta vez. Quizá sea más complicado en otra ocasión.

Tengo que citar ahora una carta que escribió aproximadamente por la misma fecha, porquedemuestra claramente el buen juicio de la escritora.

Me hace gracia lo que dices respecto al deseo de ella de que cuando se case su marido tengaal menos voluntad propia, aunque sea un tirano. Cuando vuelva a expresar semejante aspiración,dile que incluya una condición: si su marido tiene mucha voluntad, habrá de tener también muchosentido común, muy buen corazón, y una perfecta noción de la justicia; porque un hombre conpoco juicio y voluntad fuerte no es más que un animal obstinado; no harás nada bueno de él; noconseguirás que entre en razón. Y en esas circunstancias, un tirano es una maldición.

Mientras tanto, El profesor había sido rechazado por muchos editores. Tengo razones paracreer que algunos no habían sido muy amables al escribir a un autor desconocido, y ninguno alegórazones claras del rechazo. La cortesía es buena siempre. Claro que no se puede contar con queuna editorial grande, con la presión del trabajo, tenga tiempo de explicar las razones por las querechaza cada obra. Pero aunque no haya que extrañarse por una forma de actuar concreta, lacontraria puede caer sobre una persona apenada y decepcionada con la misma delicadeza que elrocío. Y entiendo muy bien el comentario de Currer Bell sobre lo que sintió al leer la carta de losseñores Smith y Elder comunicándole que no publicarían El profesor.

Lo intentamos en otra editorial como una vana esperanza. Al poco tiempo, mucho menos delque la experiencia le había enseñado a calcular, llegó una carta que abrió aburrido esperandoencontrar dos líneas escuetas comunicándole que a los señores Smith y Elder «no les interesabapublicar el manuscrito»; y, en su lugar, sacó del sobre una carta de dos hojas. La leyó temblando.En realidad, declinaba la publicación del relato por motivos económicos, pero analizaba susméritos y deméritos de forma tan amable y considerada, en un tono tan juicioso, con un criteriotan inteligente, que este rechazo animó al autor más de lo que podría haberlo hecho una nota deaceptación escueta. Añadía que una obra en tres volúmenes recibiría cuidadosa atención.

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79

El señor Smith me ha explicado un pequeño detalle relacionado con la recepción de estemanuscrito, que me parece indicativo de un carácter nada común. Llegó al número 65 de la calleCornhill (acompañado de la nota que se da abajo) en un paquete de papel de estraza. Además de ladirección de los señores Smith y Co., figuraban en el mismo las de otras editoriales a las que lohabían enviado, tachadas, pero sin borrar, de forma que los señores Smith vieron inmediatamentelos nombres de algunas de las otras empresas del ramo a las que el desafortunado paquete habíallegado sin éxito.

SEÑORES SMITH Y ELDER15 de julio de 1847

Muy señores míos: Me permito someter a su consideración el manuscrito adjunto. Me gustaríasaber lo antes posible si cuenta con su aprobación y si emprenderían su publicación. Diríjanse ala Srta. Brontë (para el Sr. Currer Bell), Haworth, Bradford, Yorkshire.

Transcurrió un tiempo antes de que le contestaran.He de mencionar aquí una circunstancia, que si bien es algo anterior, demuestra la

inexperiencia de la señorita Brontë en las cosas mundanas y su amable deferencia a la opinión delos demás. Había escrito a un editor sobre uno de los manuscritos que le había enviado y, como norecibió respuesta, consultó a su hermano cuál podría ser la razón de tan prolongado silencio. Él loatribuyó sin vacilación a que no había adjuntado un sello a la carta. Así que ella escribió de nuevo,para subsanar la omisión y disculparse por ella.

SRES. SMITH Y ELDER2 de agosto de 1847

Muy señores míos: Hace unas tres semanas les envié un manuscrito titulado El profesor, unrelato de Currer Bell . Me gustaría saber a la mayor brevedad posible si lo han recibido y si estándispuestos a publicarlo.

AtentamenteCURRER BELL

Les adjunto un sobre con la dirección para su respuesta.

Esta vez le contestaron a vuelta de correo; porque cuatro días después escribe (en contestacióna la carta que describió en el prólogo a la segunda edición de Cumbres borrascosas, y que conteníauna negativa tan delicada, razonable y cortés que resultó más alentadora que una aceptación):

Sé muy bien que su objeción a la falta de interés variado del relato no carece de fundamento;pero a mí me parece que podría publicarse sin grave riesgo si su aparición fuera seguida al poco

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tiempo de otra obra del mismo autor y de un carácter más ameno y emocionante. La primera obrapodría servir de introducción y acostumbrar al público al nombre del autor: el éxito de lasegunda resultaría así más probable. Estoy acabando otra obra en tres volúmenes, a la que heprocurado dar mayor interés que el que tiene El profesor. Creo que tardaré un mes en acabarla,por lo que si El profesor encontrara editor, la segunda obra podría salir tan pronto como sejuzgase aconsejable; y así, el interés del público (si despertara interés) no se habría enfriado.¿Serían tan amables de comunicarme su opinión sobre este plan?

Mientras las tres hermanas permanecían en vilo, la amiga que esperaban hacía tanto tiempo leshizo al fin la visita prometida. Fue a principios del cálido mes de agosto de aquel año. Pasabancasi todo el día al aire libre en los páramos, disfrutando del sol, que produjo una cosechainsólitamente abundante, por lo que, más tarde, Charlotte expresó su sincero deseo de que secelebrara un oficio religioso de acción de gracias en todas las iglesias. Agosto era la estación másespléndida para los vecinos de Haworth. Hasta el humo que cubría el valle entre el pueblo yKeighley tomaba la belleza de los colores radiantes de los altos páramos, el morado encendido delos brezos en flor creaba un contraste armonioso en la luz dorada pardo rojiza que atraviesa laatmósfera de las hondonadas y llega a todos los rincones en las calurosas tardes estivales. Yarriba, en los páramos, sus dominios se extendían en largas ondulaciones de colinas color amatistaque se perdían en los tonos etéreos; y el aroma fresco y fragante del brezo y el «murmullo deinnumerables abejas» prestaban intensidad al entusiasmo con que recibieron a su amiga en suverdadero hogar, en los agrestes descampados de las colinas.

Allí también podían escapar de la sombra de la casa.En todo aquel tiempo y en todas sus confidencias, las hermanas Brontë no dijeron a su amiga

una palabra de los tres manuscritos que habían enviado a Londres; dos ya aceptados y en laimprenta; otro temblando en la balanza del juicio de un editor; nada supo tampoco del manuscritode aquel otro relato «casi acabado» que estaba en la vieja rectoría gris. Podría abrigar sussospechas de que todas escribían con intención de publicar alguna vez; pero conocía los límitesque se imponían en sus comunicaciones; ni podía ella ni puede nadie extrañarse de su reticencia,recordando cómo había fracasado un plan tras otro precisamente cuando parecía a punto decumplirse.

El señor Brontë también sospechaba que sus hijas tramaban algo; pero como ellas nunca ledecían nada, él no mencionó el tema, y sus ideas al respecto eran vagas e imprecisas y sólo lobastante proféticas para no desmayarse cuando más adelante se enteró del éxito de Jane Eyre, acuyo estado tenemos que volver ahora.

SRES. SMITH Y ELDER24 de agosto

Les envío por ferrocarril un manuscrito titulado Jane Eyre, una novela en tres partes, deCurrer Bell. No he podido pagar el porte del paquete porque no aceptan el dinero en el apeaderodesde el que lo envío. Si cuando acusen recibo del manuscrito tienen la bondad de indicarme lacantidad abonada a la entrega del mismo, se la enviaré inmediatamente en sellos postales. En

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adelante es mejor que se dirijan a Currer Bell a nombre de la Srta. Brontë, Haworth, Bradford,Yorkshire, porque si no, existe el riesgo de que no reciba las cartas. Para evitar problemas, lesadjunto un sobre.

El editor aceptó el manuscrito y publicó Jane Eyre el 16 de octubre.Mientras estaba en prensa, la señorita Brontë fue a B— a hacer una visita breve a su amiga.

Los editores le remitieron allí las pruebas de imprenta y de vez en cuando se sentaba a corregirlasa la misma mesa que su amiga; pero nunca intercambiaron ni una palabra sobre el tema.

En cuanto regresó a la rectoría, escribió:

Septiembre

Cuando llegué a Keighley llovía y hacía viento. Volví a casa caminando; pero mi fatiga seevaporó al entrar en la rectoría y encontrar a todos bien.

Mis paquetes han llegado sin novedad esta mañana. He repartido los regalos. Papá dice que teenvíe cariñosos recuerdos de su parte. La pantalla será muy útil y te da las gracias por ella.Tabby está encantada con su cofia. Dijo: «Ella nunca pensó en nada semejante como que laseñorita le mandara algo y ella está segura de que nunca podrá agradecérselo bastante». Me pusefuriosa cuando encontré una vasija en mi baúl. Al principio pensé que estaría vacía, pero cuandovi que pesaba y estaba llena, me dieron ganas de enviarlo todo de vuelta a B—. Sin embargo, lainscripción A. B. me ablandó mucho. Ha sido amable e infame a la vez que lo enviaras. Habría quebesarte primero tiernamente y luego azotarte tiernamente. Ahora mismo Emily está en el suelo deldormitorio en que te escribo contemplando su tesoro. Cuando le di tu regalo, sonrió con expresióncomplacida y un poco sorprendida a la vez. Todos te envían su cariño. Tuya, con una mezcla deamor y cólera.

Cuando los futuros editores de Jane Eyre recibieron esa excelente novela, le correspondióleerla primero a un caballero relacionado con la empresa. La historia le impresionó tanto queinformó de forma entusiasta al señor Smith, a quien al parecer le hizo gracia la admiración que lehabía causado. «Parece tan encantado que no sé hasta qué punto creerle», le dijo, riéndose. Perocuando un segundo lector, un escocés muy lúcido y nada proclive al entusiasmo, que se habíallevado el manuscrito a casa, se sintió tan interesado que no pudo dejar de leer y se pasó medianoche hasta terminarlo, despertó curiosidad suficiente en el señor Smith como para que decidieraleerlo él. Y, a pesar de los grandes elogios que le habían hecho del manuscrito, le pareció que sehabían quedado cortos.

Cuando publicaron la novela, enviaron ejemplares a algunos amigos personales del mundoliterario. Su criterio se tenía en gran estima, y con razón. Gozaban de un gran prestigio en elmundo de las letras; y todos correspondieron con elogios y agradecimiento por el libro. Entre ellosse contaba el gran narrador80 a quien tanto admiraba la señorita Brontë; él advirtióinmediatamente los extraordinarios méritos del libro y los reconoció en una nota característica alos editores.

Las críticas tardaron más en llegar o fueron más cautelosas. El Athenaeum y el Spectator

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publicaron reseñas breves, que reconocían la fuerza del autor. La Literary Gazette no sabía muybien si era prudente alabar a un autor desconocido. El Daily News devolvió el ejemplar que leshabían enviado, alegando su norma de «no reseñar novelas»; pero poco después el mismoperiódico publicó una crítica del Bachelor of the Albany; y los editores de Jane Eyre enviaron denuevo un ejemplar al director, pidiendo una reseña. Esta vez aceptaron la obra, pero no sé cómofue el artículo sobre la misma.

El Examiner acudió al rescate en lo concerniente a las opiniones de los críticos profesionales.Los artículos literarios del periódico siempre eran excelentes por el cordial y generosoreconocimiento de los méritos; la reseña de Jane Eyre no fue una excepción. Estaba llena deelogios entusiastas, pero delicados y sagaces. Por lo demás, la prensa en general hizo poco porpromocionar la venta de la novela. Los pedidos de los libreros habían empezado antes de queapareciera la crítica del Examiner; la fuerza y la fascinación de la historia se abrió paso entre elpúblico sin la orientación de la crítica profesional. Y a primeros de diciembre empezó laavalancha de pedidos de ejemplares.

Incluiré aquí dos o tres cartas de la señorita Brontë a los editores para demostrar la timidezcon que recibió la idea del éxito una persona tan poco acostumbrada a adoptar un punto de vistaoptimista sobre cualquier asunto que la incumbiera personalmente.

SRES. SMITH, ELDER Y CO.19 de octubre de 1847

Muy señores míos: Esta mañana han llegado los seis ejemplares de Jane Eyre. Han dado a laobra todos los privilegios que pueden proporcionar un buen papel, tipografía clara y una cubiertaapropiada. Si fracasa, toda la culpa será del autor, ustedes quedan exentos.

Ahora espero el juicio de la prensa y del público. Atentamente,C. BELL

SRES. SMITH, ELDER Y CO.26 de octubre de 1847

Muy señores míos: He recibido los periódicos. Hablan tan bien de Jane Eyre como yoesperaba. La reseña de Literary Gazette parece realmente dictada en un talante bastante soso yAthenaeum tiene un estilo propio, que respeto, aunque no es que me entusiasme precisamente;pero supongo que hay muchas razones para sentirse satisfecho, teniendo en cuenta que revistas deesa categoría han de mantener un prestigio que se vería perjudicado si elogiaran con demasiadoentusiasmo a un autor desconocido.

Mientras tanto, una venta rápida sería un apoyo ante la altivez de los críticos altaneros. Muyatentamente,

C. BELL

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SRES. SMITH, ELDER Y CO.13 de noviembre de 1847

Sres.: Acuso recibo de la suya del 11 de los corrientes, y les agradezco la información. Tambiénllegó la reseña crítica de People’s Journal, y esta mañana he recibido el Spectator. La crítica delSpectator da esa opinión del libro que adoptará lógicamente determinado tipo de mentalidades.Espero que salgan otras reseñas de índole similar. Una vez señalado el camino de la detracción,seguramente lo seguirán. Es muy probable que casi todas las críticas futuras tengan en cuenta ladel Spectator. Me temo que ese cambio de opinión no favorecerá la demanda del libro; pero eltiempo dirá. Si Jane Eyre tiene un valor sólido, creo que capeará una ráfaga de viento contrario.Saludos. Atentamente,

C. BELL

SRES. SMITH, ELDER Y CO.30 de noviembre de 1847

Muy señores míos: He recibido The Economist, pero no el Examiner; por alguna razón se haextraviado, como el Spectator en otra ocasión anterior; me complace, no obstante, saber por sucarta que la reseña de Jane Eyre es favorable, y también que las perspectivas de la obra parecenmejorar.

Les agradezco la información sobre Cumbres borrascosas. Muy atentamente,C. BELL

SRES. SMITH, ELDER Y CO.1 de diciembre de 1847

Muy señores míos: Hoy ha llegado el Examiner. Hubo un error por la dirección, que era paraCurrer Bell, a la atención de la señorita Brontë. Permítanme decirles que sería mejor en adelanteno poner el nombre de Currer Bell en la dirección; es más probable que llegue sin problema a sudestino si ponen sólo Srta. Brontë. Currer Bell no es conocido en la zona y no tengo ningún deseode que lo sea. La reseña del Examiner me complació mucho. Parece de un escritor competente queentiende lo que se compromete a criticar; la aprobación de esa procedencia sin duda esalentadora para un autor y confío en que sea beneficiosa para la obra. Atentamente,

C. BELL

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También he recibido las otras siete críticas de periódicos provinciales adjuntas en un sobre.Muchísimas gracias por enviarme tan puntualmente todas las críticas.

SRES. SMITH, ELDER Y CO.10 de diciembre de 1847

Muy señores míos: Acuso recibo de su carta con talón bancario postal, por el que les doy lasgracias. Habiéndoles manifestado ya mi opinión sobre su amabilidad y rectitud, sólo me quedaañadir que confío en que tengan siempre motivos para estar tan satisfechos conmigo como loestoy yo con ustedes. Me complacería sumamente que la publicación de cualquier obra futuraresultara grata y beneficiosa para ustedes; y me causaría un profundo pesar que alguna vezcreyeran tener motivos para arrepentirse de ser mis editores.

No necesitan disculparse por haberme escrito tan pocas veces. Siempre me complace recibirnoticias suyas, por supuesto; pero también me complace recibirlas del señor Williams;

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81 él fue mi primer crítico favorable; quien primero me animó a seguir escribiendo, por lo quecuenta con todo mi respeto y agradecimiento.

Disculpen la informalidad de esta carta, y reciban mis respetuosos saludos,CURRER BELL

Disponemos de escasa información en cuanto a la llegada de las primeras noticias de suextraordinario éxito y cómo afectaron al corazón único de las tres hermanas. Una vez pregunté aCharlotte Brontë si la popularidad de la novela la había sorprendido (hablábamos de la descripcióndel colegio de Lowood y me estaba explicando que no sabía si la habría escrito de haber sabidoque se identificaría al instante con Cowan Bridge). Vaciló un momento, y luego me contestó: «Yocreía que lo que me había impresionado con tanta fuerza a mí cuando la escribí tenía que causaruna fuerte impresión a todos los que la leyeran. No me sorprendió que los lectores de Jane Eyresintieran un profundo interés; lo que no esperaba es que un libro de un autor desconocidoencontrara lectores».

Las hermanas Brontë habían ocultado sus aventuras literarias a su padre, por temor a aumentarlas propias preocupaciones y decepciones al presenciar las de él; porque él se interesabamuchísimo por todo lo que les sucedía a sus hijos y también él había tenido inclinacionesliterarias cuando era joven y optimista. Es cierto que no era muy dado a expresar sus sentimientoscon palabras; se diría que pensaba que estaba preparado para la decepción como destino delhombre y que podía afrontarla con estoicismo; pero las palabras son torpes y lentos intérpretes delos sentimientos para quienes se aman, y sus hijas sabían que soportaría peor el fracaso de ellasque el propio. Así que no le dijeron nada de lo que estaban haciendo. Él ahora dice que losospechó siempre, aunque sus sospechas no podían adoptar una forma concreta, porque lo únicoque sabía era que sus hijas siempre estaban escribiendo, y que no escribían cartas. Ya hemos vistoque toda la correspondencia con los editores llegaba a nombre de la señorita Brontë para CurrerBell. Charlotte me contó que una vez habían oído al cartero hablar con su padre, que salía en aquelmomento de casa; el cartero le preguntó dónde vivía Currer Bell, a lo que el señor Brontë repusoque en la parroquia no había nadie con aquel nombre. Ése debió de ser el percance a que alude laseñorita Brontë al principio de su correspondencia con el señor Aylott.

Pero cuando la demanda de la obra había asegurado el éxito de Jane Eyre, sus hermanasinstaron a Charlotte a que se lo explicara a su padre. Así que ella fue a su estudio una tarde cuandoél, que comía pronto, ya había acabado, con un ejemplar del libro y algunas críticas, entre las queincluyó también una desfavorable.

Ella me explicó que sostuvieron la siguiente conversación. (Escribí lo que me había dicho aldía siguiente y estoy segura de que corresponde exactamente a sus palabras.)

—Papá, he escrito un libro.—¿De veras, cariño?—Sí, y quiero que lo leas.—Lo siento, pero me temo que sería un esfuerzo excesivo para mi vista.—Pero no es un manuscrito. Se ha publicado.—¡Pero, cariño!, no se te ha ocurrido pensar en el gasto que supondrá. Casi seguro que será un

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desastre, porque ¿cómo vas a vender un libro? No te conoce nadie ni conocen tu nombre.—Pero, papá, creo que no será un desastre, y tú también lo creerás si me dejas leerte algunas

críticas y explicarte algo más.Charlotte se sentó y leyó algunas críticas a su padre; luego le dio el ejemplar de Jane Eyre que

quería regalarle, y le dejó para que lo leyera. Cuando él fue a cenar, les dijo:—Hijas, ¿sabéis que Charlotte ha escrito un libro y que es mucho mejor de lo que cabría

esperar?Pero mientras la existencia de Currer Bell, el autor, era como un sueño para las silenciosas

habitantes de la rectoría de Haworth, que siguieron con su monótona vida doméstica —cuya únicavariación era la preocupación por su hermano—, los lectores de Inglaterra estaban agitadosintentando averiguar quién era aquel autor desconocido. Ni siquiera los editores de Jane Eyresabían si Currer Bell era un nombre real o un seudónimo, si pertenecía a un hombre o a una mujer.En todas partes, la gente repasaba en vano la lista de amigos y conocidos. No conocían a nadie taningenioso como para ser el autor de Jane Eyre. Cada pequeño detalle mencionado en el libro seanalizaba minuciosamente para aclarar la polémica cuestión del sexo. Todo en vano. Los lectoresse conformaron con dejar de esforzarse por satisfacer su curiosidad y relajarse sin más y disfrutar.

No voy a hacer ahora un análisis de un libro que seguramente conocen bien todos los lectoresde esta biografía; y mucho menos una crítica de una obra que la gran corriente de la opiniónpública ha alzado de la oscuridad en que se publicó y ha colocado para siempre en las cumbres dela fama.

Tengo delante un paquete de recortes de periódicos y de revistas que me ha enviado el señorBrontë. Resulta conmovedor inspeccionarlos y comprobar que no hay una sola reseña, por breve ytorpe que sea, de cualquier periódico de provincias, que no haya sido recortada y fechadacuidadosamente por el pobre padre afligido, tan orgulloso cuando las leyó y tan desolado ahora.Porque todas están llenas de elogios a ese gran genio desconocido que surgió súbitamente entrenosotros. Las conjeturas sobre la autoría corrieron como reguero de pólvora. Los londinenses, tanrefinados y tan afables como los antiguos atenienses, y que como ellos «emplean el tiempo sólo encontar o escuchar novedades», se sentían entusiasmados y asombrados al descubrir que laaparición de un autor les reservaba una nueva sensación, un placer nuevo; un autor capaz dedescribir con fuerza titánica y precisa personajes independientes, briosos, y peculiares, quedespués de todo no eran especies extinguidas, sino que aún vivían en el Norte. Creían que habíaalguna exageración mezclada con la peculiar fuerza descriptiva. Quienes vivían más cerca dedonde parecía que se desarrollaba la historia estaban convencidos de que el autor no era del Sur,por la veracidad y precisión de la obra; porque aunque el Norte es «oscuro, frío y abrupto»,perdura en él el vigor de las antiguas razas escandinavas que destellaba en todos los personajes deJane Eyre. Además de esto, había una curiosidad culpable, tanto honesta como deshonesta.

Cuando apareció la segunda edición en enero del año siguiente, con la dedicatoria a Thackeray,todos se miraron asombrados de nuevo. Pero lo cierto es que Currer Bell no sabía más de WilliamMakepeace Thackeray como individuo (de su vida, edad, vicisitudes y circunstancias) de lo quesabía del señor Michael Angelo Titmarsh. Uno figuraba como autor de La feria de las vanidades;el otro no. Charlotte Brontë aprovechó agradecida la oportunidad de expresar su gran admiración a

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un escritor a quien, según sus palabras, consideraba «el regenerador social de esta época: elmaestro de esa cuadrilla de trabajadores capaz de devolver a la rectitud el torcido estado de cosas[...] Su ingenio es brillante, su humor llamativo, pero ambas cualidades tienen con la seriedad desu genio la misma relación que tiene el débil y puro relámpago que juguetea bajo el contorno deuna nube de verano con la mortal chispa eléctrica que se esconde en su seno».82

Anne Brontë pasó todo el verano más delicada de lo habitual, y su espíritu sensible se habíavisto profundamente afectado por la enorme ansiedad que dominaba su hogar. Pero ahora que JaneEyre daba tales indicios de éxito, Charlotte empezó a hacer planes para que su querida hermanamenor, la «pequeña» de la casa, disfrutara (relajara la tensión quizá sea la expresión máscorrecta). Anne se animó durante un tiempo con el éxito de Charlotte, pero lo cierto es que ni susánimos ni su vigor físico eran tantos como para inclinarla a mucho ejercicio activo, y llevaba unavida demasiado sedentaria, siempre inclinada sobre su libro, su labor o su escritorio. «Es difícilconvencerla de que dé un paseo —dice su hermana— o hacerla conversar. Espero el próximoverano con la confianza de que pueda pasar al menos una breve temporada en la costa, si esposible.» En la misma carta hay una frase que expresa su profundo cariño al hogar, incluso con laterrible situación que vivían entonces; pero contiene demasiadas referencias a asuntos ajenos paratranscribirla.

Cualquier autor de una novela de éxito se expone a la invasión de cartas de lectoresdesconocidos, llenas de elogios (de índole tan exagerada y absurda a veces como para recordar aldestinatario el célebre comentario del doctor Johnson83 a quien hacía elogios impertinentes yabsurdos), diciendo otras veces sólo unas cuantas palabras que tienen el poder de agitar el corazón«como el sonido de una trompeta» y, por la gran humildad que suscitan, de inspirar la firmeresolución de hacer todas las obras futuras dignas de tal alabanza; y en ocasiones contienen lajusta valoración de méritos y deméritos, así como el origen de los mismos, lo que constituye laverdadera crítica y ayuda y que es lo que un escritor sin experiencia ansía. Currer Bell recibió suparte correspondiente de todas esas misivas. Y su cordialidad, sentido estricto y elevado nivel delo que se proponía dieron a cada una su verdadero valor. Entre otras cartas suyas, han puestoamablemente a mi disposición algunas dirigidas al señor G. H. Lewes.84 Y como sé que la señoritaBrontë apreciaba mucho sus cartas de aliento y consejo, daré algunos fragmentos de susrespuestas, por orden cronológico, porque demuestran el género de crítica que ella apreciaba, ytambién porque desvelan su carácter general, que, enojada o serena, nunca se dejaba cegar por lavanidad, aceptando con una lúcida modestia sus aciertos y sus errores, agradecida por el afableinterés y solamente molesta e indignada cuando creía que la cuestión del género de los autores setrataba de forma burda e injusta. Por lo demás, las cartas hablarán por sí mismas a quienes sepanentender, mucho mejor de lo que podría interpretar yo su significado con mis palabras más pobresy más débiles. El señor Lewes ha tenido a bien enviarme la siguiente explicación de esa carta suyaa la que la señorita Brontë contestó con la siguiente.

Cuando se publicó Jane Eyre, los editores me enviaron amablemente un ejemplar. Elentusiasmo con que lo leí me indujo a proponer al señor Parker una reseña crítica de la novelapara Fraser’s Magazine . Él no aceptó que se diera tanta importancia a una novela desconocida

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(sobre la que aún no se habían manifestado los periódicos), pero pensó que podía hacer una enRecent Novels: English and French [Novelas recientes: Inglesas y francesas], que apareció enFraser, December , 1847. Mientras tanto, escribí a la señorita Brontë explicándole el placer queme había proporcionado su libro; y creo que la sermoneaba, a juzgar por su respuesta.

SR. G. H. LEWES

6 de noviembre de 1847

Muy señor mío: Recibí su carta ayer; permítame decirle que aprecio y comprendo plenamentela intención con que la escribió y le agradezco con toda sinceridad tanto sus alentadores elogioscomo sus valiosos consejos.

Me advierte usted que me cuide del melodrama y me exhorta a que me atenga a lo real.Cuando empecé a escribir creía tan firmemente en los principios que usted defiende que decidítomar como mis únicos guías la Naturaleza y la Verdad, y seguir sus huellas; contuve laimaginación, evité lo romántico, reprimí el entusiasmo; evité también el colorido demasiadobrillante y procuré crear algo que fuera suave, serio y real.

Concluida mi obra (un relato en un volumen), se la ofrecí a un editor. Él me dijo que eraoriginal, fiel a la naturaleza, pero que eso no le parecía suficiente garantía para aceptarla; queuna obra así no se vendería. Se la envié a otros seis editores sucesivamente; todos me dijeron quele faltaban «episodios asombrosos» y «emoción escalofriante», por lo que nunca funcionaría enlas bibliotecas de préstamo, que las obras de ficción dependían principalmente de esasbibliotecas, y que no podían publicar un libro que las mismas no aceptaran.

También pusieron bastantes reparos a Jane Eyre al principio por las mismas razones, perofinalmente la aceptaron.

No le explico todo esto con la idea de alegar exención de censura, sino para llamar suatención hacia la raíz de algunos males literarios. Si en su próximo artículo de Fraser dedicaraunas palabras de explicación al público que apoya a las bibliotecas de préstamo haría bastantebien con su influencia.

Me aconseja también que no me aleje mucho del terreno de la experiencia, porque aladentrarme en el ámbito de la ficción pierdo fuerza; y me dice: «La experiencia real es siempreinteresante y para todos los hombres».Creo que también eso es cierto; pero, estimado señor, ¿noes la experiencia real de cada individuo muy limitada? Y si un escritor se atiene a ella total oparcialmente, ¿no correrá el peligro de repetirse, y también de volverse un ególatra? Por otrolado, además, la imaginación es una facultad poderosa e inquieta, que reclama atención yejercicio: ¿acaso hemos de hacer oídos sordos a sus gritos e ignorar sus forcejeos? Y cuando nosmuestra panoramas brillantes ¿no debemos contemplarlos ni intentar describirlos? Y cuando eselocuente y nos habla rápida e insistentemente al oído, ¿no hemos de escribir a su dictado?

Miraré con ansiedad en el próximo número de Fraser sus opiniones sobre estos puntos.Con todo mi agradecimiento, atentamente,C. BELL

Pero si bien la satisfacía el reconocimiento como autora, era cautelosa respecto a la persona de

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quien lo recibía; pues buena parte del valor del elogio dependía de la sinceridad y de la capacidadde quien lo hiciera. Por consiguiente, pidió al señor Williams (un caballero relacionado con suempresa editorial) información sobre qué y quién era el señor Lewes. No puede omitirse surespuesta cuando ya supo algo del carácter de su futuro crítico, mientras esperaba la reseña.Además de las referencias a la misma, contiene algunas alusiones curiosas a la perplejidad queempezaba a suscitarse respecto a la «identidad de los hermanos Bell», y algunos comentariossobre la conducta de otro editor con su hermana que me abstengo de explicar porque entiendo quehablar de tales personas se considera libelo.

SR. W. S. WILLIAMS10 de noviembre de 1847

Muy señor mío: He recibido el Britannia y el Sun, pero no el Spectator; y lo lamento bastante,porque la censura, aunque ingrata, suele ser bastante saludable.

Gracias por su información sobre el señor Lewes. Me complace saber que es un hombreinteligente y sincero, en cuyo caso puedo esperar su sentencia crítica con fortaleza; aunque seacontra mí, no me quejaré; el talento y la sinceridad tienen derecho a condenar cuando loconsideran merecido. Por lo que usted me dice, sin embargo, confío bastante en obtener al menosuna aprobación moderada.

Me ha hecho mucha gracia lo que me cuenta de las diversas conjeturas acerca de la identidadde los hermanos Bell. Si se desvelara el misterio, seguramente se descubriría que no merecía lapena. Pero lo dejaré así; nos conviene guardar silencio y en realidad no perjudica a nadie.

El crítico que reseñó el librito de poemas en Dublin Magazine aventuraba la conjetura de quelos tres supuestos personajes en realidad eran uno solo que, dotado de un órgano de amor propiodemasiado prominente, y convencido de la extraordinaria importancia de sus méritos, losconsideraba demasiado vastos para concentrarlos en un solo individuo; y, en consecuencia, sehabía dividido en tres, ¡supongo que para no dejar atónito al público, por consideración a susnervios! Es una idea ingeniosa del crítico, muy original y sorprendente, pero inexacta. Somostres.

Pronto aparecerá una obra en prosa de Ellis y Acton; tendría que haberse publicado hacetiempo, en realidad; porque las primeras pruebas ya estaban en imprenta a primeros del mes deagosto pasado, antes de que Currer Bell pusiera en sus manos el manuscrito de Jane Eyre. Pero elseñor — no trabaja como los señores Smith y Elder; un espíritu distinto parece dominar la calle— al que lleva las riendas en el 65 de Cornhill [...] Mis parientes han sufrido demoras yaplazamientos agotadores, mientras que yo he de admitir las ventajas de una gestión a la vezprofesional y caballerosa, enérgica y considerada.

Me gustaría saber si el señor — actúa a menudo como lo ha hecho con mis parientes o si setrata de un caso excepcional de su método. ¿Sabe usted algo de él? ¿Podría decírmelo? Debeexcusarme por ir directamente al grano cuando necesito saber algo; no tiene por qué contestarmesi mis preguntas son inoportunas. Le saluda respetuosamente,

C. BELL

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SR. G. H. LEWES22 de noviembre de 1847

Muy señor mío: He leído Ranthorpe.

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85 No pude conseguirlo hasta hace unos días; pero lo hice y lo he leído al fin; y al leerlo heleído un libro nuevo, no una reimpresión ni un reflejo de algún otro libro, sino un libro nuevo.

No sabía que se escribieran libros así ahora. No se parece a ninguna de las obras de ficciónpopulares: llena la mente de nuevos conocimientos. Su experiencia y sus convicciones se hacenlas del lector; y para un autor tienen al menos un valor y un interés únicos. Ahora espero sucrítica de Jane Eyre con sentimientos completamente distintos de los que abrigaba antes de lalectura detenida de Ranthorpe. Entonces era usted un extraño. No me inspiraba ningún respetoespecial. No creía que sus reproches o alabanzas tuvieran ningún peso especial. Sabía poco de suderecho a condenar o aprobar. Ahora estoy informado sobre esos puntos.

Será usted severo. Su última carta me lo demostró. ¡Bien!, procuraré sacar provecho de suseveridad; y además, aunque ahora estoy convencido de que es usted justo y exigente, puesto quees mortal, también será falible; y si alguna parte de su censura me hiere demasiado en lo vivo yme causa profundo dolor, no la creeré por el momento y la reservaré para cuando puedaaceptarla sin tortura.

Le saluda respetuosamente,C. BELL

Cumbres borrascosas y Agnes Grey se publicaron en 1847. La primera ha escandalizado amuchos lectores por la fuerza descriptiva de personajes malvados y fuera de lo común. Otros, encambio, han sentido la atracción del genio extraordinario incluso cuando se despliega encriminales adustos y terribles. La propia señorita Brontë dice acerca de esta historia:

En lo que concierne a la descripción del carácter humano, el caso es diferente. He de confesarque Emily no conocía realmente a los campesinos entre quienes vivió más de lo que puede conoceruna monja a quienes pasan por las puertas del convento. Mi hermana no era sociable pornaturaleza: las circunstancias favorecieron y fomentaron su tendencia a la reclusión. Casi nuncacruzaba el umbral de casa más que para ir a la iglesia o a pasear por las colinas. Aunquealbergaba buenos sentimientos por quienes la rodeaban, nunca buscó relacionarse con ellos y,aparte de algunas excepciones contadas, no lo hizo nunca; y, sin embargo, los conocía, conocíasus costumbres, su forma de hablar y sus historias familiares. Escuchaba con interés cosas sobreellos y hablaba de ellos con minucioso detalle, gráfico y preciso; pero rara vez intercambió unapalabra con ellos. A esto se debe que lo que su mente captó de la realidad acerca de ellos se limitecasi exclusivamente a esos rasgos trágicos y terribles que suelen grabarse en la memoria alescuchar las crónicas secretas de cualquier pueblo. Su imaginación, que era un espíritu mássombrío que alegre, más fuerte que ligero, halló en tales rasgos el material del que creópersonajes como Heathcliff, como Earnshaw, como Catherine. No sabía lo que había hechoformando a esas criaturas. Si el auditor de su obra cuando se leyó en manuscrito se estremecíapor el terrible efecto de naturalezas tan inquietas e implacables, de espíritus tan descarriados yperdidos; si se alegaba que sólo escuchar algunas escenas vívidas y espantosas quitaba el sueñode noche y alteraba la serenidad mental durante el día, Ellis Bell preguntaba qué significaba ysospechaba que la queja era afectación. Si viviera aún, su mente se habría desarrollado como unárbol fuerte: más alto, más recto, más frondoso; y sus frutos habrían alcanzado una madurez y

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una lozanía más plenas y radiantes; pero sólo el tiempo y la experiencia podían actuar en aquellamente. Ella no era susceptible a la influencia de otros intelectos.

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Fuera justo o injusto, las obras de las dos hermanas Brontë más jóvenes no recibieron muybuena acogida cuando se publicaron.

Los críticos no les hicieron justicia. Apenas reconocieron las facultades reveladas en Cumbresborrascosas, muy reales aunque aún inmaduras; interpretaron mal su trascendencia y sucarácter; se falseó la identidad de su autora: se dijo que era una primera obra más torpe de lamisma pluma que Jane Eyre [...] ¡Un error grave e injusto! Nos reímos de él entonces, pero ahoralo lamento profundamente.

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La existencia de Charlotte se divide a partir de entonces en dos corrientes paralelas: su vidacomo Currer Bell, el autor, y su vida como Charlotte Brontë, la mujer. Cada personaje teníaobligaciones distintas que no se oponían entre sí; era difícil reconciliarlas, pero no imposible.Cuando un hombre se hace escritor puede planteárselo como un simple cambio de empleo. Tomauna parte del tiempo que hasta entonces ha dedicado a algún otro estudio o actividad; deja algo dela profesión legal o médica en la que se ha esforzado hasta entonces por ayudar a otros, o renunciaa una parte del negocio u oficio en el que ha trabajado para ganarse la vida; y otro comerciante,abogado o médico ocupa su puesto vacante, y es probable que desempeñe el trabajo tan bien comoél. Pero nadie puede hacerse cargo de los deberes silenciosos y regulares de la hija, la esposa o lamadre tan bien como ella, a quien Dios ha destinado para ocupar ese lugar particular: la principalfunción de una mujer en la vida no queda a su propia elección; ni puede abandonar las cargasdomésticas que recaigan en ella como persona para dedicarse al ejercicio de los talentos másespléndidos que se hayan otorgado jamás. Pero tampoco puede rehuir la responsabilidad añadidaque supone el hecho mismo de poseer tales talentos. No ha de ocultar su don en un paño. Se le haconcedido para el beneficio de otros. Ha de trabajar con ánimo fiel y humilde para hacer lo que noes imposible, o Dios no la habría elegido para hacerlo.

Expreso con palabras lo que Charlotte expresó con obras.El año 1848 empezó con triste inquietud doméstica. Es necesario, aunque doloroso, recordar al

lector constantemente lo que estaba siempre presente en el corazón del padre y las hermanas eneste tiempo. Bien está que los críticos desconsiderados, que han hablado de la triste y lúgubrevisión de la vida que presentan las hermanas Brontë en sus novelas, sepan cómo les fueronarrancadas esas palabras por el recuerdo vivo de la larga tortura que sufrieron. Bien está tambiénque quienes han puesto objeciones a la imagen de vulgaridad y retroceden ante ella conrepugnancia, como si tales ideas hubieran surgido de las escritoras, sepan que lo que escribieronno era fruto de su imaginación —ni elucubración interna—, sino de la cruda realidad de la vidaexterna que se grabó en todos sus sentidos durante largos meses y años, que escribieron lo quehabían visto, siguiendo los estrictos dictados de su conciencia. Podrían haberse equivocado.Podrían haber errado al escribir, ya que sus aflicciones eran tan grandes que no pudieron escribirsobre la vida más que como lo hicieron. Tal vez hubiese sido preferible que hubieran descrito sóloa personas buenas y agradables que hacen sólo cosas buenas y agradables (en cuyo caso podrían nohaber escrito nunca). Sólo diré que jamás, en mi opinión, mujeres tan asombrosamente dotadasejercitaron sus talentos con más pleno sentido de la responsabilidad. En cuanto a los errores, sehallan ahora (como autoras y como mujeres) ante el trono de Dios.

11 de enero de 1848

No estamos muy bien aquí en casa últimamente. Branwell se las ingenió de algún modo paraconseguir más dinero del antiguo sitio y nos ha amargado la vida [...] Papá está agobiado día ynoche; tenemos poca paz; él siempre está enfermo; le han dado ataques dos o tres veces; sóloDios sabe cuál será el final. ¿Pero quién no tiene dificultades, problemas, desgracias, vergüenzas

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ocultas? Lo único que podemos hacer es esforzarnos al máximo y aguardar con paciencia lo queDios nos envíe.

Supongo que Charlotte leyó el artículo del señor Lewes sobre novelas recientes cuandoapareció en diciembre del año anterior. No he encontrado ninguna alusión al mismo hasta que leescribe el 12 de enero de 1848.

Muy señor mío:Agradezco sinceramente su generosa crítica; le manifiesto mi gratitud con doble satisfacción,

porque ahora sé que el tributo no es superfluo ni molesto. No ha sido usted severo con Jane Eyre.Ha sido muy indulgente. Me alegra que me indicara los defectos francamente en privado, porqueen su reseña pública los menciona tan de pasada que podría no haberme fijado por falta dereflexión.

Haré caso de su advertencia y pondré sumo cuidado al emprender nuevas obras; mi reserva detemas no es abundante sino más bien muy escasa; y además, ni mi experiencia ni misconocimientos y facultades son tan variados como para permitirme ser un escritor prolífico. Se lodigo porque su artículo de Fraser me produjo la inquietante impresión de que se sentía ustedinclinado a tener mejor concepto del autor de Jane Eyre de lo que el individuo se merece; ypreferiría que tuviera usted una opinión acertada de mí, aunque no nos conozcamos nunca.

Si llegara a escribir otro libro alguna vez, creo que el mismo no tendría nada de lo que ustedllama «melodrama»; al menos eso pienso, aunque no estoy seguro. También creo que procuraríaseguir el consejo que brilla en la «afable mirada» de la señorita Austen: «Pulir más y ser máscontenido»; aunque tampoco de eso estoy seguro. Cuando los autores escriben mejor, o al menoscuando lo hacen con más fluidez, parece surgir en ellos un influjo que se convierte en su maestro,que tendrá su propio estilo, borrando todos los dictados menos el propio, imponiendodeterminadas palabras e insistiendo en que se empleen, ya sea su carácter vehemente o comedido;moldear caracteres nuevos dando giros inconcebibles a los incidentes, rechazando las viejasideas cuidadosamente elaboradas y creando súbitamente y adoptando las nuevas.

¿No es así? ¿Y debemos intentar oponernos a esa influencia? ¿Podemos hacerlo realmente?Me alegra que se publique pronto otra obra suya. Tengo muchísima curiosidad por ver si se

atiene usted a sus propios principios y desarrolla sus propias teorías en ella. No lo hacía del todoen Ranthorpe, por lo menos no en la última parte; aunque creo que la primera era casi impecable;además, tenía esencia, veracidad y relevancia, que daban al libro un valor extraordinario; peropara escribir así, uno tiene que haber visto y conocido muchísimo y yo he visto y conocido muypoco.

¿Por qué le gusta tantísimo la señorita Austen? Eso me desconcierta. ¿Y qué es lo que leinduce a afirmar que preferiría haber escrito Orgullo y prejuicio o Tom Jones antes quecualquiera de las novelas de Waverley?

No había leído Orgullo y prejuicio hasta que leí esa frase suya; entonces lo hice. ¿Y quéencontré? El daguerrotipo preciso de un rostro corriente; un jardín bien cercado y bien cuidado,con lindes definidas y flores delicadas; pero ninguna mirada de una fisonomía brillante y vívida,ni campo abierto ni aire fresco, ni colina azul ni hermoso arroyo. No me gustaría vivir con sus

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damas y sus caballeros en sus casas elegantes pero cerradas. Estos comentarios seguramente leirritarán, pero correré el riesgo.

Ahora puedo entender la admiración a George Sand; pues aunque ninguna de sus obras meparece absolutamente admirable (creo que incluso Consuelo, que es la mejor, o por lo menos lamejor de las que yo he leído, mezcla la extravagancia extraña con la excelencia maravillosa),reconozco que posee un «dominio mental» que no comprendo del todo pero que respetomuchísimo; es sagaz y profunda: la señorita Austen es sagaz y observadora.¿Me equivoco o se haprecipitado usted en su juicio? Si dispone de tiempo, me gustaría saber algo más sobre este tema;si no, o si mis preguntas le parecen frívolas, no se moleste en contestar.

Reciba mis respetuosos saludos,C. BELL

SR. G. H. LEWES18 de enero de 1848

Muy señor mío: No era mi intención molestarle tan pronto, pero he de escribirle de nuevo.Tengo que manifestarle mi acuerdo y mi desacuerdo.

Corrige usted mis burdas observaciones sobre el tema de la «influencia»; bien, acepto sudefinición de cuáles debieran ser los efectos de la misma; reconozco la sabiduría de sus normaspara regularla [...]

¡Qué extraño sermón sigue luego en su carta! Dice que tengo que familiarizarme con el hechode que la señorita Austen «no es poetisa, no posee “sentimiento” (entrecomilla usteddespectivamente la palabra), ni elocuencia, ni nada del cautivador entusiasmo poético», y luegoañade que tengo que «aprender a reconocerla como una de los mayores artistas, de los mayorespintores del carácter humano y como uno de los escritores con mayor dominio de los medios parallegar a un fin que haya existido».

Solamente reconoceré el último punto.¿Puede haber un gran artista sin poesía?Lo que yo llamo, y lo que aceptaré por tanto como gran artista, no puede carecer del don

divino. Pero estoy seguro de que por poesía usted entiende algo diferente a lo que entiendo yo,como lo que entiende usted por «sentimiento». A mi entender, poesía es lo que eleva a esemasculino George Sand y transforma lo vulgar en divino. Es el sentimiento, a mi modo deinterpretar el término, el sentimiento celosamente oculto, pero genuino, lo que extrae el veneno deese formidable Thackeray y convierte lo que podría ser corrosivo en elixir purificador.

Si Thackeray no albergara en su gran corazón un sentimiento profundo por sus semejantes,disfrutaría exterminando; en cambio, creo que sólo desea reformar. Y si, tal como dice usted, laseñorita Austen carece de «sentimiento», de poesía, quizá sea sensata, realista (más realista queverídica), pero no puede ser grande.

Acepto su ira, que he provocado ahora (¿pues no he puesto en duda la perfección de suamada?); la tormenta me pasará por encima. No obstante, cuando pueda (no sé cuándo seráporque no tengo acceso a una biblioteca de préstamo) leeré detenidamente todas las obras de la

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señorita Austen, tal como me recomienda usted [...] Tiene que perdonar que no piense siemprecomo usted; a pesar de ello, reciba mis saludos y mi gratitud.

C. BELL

He vacilado un poco antes de incluir el siguiente fragmento de una carta al señor Williams;pero es tan peculiar, y la crítica que contiene es, por esa misma razón, tan interesante (estemos ono de acuerdo), que he decidido hacerlo, aunque rompe el orden cronológico de las otras cartas,para completar esta serie de correspondencia tan valiosa que nos muestra el aspecto puramenteintelectual del carácter de Charlotte.

SR. W. S. WILLIAMS26 de abril de 1848

Muy señor mío: Acabo de leer Rosa, Blanca y Violeta

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88 y le diré lo que me parece como mejor pueda. No sé si es superior que Ranthorpe porqueRanthorpe me gustó mucho. Pero en todo caso tiene más de una virtud. Creo que posee la mismafuerza pero más plenamente desarrollada.

El carácter del autor se ve en todas las páginas, y eso da interés al libro, mucho más quecualquier historia. Pero es lo que dice el escritor lo que atrae, mucho más que lo que pone enlabios de sus personajes. A mi juicio, G. H. Lewes es el personaje más interesante del libro sin lamenor duda [...] Los pasajes didácticos me parecen con mucho los mejores de la obra; exponenalgunas opiniones muy agudas y profundas con absoluta claridad. El autor es un buen pensador;es un observador sagaz; su teoría es inteligente y sin duda enérgica su práctica. Pero entonces,¿por qué se siente el lector irritado con él mientras lee? ¿Cómo consigue el autor, mientrasinstruye, hacer que quien escucha tenga la impresión de que no ha de aceptar sin más lasdoctrinas expuestas sino oponerse a ellas? Si se acepta que ofrece gemas auténticas, ¿por quéexaminarlas continuamente buscando defectos?

Supongo yo que el señor Lewes, con todos sus talentos y rectitud, ha de tener algún defecto deactitud; ha de haber un toque excesivo de dogmatismo; una pizca extra de confianza en sí mismo,a veces. El lector piensa todo eso mientras lee el libro; pero cuando lo cierra y lo deja y dedicaunos minutos a ordenar los pensamientos y a aclarar las impresiones, descubre que la idea uopinión predominante es el placer de haber conocido mejor una mente brillante y un corazónsincero, con grandes aptitudes y valerosos principios. Espero que no tarde en publicar otro libro.Sus escenas emotivas son siempre un poco más vehementes de la cuenta; ¿no habría logrado untratamiento estilístico más contenido un efecto más genial? El señor Lewes toma de vez en cuandouna pluma francesa, en eso difiere del señor Thackeray, que emplea siempre una pluma inglesa.Sin embargo, la pluma francesa no lo induce a engaño; la empuña con vigor británico. ¡Merecetodos los honores por la tendencia general de su libro!

No pinta un cuadro encantador de la sociedad literaria de Londres, especialmente de la partefemenina de la misma; pero, a mi entender, todos los círculos, ya sean literarios, científicos,políticos o religiosos, tienen una tendencia a convertir la veracidad en afectación. Supongo quecuando la gente pertenece a una camarilla, escribe, habla, piensa y vive para esa camarilla, encierta medida; una necesidad agobiante y restrictiva. Confío en que la prensa y el público semuestren dispuestos a brindar al libro la acogida que merece; y que sea una muy cordial, muchomás que la debida a una obra de Bulwer o de Disraeli.

Dejemos ahora a Currer Bell y volvamos a Charlotte Brontë. El invierno había sido unaestación malsana en Haworth. Había predominado la gripe entre los vecinos, y las hijas del clérigonunca habían dejado de acudir a donde las necesitaban, aunque las cohibían las visitas sociales alos feligreses. También ellas habían enfermado; Anne gravemente, y, en su caso, la gripe había idoacompañada de tos y fiebre; sus hermanas mayores se preocuparon mucho por ella.

Es indudable que la proximidad del cementerio atestado hacía insalubre la rectoría y causabamuchas enfermedades a quienes vivían en ella. El señor Brontë expuso de forma convincente lasituación insalubre de Haworth a la Junta de Sanidad; y, tras las visitas necesarias de susfuncionarios, obtuvo una recomendación de que se prohibieran nuevos entierros en el cementerio,

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que se hiciera un nuevo camposanto en la ladera y se iniciaran los trámites para el abastecimientode agua a las viviendas, ahorrando así a las mujeres la agotadora tarea de tener que transportarlaen cubos cientos de metros por la calle empinada. Pero el proyecto fue bloqueado por loscontribuyentes; como en tantos otros casos similares, la cantidad se impuso a la calidad, losnúmeros a la inteligencia. Y así vemos que la enfermedad asumía a menudo la forma tifoidea leveen Haworth y las fiebres de diferentes géneros afectaban a sus habitantes con lamentablefrecuencia.

En febrero de 1848 fue depuesto Luis Felipe de Orléans89. La rápida sucesión deacontecimientos de la época provocó los siguientes comentarios de la señorita Brontë sobre eltema en una carta a la señorita Wooler, fechada el 31 de marzo.

Recuerdo bien que deseaba que me hubiera tocado en suerte vivir en los conflictivos tiemposde la última guerra y que veía en sus emocionantes sucesos cierto atractivo estimulante que meaceleraba el pulso al pensar en ello; creo recordar incluso que me impacientaba un poco queusted no compartiera plenamente mis opiniones sobre esos temas; que escuchara mis aspiracionesy especulaciones muy serena, sin demostrar el menor convencimiento de que las llameantesespadas pudieran hacer más agradable el paraíso. Ahora he pasado la juventud y, aunque no creoque haya perdido todas las ilusiones ni que lo romántico haya desaparecido de la vida, que hayacaído el velo que cubría la verdad y que las vea ambas con descarnada crudeza, lo cierto es quemuchas cosas no son lo que eran hace diez años; y, por lo demás, para mí «la pompa y lasolemnidad de la guerra» han perdido todo su falso oropel. No tengo la menor duda de que elimpacto de los seísmos morales provoca un intenso sentido vital tanto en las naciones como en losindividuos; que el miedo a los peligros de escala nacional hace que los hombres olvidenmomentáneamente sus preocupaciones por los pequeños problemas personales y les proporcionade momento algo así como amplitud de miras; pero tampoco dudo de que las convulsionesrevolucionarias provocan un retroceso mundial de todo lo bueno, frenan la civilización, sacan ala superficie la escoria de la sociedad; en resumen, creo que las insurrecciones y las batallas sonlas enfermedades graves de las naciones y que tienden a consumir la energía vital de los países enque se producen. Pido de todo corazón que no aflijan a Inglaterra los espasmos, los dolores y losarrebatos frenéticos que crispan ahora el Continente y amenazan a Irlanda. No siento la menorsimpatía por los franceses y los irlandeses. Pero creo que el caso de los alemanes y de lositalianos es diferente; tanto como lo es el amor a la libertad del ansia de libertinaje.

Pasó su cumpleaños. Escribió a la amiga cuyo aniversario era una semana después; le escribióla carta habitual; pero si la leemos sabiendo lo que había hecho advertimos diferencia entre suspensamientos actuales y los de un año antes, cuando dijo «no he hecho nada». Tenía que tenerpresente la modesta idea de haber «hecho algo» cuando escribió este año:

Ya tengo treinta y dos años. La juventud se va, se va, y nunca volverá, es inevitable [...] Yocreo que el dolor les llega a todos alguna vez y que quienes apenas lo prueban en la juventudtienen que apurar luego muchas veces la copa más amarga y colmada; mientras que quienes loapuran pronto, quienes beben los posos antes que el vino, pueden esperar razonablemente tragos

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más agradables.

La familia Brontë seguía guardando el más absoluto secreto sobre el autor de Jane Eyre; nisiquiera esa amiga, que era casi una hermana, sabía más al respecto que el resto del mundo. Escierto que podría haber sospechado que se tramaba algún proyecto literario, tanto porque conocíalos hábitos anteriores como por el sospechoso hecho de que Charlotte hubiera corregido laspruebas de imprenta en B—; pero no sabía nada y guardó un prudente silencio hasta que se enterópor otros de que Charlotte Brontë era escritora y ¡había publicado una novela! Entonces leescribió; y recibió las dos cartas siguientes; a mí ahora me parece que la vehemencia y laagitación con que niegan deliberadamente la noticia tiene bastante de afirmación.

28 de abril de 1848

Escríbeme otra carta y explícame claramente la última. Si, tal como supongo, tus alusiones serefieren a mí, escúchame bien: no he dado a nadie derecho a murmurar sobre mí y nadie va ajuzgarme por conjeturas frívolas, procedan de donde procedan. Dime qué te han contado y quiénte lo ha contado.

3 de mayo de 1848

Lo único que puedo decirte de cierto asunto es esto: el rumor, si lo hubo, y si la señora, queparece haberse desconcertado tanto, no soñó lo que creyó que le habían contado, debe de serproducto de algún malentendido absurdo. No he dado derecho a nadie para afirmar ni parainsinuar, ni por lo más remoto, que estaba «publicando» (¡patrañas!). Quien lo haya dicho (si esque alguien lo ha hecho, aunque lo dudo) no es amiga mía. Aunque me atribuyeran veinte libros,ninguno sería mío. Me parece una idea completamente absurda. Y quien después de que yo hayarechazado rotundamente la acusación insiste en ello, simplemente demuestra su grosería y faltade educación. La más absoluta oscuridad es infinitamente preferible a la notoriedad vulgar; y esanotoriedad ni la busco ni la tendré nunca. Así que si alguien de B— o de G— se atreve a darte lalata con el tema, a preguntarte qué «novela» ha «publicado» la señorita Brontë, puedesresponder, con la firme resolución que sabes adoptar cuando quieres, que la señorita Brontë te haautorizado para que digas que ella niega y rechaza cualquier acusación de ese tipo. Y si teapetece, puedes añadir que si alguien cuenta con su confianza, crees que eres tú, y que no te hahecho ninguna confesión estúpida sobre el tema. No sé de dónde puede haber salido semejanterumor, y me temo que su origen dista mucho de ser amistoso. Pero no estoy segura, y me gustaríasaberlo con certeza. Si te enteras de algo más, dímelo, por favor. Gracias por tu amableofrecimiento de La vida de Simeon.

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90 Creo que a papá le gustaría muchísimo ver la obra, porque conoció al señor Simeon.Reprende y ridiculiza a A— por la idea de la publicación; y considérame siempre, entre todos losazares y cambios, tanto si me calumnian como si me dejan en paz, tu amiga sincera.

C. BRONTË

La razón de que la señorita Brontë se preocupara tanto por guardar el secreto, según meexplicó, era que había dado a sus hermanas palabra de que no se lo diría a nadie. Los dilemas quecomportó la publicación de las novelas de sus hermanas con nombres supuestos las agobiaban.Muchos críticos insistían en creer que todas las obras publicadas por los tres Bell eran obra delmismo autor, escritas en diferentes periodos de su desarrollo y madurez. Esta suposición sin dudainfluyó en la acogida de los libros. Anne trabajaba en una segunda novela (La inquilina deWildfeld Hall) desde que había terminado Agnes Grey. No es muy conocida; el tema (el deteriorode un personaje cuya degeneración y ruina se basaban en hábitos de intemperancia tan ligeroscomo para considerarse solo «pura cordialidad») era totalmente contrario a alguien que se habíaprotegido de buen grado de todo menos de sus ideas pacíficas y religiosas.

En el transcurso de su vida —dice su hermana de aquella dulce «pequeña»— se vio obligada acontemplar de cerca y durante mucho tiempo los terribles efectos del mal empleo de los talentos yel uso y el abuso de las facultades. Era por naturaleza sensible, reservada y pesimista; lo que viose grabó profundamente en su mente; y le hizo daño. Y lo rumió hasta que creyó que era un deberreproducir hasta el más mínimo detalle (por supuesto, con personajes, episodios y lugaresimaginarios) para que sirviera de advertencia a los demás. Aborrecía su trabajo pero tenía quehacerlo. Cuando se razonaba con ella sobre el tema consideraba tales razonamientos unatentación de indulgencia. Tenía que ser sincera; no podía barnizar, suavizar ni ocultar. Estaresolución bienintencionada ha provocado malentendidos y algún insulto que soportó con lamisma paciencia inalterable y dulce con que había soportado siempre todo lo desagradable. Erauna cristiana muy sincera y práctica, pero el matiz de la melancolía religiosa dio a su breve vidaintachable un tono apagado.

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91

En junio de ese año, La inquilina de Wildfell Hall estaba casi acabada, tanto como parapresentarla a la persona que había publicado antes la obra de Ellis y Acton Bell.

Los editores causaron muchos problemas, tanto a la señorita Brontë como a sus hermanas, porsu forma de hacer negocios. Las circunstancias, tal como se las explica Charlotte en una carta auna amiga suya que vivía en Nueva Zelanda, fueron las siguientes: una mañana de primeros dejulio llegó a la rectoría una nota de los señores Smith y Elder que perturbó no poco a sustranquilos habitantes, pues, si bien lo que les comunicaban sólo se relacionaba con su famaliteraria, ellas suponían que tenía que ver también con su carácter. Jane Eyre había tenido muchoéxito en América y un editor de allí había hecho una oferta considerable por la primera opción dela siguiente obra de «Currer Bell». La editorial de los señores Smith y Elder le había prometidoque la tendría. Así que fue una sorpresa y desagradable saber que había un acuerdo similar conotra editorial americana y que la nueva obra se iba a publicar pronto. Al solicitar información seaveriguó que el error se debía a que el editor de Acton y Ellis Bell había asegurado a la editorialamericana que, en su opinión, Jane Eyre, Cumbres borrascosas y La inquilina de Wildfell Hall (dela que afirmó que era superior a las otras dos) habían sido escritas por el mismo autor.

Los señores Smith y Elder exponían claramente en su carta que ellos no compartían tal«opinión», pero las hermanas estuvieron impacientes hasta que demostraron que eracompletamente infundada y se lo aclararon. Actuaron rápidamente, y decidieron que Charlotte yAnne debían salir hacia Londres aquel mismo día para demostrar que eran dos personas distintas alos señores Smith y Elder y pedir explicaciones al crédulo editor por creer algo tan contrario a loque le habían asegurado repetidas veces. En cuanto tomaron esta decisión hicieron lospreparativos con resuelta prontitud. Tenían muchas tareas domésticas aquel día, pero las acabarontodas. Las dos hermanas metieron una muda cada una en un maletín que enviaron a Keighley enun carro oportuno; merendaron pronto y salieron hacia allí a pie, sin duda bastante nerviosas;porque, aparte del motivo de su viaje a Londres, era la primera visita de Anne. Una gran tormentalas sorprendió en el camino a la estación aquella tarde de verano; pero no tenían tiempo pararesguardarse. Tomaron el tren en Keighley, llegaron a Leeds y el tren nocturno las llevórápidamente a Londres.

El sábado a las ocho en punto de la mañana llegaron a la Chapter Coffee-House, PaternosterRow (un lugar extraño, pero no sabían a qué otro sitio ir). Se asearon y desayunaron algo. Luegopermanecieron unos minutos sentadas considerando qué hacer a continuación.

Habían discutido su proyecto el día ante en la rectoría de Haworth y habían planeado la formade enfocar el asunto que las llevaba a Londres. Y habían decidido que tomarían un coche desde laposada hasta Cornhill si les parecía aconsejable; pero con todo el ajetreo y el «extraño estado deagitación interior» en que se encontraban, cuando se sentaron a considerar su situación el sábadopor la mañana olvidaron completamente hasta la posibilidad de alquilar un vehículo; y cuandosalieron se sintieron tan abatidas en las calles llenas de gente y los cruces obstruidos, que sedetuvieron repetidas veces, convencidas con desesperación de que no podrían seguir; tardaron casiuna hora en recorrer los ochocientos metros hasta la editorial. Ni el señor Smith ni el señorWilliams estaban enterados de su llegada; los editores de Jane Eyre no las conocían, y en realidad

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no sabían si los «Bell» eran hombres o mujeres, aunque en la correspondencia siempre se habíandirigido a ellas como hombres.

Cuando salió el señor Smith, Charlotte le puso en la mano su propia carta, la misma que habíacausado tanta inquietud en la rectoría de Haworth sólo veinticuatro horas antes.

—¿De dónde la ha sacado? —preguntó él, como si no pudiera creer que dos jóvenes vestidasde negro de figura ligera y estatura minúscula, que parecían contentas, aunque nerviosas, pudieranser Currer y Acton Bell, a quienes la curiosidad había estado buscando afanosamente en vano.Siguió a esto una explicación, y el señor Smith empezó inmediatamente a hacer planes para que suestancia en Londres fuera agradable. Las instó a reunirse en su casa con algunos amigos literatos;esto fue una gran tentación para Charlotte, pues entre ellos figuraban algunos escritores a quienesdeseaba especialmente conocer; pero su decisión de seguir en el anonimato la indujo a no aceptar.

El señor Smith las invitó también a instalarse en su casa, pero declinaron su oferta con lamisma firmeza. Se negaron a dejar su alojamiento, diciendo que no estaban preparadas para unaestancia prolongada.

Cuando volvieron a la posada, la pobre Charlotte pagó el nerviosismo de la entrevista quehabía puesto fin a la agitación y el apuro de las últimas veinticuatro horas con una jaqueca atroz yun malestar abrumador. Al atardecer, como esperaba que apareciera alguna de las damas de lafamilia del señor Smith, se preparó para la ocasión tomando una dosis de sal de amonio fuerte,que la animó un poco, aunque, como dice ella, se hallaba «en un lastimoso estado físico» cuandoanunciaron a sus visitantes, que aparecieron con traje de noche completo. Las hermanas no habíanentendido que se había decidido que irían a la ópera y por lo tanto no estaban preparadas. Ademástampoco tenían vestidos elegantes ni allí ni en ninguna parte. Pero la señorita Brontë decidióaceptar la atención sin poner objeciones. Así que, a pesar del dolor de cabeza y del cansancio, seapresuraron a ponerse sus sencillas prendas pueblerinas.

Charlotte dice en la descripción que hace a su amiga de esta visita a Londres que cuandollegaron al teatro de la ópera

las damas y los caballeros elegantes nos miraban mientras esperábamos que abrieran lapuerta del palco con leve y digna altanería, totalmente justificada por las circunstancias. Yo aúnme sentía gozosamente excitada, a pesar del dolor de cabeza, el mareo y la sensación de ridículo;comprobé que Anne estaba tranquila y afable como siempre. Representaban El barbero de Sevillade Rossini, muy brillante, aunque supongo que hay cosas que me habrían gustado más.Regresamos a la una pasada. La noche anterior no nos habíamos acostado; llevábamosveinticuatro horas de excitación constante; ya puedes imaginarte lo agotadas que estábamos. Aldía siguiente, el domingo, fue a buscarnos el señor Williams a primera hora para acompañarnos ala iglesia; y por la tarde el señor Smith y su madre pasaron a recogernos en coche y nos llevarona cenar a su casa.

El lunes fuimos a la exposición de la Real Academia, a la Galería National, cenamos otra vezen casa del señor Smith y luego fuimos a tomar el té con el señor Williams a su casa.

El martes por la mañana nos marchamos de Londres cargadas de libros que nos habíaregalado el señor Smith y llegamos sanas y salvas a casa. Sería imposible imaginar a una infeliz

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más agotada que yo. Cuando me fui estaba delgada, pero cuando regresé estaba realmenteescuálida. Estaba macilenta y demacrada, con la cara surcada por extrañas arrugas profundas, yojos de mirada anormal. Me sentía débil y todavía nerviosa. Pero enseguida desaparecieron esassecuelas de la excitación y recuperé mi estado normal.

Quienes conocieron a la señorita Brontë durante su estancia en Londres vieron en ella a unapersona de juicio claro y excelente sentido; retraída, pero dotada de la virtud innata de hacerhablar a los demás. Nunca daba una opinión sin indicar una razón para ella; nunca hacía unapregunta sin un propósito concreto; y, sin embargo, todos se sentían cómodos hablando con ella.Las conversaciones con ella eran sinceras y estimulantes; y cuando se lanzaba a alabar o criticarlibros y obras de arte, su elocuencia resultaba apasionante. Era rigurosa en cuanto hacía y decía;pero también tan franca e imparcial al abordar un tema o contradecir a alguien que, en lugar deprovocar su animosidad, sencillamente convencía a quienes la escuchaban de su celo ferviente porla verdad y la justicia.

Y no era el aspecto menos singular de sus debates el lugar en que habían decidido alojarse lashermanas.

Paternoster Row estuvo durante muchos años consagrada a los editores. Es una calle estrecha yempedrada, que se extiende a la sombra de San Pablo; hay postes colocados a ambos extremos,que impiden el paso de carruajes y mantienen un solemne silencio para las deliberaciones de los«Padres del Row». Los almacenes sombríos que hay a ambos lados están principalmente ocupadosen la actualidad por papelerías al por mayor. Si son editoriales, no muestran escaparates atractivosa la calle oscura y estrecha. A medio camino calle arriba, a mano izquierda, está la ChapterCoffee-House. Yo la visité el pasado mes de junio. Estaba vacía entonces; parecía una residenciade unos doscientos años de antigüedad, como las que todavía se ven en las capitales rurales; lostechos de las pequeñas habitaciones eran bajos, con gruesas vigas; las paredes eran de artesonadode madera hasta la altura del pecho; la escalera era de peldaños bajos, ancha y oscura, y ocupabaun gran espacio en el centro de la casa. Así que ésta era la Chapter Coffee-House, que hace unsiglo frecuentaban libreros y editores; y donde solían ir a buscar ideas o trabajo los escritorzuelos,los críticos e incluso los ingenios. Éste era el lugar que describió Chatterton en las cartas ilusoriasa su madre a Bristol mientras se moría de hambre en Londres: «Soy bastante conocido en ChapterCoffee-House, y conozco a todos los genios que van allí». Aquí oyó hablar de posibilidades deempleo. Aquí quedarían sus cartas.

Años después se convirtió en un hostal frecuentado por universitarios y clérigos de pueblo queiban a pasar a Londres unos días y que, como no tenían amigos ni acceso a la sociedad, disfrutabanenterándose de lo que pasaba en el mundo de las letras por las conversaciones que estaban segurosde oír en la cafetería. Allí se había alojado el señor Brontë en las pocas y breves visitas que hizo aLondres durante su estancia en Cambridge y la temporada de su coadjutoría en Essex; y allí habíallevado a sus hijas cuando las acompañó a Bruselas; y allí habían vuelto ellas ahora, porque nosabían a qué otro sitio ir. Era un lugar frecuentado exclusivamente por hombres; creo que sólohabía una sirvienta en la casa. Dormía allí poca gente; se celebraban algunas reuniones del gremiocomo se había hecho durante más de un siglo; y, de vez en cuando, iban allí libreros de pueblo y

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algún que otro clérigo; pero era un lugar extraño y desolado para que se alojaran en él lashermanas Brontë, por el ambiente puramente comercial y masculino. Parece que el antiguo«anciano de cabello gris» que ejercía las funciones de camarero se sintió conmovido desde elprincipio por la tranquila sencillez de las dos damas y procuró que se sintieran cómodas y a gustoen la habitación lúgubre, grande y de techo bajo del piso de arriba, donde se celebraban lasreuniones del gremio. Las ventanas altas y estrechas daban a la calleja sombría; las hermanas, queestaban juntas en el asiento de la ventana más alejado (según me explica el señor Smith que lasencontró cuando fue aquel sábado por la tarde a recogerlas para ir a la ópera), no podían vermovimiento ni actividad en las deprimentes y oscuras casas de enfrente, tan próximas y pegadas,aunque las separaba toda la anchura de la calle. El estruendo de Londres las envolvía como elrumor de un océano invisible, pero se oían claramente las pisadas sobre el pavimento de la callepoco frecuentada. De todos modos, prefirieron quedarse allí y no aceptaron la insistente invitacióndel señor Smith y de su madre para que se instalaran en su casa; y, años después, Charlotte dice:

Desde aquel entonces he visto el West End, los parques, las preciosas plazas; pero me gustamucho más el centro, la City parece mucho más seria; sus negocios, sus prisas, su estruendo soncosas tan formales, y las vistas, los sonidos. La City se gana su vida; el West End sólo disfruta desus placeres. En el West End puedes divertirte; pero en la City te sientes profundamente excitado.(Villette, vol. I, p. 89.)

Habían expresado su deseo de oír al doctor Croly92 el domingo por la mañana y el señorWilliams las acompañó a la iglesia de San Esteban en Walbrook; pero el doctor Croly no predicóaquel día y se sintieron decepcionadas. El señor Williams las acompañó también a tomar el té a sucasa (tal como ha mencionado Charlotte). En el camino pasaron por los jardines de Kensington yla señorita Brontë quedó impresionada «por la belleza del lugar, el verdor de la hierba y lasfrondosas y delicadas masas de follaje». De los comentarios sobre las diferencias del paisaje delSur y del Norte pasó a hablar de la suavidad y la variada entonación de las voces de las personascon quienes había hablado en Londres, que al parecer impresionaron mucho a ambas hermanas.Quienes tuvieron contacto durante todo ese tiempo con las «señoritas Brown» (otro seudónimo,que también empieza por B) parece que sólo recuerdan que eran «mujeres de pueblo menudas,tímidas y reservadas, no muy habladoras». El señor Williams me ha contado que la noche queacompañó al grupo a la ópera, cuando Charlotte subía la escalinata de la gran entrada al vestíbulode la primera hilera de palcos, estaba tan impresionada por el efecto arquitectónico del vestíbulo yla sala espléndidamente decorados que le apretó involuntariamente el brazo y le susurró: «¿Sabe?No estoy acostumbrada a estas cosas». En realidad, todo tenía que ser muy distinto de lo quehacían y veían una hora o dos antes la noche anterior, cuando se apresuraban con el corazónpalpitante y valeroso nerviosismo por la carretera de Haworth a Keighley sin prestar atención a latormenta que retumbaba sobre sus cabezas, porque estaban concentradas en llegar lo antes posiblea Londres y demostrar que en realidad eran dos personas y no un solo impostor. No es extraño queregresaran a Haworth totalmente exhaustas después de una visita tan agitada.

La noticia siguiente que encuentro de la vida de Charlotte en esta época es de índolecompletamente distinta y no tiene a nada que ver con el entretenimiento.

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28 de julio

Branwell se comporta como siempre. Su constitución parece destrozada. Papá, y a veces todasnosotras, pasa noches penosas con él. Duerme casi todo el día y luego se pasa la noche despierto.¿Pero no tienen todas las familias su cruz?

Mientras sus amigas más íntimas seguían sin saber nada de que era la autora de Jane Eyre,recibió carta de una de ellas pidiéndole información sobre el colegio de Casterton. Me parece muyoportuno dar ahora su respuesta, escrita el 28 de agosto de 1848.

Escribo sin más demora, ya que quieres que llegue la carta mientras estás fuera. A vecesocurre que cuando no contestamos enseguida la carta de un amigo surgen obstáculos que nosretrasan un tiempo inexcusablemente largo. En la última carta olvidé contestar a una preguntaque me habías hecho y luego me disgusté por la omisión. Así que empezaré por contestarla,aunque me temo que la información llegue un poco tarde. Me decías que la señora — estabapensando enviar a — al colegio y querías saber si el Colegio para Hijas de Clérigos de Castertonreúne los requisitos adecuados. Mi conocimiento personal del centro es muy anticuado, pues datade mi experiencia de hace veinte años. En aquel entonces estaba empezando, y fue un comienzotriste y vacilante. El tifus diezmó periódicamente el colegio; y las desventuradas alumnas fueronvíctimas de tisis y escrofulismo en todas las variantes que pueden generar el aire y el aguainsalubres y una dieta pobre e insuficiente. Así que entonces no habría sido un lugar adecuadopara ninguna hija de la señora —; pero tengo entendido que el colegio ha mejorado muchísimodesde aquellos días. El colegio se trasladó de Cowan Bridge (un lugar tan insalubre comopintoresco) a Casterton. Creo que todo es mucho mejor ahora, las habitaciones, la dieta, ladisciplina y el sistema de enseñanza. Me han explicado que a las alumnas que se portan bien ycompletan su formación les proporcionan puestos de institutriz si desean seguir esa vocación yque se pone sumo cuidado en la selección; y también que las equipan con un excelenteguardarropa cuando salen de Casterton [...] La familia más antigua de Haworth ha quebradoúltimamente y se ha marchado del lugar en que residieron sus antepasados durante trecegeneraciones, según dicen [...] Me alegra muchísimo poder decir que papá sigue muy bien desalud, teniendo en cuenta su edad; y creo que también su vista va mejorando en vez dedeteriorarse. Mis hermanas también están perfectamente.

Pero la tormenta se cernía sobre aquella desdichada familia con nubarrones cada vez másamenazantes.

Charlotte escribe así el 19 de octubre:

Las tres últimas semanas han sido muy lúgubres en nuestro humilde hogar. Branwell empeoróprogresivamente durante todo el verano; pero aun así, ni los médicos ni él creían que su finalestuviera tan cerca. Pasó todo el tiempo postrado en la cama menos un solo día, y estuvo en elpueblo dos días antes de morir. Murió, tras una lucha de veinte minutos, el domingo 24 deseptiembre por la mañana. Permaneció plenamente consciente hasta la agonía final. Su mente

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experimentó el cambio peculiar que muchas veces precede a la muerte dos días antes; le embargóentonces la calma de los mejores sentimientos; sus últimos momentos estuvieron marcados por larecuperación del afecto natural. Ahora está en manos de Dios; y el Todopoderoso es tambiénMisericordioso. Me consuela saber que al fin descansa en paz, que ha encontrado el reposodespués de su vida breve, descarriada, dolorosa y febril. La separación final y el espectáculo desu cuerpo pálido me produjeron un dolor más profundo y amargo de lo que podría haberimaginado. No sabemos cuánto podemos perdonar, compadecer y llorar a un ser querido hastaque llega la última hora. Ahora todos sus vicios no son ni fueron nada. Sólo recordamos suspenas. Papá se sintió profundamente afligido al principio, pero lo ha soportado todo bastantebien en general. Emily y Anne se encuentran muy bien, aunque Anne está tan delicada comosiempre y Emily tiene catarro y tos estos días. A mí me ha tocado hundirme en la crisisprecisamente cuando tendría que haber aunado todas mis fuerzas. Primero fueron dolor de cabezay malestar el domingo; no podía recuperar el apetito. Luego empezó el dolor interno. Me quedémuy débil. No podía probar bocado. Al final se declaró fiebre biliar. Estuve una semana en lacama, una semana deprimente. Pero ahora parece que me estoy recuperando, gracias a Dios.Puedo pasar todo el día levantada y comer algo. El médico dijo primero que me recuperaría muydespacio, pero parece que la recuperación es mucho más rápida de lo que él creía. Me encuentrorealmente mucho mejor.

Alguien que atendió a Branwell en su última enfermedad me ha contado que decidió levantarsepara morir. Había repetido muchas veces que mientras había vida, había fuerza de voluntad parahacer lo que fuera; y cuando llegó la agonía final insistió en adoptar la postura mencionada. Ya heexplicado que cuando llegó su ataque final le encontraron los bolsillos llenos de cartas antiguas dela mujer a quien amaba. ¡Él murió!, ella aún vive: en May Fair. Supongo que las Euménidesdesaparecieron en el momento en que se oyó el lamento: ¡El gran Pan ha muerto! Creo quepreferiríamos perdonarle a él antes que a esas atroces Hermanas que incitan la conciencia mortalen la vida.

La dejaré para siempre. Volvamos de nuevo a la rectoría de Haworth.

29 de octubre de 1848

Creo que ya casi he superado del todo las secuelas de mi última enfermedad y prácticamentehe recuperado mi estado de salud normal. A veces me gustaría que fuera un poco mejor, aunquedeberíamos conformarnos con lo que tenemos y no suspirar por lo que no está a nuestro alcance.Precisamente ahora me preocupa mucho más la salud de Emily que la mía. Sigue con catarro ycon tos muy pertinaces. Me temo que le duela el pecho y a veces noto que le falta el alientocuando se mueve deprisa. Está muy delgada y muy pálida. Su retraimiento me causa una grandesazón. Es inútil preguntarle nada porque no contesta. Y todavía es más inútil recomendarleremedios porque nunca los aprueba. Tampoco puedo cerrar los ojos a la debilidad física de Anne.Creo que estoy más aprensiva de lo normal por el último suceso triste. A veces me siento muydeprimida, no puedo evitarlo. Intento dejarlo todo en manos de Dios; confiar en Su bondad; peroes difícil practicar la fe y la resignación en estas circunstancias. Últimamente, el tiempo ha sido

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menos propicio para los enfermos; los bruscos cambios de temperatura y los vientos fuertes hansido frecuentes. Si el tiempo fuera más estable quizá se produjera un efecto beneficioso en lasalud general y desaparecieran los catarros y las toses agobiantes. Papá no se ha librado deltodo, pero hasta ahora lo aguanta mejor que nosotras. Olvídate de que vaya a — este invierno. Nopodría ni querría marcharme de casa por nada del mundo. La señorita — lleva años mal de salud.Estas cosas nos hacen pensar y darnos cuenta de que este mundo es un lugar de paso. No debemosestrechar demasiado los vínculos humanos ni aferrarnos demasiado a los afectos humanos. Nosdejarán o los dejaremos un día. ¡Que Dios devuelva la salud y el vigor a quienes los necesitan!

Sigo ahora con las conmovedoras palabras de Charlotte en la reseña biográfica de sushermanas:

Pero se avecinaba un gran cambio. La aflicción llegó en esa forma que esperamos con terror;y que recordamos con dolor. En el mismo calor y agobio del día, las trabajadoras fallaban en sutrabajo. Mi hermana Emily declinó primero [...] Nunca en toda la vida se había entretenido conun trabajo que tuviera que hacer y tampoco lo hizo entonces. Se hundió rápidamente. Se apresuróa dejarnos [...] Cuando la veía afrontar el sufrimiento día tras día, la contemplaba con angustiaasombrada y tierna. No he visto nada igual; claro que, en realidad, nunca he conocido a nadieque la igualara en nada. Era única, más fuerte que un hombre, más ingenua que un niño. Lo maloes que, aunque llena de compasión por los demás, no tenía piedad consigo misma; el espíritu eraimplacable con la carne; exigía a las manos temblorosas, a las piernas débiles y a los ojosfatigados el mismo trabajo que habían hecho con salud. Era tan doloroso estar a su lado y verlosin atreverse a protestar que no puede expresarse con palabras.

En realidad, Emily no volvió a salir de casa desde el domingo que siguió a la muerte deBranwell. Nunca se quejó; no soportaba las preguntas; rechazaba la compasión y la ayuda.Charlotte y Anne dejaron muchas veces la costura, o interrumpieron la escritura para escucharacongojadas el paso vacilante, los jadeos, las pausas frecuentes con que subía su hermana la cortaescalera; pero no se atrevían a decir lo que veían, sufriendo más dolorosamente incluso que ella.No se atrevían a expresarlo con palabras y mucho menos a prestarle ayuda aguantándola ytendiéndole una mano. Permanecían sentadas quietas y en silencio.

23 de noviembre de 1848

Te decía en mi última carta que Emily estaba enferma. Aún no se ha recuperado. Está muymal. Creo que si la vieras pensarías que no hay esperanza. Nunca he visto aspecto másdemacrado, agotado, pálido. Persiste la tos cavernosa; la respiración al menor esfuerzo es unjadeo rápido; y esos síntomas van acompañados de dolor de pecho y de costado. La única vez queme permitió tomarle el pulso era de 115 por minuto. Y en tal estado, se niega rotundamente a quela vea un médico; no da ninguna explicación de su actitud, ni permite que se aluda a ella.Llevamos semanas en esta penosísima situación. Sólo Dios sabe cómo acabará todo esto. Más de

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una vez me he visto obligada a considerar valerosamente la espantosa idea de perderla comoposible e incluso probable. Pero la naturaleza rechaza esos pensamientos. Creo que Emily es lacriatura que más quiero en el mundo.

Avisaron a un médico y cuando llegó a la casa Emily se negó a verlo. Sus hermanas sólopudieron explicarle los síntomas que habían observado; ella se negó a reconocer que estabaenferma y no tomó las medicinas que le recetó.

10 de diciembre de 1848

No sé qué decirte sobre lo que más me preocupa del mundo en este momento porque, enrealidad, ni siquiera sé qué pensar. El miedo y la esperanza fluctúan a diario. Los dolores depecho y de costado han remitido un poco; la tos, los ahogos y la escualidez siguen igual. Pero hesoportado tales torturas por la incertidumbre que al final ya no podía aguantar más; y comotodavía se niega a que la vea un médico (dice que ningún «doctor nefasto» se acercará a ella) heescrito sin que ella lo sepa a un eminente doctor de Londres explicándole lo más detalladamenteposible el caso y los síntomas y pidiéndole su opinión. Espero que me conteste en un par de días.Me alegra decir que hasta ahora yo me encuentro bastante bien de salud. Y menos mal, dadas lascircunstancias; porque Anne en realidad está demasiado delicada para hacer o aguantar mucho, apesar de su buena disposición para ayudar en todo. También ella tiene ahora dolores frecuentesen el costado. Papá se encuentra bastante bien, aunque la enfermedad de Emily le preocupamucho.

Las — [antiguas alumnas de Anne Brontë] estuvieron aquí hace una semana. Son unas jóvenesmuy agradables y elegantes. Parecían encantadas de ver a Anne: cuando entré en la habitación larodeaban como dos niñas pequeñas; y ella parecía completamente tranquila y pasiva [...] A I. y aH. se les metió en la cabeza venir aquí. Me parece probable que se ofendieran; no sé la razón;pero la verdad es que rara vez pienso en el tema, porque el resentimiento, si es que existe, sólopuede tener motivos imaginarios, y además tengo otras preocupaciones. Si Emily se pusiera bien,creo que no me importaría quién me olvidara, malinterpretara o insultara. Claro que preferiríaque tú no pertenecieras al grupo. El queso llegó bien. Emily acaba de recordarme que te dé lasgracias; tiene una pinta estupenda. Ojalá se encontrara bien para probarlo.

Pero Emily empeoró rápidamente. Recuerdo el estremecimiento de la señorita Brontë alrecordar la pena que había sentido cuando tras haber buscado en las pequeñas hondonadas ygrietas resguardadas de los páramos una rama de brezo (sólo una, por muy seca que estuviera)para llevársela a su hermana, vio en su mirada apagada y apática que no reconocía la flor. Emilyse aferró hasta el final a sus hábitos independientes. No aceptaba que la ayudaran. Cualquierintento de hacerlo provocaba su obstinación de siempre. Un martes de diciembre por la mañana selevantó y se vistió como siempre, haciendo muchas pausas, pero sin ayuda, y se empeñó inclusoen reanudar su trabajo de costura: las sirvientas lo vieron y comprendieron lo que presagiaban surespiración jadeante y ronca y su mirada vidriosa; pero ella siguió trabajando. Charlotte y Anne,aunque presas de indescriptible pavor, conservaban aún una chispa de esperanza. Aquella mañana,

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Charlotte escribió lo siguiente, quizá en presencia de su hermana agonizante:

Martes

Te habría escrito antes si hubiera tenido algo esperanzador que contarte; pero no es así. Cadadía está más débil. La opinión del médico era demasiado vaga para ser de alguna utilidad. Nosenvió unos medicamentos que ella no ha tomado. Nunca he pasado momentos tan lúgubres comoéstos. Pido a Dios que nos ayude a todos. Hasta ahora lo ha hecho.

Transcurrió lentamente la mañana; al mediodía, Emily estaba peor: sólo podía susurrar deforma entrecortada. Y entonces, cuando ya era demasiado tarde, le dijo a Charlotte: «Si avisas aun médico, ahora lo veré». Murió a las dos.

21 de diciembre de 1848

Emily ya no sufre dolor ni debilidad. Ya no sufrirá más en este mundo. Nos dejó, tras unalucha breve y dura. Murió el martes, el mismo día que te escribí. Entonces me parecía posible quesiguiera con nosotros durante semanas; y pocas horas después estaba en la eternidad. Sí; ya noexiste Emily en el tiempo ni en la tierra. Ayer depositamos su pobre cuerpo mortal consumido bajoel pavimento de la iglesia. Estamos muy serenos en este momento. ¿Deberíamos estar de otromodo? La angustia de verla sufrir ha cesado; el espectáculo de los dolores agónicos haterminado; el día del entierro ya pasó. Creemos que está en paz. No hay que temblar por laescarcha dura y el viento cortante. Emily no los siente. Murió en un momento prometedor. Nos lahan arrebatado en la flor de la vida. Pero es la voluntad de Dios y el lugar al que ha ido es mejorque el que ha dejado.

Dios me ha sostenido de una forma que me maravilla en una desesperación que nunca imaginéque fuera posible. Ahora miro a Anne y quisiera que estuviera sana y fuerte; pero no es así; ytampoco papá. ¿Podrías venir a vernos unos días? No te pido que te quedes mucho tiempo.Escríbeme y dime si podrías venir la semana próxima y en qué tren. Enviaría un calesín abuscarte a Keighley. Confío en que nos encontrarás tranquilos. Procura venir. Nunca henecesitado tanto la presencia de una amiga que me consuele. Para ti no será una visita de placer,por supuesto, excepto el que tu bondadoso corazón te enseñe a encontrar en hacer el bien a otros.

Cuando el padre anciano y afligido y sus dos hijas supervivientes seguían el ataúd hasta latumba se unió a ellos Keeper, el fiero y fiel dogo de Emily. Caminó junto al cortejo fúnebre yentró en la iglesia y permaneció allí en silencio mientras se leyeron las oraciones. Cuando volvió acasa se echó a la puerta de la habitación de Emily y gimió lastimosamente durante muchos días.Anne Brontë decayó y enfermó más rápidamente a partir de entonces; y así acabó el año 1848.

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CAPÍTULO III

Quarterly Review publicó un artículo sobre La feria de las vanidades y Jane Eyre en diciembre de1848.93 La señorita Brontë escribió a sus editores unas semanas más tarde preguntándoles por quéno se lo habían enviado; y, suponiendo que la crítica no era favorable, repetía su petición anteriorde que, hicieran lo que hicieran con las críticas elogiosas, le enviaran siempre todas las adversas.Así que le enviaron la revista. No sé si la señorita Brontë prestó mucha más atención al artículoque la de poner unas cuantas frases en labios de una mujer vulgar y dura de Shirley, donde encajantan bien que muy pocos las han reconocido como una cita. Charlotte leyó el artículo en un buenmomento; la gran severidad de la Muerte la había hecho insensible a los pequeños enojos. De locontrario, le habrían dolido más de lo que merecían las críticas que, si bien se esforzaban por serseveras, carecían de lógica, debido a la incorrección de los enunciados; y habría sufrido por lasconjeturas sobre la autoría de Jane Eyre, que pretendían ser agudas y eran frívolas. Pero lafrivolidad adopta un nombre más serio cuando un escritor anónimo la emplea contra un autor. Lollamamos insolencia cobarde.

Cada cual tiene derecho a sacar sus propias conclusiones sobre los méritos y deméritos de unlibro. No protesto por la opinión que el crítico expone sobre Jane Eyre. Las opiniones en cuanto asu valor variaron entonces y varían ahora. Mientras escribo, recibo una carta de un clérigo deAmérica en la que dice: «Tenemos en nuestro sanctasanctórum un estante especial, muy adornado,como lugar que nos complace honrar, con las novelas que en nuestra opinión han ejercido unabuena influencia en el carácter, en nuestro carácter. En primer lugar está Jane Eyre».

Tampoco niego la existencia de una opinión diametralmente opuesta. Y así (lo mismo que nome preocupo por el estilo de redacción del crítico), dejo a un lado sus críticas respecto a losméritos de la obra. Pero cuando (olvidando el espíritu caballeroso del noble y buen Southey, queha dicho: «Al reseñar obras anónimas nunca menciono a los autores si los conozco, dando porsentado que tendrán buenas razones para evitar la publicidad») el crítico del Quarterly pasa aexponer conjeturas chismosas sobre la verdadera identidad de Currer Bell, pretendiendodeterminar por el libro lo que puede ser el escritor, protesto enérgicamente contra semejante faltade caridad cristiana. Ni siquiera el deseo de escribir un «artículo ingenioso» que se comente enLondres cuando la ligera máscara del anonimato se deje caer con gusto si la agudeza de la críticatiene éxito, ni siquiera esta tentación puede excusar la lacerante crueldad del juicio. ¿Quién es élpara decir de una mujer desconocida, que tiene que ser «alguien que, por alguna buena razón, haperdido hace mucho el derecho a la compañía de su propio sexo»? ¿Acaso ha llevado él una vidadesesperada, solitaria y esforzada, sin ver casi a nadie más que a los sencillos y francos norteños,inexpertos en los eufemismos que permiten al mundo elegante tratar superficialmente la mencióndel vicio? ¿Ha luchado él durante años de llanto por encontrar excusas por la caída de un hermanoúnico? ¿Se ha visto obligado, mediante el contacto diario con un pobre libertino, a una ciertafamiliaridad con los vicios que su alma aborrece? ¿Ha tenido que debatirse entre las tribulaciones

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que asolaron a su familia en rápida y pavorosa sucesión, llevándose la vida y el amor del hogar,por conseguir fuerzas para decir «¡El Señor así lo ha querido. Hágase Su voluntad!», y ha luchadoen vano a veces hasta que volvía la clemente Luz? Aunque el despectivo crítico hubiera cruzadoesas aguas turbias refinado y sin mancha —con una alma que jamás en sus tormentos clamó lemasabactani?94—, aun así, más le valdría rezar con los publicanos en vez de juzgar con los fariseos.

10 de enero de 1849

Anne pasó ayer un día tolerable y una noche bastante tranquila, aunque no ha dormido mucho.El señor Wheelhouse ordenó aplicarle de nuevo el vesicatorio. Lo soporta sin molestias. Acabo devendárselo y se ha levantado y ha bajado las escaleras. Está pálida y macilenta. Ha tomado unadosis de aceite de hígado de bacalao, que huele y sabe a grasa de ballena. Procuro teneresperanza, pero hace un día ventoso, tormentoso y nublado. A ratos, me siento muy abatida; luegomiro donde me aconsejas que lo haga, más allá de las tempestades y penas terrenales. Parece queme da fuerza, si no consuelo. De nada servirá anticiparse. Lo siento a cada momento. Medespierto por la noche y deseo que llegue la mañana; entonces se me cae el alma a los pies. Papásigue prácticamente igual; estaba muy débil cuando bajó a desayunar [...] Tu amistad es un granconsuelo, querida E—. Estoy muy agradecida. Veo pocas luces en la oscuridad del momentopresente; pero entre ellas la constancia de un alma bondadosa que me estima es una de las másalentadoras y serenas.

15 de enero de 1849

No puedo decir que Anne esté peor, ni puedo decir que esté mejor. Varía muchas veces en eltranscurso de un día, pero cada día transcurre casi igual. La mañana suele ser lo mejor; y latarde y el atardecer los más febriles. La tos es muy persistente por las noches, pero casi nunca esmuy fuerte. Todavía le molesta el dolor de brazo. Toma aceite de hígado de bacalao y carbonatode hierro regularmente; los dos le parecen nauseabundos, pero sobre todo el aceite. La verdad esque tiene muy poco apetito. No temas que mis cuidados disminuyan. La quiero demasiado para nocuidarla con todas mis fuerzas. Me alegra decir que papá está mucho mejor desde hace unos días.

En cuanto a lo que me preguntas sobre mí, sólo te diré que saldré adelante si sigo como hastaahora. Aún no me he liberado de los dolores de pecho y de espalda. Vuelven de forma extraña conlos cambios de tiempo; y todavía lo hacen acompañados de ligera irritación y ronquera, quecombato continuamente con emplastos de brea e infusión de salvado. Me parecería estúpido yerróneo no atender mi propia salud; no es que sea mala ahora.

Evito mirar hacia delante y hacia atrás y procuro mirar sólo hacia arriba. No es tiempo delamentos, temores y llanto. Está perfectamente claro lo que tengo que hacer y lo que debo hacer;lo que necesito y lo que pido es fuerza para realizarlo. Los días transcurren lentos y sombríos; lasnoches son un suplicio; los súbitos despertares del sueño inquieto, la conciencia renovada de queuna descansa en su tumba y la otra no está a mi lado sino en otra cama, en un lecho de enferma.Pero Dios vela por todos.

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22 de enero de 1849

La semana pasada hizo unos días menos fríos y Anne parecía un poco mejor, pero hoy vuelve aestar muy pálida y muy lánguida. Sigue tomando el aceite de hígado de bacalao, que todavía leparece repugnante.

Te agradece muchísimo las plantillas para los zapatos y las encuentra comodísimas. Tengoque pedirte que le consigas el mismo tipo de respirador que el que tenía la señora—. No leimportaría pagar más si tú crees que es mejor. Si no es demasiada molestia, podrías conseguirmea mí también unas plantillas. Puedes enviarlas en el mismo paquete que el respirador. Dinos elprecio de todo y te remitiremos el dinero por giro postal. Cumbres borrascosas era un regalo parati. No he enviado a — carta ni paquete. Sólo tenía malas noticias, así que preferí que se locontaran otros. Tampoco he escrito a—. No puedo escribir si no es absolutamente imprescindible.

11 de febrero de 1849

Hemos recibido la caja hoy, y todo ha llegado bien. Los limpiaplumas son preciosos;muchísimas gracias. Espero que el respirador le vaya bien a Anne en caso de que mejore losuficiente para poder salir. Sigue prácticamente igual, confío en que no mucho peor, pero se estáquedando delgadísima. Creo que sería engañarme pensar que está mejor. No sé qué efecto leproducirá la próxima estación. Quizá la vuelta de la estación cálida sea estimulante. Tiemblo sólode pensar que hiele o haga viento. ¡Ojalá hubiera pasado ya marzo! Está tranquila casi siempre ysus dolores hasta ahora no son en absoluto como los de Emily. La idea de lo que pueda pasar meviene a la mente cada vez con más frecuencia; pero me parece triste y lúgubre.

16 de marzo de 1849

La semana pasada ha sido bastante dura; no ha hecho frío, pero aun así se han producidocambios de temperatura que Anne ha acusado bastante. No es que esté mucho peor, o al menos esoespero, aunque a veces le da una tos muy fuerte y dolorosa y está más débil. Ojalá hubiera pasadoya marzo. Tienes razón al suponer que estoy un poco deprimida; a veces lo estoy realmente. Casiera más soportable cuando la prueba estaba en su punto crítico que ahora. El dolor por lapérdida de Emily no disminuye con el tiempo; a veces se hace sentir con toda su fuerza. Meproduce una tristeza indescriptible; y entonces el futuro es oscuro. Sé muy bien que no sirve denada lamentarse y abatirse, y procuro no hacer ni lo uno ni lo otro. Espero y confío que se meconceda fortaleza proporcional a la carga; pero no es probable que el dolor disminuya con lacostumbre. La soledad y el aislamiento son circunstancias opresivas. Sin embargo, no pediría aninguna amiga que me acompañara. No podría soportar que nadie (ni siquiera tú) compartieraconmigo la tristeza de la casa. Mientras tanto, el castigo aún se mezcla con clemencia. Lospadecimientos de Anne siguen siendo leves. Es propio de mí seguir luchando cuando me dejansola con cierta perseverancia y creo que Dios me ayudará.

Anne había estado delicada toda la vida, hecho que quizá les impidiera comprender mejor de

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lo que lo hubieran hecho en caso contrario el verdadero carácter de los primeros síntomas. Aunqueparece que tardaron poco tiempo en pedir consejo médico. La examinaron con el estetoscopio yles comunicaron el espantoso hecho de que tenía los pulmones afectados y que la tuberculosispulmonar estaba bastante avanzada. Le prescribieron un tratamiento que ratificó más tarde eldoctor Forbes.95

Esperaron un tiempo con la esperanza de haber atajado la enfermedad. Charlotte (ella mismaenferma de una dolencia que le quebrantaba muchísimo el ánimo) fue la enfermera atenta yvigilante de su hermana pequeña, la última que le quedaba. Era un alivio que Anne fuera laenferma más paciente y dulce del mundo. Aun así, hubo horas, días y semanas de indecibleangustia; Charlotte sólo podía rezar; y rezó, con verdadero fervor. El 24 de marzo escribe así:

El empeoramiento de Anne es gradual y fluctuante, pero su carácter es claro [...] Ella estáresignada espiritualmente. Creo que en el fondo es una buena cristiana [...] ¡Que Dios la ayude aella y a todos nosotros en la prueba de la larga enfermedad y la ayude a ella en la última horacuando tenga que librar la lucha que separa el alma del cuerpo! Emily nos fue arrebatada cuandonuestros corazones se aferraban a ella con profundo cariño [...] Apenas la habían enterradocuando la salud de Anne falló [...] Estas cosas serían demasiado si la razón se viera condenada asoportarlas sola, sin la ayuda de la religión. He de estar más agradecida por la fuerza que hastaahora se nos ha concedido tanto a mi padre como a mí. Creo que Dios es especialmentemisericordioso con los ancianos; por mi parte, creo que he sobrellevado sin abatimiento todas laspruebas que me parecían absolutamente insoportables cuando pensaba en ellas. Sin embargo, hede confesar que en el tiempo transcurrido desde la muerte de Emily he vivido momentos deaflicción inerte, profunda y solitaria mucho más difíciles de soportar que los que siguieroninmediatamente a nuestra pérdida. La crisis que produce la muerte de un ser querido tiene untormento que impulsa a actuar. El dolor posterior a veces te paraliza. He aprendido que nopodemos buscar solaz en nuestra propia fuerza; hemos de buscarlo en la omnipotencia de Dios.La fortaleza es buena; ¡pero la propia fortaleza ha de fallar para enseñarnos lo débiles quesomos!

Charlotte tuvo el consuelo de poder hablar con Anne de su estado durante la enfermedad. Unconsuelo indecible por el contraste que suponía con el recuerdo de Emily, que había rechazadotodos los cuidados. Si se proponía algo por el bien de Anne, Charlotte podía hablar con ella de loque fuera y enferma y enfermera podían analizar juntas su conveniencia. He visto sólo una cartade Anne. Creo que es la única vez que establecemos contacto directo con esta joven dulce ypaciente. Como explicación preliminar necesaria diré que la familia de E— había propuesto queAnne fuera a su casa para ver lo que un cambio de aires y de dieta y la compañía de personascomprensivas podían hacer por devolverle la salud. Charlotte contestó lo siguiente:

24 de marzo

He leído tu amable carta a Anne y ella me ha pedido que te agradezca sinceramente vuestracordial propuesta. Por supuesto, cree que no estaría bien aprovecharse de ella alojando a una

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enferma con los habitantes de —; pero propone otra forma en que podrías ayudarla, quizá conalgún beneficio para ti tanto como para ella. Me pregunta si podrías acompañarla tú, si dentro deun mes o dos se considerara aconsejable que fuera a la costa o a algún balneario del interior, encaso de que papá no quisiera moverse y en consecuencia yo me viera obligada a quedarme con élen casa. Creo que no tengo que añadir que en el caso de que lo organizáramos, no supondríaningún gasto para ti. Ésa es la propuesta de Anne, querida E—; la hago para cumplir su deseo;pero añadiré por mi cuenta que veo grandes inconvenientes en que la aceptes, inconvenientes queno le he expuesto a ella. Sigue en un estado variable. A veces mejor, y a veces peor, cuandocambia el tiempo. Pero me temo que en conjunto pierde fuerzas. Papá dice que su estado es muyprecario; que quizá siga así durante un tiempo pero que un cambio súbito podría llevársela antesde que nos diéramos cuenta. Y sería espantoso que ese cambio se produjera estando lejos de casay estando tú sola con ella. Sólo pensar en ello me angustia de forma indescriptible, y tiemblo cadavez que alude al proyecto de un viaje. En resumen, quiero ganar tiempo y ver cómo evoluciona. Sisaliera de casa, desde luego no sería en el inestable mes de mayo, cuya crudeza para los débileses proverbial. Junio sería un mes más seguro. Tengo bastantes esperanzas de que aguante todo elverano si conseguimos llegar a junio. Escribe una respuesta que pueda enseñarle a Anne. Puedesescribirme algunos comentarios adicionales en una hoja aparte. No te sientas obligada acomentar sólo nuestra triste situación. Me interesa todo lo que te interese a ti.

DE ANNE BRONTË

5 de abril de 1849

Querida señorita—: Le agradezco muchísimo su amable carta y su pronta conformidad con mipropuesta, al menos en lo que a la voluntad se refiere. Veo, sin embargo, que sus amigos creenque no debe asumir la responsabilidad de acompañarme en las actuales circunstancias. Pero yono creo que haya ninguna gran responsabilidad en el asunto. Yo sé, y todos lo saben, que seríausted más amable y servicial que nadie y creo que yo no sería muy problemática y deseaba quefuera como compañera y no como enfermera; de otra forma no se lo habría pedido. En cuanto a suamable y reiterada invitación a—, transmita mi sincero agradecimiento a su madre y a sushermanas, pero dígales que nunca se me ocurriría imponerles mi presencia tal como estoy ahora.Son muy amables al quitar importancia al problema, pero aun así tendría que procurarles algúnplacer, y desde luego no habría ninguno en la compañía de una desconocida enferma y silenciosa.De todos modos, espero que Charlotte consiga de alguna forma acompañarme. Está realmentemuy delicada y le hace muchísima falta un cambio de aires y de ambiente para recuperar fuerzas.Y además es completamente imposible que me acompañara usted antes de finales de mayo, amenos que la defraudaran sus visitas; pero me resisto a esperar hasta entonces si el tiempopermite hacerlo antes. Dice usted que mayo es un mes inestable y lo mismo dicen los demás.Reconozco que la primera parte suele ser bastante fría, aunque, según mi experiencia, también escierto que casi siempre hace unos días cálidos en la segunda mitad, cuando florecen los laburnosy los lilos; mientras que junio a veces es frío y julio generalmente lluvioso. Pero tengo una razónmás importante que ésta para no querer demorarlo. Los médicos dicen que cambiar de aire otrasladarse a un clima mejor casi siempre da resultados en los casos de consunción, si se pone el

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remedio a tiempo; pero la razón de que haya tantos fracasos es que suele demorarse hasta que esdemasiado tarde. Yo no querría cometer ese error; y he de reconocer que aunque tengo muchomenos dolor y menos fiebre que cuando estuvo usted aquí, es evidente que estoy más débil y muchomás delgada. La tos todavía me molesta mucho, sobre todo de noche, y, lo que parece peor detodo, me falta el aliento al subir las escaleras y cuando hago el menor esfuerzo. Creo que en estascircunstancias no hay tiempo que perder. No me aterra la muerte: si la creyera inevitable, creoque me resignaría tranquilamente a la idea, con la esperanza de que usted, querida señorita—,acompañara cuanto pudiera a Charlotte y fuera una hermana para ella en mi lugar. Pero desearíaque Dios me permitiera curarme, no sólo por papá y por Charlotte, sino también porque deseohacer algún bien en este mundo antes de abandonarlo. Tengo muchos planes en la cabeza pararealizarlos en el futuro (humildes y limitados realmente), pero aun así no me gustaría que todosquedaran en nada y haber vivido para tan poco. Que sea lo que Dios quiera. Recuerdosrespetuosos a su madre y a sus hermanas y usted reciba todo mi cariño,

ANNE BRONTË

Anne debió de escribir por entonces sus últimos versos «antes de dejar la pluma y cerrar elescritorio para siempre».

IYo esperaba que mi tarea estuvieracon los fuertes y los valerosos;trabajar con energía noble y sincerajunto al mundo laborioso.IIPero Dios de otro modo lo ha dispuestoy justa es su decisión,me dije, cuando llegó la angustia presto,y lo acaté con aflicción.IIISeñor, nos has arrebatado nuestro gozo,nuestra esperanza amada,dejándonos llorar de noche en este pozo,penar desde la alborada.IVEstas horas tediosas no se perderán,estos días de sufrimiento,estas noches de angustia y oscuridadsólo a Ti me encomiendo.VMe esforzaré en secreto por aceptar, Señor,los golpes con paciente humildad,para intentar sacar fortaleza del dolor;

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y de mi pena, fe y santidad.VIPermíteme servirte de todo corazón,sea cual fuere mi destino;lo mismo si me ordenas partir sin dilación,que si prolongas mi camino.VIISi me devolvieras a la vida seríamás humilde y prudente,con más fuerza y entereza lucharía,acudiría a Ti siempre.VIIIMas si la Muerte ya en la puerta espera,mi voto cumpliré;pero, Señor, aunque otro mi destino fuera,¡ahora y siempre te serviré!96

Recojo las palabras de la propia Charlotte como el mejor relato de sus pensamientos ysentimientos durante aquella horrible temporada.

12 de abril

Leí la carta que te escribió Anne; era bastante conmovedora, tal como dices. Si no hubieraninguna esperanza más allá de este mundo —ni eternidad, ni vida futura— el sino de Emily y elque amenaza a Anne serían desgarradores. No puedo olvidar el día de la muerte de Emily. Es unaidea más fija, más oscura y más recurrente que nunca. Fue espantoso. Fue arrancada de una vidafeliz consciente, jadeante, reacia, pero resuelta. Pero de nada servirá dar demasiadas vueltas aestas cosas.

Me alegra que tus amigos se opusieran a que fueras con Anne.No se hubiera hecho. Si te digo la verdad, aunque tu madre y tus hermanas hubieran accedido,

yo no lo habría permitido. No es que haya que prestarle muchísima atención. Necesita muy pocoscuidados y no acepta más. Pero hubiera supuesto un riesgo y una inquietud a los que no debesexponerte. Si dentro de un mes o mes y medio sigue deseando un cambio tanto como ahora, laacompañaré yo misma (Dios mediante). Será mi obligación ineludible. Todo lo demás tendrá quesupeditarse a eso. He consultado al señor T— y no pone ninguna objeción, recomiendaScarborough, que es el lugar elegido por Anne. Confío en que puedan arreglarse las cosas paraque pases con nosotras al menos parte del tiempo [...] Me gustaría comer en algún sitio, quepodría ser el mismo en que nos alojemos o en otro. Me parece un engorro insoportable tener quepreparar las comidas. No me gusta guardar las provisiones en una alacena, cerrar con llave, queme roben, y todo lo demás. Es un fastidio pesado y mezquino.

La enfermedad de Anne evolucionó más despacio que la de Emily; y ella era demasiado

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generosa para negarse a probar remedios que, si bien tenía poca esperanza de que la aliviaran,podrían ser luego motivo de triste satisfacción para los suyos.

Empezaba a creer que estaba recuperando fuerzas. Pero el frío la ha afectado mucho. Estápeor últimamente. De todos modos, no tiene ninguno de los terribles síntomas rápidos queespantaban en el caso de Emily. Si pudiera superar la primavera creo que el verano labeneficiaría mucho, y entonces el traslado a un lugar más templado para pasar el invierno almenos le prolongaría la vida. Si pudiéramos contar con otro año, estaría agradecida; ¿peropodemos hacer esto para que mejore? Hace unos días escribí al doctor Forbes pidiéndole suopinión [...] Nos aconsejó que no abriguemos esperanzas de recuperación. Él cree que el aceite dehígado de bacalao es una medicina muy eficaz. Además, desaprueba un cambio de residencia demomento. No sirve de mucho consuelo saber que estamos haciendo todo lo que podemos. Ahora nose siente el suplicio del abandono total y forzoso como durante la enfermedad de Emily. Quenunca nos veamos condenados a una tortura igual de nuevo. Fue espantoso. Últimamente memolestan mucho menos los dolores de pecho, y también la irritación de garganta y la ronquera.Probé una aplicación de vinagre caliente que parece eficaz.

1 de mayo

Me alegra mucho saber que cuando vayamos a Scarborough estarás libre para acompañarnos,pero el viaje y sus consecuencias siguen preocupándome mucho. Tengo que intentar demorarlootras dos o tres semanas si puedo; quizá para entonces la temporada más templada haya dado aAnne más fuerzas; o quizá todo lo contrario; no lo sé. Hasta ahora, la mejoría del tiempo no le hasentado bien. A veces ha estado tan débil y le ha dolido tanto el costado en los últimos días que yono sabía qué pensar [...] Quizá se recupere de nuevo y se sienta mucho mejor, pero tiene queproducirse alguna mejoría para que crea que hay motivos para llevarla lejos de casa. Claro quela demora es penosa; porque como pasa casi siempre en estas circunstancias, ella parecesemiconsciente de la necesidad de esa demora. Creo que se pregunta por qué no hablo más delviaje; me duele pensar que pueda hacerle daño incluso mi aparente lentitud. Está muy delgada,mucho más que cuando estuviste con nosotras; tiene los brazos como los de un niño pequeño. Elmenor esfuerzo le provoca ahogos. Sale un poco todos los días; pero más que caminar, se arrastra[...] Papá sigue bastante bien; yo espero que pueda sobrellevarlo. Hasta ahora tengo razonespara dar gracias a Dios.

Llegó el mes de mayo y con él el tiempo más templado. Pero Anne empeoró con el cambio. Unpoco más adelante refrescó el tiempo de nuevo y Anne se recuperó, y la pobre Charlotte volvió aabrigar esperanzas de que si transcurría mayo y no empeoraba, viviría mucho tiempo. La señoritaBrontë escribió para reservar alojamiento en Scarborough, lugar que Anne había visitado con lafamilia con la que trabajó como institutriz. Tomaron un salón bastante amplio y un dormitoriodoble (ambos con vista al mar) en uno de los mejores lugares del pueblo. El dinero no importabacomparado con la vida; además, Anne disponía de un pequeño legado que le había dejado sumadrina y pensaron que no podría emplearse mejor que para conseguir que pudiera prolongar la

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vida, si es que no recuperar la salud. Charlotte escribe el 16 de mayo:

Me preparo con pesadumbre; y deseo de todo corazón que hubiera pasado ya la fatiga delviaje. Quizá sea más leve de lo que supongo; porque el estímulo momentáneo a veces sienta muybien; pero cuando veo cada día la debilidad creciente no sé qué pensar. Temo que te impresionescuando veas a Anne. Pero procura que ella no se dé cuenta, querida E. En realidad, confío en tudominio de ti misma y en tu amabilidad. Ojalá estuviera plenamente convencida de que ir aScarborough es lo más juicioso. Me preguntas cómo he arreglado las cosas para que atiendan apapá mientras está solo. En realidad no he hecho ningún arreglo especial. Desea que acompañe aAnne y no quiere saber nada de que venga el señor N— o algo por el estilo; así que hago lo queme parece lo mejor y dejo el resultado a la Providencia.

Pensaban descansar y pasar la noche en York; y, por expreso deseo de Anne, decidieron hacerallí algunas compras. Charlotte termina así la carta a su amiga en que le cuenta todo esto:

23 de mayo

Ojalá no me pareciera una farsa lúgubre hablar de comprar sombreros, etc. Anne estuvo muymal ayer. Tuvo problemas para respirar todo el día, incluso cuando estaba completamenteinmóvil. Hoy parece otra vez mejor. Estoy deseando ver los efectos del aire del mar. ¿Le sentarábien? No lo sé. Ojalá. ¡Ay!, qué felices podríamos ser juntas si Dios quisiera fortalecer yreanimar a Anne. Pero que se haga Su voluntad.

Las dos hermanas salieron de Haworth el jueves 24 de mayo. Tenían que haberlo hecho el díaanterior y habían quedado con su amiga en que las esperaría en la estación de Leeds para seguir elviaje las tres juntas desde allí. Pero el miércoles por la mañana Anne se encontraba tan mal quetuvieron que posponerlo; y no tenían medio de avisar a su amiga, que llegó a la estación de Leedsa la hora convenida. Estuvo horas esperándolas. Le pareció extraño entonces —y al recordarloahora casi le parece un mal presagio— que dos veces y de dos trenes distintos, que llegaron en lamisma línea por la que tenían que llegar sus amigas, bajaran ataúdes que subieron a cochesfúnebres que estaban esperando a los difuntos, lo mismo que ella estaba esperando a alguien quelo sería dentro de cuatro días.

Al día siguiente no pudo aguantar más la incertidumbre y decidió ir a Haworth, donde llegójusto a tiempo de llevar a la débil y mareada enferma a la calesa que esperaba a la puerta parallevarlas a Keighley. El criado que estaba a la puerta de la rectoría vio la Muerte escrita en su caray lo dijo. Charlotte lo vio y no dijo nada: hubiera sido formular demasiado claramente el miedo; ysi su pobre y querida hermana deseaba tanto ir a Scarborough, iría, aunque el peligro inminente laacongojara. La dama que las acompañó, querida amiga de Charlotte durante más de veinte años,ha escrito amablemente para mí la siguiente descripción del viaje, y del final.

Salió de casa el 24 de mayo de 1849; murió el 28 de mayo. Su vida fue tranquila, silenciosa,espiritual: así fue su final. Durante las pruebas y tribulaciones del viaje demostró el piadoso

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valor y la entereza de un mártir. El desvalimiento y la impotencia fueron siempre para ella unpadecimiento mucho mayor que el dolor fuerte y torturante.

La primera parada del viaje fue York; y allí, la querida enferma se mostró tan animada, alegrey feliz que fue un consuelo para nosotras y confiamos en que al menos conseguiría una mejoríapasajera con el cambio que ella tanto había deseado y sus amigas tanto habíamos temido por ella.

A petición suya, fuimos a la catedral, que le proporcionó un placer extraordinario; no sólopor su esplendor impresionante, sino porque con su carácter susceptible le produjo una sensaciónvital y abrumadora de omnipotencia. Mientras la contemplaba comentó: «Si el poder finito puedehacer esto, ¿cual será...?» Y la emoción la impidió seguir, y se apresuró a un lugar menosemocionante.

Su debilidad física era muy grande, pero su gratitud por todas las bendiciones recibidas eratodavía mayor. Después de un esfuerzo como caminar hasta su dormitorio, unía las manos yalzaba los ojos en mudo agradecimiento, y no lo hacía excluyendo las oraciones habituales, querezaba también de rodillas antes de aceptar el reposo de la cama.

Llegamos a Scarborough el día 25; nuestra querida enferma había llamado nuestra atenciónhacia todas las vistas interesantes.

El día 26 paseó en burro por la playa durante una hora; y para que el dueño no azuzara alpobre animal para que fuera más deprisa de lo que su tierno corazón juzgaba apropiado, tomó lasriendas y lo guió ella misma. Cuando su amiga se reunió con ella, estaba recomendando al dueñodel burro que tratara bien al pobre animal. Siempre fue cariñosa con los animales y renunciaba ala propia comodidad por ellos.

El domingo 27 quiso ir a la iglesia y se le iluminaron los ojos con la idea de venerar una vezmás a su Dios entre sus semejantes. Consideramos prudente disuadirla, aunque era evidente queanhelaba participar en el acto público de devoción y alabanza.

Por la tarde paseó un poco y cuando encontró un asiento cómodo y resguardado cerca de laplaya nos rogó que la dejáramos y disfrutáramos de las diversas vistas que podían contemplarsecerca y que ella conocía bien, pero eran nuevas para nosotras. Le gustaba mucho el lugar ydeseaba que compartiéramos sus preferencias.

Llegó el atardecer con la puesta de sol más espléndida que se haya visto jamás. El castillo delacantilado se alzaba en impresionante esplendor, dorado por el sol poniente. Los barcosdestellaban como oro bruñido a lo lejos; y los botes se balanceaban junto a la playa con el reflujode la marea, pidiendo ocupantes. La vista era indescriptible. Anne se acercó en su butaca a laventana para disfrutar de la escena con nosotras. Su cara resplandecía casi tanto como elglorioso panorama que contemplaba. Apenas hablamos, pues era evidente que la impresionantevista que tenía ante sí arrastró sus pensamientos a las regiones de gloria imperecedera. Volvió apensar en los oficios religiosos y nos pidió que la dejáramos y fuéramos a reunirnos con los fielesque estaban en la Casa de Dios. Rehusamos, insistiendo amablemente en el deber y el placer dequedarnos con ella, que estaba tan débil y era tan adorable. Al volver a su lugar junto al fuego,conversó con su hermana sobre la oportunidad de regresar a casa. Dijo que no deseaba hacerlopor ella misma, temía que los otros sufrieran más si el fallecimiento ocurría allí. Seguramentepensaba que la tarea de acompañar sus restos mortales en un viaje largo sería más de lo que su

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hermana podría soportar, que su afligido padre no podría soportar que le llevara a casa a otro, eltercer ocupante del panteón familiar en el breve espacio de nueve meses.

La noche transcurrió sin ninguna manifestación evidente de la enfermedad. Se levantó a lassiete en punto y llevó a cabo ella sola casi todo su aseo por voluntad propia. Su hermana cedíasiempre en esas cosas porque creía que la verdadera bondad consistía en no insistir en laincapacidad cuando no se reconocía. No ocurrió nada alarmante hasta las once de la mañana.Ella dijo entonces que notaba un cambio. Creía que no le quedaba mucho tiempo de vida. ¿Podríallegar a casa viva si nos preparábamos inmediatamente para salir? Avisamos a un médico. Sedirigió a él con absoluta serenidad. Le pidió que le dijera cuánto tiempo creía que podría vivir;que le dijera la verdad sin miedo porque ella no tenía miedo a morir. El doctor admitió de malagana que el ángel de la muerte ya había llegado y que la vida se consumía rápidamente. Ella ledio las gracias por su sinceridad; él se marchó entonces y regresó al poco rato. Ella seguía en subutaca, con expresión serena y confiada: no había habido espacio para la aflicción hastaentonces, aunque sabíamos que el final era inminente. Unió las manos y pidió al cielo unabendición; primero para su hermana, luego para su amiga, a quien dijo: «Sé una hermana en milugar; haz compañía a Charlotte siempre que puedas». Luego agradeció a cada una la amabilidady los cuidados.

Al poco rato apareció la inquietud de la muerte inminente y la llevamos al sofá; a la preguntade si estaba más cómoda, miró agradecida a quien se lo había preguntado y dijo: «No eres túquien puede darme reposo, pero enseguida estará bien todo, gracias a los méritos de nuestroRedentor». Poco después, y al ver que su hermana no podía contener casi la aflicción, le dijo:«Ten valor, Charlotte; ten valor». Su fe no flaqueó ni se empañó su mirada hasta que, hacia lasdos, sin un suspiro, pasó serenamente de lo temporal a lo eterno. Así de tranquilos y de piadososfueron sus últimos momentos. No hubo terror, ni súplicas de ayuda. El médico entró y salió dos otres veces. La anfitriona sabía que la muerte estaba cerca, pero la presencia de la agonizante y lapena de los afligidos perturbaron tan poco la casa que en el momento en que la hermana vivaestaba cerrando los ojos a la difunta, nos avisaron de que la comida estaba lista por la puertaentreabierta. Ya no podía aguantar la aflicción contenida de su hermana con su enfático yagónico «Ten valor», y estalló con fuerza, breve pero angustiosa. Los sentimientos de Charlotte,no obstante, tomaron otro cauce y allí se convirtieron en consideración, cuidados y ternura.Había dolor, pero no soledad; la condolencia estaba a su alcance y la aceptó. Consideró conserenidad el traslado de los restos de su querida hermana al lugar de reposo del hogar. Esta tristelabor, no obstante, nunca se llevó a cabo; pues la afligida hermana decidió dejar la flor en ellugar en que había caído. Creía que así cumplía los deseos de la difunta. No tenía preferencia porningún lugar. No le importaba la tumba que es sólo el destino del cuerpo, sino todo lo que haymás allá.

Sus restos reposan

Donde el sol del Sur calienta la tierra amada ahora,Donde el oleaje baña y golpea las rocas abruptas cubiertas de hierba.

Anne murió el lunes. Charlotte escribió a su padre el martes; pero, como sabía que tenía que

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asistir a una ceremonia anual solemne en Haworth, le comunicó que había hecho ya todos losarreglos necesarios para el entierro y que el funeral tendría lugar tan pronto que él no podría llegara tiempo para el mismo. El médico que había visitado a Anne el día de su muerte ofreció suasistencia, que fue rechazada respetuosamente.

El señor Brontë contestó a Charlotte instándola a que prolongara su estancia en la costa. Suánimo y su salud estaban muy debilitados; y pese a lo mucho que deseaba ver a la única hija que lequedaba, creyó que debía convencerla de que se tomara unas semanas más de cambio de escenariocon su amiga, aunque ni siquiera eso le hiciera cambiar de idea. Las amigas regresaron a casa afinales de junio, y se separaron bastante bruscamente (al parecer) cuando sus caminos tomaronrumbos diferentes.

Julio de 1849

Pensaba escribirte unas líneas hoy aunque no hubiera recibido tu carta. En realidad nosdespedimos bruscamente; me dolió que nos separáramos sin haber tenido tiempo de intercambiaruna palabra; aunque quizá fuera mejor así. Llegué a casa poco antes de las ocho. Todo estabalimpio y brillante esperando mi llegada. Papá y las sirvientas estaban bien; y todos me recibieroncon un cariño que debería haberme consolado. Los perros parecían extrañamente extasiados.Estoy casi segura de que me creyeron el heraldo de las otras. Las pobres criaturas creyeron que,como yo había vuelto, no tardarían en llegar las que llevan tanto tiempo ausentes.

Dejé a papá enseguida y fui al comedor. Cerré la puerta, procuré alegrarme de haber vuelto acasa. Siempre me había alegrado volver, excepto una vez, e incluso entonces me reconfortó. Peroahora la sensación no ha sido de alegría. Pensé en la casa absolutamente silenciosa, en lashabitaciones vacías. Recordé dónde yacían los tres en sus moradas oscuras y estrechas, en que novolverían nunca a la tierra. Y un sentimiento de desolación y amargura se apoderó de mí. El dolorque hay que sufrir y que no puede evitarse llegó. Lo sufrí y pasé una tarde y una nocheespantosas; y todo el día siguiente, sumida en una profunda congoja. Hoy me encuentro mejor.

No sé cómo transcurrirá la vida, aunque por supuesto confío en Él, que me ha protegido hastaahora. Tal vez la soledad se mitigue y resulte más soportable de lo que puedo imaginar. El mayortormento es cuando acaba la tarde y llega la noche. A esa hora solíamos reunirnos en el comedor,solíamos hablar. Ahora me siento aquí sola: y guardo un silencio forzoso. No puedo dejar depensar en sus últimos días, recuerdo sus sufrimientos, y lo que hicieron y dijeron y la expresión deaflicción mortal. Quizá el dolor se vaya mitigando con el tiempo.

Gracias por todo una vez más, querida E., gracias por tu bondad, que nunca olvidaré. ¿Quéimpresión te causaron todos en tu casa? Papá cree que estoy más fuerte. Me dijo que no tengo losojos tan hundidos.

14 de julio de 1849

No me gusta mucho hablar de mí misma. Prefiero olvidarme de mí y hablar de algo másalegre. Todavía no se me ha ido el catarro que cogí en Easton o donde fuera. Empezó por lacabeza, luego me pasó a la garganta y luego al pecho, con tos, aunque sólo una tos muy leve, que

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todavía me molesta a veces. El dolor entre los hombros también me asustó mucho. No lo comentes,pues te confieso que soy demasiado aprensiva. La aprensión es un fantasma espantoso. No meatrevo a hablar de ninguna dolencia a papá; su preocupación me abruma de forma indescriptible.

Mi vida es lo que esperaba que fuera. Me despierto por la mañana y me doy cuenta de queSoledad, Recuerdo y Añoranza van a ser casi mis únicos compañeros durante todo el día, que porla noche me acostaré con ellos y que me tendrán en vela mucho tiempo, que a la mañana siguientedespertaré con ellos de nuevo; siento una gran pesadumbre a veces, Nell. Pero no estoy vencida,todavía no; ni despojada de vigor y de esperanza, ni totalmente de entereza. Aún me queda fuerzasuficiente para librar la batalla de la vida. Comprendo y reconozco que tengo muchos consuelos ymuchas bendiciones. Todavía puedo seguir adelante. Pero espero que ni tú ni nadie a quien yoestimo se vea nunca como yo, y rezo por ello. Es un suplicio sentarse en una habitación vacía, conel reloj tictaqueando en toda la casa silenciosa, y ver con los ojos de la mente todos los sucesosdel último año, con sus sobresaltos, sufrimientos, pérdidas.

Te escribo con franqueza porque creo que me escucharás con serenidad, que no te asustarás nipensarás que estoy en modo alguno peor de lo que estoy.

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CAPÍTULO IV

Charlotte había empezado a escribir la historia de Shirley antes de que se publicara Jane Eyre. Siel lector se remite a la descripción que hice de los días escolares de la señorita Brontë en RoeHead, comprobará que todos los lugares que rodeaban la casa estaban relacionados con lasrevueltas luditas y sabrá cuántas historias y anécdotas de aquel entonces se propagaron entre loshabitantes de los pueblos circundantes; y la misma señorita Wooler y los parientes mayores decasi todas sus compañeras tenían que haber conocido a los protagonistas de aquellos nefastosdisturbios. Lo que Charlotte había oído allí de jovencita volvió a su mente cuando, siendo ya unamujer, buscaba un tema para su obra siguiente y pidió a Leeds un dosier de los Mercuries de 1812,1813 y 1814, para comprender el espíritu de aquella época crucial. Estaba deseando escribir sobrelas cosas que había visto y conocido; y entre ellas estaba el carácter de Yorkshire occidental, delque ninguna historia situada entre los luditas ofrecía un panorama completo. Casi todos lospersonajes de Shirley están inspirados en la realidad, aunque los incidentes y situaciones eranimaginarios. Creía que si los últimos eran puramente imaginarios podría copiar de la realidad sinque se detectara. Pero en eso se equivocaba; sus descripciones eran demasiado precisas. Y eso lecreó más de un problema. Las personas se reconocieron o fueron reconocidas por otros en lasdescripciones gráficas de su apariencia personal, la forma de actuar y las ideas, aunque los colocóen situaciones distintas y en escenarios muy diferentes a aquellos en que había transcurrido suvida real. La fuerza y peculiaridad del carácter de alguien a quien había conocido impresionó a laseñorita Brontë; lo estudió y lo analizó con sutileza; y, tras rastrearlo hasta su origen, lo tomócomo el núcleo de un personaje imaginario y lo desarrolló, invirtiendo así el proceso de análisis yreproduciendo inconscientemente el mismo desarrollo externo. Los «tres coadjutores» eranhombres que vivían y que frecuentaban Haworth y la región circundante; y de tan obtusa agudezaque cuando les pasó el primer ataque de cólera por el hecho de que hubieran descrito su forma deser y sus hábitos, se divertían llamándose con los nombres que ella les había puesto en el libro. Laseñora Pryor era bien conocida por muchos que estimaban de veras al personaje real. Los Yorke,según me han asegurado, eran casi daguerrotipos. En realidad, la señorita Brontë me contó queantes de publicarse el libro había enviado las partes de la novela en que aparecen estos personajesnotables a uno de los hijos; y que el único comentario que hizo después de leerlo fue que no loshabía descrito «con suficiente fuerza». Sospecho que de aquellos hermanos polifacéticos sacó todolo que había de real en los personajes de los héroes de sus dos primeras obras. En realidad, erancasi los únicos jóvenes a quienes conocía bien, aparte de su hermano. Tenían mucha amistad y aúnmás confianza con la familia Brontë, aunque la relación era irregular y se rompía a veces. Nuncahubo un sentimiento más cordial por ambas partes.

El personaje de Shirley es el retrato que hace Charlotte de Emily. Lo menciono porque todo loque yo, como extraña, he podido saber de ella no nos da a mí y a mis lectores una imagen

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agradable. Pero hay que tener presente lo poco que la conocemos en comparación con la hermana,que con su más profundo conocimiento dice que era «genuinamente buena y verdaderamentegrande» y que intentó describir su carácter en Shirley Keeldar como lo que habría hecho EmilyBrontë si hubiera gozado de salud y de prosperidad.

La señorita Brontë puso muchísimo esmero en Shirley. Creía que la fama que habíaconseguido le imponía doble responsabilidad. Procuró hacer la novela como una parte de la vidareal, con el convencimiento de que si presentaba el fruto de la experiencia y la observaciónpersonales sinceramente, el resultado final sería bueno. Estudió detenidamente las diferentesreseñas críticas sobre Jane Eyre, con la esperanza de sacar criterios y consejos que pudieran serleútiles.

Los relámpagos de la muerte llegaron en plena escritura. Casi había terminado el segundovolumen de la historia cuando murió Branwell; y después de él, Emily; y después, Anne; la pluma,posada cuando había tres hermanas vivas y afectuosas, volvió a alzarse cuando sólo quedaba una.Con razón tituló el capítulo que escribió a continuación «El valle de la sombra de la muerte».

Yo he conocido en parte lo que la autora desconocida de Shirley debió de sufrir, cuando leíesas patéticas palabras al final de este capítulo y principio del siguiente:

Hasta el amanecer luchó con Dios en ardiente plegaria.Quienes se atreven a entablar semejante batalla divina no siempre vencen. Puede que noche

tras noche el oscuro sudor de la agonía empape su frente; puede que el suplicante pida clemenciacon esa voz muda con que habla el alma cuando su súplica se dirige a lo Invisible. «Salva a lapersona a la que amo», tal vez implore. «Sana a la vida de mi vida. No me despojes de lo que elprolongado afecto entrelaza con mi naturaleza toda. ¡Dios de los cielos, atiéndeme, escúchame,ten piedad!» Y tras ese grito y esa lucha puede que el sol salga para ver su derrota. Puede que enese amanecer, que solía saludarlo con susurro de céfiros y canto de alondras, las primeraspalabras que salgan de los amados labios, cuyo calor y color se han desvanecido, sean:

«¡Ay! He pasado una noche espantosa. Me encuentro peor. He intentado levantarme. Nopuedo. He tenido sueños perturbadores a los que no estoy acostumbrado.»

Entonces el que vela se acerca a la cabecera del enfermo y ve un nuevo y extraño moldeado delos rasgos familiares, comprende de inmediato que se acerca el momento insufrible, sabe que es lavoluntad de Dios que se derribe su ídolo e inclina la cabeza y somete su alma a la sentencia queno puede evitar y a duras penas resistir [...]

Ningún gemido lastimero e inconsciente —un sonido que merma nuestras fuerzas hasta elpunto de que, aun habiéndonos jurado ser firmes, un torrente de lágrimas incontenibles se lleva eljuramento— precedió su despertar. No le siguió ningún intervalo de sorda apatía. Las primeraspalabras pronunciadas no eran las de alguien que va alejándose ya del mundo y a quien se lepermite perderse de vez en cuando en reinos desconocidos para los vivos.

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Charlotte siguió escribiendo de forma regular. Pero era deprimente escribir sin nadie a quienpoder explicar el desarrollo de la historia, le pareciera bien o mal, caminando a uno y otro lado delsalón por las noches, como en tiempos pasados que ya no volverían. Así lo habían hecho treshermanas; luego dos, cuando la otra hermana dejó el camino; y ahora se había quedado una sola ydesconsolada, que a veces prestaba atención para ver si oía los pasos resonantes que no llegabannunca, y oía el lamento del viento en las ventanas, un sonido casi humano.

Siguió escribiendo a pesar de todo, debatiéndose con sus propias sensaciones de enfermedad;«continuas sensaciones recurrentes de leve catarro; ligero dolor de garganta y de pecho, de los queno puedo librarme haga lo que haga», escribe.

En agosto surgió otro motivo de preocupación, por suerte pasajero.

23 de agosto de 1849

Papá no se encuentra nada bien últimamente. Ha tenido bronquitis otra vez. He estado muypreocupada por él unos días, más abatida en realidad de lo que me gustaría admitir. Después detodo lo que ha ocurrido, tiemblo al menor síntoma de enfermedad; y cuando algo aqueja a papásiento vivamente que es el último, el único pariente próximo y querido que tengo en el mundo.Gracias a Dios, ayer y hoy está mucho mejor [...]

Por lo que me cuentas del señor—, creo que me caería muy bien. — necesita una sacudida pormolestarse por la apariencia de él. ¿Qué importa que su marido coma con frac o con blusón,siempre que haya dignidad y franqueza, y lleve una camisa limpia debajo?

10 de septiembre de 1849

Por fin acabé la novela y la envié a su destino. Ahora tienes que decirme cuándo habrá unaoportunidad de que puedas venir. Temo que sea difícil de organizar ahora con la fecha de la bodatan cerca. Ten en cuenta que no me gustaría nada que la venida a Haworth causara molestias a tini a nadie. Pero cuando sea conveniente me encantará verte [...] Me alegra poder decir que papáestá mejor, aunque no fuerte. A veces le molesta una sensación de náusea. Mi catarro va muchomejor, a veces apenas lo noto. Hace unos días tuve un cólico hepático por concentrarmedemasiado en el trabajo; pero ya me ha pasado. Es el primero que he tenido desde que volví de lacosta. Antes los tenía todos los meses.

13 de septiembre de 1849

Si el deber y el bienestar de los demás exige que te quedes en casa no puedo permitirmeprotestar; pero aun así, lamento mucho, muchísimo, que las circunstancias nos impidan vernosahora. Yo iría sin vacilar a—, si papá estuviera mejor; pero su salud y su ánimo son tan variablesque no me iría tranquila si lo dejara solo ahora. Esperemos que cuando volvamos a vernos seamás agradable por haber tenido que demorarlo. Es evidente que has de llevar una pesada carga,querida E.; esas cargas, si se sobrellevan bien, son buenas para el carácter; pero hay que vigilar

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y procurar por todos los medios no enorgullecernos de nuestra fuerza, no vaya a ser que nopodamos soportar la prueba. Ese amor propio sería claro indicio de flaqueza absoluta. Lafortaleza, si la tenemos, es algo que no radica en nosotros mismos; es un don.

SR. W. S. WILLIAMS21 de septiembre de 1849

Muy señor mío: Le agradezco mucho que haya guardado mi secreto, pues deseo guardarsilencio tanto como siempre (más no podría). Me preguntaba en una de sus últimas cartas si creoque podré evitar que me identifiquen en Yorkshire. Me conocen tan poco que supongo que sí.Además, el libro se basa mucho menos en la realidad de lo que pueda parecer. Sería difícilexplicarle la poca experiencia real de la vida que he tenido, las pocas personas que he conocido ylas pocas que me conocen a mí.

Tomemos al señor Helstone como ejemplo de la forma en que se crearon los personajes. Si esepersonaje estuviera inspirado en alguien real, sería en un clérigo que murió hace mucho tiempo, ala avanzada edad de ochenta años. Sólo lo vi una vez de pequeña, cuando tenía diez años —en lainauguración de una iglesia—. Me impresionó entonces su apariencia, su porte marcial y severo.En época posterior oí hablar de él en la zona en que había residido: unos lo mencionaban conentusiasmo, otros con odio. Presté atención a diversas anécdotas, cotejé las pruebas y saqué unaconclusión. Al original del señor Hall lo conozco de vista; él me conoce a mí vagamente; pero estan probable que se le ocurra pensar que yo le había observado atentamente o que me habíainspirado en él para un personaje —en realidad que sospechara siquiera que yo estabaescribiendo un libro, una novela— como que se le ocurra pensarlo de su perro Prince. MargaretHall calificó Jane Eyre de «libro infame», basándose en la autoridad del Quarterly; algo queconfesaré que me impresionó bastante. Me hizo ver el daño que había causado el Quarterly.Margaret no lo habría considerado «infame» si no se lo hubieran dicho.

Pero conocida o desconocida, mal juzgada o lo contrario, no pienso escribir de otro modo. Mesometeré al dictado de mis facultades. Los dos seres humanos que me comprendían y a quienes yocomprendía ya no están conmigo: todavía hay algunos que me estiman y a quienes yo estimo, sinesperar ni tener derecho a esperar que me comprendan perfectamente. Me doy por satisfecha;pero tengo que tener mi propio estilo en cuanto a escribir. La pérdida de lo que nos es máspróximo y más caro en este mundo influye en el carácter: buscamos lo que todavía nos queda quepueda ayudarnos y, cuando lo encontramos, nos aferramos a ello con tenacidad renovada. Lafacultad de la imaginación me salvó cuando me estaba hundiendo hace tres meses; ejercitarla meha ayudado a mantenerme a flote desde entonces; sus resultados me reconfortan ahora porquecreo que me han permitido proporcionar placer a otros. Doy gracias a Dios por habermeconcedido esa facultad; y considero parte de mi religión defender este don y sacar provecho de él.Atentamente,

CHARLOTTE BRONTË

Tabby y la otra muchacha joven que la ayudaba estaban en la cama enfermas cuando Charlotte

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escribió esa carta; y, a excepción de las pocas ocasiones en que contaba con alguien que le echarauna mano, tenía que hacer ella todo el trabajo de la casa, además de cuidar a las dos enfermas.

La grave enfermedad de la sirvienta más joven estaba en su punto crítico cuando un grito deTabby hizo a Charlotte acudir corriendo a la cocina, donde encontró a la pobre octogenaria tiradaen el suelo con la cabeza debajo de la parrilla; se había caído de la silla al intentar levantarse.Cuando yo la conocí dos años después, me explicó los tiernos cuidados que le había prodigadoCharlotte; y concluyó su relato diciendo que su propia madre no se habría preocupado más por ellade lo que lo había hecho la señorita Brontë. «¡Ay! ¡Es tan buena!»

Pero un día perdió el control y, como dice ella,

me derrumbé durante diez minutos. Me senté y grité como una loca. Tabby no podía tenerse enpie ni caminar. Papá acababa de declarar que Martha se hallaba en inminente peligro. Yo mismaestaba deprimida, con dolor de cabeza, malestar y náuseas. No sabía qué hacer ni a quiénrecurrir. Gracias a Dios, Martha ya está convaleciente y confío en que Tabby mejorará pronto.Papá está bastante bien. Y me complace saber que mis editores están encantados con lo que lesenvié. Eso me ayuda. Pero la vida es una batalla. ¡Ojalá consigamos librarla bien!

La buena amiga a quien Charlotte escribió así comprendió que su agotado organismonecesitaba tonificarse y le envió una ducha, algo que deseaba hacía tiempo. Charlotte acusó recibodel envío así:

28 de septiembre de1 849

[...]Martha ya está casi bien y Tabby mucho mejor. Ayer llegó un paquete monstruoso de«Nelson, Leeds». Necesitas una buena reprimenda. Así te agradezco toda la molestia [...] Siempreque vengas a Haworth podrás empaparte completamente en tu propia ducha. Todavía no hedesempaquetado el monstruo.

Te saluda como mereces,C. B.

Una desgracia de otro género se cernía entonces sobre Charlotte. Había unas acciones delferrocarril que, ya en 1846, le había dicho a la señorita Wooler que quería vender, pero no lo habíahecho porque no había conseguido convencer a sus hermanas de que vieran el asunto como ella yhabía preferido correr el riesgo de pérdida antes que herir los sentimientos de Emily actuandocontra su opinión. La devaluación de dichas acciones ratificó ahora el buen juicio de Charlotte.Eran acciones de la Compañía de York y North-Midland, una de las líneas preferidas del señorHudson, y contaba con todas las ventajas de su peculiar sistema de administración. Charlotte pidióa su amigo y editor el señor Smith información sobre el tema. La siguiente carta es su respuesta ala contestación de él:

4 de octubre de 1849

Muy señor mío: Acuso recibo de su carta, aunque no diré que me haya complacido. El asunto

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es realmente grave: más de lo que yo creía y mucho más de lo que mi padre imagina. En realidad,las pocas acciones del ferrocarril que poseía, según los valores originales, suponían ya una rentasuficiente para mí, conforme a mis perspectivas y hábitos. Ahora no puede contarse con nada.Tengo que explicarle la situación a mi padre poco a poco; y esperar mientras tanto con pacienciahasta que vea el rumbo que toman las cosas [...] Acabe como acabe el asunto, quizá debiera estarmás agradecida que disgustada. Si pienso en mi propia situación y la comparo con la de tantosmiles, creo que no tengo razón para quejarme. Muchos, muchísimos, se verán privados casi delsustento diario por el extraño sistema del ferrocarril. Los que sólo han perdido las previsionesreservadas para el futuro debieran mirar mucho cómo se quejan. La idea de que Shirley hagustado en Cornhill es un gran consuelo para mí. Pero seguramente estará usted preparado parala severidad de los críticos, como lo estoy yo; aunque abrigo bastantes esperanzas de que laestructura del barco sea lo bastante sólida para capear algún que otro temporal y llegar a buenpuerto.

Charlotte hizo una visita a su amiga a finales de octubre de ese año; pero el placer de lasvacaciones que se había prometido hacía mucho para cuando acabara la novela se vio atenuado poruna sensación de malestar continua; el cambio de aires o el tiempo brumoso le provocaron dolorde pecho constante. Además, estaba preocupada por la impresión que pudiera causar su segundanovela en la opinión pública. Por motivos evidentes, un autor es más sensible a las opinionesemitidas sobre su segundo libro cuando el primero ha sido un éxito. Sea cual sea el valor de lafama, una vez conseguida no está dispuesto a que disminuya ni a perderla.

Shirley se publicó el 26 de octubre.Cuando salió, pero antes de leerla, el señor Lewes escribió a Charlotte comunicándole su

intención de reseñarla en el Edinburgh. Hacía tiempo que Charlotte no le escribía; y en eseperiodo habían ocurrido muchas cosas.

SR. G. H. LEWES1 de noviembre de 1849

Muy señor mío: Hace aproximadamente un año que me escribió usted; pero me parece muchomás tiempo porque desde entonces me ha tocado pasar momentos negros en el viaje de la vida.Muchas veces he dejado de preocuparme de la literatura, la crítica y la fama; he perdido de vistalo que dominaba mis pensamientos cuando se publicó Jane Eyre; pero ahora necesito recuperarestas cosas con intensidad, si es posible. Por consiguiente, ha sido un placer recibir su nota. Megustaría que no me considerara una mujer. Desearía que todos los críticos crean que «CurrerBell» es un hombre; serán más justos con él. Sé que seguirá usted midiéndome por algún patrónde lo que considera apropiado para mi sexo; cuando no sea lo que juzga usted elegante, mecondenará. Todos clamarán contra ese primer capítulo; y ese primer capítulo es tan verdaderocomo la Biblia y no es censurable. Sea como fuere, cuando escribo no puedo pensar siempre en míy en lo que es refinado y encantador en las mujeres. Nunca tomo la pluma de esa forma ni conesas ideas: y si sólo van a tolerar lo que escribo con esas condiciones, prescindiré del público yno lo molestaré más. Salí de la oscuridad y puedo volver a ella sin problema. Me mantengo a

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distancia y espero a ver lo que será de Shirley. Mis expectativas no son muchas y mis previsionesbastante tristes y amargas; no obstante, le ruego encarecidamente que diga con sinceridad lo quepiensa; la adulación sería peor que inútil; no hay consuelo en la adulación. En cuanto a lacondena, pensándolo bien, no veo por qué habría de temerla mucho; nadie más que yo sufriría porella, y tanto la felicidad como el sufrimiento pasan pronto en esta vida. Le deseo todo el éxito delmundo en su expedición a Escocia. Le saluda atentamente,

C. BELL

Vemos que la señorita Brontë seguía tan preocupada como siempre por mantener su anonimatoe n Shirley. Creía incluso que tenía menos indicios que Jane Eyre de que fuera obra de unaescritora; así que se disgustó mucho cuando aparecieron las primeras críticas y afirmaban que elmisterioso autor tenía que ser una mujer. Le parecía especialmente ofensivo que se rebajara elpatrón con que se juzgaba una obra narrativa si estaba escrita por una mujer; y la alabanzamezclada con alusiones seudogalantes al sexo la mortificaba mucho más que la auténtica censura.

Pero el secreto tan celosamente guardado se descubrió al fin. Parece que Shirley llevó alconvencimiento de que el autor tenía que ser un habitante de la zona en que se desarrollaba laobra. Leyó la novela un individuo listo de Haworth, que había conseguido cierto éxito y que sehabía instalado en Liverpool; le sorprendieron los nombres de algunos lugares mencionados yreconoció el dialecto en que estaban escritas algunas partes. Decidió que tenía que haberla escritoalguien de Haworth. Pero no podía imaginar quién podía haberlo hecho aparte de la señoritaBrontë. Orgulloso de su conjetura, divulgó su suposición (que era casi certeza) en las columnas deun periódico de Liverpool; y así empezó a desvelarse el núcleo del misterio; y una visita aLondres que hizo la señorita Brontë hacia finales de 1849 lo confirmó claramente. Ella siempre sehabía llevado muy bien con sus editores; y su amabilidad había aliviado algunas de las horassolitarias y tediosas que se sucedían a menudo últimamente, enviándole libros más adecuados parasus gustos que ninguno que pudiera conseguir ella en la biblioteca de Keighley. En sus cartas a laeditorial vemos muchas frases como las siguientes:

Los libros que me han enviado son realmente muy interesantes. Me han gustado especialmenteConversaciones con Goethe, de Eckermann, Conjeturas sobre la verdad, Amigos reunidos y ellibrito sobre la vida social inglesa; y desde luego no menos el último.

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98 A veces nos atrae un libro por los personajes, no por ninguna inteligencia brillante opeculiaridad asombrosa que ensalcen, sino por el amor a algo bueno, delicado y genuino. Elpequeño me parece obra de una dama, y de una mujer amable y sensible, y me gustó. De momento,no piensen en seleccionar más obras para mí; mi provisión no está agotada, ni mucho menos.

Acepto su oferta respecto a Athenaeum; me gustaría mucho echarle una ojeada, siempre ycuando puedan enviármelo sin problema. Lo devolveré puntualmente.

En una carta a su amiga se queja de sensaciones de malestar de las que pocas veces o nuncaestaba libre.

16 de noviembre de 1849

No has de suponer que ninguno de los personajes de Shirley son retratos literales. Nocorresponde a las normas del arte ni a mis opiniones escribir de esa forma. Sólo soportamos larealidad que se sugiere, no la que se impone. Las heroínas son abstracciones, y los héroestambién. Las cualidades que he visto, amado y admirado se engastan aquí y allá como gemasdecorativas para que se conserven en ese engarce. Ya que dices que podías reconocer a losoriginales de todos excepto de las protagonistas, ¿se puede saber a quién crees que representanlos dos Moore? Te envío dos críticas; una es del Examiner y está escrita por Albany Fonblanque,que está considerado el escritor político más brillante del momento, un hombre cuyo dictamen esmuy considerado en Londres. La otra es del Standard of Freedom y la ha escrito William Howitt,¡un cuáquero! [...] Me encontraría perfectamente si no fuera por los dolores de cabeza y laindigestión. Últimamente estoy mejor del pecho.

Debido a este prolongado estado de languidez, dolor de cabeza y malestar de estómago, al quela menor exposición al frío añadía anginas, ronquera y dolor de pecho, decidió atajar el mal atiempo, tanto por su padre como por ella misma, y fue a Londres para consultar a un médico. Noera su intención en principio visitar allí a nadie; pero la amable insistencia de sus editores seimpuso y se decidió que se alojaría en casa del señor Smith. Antes del viaje escribió dos cartaspeculiares sobre Shirley, de las que he tomado algunos extractos.

Shirley va abriéndose paso. Hay un chaparrón de críticas [...] La mejor que ha aparecidohasta ahora es la de Revue des deux Mondes, una especie de revista cosmopolita europea, consede central en París. Relativamente pocos críticos, incluso en sus elogios, dan prueba deentender con justeza el sentido del autor. Eugene Forsarde, el crítico en cuestión, sigue a CurrerBell por todos los meandros, distingue todos los puntos, advierte cada sombra, demuestra sermaestro del tema y señor del objetivo. A un hombre así le estrecharía la mano. Le diría: «Ustedme conoce, monsieur; es un honor conocerle». No diría otro tanto de la masa de críticoslondinenes. Quizá no dijera lo mismo de quinientos mil hombres y mujeres de todos los millonesde Gran Bretaña. Eso importa poco. Primero satisfago mi propia conciencia; y, habiéndolo hecho,si además satisfago y complazco a un Forsarde, a un Fonblanque y a un Thackeray, mi ambición

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ya ha recibido bastante; está saciada; de momento está satisfecha; mis facultades han hecho eltrabajo de un día, y se han ganado el jornal del día. No soy profesora; considerarme eso esconfundirme. La enseñanza no es mi vocación. Es inútil decir lo que soy. A quienes les importa semolestan en averiguarlo. Para todos los demás me gustaría ser sólo una persona oscura yequilibrada. Para ti, querida E., me gustaría ser una amiga sincera. Concédeme tu fiel estima;prescindo de buen grado de la admiración.

26 de noviembre

Es propio de ti declarar que las críticas no son lo bastante buenas, y corresponde a esa partede tu carácter que no te permitirá otorgar tu aprobación incondicional a ningún vestido,decoración, etc., que te pertenezca. Has de saber que las críticas son magníficas; y si estuvieradescontenta con ellas sería un simio engreído. Nada más elevado se ha dicho nunca, por motivosabsolutamente desinteresados, de ningún autor vivo. Si va todo bien, iré a Londres esta semana; elmiércoles, creo. La modista ha hecho muy bien mis cosillas, aunque me habría gustado que lohubieras supervisado y emitido tu dictamen. He insistido en que los vestidos se hicieran conmucha sencillez.

A finales de noviembre fue a la «gran Babilonia», donde se zambulló inmediatamente en loque le parecía una vorágine. Porque los cambios, panoramas y estímulos que para otras personashabrían sido una nimiedad, eran excesivos para ella. Como le pasaba siempre con los extraños, alprincipio la asustaba un poco la familia que la recibió entonces, e imaginaba que las damas lamiraban con una mezcla de respeto y alarma; pero a los pocos días, si es que esa sensación existiórealmente, su modales sencillos, tímidos y callados, sus primorosos hábitos personales ydomésticos, la eliminaron, y nos dice que cree que empezó a agradarles y que a ella le agradabanellos mucho, pues «la amabilidad sabe ganarse las voluntades». Había determinado que noesperaran que viera a mucha gente. La vida retirada que había llevado era la causa de que rehuyeranerviosa ver caras nuevas durante toda la vida. No obstante, deseaba hacerse una idea personal dela apariencia y modales de aquellos cuyos escritos o cartas le habían interesado. Así que invitarona conocerla al señor Thackeray; pero ella pasó toda la mañana fuera y no estaba en casa de susamigos a la hora del almuerzo. Esto causó un fuerte y deprimente dolor de cabeza a alguienacostumbrado como ella a las horas tempranas y regulares de una rectoría de Yorkshire; además,la emoción de conocer, oír y sentarse junto a un hombre por quien sentía tanta admiración como elautor de La feria de las vanidades era en sí misma excesiva para sus frágiles nervios. Escribe loque sigue sobre la cena:

10 de diciembre de 1849

En cuanto a estar contenta, me encuentro en situaciones y circunstancias emocionantes; perosufro fuertes dolores a veces, dolor mental, quiero decir. En el momento en que se presentó elseñor Thackeray me hallaba desfallecida de inanición, pues no había probado bocado desde undesayuno ligerísimo y ya eran las siete de la tarde. La emoción y el agotamiento me destrozaron

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aquella tarde. No tengo ni idea de lo que pensaría él de mí.

Ella me explicó que cuando conoció al señor Thackeray le había resultado muy difícil saber sihablaba en broma o en serio y que había (creía) malinterpretado una pregunta suya al entrar loscaballeros en el salón. Le preguntó «si había percibido el misterio de sus cigarros», a lo que ellacontestó literalmente, descubriendo acto seguido, por la sonrisa de algunas caras, que la preguntade él aludía a un pasaje de Jane Eyre. Sus anfitriones disfrutaron enseñándole Londres. Un día quese había distinguido por una de aquellas agradables excursiones, el Times publicó una crítica muydura de Shirley. Ella estaba enterada de que el periódico iba a reseñar el libro, y supuso que habíaalguna razón concreta para que sus anfitriones lo ocultaran aquella mañana. Les dijo que sabía porqué no podía ver el periódico. La señora Smith admitió enseguida que tenía razón y que preferíanque cumpliera con los compromisos del día antes de leerlo. Pero ella insistió tranquilamente enque le permitieran verlo. La señora Smith tomó su labor y procuró no observar el semblante que laotra intentaba ocultar tras las grandes hojas; pero no pudo evitar darse cuenta de las lágrimas querodaban por la cara y caían al regazo. El primer comentario que hizo la señorita Brontë fue quetemía que una crítica tan severa influyera en la venta del libro y perjudicara a los editores. Pese asentirse dolida, su primer pensamiento fue para los demás. Después (creo que aquella mismatarde), fue a la casa el señor Thackeray; Charlotte sospechaba (y así lo dijo) que había ido a vercómo sobrellevaba ella el ataque a Shirley; pero ya había recuperado la compostura y conversótranquilamente con él: sólo supo que había leído el artículo del Times por la respuesta a unapregunta directa de él. Entonces consintió en reconocer su autoría de Jane Eyre, porque intuyó quetendría ventajas prescindir del seudónimo. Un resultado fue que conoció a la señorita Martineau.99

Le había enviado la novela en cuanto se publicó, con una nota curiosa, en la que Currer Belldedicaba el ejemplar de Shirley a la señorita Martineau, en reconocimiento de la gratificación quele habían proporcionado sus obras. Leer Deerbrook le había proporcionado un intenso placernuevo y había experimentado un auténtico beneficio. Recordaba Deerbrook, etc. En opinión de él,Deerbrook, etc.

La señorita Martineau le escribió agradeciendo la nota y el ejemplar de Shirley. Su cartaestaba fechada en casa de una amiga del mismo barrio en que residía el señor Smith; y cuando laseñorita Brontë descubrió una o dos semanas después lo cerca que estaba de su corresponsal,escribió, en nombre de Currer Bell, proponiéndole hacerle una visita. La amiga de la señoritaMartineau invitó al desconocido Currer Bell a tomar el té, el domingo 10 de diciembre a las seis.No sabían si era hombre o mujer y habían hecho diversas conjeturas en cuanto a su sexo, edad yapariencia. En realidad, la señorita Martineau había expresado sin lugar a dudas su opiniónpersonal encabezando su respuesta a la nota manifiestamente masculina a que he aludido antescon un «Estimada señora»; pero había dirigido la carta al señor Currer Bell. Todos los reunidos sevolvían a mirar hacia la puerta cada vez que llamaba alguien. Llegó primero un desconocido (creoque un caballero); por un instante, supusieron que era Currer Bell, un caballero realmente; sequedó un rato; se fue. Otra llamada; anunciaron a la señorita Brontë; y apareció una dama deaspecto juvenil, casi infantil por su estatura, vestida de «luto riguroso, con un traje tan sencillocomo el de una cuáquera, hermoso cabello liso de color castaño, espléndidos ojos luminosos y

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muy expresivos y un rostro serio que reflejaba el hábito de dominarse». Entró, vaciló un momentoal ver a cuatro o cinco personas reunidas, luego se dirigió a la señorita Martineau, reconociéndolaintuitivamente; y, demostrando la cordialidad propia de las personas sensibles y bien educadas,enseguida se sintió como una más de la familia, y se sentó a la mesa con todos; y, antes demarcharse, les habló con sencillez conmovedora de su dolor y su aislamiento, sentando así la basepara su amistad con la señorita Martineau.

Después de discutir el tema e imponer la condición de que no le presentaran expresamente anadie, el señor Smith invitó a algunos caballeros a cenar aquella noche para que la conocieranantes de que se marchara de la ciudad. Su sitio adecuado en la mesa habría sido junto a suanfitrión; y con esta idea se dispusieron los lugares de quienes iban a acompañarla; pero cuandoentró en el comedor se dirigió rápidamente al asiento de al lado de la señora de la casa, deseandola protección de alguien de su propio sexo. Ese detalle insignificante correspondía a la mismabúsqueda de protección femenina en todas las ocasiones en que no había ningún deber moralimplicado en la afirmación de su independencia, que la hizo escribir por entonces lo siguiente:«La señorita — me observa atentamente cuando estoy rodeada de extraños. No me quita los ojosde encima. Me gusta la vigilancia. Parece que monte guardia para protegerme».

En cuanto a aquella cena concreta, escribió a la antigua compañera de colegio de Bruselas, conquien había renovado su amistad durante aquella visita a Londres:

La noche después de despedirnos lo pasé mejor de lo que esperaba. Gracias a mi sustanciosoalmuerzo y a una tonificante taza de café, pude esperar hasta las ocho, la hora de la cena, conabsoluta resignación, y soportar luego la velada valerosamente sin sentirme demasiado agotadapara conversar; de lo cual me alegré, pues sabía que en caso contrario mi amable anfitrión y miamable anfitriona se habrían sentido muy decepcionados. Sólo asistieron a la cena sietecaballeros, además del señor Smith, de los cuales cinco eran críticos, individuos más temidos enel mundo de las letras de lo que puedes imaginar. No supe hasta qué punto me habían excitado supresencia y su conversación hasta que se marcharon y empecé a sentir los efectos. Cuando meretiré a mi habitación deseaba dormir, pero todo fue en vano. No pude conciliar el sueño. Llegó lamañana y me levanté sin haber pegado ojo en toda la noche. Estaba tan agotada cuando llegué aDerby, que me vi obligada a pasar la noche allí otra vez.

17 de diciembre

Ya estoy de nuevo en Haworth. Tengo la sensación de haber salido de un remolinoemocionante. No es que el apresuramiento y el estímulo hubieran parecido gran cosa a alguienacostumbrado a las relaciones sociales y a los cambios, pero para mí fueron demasiado. Muchasveces me faltaron el ánimo y las fuerzas. Aguantaba todo lo que podía, porque cuando ya no podíamás, veía que el señor Smith se inquietaba; creía que habían dicho o hecho algo que me habíamolestado, cosa que nunca ocurrió, pues me trataron con la más absoluta cortesía, incluso misantagonistas, individuos que me habían atacado por escrito lo mejor o lo peor que sabían. Leexpliqué repetidamente que mis esporádicos silencios se debían a falta de fuerza para hablar,nunca a falta de voluntad [...]

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Thackeray es un titán de inteligencia. Su presencia y sus facultades son impresionantes en unsentido intelectual. Todos los demás son subordinados. Algunos cuentan con mi estima y confío enque todos con mi cortesía. No sé lo que ellos piensan de mí, por supuesto. Pero creo que casitodos esperaban ver a alguien más llamativo, excéntrico, asombroso. Creo que deseaban ver aalguien más admirable y más censurable. Me sentí bastante cómoda con todos menos conThackeray; con él me sentía muy estúpida.

Regresó a su tranquilo hogar y a sus silenciosas tareas cotidianas. Su padre sentía la suficienteveneración por los héroes como para disfrutar oyéndola contar lo que había oído y a quién habíavisto. Con motivo de una de sus visitas a Londres, le había pedido que fuera a ver el arsenal delpríncipe Alberto si podía. No sé si lo hizo; pero fue a alguno de los grandes arsenales nacionalespara poder describir después los cascos de acero y las espadas brillantes a su padre, que seentusiasmaba imaginando aquellas cosas; y muchas veces, después, cuando el ánimo del ancianoflaqueaba y la languidez de los años dominaba su carácter indomable, ella procuraba animarle y lehablaba de la multitud de armas extrañas que había visto en Londres hasta despertar su interés yconseguir que volviera a ser la persona belicosa, inteligente y aguda de siempre.

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CAPÍTULO V

La vida de Charlotte Brontë en Haworth era tan monótona que la llamada del cartero constituía elacontecimiento del día. Pero ella no quería concentrar todos sus pensamientos en ese únicomomento y perder el interés por las esperanzas y pasatiempos menores de las horas restantes. Asíque se negaba conscientemente el placer de escribir cartas demasiado a menudo porque lasrespuestas (cuando las recibía) quitaban interés al resto de su vida; y la decepción, cuando lasrespuestas no llegaban, mermaba su energía para sus obligaciones domésticas.

El invierno en el Norte fue crudo y frío aquel año; afectó a su salud menos de lo habitual, sinembargo, quizá porque el cambio y el consejo del médico que había consultado en Londres lahabían beneficiado; y probablemente también porque su amiga había ido a verla y había insistidoen que prestara atención a los síntomas físicos que ella olvidaba con demasiada frecuencia, pormiedo a ponerse nerviosa por su propio estado y contagiar el nerviosismo a su padre. Pero no pudoevitar el desánimo profundo al acercarse el aniversario de la muerte de su hermana Emily. Todoslos recuerdos relacionados con ella eran dolorosos y no había ningún acontecimiento exterior quela distrajera e impidiera que la angustiaran. Veo que en sus cartas de esa época, como en muchasotras, mencionaba el solaz que encontraba en los libros que le enviaban de Cornhill.

A veces me pregunto qué haría sin ellos; acudo a ellos como si fueran amigos; acortan yalegran muchas horas que de lo contrario serían demasiado largas y demasiado lúgubres; inclusocuando ya no puedo seguir leyendo porque se me cansa la vista, me complace verlos en el estanteo sobre la mesa. Todavía soy muy rica, pues mi provisión no está en absoluto agotada. Algunosotros amigos me han enviado libros últimamente. La lectura de La vida en Oriente, de HarrietMartineau, me ha proporcionado gran placer; y he descubierto un interesantísimo tema de estudioen la obra de Newman sobre el Alma. ¿La has leído? Es audaz —puede estar equivocada—, peroes pura y elevada. Nemesis of faith, de Froude, no me gustó; me pareció morbosa, aunque tambiénen sus páginas se encuentran gotas de verdad.

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Por aquel entonces, «Airdale, Wharfdale, Calderdale y Ribblesdale» conocían el lugar deresidencia de Currer Bell. Charlotte se comparaba con el avestruz que esconde la cabeza en laarena; y dice que todavía esconde la suya en el brezal de los páramos de Haworth; pero «laocultación es engaño».

Lo era, ciertamente. La noticia de que Currer Bell era la hija de un clérigo venerable deHaworth se había extendido por todo el West Riding; también al pueblo llegó el revuelo.

El señor—, que ha acabado Jane Eyre, está pidiendo a gritos el otro libro; lo tendrá lapróxima semana [...] El señor — ha terminado Shirley; le ha encantado. La esposa de John — estáconvencida de que se ha vuelto loco, porque le ha oído reírse a carcajadas mientras estabasentado solo, dando palmadas y patadas en el suelo. Leyó todas las escenas sobre los coadjutoresen voz alta a papá [...] Martha llegó ayer jadeando y bufando excitadísima. «¡No vea lo que mehan dicho!», empezó a decir. «¿De qué?» «Por favor, señora, ha escrito usted dos libros, loslibros más grandiosos que nunca se vieran. Mi padre lo oyó en Halifax, y el señor G— T— y elseñor G— y el señor M—, en Bradford; y van a hacer una reunión en la biblioteca para pedirlos.»«No sigas, Martha. Y márchate, anda.» Empecé a sudar en frío. Iban a leer Jane Eyre J— B—, laseñora T— y B—. ¡Que Dios me ampare y me proteja y me salve! [...] La gente de Haworth haestado haciendo el ridículo por Shirley; se lo han tomado con entusiasmo. Cuando llegaron losejemplares, todos los querían. Lo echaron a suertes y quien lo saca sólo puede quedárselo dosdías y se le pondrá una multa de un chelín por día de demora; sería puro sinsentido y vanidadcontarte lo que dicen.

El tono de estos extractos coincide exactamente con el espíritu de la gente de Yorkshire y deLancashire, que procuran ocultar sus emociones de placer bajo una apariencia irónica mientraspueden, casi como si se burlaran de sí mismos. La señorita Brontë se sintió profundamenteconmovida en lo más recóndito de su tierno corazón por el orgullo y la alegría que demostrabanpor su éxito las personas que la conocían desde la infancia. La noticia se había extendido por todala región; llegaban forasteros «de más allá de Bromley» para verla cuando iba tranquilamente ysin saberlo a la iglesia; y el sacristán «se ganó muchas medias coronas» por indicarles quién era.

Pero este reconocimiento amable y entusiasta que era mucho más valioso que la fama tenía susinconvenientes. El número de enero de Edinburgh Review había publicado un artículo sobreShirley, cuyo autor era su corresponsal el señor Lewes. Ya he dicho que la señorita Brontë deseabaespecialmente que hicieran una crítica sobre ella como escritora, sin referencias al hecho de queera mujer. Correcta o no, su opinión en ese aspecto era muy firme. En el artículo de Lewes sobreShirley el encabezamiento de las dos primeras páginas decía: «¿Igualdad intelectual entre lossexos?», «Literatura femenina», y todo el artículo tiene siempre presente el tema del sexo de laautora.

El señor Lewes recibió la siguiente nota pocos días después de que apareciera la crítica; alestilo de Anne, condesa de Pembroke, Dorset y Montgomery.101

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SR. G. H. LEWES¡Que Dios me proteja de mis amigos, que de mis enemigos ya me guardo yo!

CURRER BELL

El señor Lewes ha tenido a bien enviarme unas notas explicativas sobre las cartas que leescribió Charlotte; me dice:

Al ver que la indignación le impedía razonar, le escribí para reprocharle que discrepara de ladureza o franqueza de una crítica que verdaderamente estaba dictada por auténtica admiración yverdadera amistad; la voz del amigo se oía incluso por detrás de las objeciones.

La carta siguiente es la respuesta de Charlotte:

SR. G. H. LEWES19 de enero de 1850

Muy señor mío: Le diré por qué me ofendió tanto ese artículo del Edinburgh; no porque sucrítica sea aguda y sus reproches a veces severos; no porque los elogios brillen por su ausencia(porque en realidad creo que me hace los que me merezco), sino porque después de haberle dichocon toda franqueza que deseaba que los críticos me juzgaran como autor y no como mujer, tratarausted tan toscamente (creo incluso que tan cruelmente) el asunto del sexo. Supongo que no seproponía usted hacerme daño, y quizá ahora no entienda que lamente tanto lo que ustedprobablemente considere una nimiedad; pero me ofendió, y me indignó también.

Algunos pasajes son absolutamente injustos.Sin embargo, no voy a guardarle rencor por eso; conozco su carácter: no es malo ni

desagradable, aunque a veces pueda herir algunos sentimientos cuyo temblor y vacilación nocomprende. Creo que es usted tan entusiasta como implacable, lo mismo que es al mismo tiemposagaz y despreocupado; sabe mucho y se da cuenta de mucho, pero tiene tanta prisa por decirlotodo que no se permite pararse a pensar cómo puede afectar a otros su elocuencia temeraria; y loque es peor, si lo supiera, no le importaría demasiado.

No obstante, le doy la mano: tiene usted aspectos excelentes; puede ser generoso. Todavíaestoy enfadada, y creo que con razón; pero es la cólera que nos causa el juego duro más que eljuego sucio. Quedo suyo, con cierto respeto y bastante más indignación,

CURRER BELL

Como dice el señor Lewes, el tono de esta carta es displicente. Pero le agradezco que me hayapermitido publicarla porque muestra un aspecto muy característico de la mentalidad de la señoritaBrontë. También su salud estaba sufriendo en esta época.

No sé qué pesadumbre me abruma últimamente —escribe, expresando su profunda tristeza conpatetismo— que me nubla las facultades, y convierte el descanso en fatiga y el trabajo en unacarga. De vez en cuando, el silencio de la casa y la soledad del aposento me agobian tanto quecasi no puedo soportarlo, y la memoria no deja de estar tan alerta, punzante y aguda como

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lánguidos los otros sentimientos. Atribuyo ese estado al tiempo que hace. El azogamientodisminuye con las tormentas y los vientos fuertes y antes de esto siento el aviso de que se acercala alteración atmosférica con una sensación de debilidad física y una intensa congoja, como loque algunos llamarían presentimiento, y que sin duda lo es, aunque en absoluto sobrenatural [...]No puedo evitar una cierta excitación esperanzada hasta que llega la hora del correo, y cuandoun día tras otro no hay nada me deprimo. Es una situación estúpida, absurda y vergonzosa. Mesiento irritadísima por mi propia dependencia y mi insensatez; pero es muy malo para la menteestar completamente sola, y no tener a nadie con quien hablar de las pequeñas cruces ydesilusiones y olvidarlas riendo. Creo que me sentiría mejor si escribiera, pero no puedo escribirni una línea. Lucharé contra esta locura (con la ayuda de Dios), sin embargo.

El otro día recibí una carta bastante tonta de—. Decía algunas cosas que me irritaron, sobretodo el comentario innecesariamente serio de que a pesar de todo lo que he hecho en el campo dela escritura, aún conservaba un lugar en su estima. Mi respuesta adoptó enseguida un tonoenérgico y destemplado. Le dije que nunca me habían inquietado las dudas sobre el tema; que nohabía sido injusta con ella ni conmigo misma para suponer que hubiera algo en lo que habíaescrito que provocara la justa pérdida de la estima [...]

Hace unos días ocurrió un pequeño incidente que me conmovió de forma extraña. Papá meentregó un paquetito de cartas y papeles diciéndome que eran de mamá y que podía leerlos. Losleí, en un estado de ánimo que no puedo describir. Los papeles estaban amarillentos por eltiempo, todos habían sido escritos antes de que yo naciera: extraño leer ahora por primera vez laspalabras de una mente de la que procedía la mía; y extrañísimo y triste y dulce a la vez descubrirque era de un orden excelente, puro y elevado. Son cartas que le escribió a papá antes de que secasaran. Y demuestran una rectitud, un refinamiento, una constancia, una modestia, una sensatezy una delicadeza inenarrables. Deseé que no hubiera muerto, haberla conocido [...] Todo este mesde febrero he sufrido mucho por ello. No podía escapar de ciertos recuerdos muy dolorosos nisobreponerme a ellos: los últimos días, los sufrimientos y las palabras de aquellos que la fe medice que son dichosos ahora. Recuerdos muy tristes para mí. Al atardecer y a la hora deacostarme me obsesionaban tanto esos pensamientos tristes, que me sumía en una angustiamortal.

El lector tal vez recuerde la extraña visión profética que había dictado algunas palabrasescritas con motivo de la muerte de una alumna suya en enero de 1840:

La busque donde la busque ahora en este mundo, no podré encontrarla, no más que a una hojao a una flor que se marchitara hace veinte años. Una pérdida así nos da un atisbo de lo que hande sentir quienes han visto desaparecer a todos a su alrededor y deben seguir su peregrinajesolos.

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Incluso en personas de salud robusta por naturaleza, que no se permiten

ricordasi di tempo felicenella miseria,

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el goteo lento pero constante del dolor en su ánimo, entereza y apetito cede cuando están solas.Cuánto más no sería así en el caso de la señorita Brontë, de constitución frágil y delicada,sometida a tanta angustia y tantos pesares en la infancia y que ahora tenía que afrontar su vidasola. Debido a la edad avanzada del señor Brontë y a sus viejos hábitos de trabajo solitario en lacasa, su hija pasaba sola casi todo el día. Él cenaba siempre solo desde que había tenido ataquesserios de su dolencia. Ella le llevaba una parte de su misma cena, que se atenía estrictamente a ladieta más adecuada para él. Después de cenar le leía una hora o así, porque él tenía la vistademasiado débil y no podía leer mucho tiempo solo. Pasaba fuera de casa con sus feligreses buenaparte del día; a veces más tiempo del que su fuerza le permitía. Pero le gustaba ir siempre solo,por lo que, a pesar de sus tiernos cuidados, Charlotte no podía controlar sus paseos a los caseríosmás lejanos que pertenecían a parroquia. Algunas veces regresaba agotado; y se veía obligado aacostarse, preguntándose con tristeza dónde estaba su vigor físico de antes. Su fuerza de voluntadseguía siendo la misma. Hacía lo que decidía hacer, a costa del agotamiento que fuera; pero suhija se angustiaba todavía más al ver que no se preocupaba lo más mínimo por sí mismo y por susalud. En la rectoría siempre se habían retirado a descansar pronto por la noche; ahora rezaban alas ocho; el señor Brontë y Tabby se acostaban en cuanto terminaban, y Martha hacía lo mismo alpoco rato. Pero Charlotte no podía dormir si se acostaba entonces, no habría descansado en sulecho solitario. Así que cedía a la tentación y se quedaba levantada cada vez hasta más tarde;procuraba por todos los medios pasar la velada en alguna ocupación agradable hasta que ya nopodía leer o coser porque le fallaba la vista, y entonces podía llorar a solas por todos aquellos queya no estaban con ella en este mundo. Nadie puede imaginar siquiera lo que eran esas horas paraella. Las sirvientas le habían inculcado en la infancia todas las lúgubres supersticiones del Norte,en las que creían. Las recordaba ahora, sin asustarse de las almas de los difuntos, sino con elanhelo vehemente de ver una vez más cara a cara las almas de sus hermanas, como nadie más queella podía sentir. Era como si la misma fuerza de su anhelo pudiera hacerlas aparecer. En lasnoches ventosas la casa parecía llenarse de gritos, sollozos y gemidos, como si los seres queridosintentaran llegar hasta ella. Alguien que conversaba una vez con ella en mi presencia hizo algunaobjeción a la parte de Jane Eyre en que Jane oye la voz de Rochester, que la llama en un momentocrítico de su vida, hallándose él a muchísimos kilómetros de distancia. Yo no sé en qué incidenteconcreto pensaría la señorita Brontë cuando contestó con voz baja, conteniendo la respiración:«Pero es verdad. Ocurrió realmente».

El lector que tiene una ligera idea de la vida de Charlotte en esta época —los días solitarios,las noches en vela, vigilantes— puede imaginarse el grado de nerviosismo en que se encontraba yque acabó afectando a su salud.

No le perjudicó que por esta época la gente empezara a ir a Haworth deseando ver el escenarioque se describe en Shirley, aunque una solidaridad más generosa con la escritora que la meracuriosidad hiciera que algunos quisieran saber si no podían ayudar o animar de algún modo aquien tanto había sufrido.

En este grupo se contaban sir James y lady Kay Shuttleworth.104 Su casa queda en la cima delos páramos que se alzan sobre Haworth y a unos veinte kilómetros en línea recta, aunque la

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distancia es mucho más larga por carretera. Claro que, según la acepción del término en aqueldistrito deshabitado, eran vecinos si querían serlo. Una mañana de primeros de marzo, sir James ysu esposa fueron a ver a la señorita Brontë y a su padre. Antes de marcharse, invitaron a Charlottea Gawthorpe Hall, su residencia en los límites de Lancashire oriental. Charlotte vaciló un poco,pero al final y a instancias de su padre, que deseaba más que nada procurarle cualquier cambio deescenario y de compañía que se le presentara, aceptó la invitación. En conjunto, disfrutó mucho desu visita a pesar de su timidez y de la dificultad que le planteaba siempre aceptar las atenciones delos extraños cuya amabilidad no se sentía en condiciones de corresponder.

Disfrutó mucho en las

tranquilas excursiones a las ruinas antiguas y a las viejas mansiones, situadas entre montañasmás antiguas y el bosque; y con las conversaciones junto al fuego en el antiguo salón con panelesde roble, que a él le agradaban y a mí no me agobiaban ni me agotaban. La casa también es muyde mi gusto; tiene casi tres siglos, es gris, majestuosa y pintoresca. En conjunto, ahora que lavisita ha terminado, no lamento haberla hecho. Ahora lo peor es la invitación de ir a verlos aLondres durante la temporada que se cierne sobre mi cabeza. Eso, que constituiría un gran placerpara algunas personas, para mí es un auténtico espanto. Valoraría muchísimo los beneficios deampliar el campo de observación; pero tiemblo sólo de pensar en el precio que tendré que pagarforzosamente en tensión mental y agotamiento físico.

El mismo día que escribió lo anterior envió la carta siguiente al señor Smith:

16 de marzo de 1850

Devuelvo la nota del señor H— después de leerla atentamente. Me he esforzado por entenderlo que dice sobre arte; pero he de confesar que mis esfuerzos no se han visto coronados por unéxito completo. Hay cierta jerga en uso entre los críticos sobre ese tema que me impide física ymoralmente ver con claridad. Sin embargo, entiendo bien una cosa, y es que el señor Currer Bellnecesita mejorar y que tendría que esforzarse por conseguirlo. Y eso (Dios mediante) intentasinceramente, tomándose su tiempo, sin embargo, y siguiendo como guías la Naturaleza y laVerdad. Si esto conduce a lo que los críticos llaman arte, perfecto; pero si no, no hay ningunaposibilidad de seguir el grandioso objetivo ni de alcanzarlo. El enigma es que mientras lossureños ponen objeciones a mi descripción de la vida y costumbres del Norte, la gente deYorkshire y de Lancashire la aprueban. Dicen que es precisamente el contraste del carácteráspero con el refinamiento artificial en extremo lo que constituye una de sus principalescaracterísticas. Ésa o parecida ha sido la observación que me han hecho últimamente, hallándomefuera de casa, miembros de algunas de las antiguas familias de Lancashire oriental, cuyasmansiones se alzan en el terreno montañoso limítrofe con ambos condados. La cuestión es quiénentiende mejor el asunto, los críticos de Londres o los antiguos señores del Norte.

Haré con gusto cualquier promesa que necesiten respecto a los libros, con la única salvedadde que se me permita el principio jesuítico de la reserva mental, que da licencia para olvidar yprometer siempre que el olvido parezca conveniente. Creo que los últimos dos o tres números de

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Pendennis no van a considerarse bastante emocionantes, aunque a mí me gustan. La historia sealarga, pero en mi opinión el interés no decae. Se nota aquí y allá que ha guiado la pluma unamano cansada, que la mente del escritor ha estado algo inquieta y deprimida por la enfermedadreciente o por alguna otra causa; pero Thackeray todavía demuestra que escribe mejor él cuandoestá agotado que otros escritores cuando están en plena forma. Claro que el público no tendrácompasión por su fatiga ni mostrará indulgencia con la falta de inspiración; pero algunoslectores fieles, aunque lamenten que un hombre así se vea obligado a escribir cuando no está dehumor, se asombrarán de que en esas circunstancias escriba tan bien. Estoy segura de que elpaquete de libros llegará en el momento en que los funcionarios del ferrocarril tengan a bienenviarlos, o, mejor dicho, ceder a las repetidas y humildes solicitudes de los transportistas deHaworth; espero hasta entonces con resignación y paciencia absolutamente razonables, mirandocon docilidad a ese modelo de ayuda personal activa que ofrece amablemente Punch a «lasmujeres de Inglaterra» en Una mujer indefensa.

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Ya he mencionado que los libros que le enviaban sus editores le proporcionaban gran solaz yplacer. Siempre abría el paquete de Cornhill con interés. Pero también con pesar, pues mientrasdesataba las cuerdas y sacaba los libros uno por uno no podía evitar que le recordaran a quienes enocasiones parecidas habían observado la operación con impaciencia. «Echo de menos loscomentarios alegres y alborozados de las voces familiares. La habitación parece muy silenciosa,muy vacía; me queda el consuelo de pensar que papá disfrutará con algunos libros. La felicidad nocompartida mal puede llamarse felicidad; no tiene sabor.» Sigue haciendo comentarios sobre loslibros que le envían.

Me asombra que sepan elegir tan bien; no se lo impediría por nada del mundo. Estoy segurade que ninguna selección que hiciera yo misma sería tan satisfactoria como la que otros hacenpor mí tan amable y acertadamente; además, si ya supiera lo que iba a recibir, no sería tanemocionante. Prefiero mucho más no saberlo.

Entre las obras especialmente gratas se cuentan La vida de Southey, Las mujeres de Francia,l o s Ensayos de Hazlitt, Hombres representativos de Emerson; pero creo que es injustopormenorizar porque todas son buenas [...] He empezado un segundo librito, Sugerencias sobre laeducación femenina, de Scott; también ése lo leo, y con placer absoluto. Es muy bueno; bienrazonado y escrito con claridad y acierto. Las jóvenes de esta generación tienen grandesventajas; me parece que las animan mucho a adquirir conocimientos y a cultivar la inteligencia;en estos días, las mujeres pueden ser reflexivas y cultas sin que las tachen de descaradas ypedantes. Los hombres empiezan a aprobar y a ayudar, en vez de ridiculizarlas y frenar susesfuerzos por aprender. He de decir que yo personalmente, cuando he tenido el placer deconversar con un hombre verdaderamente intelectual, nunca he sentido que lo poco que sabía seconsiderara superfluo e impertinente, sino que no sabía bastante para satisfacer la justaexpectación. Siempre tengo que explicar: «No busquéis en mí grandes conocimientos; lo que osparece fruto de la lectura y el estudio es sobre todo espontáneo e intuitivo» [...].

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106Una se rebela instintivamente contra las enseñanzas de algunos hombres (incluso

inteligentes). Pueden tener conocimientos, pueden presumir de saber de la vida y del mundo; perosi carecen de las percepciones más sutiles, de las fases más delicadas del sentimiento, ¿de quévale lo demás? Créame, mientras que los consejos dignos de consideración pueden llegar defuentes modestas, de mentes no muy cultas pero finas y delicadas por naturaleza, de corazonesbondadosos, sensibles y caritativos, las sentencias doctas pronunciadas con pompa y firmezapueden ser totalmente huecas, estúpidas y deleznables.

Ningún hombre «ha subido al Parnaso con ayuda de los griegos», ni ha enseñado a otros ahacerlo [...] Adjunto para su lectura un borrador que llegó a mis manos sin conocimiento delescritor. Es un pobre trabajador de este pueblo, un ser sensible, reflexivo y culto, cuyainteligencia es demasiado aguda para su cuerpo y lo agota. No he hablado con él más de tresveces en mi vida, porque es un disidente y casi nunca se ha cruzado en mi camino. El documentoes una especie de informe de sus sentimientos después de leer Jane Eyre; es ingenuo y sincero;genuino y generoso. Tienen que devolvérmelo, pues lo valoro más que los testimonios deprocedencia más encumbrada. Dijo que si la señorita Brontë supiera que lo había escrito él ledespreciaría; pero desde luego la señorita Brontë no le desprecia; sólo lamenta que lainteligencia de la que procede se vea aplastada por la pesada carga de la pobreza, por lossuplicios de la salud incierta y las exigencias de una familia numerosa.

En cuanto al Times, como dice usted, la acritud de la crítica ha resultado en cierta medida supropio antídoto; tendría que haber sido más justa para ser más eficaz. Creo que ha tenido pocopeso aquí en el Norte: podría ser que los comentarios irritantes, si se hacen, no lleguen a misoídos; pero aunque he escuchado pocas condenas de Shirley, en más de una ocasión me he sentidoprofundamente conmovida por manifestaciones de aprobación incluso entusiasta. Me pareceinsensato pensar demasiado en estos temas; aunque por una vez me permitiré observar que elgeneroso orgullo que mucha gente de Yorkshire encuentra en el asunto ha despertado y reclamadomi gratitud, sobre todo porque constituye un motivo de satisfacción muy estimulante para mipadre en su vejez. Ni siquiera los coadjutores manifiestan rencor, ¡pobrecillos! Cada uno seconsuela a su modo de las propias heridas jactándose de sus hermanos. El señor Donne estaba unpoco preocupado al principio; pasó una o dos semanas inquieto, pero ya se ha calmado; ayermismo tuve el placer de ofrecerle una reconfortante taza de té y ver que la tomaba con renovadacomplacencia. Lo curioso es que desde que ha leído Shirley viene a casa con más frecuencia queantes y se muestra increíblemente sumiso y complaciente. El carácter de algunas personas es unverdadero enigma. Yo estaba segura de que al menos con él tendría una buena escena; pero aúnno ha ocurrido nada por el estilo.

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CAPÍTULO VI

Los primeros meses de primavera fueron especialmente insalubres en Haworth ese año. El tiempofue húmedo, se propagaron las fiebres tifoideas y en la rectoría sufrieron como sus vecinos.Charlotte dice: «La he sentido [la fiebre] en la sed y la inapetencia frecuentes; papá también se haquejado, e incluso Martha». Esta depresión de la salud produjo también depresión anímica yCharlotte empezó a temer cada vez más el propuesto viaje a Londres con sir James y lady KayShuttleworth.

Sé el efecto y el dolor que me causará, lo mal que me sentiré a menudo, y lo delgada ydemacrada que me quedaré. Pero quien evita el sufrimiento nunca saldrá victorioso. Si quieromejorar tengo que esforzarme y aguantar [...] Sir James ha sido médico y me mira con ojos demédico: enseguida se dio cuenta de que no podía soportar mucha fatiga, ni aguantar la presenciade muchos extraños. Creo que comprendió en parte que mi vigor se agota enseguida; aunquenadie (ni el médico más experto) puede pasar del aspecto exterior de esas cosas: el corazónconoce su amargura, el cuerpo su pobreza, y la mente sus luchas. Papá está empeñado en quevaya; la idea de una negativa le ofende.

Pero las sensaciones de enfermedad en la familia aumentaron; es probable que los síntomas sevieran agravados, si no provocados, por la proximidad del cementerio «lleno de lápidasoscurecidas por la lluvia». Charlotte escribe el 29 de abril:

Llevamos casi una semana lastimosa en Haworth. Papá no está nada bien; por la mañana sesiente muy mal, un síntoma que he advertido antes en sus ataques más graves de bronquitis;tendrá que mejorar mucho o no podré ir a Londres. Martha ha tenido neuralgia facial, malestargeneral y fiebre, igual que tú. Yo tengo un catarro fuerte y anginas pertinaces; en resumen, queestamos pachuchos todos menos la anciana Tabby. Cuando — estuvo aquí se quejó de un dolor decabeza súbito y el día que se fue por la noche yo tuve uno similar, muy fuerte, que me duró unastres horas.

Quince días después escribe:

Creí que papá no estaba lo bastante bien para dejarle, así que pedí a sir James y a lady KayShuttleworth que regresaran a Londres sin mí. Se había dispuesto que nos alojaríamos en casa deunos amigos y parientes suyos en el camino; el viaje habría durado una semana o más. No puedodecir que lamente haberme perdido esa ordalía; hubiera preferido caminar entre rejas de aradoal rojo vivo; pero lamento una gran fiesta que ahora me perderé. El próximo miércoles es la cenade aniversario de la Royal Literary Fund Society que se celebra en Freemason’s Hall. OctavianBlevitt, el secretario, me ofreció una entrada para la galería de señoras. Habría visto a todos los

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grandes literatos y artistas reunidos abajo en la sala y los habría oído hablar; Thackeray yDickens asisten siempre con todos los demás. Eso ya no puede ser. No creo que todo Londrespueda ofrecerme otro espectáculo tan interesante.

Poco después tuvo que ir a Londres por negocios y, como sir James Kay Shuttleworth se habíavisto retenido en el campo por indisposición, Charlotte aceptó la invitación de la señora Smith deinstalarse tranquilamente en su casa mientras solucionaba sus asuntos.

En el intervalo entre la renuncia del primer plan y la aceptación del segundo, escribió la cartasiguiente a alguien muy estimado entre sus amigos del mundo literario:

22 de mayo

Pensaba llevar personalmente el Leader y el Athenaeum esta vez y no tener que enviarlos porcorreo, pero no ha podido ser; mi viaje a Londres ha vuelto a posponerse, y ahoraindefinidamente. La razón es el estado de salud de sir James Kay Shuttleworth, una causa que metemo que no va a desaparecer pronto [...] Así que de nuevo me he instalado cómodamente en laquietud de la rectoría de Haworth, con los libros por compañeros domésticos y la visita de algunacarta de vez en cuando; una compañía silenciosa, pero ni discutidora ni vulgarizante ni pocoinstructiva.

Uno de los placeres que me había prometido consistía en hacerle a usted algunas preguntasacerca del Leader, que sin duda es un periódico interesante, a su modo. Entre otras cosas, queríaque me dijera los verdaderos nombres de algunos colaboradores, y qué escribe Lewes además desu Apprenticeship of Life. Siempre pienso que el artículo con el encabezamiento «Literature» essuyo. Algunas noticias de la sección «Open Council» son extrañas. Pero me parece justo ycorrecto admitirlas. ¿No es todo el sistema del periódico en conjunto nuevo? No recuerdo habervisto nada exactamente igual antes.

Acabo de recibir su envío esta mañana; gracias por la nota adjunta. Comprendo muy bien losanhelos de libertad y ocio que despierta en usted el sol de mayo. Me temo que Cornhill sea pocomejor que una cárcel para sus internos en los cálidos días de primavera y verano. Es una penaimaginarlos a todos trabajando duramente en sus escritorios con este tiempo tan agradable. Yo encambio puedo pasear libremente por los páramos; pero cuando salgo sola, todo me recuerda lostiempos en que lo hacía acompañada y entonces los páramos me parecen un desierto solitario ydeprimente. Mi hermana Emily sentía un amor especial por ellos y no hay una mata de brezo niuna rama de helecho ni una hoja tierna de arándano, ni una lagartija ni un pardillo que no me larecuerden. Los panoramas lejanos eran la delicia de Anne y cuando miro a mi alrededor la veo enlos tonos azules, en las brumas claras, en las ondas y las sombras del horizonte. Y en el silenciode la montaña acuden a mi mente los versos y estrofas de su poesía; en tiempos me gustaba; ahorano me atrevo a leerla, y a veces desearía tomar una poción para olvidar muchas cosas que nopodré olvidar mientras tenga conciencia. Al parecer, muchas personas recuerdan a sus parientesdifuntos con una suerte de melancólica complacencia, pero creo que eso es porque no loscuidaron durante su larga enfermedad, no estuvieron con ellos en sus últimos momentos: ésos sonlos recuerdos que acuden a tu lecho de noche y se alzan en tu almohada por la mañana. Al final de

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todo, no obstante, existe la gran esperanza. La vida eterna es suya ahora.

Tuvo que escribir muchas cartas por entonces a los autores que le habían enviados sus libros ya desconocidos que le manifestaban admiración por los suyos. La siguiente es la respuesta a unacarta de un joven de Cambridge:

23 de mayo de 1850

No hacen falta excusas para «la verdadera sensibilidad, para el impulso espiritual natural ygenuino» como el que le indujo a usted a escribir la carta que paso a contestarle brevemente.

Por supuesto que «es importante para mí» que las personas de corazón sensible y menterefinada acepten lo que escribo; considero muy importante que mis criaturas (pues eso son)hallen refugio, aprecio e indulgencia en cualquier mano amiga o cualquier mente generosa. Puedeaceptar sin problema a Jane, Caroline y Shirley como hermanas y confío en que hablen a suhermano adoptivo a menudo cuando se sienta solo y que lo animen cuando esté triste. Si no seencontraran a gusto en una mente comprensiva y amable y difundieran un brillo doméstico yalentador en su penumbra, es culpa suya; en ese caso no son tan benignas, tan afables ni tanreales como debieran. Si pueden hallar lares en los corazones humanos y los hallan, cumplirán elmejor designio de su creación, manteniendo en ellos una llama viva que calentará sin quemar, queiluminará sin deslumbrar.

¿Qué importa que esa parte del placer que tales criaturas le proporcionan se base en lapoesía de su juventud más que en la magia propia? ¿Qué más da que dentro de diez años se sonríaal recordar todo esto y vea con otra luz tanto a Currer Bell como sus obras? En mi opinión, esaconsideración no quita valor a lo que siente ahora. La juventud tiene su romanticismo, y lamadurez su sabiduría, lo mismo que la mañana y la primavera tienen su frescor, el mediodía y elverano su fuerza, la noche y el invierno su reposo. Cada atributo es bueno a su debido tiempo. Hedisfrutado con su carta, y se lo agradezco.

CURRER BELL

La señorita Brontë viajó a la ciudad a primeros de junio y su estancia allí fue muy grata. Vio amuy pocas personas, conforme al acuerdo que había hecho previamente. Y limitó su visita aquince días, por miedo al estado febril y al agotamiento que eran el resultado inevitable de la másligera excitación de su sensible organismo.

12 de junio

No he dispuesto de muchos momentos para mí sola desde la última carta que te escribí, apartede los que era absolutamente necesario dedicar al reposo. Pero en conjunto, hasta ahora estoymuy bien y me he agotado mucho menos que la última vez.

No puedo darte en una carta una crónica ordenada de cómo he pasado el tiempo. Sólo puedocomunicarte lo que considero tres de sus principales incidentes: haber visto al duque deWellington en la Capilla Real (es realmente un gran anciano); una visita a la Cámara de los

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Comunes (que espero describirte cuando nos veamos algún día); y, por último, pero no menosimportante, una entrevista con el señor Thackeray. Nos hizo una visita por la mañana y se quedómás de dos horas. Sólo estuvo todo el tiempo en la habitación el señor Smith. Luego lo describiócomo una «escena extraña», y supongo que lo fue. El gigante se sentó delante de mí. Me viimpulsada a hablarle de algunos de sus defectos (literarios, por supuesto). Una por una, mevinieron a la mente sus faltas; y una por una las enumeré, esperando alguna explicación odefensa. Y se defendió, como un gran turco o un infiel; es decir, las excusas eran peores que eldelito mismo. El asunto acabó en decorosa concordia; si no pasa nada, iré a cenar a su casa estanoche.

También he visto a Lewes [...] No pude sentir por él más que una mezcla de tristeza y ternura,una palabra extraña, la última, pero la empleo porque el aspecto de la cara de Lewes casi mehace llorar; es tan prodigiosamente parecido a Emily: sus ojos, sus facciones, la nariz misma, laboca algo prominente, la frente; incluso a veces su expresión. Diga lo que diga Lewes, creo queno puedo odiarle. He visto también otro parecido que me produjo una gran tristeza. ¿Recuerdashaberme oído hablar de una tal señorita K., una escritora joven que mantenía a su madreescribiendo? Me enteré de que deseaba conocerme y la visité ayer [...] Me recibió con temblorosafranqueza; nos sentamos juntas y cuando llevábamos hablando unos cinco minutos su cara ya nome era extraña, sino dolorosamente familiar: era Martha en todos sus rasgos. Procuraréencontrar un momento para volver a verla [...] Sólo pienso quedarme aquí una semana comomucho; pero no regresaré directamente a Haworth porque precisamente ahora la casa está sintejado, era imprescindible hacer reparaciones.

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Ella misma siguió pronto a la carta y fue a ver a la amiga a quien se la había escrito; pero fueuna visita muy breve, pues según el plan que había hecho antes de marcharse de Londres, fue aEdimburgo a reunirse con los amigos con quienes se había alojado en la ciudad. Pasó sólo unosdías en Escocia, casi todos en Edimburgo; esta ciudad la entusiasmó, haciéndole decir que, encomparación, Londres era un «lugar lúgubre». Unas semanas después escribió:

Mi estancia en Escocia fue breve y lo que vi se redujo principalmente a Edimburgo yalrededores, Abbotsford y Melrose, pues me vi obligada a renunciar a mi primera intención de irdesde Glasgow a Oban y desde allí, por una parte de las Tierras Altas; pero aunque fue pocotiempo y la vista de objetos limitada, encontré tanto encanto en la compañía, situación ycircunstancias, que creo que el placer que experimenté en ese pequeño espacio igualó en cantidady superó en calidad a todo lo que Londres me proporcionó en la estancia de un mes. Edimburgo,comparado con Londres, es como una página vívida de la historia comparada con un tratadoaburrido y largo sobre economía política; y en cuanto a Melrose y Abbotsford, los mismosnombres poseen música y magia.

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Y de nuevo en una carta a otro corresponsal dice:

No le escribí en cuanto llegué a casa porque cada vuelta a este caserón trae consigo una etapaen que siento que es mejor esperar tranquilamente antes de empezar a redactar cartas. Hanpasado las seis semanas de cambio y entretenimiento, pero no se han perdido; la memoria hizo unesbozo de cada una según pasó y sobre todo un daguerrotipo claro de los días que estuve enEscocia. Fueron dos días muy agradables. Siempre me ha gustado Escocia como idea, pero ahora,como realidad, me gusta mucho más; creo que no había pasado nunca horas tan felices. Pero notema, no voy a aburrirle con una descripción. Ya habrá recibido un informe sucinto y agradablede todo, y lo que pudiera añadir yo sería superfluo. Mis empeños actuales están encaminados aordenar mis pensamientos, cortarles las alas, someterlos a una perfecta disciplina y obligarlos aconcentrarse en algún trabajo útil: son vagos e insisten en tomar el tren a Londres o hacer unaincursión a la región escocesa; son especialmente propensos a perpetrar esa última excursión; yen realidad, ¿quién ha visto una vez Edimburgo, con su león rocoso agazapado, que no hayavuelto a verlo en sueños, despierto o dormido? Mi estimado señor, no crea que blasfemo si le digoque su gran Londres, comparado con Dunedin, «mi propia ciudad romántica», es como la prosacomparada con la poesía o como un pesado poema épico comparado con uno lírico breve,luminoso, claro y vital como un relámpago. En Londres no tienen nada como el monumento deScott; y si lo tuvieran, más todas las glorias arquitectónicas juntas, no tendrían nada como lasilla de Arturo; y sobre todo no tendrían el carácter nacional escocés; y es ese grandioso carácternacional lo que da a la tierra su verdadero encanto, su auténtica grandeza.

Cuando regresó de Escocia volvió a pasar unos días con sus amigos y luego volvió a Haworth.

15 de julio

Llegué a Haworth muy bien, y contenta, porque ningún obstáculo insuperable demoró un solodía mi regreso a casa. Al pie mismo de la colina de Bridgehouse me encontré a John, con bastón.Por suerte, me vio en el coche, se detuvo y me informó de que iba a B—, a comprobar cómo meencontraba, por orden del señor Brontë, que estaba muy preocupado desde que había recibidocarta de la señorita—. Al llegar descubrí que papá estaba sumido en un pozo de nerviosismo ypreocupación, en el que sin duda Martha y Tabby le hacían compañía [...] La casa parece muylimpia y creo que no hay humedad; pero queda mucho que hacer en cuanto a organización yorden, lo suficiente para mantenerme desagradablemente ocupada durante bastante tiempo.Gracias a Dios, papá está bien de salud, aunque me temo que tiene algunos síntomas de catarro;yo estoy mejor del mío [...] He leído un artículo de un periódico que me ha hecho bastante gracia;se publicó mientras yo estaba en Londres. Te lo envío para que te rías un poco. Afirma estarescrito por un autor celoso de las escritoras. No sé quién es, pero debe de ser alguno de los queconocí [...] Lo de los «hombres feos» que se dan «aires de Rochester» no está mal, aunque creoque a algunos la indirecta no les hará gracia.

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La señorita Brontë había accedido a posar para que Richmond109 le hiciera un retrato durantesu estancia en Londres. Es una pintura al pastel; a mi juicio, el parecido es admirable, aunque porsupuesto hay diversas opiniones sobre el tema; y, como casi siempre, quienes mejor conocían almodelo eran los menos satisfechos. El señor Brontë opinaba que parecía mayor de lo que era y quesus facciones no quedaban favorecidas; pero reconocía que la expresión era extraordinaria y muynatural. Ella envió este divertido informe de la llegada del retrato al donante:

1 de agosto

La caja pequeña para mí llegó a la vez que una grande para papá. Cuando me dijo usted quehabía mandado enmarcar el retrato del duque y que me lo regalaba, casi me irritó que realizarasemejante tarea de supererogación; pero al verlo ahora de nuevo tengo que admitir que fue unaidea feliz. Es su viva imagen y, como dijo papá cuando lo vio, no se parece en nada a los retratoscorrientes; no sólo es diferente la expresión, sino incluso la forma de la cabeza y de aspectomucho más noble. Lo considero un tesoro. Me parece que quien dejó el paquete para mí era laseñora Gore.

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110El paquete contenía una de sus obras, Los Hamilton, y una nota muy cordial, en la que me

llama «Querida Jane». Papá parece muy complacido con el retrato, como todas las demáspersonas que lo han visto, con una notable excepción, a saber, nuestra anciana criada, quesostiene tercamente que no está bien, que parezco demasiado mayor. Pero como afirma con lamisma tenacidad que el retrato del duque de Wellington es del «señor», refiriéndose a papá, metemo que no pueda darse demasiado crédito a su opinión. Sin duda, confunde los recuerdos de mícomo era en la infancia con las impresiones actuales. Transmita, como siempre, mis cariñososrecuerdos a su madre y a sus hermanas; atentamente (pero sin gratitud, conforme a su deseo),

C. BRONTË

Es lógico que dos personas que vivían juntas como el señor Brontë y su hija, que dependíancasi exclusivamente de la mutua compañía y que se amaban tan profundamente (aunque no deforma efusiva), que esos dos últimos miembros de la familia pasaran momentos de gran ansiedadpor la salud del otro. Charlotte menciona en todas las cartas que he leído el estado de su padre aeste respecto. O da gracias a Dios fervorosamente porque él está bien, o comenta que lo acosanciertos achaques propios de la vejez, dejándolo luego como una herida abierta. Él, por su parte,observaba cada indisposición de la única hija que le quedaba, exageraba su importancia y a vecesse sumía en un lamentable estado de ansiedad, como en el caso al que se refiere ella cuando,habiendo citado su amiga en una carta a él que su hija tenía un catarro fuerte, él no descansó hastaque despachó a un mensajero, que recorrió, «con bastón», una distancia de veintidós kilómetrospara que comprobara con sus propios ojos cómo se encontraba ella y volviera a informarle.

Charlotte sin duda creía que esa preocupación natural de su padre y de su amiga aumentaba ladepresión nerviosa de su propio ánimo siempre que estaba enferma; y en la siguiente cartamanifiesta su ferviente deseo de que se mencione lo menos posible el tema de su salud.

7 de agosto

Lamento realmente que se me escaparan de los labios las palabras a que te refieres, porque suefecto en ti ha sido desagradable; pero procura despejar toda sombra de preocupación de tumente y, a menos que te resulte demasiado desagradable, permíteme añadir que no me mencionesnunca el tema. Es la preocupación manifiesta y acuciante de los demás lo que graba en mi mentepensamientos y expectativas que se ulceran donde arraigan; contra los que todo esfuerzofilosófico o religioso ha fracasado a veces totalmente; y el sometimiento a los cuales es un destinohorrible, el destino en realidad de alguien cuya vida transcurre bajo una espada suspendida de unhilo. No he tenido que pedir a papá su opinión sobre este punto. Mi sistema nervioso se alteraenseguida. Desearía mantenerlo con fuerza racional y serenidad. Pero para hacerlo tengo queoponerme a la expresión bienintencionada pero irritante de aprensiones cuya realización ofracaso no depende de mí. De momento, me encuentro bastante bien. Gracias a Dios, creo quepapá no está peor, aunque se queja de debilidad.

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CAPÍTULO VII

El señor Brontë procuraba siempre que su hija aceptara las invitaciones porque se daba cuenta deque el cambio le sentaba muy bien, aunque ella se mostrara muy reacia a dejarle solo. Aquel mesde agosto la invitaron a pasar una semana cerca de Bowness, donde sir James Kay Shuttleworthhabía alquilado una casa. Ella dice: «He accedido a ir de mala gana, más que nada por complacer apapá, que se habría molestado mucho si me hubiera negado; pero me disgusta dejarle. Espero queno empeore, aunque sigue quejándose de debilidad. No está bien anticipar los males y pasarse lavida angustiado esperando lo peor; pero creo que el dolor es una espada de doble filo, hiere deambas formas; el recuerdo de una pérdida es la predicción de otra».

Conocí a la señorita Brontë durante esa visita al Briery, lady Kay Shuttleworth me habíainvitado a reunirme con ella allí. Transcribo ahora una carta que escribí poco después a una amigaque se interesaba mucho por la obra de Charlotte, porque creo que expresa mis primerasimpresiones con más veracidad y frescura que si hiciera ahora una descripción más amplia.

Llegué a la estación de Windermere de noche; un viaje en coche por la carretera llana a Low-wood; luego una parada en una casa preciosa y luego un salón precioso donde estaban sir Jamesy lady Kay Shuttleworth y una señorita con vestido de seda negro, a quien el resplandor de laestancia me impidió ver al principio; ella se acercó y me estrechó la mano inmediatamente. Subí aquitarme el sombrero, etc.; bajé a cenar; la señorita siguió con lo que estaba haciendo y nohablaba, pero tuve tiempo de observarla detenidamente. Es (tal como dice ella misma) raquítica,delgada y un palmo más baja que yo. Suave cabello castaño, no muy oscuro; ojos (preciosos yexpresivos, que te miraban directamente y con franqueza) del mismo color que el cabello; bocagrande; la frente cuadrada, ancha y bastante prominente. Tiene una voz muy dulce; vacilabastante al elegir sus expresiones, pero cuando lo hace parecen admirables sin esforzarse yapropiadas para la ocasión; no hay nada forzado en ella, todo es de una sencillez perfecta [...]Después del desayuno fuimos al lago los cuatro y la señorita Brontë coincide conmigo en que legusta El alma de Newman, Pintores modernos y la idea de las Siete lámparas; me habló de lasconferencias del padre Newman en el Oratorio de forma muy tranquila, concisa y gráfica

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111 [...] Se parece muchísimo en los modales a la señorita—, si cupiera imaginar que laseñorita — hubiera sufrido lo bastante para eliminar toda chispa de alegría y fuera tímida ysilenciosa por estar acostumbrada a la más absoluta soledad. No tenía ni idea de que pudieraexistir una vida como la de la señorita Brontë. — me describió su casa en un pueblo de casas depiedra gris, encaramada en la ladera norte de un páramo desolado, y que domina extensiones depáramos inhóspitos, etc., etc.

Sólo estuvimos tres días juntas; y pasamos casi todo el tiempo recorriendo los alrededorespara enseñar a la señorita Brontë el paisaje de Westmoreland, porque ella nunca había estadoallí. Nos incluyeron a ambas en una invitación a tomar el té tranquilamente en Fox How; yentonces vi la dura prueba que supuso para sus nervios el esfuerzo de estar entre extraños.Sabíamos previamente que los asistentes no pasarían de doce; pero soportó todo el día un fuertedolor de cabeza provocado por la aprensión de la velada.

Brierly Close estaba situado en lo alto sobre Low-wood, y por supuesto dominaba una extensavista y un ancho horizonte. Me impresionó el detenido examen que hizo la señorita Brontë de laforma de las nubes y de los presagios del cielo, en los que leía como en un libro abierto el tiempoque iba a hacer. Le dije que creía que tenía una vista igual de extensa en su propio hogar. Me dijoque era cierto, pero que el panorama de Haworth era muy diferente; que yo no tenía ni idea de loque acompañaba el cielo a alguien que vivía en soledad; más que ningún objeto inanimado de latierra, más que los propios páramos.

En los extractos siguientes vemos algunas de las impresiones y opiniones de Charlotte sobreesta visita:

Me decías que me quedara más de una semana en Westmoreland; tendrías que conocermemejor a estas alturas. ¿Acaso es mi costumbre quedarme en un sitio más tiempo del que hayadecidido previamente? He llegado a casa y me complace decir que papá no parece estar peor quecuando me fui, aunque desearía que estuviera más fuerte. Mi visita transcurrió muy bien; mealegro mucho de haber ido. El paisaje es grandioso, por supuesto. Si hubiera vagado por aquellascolinas sola, habría absorbido toda su belleza; pero incluso en coche y acompañada estuvo muybien. Sir James fue lo más amable posible en todo momento; se encuentra mucho mejor de salud[...] La señorita Martineau no estaba en casa; se va siempre de Ambleside durante la temporadade los lagos para evitar la afluencia de visitantes a que se vería sometida si se quedara.

Si hubiera podido bajar del carruaje sin que me vieran y marcharme sola por aquellas colinasgrandiosas y aquellos preciosos valles habría asimilado toda la fuerza de su espléndido paisaje.En compañía es imposible. A veces, mientras — me advertía de los defectos de la clase artística,los instintos artísticos vagabundos se centraban en la mente de su oyente todo el rato.

Se me olvidó decirte que una semana antes de marcharme a Westmoreland recibí unainvitación a Harden Grange; la decliné, por supuesto. Dos o tres días después se presentó aquí ungrupo numeroso, formado por la señora F—, algunas otras damas y dos caballeros; uno alto yfornido, de cabello negro y bigote, que resultó ser lord John Manners; el otro, de aspecto menosdistinguido, tímido y algo extraño, que era el señor Smythe, el hijo de lord Strangford. La señoraF. me pareció una auténtica dama en cuanto a modales y aspecto, muy discreta y sencilla. Lord

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John Manners traía en la mano un par de urogallos para papá, un regalo oportuno: unos díasantes había comentado que le apetecía.

A estos extractos tengo que añadir otro de una carta que alude a esta época. Está dirigida a laseñorita Wooler, la amable amiga de su juventud y su madurez, que la había invitado a pasarquince días con ella.

Haworth, 27 de septiembre de 1850

Cuando sepa que ya he estado en los lagos esta temporada y que apenas hace un mes que heregresado, comprenderá que ya no está dentro de mis posibilidades aceptar su amable invitación.Ojalá pudiera haberla visto. Pero ya he hecho mi excursión y se ha acabado. Sir James KayShuttleworth reside cerca de Windermere, en una casa llamada «Briery», que es donde estuveunos días en agosto. Él me enseñó amablemente los alrededores, todo lo bien que pueden versedesde un coche, y me di cuenta de que la región de los lagos es de un esplendor cuya imagen sólohabía visto en sueños, dormida y despierta. Me parece que no va conmigo llevar a cabo labúsqueda de lo pintoresco en un coche. En un calesín o un carro o incluso en una silla de postaspodría ser; pero el coche lo altera todo. Deseaba deslizarme sin que me vieran y perderme solapor las colinas y los valles. Los instintos erráticos y vagabundos me atormentaban y me viobligada a controlarlos o, mejor dicho, a reprimirlos, por miedo a entusiasmarme aunque fueramínimamente y atraer la atención hacia la «celebridad»: la escritora.

Me dice que supone que habré hecho ya un amplio círculo de amistades. No, no puedo decirque sea así. No sé siquiera si tengo ganas o fuerza para ello. Me gustaría tener pocos amigos y, aesos pocos, conocerlos bien; si ese conocimiento causaba respeto proporcional no podría pormenos que concentrar mis sentimientos; creo que la dispersión parece sinónimo de debilitamiento.Sin embargo, apenas me he puesto a prueba aún. El mes que pasé en Londres en primavera estuvemuy tranquila porque tenía miedo de que me trataran como a una celebridad. Sólo salí a cenaruna vez; y otra asistí a una fiesta. Las únicas visitas que he hecho han sido a sir Kay Shuttleworthy a mi editor. No me gustaría apartarme de este sistema; a mi entender, las visitasindiscriminadas sólo sirven para perder el tiempo y vulgarizar el carácter. Además, no me parecebien dejar a papá solo a menudo; ya tiene setenta y cinco años y los achaques de la vejezempiezan a afectarle; ha estado muy agobiado en el verano con la bronquitis crónica, aunque mealegra decir que ahora está un poco mejor. Creo que a mí me han sentado muy bien el cambio y elejercicio.

Alguien de D— pretende tener autoridad para decir que «cuando la señorita Brontë estuvo enLondres no asistió a los servicios religiosos el domingo, y durante la semana se dedicaba a asistira bailes, al teatro y a la ópera». Por otro lado, los chismosos de Londres convirtieron mireclusión en un misterio e inventaron veinte historias románticas para explicarla. En otro tiempoyo habría escuchado el rumor con interés y cierta credulidad; pero ahora me he vuelto sorda yescéptica, la experiencia me ha enseñado lo infundadas que suelen ser esas historias.

Transcribiré ahora la primera carta que tuve el privilegio de recibir de la señorita Brontë. Está

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fechada el 27 de agosto.

Papá y yo acabamos de cenar; él está tranquilamente sentado en su habitación; y yo, en lamía; las «trombas de agua» azotan el jardín y el cementerio: en cuanto a los páramos, estáncubiertos de una bruma densa. Estoy sola, pero no me siento desdichada; hay mil cosas por lasque debo sentirme agradecida y, entre todas, que esta mañana he recibido una carta suya y queesta noche tengo el privilegio de contestarla.

No conozco La vida de Sydney Taylor.

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112 Lo conseguiré cuando tenga ocasión. El librito francés que menciona también ocupará sulugar en la lista de libros a conseguir lo antes posible. Trata un tema que interesa a todas lasmujeres, quizá más a las solteras, aunque en realidad las madres como usted lo estudian por sushijas. La Westminster Review no es una publicación que vea regularmente, aunque hace tiempoque conseguí un número (en enero pasado, creo) en el que había un artículo titulado «La misiónde la mujer» (la frase es manida), que contenía muchas consideraciones que me parecieronacertadas y sensatas. Los hombres empiezan a considerar la posición de la mujer con un enfoquedistinto al habitual; y algunos, con un firme sentido de la justicia y buenas inclinaciones, piensany hablan de ello con una franqueza admirable. Dicen, sin embargo —y hasta cierto punto conrazón—, que la mejora de nuestra situación depende de nosotras mismas. Es indudable quealgunos problemas se solucionarán mejor mediante nuestros propios esfuerzos; pero también lo esque hay otros males, profundamente arraigados en los fundamentos del sistema social, que ningúnesfuerzo nuestro cambiará, de lo cual no podemos quejarnos, en lo que es aconsejable no pensardemasiado.

He leído In Memoriam, de Tennyson, o mejor dicho, una parte. Cerré el libro más o menos a lamitad. Es bello. Es triste. Es monótono. Muchos de los sentimientos expresados llevan en sí elsello de la verdad; pero si Arthur Hallan hubiera sido alguien más próximo a Alfred Tennyson (suhermano en vez de su amigo) yo habría desconfiado de este monumento de dolor impreso, rimadoy medido. Ignoro los cambios que puede producir el paso de los años; pero me parece que el dolorprofundo, mientras es reciente, no fluye en verso.

Prometí enviarle el Prelude de Wordsworth, así que lo hago ahora; dentro de uno o dos díasenviaré el otro pequeño volumen. Me gustaría recibir noticias suyas siempre que disponga detiempo para escribirme, pero no lo haga nunca, de ninguna manera, más que cuando le apetezca yel tiempo se lo permita. Nunca le agradecería una carta que me escribiera como un trabajo.

Poco después de conocernos en Briery me envió el libro de poemas de Currer, Ellis y ActonBell; alude así a los mismos en una nota que acompañaba el paquete:

Le envío el librito de versos para cumplir una promesa hecha precipitadamente; una promesaque se hizo para impedir que tirara cuatro chelines en una compra imprudente. La parte de laobra que me corresponde no me gusta ni me importa que se lea: la de Ellis Bell me parece buena yvigorosa, y la de Acton tiene el mérito de la sinceridad y la sencillez. Mis poemas son casi todosobras juveniles; la inquieta efervescencia de una mente que no descansaba. En aquellos tiempos«el mar estaba agitado y tempestuoso» demasiado a menudo, y las algas, la arena y los guijarrosse alzaban en confusión. Esa imagen es demasiado grandilocuente para el tema, pero usted sabráperdonarla.

Escribió otra carta bastante interesante a un amigo literato el 5 de septiembre:

La reaparición de Athenaeum es muy grata, no sólo por la revista en sí, aunque considero unprivilegio la oportunidad de leerla, sino también porque me anima y me complace como pruebasemanal del recuerdo de los amigos. Sólo me preocupa que el envío regular sea una pesadez; si

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así fuere, suspéndalo de inmediato.Disfruté mucho de mi viaje a Escocia y sin embargo vi poco de la superficie de la región; nada

de los rasgos pintorescos más grandiosos y espléndidos; pero Edimburgo, Melrose, Abbotsford,esos tres lugares, bastaron para despertar sentimientos tan profundos de interés y admiración queno lamenté entonces ni he lamentado después la falta de un espacio más amplio para el sentidodel placer. Había espacio y variedad suficiente para ser muy feliz; como dice el proverbio,«suficiente es todo un festín». La reina hizo bien subiendo a la silla de Arturo con su esposo y sushijos. No olvidaré fácilmente lo que sentí cuando al llegar a lo alto nos sentamos todos acontemplar la ciudad: hacia el mar y Leith y las colinas Pentland. Seguro que está orgulloso dehaber nacido en Escocia: orgulloso de su país, de su capital, de sus hijos, de su literatura. Nadiepuede reprochárselo.

El artículo del Palladium es una de esas reseñas críticas por las que un autor se alegratembloroso. Se alegra al comprobar que se aprecia su obra fervorosa y plenamente; y tiembla porla responsabilidad que ese mismo hecho parece imponerle. Me recomiendan esperar y observar;lo haré así, Dios mediante; pero es más duro esperar con las manos atadas y las facultades dereflexión y observación en su tarea silenciosa e invisible que trabajar maquinalmente.

Huelga decir lo que me parecieron los comentarios sobre Cumbres borrascosas; despertaronen mí los sentimientos más tristes pero también los más gratos; son ciertos, son sagaces, estáncargados de justicia tardía; es muy tarde... ¡ay!, en cierto sentido, demasiado tarde. No esprudente hablar mucho de eso y del pesar por una luz extinguida prematuramente. Sea quien seael autor del artículo, quedo en deuda con él.

Aun así, ya ve que menosprecia Shirley en comparación con Jane Eyre; y sin embargo me tomégrandes molestias con Shirley; no me apresuré; procuré hacerlo lo mejor posible y, en mi opinión,no es inferior a la obra anterior; por supuesto, le dediqué más tiempo, pensamiento ypreocupación: pero escribí una buena parte con la angustia del desastre inminente; y no puedonegar que escribí la última parte en un empeño vehemente de luchar contra la pesadumbre casiinsoportable.

Recibí la tragedia de Galileo Galilei de Samuel Brown en uno de los paquetes de Cornhill;recuerdo pasajes de una gran belleza. Cuando me envíe algunos libros más (pero que no sea hastaque devuelva los que tengo ahora) me gustaría que incluyera entre ellos La vida del doctorArnold. ¿Conoce también la Vida de Sydney Taylor? A mí ni siquiera me suena el nombre, pero melo han recomendado como un libro que merece la pena. Por supuesto, cuando menciono un librose sobreentiende siempre que estaría bien que me lo enviara.

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CAPÍTULO VIII

Se consideró por entonces aconsejable reeditar Cumbres borrascosas y Agnes Grey, las obras deEmily y de Anne, y Charlotte asumió la tarea de revisarlas.

Escribió al señor Williams el 29 de septiembre:

Me propongo escribir unas líneas sobre Cumbres borrascosas, que pienso colocar como unbreve prólogo antes de la novela. Me veo obligada asimismo a leerla entera, pues es la primeravez que abro el libro desde que murió mi hermana. Su fuerza me llena de admiración, pero sinembargo me siento agobiada: casi nunca se permite al lector saborear el placer puro; cada rayode sol se filtra entre franjas negras de nubes amenazantes; cada página está cargada de unasuerte de electricidad moral; y la escritora era inconsciente de todo eso: nada pudo hacerlecobrar conciencia de ello.

Y todo eso me ha hecho reflexionar; quizá también yo sea incapaz de percibir los errores ypeculiaridades de mi propio estilo.

Me gustaría revisar las pruebas, si no es una molestia excesiva enviarlas. Me pareceaconsejable modificar la ortografía de los parlamentos de José, el viejo criado; porque, aunquetal como está refleja exactamente el sonido del dialecto de Yorkshire, estoy segura de que a lossureños les resulta incomprensible; con lo cual se pierden uno de los personajes más expresivosdel libro.

Lamento comunicarle que no tengo ningún retrato de ninguna de mis hermanas.

Escribe con más detalle sobre el dolor que le causa su tarea a su querida amiga, que habíaconocido y amado a sus hermanas.

No pasa nada, y te escribo tal como quieres, sólo para decirte que estoy ocupada precisamenteahora. El señor Smith quiere reeditar algunas de las obras de Emily y de Anne, con algunospequeños añadidos de los papeles que dejaron. Y me he comprometido a revisar, transcribir,preparar un prólogo, una reseña biográfica, etc. Como el tiempo para hacerlo es limitado, me veoobligada a ser laboriosa. Al principio la tarea me resultaba muy dolorosa y deprimente; peroseguí adelante viéndola a la luz de un deber sagrado, y ahora lo soporto mejor. De todos modos,es un trabajo que no puedo hacer por la tarde, porque si lo hiciera, no podría dormir de noche.Me alegra decir que papá está mucho mejor de salud, y creo que yo también; confío en que túigualmente.

Acabo de recibir una carta muy amable de la señorita Martineau. Ha regresado a Ambleside yse ha enterado de mi visita a los lagos. Me dice que lamenta no haber estado en casa, etc.

Me extraña y me irrita no sentirme más animada, no acostumbrarme de una vez a mi destinode soledad y aislamiento, o al menos resignarme. Pero mi última ocupación me dejó durantealgunos días una sensación muy dolorosa que aún persiste. La lectura de los papeles despertó los

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recuerdos que me produjo el desgarramiento doloroso de su pérdida y me causó un desánimo casiinsoportable. Al principio no sabía cómo llegaría a la mañana; y cuando llegaba el día seguíasumida en un estado de inquietud enfermiza. Te digo todo esto porque me es absolutamentenecesario desahogarme un poco. Perdóname y no te preocupes ni pienses que estoy en absolutopeor de lo que digo. Es una dolencia mental, y creo que ya estoy mejor. Así lo espero. Lo creoporque puedo hablar de ello, algo que me es imposible cuando la pena es más intensa.

Creía que escribir me mantendría ocupada y me interesaría cuando estuviera sola en casa,pero hasta ahora todos mis esfuerzos han sido en vano; la falta de estímulo es absoluta. Imaginoque me recomendarás que me vaya de casa; pero eso no me serviría de nada, aun en el caso deque pudiera dejar a papá sin preocuparme (¡gracias a Dios está mejor!). No puedo describir cómolo pasé al regresar de Londres, Escocia, etc. Se produjo una reacción que me hundió porcompleto; el profundo silencio, la soledad y la desolación eran espantosos; el anhelo decompañía, la desesperanza de hallar consuelo eran lo que temía sentir de nuevo.

Querida—, pienso en ti con una compasión y una ternura que apenas me animan. Me temo quetú también estás mentalmente demasiado poco ocupada y demasiado sola. Me parece que esnuestro sino, al menos de momento. ¡Que Dios en Su infinita misericordia nos ayude asobrellevarlo!

Charlotte había conocido a su corresponsal el señor Lewes en su última visita a Londres, comomenciona en una de sus cartas. Ese caballero dice:

Currer Bell vino a Londres unos meses después [de que apareciera la crítica de Shirley en elEdinburgh] y me invitaste a conocerla en tu casa. Recordarás que ella te pidió que no le indicarasquién era, que la dejaras reconocerme si podía. Y lo hizo casi en cuanto entré en la habitación.Tampoco a mí me indicaste quién era ella; pero yo no fui tan sagaz. Sin embargo, estuve sentado asu lado buena parte de la velada y me interesó mucho su conversación. Nos dimos la mano aldespedirnos y ella me dijo: «Ahora somos amigos, ¿verdad?». «¿Es que no lo hemos sidosiempre?», pregunté a mi vez. «No, no siempre», repuso ella en tono significativo; y ésa fue laúnica alusión que hizo al artículo ofensivo. Le dejé algunas novelas de Balzac y de George Sandpara que se las llevara al campo; y cuando me las devolvió me adjuntó la carta siguiente:

Estoy segura de que creerá que he tardado demasiado en devolverle los libros que tanamablemente me dejó. Lo cierto es que tenía que enviar otros y retuve los suyos para enviarlos enel mismo paquete.

Acepte mi agradecimiento por algunas horas de agradable lectura. Balzac ha sido para mícomo un autor nuevo; y al entablar conocimiento con él por mediación de Modeste Mignon y Lasilusiones perdidas no dude de que he sentido bastante interés. Al principio creí que iba a serminucioso hasta la exasperación y espantosamente tedioso; produce bastante impaciencia sulargo desfile de detalles, su lenta revelación de circunstancias sin importancia, mientras reúne asus personajes en el escenario; pero enseguida entré en el misterio de su oficio y descubrícomplacida dónde radica su fuerza: ¿no es en el análisis del motivo y en la sutil percepción de losmás oscuros y secretos mecanismos de la mente? Aun así, por mucho que admiremos a Balzac,

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creo que no nos agrada; sentimos hacia él lo mismo que hacia un conocido antipático que no hacemás que exponer nuestros defectos a la luz más cruda y que casi nunca muestra nuestras mejorescualidades.

Me gusta más George Sand, sinceramente.Pese a lo fantástica, fanática y entusiasta que es a veces, pese a lo alejadas de la realidad que

están muchas de sus opiniones sobre la vida y aunque suele dejarse engañar por los sentimientos,George Sand tiene mejor carácter que monsieur de Balzac; su mente es más amplia, su corazónmás cálido. Las Cartas de un viajero están llenas de la personalidad de la escritora; y yo nuncahe sentido con tanta fuerza como al leer esta obra que casi todos sus defectos se debían al excesode sus virtudes: es ese exceso lo que ha precipitado sus problemas, lo que la ha preparado para sueterno pesar.

Pero creo que su mentalidad es la que enseña la experiencia desastrosa, sin debilitar nidesanimar demasiado; y, en ese caso, será mejor cuanto más viva. Un punto esperanzador en todasu obra es la escasez de sentimentalismo francés; me gustaría poder decir que la absoluta faltadel mismo; pero la mala hierba crece aquí y allá, incluso en las Cartas.

Recuerdo la correcta expresión de disgusto que empleó la señorita Brontë al hablarme dealgunas novelas de Balzac: «Me dejaron bastante mal sabor de boca».

Advertirá el lector que casi todas las cartas que cito ahora están dedicadas a temas críticos yliterarios. En realidad, eran los principales intereses de Charlotte Brontë en esta época; la revisiónde las obras de sus hermanas y la redacción de una reseña biográfica fue la dolorosa ocupación decada día durante el lóbrego otoño de 1850. Agotada por la intensidad de sus tristes recuerdos,buscaba consuelo en los largos paseos por los páramos. Una amiga suya que me escribió cuandoapareció el elocuente artículo del Daily News sobre la «Muerte de Currer Bell»114 cuenta unaanécdota que considero oportuno incluir aquí:

Se equivocan al decir que era demasiado débil para recorrer las colinas y beneficiarse delaire. No creo que nadie de esta localidad, y desde luego ninguna mujer, paseara tanto por lospáramos como ella cuando el clima lo permitía. En realidad, estaba tan acostumbrada a hacerloque la gente que vivía bastante lejos en las lindes del ejido la conocía perfectamente. Recuerdouna vez que una anciana la vio de lejos y le gritó: «¡Eh! ¡Señorita Brontë! ¿Ha visto a michotillo?». La señorita Brontë le dijo que no podía decirlo porque no sabía cómo era. «¡Bueno! —repuso la mujer—. Es más o menos así de alto, entre una vaca y un ternero, lo que nosotrosllamamos eral, ¿sabe, señorita Brontë? Si por casualidad lo ve a la vuelta, ¿querrá echarlo paacá señorita Brontë? Hágalo, señorita Brontë».

Un amigo común le había presentado a unos vecinos que le hicieron una visita por entonces.La visita se describe en una carta de la que se me ha permitido dar extractos, que demostrarán laimpresión que causó a los extraños el carácter de la región que rodeaba su hogar y otrascircunstancias.

Aunque estaba lloviznando, decidimos hacer nuestra excursión a Haworth, planeada hacía

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mucho tiempo; así que nos embutimos en la piel de búfalo y luego en la calesa y salimos hacia lasonce. Dejó de llover y quedó un día adecuado para el panorama (viento y frío), con grandesnubarrones que se cernían sobre los muros y un rayo de sol que se filtraba furtivo aquí y allá ycaía con una tenue luz mágica en algún pueblo alto y lóbrego; o llegaba como un dardo a unacañada profunda e iluminaba la alta chimenea o destellaba en las ventanas y el tejado húmedo dela fábrica que se agazapa en el fondo. El terreno fue haciéndose cada vez más abrupto a medidaque nos acercábamos a Haworth; los últimos seis kilómetros subimos por un páramo inmenso, enlo alto del cual se halla el lóbrego y oscuro pueblo de Haworth. La calle misma del pueblo es unade las colinas más empinadas que he visto en mi vida, y el empedrado hacía dar tales sacudidas alcoche que de buena gana habría bajado y seguido a pie con W— si hubiera podido, pero una veziniciada la subida no había forma de parar. En lo alto estaba la posada en que paramos, cerca dela iglesia; y nos habían dicho que la rectoría quedaba al final del cementerio. Así que allá nosfuimos: un lugar deprimente y sombrío, literalmente enlosado con lápidas oscurecidas por lalluvia y todo sobre la ladera, porque hay en la altura más elevada una parte más alta y la casa delseñor Brontë quedaba bastante más arriba que la iglesia. La casa apareció ante nosotros, unpequeño edificio rectangular de piedra sin un solo árbol cerca que la protegiera del vientocortante. ¡Pero no sabíamos cómo llegar a ella desde el cementerio! Había en el camposanto unanciano, inclinado como un espíritu necrófago sobre las tumbas, con una expresión de torvaalegría. Pensé que casi no parecía humano; sin embargo, lo era lo bastante para indicarnos elcamino. Y enseguida nos encontramos en la salita casi vacía. A los pocos minutos se abrió lapuerta y apareció un mastín viejísimo seguido de un caballero muy parecido a la señorita Brontë,que nos dio la mano y fue a llamar a su hija. Transcurrió un buen rato, durante el cual hicimoszalamerías al viejo perro y contemplamos el retrato de la señorita Brontë de Richmond, que era elúnico objeto decorativo de la estancia y que parecía extrañamente fuera de lugar en las viejasparedes, y los libros de la pequeña librería, casi todos regalo de los autores desde que la señoritaBrontë se había hecho famosa. Al fin llegó ella, y nos saludó muy cordialmente y me acompañóarriba para que me quitara el sombrero, y ella misma me llevó agua y toallas. Todo era pulcro eimpecable: las escaleras y los suelos de piedra sin alfombras, las viejas cómodas apoyadas enmadera. Volvimos a la sala y conversamos tranquilamente; se abrió la puerta y se asomó el señorBrontë; supongo que al ver a su hija pensó que todo estaba bien y se retiró a su estudio, quequedaba al otro lado del pasillo; al poco rato volvió a aparecer para dar a W— un periódicorural. Ya no lo vimos hasta que nos marchamos. La señorita Brontë habló con mucho cariño de laseñorita Martineau y de lo mucho que su trato la había beneficiado. En fin, hablamos de diversostemas; del carácter de la gente; de su soledad; hasta que salió de la habitación para ocuparse dela comida, supongo, porque tardó un siglo en volver. El perro había desaparecido; un perro gordode pelaje rizado nos honró entonces con su compañía un rato; luego manifestó deseos de salir, asíque nos quedamos solos. Al fin volvió la señorita Brontë, seguida de la muchacha con la comida,que nos hizo sentir más cómodos a todos; y mantuvimos una conversación muy agradable; se nospasó el tiempo sin darnos cuenta, y de pronto W— dijo que eran las tres y media y que nosquedaban por delante veintitrés o veinticuatro kilómetros. Así que nos pusimos en marcha, trashaber conseguido que nos prometiera hacernos una visita en primavera; el anciano salió una vez

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más de su estudio para decirnos adiós, y nosotros volvimos a la posada, y emprendimosrápidamente el viaje de regreso.

La señorita Brontë me recordó a su Jane Eyre. Parecía más pequeña que nunca, y se movía tansilenciosa y quedamente como un pajarillo, como la llamaba Rochester, salvo que todos lospájaros son jubilosos y el júbilo no ha entrado en esa casa desde que la construyeron; y sinembargo, tal vez cuando ese anciano se casó y llevó a su familia a la rectoría, las voces y laspisadas de los niños resonaran en toda la casa y ni siquiera aquel desolado y atestado cementerioy el viento helado consiguieran ahogar la alegría y la esperanza. Resulta conmovedor ver a esacriaturita sepultada en un lugar así, moviéndose como un espíritu, sobre todo cuando uno piensaque el cuerpo ligero encierra en sí una fuerza vital feroz que nada ha logrado congelar niextinguir.

La señorita Brontë se refería en una de las cartas anteriores a un artículo del Palladium quereconocía a Cumbres borrascosas, la novela de su hermana Emily, el mérito merecido. Tambiénse elogiaban sus obras, con excelente sentido crítico, y estaba agradecida por ello. Pero su cálidocorazón rebosaba sentimientos bondadosos hacia quien había hecho justicia a la difunta. Buscóafanosamente el nombre del escritor; y averiguó que era el señor Sydney Dobell, que se convirtióenseguida en una de las personas «a quienes la muerte había hecho entrañables». Se interesó portodo lo que escribía; y al poco tiempo vemos que se escriben.115

SR. W. S. WILLIAMS25 de octubre

La caja de libros llegó anoche y no puedo por menos que admirar agradecida la selección:Los ensayos de Jeffrey, La vida del doctor Arnold, El romano, Alton Locke , todos ésos los quería yles doy la bienvenida.

Dice que no me quedo ningún libro; disculpe, me avergüenza mi propia rapacidad: me hequedado la historia de Macaulay y el Preludio de Wordsworth, y Philip van Artevelde de Taylor.Tranquilizo mi conciencia diciéndome que los dos últimos (como son poesía) no cuentan. Ésta esuna teoría conveniente para mí; pienso emplearla con relación a El romano, así que confío en quenadie en Cornhill discutirá su validez ni afirmará que la poesía tiene valor, a no ser para losfabricantes de baúles.

Ya he leído la historia de Macaulay, las conferencias de Sidney Smith sobre filosofía moral yel libro de Knox sobre razas. No he visto la obra de Pickering sobre el mismo tema; ni los tomosde la autobiografía de Leigh Hunt. Pero ahora tengo libros para una buena temporada. Me gustanmucho los ensayos de Hazlitt.

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116Como bien dice, el otoño ha sido espléndido. La soledad, los recuerdos y yo nos hemos

beneficiado de su sol en los páramos.Me había decepcionado bastante que no llegaran las pruebas de Cumbres borrascosas. Me

acucia una impaciencia febril por completar la revisión. El trabajo de revisar papeles, etc., nopodía hacerse con impunidad ni con ánimo impasible; aparecen asociaciones demasiado tiernas,pesares demasiado amargos. Mientras tanto, los libros de Cornhill son mi mejor remedio ahoracomo antes, aportándome un solaz que no me procurarían los mismos libros conseguidos en unabiblioteca pública.

Ya he leído la mayor parte de El romano. Algunos pasajes poseen una virtud renovadora de laque sólo puede jactarse la verdadera poesía; hay imágenes de auténtica grandeza; versos que segraban inmediatamente en la memoria. ¿Podrá ser cierto que ha aparecido en el firmamento unnuevo planeta, donde todas las estrellas parecían desvanecerse rápidamente? Creo que sí; porqueeste Sydney o Dobell habla con voz propia, genuina y única. A veces se oye a Tennyson, es cierto;y otras a Byron en algunos pasajes de El romano; pero luego llega una nota nueva —más claraaquí que en cierto poema lírico breve, entonado por un coro de trovadores, una suerte de endechasobre el hermano muerto— que no sólo encanta el oído y la mente, sino que serena el alma.

El fragmento siguiente tiene un interés especial porque explica sus pensamientos después de lalectura de la vida del doctor Arnold:

6 de noviembre

Acabo de concluir la Vida del doctor Arnold; pero al proponerme exponer mi opinión,conforme a su deseo, la tarea no me resulta nada fácil. No encuentro las palabras adecuadas. Noes un personaje que pueda despacharse con unas palabras elogiosas; no es un personajeunilateral; el puro panegírico sería inadecuado. El doctor Arnold (en mi opinión) no eraabsolutamente angelical; su grandeza estaba fundida en un molde mortal; era un poco severo,casi un poco duro; era vehemente y algo combativo. Trabajador infatigable, no sé si habríaentendido o aceptado con indulgencia un temperamento que requiriera más descanso; pero ni unsolo hombre entre mil tiene una capacidad para el trabajo tan descomunal como la suya; meparece el trabajador más grande del mundo. Quizá fuera riguroso en ese punto; y, suponiendo quelo fuese, y un poco apresurado, estricto y categórico, creo que ésos fueron sus únicos defectos (sies que puede llamarse defecto lo que en modo alguno degrada el carácter de la persona, sino quesólo tiende a oprimir y presionar el carácter más débil de sus semejantes). Después vienen suscualidades. Sobre éstas no hay nada dudoso. ¿Dónde podemos hallar justicia, fortaleza,independencia, fervor y sinceridad más plenos y puros que en él?

Pero eso no es todo, y me alegra decirlo. Además de su elevada inteligencia y de su rectitudsin mancha, sus cartas y su vida atestiguan que poseía el amor más sincero. Sin él, por mucho quelo admiráramos, no podríamos amarlo; pero con él creo que lo estimamos mucho. Cien hombresiguales, cincuenta, no, diez o cinco hombres tan rectos como él podrían salvar cualquier país;

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podrían defender victoriosamente cualquier causa.Me ha impresionado también la dicha casi ininterrumpida de su existencia; una dicha

resultante sobre todo del recto empleo que hizo de la salud y el vigor que Dios le había dado, perotambién en parte de la singular exención de las penas amargas y profundas que casi todos loshumanos tienen que soportar. Su esposa era lo que él deseaba; sus hijos eran sanos yprometedores; él mismo gozaba de una salud excelente; sus empresas se vieron coronadas por eléxito; hasta la muerte fue buena —pues, por muy intensos que fueran los dolores de su últimahora, fueron bastante breves—. Parece que la bendición de Dios lo acompañó desde la cuna hastala tumba. Es de agradecer que se haya permitido a un hombre vivir una vida así.

Cuando estuve en Westmoreland el pasado mes de agosto pasé una tarde en la residencia deFox How, donde viven aún la señora Arnold y sus hijas. Salí hacia allí a la hora del crepúsculo yllegué casi de noche. Aún pude advertir que el emplazamiento era precioso. La casa parecía unnido medio enterrado entre flores y enredaderas: y, a pesar de la oscuridad, pude sentir que elvalle y las colinas de alrededor eran todo lo hermosos que pudiera soñar la imaginación.

Si repito lo que ya he dicho antes, lo hago para mostrar y recalcar a mis lectores la pesadamonotonía de la vida de Charlotte Brontë en esta época. El otoño oscuro y deprimente trajoconsigo de nuevo las largas veladas insomnes que tan dura prueba suponían para ella, mucho másaún porque la debilidad de su vista le impedía entregarse a ninguna ocupación que no fuera hacercalceta a la luz de la vela. Tanto por el bien de su padre como por ella misma, juzgaba necesariohacer algún ejercicio para no dejarse dominar por el desánimo. Así que aceptó la invitación de laseñorita Martineau y fue a pasar ocho o diez días con ella en Ambleside. Se proponía venirtambién a verme a mí a Manchester de paso para Westmoreland. Pero por desgracia yo no estabaen casa y no pude recibirla. Me encontraba entonces en el sur de Inglaterra, pasando unatemporada en casa de unos amigos, que, cuando lamenté no poder aceptar la cordial propuesta dela señorita Brontë, y sabiendo el lamentable estado de salud y de ánimo que hacían tan necesarioel cambio para ella, le escribieron pidiéndole que fuera a pasar una semana o dos conmigo en sucasa. Me agradecía así esta invitación en una carta:

13 de diciembre de 1850

Mi querida señora Gaskell: La amabilidad de la señorita — y la suya me ponen en el dilemade no saber cómo expresar correctamente mi opinión al respecto. Pero sé algo perfectamente: meagradaría mucho poder ir a pasar con usted una o dos semanas en una casa sureña tan llena decalma y con personas tan agradables como las que me describe. La propuesta me parecemaravillosa; es la tentación más grata, delicada y dulce; mas, pese a ser tan deliciosa, no puedoen modo alguno ceder a sus encantos sin la sanción del razonamiento, por lo que guardarésilencio de momento y esperaré hasta que vaya a ver a la señorita Martineau, regrese a casa yconsidere bien si es un plan tan correcto como agradable.

Mientras tanto, la sola idea me reconforta.

El 10 de diciembre se publicó la segunda edición de Cumbres borrascosas. Charlotte envió un

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ejemplar al señor Dobell, con la siguiente carta:

SR. DOBELLHaworth, cerca de Keighley, Yorkshire,

8 de diciembre de 1850

Ofrezco este pequeño libro a mi crítico del Palladium, con mi más sincero tributo de gratitud;no tanto por lo que haya dicho de mí como por la noble justicia que ha hecho a alguien a quienquiero tanto como a mí misma, tal vez más; y tal vez una palabra amable sobre ella despierte unsentimiento de agradecimiento más profundo y tierno que los elogios a mi persona. Como verácuando lea la reseña biográfica, mi hermana no puede darle las gracias personalmente; ya noestá en su esfera ni en la mía y las alabanzas y las recriminaciones humanas ya no significan nadapara ella. Pero para mí aún significan mucho, por ella; me ha animado durante días saber que, apesar de haber muerto, la obra de su ingenio había encontrado al fin una crítica digna.

Cuando haya leído la introducción, dígame si sigue albergando alguna duda sobre la autoríade Cumbres borrascosas, etc. Su desconfianza me parece algo injusta conmigo. Demostraba unanoción general del carácter que yo lamentaría llamar mío; pero esas falsas ideas surgiránlógicamente cuando juzgamos a un autor sólo por sus obras. Francamente, tengo que rechazar elaspecto halagador del retrato. Yo no soy ninguna «joven Pentesilea mediis in millibus»,

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117 sino la hija de un humilde párroco rural.Reiterándole mi más sincero agradecimiento, le saluda atentamente,C. BRONTË

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CAPÍTULO IX

Charlotte Brontë fue a visitar a la señorita Martineau en cuanto salió la nueva edición del libro desu hermana.

Ahora puedo escribirte, querida E—, porque estoy lejos de casa, y el cambio de aire y deescenario ha aliviado, al menos temporalmente, la pesada carga de la depresión que me ha tenidoaplastada los últimos tres meses, lo confieso. ¡Nunca olvidaré el último otoño! He pasado días ynoches cruelísimos. Pero ahora que ya te lo he dicho, no necesito añadir nada sobre el tema. Miaversión a la soledad se intensificó y el recuerdo de mis hermanas era insoportablementedoloroso. Ya estoy mejor. Pasaré una semana con la señorita Martineau. Tiene una casa muyagradable, tanto dentro como fuera; arreglada en todos los aspectos con pulcritud y comodidadadmirables. Sus visitantes gozan de la más absoluta libertad; les permite la misma que reclamapara sí misma. Yo me levanto a mi hora de siempre, desayuno sola (ella se levanta a las cinco, seda un baño frío y un paseo a la luz de las estrellas, y a las siete ya ha desayunado y estátrabajando). Paso la mañana en el salón y ella en su estudio. A las dos nos reunimos:conversamos y paseamos juntas hasta las cinco, que es a la hora en que cena ella; luego pasamosla velada juntas y ella habla largo y tendido y con la más absoluta franqueza. Yo me retiro a mihabitación poco después de las diez; ella se queda escribiendo cartas hasta las doce. Su vigor y suánimo parecen inagotables, e infatigable su capacidad de trabajo. Es una gran mujer, una buenamujer; con sus peculiaridades, por supuesto, aunque todavía no he visto ninguna que me moleste.Es dura y afectuosa a la vez, seca y cariñosa, liberal y despótica. Creo que no se da cuenta de suabsolutismo. Cuando se lo digo, desmiente la acusación cordialmente; entonces me río de ella.Creo que casi controla el pueblo. A algunos no les gusta, pero la clase baja la tiene en granestima [...] he pensado que me gustaría pasar dos o tres días contigo antes de volver a casa; asíque si no hay ningún inconveniente por tu parte, llegaré el lunes (Dios mediante) y me quedaréhasta el jueves [...] He disfrutado mucho aquí. He visto a mucha gente y todo el mundo ha sidoamabilísimo conmigo; sobre todo la familia del doctor Arnold. Siento una gran simpatía por laseñorita Martineau.

La señorita Brontë hizo la visita anunciada en la carta a su amiga, pero sólo se quedó unosdías. Luego regresó a casa y enseguida volvió a atormentarla su enemigo, el intenso y deprimentedolor de cabeza. Le fue más difícil soportarlo porque se vio obligada a ocuparse del trabajo de lacasa; una criada estaba enferma en la cama, y la otra, Tabby, tenía más de ochenta años.

Le había sentado muy bien la visita a Ambleside, que le proporcionó un acopio de recuerdosagradables e intereses nuevos en que pensar en su solitaria existencia. Sus cartas están llenas dealusiones al carácter y la bondad de la señorita Martineau.

Desde luego es una mujer de dotes extraordinarias, tanto intelectuales como físicas; y aunque

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comparto pocas de sus opiniones y la considero falible en sus juicios sobre determinados temas,tengo que otorgarle mi más sincera estima. Me causó gran admiración la forma en que combina lacultura intelectual más elevada con el perfecto desempeño de los deberes femeninos, mientras quesu afectuosa amabilidad se ha ganado mi gratitud [...] Creo que sus virtudes y sus noblescualidades superan sus defectos. Es mi costumbre considerar a las personas sin tener en cuenta sufama; la conducta, al margen de las ideas, la disposición natural separada de las opinionesadquiridas. La persona, la conducta y el carácter de Harriet Martineau me inspiran el respeto y elcariño más sinceros [...] ¿Me preguntas si la señorita Martineau me ha convertido almesmerismo? Ni mucho menos; aunque me han contado milagros de su eficacia y no podía poneren duda todo lo que me explicaron. Incluso me sometí a una experiencia personal; y aunque elresultado no fue muy claro, al parecer podría ser un sujeto excelente con el tiempo. Creo que eltema del mesmerismo será analizado bastante a fondo en un próximo libro de la señoritaMartineau; y preveo que tratarán de manera lamentable otros temas que constituyen terrenomenos legítimo para la especulación.

Tu última carta manifestaba una admiración tan sincera y juiciosa por el doctor Arnold quequizá no seas del todo indiferente al hecho de que durante mi última visita a la señoritaMartineau comprendí mucho más de Fox How y de sus habitantes, y me asombraba a diario que laviuda y los hijos de uno de los hombres más grandes y admirables de su tiempo poseyeran lascualidades más estimables. De mi amable anfitriona todos los elogios que hiciera serían pocos.Aunque no comparta todas sus opiniones filosóficas, políticas y religiosas, ni acepte sus teorías,creo que posee un gran mérito, grandeza, que actúa con coherencia, benevolencia yperseverancia; por todo lo cual se granjea la estima y el cariño más sinceros. No es persona aquien haya que juzgar sólo por sus escritos, sino más bien por sus actos y por su vida, que nopodrían ser más nobles y ejemplares. Me parece una benefactora de Ambleside, aunque no seatribuye ningún mérito por su activa e infatigable filantropía. Administra admirablemente sucasa: todo cuanto hace lo hace bien, desde escribir un relato hasta la labor femenina másdiscreta. No tolera forma alguna de descuido o negligencia, pese a lo cual no es demasiado severani demasiado exigente: sus criados y sus vecinos pobres la estiman y la respetan.

Pero no cometeré el error de hablar demasiado de ella sólo por sentirme ahora profundamenteimpresionada por la fuerza intelectual y la valía moral que he observado en ella. También tienedefectos; pero a mí me parecen insignificantes comparados con sus virtudes.

Tu informe del señor A— coincide exactamente con el de la señorita M—. También ella diceque sus características externas son la placidez y la afabilidad (más que la originalidad y elpoder). Lo describió como una combinación de antiguo sabio griego y científico moderno. Quizáfuera pura perversidad por mi parte sacar la idea de que debajo de su marmóreo exterior susvenas son letárgicas y su corazón frío y lento. Pero es un materialista: niega tranquilamentenuestra esperanza de inmortalidad y prescinde por las buenas del cielo y de la vida futura delhombre. Ésa es la razón de que mis sentimientos hacia él se vean empañados por cierta amargura.

Todo cuanto dices del señor Thackeray es muy gráfico y característico. Me provoca pena yenojo a la vez. ¿Por qué ha de llevar una vida tan agobiante? ¿Por qué su lengua burlona niegatan perversamente los mejores sentimientos de su mejor talante?

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Charlotte se dedicó durante un tiempo a escribir Villette, siempre que se encontraba bien desalud y animada; pero con frecuencia le era imposible escribir y entonces se entristecía y seirritaba consigo misma por ello. En febrero escribe así al señor Smith:

Me dice algo de ir a Londres; pero las palabras son etéreas y por suerte no estoy obligada aoírlas ni a contestarlas. Londres y el verano quedan a muchos meses de distancia: ahora mismonuestros páramos están blancos de nieve y los pequeños petirrojos vienen todas las mañanas a laventana a buscar migas. No pueden hacerse planes con tres o cuatro meses de antelación. Además,creo que no merezco ir a Londres; nadie es digno de un cambio y menos de darse un lujo. En mifuero interno pienso todo lo contrario, creo que tendrían que encerrarme en la prisión ymantenerme incomunicada a pan y agua —sin una sola carta de Cornhill—, hasta que escriba unlibro. Estoy segura de que ese tratamiento durante doce meses daría uno de estos dos resultados:o bien saldría al cabo de ese tiempo con un manuscrito de tres volúmenes en la mano, o bien en unestado mental que me eximiera para siempre de expectativas y obras literarias.

Mientras tanto, se sentía inquieta y afligida por la publicación de las Cartas de la señoritaMartineau, etc.; cayeron con peculiar fuerza y pesadumbre en un corazón que esperaba con fesincera y ferviente la vida futura como lugar de encuentro con aquellos que «amaba y habíaperdido de momento».

11 de febrero de 1851

Muy señor mío: ¿Ha leído ya Cartas sobre la naturaleza y la evolución del hombre de laseñorita Martineau y del señor Atkinson?

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118 Si no es así, merecería la pena que lo hiciera.No diré mucho de la impresión que me ha causado este libro. Es la primera exposición de

materialismo y ateísmo declarado que he leído en mi vida; la primera declaración inequívoca deincredulidad en la existencia de un Dios y de una vida futura que he visto jamás. Para juzgardicha exposición y declaración habría que dejar a un lado el horror instintivo que provocan yconsiderarlas con ánimo imparcial y talante sereno. Me resulta difícil hacerlo. Lo más extraño esque nos invitan a alegrarnos de ese vacío sin esperanza, a aceptar esta amarga pérdida como ungran beneficio, a recibir esta desolación indescriptible como un estado de grata libertad. ¿Quiénpodría hacerlo si quisiera? ¿Quién lo haría si pudiera?

Sinceramente, yo por mi parte deseo averiguar y saber la Verdad; pero si la Verdad fuera ésa,se guarda muy bien con misterios y se cubre con un velo. Si la Verdad fuera ésa, el hombre o lamujer que la mantenga podrían maldecir el día que él o ella nació. Pero he dicho que no meextendería demasiado en lo que yo pienso; quisiera saber, más bien, lo que piensa alguna otrapersona, alguien cuyos sentimientos no influyan en su juicio. Así que lea el libro con objetividad ydígame sinceramente lo que piensa. Sólo si tiene tiempo, por supuesto, no en caso contrario.

Charlotte no pudo soportar los comentarios despectivos de muchos críticos sobre la obra, sinembargo. Creo que durante mi relación con ella, casi ninguna otra cosa le provocó tantaindignación. Pese a lo mucho que lamentaba la publicación del libro, creía que nadie tenía derechoa burlarse de una acción que desde luego no estaba provocada por ningún motivo mundano y queera sólo un error, cuya gravedad admitía, en la conducta de una persona que durante toda su vidase había esforzado, mediante el pensamiento profundo y las palabras nobles, por servir a lahumanidad.

El tono y el contenido de sus comentarios sobre la señorita Martineau y su libro mecomplacen en grado sumo. Incluso me he tomado la libertad de copiar algunas frases para ella,porque sé que la animarán; le gustan la simpatía y el reconocimiento (algo que todas las personasmerecen); y estoy plenamente de acuerdo con el disgusto que manifiesta por el tono duro ydesdeñoso que emplean muchos críticos para hablar de la obra.

Antes de dejar las opiniones literarias de la autora y volver a las preocupaciones domésticas dela mujer, transcribiré lo que sentía y pensaba de Las piedras de Venecia.

Las piedras de Venecia me parece una obra elaborada y cincelada a la perfección. ¡Quéespléndidamente revela la cantera de enormes mármoles! Creo que el señor Ruskin es uno de losraros escritores genuinos, a diferencia de los que fabrican libros de su época. Su sinceridadincluso me hace gracia en algunos pasajes; pues no puedo menos que reír al imaginar lacrispación y los bufidos de los utilitaristas ante su profunda y seria (y en opinión de ellosfanática) veneración por el Arte. La mentalidad pura y estricta que le atribuye usted habla encada línea. Escribe como un sacerdote consagrado de lo abstracto y lo ideal.

Llevaré conmigo Las piedras de Venecia; todos los fundamentos de mármol y de granito, juntocon la enorme cantera de la que los extrajeron; y, por si fuera poco, una colección de ideas y

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máximas, propiedad particular de un caballero llamado John Ruskin.

Al acercarse la primavera empezó a dominarla de nuevo el desánimo al que era propensa, yque la abrumaba «con una pesadilla nocturna y diurna». Empezó a temer que acabaría sintiéndosetan abatida como en otoño; y para evitarlo pidió a su buena amiga y compañera de colegio quefuera a pasar con ella unas semanas en marzo. Le hizo mucho bien su presencia, tanto por laagradable compañía en sí misma como por la serenidad que le imponía tener que atenderla yocuparse de su comodidad. La señorita Brontë comentó sobre esta ocasión: «No me permitiré caeren el hábito de escapar de casa y eludir así temporalmente la opresión en vez de afrontarla yluchar con ella hasta dominarla o que me domine».

Transcribiré ahora un extracto de una de sus cartas, aunque no sigue el orden cronológico. Laincluyo aquí porque alude a una tercera propuesta de matrimonio que le hicieron, y porque creoque algunos son proclives a suponer, basándose en la fuerza extraordinaria con que describió lapasión amorosa en sus novelas, que ella era muy sensible a la misma.

¿Podría sentir alguna vez lo suficiente por — para aceptarlo como esposo? Siento amistad,gratitud, consideración; pero cada vez que se acercaba a mí y le veía clavar en mí su mirada seme helaba la sangre en las venas. Ahora que está lejos siento más ternura por él. Es sólo laproximidad lo que me hace ponerme rígida, me entumece con una extraña mezcla de aprensión ycólera que sólo calma su retirada y una perfecta contención de su actitud. No quería ser altiva, nome proponía serlo, pero me vi obligada a ello. La pura verdad es que nos gobierna Alguiensuperior a nosotros; Alguien en cuyas manos nuestra voluntad es como arcilla en manos delalfarero.

Con ésta ya he mencionado todas las propuestas de matrimonio que le hicieron, hasta la quefinalmente aceptó. El caballero a quien alude en esa carta guardó siempre tanto respeto por ellaque fue su amigo toda la vida; algo que dice mucho en favor de ambos.

Antes de que la amiga de Charlotte se fuera de Haworth, el señor Brontë se acatarró. Pasóvarias semanas con bronquitis. También se sintió muy abatido y su hija concentró todos susesfuerzos en animarle.

Cuando mejoró un poco y recobró su vigor de antes, Charlotte decidió aprovechar unainvitación que había recibido hacía un tiempo y hacer una visita a Londres. Como todos recuerdan,1851 fue el año de la Exposición Internacional; pero ni siquiera eso la indujo a pensar en quedarsemucho tiempo; y antes de aceptar finalmente la hospitalidad que le habían ofrecido sus amigosllegó al mismo acuerdo que otras veces con ellos: que la estancia en su casa sería tan tranquilacomo siempre, porque cualquier otro sistema la alteraría anímica y físicamente; nunca parecíanerviosa más que por un momento, cuando algo en la conversación la obligaba a intervenir; perosolía sentirse así incluso por nimiedades, y las secuelas siempre eran fatiga y agotamiento. Enesas circunstancias se quedaba siempre muy delgada y demacrada; de todos modos, ella afirmabaque el cambio siempre la beneficiaba después.

Los preparativos del atuendo para esta visita en la época alegre de aquella estación alegre

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fueron especialmente acordes con su gusto femenino; deseaba satisfacer su amor a la ropasencilla, refinada y primorosa, sin olvidar que le favoreciera, y procurando que todas laselecciones que hizo se acomodaran a su apariencia general y a sus medios.

Por cierto, quería pedirte que me hicieras un pequeño encargo cuando vayas a Leeds; pero nosé si tendrás demasiadas cosas que hacer. Es sólo esto: en caso de que entraras por casualidad enuna tienda en que vendieran mantillas de encaje, negras y blancas, de las que ya te hablé,pregunta el precio. Supongo que no querrán enviarme unas a Haworth para verlas; claro que, sison muy caras, sería inútil; pero si el precio es razonable y aceptan enviármelas, me gustaríaverlas; y también algunas camisetas de talla pequeña (la talla de mujer no me vale), tanto de lasmás sencillas para diario como de buena calidad para más vestir [...] Parece que no pueda quedarsatisfecha cuando no me falta de nada. Ya te dije que me compré una de las mantillas negras deencaje, y que cuando me la probé con el vestido de raso negro, que era con el que queríaponérmela sobre todo, me di cuenta de que no quedaba bien; se pierde toda la belleza del encaje yparecía pardo y herrumbroso; escribí al señor — pidiéndole que me la cambiara por una blancadel mismo precio; fue amabilísimo y pidió una a Londres, que he recibido esta mañana. El precioes inferior, sólo cuesta una libra catorce chelines; es bonita, primorosa y ligera y queda muy biencon el negro; después de considerar el asunto, he llegado a la filosófica conclusión de que no esninguna vergüenza para una persona de mis medios llevar una prenda más barata; así que creoque me la quedaré y si alguna vez la ves y te parece «oropel», tanto peor.

¿Sabes que estuve en Leeds el mismo día que tú, el miércoles pasado? Pensé decirte dónde ibaa ir para que me acompañaras y me ayudaras a comprar un sombrero, etc., pero luego reflexioné yme pareció que sería aprovecharme de forma egoísta de ti, así que decidí arreglármelas odesarreglármelas yo sola. Compré el sombrero en Hurs and Hall’s, uno que parecía muy serio ymuy sobrio entre todos los esplendores de la tienda. Pero ahora me parece infinitamente alegrecon el forro rosa. Vi algunas sedas preciosas de colores claros, pero no tenía ánimo ni mediospara decidirme a gastar cinco chelines la yarda y al final compré una negra a tres chelines. Lolamento bastante porque papá dice que si lo hubiera sabido me habría dado un soberano. Creoque si me hubieras acompañado, me habrías obligado a endeudarme [...] La verdad es que nopuedo ir a B— antes que a Londres. Es imposible. Tengo muchísimo que coser y he de organizarcosas de la casa antes de irme, porque tendrán que limpiar, etc., mientras yo esté fuera. Ademástengo una jaqueca espantosa, que espero que me alivie el cambio de aire. Pero mientras tanto,como se debe al estómago, estoy delgada y demacrada. Ni tú ni nadie podría hacerme engordar nique me sintiera bien para la visita; está escrito que sea así. No importa. Tranquilízate; aunque mealegra que te preocupes por mí. Ese ánimo es señal de salud. Adiós, apresuradamente.

Tu pobre madre es igual que Tabby, Martha y papá; todos imaginan que de algún modo,mediante algún procedimiento misterioso, me casaré en Londres o me comprometeré enmatrimonio. ¡Qué idea tan descabellada e inverosímil! ¡Cómo me río para mí! ¡Papá me dijo ayeren serio que si me casaba y me marchaba, él dejaría la casa y se buscaría una pensión!

Transcribo la carta siguiente por la breve descripción del aspecto de los páramos cubiertos debrezales a finales de verano.

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SR. SYDNEY DOBELL24 de mayo de 1851

Muy señor mío: Me apresuro a enviar a la señora Dobell el autógrafo. La palabra «álbum» medesconcertó: creí que quería que escribiera un soneto a propósito, algo que no podía hacer.

Es muy amable su propuesta sobre el viaje a Suiza; me atrae con la fuerza de una Tentaciónpoderosa, pero el adusto Imposible me contiene. ¡No! No puedo ir a Suiza este verano.

¿Por qué eliminó el director del Eclectic el pasaje más convincente y expresivo? ¡Es imposibleque no viera su belleza; tal vez le pareciera profano; pobrecillo!

No sé nada de la región de los huertos que describe. Nunca he visto esa región. Nuestrascolinas sólo manifiestan la llegada del verano por el reverdecer de los helechos y el musgo en laspequeñas hondonadas ocultas; su floración se reserva para el otoño; entonces arden con un brillointenso, sin duda distinto del rubor de los capullos del huerto. Espero ir a Londres a finales delpróximo mes a hacer una visita breve y tranquila. Me temo que el azar no sea tan propicio comopara llevarlo a usted a la ciudad mientras yo esté allí; pero si así fuera, tendría sumo gusto enque me visitara.

Saludos afectuosos a la señora Dobell.Muy atentamente,C. BRONTË

La carta siguiente está fechada en Londres.

2 de junio

Llegué aquí el miércoles, pues me avisaron un día antes de lo que esperaba para que pudieraasistir a la segunda conferencia del señor Thackeray el jueves por la tarde. Fue un auténticoplacer para mí, como supondrás. La dio en Willis’s Rooms, donde se celebran los bailes Almacks:un salón pintado y dorado con grandes sofás a modo de bancos. Dijeron que la audiencia era laflor y nata de la sociedad londinense; y lo parecía. Yo no esperaba que el gran conferenciante mereconociera ni me viera siquiera en tales circunstancias, con duquesas y condesas que lo admiransentadas en hileras delante de él; pero me vio cuando llegué, nos dimos la mano, y me llevó juntoa su madre, a quien yo no conocía y que me presentó. Es una anciana de aspecto juvenil, bella yrefinada; fue muy gentil y me visitó al día siguiente con una de sus nietas.

Thackeray también me visitó, por separado. Mantuve una larga conversación con él, y creoque ahora me conoce un poco mejor que antes: pero de eso aún no puedo estar segura; es unhombre impresionante y extraño. Sus conferencias están haciendo furor. Son una suerte deensayos, caracterizados por su originalidad y vigor personales, y las pronuncia con gusto ydesenvoltura extraordinarios, algo que se siente pero que no puede describirse. Antes de queempezara la conferencia llegó alguien que se sentó detrás de mí, se inclinó hacia adelante y dijo:«Permítame que me presente yo mismo, como yorqueño». Me volví y vi un rostro desconocido y nomuy agraciado que me desconcertó un momento; luego dije: «Es usted lord Carlisle». Asintió, con

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una sonrisa. Habló unos minutos con simpatía y afabilidad.Luego llegó otro individuo con el mismo pretexto, que era de Yorkshire, y resultó ser el señor

Monckton Milnes. Después llegó el doctor Forbes;

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119 me alegré sinceramente de verlo. El viernes fui al Palacio de Cristal. Es un espectáculomaravilloso e impresionante: una mezcla de palacio de los genios y gran bazar, aunque no es muyde mi gusto; me interesó más la conferencia. El sábado vi la exposición de Somerset House. Unamedia docena de cuadros son buenos e interesantes, pero el resto no vale gran cosa. Ayerdomingo, fue un día memorable. Me sentí muy feliz casi todo el tiempo, sin cansancio nidemasiado nerviosismo. Por la tarde fui a oír a D’Aubigné, el gran predicador francésprotestante;

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120 fue agradable, dulce y triste, y extrañamente sugerente oír francés de nuevo. En cuanto ami salud, he estado muy bien hasta ahora, si tenemos en cuenta que no estaba nada bien cuandovine.

La dama que acompañó a Charlotte Brontë a la conferencia de Thackeray a que se refiere diceque poco después de que ocuparan sus asientos se dio cuenta de que él estaba señalando a sucompañera a varios amigos, y que esperó que la señorita Brontë no se diera cuenta. Al poco rato,sin embargo, en el que muchos asistentes se habían vuelto a mirar a la autora de Jane Eyre, laseñorita Brontë dijo: «Me temo que Thackeray me ha preparado una trampa»; pero enseguida seconcentró en la conferencia y estaba demasiado absorta para advertir la atención que le prestaban,excepto cuando se dirigían a ella directamente, como en el caso de lord Carlisle y el señorMonckton Milnes. Cuando terminó la conferencia, el señor Thackeray bajó del estrado, se acercó aCharlotte y le pidió su opinión. Ella misma me lo contó pocos días después, añadiendocomentarios casi idénticos que los que he leído en Villette, donde se describe una escena similarde Paul Emanuel.

Cuando nuestro grupo salía del salón, él se quedó en la entrada; me vio, me reconoció y alzóel sombrero; me tendió la mano al pasar y susurró las palabras: «Qu’en dites-vous?», preguntasumamente característica y que me recordó incluso en ese momento de triunfo suyo, esa inquietudinquisitiva, esa falta de lo que yo consideraba un control de sí mismo aconsejable que se contabaentre sus defectos. No debería haberse preocupado precisamente entonces por saber qué pensabayo, ni lo que pensaba nadie. Pero se preocupaba, y era demasiado natural para disimularlo,demasiado impulsivo para reprimir su deseo. En fin, aunque critique su entusiasmo excesivo meagradó su candor. Le habría alabado; tenía el corazón lleno de elogios; pero, ay, ni una solapalabra en los labios. ¿Quién tiene palabras en el momento oportuno? Balbucí algunas frasesentrecortadas; pero fue un verdadero alivio que se acercaran otras personas a felicitarleefusivamente y salvaran mi deficiencia con su redundancia.

Cuando se disponían a salir de la sala, su compañera advirtió consternada que muchosasistentes estaban alineándose a ambos lados del pasillo por el que tenían que pasar para llegar ala puerta. Sabiendo que la demora haría más dura la prueba, su amiga tomó a la señorita Brontëdel brazo y pasaron entre los admiradores de expresión impaciente. Durante este desfile entre la«flor y nata de la sociedad», a la señorita Brontë le temblaba tanto la mano que su compañeratemió que se desmayara y no pudieran seguir; y no se atrevía a expresarle su comprensión ni aintentar darle ánimos con un gesto o una palabra, por miedo a que eso provocara precisamente loque quería evitar.

¡Semejante manifestación de curiosidad desconsiderada sin duda es una mancha en el honor dela auténtica cortesía! El resto de esta visita a Londres, la más larga que hizo, nos lo contaráCharlotte con sus propias palabras.

Me siento a escribirte esta mañana en un estado de abatimiento indescriptible. Empecéanteayer con un dolor de cabeza cada vez más fuerte que es ya una jaqueca insoportable y que ha

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acabado con un malestar exagerado, y ahora estoy débil y agotada. Creía que mis jaquecas sehabían quedado en Haworth; pero al parecer las traje bien envueltas en mi equipaje y no me handejado ni un momento en paz [...] Desde la última carta que te escribí, he visto algunas cosasdignas de describirse; entre ellas a Rachel, la gran actriz francesa.

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121 Pero la verdad es que hoy no tengo ánimo para hacerlo. Sólo puedo despedirme con todomi cariño.

No puedo afanarme de que Londres me haya sentado bien esta vez; la opresión del dolor decabeza frecuente, el malestar y el desánimo me impidieron disfrutar de los momentos que podríanhaber sido agradables. A veces me resultaba tan duro que sentía la tentación de quejarme alDestino que me obliga a la soledad y al silencio durante once meses al año y en el duodécimo meofrece entretenimiento social pero me priva del vigor y la alegría que me permitirían disfrutarlo.Pero las circunstancias se nos imponen y tenemos que aceptarlo.

Tenía que haber contestado ayer tu carta, pero salí antes de la hora del correo y pasé fuera todoel día. Todos son muy amables conmigo y tal vez después me alegre de lo que he visto, pero en elmomento a veces resulta bastante duro. El jueves, el marqués de Westminster me invitó a unagran fiesta a la que tenía que ir con la señorita D—, una mujer hermosa y creo que también buenapersona; pero decliné la invitación con firmeza. El viernes cené en casa de—, y conocí a laseñorita D— y al señor Monckton Milnes. El sábado fui a oír y a ver a Rachel; un espectáculoprodigioso: terrible, como si la tierra se hubiera abierto a tus pies, revelando una vislumbre delinfierno. Nunca lo olvidaré. Me hizo estremecerme hasta la médula; es como si se hubieraencarnado en ella un demonio. No es una mujer; es una serpiente; es el—. El sábado fui a lacapilla del embajador español, donde el cardenal Wiseman, con su mitra y sus ornamentosarzobispales, hizo una confirmación. Toda la escena era impía y teatral. Ayer (lunes) me vinierona buscar para desayunar con el señor Rogers, el poeta patriarca.122 Allí estaban la señorita D— ylord Glenelg; nadie más: resultó una velada agradable y tranquila, refinada e intelectual. Despuésdel desayuno, sir David Brewster123 pasó a recogernos para acompañarnos al Palacio de Cristal.Me horrorizaba bastante, porque sir David es un científico muy profundo y me temía que resultaraimposible entender sus explicaciones técnicas, etc.; en realidad, no sabía cómo hacerle preguntas.Pero me ahorró la molestia: sin que le preguntara, dio la información de la forma más amable ysencilla. Pasamos dos horas en la exposición, y ya puedes suponer lo cansada que estaba; desdeallí fuimos a la residencia de lord Westminster, donde pasamos otras dos horas viendo lacolección de pintura de su espléndida galería.

Escribe lo siguiente a otra amiga:

No sé si — te habrá dicho que he pasado un mes en Londres este verano. Ya me harás cuandovengas las preguntas que quieras sobre ese punto y yo las contestaré con mi mejor habilidadbalbuceante. No insistas mucho en el tema del Palacio de Cristal. Fui cinco veces y vi algunascosas interesantes, por supuesto, y el efecto es sorprendente y bastante desconcertante; pero enningún momento me sentí lo que se dice arrobada y cada nueva visita se hizo bajo coacción másque por mi propia y libre voluntad. Es un lugar excesivamente bullicioso; y en realidad susprodigios atraen demasiado exclusivamente a la vista, y rara vez llegan al corazón o a la cabeza.Hago una excepción a la última afirmación en favor de quienes poseen amplios conocimientoscientíficos. Una vez fui con sir David Brewster, y me di cuenta de que él contemplaba los objetoscon ojos diferentes de los míos.

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La señorita Brontë regresó de Londres por Manchester y pasó un par de días con nosotros afinales de junio. Hacía tanto calor y ella estaba tan fatigada de las visitas a los lugares de interésen Londres, que pasamos casi todo el tiempo sentadas en casa con las ventanas abiertas,conversando. Sólo hizo un esfuerzo para salir a comprar un regalo a Tabby. Tenía que ser un chalo más bien una pañoleta, que pudiera ponerse por los hombros y el cuello como antaño. Laseñorita Brontë se tomó grandes molestias para encontrar la prenda que creía que le gustaría a laanciana.

Cuando llegó a casa, escribió la carta siguiente a la amiga con quien había estado en Londres:

Haworth, 1 de julio de 1851

Querida señora Smith: Ya estoy otra vez en casa; me complace decir que he encontrado a mipadre muy bien. El viaje a Manchester fue un poco caluroso y polvoriento, pero bastanteagradable por lo demás. Los dos caballeros corpulentos que llenaban buena parte del cochecuando subí yo se bajaron en Rugby, y otras dos damas y yo lo tuvimos para nosotras solas elresto del viaje. La visita a la señora Gaskell fue un alto alentador en el camino. La rectoría deHaworth constituye un contraste considerable, aunque ni siquiera la rectoría de Haworth resultaun lugar sombrío con este luminoso tiempo estival; es bastante silenciosa, pero con las ventanasabiertas oigo los trinos algún que otro pájaro que canta en los espinos del jardín. Mi padre y lassirvientas creen que tengo mejor aspecto que cuando me fui y la verdad es que me siento mejorpor el cambio. Se parece usted demasiado a su hijo para que resulte aconsejable extendermesobre su amabilidad durante mi visita. Sin embargo, una no puede evitar (como el capitán Cuttle)apuntar estas cuestiones.

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124 Papá me dice que le dé las gracias en su nombre y que le envíe saludos de su parte, y porlo tanto así lo hago. Recuerdos a todo su círculo.

Queda suya, muy atentamente,C. BRONTË

8 de julio de 1851

Muy señor mío: Creo que la última conferencia de Thackeray fue la mejor. Lo que dice deSterne es cierto. Sus observaciones sobre los literatos, sus obligaciones sociales y sus deberespersonales también me parecen ciertos y llenos de fuerza moral e intelectual [...] Parece que losdebates de la asamblea internacional sobre derechos de autor

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125 no han sido muy fecundos, a juzgar por el informe de la Literary Gazette. No comprendoque sir E. Bulwer y los demás no hicieran nada; tampoco sé muy bien qué podrían haber hecho. Elargumento expuesto sobre el daño de la literatura nacional americana por el actual sistema depiratería es irrebatible, pero me temo que los editores —hombres honrados— no esténmentalmente preparados para dar a dicho argumento la debida importancia. Creo que influiríamás en ellos lo que se refiere al daño que les ocasiona la opresiva competencia de la piratería.Pero supongo que es difícil cambiar las costumbres arraigadas, sean buenas o malas. En cuantoal «carácter frenológico» no diré nada.

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126 Veo que ha decidido observarlo desde el punto más ventajoso. No diré que mire más alto.Creo que lo ve como es deseable que todos veamos cuanto se refiere a nosotros mismos. Si tuvieraderecho a susurrar un consejo, sería simplemente esto: Sea cual sea su personalidad actual,decida con toda su fuerza de resolución no empeorar. Vigile cualquier indicio de empeoramiento.Determine en cambio mirar por encima de ese nivel y esfuércese por superarlo. Todo el mundoaprecia ciertas virtudes sociales y le agrada el prójimo porque las posee; aunque quizá pocospresten mucha atención a la capacidad del amigo para lo intelectual o se preocupen de que lamisma podría ampliarse si hubiera posibilidad de cultivarla y espacio para su desarrollo. A mí meparece que aun cuando dichas aptitudes y dicho espacio se denegaran por las circunstanciasrigurosas y un destino severo, aun así, le beneficiaría saber claramente y recordar tenazmenteque posee esa capacidad. Cuando otras personas lo abrumen con los conocimientos adquiridosque usted no haya tenido la oportunidad de adquirir o la aplicación para hacerlo, el pensamientono le proporciona orgullo sino apoyo. Si no se hubieran escrito nunca libros nuevos, algunas deesas mentes serían páginas en blanco: sólo reciben impresiones; no nacieron con un registro deideas en el cerebro ni con un instinto de sensaciones en el corazón. Si yo no hubiera visto jamásun libro impreso, la Naturaleza habría ofrecido a mi percepción un panorama variable de uncontinuo narrativo que me habría enseñado conocimiento sencillo pero genuino, sin ningún otromaestro.

Antes de que llegara su última carta había decidido decirle que esperaba no recibir ningunadurante tres meses (con la intención de ampliar esa abstinencia a seis meses), pues recelodepender de esa indulgencia. Usted no puede comprender el motivo, porque no vive mi vida, porsupuesto. Así que no esperaré ninguna carta; aunque como me dice que le gustaría escribirme devez en cuando, no puedo decirle que no lo haga nunca sin imponer a mis verdaderos deseos unafalsedad que rechazarían, y sin someterlos a una violencia que se negarían a aceptar. Diré sóloque cuando le apetezca escribir, ya sea formalmente o como entretenimiento, sus cartas, si llegan,serán bien acogidas. Dígale a — que procuraré cultivar el buen humor tan asiduamente como ellacultiva sus geranios.

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CAPÍTULO X

Charlotte recibió la visita de su amiga poco después de regresar a Haworth. Y durante su estanciaallí escribió la carta de la que he tomado el extracto siguiente. El buen juicio y las opinionesacertadas que sobre el tema de la amistad expone en ella explican a la perfección el afectoperdurable que la señorita Brontë se ganó de todos aquellos que fueron una vez sus amigos.

SR. W. S. WILLIAMS21 de julio de 1851

[...] No pude por menos que preguntarme si Cornhill cambiaría alguna vez para mí comoOxford ha cambiado para usted. Tengo algunas relaciones agradables asociadas con la editorialahora: ¿cambiarán de carácter algún día?

Tal vez lo hagan, aunque confío en lo contrario, porque yo no exagero mis preferencias, creo;y creo que acepto los defectos y las virtudes: las imperfecciones y las excelencias. Y además, en elasunto de la amistad, he observado que el desengaño no se debe a que estimemos demasiado anuestros amigos ni a que tengamos una opinión demasiado elevada de ellos, sino más bien a unavaloración excesiva de su afecto y de la opinión que ellos tienen de nosotros; mas si nos diéramospor satisfechos, e incluso nos sintiéramos felices, ofreciendo más cariño del que recibimos, sipudiéramos sopesar justamente las circunstancias y ser precisos al sacar las conclusiones sindejarnos cegar nunca por el amor propio, creo que conseguiríamos pasar por la vida concoherencia y constancia, sin la amargura de esa misantropía que nace de los cambios repentinosde opinión. Todo esto parece un poco metafísico, pero es puro sentido común si lo piensa bien. Lamoraleja consiste en que si basamos la amistad en fundamentos seguros, tenemos que amar anuestros amigos por su bien más que por el nuestro; tenemos que considerar su fidelidad a símismos por lo menos tanto como su fidelidad a nosotros. En el segundo caso, toda ofensa al amorpropio sería motivo de distanciamiento; en el primero, solamente algún cambio deplorable en elcarácter y predisposición del amigo —alguna ruptura terrible en su lealtad a su lado bueno—enajenaría el afecto.

¡Qué interesante tuvo que ser para usted la charla de su anciana prima sobre sus padres! ¡Yqué gratificante descubrir que el recuerdo se centraba sólo en los hechos y los aspectosagradables! La vida tiene que ser en verdad pausada en esa aldehuela en decadencia entrecolinas cretáceas. En realidad, seguramente es mejor estar agobiado de trabajo en unacomunidad atestada que morir de inactividad en un lugar estancado y solitario: tenga en cuentaesta verdad siempre que se canse del trabajo y el ajetreo.

Charlotte me escribió una carta fechada poco después que la anterior. Y aunque en la mismahace continuas alusiones a lo que debía haberle dicho yo al escribirla, todo lo que suscitó enrespuesta es tan peculiarmente característico que no puedo pasarlo por alto sin citar algunos

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fragmentos:

Haworth, 6 de agosto de 1851

Querida señora Gaskell: Me alegró demasiado su carta, cuando al fin la recibí, para sentirmeinclinada a quejarme ahora por su demora.

Hace unos quince días recibí una carta de la señorita Martineau; una carta larga también, yque trata exactamente los mismos temas que considera usted en la suya; a saber, la Exposición yla última conferencia de Thackeray. Fue interesante comparar los dos documentos —estudiar losdos puntos de vista—, ver alternativamente dos enfoques distintos de lo mismo. La diferencia eramuy notable; y todavía más porque no se trataba del contraste burdo entre bueno y malo, sino deuno más sutil, la diversidad más delicada de los diferentes matices de bueno. Las excelencias deun mismo carácter parecían (pensé yo) las de una panacea universal, de sabor desagradable,quizá, pero muy tonificante; lo bueno de la otra parecía más afín a la eficacia nutritiva de nuestropan de cada día. No es amargo; no es deliciosamente dulce: agrada sin mimar el paladar;sustenta sin forzar la fortaleza.

Estoy muy de acuerdo con usted en cuanto dice. Casi desearía que la armonía de opiniones nofuera tan completa, por mor de la variedad.

Empezaré por Trafalgar Square. Mi gusto coincide plenamente con el suyo y el de Meta

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127 en este punto. Siempre me ha parecido un lugar espléndido (y un paisaje). La vista desde loalto de las escaleras siempre me ha parecido grandiosa e impresionante: la columna de Nelsonincluida; podría prescindir de las fuentes. Y en cuanto al Palacio de Cristal, también piensoexactamente lo mismo que usted.

Y estoy convencida de que habla justamente de la conferencia de Thackeray. Hace bien enprescindir de las comparaciones odiosas, y de impacientarse con esa estupidez trillada acerca de«ninguna novedad»: una jerigonza que sólo demuestra la capacidad de apreciación más burda ydébil de quienes la emplean habitualmente; la incapacidad para discernir el relativo valor deoriginalidad y de novedad; la absoluta falta de esa refinada percepción que, prescindiendo delestímulo de un tema siempre nuevo, puede hallar gratificación suficiente en la frescura deltratamiento. Esos críticos no disfrutarían nunca con una esplendorosa mañana de verano.Ocupados en recriminar a la cocinera por no prepararles un desayuno original y sabroso, seríaninsensibles a la influencia que ejercen normalmente en nosotros el amanecer, el rocío y la brisa:en eso no hay «nada nuevo».

¿Es la experiencia de la familia del señor — lo que ha influido en su opinión sobre loscatólicos? Lo reconozco, no lamento ese cambio inicial. No dudo que haya católicos buenos, muybuenos, pero no creo que el sistema sea de los que deban contar con las simpatías de alguiencomo usted. ¡Fíjese en el papismo quitándose la máscara en Nápoles!

He leído Saints’ Tragedy . Como «obra de arte» me parece muy superior a Alton Locke y aLevadura.

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128 Quizá sea imperfecta, descuidada e irregular, pero tiene partes que tocan las fibras mássensibles de la naturaleza humana con mano fuerte incluso cuando flaquea. Vemos del principioal final (creo yo) que Isabel no tiene ni tuvo nunca una mente perfectamente sana. Desde que eralo que ella misma consideraba con exagerada humildad «una muchacha tonta» hasta el momentoen que yace en el lecho de muerte gimiendo con visiones, una ligera corriente de locura recorretoda su existencia. Está bien: es verídico. Una mente cuerda, una inteligencia sana habríadestrozado contra la pared el poder clerical; habría defendido del mismo sus afectos naturalescomo defiende una leona a sus crías; habría sido tan fiel al esposo y a los hijos como su pequeñaMaggie lo fue a su Frank.

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129 Sólo una mente débil que tuviera algún defecto fatal podría haberse dejado influir como lade esa pobre santa. ¡Pero qué sufrimiento, qué batallas! Pocas veces me hace llorar un libro, perocon éste lloré a lágrima viva. Lo dejé cuando Isabel vuelve la cara hacia la pared, no hacía faltamás.

En esta tragedia se mencionan verdades profundas; pero sólo se mencionan, no sedesarrollan; verdades que despiertan una lástima peculiar. No se trata del sueño de un poeta:sabemos que esas cosas han ocurrido; que las mentes se han visto subyugadas y las vidasasoladas de esa forma.

Recuerdos cordiales y respetuosos al señor Gaskell; todo mi cariño para las niñas, tambiénpara Marianne, aunque no la conozco. ¿Podría dar un besito de mi parte a Julia, esa personillaquerida, pero peligrosa? Me falta un pedacito de corazón que me robó furtivamente la primeravez que la vi.

Todo mi cariño. Atentamente,C. BRONTË

La alusión que hace al final de la carta se refiere a mi hija más pequeña; entre ella y Charlotteexistía un fuerte atractivo recíproco. La niña ponía furtivamente su manita en la de la señoritaBrontë, que no era mucho más grande, y ambas disfrutaban con la caricia supuestamenteinadvertida. Pero una vez que le pedí a Julia que la acompañara y le enseñara el camino a algunahabitación de la casa, la señorita Brontë retrocedió. «No le pida que haga nada por mí. Ha sidomuy agradable hasta ahora que prestara sus pequeños favores de forma espontánea.»

Citaré lo que me dice en otra carta para demostrar sus sentimientos por las niñas.

Siempre que vuelvo a ver a Florence y a Julia me siento como un pretendiente cariñoso perotímido que contempla de lejos a la criatura perfecta a quien su temerosa torpeza le impideacercarse. Ésa es la idea más clara que puedo darle de mis sentimientos hacia los niños que meagradan pero para quienes soy una extraña; ¿y para qué niños no lo soy? Me parecen pequeñosprodigios; su conversación y sus actitudes son tema de especulación entre asombrada ydesconcertada.

Lo que sigue forma parte de una carta larga que me escribió, fechada el 20 de septiembre de1851:

[...] Son bellas esas frases de los sermones de James Martineau;

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130 purísimas y auténticas piedras preciosas, algunas; ideas muy bien concebidas, expresadasa la perfección. Me gustaría mucho ver la crítica que ha hecho del libro de su hermana. No heleído ninguno de los artículos por los que me pregunta, excepto el muy notable sobre laemancipación de las mujeres que publicó el Westminster. ¿Por qué pensaremos (o más bien,sentiremos) usted y yo tan exactamente igual sobre determinados temas, de forma que no podemosdiscutir? Su opinión sobre ese artículo expresa mis pensamientos. Está bien razonado, conclaridad y lógica, pero su abismo de omisión es inmenso; y discordante la vibración en las fibrasmás sensibles del alma. ¿Pero cuál es ese abismo? Creo que lo sé, así que me aventuraré aexplicarlo. Me parece que el escritor olvida que existe algo llamado amor abnegado y devocióndesinteresada. Cuando leí por primera vez el artículo creí que era obra de una mujer inteligente ylúcida que tenía un corazón duro y celoso, músculos de acero y nervios de correjel; de una mujerque anhelaba el poder y que nunca había sentido afecto. El cariño es dulce para muchas mujeres,y les es indiferente el poder conquistado: aunque a todas nos gusta conseguir influencia. Creo queJ. S. Mill haría un mundo árido, duro y sombrío; y sin embargo habla con juicio admirable enbuena parte del artículo: sobre todo cuando dice que si existe una incapacidad natural en lasmujeres para desempeñar el trabajo de los hombres no es necesario hacer leyes sobre el tema;que se les abran todas las carreras; que lo intenten; las que hayan de triunfar, triunfarán, o almenos tendrán una oportunidad justa; las incapaces volverán a su sitio. También abordahábilmente el tema de la «maternidad». En resumen, creo que J. S. Mill tiene una cabezaexcelente, pero me siento inclinada a menospreciar su corazón. Tiene usted razón cuando dice quehay un amplio margen en la naturaleza humana sobre el que los lógicos no tienen el menordominio. Mucho me complace que sea así.

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131Envío en el mismo correo Las piedras de Venecia de Ruskin, y espero que usted y Meta

encuentren pasajes agradables. Algunas partes resultarían áridas y técnicas si no fuera por elcarácter, la extraordinaria personalidad que impregna todas las páginas del libro. Me habríagustado que Marianne me hubiera hablado en la conferencia; me habría alegrado mucho. Medivierte lo que me cuenta de ese duendecillo llamado Julia. Creo que no sabe usted que tienemuchísimo del carácter de su mamá (modificado); creo que lo descubrirá cuando crezca.

¿No es un gran error que el señor Thackeray dé sus conferencias en Manchester encircunstancias y condiciones que excluirán a personas como el señor Gaskell y usted de suaudiencia? A mí su plan londinense me parecía demasiado limitado. Charles Dickens nuncalimitaría así su campo de acción.

Me pide que escriba sobre mí misma. ¿Qué puedo decir sobre tan precioso asunto? Estoy muybien de salud. Y no siempre igual de ánimos. No me ocurre nada. Espero y deseo poco de estemundo y doy gracias por no desanimarme y sufrir más. Gracias por preguntar por nuestraanciana sirvienta. Está muy bien. Le encantó el chal, etc. Me alegra decir que papá también seencuentra muy bien. Reciban usted y el señor Gaskell sus más cordiales saludos y los míos. Concariño y respeto.

Atentamente,C. BRONTË

El otoño no estaba aún muy avanzado cuando los efectos habituales de su vida solitaria y delinsalubre emplazamiento de la rectoría empezaron a manifestarse en forma de jaquecas y nochesen vela, deprimentes e inquietantes. No se extiende en ello en sus cartas; pero la absoluta falta dealegría en el tono y algunas frases arrancadas a la fuerza dicen mucho más de lo que podríanexpresar las palabras. Todos estuvieron enfermos en la rectoría, con fiebre y gripe persistente,como de costumbre. Parece que ella era la más fuerte y tuvo que cargar durante un tiempo contodo el trabajo de la casa.

SR. W. S. WILLIAMS26 de septiembre

Cuando dejé a un lado su carta después de leer con interés la vívida descripción que hace deuna escena muy sorprendente, no pude por menos que lamentar con renovada fuerza una verdadsobradamente conocida pero siempre impresionante; a saber, que es bueno interesarse por cuantonos rodea, vernos obligados a observar más de cerca los sufrimientos, las privaciones, losesfuerzos y las dificultades de los demás. Si vivimos en la plenitud del contento, está bien que nosrecuerden que miles de semejantes padecen una suerte distinta; está bien provocar las simpatíasadormecidas, sacudirse el egoísmo aletargado. Mas si, por otro lado, nos debatimos con el dolorespecial, la prueba íntima, la peculiar amargura con que Dios haya tenido a bien mezclar nuestracopa de la existencia, es muy beneficioso saber que nuestra lúgubre suerte no es singular;apacigua la palabra y el pensamiento atribulados, levanta el ánimo decaído ver claramente antenosotros que hay en el mundo aflicciones sin cuento, cada una de las cuales quizá iguale y

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algunas superen la pena personal por la que somos demasiado proclives a sufrir exclusivamente.Todos esos emigrantes amontonados tenían sus problemas, sus lamentables motivos de

destierro; y usted, el espectador, tenía «sus deseos y pesares», sus angustias, que empañaban lafelicidad del hogar y la dicha doméstica; y el paralelismo podría prolongarse y seguiría siendocierto; seguiría siendo el mismo: una espina clavada en cada uno; una carga, un conflicto paratodos.

Debería y tendría que considerarse seriamente en qué medida es susceptible de mejora esasituación mediante cambios en las instituciones públicas y alteración de los hábitos nacionales:pero ése es un problema que no tiene fácil solución. Los males, como bien señala usted, songrandes, reales y muy obvios; el remedio es oscuro y vago; pero la emigración tiene que ser buenapara la competencia excesiva; la vida nueva en un país nuevo tiene que devolver la esperanza; elcampo más amplio y la menor densidad de población tienen que abrir un nuevo camino para elempeño. Yo siempre he creído que han de acompañar a ese paso grandes poderes físicos deesfuerzo y entereza [...] Me complace realmente saber que ha aparecido en su camino un escritororiginal. La originalidad es la perla más valiosa de la literatura, la virtud más rara y máspreciosa que puede recomendar a un autor. ¿No son sus proyectos literarios para la próximatemporada aceptablemente fecundos y satisfactorios? Me pregunta por «Currer Bell». Me pareceque el hecho de que su nombre no figure en su catálogo de novedades no dejará ningún vacío yque quizá pueda ahorrarse al fin la inquietud de pensar que lo buscan cuando en realidad no es susino aparecer.

Tal vez Currer Bell se queje en secreto de esos asuntos; pero si así fuera, se lo guardaría parasí. Es algo acerca de lo que huelgan las palabras, porque ninguna podría cambiar las cosas: esalgo entre él y su suerte, sus facultades y su destino.

Mi esposo y yo deseábamos que Charlotte nos hiciera una visita antes de que llegara elinvierno; nos escribió así, declinando nuestra invitación:

6 de noviembre

Si alguien pudiera tentarme a salir de casa, serían ustedes; pero precisamente ahora no puedoirme de aquí. Me siento muchísimo mejor que hace tres semanas. He notado que siempre me afectaextrañamente la época del año en que se acerca el equinoccio (de otoño o de primavera) duranteun mes o mes y medio. La presión me afecta anímicamente a veces, y otras físicamente. Tengodolor de cabeza o me sumo en el más profundo abatimiento (aunque no tanto desánimo que nopueda guardármelo). Creo que ese tiempo fatigoso ya ha pasado este año. Así lo espero. Fue elaniversario de la muerte de mi pobre hermano y de la enfermedad de mi hermana: no hace faltaque añada más.

En cuanto a escapar de casa cada vez que tengo que librar una batalla de ese género, noserviría de nada: el destino se cumpliría de todos modos. Y en cuanto a librarse de él, no puedeser. He declinado ir a ver a la señorita—, a la señorita Martineau, y ahora a verlos a ustedes.¡Pero, por favor!, no crean que rechazo su amabilidad; ni que la misma deja de hacer el bien que

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deseaban. Muy al contrario, el sentimiento expresado en su carta, demostrado por su invitación,llega directamente adonde deseaban y sana como desearían que lo hiciera.

La descripción de Fredrika Bremer coincide exactamente con una que he leído en algún sitio,no sé en qué libro. Me reí mucho cuando llegué a la mención de la especial destreza de Frederikaque hace usted con notable sencillez y que en mi opinión es lo que los franceses llamaríanimpayable. ¿Dónde encuentra usted a un extranjero sin algún pequeño inconveniente como ése?Es una lástima.

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132

La señorita Wooler hizo entonces una visita a Haworth que benefició mucho a CharlotteBrontë. Nos dice que la compañía de su invitada fue como «un buen vino» y «muy grata», tantopara su padre como para ella. Pero la señorita Wooler no pudo quedarse mucho tiempo con ella; ycuando se marchó, la monotonía diaria cayó de nuevo sobre Charlotte con todo su peso; los únicosacontecimientos de sus días y semanas consistían en los pequeños cambios que suponían las cartasque recibía de vez en cuando. Ha de recordarse que su salud le impedía muchas veces salir de casaen invierno o cuando el tiempo era inclemente. Era muy propensa a las anginas y al dolor de pechoy problemas respiratorios a la menor exposición al frío.

Recibió entonces una carta muy grata y conmovedora de su última visitante; una carta sencillaen que le daba las gracias por las atenciones y la amabilidad que le habían prodigado, peroterminaba diciendo que hacía muchos años que no había disfrutado tanto como durante aquellosdiez días en Haworth. Este comentario evocó una saludable sensación de modesto placer en lamente de la señorita Brontë; y dice que le sentó bien.

He encontrado una descripción retrospectiva de su visita a Londres en una carta a una amigalejana que escribió por esta época. Es demasiado larga para considerarla una mera repetición de loque había dicho antes; y además demuestra que sus primeras impresiones de lo que vio y oyó noeran vagas y pasajeras, sino que habían resistido las pruebas del paso del tiempo y lasreconsideraciones posteriores.

Pasé unas semanas en la ciudad el verano pasado, como sabes. Y me interesaron de verdadmuchas cosas que vi y oí allí. Lo que sigue más vivo en mi memoria son las conferencias del señorThackeray, la interpretación de mademoiselle Rachel, los sermones de D’Aubigné, Melville yMaurice, y el Palacio de Cristal.

Habrás visto en los periódicos reseñas y comentarios de las conferencias del señor Thackeray;fueron interesantes. No siempre coincidía yo con el parecer expuesto ni las opinionesmencionadas; pero admiraba la soltura caballerosa, el humor discreto, el gusto, la sencillez y laoriginalidad del conferenciante.

La interpretación de Rachel me paralizó de asombro, me encadenó de interés y me estremecióde espanto. La extraordinaria fuerza con que expresa las pasiones más terribles en su másvigorosa esencia constituye un espectáculo tan emocionante como las corridas de toros de Españay las luchas de los gladiadores de la antigua Roma, y en mi opinión, ni un ápice más moral queesos estimulantes de la ferocidad popular. Apenas muestra la naturaleza humana; es algo mássalvaje y peor; los sentimientos y la furia de un demonio. Sin duda posee el don extraordinario dela genialidad; aunque me temo que lo denigra en vez de sacar buen provecho de él.

Los tres predicadores me complacieron sumamente. Melville me pareció el más elocuente yMaurice el más sincero; si tuviera que elegir, frecuentaría el ministerio de Maurice.

Sobre el Palacio de Cristal no necesito hacer comentarios. Ya habrás oído demasiados. Alprincipio me produjo una vaga mezcla de admiración y asombro; pero un día tuve el privilegio derecorrerlo en compañía de un eminente paisano tuyo, sir David Brewster, y cuando le escuchéexplicar con lucidez en su agradable acento escocés muchas cosas que hasta entonces habían sido

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para mí como un libro cerrado, empecé a comprenderlo un poco mejor, o al menos una pequeñaparte del mismo; lo que no sé es si los resultados finales colmarán las expectativas.

Su indisposición cada vez más fuerte la venció al final, pese a todos sus esfuerzos de voluntady de juicio. Procuró olvidar los recuerdos opresivos escribiendo. Los editores le pedían coninsistencia otro libro. Había empezado Villette, pero no tenía fuerza para seguir escribiendo.

No es nada probable —dice— que mi libro esté listo en la fecha que menciona usted. Si lasalud me acompaña, seguiré con él al ritmo que me permita hacerlo, si no bien, al menos todo lobien que pueda. Pero no más deprisa. Cuando el humor me abandona (me ha abandonado ahora,sin dignarse dirigirme una palabra ni dejarme un mensaje indicando cuándo volverá) guardo elmanuscrito y espero que vuelva. Bien sabe Dios que a veces tengo que esperar mucho, muchísimo,me parece a mí. Mientras tanto, si puedo hacerle una petición, sería ésta: por favor, no diga nadade mi libro hasta que esté escrito y obre en su poder. A lo mejor no le gusta. A mí no meentusiasma lo que he escrito hasta ahora, y no hace falta que le diga precisamente a usted que losautores siempre son tiernamente benévolos con lo suyo, e incluso ciegamente parciales. Y auncuando resultara aceptable, sigo considerando desastroso para la prosperidad de un libro efímerocomo una novela que se hable de antemano mucho de él como si fuera grandioso. La gente sueleconcebir, o al menos manifestar, expectativas tan exageradas que ningún resultado puedesatisfacerlas; luego vienen la decepción y la justificada venganza, la detracción y el fracaso. Situviera que pensar en los críticos cuando escribo, sabiendo como sé que están esperando a CurrerBell, dispuestos a «romperle todos los huesos antes de que llegue al fondo de la guarida», se meparalizaría la mano en el escritorio. Lo único que puedo hacer es esforzarme al máximo, cubrirmeluego la cabeza con el manto de la Paciencia y sentarme a sus pies a esperar.

El «humor» del que habla siguió igual; tenía una causa física. Indigestión, náuseas, dolor decabeza, insomnio: se combinó todo hasta producir un abatimiento espantoso. Ocurrió por entoncesun suceso insignificante que no contribuyó mucho a animarla. Fue la muerte del pobre y fielKeeper, el perro de Emily. Había llegado a la rectoría en la plenitud de su vigor juvenil. Hosco yferoz, había encontrado la horma de su zapato en la indómita Emily. Al igual que muchos perrosde su clase, temía, respetaba y amaba profundamente a quien lo dominaba. La había llorado con laconmovedora fidelidad de su naturaleza, sumiéndose en la vejez tras la muerte de ella. Y ahora,como escribía la única hermana Brontë superviviente: «El pobrecito Keeper estuvo enfermo unanoche y murió el lunes pasado por la mañana; se durmió dulcemente. Enterramos su vieja y fielcabeza en el jardín. Flossy (el perro gordo y de pelaje rizado) está taciturno y lo echa de menos.Ha sido muy triste perder al viejo perro; pero me alegra que tuviera un fin natural. La gente nohacía más que insinuar que habría que sacrificarlo, algo que ni papá ni yo queríamos considerarsiquiera».

Cuando la señorita Brontë escribió eso el 8 de diciembre tenía un fuerte catarro y dolor decostado. Su enfermedad se agravó, y el 17 de diciembre ella —tan paciente, silenciosa y sufrida,que tenía tanto miedo de cualquier exigencia egoísta a los demás— tuvo que pedir ayuda a suamiga:

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No puedo ir a verte ahora, pero te agradecería que vinieras tú, aunque fuera sólo unos días. Adecir verdad, lo he pasado bastante mal el último mes. Esperaba mejorar, pero al final me viobligada a recurrir a un médico. Me he sentido a veces muy débil y alicaída y anhelaba compañía,pero no podía convencerme de cometer el acto egoísta de pedírtelo meramente por mi propioalivio. El médico habla de forma alentadora, pero aún no he mejorado. Como la enfermedad hasido progresiva durante mucho tiempo, no puedo esperar que ahora desaparezca de repente. Notengo que guardar cama, pero estoy débil —durante unas tres semanas no he tenido apetito— ylas noches son un infierno. Comprendo perfectamente que el abatimiento intenso y constante tienemucha relación con el origen de la enfermedad; y sé que un poco de compañía animosa mesentaría mejor que montones de medicinas. Si puedes venir, hazlo el viernes. Escríbeme mañana ydime si es posible y a qué hora llegarás a Keighley para que envíe la calesa. No te pido que tequedes mucho tiempo; unos días es todo lo que pido.

Su amiga fue a verla, por supuesto; y su compañía, siempre tan grata para la señorita Brontë,la benefició bastante. Pero las raíces del mal eran demasiado profundas para que un poco de lacompañía alentadora que tan conmovedoramente había suplicado pudiera hacer algo más quemitigarlo un poco.

No tardó mucho en recaer. Estaba muy enferma y los remedios empleados produjeron unefecto extraño en su constitución especialmente sensible. El señor Brontë se preocupó mucho alver a la única hija que le quedaba en aquel estado, reducida a un grado de extrema debilidad porno haber podido ingerir alimentos durante más de una semana. Se recuperó un poco, y tomabacomo único sustento media taza de líquido con una cucharilla de té al día. Pero no guardó camapara no preocupar más a su padre y se debatió sola con paciencia durante las peores horas.

Cuando se estaba recuperando, su ánimo necesitaba ayuda y fue entonces cuando cedió a rogara su amiga que la visitara. Durante todo el tiempo que duró la enfermedad de la señorita Brontë, laseñorita — había querido ir a verla. Pero ella se había negado a aprovecharse de su amabilidad,diciéndole que «ya era bastante agobiarse ella misma; que sería un suplicio molestar a otros».Cuando estaba peor, le dice a su amiga, con cómica ironía, lo descaradamente que habíaconseguido capturar una carta de la señorita — al señor Brontë, pues sospechaba que iba apreocuparle todavía más por la salud de su hija, «y conjeturando el tenor de la misma, se habíaapoderado de su contenido».

Por suerte para todos, el señor Brontë se sintió de maravilla aquel invierno: dormía bien,estaba animado y gozaba de un excelente apetito, todo lo cual parecía indicar vigor; y en eseestado de salud, Charlotte se permitió ir a pasar una semana con su amiga sin inquietud.

Las amables atenciones y la alegre compañía de la familia con quien estuvo fueron un remedioexcelente. Ellos no se preocupaban por ella en absoluto como Currer Bell, sino como CharlotteBrontë, a quien conocían y amaban desde hacía años. Y su debilidad sólo era un nuevo motivopara ser más solícitos con la mujer solitaria a quien conocían desde pequeña como estudiantehuérfana de madre.

La señorita Brontë me escribió por entonces explicándome algo de lo que había sufrido.

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6 de febrero de 1852

La verdad es que el pasado invierno ha sido una temporada extraña; si tuviera que vivirlo otravez, mi plegaria sería por fuerza: «Aparta de mí este cáliz». La depresión anímica que en miúltima carta le comentaba que creía haber superado, volvió con un fuerte retroceso. Siguiócongestión interna y luego inflamación. Tenía un dolor fuerte en el costado derecho, ardor y dolorfrecuente en el pecho; el sueño me abandonó casi por completo y cuando llegaba lo hacíaacompañado de pesadillas espantosas; el apetito se desvaneció y la fiebre me acompañabacontinuamente. Tardé bastante tiempo en decidir que tenía que pedir consejo médico. Creía que elmal me había afectado los pulmones y no confiaba en la eficacia de las medicinas. Cuando al finconsulté a un médico, declaró que tenía los pulmones y el pecho sanos y atribuyó todos mis malesa una afección del hígado, órgano en el que parece que había empezado la inflamación. Eldiagnóstico fue un gran alivio para mi padre y también para mí; pero tuve que someterme a untratamiento bastante estricto y estaba muy débil. Todavía no estoy bien del todo, pero ya puedodecir con gratitud que estoy muchísimo mejor. Parece que voy recuperando el sueño, el apetito ylas fuerzas.

Le interesó mucho que le permitieran una primera lectura de Esmond, y expuso sus opinionessobre el tema en una carta crítica al señor Smith, que le había concedido este privilegio.

14 de febrero de 1852

Muy señor mío: Ha sido un gran placer leer la obra del señor Thackeray; y ahora expreso tanpocas veces mi sentido de la amabilidad que, por una vez, tendrá que permitirme sin reproche quele agradezca un placer tan raro y especial. Pero no voy a alabar al señor Thackeray ni su libro.Lo he leído, he disfrutado, me ha interesado y, en realidad, me ha provocado tanta ira y pesarcomo gratitud y admiración. Y, de todos modos, es imposible dejar un libro suyo sin queaparezcan esos dos últimos sentimientos, sea cual sea el tema o tratamiento. Lo que más me haimpresionado de la primera mitad del libro es la forma prodigiosa en que el autor se sumerge enel espíritu y las letras de la época que trata; las alusiones, las ilustraciones, el estilo, todo meparece magistral en precisión, armoniosa coherencia, sutileza, naturalidad y absoluta falta deexageración. Ningún imitador de segunda fila puede escribir así; ningún cronista torpe puedeencantarnos con una alusión tan delicada y perfecta. ¡Pero qué amarga sátira, qué disecciónimplacable de sujetos morbosos! Y en realidad, también eso es correcto, o lo sería si el ferozcirujano no pareciera tan complacido con su obra. A Thackeray le gusta abrir una úlcera o unaneurisma; disfruta manejando el cruel bisturí y sondeando la carne temblorosa y viva. AThackeray no le gustaría que el mundo fuera bueno: a ningún gran satírico le gustaría que lasociedad fuera perfecta.

Y es tan injusto como siempre con las mujeres; muy injusto. Creo que se merece cualquiercastigo por hacer a lady Castlewood mirar por el ojo de la cerradura, escuchar junto a una puertay tener celos de un muchacho y una lechera. He advertido muchos otros detalles lamentables y

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exasperantes mientras leía; pero luego, de nuevo, llegaban pasajes tan reales, tan perfectamenteconcebidos, tan tiernamente sentidos, que no podía por menos que olvidar y admirar.

* * *

Pero me gustaría que le dijeran que no se preocupe mucho por extenderse en las intrigasreligiosas y políticas de la época. En su fuero interno, Thackeray no valora las intrigas religiosasy políticas de ninguna época o fecha. Le gusta mostrarnos la naturaleza humana al natural, talcomo la ve él a diario; su prodigiosa facultad de observador se complace en la acción. En él escomo una suerte de capitán o caudillo; y si alguna vez algún pasaje de su obra carece de interéses cuando esa capacidad magistral queda relegada a un segundo plano por un tiempo. Creo que eslo que ocurre en la primera parte de este libro. Hacia la mitad, deja el control, vuelve en sí y tienefuerza hasta el final. Ahora todo depende de la segunda y la tercera parte. Si son inferiores a laprimera en sustancia e interés, no podrán ser un éxito. Si la continuación es mejor que elcomienzo, si la corriente gana fuerza al avanzar, Thackeray triunfará. Algunos han dado enllamarle el segundo escritor del momento; de él depende que esos críticos vean o no justificado eltítulo. No tiene por qué ser el segundo. Dios no lo creó segundo de nadie. Yo en su lugar memostraría tal como soy, no como los críticos me presentaran; de todos modos, me esforzaría almáximo. Gracias una vez más. Queda suya, muy atentamente,

C. BRONTË

La salud de la señorita Brontë siguió impidiéndole concentrarse en la escritura como deseabadurante muchas semanas después del cólico que había sufrido. Los pocos acontecimientos quedespertaron su interés en este tiempo no la animaron mucho. En marzo recibió la noticia de lamuerte del pariente de una amiga en las colonias; la carta siguiente indica el temor que laconsumía.

La semana pasada recibí una carta de M—, en la que me comunicaba la muerte de E—; unacarta larga, que expresaba su sencilla, profunda y auténtica emoción y que me destrozó el alma;sólo me he atrevido a leerla una vez. Abrió heridas medio cicatrizadas con fuerza terrible. Ellecho de muerte era el mismo, los jadeos, etc. Ella teme que ahora, en su espantosa soledad, sevolverá «una mujer egoísta, dura y severa». Este temor dio en el blanco; yo lo he sentido una yotra vez; ¿y cuál es mi posición con relación a M—? ¡Que Dios la ayude, como sólo Él puedehacerlo!

Su amiga siguió instándola a que saliera de casa; no le faltaban invitaciones para hacerlocuando esos accesos de abatimiento hacían presa en ella. Pero no se permitía esas indulgencias amenos que fuera absolutamente necesario por su estado de salud. Tenía pavor a recurrir siempre alestímulo del cambio de escenario y la compañía, por la reacción irremediable que seguía. A sumodo de ver, estaba destinada a llevar una vida solitaria y tenía que aceptarlo y procurar adaptarsea ella armoniosamente. Todo iba relativamente bien cuando podía dedicarse a la escritura. Lospersonajes eran sus compañeros en las horas de silencio que pasaba sola, a veces sin poder salir de

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casa durante días. Los intereses de los personajes de sus novelas suplían la falta de interés de supropia vida; y Memoria e Imaginación realizaban su cometido y dejaban de corroer sus energíasvitales. Pero muchas veces no podía escribir, no podía ver a sus personajes ni oírlos hablar; eldolor de cabeza los ocultaba como una bruma densa; eran inexistentes para ella.

Eso le ocurrió durante toda aquella primavera; y Villette siguió paralizada, a pesar de laimpaciencia con que esperaban sus editores que se la entregara. Incluso las cartas a su amiga sonescasas y breves en esa época. Encuentro en ellas alguna que otra frase que puede extraerse y quemerece la pena conservar:

La carta de M— es muy interesante; revela una inteligencia que no puedo por menos queadmirar sinceramente. Compara su fortaleza serena y confiada con la dependencia vacilante de lapobre—. No recuerdo que cuando ésta se hallaba en su primer arrebato de dicha se desahogaranunca en expresiones de gratitud a Dios. Su desconfianza y sus dudas sobre la felicidad propiasiempre te hacían compadecerla. M— tiene fe; una fe agradecida y satisfecha; ¡y qué consideradaes con los demás aunque esté contenta consigo misma!

23 de marzo de 1852

Me dices, querida E—, que a menudo deseas que charlara por escrito, como haces tú. ¿Cómovoy a hacerlo? ¿Sobre qué temas? ¿Es acaso mi vida fecunda en temas de conversación? ¿A quiénveo yo? ¿Qué visitas hago? No, tú tienes que hablar y yo tengo que limitarme a escuchar diciendo«sí» y «no» y «¡gracias!» por el esparcimiento de cinco minutos.

* * *

Me divierte tu interés por la política. No esperes provocarme; todos los ministerios y todas lasoposiciones me parecen absolutamente iguales. Disraeli ha sido un dirigente de la oposiciónfaccioso. Y lord John Russell lo será ahora que ocupa el lugar de Disraeli. El «amor y el espíritucristianos» de lord Derby no valen un centavo.

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133

SR. W. S. WILLIAMS25 de marzo de 1852

Muy señor mío: El señor Smith me dio a entender hace poco que pensaba hacer una reedición deShirley. He revisado la obra y le adjunto una lista de erratas. He enviado también por ferrocarriluna caja con libros de Cornhill.

He leído últimamente Dos familias con sumo placer. Creo que tenía que haber recibido esaobra en enero; pero la retuvieron en el departamento de cartas no reclamadas durante casi dosmeses por algún error. El principio me gustó muchísimo; pero, a mi entender, el final no llega nimucho menos al nivel de Rose Douglas. Me parece que la autora

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134 comete el error de desviar el foco de atención de los dos personajes en que lo centraprimero (es decir, Ben Wilson y Mary) a otros mucho menos estructurados. Si hubiera hecho aMary y a Ben los protagonistas y hubiera seguido el desarrollo de sus fortunas y caracteres en lamisma vena natural y sincera en que comienza, podría haber conseguido un libro excelente eincluso original. En cuanto a Lilias y Ronald, son meras fantasías románticas que no tienen nadadel genuino campesino escocés; ni siquiera hablan su dialecto; parlotean como una dama y uncaballero refinados.

Tendría que haberle expresado hace mucho la satisfacción con que leí Mujeres delcristianismo de la señorita Kavanagh. Su caridad y objetividad son en conjunto muy bellas.

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135 En realidad, toca muy de pasada el tema de Isabel de Hungría; y es evidente quemalinterpreta el hecho de que parece la caridad protestante inferior que la de los católicos.Olvida, o ignora, que el protestantismo es un credo más discreto que el catolicismo; que no viste asu clero de escarlata ni santifica a sus mujeres, ni canoniza sus nombres ni proclama sus buenasobras. Sus limosnas quizá no se registren, pero en el Cielo llevan la cuenta como aquí en la tierra.

Recuerdos a su familia; espero que hayan capeado sin problema el crudo invierno y losvientos del Este que todavía cortan nuestra primavera en Yorkshire.

Saludos, atentamente,C. BRONTË

3 de abril de 1852

Muy señor mío: La caja llegó sin novedad; muchas gracias por el contenido; la selección esexcelente.

Como quería saber mi opinión sobre La escuela para padres,

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136 me apresuré a leerlo. Me parece lúcido, interesante y muy divertido, y creo que en generalgustará. Tiene mérito la elección de un tema que aún no está trillado; la relativa frescura delmismo, el personaje y la época dan cierto interés a la narración. Creo que también expone deforma gráfica las situaciones, describiendo con vivo talento todo lo visible y tangible: lo que se veen la superficie de las cosas. Creo que el humor quedaría muy bien en el escenario; a mi entender,casi todas las escenas requieren accesorios dramáticos para lograr un efecto completo. Pero meparece que, en justicia, no se puede pasar de ahí en cuanto a elogios. Hablando con franqueza, alleer la historia sentí una prodigiosa vaciedad en la moral y el sentimiento; una extrañasuperficialidad de aficionada en cuanto al propósito y la intención. Al fin y al cabo, Jack no esmucho mejor que Tony Lumpkin,

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137 y no existe un margen de elección muy grande entre el payaso que es y el lechuguino quesu padre quiere que sea. La burda vida material del viejo cazador de zorros inglés y la existenciafrívola de caballero elegante presentan dos extremos, cada uno tan repugnante a su modo que unase siente inclinada a sonreír ante la visión sentimental de la suerte de un joven obligado a pasarde uno a otro; arrancado de las caballerizas, quizá para entrar en la sala de baile. La muerte deJack es lamentable, sin duda, y es triste el prematuro final del pobre muchacho; pero no hay queolvidar que si no lo hubieran arrojado al arma del coronel Penruddock, seguramente se habríapartido el cuello en una cacería. El personaje de sir Thomas Warren es excelente; coherente delprincipio al fin. El del señor Addison no está mal, aunque es esquemático, un simple esbozo; lefalta colorido y acabado. Vemos el retrato del hombre, su atuendo, y anécdotas fragmentarias desu vida; ¿pero dónde están la naturaleza del hombre, su alma y su ser? No haré comentarios sobrelos personajes femeninos; ni una palabra; sólo el de Lydia me parece el de una pequeña actriz,lindamente ataviada, que hace entradas y mutis graciosamente, y vuelve a aparecer en unacomedia de enredo, asumiendo los sentimientos propios de su papel con tacto e ingenuidadapropiados, y nada más.

Su descripción del hombre de negocios modélico es bastante real, no lo dudo; pero notemamos que la sociedad vaya a ser siempre así; la naturaleza humana (aunque mala), enrealidad tiene aspectos que lo impiden. Aunque la misma tendencia a esa consumación (latendencia del mercado actual, me temo) indudablemente causa mucho sufrimiento. No obstante,cuando el mal de la competencia pasa de cierto límite, ¿no produce a su debido tiempo su propioremedio? Supongo que lo hará, pero mediante alguna crisis convulsa que lo destrozará todo a sualrededor como un terremoto. Entretanto, ¡para cuántos es una lucha la vida, reducidos el placery el descanso, y el trabajo mucho más de lo que puede soportar la naturaleza! A veces pienso queeste mundo sería el más espantoso enigma si no creyéramos firmemente en una vida futura en queel esfuerzo consciente y el dolor paciente hallarán su recompensa. Reciba mis más cordialessaludos. Muy atentamente,

C. BRONTË

En una carta a su antigua compañera de Bruselas hace un breve examen retrospectivo deldeprimente invierno que había pasado.

Haworth, 12 de abril de 1852

[...] He luchado durante todo el invierno y parte de la primavera, a veces con gran dificultad.Mi amiga estuvo unos días conmigo en la primera parte de enero; no pudo quedarse más. Me sentímejor durante su visita, pero poco después de marcharse tuve una recaída que me debilitó mucho.No puede negarse que mi situación de soledad agravó muchísimo los otros males. Hubo largosdías y largas noches tormentosos en que sentí un anhelo indescriptible de ayuda y compañía. Nopodía dormir, y pasaba en vela noche tras noche, débil, y sin poder distraerme con nada. Pasabalos días sentada en mi silla con los recuerdos más tristes por única compañía. Nunca olvidaré esetiempo; pero Dios me lo envió, y habrá sido para mi bien.

Ahora estoy mejor; y doy gracias por haber recuperado una salud aceptable; sin embargo,

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parece que siempre tiene que haber alguna aflicción y papá, que ha gozado de excelente saluddurante todo el invierno, está ahora con su bronquitis primaveral. Deseo con toda mi alma que nopase de la forma relativamente leve en que se ha manifestado hasta ahora.

No olvidaré contestar tu pregunta sobre las cataratas. Dile a tu papá que mi padre teníasetenta años cuando se sometió a la operación; le costó muchísimo decidirse. No podía creer quea su edad y con su falta de energía pudiera salir bien. Me vi obligada a ser muy decidida y asumirtoda la responsabilidad. Han pasado ya casi seis años desde la extracción (no fue una simplereducción); y no lo ha lamentado ni una sola vez en todo ese tiempo ni pasa un día en que nomanifieste su gratitud y satisfacción por haber recuperado el inestimable privilegio de la visióncuya pérdida conoció.

Yo había explicado a la señorita Brontë en una de mis cartas el esquema de la historia en queestaba trabajando entonces, y ella me contesta lo siguiente:

Me parece magnífico el esbozo que hace de su obra (respecto a la cual, por supuesto, estoymuda); y su objetivo puede ser tan útil en cuanto al resultado práctico como loable y justa en suorientación teórica. Un libro así puede devolver la esperanza y la energía a muchas personas quecreen haber perdido el derecho a ambas; y abrir una vía clara del esfuerzo honorable a algunasque creen haber perdido todo el honor en esta vida.

Pero ¡escuche mi protesta!¿Por qué tiene que morir ella? ¿Por qué vamos a tener que cerrar el libro llorando?Me acongoja la sola idea del dolor que tendrá que soportar. Y sin embargo ha de seguir usted

el impulso de su propia inspiración. Si la misma ordena la muerte de la víctima, ningún curiosotiene derecho a tender la mano para sujetar el cuchillo expiatorio; pero la considero unasacerdotisa severa en esos asuntos.

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138

Con el tiempo más templado, Charlotte mejoró de salud y pudo escribir. Se dispuso a realizarel trabajo que tenía ante sí con renovado vigor; y sacrificó el placer por el trabajo constante.Escribe lo siguiente a su amiga:

11 de mayo

Querida E—: He de atenerme a la resolución de no visitarte y de que no me visites demomento. Quédate en B. hasta que vayas a S., como me quedaré yo en Haworth; tan francadespedida ha de hacerse con el corazón además de con los labios y quizá así resulte menosdolorosa. Me alegra que haya cambiado el tiempo; el regreso del viento del Suroeste me sientabien; espero que tú no tengas motivo para lamentar la partida de tu viento del Este preferido. Nome sorprende lo que me cuentas de—. He recibido muchas notas breves (de las que contesto unade cada tres) que respiran el mismo espíritu. Ella y el niño son los únicos temas absorbentes sobrelos que las variaciones llegan al hastío. Pero supongo que no hay que hacer mucho caso, ni creerque es algo singular. Y me temo que tampoco cabe esperar que mejore. He leído hace poco unafrase en un libro francés que viene a cuento: «el matrimonio puede definirse como un estado dedoble egoísmo». Que se consuelen los solteros, por consiguiente. Gracias por la carta de Mary.Parece muy feliz. Y no sabes cuánto más real, duradera y justificada me parece su felicidad que lade—. Creo que se debe en buena medida a sí misma y a su carácter religioso, confiado, puro ysereno. En cambio — siempre me da la impresión de arrobamiento vacilante e inseguro, quedepende por completo de las circunstancias con todas sus fluctuaciones. Si Mary llega a sermadre, verás entonces un contraste mayor.

Te deseo toda la salud y placer del mundo en tu visita, querida E.; y por lo que se puede juzgarahora, parece que hay muchas posibilidades de que el deseo se cumpla. Todo mi cariño,

C. BRONTË

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CAPÍTULO XI

El lector recordará que Anne Brontë había recibido sepultura en el cementerio de la antigua iglesiade Scarborough. Charlotte dio instrucciones para que colocaran una lápida; pero durante aquelinvierno de soledad, sus tristes y angustiosos pensamientos la habían llevado una y otra vez alescenario de aquel último gran dolor, y se había preguntado si se habrían prestado todos losservicios debidos a la memoria de la difunta, hasta que al fin había tomado la decisión silenciosade ir a ver por sí misma si la lápida y la inscripción estaban en perfectas condiciones deconservación.

Cliffe House, Filey, 6 de junio de 1852

Querida E—: Estoy en Filey completamente sola. No te enfades, la decisión es correcta. Lopensé bien y lo decidí con la debida deliberación. Necesitaba un cambio de aires; había razonespor las que no debía ir al Sur y por las que tenía que venir aquí. El viernes fui a Scarborough,visité el cementerio y la tumba. Hay que arreglar la lápida y volver a grabarla; la inscripcióntiene cinco errores. He dado las instrucciones necesarias. Así que ya he cumplido ese deber; eraalgo que me preocupaba mucho hace tiempo; y era un peregrinaje que creía que tenía que hacersola.

Estoy en nuestro antiguo alojamiento de la señora Smith; pero no en las mismas habitaciones,sino en los apartamentos de precio más módico. Creo que se han alegrado de verme, parece queguardaban un recuerdo claro y grato de las dos. La hija que nos atendía acaba de casarse. Fileyme parece muy cambiado; han construido más casas de huéspedes, algunas preciosas; el marconserva todo su esplendor. Paseo mucho por la playa y procuro no sentirme triste y desolada. Nohace falta que te diga lo mucho que te añoro. Me he bañado una vez; creo que me sentó bien;quizá me quede quince días. Todavía hay muy poca gente. Una tal lady Wenlock está en la casagrande cuyos inquilinos solías observar tú con tanta atención. Un día salí con la idea de llegarhasta el puente de Filey, pero me asustaron dos vacas y tuve que dar la vuelta. Me propongointentarlo de nuevo alguna mañana. Dejé a papá bien. Lo he pasado bastante mal con la jaqueca yun leve dolor de costado desde que estoy aquí, pero creo que se debe al viento, que ha sido muyfrío últimamente; ya me encuentro mejor. ¿Te envío los papeles como siempre? Escríbeme avuelta de correo y dímelo; cuéntame también todo lo que se te ocurra.

Todo mi cariño,C. BRONTË

Filey, 16 de junio de 1852

Querida E—: No te preocupes por mí. De verdad creo que me encuentro mejor por mi estancia

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en Filey; que me ha sentado mejor de lo que me hubiera atrevido a esperar. Creo que si pudieraquedarme aquí dos meses y disfrutar de algo así como un trato social alentador además delejercicio y del aire puro, recuperaría completamente la salud. Pero eso no es posible; aunque mesiento muy agradecida por el bien recibido. Me quedaré otra semana.

Remito la carta de—. Lo siento por ella, creo que sufre; pero no me gusta mucho su forma deexpresarse [...] El pesar y la alegría se manifiestan de formas muy distintas en las diferentespersonas; y no dudo de que ella sea sincera y hable en serio cuando se refiere a su «amadísimo ysanto padre», pero me gustaría que empleara un lenguaje más sencillo.

El señor Brontë enfermó gravemente poco después de que Charlotte regresara de Filey. Ella seasustó mucho. Durante unos días temieron que se quedara ciego, y él se sumió en un profundoabatimiento. Su hija escribe:

El desánimo que acompaña a todo lo que parezca una recaída es casi lo más difícil decontrolar. Querida E—, eres muy bondadosa ofreciéndome tu compañía; pero descansa tranquiladonde estás; te aseguro que precisamente ahora y en estas circunstancias no siento la falta decompañía ni de ocupación; no tengo tiempo para nada, ni puedo pensar en nada. [...] Poco puedocomentar sobre el principal tema de tu última carta; no necesitas consejos: por lo que puedojuzgar, creo que sabes aceptar estas pruebas con buen ánimo y sensatez. Sólo puedo rezar paraque no te falte esa mezcla de fortaleza y resignación. Conformidad, valor, ejercicio cuando seaposible, ésas parecen ser las armas con que tenemos que librar la larga batalla de la vida.

Supongo que durante ese tiempo de preocupación por su padre en que no podía pensar en otracosa recibió una carta de sus editores preguntándole cómo iba la obra que sabían que estabaescribiendo, porque he encontrado la carta siguiente al señor Williams, en que hace referencia aalgunas condiciones propuestas por Smith y Elder.

SR. W. S. WILLIAMS28 de julio de 1852

Estimado señor Williams: ¿Tienen previsto publicar la nueva edición de Shirley pronto? ¿Nosería mejor aplazarla un tiempo? Referente a una parte de su carta, permítame exponerle estedeseo —y espero que no piense que salgo de mi posición de autora e invado los planes de laeditorial—: que no se haga ningún anuncio de un nuevo libro de la autora de Jane Eyre hasta queel manuscrito obre en poder de mis editores. Tal vez ninguno de nosotros pueda hablar condecisión en lo que atañe al futuro; pero para algunas personas, entre las que me incluyo, nunca seobserva cautela suficiente en esos cálculos. Ni puedo adoptar yo un tono apologético al hacerlo.Quien hace cuanto puede, obra correctamente.

El otoño pasado avancé mucho durante un tiempo. Me aventuré a pensar en la primaveracomo el periodo de la publicación: la salud me falló. Pasé un invierno que le aseguro que,habiéndolo experimentado una vez, no lo olvidaré nunca. La primavera fue poco mejor que unaprolongación del sufrimiento. El tiempo templado y una visita al mar me han sentado muy bien

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físicamente. Pero aún no he recuperado la vitalidad ni el flujo de la energía para escribir. Claroque poco importaría que fuera de otra forma, porque de momento tengo que dedicar todo mitiempo y todos mis pensamientos a cuidar a mi padre, cuya salud se halla ahora en un estado muycrítico, pues el calor le ha producido hemorragia cerebral.

Un saludo cordial,C. BRONTË

La convalecencia del señor Brontë se estabilizó bastante antes de finales de agosto; él queríareanudar sus obligaciones parroquiales enseguida, pero su hija se lo impidió prudentemente. El 14de septiembre murió el «gran duque», el héroe de la infancia de Charlotte, como hemos visto; perono he encontrado más referencia a él en esta época que el siguiente extracto de una carta a suamiga:

Espero y deseo que los cambios que has hecho este verano te beneficien de forma permanente,a pesar del dolor con que se han mezclado tan a menudo. Pero me alegra que vuelvas a casapronto; y en realidad, tengo que esforzarme para no decir lo mucho que deseo que llegue elmomento en que pueda recibirte en Haworth sin impedimentos ni obstáculos. Pero, ¡ay!, no sigo;estoy preocupada —imposibilitada—, muy deprimida a veces. De momento, sin embargo, no hayque insistir en el tema. Me agobia demasiado —casi— y dolorosamente. Ahora menos que nuncapuedo saborear o conocer ningún placer hasta que acabe este trabajo. Y sin embargo a veces meincorporo en la cama de noche pensando en ti y te echo mucho de menos. Gracias por el Times;está muy bien lo que dice del importante y lamentable suceso. Parece que de repente toda lanación tiene una opinión justa de ese gran personaje. También había una reseña de un libroamericano que me pareció interesante, La cabaña del tío Tom; aunque quizá la leyeras.

La salud de papá sigue siendo satisfactoria, ¡gracias a Dios! En cuanto a mí, el dichosohígado volvió a las andadas últimamente, aunque espero que ahora se comporte mejor; me impidetrabajar; merma mi capacidad y mi sensibilidad. Tendré que contar con ello de vez en cuando.

Haworth seguía siendo tan insalubre como siempre; y tanto la señorita Brontë como Tabbypasaron las epidemias del momento. La primera tardó más en superar las secuelas de suenfermedad. En vano decidió no permitirse ninguna compañía ni cambio de escenario hasta que noacabara la novela. Estaba enferma para escribir; y con la enfermedad volvió la pesadumbre, losrecuerdos del pasado y las aprensiones respecto al futuro. Al final, el señor Brontë manifestó tanintenso deseo de que pidieran a su amiga que fuera a visitarla, y a ella le parecía tanabsolutamente necesario un poco de ánimo, que el 9 de octubre le rogó que fuera a Haworth, sólopor una semana.

Creía que soportaría el sacrificio hasta que terminara el libro, pero veo que es imposible. Elmanuscrito se niega a avanzar, y esta soledad excesiva me agobia demasiado. Así que permítemever tu amado rostro, querida E., durante una semana vivificante.

Sólo aceptó la compañía de su amiga el tiempo especificado. El 21 de octubre escribe así a la

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señorita Wooler:

E— me ha acompañado sólo una breve semana. No acepté que se quedara más tiempo porqueestoy disgustada conmigo misma y con mis demoras; y creo que fue una debilidad ceder a latentación de pedirle que viniera; pero la verdad es que estaba muy desanimada, postrada a veces,y que ella me ha hecho un bien indescriptible. Me pregunto cuándo volveré a verla a usted enHaworth; tanto mi padre como las sirvientas han manifestado una y otra vez el deseo de que lainvitemos a venir durante el verano y el otoño, pero yo siempre he hecho oídos sordos. «Todavíano —me decía—, primero quiero ser libre»; antes la obligación que la devoción.

La visita de la señorita — la animó mucho. La grata compañía durante el día produjo mientrasestuvo allí la insólita bendición del descanso tranquilo por la noche; y cuando se marchó su amiga,se sentía lo bastante bien para «ponerse manos a la obra» y escribió casi sin parar la historia deVillette hasta que terminó. Parece que envió la primera parte del manuscrito con la carta siguienteal señor Smith:

30 de octubre de 1852

Muy señor mío: Tiene que comunicarme sinceramente lo que le parece Villette cuando lo lea.No sabe cuánto deseo conocer alguna opinión aparte de la mía, y lo desalentada, desesperada aveces, que me he sentido porque no había nadie a quien pudiera leerle una línea o pedirle consejo.No escribí Jane Eyre en estas circunstancias; ni dos tercios de Shirley. Me sentía tan desanimada,que no podía soportar ninguna alusión al libro. Todavía no está terminado; pero ahora tengoesperanza. Y en cuanto a la publicación anónima, diré lo siguiente: si el ocultar el nombre delautor perjudicara de algún modo los intereses de la editorial, o redujera los pedidos de loslibreros, etc., no insistiría en ello; pero si tal perjuicio es aleatorio, agradecería muchísimo laprotectora sombra del anonimato. Ya me parece imaginar los anuncios en grandes letras: «NuevaNovela de Currer Bell» o «Nueva Obra del Autor de Jane Eyre». Pero sé muy bien que éstos sontrascendentalismos de una infeliz retirada; así que tiene que hablarme con franqueza [...] Mecomplacería ver Coronel Esmond.

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139 Mi objeción a la segunda parte es ésta: me pareció muy evidente que contenía demasiadahistoria y poca trama.

En otra carta sobre Esmond emplea las siguientes palabras:

Me parece que el tercer volumen es el que posee más brillo, ímpetu e interés. Del primero y elsegundo, mi opinión es que tenían partes admirables; pero su defecto era que conteníandemasiada Historia y muy poca Trama. Creo que una obra de ficción tiene que ser una obra decreación: que lo real debiera introducirse con moderación en las páginas dedicadas a lo ideal. Elsencillo pan casero es mucho más sano y necesario que el pastel; ¿pero a quién le gustaría ver lahogaza morena en la mesa como postre? El autor nos da una buena ración de excelente panmoreno en el segundo volumen. En el tercero, sólo un poco para añadir sustancia, como migas depan en un budín de pasas bien hecho y no demasiado sabroso.

La carta al señor Smith en que aludía a Esmond y que me recordó la cita anterior, continúa así:

Ya verá que Villette no trata de ningún tema de interés público. No puedo escribir libros sobretemas de actualidad; es inútil intentarlo. Ni puedo escribir un libro por su moraleja. Ni puedoseguir un esquema filantrópico, aunque respete la filantropía; y voluntaria y sinceramente mecubro la cara ante un tema tan grandioso como el que se plantea en La cabaña del tío Tom, de laseñora Beecher Stowe. Para tratar bien esos grandes temas hay que estudiarlos mucho y de formapráctica, conocer a fondo sus aspectos y sentir genuinamente sus males; no pueden abordarsecomo una cuestión de negocios y una especulación comercial. Estoy segura de que la señoraStowe había sentido el hierro de la esclavitud clavársele en el corazón desde niña, mucho antes deque pensara siquiera en escribir libros. El sentimiento de toda su obra es sincero y no artificial.No deje de ser un crítico sincero de Villette y dígale al señor Williams que sea implacable: no esque vaya a cambiar nada, pero me gustaría saber su opinión y la de usted.

SR. G. SMITH3 de noviembre

Muy señor mío: Muchísimas gracias por su carta; ha sido un gran alivio, pues me abrumabanlas dudas acerca de lo que le parecería Villette a otros. Sé que puedo confiar plenamente en suopinión favorable porque tiene toda la razón en los errores que indica. Ha marcado exactamenteal menos dos puntos en que yo sabía que había un defecto: la incoherencia, la falta de armoníaperfecta entre la niñez y la edad adulta de Graham, la desmañada brusquedad del cambio de sussentimientos hacia la señorita Fanshawe. Recuerde, sin embargo, que en secreto habíaconsiderado a esa joven durante un tiempo a un nivel algo inferior, poniéndola un poco pordebajo de los ángeles. Pero aun así tendría que habérselo indicado mejor al lector para que loviera como una preparación para el cambio de talante. En cuanto a los planes de publicación, losdejo a Cornhill. Indudablemente hay cierta fuerza en lo que dice usted sobre lo inconveniente defingir un misterio que no puede sostenerse: así que tendrá que obrar como mejor le parezca.

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También acepto los anuncios en letras grandes, aunque de mala gana, y con cierto deseo deocultarme como un avestruz. Casi toda la tercera parte está dedicada al desarrollo del carácterdel «Profesor rezongón». Lucy no se casará con el doctor John. Es demasiado joven, apuesto,animoso y simpático; en realidad, es un prodigio de la Naturaleza y la Fortuna y ha de ganar unpremio en la lotería de la vida. Su esposa tiene que ser joven, rica, y guapa; hay que hacerlorealmente muy feliz. Si Lucy se casa con alguien, tendrá que ser con el profesor, un hombre enquien hay mucho que perdonar, mucho «que soportar». Pero me siento muy indulgente con laseñorita Frost. Desde el principio de la historia no he querido nunca echar sus cuerdas en lugaresmenos. El final de la tercera parte todavía me preocupa bastante, aunque sólo puedo esforzarmeal máximo. Lo acabaría rápidamente si pudiera evitar ciertos dolores de cabeza odiosos quesuelen apoderarse de mí y abatirme cada vez que me meto en el espíritu de la obra [...]

Acaba de llegar el coronel Henry Esmond.

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140 Parece muy antiguo y muy distinguido, con su atuendo estilo reina Ana. La peluca, laespada y las chorreras quedan muy bien representadas por la antigua tipografía del Spectator.

Con referencia a una frase del final de esta carta, mencionaré lo que me contó Charlotte: elseñor Brontë quería que su nueva novela terminara bien porque no le gustaban las novelas quedejaban una sensación triste; y le había pedido que hiciera que los protagonistas (como los héroesy heroínas de los cuentos de hadas) «se casaran y vivieran felices para siempre». Pero la idea de lamuerte de monsieur Paul Emanuel en el mar se grabó en su imaginación hasta que cobró laintensidad de lo real; y ella no podía alterar el final de sus obras más de lo que podría haberlohecho si hubiera estado narrando sucesos reales. Lo único que pudo hacer de acuerdo con losdeseos de su padre fue velar el destino con palabras misteriosas, dejando al criterio ydiscernimiento de sus lectores que interpretaran su significado.

SR. W. S. WILLIAMS6 de noviembre de 1852

Muy señor mío: Tengo que agradecerle sin demora su amable carta y su sincero y hábilcomentario sobre Villette. Estoy de acuerdo con muchas de sus críticas. Quizá la tercera parteelimine algunas de las objeciones; otras se resisten tenazmente. No creo que el interés alcancenunca el grado que se desearía, el clímax si lo hay llega casi al final; e incluso entonces no creoque el lector habitual de novelas considere «el montón de tormento lo bastante grande», comodicen los americanos, ni los colores arrojados sobre el lienzo con suficiente audacia. No obstante,me temo que tendrán que conformarse con lo que se les ofrece: mi paleta no me permite conseguirtonos más fuertes; si intentara intensificar los rojos o bruñir los amarillos, sólo conseguiríaestropearlo todo.

Si no me equivoco, se descubrirá que la emoción se mantiene de forma pasable en todo ellibro. En cuanto al nombre de la heroína, no sé muy bien qué sutil idea me hizo ponerle un nombrefrío; pero al principio la llamé Lucy Snowe (con e al final); luego cambié Snowe por Frost.Después me arrepentí del cambio y volví a Snowe. Me gustaría cambiarlo de nuevo en todo elmanuscrito si no es demasiado tarde. Tiene que llevar un nombre frío; en parte, quizá, por elprincipio de lucus a non lucendo,

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141 y en parte por el de «la armonía de las cosas», ya que hay en ella una frialdad exterior.Dice usted que cabría pensar que es morbosa y débil si no se explica mejor la historia de su

vida. Yo creo que es ambas cosas, morbosa y débil a veces. Su carácter no tiene pretensiones defuerza pura, y cualquiera que viviera su vida se volvería forzosamente morboso. No fue el impulsode un sentimiento saludable lo que la llevó al confesionario, por ejemplo; fue el semidelirio delmalestar y la pena solitaria. Si, pese a todo, el libro no expresa todo esto, tiene que haber ungrave fallo en algún sitio. Yo podría explicar de forma convincente algunos otros puntos, perosería como pintar un cuadro y luego escribir debajo el nombre del objeto que se ha queridorepresentar. Sabemos qué clase de pincel es el que necesita la pluma como aliado.

Gracias de nuevo por la claridad y perfección con que ha respondido a mi petición de que meexpusiera sus opiniones. Reciba mis más cordiales saludos. Atentamente,

C. BRONTË

Confío en que no vea el manuscrito nadie más que usted y el señor Smith.

10 de noviembre de 1852

Muy señor mío: Yo sólo quería que se demorara la publicación de Shirley hasta que hubieraacabado casi Villette; así que ya no puede haber objeción para que se haga cuando lo considereoportuno. En cuanto a empezar a componer el manuscrito, sólo diré que si pudiera seguir con latercera parte a mi ritmo medio y sin más interrupciones que las normales, lo tendría acabado enunas tres semanas. A usted le corresponde decidir si es mejor demorar ese tiempo la edición oiniciarla inmediatamente. Desde luego, yo preferiría que viera usted la tercera parte antes deimprimir las dos primeras. Pero si el retraso resultara perjudicial, tampoco lo consideroindispensable. He leído la tercera parte de Esmond y me ha parecido amena y emocionante. Meparece que tiene más ímpetu y emoción que las dos primeras partes; que en ésta nunca faltan elmovimiento y la brillantez de los que carecían a veces las anteriores. Creo que Thackeray haempleado todas sus facultades en algunos pasajes; su grandiosa fuerza y seriedad producen unaprofunda satisfacción. No podía por menos que decirme: «Al fin demuestra su fuerza». Beatriz meparece el personaje más logrado del libro; está concebido con frescura y delineado con viveza. Especuliar; tiene impresiones nuevas, al menos para mí. Beatriz no es en sí misma totalmente mala.La grandeza y bondad que manifiesta sugieren esta opinión a veces. Se diría que la acuciaba eldestino. Se diría que alguna antigua fatalidad pesa sobre su casa y que una vez cada tantasgeneraciones su ornamento más brillante ha de ser su mayor desgracia. A veces, lo bueno de susluchas contra esta suerte espantosa no es sino que venza el Destino. Beatriz no puede ser unamujer honrada. «Lo intenta y no puede». Orgullosa, bella y mancillada, nació para lo que es,amante de un rey. No sé si ha visto la reseña del Leader; yo la leí nada más acabar el libro. ¿Meequivoco si la considero una crítica insulsa, fría e insuficiente? Pese a toda su pretendidaamistad, a mí me produjo una impresión muy desalentadora. Estoy segura de que en otros círculosharán otra suerte de justicia a Esmond. Un comentario agudo del crítico es del tenor de queBlanche Armory y Beatriz

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142 son idénticas (¡tomadas del mismo original!). A mi modo de ver, se parecen tanto comouna comadreja y una tigresa de Bengala; las dos últimas son cuadrúpedos, y mujeres las dosprimeras. Pero no le haré perder más tiempo ni perderé el mío con más comentarios.

Reciba mis más cordiales saludos.C. BRONTË

La señorita Brontë acabó el manuscrito de Villette un sábado de ese mismo mes y se lo envió asus editores. «Recé mis plegarias cuando lo acabé. No sé si bien o mal; ahora, Dios mediante,procuraré esperar con calma la publicación. Creo que no lo considerarán un libro pretencioso; creoque no provocará hostilidad.»

Charlotte Brontë creyó que podía permitirse un cambio, una vez terminado el libro. Habíavarios amigas que deseaban verla y recibirla en sus casas: la señorita Martineau, la señora Smith ysu fiel E—. Escribió a esta última una carta comunicándole que había terminado Villette yproponiéndole pasar una semana con ella. También empezó entonces a considerar si no estaríabien aceptar la amable invitación de la señora Smith, con la idea de estar en Londres para corregirlas pruebas del libro.

Transcribo la carta siguiente no sólo por los comentarios críticos que hace sobre Villette, sinotambién porque demuestra cómo había aprendido a exagerar las nimiedades, como hacen quienesllevan una vida reservada y solitaria. El señor Smith no había podido escribirle por el mismocorreo en el que le envió el dinero de Villette, que llegó sin una sola línea. La amiga con quienestaba entonces dice que Charlotte imaginó inmediatamente que había algún problema con lanovela o que ella había hecho o dicho algo que le había ofendido. Y si no hubiera estado pormedio el domingo, dando tiempo a que llegara la carta del señor Smith, se habría cruzado con ellaen el camino a Londres.

6 de diciembre de 1852

Muy señor mío: Los acuses de recibo han llegado sin novedad. Recibí el primero el sábado, enun sobre sin una sola línea, y había decidido tomar el tren el lunes e ir a Londres a ver quépasaba y qué era lo que había dejado mudo a mi editor. El domingo por la mañana llegó su carta,evitándole así la visita imprevista y no solicitada de Currer Bell a Cornhill. Habría que evitar lasdemoras inexplicables cuando sea posible, pues suelen llevar a quienes se hallan sujetos a sutormento a dar pasos impulsivos y precipitados. He de darle nuevamente la razón en cuanto alcambio de interés de la tercera parte de unos personajes a otros. No es agradable, y seguramenteresulte al lector tan inoportuno como forzado resultó a la escritora en cierto sentido. El tono de laobra indicaba otro curso, mucho más florido y seductor. Había creado un héroe supremo, al quehabía sido totalmente fiel y lo había hecho sumamente honorable; tendría que haber sido un ídolo,y por supuesto no un ídolo mudo e irresponsable; pero eso no habría correspondido a la realidady habría estado en desacuerdo con la probabilidad. Mucho me temo, no obstante, que el personajemás débil del libro sea el que me proponía hacer más bello; y, si así fuere, el error radica en quele falta el germen de lo real, en que es puramente imaginario. Me parecía que ese personajecarecía de consistencia; me temo que el lector pensará lo mismo. La unión con él se parece

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demasiado al destino de Ixión,

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143 que se unió con una nube. Yo creo que la infancia de Paulina, sin embargo, está muy bienimaginada, aunque su [...] [el resto de esta interesante frase se ha arrancado de la carta] Unabreve visita a Londres resulta así más factible, por lo que aceptaré gustosa la invitación una vezpasada la Navidad, si su madre tiene a bien escribirme cuando disponga de tiempo, indicándomeel día que le va bien, siempre que la salud de mi padre me lo permita. Me agradaría llegar atiempo para corregir al menos algunas de las pruebas; ahorraría molestias.

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CAPÍTULO XII

El mayor problema que se me planteó cuando recibí el honor de que me pidieran que escribieraesta biografía fue cómo podría demostrar lo noble, auténtica y entrañable que fue realmenteCharlotte Brontë sin mezclar demasiado en su vida la historia personal de sus mejores y másíntimos amigos. Así que lo consideré detenidamente y llegué a la conclusión de que tenía queescribir con sinceridad, si es que escribía; que no ocultaría nada, aunque el mismo carácter dealgunas cosas me impediría hablar de ellas tan detalladamente como de otras.

Uno de los episodios de la vida de Charlotte Brontë que despierta mayor interés se centralógicamente en torno a su matrimonio y las circunstancias que lo precedieron; pero más que todoslos otros acontecimientos (por ser de fecha más reciente y porque incumbe a otra persona taníntimamente como a ella) requiere un tratamiento delicado por mi parte para no inmiscuirme contorpeza en lo que es más sagrado para la memoria. Pero tengo dos razones, que considero buenas yválidas, para exponer algunos detalles del curso de los acontecimientos que precedieron a lospocos meses de su vida conyugal: aquel breve periodo de gran dicha. La primera es mi deseo dellamar la atención hacia el hecho de que el señor Nicholls la había visto a diario durante años. Lahabía visto como hija, como hermana, como ama de casa y como amiga. No era hombre a quienatrajera la fama literaria de ningún género. Yo supongo que eso en sí mismo más bien ledesagradaba, especialmente en una mujer. Era un hombre serio, reservado y responsable, con unprofundo sentido religioso y de sus deberes como clérigo. Había observado y amado a Charlotte ensilencio durante mucho tiempo. El amor de un hombre así (espectador diario de su forma de vidadurante años) constituye un importante testimonio del carácter de ella como mujer. Es muyprobable que no me atreviera a decir lo profundo que era su cariño aunque pudiera hacerlo conpalabras. Cuando el señor Nicholls fue una tarde de ese mismo mes de diciembre a tomar el té a larectoría, Charlotte no sabía —ni siquiera sospechaba— que fuera objeto de ninguna consideraciónespecial por parte de él. Ella se retiró a su sala de estar después, dejando al señor Brontë y a sucoadjutor en el estudio, según su costumbre. Al poco rato oyó abrirse la puerta del estudio, yesperó a oír el sonido de la puerta principal. Pero oyó en su lugar un golpecito en la de la sala; y,

como un rayo, supe lo que iba a pasar. Él entró en la sala. Se quedó de pie delante de mí.Puedes imaginar cuáles fueron sus palabras; no podrías entender su actitud, ni puedo yoolvidarla. Me hizo comprender por primera vez lo difícil que es para un hombre declararsecuando no sabe cuál va a ser la respuesta [...] Me causó una impresión extraña ver a un hombretan hierático en general temblando de aquel modo, agitado y abrumado. Sólo pude rogarle que semarchara, prometiéndole darle una respuesta al día siguiente. Le pregunté si había hablado conpapá. Me dijo que no se atrevía. No sé si le acompañé a la puerta o le eché.

¡Qué profundo, ferviente y perdurable era el cariño que la señorita Brontë había inspirado en elcorazón de este hombre bondadoso! Es un honor para ella; y, como tal, he considerado que tengo

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la obligación de decirlo y citar su carta. Pasaré ahora a mi segunda razón para extenderme sobreun tema que tal vez muchos consideren a primera vista de carácter demasiado íntimo paradivulgarlo. En cuanto el señor Nicholls se marchó, Charlotte fue a ver a su padre y se lo contótodo. El señor Brontë no era partidario del matrimonio y siempre hablaba en su contra. Pero estavez hizo más que desaprobarlo; no pudo soportar la idea del cariño del señor Nicholls por su hija.Temiendo las posibles consecuencias de la inquietud para una persona que había estado enfermahacía tan poco tiempo, ella se apresuró a prometer a su padre que al día siguiente daría unanegativa clara al señor Nicholls. De esta forma tan recatada y discreta recibió (quien tan durosjuicios ha recibido de los críticos ignorantes) la vehemente y apasionada declaración de amor; ycon tan miramiento por su padre y falta de egoísmo dejó a un lado toda consideración sobre cómodebería responder, pensando sólo en el deseo del anciano.

El resultado inmediato de la declaración del señor Nicholls fue que presentó la renuncia a lacoadjutoría de Haworth; y que la señorita Brontë permaneció simplemente pasiva en lo que apalabras y obras se refiere, mientras sufría profundamente por la dureza con que su padre hablabadel señor Nicholls y por el evidente disgusto y el deterioro de la salud del mismo. En estascircunstancias, Charlotte aceptó más complacida que nunca la invitación de la señora Smith parair a Londres de nuevo; y allá se fue la primera semana de 1853. De allí recibí la carta siguiente.Transcribo ahora con orgullo y tristeza sus gratas palabras de amistad.

12 de enero de 1853

Es su turno. No sé nada de usted desde que le escribí la última carta; pero creía saber larazón de su silencio, esto es, la aplicación al trabajo; y por tanto lo acepto no sólo conresignación, sino también con satisfacción.

Como verá por la fecha, estoy en Londres; me he instalado y estoy muy tranquila en casa de mieditor; corrijo pruebas de imprenta, etc. Antes de recibir su carta me sentía reacia a interponermeen el camino de Ruth, y así se lo dije al señor Smith. No es que creyera que pudiera perjudicarle elcontacto con Villette —sabemos perfectamente que podría ser a la inversa—, pero lascomparaciones siempre me han parecido odiosas y no me gustaría que mis amigos y yo fuéramosobjeto de las mismas. Así que el señor Smith propone retrasar la publicación de mi libro hasta el24 de los corrientes; dice que eso dará una ventaja a Ruth en los diarios y semanarios y le dejarálibres todas las revistas de febrero. Si considera insuficiente esa demora, dígalo y se prolongará.

De todos modos, no creo que podamos evitar completamente las comparaciones; algunoscríticos son injustos por naturaleza. Pero no tenemos por qué preocuparnos. Podemos desafiarlos.No van a enemistarnos, no van a emponzoñar nuestro mutuo afecto con la mancha de la envidia:aquí está mi mano; y sé que usted dará apretón por apretón.

En realidad, Villette no tiene ningún derecho a ponerse por delante de Ruth. Hay una bondad,un objetivo filantrópico y una utilidad social en la segunda, que la primera no puede pretender; nipuede reclamar preferencia basándose en fuerza incomparable: creo que es mucho más discretaque Jane Eyre.

* * *

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Me gustaría verla por lo menos tanto como a usted verme a mí, y por ello consideraré suinvitación para marzo como un compromiso; así que espero hacerle una breve visita hacia finalesde ese mes. Mis saludos más cordiales al señor Gaskell y a sus queridísimas hijas [...]

Esta visita a la señora Smith fue más tranquila que todas las anteriores y mucho más acordepor ello con los gustos de la señorita Brontë. Vio más cosas que personas. Y como le permitierondecidir lo que quería ver, eligió «el aspecto real de la vida en vez del ornamental». Visitó dosprisiones, una antigua y la otra moderna: Newgate y Pentonville; dos hospitales: la inclusa y elmanicomio. También la llevaron a ver a petición propia algunas de las espléndidas vistas de laCity; el Banco de Inglaterra, la Bolsa, Rothschild’s, etc.

El poder de la enorme pero minuciosa organización le causó siempre respeto y admiración. Loapreciaba más plenamente de lo que son capaces de hacer las mujeres en general. Todo lo que vioen esta última visita a Londres la impresionó profundamente. Tanto que se sintió incapaz deexpresar sus sentimientos en el momento y de exponer sus impresiones mientras eran aún vívidas.Si hubiera vivido, habría expresado antes o después su opinión sobre estas cosas.

Todo cuanto veía se grababa en su pensamiento y pesaba en su ánimo. Sus anfitriones latrataron con extraordinaria amabilidad y ella abrigaba hacia ellos el cálido y agradecido afecto desiempre. Mirando ahora hacia atrás, y con el conocimiento de lo que entonces era el futuro quenos ha proporcionado el Tiempo, sólo podemos imaginar que hubo una atenuación en lospreparativos para la despedida final a estos buenos amigos, a quienes vio por última vez unmiércoles de febrero por la mañana. En el viaje de regreso se encontró con su amiga E— enKeighley, y ambas siguieron juntas hasta Haworth.

Villette —que, si bien es menos interesante que Jane Eyre como un relato simple, despliegatodavía más el genio extraordinario de la autora— fue acogida con grandes elogios. De tanreducido círculo de personajes, que viven en un medio tan aburrido y monótono como una«pensión», se desarrolló este prodigioso relato.

¡Veamos cómo recibe ella la buena nueva de su éxito!

15 de febrero de 1853

He recibido una partida de no menos de siete periódicos ayer y hoy. La importancia de todaslas reseñas es como para hacer que mi corazón se inflame de agradecimiento a Él, que toma notadel sufrimiento, del trabajo y de los motivos. Papá también está contento. En cuanto a los amigosen general, creo que aún puedo amarlos, sin esperar que participen mucho en esta satisfacción.Cuanto más tiempo vivo, más claramente veo que ha de ser suave la tensión en la frágil naturalezahumana; no soportará mucho.

Supongo que el leve tono de disgusto que se advierte en las últimas líneas se debía a su gransusceptibilidad a una opinión que valoraba mucho: la de la señorita Martineau, que tanto en unartículo sobre Villette publicado en el Daily News como en una carta personal a la señorita Brontë,la hirió en lo más vivo con expresiones de censura que ella consideraba injustas e infundadas, pero

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que, aunque correctas y sinceras, calaban más hondo que cualquier falta meramente artística. Unautor puede convencerse de que soportará con ecuanimidad la censura, venga de donde venga;pero su fuerza se debe totalmente al carácter de la misma. Para el público en general, un críticopuede ser la misma criatura impersonal que otro; pero los autores suelen dar a las opiniones de loscríticos una importancia mucho más profunda. Son los veredictos de aquellos a quienes respeta yadmira o las simples palabras de aquellos cuyo juicio le importa un bledo. Y es ese conocimientodel mérito personal de la opinión del crítico lo que hace que la censura de algunos cale tan hondoy haga presa en el corazón del autor. Y así, en proporción a su sincera y firme estima por laseñorita Martineau, sufrió la señorita Brontë por lo que consideraba un juicio equivocado no sólode su obra sino de su carácter.

Charlotte había pedido a la señorita Martineau hacía mucho tiempo que le dijera si creía quese revelaba en Jane Eyre alguna falta de delicadeza o corrección femenina. Y cuando la señoritaMartineau repuso que no, le rogó que manifestara siempre con franqueza si creía que había algúndefecto de ese género en alguna obra futura de Currer Bell. La señorita Martineau cumplió lapromesa de sinceridad que le había hecho entonces cuando se publicó Villette. Y la señoritaBrontë se indignó por lo que consideraba una injusticia.

Me parece oportuno exponer ahora lo absolutamente inconsciente que era de lo que algunosconsideran vulgar en sus obras. Un día, durante la visita a sir y lady Kay Shuttleworth en que nosconocimos, la conversación recayó en el tema de la narrativa escrita por mujeres; y alguien señalóel hecho de que en algunos casos las autoras sobrepasaban los límites de lo que los hombresconsideraban correcto en obras de ese género. La señorita Brontë comentó que no sabía hasta quépunto sería eso una consecuencia lógica de permitir a la imaginación trabajar demasiadoconstantemente. Sir James, lady Kay Shuttleworth y yo expresamos nuestra opinión de que talestransgresiones de la propiedad eran totalmente inconscientes por parte de aquellas a quienes sehabía aludido. Recuerdo la seriedad y el fervor con que Charlotte dijo: «¡Confío en que Dios meprive de cualquier poder de invención o expresión que pueda tener, antes que permitir que seaciega al sentido de lo que es o no es correcto!».

Se sentía disgustada y afligida siempre que oía alguna crítica de Jane Eyre basada en lo antesmencionado. Alguien le comentó en Londres: «¿Sabe, señorita Brontë?, ¡usted y yo hemos escritolibros atrevidos!». Pensó mucho en ello; y, como si la preocupara mucho, aprovechó laoportunidad para preguntar a la señora Smith, como le hubiera preguntado a una madre si nohubiera sido huérfana desde la más tierna infancia, si de verdad había algo tan erróneo en JaneEyre.

Yo no niego que haya vulgaridad aquí o allá en sus libros, por lo demás tan absolutamentenobles. Solamente pido a quienes los lean que consideren su vida —que se ha puesto aldescubierto ante ellos— y digan cómo podría haber sido de otro modo. Veía a pocos hombres; yentre esos pocos, apenas si había uno o dos a quienes conociera desde la temprana juventud —quele habían manifestado amabilidad y simpatía, cuya familia le había proporcionado muchasatisfacción, por cuyo intelecto sentía gran respeto, pero que hablaban delante de ella, si no conella, como hablaba Rochester con Jane Eyre—. Añadamos a eso la triste vida de su hermano y quelas personas entre quienes vivía hablaban sin rodeos; recordemos que consideraba un deber

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describir la vida tal como es y no como debiera ser y hagámosle justicia luego por todo lo que fuey todo lo que hubiera sido (si Dios se lo hubiera permitido), en vez de censurarla porque lascircunstancias la obligaron a tocar el barro, como si dijéramos, por lo que se manchó la mano unmomento. Pero eso era superficial. Cada cambio de su vida la purificaba; no podía elevarla. Unavez más exclamo: «¡Si hubiera vivido!».

El malentendido con la señorita Martineau a causa de Villette causó el más amargo pesar a laseñorita Brontë. Creía que habían manchado su carácter femenino con una falsa idea insultante; yestimaba mucho a la persona que la hería tan inconscientemente. En el mes de enero había escritolo siguiente a una amiga que le había enviado una carta cuyo tono podemos deducir de larespuesta:

He leído con mucha atención lo que me dice de la señorita Martineau; la sinceridad y laconstancia de su solicitud me conmueven muchísimo; lamentaría desatender o contradecir suconsejo, pero no creo que sea correcto abandonar a la señorita Martineau. Es muy noble pornaturaleza; me temo que muchas personas la han abandonado más por miedo a ver perjudicado subuen nombre si se relacionaba con el de ella que por ninguna convicción pura, como sugiereusted, del resultado pernicioso de sus funestos principios. No puedo estar de parte de esos amigosque sólo lo son cuando todo va bien; y en cuanto al pecado de ella, ¿no es de los que ha de juzgarDios y no los hombres?

Sinceramente, querida señorita—, creo que si estuviera en mi lugar y conociera a la señoritaMartineau como yo la conozco, si hubiera visto como yo las pruebas de su auténtica bondad yhubiera visto cómo le duele en secreto el abandono, sería la última en romper con ella; separaríaal pecador del pecado, y juzgaría más correcto apoyarla discretamente en su apuro aunque elhacerlo no esté bien visto, que volverle la espalda siguiendo el ejemplo general. Yo creo que esuna de esas personas a quienes la oposición y la deserción hacen obstinarse en el error; mientrasque la paciencia y la tolerancia la afectan profundamente en lo más vivo y la predisponen apreguntarse sinceramente si el camino que ha seguido no podría ser el camino erróneo.

¡Palabras bondadosas y consideradas que la señorita Martineau no escuchó nunca! Y a las quecorrespondería con palabras más generosas y tiernas cuando Charlotte yacía muerta junto a sushermanas. A pesar de su breve y triste malentendido, ambas eran dos mujeres nobles y dos buenasamigas.

Vuelvo a un tema más agradable. La señorita Brontë había visto el retrato que había hechoLawrence a Thackeray durante su estancia en Londres y lo había alabado muchísimo. Locontempló un rato en silencio y luego exclamó: «¡Y apareció un león de Judá!». Hicieron grabadosdel retrato y el señor Smith le envió una copia.

SR. G. SMITHHaworth, 26 de febrero de 1853

Muy señor mío: Ayer a última hora de la tarde tuve el honor de recibir a un caballerodistinguido en la rectoría de Haworth, nada menos que al señor W. M. Thackeray. Atenta a las

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normas de hospitalidad, lo he colocado ceremonialmente esta mañana. Queda espléndido en suprecioso marco dorado. Tiene por compañero al duque de Wellington (¿recuerda que me regalóese cuadro?). Y por contraste y complemento el retrato de Richmond de un personaje indigno que,en hallándose en esta compañía, no diremos su nombre. Thackeray aparta la vista de ese últimopersonaje con sumo desdén, que resulta edificante presenciar. Me pregunto si la personagenerosa que me ha hecho esos regalos los verá alguna vez en las paredes en que están ahoracolgados. Me complace pensar que quizá lo haga un día. Mi padre ha pasado un cuarto de horaesta mañana examinando el retrato del gran hombre. La conclusión de su examen fue que lacabeza le parecía desconcertante; si no hubiera sabido de antemano nada del carácter deloriginal no podría haberlo leído en sus rasgos. Me sorprende. Yo creo que la frente despejadaexpresa inteligencia. Las arrugas entre la nariz y las mejillas traicionan al satírico y al cínico; laboca indica ingenuidad infantil —quizá incluso cierto grado de indecisión e incoherencia—,debilidad, en suma, si bien una debilidad no poco amable. El grabado me parece muy bueno.Cierta expresión no del todo cristiana, una expresión de malicia, hablando sin rodeos, que eramás fuerte en el original, se ha suavizado y quizá haya desaparecido en el proceso de mejora. ¿Nolo ha advertido usted?

La señorita Brontë se sintió mucho mejor de salud en el invierno de 1852-1853 que el inviernoanterior. En el mes de febrero me escribió:

He aguantado bien el frío hasta ahora. Doy largos paseos sobre la nieve crujiente, y el aireglacial resulta tonificante. Para mí este invierno no ha sido como el pasado. Diciembre, enero yfebrero de 1851-1852 transcurrieron como una larga noche tormentosa, sólo consciente de unsueño doloroso, todo malestar y dolor solitario. Los mismos meses de 1852-1853 han pasadotranquilamente y no sin alegrías. ¡Gracias a Dios por el cambio y el sosiego! ¡Sólo Él sabe logratos que han sido! También mi padre ha aguantado bien el invierno; y la publicación de milibro, y la acogida que ha tenido hasta ahora le han complacido y animado.

La tranquila rectoría tuvo el honor de recibir la visita del entonces arzobispo de Ripon. Élrecordaba una velada en casa del señor Brontë. Invitaron a cenar con él al clero de los alrededores;y durante la cena algunos coadjutores empezaron a reprender alegremente a la señorita Brontë por«ponerlos en un libro»; y ella, negándose a que le impusieran su carácter de autora en su propiamesa, y en presencia de un extraño, apeló de buena gana al obispo, preguntándole si le parecíajusto que la acorralaran de aquel modo. Parece ser que la actitud sencilla y afable de la anfitriona,así como el perfecto decoro y armonía de todos los planes del modesto hogar, causó muy buenaimpresión a Su Señoría. Eso es todo en cuanto al recuerdo del obispo de su visita. Ahoravolveremos a los de ella.

4 de marzo

El obispo ha estado aquí y ya se ha marchado. Es un obispo de lo más encantador; elcaballero más benigno que haya vestido nunca la tunicela episcopal; pero también majestuoso, y

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muy competente en controlar los abusos. Su visita transcurrió de maravilla; y al final, cuando sedisponía a marcharse, manifestó que se sentía plenamente satisfecho con cuanto había visto.También nos visitó el inspector la semana pasada; así que he estado bastante ocupada. Me habríaencantado que hubieras estado en Haworth para compartir los placeres de la compañía sin losinconvenientes del pequeño ajetreo de los preparativos. La casa estuvo bastante alborotada, comopuedes imaginarte. Todo fue bien y transcurrió de forma ordenada y pacífica. Martha atendió lamesa muy bien, y contraté a una persona para que la ayudara en la cocina. Papá aguantóperfectamente también, tal como yo esperaba, aunque no sé si habría soportado un día más. Micastigo llegó con un fuerte dolor de cabeza en cuanto el obispo se fue; menos mal que esperó conpaciencia su partida. Todavía estoy atontada: es la secuela de varios días de ejercicio y agitaciónextras, por supuesto. Está muy bien hablar de recibir a un obispo sin más, pero hay queprepararse para él.

Algunas críticas habían empezado ya a encontrar defectos en Villette. La señorita Brontë pidióa los editores lo mismo de siempre.

SR. W. S. WILLIAMS

Muy señor mío: Si aparece alguna crítica cargada de triple animadversión, le ruego que nome la oculte. Me complace ver las críticas satisfactorias, me gusta sobre todo enseñárselas a mipadre; pero tengo que ver las que son insatisfactorias y hostiles; ésas son para mi edificaciónparticular; en ellas veo mejor el sentimiento y la opinión públicos. Considero una cobardíanegarse a examinar lo peligroso y desagradable. Siempre deseo saber la verdadera realidad, y loúnico que me crispa es que me la oculten [...]

En cuanto al personaje de Lucy Snowe, mi intención desde el principio fue que no debíaocupar el pedestal en que colocaron a Jane Eyre algunos admiradores insensatos. Está donde yoquería que estuviera, y donde no puede afectarla ninguna acusación de engreimiento.

La nota de lady Harriette Saint Clair que me envió esta mañana tiene exactamente el mismoobjeto que la petición de la señorita Muloch: una solicitud de información exacta y auténticasobre el destino de Paul Emanuel!

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144 ¡Para que vea cuánto estiman las damas a ese hombrecillo que a ninguno de ustedes lesgustaba! El otro día recibí una carta comunicándome que una dama de cierto renombre, quesiempre había dicho que cuando se casara su marido tendría que ser como el señor Knightly deEmma de la señorita Austen, ahora ha cambiado de idea y jura que si no encuentra al doble delprofesor Emanuel se quedará soltera para siempre. He contestado a lady Harriette dejando elasunto prácticamente donde estaba. Si el enigma divierte a las damas, sería una pena estropearlesla diversión dándoles la clave.

La señorita Brontë nos hizo una visita después de Semana Santa, una vez cumplidos susdeberes de atender a los clérigos de otros lugares que acudían a predicar entonces, y celebrabanreuniones en el Instituto Técnico y tés en la escuela. Estaba entonces con nosotros una amigajoven. La señorita Brontë esperaba encontrarnos solos; y aunque nuestra amiga era tan amable ysensata como para agradar a la señorita Brontë, su presencia bastó para ponerla nerviosa. Me dicuenta de que nuestras dos invitadas estaban insólitamente silenciosas; y vi el leve temblor querecorría de vez en cuando a la señorita Brontë. Podía explicar la recatada reserva de la joven; y aldía siguiente la señorita Brontë me dijo que la había afectado mucho la presencia inesperada deuna cara desconocida.

Hacía entonces dos o tres años que la había visto reaccionar de forma parecida ante la idea depasar una tranquila velada en Fox-How, y desde entonces había conocido a muchas y diversaspersonas en Londres; pero las sensaciones físicas provocadas por la timidez seguían siendoiguales; y al día siguiente se debatió con un fuerte dolor de cabeza. Pude advertir en variasocasiones que ese nerviosismo estaba arraigado en su constitución y lo mucho que sufría luchandopor vencerlo. Una tarde recibimos entre otros invitados a dos hermanas que cantaban baladasescocesas maravillosamente. La señorita Brontë permaneció sentada en silencio y retraída hastaque empezaron The Bonnie House of Airlie; pero el efecto de esta balada y de Carlisle Yetts que lasiguió fue tan irresistible como la música del flautista de Hamelin. Se le iluminaron los ojos; letemblaron los labios de emoción; se desinhibió por completo, se levantó, cruzó la estancia hasta elpiano y pidió entusiasmada una canción tras otra. Las hermanas le rogaron que fuera a verlas aldía siguiente por la mañana y que entonces cantarían todo lo que quisiera; les prometió hacerlo,encantada y agradecida. Pero al llegar a la casa al día siguiente le faltó valor. Recorrimos la callea uno y otro lado un buen rato. Se reprendía continuamente por insensata y procuraba concentrarseen los dulces ecos que recordaba más que en la idea de una tercera hermana a quien tendría queenfrentarse si entrábamos. Pero todo fue en vano; y temiéndome que esa lucha consigo mismaacabara provocándole uno de sus torturantes dolores de cabeza, entré yo al fin en la casa y ladisculpé lo mejor que pude por no acudir. Yo atribuía en buena medida este temor nervioso aencontrarse con extraños a la idea de su fealdad personal, que se había grabado en su mente desdemuy pequeña y que ella exageraba de forma sorprendente. «Me doy cuenta —decía— de quecuando un extraño me mira a la cara una vez procura no volver a dirigir la vista hacia ese lado dela estancia.» A nadie se le pasó nunca por la cabeza semejante idea. Dos caballeros que laconocieron durante esta visita, sin saber entonces quién era, se sintieron especialmente atraídospor su apariencia; y este sentimiento de atracción hacia un semblante agradable, la voz melodiosa

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y los modales delicados y tímidos fue tan intensa en uno de ellos que superó la aversión previa porsus obras.

Otra circunstancia que llegó a mi conocimiento en esa época desveló secretos acerca de suhipersensibilidad. Una noche, poco antes de irnos a la cama, me dispuse a contar un cuento defantasmas. No se atrevió a escucharlo y confesó que era supersticiosa y propensa en todomomento a la reaparición involuntaria de los pensamientos lúgubres que pudiera sugerirle.Explicó que antes de ir a vernos había encontrado en su tocador una carta de una amiga deYorkshire en que le explicaba una historia que la había impresionado y que se mezclaba con sussueños de noche impidiéndole conciliar un sueño profundo y reparador.

Un día invitamos a cenar a dos caballeros con la idea de que ellos y ella se alegrarían deconocerse. Pero cuál no sería nuestra decepción cuando vimos que ella retrocedía con tímidareserva ante todas sus tentativas de acercamiento, respondiendo a sus preguntas y comentarios dela forma más escueta posible; hasta que al final renunciaron a entablar una conversación con ella yhablaron entre sí y con mi marido sobre temas locales de actualidad. Uno de esos temas fue lasconferencias que había dado Thackeray hacía poco en Manchester, e hicieron especial hincapié enla de Fielding. Un caballero la criticó con firmeza como calculada para hacer daño moral ylamentó que un hombre que ejercía tanta influencia en la opinión pública como Thackeray nosopesara mejor sus palabras. El otro adoptó la postura contraria. Dijo que Thackeray describía alos hombres desde dentro, por así decirlo. Que su gran capacidad dramática le permitíaidentificarse con determinados personajes, sentir sus tentaciones, participar en sus placeres, etc.Esto despertó el interés de la señorita Brontë, que terció entonces muy animada en la discusión; elhielo de su reserva se rompió y a partir de ese momento se interesó por cuanto se decía y participóen todos los temas de conversación de la velada.

Lo que dijo y la postura que adoptó en la discusión sobre la conferencia de Thackeray puedededucirse de la carta siguiente, que hace referencia al mismo tema:

Las conferencias han llegado sin novedad.

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145 Las he leído dos veces. Hay que estudiarlas para entenderlas a fondo. Me parecieron biencuando las oí, pero ahora veo su verdadera fuerza, que es grande. No conocía la conferenciasobre Swift. Me parece casi incomparable. No es que comulgue en modo alguno con todas lasopiniones del señor Thackeray, pero su fuerza y perspicacia, su sencillez expresiva, su elocuencia—su vibrante elocuencia masculina— inspiran absoluta admiración [...] Protesto contra suserrores aunque sea traición hacerlo. Asistí a la conferencia sobre Fielding: la hora que paséescuchándola fue penosa. Mi conciencia me decía que Thackeray se equivocaba en su forma detratar el carácter y los vicios de Fielding. Después de leerla, estoy mucho más convencida de quese equivoca gravemente. ¿Hablaría Thackeray con la misma ligereza de las circunstancias quellevan a la deshonra y a la tumba si tuviera un hijo, adulto o crecido, que fuera inteligente peroirresponsable? Habla de todo ello como si teorizara; como si en el curso de su vida nunca hubieratenido que presenciar las verdaderas consecuencias de esos defectos; como si nunca se hubieraparado a considerar el problema, el resultado final de todo ello. Yo creo que si hubiera visto decerca una vez la perspectiva de una vida prometedora condenada al comienzo por los desenfrenos,no podría haber hablado con semejante frivolidad de lo que llevó a su lastimosa destrucción. Si yotuviera un hermano que viviera aún, me aterraría que leyera la conferencia de Thackeray sobreFielding. La escondería para que no la viera. Y si cayera en sus manos pese a todas lasprecauciones, le rogaría encarecidamente que no se dejara engañar por la voz del encantador,que nunca lo encantara tan sabiamente. No es que haya creído ni por un momento que Thackerayinsulta a Fielding, ni siquiera que condena su vida hipócritamente; pero lamento de veras que noprofundice en su corazón ni toque el peligro de tal carrera; creo que podría haber dedicado partede su fuerza extraordinaria a una advertencia convincente a los jóvenes para que no la sigan. Yocreo que la tentación asalta con frecuencia a los varones más perfectos; como el gorrión quepicotea o la avispa destructiva que atacan los frutos más dulces y maduros y evitan los ácidos yverdes. El verdadero amante del prójimo debería consagrar sus energías a guardar y a proteger;debería eliminar el engaño con cierta cólera por su traición. Tal vez le parezca demasiado serio;pero el tema es serio y es imposible abordarlo sin seriedad.

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CAPÍTULO XIII

Charlotte Brontë tuvo que volver a las penosas circunstancias del invierno anterior cuando seacercó el momento de que el señor Nicholls se marchara de Haworth. Los feligreses le hicieron unhomenaje en una asamblea pública, manifestando así su respeto a quien los había servidofielmente durante ocho años. Él se marchó del pueblo y Charlotte creyó que no volvería a sabernada de él, a no ser alguna vaga noticia de segunda mano que dejara caer casualmente alguno delos clérigos de los alrededores.

Yo había prometido hacerle una visita cuando regresara de Londres en junio; pero después dehaber fijado el día, recibí una carta del señor Brontë en que me comunicaba que su hija tenía unagripe muy fuerte, acompañada de un espantoso dolor de cabeza, y me rogaba que demorara lavisita hasta que estuviera mejor. Lamenté la causa de la demora, pero no la demora en sí hasta unatemporada en que los páramos estarían en todo su esplendor con el color encendido de los brezosen flor y que me permitiría contemplar el panorama que ella me había descrito muchas veces. Asíque acordamos que no iría a verla hasta agosto o septiembre. Mientras tanto recibí una carta de laque me siento tentada a dar un extracto porque expone su idea de lo que tenía que ser la literaturade ficción, y su amable interés de siempre por lo que hacía yo.

9 de julio de 1853

Gracias por su carta; ha sido tan grata como una charla tranquila, tan agradable como loschubascos de primavera, tan estimulante como la visita de un amigo; en suma, muy parecida a unapágina de Cranford [...] Se me ocurre una idea. ¿Le resulta fácil a usted que tiene tantasamistades, un círculo tan amplio de conocidos, cuando se sienta a escribir, aislarse de todos esosvínculos y de sus agradables asociaciones, y ser usted misma, independiente, ajena por completo ala noción de cómo puede afectar su obra a otros, a la censura o la comprensión que puedaprovocar? ¿No aparece nunca ninguna nube luminosa entre usted y la Verdad estricta, tal comousted la conoce en su fuero interno lúcido y claro? En una palabra, ¿no siente nunca la tentaciónde hacer a sus personajes más amables que la Vida, por la inclinación a igualar los pensamientospropios a los de quienes siempre se sienten amables aunque a veces dejan de ver justamente? Nome conteste, es una pregunta que no requiere respuesta [...] Su informe sobre la señora Stowe esmuy interesante y alentador.

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146 Tengo muchas ganas de verla, de que me lo cuente todo, y otras muchas cosas otra vez. Mipadre sigue mejor. Yo estoy mejor también; aunque hoy vuelve a dolerme la cabeza, lo que no mepermitirá escribir con coherencia. Dele todo mi cariño a M. y a M., tan encantadoras y alegres.Ahora no puede transmitir mi mensaje a F. y a J. Me gustó la florecilla silvestre —no es que creaque la remitente me estima, no puede hacerlo porque no me conoce; pero no importa—. En misrecuerdos es una persona de cierta distinción. La considero una criaturita delicada, franca yverdaderamente prometedora. La veo a veces, tal como apareció, caminando majestuosa desde elpórtico hasta el coche la tarde que fuimos a ver Duodécima noche. Creo en el futuro de J.; meagrada lo que expresan sus movimientos, y lo que está escrito en su cara.

Fui a Haworth a finales de septiembre. Transcribiré ahora partes de una carta que escribíentonces, aun a riesgo de repetir algo que haya dicho anteriormente.

Era un día gris y oscurísimo; lloviznó durante todo el viaje en tren hasta Keighley, que es unaciudad con una floreciente industria lanera, situada en un valle entre colinas, pero no muyprofundo, sino más bien lo que en el condado de York llaman hoyada o fondo. En Keighley toméun coche para ir a Haworth, que queda a unos seis kilómetros y medio; seis kilómetros de terrenoempinado y abrupto por la carretera que serpentea entre las colinas onduladas que se recortansinuosas en todo el horizonte, como si formaran parte de la línea de la Gran Serpiente que segúnla leyenda nórdica rodea el mundo. Era un día plomizo; a los lados de la carretera se veíanfábricas de piedra: hileras grises y apagadas de casitas de piedra pertenecientes a las fábricas, yluego los campos pobres y de aspecto baldío; cercas de piedra en todas partes y ni un solo árbol ala vista. Haworth es un pueblo disperso: una estrecha calle empinada, tanto que las losas delempedrado están colocadas de canto para que los cascos de los caballos tengan a qué agarrarse yno resbalen hacia atrás; si lo hicieran, llegarían rápidamente a Keighley. Pero si los caballostuvieran pies y uñas de gato se arreglarían mucho mejor. Al fin remontamos la calle (el cochero,el caballo, el coche y yo) y llegamos a la iglesia de san Autest (¿quién sería?);

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147 tomamos un sendero a la izquierda, pasamos la vivienda del coadjutor, pasamos laescuela, y llegamos a la puerta del patio de la rectoría. Rodeé la casa hasta la puerta principal,que da a la iglesia. Los páramos se extendían alrededor y arriba. El cementerio atestado rodea lacasa y un pequeño recinto de hierba para tender la ropa.

Creo que no he visto nunca tan exquisita pulcritud en ningún lugar. Era el más primoroso quehabía visto. La vida es como un reloj, por supuesto. Nadie viene a la casa; nada perturba su calmaabsoluta; no se oye una voz; el tictac del reloj de la cocina y el zumbido de una mosca en la salallegan a toda la casa. La señorita Brontë se sienta sola en su salita; desayuna con su padre en elestudio de él a las nueve en punto. Ayuda en las labores domésticas, pues una de sus sirvientas,Tabby, es casi nonagenaria, y la otra apenas una chiquilla. Luego la acompaño en sus paseos porlos amplios páramos: una tormenta había destrozado las flores de los brezos unos días antes demi llegada y todo era de un color pardo cárdeno y no del esplendoroso morado que tendría quehaber sido. ¡Ay!, los altos páramos agrestes y desolados allá arriba sobre todo el mundo,auténticos reinos del silencio. La comida, a las dos en punto. El señor Brontë hizo que se lallevaran. Todo en la pequeña mesa tenía la misma sencillez primorosa. Luego reposamos yconversamos junto al fuego vivo y claro; ésta es una región fría y los fuegos eran una luz cálidamuy acogedora en toda la casa. Es evidente que han cambiado los muebles del salón en losúltimos años, desde que el éxito de la señorita Brontë le ha permitido disponer de un poco más dedinero. Todo es armonioso y corresponde a la idea de lo que ha de ser una rectoría rural,habitada por personas de medios muy moderados. El color dominante de la estancia es el carmesí,que crea un ambiente cálido en contraste con el entorno frío y gris. En la pared cuelga el retratode Charlotte Brontë que le hizo Richmond y el grabado de Thackeray del cuadro que hizoLawrence; dos hornacinas llenas de libros a ambos lados de la repisa de la chimenea alta,estrecha y anticuada: libros que le han regalado, libros que ha comprado, y que indican susgustos e intereses particulares; ningún libro religioso.

No ve bien y casi no hace nada más que tejer. La vista se le debilitó de esta forma: cuandotenía dieciséis o diecisiete años deseaba dibujar más que nada y copiaba las detalladas láminasde grabados en cobre a buril de los anuarios (¿no los llaman «punteados» los artistas?) sinsaltarse un punto, hasta que al cabo de seis meses había conseguido una copia primorosamentefiel del grabado. Quería aprender a expresar sus ideas dibujando. Luego había intentado dibujarhistorias, y como no tuvo éxito adoptó el medio mejor de la escritura; pero con una letra tanpequeña que casi resulta imposible descifrar lo que escribió entonces.

Pero volvamos ahora a nuestro tranquilo reposo de sobremesa. Observé enseguida que sushábitos de orden eran tales que no podía seguir con la conversación si había una silla fuera de susitio; todo estaba exquisitamente ordenado. Hablamos de los tiempos pasados, de su infancia; dela muerte de su hermana (Maria), que fue exactamente igual que la de Helen Burns en Jane Eyre;de los extraños días de hambre del colegio; del deseo (casi enfermizo) de expresarse de algunaforma: escribiendo o dibujando y pintando; de su vista debilitada, que le impidió hacer nadadurante dos años, desde los diecisiete hasta los diecinueve; de su experiencia de institutriz; de suestancia en Bruselas; le dije entonces que no me gustaba Lucy Snowe y hablamos de PaulEmanuel; le dije que — admiraba mucho Shirley, lo cual la complació, porque el personaje de

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Shirley está inspirado en su hermana Emily, de quien nunca se cansaba de hablar ni yo deescuchar. Emily tuvo que ser un vestigio de los titanes, tataranieta de los gigantes que habitaronen tiempos muestro planeta. Un día, la señorita Brontë bajó una pintura al óleo bastante corrienteque había hecho su hermano de ella: una joven menuda de dieciocho años de aspecto remilgado, yde las otras dos hermanas, de dieciséis y de catorce años, con el cabello muy corto y ojos tristesde mirada soñadora [...] Emily tenía un perro enorme —medio mastín, medio dogo— tan salvaje,etc. [...] Ese perro fue al entierro de Emily, caminando junto a su padre; y luego, hasta que semurió, durmió siempre a la puerta de la habitación de ella, y todas las mañanas olfateaba debajode la puerta y aullaba en tono lastimero.

Casi siempre dábamos otro paseo antes de la cena, que es a las seis; y a las ocho y media, lasoraciones; y a las nueve ya están en la cama todos menos nosotras. Nos quedamos levantadashasta las diez o más; y cuando yo me retiro, la señorita Brontë baja y camina por la sala a un ladoy a otro durante una hora o así.

La transcripción de esa carta me ha hecho recordar los días de aquella grata visita con todaclaridad; y muy tristes en su nitidez. Éramos muy felices juntas; a ambas nos interesabansinceramente los asuntos de la otra. El día parecía demasiado corto para todo lo que teníamos quecontarnos. Yo comprendí mejor su vida al ver dónde había transcurrido, el lugar en que Charlottehabía amado y sufrido. El señor Brontë era el anfitrión más cordial del mundo; y cuando nosacompañaba (durante el desayuno en su estudio o durante la cena en la sala de Charlotte),describía en tono grandilocuente y majestuoso el pasado, que cuadraba a la perfección con sumagnífico porte. Parecía abrigar todavía de algún modo la idea de que Charlotte era una niña aquien había que guiar y dirigir cuando estaba presente; y ella lo aceptaba con una docilidad serenaque me divertía y me asombraba a la vez. Pero cuando ella salía de la estancia, su padremanifestaba abiertamente su orgullo por la genialidad y la fama de su hija. Escuchaba con avidezcuanto yo le contaba de los elogios que había oído de sus obras. Me pedía con insistencia que lerepitiera determinados comentarios como si quisiera aprenderlos de memoria.

Recuerdo dos o tres temas de las conversaciones que mantuvimos Charlotte y yo, además delos que mencionaba en la carta anterior.

Un día le pregunté si había tomado alguna vez opio, porque la descripción que hace de susefectos en Villette correspondía exactamente a lo que yo había experimentado, la presencia víviday exagerada de objetos cuyos contornos eran indefinidos o se perdían en una bruma dorada, etc.Me contestó que nunca había tomado ni una pizca en forma alguna, que ella supiera, pero quehabía seguido el mismo sistema que adoptaba siempre cuando tenía que describir algo quequedaba fuera de su campo de experiencia: pensaba detenidamente en ello durante muchas nochesantes de quedarse dormida, preguntándose cómo era o cómo sería, hasta que, al final, a vecescuando el desarrollo de la historia llevaba estancado en aquel punto semanas, despertaba por lamañana y lo veía todo con absoluta claridad, como si hubiera pasado por la experiencia; yentonces lo describía, palabra por palabra, tal como había sucedido. No puedo explicarlopsicológicamente; pero estoy convencida de que así era, porque ella me lo dijo.

Me hizo muchas preguntas sobre el aspecto físico de la señora Stowe; y cuando le dije que la

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autora de La cabaña del tío Tom era baja y menuda, me di cuenta de que coincidía con la idea queella se había formado. Otra teoría suya era que ninguna mezcla de sangre producía caracteres tanexcelentes mental y físicamente como la de escocés e inglés.

Recuerdo también que me dijo que la aterraba que la acusaran de plagio cuando después dehaber escrito Jane Eyre leyó el efecto espeluznante del misterioso grito a medianoche del cuentode la señora Marsh titulado El deforme. También me contó que cuando había leído Los vecinos deFredrika Bremer creyó que todos creerían que tenía que haber sacado la idea del personaje de JaneEyre del de Francesca, la narradora de la historia de la señorita Bremer.148 La verdad es que yo noveo el menor parecido entre ambos personajes. Así se lo dije, pero ella insistió en que Francescaera Jane Eyre casada con un médico sueco bonachón.

En nuestros largos paseos nos encontramos con diversos pobres. Uno de ellos nos dejó unparaguas; en casa de otro nos refugiamos de un aguacero de septiembre. En todas aquellas casasconocían su serena presencia. En una que quedaba a cinco kilómetros de Haworth, quitaron elpolvo a una silla, diciéndole amablemente: «Siéntese aquí, señorita Brontë», y ella sabía por quéfamiliares ausentes o enfermos tenía que preguntar. Sus palabras amables y sosegadas, por muypocas que fueran, resultaban claramente gratas a aquellos yorqueños. Y aunque secos y toscos, larecibían con cordial simpatía.

Conversamos sobre los diferentes rumbos que seguía la vida. Ella me dijo, a su modotranquilo, que parecía indicar que había aceptado la idea como un hecho, que creía que algunaspersonas están destinadas al dolor y la decepción, que no todas tenían la suerte (como nos decíanlas Escrituras) de que sus cuerdas cayeran en lugares amenos; que era beneficioso que quienestenían que vivir con mayor dureza se dieran cuenta de que era la voluntad de Dios y procuraranmoderar sus aspiraciones, dejando la esperanza a aquellos cuyo sino era diferente, y procurandocultivar la paciencia y la resignación como virtudes necesarias. Yo no lo veía de esa forma y leexpliqué que yo creía que el sino de los distintos seres humanos es más parecido de lo que ellaimaginaba; que en algunos casos la felicidad y el dolor llegaban en rachas marcadas de luz ysombra (como si dijéramos), mientras que en otros se mezclaban por igual a lo largo de toda lavida. Ella sonrió y negó con la cabeza, y me dijo que ella intentaba aprender a no esperar ningúnplacer; que era mejor ser valiente y aceptarlo con resignación; había alguna buena razón, queconoceríamos en su momento, por la que el sufrimiento y el desengaño tenían que ser el destinode algunas personas en la tierra; era mejor aceptarlo y afrontar la verdad de una fe religiosa.

En relación con esta conversación, mencionó un pequeño plan frustrado del que yo no sabíanada entonces: que en el pasado mes de julio se había sentido tentada a ir con unos amigos (unapareja casada y su hijo) a un viaje a Escocia. Partieron alegremente; ella con júbilo especial,porque Escocia era una tierra que tenía raíces profundas y entrañables en su imaginación y elatisbo de dos días en Edimburgo era lo único que había visto. Pero en el primer alto después deCarlisle, el pequeño se sintió ligeramente indispuesto; los padres, preocupados, supusieron que ladieta extraña le sentaba mal y se apresuraron a regresar a su casa de Yorkshire con la mismaimpaciencia que dos o tres días antes habían iniciado el viaje hacia el Norte con la esperanza deuna excursión placentera de un mes.

Nos despedimos con la firme intención por ambas partes de renovar con frecuencia el placer

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que nos proporcionaba estar juntas. Decidimos que cuando ella quisiera bullicio o yo quisieratranquilidad nos lo comunicaríamos e intercambiaríamos visitas según requiriera la ocasión.

Yo sabía que ella estaba muy preocupada entonces; y como conocía la razón, no podía pormenos que admirar la paciente docilidad que demostraba en su comportamiento con su padre.

Poco después de que yo me fuera de Haworth, Charlotte hizo una visita a la señorita Wooler,que vivía entonces en Hornsea. Pasó unos días agradables y tranquilos con esta amiga, cuyacompañía la reconfortaba siempre.

SRTA. WOOLER12 de diciembre de 1853

Me pregunto cómo estará pasando estas largas veladas de invierno. Seguramente sola, como yo.Pienso muchas veces, cuando estoy aquí sola, lo agradable que sería que viviera usted cerca, ypudiera ir a verla dando un paseo de vez en cuando, o venir usted a pasar un día y una nocheconmigo. Sí, fue muy agradable esa semana en Hornsea, y espero que llegue la primavera paraque cumpla la promesa de venir a visitarme. Supongo que tiene que sentirse muy sola en Hornsea.¡Qué duro le parecería a algunas personas vivir su vida! ¡Y qué absolutamente imposible vivirlacon ánimo sereno y talante plácido! Me parece prodigioso, porque no es usted como la señorita—,flemática e impenetrable, sino que la naturaleza la ha dotado de sentimientos de una finísimaagudeza e intensidad. Esos sentimientos, si se encierran, a veces dañan la mente y el carácter. Austed no. Tiene que ser en parte principio y en parte disciplina lo que le permite ser como es.

A medida que me acerco a los años más recientes me resulta imposible escribir con la plenitudde detalles que hasta ahora no había juzgado erróneo emplear. La señorita Brontë pasó el inviernode 1853-1854 sumida en la soledad y la inquietud. Pero el Tiempo, el gran conquistador, fueganando lentamente su victoria sobre los firmes prejuicios y la determinación humana. El señorBrontë fue aceptando paulatinamente la idea del matrimonio de su hija.

Hay otra carta, dirigida al señor Dobell, que nos permite ver el aspecto intelectual del carácterde Charlotte, antes de que perdamos toda noción de la autora en la tímida y concienzuda mujer apunto de convertirse en esposa, y en la felicidad casi perfecta y demasiado breve de sus nuevemeses de vida conyugal.

SR. SYDNEY DOBELLHaworth, cerca de Keighley,

3 de febrero de 1854

Muy señor mío: No sabe cuánto me complace tener ocasión de explicar esa taciturnidad a queusted alude. Su carta llegó en un momento delicado e inquietante, en que mi padre se encontrabamuy enfermo y yo no podía separarme de su lado. No contesté las cartas durante ese periodo, y lasuya era una de las tres o cuatro que, cuando tuve de nuevo tiempo de ocio y volví a considerarlo,me pareció que ya había pasado el momento de contestarlas y al final las dejé a un lado. No sé si

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recordará que me invitaba a ir a Londres. Y ya era demasiado tarde para aceptar o para declinar.Estaba segura de que ya se habría marchado usted de Londres. Mencionaba una circunstancia —la enfermedad de su esposa— en que he pensado muchas veces, preguntándome si ya estaríamejor. En su nota actual no se refiere a ella, pero confío en que haya recuperado plenamente lasalud hace mucho.

Balder

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149 llegó sin novedad. Lo contemplé antes de abrir las hojas con placer singular. Recuerdobien a su hermano mayor, el potente Romano, y era natural que diera una cordial bienvenida alnuevo vástago de la misma casa y raza. Lo he leído. Ésta es mi impresión: rebosa fuerza; hallé enél una desbordante riqueza vital, pero pensé que su hijo preferido y favorecido crearía problemasa su padre, que le causaría disgustos. Me pareció que su fuerza y su belleza no eran tanto las deJosé, el sostén de Jacob en su vejez, como las del hijo pródigo, que atribuló a su padre aunqueconservó siempre su amor.

¿Por qué será que mientras el primogénito del genio trae siempre honor, el segundo hijo sueleser una fuente de abatimiento y preocupación? Casi podría vaticinar que el tercero compensarátoda la angustia causada por su inmediato predecesor.

Hay fuerza en el carácter de Balder y un cierto horror, en mi opinión. ¿Se propuso queencarnara, junto con la fuerza, alguno de los defectos especiales del carácter artístico? A mí meparece que esos defectos no se han expuesto nunca en versos más fuertes. No podía creer ni creoque se hubiera propuesto presentarlo como su preciado ideal del verdadero y gran poeta; mepareció el retrato en vívidos colores del amor propio exagerado, de la ambición casidesenfrenada; de una naturaleza que ha hecho un Moloch de la inteligencia, que sacrificó en losfuegos paganos los afectos naturales, el corazón al cerebro. ¿No sabemos todos que la verdaderagrandeza es simple, desprendida, proclive a los compromisos poco ambiciosos y desinteresados?Estoy segura de que así lo cree en su fuero interno.

Pero si los críticos se equivocaran ahora (no he visto todavía ninguna de sus elucubraciones),los corregirá algún día en la segunda parte de Balder. Les demostrará que también usted sabe(quizá mejor que ellos) que el hombre verdaderamente grande es sincero en sus sentimientos paraescatimar sacrificio; demasiado absorto en su trabajo para hablar de él en voz alta; demasiadodecidido a encontrar la mejor forma de realizar lo que emprende para pensar grandes cosas de símismo: el instrumento. Y si Dios pone en su camino aparentes obstáculos —si parece a veces quesus obligaciones ponen trabas a sus poderes—, siente profundamente, quizá se retuerza bajo lalenta tortura de los impedimentos y las demoras; pero si en su pecho alentara un auténticocorazón humano, puede resistir, aceptar, esperar con paciencia.

Contestaré conforme a su propia sugerencia y a mi propia opinión a quienquiera que me hablede Balder, aunque llevo una vida demasiado retirada para encontrarme con demasiada frecuenciaen situación de oír los comentarios. La equidad exige que sea usted su propio intérprete.

Adiós por ahora. Le saluda muy atentamente,CHARLOTTE BRONTË

Una carta a su compañera de Bruselas nos da una idea del curso exterior de las cosas duranteese invierno.

8 de marzo

Me ha alegrado mucho ver tu letra de nuevo. Creo que hace un año que no tenía noticiastuyas. He pensado muchas veces en ti últimamente, y estaba empezando a tener presentimientostristes sobre la causa de tu silencio. Pero tu carta los ha eliminado todos felizmente. Trae en

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conjunto noticias gratas de tus padres, tus hermanas y, en último lugar, aunque no enimportancia, de tu querida y respetada personalidad inglesa.

Mi querido padre ha pasado muy bien el crudo invierno, algo que agradezco todavía másporque el pasado verano su salud fue bastante precaria durante semanas después de un ataqueque sufrió en junio y que le privó totalmente de la vista durante horas, aunque no le afectó lo másmínimo a la mente, el habla y ni siquiera a la capacidad de movimiento. No imaginas mi alegríacuando tras ese periodo terrible y casi desesperado de oscuridad absoluta pudo ver de nuevo unpoco de claridad. Yo temí que la parálisis le hubiera afectado el nervio óptico. Tuvo durantemucho tiempo una especie de niebla, y en realidad no ha recuperado del todo la vista, pero puedeleer, escribir y pasear solo; predica dos veces los domingos y el coadjutor sólo lee las oraciones.Ya comprenderás lo mucho que rezo para que Dios le permita conservar la vista hasta el final. Leaterra la privación que supondría la ceguera. Conserva la mente tan fuerte y activa como siemprey la política le interesa tanto como a tu padre. El zar, la guerra, la alianza entre Francia eInglaterra; se entrega a todo esto en cuerpo y alma; es como si le hiciera volver a los tiempos enque era relativamente joven, y renovar el entusiasmo de la última gran contienda europea. Sussimpatías (y las mías) están todas con Europa y la Justicia contra la Rusia y la Tiranía.

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150Comprenderás que con todo eso no he tenido tiempo ni ánimo para salir mucho de casa

durante el último año. Pasé una semana con la señora Gaskell en primavera, y quince días conotros amigos después; y ésas han sido todas mis visitas desde la última vez que nos vimos. Laverdad es que llevo una vida muy regular y retirada, más de lo que es del todo saludable para lamente y para el cuerpo. Pero tengo motivos para albergar sentimientos de gratitud frecuentementerenovados por el apoyo que recibo en ocasiones y que me alienta de vez en cuando. Mi salud,aunque no es perfecta, creo que en conjunto es bastante mejor que hace tres años: el dolor decabeza y la dispepsia son mis achaques más graves. Todavía no sé si iré unos días a la ciudad estatemporada, pero si lo hiciera, espero visitar P. Place.

En abril comunicó su compromiso a la señorita Wooler.

Haworth, 12 de abril

Querida señorita Wooler:El interés sincero y bondadoso que ha demostrado siempre por mis asuntos me hace creer que

debo comunicarle enseguida una noticia sobre un tema respecto al cual ya le he consultado másde una vez. Así que he de decirle que desde mi última carta papá ha cambiado paulatinamente y suopinión ahora es muy distinta; y que después de muchas cartas y como resultado de una visita delseñor Nicholls hace más o menos una semana, se ha acordado que vuelva a ocupar la coadjutoríade Haworth en cuanto el actual ayudante de papá obtenga otro puesto; y que, a su debido tiempo,ingresará en la familia.

Me alegra indescriptiblemente ver que ahora que mi padre ha admitido de una vez este nuevoenfoque de la situación piensa en ello muy contento. Se respetarán en todas las disposiciones sucomodidad y su aislamiento. El señor Nicholls parece sentir el profundo deseo de procurarlecomodidad y sustento en sus últimos años. Por el carácter del señor Nicholls creo que puedoconfiar en que no se trata de un impulso pasajero, sino que lo asumirá siempre como un deber yque lo cumplirá como una obligación afectiva. Sé muy bien que el destino que la Providencia enSu bondad y sabiduría parece ofrecerme no será considerado en general esplendoroso, pero creover en él algunos gérmenes de auténtica felicidad. Confío en que las exigencias del sentimiento yel deber se reconcilien en cierta medida por el paso en perspectiva. El señor Nicholls quiere quela boda se celebre este verano; insiste en que sea en el mes de julio, pero eso parece muy pronto.

Dígame cómo se encuentra cuando me escriba [...] Ahora he renunciado definitivamente a lavisita a Londres. Estaré muy ocupada en los tres meses próximos; no podría permitirme perder unmes [...] Papá acaba de recibir una carta del querido y buen obispo que nos ha conmovido ycomplacido muchísimo. Aprueba cordialmente la vuelta del señor Nicholls a Haworth (sobre locual se le consultó) y le satisfacen los acuerdos domésticos que seguirán a la misma. Creo quedescubrió sagazmente la situación cuando estuvo aquí en junio de 1853.

En otras cartas expresaba su agradecimiento a Quien la había guiado entre tanta dificultad,aflicción y desconcierto; y sin embargo creía lo que casi todas las mujeres reflexivas que se casan

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cuando ha pasado la flor de la juventud despreocupada: que había una sensación extraña y un tantotriste en anunciar el compromiso, porque las preocupaciones y los temores se mezclabaninextricablemente con las esperanzas. El convencimiento de que su padre disfrutabaverdaderamente pensando en su boda y haciendo todos los preparativos necesarios leproporcionaba un gran sosiego. El señor Brontë quería que se arreglara todo sin problema y seinteresó mucho por los preparativos para la recepción del señor Nicholls en la rectoría comoesposo de su hija. Esta medida se consideró necesaria por la avanzada edad del señor Brontë y porel deterioro de su vista, pues imponía como obligación primordial a una hija tan responsable comoCharlotte dedicar tanto tiempo y ayuda como siempre a satisfacer todas las necesidades de supadre. El señor Nicholls, por su parte, esperaba que podría aportar cierto consuelo y ayuda con supresencia en cualquier ocasión en que el anciano clérigo necesitara sus servicios.

La señorita Brontë hizo tres visitas a principios de mayo, antes de la boda. Primero nos visitó anosotros. Se quedó sólo tres días porque tenía que ir a Leeds a comprar algunas cosas necesariaspara su boda. Me dijo que sus preparativos no podían ser caros ni amplios; que consistiríanprincipalmente en una modesta reposición de su guardarropa, en empapelar y pintar algunashabitaciones de la rectoría; y sobre todo en adaptar el cuartito enlosado que había servido hastaentonces de despensa (que quedaba junto a su salita) en estudio para su esposo. Pensaba mucho enesa idea y en los planes para que él estuviera cómodo, y también su padre; y hablamos de ellos conla misma dicha inquebrantable que supongo que sienten todas las mujeres en tales conversaciones,sobre todo cuando las consideraciones económicas exigen esa clase de ingenio de que hablaCharles Lamb en su Ensayo sobre la porcelana antigua como importante añadido al placer deconseguir finalmente algo.151

Haworth, 22 de mayo

He estado ocupadísima cosiendo desde que regresé a casa; ya está arreglado el cuartito nuevoy las cortinas verdes y blancas colocadas; hacen juego con el empapelado y quedan muy bien.Hace unos días recibí una carta comunicándome que el señor Nicholls llega mañana. Estoypreocupada por él; más de lo que me atrevo a confesarme. Parece que le ha molestado muchoúltimamente su afección reumática. No me lo ha contado él, sino que me he enterado por otrafuente. Ha estado enfermo mientras yo estaba en Manchester y en B—. Él no se quejó en absolutoni me dio ningún indicio sobre el tema. Esperaba superarlo y lamentablemente sé lo mucho que lehabrá entristecido ver frustradas sus esperanzas. Deseaba de todo corazón por motivosdesinteresados que esa dolencia no se hiciera crónica. Me lo temo, me lo temo; pero si estápredestinado a sufrir necesitará más cuidados y ayuda. ¡En fin, sea lo que sea, que Dios nosayude y nos dé fuerza tanto a él como a mí! Espero que llegue mañana con una mezcla deimpaciencia y ansiedad.

El señor Brontë tuvo entonces una leve enfermedad que preocupó muchísimo a Charlotte.Además, todo el peso de los preparativos de la casa recayó sobre la novia, y aunque no le resultabadesagradable, no le dejaba un minuto libre. Estuvo muy ocupada durante varios díasdesempaquetando la ropa que le habían enviado de Halifax; pero no tan ocupada como para

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olvidarse de facilitar el viaje de la señorita Wooler para asistir a la boda.

Escribo hoy mismo a la señorita Wooler. ¿No sería mejor, cariño, que tú y ella os pusierais deacuerdo para venir a Haworth el mismo día y llegar a Keighley en el mismo tren? Así yo podríaenviar un coche a recogeros a la estación y traeros con el equipaje. La caminata con este calorsería imposible, tanto para ti como para ella; y sé que si depende de ella, insistiría en hacerlo yllegaría medio muerta. Prefiero decírtelo a ti antes. Si te parece bien, ponte de acuerdo con ellaen la hora y todo lo demás y házmelo saber. Acláralo todo e infórmame puntualmente para quepueda escribir a Devonshire Arms sobre el coche.

El señor Nicholls es una persona amable y considerada. Pese a todos sus defectos masculinos,ha accedido a mi deseo de hacer las cosas discretamente, y se lo agradezco; y si se inmiscuyeraalguien y desbaratara sus planes, se las arreglará para que ni una alma en Haworth se entere deldía. También es muy atento acerca de «las damas», es decir, tú y la señorita Wooler. Se anticipótambién a los arreglos que yo iba a proponerle para tu partida, etc. Él y el señor — llegan a — lavíspera por la tarde. Ponme una nota para saber que están ahí; estarán en la iglesia exactamentea las ocho de la mañana y allí nos reuniremos con ellos. El señor y la señora Grant estáninvitados al desayuno, pero no a la ceremonia.

Habían fijado el 29 de junio como el día de la boda. Sus dos amigas llegaron a la rectoría deHaworth la víspera; y Charlotte pasó la larga tarde de verano haciendo todos los preparativos parael día siguiente y para que su padre estuviera bien durante su ausencia. Cuando estuvo todopreparado —hecho el equipaje, organizado todo para el desayuno del día siguiente, el vestido denovia dispuesto—, justo a la hora de acostarse, el señor Brontë anunció su intención de quedarseen casa mientras los demás iban a la iglesia. ¿Qué iban a hacer? ¿Quién entregaría a la novia? Sóloiban a asistir el clérigo que oficiaría la ceremonia, la novia y el novio, la dama de honor y laseñorita Wooler. Consultaron el devocionario y vieron que la norma litúrgica era que el ministrooficiante «recibiera a la mujer de manos del padre o de un amigo», pero no especificaba nada encuanto al sexo del «amigo». Así que la señorita Wooler, siempre dispuesta a ayudar cuando hacíafalta, se ofreció a entregar a su antigua alumna.

La noticia de la boda de Charlotte se había divulgado antes de que el pequeño grupo saliera dela iglesia y muchos viejos y humildes amigos acudieron y la vieron «como una campanilla deinvierno», según dicen ellos. Su traje era de muselina blanca bordada, con mantilla de encaje ygorrito blanco adornado con hojas verdes, lo que quizá sugiriera el parecido con la pálida florinvernal.

El señor Nicholls y Charlotte fueron a visitar a los parientes y amigos de él a Irlanda;recorrieron Killarney, Glengariff, Tarbert, Tralee y Cork, vieron el paisaje, del que ella dice:

Algunos lugares superaban todo lo que yo siempre había imaginado [...] He de decir que meagradan mis nuevos parientes. También mi amado esposo aparece a una nueva luz en su país. Másde una vez he sentido un profundo placer oyendo cómo le alababan en todos los aspectos. Algunosde los viejos criados y amigos de la familia me dicen que soy muy afortunada porque heconseguido a uno de los mejores caballeros del país [...] Espero que agradezca lo suficiente a

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Dios por haberme permitido tomar la que me parece una elección acertada; y rezo para que mepermita corresponder como debiera a la cariñosa devoción de un hombre sincero y honorable.

A partir de entonces, las sagradas puertas del hogar en que transcurrió su vida conyugal estáncerradas. Nosotros, sus buenos amigos, nos quedamos fuera, y sólo captamos algún que otro atisbode alegría y los sonidos de gratos y pacíficos susurros que nos indican el gozo del interior. Nosmiramos unos a otros y dijimos con dulzura: «¡Después de una lucha larga y difícil, después detantas preocupaciones y amarguras, está probando la felicidad!». Pensamos en los ligeros rigoresde su carácter y cómo se convirtieron en plena dulzura en el resplandor sereno de la pazdoméstica. Recordamos sus pruebas y nos complacimos con la idea de que Dios hubiera creídoadecuado secar las lágrimas de sus ojos. Quienes la vieron, advirtieron un cambio exterior en suaspecto que indicaba cosas interiores. Y pensamos y esperamos y vaticinamos con gran amor yveneración.

¡Pero los designios de Dios no son como los nuestros!

Veamos algunos de los bajos murmullos de felicidad que oímos quienes escuchábamos:

Me parece realmente que apenas he tenido un momento libre desde aquella oscura mañana dejunio en que usted, E— y yo misma bajamos caminando hasta la iglesia de Haworth. No es que mesienta fatigada ni agobiada; pero lo cierto es que ahora mi tiempo ya no es mío; otra personanecesita buena parte del mismo y dice «tenemos que hacer esto o aquello». Por consiguiente,hacemos esto o aquello; y en general parece ser lo correcto [...] Ha venido mucha gente de lejos,y últimamente he tenido que organizar una pequeña fiesta para el pueblo. Tanto el señor Nichollscomo yo queríamos corresponder de algún modo a la calurosa bienvenida y la buena voluntaddemostrada por los feligreses cuando volvió. Así que invitamos a los alumnos y profesores, a loscantores y a los campaneros y a los alumnos de la escuela dominical y de la escuela normal a unamerienda cena en el aula de la escuela. Creo que lo pasaron muy bien y fue muy grato verlos tancontentos. Uno de los vecinos, al hacer un brindis por mi esposo lo describió como cristianoconsecuente y caballero gentil. Confieso que sus palabras me conmovieron profundamente y pensé(y sé que lo habría pensado también usted si hubiera estado aquí) que merecer y ganarse esaconsideración era mejor que conseguir riqueza, fama o poder. Estoy dispuesta a hacerme eco detan elevado aunque sencillo elogio [...] Mi querido padre no estaba bien cuando regresamos deIrlanda. Pero gracias a Dios ya está mejor. ¡Que Dios permita que siga muchos años connosotros! El deseo de una vida prolongada, junto con la preocupación por su felicidad y su saludme parece incluso más fuerte ahora que antes de casarme, aunque no sabría decir por qué. Papáno ha celebrado ningún oficio desde que regresamos; y cuando veo al señor Nicholls ponerse lasotana y la sobrepelliz me conforta pensar que este matrimonio ha asegurado a papá la asistenciaen su vejez.

19 de septiembre

¡Sí! Me alegra poder decir que mi esposo se encuentra mejor de salud y de ánimos. Me siento

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agradecida y contenta cuando le oigo de vez en cuando confesar su felicidad con la breve ysencilla frase de la sinceridad. Yo ahora estoy más ocupada que antes, no tengo tanto tiempo parapensar, me veo obligada a ser más práctica, porque mi querido Arthur es un hombre muy práctico,así como muy puntual y metódico. Cada mañana a las nueve en punto ya está en la escuelanacional. Da clase de religión a los niños hasta las diez y media. Casi todas las tardes visita a lospobres de la parroquia. Y por supuesto, suele encontrar alguna pequeña tarea para su esposa ycreo que ella no lamenta ayudarle. Me parece que no me hace ningún mal su inclinación hacia losasuntos de la vida y al servicio activo; tan poco inclinado a lo literario y lo contemplativo. Encuanto a su afecto constante y sus amables atenciones, no es propio que hable mucho de ello; perono han cambiado ni disminuido.

Su amiga y dama de honor les hizo una visita en octubre. Tenía que haber ido yo también, peropermití que algún pequeño obstáculo se interpusiera, para mi eterno pesar.

No hablaré de la guerra; pero cuando leo sus horrores no puedo por menos que pensar que esuna de las maldiciones más grandes que hayan caído nunca sobre la humanidad. Confío en que nodure mucho porque de verdad creo que ninguna gloria que pueda ganarse compense el sufrimientoque hay que soportar. Tal vez parezca innoble y antipatriótico; pero creo que a medida queavanzamos hacia la madurez, la nobleza y el patriotismo adquieren un significado distinto del queaceptábamos cuando éramos jóvenes.

Me pregunta amablemente por papá. Está mejor, y parece cada vez más fuerte a medida que eltiempo refresca. La verdad es que en los últimos años siempre se ha encontrado mejor de salud eninvierno que en verano. Estamos todos muy bien; y en cuanto a mí, hacía mucho tiempo que noconocía tanta inmunidad relativa al dolor de cabeza y demás como en los últimos tres meses. Mivida es diferente de lo que era. ¡Que Dios me haga agradecida por ello! Tengo un esposo bueno,amable y cariñoso; y mi amor por él es cada día más fuerte.

Sir James Kay Shuttleworth cruzó las colinas que separan Lancashire de Yorkshire y pasó unosdías con ellos.

Por entonces ofrecieron al señor Nicholls un beneficio eclesiástico muy superior a lacoadjutoría de Haworth, y que era muy favorable en muchos sentidos; pero él creía que estabaobligado a seguir en Haworth mientras viviera el señor Brontë. De todos modos, la oferta fue ungratísimo placer para su esposa, como prueba del respeto y la consideración de que gozaba sumarido.

29 de noviembre

Pensaba haberte puesto unas líneas ayer, pero precisamente cuando me disponía a hacerlo mellamó Arthur para dar un paseo. Salimos, sin intención de ir muy lejos. Aunque el día estabanublado y tormentoso, por la mañana hacía buen tiempo. No habíamos caminado ni un kilómetropor los páramos cuando Arthur propuso que fuéramos hasta la cascada; estaría muy bien despuésde haberse derretido la nieve, me dijo. Yo siempre había querido verla con su poder invernal, así

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que seguimos caminando. Era realmente preciosa; ¡un torrente perfecto sobre las rocas, blanco ybellísimo! Empezó a llover mientras estábamos contemplándola y regresamos bajo el chaparrón.Sin embargo, yo disfruté del paseo indescriptiblemente y no me lo hubiera perdido por nada delmundo.

No consiguió este paseo de once o doce kilómetros con impunidad. A pesar de todas lasprecauciones, empezó a temblar en cuanto llegaron a casa y acabó con un catarro fuerte y anginaspertinaces; se quedó muy delgada y muy débil.

¿Te dije que nuestro pobrecito Flossy ha muerto? Estuvo enfermo sólo un día y muriótranquilamente de noche, sin dolor. Su pérdida ha sido muy triste; aunque quizá ningún perrohaya tenido nunca una vida más feliz ni una muerte más dulce que él.

El día de Navidad ella y su marido fueron a ver a la pobre anciana (cuyo ternero se habíapuesto a buscar en días lejanos y menos felices), llevando consigo un pastel de especias paraanimarla. El día de Navidad muchas comidas humildes eran más abundantes gracias a sus regalos.

A principios del nuevo año (1855), el señor y la señora Nicholls fueron a visitar a sir JamesKay Shuttleworth a Gawthorpe. Sólo se quedaron unos días, pero en ese tiempo Charlotte dio unlargo paseo por terreno húmedo con calzado fino que agravó su persistente catarro.

Al poco tiempo de regresar de Gawthorpe empezó a tener sensaciones de náuseas recurrentes.Cuando llevaba así un tiempo, cedió al deseo del señor Nicholls de llamar a un médico. El médicofue a verla y dio una razón natural de su lamentable estado; un poco de paciencia, y todo searreglaría. Ella siempre había sido paciente con la enfermedad y procuró con todas sus fuerzasanimarse y aguantar. Pero el espantoso malestar se agravó cada vez más, hasta que sólo ver lacomida le daba náuseas. «Un gorrión se habría muerto de hambre con lo que comía ella losúltimos seis meses», ha comentado alguien. La salud de Tabby decayó por entonces súbitamente ymurió en aquellos momentos de preocupación y ansiedad por la última hija de la familia que ellahabía servido tanto tiempo. Martha atendía tiernamente a su señora y de vez en cuando procurabaanimarla con la idea del bebé que iba a nacer. «Creo que alguna vez me alegraré —decía ella—,pero ahora me encuentro tan mal, tan fatigada...» Luego guardó cama, porque estaba demasiadodébil para levantarse. En su último lecho escribió dos cartas, a lápiz. La primera, sin fecha, estádirigida a su «Querida Nell».

Tengo que escribir unas líneas en mi deprimente lecho. Recibí la noticia de la probablerecuperación de M— como un rayo de alegría. No voy a hablar de mis sufrimientos, sería inútil ydoloroso. Quiero decirte algo que sé que te confortará, y es que considero a mi esposo elenfermero más tierno, el sostén más amable y el mejor consuelo terrenal que haya tenido ningunamujer. Su paciencia es infinita, aunque tiene que soportar tristes días y noches irregulares.Escríbeme y cuéntame más de la señora—. ¿Cuánto tiempo estuvo enferma y cómo? Papá estámejor, ¡gracias a Dios! Nuestra pobre y anciana Tabby, muerta y enterrada. Todo mi cariño parala señorita Wooler. Para ti, mi ánimo y mi consuelo.

C. B. NICHOLLS

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Escribió la otra carta a su compañera de Bruselas, también a lápiz y con letra muy ligera, casiinvisible.

Tu carta tendrá unas líneas de reconocimiento, esté sana o enferma. Ahora estoy postrada enla cama; llevo enferma tres semanas. Hasta entonces y desde que me casé había gozado de unasalud excelente. Mi esposo y yo vivimos en casa con mi padre; no podía dejarle, por supuesto. Élestá muy bien, mejor que el verano pasado. Creo que no puede haber en el mundo marido másbondadoso y mejor que el mío. Ahora no me falta buena compañía en la salud ni el enfermero mástierno en la enfermedad. Comprendo perfectamente todo lo que me dices del doctor W. y de lapreocupación de tu excelente madre. Confío en que no la ponga en peligro con otra operación.Ahora no puedo escribir más; me encuentro muy fatigada y muy débil. Que Dios os bendiga atodos. Todo mi cariño,

C. B. NICHOLLS

No creo que volviera a escribir una línea más. Los días y las noches transcurrieron conlentitud; continuaron las náuseas y los mareos, y siguió soportándolos con confiada paciencia.Hacia la tercera semana de marzo se produjo un cambio; un delirio incoherente en el que nodejaba de pedir comida e incluso estimulantes. Comía ávidamente; pero ya era demasiado tarde.Despertó un instante del estupor y vio la cara acongojada de su esposo y oyó el susurro de unaplegaria pidiendo a Dios que la salvara. «¡Vamos! —murmuró—. No voy a morirme, ¿verdad? Élno va a separarnos ahora que somos tan felices.»

El sábado 23 de marzo por la mañana, temprano, el solemne toque de la campana de la iglesiade Haworth anunció la muerte de Charlotte Brontë a los vecinos que la conocían desde niña y quese estremecieron al pensar en los dos hombres solos y desolados sentados en la vieja casa gris.

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CAPÍTULO XIV

Siempre me ha impresionado mucho un pasaje de la vida de Goldsmith escrita por el señorForster.152 Hablando de la escena después de su muerte, escribe:

Cuentan que las escaleras de Brick Court se llenaron de dolientes, que no eran familiares;mujeres sin hogar y sin domesticidad de ninguna clase, sin ningún amigo más que aquel a quienhabían ido a llorar; parias de aquella ciudad maligna, grande y solitaria, con quienes él habíasido siempre bondadoso y caritativo.

Cuando me hablaron del funeral de Charlotte, me vinieron esas palabras a la mente.Pocos más allá del círculo de colinas supieron que ella, a quien las naciones remotas alababan,

yacía muerta aquella mañana de Pascua. Tenía más familiares y amigos en la tumba a la quepronto sería transportada que entre los vivos. Los dos dolientes, anonadados por su gran dolor, nodeseaban la condolencia de los extraños. Asistió al entierro una persona de casi todas las familiasde la parroquia; y en muchas casas pobres fue un acto de abnegación ceder a otro el privilegio deacudir a rendirle el último homenaje; y quienes quedaron excluidos del cortejo fúnebre formalabarrotaron el cementerio y la iglesia para ver cómo transportaban y depositaban junto a los suyosa Charlotte, a quien habían visto pocos meses antes como una novia blanca y pálida iniciar unavida nueva con temblorosa esperanza de dicha.

Entre los humildes amigos que lloraron su muerte había una muchacha del pueblo que habíasido seducida poco antes pero que había encontrado una hermana espiritual en Charlotte. Ella lehabía brindado su apoyo, su consejo, sus palabras alentadoras; se había ocupado de susnecesidades en su momento de apuro. Amargo, muy amargo fue el dolor de aquella pobre jovencuando supo que su amiga había muerto, y profundo sigue siendo su duelo. Una joven ciega, quevivía a más de seis kilómetros de Haworth, amaba a la señora Nicholls tanto que con grandesgritos y súplicas imploró a quienes estaban junto a ella que la guiaran por los caminos y lossenderos de los páramos para poder oír las últimas palabras solemnes: «La tierra vuelve a la tierra,las cenizas a las cenizas, el polvo al polvo, con la esperanza firme de resucitar a la vida eterna, porJesucristo nuestro Señor».

Ésos fueron los que lloraron junto a la tumba de Charlotte Brontë.

Tengo poco más que añadir. Si mis lectores creen que no he dicho lo suficiente, he dichodemasiado. Yo no puedo medir ni juzgar un carácter como el suyo. No puedo trazar los defectos ylas virtudes ni el territorio en litigio. Alguien que la conoció bien y durante mucho tiempo (laMary de esta Vida), escribe así de su querida amiga:

Tenía en mucho el deber, sus ideas del mismo eran más elevadas y claras que las de la

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mayoría de la gente, y se atenía a ellas con más éxito. Y me parece que lo conseguía con muchamás dificultad de la que tienen personas de mayor vigor y mejor fortuna. Toda su vida fue sólodolor y trabajo; y nunca tiró la carga por el placer del momento. No sé qué podrá sacar usted decuanto he dicho. Lo he escrito con el firme deseo de conseguir que se la aprecie. Sin embargo,¿qué importa eso? Ella misma apeló al juicio del mundo por el empleo de algunas de lasfacultades que tenía, no las mejores, pero aun así las únicas que podía emplear en beneficio de losextraños. Ellos disfrutaron con emoción y avidez de los frutos de sus esfuerzos y luegodescubrieron que era muy culpable de poseer tales facultades. ¿Por qué pedir un juicio sobre ellaa ese mundo?

Pero dejaré al público crítico y poco comprensivo, inclinado a juzgar con dureza porque sóloha entendido de forma superficial y sin pensar bien. Apelo al público más numeroso y más serio,que sabe considerar las faltas y los errores con la más tierna humildad; que sabe admirargenerosamente el genio extraordinario, y venerar plenamente con calidez todas las virtudesnobles. A ese público encomiendo la memoria de Charlotte Brontë.

FIN

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APÉNDICE A

DOS CAPÍTULOS DE LA TERCERA EDICIÓN REVISADA

La vida de Charlotte Brontë se publicó en marzo de 1857. La crítica la acogió en principio conbastantes elogios. En mayo del mismo año se anunció una segunda edición; pero el 6 de junioapareció en la prensa una declaración de los abogados de la señora Gaskell en la que se retractaba«de toda afirmación [...] que impute a una dama viuda, a quien se alude [en la Vida], pero sin darsu nombre, alguna transgresión de sus deberes sociales, maternales o conyugales». Se suspendió laventa de la biografía y se retiraron de las librerías todos los ejemplares de las dos primerasediciones.

La biografía se retiró, en primer lugar, debido a la amenaza de demanda por difamación de losabogados que actuaban en nombre de la entonces lady Scott, viuda del antiguo patrón de BranwellBrontë, el reverendo Edmund Robinson, y a quien la señora Gaskell atacaba tan violentamente porsu relación con Branwell. No es sorprendente que lady Scott actuara como lo hizo, teniendo encuenta que, aunque no se mencionaba su nombre en la biografía, era fácilmente identificable porla descripción de la señora Gaskell, como la «mujer malvada que no sólo sigue con vida, sino quefrecuenta los alegres círculos de la sociedad londinense». Casi al mismo tiempo, sin embargo,hubo otra amenaza de demanda por parte de la familia del reverendo William Carus Wilson, por ladescripción del colegio para hijas de clérigos; las protestas de otras personas que se considerabantambién injustamente retratadas aumentaron los problemas de la señora Gaskell.

Pero la biografía había tenido demasiado éxito para que desapareciera sin más. Y mientras eraobjeto de la hostilidad de quienes se creían difamados, la señora Gaskell recibía más informaciónde personas que no deseaban que se mejorara una obra que ya consideraban admirable (porejemplo, Mary Taylor, la amiga de Charlotte Brontë que vivía en Nueva Zelanda), ni que secorrigieran detalles concretos (como John Stuart Mill y Harriet Martineau). La señora Gaskell sequejó con amargura, diciendo que se hallaba «verdaderamente en un avispero», y en una carta aGeorge Smith se refería a su obra como «este libro desafortunado» (Gaskell Letters, pp. 453 y463), al mismo tiempo que se concentraba en la enorme tarea de realizar una importante revisiónde la biografía; y con tanto éxito, que la tercera edición «revisada y corregida» apareció ennoviembre de 1857, menos de seis meses después de que retiraran las dos anteriores. Hay quesubrayar que la tercera edición no era simplemente un texto expurgado; contenía bastante materialnuevo que en cierta medida puede decirse que compensaba el eliminado, y era más extensa que laoriginal.

Como se indica en la Introducción y en la Nota sobre el texto, ésta es la primera edición; al finy al cabo es la versión que Elizabeth Gaskell quiso que prevaleciera. Además de correccionesgenerales de matiz y de erratas en todo el texto, en el caso concreto de los capítulos que tratan delcolegio para hijas de clérigos (vol. I, cap. IV) y de la relación de Branwell Brontë con Lydia

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Robinson (vol. I, cap, XIII), la revisión fue tan amplia que he preferido incluir aquí estos doscapítulos. El lector puede compararlos con los de la primera edición y así advertirá mejor elimpacto de los originales y apreciará exactamente lo que supuso para la señora Gaskell la tarea derevisión.

VOLUMEN ICAPÍTULO IV

Como ya he mencionado, la señorita Branwell llegó a Haworth de Penzance más o menos unaño después de la muerte de su hermana, para encargarse del hogar de su cuñado y cuidar a losniños. Creo que era una mujer afable y concienzuda, con mucho carácter, aunque con ideas untanto estrechas, propias de alguien que había vivido siempre en el mismo sitio. Tenía prejuiciosarraigados y no le gustó nada Yorkshire. Fue un cambio enorme para una señora entrada ya en lacuarentena marcharse de Penzance —donde las plantas que nosotros en el Norte llamamos floresde invernadero crecen en gran profusión y sin protección alguna incluso en invierno, y donde elclima suave y templado permite a sus habitantes vivir casi siempre al aire libre, si así lo desean—para vivir en un lugar donde no se daban bien los vegetales ni las flores, y donde era difícil verincluso un árbol de tamaño mediano en muchos kilómetros a la redonda; donde la nieve cubríabuena parte del año los páramos que se extienden sombríos y desnudos casi desde la vivienda quesería su hogar a partir de entonces; y donde muchas veces, en las noches de otoño y de invierno,parecía que los cuatro vientos cardinales se unieran para aullar juntos y arañaban la casa comofieras salvajes que intentaran encontrar una entrada. La señorita Branwell echaba de menos lasalegres reuniones sociales que se suceden a lo largo del año en una villa; añoraba a las amistadesque conocía desde la infancia, algunas de las cuales lo habían sido de sus padres antes que suyas;la molestaban muchas costumbres del lugar y aborrecía sobre todo la humedad helada que sealzaba de los suelos de piedra de los pasillos y de las salas en la rectoría de Haworth. Creo quetambién las escaleras eran de piedra; y no es extraño, habiendo cerca canteras y quedando tan lejoslos árboles. Me han contado que la señorita Branwell llevaba siempre zuecos en la casa, por miedoa acatarrarse, y que sus pisadas repiqueteaban escalera arriba y abajo. Por la misma razón, en losúltimos años de su vida apenas salía de su dormitorio, donde también tomaba sus comidas. Losniños la respetaban y le profesaban ese afecto que genera la estima; pero no creo que lemanifestaran nunca su cariño libremente. Tuvo que ser una prueba durísima para una persona desu edad cambiar de hogar y de lugar como lo hizo ella; y precisamente por eso es mayor su mérito.

No sé si la señorita Branwell enseñaría a sus sobrinas algo más que costura y las laboresdomésticas en las que Charlotte fue luego tan experta. Daban las lecciones regulares a su padre; ysiempre tuvieron la costumbre de recoger una inmensa cantidad de información diversa por símismas. Pero un año o así antes se había abierto en el norte de Inglaterra un colegio para hijas declérigos. El lugar era Cowan Bridge, un caserío pequeño que quedaba en la carretera de coches deLeeds a Kendal y por lo tanto de fácil acceso desde Haworth, ya que había coche diario y parabaen Keighley. Los gastos anuales por alumna (según las normas de ingreso que figuran en elBoletín de 1842 y que creo que no habían aumentado desde la creación de los colegios en 1823)eran los siguientes:

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Norma II. La tarifa para ropa, alojamiento, manutención y enseñanza es de 14 libras al año;la mitad se abonará por adelantado cuando se envíe a las alumnas; más una libra por el uso delos libros, etc. El programa de enseñanza comprende historia, geografía, el uso de globosterráqueos, gramática, escritura y aritmética, toda clase de labores de aguja y las tareas másdelicadas de la casa, como preparar lencería fina, plancha, etc. Si se requieren prácticas, la cuotaadicional es de tres libras anuales por música y otras tantas por dibujo.

La tercera norma pide que los familiares indiquen la línea de enseñanza deseada en el caso decada alumna, teniendo en cuenta sus perspectivas futuras.

La cuarta norma se refiere a la ropa y a los artículos de aseo y concluye así:

Todas las alumnas llevan el mismo atuendo, un sencillo gorro de paja en verano, bata blancalos domingos y de nanquín los días de diario; en invierno, vestidos morados de paño y capa depaño del mismo color. Por mor de la uniformidad, por tanto, han de traer tres libras en vez devestidos, pelliza, sombrero, esclavina y adornos; lo que hace la suma total que cada alumna ha detraer al colegio:

7 libras, media anualidad, por adelantado.1 libra, ingreso para libros.1 libra, ingreso para ropa.

La octava norma especifica: «La directora del colegio inspeccionará las cartas y los paquetes».Pero ésta es una norma muy común en los colegios femeninos, y creo que se da por supuesto quela directora puede ejercer este privilegio, aunque sin duda sería imprudente por su parte aplicarloa rajatabla.

No hay nada excepcional en las normas restantes, y sin duda el señor Brontë las consultó todascuando decidió enviar a sus hijas al colegio de Cowan Bridge; así que llevó a Maria y a Elizabethen julio de 1824.

Llego ahora a un punto delicado que me resulta muy difícil tratar, porque la evidencia relativaal mismo por ambas partes es tan compleja que parece casi imposible determinar la verdad. Laseñorita Brontë me dijo más de una vez que no habría escrito lo que escribió de Lowood en JaneEyre si hubiera sabido que el lugar se asociaría tan fácilmente a Cowan Bridge, aunque no había niuna sola palabra en la novela sobre el colegio que no fuera verdad en la época en que ella loconoció; también me dijo que no había juzgado necesario en una obra de ficción exponer cadadetalle con la objetividad que cabría exigir en un tribunal de justicia, ni buscar razones y tener encuenta los sentimientos humanos, como podría haber hecho si hubiera analizado objetivamente laconducta de quienes tenían a su cargo la dirección del colegio. Creo que le habría complacidotener la oportunidad de corregir el fuerte impacto que su vívido cuadro causó en la opiniónpública, aunque incluso ella, que sufrió toda la vida en cuerpo y alma las consecuencias de lo queocurrió allí, podría haber confundido hasta el final su profunda fe en los hechos con los hechospropiamente dichos: su idea de la verdad con la verdad absoluta.

En algunas reseñas críticas de las anteriores ediciones de esta obra se da por sentado queobtuve la mayor parte de mi información relativa a su estancia en Cowan Bridge de Charlotte

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personalmente. Ella sólo me habló una vez del lugar, al día siguiente de conocernos. Un niñopequeño manifestó en esa ocasión cierta renuencia a acabar su trozo de pan en la comida yentonces ella se inclinó y le dijo en voz baja lo mucho que habría agradecido ella a su edad untrozo de pan; y cuando nosotros —aunque no estoy segura de si yo hablé— le hicimos algunapregunta en cuanto a la ocasión a que había aludido, contestó con reserva y vacilación, rehuyendoclaramente lo que suponía que podría llevar a hablar demasiado de uno de sus libros. Habló de latorta de avena de Cowan Bridge (el pan de Westmoreland), que era distinta de la torta de avenaesponjosa de Yorkshire, que llevaba levadura, y de lo poco que le gustaba de pequeña. Alguno delos presentes aludió a una aversión infantil parecida de la historia verídica de «The terribleknitters o’Dent» que figuraba en el libro de citas de Southey; ella esbozó una leve sonrisa, perodijo que no se trataba sólo de que la comida fuera distinta, que los alimentos estaban estropeadospor la suciedad y la negligencia de la cocinera y que a sus hermanas y a ella les repugnabansobremanera sus comidas; comentó el alivio y la alegría que supuso que el médico declarara quela comida no era apta para el consumo, y añadió que le había visto escupirla. Ésos son todos losdetalles que supe por ella. Charlotte evitaba individualizar y creo que el nombre del señor CarusWilson nunca se cruzó entre nosotras.

Yo no dudo de la precisión general de mis informantes —de quienes me han dado yconfirmado solemnemente la información detallada que sigue—, pero es simple justicia a laseñorita Brontë decir que ya he expuesto antes prácticamente todo lo que la oí comentar sobre eltema.

Un clérigo que vivía cerca de Kirby Lonsdale, el reverendo William Carus Wilson, fue elimpulsor de que se fundara el colegio. Era un hombre enérgico que no escatimó esfuerzos paraalcanzar sus objetivos. Comprendía lo difícil que resultaba a los clérigos de ingresos limitadosprocurar una buena educación a sus hijas y se le ocurrió un plan mediante el cual se recaudabaanualmente determinada cantidad en donativos para completar la suma necesaria para procuraruna buena educación inglesa, que no podría haberse cubierto sólo con las catorce libras anualesque pagaban los padres. En realidad, lo que aportaban los padres se consideraba exclusivamentedestinado a los gastos de alojamiento y manutención, y la enseñanza se cubría con los donativos.Nombraron doce administradores; el señor Wilson era tesorero y secretario, además de miembrode la junta directiva; en realidad, se encargó de todas las disposiciones administrativas del centro;él podía cumplir bien esta responsabilidad porque vivía más cerca del colegio que ningún otrointeresado. Así que su carácter prudente y juicioso influiría en cierto grado en la buena o malamarcha del colegio de Cowan Bridge; y el funcionamiento del mismo fue durante muchos años elgran objetivo e interés de su vida. Parece ser, sin embargo, que no estaba familiarizado con elprincipal elemento de una buena administración: encontrar a personas bien capacitadas para cadapuesto y responsabilizarlas, juzgándolas por los resultados, sin interferir continuamente en lospormenores.

Fue tanto el bien que hizo el señor Wilson con su gestión constante e infatigable que lamentoque los errores que se creyó que había cometido salieran a relucir cuando era ya un anciano débil,y de una forma que recibió tan prodigiosa fuerza por el toque del genio extraordinario de laseñorita Brontë. No cabe ninguna duda del profundo interés que sentía por el éxito del centro.

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Mientras escribo esto tengo delante sus últimas palabras cuando renunció a la secretaría en 1850;habla de la renuncia «por mala salud, de alguien que, de cualquier modo ha disfrutadosupervisando los colegios con sincero y afanoso interés», y añade que renuncia, «por tanto, consincero agradecimiento a Dios por todo lo que ha tenido a bien llevar a cabo por su mediación(cuya flaqueza y falta de mérito siente y deplora profundamente)».

Cowan Bridge es un grupo de unas seis o siete casas situadas a ambos lados de un puente porel que la carretera de Leeds a Kendal cruza un pequeño arroyo llamado el Leck. Esta carretera estácasi abandonada ahora; pero sin duda estaba muy transitada antiguamente, cuando loscompradores de los distritos manufactureros del West Riding tenían que viajar con frecuencia alNorte para comprar la lana de los campesinos de Westmoreland y Cumberland; y quizá CowanBridge tuviera entonces un aspecto más próspero. El emplazamiento es precioso; justo donde elrío cae en picado a la llanura; y a la orilla del río crecen alisos, sauces y avellanos. Trozosquebrados de roca gris interrumpen la corriente del arroyo; y sus aguas fluyen sobre un lecho decantos rodados blancos y alargados que levantan y arrastran a cada lado de su impetuoso curso,formando un muro en algunos sitios. En las orillas del pequeño y vigoroso Leck, centelleante ypoco profundo, se extienden grandes praderas de hierba corta finísima, común en la montaña. Puesaunque Cowan Bridge está situado en una llanura, es una llanura de la que hay muchas bajadas yuna larga pendiente antes de que el viajero y el Leck lleguen al valle del Lune. No entiendo cómopodía ser tan insalubre el colegio, porque cuando yo visité el lugar el año pasado, el aire delentorno era purísimo y olía a tomillo. Pero hoy día todo el mundo sabe que el emplazamiento deun edificio destinado a albergar a muchas personas debe elegirse con mucho más cuidado que elde una vivienda particular, por la tendencia a contraer enfermedades infecciosas y de otro tipo queproduce la congregación de gente en estrecha proximidad.

Todavía existe la casa que formó parte de la que ocupaba el colegio. Es un edificio bajo yalargado, con miradores, dividido actualmente en dos viviendas. Da al Leck, y entre el río y ellahay un espacio de unos setenta metros que fue en tiempos el jardín del colegio. Esa casa fueoriginalmente la antigua residencia de la familia Picard, que vivió allí durante dos generaciones.La vendieron para el colegio, y entonces se construyó un edificio adicional, en ángulo recto con laparte más antigua. La parte nueva se dedicó expresamente a las aulas escolares, dormitorios, etc.;y cuando el colegio se trasladó a Casterton la ocupó una fábrica donde hacían carretes de maderade aliso, que abunda en los terrenos como el del entorno de Cowan Bridge. Esta fábrica estádestruida ahora. La casa actual estaba ocupada, en la época a que me refiero, por las habitacionesde las profesoras, el comedor, las cocinas y algunos dormitorios más pequeños. Cuando entré enese edificio vi que la parte del mismo que queda más cerca de la carretera era una lastimosaespecie de taberna, entonces en alquiler, y con el mísero aspecto de un lugar abandonado, por loque resultaba muy difícil saber cómo podría ser en perfecto estado, con los paños rotos de lasventanas nuevos y el recubrimiento exterior (ahora cuarteado y descolorido) blanco y liso. La otraparte es una casita de techos bajos y suelos de piedra que tiene unos cien años; las ventanas no seabren bien ni del todo; y el pasillo de arriba que da a los dormitorios es estrecho y tortuoso. Engeneral, los olores persistían en la casa y la humedad se aferraba a ella. Pero los asuntos sanitariosno se entendían bien hace treinta años; y era una suerte encontrar un edificio espacioso junto a la

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carretera y no demasiado lejos de la residencia del señor Wilson, autor del proyecto educativo.Hacía falta un centro así: muchísimos clérigos mal pagados acogieron el proyecto con alegría einscribieron entusiasmados a sus hijas como alumnas cuando el centro estuvo preparado pararecibirlas. Sin duda complacido por la impaciencia con que se esperaba que realizara su idea, elseñor Wilson abrió el colegio con menos de doscientas libras, y el número de alumnas varía segúnlos diferentes informes. El señor W. W. Carus Wilson, hijo del fundador, dice que eran unassetenta, mientras que el señor Shepheard, el yerno, afirma que eran sólo dieciséis.

El señor Wilson seguramente creía que toda la responsabilidad del proyecto recaía en él. Eldinero aportado por los padres apenas cubría el alojamiento y la manutención de las alumnas; ylos donativos para un proyecto que no se había probado no afluyeron copiosamente; así que seimpuso una economía estricta en todos los asuntos domésticos. El señor Wilson decidió reforzarlacon inspecciones frecuentes; llevadas quizá a un extremo innecesario, llegando a inmiscuirse enocasiones en detalles sin importancia, que a veces ocasionaron cierto malestar.

Se hacían economías en el aprovisionamiento del internado, pero no parece que hubieraescasez de nada. Se contrató el abastecimiento de carne, harina, leche, etc., de excelente calidad; yla dieta, que me han enseñado en manuscrito, no era mala ni poco sana; ni poco variada enconjunto. Gachas de avena de desayuno; una torta de avena para quienes necesitaban almuerzo;carne de vacuno y de ovino asada y guisada, pastel de patata y pudines caseros de diferentes tipospara comer; a las cinco en punto, pan y leche para las más pequeñas; y un trozo de pan (ésta era laúnica ocasión en que la comida era escasa) para las alumnas mayores, que seguían levantadas ytomaban luego otra colación parecida.

El señor Wilson encargaba la comida y se preocupaba de que fuera de buena calidad. Pero lacocinera, que era de toda su confianza y de quien durante mucho tiempo nadie se atrevió aquejarse, era una persona descuidada, sucia y derrochona. Algunos niños detestan las gachas deavena, y por muy bien hechas que estén siguen sin gustarles. En el colegio de Cowan Bridge lasservían con excesiva frecuencia no sólo quemadas, sino con fragmentos repugnantes de otrassustancias visibles en ellas. La carne de vacuno, que debe salarse bien antes de prepararla, seechaba a perder muchas veces por negligencia; y las jóvenes que fueron compañeras de lashermanas Brontë durante el dominio de la cocinera a quien me refiero me han dicho que elinternado parecía impregnado mañana, tarde y noche del olor a grasa rancia que emanaba delfogón en que preparaban casi todas sus comidas. Los budines se hacían con el mismo descuido;uno de los que les servían era de arroz hervido, que tomaban con melaza y azúcar; pero muchasveces era incomestible porque lo hacían con agua de lluvia que estaba llena de polvo del tejado, dedonde se deslizaba al viejo tonel de madera que a su vez añadía el propio aroma al del agua.También la leche estaba muchas veces «picada», como llaman en el campo a un tipo dedescomposición que es mucho peor que la acidez y que al parecer se debe a falta de limpieza delos hervidores más que al calor. Los sábados servían una especie de pastel o mezcla de patatas ycarne, que hacían con todas las sobras de la semana. Los trozos de carne de una despensa sucia ydesordenada no podían ser muy apetitosos; y tengo entendido que este plato era el más odiado porlas alumnas en los primeros tiempos de Cowan Bridge. Es fácil imaginar lo repugnante que podíaresultar esta comida a niñas con poco apetito y que además estaban acostumbradas a alimentos

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mucho más sencillos quizá, pero preparados con una pulcritud exquisita que los hacía apetitosos ysanos. Las pequeñas Brontë se quedaban sin comer muchas veces, aunque se morían de hambre.Cuando llegaron al colegio no estaban fuertes porque hacía poco que habían tenido sarampión ytos ferina; en realidad, supongo que no se habían recuperado del todo, pues hubo ciertas consultaspor parte de la junta escolar sobre si debían admitir o no a Maria y a Elizabeth en julio de 1824. Elseñor Brontë volvió en septiembre del mismo año a matricular también en el internado a Charlottey a Emily.

Resulta extraño que el profesorado no informara al señor Wilson de las condiciones en que seservían las comidas; pero hay que tener en cuenta que la familia Wilson conocía a la cocineradesde hacía tiempo, y que las profesoras habían sido contratadas para desempeñar un trabajocompletamente distinto: el de enseñar. Y se les había indicado de forma expresa que ése era sucometido; la compra y la administración de las provisiones corrían a cargo del señor Wilson y dela cocinera. Las profesoras sin duda eran reacias a plantearle quejas sobre el tema.

Todas las alumnas tenían que pasar otra prueba para la salud. El camino desde Cowan Bridgehasta la iglesia de Tunstall, donde oficiaba el señor Wilson y a la que acudían las alumnas deCowan Bridge los domingos, tiene más de tres kilómetros y discurre por una zona completamentedesprotegida, por lo que resulta fresco y tonificante en verano pero muy frío en invierno, sobretodo para niñas tan delicadas como las pequeñas Brontë, cuya escasa energía fluía lánguidamentedebido a su escaso apetito, que las hacía rechazar los alimentos que les preparaban, y que las llevóa un estado casi famélico. La iglesia no se calentaba, porque no había medios para ello. Se alza enmedio de los campos, y las densas nieblas debían de pegarse a las paredes y filtrarse por lasventanas. Las niñas se llevaban la comida fría y la tomaban entre un oficio religioso y otro en unacámara sobre la entrada que daba a las antiguas galerías. El programa de ese día era especialmenteduro para las niñas delicadas, sobre todo para las que estaban tristes y añoraban su hogar, comodebía de pasarle a la pobre Maria Brontë. Cada vez se encontraba peor; el catarro, secuela de la tosferina, no acababa de desaparecer.

Maria era mucho más inteligente que todas sus compañeras de juegos y estaba sola entre ellasprecisamente por eso; y sin embargo cometía faltas tan irritantes que sus profesoras la castigabancontinuamente y fue objeto de la antipatía despiadada de una de ellas, que aparece en Jane Eyrecomo «señorita Scatcherd» y cuyo verdadero nombre seré lo bastante clemente para no revelar.Huelga decir que la Helen Burns de Jane Eyre está inspirada en Maria Brontë con toda la precisiónque la prodigiosa fuerza recreativa de Charlotte Brontë podía conseguir. Hasta el último día enque nos vimos, su corazón todavía latía con impotente indignación por la inquietud y la crueldad ala que su hermana agonizante, paciente y amable, había sido sometida por aquella mujer. No hayuna sola palabra en esa parte de Jane Eyre que no sea la repetición literal de las escenas quetuvieron lugar entre la alumna y la profesora. Quienes habían sido alumnas del colegio de CowanBridge en la misma época que Maria Brontë comprendieron quién tenía que haber escrito el libro,por la fuerza con que se describen los sufrimientos de Helen Burns. Reconocieron también latierna dignidad y la benevolencia de la señorita Temple como justo tributo a sus méritos. Quienesla conocieron lo consideran un honor. Pero cuando la señorita Scatcherd quedó expuesta aloprobio también reconocieron en la autora de Jane Eyre a una hermana inconscientemente

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vengadora de la víctima.Una compañera de Charlotte y de Maria Brontë me ha explicado entre otras cosas lo siguiente:

el dormitorio en que dormía Maria era una habitación grande, con una hilera de camitas estrechasa cada lado, en las que dormían las alumnas; y al final del dormitorio había una pequeña alcobaque daba al dormitorio destinado a la señorita Scatcherd. La cama de Maria quedaba junto a lapuerta de esa alcoba. Una mañana, después de haberse sentido tan mal que habían tenido queaplicarle un vesicatorio al costado (cuya herida no se le había curado del todo), cuando la campanasonó por la mañana, la pobre Maria dijo quejosa que se encontraba tan mal, tan enfermarealmente, que deseaba poder quedarse en la cama; y algunas compañeras insistieron en que lohiciera, diciéndole que ya se lo explicarían ellas a la señorita Temple, la directora. Pero la señoritaScatcherd estaba al lado y tendrían que habérselas con su cólera antes de que la afableconsideración de la señorita Temple pudiera intervenir; así que la niña enferma empezó a vestirse,temblando de frío, sin levantarse de la cama; se puso despacio los calcetines negros de estambresobre las delgadas piernas blancas (mi informante me lo explicó como si lo estuviera viendo, ytodo su rostro destellaba indignación imperecedera). La señorita Scatcherd salió de su cuarto y,sin pedir explicaciones a la niña enferma y asustada, la agarró del brazo del lado en que le habíanaplicado el vesicatorio y con un movimiento brusco la plantó en el suelo, sin dejar de insultarla,llamándola sucia y desaliñada. La dejó allí plantada. Mi informante dice que Maria no abrió laboca más que para rogar a algunas de las compañeras más indignadas que se calmaran; y conmovimientos lentos y temblorosos, haciendo muchas pausas, bajó al fin las escaleras; y lacastigaron por llegar tarde.

Cualquiera puede imaginar lo que tuvo que doler una cosa así a Charlotte. Me asombra que nose opusiera a la decisión de su padre de enviarlas a Emily y a ella de nuevo a Cowan Bridgedespués de la muerte de Maria y de Elizabeth. Claro que es frecuente que los niños no comprendanhasta qué punto sus sencillas revelaciones podrían hacer cambiar la opinión que tienen susparientes de las personas que los rodean. Además, el vigoroso juicio de Charlotte le permitíacomprender a una edad insólitamente temprana la enorme importancia de la educación paraconseguir los medios que tendría la fuerza y la voluntad de manejar, y se daba cuenta de que laformación de Cowan Bridge era en muchos sentidos la mejor que podía proporcionarle su padre.

El brote de fiebre que se describe en Jane Eyre se produjo en la primavera de 1825 y antes deque muriera Maria Brontë. El señor Wilson se asustó muchísimo cuando se enteró de los primerossíntomas. Acudió a una mujer maternal que había tenido alguna relación con el colegio (creo quecomo lavandera) y le pidió que fuera al internado y le explicara de qué podría tratarse. Ella searregló y le acompañó en su calesa. Cuando entraron en el aula del colegio, la mujer vio a unasdoce o quince alumnas echadas sin hacer nada; unas apoyaban la cabeza dolorida en la mesa yotras en el suelo, pero todas tenían los ojos cargados, las mejillas encendidas, una expresiónapática y fatigada y todos los miembros doloridos. Dice que notó un olor peculiar que le indicóque habían cogido «la fiebre»; se lo explicó al señor Wilson y le dijo que ella no podía quedarseallí porque podía contagiar la enfermedad a sus hijos; pero él medio suplicó y medio le ordenó quese quedara a cuidarlas; y, por último, subió a su calesa y se marchó, mientras ella insistía en quetenía que regresar a su casa y a sus quehaceres domésticos, porque no había buscado a nadie que la

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sustituyera. Pero cuando vio que la dejaba allí plantada sin más contemplaciones, decidió hacercuanto estuviera en su mano; y resultó ser una enfermera eficacísima, aunque dice que todo fuemuy deprimente.

El señor Wilson consiguió lo que ordenaron los médicos más dotados, y de la forma másliberal; asistió a las enfermas el doctor Batty, un médico muy inteligente de Kirby, que seencargaba de la atención médica del centro desde el principio y que más tarde se convirtió encuñado del señor Wilson. Me han dicho dos testigos además de Charlotte Brontë que el doctorBatty declaró que la preparación de la comida era pésima mediante la expresiva acción de escupirun bocado. He de decir que él no lo recuerda, ni considera que la infección misma fuera alarmanteni peligrosa. La contrajeron unas cuarenta alumnas, pero no murió ninguna en el colegio, aunqueuna murió en su hogar, consumida por las secuelas de la fiebre. Ninguna de las hermanas Brontëcontrajo la fiebre. Pero las mismas causas que quebrantaron la salud de las otras internas medianteel tifus afectaron sus constituciones de forma más lenta pero no menos segura. La principal deesas causas fue la alimentación.

Se achacó todo, en primer lugar, a la pésima organización de la cocinera; la despidieron, y lamujer que se había visto obligada contra su voluntad a servir de enfermera ocupó el puesto degobernanta; y a partir de entonces las comidas se prepararon tan bien que nadie tuvo motivos paraquejarse. Es evidente que no cabía esperar que un centro nuevo que tenía que atender lasnecesidades educativas y domésticas de casi cien personas funcionara a la perfección desde elprincipio.

Todo eso ocurrió en los primeros dos años del colegio, y al estimar su efecto en el carácter deCharlotte Brontë hemos de recordar que era una niña sensible y reflexiva, capaz de pensarprofundamente aunque no de analizar verdaderamente; y muy susceptible a las impresionesdolorosas. Lo que para un niño sano es sólo una pena pasajera que olvida enseguida, torturadurante mucho tiempo a uno enfermo (que lo recordará quizá sin rencor, sólo como un dolor quemarcará su vida). Las imágenes, ideas y nociones características asimiladas por la mente de unaniña de ocho años estaban destinadas a ser recreadas con palabras fogosas un cuarto de siglo mástarde. Ella sólo vio un aspecto del carácter del señor Wilson; y muchas personas que lo conocieronme confirman la extraordinaria fidelidad con que ese aspecto está descrito, mientras que, almismo tiempo, lamentan que la descripción haya borrado, por así decirlo, casi todo lo que denoble y concienzudo tenía. Y de las muchas y excelentes virtudes del señor Wilson he recibidoabundantes pruebas. De hecho, casi todos los días de las últimas semanas he recibido cartas quetratan del tema de este capítulo; algunas vagas y otras terminantes; muchas llenas de amor y deadmiración por el señor Wilson, y algunas igualmente llenas de aversión e indignación; y muypocas contienen hechos positivos. He considerado detenidamente todas esas pruebascontradictorias y he hecho en este capítulo todos los cambios y supresiones que he juzgadonecesarios. Justo es afirmar que la mayor parte de los testimonios con que me han honrado lasantiguas alumnas es muy elogiosa para el señor Wilson. Entre las cartas que he leído hay una cuyadeclaración tendría que respetarse mucho. Es del marido de la «señorita Temple». Ella murió elaño pasado, pero él, que es clérigo, me escribió en respuesta a una carta que le envió sobre el temaun amigo del señor Wilson:

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Mi difunta esposa me habló muchas veces de su estancia en Cowan Bridge; siempre conadmiración hacia el señor Wilson, de su amor paternal a sus alumnas y del amor de ellas a él; delos alimentos y del trato con aprobación. En cierta ocasión se refirió a una desdichada cocineraque a veces estropeaba las gachas, y a quien, según me dijo, despidieron enseguida.

Los recuerdos que dejaron las cuatro hermanas Brontë en la mente de quienes las conocieronen esa etapa de sus vidas no son muy nítidos. Ocultaban su valor, su entereza y su inteligencia conuna actitud y una expresión correctas, tal como había ocultado sus rostros su padre bajo sumáscara rígida e inmutable. Maria era delicada, insólitamente inteligente y reflexiva para su edad,dócil y desordenada. Ya he mencionado los frecuentes castigos que le imponían en el colegio porese último defecto (y de sus sufrimientos, que soportaba con paciencia). La única imagen quetenemos de Elizabeth durante los pocos años de su breve existencia figura en una carta que meescribió la «señorita Temple»:

La segunda, Elizabeth, es la única de la familia de quien guardo un recuerdo vívido, por unaccidente un tanto alarmante y por cuya causa la tuve varios días y noches en mi dormitorio, nosólo para procurarle mayor tranquilidad sino para poder cuidarla personalmente. Se hizo uncorte grave en la cabeza, pero sobrellevó el dolor con paciencia ejemplar y por ello ganó muchoen mi estima. De las dos más pequeñas (si es que eran dos) sólo tengo vagos recuerdos, salvo quela pequeña, una niña preciosa que no tenía entonces ni cinco años, era la mimada del colegio.

La pequeña era Emily. A Charlotte la consideraban la más habladora de las hermanas («unaniña inteligente y alegre»). Su gran amiga era una tal «Melany Hane» (así deletrea el nombre elseñor Brontë), a quien pagaba el colegio su hermano y que no tenía ningún talento especial salvopara la música, que los medios de su hermano le impedían cultivar. Era «una niña normal,bondadosa y solícita». Era mayor que Charlotte y siempre estaba dispuesta a protegerla decualquier abuso o pequeña tiranía de las niñas mayores. Charlotte la recordó siempre con cariño ygratitud.

He citado la palabra «alegre» en la descripción de Charlotte. Supongo que 1825 fue el últimoaño en que pudo aplicársele. Maria empeoró tan rápidamente en la primavera, que avisaron alseñor Brontë. Él no había sabido nada de su enfermedad hasta entonces y fue un golpe terrible veren qué estado se encontraba. La llevó a casa en la diligencia de Leeds; las alumnas se congregaronen la carretera para verla cruzar el puente, pasar las casas y perderse luego de vista para siempre.Murió a los pocos días de llegar a Haworth. Tal vez la noticia de su muerte, que cayó súbitamenteen la vida de la que su paciente existencia había formado parte sólo una semana antes o así,hiciera a quienes seguían en Cowan Bridge observar con más preocupación los síntomas deElizabeth, que también resultaron ser de tisis. La enviaron a casa con una sirvienta de confianzadel centro. Y también ella murió a principios de aquel verano. Así que de repente recayeron enCharlotte las responsabilidades de hermana mayor de una familia sin madre. Recordaba lainquietud con que se había esforzado su querida hermana Maria con su seriedad y fervorhabituales por ayudarlos y aconsejarlos tiernamente a todos; y las obligaciones que tuvo queasumir entonces fueron casi un legado de la dulce enferma que había muerto hacía poco.

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Charlotte y Emily regresaron al colegio después de las vacaciones estivales de aquel añofatídico. Pero antes del invierno siguiente se juzgó aconsejable recomendar que dejaran el colegio,porque era evidente que la humedad del internado no les sentaba bien.153

VOLUMEN ICAPÍTULO XIII

Los páramos fueron un gran recurso aquella primavera; Emily y Charlotte los recorrieroncontinuamente, «para gran perjuicio de nuestros zapatos, pero espero que para gran beneficio denuestra salud». Y durante sus caminatas hablaron mucho del viejo proyecto de abrir un colegio; encasa, sin embargo, se dedicaban con ahínco a hacer camisas para el ausente Branwell yreflexionaban en silencio sobre su vida pasada y futura. Al fin tomaron una decisión.

He empezado a trabajar en serio en la empresa de abrir un colegio; o mejor dicho, aceptar unlimitado número de alumnas en casa. Es decir, que he empezado a buscar alumnas de verdad.Escribí a la señora — [la dama para quien había trabajado como institutriz antes de irse aBruselas], sin pedirle que envíe a su hija, eso no puedo hacerlo, sino comunicándole mi decisión.He recibido una respuesta del señor—, expresando, a mi entender, su sincero pesar por el hechode que no se lo hubiera comunicado un mes antes, en cuyo caso me dice que habrían enviadocomplacidos a su hija, y también a la del coronel S., pero que ya están comprometidas con laseñorita C. La respuesta me decepciona en parte y en parte me complace; en realidad, ha sido unainyección de ánimo la cálida afirmación de que si lo hubieran sabido un poco antes me habríanconfiado a su hija. Te confieso que tenía mis dudas de que alguien estuviera dispuesto a enviar asu hija a estudiar a Haworth. Y esas dudas se han disipado en parte. También he escrito a laseñora B., adjuntando el diploma que me dio monsieur Heger antes de marcharme de Bruselas.Todavía no he recibido su respuesta, y la espero con cierta ansiedad. No creo que me envíe aninguna de sus hijas, pero me atrevo a decir que, si lo hiciera, me recomendaría a otras alumnas.Lamentablemente, nos conoce muy poco. En cuanto tenga una sola alumna segura haré imprimirtarjetas con las condiciones e iniciaré los arreglos necesarios en la casa. Tendrá que estar todolisto antes del invierno. Pienso fijar la pensión y la enseñanza en inglés en 25 libras por año.

Más adelante, el 24 de julio del mismo año, escribe de nuevo:

Sigo adelante con mi asuntillo lo mejor que puedo. He escrito a todas las amigas sobre las quetengo el más mínimo ascendiente y a algunas sobre las que no tengo ninguno; por ejemplo, laseñora B. En realidad, me he permitido incluso visitarla. Fue correctísima. Lamentó que sus hijasestuvieran ya en un colegio de Liverpool. Me dijo que la empresa le parecía encomiable, pero quetemía que me costara sacarla adelante por el emplazamiento. Es la misma respuesta que recibo decasi todos. Les digo que el lugar retirado en algunos sentidos es una ventaja; que si estuviera enuna gran ciudad no podría permitirme aceptar estudiantes en condiciones tan módicas (la señoraB. me comentó que las condiciones le parecían muy módicas), pero que aquí no tenemos que pagaralquiler y podemos ofrecer el mismo nivel de enseñanza que en los colegios caros a poco más dela mitad de precio; y que como el número de alumnas ha de ser limitado, podremos dedicar

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bastante más tiempo y trabajo a cada una. Muchas gracias por el precioso bolsillo que meenviaste. Te hago un curioso regalo a cambio enviándote media docena de tarjetas del colegio.Empléalas como te dicte tu juicio. Verás que he fijado la suma en 35 libras, que me parece unamedia justa, teniendo en cuenta las ventajas y los inconvenientes.

Escribió esa carta en julio; pasaron agosto, septiembre y octubre sin noticias de ningunaalumna. Día tras día, las hermanas sentían cierta esperanza hasta que llegaba el correo. PeroHaworth era un pueblo agreste y solitario; y las hermanas Brontë tenían muy pocas relaciones yeran poco conocidas. Charlotte escribe sobre el tema en los primeros meses de invierno:

Emily, Anne y yo te agradecemos sinceramente todo lo que has hecho por nosotras. Y si tusesfuerzos no han dado resultado, tampoco los nuestros. Todos desean que nos vaya bien; pero nohay alumnas. No tenemos la menor intención de desanimarnos por ello y mucho menos deavergonzarnos por el fracaso. El esfuerzo ha de ser beneficioso, sea cual sea el resultado, porquees experiencia y nos proporciona un mayor conocimiento de este mundo. Te envío más circulares.

Y un mes después dice:

Todavía no hemos hecho ningún cambio en casa. Sería absurdo habiendo tan pocasprobabilidades de conseguir alumnas. Me temo que te estés tomando demasiadas molestias pornosotras. Ten por seguro que si convencieras ahora a alguna madre de que trajera a su hija aHaworth, el aspecto del lugar la asustaría y se llevaría a su querida hija de vuelta al instante. Nosalegra haberlo intentado y no vamos a desanimarnos por no haberlo conseguido.

Es probable que las hermanas sintieran un alivio creciente y secreto por el fracaso delproyecto. ¡Sí!, una sorda sensación de alivio por el hecho de haber intentado llevar a la práctica supreciado proyecto y no haberlo conseguido. Porque aquella casa, que era también el hogar de suhermano de vez en cuando, no parecía una residencia adecuada para las hijas de extraños. Lo másprobable es que se dieran cuenta sin confesárselo de que los hábitos de Branwell desaconsejabantotalmente su compañía a veces. También debían de conocer ya los rumores inquietantes sobre larazón de los remordimientos y la angustia que le hacían mostrarse alegre de forma nerviosa yforzada unas veces, y otras malhumorado e irritable.

En enero de 1845, Charlotte dice: «Branwell ha estado más tranquilo y menos irritable enconjunto ahora que en el verano. Anne, como de costumbre, se muestra siempre bondadosa, afabley paciente». El profundo dolor que Branwell ocasionaría a su familia había adoptado ya una formaclara e influyó mucho en la salud y en el ánimo de Charlotte. A primeros de año fue a H. adespedirse de su querida amiga Mary, que se disponía a marcharse a Australia.

Ya he mencionado que Branwell había obtenido un puesto de tutor particular. Anne trabajabade institutriz para la misma familia, por lo que fue el desdichado testigo del deterioro del carácterde su hermano en este periodo. De las causas del deterioro no puedo hablar; pero lasconsecuencias fueron éstas: fue de mala gana a pasar las vacaciones a casa y se quedó el menortiempo posible, asombrando y disgustando a todos con su insólito comportamiento (tan pronto

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animadísimo como profundamente deprimido), acusándose de la peor culpa y de la traición másgrave pero sin especificar cuáles eran éstas; y manifestando, en general, una crispación rayana enla locura.

El misterioso comportamiento de su hermano causó un profundo pesar a Charlotte y a Emily.Él se manifestaba muy satisfecho con su empleo y llevaba en él más tiempo que en ninguno otroanterior; así que ellas no podían imaginar qué era lo que le causaba tanta inquietud y obstinación,y aquellos cambios de humor. Pero la sensación de que se había metido en algo turbio lasdeprimía y las agobiaba. Empezaron a perder toda esperanza en la carrera futura de su hermano.Dejó de ser el orgullo de la familia; empezó a dominarlas el vago temor de que podía ser su grandesgracia, en parte por su comportamiento y en parte por los comentarios recelosos e inquietantesde las cartas de Anne. Pero yo creo que no se atrevían a analizar sus temores y que hablaban de éllo menos posible entre ellas. Claro que no podían evitar pensar, llorar y darle vueltas.

20 de febrero de 1845

He pasado una semana en H.; no ha sido muy agradable; el dolor de cabeza, el malestar y elabatimiento me convirtieron en una compañía lastimosa, una carga para la animada y locuazalegría de todos los demás habitantes de la casa. No tuve la suerte de sentirme mejor ni siquieradurante una hora mientras estuve allí. Estoy segura de que todos se alegraron cuando me marché,tal vez con la única excepción de Mary. Empiezo a darme cuenta de que tengo demasiado pocoánimo ahora para ser la compañía adecuada para nadie más que para las personas muytranquilas. ¿Será la edad o qué otra cosa lo que me cambia así?

Quizá no necesitara hacer esa pregunta. ¿Cómo no iba a sentirse «abatida», una «pésimacompañía» y una «carga» para quienes se sentían alegres y felices? Su plan para ganarse la vida sehabía ido a pique, había quedado reducido a cenizas; después de tantos preparativos, no habíanconseguido ni una sola alumna; y en lugar de lamentar que ese deseo abrigado durante tantos añosno se materializara, tenía razones para alegrarse de ello. Su pobre padre, casi ciego, dependía deella en su desvalimiento; y ésa era una responsabilidad sagrada que no podía eludir. Y un negropesimismo se cernía sobre quien había sido la mayor esperanza de la familia, sobre Branwell, ysobre el misterio que envolvía su caprichosa conducta. De algún modo y en algún momentotendría que regresar a su hogar para ocultar su vergüenza; ésa era la lúgubre premonición de lashermanas. Y ¿cómo podía sentirse alegre Charlotte, además, si su querida y noble amiga Mary ibaa marcharse tan lejos y para tanto tiempo que su corazón le decía que la perdería «para siempre»?Mucho antes había escrito que Mary T. estaba «llena de sentimientos nobles, cálidos, generosos,leales y profundos. ¡Dios la bendiga! No hay en el mundo persona más noble. Daría con gusto lavida por aquellos a quienes ama. Su inteligencia y sus logros son los más elevados». ¡Y ésa era laamiga que tenía que perder! Veamos la descripción que hizo esa amiga de su último encuentro:

Cuando vi a Charlotte (enero de 1845) me dijo que había decidido quedarse en casa.

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Reconoció que no le agradaba. Su salud era débil. Me dijo que le gustaría cualquier cambio,como le había gustado Bruselas al principio, y creía que algunas personas tenían posibilidades dellevar una vida distinta y tener mayor comunión con el género humano, pero que no veía ningunapara sí misma. Le pedí encarecidamente que no se quedara en casa. Le dije que cinco años más encasa, sola y mal de salud, la destrozarían; que no lo superaría nunca. «¡Piensa en lo que tehabrás convertido dentro de cinco años!», le dije, y puso una cara tan lúgubre que me callé y lesupliqué: «¡No llores, Charlotte!» No lloró, pero siguió caminando a un lado y a otro de lahabitación, y al poco rato me dijo: «Pero me propongo quedarme, Polly».

Pocas semanas después de despedirse de Mary describe así sus días en Haworth:

24 de marzo de 1845

No te imaginas cómo transcurre el tiempo en Haworth. Nunca pasa nada especial que marquesu paso. Cada día es igual al siguiente; y todos tienen fisonomías tristes e inertes. El domingo, eldía de horneo, y el sábado son los únicos que tienen algo característico. Mientras tanto, la vidapasa. Pronto cumpliré treinta años; y todavía no he hecho nada. A veces me entristece, elpanorama futuro y el pasado. Pero es un error y una estupidez lamentarse. El deber me exigequedarme en casa de momento. Hubo un tiempo en que Haworth me parecía un lugar muy grato;ahora ya no es así. Tengo la impresión de que estamos todos aquí enterrados. Deseo viajar,trabajar, llevar una vida activa. Perdona que te moleste con mis vanos deseos, cariño. Dejaré elresto y no te preocuparé con ellos. Debes escribirme. Si supieras cuánto me alegran tus cartas meescribirías muy a menudo. Tus cartas y los periódicos franceses son los únicos mensajeros quellegan del mundo que queda más allá de estos páramos; y son mensajeros muy bien recibidos.

Una de sus tareas diarias era leer en voz alta a su padre, y hacerlo le exigía bastante tacto ydelicadeza. Porque el hecho de que otra persona se ofreciera a hacer por él lo que estabaacostumbrado a hacer solo le recordaba demasiado dolorosamente la pérdida que lo aquejaba.También ella temía en secreto una pérdida semejante. La continuada falta de salud, una afecciónhepática, su dedicación al dibujo, la pintura y la escritura con trazos minúsculos cuando era másjoven, el insomnio, que se había convertido en algo habitual, las amargas lágrimas silenciosas quehabía derramado por el comportamiento misterioso e inquietante de Branwell, todo ello influyó ensu vista. Y por la misma época escribe así al señor Heger:

Il n’y a rien que je crains comme le désoeuvrement, l’inertie la léthargie des facultés. Quandle corps est paresseux l’esprit souffre cruellement; je ne connaîtrais pas cette léthargie, si jepouvais écrire. Autrefois je passais des journées, des semaines, des mois entiers à écrire, et pastout-à-fait sans fruit, puisque Southey et Coleridge, deux de nos meilleurs auteurs, à qui j’aienvoyé certain manuscrits, en ont bien voulu témoigner leur approbation; mais à présent, j’ai lavue trop faible; si j’écrivais beaucoup je deviendrais aveugle. Cette faiblesse de vue est pour moiune terrible privation; sans cela, savez-vous ce que je ferais, Monsieur? J’écrirais un livre et je ledédierais à mon maître de littérature, au seul maître que j’aie jamais eu - à vous, Monsieur! Je

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vous ai dit souvent en français combien je vous respecte, combien je suis redevable à votre bonté,à vos conseils. Je voudrais le dire une fois en anglais. Cela ne se peut pas; il ne faut pas y penser.La carrière des lettrres m’est fermée [...] N’oubliez pas de me dire comment vous vous portez,comment Madame et les enfants se portent. Je compte bientôt avoir de vos nouvelles; cette idée mesouris, car le souvenir de vos bontés ne s’effacera jamais de ma mémoire, et tant que ce souvenirdurera, le respect que vous m’avez inspiré durera aussi. Agréez, Monsieur, etc.

Es probable que ni siquiera sus hermanas y sus más íntimas amigas conocieran los temores ala ceguera que acosaban a Charlotte en esta época. Reservaba la vista para atender a su padre.Cosía poco; sólo escribía lo imprescindible; y se dedicaba sobre todo a tejer.

2 de abril de 1845

Veo claramente que está demostrado que la felicidad perfecta casi nunca se consigue en estemundo. La enfermedad de — llega con el matrimonio de—. Mary T. está libre y en el camino a laaventura y la actividad que tanto tiempo ha deseado iniciar. Enfermedad, penuria y peligro sonsus compañeros de viaje, sus compañeros inseparables. Quizá estuviera a salvo de los fuertesvientos del suroeste y del noroeste antes de que empezaran a soplar, o quizá hayan agotado sufuria en tierra y no agiten mucho el mar. De lo contrario habrá sido arrojada dolorosamentemientras nosotros dormíamos en nuestras camas o permanecíamos despiertos pensando en ella.Pero esos peligros reales, materiales, una vez pasados, dejan en la mente la satisfacción de haberluchado con la dificultad y haberla superado. Fuerza, coraje y experiencia son sus resultadosinvariables; mientras que dudo que el sufrimiento puramente mental dé ningún buen resultado, ano ser el de hacernos menos sensibles al sufrimiento físico [...] Hace diez años me habría reído detu metedura de pata al tomar al doctor soltero por un hombre casado. Sin duda te hubiera juzgadoescrupulosa en demasía y me habría extrañado que lamentaras haber sido cortés con un individuoamable, por el simple hecho de que fuera soltero en vez de tener pareja. Ahora, sin embargo,comprendo que tus escrúpulos se basan en el sentido común. Sé que si las mujeres desean escaparal estigma de buscar marido tienen que obrar y mostrarse como mármol o arcilla: frías,inexpresivas, inertes; porque cualquier indicio de sentimiento, de alegría, tristeza, simpatía,antipatía, admiración o aversión se interpreta como un intento de pescar marido. ¡No importa!Las mujeres bienintencionadas cuentan con su propia conciencia para consolarse. Así que notengas miedo de mostrarte tal como eres, afectuosa y amable; no reprimas con excesiva durezaopiniones y sentimientos excelentes en sí mismos, por temor a que algún estúpido crea que losmanifiestas para fascinarlo; no te condenes a vivir a medias porque si demostraras demasiadaanimación alguna criatura pragmática con pantalones podría meterse en la mollera la idea de quete propones dedicar tu vida a su inanidad. De todos modos, el talante sereno, decoroso y ecuánimees un tesoro esencial para una mujer, y tú lo posees. Vuelve a escribirme enseguida, porque mesiento bastante furiosa y necesito calmarme.

13 de junio de 1845

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En cuanto a la señora—, que dices que es como yo, la verdad es que no sé por qué, pero no meinspira ninguna simpatía. Nunca me la han inspirado quienes dicen que son como yo, porquesiempre tengo la idea de que sólo son como yo en lo desagradable, en el aspecto exterior ysuperficial de mi carácter; en todo lo que es obvio para el común de la gente y que yo sé que no esagradable. Dices que es «inteligente», «una persona inteligente». ¡Cómo me repugna ese término!Significa más bien astuta, muy fea, entrometida y habladora [...] Me resisto a dejar solo a papáaunque sea un día. Cada semana ve menos; ¿y es extraño que al ver su facultad más preciadaabandonarlo se sienta a veces abatido? Es muy duro ver que esos pocos placeres frugalesdesaparecerán pronto. Ahora tiene muchos problemas para leer y para escribir; y además leaterra la situación de dependencia a que lo reducirá inevitablemente la ceguera. Teme no sernada en su parroquia. Yo procuro animarlo y a veces lo consigo temporalmente, pero ningúnconsuelo puede devolverle la vista ni compensar su falta. Sin embargo, nunca se muestradesagradable ni impaciente; sólo está preocupado y abatido.

Charlotte decidió no ir a ver a la única familia que la invitaba siempre, por la razón que indicaen la carta anterior. En respuesta a la contestación a esta carta dice:

Te pareció que te rechazaba con frialdad, ¿no? Fue una frialdad un tanto rara, porque habríadado lo que fuera por decir que sí y me veía obligada a decir que no. Pero las cosas han cambiadoun poco. Ha llegado Anne y su presencia me hace sentir mucho más libre. Así que si todo va bieniré a verte. Dime cuándo quieres que lo haga. Indícame la semana y el día. Ten la amabilidad decontestar también a las siguientes preguntas: ¿Qué distancia hay de Leeds a Sheffield? ¿Puedesdarme una idea del precio? Por supuesto, cuando vaya me dejarás disfrutar de tu compañía enpaz, sin arrastrarme a una visita tras otra. No tengo el menor deseo de ver a tu coadjutor.Supongo que será como todos los demás coadjutores que conozco. Y me parecen una raza deegoístas vanidosos y vacíos. En este dichoso momento hay como mínimo tres en la parroquia deHaworth y no hay uno que supere a los otros. El otro día pasaron, o mejor dicho irrumpieron sinprevio aviso a la hora de cenar, los tres acompañados por el señor S. Era lunes (día de hornear) yyo estaba acalorada y cansada; claro que si se hubieran comportado con discreción y amabilidad,les habría servido su té en paz; pero empezaron a alabarse y a insultar a los disidentes de talforma que perdí la calma y solté unas frases que los dejaron mudos. Papá se horrorizó también;pero no lo lamento.

Charlotte volvió de visitar a su amiga en tren con un caballero cuyos rasgos y porte delatabanque era francés. Ella se atrevió a preguntarle si era así; y cuando él lo admitió, le preguntó si habíapasado bastante tiempo en Alemania, a lo que también le contestó que sí. Charlotte habíadetectado con fino oído un cierto tono gutural en su pronunciación, que, según los franceses, ellospueden detectar incluso en los nietos de sus compatriotas que han vivido un tiempo al otro ladodel Rin. Charlotte conservaba sus conocimientos lingüísticos mediante la costumbre que explicadel siguiente modo a monsieur Heger:

Je crains beaucoup d’oublier le français — j’apprends tous les jours une demie page de

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français par coeur, et j’ai grand plaisir à apprendre cette leçon. Veuillez présenter à Madamel’assurance de mon estime; je crains que Maria-Louise et Claire ne m’aient déjà oubliée; mais jevous reverrai un jour; aussitôt que j’aurais gagné assez d’argent pour aller à Bruxelles, j’y irai.

Y así, su viaje de vuelta a Haworth, tras el raro placer de la visita a su amiga, transcurrió deforma agradable, conversando con el caballero francés; y llegó a casa contenta y relajada. ¿Qué seencontró allí?

Eran las diez en punto cuando entró en la rectoría. Branwell había regresado sin previo aviso yestaba muy enfermo. Había llegado hacía un par de días, al parecer de vacaciones. Yo supongo queen realidad porque se había descubierto algo que hizo su ausencia imperiosamente aconsejable. Elmismo día que llegó Charlotte había recibido una carta del señor—, en la que le despedía deltrabajo con dureza, dando a entender que su juego había sido descubierto, calificándolo dedeleznable, ordenándole que rompiera de inmediato y para siempre toda comunicación con losmiembros de la familia, y amenazando con divulgar todo el asunto si no lo hacía.

Fueran cuales fueren la naturaleza y la gravedad de los pecados de Branwell —fueran cualesfueren su tentación y su culpa— es indudable que su conducta hizo sufrir mucho a su pobre padrey a sus hermanas inocentes. Las esperanzas y los planes que durante tanto tiempo habían abrigadoy por los que tanto habían trabajado se vieron cruelmente frustrados; a partir de entonces sus díasestuvieron llenos de amargura y los paroxismos de remordimiento de su hermano les impedíanconseguir de noche el descanso natural. Veamos la desdicha que causó a sus pobres hermanas enlas conmovedoras palabras de Charlotte:

Hemos pasado un suplicio con Branwell. Sólo pensaba en apagar o ahogar su angustia. Nadieen la casa podía tener descanso; y al final nos hemos visto obligados a enviarle fuera de casa unasemana con alguien que lo cuide: he recibido carta suya esta mañana, en la que manifiesta ciertacontrición [...] pero mientras esté en casa no me atrevo a esperar que haya paz. Me temo quetendremos que prepararnos todos para una temporada de angustia e inquietud. Cuando medespedí de ti tuve el presentimiento de que regresaba al dolor.

Agosto, 1845

Las cosas en casa siguen como de costumbre; no muy alentadoras en lo que a Branwell serefiere, aunque su salud y, en consecuencia, también su talante han mejorado un poco hace unosdías, porque ahora está obligado a la abstinencia.

18 de agosto de 1845

He retrasado la carta porque no tengo buenas noticias que darte. Abrigo muy pocasesperanzas acerca de Branwell. A veces temo que nunca será capaz de gran cosa. Se ha vueltoabsolutamente irresponsable con el último golpe a sus sentimientos y a sus proyectos. Su únicofreno es la falta de medios. Ya sé que hay que mantener la esperanza hasta el final; y lo intento,pero en este caso la esperanza resulta a veces muy engañosa.

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4 de noviembre de 1845

Creía que podría invitarte a Haworth. Parecía que Branwell tenía una oportunidad deconseguir empleo y esperaba el resultado de sus esfuerzos para pedirte que vinieras a vernos.Pero le han dado a otro el puesto (secretario de una junta ferroviaria). Branwell sigue en casa; ymientras él esté aquí, tú no vendrás. Cuanto más le veo, más convencida estoy de esa resolución.Ojalá pudiera decir algo en su favor, pero me es imposible. Me callaré. Todos te agradecemos laamable sugerencia acerca de Leeds; pero creo que nuestros planes para el colegio están ensuspenso, de momento.

31 de diciembre de 1845

Dices bien cuando hablas de — que ningún sufrimiento es tan terrible como el causado por ladisipación; ¡ay!, veo confirmada la verdad de esa observación a diario. — y — tienen que llevaruna vida de sufrimiento pesado y oneroso atendiendo a su desdichado hermano. Resultaverdaderamente doloroso que quienes no han pecado tengan que sufrir tanto.

En realidad, todos sus últimos días estuvieron ensombrecidos por la presencia del bochornosoy cruel sufrimiento —las muertes prematuras al menos de dos hermanas—, todas las grandesposibilidades de su vida terrenal truncadas repentinamente—; podrían datar de mediados delverano de 1845.

Branwell tomó opio de forma habitual los tres últimos años de su vida para aturdir laconciencia; además, bebía siempre que tenía oportunidad de hacerlo. El lector dirá que hemencionado su tendencia a la intemperancia mucho antes. Es cierto; pero no fue algo habitual, queyo sepa, hasta que le despidieron del empleo de tutor. Tomaba opio porque le hacía olvidar por untiempo de forma más eficaz que la bebida; y además era más manejable. Para conseguirlodemostró toda la astucia del comedor de opio. Salía sigilosamente cuando la familia estaba en laiglesia (tras excusarse de ir él porque se encontraba demasiado mal) y engatusaba al boticario delpueblo para que le diera un trozo; o quizá el transportista se lo llevara sin saberlo en un paquete deotro lugar. Durante bastante tiempo antes de morir tuvo ataques de delírium tremens terribles;dormía en la habitación de su padre y a veces declaraba que él o su padre morirían antes deamanecer. Las hermanas suplicaban aterradas y temblorosas a su padre que no se expusiera aaquel peligro; pero el señor Brontë no es un hombre timorato y tal vez creyera que podía inculcara su hijo cierto dominio de sí mismo demostrando que confiaba en él y que no le temía. Lashermanas permanecían atentas por si oían la detonación de una pistola en plena noche, hasta queel ojo vigilante y el oído aguzado cedían a la tensión nerviosa. Por las mañanas, el joven Brontësalía tan tranquilo, y decía con la típica verborrea de borracho: «El viejo y yo hemos pasado unanoche espantosa. ¡Él, pobre, hace lo que puede!, pero yo estoy acabado».

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APÉNDICE B

PRIMERAS IMPRESIONES DE LA SEÑORA GASKELL SOBRE CHARLOTTE BRONTË

La señora Gaskell conoció a Charlotte Brontë en agosto de 1845, en la residencia de verano desir James y lady Kay Shuttleworth, tal como nos cuenta en la Vida. Algunas cartas que escribiódespués demuestran que la rápida impresión que Charlotte Brontë causó a su colega novelistaacabaría dictando las prioridades de la biógrafa cuando seis años más tarde escribiera La vida deCharlotte Brontë. Le decía lo siguiente en una carta a su amiga Eliza Fox:

Es una persona extraordinaria y sincera; es muy estricta consigo misma y habla afable yesperanzadamente de cosas y personas con franqueza; lo que me maravilla de ella es que hayaconservado el ánimo y la fuerza en su vida desolada.

Hay dos cartas de Elizabeth Gaskell que tienen especial interés para los lectores de la Vidaporque demuestran que ya en su primer encuentro se había fijado en aspectos concretos de laexistencia de Charlotte Brontë, exagerando algunos que desempeñarían un papel importante en labiografía. Todas las cartas relacionadas figuran en la edición de Chapple y Pollard de lacorrespondencia de la señora Gaskell, de las que transcribo los siguientes pasajes. El primerocorresponde a una carta que escribió a su buena amiga Catherine Windkworth el 25 de agosto de1850; el segundo, a una carta a Charlotte Froude, esposa del célebre historiador y biógrafo, más omenos por la misma fecha.

I

Ella misma se considera raquítica; es delgada y un palmo más baja que yo; tiene el cabellocastaño suave, un poco más claro que el mío: y los ojos (preciosos y expresivos, de mirada francay directa) del mismo color; y la cara sonrosada; la boca grande, y le faltan muchos dientes; enconjunto, es poco agraciada; frente ancha y despejada y bastante prominente. Tiene una voz muydulce, vacila bastante al elegir las expresiones, pero una vez elegidas parecen naturales,admirables y precisas para la ocasión. No hay en ella nada forzado sino que todo es perfectamentesencillo [...] No tenía ni idea de que pudiera existir una vida como la de la señorita Brontë. LadyK. S. me explicó que vive en un pueblo de casas de piedra gris encaramadas en la ladera norte deun páramo inhóspito que da a las grandes extensiones de páramos. Hay un patio de hierba y unmuro de piedra —allí no crecerán flores ni arbustos—, un camino recto y se llega a la puerta de larectoría, con ventanas a ambos lados. La rectoría no ha visto una mano de pintura ni un mueblenuevo desde hace treinta años; desde que murió la madre de la señorita B.; era una «hermosa

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criatura joven» cuando el coadjutor irlandés se la llevó de Penzance, en Cornualles, a su beneficioeclesiástico de los páramos. Sus amigos cortaron con ella al casarse. Tuvo seis hijos seguidos; locual, más el clima y el extraño marido medio chiflado que había elegido, acabaron con su vida ennueve años. Una anciana de Burnley que la cuidó al final dice que solía llorar en la cama diciendo«¡Oh Dios mío, mis pobres hijos, oh Dios mío, mis pobres hijos!». El señor Brontë desahogaba sucólera contra las cosas y no contra las personas; por ejemplo, una vez en uno de los partos de suesposa pasó algo y agarró una sierra y fue y serró todas las sillas del dormitorio de ella sin hacercaso de sus protestas ni preocuparse por sus lágrimas. Otra vez se enfadó y agarró la alfombrillade la chimenea, la enrolló y la metió en el fuego, y se sentó delante con una pierna en cada placa,hasta que se abrasó, y nadie pudo aguantar en la habitación por el humo sofocante. Todo eso me loha contado lady K. S. La sala de la rectoría da al cementerio, atestado de tumbas. El señor Brontënunca ha comido con sus hijos desde que murió su esposa, a no ser que los invite a cenar, nunca acomer. Y sólo ha salido del pueblo una vez para venir a Manchester a que le operara de cataratasel señor Wilson; ¡y en esa ocasión se alojaron en Boundary Street! En fin, las cinco hijas y el hijoúnico crecieron sin que el padre enseñara nunca nada a las hijas; las enseñó a leer y a escribir lacriada. Pero supongo que se concentraron, porque a los doce años Charlotte pidió a su padre quelas mandara al colegio; así que las envió a Cowan Bridge (el centro para hijas de clérigos queluego trasladaron a Casterton). Allí murieron las dos mayores en la epidemia. La señorita B. diceque pasó allí un hambre atroz y que allí contrajeron sus dos hermanas la tuberculosis que acabócon su vida. Volvieron todas a casa enfermas. Pero la pobreza del hogar era muy grande («A losdiecinueve años habría agradecido una asignación de un penique semanal. Se lo pedí a mi padre,pero me contestó que para qué querían dinero las mujeres»). Así que a los diecinueve años pusoanuncios y consiguió un puesto de profesora en un colegio (no me dijo dónde, sólo dijo que erapreferible al puesto de institutriz que consiguió después); pero ahorró lo suficiente para poder ir aun colegio de Bruselas. Hasta entonces nunca había salido de Yorkshire; y cuando llegó a Londresestaba tan asustada que tomó un coche de alquiler —era de noche— y fue a Tower Stairs, y tomóun bote hasta el paquebote Ostend y no la dejaron subir al barco; pero al final se lo permitieron.Estuvo dos años en el colegio de Bruselas sin más vacaciones que una semana que pasó con una desus compañeras belgas. Y cuando regresó a casa, sus hermanas estaban enfermas y su padre seestaba quedando ciego, así que creyó que tenía que quedarse en Haworth. Intentó aprender adibujar y a pintar para hacerse artista, pero no podía, y además su propia salud,independientemente de sus obligaciones domésticas, no le permitió volver a trabajar comoinstitutriz. Siempre había deseado escribir y creía que podía hacerlo; a los dieciséis años envióalgunos poemas a Southey, que le contestó de forma amable y estricta. Así que ella y sushermanas lo intentaron. Conservaron sus iniciales y adoptaron seudónimos que eran válidosigualmente para hombre que para mujer. Y cuando escribían lo suficiente se lo leían unas a otras.Su padre no se enteró nunca de lo que hacían. No tenía ni idea de Jane Eyre cuando a los tresmeses de haberse publicado prometió a sus hermanas un día en la comida que se lo diría antes decenar. Así que se fue a su estudio con un ejemplar de la novela y las críticas. Le dijo (creo querecuerdo las palabras exactas):

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—Papá, he escrito un libro.—¿De veras, cariño? —repuso él, y siguió leyendo.—Es que quiero que lo leas, papá.—No puedo molestarme en leer manuscritos.—Pero, papá, es un libro impreso.—Espero que no te hayas metido en gastos estúpidos.—Creo que ganaré algo con él. ¿Quieres que te lea algunas críticas?

Así que se las leyó; y luego le preguntó si leería el libro. Él le dijo que se lo dejara y que yavería. Pero luego los llamó para cenar aquella noche y al final les dijo:

—¿Sabéis que Charlotte ha escrito un libro y que creo que es mejor de lo que esperaba?

No volvió a hablar del mismo hasta hace un mes, y sus hijas nunca se atrevieron a decirle loslibros que habían escrito sus hermanas. Justo durante el éxito de Jane Eyre, sus hermanasmurieron de tuberculosis fulminante, sin cuidados médicos, no sé por qué. Pero ella dice que notendrá a nadie y que su muerte será completamente solitaria; no tiene ningún amigo ni pariente enel mundo que la cuide y a su padre le aterran los cuartos de los enfermos más que nada. Parecebastante probable que también ella haya contraído tisis [...].

Gaskell Letters, pp. 123-126

II

Nuestra única interrupción ha sido que he pasado tres días en casa de lady Kay Shuttleworthpara conocer a la señorita Brontë. El lugar es precioso, queda cerca de Low Wood, en Windermere[...] Me agrada la señorita Brontë. Sus defectos son los defectos de las peculiarísimascircunstancias en que le ha tocado vivir; y posee una mezcla encantadora de sencillez y fuerza; yun profundo sentido de la responsabilidad por el Don que le ha sido concedido. Es muy menuda ymuy fea. Achaca su raquitismo a la escasa alimentación cuando era una muchacha en la etapa decrecimiento, en que estuvo en el colegio para hijas de clérigos. Dos de sus hermanas murieron allíde la epidemia de tifus que describe en Jane Eyre. Sus cuatro hermanas y su hermano han muerto.Vive en un pueblo remoto y agreste de los páramos de Yorkshire con un padre excéntrico ycaprichoso —su rectoría da hacia el Norte; los vientos cortantes impiden que crezcan flores,arbustos y árboles—. La sala de estar da al camposanto. Su padre y ella comen y se sientan solos.Ella ha aprovechado la formación que recibió. La verdad es que nunca había conocido una vida tandura y tan lúgubre —una extrema pobreza se suma a sus pruebas—, la pobreza nunca fue unproblema hasta las prolongadas enfermedades de sus hermanas. Ella es la sinceridadpersonificada, y noble y excelente por naturaleza, que nunca ha sido requerida por nada amable yagradable. Fue maestra en un colegio, e institutriz durante cuatro o cinco años; hasta que le fallóla salud; pero con sus ahorros (entre los dos trabajos) se pagó un colegio en Bruselas, donde pasódos años. Después, cuando se encontraba demasiado enferma para marcharse de casa, intentó

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aprender a dibujar y a pintar; pero aunque descubrió que podía expresar sus pensamientos así, nopodía hacer nada grandioso o bello para los demás. Es muy callada y muy tímida; y especialmentenotable cuando habla por el empleo admirable que hace de los vocablos y por la forma en queconsigue expresar sus ideas. Ella y yo discutimos y diferimos casi sobre todo; me llamademócrata y no soporta a Tennyson, pero sentimos una sincera simpatía recíproca y yo creo yespero que llegaremos a ser buenas amigas [...].

Gaskell Letters, pp. 128-129Título original: The Life of Charlotte Brontë© de la introducción: Alan Shelston, 1975© de la traducción: Ángela PérezEdición en formato digital: diciembre de 2013© de esta edición:Alba Editorial, S.L.U.Diseño de la cubierta: Alba Editorial, S.L.U.ISBN: 978-84-8428-940-1Depósito legal: B-27.622-13

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Notas

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1 The Brontës: their Lives, Friendships and Correspondence , 4 vols., ed. T. J. Wise y J. A.Symington, 1932, vol. IV, p. 190; forman parte de la Shakespeare Head Brontë , una edicióncompleta de las obras de las Brontë, publicada en veinte tomos entre 1932 y 1938. (N. del E.)<<

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2 Letters of Mrs Gaskell, ed. J. A. V. Chapple y Arthur Pollard, 1966, p. 345. En adelante,Gaskell Letters. (N. del E.)<<

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3 Desde que se escribió esta Introducción, A. O. J. Cockshut ha publicado Truth to Life: TheArt of Biography in the Nineteenth Century (1974). Lo sorprendente es que ni siquiera mencionaLa Vida de Charlotte Brontë. (N. del E.)<<

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4 Véase n. p. 267. (N. de la T.)<<

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5 Job, v, 7.<<

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6 Cualquier análisis de la correspondencia de Nussey ha de tener en cuenta una serie defactores complejos, siendo el más importante que resulta casi imposible determinar con precisiónabsoluta lo que vio exactamente la señora Gaskell la primera vez que leyó el paquete de cartas quele entregó Ellen Nussey. Como ya he indicado, Ellen Nussey había suprimido algunas partes, enbuena medida para proteger la intimidad de su propio círculo. Como se vio posteriormenteinvolucrada en otros intentos de publicar las cartas, no sabemos a ciencia cierta si todas lascorrecciones que figuran en los manuscritos se hicieron cuando se las envió a la señora Gaskell,aunque T. J. Winnifrith en su libro The Brontës and their Background (1973) afirma con ciertaautoridad que «la rigurosa coincidencia de las expurgaciones manuscritas y las omisiones de laseñora Gaskell indicaban una censura considerable en esta etapa». Sabemos, no obstante, queEllen Nussey ejerció su derecho de reservarse cartas que no entregó a la señora Gaskell, aunquetambién en este caso es difícil determinar cuántas, y yo diría que es más probable que se hubieraguardado las cartas que contenían material verdaderamente revelador que no quería que viera laseñora Gaskell, en vez de estropear sus copias manuscritas. Así que es lógico aceptar que aunquealgunas omisiones detectables en las cartas pueden atribuirse a Ellen Nussey, la señora Gaskelltambién impuso su criterio, como había hecho realizando una selección de las cartas.

Pero el problema viene a agravarse con la ineptitud culpable (a efectos eruditos) deShakespeare Head Brontë , de Wise & Symington. El carácter de las actividades bibliográficas deWise es hoy bien conocido, y su comportamiento en la adquisición de la literatura de los Brontë estema de un apéndice informativo al libro del doctor Winnifrith. En lo que a Shakespeare HeadBrontë se refiere, es evidente que la correspondencia que incluye no sólo es incompleta, sino quese ha tomado a veces de transcripciones y no de las fuentes originales, muchas de las cuales,irónicamente, habían pasado por las manos del propio Wise. Eso ha dado lugar a omisiones eimprecisiones de contenido, amén de errores de fechas, e identificación, etc. La única solucióndefinitiva a estos problemas sería consultar los documentos originales, pero es prácticamenteimposible porque los que se conservan se hallan dispersos. Una buena colección de lacorrespondencia de Brontë parece tan inalcanzable como deseable.

El lector interesado en los detalles de esta situación puede consultar el libro del doctorWinnifrith mencionado y también «A Census of Brontë MSS, in the U.S.A.», de Mildred G.Christian, publicado en The Trollopian , II y III (1947-1948), que explica el estado de cada cartaenumerada, incluidas las correcciones de Ellen Nussey y de otros. Para esta Introducción me hevisto obligado a recurrir a Shakespeare Head Brontë , pese a ser consciente de sus deficiencias.Como puntualiza el doctor Winnifrith: «Realmente parece que después de criticar ShakespeareHead por sus defectos tuviéramos que fiarnos de sus hallazgos» (op. cit., p. 25). Creo que losproblemas descritos en esta nota no afectan a mi opinión básica en cuanto a que la señora Gaskellsólo seleccionó de las cartas que manejó el material que coincidía con la idea que quería dar deCharlotte; pero es importante que el lector lo sepa. (N. del E.)<<

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7 Christian comenta sobre esta carta en su «Census»: «La escritora ha tachado algunaspalabras. Se han borrado parcialmente algunos nombres, posiblemente lo hiciera la señoritaNussey». Así que podemos suponer que la señora Gaskell vio los comentarios sobre KayShuttleworth en su totalidad. (N. del E.)<<

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8 El «Census» de Christian registra algunas de las cartas que se refieren a Weightman, sobretodo una de la que la señora Gaskell transcribe un pasaje en el capítulo IX del vol. I. No hayindicación de correcciones por parte de Ellen Nussey en esta carta. (Esta edición, pp. 228-33) (N.del E.)<<

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9 John Tiplady Carrodus, famoso violinista y compositor inglés, natural del condado de York(Braithwarte, 1836-Londres, 1895). (Esta nota, como las siguientes, es de la traductora)<<

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10 Loidis and Elmete (1816); Thomas Dunham Whitaker (1759-1821), anticuario y topógrafoinglés, cuyas obras sobre Yorkshire y Lancashire eran muy conocidas en el siglo XIX.<<

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11 Hasta el siglo XVII, buena parte de la producción textil inglesa se enviaba a teñir a Holandapor lo que la patente concedida por el monarca para el teñido de los tejidos y los controlesimpuestos a la exportación impidieron el libre comercio a los fabricantes. Cromwell levantó lasrestricciones durante su gobierno.<<

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12 William Laud (1573-1645), eclesiástico inglés, arzobispo de Canterbury, que dirigió lapolítica religiosa durante el reinado de Carlos I. Fue acusado de papista y ejecutado.<<

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13 Régimen republicano instaurado en Inglaterra tras la ejecución de Carlos I y la abolición dela monarquía (1649-1660).<<

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14 Cromwell ganó allí en 1650 una importante batalla contra los escoceses.<<

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15 Héroes de los movimientos revolucionarios europeos de 1848. Lamartine, Francia (1790-1869); Kossuth, Hungría (1802-1894); Dembinski, Polonia (1791-1864).<<

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16 Joseph Hunter, op. cit., cap. v, 1842. Heywood: teólogo protestante no anglicano del s.XVII, predicó en Lancashire y Yorkshire.<<

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17 De una balada titulada Flodden Field; Jacobo IV de Escocia murió en la batalla de Flodden(1513) luchando contra Enrique VIII de Inglaterra.<<

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18 Punto más alto de la carretera Rochdale-Halifax, que cruza los montes Peninos.<<

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19 William Cowper (1731-1800), poeta británico relacionado con el evangelismo de su amigoel teólogo John Newton (1725-1807), con quien colaboró y publicó los Himnos de Olney en1779.<<

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20 John Wesley (1703-1791). Fundador del metodismo. George Whitfield (1714-1770).Fundador del metodismo calvinista.<<

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21 Edgardo I el Pacífico (944-975). Rey anglosajón de Mercia y Northumbria (957-959) y deInglaterra (959-975). Fomentó la reforma eclesiástica y realizó la división administrativa encondados.<<

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22 John Sharp (1645-1714), arzobispo de York desde 1691.<<

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23 Henry John Temple, vizconde de Palmerston (1784-1865), político británico; ejerció unagran influencia en la política exterior. Fue secretario de la guerra en varios gobiernos tories de1809 a 1828; ministro de Asuntos Exteriores en tres gobiernos whig (1830-1834, 1835-1841,1846-1851); ministro de Interior desde 1852 hasta 1855 y primer ministro en 1859.<<

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24 Memoirs of the Life of Sir Humphry Davy, John Davy, Londres, 1836, cap. I. HumphryDavy, físico y químico inglés (Penzance 1778-Ginebra 1829). John Davy, médico y geógrafo,hermano del anterior (1791-1868).<<

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25 Romeo y Julieta, acto II, escena 2.<<

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26 George Littelton, eminente político y literato inglés (Hagley 1709-1773); publicó el poematitulado Consejo a una dama en 1763.<<

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27 Lister y el doctor Hall eran prominentes ministros protestantes no anglicanos del sigloXVIII. Ambos están enterrados en el cementerio de Thornton.<<

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28 Thomas Day (1748-1789), literato inglés que intentó llevar a la práctica las ideas deRousseau, al parecer sin mucho éxito.<<

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29 El ludismo (llamado así por Ned Ludd, que lo inició en 1779) fue un movimiento obrero quesurgió en Inglaterra y se extendió al continente. Los luditas destruían la máquinas por considerarsu introducción causa de la reducción de los salarios y del aumento del paro.<<

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30 Las hermanas Brontë publicaron sus primeras obras con seudónimos: Acton (Anne), Currer(Charlotte) y Ellis (Emily) Bell.<<

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31 El colegio de Cowan Bridge para hijas de clérigos se fundó en enero de 1824. En laprimavera de 1825 se produjo la epidemia de tifus que se describe en este capítulo. En 1833 setrasladó a Casterton (Westmoreland). Véase el Apéndice A. Las referencias que hace la autora eneste capítulo a Jane Eyre (Alba Editorial, Barcelona, 1999; traducción de Carmen Martín Gaite)corresponden a id., primera parte, caps. 5-9.<<

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32 La señorita Temple de Jane Eyre, supuestamente Ann Evans, la directora del colegio.<<

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33 Así en el original.<<

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34 Anuario de los que solían publicarse por Navidad. Uno de los colaboradores era el pintorJohn Martin, conocido sobre todo por sus temas bíblicos.<<

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35 Se refiere al debate sobre el proyecto de ley aprobado en 1829, que concedía a los católicoslos mismos derechos políticos que a los protestantes disidentes o no anglicanos.<<

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36 Hijos del duque de Wellington.<<

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37 Ellen Nussey, figura así en toda la obra. Véase Introducción.<<

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38 La primera ley de reforma electoral, aprobada en 1832, siendo primer ministro CharlesGrey.<<

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39 Fraser’s Magazine, revista fundada en 1830, de tendencia política conservadora.<<

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40 Hugh Blair (1718-1800), escritor y ministro de la iglesia presbiteriana escocesa. Ocupó en1762 la cátedra de elocuencia y bellas letras. Su manual Lectures on Rhetoric and Belles Lettres(1783) se empleó en la época como libro de texto.<<

Page 442: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

41 La guerra de la independencia (1808-1813), que para los ingleses forma parte de las guerrascontra Napoleón.<<

Page 443: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

42 Véase Shirley, (Alba Editorial, Barcelona, 1999) cap. XIX.<<

Page 444: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

43 Charlotte se inspiró en el reverendo Hammond Roberson (1757-1841) para el personaje deHelstone en Shirley.<<

Page 445: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

44 Literalmente, «casa despecho».<<

Page 446: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

45 Lógicamente, hemos respetado los errores del original.<<

Page 447: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

46 Shirley, cap. XXII. Elizabeth Rowe (1674-1737), escritora inglesa; publicó Friendship inDeath, in Twenty Letters from the Dead to the Living [Amistad en la muerte, en veinte cartas delos muertos a los vivos] en 1728.<<

Page 448: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

47 B. el estadista Henry Peter Broughan, lord canciller con el gobierno whig de Grey y luegocon el primero de Melbourne. La «oposición» es el partido whig, claro.<<

Page 449: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

48 Nicholls rompió este retrato cuando regresó a Irlanda y sólo se conserva la parte de Emily,que puede verse en la National Portrait Gallery. En la misma figura un retrato anterior de lashermanas Brontë realizado también por Branwell y del que se han hecho muchasreproducciones.<<

Page 450: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

49 Ref. a Salmos, XVI, 6, que Charlotte Brontë emplea en otras cartas citadas en esta obra;aquí, para indicar que ha tenido suerte, a pesar de todo.<<

Page 451: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

50 Alfredo el Grande (849-899), rey de Wessex (871) y de Inglaterra (878). Venció a losdaneses en Eclington (893), consolidó sus posesiones, dominó a la nobleza y al clero, dictó leyes,promovió la agricultura y el comercio, tradujo Las confesiones de san Agustín y otras obras. Laalusión a su «laboriosidad» es evidente.<<

Page 452: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

51 Jane Eyre, primera parte, cap. I, p. 37<<

Page 453: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

52 Véase n. p. 76. Las cartas de Cowper destacan por un finísimo humor satírico y unaprofunda melancolía.<<

Page 454: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

53 Brief Memorials of Oberlin, de un autor llamado Sims, se publicó en 1830. Oberlin(Estrasburgo, 1740-Waldersbach, 1826), clérigo y pedagogo, creador de las escuelas maternales.Escribió una autobiografía, sermones y otras obras. El clérigo inglés Legh Richmond publicóartículos sobre diversos temas, entre ellos Domestic Portraiture (1833). William Wilberforce(Hull, 1759-Londres, 1833), filántropo y político, defendió la abolición de la esclavitud; aquíquizá se refiera a Reminiscences of Chalmers, Simeon, Wilberforce, etc. , publicado entonces por elescritor J. J. Gurney (1788-1847).<<

Page 455: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

54 Life and Correspondence of Robert Southey, escrita por su hijo Cuthbert, 1849-1850. En latercera edición se corrige vol.VI por vol. IV.<<

Page 456: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

55 Burlington o Bridlington, población situada a la orilla de una amplia bahía en el condado deYork.<<

Page 457: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

56 Residencia de unos amigos de Ellen Nussey, cerca de Bridlington.<<

Page 458: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

57 Sacerdote cananeo de tiempos de Abraham; en Hebreos, VII, 3: «Sin padre ni madre, singenealogía, sin principio de sus días ni fin de su vida...»<<

Page 459: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

58 Edward Bouvery Pusey (1800-1882), teólogo británico partidario de la reconciliación de lasIglesias católica y anglicana. W. F. Hook (1798-1875) era entonces vicario de Leeds. En 1837 fuenombrado capellán de la corte y en 1838 predicó un sermón sobre la Iglesia anglicana en el quellegaba a las mismas conclusiones que Pusey sobre el origen católico de la misma.<<

Page 460: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

59 Baptist Wriothesley Noel (1798-1873), predicador evangélico de la Iglesia oficial, que mástarde se unió a los baptistas.<<

Page 461: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

60 De la reseña biográfica de Emily que escribió Charlotte para la edición de Cumbresborrascosas en 1850.<<

Page 462: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

61 Scott describe así el deporte «Tiro al Papagayo»: «... un juego antiguo que se practicabaantes con arcos y en este periodo (1679) con armas de fuego. Era la figura de un pájaro adornadacon plumas multicolores para que pareciera un papagayo o un loro. Lo colocaban en un poste yservía de blanco; los competidores descargaban en él sus fusiles y carabinas por turnos, a unadistancia de setenta pasos. El que derribaba el blanco ostentaba el honroso título de Capitán delPapagayo el resto del día y era escoltado triunfalmente a la posada más respetable del lugar, dondela velada concluía amenamente bajo sus auspicios, y a su costa si podía permitírselo».OldMortality. (N. del E.)<<

Page 463: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

62 Pedro de Amiens, llamado el Ermitaño (h.1050-1115), monje y agitador francés, quepredicó la participación popular en la primera cruzada. Sus seguidores fueron dispersados por losturcos en Civitot (1096), y él se unió a las fuerzas de Godofredo de Bouillon.<<

Page 464: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

63 El filósofo e historiador Thomas Carlyle (1795-1881) publicó en 1845 Letters and Speechesof Oliver Cromwell, pero en 1841 había publicado On Heroes, Hero-worship and the Heroic inHistory, donde presenta varios tipos heroicos, como el caudillo, en el que describe a Napoleón y aCromwell; sin duda es éste el texto que leyeron Emily y Charlotte para el ejercicio. FrançoisGuizot (1787-1874), historiador y estadista francés, publicó su Historia de la revolución inglesaen 1826-1827. La oración fúnebre de Bossuet es de 1669.<<

Page 465: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

64 Shirley, caps. IX y XXIII.<<

Page 466: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

65 Shirley, cap. XII, pp. 255-256.<<

Page 467: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

66 Figura en el capítulo 28 de la novela, cuando un perro rabioso muerde a Shirley Keeldar.<<

Page 468: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

67 Mary se marchó en marzo de 1845 a Nueva Zelanda. En la carta del 20 de febrero delmismo año, Charlotte habla de su visita a casa de la familia Tylor para despedirse de ella.<<

Page 469: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

68 La descripción del despido de Branwell y de su derrumbe fue causa de que se retiraran lasdos primeras ediciones del libro. Véase Apéndice A, cap. XIII.<<

Page 470: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

69 Aylott y Jones eran libreros, aunque editaban algunos libros, sobre todo de poesíareligiosa.<<

Page 471: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

70 El auge del ferrocarril en los primeros años de 1840 fue seguido de una caída en la segundamitad de la década. En 1847 quebró George Hudson, el «Rey del Ferrocarril».<<

Page 472: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

71 Jean d’Aubigné, famoso predicador y escritor protestante francés de la época.<<

Page 473: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

72 Se refiere a El profesor, Cumbres borrascosas y Agnes Grey.<<

Page 474: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

73 Cumbres borrascosas (Emily Brontë) y Agnes Grey (Anne Brontë) se publicaron en 1847. Elprofesor (Charlotte Brontë) se publicó póstumamente, en junio de 1857, con una introducción deArthur Bell Nicholls.<<

Page 475: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

74 Alusión a Roberto I Bruce (o Roberto VIII, 1274-1329), héroe escocés y artífice de laindependencia de Escocia.<<

Page 476: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

75 De la reseña biográfica escrita por Charlotte Brontë para la nueva edición de Cumbresborrascosas (1850).<<

Page 477: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

76 Richard Chenevix Trench (Dublín, 1807-Londres, 1886). Literato y teólogo, entre cuyaabundante obra se cuentan Estudio de los vocablos (1851) y El inglés, pasado y presente(1855).<<

Page 478: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

77 Harriet Martineau, Daily News; figura en la edición de Shakespeare Head Brontë , vol. IV,pp. 180 y sig.<<

Page 479: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

78 El lugar en que Jane Eyre inicia una nueva vida como institutriz. Jane Eyre, primera parte,cap. XI.<<

Page 480: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

79 De la reseña biográfica citada de Charlotte Brontë a la nueva edición de Cumbresborrascosas (1850).<<

Page 481: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

80 William Makepeace Thackeray.<<

Page 482: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

81 W. S. Willliams, lector de la editorial, que mantuvo a partir de entonces correspondenciacon Charlotte Brontë.<<

Page 483: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

82 La esposa de Thackeray padecía un trastorno mental. Aunque como dice Elizabeth Gaskell,Charlotte no sabía entonces nada de la vida privada del escritor, el hecho de que le dedicara lasegunda edición de Jane Eyre y la gran curiosidad que existía por la identidad de su «autor»dieron pábulo a toda suerte de especulaciones, como la de que se había inspirado en él para elpersonaje del señor Rochester. Michael Angelo Titmarsh era un seudónimo de Thackeray. La citasiguiente corresponde al prefacio de la segunda edición de Jane Eyre.<<

Page 484: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

83 Probablemente alude a alguno de los comentarios de Johnson sobre el tema recogidos en Lavida de Samuel Johnson (1791), de James Boswell.<<

Page 485: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

84 George Henry Lewes (Londres, 1817-1878), escritor, filósofo y crítico. Publicó en la revistaFraser una crítica muy elogiosa de Jane Eyre.<<

Page 486: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

85 Novela de Lewes publicada en 1847.<<

Page 487: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

86 Prólogo a la edición de 1850 de Cumbres borrascosas.<<

Page 488: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

87 Reseña biográfica de la edición de Cumbres borrascosas (1850).<<

Page 489: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

88 Segunda novela de G. H. Lewes, publicada en 1848.<<

Page 490: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

89 Luis Felipe I de Orléans (1773-1850), rey de Francia desde 1830, derrocado en 1848 por larevolución.<<

Page 491: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

90 The Memoirs of the Life of Charles Simeon, ed. William Carus, Londres, 1847. CharlesSimeon (1759-1836), predicador apasionado y elocuente, foco de la influencia evangélica durantemuchos años, vicario de la iglesia de Trinidad (Cambridge). Su obra completa se publicó enLondres en 1840.<<

Page 492: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

91 Charlotte Brontë, reseña biográfica cit. a la edición de Cumbres borrascosas (1850).<<

Page 493: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

92 George Croly (Dublín, 1780-Londres, 1860), clérigo y literato; rector de San Esteban ypredicador famoso en la época.<<

Page 494: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

93 «El autor» del artículo era en realidad Elizabeth Rigby.<<

Page 495: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

94 Las últimas palabras de Jesús en la cruz: «Eli, Eli, lema sabachtani?: Dios mío, Dios mío,¿por qué me has abandonado?» (Mateo, 27, 49).<<

Page 496: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

95 John Forbes, prestigioso médico londinense, a quien Charlotte ya había consultado en elcaso de Emily.<<

Page 497: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

96 El poema completo figura en la edición de Wise y Symington de los poemas de Anne yEmily Brontë.<<

Page 498: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

97 Shirley, final cap. XXIV-princ. cap. XXV.<<

Page 499: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

98 Johann Peter Eckermann(1792-1854), escritor alemán, estudioso de la obra de Goethe, dequien fue secretario. Conversaciones con Goethe en los últimos años de su vida (1836-1848)abarca el periodo 1823-1832. La traducción al inglés se publicó en 1849. El último libromencionado, titulado Vida social y doméstica en la Inglaterra del siglo XIX, se publicó en 1847 yestaba escrito por la señora Whateley.<<

Page 500: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

99 Harriet Martineau (1802-1876), escritora y economista inglesa de origen francés, defensorade la reforma social y política. Escribió artículos, cuentos morales y pedagógicos, libros de viajes,y ensayos de temas diversos. Su novela Deerbrook se publicó en 1839.<<

Page 501: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

100 . Eastern Life, Past and Present (1848), de Harriet Martineau, relata su viaje a Oriente.Francis Newman (Londres, 1805-1897), escritor y profesor. Su obra más conocida es The Soul, ItsSorrows and Its Aspirations (1849). James Anthony Froude (1818-1894), historiador y escritor;Nemesis of Faith (1848).<<

Page 502: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

101 Anne Clifford (1590-1676), hija del conde de Cumberland, que se casó en segundasnupcias con Felipe, conde de Montgomery y de Pembroke; dedicó la inmensa fortuna de su padrea construir o restaurar castillos y escribió su autobiografía, que se publicó en 1846, en la que quizáse basara Elizabeth Gaskell para ese comentario.<<

Page 503: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

102 . Vol. I, cap. IX, pp. 223-224.<<

Page 504: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

103 Dante, Infierno, canto 5, 122-123 («acordarse del tiempo feliz en la desgracia».)<<

Page 505: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

104 Sir James Kay Shuttleworth (Rochdale, 1804-Londres, 1877), médico y pedagogo,fundador de la primera escuela normal de profesores de Inglaterra (Battersea, 1839). Ejercióprimero la medicina en Manchester. Él y su esposa eran amigos de Elizabeth Gaskell, que conocióa Charlotte Brontë en su residencia de Gawthorpe Hall en el verano de 1850.<<

Page 506: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

105 El semanario de humor Punch (1841) publicó entonces una serie titulada Escenas de lavida de una mujer indefensa.<<

Page 507: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

106 William Hazlitt (1778-1830), escritor y crítico literario. Life and Correspondence ofRobert Southey (1849-1850), escrita por su hijo, Charles Cuthbert Southey. Women in Franceduring the Eighteenth Century (1850), de Julia Kavanagh; Representative Men (1850), de RalphWaldo Emerson. Suggestions on Female Education (1849), de Alexander John Scott.<<

Page 508: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

107 K. es Julia Kavanagh, la prolífica autora victoriana cit. que murió de cólera el 12 deoctubre de 1842. Hermana de su amiga Mary Taylor.<<

Page 509: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

108 Abbotsford, la famosa residencia de Walter Scott, situada en la orilla meridional del ríoTweed, a unos 45 kilómetros de Edimburgo y cerca de la ciudad de Melrose, cargada deconnotaciones históricas.<<

Page 510: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

109 George Richmond (Londres, 1809-1896), pintor y retratista famoso. El mencionado retratode Charlotte Brontë figura en la primera y sucesivas ediciones de la Vida. Richmond hizo tambiénun retrato a Elizabeth Gaskell al año siguiente.<<

Page 511: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

110 Se refiere a Catherine Moody (1799-1861), prolífica escritora cuyas novelas sedesarrollaban en ambientes elegantes.<<

Page 512: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

111 Francis Newman, The Soul, véase nota 1, cap. V, vol. II. Los dos volúmenes de ModernPainters de Ruskin aparecieron en 1843 y 1846; su Seven Lamps of Architecture , en 1849.Charlotte asistió a las conferencias del «padre» Newman (John Henry, el famoso converso alcatolicismo y cardenal), tituladas «Problemas de los anglicanos», durante la visita a Londresdescrita en el capítulo anterior.<<

Page 513: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

112 John Sydney Taylor (1795-1841), periodista londinense; Life of Sydney Taylor (1843),selección de sus escritos y relato biográfico.<<

Page 514: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

113 Galileo Galilei se publicó en 1850; Life of Arnold, de Stanley, en 1844.<<

Page 515: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

114 Véase vol. II, cap. I, p. 343.<<

Page 516: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

115 Véase vol. II, cap. vii, pp. 476-477.<<

Page 517: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

116 El poema The Roman, de Sydney Dobell, y Alton Locke, de Kingsley, se publicaron en1850. La biografía del doctor Arnold, véase nota p. 477. Prelude de Wordsworth se publicó en1850. En 1848 aparecieron dos volúmenes de History of England y Essays de Macaulay.Elementary Sketches of Moral Philosophy, de Sidney Smith, y Autobiography, de Leigh Hunt, sepublicaron también en 1850. Charlotte ya tenía los ensayos de Hazlitt (véase cap. V, vol. II). Latragedia de sir Henry Taylor Philip van Artevelde se había editado en 1834. The Races of Men, deRobert Knox, apareció en 1850, y The Races of Man and their Geographical Distribution, deCharles Pickering, en 1848, a la que siguió una nueva edición ampliada en 1850.<<

Page 518: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

117 Pentesilea era la reina de las amazonas. Charlotte rechaza la idea de que haya hecho algoextraordinario, por lo que destaque «entre miles».<<

Page 519: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

118 Letters on the Law of Man’s Social Nature and Development (1851), cartas entre HarrietMartineau y el profesor H. G. Atkinson.<<

Page 520: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

119 Charlotte había consultado al célebre doctor Forbes la enfermedad de Emily. Véase vol. II,cap. III. Lord Carlisle, VII conde de Carlisle, personaje de aficiones literarias. Monckton Milnes(lord Houghton) escribió Life of Keats (1848).<<

Page 521: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

120 Véase vol. I, cap. IX.<<

Page 522: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

121 Elizabeth Rachel (1821-1858).<<

Page 523: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

122 Samuel Rogers (1763-1855), prestigioso poeta de la época, entre cuya escasa produccióndestaca Epistle to a Friend (1798).<<

Page 524: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

123 David Brewster (1781-1868), eminente físico escocés, considerado uno de losdescubridores de la polarización cromática; autor de una extensa bibliografía de las academias deciencias de Londres, París y Edimburgo.<<

Page 525: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

124 Alusión al personaje de Dombey e hijo, de Dickens.<<

Page 526: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

125 El tema del reconocimiento internacional de los derechos de autor siguió debatiéndosedurante todo el siglo XIX. Tal como se planteó en la reunión mencionada, de la que informaba laLiterary Gazette el 5 de julio de 1851, las casas editoriales estadounidenses sacaban obraspreviamente publicadas en Inglaterra sin pagar derechos, acogiéndose a la negativa del gobiernode Estados Unidos a firmar un acuerdo internacional regulador.<<

Page 527: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

126 Charlotte había acudido durante su estancia en Londres con George Smith a la consulta deldoctor Browne, frenólogo famoso de la época, que les hizo un estudio frenológico.<<

Page 528: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

127 Una de las hijas de la señora Gaskell.<<

Page 529: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

128 Charles Kingsley (1819-1875), teólogo, escritor y político; entre sus obras se cuentan AltonLocke (1850), Levadura (1851), y la vida de santa Isabel de Hungría a que se refiere CharlotteBrontë en esta carta, publicada en 1848.<<

Page 530: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

129 Referencia a dos personajes de un relato de la señora Gaskell.<<

Page 531: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

130 Teólogo y filósofo (Norwich, 1805-Londres, 1900), miembro de la Iglesia unitaria,disidente de la Iglesia oficial de Inglaterra.<<

Page 532: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

131 La autora del artículo del Westminster era Harriet Taylor. Elizabeth Gaskell añadió unanota a este pasaje en la tercera edición; cita en ella una carta que había recibido de John StuartMill, explicándole que él no era el autor del artículo, aunque lo había revisado, y deshaciéndose enelogios a la autora del mismo.<<

Page 533: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

132 Las obras de la novelista sueca Fredrika Bremer (1801-1865) se habían traducido al inglésy Elizabeth Gaskell había conocido a la autora en 1851. Al parecer, su «destreza especial»consistía en escupir en lugares públicos.<<

Page 534: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

133 Benjamin Disraeli (1804-1881), ministro de Hacienda del gobierno conservador de lordDerby, que sustituyó en 1852 al gobierno liberal de lord John Russell (1792-1878); Disraeli habíarepresentado la oposición durante el gobierno de Russell.<<

Page 535: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

134 Sarah Whitehead.<<

Page 536: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

135 Julia Kavanagh (1824-1877), prolífica escritora nacida en Irlanda. Publicó la obramencionada (Women of Christianity Exemplary for Acts of Piety and Charity) en 1852.<<

Page 537: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

136 The School for Fathers (1852), de Josepha Gulstone (seudónimo, Talbot Gwynne).<<

Page 538: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

137 Alusión al personaje grotesco de la comedia She Stoops to Conquer (Humillarse paravencer) de Oliver Goldsmith, publicada en 1773 y estrenada el mismo año con éxito en el CoventGarden.<<

Page 539: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

138 Ruth (1853).<<

Page 540: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

139 Se refiere a Henry Esmond, de Thackeray.<<

Page 541: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

140 Henry Esmond, de Thackeray. Véanse cap. anterior. La primera edición de la novela sepublicó en caracteres del s. XVIII para crear la ilusión de que eran las memorias del coronelEsmond, publicadas en 1778.<<

Page 542: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

141 Charlotte Brontë se refiere a la etimología del nombre y apellido de su heroína: Lucy,relacionado con el latino lux (luz) y snow (nieve) o frost (helada).<<

Page 543: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

142 Personajes de Pendennis y de Henry Esmond (Thackeray).<<

Page 544: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

143 Héroe de la mitología griega a quien Zeus castigó cuando se proponía seducir a Hera,formando una nube con la misma apariencia de ella (Néfele o Nube).<<

Page 545: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

144 Personaje de Villette.<<

Page 546: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

145 Thackeray, The English Humorists of the Eighteenth Century, 1853. Véase vol. II, cap.IX.<<

Page 547: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

146 Elizabeth Gaskell había conocido a Harriet Beecher Stowe (autora de La cabaña del tíoTom) en su último viaje a Londres.<<

Page 548: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

147 La autora parece confundirse aquí con la inscripción de la torre de la iglesia, que ellamisma explica en el vol. I, cap. I. La iglesia de Haworth se llamaba entonces y sigue llamándosede San Miguel y Todos los Ángeles.<<

Page 549: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

148 Anne Marsh Caldwell (Stafford, 1791-Lindley Wood, 1874) escribió entre otros muchoscuentos y novelas Two Old Men’s Tales (1834); uno de los cuentos incluidos es El deforme citado.La novela de Fredrika Bremer se publicó en inglés en 1842, trad. por Mary Howitt.<<

Page 550: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

149 Segundo poema largo de Dobell, publicado en 1854.<<

Page 551: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

150 Se refiere a la guerra de Crimea (1854-1856), en que Francia e Inglaterra lucharon contraRusia como aliados de los turcos.<<

Page 552: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

151 Charles Lamb (1775-1834), poeta, dramaturgo, ensayista y crítico literario; destacan en suobra los ensayos (London Magazine, 1820-1825), recopilados (1825) con los títulos Ensayos deElia (1825) y Más ensayos de Elia (1833), sobre diversos temas de la vida cotidiana, tratados confinísimo humor, y en los que figura el ensayo mencionado por la autora.<<

Page 553: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

152 John Forster (Newcastle del Tyne, 1812-Londres, 1876), historiador y biógrafo. PublicóLife of Oliver Goldsmith en 1848, Life of Charles Dickens (1871-1874) y dejó sin terminar unabiografía de Jonathan Swift.<<

Page 554: Vida de Charlotte Brontë - Elejandria

153 En cuanto a mi opinión sobre el colegio ahora, sólo puedo dar la que saqué tras unainspección rápida y superficial; creo que no estuve en el centro más de media hora; pero fue y esla siguiente: que la casa de Casterton parecía absolutamente salubre y bien cuidada y que estásituada en un lugar precioso; que las alumnas parecían alegres, felices y contentas, y que ladirectora era una persona muy agradable, que respondió a mis preguntas sobre la formación de lasalumnas; me dijo que el programa de estudios ha cambiado considerablemente desde que se fundóel colegio. Habría incluido este testimonio en la primera edición si hubiera creído que una opiniónbasada en algo tan superficial y ligero podía tener algún peso. (N. de la A.)<<