Vida de Atila-Marcel Brion

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    Marcel Brion

    Vida de Atila

    Ttulo original: La vie dAttila

    Marcel Brion, 1928

    Traduccin: Ana Subijana

    Editor digital: Titivillus

    ePub base r1.2

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    CAPTULO UNO

    Entr ada de los hunos

    A pesar de los presagios tranquilizadores proclamados por hechiceros y adivinos, la poblacin romana esperaba con inquietud el resultado de la batalla contra las fuerzas deRadagaiso, iniciada en esos primeros das de la primavera del ao 405. ste, llegado a Italiacuatro aos antes como lugarteniente de Alarico, la invada en ese momento por su propiainiciativa, a la cabeza de un numeroso ejrcito compuesto por eslavos y germanos. A pesarde la habilidad y el coraje de Estilicn, regente de Honorio, el Imperio, vencido en todassus fronteras por las hordas brbaras a las que tema y a la vez despreciaba, oscilaba entreenemigos y aliados igualmente peligrosos. Incapaz de defenderse por s solo, desposedo desu antigua bravura, compraba su seguridad a los jefes extranjeros que aparentemente ponantropas a su disposicin, cuando en realidad aprovechaban los tratados de alianza parainstalarse en provincias frtiles de las que se haca muy difcil desalojarlos. La gran pocade Roma haba concluido. La nacin que haba hecho temblar al universo no era ms queun amasijo de burcratas puntillosos, eunucos intrigantes, generales sin carcter,aventureros y obispos herticos. Las luchas religiosas la estaban rematando. Ya no existaninguna aristocracia digna de conducir a una plebe sin virtudes. Desde las arcas secretas deRavena o de Constantinopla hasta las ltimas fronteras nadie se preocupaba ms que deltintineo de las monedas. Las legiones romanas haban conquistado un mercado que habaque proteger a toda costa, rutas de comercio que deban permanecer abiertas para lacirculacin de las mercancas. Quedaba muy poco del espritu y del arrojo de esas legiones.El soldado fornido, de cabeza redonda, obstinado, avaricioso, pero fiel y obtuso como un perro demasiado bien adiestrado, se haba visto sustituido por el mercenario hispano ogermano que serva al Imperio porque era incapaz de vencerlo, y por el atractivo de unasoldada mediocre.

    Mal defendida por estos ejrcitos sin espritu, Roma se enteraba cada da de unanueva victoria de Radagaiso. Los brbaros se haban abierto paso sin esfuerzo por entre loscontingentes de las fronteras, y descendan a grandes jornadas de caballera hacia elobjetivo de todos los rencores, de todas las apetencias. Roma todava poda enorgullecersede ser el centro de las miradas del mundo. Pero ya no se trataba de admiracin, como en losviejos tiempos, en que elcivis romanus se paseaba por la geografa como amo del mundo, protegido nicamente por su nacionalidad como si de frreos escuadrones se tratara.Tampoco era miedo: de sobra se saba que el Imperio se tambaleaba y que caera en manosde quien estuviera dispuesto a tomarlo. Pero estos apetitos abundaban demasiado, seequilibraban y se neutralizaban mutuamente, de modo que aunque el imperio se zarandeasecomo un corcho en el temporal, segua flotando, y cada ola cuidaba de que no se lo tragarala prxima.

    Sin embargo, esta nueva crisis pareca ms grave que las precedentes. Radagaiso erauna bestia obstinada y cruel a la que no poda detenerse mediante la diplomacia. Haba jurado asesinar a dos millones de romanos, y era bien sabido que preferira doblar la cifraque haba prometido antes que mostrar clemencia con un solo prisionero. No haba que

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    contar con las tropas brbaras, indiferentes, cuando no abiertamente favorables, al invasor.Los regimientos indgenas tenan poca experiencia y estaban mal equipados. Los visigodos,con su rey Saro al mando, constituan una ayuda importante, pero no caba duda de queseran mucho ms temibles como vencedores que como vencidos. Estos aliados de losromanos les haran pagar cara la victoria si, gracias a ellos, los doscientos mil hombres de

    Radagaiso caan vencidos antes de haber devastado la ciudad. Se mantena cierta confianzaen un nuevo cuerpo de caballera dirigido por un tal Huldin a quien Estilicn habareclutado tanto para apoyar a las fuerzas de Saro como para, llegado el caso, combatirlas , pero estos inquietantes amigos incitaban ms al asco que a la simpata. Eran pequeos ydeformes, y sus rostros amarillos, aplanados e imberbes, lo mismo que sus extraas armas ysu lenguaje incomprensible, merecan el desprecio de todos los latinos. De dnde venan?Segn la creencia popular procedan de pases lejanos, del otro lado del mundo. Los godos,que los conocan bien, puesto que haban sido expulsados por ellos de su pas, explicabanque en otros tiempos su rey haba perseguido a unas brujas y stas, huidas al desierto,haban copulado con los demonios de las arenas y del viento. De estas uniones haba nacidoun pueblo de monstruos temido tanto por los emperadores chinos como por sus vecinosoccidentales que haba abandonado sus guaridas asiticas veinte o treinta aos atrs paraextenderse por Europa. Cuando se les preguntaba cmo se llamaban respondan con unaslaba sonora, parecida al relincho de un caballo. De su lengua no se retena ms que esa breve palabra:iung . Los romanos la haban suavizado, para adaptar ese grito salvaje a lasgargantas latinas: los llamaban hunos.

    Mucho miedo tenan que inspirar a los romanos sus enemigos y aliados paradepositar su confianza en esos brbaros. Los generales haban reconocido sorprendentescualidades militares en su caballera, que haba vencido a todas las naciones de Europaoriental alanos, vndalos y visigodos antes de llegar al Danubio. A continuacin sehaban infiltrado en el Imperio y haban ofrecido sus servicios. Como en ese momentoRoma se vea rodeada de enemigos y tema que huspedes molestos, de exagerada einteresada solicitud, fueran su sostn, le haba parecido til colocar ese contrapeso en la balanza. La caballera huna debera reforzar al ejrcito que iba a enfrentarse a Radagaiso, ysi tras la victoria, Saro se arrogaba la gloria, ya se le quitaran mritos exaltando los deHuldin.

    El ejrcito romano, apoyado por los visigodos y los hunos, se encontr con lashordas de Radagaiso cerca de Florencia. Al principio opuso una torpe resistencia a sucaballera, pero en el momento en que flaqueaba, Huldin provoc la desbandada del flancoizquierdo del adversario con sus cargas. Radagaiso fue hecho prisionero y decapitado. Lamitad de su ejrcito fue masacrado, y el resto huy en desbandada, perseguido por loshunos.

    El anuncio de la victoria suscit una explosin de jbilo en Roma. El entusiasmoera tan intenso como antes lo haba sido el pavor que haba trastornado a la poblacin. Elsaqueo de la ciudad pareca inminente, todos temblaban por sus bienes, y la siniestra promesa de Radagaiso atormentaba todos los espritus. El ejrcito romano, compuesto enrealidad por elementos nacionales sumamente heterogneos, se haba hecho merecedor delos honores del triunfo.

    Se decidi recibir magnficamente a los vencedores. El da en que volvieron aRoma, desfilaron bajo arcos de triunfo adornados con trofeos, flores e inscripcionesheroicas. El pueblo lloraba de agradecimiento y de alegra. Entre estos gritos de alegra seaclamaba sobre todo a Huldin, que cabalgaba al frente de sus jinetes, cabizbajo y con un

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    porte bestial, junto a Estilicn. A Saro y sus visigodos los haban colocado al final delcortejo, y a los espectadores, que se haban desgaitado al paso de los hunos, les falt lavoz para el resto del desfile.

    Los generales romanos, acostumbrados a la ingratitud de la nacin, se encogan dehombros. En el ejrcito no poda prescindirse de los brbaros. Poco importaba que fueran

    germanos, francos, alanos o hunos.Sin embargo, se haca muy extrao ver desfilar por las calles de Roma a estossoldados que parecan paquetes de pieles, erizados de arcos, de carcajes y de lanzas,montados sobre caballos pequeos y caprichosos. Los habitantes, acostumbrados aarmamentos extraos, a las vestiduras abigarradas de los auxiliares brbaros, miraban aesos nuevos aliados con curiosidad mezclada con temor.

    Se deca que Huldin, despus de que Roma le encargara castigar al rey brbaroGainas, haba enviado la cabeza de ste al emperador, envuelta en un saco. Se hablaba de laextraordinaria crudeza de esos asiticos, de sus costumbres salvajes. Beban, segn sedeca, la leche de sus propias yeguas, y coman carne cruda que ablandaban colocndolaentre sus muslos y los flancos del caballo. En su pas no existan las ciudades, y vivan encarros en los que se apiaban sus mujeres junto con nios y utensilios domsticos.

    Nunca se haba visto a brbaros tan feos. Los germanos, los suevos y los francostenan un aire feroz, pero al fin y al cabo conservaban un aspecto humano, mientras queesos hunos parecan animales. Nunca se haba visto a hombres semejantes, ni siquiera entrelos persas, ni entre los etopes. Tenan la piel de un amarillo oscuro. Brazos largos, traxancho, rostro chato en el que los ojos rasgados, tensados hacia las sienes, ponan un destellode astucia y crudeza. El crneo, deformado desde la infancia por medio de planchas ycorreas, se alargaba hacia atrs, y eran imberbes, pues se marcaban profundos surcos en susmejillas con el fin de impedir el crecimiento del pelo. Vestidos con pieles de animal quetambin les adornaban la cabeza, calzados con correas de cuero, esos hombrecillos demirada taimada y salvaje haban sembrado el terror entre todos los pueblos de Asia yEuropa.

    Se desconoce si efectivamente eran hijos de brujas y demonios, tal como decan losvisigodos, pero esta leyenda y las narraciones que se hacan de sus destrucciones mantenansobre sus vecinos un temor continuado. Aparecan de sbito, tan pronto en las fronteras delImperio chino como en las orillas del Kama. Venan de pases lejanos, desconocidos paralos pueblos de Occidente. Vivan en las altas mesetas de Asia central, en hordas nmadas, pacficas siempre que la regin les aportase suficientes alimentos a ellos y a sus caballos.Pero habitaban las fronteras del inmenso desierto de arena y sufran los caprichos de eseterrible vecino que, segn se deca, haba arrasado para siempre su imperio poderoso y prspero. A menudo las tormentas, que empujan como olas las colinas y modifican encuestin de minutos el aspecto de un pas, barran la arena profunda y ligera como el agua.La marea amarilla, seca y clida, avanzaba, invencible, y enterraba los pastos. Los lagosdesaparecan, el desierto extenda la esterilidad sobre regiones antes frtiles. El desierto erael ms terrible enemigo del nmada. Era l quien devoraba las ciudades y haca que pueblosenteros tuvieran que salir huyendo, de pronto, por delante de l, simplemente porcorrimientos de arena, por ardientes oleadas que aniquilaban todo cultivo. El nmada hua, pero tras de l avanzaba la arena, como una enorme bestia amarilla extendida sobre lallanura, y a pesar del galope de los caballos, senta esa presencia ardiente y cruel, dispuestaa atraparle, a sepultarlo en su implacable avance.

    Los hunos eran los vecinos ms cercanos de la arena. Haban aprendido a conocer

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    las tretas de ese enemigo, los imperceptibles estremecimientos de la superficie queanuncian las tormentas. Lean en las ondulaciones que dibujaban curiosos caracteres, lomismo que en su somnolencia o en su impaciencia irritada, y los caballos relinchabandolorosamente cuando el viento clido pasaba rozando la tierra, levantando granos que loscegaban, como presagios de revuelta.

    Convertidos en nmadas, se haban adaptado a los peligros de esta vecindad. Suvida era inestable como las dunas que se desbocaban sin cesar, que constantemente volvana formarse. No tenan ciudades, ni casas, ni tiendas siquiera. Las mujeres y los nios vivanen los carros, los hombres a caballo. En cuestin de minutos, toda la nacin estabadispuesta a ponerse en marcha. Segn la direccin del viento y los movimientos de la arena,se dirigan tan pronto hacia Asia como hacia Europa. Acogidos como intrusos por los pueblos que ocupaban las regiones vecinas, se apoderaban por la fuerza de las tierras quenecesitaban. Ellos mismos se haban convertido en rpidos, violentos, invencibles como lasoleadas de arena, y como ellas, sepultaban las ciudades y los campos. A veces, el pueblo alque amenazaban, presa del pnico, hua e invada otra nacin que se lanzaba a su vez sobreun vecino ms dbil. De onda en onda, el impacto de la ola de arena en el desiertorepercuta hasta las fronteras ms lejanas y alcanzaba las murallas de Roma, las torres deConstantinopla, los palacios chinos. En otras ocasiones los jinetes se contentaban conatravesar una provincia y, llevados por la embriaguez de la carrera y por el delirio deaventura, la abandonaban sin destino, al azar, hacia quimricos botines. Durante largotiempo haban convivido en buena armona con los emperadores chinos. Sin embargo, amedida que la arena los empujaba hacia China, stos, cansados de sus peridicasincursiones, haban levantado la Gran Muralla como un obstculo entre la solidez delImperio y la violencia mvil de los nmadas. Escalando las montaas, salvando los ros,obstaculizando los valles, la muralla desviaba a los hunos hacia Occidente, donde seextenda la vasta estepa libre, abierta hasta el infinito, y sobre la que se poda galopardurante semanas, lejos de la arena.

    De este modo, en 374, los hunos salidos de Asia central no se sabe cunto tiempoatrs, haban cruzado el Volga, y luego haban atravesado el Dnister, y el Prut, y habanseguido avanzando hasta el Danubio, donde el placer de encontrar tina regin frtil habahecho que se detuvieran. En esa poca el valle del Danubio se asemejaba a un extraocrisol en el que se amalgamaban las razas ms diversas. Todos los brbaros que huan de su pas, a veces simplemente por accesos de pnico, bajaban siguiendo los caminos de losafluentes hacia el ro, cuyo curso, amplio y rpido, les supona un obstculo. Se topabancon otros pueblos ya acampados a sus orillas, y los recin llegados tan pronto eran bienacogidos como encontraban hombres resueltos a no dejarse desposeer, y a los quedisputaban los pastos.

    A veces el paso de esas oleadas humanas no supona demasiados daos. Losnmadas no eran destructores. Buscaban asilo, pues a ellos mismos se los haba expulsadodel hogar. Ciertos brbaros se instalaban en regiones cuyas costumbres adoptaban, mientrasque otros reducan a los indgenas a la esclavitud e imponan su tirana. Hasta que unanueva horda, ms numerosa, barriendo todo lo que se le pona por delante, se apoderaba asu vez del pas deseado. Estas migraciones duraban largos aos, siguiendo el ritmoestacional y el azar de los climas.

    En el siglo IV el pueblo de los hunos ocupaba toda la regin que se extiende desdeel extremo oriental de Siberia hasta los Urales y el mar Caspio. Ms all, los conocimientosgeogrficos de los romanos y godos se perdan en una vasta tierra ignota, poblada de

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    monstruos y de demonios, pero parece verosmil que ocuparan toda la zona habitable, hastalos confines de la arena. Los chinos los conocan desde haca mucho tiempo, y mantenancon ellos relaciones diplomticas regulares. En sus crnicas les llamaban Xiongnu y dabancuenta de las guerras, los tratados y las alianzas que se haban sucedido entre el Imperioestable y los caprichosos nmadas. Los historiadores latinos los dividan en dos ramas, la

    de los hunos blancos, que constitua la derivacin oriental caspia, y la de los hunosnegros, que constitua la derivacin urlica. Distinguir entre blancos y negros era, enrealidad, un subterfugio de eruditos confundidos en sus clasificaciones, ya que todos pertenecan al mismo tipo mongol, que realzaban ms todava aplastndose la nariz yalargndose el crneo. Adems, a pesar de las mezclas generadas por vecindades einvasiones, exista una casta aristocrtica que preservaba la pureza de sangre, la integridadde los rasgos mongoles, y todos, incluso los bastardos de germanos o de escandinavos,queran parecerse, a costa de algunos artificios, a los nobles de rancia estirpe asitica.Desde el punto de vista poltico, estaban divididos en varios estados independientes. Laraza huna, fragmentada por la vida nmada, los azares de los viajes y de las conquistas, sehaba dispersado. De conquista en conquista haba llegado por un lado hasta China, y porotro hasta el Danubio.

    Los azares del destino, finalmente, haban hecho de ellos los aliados de Roma. Envarias ocasiones haban tomado las armas por su cuenta, contra los brbaros queamenazaban el Imperio, y su participacin era muy apreciada por los generales. Suhabilidad con el arco y lanzando la correa de cuero que paralizaba al enemigo era muycelebrada. Desaparecan de pronto, al galope. Poda pensarse que haban huido, perovolvan enseguida, fustigaban al enemigo con sus flechas y desaparecan.

    Desde la infancia se les acostumbraba a combatir de ese modo. Cuando todava erandemasiado pequeos para montar a caballo, se los sentaba sobre las ovejas y se lesenseaba a tirar a pjaros y ratones con arcos minsculos.

    El recuerdo de sus hazaas llenaba las crnicas chinas. Aparecan breve yterriblemente en la historia de las dinastas, y los sabios atribuan un origen misterioso aestos seres extraos que venan de Kuei-Fong, la tierra de los espritus.

    Su raza se divida en innumerables tribus independientes, la ms importante de lascuales, gobernada por la antigua familia imperial, habitaba en la llanura danubiana. sa fuela que Roma haba reclutado para su ejrcito, y de ella acababa de servirse para aplastar aRadagaiso.

    El emperador Honorio espera a los triunfadores en las escaleras del Capitolio,rodeado de sus ministros y cortesanos. Fanfarrias de trompetas, movimientos deestandartes, amplios gestos con la mano, laureles, discursos. Saro recibe una frafelicitacin, pero los abrazos y alabanzas son todos para Huldin. ste sonre y, torpemente,se balancea sobre sus piernas arqueadas. Comprueba que las miradas de las mujeres sedetienen complacientes sobre l, escucha, sin comprenderlas, las arengas de los ancianos, y bebe de un trago el vino que le ofrecen.

    Le presentan a los principales personajes del Imperio, los cnsules, los patricios ylos senadores. Empujan hacia l a un grupo de muchachos que en modo alguno parecenromanos, con la rubia cabellera y la piel blanca propia de los brbaros. stos no participande la alegra general. Son rehenes. Disfrutan de libertad mientras no se alejen del palacio.Los preceptores les ensean latn y las costumbres romanas. No se sabe qu sonexactamente, si huspedes principescos, estudiantes o prisioneros. Hijos de lejanosmonarcas, garantizan la ejecucin de los tratados. Roma se guarda as en la mano a los

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    futuros reyes brbaros, los fuerza a adaptarse a su cultura, los ablanda en su lujo. Enrealidad, algunos de entre ellos aprenden en las escuelas latinas a odiar y a despreciar alopresor, estudian los defectos y los vicios del Imperio, buscan las brechas que algn daquiz puedan contribuir a ensanchar.

    Entre ellos, Huldin distingue a un adolescente parecido a los de su raza, un nio de

    piel amarilla y ojos rasgados que revelan su origen mongol. Se adelanta hacia l y le tiendela mano, amigablemente. Es el hijo de Mundzuk dice un oficial.Huldin conoca bien a Mundzuk, el rey de los hunos, muerto haca slo unos aos y

    al que haba sucedido su hermano, el rey actual, Ra. El hijo de Mundzuk repite con sorpresa, y hace ademn de acariciar en el

    hombro al muchacho. Pero ste se aparta con un gesto de odio y asco. Huldin, sorprendido,se aleja y le pregunta a un oficial romano:

    Mundzuk tuvo muchos hijos. Cmo se llama ste? Atila responde el oficial. Y aade, con desprecio : Siempre tiene este aire

    irritado y desconfiado, como de bestia salvaje. No hay quien lo entienda! Ese pequeodebera alegrarse de ver a uno de sus compatriotas!

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    CAPITULO DOS

    Alianzas

    La diplomacia romana, con la preocupacin de conservar su prestigio entre los brbaros y de atraer a sus soberanos, encontraba en el empleo de los rehenes un excelentemedio de aumentar su propaganda, de ubicar a sus espas y de mantener bajo control a lafamilia de los aliados sospechosos. Como intercambio de los jvenes prncipes a los queofreca hospitalidad, Roma, por su parte, instalaba a hijos de sus familias nobles en loshogares de sus amigos brbaros. En uno de esos trueques polticos, Ra, rey de los hunos,aliado de los romanos, haba enviado a su sobrino Atila, cuando ste tendra unos diez aos,a la corte de Honorio, en el mismo momento en que l reciba a cambio a un joven patriciode la misma edad, Aecio, perteneciente a una familia noble de Panonia. La alianza de losromanos y de los hunos era el resultado de maniobras diplomticas bastante turbias y prfidas, que se haban hecho habituales tanto en la corte de Constantinopla como en la deRoma. El Imperio dividido en dos que Estilicn se haba esforzado vanamente en unir denuevo se encontraba en la situacin de los protectores cados en desgracia, que todavaviven de su crdito, pero que en realidad tienen que apoyarlo sobre numerosas protecciones. Rodeado de vecinos amenazadores, siempre dispuestos a atacarle cuandotenan el capricho de hacerlo, no poda salvar su prestigio ms que llamndoles en el mismoinstante en que iban a invadirlo. Con la soldada compraba entonces su alianza o suneutralidad. Ciertos reyes brbaros, ms sinceros que corteses y poco interesados en salvarel amor propio de los emperadores, persistan en decorar esta soldada con el nombre detributo, pero el Imperio se empeaba en considerar todava como servidores a los que enrealidad eran sus carceleros y sus amos.

    Las alianzas romanas siempre haban obedecido a clculos sutiles, pero la gran poltica de antao se haba acabado. Era fcil hablar alto si se dispona de ejrcitosnumerosos y disciplinados, pero cuando el imperio, espiado por enemigos vidos en todassus fronteras, exteriormente desmembrado y dividido en dos grandes estados, ambosminados en su interior por intrigas y discordias, vacilaba, se haca mucho menos exigenteen la eleccin de sus aliados. El medio ms seguro era unirse a sus vecinos cuando ya no sesenta con fuerzas para vencerlos. Las formas permanecan intactas. Los romanos seguan persuadidos de que para los brbaros sera un gran honor permitirles servir a sus rdenes acambio de un poco de dinero. Tributo, decan los jefes germanos. Sueldo, correganlos embajadores que les pagaban. De todos modos, mientras el Imperio fuera rico, poda permitirse apaciguar a los enemigos pobres y vidos. El dinero romano los converta enconciliadores, inofensivos, y dejaban que los despachos triunfaran en esta querella de palabras. Para ellos lo esencial era que sueldo o tributo se pagara regularmente y en monedacorriente. En cuanto a la poblacin latina, se alegraba de que los mercenarios lessustituyeran en las necesidades militares. Libres de un servicio fatigoso, de las expedicionescoloniales, de la defensa de las fronteras, los hombres podan dedicarse sin ataduras alcomercio y a la industria que les ocupaba, con lo que las guerras defensivas u ofensivas,que otros hacan en su lugar, les parecan un asunto cada vez ms lejano. Cuantos ms

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    soldados extranjeros entraban al servicio de la nacin, menos obligaciones militares tenanlos nacionales. Los ejrcitos no tardaron en verse invadidos por una curiosa mezcla derazas. Primero los cuadros siguieron siendo latinos, pero luego los generales extranjerosrecibieron los grados superiores y Roma se abandon plenamente a las cohortesgermnicas, iberas, escandinavas, eslavas y por fin asiticas que la protegan.

    Todos los pueblos de la Europa oriental, expulsados de sus hogares por la invasinde los hunos, haban buscado refugio en Galia, en Hispania, en frica. Los ms dbiles sehaban puesto a sueldo del Imperio, contento de adquirir soldados valientes a cambio dealgunas tierras abandonadas que se les concedan.

    Roma se esforzaba en equilibrar mediante estas alianzas la fuerza de sus enemigos,y tambin en mantener entre sus propios aliados las suficientes enemistades como paraimpedirles unirse contra ella.

    Cuando los visigodos, expulsados por los hunos, se establecieron en el Imperio, semostraron amenazantes. Acogidos en principio por el emperador Valente y maltratados porsus soldados, le vencieron en Marcianpolis y en Andrinpolis. Teodosio los someti y losincorpor a su ejrcito. Quince aos ms tarde Alarico los llevaba a rebelarse, lo que diolugar a la estratagema de Rufino, ministro de Arcadio, quien salv Constantinopladirigiendo la avidez de los visigodos hacia el Imperio de Occidente. Establecidos enAquitania, normalmente mantenan relaciones bastante buenas con Roma, pero su poder sehaca cada da ms peligroso, y el gobierno se preguntaba qu contrapeso podraoponrseles. Y se pens en los hunos.

    Acampados en la margen izquierda del Danubio, los hunos vivieron en paz durantealgunos aos, pero estaban demasiado habituados a la vida nmada, a la aventura, como para resignarse durante demasiado tiempo a la inaccin. Habran deseado atravesar el ro para ver lo que encontraban al otro lado, pero las mquinas de guerra que los romanoshaban dispuesto en los lugares de paso les infundan respeto. Sin embargo, cansados de suinactividad, remontaron hacia el norte y se aventuraron en pequeos grupos a explorar el bosque Herciniano. Los exploradores llegaron incluso hasta un gran ro al que loshabitantes de la regin llamaban Rin. Pero fueron muy mal recibidos por estos pobladores,los burgundios, que los trataron como intrusos y les obligaron a batirse en retirada. Estosgermanos renanos, blancos y rubios, eran corpulentos, atrevidos y vigorosos, y ocupabantodo el pas que se extiende entre el bosque y el ro. Tierras maravillosamente frtiles, adecir de los exploradores, y que podran resultar tiles una vez agotados los recursos queofreca el valle del Danubio. Pero los burgundios, que haban demostrado su bravura, eranunos intrpidos guerreros, dignos de medirse con los hunos, y no dejaran que los echaransin combatir.

    En esta poca el rey Oktar reinaba sobre la nacin huna. Haba sucedido a suhermano Mundzuk y comparta el poder con sus otros dos hermanos, Aebarso, quegobernaba las tribus caucsicas, y Ra. Oktar, tentado por la aventura, decidi adentrarseen el pas de los burgundios. Si los hunos resultaban vencedores, la conquista de una reginfrtil proporcionara un rico botn, y, de cualquier modo, sera la ocasin de examinar losrecursos del lugar, de desoxidar las armas y de despertar las cualidades guerreras de la razareblandecidas por la paz. Con la mitad del ejrcito se dirigi hacia el bosque Herciniano.Ya desde los primeros combates venci a los burgundios.

    Los xitos obtenidos por Oktar en estos encuentros coincidieron con una crisisreligiosa y poltica que reinaba entonces entre los renanos. Tras algn tiempo stos estabandescontentos de sus reyes y de sus dioses, y se me ocurre la idea de sustituir tanto a unos

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    como a otros. Las victorias de los hunos confirmaron su disgusto. Si sus dolos y jefes noeran capaces de defenderlos contra el enemigo, lo que convena era cambiarlos cuanto antesmejor. Los misioneros cristianos que hasta entonces haban intentado en vano convertirlos,les alentaban a desembarazarse primero de sus dioses la victoria, decan, llegara poraadidura , y como los burgundios seguan dudando, llamaron a toda prisa al obispo de

    Trveris, Severo, famoso entonces por su elocuencia y poder de persuasin. Severo acudiy les demostr que los hunos eran unos paganos detestados por el Dios de los cristianos, yque ese Dios se encargara de vencerlos si los renanos abrazaban su religin. La nacin burgundia, con entusiasmo, se convirti por entero, y bautizados y bien armados, segurosde su triunfo, los nefitos se lanzaron sobre la horda de Oktar y la obligaron a huir.

    El Imperio de Oriente vigilaba con atencin los movimientos de los hunos. Cuandoen Constantinopla se supo que Oktar haba salido de su capital danubiana con parte delejrcito huno para atacar a los burgundios, dejando el gobierno de la nacin a su hermanoRa, los diplomticos bizantinos vieron tambin en esta divisin la oportunidad de debilitara esos peligrosos vecinos. Por qu no aprovechar la ausencia de Oktar para alejar a Radel Danubio, proponindole entrar al servicio de los romanos? Esta poltica tendra laventaja de desmembrar a los hunos y de aportar nuevos contingentes a los ejrcitos delImperio, siempre escasos de personal. Los Imperios de Oriente y de Occidente loscompartiran.

    Tras absorber de este modo a la primera mitad de los hunos, no habra ms queesperar el resultado de la conquista de Oktar. Si resultaba vencido, Ra se convertira en un personaje demasiado dbil como para inquietar al Imperio. Si volva victorioso yamenazador, Ra, convertido en vasallo de Constantinopla y Roma, se le opondra.

    Ra no fue consciente de la trampa que le tendan. Tras la partida de su hermano seaburra y envidiaba a los que combatan mientras l languideca en una despreciableinactividad. Los enviados de Teodosio II, emperador de Oriente, elogiaron su valorguerrero. Traan para l un proyecto de tratado y la oferta de un sueldo anual de 350 librasde oro si aceptaba servir al Imperio. El acuerdo estipulaba tambin un reconocimientorecproco de las fronteras, con los romanos salvaguardando la propiedad de la margenmeridional del Danubio, mientras que la margen septentrional se libraba a los hunos.

    Un importante ejrcito huno parti hacia Constantinopla, y otro comandado porHuldin hacia Italia. El Imperio romano se sinti liberado de un grave peligro. A partir deese momento los hunos, divididos, ya no seran tan inquietantes. Como garanta defidelidad, Ra envi a uno de los hijos de Mundzuk, Atila, a la corte de Honorio.

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    CAPTULO TRES

    Atila

    Atila era hijo de Mundzuk, que era hijo de Turda, que era hijo de Scemen, que erahijo de Et, que era hijo de Opos, que era hijo de Cadicha, que era hijo de Berend, que erahijo de Sultn, que era hijo de Bulchu, que era hijo de Bolug, que era hijo de Zambur, queera hijo de Zamur, que era hijo de Reel, que era hijo de Levente, que era hijo de Kulche,que era hijo de Ompud, que era hijo de Miske, que era hijo de Mike, que era hijo de Bezter,que era hijo de Rudli, que era hijo de Chaad, que era hijo de Bukem, que era hijo deBondofort, que era hijo de Tarkans, que era hijo de Otmar, que era hijo de Radar, que erahijo de Beler, que era hijo de Kear, que era hijo de Kev, que era hijo de Elad, que era hijode Dama, que era hijo de Bor, que era hijo de Nembrot, que era hijo de Chus, que era hijode Cham. Descenda de la vieja familia imperial que rein en tiempos sobre la poderosanacin de los hunos. Ms all de estos antepasados, se reuna en la leyenda con Cham, y elmito haca remontar su genealoga incluso hasta el ave Astur, que algunos denominanSchongar, el rey de los seres voladores, con una corona ceida a la cabeza.

    Naci hacia 395 en uno de los carros de la horda que acampaba, en esa poca, en lallanura danubiana.

    El nio recibi el nombre de Atila, que significa pequeo padre, quiz porqueste era tambin el nombre del Volga, al que su padre Mundzuk tena en gran veneracin.Los hunos no posean ninguna religin nacional, adoptaban generosamente todos los cultosde los pases que conquistaban, y Mundzuk mostraba una devocin particular por los ros.Tambin se afirma que Atila, o Atli, Etzel, como todava se le denomina a veces, queradecir en lenguaje huno hierro, y que Mundzuk, previendo el gran destino de conquistadorreservado a su hijo, le haba conferido al mismo tiempo que este nombre temible un porvenir magnfico.

    Hacia la misma poca naca en Durostrorum, en la provincia panoniana de Silestria,sometida a los romanos, y en el seno de la familia de Gaudencio, jefe de la milicia, un nioal que llamaron Aecio. El azar, o ms bien ese espritu misterioso que preside los juegos dela historia, creaba al mismo tiempo a los dos protagonistas del gran drama occidental, a losdos hombres que iban a enfrentarse, al jinete asitico jefe de las hordas dispuestas a invadirtoda Europa y al general germano sometido a Roma que fue, tras Estilicn, el ltimo delos romanos, el escudo de Occidente contra la invasin oriental.

    La capital huna, constituida por un extenso campamento de carros, agrupaba a lahorda que, incluso convertida al sedentarismo, no abandonaba las formas de la vidanmada. sos eran sus alojamientos familiares, y con ellos seguan de lejos a los ejrcitos,sin ninguna impaciencia, en interminables migraciones. El nmada tiene conciencia deltiempo, es decir, de su lgica y de su permanencia, y concilia virtudes que al sedentario le parecen contradictorias y antnimas: disponibilidad, paciencia, celeridad, optimismo yresignacin. Quien posee la inmensidad del mundo que se extiende ante s soporta con lamisma facilidad todas las prisas y todos los retrasos. Los obstculos que se atraviesan en sucamino ponen a prueba su valenta y su ingenio. El correr de las estaciones marca el ritmo

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    de la marcha, y la abundancia de los pastos determina las paradas. Es libre porque no estsometido a leyes que no sean las de la naturaleza, y se acostumbra tratar las fuerzashumanas como fuerzas naturales. Contra una tormenta de arena no se lucha, pero a quinse le ocurre abandonar un vergel antes de haber recogido todos sus frutos? Utilizar a loshombres del mismo modo que los elementos, sa era la poltica rudimentaria y sabia de los

    reyes nmadas, y en los profundos clculos de Atila, en sus ms ambiciosos sueos,siempre daremos con ese carcter prctico, inmediato, que le har esperar el momento propicio antes de iniciar una accin, y evitar un obstculo antes que perder el tiempoderribndolo.

    Mientras que su ejrcito conquistador se lanzaba al galope de sus caballos, la poblacin civil segua en sus carros, consumiendo todos los recursos de una regin antes dereiniciar la marcha. Siempre dispona de suficientes soldados para protegerla, y el pavorque entre los indgenas suscitaba el paso de la horda revesta a sus miembros, aunquefueran desarmados, de un respeto prudente que prevena cualquier tentativa de insurreccin.Una parte de la nacin se estableca en la regin conquistada, de manera proporcional a losrecursos que sta ofreca. El resto prosegua el camino. Por pequeas etapas, los carroscubiertos de pieles en los que se amontonaban mujeres y nios junto con el tesoro dispar delos saqueos ocupaban los valles con su gritero, en un tumulto que se apretujaba en losdesfiladeros para luego expandirse sobre los llanos. El paso de los ros les llevaba semanas,y estos largos viajes montonos, en los que se sucedan a igual ritmo los traslados y las paradas, imponan su vaivn, que es la cadencia del tedio y de la calma, de cancionesinterminables cuyas notas agudas y guturales cubran el restallido de los ltigos y elrelincho de los caballos.

    En cuanto las piernas del pequeo Atila fueron lo bastante fuertes para estrechar losflancos de un caballo, dej el carro de las mujeres y se convirti en discpulo de losguerreros. Aprendi a servirse de las armas, se le ensearon las leyendas de su raza y losdeberes de su condicin. Pronto viva a caballo, como los hombres, y ninguno le ms hbilque l en el arte de tensar el arco, ni con el lazo, ni en el manejo de la lanza o de la espada.Esta vida libre y excitante le embriagaba. Conoci los largos viajes a travs de las llanurasinterminables y los caminos de montaa, el pillaje de las ciudades y de los villorrios.Aprendi a venerar la hierba que alimentaba a los caballos, pues sin caballo el hombre seve privado de la mejor mitad de s mismo. El terror de las poblaciones que se marchaban precipitadamente ante la llegada de los hunos le ense el orgullo de la fuerza y eldesprecio hacia los dbiles. Cuando la ausencia de enemigos les forzaba a la paz, sededicaban a perseguir bestias feroces, y Atila cabalgaba tras los rpidos jinetes en las ms peligrosas expediciones. Mat a osos y lobos, a los que capturaba lanzndoles una red yabrindoles luego el pecho con un pual corto.

    Cuando su padre muri, sus tos lo enviaron como rehn ante el Imperio romano.Aprovecharon la ocasin para alejarlo, pues ya presentan que ese nio poda convertirse ensu rival. Ya se permita juzgar los actos de los reyes hunos, y con una intransigencia infantilcriticaba su sumisin al servicio de los extranjeros, cuando habran podido vencerlos tanfcilmente. Los tos preferan a su hermano Bleda, de carcter dcil, desprovisto deambicin. Crean que la corte de Roma iba a encargarse de abatir o de ablandar a esemuchacho demasiado precoz. As, al tiempo que le hacan un gran honor al emperadorenvindole al mismsimo hijo de Mundzuk, se desembarazaban de un testigo cuyas crticasles importunaban.

    Despus de Balamir, quien haba conducido a los hunos hasta Europa, la poltica de

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    los jefes se haba conformado con adaptarse al azar de las circunstancias. Se contentaba con pequeos triunfos, obtenidos sin esfuerzo, pues el mero nombre de los hunos inspiraba ungran temor entre los pueblos de Oriente y Occidente. En la vertiente europea habanempujado ante ellos, sucesivamente, a todas las naciones que vivan entre Siberia y elDanubio. Miraban con avidez, pero de lejos, los tesoros de Roma y de Constantinopla.

    Alejados de ellos por enormes extensiones, no haban mantenido la relacin con los hunosde Asia, quienes por su lado intentaban, a pesar de la Gran Muralla, infiltrarse en el Imperiochino. Las intrigas, las vanidades de los jefes, fragmentaban la nacin en pequeos clanesque, al hacerse independientes, saqueaban por su cuenta o alquilaban sus servicios a los pueblos que los solicitaban. La familia real que reinaba a orillas del Danubio no ejercasobre ellos ms que una autoridad precaria y terica.

    Los reyes que trataron con Roma no eran lo bastante perspicaces como para percibirel terror que suscitaban a los emperadores los enemigos y sus aliados, ni que sta era lacausa que les llevaba a asociarse con ellos. El antiguo poder del Imperio invencible se habaderrumbado en todos los dominios, pero conservaba todava en el vocabulario de losembajadores su nobleza y prestigio. Los enviados hablaban con la misma elocuencia altivay amenazadora que antao empleaban los mensajeros de Csar, y eso segua impresionandoa los brbaros. Roma viva de su reputacin, de la hbil propaganda que haba extendidosobre Europa y en Oriente durante varios siglos, y los que se detenan ante la fachada podan admirar todava su organizacin, su compacta solidez. De ms cerca podandistinguirse ciertas grietas, pero en cuanto se miraba por detrs de dicha fachada, en lugardel majestuoso palacio que anunciaba no se encontraban ms que estancias vacas ydeterioradas, muros que se venan abajo, bvedas hundidas. La solemnidad de losdiscursos, el lujo y el orgullo de los emperadores disimulaban las ruinas, y el miedo queRoma haba inspirado a todos sus vasallos y enemigos segua surtiendo efecto, aunque yano hubiera nada que temer. Sus golpes haban sido tan brutales que haban disuadidocualquier esperanza de revuelta y de independencia hasta mucho despus de que dejara deser temible. En ese momento, cuando la menor de las tormentas poda inundar y destruir lailusoria fortaleza, se mantena en pie apoyada en las estratagemas de una poltica queremplazaba la fuerza por la perfidia, y que en lugar de combatir a sus adversarios,compraba sus alianzas.

    Inconscientes de su superioridad, los brbaros se dejaban engaar y se agotabanguerreando entre ellos por pretextos ftiles que la cancillera romana saba provocar en losmomentos crticos.

    Los jvenes rehenes que eran los huspedes del emperador y que le seguan en susdesplazamientos de Ravena a Roma, y de Roma a Ravena ubi imperator, ibi Roma semaravillaban de esta existencia fastuosa tan diferente de la ruda simplicidad que habanconocido en sus palacios, y como en su mayora eran muy jvenes, la curiosidad de unavida nueva, las diversiones incesantes, las lecciones de los maestros que exaltaban laantigua gloria del Imperio, eran como cortinas que les impedan ver la debilidad real delcoloso. Cuando escriban a sus padres alababan la belleza de Italia, el orden y la fuerza delas instituciones, e inconscientemente aumentaban el prestigio que la rodeaba, se convertana su vez en agentes involuntarios de su propaganda. Entraban en disputas sobre quinhablaba mejor latn, sobre quin vesta mejor segn las modas romanas. Se establecanrelaciones amorosas, vigiladas y fomentadas por los diplomticos. Las cortesanas recibansus instrucciones de la cancillera, manipulaban sin esfuerzo a los jvenes, y cuando a stosles llegaba la hora de subir al trono, se llevaban con ellos a bailarinas y msicos, a sastres, a

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    poetas, a peluqueros, y reconstruan, mal que bien, en su corte brbara, las deliciasromanas.

    La literatura no era el menor instrumento de esta propaganda. Exaltaba la grandezade la antigua Roma. Por su mediacin los xitos se transformaban en triunfos, y las derrotasdesaparecan. Repetida por inscripciones altaneras, los monumentos, los poemas, las

    narraciones histricas, la grandeza romana se converta en una obsesin a la que los jvenes brbaros se resistan difcilmente. Queran a su vez parecerse a los romanos, pero al ignorara los de otros tiempos no podan evitar imitar a los de entonces. Descartaban sus vestidurasrudas y sin gracia porque provocaban la risa de las mujeres, y para ser de su agrado seesforzaban en parecerse a los favoritos del emperador y olvidaban a sus hroes, y a susdioses, llevados por las delicias voluptuosas y por el prestigio de la reputacin. En realidad,en todos esos intercambios salan perdiendo, puesto que quedaban desarmados de susvirtudes brbaras sin adquirir las cualidades romanas, y se contentaban con imitar losdetalles superficiales, la manera de peinarse y de llevar la toga, de pronunciar ciertas palabras

    Atila, bruscamente desplazado desde el valle del Danubio a Roma, vagaba por el palacio como una fiera enjaulada. Se asfixiaba en las salas perfumadas. El lujo quefascinaba a los otros rehenes le asqueaba. Se acordaba del carro real, del palacio de madera junto al ro, de las tiendas de cuero. Acostumbrado a la leche de yegua, a la carne dura,escupa los elaborados platos que preparaban los cocineros. Todo se le haca hiriente, leoprima, en esas estancias suntuosas en las que se senta prisionero. Procur despertar elespritu de independencia de los camaradas para empujarlos a la rebelin, pero no obtuvoms que burlas. Intent, intilmente, escapar. Finalmente renunci a la lucha, prometindose retomarla ms tarde, cuando fuera ms fuerte, y con toda su inteligencia,con todo su odio, observ. Algunos compaeros tambin fingan docilidad, pero detestabanRoma. Como ellos, se call, sometido en apariencia, pero sin dejar de mirar a su alrededor,sin perderse una palabra. Espiaba la llegada de los correos, las entrevistas de los ministros.Atento al menor indicio, percibi las intrigas de la corte, las dificultades de la polticaextranjera, la falta de dinero, el mal estado de la flota, la debilidad del ejrcito. Disimul suclera y su asco, pero nunca pudo vencer su desprecio hacia los jefes hunos que servan alos romanos. En su ambicin ya se dibujaba un vasto proyecto en el que no se admita la posibilidad de que un solo jinete asitico estuviera a sueldo del extranjero. Tras su llegadaal poder, sa sera la primera reforma que llevara a cabo en todo el territorio del Imperio.Todas las fuerzas hunas volveran a la nacin, ni un solo soldado huno permanecera en elextranjero al servicio de los enemigos de su raza que, a veces, le obligaban a combatir a sushermanos. Restaurara la unidad de su pueblo, y luego aplastara Roma y Bizancio, yconquistara Persia y la India, y destruira la Gran Muralla

    Pronto conocera mejor que los ministros romanos la situacin interior y exterior del pas. Guardaba en la memoria nombres y cifras, para utilizarlos ms adelante. Los romanosse rean del carcter brutal y taimado de aquel nio. No podan presentir la fuerza que elodio, lo mismo que el conocimiento que haba adquirido de sus debilidades y defectos,amasaba en esa voluntad fuerte y aplicada, segura ya de su triunfo.

    La oscuridad envuelve la infancia y la juventud de Atila. Parece que en esta mismaignorancia en la que nos encontramos en cuanto a sus actos y sus pensamientos se preparaun porvenir maravilloso. Mientras fue rehn en Roma, y ms tarde, cuando volvi a lacapital huna junto al Danubio, Atila supo sacar provecho de esta admirable virtud asitica,la paciencia. Esper el momento favorable, la muerte de sus tos que le devolvera el poder,

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    la mayor decrepitud de los dos Imperios que hara posible apoderarse de ellos, ese instanteque debe llegar y que los orientales esperan con optimismo, resignacin, certeza. Nuncaintent avanzarse a los acontecimientos. Saba que los hechos deben madurar como frutos yque basta con saber recogerlos en el momento oportuno. No intent intervenir en la polticade Ra, hizo algunos viajes a Asia, caz Sin impaciencia, sin clera, esper. Tena

    confianza en su destino. Esperara as toda su vida, si era necesario, con tal de que un da pudiera realizar sus proyectos.Pero en el silencio de esta existencia solitaria y meditativa, la ambicin construa

    pacientemente un plan inmenso. No se trataba de ningn sueo, sino de un proyectominuciosamente estudiado, examinado con una precisin realista y prctica. Un proyectoque las circunstancias hacan posible, y que se bosquejaba en la mente del joven jefe conuna prodigiosa nitidez. Y este proyecto estaba previsto y reglado con tal exactitud que pareca tenerse que aplicar en el mismo momento en que Atila, saliendo de su oscuridad, se pondra a la cabeza de la nacin huna.

    Cuando se enter de la muerte de Oktar en la tierra de los burgundios, tras unaorga, Atila vio que el objetivo se dibujaba ms cerca de l. Aebarso reinaba en el Cucasoentre poblaciones indisciplinadas, solamente le molestaba Ra. Su hermano Bleda, aunquefuera mayor que l, no iba a molestarle demasiado. Es sorprendente que Atila no matara asu to Ra para sucederle ms deprisa. A menudo debi de pensar que dicho asesinato eranecesario y urgente, pero vacilaba. Quiz porque sus proyectos todava no estaban del todoa punto. As pasaron largos aos, inactivos en apariencia, pero tiles para asegurar ladominacin del futuro rey sobre todas las tribus hunas. Atila estudiaba los recursos de su pueblo. Observaba la poltica de Ravena y de Bizancio. Esperaba.

    En el curso del ao 434, las relaciones entre Ra y el Imperio de Oriente seenturbiaron. A pesar de la buena voluntad que haba demostrado desde haca mucho tiempohacia el Imperio, y del apoyo prestado en diversas guerras, el rey huno se enfad.Constantinopla haba apoyado en secreto la revuelta de algunas naciones danubianas: lostitimaras, los amilzurianos, los tonosurianos, a las que Ra consideraba sus vasallos, ycuando se haba visto obligado a reprimir con dureza la revuelta se haba encontrado conarmas romanas, con dinero romano en manos de los instigadores. El gobierno deTeodosio II, aplicado en disminuir sistemticamente el poder y el prestigio de sus aliados,haba secundado estas tentativas de independencia, pero sus emisarios haban actuadotorpemente y haban puesto al Imperio en un compromiso. Ra exiga sanciones.

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    CAPTULO CUATRO

    El lti mo de los romanos

    El Imperio de Oriente y el de Occidente, ambos poseedores de contingentes hunos,se inquietaron por estas amenazas. Uno y otro eran absolutamente incapaces de proporcionar los hombres y el dinero necesarios para una guerra. Dado que Constantinoplahaba subvencionado a los danubianos insurrectos, de acuerdo con Roma, el emperadorTeodosio II no quiso asumir en solitario la responsabilidad de la decisin y consult aValentiniano III, emperador de Occidente.

    ste, que haba recibido la prpura nueve aos antes, preocupado solamente por los placeres e indiferente a los asuntos del reino, dispona en su corte de mil servidores intiles,eunucos que se disputaban las funciones polticas y militares, mujeres hbiles en la intriga,ministros dedicados al pillaje del tesoro, pero en este desorden slo poda interrogar conutilidad a un hombre cuya opinin fuera sincera, honesta y desprovista de cualquier inters personal. Un hombre al que su madre Placidia detestaba y al que persegua con su odio a pesar de los servicios que ofreca al Imperio. Es posible incluso que lo detestara todavams por el agradecimiento que le deba, por el temor que le inspiraba la influencia que estehombre podra tener sobre el espritu de su hijo. Este hombre, al que alternativamente seadulaba y condenaba, colmado de honores y luego cado en desgracia, este hombre que noconoca ms que a un amo, el Imperio, era Aecio.

    El resto del personal poltico constitua una multitud taimada y vil, guiada por laambicin y la voluptuosidad, las ganas de medrar, dividida por las ligas, los complots, lasquerellas dinsticas, las preferencias y las envidias.

    En esta corte que en Ravena imitaba el esplendor bizantino, en donde todos los principios de orden y disciplina se derrumbaban para no dejar subsistir ms que unceremonial ridculo y complicado, las controversias religiosas, el trfico de influencias y lahipocresa mantenan al margen de las funciones a los hombres ntegros y fuertes. Aeciohaba sabido resistir a todas las conspiraciones de palacio, y a pesar de las tormentas de suexistencia, los azares del favor y de la sospecha, haba seguido siendo el hombre de losmomentos difciles, se al que se llama cuando los ministros y los generales corruptos sedesploman como marionetas. En las pocas tranquilas se le enviaba al extranjero y perda elfavor, las intrigas le arrebataban todas sus dignidades, pero bastaba con que el Imperioestuviera amenazado para que inmediatamente se pensara en l sin que fuera para acusarlode traicin. Y as, a toda prisa, se lo llamaba.

    Su padre, un germano de Panonia, jefe de la milicia y conde de frica, haba sidoabatido en la Galia durante una revuelta de soldados. Era latino por parte de su madre, que perteneca a una noble y rica familia de Roma. El destino de Aecio haba seguido lasvicisitudes de la poltica imperial. Cuando sta busc la neutralidad de Alarico, le envi al joven como rehn. Llevaba tres aos junto al rey godo cuando Roma, amenazada por l, busc aliados entre los hunos, y Aecio parti hacia la capital danubiana. Estableci amistadcon Ra y conoci a Atila, que tena ms o menos su misma edad.

    El joven rehn desempe un papel importante en las relaciones de Roma con los

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    hunos. Incluso despus de volver a Roma para desposar a la hija del patricio Carpilio,sigui en buenas relaciones con Ra. Eracomes domesticorum y amo del palacio, pero lasintrigas mezquinas que le rodeaban y la corrupcin que reinaba en la corte evidenciaban ladecadencia del Imperio. As, cuando Juanel Usurpador se hizo con el poder, Aecio, quedeseaba para el pas la inteligencia y la energa de un jefe, se ofreci para servirlo.

    No tena ningn inters en defender los intereses de la dinasta. Ms all delemperador, vea el Imperio, el pasado y el futuro de Roma, y crey encontrar en Juan al jefeque barrera de Roma y de Constantinopla a los despreciables cortesanos, realizara elsueo de Estilicn, la reunin de los dos Imperios, y restablecera la unidad, la grandeza dela nacin. Para ayudarlo necesitaba el socorro de los hunos. Parti enseguida a reclamar elapoyo de Ra, le persuadi para que se pusiera en campaa con sesenta mil hombres, prometindole una rica soldada, y a marchas forzadas condujo a esta tropa hacia el ejrcitode Juan. Al llegar se enter de que el Usurpador, vencido por Aspar, haba muerto hacatres das. Valentiniano III haba sido escogido para sucederle, pero como era demasiado joven segua bajo la tutela de su madre Placidia, quien gobernaba en su nombre.

    Aecio licenci a los hunos, que retornaron a su pas, y volvi a Ravena.A sus enemigos no les result difcil aprovechar su ausencia y explotar hbilmente

    la ayuda que haba ofrecido al Usurpador para despojarlo de todos sus ttulos. La regentePlacidia escuch las sugerencias de stos, pero como le tena miedo, no se atrevi aexiliarlo. Se content con hacer que su prestigio e influencia disminuyeran nombrando jefedel ejrcito de Italia al patricio Flix, y reservando su favor al ministro Bonifacio, ambosenemigos de Aecio.

    Aecio continuaba siendo el jefe del ejrcito de los galos, pero perda la mayor partede su poder en pro de Bonifacio. Este ltimo era un hombre extrao. Tan pronto traidorcomo fiel, tan pronto puesto al margen del Imperio como compartiendo el triunfo con elemperador. Representaba con bastante exactitud a la clase de polticos que reinaba en elmundo latino. Muy popular en frica, haba sido amigo de san Agustn, y tras la muerte desu esposa haba querido hacerse religioso. De tal proyecto le disuadieron inmediatamentetodos los que le haban ayudado a triunfar y que esperaban compartir su fortuna poltica,con lo que se vio obligado a reemprender la vida activa a pesar de las exhortaciones de sanAgustn, que le ponderaba las bellezas de la renuncia y de la meditacin. Pero sus amigos,que no queran que l despreciara los bienes del mundo, por no tener que abandonar ellossus aspiraciones, le demostraron que se deba al Imperio y que poda dejar a otros la laborde rezar, puesto que funciones ms tiles le esperaban en Ravena. Bonifacio les escuch,volvi a la corte y, pasando entonces de uno a otro exceso, al viudo le invadi una gran pasin por una joven, Pelagia, y se cas con ella. Como era arriana, abraz la religin de sumujer y decidi que sus hijos tambin seran arrianos.

    Aecio, que le haba animado en sus proyectos religiosos y que haba contempladocon despecho su vuelta a las funciones pblicas, no desperdici la ocasin que se le ofrecade hacer caer a su rival. Supo excitar el fervor religioso de Placidia para demostrar a laregente que esa apostasa pondra en peligro la seguridad del Imperio. Le record losesfuerzos que se haban hecho necesarios para extirpar la hereja, el peligro querepresentaba la conversin de un hombre con tan alto cargo y rodeado de numerosos protegidos. Dividida entre su odio hacia Aecio y su horror por el arrianismo, Placidia sedej convencer por los obispos que el astuto panoniano le enviaba todos los das. Censur aBonifacio y lo invit a responder ante un tribunal eclesistico del crimen de apostasa.

    El nuevo arriano estaba en Cartago cuando recibi esta orden. Enseguida adivin la

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    parte que haba correspondido a Aecio en su redaccin y, sabiendo lo que le esperaba, parti enseguida, pero hacia Hispania. All fue al encuentro de Genserico, quien desdehaca unos aos ocupaba la pennsula Ibrica. El rey vndalo se encontraba, en esemomento, en una situacin muy embarazosa. Nuevas invasiones de suevos y visigodos searrojaban sobre Hispania, y empujaban poco a poco a los vndalos, hasta tal punto que

    amenazaban con expulsarlos de ese dominio que tanto les haba costado conquistar. No eraextrao por tanto que recibiera al trnsfuga con amabilidad, y cuando ste le ofreci untercio de frica si quera expulsar de all a los romanos, enseguida acept cambiar suImperio espaol por un imperio africano.

    En 428 y 429 los vndalos pasaron a frica. Contaban con 500 000 guerreros, loque permite evaluar en unos dos millones el nmero total de sbditos de Genserico. La flotaromana intent tmidamente oponerse a su paso, pero result derrotada ya en el primerencuentro. Aecio, quien en esa poca combata a los visigodos, haba vueltoapresuradamente a Ravena, donde top con la celosa autoridad del patricio Flix, quienhaba sacado provecho de su estancia en Galia y de la traicin de Bonifacio para captar elfavor del monarca. Flix y Aecio se enfrentaron en una sorda guerra de intrigas. Durante lainvasin de frica por los vndalos, Flix hizo asesinar a dos amigos de Aecio, el obispo deArles Patroclo y el dicono Tito, y fue un milagro que el mismo Aecio escapara a losasesinos sobornados por su enemigo. Dos aos ms tarde obtuvo la venganza gracias a unarevuelta de soldados de la que probablemente haba sido instigador, y que mat a Flix y atoda su familia.

    El juego de equilibrios de la poltica romana le haba llevado de este modo al poder,y sin embargo no poda permitirse disfrutar del xito durante demasiado tiempo. Losnumerosos enemigos que tena en la corte buscaron un adversario que se le pudiera oponeren el favor imperial, pero nadie pareca capaz de cumplir ese papel. Se pens entonces enBonifacio.

    La corte de Ravena ya no meda sus bajezas, ni sus extravagancias. Mientras Aecio,llamado a Galia para un nuevo levantamiento de los visigodos, los reconduca a laobediencia, Bonifacio, invadido por los remordimientos o mal recompensado de su traicin por parte de los vndalos, se haba vuelto contra ellos y fortificado en Cartago. A sualrededor haba reunido las ltimas fuerzas romanas para intentar reparar mediante estatentativa de resistencia el acto criminal que haba abierto las puertas de frica a Genserico.Consigui detenerlo, trat con l y guard algunas poblaciones que el conquistador lecedi. El fin de esta guerra desastrosa para Roma, pues la privaba de su imperio africano,fue acogido con entusiasmo por los enemigos de Aecio. El acto que habra debido arruinar para siempre la carrera poltica de Bonifacio fue tratado como un pecado menor, y la prdida de frica pareci insignificante al lado del gran servicio que haba prestado alsalvar de la debacle a algunos villorrios sin importancia. Ayer traidor y apstata, Bonifacioreencarnaba la figura del salvador y volva a estar en gracia. Todos los honores que se leofrecan disminuan en la misma medida la gloria y el prestigio de Aecio: le nombraron patricio, y cuando volvi a Italia se le recibi entre grandes muestras de alegra. El intersnacional no contaba demasiado al lado de las intrigas de palacio, y mientras que no se lereconoca el triunfo a Aecio, se cargaba al hombre que haba vendido frica a los brbaroscon ms dignidades de las que poda sustentar. No se trataba de poner los mritos de ambosen una balanza, sino de hacer expiar a Aecio la falta que haba cometido acaparandodemasiados ttulos de reconocimiento por parte de Roma. Aun as, la ingratitud romana erauna virtud demasiado antigua y poderosa para que en esta ocasin no se manifestara de una

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    manera espectacular. Raramente se haba dado una escena tan odiosa y ultrajante para elhonor del Imperio como el triunfo de Bonifacio, y la corte llev su demencia al paroxismohaciendo figurar en las monedas al ministro traidor al lado del emperador.

    A Aecio le costaba digerir estos insultos. Esconda su clera, pero un da, en unencuentro accidental a cinco millas de Ariminium, entre su escolta y la del ministro, ste

    result muerto. En la confusin no pudo saberse quin haba asestado el golpe, peronaturalmente se acus a Aecio. Placidia deplor la muerte de Bonifacio, ese buen servidordel Imperio, y design para sucederle a su hijo Sebastin, al que nombr protector deRoma. A continuacin orden una investigacin y la captura del asesino.

    Cuando supo que se intrigaba para obtener su arresto, Aecio corri a refugiarseentre los hunos. Ra, que estimaba su carcter noble y su valor militar, lo recibi y sedeclar dispuesto a atacar a su lado si quera hacer pagar al Imperio todas las injurias deque haba sido objeto. Con el rencor de no ver recompensados sus esfuerzos, el generaldecidi expulsar de Ravena a los intrigantes y a los incapaces, no por ambicin personal,sino por el bien del imperio. Acept la oferta de Ra y avanz hacia Italia encabezando unejrcito huno. Sebastin, protector del Imperio, despus de intentar detenerlo, se bati enretirada. Placidia, asustada, destituy al general incapaz, arroj a las sombras a la familia deBonifacio y devolvi a Aecio el favor del que haba sido privado, mostrando de este modouna vez ms que los servidores de Roma no reciban recompensa ms que en el momentoen que se rebelaban, y que sus mritos no eran evidentes hasta el da en que pasando dela fidelidad a la traicin se volvan amenazadoramente contra sus jefes.

    Con Bonifacio muerto y Sebastin cado en desgracia, Aecio se convirti en elverdadero amo del Imperio. Durante todo el tiempo que se haba credo poder contar con sudocilidad y honor, no se le haba ahorrado ninguna de esas vejaciones que una corteenvidiosa, un pas ingrato, prodigan a los grandes hombres a los que odian ms cuanto msreconocimiento les deben. Pero desde el da en que hubo mostrado que l tambin era capazde llamar y guiar al enemigo sobre el suelo latino, se convirti en el objeto de las mshalagadoras atenciones, y nada pudo hacer mella en su prestigio.

    Aecio haba censurado las intrigas que los ministros de Constantinopla suscitabanentre las naciones danubianas sometidas a los hunos. Sorprendidos con el hurto en lasmanos, negaron, como era costumbre, lo que decan sus emisarios, pero Ra dispona de las pruebas de la intervencin oficial, y en ese momento se trataba de conceder al rey de loshunos los castigos que solicitaba, o rechazar sus exigencias y prepararse para la guerra.Aecio, consultado por el gobierno de Constantinopla, saba que la segunda alternativa eraimposible. El Imperio de Occidente estaba rodeado de enemigos y no poda aportar ningnsocorro a los bizantinos. Los burgundios seguan amenazantes, los bretones proclamaban suindependencia, los suevos avanzaban sus vidas manos, los visigodos, siempre inestables,se agitaban. En el corazn mismo de la Galia, las revueltas de campesinos se hacan msinquietantes, y en la Bagaudia se tramaba una agitacin cada vez ms peligrosa. Aecio pens que era mejor negociar. Aconsej al emperador Teodosio que tranquilizara a Ra, pues conoca su carcter conciliador, e hizo dictar a los embajadores la respuesta quedeban ofrecer al rey.

    La embajada dirigida por Plintas y Epigenio se puso en marcha y, tras unas semanasde su salida desde Constantinopla, lleg al campamento de los hunos. Pero una sorpresaaguardaba a los bizantinos. Supieron que Ra haba muerto unos das antes, y bruscamentese les llev ante la presencia de su sucesor, Atila.

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    CAPTULO CINCO

    El rey de los hunos

    Desde su llegada, sin darles tiempo a desmontar, se les dijo a los enviados deTeodosio que el rey los esperaba, y se les seal un grupo de jinetes detenidos en el llano.Plintas y Epigenio hicieron trotar a sus caballos para reunirse con ellos, pero los hunos, alver que se acercaban, no descabalgaron, con lo que los embajadores, para no dar a entenderque se humillaban ante un brbaro, tambin tuvieron que mantenerse sobre sus sillas.Fatigados por el largo viaje, poco acostumbrados a las cabalgadas, los bizantinos eran jinetes mediocres, mientras que los hunos sonrean con desprecio al observar su aspecto.Por otra parte, tampoco tenan la costumbre de tratar los asuntos diplomticos a caballo, yles incomodaba mucho la impaciencia de sus monturas, enfebrecidas por la proximidad deuna yeguada que galopaba con la cabeza baja y la crin al viento. El caballo negro de Plintasse agitaba a cada instante, tiraba de la brida y golpeaba la tierra con los cascos, y estassacudidas imponan a los nobles periodos de su discurso un ritmo irregular que a Atila,grave pero irnico, le diverta mucho. Irritados por la impertinencia de la acogida,confundidos por su propia torpeza, los embajadores se prometan que iban a hacerle pagarmuy caro a ese brbaro insolente haberles puesto en ridculo con su recepcin.

    Atila iba vestido de manera muy sencilla, con una chaqueta de piel negra, y en lacabeza un gorro negro calado hasta los ojos. Pareca pequeo, pero enrgico y vigoroso. Leacompaaban algunos jinetes, entre los cuales un germano que atenda al nombre deOrestes, con un casco de hierro y una larga espada, un hombre vestido a la manera huna pero con los rasgos de un griego al que llamaban Onegesio, dos pequeos mongolesenvueltos en pieles preciosas que parecan osos imberbes, Esla y Scota. Al lado del rey sealzaba un coloso de rostro plano y aire ausente, cuyo nombre, segn se dijo a los bizantinos, era Bleda, el hermano de Atila que comparta con l la dignidad real.

    Los hunos que escoltaban a los jefes de la horda contemplaban con curiosidad aesos extranjeros vestidos con telas ligeras, que hacan gestos ampulosos y hablaban connfasis. Los jinetes bizantinos, por su parte, consideraban con un asco espantado a esosdemonios amarillos de ojos astutos, sujetos a la crin de sus pequeos caballos, queintercambiaban entre ellos risas entrecortadas, palabras incomprensibles, speras ychillonas. Llevaban largos arcos curiosamente encorvados, carcajes de colores llenos deflechas con la punta de hueso, lanzas, hachas y correas de cuero. A lo lejos de la llanura seextenda una multitud de carros desde la que columnas de humo se levantaban en elatardecer.

    A los plenipotenciarios ese cambio de soberano en principio les haba inquietado poco. Pensaban que Atila, en recuerdo de la hospitalidad que haba recibido de losromanos, iba a mostrarse cordial con ellos, y le comunicaron con cierta condescendenciaaltiva el mensaje que les haban encomendado. Desde las primeras palabras del jefe hunocomprendieron que la situacin poltica iba a transformarse. Se dieron cuenta de que Bleda,aunque asista a la entrevista, no pronunciaba palabra, a pesar de ser el primognito y de participar en el poder. Atila era el nico que diriga la conversacin. Ante ellos tenan a un

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    adversario diferente al dbil Ra, y en lugar de un debate puramente formal, lo que all seiniciaba era una partida decisiva, a consecuencia de la cual Roma pasara a contar con unadversario amenazador.

    Las condiciones que les haban encargado que transmitieran estaban destinadas adesalentar la avidez y las torpes estratagemas de Ra, pero no se haba previsto que en su

    lugar iban a encontrar un jefe arrogante, intratable, despreciativo, que conoca perfectamente la situacin de los dos Imperios y sus dificultades. Los bonitos discursos quehaban preparado se vieron interrumpidos con un gesto suyo, y Atila habl. En un latn singracia, preciso y sobrio, expuso sus condiciones, o ms bien sus instrucciones.

    Los embajadores se miraron, estupefactos. Nunca haban odo esa voz limpia y duraen la que resonaban el orgullo, la certeza de vencer. Era intil discutir las decisiones yatomadas. Atila no quera saber nada de sus ofertas, dictaba rdenes con la autoridad de unseor que no admite ni rechazos ni vacilaciones. Era tomarlo o dejarlo, no haba nada quenegociar en sus proposiciones. Las resumi en pocas palabras. Constantinopla retirara todoapoyo a las tribus danubianas rebeldes, los desertores hunos presentes sobre el territorio delImperio seran extraditados. Extradicin tambin de los prisioneros romanos evadidos, o ensu defecto pago por cada uno de ellos, de ocho piezas de oro. El emperador secomprometa, por juramento, a no proporcionar nunca ayuda a los enemigos de los hunos.Por fin, Atila dio a conocer que haba decidido elevar a 700 libras de oro el tributo que Ray Teodosio II haban fijado en 350. No dio explicaciones, y rechaz or rplica alguna por parte de los embajadores.

    Es intil: ya he decidido y expuesto mis condiciones. Decid s o no.Los embajadores no podan resignarse a aceptarlo sin ms, y por otra parte,

    intimidados por la majestuosidad de Atila, aterrorizados por su intransigencia, no seatrevan a rechazarlo. En ese hombrecillo achaparrado, enrgico y brusco, haba ciertanobleza salvaje que impona respeto y miedo.

    Para ganar tiempo, pidieron que les dejara reflexionar, alegaron que tenan querecibir nuevas instrucciones, pero estas tergiversaciones convertidas en tradicionales en losacuerdos internacionales se vieron rechazadas con una sola palabra de Atila. Al percibir el brillo astuto de sus ojos oblicuos comprendieron que nada iba a desalentar a un hombrecomo aqul, que ninguna estratagema podra engatusarle.

    Plintas pregunt cundo tenan que dar respuesta.En ese mismo momento.A decir verdad, estaban decididos a aceptar las condiciones de Atila, fueran cuales

    fuesen. Ese hombre tena una manera de decir La paz o la guerra? que haca imposiblecualquier vacilacin. Les costaba poco abandonar a las tribus danubianas despus deempujarlas a la revuelta. Roma sacrificaba implacablemente todos los instrumentos quehaban dejado de serle tiles. Tampoco tenan inconveniente en entregarle a los desertoreshunos aunque no le haban preguntado a Atila lo que entenda por desertores y los prisioneros romanos evadidos. A stos solamente les tocara soportar su servidumbre conalgo ms de paciencia. Pagar ocho piezas de oro por cada uno? No valan ese precio.Comprometerse a no luchar contra los hunos? Ese compromiso sera vlido hasta nuevaorden, o sea, durante el tiempo que se fuera demasiado dbil como para violarlo. Pero pagar700 libras de oro en lugar de 350, eso era imposible.

    Con su codicia falsa e infantil de orientales, imploraron una rebaja, invocando a ladureza de los tiempos y al mal rendimiento de los impuestos. Atila esboz un gesto deimpaciencia que los hizo callar. Esperaba, y el silencio de la espera era tan terrible que los

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    embajadores, acostumbrados a las marrulleras habituales en las negociaciones, lo sentanopresivo y pesado como una amenaza. Epigenio, que se preciaba de ganar siempre lavoluntad de Ra, lamentaba haber acudido a esa misin en lugar de declinar el honor dellevarla a cabo.

    El huno esperaba. Ya no se trataba de ponerse de acuerdo, ni de buscar subterfugios

    ni pretextos para retrasar la respuesta. Haba que decir s o no, escoger la paz o la guerra.Imaginaban la clera de Teodosio cuando volvieran para anunciarle que se habadoblado el tributo El resto, pensaban, tena menos importancia. Pero Teodosio noconoca a Atila, y nunca haba sentido la mirada de sus ojos irnicos y duros. Los bizantinos estaban muy irritados con ese monarca brbaro que contravena todas lascostumbres de los debates. Acaso no estableca el uso que uno de los interlocutores pidiera para empezar mucho ms de lo que deseaba, y que el otro le ofreciera mucho menos de loque estaba dispuesto a conceder, para as llegar, gradualmente, a un acuerdo? En qu paraba el mrito personal si el embajador no poda glorificarse de haber obtenido conmucho esfuerzo una ventaja que el contrario estaba dispuesto a ofrecerle desde el principio?Con ese hombre diablico, vestido de groseras pieles, sentado pesadamente sobre sucaballo, haba que decir as, enseguida, s o no.

    De este modo, cuando Atila, con despreocupacin, como si escogiera por ellos, dijo:Si prefers la guerra, se apresuraron a proclamar que aceptaban todas las condiciones yque podan firmar el tratado de inmediato. Los escribas despabilaron, y al rato losmensajeros aplicaban sus sellos sobre el acuerdo.

    Esto ocurra en Margus, a orillas del Morava, en 434.Cuando Teodosio se enter de los resultados de la embajada entr en violenta clera

    y cubri de insultos a los desdichados parlamentarios. La noticia del penoso acuerdo lleghasta Roma. Aecio se preocup al enterarse. Conoca la fuerza de los hunos y el peligro quesuponan para toda Europa, siempre que una autoridad inteligente y resuelta lograrareagrupar las tribus dispersas. Saba que si haba un hombre capaz de conseguir esa unidad,ese hombre era Atila.

    Los embajadores explicaban que siguiendo los trminos del tratado haban tenidoque entregar a dos trnsfugas hunos de noble familia, es decir, dos oficiales a sueldo deBizancio, y que Atila los haba hecho crucificar inmediatamente, en su presencia. En todoOccidente solamente un hombre poda llegar a comprender el alcance de este gesto, porquehabra actuado igual de encontrarse en el lugar de Atila, porque de algn modo se trataba deun sacrificio simblico que inauguraba la nueva poltica de los hunos.

    Aecio concibi los proyectos secretos de Atila leyendo los acuerdos de Margus,aparentemente inofensivos, y se asust, porque adivinaba las terribles consecuencias.

    La clusula relativa a las naciones danubianas tena poca importancia. No figurabaen el tratado ms que para justificar el pretexto de la querella. Constantinopla abandonara, por algn tiempo, la artimaa de la intervencin encubierta, que por otra parte diriga conmucha torpeza y sin provecho. El prrafo que prohiba al Imperio tomar las armas paraayudar a los enemigos de los hunos era ms grave, puesto que permita que Atila batierasucesivamente, sin esfuerzos, a todos los pequeos pueblos que obstaculizaran su poltica,sin que Roma ni Bizancio pudieran hacer nada por socorrerlos. La rendicin de los prisioneros romanos evadidos no tena otro propsito que hacer entrar oro en el tesoro delos hunos, pues stos crean y se equivocaban que el Imperio preferira comprar lalibertad de esos hombres antes que cederlos a la servidumbre. El aumento del tributo tenael mismo objeto. El punto que ms inquietaba a Aecio era la obligacin de entregar a los

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    trnsfugas hunos. En principio, pareca algo insignificante, pero en realidad esa clusulasignificaba que Atila consideraba como desertor a todo huno que formara parte de lastropas romanas en Oriente o en Occidente, que ya no aceptaba que un soldado de su razacontinuara obedeciendo a una potencia extranjera y que pretenda reunir bajo su autoridaddirecta a todos esos sbditos que estaban a sueldo de Roma o de Constantinopla. Aecio vea

    en esta reivindicacin el anuncio de un vasto proyecto de unificacin que, si se realizaba,debera reunir en una misma mano a todos los hunos dispersos por Europa, privar alImperio de sus mejores contingentes y constituir en su contra el ms poderoso ejrcito queel mundo habra visto hasta entonces. La ejecucin de los dos jefes hunos demostraba lasuerte que Atila reservaba a partir de entonces a los hombres de su nacin que sirvieran aotro seor que no fuera l.

    En las cancilleras de los dos Imperios nadie presinti estas intenciones. Slo Aecio, porque conoca a Atila y porque haba utilizado los recursos que los hunos, inclusodivididos, proporcionaban, entrevi los planes de su adversario, pero slo en parte. Losacontecimientos no tardaran en mostrrselos en toda su extensin.

    Al llegar los embajadores bizantinos a Margus, Atila se haba tomado como un presagio que el primer acto de su reinado lo opusiera a esos romanos que tanto odiaba.Ra habr muerto a tiempo pensaba para dejarme tratar este asunto. Los bizantinosseguro que lo habran enredado otra vez con sus discursos solemnes y sus promesas.

    No le haba llevado demasiado tiempo debatir las condiciones que queraimponerles. Le venan obsesionando desde que, de pequeo, se indignaba al ver a los jefeshunos a las rdenes de Roma. Por primera vez iba a cumplir su deseo: actuar como rey.Pensaba con desprecio en esos embajadores vidos que discutan la cifra del tributo sinotorgar importancia a la clusula que concerna a los trnsfugas, que l haba enunciado conindolencia. Incluso era posible que hubiera tenido la idea de lanzar esa cifra bruscamentedoblada slo para retener su atencin sobre ese punto. Saba que las cuestiones monetariasdominaban toda la poltica interior y exterior de Constantinopla, y que un aumento deltributo les alarmara tanto que olvidaran todo el resto.

    Tras su partida, Atila vio el camino libre ante s. Ra haba muerto y le dejaba el poder. Bleda era slo un imbcil que no pensaba ms que en beber y cazar, y no le pondraningn obstculo. Aebarso reinaba sobre los hunos del Cucaso. Con Roma inmovilizada por las guerras externas y las revueltas de los bagaudas, Constantinopla convertida eninofensiva por los acuerdos de Margus, nada le impeda consagrarse enteramente a lareconstruccin del Imperio huno.

    Someter a las ramas asiticas de los hunos, devolver las tribus dispersas del Volgaal Danubio, los contingentes de Hispania, de Galia y de Italia, bajo la autoridad de un solo jefe. Hacer de estos elementos dispersos una nacin a la que agregar acto seguido los pueblos eslavos y germanos, vasallos o aliados. Conquistar Europa y con la riqueza de lostesoros de Roma y Bizancio lanzarse sobre Asia y someter Persia, la India y China. Laconquista de Occidente no era para l ms que una etapa, y la cada del Imperio romano le proporcionara el dinero necesario para esa expedicin. Una vez dueo de Asia, aplastara aGenserico en frica, y tras haber sometido al Imperio de los hunos a toda la cuencamediterrnea, todo el continente desde el mar de China hasta las Columnas de Hrcules, seconvertira en rey del mundo entero.

    Ahora lanzaba ese sueo ambicioso, exaltado por su imaginacin de nio ylargamente modelado en los aos oscuros de su juventud, sobre la masa plstica de lasnaciones. Lo impona al universo.

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    Pacientemente, con la tenacidad lenta, incansable, del oriental, iba a esforzarse enrealizarlo, pieza a pieza. Tena entonces cerca de cuarenta aos y una al entusiasmo de suideal juvenil el genio de su espritu poltico, la experiencia de su espera silenciosa.

    El tratado de Margus abra la primera etapa de la conquista. Constituir unformidable bloque asitico, eslavo y germano, para humillar al Imperio romano, era el acto

    ms urgente. Para esto le haca falta no un aglomerado de tribus, sino una nacinhomognea y disciplinada. Con el flanco occidental protegido, se volvi hacia Asia.

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    CAPITULO SEIS

    Poltica inter ior

    La nacin huna, dividida desde haca mucho tiempo en tribus independientes,obedeca al azar de su destino nmada. A decir verdad, no constitua una nacin, sino unayuxtaposicin de pequeos estados unidos solamente por sus caracteres tnicos, sus lenguasy tradiciones. Desde el punto de vista poltico, el rey de las orillas del Danubio no disponade ninguna autoridad sobre los hunos de Asia o Rusia. Cada jefe gobernaba a su manera auna poblacin obediente, saqueaba por su cuenta, parta una vez que haba agotado losrecursos de una regin, y nadie se preocupaba en saber adonde conduca sus carros.

    Las uniones con las razas a las que haban sometido se hacan cada vez msnumerosas, y sin la voluntad poderosa que los reuna, los hunos se habran fundidorpidamente entre los pueblos europeos. El rey, el que descenda de Mundzuk, de Balamir yde los antiguos soberanos, no vea que nadie le disputara la autoridad a menos que intentaraimponerla a las tribus que no se encontraban directamente bajo sus rdenes.

    De este modo los hunos se haban combatido a menudo por cuenta de dos nacionesdiferentes, pues sus jefes no pedan sino venderse lo ms caro posible, y no tenan ningnescrpulo en luchar contra hombres de su propia raza.

    En un pueblo tan dividido no poda existir ningn sentimiento nacional, pues cadauno no pensaba ms que en su provecho personal. Desarraigados, llevados por suscaprichos o necesidades, los hunos malgastaban su fuerza en combates de los que nosacaban apenas provecho, y se debilitaban en la medida en que se dispersaban por todos loslugares de Europa y Asia.

    Atila comprendi que una vez restablecido en su unidad original, pero acrecentado por las razas que se le haban asociado, el pueblo huno poda convertirse en una potenciaformidable. Y puesto que no tena nada que temer, de momento, ni de Roma ni de Bizancio,le estaba permitido consagrarse a esta labor: forjar el instrumento necesario para conquistarel mundo, el ejrcito huno que comandado por l deba convertirse en invencible.

    Pero primero de todo era necesario constituir este ejrcito, someter a las tribusindependientes, y seguramente topara con un montn de obstculos. Los primeros losencontr en su familia.

    De los tres hermanos que haban asumido el poder conjunto tras la muerte deMundzuk, Oktar y Ra estaban muertos, pero Aebarso, que haba escogido reinar sobre loshunos del Cucaso, segua siendo un rival peligroso.

    Segn las costumbres y el orden de la sucesin al trono, tras la muerte de Ra el poder no habra debido pasar a las manos de sus sobrinos, sino a las de su hermano. Porotro lado, la llegada a Margus de la embajada bizantina no permita esperar; era necesarioque la recibiera un rey. Atila y su hermano Bleda tomaron el poder con el consentimientounnime de su pueblo.

    Aebarso no protest en absoluto, pero en cualquier momento poda recordar sus pretensiones al trono y comprometer el xito del gran plan de conquista.

    La poltica romana, guiada por Aecio, que haba adivinado los proyectos de Atila, se

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    dedicaba activamente a dificultar su obra y a dividir a los hunos que l se esforzaba en unir.Quera despertar los celos y el temor de Aebarso.

    Los enviados romanos pusieron cuidado en recordarle al prncipe excluido que el poder le perteneca por derecho, y en demostrarle en qu peligro se pona dejndosedescartar por sus sobrinos. Los enviados de Teodosio, por su parte, utilizaban hbilmente el

    espritu de independencia de las tribus dispersas en la llanura del Don para mantener susinquietudes y hacerles entrever que podan perder su libertad si Atila se quedaba con el poder.

    No cost demasiado persuadir a Aebarso, y ste envi a unos mensajeros hacia lacapital danubiana para decirles a los reyes que l no pretenda desposeerlos de su trono, pero que por lo menos quera seguir siendo el amo absoluto de su pas. Con un acto as,separaba a los hunos del Cucaso de la nacin, proclamaba su autonoma y suindependencia.

    El mismo da en que esta declaracin le llegaba a Atila, ste se enteraba de que los bizantinos haban ganado mediante obsequios la voluntad de los jefes de los acatziros, unade las tribus ms poderosas del Don, y que los empujaban a la revuelta.

    Los acatziros eran muy valientes y sanguinarios. Haban conseguido expulsar de sutierra a los alanos, que tenan la reputacin de ser unos brbaros temibles, pero que nohaban podido resistir a los acatziros, que pertenecan a la rama de los hunos negros, losms crueles y atrevidos. Por tanto era particularmente til para Roma mantener suindependencia y sustraerlos a la autoridad de Atila. Con este propsito, el emperador enviricos presentes a los jefes, pero el azar quiso que los embajadores encargados de repartirlosolvidaran o no gratificaran segn su rango a uno de los notables, Kuridak, que era un viejo pequeo y malo, orgulloso y artero. Kuridak no les perdon este insulto. Entre losorientales se da un cdigo de saber vivir, de protocolo, que reina incluso sobre el trfico deinfluencias. Los acatziros no eran tan inocentes como para creer que Roma les haca regalossin un inters. Saban que reclamaban algo a cambio. Pero en lugar de rechazar con desdnestos dones, como tericamente querra la virtud occidental, se lamentaban siempre de quelos regalos eran insuficientes, mezquinos e indignos de ellos. Los enviados de Teodosio,mal informados de la jerarqua acatzir, no entregaron a Kuridak los regalos que se le habandestinado ms que despus de gratificar, y con mayores riquezas, a dos o tres notables ms.Era una afrenta insoportable, contraria al orden de precedencia, y que demostraba que losromanos, segn Kuridak, tenan una intencin muy visible de menospreciar su autoridad yultrajarlo. El mejor medio de vengarse era denunciar ante el rey a estos groserosembajadores, y a los jefes acatziros que haban recibido ms que l. Con gran secreto enviun mensajero a Atila para informarle de lo que ocurra en las llanuras del Don.

    Atila adivina el objeto de todas estas maniobras. Con Aebarso rebelde, los acatzirosvendidos a Bizancio, todo revela entre las intenciones de la poltica romana el deseo deseparar de l a las tribus que le son necesarias. Hay que actuar deprisa. Bleda se quedar aorillas del Danubio y reinar durante la ausencia de su hermano. No hay dificultades atemer por el lado de los ejrcitos romanos. El peligro est en Rusia. Atila parte enseguida.

    Aebarso se entera no sin inquietud de la llegada de su sobrino. Hace aos que no love, y no conoce de l ms que la fama que tiene entre los hunos, su audacia, su crudeza, suvoluntad inflexible. Empieza a arrepentirse de haberle escrito esa carta tan arrogante quesin duda constituye el motivo de su visita. Sin embargo, Atila se muestra afable, como si notuviera que dirigirle ningn reproche. Aebarso, por su parte, trata con cortesa al rey de loshunos. No se habla de las reivindicaciones autonomistas. Despreocupadamente, mientras

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    van conversando, Atila desliza un esbozo de su plan poltico. Aebarso, vagamente inquieto,escucha. Como para ahuyentar las dudas que su interlocutor podra tener, Atila explica queya tiene en la mano al pueblo huno casi en su totalidad. S, prev algunas defecciones inevitables , por parte de algunos descontentos, o rebeldes el to palidece , perosometerlos ser para l un juego de nios. Nadie se le podr resistir. Repite varias veces

    esta afirmacin mirando a Aebarso. Y entonces el to sacrifica todas sus ambiciones, yaprueba ruidosamente el proyecto de su sobrino. ste sonre: Ya saba yo que poda contarcon vos. Y como Aebarso se calla, calibrando con melancola los restos de su tentativade independencia, Atila finge malinterpretar su silencio y pregunta: Porque supongo queno rechazaris ayudarme, verdad?, con una voz tan indiferente y a la vez tan dura queAebarso se apresura a proclamar su adhesin y fidelidad. Atila ya galopa a lo lejos, y elviejo sigue temblando tras este encuentro amistoso, sin reproches ni amenazas, en el que hasentido sobre l, pesada e implacable, la ruda mano de su sobrino.

    Con los acatziros, que vivan a orillas del mar Caspio y del Volga, no iba a resultartan fcil. A pesar de la tentativa de rebelin de Aebarso, Atila no le haba infligido elcastigo que l esperaba por temor a provocar el descontento de los hunos que habran podido apoyar, en ese momento, sus pretensiones al trono. Pero los acatziros eran ms peligrosos, puesto que haban recibido dinero romano, y para los hunos era una cuestin dehonor servir fielmente a las gentes que les pagaban bien. Adems, la susceptibilidad deestos nmadas ya era materia conocida por parte de Atila. Saba que solamente laconminacin de obedecer al rey bastara para que tomasen las armas contra l. ConAebarso, la intimidacin haba bastado, pero a los acatziros haba que domarlos por lafuerza. Atila adjunt a su ejrcito unos centenares de jinetes tomados a su to, y se lanzhacia la estepa. Los romanos haban intentado en vano que los rebeldes se unieran a lacausa de Aebarso, pensando, no sin razn, que unidos podran resistir a Atila. Los acatziroshaban rechazado tal posibilidad con orgullo, y tomaron las armas cuando se enteraron deque el rey se acercaba. Kuridak, que tema la clera de sus compatriotas si se enteraban delorigen de la denuncia que haba revelado sus relaciones con los enviados de Bizancio, pusola excusa de salir de reconocimiento, y huy con sus partisanos a la montaa. Privados delgran nmero de acatziros que lo haban seguido, los que quedaron fueron vencidos sin granesfuerzo por Atila. Orden el suplicio de los jefes, pero perdon a los sbditos. Se invit aKuridak a que acudiera a mostrar su sumisin. Se excus, modestamente, de no poder dejarsu montaa, alegando que era viejo y que sus ojos, demasiado dbiles para mirar el sol decara, no podran contemplar el resplandor del rey vencedor. A Atila no le disgustaban enabsoluto los halagos, siempre que fueran hbiles. Kuridak no era peligroso, y el ejemplo delcastigo que haba infligido a los jefes acatziros bastara para mantener su obediencia. Atilaacept de buen grado la excusa sutil que invocaba y le respondi que poda quedarse dondeestaba. Los acatziros, asustados por el suplicio de sus jefes, ya no haran caso tanfcilmente de los consejos de los romanos, y para asegurar definitivamente su dominio altiempo que atenda a las susceptibilidades, les dio como rey a su hijo Ellak. La medida eramuy hbil. Los acatziros que queran conservar su independencia disponan as de un jefe propio, de uno que no obedeca directamente a Atila, quien por su parte encontrara sie