Vía Crucis en El Coliseo 2007

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OFICINA DE LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS DEL SUMO PONTÍFICE VÍA CRUCIS EN EL COLISEO PRESIDIDO POR EL SANTO PADRE BENEDICTO XVI VIERNES SANTO 2007 MEDITACIONES DE Mons. GIANFRANCO RAVASI Prefecto de la Biblioteca-Pinacoteca Ambrosiana de Milán

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Via crucis

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OFICINA DE LAS CELEBRACIONES LITRGICAS DEL SUMO PONTFICE

VA CRUCISEN EL COLISEO

PRESIDIDO POR EL SANTO PADREBENEDICTO XVI VIERNES SANTO 2007

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MEDITACIONES DEMons. GIANFRANCO RAVASI Prefecto de la Biblioteca-Pinacoteca Ambrosiana de Miln

PRESENTACIN

Al final de una maana primaveral de un ao entre el 30 y el 33 de nuestra era, por una calle de Jerusaln que en los siglos sucesivos llevara el emblemtico nombre de Va dolorosa avanzaba un pequeo cortejo: un condenado a muerte, escoltado por una patrulla del ejrcito romano, caminaba sosteniendo el patibulum, es decir, el brazo transversal de la cruz cuyo palo vertical ya estaba plantado all arriba, entre las piedras de un pequeo promontorio rocoso llamado en arameo Glgota y en latn Calvario, o sea, Crneo. Esta era la ltima etapa de una historia conocida por todos, en cuyo centro destaca la figura de Jesucristo, el hombre crucificado y humillado y el Seor resucitado y glorioso. Era una historia que haba comenzado en la tenebrosa oscuridad de la noche anterior, bajo las ramas de los olivos de un campo denominado Getseman, es decir, molino de aceitunas. Una historia que se haba desarrollado de modo acelerado tambin en los palacios del poder religioso y poltico, y que haba desembocado en una condena a muerte. Sin embargo, la tumba, ofrecida generosamente por un hombre rico llamado Jos de Arimatea, no sera el ltimo captulo de la historia de ese condenado, como haba sucedido en los casos de muchos otros cuerpos martirizados en el cruel suplicio de la crucifixin, destinado por los Romanos al castigo de los revolucionarios y de los esclavos. En efecto, habra una etapa ulterior, sorprendente e inesperada: aquel condenado, Jess de Nazaret, revelara de modo fulgurante otra naturaleza suya oculta bajo el perfil concreto de su rostro y de su cuerpo de hombre, la de ser el Hijo de Dios. La cruz y el sepulcro no fueron el ltimo captulo de aquella historia, sino que lo fue la luz de su resurreccin y de su gloria. Como cantara pocos aos despus el apstol Pablo, Aquel que se haba despojado de su poder, volvindose impotente y dbil como los hombres y humillndose hasta esa muerte infame por crucifixin, haba sido exaltado por el Padre divino que lo haba constituido Seor de la tierra y del cielo, de la historia y de la eternidad (cf. Filipenses 2, 6-11). Durante siglos los cristianos han querido recorrer de nuevo las etapas de este Va Crucis, un itinerario orientado hacia la colina de la crucifixin, pero con la mirada puesta en la ltima meta, la luz pascual. Lo han hecho como peregrinos en ese misma calle de Jerusaln, pero tambin en sus ciudades, en sus iglesias, en sus casas. Durante siglos escritores y artistas, grandes o desconocidos, se han esforzado por hacer revivir ante los ojos asombrados y conmovidos de los fieles aquellas etapas o estaciones, autnticas paradas para meditar a lo largo del camino hacia el Glgota. As han surgido imgenes poderosas y sencillas, elevadas y populares, dramticas e ingenuas. As pues, avancemos juntos a lo largo de este itinerario de oracin, no para hacer simplemente memoria histrica de un suceso pasado y de un difunto, sino para vivir la realidad de un acontecimiento spero y duro, pero abierto a la esperanza, a la alegra, a la salvacin. Tal vez a nuestro lado caminarn tambin personas que an estn en fase de bsqueda, avanzando con la inquietud de sus interrogantes. Y mientras caminamos, etapa tras etapa, a lo largo de esta senda de dolor y de luz, resonarn nuevamente las vibrantes palabras del apstol san Pablo: La muerte ha sido devorada en la victoria. Dnde est, oh muerte, tu victoria? ... Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Seor Jesucristo! (1 Corintios 15, 54-55.57).

ORACIN INICIAL

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espritu Santo. R. Amn.

Nos acercaremos a los olivos de Getseman y comenzaremos a seguir los pasos de Jess de Nazaret en las ltimas horas de su vida terrena. Ser un viaje en el dolor, en la soledad, en la crueldad en el mal y en la muerte. Pero tambin ser un recorrido en la fe, en la esperanza y en el amor, porque el sepulcro de la ltima etapa de nuestro camino no quedar sellado para siempre. Pasada la tiniebla, en el alba de Pascua despuntar la luz de la alegra, en medio del silencio resonar la palabra de vida, a la muerte suceder la gloria de la resurreccin. Oremos ahora uniendo nuestras palabras a las de una antigua voz del Oriente cristiano. Seor Jess, concdenos las lgrimas que ahora no tenemos, para lavar nuestros pecados. Danos el valor de suplicar tu misericordia. En el da de tu ltimo juicio arranca las pginas que enumeran nuestros pecados y haz que desparezcan[footnoteRef:1]Seor Jess, tambin a nosotros nos repites, las palabras que dijiste un da a Pedro: Sgueme. Obedeciendo a tu invitacin queremos seguirte, paso a paso, por el camino de tu Pasin, para aprender tambin nosotros a pensar segn Dios y no segn los hombres. Amn.

[1: Nil Sorskij (1433-1508), Oracin penitencial ]

PRIMERA ESTACIN

Jess en el huerto de los olivos

V. Te adoramos Cristo y te bendecimos. R. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio segn san Lucas 22, 39-46

Jess sali y, como de costumbre, fue al monte de los Olivos, y los discpulos le siguieron. Llegado al lugar les dijo: Pedid que no caigis en tentacin. Y se apart de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo: Padre, si quieres, aparta de m este cliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Entonces, se le apareci un ngel venido del cielo que le confortaba. Y sumido en agona, insista ms en su oracin. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caan en tierra. Levantndose de la oracin, vino donde los discpulos y los encontr dormidos por la tristeza; y les dijo: Cmo es que estis dormidos? Levantaos y orad para que no caigis en tentacin.

MEDITACIN

Cuando desciende sobre Jerusaln el velo de la oscuridad, an hoy los olivos de Getseman, con el susurro de sus hojas, parecen remontarnos a aquella noche de sufrimiento y de oracin que vivi Jess. l destaca solitario, en el centro de la escena, arrodillado sobre los terrones de aquel huerto. Como cualquier persona cuando afronta la muerte, tambin Cristo est embargado de angustia; ms an, la palabra original que utiliza el evangelista san Lucas es agona, o sea, lucha. Entonces la oracin de Jess es dramtica, es tensa como en un combate, y el sudor mezclado con sangre que resbala por su rostro es signo de un tormento spero y duro. Jess lanza un grito hacia lo alto, hacia aquel Padre que parece misterioso y mudo: Padre, si quieres, aparta de m este cliz, el cliz del dolor y de la muerte. Tambin uno de los grandes padres de Israel, Jacob, en una noche oscura, en las riberas de un afluente del Jordn, se haba encontrado con Dios como una persona misteriosa que estuvo luchando con l hasta rayar el alba.[footnoteRef:2] Orar en el tiempo de la prueba es una experiencia que conmueve el cuerpo y el alma, y tambin Jess, en las tinieblas de aquella noche, ofrece ruegos y splicas con poderoso clamor y lgrimas al que puede salvarle de la muerte.[footnoteRef:3] [2: Cf. Gnesis 32, 23-32. ] [3: Cf. Hebreos 5, 7.]

En el Cristo de Getseman, en lucha con la angustia, nos reconocemos a nosotros mismos cuando atravesamos la noche del dolor lacerante, de la soledad de los amigos, del silencio de Dios. Por esto, Jess como se ha dicho estar en agona hasta el fin del mundo: no hay que dormir hasta ese momento, porque l busca compaa y consuelo[footnoteRef:4], como cualquier persona de la tierra que sufre. En l descubrimos tambin nuestro rostro, cuando est baado en lgrimas y marcado por la desolacin. [4: Blaise Pascal, Pensamientos, n. 553 ed. Brunschvicg. ]

Pero la lucha de Jess no desemboca en la tentacin de la rendicin desesperada, sino en la profesin de confianza en el Padre y en su misterioso designio. En esa hora amarga repite las palabras del Padre nuestro: Orad para que no caigis en tentacin... No se haga mi voluntad, sino la tuya. Entonces aparece el ngel de la consolacin, del apoyo y del consuelo, que ayuda a Jess y nos ayuda a nosotros a seguir hasta el fin nuestro camino.

Todos: Padre nuestro que ests en el cielo

SEGUNDA ESTACIN

Jess, traicionado por Judas, es arrestado

V. Te adoramos Cristo y te bendecimos. R. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio segn san Lucas 22, 47-53

Todava estaba hablando, cuando se present un grupo; el llamado Judas, uno de los Doce, iba el primero, y se acerc a Jess para darle un beso. Jess le dijo: Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre?. Viendo los que estaban con l lo que iba a suceder, dijeron: Seor, herimos a espada?. Y uno de ellos hiri al siervo del Sumo Sacerdote y le llev la oreja derecha. Pero Jess dijo: Dejad! Basta ya!. Y tocando la oreja le cur. Dijo Jess a los sumos sacerdotes, jefes de la guardia del Templo y ancianos que haban venido contra l: Como contra un salteador habis salido con espadas y palos? Estando yo todos los das en el Templo con vosotros, no me pusisteis las manos encima; pero esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas.

MEDITACIN

Entre los olivos de Getseman, en medio de la tiniebla, avanza ahora una pequea multitud: la gua Judas, uno de los Doce, un discpulo de Jess. En el relato de san Lucas, Judas no pronuncia ni siquiera una palabra; es slo una presencia glida. Casi parece que no logra acercarse totalmente al rostro de Jess para besarlo, porque lo detiene la nica voz que resuena, la de Cristo: Judas, con un beso entregas al Hijo del hombre?. Son palabras tristes, pero firmes, que revelan la maraa maligna que anida en el corazn agitado y endurecido del discpulo, tal vez iluso y desengaado, y dentro de poco desesperado. Esa traicin y ese beso, a lo largo de los siglos, se han transformado en el smbolo de todas las infidelidades, de todas las apostasas, de todos los engaos. Cristo, por tanto, afronta otra prueba, la de la traicin que engendra abandono y aislamiento. No es la soledad que tanto amaba, cuando se retiraba a los montes a orar; no es la soledad interior, fuente de paz y de serenidad porque con ella nos asomamos al misterio del alma y de Dios. Es, por el contrario, la experiencia dolorosa de tantas personas que tambin en esta hora en que nos encontramos aqu reunidos, al igual que en otros momentos del da, estn solas en una habitacin, ante una pared desnuda o ante un telfono mudo, olvidados por todos por ser viejos, enfermos, extranjeros o extraos. Jess bebe con ellos tambin este cliz que contiene el veneno del abandono, de la soledad, de la hostilidad. La escena de Getseman, a continuacin, se vuelve a animar: al anterior cuadro solemne, ntimo y silencioso, de la oracin se opone ahora, bajo los olivos, el alboroto, el tumulto e incluso la violencia. Con todo, Jess destaca siempre en el centro como un punto firme. Es consciente de que el mal envuelve la historia humana con su sudario de prepotencia, de agresin, de brutalidad: Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas. Cristo no quiere que los discpulos, dispuestos a echar mano a la espada, reaccionen al mal con el mal, a la violencia con otra violencia. Est seguro de que el poder de las tinieblas aparentemente invencible y jams harto de triunfos est destinado a sucumbir. En efecto, a la noche suceder el alba, a la oscuridad la luz, a la traicin el arrepentimiento, tambin para Judas. Por esto, a pesar de todo, es preciso seguir esperando y amando. Como Jess mismo haba enseado en el monte de las Bienaventuranzas, para tener un mundo nuevo y diverso, es necesario amar a nuestros enemigos y orar por los que nos persiguen[footnoteRef:5]. [5: Mateo 5, 44. ]

Todos: Padre nuestro que ests en el cielo

TERCERA ESTACIN

Jess es condenado por el Sanedrn

V. Te adoramos Cristo y te bendecimos. R. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio segn san Lucas 22, 66-71

En cuanto se hizo de da, se reuni el consejo de ancianos del pueblo, sumos sacerdotes y escribas; le hicieron venir a su Sanedrn y le dijeron: Si t eres el Cristo, dnoslo. l respondi: Si os lo digo, no me creeris. Si os pregunto, no me responderis. De ahora en adelante, el Hijo del hombre estar sentado a la diestra del poder de Dios. Dijeron todos: Entonces, t eres el Hijo de Dios?. l les dijo: Vosotros lo decs: Yo soy. Dijeron ellos: Qu necesidad tenemos ya de testigos, pues nosotros mismos lo hemos odo de su propia boca?.

MEDITACIN

El sol del Viernes Santo se est asomando tras el monte de los Olivos, despus de haber iluminado los valles del desierto de Judea. Los setenta y un miembros del Sanedrn, la mxima institucin juda, estn reunidos en semicrculo en torno a Jess. Est a punto de iniciarse la audiencia que comprende el procedimiento acostumbrado de las asambleas judiciales: el control de la identidad, los cargos que se imputan al acusado, los testimonios. El juicio es de ndole religiosa, de acuerdo con la competencia de ese tribunal, como lo demuestran tambin las dos preguntas capitales: Eres t el Cristo?... Eres t el Hijo de Dios?. La respuesta de Jess parte de una premisa casi desalentada: Si os lo digo, no me creeris. Si os pregunto, no me responderis. Por consiguiente, sabe que se cierne sobre l la incomprensin, la sospecha, el equvoco. Percibe en torno a s una fra cortina de desconfianza y de hostilidad, mucho ms opresiva por haberla levantado contra l su misma comunidad religiosa y nacional. Ya el Salmista haba experimentado esa desilusin: Si mi enemigo me injuriase, lo aguantara; si mi adversario se alzase contra m, me escondera de l; pero eres t, mi compaero, mi amigo y confidente, a quien me una una dulce intimidad; juntos bamos entre el bullicio por la casa de Dios.[footnoteRef:6] [6: Salmo 55 (54) 13- 15.]

Sin embargo, a pesar de la incomprensin, Jess no duda en proclamar el misterio que hay en l y que desde ese momento est a punto de ser revelado como una epifana. Recurriendo al lenguaje de las Sagradas Escrituras, se presenta como el Hijo del hombre sentado a la diestra del poder de Dios. Es la gloria mesinica, esperada por Israel, la que ahora se manifiesta en este condenado. Ms an, es el Hijo de Dios, que paradjicamente se presenta revestido ahora de los harapos de un imputado. La respuesta de Jess Yo soy, a primera vista semejante a la confesin de un condenado, se transforma realmente en una profesin solemne de divinidad. En efecto, para la Biblia Yo soy es el nombre y el apelativo de Dios mismo.[footnoteRef:7] [7: Cf. xodo 3, 14.]

La imputacin, que producir una sentencia de muerte, se convierte as en una revelacin y llega a ser tambin nuestra profesin de fe en Cristo, Hijo de Dios. Ese imputado, humillado por la corte arrogante, por la sala suntuosa, por un juicio ya fallado, recuerda a todos el deber de dar testimonio de la verdad. Un testimonio que se debe dar incluso cuando es fuerte la tentacin de esconderse, de resignarse, de dejarse llevar a la deriva por la opinin dominante. Como declaraba una joven juda destinada a ser asesinada en un campo de concentracin[footnoteRef:8], a cada nuevo horror o crimen debemos oponer un nuevo fragmento de verdad y de bondad que hemos conquistado en nosotros mismos. Podemos sufrir, pero no debemos sucumbir. [8: Etty Hillesum, Diario 1941-1943 (3 de julio de 1943).]

Todos: Padre nuestro que ests en el cielo

CUARTA ESTACIN

Jess es negado por Pedro

V. Te adoramos Cristo y te bendecimos. R. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio segn san Lucas 22, 54-62

Entonces le prendieron, se lo llevaron y le hicieron entrar en la casa del Sumo Sacerdote; Pedro le iba siguiendo de lejos. Haban encendido una hoguera en medio del patio y estaban sentados alrededor; Pedro se sent entre ellos. Una criada, al verle sentado junto a la lumbre, se le qued mirando y dijo: Este tambin estaba con l. Pero l lo neg: Mujer, no le conozco!. Poco despus, otro, vindole, dijo: T tambin eres uno de ellos. Pedro dijo: Hombre, no lo soy!. Pasada como una hora, otro aseguraba: Cierto que este tambin estaba con l, pues adems es galileo. Le dijo Pedro: Hombre, no s de qu hablas!. Y en aquel momento, estando an hablando, cant un gallo, y el Seor se volvi y mir a Pedro, y record Pedro las palabras del Seor, cuando le dijo: Antes que cante hoy el gallo, me habrs negado tres veces. Y, saliendo fuera, rompi a llorar amargamente.

MEDITACIN

Volvamos de nuevo a la noche que habamos dejado al entrar en la sala del primer proceso que sufri Jess. La oscuridad y el fro son desgarrados por las llamas de un brasero situado en el patio del palacio del Sanedrn. El personal de servicio y de custodia estira las manos hacia esa fuente de calor; los rostros estn iluminados. Y he aqu que se escuchan tres voces en sucesin, tres manos apuntan hacia un rostro reconocido, el de Pedro. La primera es una voz femenina. Es una criada del palacio que se queda mirando al discpulo y exclama: T tambin estabas con Jess. Luego se escucha una voz masculina: Eres uno de ellos. Y ms tarde otro hombre repite la misma acusacin, al notar el acento septentrional de Pedro: Estabas con l. A estas denuncias, casi en un crescendo desesperado de autodefensa, el apstol no duda en jurar tres veces: No conozco a Jess! No soy uno de sus discpulos! No s lo que decs!. La luz de aquel brasero penetra, por tanto, mucho ms all del rostro de Pedro; revela un alma mezquina, su fragilidad, el egosmo, el miedo. Y, sin embargo, pocas horas antes haba proclamado: Aunque todos se escandalicen, yo no... Aunque tenga que morir contigo, yo no te negar.[footnoteRef:9] [9: Marcos 14. 29.31.]

Sin embargo, el teln no cae sobre esta traicin, como haba acontecido con Judas. En efecto, en esa noche un sonido intenso desgarra el silencio de Jerusaln y sobre todo la conciencia de Pedro: el canto de un gallo. En ese preciso momento Jess est saliendo de la sala del juicio donde ha sido condenado. San Lucas describe el cruce de las miradas de Cristo y Pedro, y lo hace usando un verbo griego que indica fijar intensamente la mirada en un rostro. Pero, como observa el evangelista, no es un hombre cualquiera el que ahora mira a otro; es el Seor, cuyos ojos escrutan el corazn y los riones, es decir, el secreto ntimo de un alma. Y de los ojos del apstol resbalan las lgrimas del arrepentimiento. En su historia se condensan numerosas historias de infidelidad y de conversin, de debilidad y de liberacin. He llorado y he credo: as, con estos dos nicos verbos, hace siglos, un convertido[footnoteRef:10] relacionar su experiencia con la de Pedro, interpretando tambin el sentimiento de todos los que cada da realizamos pequeas traiciones, protegindonos tras justificaciones mezquinas, dejndonos arrastrar por temores viles. Pero, como sucedi al apstol, tambin nosotros tenemos abierto el camino del encuentro con la mirada de Cristo, que nos hace el mismo encargo: Tambin t, una vez convertido, confirma a tus hermanos.[footnoteRef:11] [10: Franois-Ren de Chateaubriand, El genio del Cristianismo (1802).] [11: Lucas 22, 32.]

Todos: Padre nuestro que ests en el cielo

QUINTA ESTACIN

Jess es juzgado por Pilato

V. Te adoramos Cristo y te bendecimos. R. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio segn san Lucas 23, 13-25

Pilato convoc a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo y les dijo: Me habis trado a este hombre como alborotador del pueblo, pero yo le he interrogado delante de vosotros y no he hallado en este hombre ninguno de los delitos de que le acusis. Ni tampoco Herodes, porque nos lo ha remitido. Nada ha hecho, pues, que merezca la muerte. As que le castigar y le soltar. Toda la muchedumbre se puso a gritar a una: Fuera ese; sultanos a Barrabs!. Este haba sido encarcelado por un motn que hubo en la ciudad y por asesinato. Pilato les habl de nuevo, intentando librar a Jess, pero ellos seguan gritando: Crucifcale, crucifcale!. Por tercera vez les dijo: Pero qu mal ha hecho este? No encuentro en l ningn delito que merezca la muerte; as que le castigar y le soltar. Pero ellos insistan pidiendo a grandes voces que fuera crucificado y sus gritos eran cada vez ms fuertes. Pilato sentenci que se cumpliera su demanda. Solt, pues, al que haban pedido, el que estaba en la crcel por motn y asesinato, y a Jess se lo entreg a su voluntad.

MEDITACIN

Jess est ahora entre las insignias imperiales, los estandartes, las guilas y las enseas de la autoridad romana, en el interior de otro palacio del poder, el del gobernador Poncio Pilato, un nombre marginal y olvidado en la historia del imperio de Roma. Y, sin embargo, es un nombre que resuena cada domingo en todo el mundo, precisamente a causa del proceso que se est celebrando ahora: en efecto, los cristianos, en el Credo, proclaman que Cristo fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato. Por un lado, Pilato encarna a primera vista la brutalidad represiva, hasta el punto de que san Lucas, en una pgina de su Evangelio, recuerda el da en que no dud en mezclar en el templo la sangre juda con la de los animales del sacrificio[footnoteRef:12]. A l se une tambin otro poder oscuro e impalpable: la fuerza feroz de las masas, manipuladas por las estrategias de los poderes ocultos que traman en la sombra. El resultado es la decisin de indultar a un rebelde homicida, Barrabs. [12: Lucas 13, 1]

Por otro lado, sin embargo, emerge un aspecto diverso de Pilato: parece representar la tradicional equidad e imparcialidad del derecho romano. En efecto, tres veces intenta proponer la absolucin de Jess por insuficiencia de pruebas, conminando al mximo la sancin disciplinaria de la flagelacin. Efectivamente, en un anlisis serio del proceso, la acusacin no se sostena. Por tanto, como reafirman todos los evangelistas, Pilato manifiesta cierta apertura de espritu, una disponibilidad que sin embargo progresivamente se decolora y se apaga. Entonces, bajo la presin de la opinin pblica, Pilato encarna una actitud que parece dominar en nuestros das: la indiferencia, el desinters, la conveniencia personal. Para vivir tranquilos y buscando el propio beneficio, no se duda en pisotear la verdad y la justicia. La inmoralidad explcita engendra al menos una turbacin o una reaccin; pero esta es pura amoralidad, que paraliza la conciencia, extingue el remordimiento y embota la mente. La indiferencia es la muerte lenta de la verdadera humanidad. El resultado es la decisin final de Pilato. Como decan los antiguos latinos, una justicia hipcrita y aptica es como una telaraa en la que quedan atrapados y mueren los mosquitos pero que los pjaros desgarran con la fuerza de su vuelo. Jess, que es uno de los pequeos de la tierra, sin poder decir una palabra, es ahogado por esta red. Y como hacemos a menudo tambin nosotros, Pilato mira hacia otra parte, se lava las manos y aduce como libi segn el evangelista san Juan[footnoteRef:13] la eterna pregunta tpica de todo escepticismo y de todo relativismo tico: Qu es la verdad?. [13: Juan 18, 38.]

Todos: Padre nuestro que ests en el cielo

SEXTA ESTACIN

Jess es azotado y coronado de espinas

V. Te adoramos Cristo y te bendecimos. R. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Los hombres que le tenan preso se burlaban de l y le golpeaban; y cubrindole con un velo le preguntaban: Adivina! Quin es el que te ha pegado?. Y le insultaban dicindole otras muchas cosas[footnoteRef:14] [14: Del Evangelio segn san Lucas 22, 63-65 ]

Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de prpura; y, acercndose a l, le decan: Salve, rey de los judos. Y le daban bofetadas.[footnoteRef:15] [15: Del Evangelio segn san Juan 19, 2-3]

MEDITACIN

Un da, mientras caminaba por el valle del Jordn, no lejos de Jeric, Jess se haba detenido y haba dirigido a los Doce unas palabras duras e indescifrables para ellos: Mirad que subimos a Jerusaln, y se cumplir todo lo que los profetas escribieron para el Hijo del hombre; pues ser entregado a los gentiles, y ser objeto de burlas, insultado y escupido; y despus de azotarle le matarn...[footnoteRef:16]. Ahora esas palabras dejan de ser enigmticas: en el patio del pretorio, la sede jerosolimitana del gobernador romano, comienza el lgubre ritual de la tortura, acompaado fuera del palacio por el bullicio de la muchedumbre que espera el espectculo del cortejo de la ejecucin capital. [16: Lucas 18, 31-32.]

En ese espacio prohibido al pblico se realiza un gesto que se repetir a lo largo de los siglos con mil formas sdicas y perversas, en la oscuridad de tantas celdas. Jess no slo es golpeado, sino tambin humillado. Ms an, el evangelista san Lucas, para definir esos insultos, usa el verbo blasfemar, revelando de modo alusivo el significado profundo de ese desahogo de los guardias que se ensaan con su vctima. Pero, adems de desgarrar la carne de Cristo, ultrajan su dignidad personal con una farsa macabra. Es el evangelista san Juan quien relata ese acto sarcstico, marcado por el ritmo de un juego popular, el del rey de burla. En efecto, ah est una corona hecha de ramitas espinosas; la prpura real, sustituida por un manto rojo; y el saludo imperial Ave, Csar. Y, sin embargo, en esa burla se puede vislumbrar un signo glorioso: s, Jess es humillado como rey de escarnio; pero, en realidad, l es el verdadero soberano de la historia. Cuando, al final, se ponga de manifiesto su realeza como nos recuerda otro evangelista, san Mateo[footnoteRef:17] l condenar a todos los torturadores y opresores, e introducir en la gloria no slo a las vctimas, sino tambin a los que hayan visitado a los que estaban en la crcel, curado a los heridos y a los que sufren, sostenido a los hambrientos, a los sedientos y a los perseguidos. Sin embargo, el rostro que se manifest transfigurado en el Tabor[footnoteRef:18], ahora est desfigurado; el que es el resplandor de la gloria divina[footnoteRef:19] est oscurecido y humillado; como haba anunciado Isaas, el Siervo mesinico del Seor tiene la espalda surcada por los azotes, la barba arrancada de las mejillas, el rostro lleno de salivazos[footnoteRef:20]. [17: Cf. Mateo 25, 31-46.] [18: Cf. Lucas 9, 29.] [19: Hebreos 1, 3.] [20: Isaas 50, 6.]

En l, que es el Dios de la gloria, est presente tambin nuestra humanidad doliente; en l, que es el Seor de la historia, se revela la vulnerabilidad de las criaturas; en l, que es el Creador del mundo, se condensan los suspiros de dolor de todos los seres vivos.

Todos: Padre nuestro que ests en el cielo

SPTIMA ESTACIN

Jess es cargado con la Cruz

V. Te adoramos Cristo y te bendecimos. R. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio segn san Marcos 15, 20

Cuando se hubieron burlado de l, le quitaron la prpura, le pusieron sus ropas y le sacaron fuera para crucificarle.

MEDITACIN

En los patios del palacio imperial ha concluido la fiesta macabra; caen los harapos de aquel ridculo vestido real, y se abre de par en par el portal. Jess camina, con sus vestidos habituales, con su tnica sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo[footnoteRef:21]. Sobre sus hombros lleva el madero horizontal, destinado a acoger sus brazos cuando sea fijado sobre el palo de la crucifixin. Avanza en silencio; sus huellas sangran sobre aquella calle que an hoy en Jerusaln lleva el nombre de Va dolorosa. [21: Juan 19, 23.]

Ahora comienza en sentido estricto el Va Crucis, el recorrido que tambin esta tarde se repite y que se dirige hacia la colina de las ejecuciones capitales, fuera de las murallas de la ciudad santa. Jess avanza y vacila bajo ese peso y por la debilidad de su cuerpo herido. La tradicin ha querido marcar simblicamente ese itinerario con tres cadas. En ellas est la historia infinita de tantas mujeres y hombres postrados en la miseria o en el hambre: son nios endebles, ancianos extenuados, pobres debilitados, de cuyas venas ha sido chupada toda energa. En esas cadas est tambin la historia de todas las personas desoladas en el alma e infelices, ignoradas por el frenes y por la distraccin de quienes pasan a su lado. En Cristo, inclinado bajo el peso de la cruz, est la humanidad enferma y dbil que, como afirmaba el profeta Isaas,[footnoteRef:22] postrada, habla desde la tierra; desde el polvo surge ahogada su palabra; su voz sale de la tierra como la de un fantasma, y desde el polvo su palabra suena como un murmullo. [22: Isaas 29, 4.]

Tambin hoy, como entonces, en torno a Jess que se levanta y avanza sosteniendo el madero de la cruz, se desarrolla la vida diaria de la calle, marcada por los negocios, por los escaparates rutilantes, por la bsqueda del placer. Y, sin embargo, en torno a l no slo hay hostilidad o indiferencia. Tras sus pasos avanzan hoy tambin quienes han elegido seguirlo. Han escuchado la llamada que un da l hizo al pasar por los campos de Galilea: Si alguno quiere venir en pos de m, niguese a s mismo, tome su cruz cada da, y sgame.[footnoteRef:23]As pues, salgamos donde l fuera del campamento, cargando con su oprobio.[footnoteRef:24] Al final de la Va dolorosa no slo est la colina de la muerte o el abismo del sepulcro, sino tambin el monte de la Ascensin gloriosa y de la luz. [23: Lucas 9, 23.] [24: Hebreos 13, 13.]

Todos: Padre nuestro que ests en el cielo

OCTAVA ESTACIN

Jess es ayudado por el Cireneo a llevar la Cruz

V. Te adoramos Cristo y te bendecimos. R. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio segn san Lucas 23, 26

Cuando llevaban a Jess, echaron mano de un cierto Simn de Cirene, que vena del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrs de Jess.

MEDITACIN

Volva del campo, tal vez despus de varias horas de trabajo. En casa lo esperaban los preparativos del da de fiesta: en efecto, al atardecer se abrira la frontera sagrada del sbado, cuando brillaran las primeras estrellas en el cielo. Simn era su nombre; era un judo oriundo de frica, de Cirene, ciudad situada junto al litoral libio y en la que viva una numerosa comunidad de la Dispora juda.[footnoteRef:25] Una orden tajante de la patrulla romana que escolta a Jess lo detiene y lo obliga a llevar durante un tramo de camino el patbulo de aquel condenado exhausto. [25: Cf. Hechos 2, 10; 6, 9; 13, 1.]

Simn pasaba por all por casualidad. No saba que ese encuentro sera extraordinario. Como se ha escrito[footnoteRef:26], cuntos hombres, a lo largo de los siglos, hubieran querido estar all, en su lugar, haber pasado por all precisamente en ese momento! Pero ya era demasiado tarde; era l quien pasaba por all y en el decurso de los siglos l jams cedera su puesto a otros. Es el misterio del encuentro con Dios, que cambia repentinamente tantas vidas. Pablo, el apstol, haba sido interceptado, aferrado y conquistado[footnoteRef:27] por Cristo en el camino de Damasco. Por eso, luego tomara de Isaas aquellas sorprendentes palabras de Dios: Fui hallado por quienes no me buscaban; me manifest a quienes no preguntaban por m.[footnoteRef:28] [26: Charles Pguy, El misterio de la caridad de santa Juan de Arco (1910).] [27: Filipenses 3, 12.] [28: Romanos 10, 20.]

Dios est al acecho por las sendas de nuestra existencia diaria. Es l quien a veces llama a nuestra puerta, pidiendo un puesto a nuestra mesa para cenar con nosotros.[footnoteRef:29] Incluso un imprevisto, como el que aconteci en la vida de Simn de Cirene, puede transformarse en un don de conversin, hasta el punto de que el evangelista san Marcos citar los nombres de los hijos de ese hombre, ya cristianos, Alejandro y Rufo.[footnoteRef:30] De este modo, el Cireneo es el emblema del abrazo misterioso entre la gracia divina y la obra humana. En efecto, al final, el evangelista lo presenta como el discpulo que lleva la cruz tras Jess, siguiendo sus huellas.[footnoteRef:31] [29: Cf. Apocalipsis 3, 20.] [30: Cf. Marcos 15, 21.] [31: Cf. Lucas 9, 23.]

Su gesto, realizado como accin forzada, se transforma idealmente en un smbolo de todos los actos de solidaridad en favor de los que sufren, de los oprimidos y de los cansados. El Cireneo representa, as, a la inmensa multitud de personas generosas, de misioneros, de samaritanos que no dan un rodeo[footnoteRef:32], sino que socorren a los desdichados, cargndolos sobre s para sostenerlos. Sobre la cabeza y sobre los hombros de Simn, inclinados bajo el peso de la cruz, resuenan entonces las palabras de san Pablo: Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid as la ley de Cristo.[footnoteRef:33] [32: Cf. Lucas 10, 30-37.] [33: Glatas 6, 2.]

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NOVENA ESTACIN

Jess encuentra a las mujeres de Jerusaln

V. Te adoramos Cristo y te bendecimos. R. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio segn san Lucas 23, 27-31

Le segua una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolan y se lamentaban por l. Jess, volvindose a ellas, dijo: Hijas de Jerusaln, no lloris por m; llorad ms bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegarn das en que se dir: Dichosas las estriles, las entraas que no engendraron y los pechos que no criaron! Entonces se pondrn a decir a los montes: Caed sobre nosotros! Y a las colinas: Cubridnos! Porque si en el leo verde hacen esto, en el seco qu se har?.

MEDITACIN

En aquel viernes de primavera, en el camino que llevaba al Glgota no se agolpaban slo los desocupados, los curiosos y la gente hostil a Jess. En efecto, tambin haba un grupo de mujeres, tal vez pertenecientes a una cofrada dedicada al consuelo y a la lamentacin ritual por los moribundos y los condenados a muerte. Cristo, durante su vida terrena, superando convenciones y prejuicios, a menudo se haba rodeado de mujeres y haba conversado con ellas, escuchando sus dramas pequeos y grandes: desde la fiebre de la suegra de Pedro hasta la tragedia de la viuda de Nam, desde la prostituta que lloraba hasta el tormento interior de Mara Magdalena, desde el afecto de Marta y Mara hasta el sufrimiento de la mujer que padeca un flujo de sangre, desde la joven hija de Jairo hasta la anciana encorvada, desde la noble Juana de Cusa hasta la viuda indigente y las figuras femeninas de la muchedumbre que lo segua. As pues, en torno a Jess, hasta su ltima hora, se encuentran numerosas madres, hijas y hermanas. Nosotros, ahora, nos imaginamos que estn tambin a su lado todas las mujeres humilladas y violentadas, las marginadas y sometidas a prcticas tribales indignas, las mujeres con crisis y solas ante su maternidad, las madres judas y palestinas, y las de todas las tierras en guerra, las viudas y las ancianas olvidadas por sus hijos... Es una larga lista de mujeres que testimonian ante un mundo rido y cruel el don de la ternura y de la conmocin, como hicieron por el hijo de Mara al final de aquella maana de Jerusaln. Esas mujeres nos ensean la belleza de los sentimientos: no debemos avergonzarnos de que nuestro corazn acelere sus latidos por la compasin, de que a veces resbalen las lgrimas por nuestras mejillas, de que sintamos la necesidad de una caricia y de un consuelo. Jess acepta los gestos de caridad de esas mujeres, como en otras ocasiones haba aceptado otros gestos delicados. Pero paradjicamente ahora es l quien se interesa por los sufrimientos que afectan a esas hijas de Jerusaln: No lloris por m; llorad ms bien por vosotras y por vuestros hijos. En efecto, est a punto de estallar un incendio sobre el pueblo y sobre la ciudad santa, un leo seco preparado para atizar el fuego. La mirada de Jess se desliza hacia el futuro juicio divino sobre el mal, sobre la injusticia, sobre el odio que estn alimentando ese fuego. Cristo se conmueve por el dolor que va a caer sobre esas madres cuando irrumpa en la historia la intervencin justa de Dios. Pero sus estremecedoras palabras no indican un desenlace desesperado, porque su voz es la voz de los profetas, una voz que no engendra agona y muerte, sino conversin y vida: Buscad al Seor y viviris... Entonces se alegrar la doncella en el baile, los mozos y los viejos juntos, y cambiar su duelo en regocijo, y los consolar y alegrar de su tristeza.[footnoteRef:34] [34: Ams 5, 6; Jeremas 31, 13.]

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DCIMA ESTACIN

Jess es crucificado

V. Te adoramos Cristo y te bendecimos. R. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio segn san Lucas 23, 33-38

Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron all a l y a los dos malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jess deca: Padre, perdnales, porque no saben lo que hacen. Se repartieron sus vestidos, echando a suertes. Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacan muecas diciendo: A otros salv; que se salve a s mismo si l es el Cristo de Dios, el Elegido. Tambin los soldados se burlaban de l y, acercndose, le ofrecan vinagre y le decan: Si t eres el rey de los judos, slvate!. Haba encima de l una inscripcin: Este es el rey de los judos.

MEDITACIN

Era slo un promontorio rocoso denominado en arameo Glgota, en latn Calvario, es decir, Crneo, tal vez por su configuracin fsica. En aquel pico se alzan tres cruces de condenados a muerte, dos malhechores, probablemente revolucionarios antirromanos, y Jess. Comienzan a transcurrir las ltimas horas de la vida terrena de Cristo, horas marcadas por el desgarramiento de su carne, por el descoyuntamiento de sus huesos, por la asfixia progresiva, por la desolacin interior. Son las horas que atestiguan la plena fraternidad del Hijo de Dios con el hombre que sufre, agoniza y muere. Un poeta cantaba:[footnoteRef:35] El ladrn de la izquierda y el ladrn de la derecha / slo sentan los clavos en el cuenco de la mano. / Cristo, en cambio, senta el dolor dado por la salvacin / el costado atravesado, el corazn traspasado. / Era su corazn que arda. / El corazn devorado por el amor. S, porque en torno a ese patbulo parece resonar la voz de Isaas: l ha sido herido por nuestras rebeldas, molido por nuestras culpas. l soport el castigo que nos trae la paz, y con sus llagas hemos sido curados. l se da a s mismo en expiacin.[footnoteRef:36] Los brazos abiertos de aquel cuerpo martirizado quieren abarcar todo el horizonte, abrazando a la humanidad, casi como una gallina que recoge a su nidada bajo las alas.[footnoteRef:37] En efecto, esta era su misin: Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraer a todos hacia m.[footnoteRef:38] [35: Charles Pguy, El misterio de la caridad de santa Juana de Arco (1910).] [36: Isaas 53, 5.10] [37: Lucas 13, 34.] [38: Juan 12, 32.]

Bajo aquel cuerpo agonizante desfila la multitud que quiere ver un espectculo macabro. Es el retrato de la superficialidad, de la curiosidad trivial, de la bsqueda de emociones fuertes. Un retrato en el que se puede identificar tambin a una sociedad como la nuestra, que escoge la provocacin y el exceso casi como una droga para excitar a un alma ya entorpecida, a un corazn insensible, a una mente ofuscada. Bajo aquella cruz est tambin la crueldad pura y dura, la de los jefes y de los soldados que no saben lo que es compasin y logran profanar incluso el sufrimiento y la muerte con el escarnio: Si t eres el rey de los judos, slvate!. No saben que precisamente sus palabras sarcsticas y la inscripcin oficial puesta sobre la cruz Este es el rey de los judos encierran una verdad. Ciertamente, Jess no baja de la cruz con una accin espectacular: no quiere adhesiones serviles y fundadas en lo prodigioso, sino una fe libre y un amor autntico. Con todo, precisamente a travs de la derrota de su humillacin y la impotencia de la muerte, l abre la puerta de la gloria y de la vida, revelndose como el verdadero Seor y rey de la historia y del mundo.

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UNDCIMA ESTACIN

Jess promete su reino al buen ladrn

V. Te adoramos Cristo y te bendecimos. R. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio segn san Lucas 23, 39-43

Uno de los malhechores colgados en la cruz le insultaba: No eres t el Cristo? Pues slvate a ti y a nosotros!. Pero el otro le respondi diciendo: Es que no temes a Dios, t que sufres la misma condena? Y nosotros con razn, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, ste nada malo ha hecho. Y deca: Jess, acurdate de m cuando entres en tu Reino. Jess le dijo: Yo te aseguro: hoy estars conmigo en el Paraso.

MEDITACIN

Transcurren los minutos de la agona y la energa vital de Jess crucificado se est atenuando lentamente. Sin embargo, an tiene la fuerza para realizar un ltimo acto de amor en favor de uno de los dos condenados a la pena capital que se encuentran a su lado en esos instantes trgicos, mientras el sol est an en lo alto del cielo. Entre Cristo y aquel hombre tiene lugar un dilogo tenue, compuesto por dos frases esenciales. Por un lado, est la peticin del malhechor, al que la tradicin llama el buen ladrn, el convertido en la hora extrema de su vida: Jess, acurdate de m cuando entres en tu Reino. En cierto sentido, es como si aquel hombre rezara una versin personal del Padre nuestro y de la invocacin: Venga tu Reino. Sin embargo, hace la peticin directamente a Jess, llamndolo por su nombre, un nombre con un significado luminoso en ese instante: El Seor salva. Luego viene el imperativo: Acurdate de m. En el lenguaje de la Biblia este verbo tiene una fuerza particular, que no corresponde a nuestro plido recuerdo. Es una palabra de certeza y de confianza, como para decir: Tmame a tu cargo, no me abandones, s como el amigo que sostiene y apoya. Por otro lado, est la respuesta de Jess, brevsima, casi como un suspiro: Hoy estars conmigo en el Paraso. La palabra Paraso, tan rara en las Escrituras, que slo aparece otras dos veces en el Nuevo Testamento[footnoteRef:39], en su significado originario evoca un jardn frtil y florido. Es una imagen fragante de aquel Reino de luz y de paz que Jess haba anunciado en su predicacin, que haba inaugurado con sus milagros y que dentro de poco tendr una epifana gloriosa en la Pascua. Es la meta de nuestro fatigoso camino en la historia, es la plenitud de la vida, es la intimidad del abrazo con Dios. Es el ltimo don que Cristo nos hace, precisamente a travs del sacrificio de su muerte, que se abre a la gloria de la resurreccin. [39: Cf. 2 Corintios 12, 4; Apocalipsis 2, 7.]

Nada ms se dijeron en aquel da de angustia y de dolor los dos crucificados, pero esas pocas palabras pronunciadas con dificultad por sus gargantas secas resuenan an hoy y constituyen siempre un signo de confianza y de salvacin para quienes han pecado pero tambin han credo y esperado, aunque sea en la ltima frontera de la vida.

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DUODCIMA ESTACIN

Jess en la Cruz, la Madre y el discpulo

V. Te adoramos Cristo y te bendecimos. R. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio segn san Juan 19, 25-27

Junto a la cruz de Jess estaban su madre y la hermana de su madre, Mara de Cleofs, y Mara Magdalena. Jess, viendo a su madre y junto a ella al discpulo a quien amaba, dice a su madre: Mujer, ah tienes a tu hijo. Luego dice al discpulo: Ah tienes a tu madre. Y desde aquella hora el discpulo la acogi en su casa.

MEDITACIN

Haba comenzado a desprenderse de aquel Hijo desde el da en que, a los doce aos, l le haba dicho que tena otra casa y otra misin que realizar, en nombre de su Padre celestial. Sin embargo, ahora para Mara ha llegado el momento de la separacin suprema. En esa hora est el desgarramiento de toda madre que ve alterada la lgica misma de la naturaleza, por la que son las madres quienes mueren antes que sus hijos. Pero el evangelista san Juan borra toda lgrima de aquel rostro dolorido, apaga todo grito en aquellos labios, no presenta a Mara postrada en tierra en medio de la desesperacin. Ms an, reina el silencio, slo roto por una voz que baja de la cruz y del rostro torturado del Hijo agonizante. Es mucho ms que un testamento familiar: es una revelacin que marca un cambio radical en la vida de la Madre. Aquel desprendimiento extremo en la muerte no es estril, sino que tiene una fecundidad inesperada, semejante a la del parto de una madre. Exactamente como haba anunciado Jess mismo pocas horas antes, en la ltima tarde de su existencia terrena: La mujer, cuando va a dar a luz, est triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al nio, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo.[footnoteRef:40] [40: Juan 16, 21.]

Mara vuelve a ser madre: no es casualidad que en las pocas lneas de este relato evanglico aparezca cinco veces la palabra madre. Por consiguiente, Mara vuelve a ser madre y sus hijos sern todos los que son como el discpulo amado, es decir, todos los que se acogen bajo el manto de la gracia divina salvadora y que siguen a Cristo con fe y amor. Desde aquel instante Mara ya no estar sola; se convertir en la madre de la Iglesia, un pueblo inmenso de toda lengua, pueblo y estirpe, que a lo largo de los siglos se unir a ella en torno a la cruz de Cristo, su primognito. Desde aquel momento tambin nosotros caminamos con ella por las sendas de la fe, nos encontramos con ella en la casa donde sopla el Espritu de Pentecosts, nos sentamos a la mesa donde se parte el pan de la Eucarista y esperamos el da en que su Hijo vuelva para llevarnos como a ella a la eternidad de su gloria.

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DECIMOTERCERA ESTACIN

Jess muere en la Cruz

V. Te adoramos Cristo y te bendecimos. R. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio segn san Lucas 23, 44-47

Era ya cerca de la hora sexta cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. El velo del Templo se rasg por medio y Jess, dando un fuerte grito, dijo: Padre, en tus manos entrego mi espritu y, dicho esto, expir. Al ver el centurin lo sucedido, glorificaba a Dios diciendo: Ciertamente este hombre era justo.

MEDITACIN

Al inicio de nuestro itinerario era el velo de la noche el que envolva a Getseman; ahora es la oscuridad de un eclipse la que se extiende como un sudario sobre el Glgota. As pues, el poder de las tinieblas[footnoteRef:41] parece dominar sobre la tierra donde Dios muere. S, el Hijo de Dios, por ser verdaderamente hombre y hermano nuestro, debe beber tambin el cliz de la muerte, la muerte que es el carn de identidad real de todos los hijos de Adn. As es como Cristo se asemeja en todo a sus hermanos,[footnoteRef:42] se hace plenamente uno de nosotros, presente con nosotros tambin en la extrema agona entre la vida y la muerte. Una agona que tal vez se repite tambin en estos minutos para un hombre o una mujer aqu en Roma y en muchas otras ciudades y aldeas del mundo. [41: Lucas 22, 53.] [42: Hebreos 2, 17.]

Ya no es el Dios grecorromano impasible y remoto, como un emperador relegado a los cielos dorados de su Olimpo. Ahora, en Cristo que muere se revela el Dios apasionado, enamorado de sus criaturas hasta el punto de encerrarse libremente en su frontera de dolor y de muerte. Por esto el Crucifijo es un signo humano universal de la soledad de la muerte y tambin de la injusticia y del mal. Pero tambin es un signo divino universal de esperanza para las expectativas de todo centurin, es decir, de toda persona inquieta que busca. En efecto, incluso estando all arriba, muriendo en aquel patbulo, mientras su respiracin de apaga, Jess no deja de ser el Hijo de Dios. En aquel momento todos los sufrimientos y las muertes son atravesadas y posedas por la divinidad, son impregnadas de eternidad; en ellas queda depositada una semilla de vida inmortal, brilla un rayo de luz divina. La muerte, entonces, aun sin perder su perfil trgico, muestra un rostro inesperado, tiene los mismos ojos del Padre celestial. Por esto Jess, en aquella hora extrema, reza con ternura: Padre, en tus manos entrego mi espritu. A esa invocacin nos unimos tambin nosotros a travs de la voz potica y orante de una escritora:[footnoteRef:43] Padre, que tus dedos tambin cierren mis prpados. / T, que eres mi Padre, vulvete a mi tambin como tierna Madre, / a la cabecera de su nio que duerme. / Padre, vulvete a m y acgeme en tus brazos. [43: Marie Nol, Las canciones y las horas (1930)]

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DECIMOCUARTA ESTACIN

Jess es colocado en el sepulcro

V. Te adoramos Cristo y te bendecimos. R. Porque por tu santa cruz redimiste al mundo.

Del Evangelio segn san Lucas 23, 50-54

Haba un hombre llamado Jos, miembro del Sanedrn, hombre bueno y justo, que no haba asentido al consejo y proceder de los dems. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Se present a Pilato y le pidi el cuerpo de Jess y, despus de descolgarlo, lo envolvi en una sbana y lo puso en un sepulcro excavado en la roca, en el que nadie haba sido puesto todava. Era el da de la Preparacin, y ya brillaban las luces del sbado.

MEDITACIN

Envuelto en la sbana funeraria, el santo sudario, el cuerpo crucificado y martirizado de Jess se desliza lentamente de las manos compasivas y amorosas de Jos de Arimatea hasta el sepulcro excavado en la roca. En las horas de silencio que seguirn, Cristo ser verdaderamente como todos los hombres que entran en el seno oscuro de la muerte, de la rigidez cadavrica, del fin. Y, sin embargo, en aquel crepsculo del Viernes Santo, ya se produce un estremecimiento. El evangelista san Lucas nota que ya brillaban las luces del sbado en las ventanas de las casas de Jerusaln. La vigilia de los judos en sus habitaciones se convierte casi en el smbolo de la espera de aquellas mujeres y de aquel discpulo secreto de Jess, Jos de Arimatea, y de los dems discpulos. Una espera que ahora invade con una tonalidad nueva el corazn de todos los creyentes cuando se encuentran ante un sepulcro o incluso cuando sienten que en su interior se posa la mano fra de la enfermedad o de la muerte. Es la espera de un alba diversa, el alba que dentro de pocas horas, pasado el sbado, despuntar ante nuestros ojos de discpulos de Cristo. En aquella aurora, a lo largo del camino que lleva a las tumbas, saldr a nuestro encuentro el ngel y nos dir: Por qu buscis entre los muertos al que est vivo? No est aqu, ha resucitado.[footnoteRef:44] Y al volver a nuestras casas, ser el Resucitado quien se situar a nuestro lado, caminando con nosotros, cruzando nuestros umbrales para ser husped a nuestra mesa y partir con nosotros el pan.[footnoteRef:45] Entonces oraremos tambin nosotros con las palabras de fe de un pasaje de la admirable Pasin segn san Mateo que convirti en msica y en canto uno de los ms grandes msicos de la humanidad:[footnoteRef:46] [44: Lucas 24, 5-6] [45: Cf. Lucas 24, 13-32.] [46: Johan Sebastian Bach, Pasin segn san Mateo, BWV 244, nn. 18-19.]

A pesar de que mi corazn se deshace en lgrimas cuando Jess se aleja de m, su testamento me llena de gozo: Su Carne y su Sangre, oh preciado tesoro!, llegan a mis manos... Quiero entregarte mi corazn, sumrgete en l, Salvador mo. Quiero abandonarme en tus brazos. Si el mundo es pequeo para ti, s t slo para m ms que el cielo y el mundo.

Todos: Padre nuestro que ests en el cielo