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30 Septiembre - 1 y 2 Octubre 2009 Eduardo Ferrer Albelda Editor Los Púnicos de Iberia: proyectos, revisiones, síntesis VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS PREACTAS

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30 Septiembre - 1 y 2 Octubre 2009

Eduardo Ferrer Albelda

Editor

Los Púnicos de Iberia: proyectos, revisiones, síntesis

VI COLOQUIO INTERNACIONAL

DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

PREACTAS

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO

DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Iberia: proyectos, revisiones, síntesis.

30 Septiembre - 1 y 2 Octubre 2009

Aula Magna de la Facultad de Geografía e Historia

Universidad de Sevilla

Eduardo Ferrer Albelda

(Editor)

PREACTAs

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La investigación de los últimos años, princi-

palmente por los importantes progresos de

índole arqueológica, permite observar la

Hispania púnica con nuevas posibilidades y enfo-

ques. La época de los Barca, su significado para la

historia y la cultura de la Hispania antigua, ad-

quieren en ese marco una nueva dimensión,

mucho más allá de su consideración, desde el

punto de vista de la historia ‘evenemencial’, como

episodio determinante de la grave inflexión bélica

y política que supuso, como consecuencia de la

guerra, el final del dominio de Cartago y el triunfo

imperial de Roma. Desde un punto de vista más

estructural, más atento a las realidades de base

que subyacen y determinan todo lo demás, inser-

tas en un tempo lento que desborda los aconteci-

mientos puntuales que suelen protagonizar las

crónicas y la historia ‘oficial’ (antigua y moderna),

la época de los Barca y la propia acción de Aníbal

adquieren una poderosa dimensión observada

como coronación de la presencia y la dominación

púnicas en Iberia, como su integración en las nue-

vas formas de estado helenísticas, con gran tras-

cendencia en la organización urbana y territorial

de la misma (tanto en sus efectos directos como

en la dinámica cultural, política y económica que

ello comportaba con indudables efectos de fu-

turo) y, a resultas de todo ello, como reestructura-

ción de Hispania (o de buena parte de ella) en

función del proyecto de Aníbal de convertirla en

base de partida de su ambiciosa campaña contra

Roma. Lo que fue concebido como estructuración

para servir de base a la acción contra Roma, puso

paradójicamente en marcha una organización

que fue el cimiento básico de la propia implanta-

ción de Roma en Hispania. Como en otras ocasio-

nes he subrayado, Roma tuvo la oportunidad,

gracias a las actividades y previsiones de su gran

enemigo, de disponer por apropiación de una es-

tructura suficiente para convertirla en funda-

mento eficaz de su acción imperial en el extremo

de la ecumene que aspiraba controlar.

Los progresos arqueológicos permiten apreciar

una dimensión importante de esa realidad en la

proyección por la franja costera mediterránea de

Hispania del proyecto bárquida y propiamente

anibálico. Una nueva estructuración de esa parte

vital de Hispania para un Imperio, el romano, que

tendría su eje geográfico principal en el Medite-

rráneo, se advierte gracias a nuevos datos que per-

miten percibir la proyección territorial de los

dirigentes cartagineses mucho más al norte del

ámbito contestano, encabezado por Cart Hadasht,

hasta llegar a la región catalana. La problemática

en torno al llamado tratado del Ebro, el trasfondo

del estallido de la guerra y el propio proyecto de

los Barca presentan nuevas y sugestivas facetas a

la luz del panorama hoy visible o barruntable con

datos arqueológicos y una relectura de los textos

antiguos. Es un nuevo semblante el que adquiere

esta amplia zona, con grandes consecuencias para

entender la guerra y los episodios históricos, y más

trascendentes si cabe para la organización terri-

torial y urbana de entonces y de los tiempos futu-

ros, mirada, como propone el título de esta charla,

como la retaguardia de Aníbal.

Mi exposición tratará de presentar la sólida es-

tructura política y militar puesta a punto por los

Barca hasta los tiempos de Aníbal con los ejem-

plos básicos que proporcionan la ciudad de Car-

teia, en el extremo meridional, la capital Cart

Hadasht y el asentamiento de Tossal de Manises,

Preactas

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La retaguardia hispana de AníbalM. Bendala Galán

(Universidad Autónoma de Madrid)

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en el ámbito sudoriental contestano, y la posible

existencia de un castrum púnico en Tarraco, una

importante expresión de la cuidadosa organización

territorial, militar y política alentada por los Barca

como preparativo de su lucha contra Roma, bas-

tante lógica teniendo en cuenta el camino conti-

nental elegido para acosar militarmente a Roma en

sus territorios básicos de Italia. Otros datos en

asentamientos o ciudades de otros segmentos de

la costa o de territorios del interior de gran impor-

tancia económica y estratégica, como Carmo en el

bajo Guadalquivir, completarán el panorama del

ambicioso programa organizativo bárquida en His-

pania.

Se cerrará la exposición con una reflexión acerca

de la importancia del aprovechamiento por Roma

de la estructura política y militar bárquida para su

primera implantación en Hispania. Que aparte del

papel de cabecera territorial y centro económico y

militar principal que siempre desempeñó Cart Ha-

dasht/Carthago Nova, tiene uno de sus ejemplos

principales en la utilización de Carteia como base

de la primera y precoz colonia latina oficialmente

creada por Roma, en el 171 a.C., en territorio no itá-

lico.

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Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

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Preactas

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1.Evolución histórica en el período postcolonial:

colonia, polis y estado

Desde la fundación de Gadir el estatus colonial tri-

butario (XI - F. VI a.n.e.) de la ciudad respecto de la

metrópolis tiria será un factor esencial, junto a la

necesaria relación con el estado tartesio, lo que

implicaría la elaboración de una dialéctica básica

basada en el establecimiento de una complicidad

político-económica fundamentada en el respeto

mutuo y de los recursos explotados. No obstante,

la ruptura de esta dependencia tributaria de la re-

aleza tiria marcaría no sólo el inicio de una nueva

consideración de Gadir como ciudad estado (F. VI -

IV a.n.e.), sino, mucho más allá, la superación de

un modelo político apoyado sobre los sectores

aristocráticos y la sustitución de éstos por un go-

bierno de oligarcas vinculados con las actividades

productivas y distributivas. Este nuevo mundo es,

por otra parte, el que se venía imponiendo en todo

el Mediterráneo y definirá un giro en la orienta-

ciones económica de la nueva ciudad-estado.

Este nuevo modelo político vendrá caracterizado

por una explícita organización de los espacios cí-

vicos físicos (el hábitat, la acrópolis, el viario urba-

nístico y la muralla cívica) y sagrados, pero de

manera más significativa por la vertebración jurí-

dico-ideológica a través tanto de las instituciones

de gobierno como del tempo-santuario de aspec-

tos esenciales para la comunidad como la sobera-

nía legal, el derecho, la propiedad, así como las

estrategias de territorialización del espacio pro-

ductivo y distributivo.

En lo económico la ciudad-estado es una comuni-

dad básicamente de propietarios y de producto-

res y consumidores con un sistema político ini-

cialmente censitario. Pero la polis supone también

un territorio inmediato básico por su capacidad

productiva para la supervivencia material del

cuerpo de ciudadanos, así como la existencia de

un territorio distributivo esencial puesto que la

producción diferencial alcanza un sentido econó-

mico-político fundamental para la organización

social del cuerpo de ciudadanos.

A partir del siglo IV a.n.e. y hasta la irrupción de

los intereses romanos en nuestra Península Gadir

asume un estatuto de estado atlántico-medite-

rráneo en consonancia con su potencial econó-

mico internacional como demuestra su abierta

participación en los grandes circuitos comerciales.

Para ello incorpora a la organización de su territo-

rio productivo estrategias políticas de federación

que en la práctica no son más que un proceso de

optimización de las condiciones de explotación de

estos recursos que ya venían siendo utilizadas en

otras partes del mundo fenicio y asociado.

Después de un corto período bajo un posible es-

tatuto dependiente de Cartago (238 - 206 a.n.e.),

como resultado de la evolución de la Segunda

Guerra Púnica, Gadir se ve obligada a aceptar la

soberanía romana y, con ello, a someter sus inte-

reses a los de los nuevos dueños de esta parte del

Mediterráneo. Este cambio sustancial en el equili-

brio político global supondrá, por un lado, la des-

aparición del mundo de las ciudades-estado y de

la época de los tratados; por otro, el dominio ro-

mano acabará con la evolución política individual

de Gadir y de otras ciudades-estado. A cambio y

como ciudad aliada, recibe un estatuto privile-

giado. Curiosamente en este momento se produce

Gadir: un modelo de estado. Evolución histórica en elperíodo postcolonial y en el discurso historiográfico

Juan Carlos Domínguez Pérez(Doctor en Historia. Miembro del Grupo de Investigación P.A.I. HUM-440)

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un reforzamiento de la identidad fenicia occiden-

tal visible en la recuperación de símbolos recono-

cidos en todo el Mediterráneo.

2. Evolución en el discurso historiográfico

Debido al propio peso historiográfico anclado en

el predominio disciplinar de los Estudios Clásicos,

para nuestros estudios sobre Gadir partimos de

un prejuicio que postula que Roma y Grecia lo ex-

plican todo y en todo el Mediterráneo. Sin em-

bargo, habitualmente para un investigador del

mundo fenicio occidental, no es Roma lo que lo ex-

plica todo, sino Cartago. Con todo, es el difusio-

nismo el modelo explicativo más “clásico” en la

historiografía reciente al abanderar teorías “ex

Oriente lux” que trasladan al contexto específico

feno-púnico los errores de criterio, de forma y de

medida que habían caracterizado al complejo his-

toriográfico greco-romano. Según estas teorías

ahora es el referente oriental el que lo explica

todo, de manera unilateral, en un recurso que se

basa en la búsqueda de paralelos histórico-cultu-

rales con los que dotar a Occidente de explicacio-

nes que no podemos o no sabemos encontrar en

nuestro propio pasado.

Como respuesta a este dislate que pretende que

cualquier desarrollo singular de nuestra historia

local se debe a la “donación” foránea por parte de

unos navegantes expertos que parecen “venir del

futuro”, desde la crisis de los paradigmas histori-

cista y positivista y coincidiendo en nuestro país

con la transición española a la democracia, la

apertura de nuevas cátedras universitarias de la

especialidad y el poderoso impacto de una nueva

generación de arqueólogos formados específica-

mente en técnicas de campo, nace como alterna-

tiva teórico-metodológica la critica indigenista

que propone un desarrollo local paralelo a los

grandes centros civilizadores del Próximo Oriente.

Aunque ciertamente este modelo explicativo al-

ternativo siempre entendió como fundamental la

dialéctica entre las poblaciones indígenas y los

pueblos “colonizadores”, la bunquerización de

ambas posturas (difusionista e indigenista), no

exenta de personalismos y desvaríos pseudo-es-

colásticos, ha acabado por convertirse en un arma

de ataque y desprestigio del contrario.

Otras lecturas alternativas, sin embargo, propo-

nen el papel protagonista de Gadir, bien a través

de su Liga Púnica en una dialéctica histórica tar-

tesio-turdetana o de una federación de polis feni-

cias occidentales en una dialéctica productiva con

base territorial en las poblaciones locales que en-

cabeza como potencia en el Extremo Occidente

atlántico los intereses fenicios occidentales con-

formando un modelo de estado capaz de compe-

tir con sus producciones propias en los mercados

mediterráneos.

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Preactas

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Hace más de un cuarto de siglo se iniciaba

con gran vigor la investigación arqueo-

lógica de una de las vías interpretativas

de la historia económica de la ciudad fenicia de

Gadir que hasta ese momento prácticamente sólo

había sido tratada a través de los textos antiguos,

la explotación y comercialización de los recursos

pesquero-salazoneros. La economía salazonera

gadirita había sido ya destacada por los autores

clásicos como una de las principales fuentes de ri-

queza y seña de identidad de la ciudad fenicio-pú-

nica y romana, ligando íntimamente su

prosperidad al comercio internacional de las sala-

zones piscícolas.

A partir de inicios de los años ochenta esta línea

de investigación que se encontraba adormilada

tomaba un nuevo y definitivo impulso con la pau-

latina contrastación arqueológica de dicha rele-

vancia reflejada en los textos. Las excavaciones en

los saladeros de Las Redes o Plaza de Asdrúbal a

inicios de la década o la realización poco después

de los primeros estudios sobre las cerámicas, con

especial atención a las ánforas como principales

vehículos del comercio, caracterizan esta fase ini-

cial de la investigación. En este contexto se for-

mulaban las primeras hipótesis con base

arqueológica acerca de las infraestructuras sobre

las que se había cimentado el modelo productivo

e industrial gadirita, pudiéndose caracterizar por

vez primera las células donde se manufacturaban

los productos mencionados por los textos e iden-

tificándose tipológica y cronológicamente los en-

vases que les sirvieron de medio de transporte

(Las Redes). En este sentido y en relación especial-

mente con esta última parcela cabe destacar que

el descubrimiento del alfar de Torre Alta en 1987

venía a completar este rico e incipiente panorama,

ayudando de forma contundente a definir el cua-

dro de las producciones locales (para la etapa tar-

dopúnica) y presentando nuevos y sugestivos

problemas a debate como la interpretación de los

sellos estampados sobre ánforas locales.

La primera mitad de la década de los noventa su-

puso un momento de consolidación de esta línea

de investigación, especialmente en el plano de la

difusión de los primeros resultados de las excava-

ciones de los alfares y saladeros y en la irrupción

de las primeras hipótesis y debates acerca de la

estructura económico-política que sustentaba

dicha infraestructura productiva. Destaca de

nuevo en la primera de estas cuestiones la difu-

sión más amplia de la intervención en Torre Alta,

con mayor atención hacia temas hasta el mo-

mento inéditos como los procesos de construcción

y amortización de los hornos, su origen tecnoló-

gico, las técnicas edilicias, la presencia de otras

producciones como imitaciones de barniz negro,

etc… De la segunda, cabe destacar la aportación

de diversos autores, como los propios Muñoz/De

Frutos o López Castro, quienes plantean ya en

estos primeros momentos un debate capital aún

abierto centrado en la discusión del régimen de

explotación y propiedad de los medios de produc-

ción (alfares, saladeros, salinas, etc…), de las ca-

racterísticas físicas de estos centros (células

alfarero-salazoneras autosuficientes o centros es-

pecializados) y de los mecanismos de comerciali-

zación de los productos piscícolas.

Desde mediados de los noventa advertimos una

nueva aceleración del proceso de generación de

datos a través de la práctica arqueológica, ten-

La producción alfarera y la economía salazonera de Gadir:Balance y NovedadesAntonio M. Sáez Romero

(Universidad de Cádiz)

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

dencia plenamente en vigor aún hoy, con una

multiplicación de las actuaciones en yacimientos

conocidos y la localización de un nutrido grupo de

alfares y saladeros. En efecto, nuevas actuaciones

en alfares como Torre Alta, Pery Junquera o Cam-

posoto y en saladeros como Plaza de Asdrúbal o

Puerto-19 venían a engrosar el ya importante cau-

dal arqueológico disponible, aportando nuevas se-

cuencias materiales y ayudando a matizar

cronologías y características de estos centros in-

dustriales. No menos importante en este mo-

mento es el incremento de publicaciones paralelo

al crecimiento de las intervenciones de campo, no

sólo fundamentado en la difusión de los resulta-

dos de dichas excavaciones, sino aportando en al-

gunos casos un paso más en la discusión

planteada en el lustro anterior; entre ellos, sobre-

salen las nuevas propuestas e hipótesis relaciona-

das con la transición de la industria en época

tardopúnica a las estructuras productivo-econó-

micas romanas, destacando el estudio de las evi-

dencias alfareras de época tardorrepublicanas

diseminadas por la bahía como bisagra entre

ambos mundos (Lagóstena/García Vargas). Al

margen de estas nuevas propuestas relacionadas

con la evolución de las estructuras de producción,

se suceden también nuevos avances referentes al

estudio de la cultura material, en especial de la ca-

racterización de las ánforas locales (sobre todo la

imitación local de envases itálicos) y de otras ca-

tegorías hasta entonces inéditas como la coro-

plastia (Ferrer).

La última década que ahora acaba ha sido plena-

mente continuadora de esta fase final del s. XX,

con un progresivo crecimiento de la atención

sobre la industria conservero-alfarera gadirita y su

inserción en el discurso histórico arqueológico de

la bahía protohistórica. En este sentido, debemos

destacar la cada vez más importante presencia y

papel de este factor industrial en el análisis del

asentamiento fenicio-púnico gadirita, tal y como

resulta patente en destacadas síntesis de autores

como Ruiz Mata o Arteaga. Se trata de una etapa

de enorme vitalidad de las investigaciones, tanto

a nivel de actuaciones (que se han ido sucediendo

con gran regularidad sobre yacimientos conocidos

e inéditos, con especial incidencia en los alfares)

como de publicaciones, surgiendo las primeras

monografías de algunos de estos yacimientos y

las primeras síntesis profundas sobre algunos as-

pectos de la cultura material producida en la

bahía gadirita (Niveau). Asimismo, se ha reto-

mado y renovado el debate acerca de los meca-

nismos relacionados con el régimen de

producción-comercialización y la propiedad de los

centros industriales, en este caso enlazando ya

dicha problemática con los nuevos planteamien-

tos cada vez más en boga acerca de la necesidad

de estudios territoriales y paleogeográficos en la

zona.

No creemos que podamos hablar aún de un mo-

mento de plena madurez de los estudios sobre la

economía salazonera gadirita, a pesar de su relativa

larga trayectoria, si bien sí parece tratarse de una

de las líneas más sobresalientes y con mejores pers-

pectivas de desarrollo a corto-medio plazo. Las

perspectivas por tanto, como sugiere la trayectoria

más reciente, son muy positivas, si bien quedan di-

versos aspectos en los que será necesario incidir en

mayor profundidad y extensión en los próximos

años: por un lado, la sistematización del material

cerámico, con un carácter más estratigráfico-con-

textual y una mayor precisión étnica; por otro, la

plena integración del estudio de los alfares y sala-

deros en el análisis territorial diacrónico del asen-

tamiento gadirita; asimismo, el análisis exhaustivo

de la circulación anfórica y no anfórica, no sólo en

estos centros industriales sino en el resto de áreas

funcionales gadiritas, a fin de poder definir las áreas

contactadas por sus redes comerciales y acercarnos

a la balanza comercial local; no menos importante

resulta la culminación del estudio de yacimientos

ya conocidos pero apenas publicados, así como la

continuidad en la localización e investigación de

nuevos enclaves; finalmente, será necesario pro-

fundizar en otras líneas íntimamente conectadas,

como la fabricación de tintes purpúreos a partir de

la explotación sistemática del múrice, que eviden-

cian una mayor complejidad económica e histórica

de la vislumbrada hasta el momento.

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Preactas

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La publicación recientemente de dos mono-

grafías (Rodríguez Muñoz 2008 y Sáez Ro-

mero 2008), muy desiguales en cuanto a

contenido, datos y utilización de éstos e incluso di-

vergentes en cuanto a los periodos históricos tra-

tados, nos sirve, no obstante, como punto de

partida para reflexionar sobre el estado actual de

la investigación arqueológica en la bahía de Cádiz

y las consiguientes explicaciones a nivel histórico

que de ella se derivan.

Cada una de estas obras es representativa, a nues-

tro entender, de los dos enfoques teórico-meto-

dológicos actualmente vigentes en la

investigación sobre la antigua ciudad fenicia fun-

dada en el Extremo Occidente. Por una parte la

perpetuación de los viejos esquemas tradiciona-

les, la mayor parte de las veces ya obsoletos, en los

que se encajan o intentan encajar los nuevos

datos materiales, a veces de forma un tanto for-

zada. Y, por otra, del intento de buscar marcos in-

terpretativos alternativos una vez que el modelo

clásico se muestra insuficiente para explicar la re-

alidad. Esta vía, la que por lógica parece ser la que

prime, se enfrenta en Cádiz (salvo honrosas ex-

cepciones, por suerte cada vez menos extrañas) a

la “vieja escuela”, deudora en exceso del peso de

décadas de explicaciones tradicionales y respon-

sable última de la imagen obsoleta y, en ocasio-

nes, distorsionada, que fuera de la ciudad, aún en

círculos académicos, se tiene de su pasado.

Cualquiera que conozca el contexto arqueológico

gaditano de primera mano es consciente de dos

evidencias: por una parte de la indudable riqueza

del subsuelo gaditano en cuanto a restos arqueo-

lógicos se refiere y, por otra, a que prácticamente

todo el trabajo queda por hacer. Y cuando nos re-

ferimos a todo el trabajo queremos decir no sólo

a un trabajo físico (estudio de materiales, ordena-

ción del mismo, elaboración de mapas de disper-

sión de los restos, etc., etc.) sino a gran parte de la

labor interpretativa. Falta, en cierto sentido, “ima-

ginación” y “valentía” para trascender las viejas in-

terpretaciones y buscar soluciones actuales tanto

a nuevas como a antiguas cuestiones. Mientras

esto continúe, no se avanzará en el conocimiento

y seguiremos dándole vueltas y más vueltas a los

mismos problemas sin solución aparente.

De esta situación debemos sentirnos responsa-

bles todos los que hacemos arqueología desde la

propia ciudad, tanto la Administración, como la

Universidad, como cada uno de los profesionales

que de un modo u otro estamos implicados.

Nuestra intervención es, pues, una invitación a la

reflexión. Nuestro objetivo es que este trabajo,

lejos de llegar a conclusiones definitivas, sirva de

revulsivo, hacer una llamada de atención, entonar

un mea culpa, si se quiere. En ocasiones es nece-

sario hacer un alto en el camino, (re)pensar en lo

que se está haciendo mal, volver incluso el camino

andado si es necesario, coger fuerzas e impulso

para ir hacia delante, dejando en la mochila lo que

nos sirve pero sin olvidarnos de soltar el lastre que

nos dificulta avanzar.

Horno de pan fenicio hallado en las excavaciones

del solar del Cine Cómico (2008)

http://www.diariodecadiz.es/article/ocio/264571

/solar/comico/sigue/destapando/pasado/feni-

cio/la/ciudad/cadiz.html

“Deconstruyendo” paradigmas. Una (re)visión historográfica crítica almodelo interpretativo tradicional del Cádiz fenicio-púnico a la luz de

los nuevos datos1

Ana María Niveau de Villedary y Mariñas2

(Universidad de Cádiz)

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

1 Este trabajo se inscribe en el marco de actuación

del Grupo de Investigación «Phoenix Mediterra-

nea» (HUM-509) del P.A.I. de la Junta de Andalu-

cía, cuyo responsable es el Dr. D. Ruiz Mata y de los

Proyectos de I + D financiados por el Ministerio de

Ciencia e Innovación Finnit en Ibiza. La Cueva de Es

Culleram (HUM2007-63574) y Los fenicios occi-

dentales: sociedad, instituciones y relaciones polí-

ticas (siglos VI-III a.c.) (HAR2008-03806/HIST)

dirigidos por la Dra. M.C. Marín Ceballos y el Dr. J.L

López Castro respectivamente.

2 Investigadora «Ramón y Cajal». Departamento

de Historia, Geografía y Filosofía. Facultad de Filo-

sofía y Letras. Universidad de Cádiz. Avda. Gómez

Ulla s/n. 11003 – Cádiz (España). E-mail: ana-

[email protected]

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Preactas

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Entre las novedades tecnológicas introduci-

das en la Península Ibérica con la llegada

de los fenicios destacan las que competen

a la producción de orfebrería. Pero no será hasta

los años sesenta cuando se manifieste en la his-

toriografía de la investigación del desarrollo de la

orfebrería peninsular el interés por identificar una

joyería “orientalizante” diferenciada de la oriental

fenicia. En el campo científico se inició en los años

siguientes un debate para caracterizar dicha pro-

ducción, su lugar de fabricación, talleres y artesa-

nos, proponiéndose Cádiz como centro de origen.

Esta hipótesis se sustentaba más en la importan-

cia y protagonismo de la colonia en la tradición li-

teraria grecolatina que por los datos

arqueológicos. El estudio arqueológico partía del

análisis morfo-estilístico de las piezas conocidas,

pero había una falta de paralelos directos en ge-

neral en la orfebrería de las colonias del Medite-

rráneo con los que contrastarlos. Además el

conocimiento y número de piezas de orfebrería

halladas en Cádiz era escaso y poco representativo

para el periodo fenicio arcaico de los siglos VII-VI

a.C.

La caracterización de la orfebrería procedente de

Cádiz se comienza a definir en sus aspectos

morfo-estilísticos y técnicos de la orientalizante

tartésica a partir de las investigaciones de la dé-

cada de los 80, en particular diferenciando las for-

mas y algunos de los procesos tecnológicos de

elaboración en las joyas del periodo púnico. Pos-

teriormente se abre una nueva etapa en la inves-

tigación de la orfebrería gaditana, contribuyendo

a su conocimiento dos factores importantes: uno

debido a las más recientes intervenciones ar-

queológicas realizadas en la ciudad de Cádiz, y

otro a la metodología interdisciplinar aplicada a

su estudio. Las intervenciones arqueológicas de

los años 1988, 1995 a 1998 y las de 2003 han pro-

porcionado un buen número de joyas proceden-

tes de tumbas bien fechadas por sus materiales

cerámicos y pertenecientes por sus contextos, a

los periodos arcaico (siglo VII-VI a. C.) y púnico

(siglo V-IV a. C.). Estos datos han equiparado esta

producción a las de otras colonias fenicias del Me-

diterráneo, como Cartago, Tharros, Sulcis, y ha in-

tegrado esta orfebrería en el grupo homogéneo

de producción colonial fenicia, aunque en ellas

también se observan diferencias debidas al taller

o a modificaciones de algunos elementos y esti-

los.

Por otra parte los métodos nucleares de análisis

no destructivos han venido experimentando en

los últimos años un fuerte impulso en el ámbito

de sus aplicaciones en la investigación arqueoló-

gica, gracias a sus excelentes prestaciones cuando

se trata de objetos de gran valor. Sus posibilida-

des son impensables por otros métodos más con-

vencionales que requieren la destrucción, aunque

mínima, de la joya. Con las técnicas nucleares de

análisis es posible obtener información multiele-

mental de gran precisión en límites de detección

cercana a la “parte por millón (ppm)”, o lo que es lo

mismo, la capacidad de determinar elementos tra-

zas. Estos análisis se han mostrado de gran valor

a la hora de llevar a cabo estudios de procedencia

del metal en los cuales, y bajo determinadas con-

diciones, es posible detectar relaciones con las re-

giones mineras de donde presumiblemente se

obtuvo la materia prima base de la elaboración de

la pieza.

“Caracterización del taller de orfebrería de Gadirmediante técnicas de análisis nucleares”

Mª.L. de la Bandera, Inés Ortega Feliú, Blanca Gómez Tubio,

Mª Ángeles Ontalba, Miguel Ángel Respaldiza

(Universidad de Sevilla y Universidad de Extremadura)

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

En los últimos años la aplicación de la técnica PIXE

a dos lotes de piezas de oro de ajuares funerarios

de la necrópolis de Cádiz, pertenecientes a cada

una de las fases, arcaica y púnica, ha significado

un paso determinante para la caracterización del

ámbito tecnológico de este taller colonial. En ge-

neral se determina un marco tecnológico colonial

con dos momentos claramente diferenciados

entre sí, tanto por las tecnologías y estilos de pro-

ducción como por las composiciones de la materia

prima. Estas diferencias también se detectan en

relación con la producción tartésica- orientali-

zante y turdetana. Desde el punto de vista analí-

tico se observa que en los valores medios relativos

calculados de la composición de cada joya mues-

tra del periodo fenicio arcaico, se dan algunas ale-

aciones con alto valor en oro (Au: 97’50%: Ag:

2’7%; Cu: 0’5%), pero en una mayoría de las joyas

las aleaciones de oro son muy ricas en plata. En

ellas los valores de oro no sobrepasan el 82%

(valor medio: Au 45,70%; Ag 50.7%; Cu 3.60%),

cuando en la producción tartésica- orientalizante

el valor medio relativo calculado de oro en las ale-

aciones está por encima del 95% . Este alto conte-

nido en plata plantea la hipótesis de si la aleación

usada en la manufactura de las joyas procede de

depósitos minerales, conocido como electrum, o

bien es el resultado de un proceso intencionado

debido al conocimiento técnico del orfebre.

Por criterios geológicos, la existencia del com-

puesto natural con proporciones de plata entre

15% y 30% puede sugerir que se ha utilizado elec-

trum para algunas piezas, lo cual implica una im-

portación del material bruto o piezas elaboradas

en otros talleres coloniales. La discusión científica

se mantiene. Por otra parte el estudio del con-

junto de piezas seleccionadas de la fase púnica ha

permitido la identificación de aleaciones también

diferenciadas de la producción fenicia anterior y

la contemporánea turdetana; pero quizás lo más

significativo sea la presencia en la composición de

dos joyas de un elemento traza, palladium, en un

inusual alto contenido que llega a alcanzar un

0,70%. Desde una aproximación geológica y me-

talográfica al origen de este oro con palladium po-

dría localizarse en depósitos auríferos aluviales

del NW de Iberia, en las costas del Oeste de África

o en Anatolia; lo cual sugiere también una impor-

tación del material, de la pieza elaborada, o reci-

claje de otras joyas. La procedencia peninsular se

pone en duda, porque no se ha detectado en nin-

guna de las muchas piezas analizadas de orfebre-

ría prerromana. En cuanto a su procedencia del

Oeste de África podría interpretarse como fruto

del comercio a través de Cartago, que según trans-

mite Herodoto obtenía oro aluvial en torno al

Niger y Senegal, o bien de manera directa; cir-

cunstancias que también podrían considerarse

para el Mediterráneo oriental.

Actualmente se sigue en esta investigación con

propuestas de análisis con técnicas nucleares de

la orfebrería de los talleres de Cartago y Tharros.

Esta línea de estudios puede ayudar a determinar

el comercio de metales en el periodo fenicio- pú-

nico.

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La arqueología urbana ha aportado en los úl-

timos años un volumen ingente de infor-

mación sobre la necrópolis de Cádiz; sin

embargo, su utilidad es tan limitada que por el

momento sólo es posible una somera aproxima-

ción, ya que por inexplicable que pueda parecer, a

pesar de algunos intentos más o menos afortu-

nados, carece de un proyecto de investigación sis-

temática. Pese a todo, cabe observar algunas

particularidades de interés dada la amplitud cro-

nológica de la misma al abarcar desde el siglo VI

a.C. hasta el IV d.C., así está permitiendo conocer

los cambios producidos a lo largo del tiempo en

su topografía, los tipos de tumbas empleados, el

ritual, los ajuares o las ceremonias conmemorati-

vas, así como percibir la pervivencia de algunas

costumbres funerarias que continúan a lo largo

del tiempo, y por otro lado los cambios derivados

de la introducción de nuevas ideas religiosas lle-

gadas con la presencia romana que afectan al tra-

tamiento del cadáver, a la forma y estructura del

monumento funerario, etc. Aunque lo que se per-

cibe continuamente, es el fuerte arraigo de las tra-

diciones locales en los ritos y tradiciones

funerarias.

Tras esta llamada de atención sobre la compleja

problemática que ofrecen los usos y el espacio fu-

nerario de conjuntos urbanos tan emblemáticos

como el de Gadir/Gades, y la necesidad de su es-

tudio. El presente trabajo tratará de destacar la

importancia de la moneda como depósito privile-

giado de información histórica y cultural que tiene

por si misma, importancia que se acrecienta

cuando conocemos el contexto en el que aparece.

En la búsqueda de rasgos que definan y caracteri-

cen el mundo funerario púnico gaditano, la mo-

neda se presenta como un referente privilegiado

al aportar datos significativos sobre sus creencias

religiosas, sobre su función en el ámbito funera-

rio, y sobre sus diferentes usos en el ritual y en la

liturgia desarrollada en torno al difunto. La pre-

sencia constante del dios Melkart en sus monedas

es uno de los testimonios más explícitos, junto

con su abundante y casi exclusiva presencia en la

necrópolis, de la gran importancia que va a tener

su culto en la ciudad y del gran valor religioso que

dan a sus monedas.

Para ilustrar esa capacidad informativa de carác-

ter histórico-arqueológico que tiene la moneda en

este mundo funerario abordaremos algunos

ejemplos dentro de un marco cronológico con-

creto, los siglos III y II a.C., marco determinado

tanto por el inicio de la amonedación gaditana,

como por la incorporación de la moneda en la ne-

crópolis, bien en el interior de las propias tumbas

o en conexión con el conjunto de estructuras –

pozos, piletas, fosas rellenas de materiales, pe-

queños espacios de culto- que espacial y

funcionalmente se encuentran relacionadas con

la necrópolis y con la liturgia desarrolla en torno al

mundo funerario.

No abordaremos aquí cómo la moneda gaditana

es uno de las evidencias más claras del fuerte

arraigo de las tradiciones locales funerarias en

época romana, ya que no es este el período de

análisis de este Congreso, pero es interesante se-

ñalar como las acuñaciones más abundantes en

la necrópolis gaditana son las de la serie VI datada

con gran amplitud e imprecisión entre los siglos

II-I a.C., y que aparece en numerosas ocasiones en

tumbas fechadas en época alto imperial, a veces

Interpretación y posibles usos de lamoneda en la necrópolis de Gadir

Alicia Arévalo González(Universidad de Cádiz)

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

sola y frecuentemente junto a moneda romana,

presentando en estos casos un alto grado de des-

gaste, que impide en muchos casos ver con clari-

dad los tipos y las leyendas, pero que sigue siendo

seleccionada para llevarla a la tumba.

Se trata de aportaciones arqueológicas recientes y

de la revisión de antiguos hallazgos que forman

parte de un corpus que estamos elaborando en

perspectiva diacrónica desde época tardo-púnica

hasta la Antigüedad Tardía. Un corpus donde se re-

coge la localización y el contexto del hallazgo, el

rito documentado, la composición de los ajuares,

la disposición de las monedas en la tumba, la da-

tación cronológica del conjunto, etc. Y que permi-

tirá enriquecer el panorama del mundo funerario

y ritual de la necrópolis gaditana, al tiempo que

contribuirá a acercarnos a la función y usos de la

moneda en este ámbito, normalmente minusva-

lorada en las líneas de investigación vinculadas al

mundo funerario.

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Preactas

15

Los sarcófagos antropomorfos fenicios de mo-

mento no los encontramos ni en la necrópolis de

Tiro ni en la de Cartago, esta última intensamente

excavada a lo largo de más de un siglo. Este hecho

sugiere que su distribución en el Mediterráneo

hasta Cádiz, donde conocemos dos ejemplares,

uno masculino y otro femenino, puede ayudar a

profundizar en las rutas comerciales de otras dos

de las principales ciudades fenicias, Sidón y Arwad,

pues existen indicios en ambas de la presencia de

talleres dedicados a su fabricación. Estas piezas

excepcionales son indicadoras de la presencia de

miembros de la élite de las principales ciudades

fenicias, algunos de los cuales podrían pertenecer

a las dinastías reales. Estos sarcófagos, aparte de

la decoración exterior en altorrelieve de cabeza, y

a veces brazos y pies, estaban pintados al exterior

y el cuerpo dentro del sarcófago estaba envuelto

en un vendaje muy apretado, sobre el cual se su-

perponía una máscara de madera probablemente

policromada. Siguiendo también una tradición re-

ligiosa egipcia, asumida por los fenicios, había un

escarabeo junto al cuerpo, debajo del vendaje.

Los sarcófagos antropomorfos fenicios de Gadir, Arwad y SidónM. Almagro - Gorbea (Universidad Complutense de Madrid)

A. Mederos (Universidad Autónoma de Madrid)

M. Torres (Universidad Complutense de Madrid)

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Preactas

17

Cuatro kilómetros al norte del municipio ro-

mano de Baelo Claudia, en la cima de la

Sierra de la Plata, existe un yacimiento

prerromano y romano-republicano conocido

desde finales del siglo XIX por el nombre de “Silla

del Papa”, que según todas las probabilidades co-

rresponde a la ciudad bástulo-púnica que emitió

una serie de amonedaciones con leyenda bilingüe

latina y neopúnica Bailo/BLN. Este yacimiento es

el objeto de un proyecto de investigación que

nació en 2007 y en el que han colaborado hasta la

fecha la Casa de Velázquez, la Junta de Andalucía

(a través del Conjunto Arqueológico de Baelo Clau-

dia) y la Universidad de Toulouse (UMR TRACES

5608). Presentaremos aquí brevemente los resul-

tados de los trabajos de prospección y limpieza de

estructuras visibles que se han realizado en 2007

y 2008, así como las perspectivas abiertas para el

futuro con la colaboración de otras instituciones,

en particular la Universidad de Sevilla.

La Silla del Papa ocupa el lugar más elevado (457

metros) de la Sierra de la Plata. Desde esta altura

se puede controlar la ensenada de Bolonia al su-

reste con la bahía de Tánger al fondo, la plata-

forma litoral de Zahara de los Atunes al suroeste

y el valle del río Almodóvar al norte. La visibilidad

se extiende por el oeste hasta el cabo de Trafalgar

y por el este hasta Tarifa, siendo visible más allá el

Djebel Moussa en la costa africana. Por el contra-

rio, la visibilidad directa hacia la costa es muy li-

mitada, debido a la disposición de las crestas de

la Sierra de la Plata.

La superficie habitable, entre los dos puntos ex-

tremos en los que se han observado estructuras,

supera las dos hectáreas. El poblado se extiende

entre dos grandes afloramientos rocosos que dis-

curren paralelamente de norte a sur, formando a

una especie de corredor natural. Estas rocas pre-

sentan hacia el interior una superficie vertical o

casi vertical, con una altura que oscila entre los 5

y los 20 metros, siendo aprovechada, casi de forma

sistemática, para apoyar las viviendas que, por los

restos visibles de mechinales y otros entalles, pu-

dieron presentar varias alturas. Toda la superficie

del corredor está cubierta por una gran cantidad

de bloques y sillares de diferentes módulos que

provienen de la destrucción de los muros.

Las limpiezas realizadas en el centro del asenta-

miento (zona A-1) han permitido observar un en-

tramado urbano bastante regular, con una calle

axial de entre cinco y seis metros de anchura y

muros de sillares de disposición más o menos or-

togonal. Se limpió asimismo los niveles superfi-

ciales de una torre situada en el ángulo suroeste

del oppidum. Se trata de un edificio de planta rec-

tangular (8,70 x 5,60 metros) construido con silla-

res provistos de un almohadillado rústico,

colocados a hueso sin mortero. Tanto esta torre

como la fase visible en superficie del urbanismo

de la zona A-1 corresponden al último periodo de

la vida del asentamiento, que fechamos provisio-

nalmente entre 175/150 y 50/25 a.C. Esta data-

ción, basada en el material de los niveles de

destrucción superficiales, deberá ser confirmada

a la luz de sondeos estratigráficos más completos.

Cabe recalcar, en cualquier caso, la ausencia de

terra sigillata en todo el yacimiento, salvo un ejem-

plar aislado de T.S. itálica. Esta última fase de la

ocupación de la Silla del Papa es contemporánea

del periodo de funcionamiento de las primeras

factorías de salazones de Bolonia.

Nuevos datos sobre las fases pre-augusteas de Baelo.Las actuaciones arqueológicas de 2007 y 2008

en La Silla del Papa (Tarifa, Cádiz)Pierre Moret (UMR 5608 TRACES, Université de Toulouse)

Iván García Jiménez (Conjunto Arqueológico de Baelo Claudia)Ángel Muñoz Vicente (Conjunto Arqueológico de Baelo Claudia)

Fernando Prados Martínez (Universidad de Alicante)

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

Así pues, el yacimiento de la Silla del Papa ofrece

la oportunidad única de estudiar un oppidum bás-

tulo-púnico de mediados del siglo I a.C., es decir,

en un momento aún muy mal conocido de la his-

toria urbana del sur de la península Ibérica. Su ur-

banismo, adaptado a un medio natural singular,

muestra rasgos inequívocos de su pertenencia a

un contexto geográfico y cultural en el que se

mezclan elementos púnicos e indígenas.

Con respecto a las fases anteriores de la vida del

asentamiento, sólo contamos con una documen-

tación marginal, extraída del material cerámico

hallado en superficie. Sin embargo, no cabe duda

de que durante la época prerromana se sucedie-

ron varias fases de ocupación, por lo menos en la

parte central y meridional del yacimiento. Los úni-

cos datos precisos de los que se dispone proceden

de la parte más alta del yacimiento, donde se

pudo limpiar un corte natural generado por la ero-

sión de un paquete de sedimentos antrópicos con-

servados en una anfractuosidad del substrato

rocoso. En este corte se documentó una secuen-

cia estratigráfica relacionable con la destrucción

de un hábitat, cuyo nivel inferior proporcionó una

gran cantidad de carbones y fragmentos de cerá-

mica. Esta cerámica, exclusivamente a mano, in-

cluye formas bruñidas características de un

horizonte cultural que en el sistema de datación

convencional se podría situar entre el siglo IX y el

VIII a.C. Un análisis radiocarbónico realizado sobre

un carbón de la misma UE proporcionó la fecha de

2780 +/- 40 BP (BETA-251591), Cal BC 1010-830

(calibración a dos sigmas). En contacto con este

nivel, pero en superficie, se halló un borde de pi-

thos a torno de tipología fenicia.

A pesar de la brevedad de las campañas realiza-

das hasta la fecha, los datos obtenidos permiten

enmarcar la historia del asentamiento de la Silla

del Papa entre el siglo X / IX a.C. (según la data-

ción absoluta calibrada) y el inicio del reinado de

Augusto, con un primer momento marcado por

contactos tempranos con el mundo fenicio (ates-

tiguados, aparte del mencionado borde de pi-

thos, por fragmentos de ánfora), y al final con un

desarrollo urbanístico importante en época repu-

blicana, en un contexto cultural mixto. Esperamos

que la continuación del proyecto arroje luz sobre

el largo periodo que separa estos dos momentos.

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Preactas

19

Este trabajo se inscribe en el marco de uno

de los proyectos incluidos en las líneas es-

tratégicas de investigación del I Plan Direc-

tor de Baelo Claudia que se denomina “Estudio

arquitectónico y análisis espacial de las necrópolis

de Baelo Claudia” desarrollado por la Universidad

de Alicante y el Conjunto Arqueológico. Junto al

estudio de la necrópolis romana se contempla un

análisis diacrónico del paisaje funerario campogi-

braltareño con la intención de señalar los prece-

dentes y, por ello, se cuenta con la colaboración del

área de Prehistoria de la Universidad de Cádiz.

Baelo Claudia supone la culminación de un com-

plejo proceso urbanístico en la Ensenada de Bolo-

nia iniciado en el siglo VIII a.C. según demuestran

recientes investigaciones. Con un núcleo origina-

rio en el oppidum de “la Silla del Papa”, probable-

mente la Bailo prerromana de las célebres

amonedaciones, Baelo fue el resultado de la evo-

lución del sustrato autóctono y de su interrelación

con la llegada sucesiva de elementos poblaciona-

les alóctonos, tanto púnico-africanos inicialmente

como itálicos después.

El estudio de las necrópolis de la ciudad hispano-

rromana de Baelo Claudia es fundamental para

entender los fenómenos de hibridismo entre la

población local y extranjera y, por ello, debemos

acudir a los precedentes para tratar de abordar el

discutido problema de las perduraciones púnicas.

Es por ello que se planteó, por los aquí firmantes,

incluir en este estudio el análisis de yacimientos

claves de la zona tales como la necrópolis prehis-

tórica de los Algarbes, reutilizada en época púnica

y la necrópolis fenicia de la isla de las Palomas de

Tarifa. Se trata, pues, de un recorrido que nos re-

montaría hasta la Edad del Bronce y al inicio de los

contactos con los colonos orientales.

Durante época fenicia y púnica (ss. VII-II a.C.) el

área campogibraltareña reflejó un proceso cultu-

ral similar al que se desarrolló en el área nortea-

fricana aneja, donde, en torno al Cabo Espartel,

aparecieron unos modelos de enterramiento ca-

racterizados por la construcción de hipogeos y

cuevas artificiales. Los ejemplos de necrópolis hi-

pogeicas del Campo de Gibraltar son comparables

también con otras del ámbito cultural fenicio-pú-

nico tales como las sardas, las ibicencas o las tu-

necinas, tanto en los llamados haouanet líbicos

como en los hipogeos púnicos.

Uno de los mejores paralelos lo tenemos en la ne-

crópolis de la isla del faro de Rachgoun, en Argelia,

ubicada frente a la costa al igual que la isla de las

Palomas de Tarifa, justo enfrente de la ciudad de

Siga, uno de los centros urbanos púnico-númidas

más influyentes y destacados de la costa nortea-

fricana. En el área objeto de estudio contamos con

hipogeos funerarios fenicio-púnicos realizados ex

novo y con otros modelos de reutilizaciones de los

sepulcros en cuevas artificiales de la Edad del

Bronce, caso de la necrópolis de los Algarbes.

Ambos casos son paradigmáticos y muy caracte-

rísticos y por ello hemos considerado presentarlos

ante este foro.

Por otro lado, no podemos olvidar que la provin-

cia de Cádiz es una de las más ricas en lo concer-

niente a hipogeos funerarios ya que, a los bien

El mundo funerario fenicio-púnico en el Campo de Gibraltar. Los casos de la necrópolis de los Algarbes y

la Isla de las Palomas (Tarifa, Cádiz)Fernando Prados Martínez (Área de Arqueología, Universidad de Alicante)

Iván García Jiménez (Consejería de Cultura, Junta de Andalucía)Vicente Castañeda Fernández (Área de Prehistoria, Universidad Cádiz)

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

conocidos de la necrópolis de Gadir hay que sumar

otros repartidos por toda la región. A este res-

pecto, podemos mencionar los ubicados en la Sie-

rra del Retín (Zahara de los Atunes-Barbate) o los

de la necrópolis de Carissa Aurelia (Bornos) que, a

pesar de su cronología algo tardía en relación con

los que se estudian en este trabajo, presentan una

tipología muy similar, tal y como corresponde a

una perduración de la religiosidad y la ideología

de la muerte púnica en tiempos romanos, como

la que ha sido señalada en otras necrópolis anda-

luzas caso de las de Cástulo, Málaga o Carmona.

En el caso de la Necrópolis de los Algarbes la reo-

cupación en época púnica de las cámaras ha sido

atestiguada gracias a los hallazgos de algunos

fragmentos cerámicos durante las labores de lim-

pieza y puesta en valor de las estructuras llevadas

a cabo en los últimos años. También la revisión de

los materiales de las campañas de excavación de

C. Posac Mon ha ofrecido datos al respecto. Ade-

más, hay que tener en cuenta que los hallazgos se

han sucedido tanto en el interior como en el ex-

terior de las cámaras, por lo que no cabe duda de

que los materiales están relacionados con una uti-

lización del ámbito funerario y no con un uso se-

cundario o residual del área de la necrópolis.

Por otro lado, todos los fragmentos encontrados

se pueden relacionar con tipos cerámicos propios

de los contextos funerarios, siendo fundamental-

mente formas abiertas (platos de barniz rojo tar-

dío o de tipo Kouass y cuencos-lucerna o páteras).

En todos los casos, los tipos se pueden poner en

relación con los elementos de ajuar del difunto y

de iluminación ritual del interior de la cámara. Los

materiales descritos son paralelizables con los do-

cumentados en los enterramientos del Cabo Es-

partel por M. Ponsich y que presentan un abanico

cronológico que abarca desde el siglo VI al III a.C.

El ejemplo de los hipogeos de la Isla de las Palo-

mas de Tarifa es mucho más paradigmático. En

este caso contamos con los clásicos enterramien-

tos hipogeicos tanto con acceso en pozo como a

través de un pequeño dromos o pasillo de acceso

escalonado. La necrópolis se ubica frente a tierra

firme, en el área septentrional del islote. Buena

parte de los hipogeos se han perdido por las ac-

tuaciones desarrolladas en esa zona por distintos

contingentes militares que han ocupado la isla y

que han aprovechado los afloramientos rocosos

como cantera. A pesar de las destrucciones son vi-

sibles aún hoy un par de hipogeos y los accesos a

otros dos de los que se han perdido las cámaras

sepulcrales. También existe otro al que se accede,

únicamente, a través del mar, por encontrarse en

una zona inaccesible desde tierra firme. La propia

densidad de los enterramientos ha provocado en

esta necrópolis, como en otras tantas del Medite-

rráneo, la caída y hundimiento de los sepulcros

debido al retoque de las paredes de las cámaras y

a la sucesión constructiva de tumbas, muchas

veces unas sobre otras.

Existen numerosos ejemplos de reocupaciones de

los espacios funerarios púnicos, entendidos como

áreas sagradas, donde todos los vivos querían co-

locar los restos de sus difuntos para intentar ase-

gurar, en la medida de lo posible, la salvación de

sus almas. Los espacios funerarios, como tantas

veces ha sido señalado, conformarían “camposan-

tos” ubicados al margen de los poblados, separa-

dos en muchas ocasiones por cursos de agua o,

como en el caso de Tarifa, ocupando un islote pró-

ximo a la zona habitada. A este respecto conta-

mos con innumerables ejemplos en suelo hispano,

basta con recordar, por ejemplo, los de la costa

malagueña y granadina (Trayamar, Puente de Noy,

Laurita…)

El principal problema que nos encontramos es que

en los dos casos estudiados el material no pro-

viene directamente de excavaciones recientes,

siendo mucho más complejo en el caso de la Isla

de las Palomas, ya que la práctica totalidad del

material procede de expolios realizados a lo largo

de los siglos que se conservan en colecciones pri-

vadas, habiendo sido depositados de forma mino-

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Preactas

21

ritaria en el pequeño museo local de la ciudad de

Tarifa. Entre los materiales depositados se obser-

van cerámicas de los tipos clásicos fenopúnicos

que se pueden relacionar con contextos funera-

rios caso de los platos en barniz rojo o con deco-

ración bícroma en rojo y negro, ampollas y vasos

de cuello estrangulado también con decoración a

bandas. El elenco cerámico se completa con la pre-

sencia de ánforas fenicias –manufacturas de la

bahía de Cádiz- en tipos clásicos fechados a partir

de finales del siglo VII a.C. Junto con los materia-

les cerámicos cabe destacar el hallazgo de una

máscara negroide en piedra, muy alterada hoy día,

pero que gracias a los dibujos realizados de la

misma a través de diversas publicaciones antiguas

podemos poner en relación con las máscaras gro-

tescas de terracota tan habituales en contextos

funerarios y empleadas para ahuyentar los malos

espíritus y proteger el descanso de los difuntos.

Quizás podríamos relacionar también la pieza ta-

rifeña con los posteriores “muñecos” de rasgos ne-

groides de la necrópolis de Baelo Claudia, con los

que comparte cierta similitud.

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Preactas

23

Os trabalhos arqueológicos levados a

efeito em sítios do litoral algarvio, con-

cretamente em Castro Marim, Faro e

Monte Molião (Lagos), evidenciaram, para a 2ª

metade do 1º milénio a.n.e., e sobretudo a partir

de finais do século IV, uma forte relação com a

área de Cádis.

Os dados destes três sítios, recolhidos em contex-

tos primários de deposição datados dos séculos IV

e III a.n.e., foram estudados de forma aprofun-

dada, e são aqui apresentados detalhadamente.

Os elementos de outros sítios algarvios são ainda

chamados à colação na discussão de âmbito mais

vasto que aqui pretendemos concretizar, nomea-

damente os do Cerro da Rocha Branca (Silves) e os

de Tavira.

Os referidos dados dizem respeito às cerâmicas

importadas e de fabrico local, as quais foram divi-

didas por grupos de fabrico que pudemos, na

maioria dos casos, adscrever a áreas concretas de

produção. Naturalmente, que a separação tipoló-

gica não foi esquecida.

Esta divisão, que não apresentou grandes dificul-

dades quando tratámos os recipientes de trans-

porte e do serviço de mesa, foi mais problemática

no que se refere às cerâmicas ditas comuns. Em

relação aos primeiros, verifica-se que as ânforas

são em Castro Marim e em Monte Molião prove-

nientes da área de Cádis, ainda que exista aqui

uma clara distinção entre as produções da Baía e

da Campiña. As primeiras integram, em exclusivi-

dade, os tipos Carmona, D de Pellicer e Mañá Pas-

cual A4, e nas segundas cabe o tipo Tiñosa. Um

grupo minoritário, constituído por ânforas B/C e

D de Pellicer, pertence ao que Joan Ramon cha-

mou de «Extremo Ocidente Indeterminado».

Ainda no que diz respeito às ânforas, o caso de

Faro distingue-se dos restantes, uma vez que, aí,

foi possível identificar uma produção local, que,

contudo, é exclusiva da forma B/C. As produções

da Baía e da Campiña são, no entanto, ainda maio-

ritárias.

Neste período e nos três sítios, o serviço de mesa

é constituído pelos vasos de tipo Kuass, tendo sido

possível verificar que aos que podemos atribuir

um fabrico gaditano dominam de forma expres-

siva, ainda que outros possam ter sido produzidos

no norte de África.

Os fabricos da cerâmica comum são ainda menos

diversificados quanto à origem. As análises ma-

croscópicas das pastas revelam que, também

neste caso, as produções gaditanas, agora apenas

da baía, são maioritárias no conteúdo dos inven-

tários, Os vasos de fabrico local representam cerca

de 1/3 do conjunto e está documentado sobre-

tudo em potes/panelas e em taças/tigelas.

Infelizmente, não dispomos de números para Ta-

vira ou para o Cerro da Rocha Branca que possibi-

lite comprovar se a mesma situação se verifica

para outros sítios do litoral algarvio com ocupa-

ção coeva, como é por exemplo o caso de Tavira ou

do Cerro da Rocha Branca. Contudo o que está pu-

blicado permite considerar que essa possibilidade.

De qualquer modo, e mesmo tendo por base ape-

nas os dados dos sítios que estudámos, a depen-

dência que o Algarve evidencia no abastecimento

de vasos cerâmicos em relação a Cádis parece tra-

Acerca do Gaditanizaçao do Algarve: As relaçoes doAlgarve e da Turdetania entre os séculos V e II A.N.E.

Ana Margarida Arruda y Elisa de Sousa

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

duzir uma situação que ultrapassa a simples troca

comercial, ou mesmo um comércio organizado.

Com efeito, a existência, nos sítios algarvios, de

quantidades muito apreciáveis de cerâmica

comum fabricada em centros oleiros localizados

na baía gaditana, para além, naturalmente, dos

vasos destinados mais frequentemente à expor-

tação, como as ânforas e a cerâmica de mesa, con-

figuram um cenário de «gaditanização», que pode

corresponder a uma presença efectiva de gadita-

nos no sul de Portugal. Mais do que uma depen-

dência económica de uma região em relação à

outra, parece tratar-se de uma verdadeira inte-

gração num universo político e económico único

que seria gerido pela metrópole andaluza.

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Preactas

25

Mértola localiza-se no Sudoeste Peninsular, numa

região onde se destaca uma peneplanicie homo-

génea, de superfícies aplanadas com relevos resi-

duais, vales encaixados com declives acentuados,

por onde as principais linhas de água têm o seu

percurso e onde se desenvolve a faixa piritosa ibé-

rica onde existem amplos recursos geológicos

como o cobre e metais nobres (ouro e prata).

Insere-se num troço do Rio Guadiana caracteri-

zado por um vale com vertentes abruptas, per-

curso sinuoso e onde os ciclos das marés

terminam um pouco mais a montante – no ele-

mento hidro-geológico do Pulo do Lobo –, no final

deste comprido, espraiado e profundo estuário e

consequentemente onde termina, para qualquer

embarcação, a navegação Norte/ Sul de forma

ininterrupta desde a foz. A navegabilidade do Rio

já era referida por Estrabão (III.2.4., 143) que, com-

parando-o com o Guadalquivir refere que o Gua-

diana era navegável num percurso mais curto e

por embarcações de menor calado.

Implantada na margem direita, no topo de um es-

porão, na confluência do Rio Guadiana com a ri-

beira de Oeiras, a poente, Mértola possui

excelentes condições naturais de defesa fluvial e

terrestre. De facto, em oposição à boa defensibili-

dade, parece prescindir da visibilidade envolvente,

assumindo uma proeminência sobretudo para

quem se aproxima a partir do rio.

O seu espaço portuário, localizado na extremidade

Sul, ter-se-á mantido inalterável do ponto de vista

geomorfológico e de regime ao longo dos tempos.

Ainda hoje o local é tradicionalmente utilizado

como um porto de acostagem (resolvendo pro-

blemas de passagem, navegação, embarque e de-

sembarque), face ao ligeiro alargamento do vale,

à suavização das vertentes, a um percurso rectilí-

neo e espraiado, a uma zona de assoreamento

suave e onde o regime violento e irregular do rio

Guadiana é esbatido pelas águas da Ribeira de

Oeiras.

A visibilidade centra o seu controle numa zona até

2Km, dirigida sobretudo para o Rio e sua envol-

vente imediata num claro controlo de vias natu-

rais de comunicação entre o litoral/ interior e a

travessia do rio. A restante área de visibilidade é

limitada às cumeadas envolventes entre o 6Km e

os 12Km, ou seja, serão outros os factores que sus-

tentam uma lógica de controlo, coordenação e ex-

ploração de um território e respectivos recursos

(geológicos, agrícolas, pecuários, florestais e flu-

viais) associados a Mértola, como último porto

numa navegabilidade fluvial em percursos de

média e longa distância no Guadiana.

Parece ser incontestável a correspondência de

Mértola nas fontes clássicas com a designação de

Mirtilis, tendo em mente as ocorrências da forma

do nome, das fontes literárias, epigráficas e nu-

mismáticas, remetendo sobretudo para as passa-

gens de Pomponius Mela (III, 7), onde a cidade é

associada ao cabo Cuneus, juntamente com as ci-

dades de Balsa e Ossonoba, num triângulo repe-

tido por Plínio (oppidum ueteris Latii: IV, 116 e

117), mas apresentada na lista de Ptolomeu

(como Ioulía Myrtilis II, 5, 5) como uma cidade tur-

detana, situada na via de Baesuris – Pace Iulia per

compendium (Itinerário Antonino 431,6) e no ager

Mértola entre os séculos VI e III a.C.Pedro Barros1

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

Cuneus (Mela 3,7). No que se refere ao seu nome,

são feitas diversas análises: umas de origem

oriental, outras de origem grega, sendo na sua

maioria associada à língua ibérica, comprovada na

fronteira gerada entre a confrontação de topóni-

mos célticos em -briga e os ibéricos em -ilti.

Os dados arqueológicos revelam uma ocupação

do local de forma contínua desde o final do Bronze

Final (com cerâmicas finas carenadas, com orna-

tos brunidos, “tipo Carambolo”, foice em bronze

de “tipo Rocanes”), contudo, a longa diacronia des-

tes materiais indiciam que podem aqui co-existir

em momentos com as cerâmicas a torno de ca-

racterísticas orientalizantes a partir da segunda

metade do século VII a.C. (contentores anfóricos

tipo 10.1.2.1, cerâmicas de engobe vermelho

maioritariamente representadas por tigelas e pra-

tos, cerâmicas “tipo Cruz del Negro”, entre outras).

A delimitação de Mértola durante a primeira me-

tade do primeiro milénio a.C. passa pela definição

de uma estrutura defensiva que circunscreve um

espaço de exploração directa com mais de 65 hec-

tares, que segundo alguns autores poderá re-

montar ao século VI – V a.C., mas que ainda carece

de prova, já que são escassos os materiais datan-

tes recolhidos, referindo-se a uma segunda fase

de construção, que remete para uma cronologia

dos finais do III a.C. e inícios do II a.C.. No estado

actual dos conhecimentos, a área que revela uma

cultura material associada ao terceiro quartel do

primeiro milénio a.C. parece restringir-se a cerca

de 6/7 hectares.

Até ao momento, no espaço que poderemos con-

siderar, grosso modo, como habitacional, o espólio

arqueológico engloba contentores ânforicos do

tipo 10.1.2.1.; cerâmica pintada em bandas; cerâ-

micas de engobe vermelho, maioritariamente re-

presentadas por tigelas e pratos; cerâmica

cinzenta; cerâmica manual com formas e decora-

ções de influência mediterrânea, cerâmicas áticas,

com uma presença maioritária de taças Cástulo e

um aumento do panorama formal das cerâmicas

áticas numa fase posterior, a presença das ânfo-

ras tipo Tiñosa, Mañá Pascual A4 evolucionadas,

B/C de Pellicer, cerâmica tipo Koauss. Existem

ainda outros elementos passíveis de integrarem

este período cronológico, alguns de proveniência

ou inspiração mediterrânica, no entanto, por au-

sência de contexto e pela sua longa perduração

não serão aqui abordados. Este espólio mostra

uma clara associação a um mundo litoral, de forte

predominância orientalizante, sobretudo com pa-

ralelos nos sítios do Estreito de Gibraltar, na área

do Baixo Guadalquivir, Andaluzia Ocidental e do

Algarve, no entanto, não deixam de se verificar al-

guns elementos de âmbito indígena.

Exemplo deste aspecto é a inscrição com caracte-

res do Sudoeste encontrada a nordeste do po-

voado, junto à necrópole paleocristã do Rossio do

Carmo, reutilizada como tampa de uma sepultura

desta época, para a qual se propôs uma cronologia

entre o século VII e o V a.C.. Esta inscrição poderá

ter integrado uma das áreas de necrópole identi-

ficadas, assumindo-se o mesmo pressuposto para

os dois contentores do tipo “Cruz del Negro”, um

deles atribuível à primeira do VI a.C., . De Mértola

ainda há o registo de um larnax.em grés atribuído

entre o século VI e V a.C.. Ambos os elementos

terão sido registados entre o referido Rossio do

Carmo e a Ladeira da Nossa Senhora das Neves,

local de extensa intervenção por Estácio da Veiga,

e teriam uma utilização/ funcionalidade de urnas

onde se colocariam os ossos conservados após a

incineração. As sucintas descrições existentes des-

tes contextos parecem inclusive remeter para

uma necrópole de incineração, com estruturas fu-

nerárias constituídas por fossas de cremação sim-

ples ou em cova.

A eventual existência de uma, ou possivelmente

duas áreas de necrópole com fortes influências

orientalizantes, em convergência cultural com o

mundo indígena, tem os seus paralelos no mundo

do Guadalquivir (entre as regiões de Huelva, Car-

mona, Sevilha e Mesas de Asta), mas também em

locais do ocidente peninsular e na bacia do Gua-

diana (Medellín, região de Badajoz). Apresenta

uma estratégia distinta da utilizada nas necrópo-

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Preactas

27

les de Ourique e Castro Verde, ou mesmo das res-

tantes do baixo Guadiana, com excepção da de Ta-

vira no Algarve.

A pertinência de um assentamento neste local

justifica-se pela sua localização estratégica, ou

seja, no domínio de um eixo de comunicação

norte/sul, ponto final do estuário, e pela riqueza

dos recursos mineiros e agrícolas terrestres (no-

meadamente a zona de Beja/Serpa) e fluviais que

o envolvem.

A ocorrência de uma cultura material com carac-

terísticas mediterrânicas é prova das transforma-

ções efectivas no substrato indígena,

demonstrando uma estrutura comercial local ba-

seada na produção de excedentes, havendo por

certo um controlo hierárquico de uma determi-

nada região. Esta estruturação passaria por rela-

ções com alguns sítios com características rurais

(localizados nos concelhos de Castro Verde, Mér-

tola e Alcoutim), mas também com sítios litorais

(Castro Marim, Tavira, Faro, entre outros), bem

como num contexto mais vasto nos limites da

área controlada pelas regiões do barlavento al-

garvio, de Huelva, do Baixo Gadalquivir e da área

de Cádiz.

As relações existentes entre Mértola e o interior

do Baixo Alentejo, rico em minérios e terras pro-

dutivas, parecem igualmente transparecer por al-

guns testemunhos. No entanto, até ao momento,

a representatividade da amostra destes sítios é

bastante escassa para interpretações de presença

ou ausência destas ligações sociais e económicas

durante este período.

De facto, as transformações ocorridas no subs-

trato indígena deste local, com a aquisição de pro-

dutos exógenos assimilando talvez gradualmente

hábitos sociais e alimentares estranhos à região,

remetem-nos agora para uma organização (social,

económica e politicas) intrinsecamente ligada

com a entidade étnica turdetana, mas que ainda

assim seria por certo independente face ao seu

poder de aquisição e relação próxima com as rotas

comerciais mediterrânicas.

A presença deste espólio, aliada à localização es-

tratégica de Mértola, faz com que se torne num

importante entreposto mercantil, numa relação

estreita com Castro Marim, moldando a sua ocu-

pação e a sua importância ao longo do tempo, em

permanente contacto com um vasto território in-

terno, mas sobretudo com o litoral da Andaluzia

ocidental, o Algarve oriental, o círculo do estreito

de Gibraltar e o não menos vasto Mar Mediterrâ-

neo. É neste amplo contexto natural que Mértola

vai explorar o seu potencial de plataforma comer-

cial entre um conjunto polifacetado de realidades,

resumidas entre o mundo litoral e o interior.

1 Instituto de Gestão do Património Arquitectó-

nico e Arqueológico (IGESPAR, I.P. - Extensão do Al-

garve). Rua General Leman, 18 – 1º, 1600 Lisboa

(Portugal) [email protected]

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Preactas

29

La zona al norte del río Móndego, en la fa-

chada atlántica peninsular, ha quedado al

margen de los estudios fenicio-púnicos

hasta hace poco tiempo. El caso es que importa-

ciones mediterráneas se venían detectando en

castros del Noroeste peninsular desde los años 20

del siglo pasado (Losada 1943). Su número se in-

crementó significativamente desde finales de los

años 70 (Silva 1986; Naveiro 1991), pero los ha-

llazgos pasaron desapercibidos por diversas razo-

nes: en primer lugar se encuentra la propia

tradición investigadora regional, que llevó a la pu-

blicación de muchos materiales relevantes en me-

dios locales de escasa difusión—por ejemplo, el

primer fragmento de cerámica griega de la pro-

vincia de Pontevedra, publicado en la revista del

Museo de Pontevedra (Hidalgo y Costas 1978). En

segundo lugar, y en relación con el primer punto,

debemos tener en cuenta la vacilación de los pro-

pios descubridores, quienes por su falta de fami-

liaridad con los materiales mediterráneos

propusieron frecuentemente cronologías erró-

neas o describieron los objetos con vaguedad para

evitar arriesgarse con dataciones que en aquellos

momentos se habrían considerado heréticas. Fi-

nalmente, por no echar la culpa exclusivamente a

los investigadores del Noroeste, es necesario re-

conocer que entre los estudiosos del ámbito me-

diterráneo no se valoraron en su justa medida los

hallazgos púnicos de Galicia y el norte de Portu-

gal publicados en medios de mayor impacto (p.ej.

Fariña 1990), con lo que la zona que aquí aborda-

mos permaneció al margen de la gran narrativa

de la colonización fenicio-púnica de Iberia.

La revisión de los hallazgos púnicos en Galicia

(González Ruibal 2006-2007), el descubrimiento

de nuevos yacimientos (p.ej. Suárez Otero 2004;

Aboal y Castro 2007) y la continuación de las ex-

cavaciones en yacimientos clásicos (Ayán 2005,

2008) ha permitido una reinterpretación del co-

mercio mediterráneo y el impacto del mundo pú-

nico en la antigua Callaecia (cf. González Ruibal

2006). En síntesis, los datos permiten actualmente

evaluar tres aspectos de la presencia mediterrá-

nea en el Noroeste durante la Segunda Edad del

Hierro que serán en los que basaremos está pre-

sentación: 1) la densidad y distribución de los ha-

llazgos; 2) los ciclos de comercio; 3) el carácter del

intercambio.

La densidad y distribución de los hallazgos.

En la actualidad, se puede decir que no existe un

castro del Noroeste situado en la zona litoral y con

ocupación entre el 500 y el 50 a.C. que no haya su-

ministrado algún elemento de origen mediterrá-

neo (púnico, griego o ibérico). Sin embargo, está

afirmación requiere de matices para que cobre

todo sus significado histórico. La zona que con-

centra más hallazgos es la situada entre la des-

embocadura del Duero, donde se sitúa el

importante emporio de Cale (Oporto) y el norte de

las Rías Baixas. Pasado Finisterre, la presencia pú-

nica se desvanece rápidamente, a excepción de

dos polos comerciales de relevancia: la Bahía de A

Coruña – Castro de Elviña y, en menor medida, la

Campa Torres (Gijón). Es cierto que el norte ga-

llego y el Cantábrico son peor conocidos arqueo-

lógicamente que las Rías Baixas, pero también es

cierto que castros excavados en extensión, como

Borneiro (Cabana, A Coruña) no han ofrecido más

materiales púnicos que escasas cuentas de pasta

vítrea.

Buscando a los púnicos en el Noroeste. Nuevas aproximacionesa la presencia mediterránea en Galicia y el norte

de Portugal durante la Edad del HierroAlfredo González Ruibal (UCM), Xurxo Ayán Vila (CSIC)

y Rafael Rodríguez Martínez (Deputación de Pontevedra).

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

Esta caída brusca del comercio que se advierte

entre la fachada occidental y la septentrional

tiene su correlato en la que se produce entre la

costa y el interior. La presencia de cerámica púnica

se desploma a los pocos kilómetros del litoral. Cre-

emos que además de las obvias dificultades oro-

gráficas es necesario tener en cuenta cuestiones

de tipo sociopolítico que limitarían la circulación

de importaciones mediterráneas. Esto plantea

dudas sobre el papel de los emporios comerciales

situados en la costa, puesto que no parece que

tengan propiamente un papel redistribuidor de

importaciones. Más bien, asentamientos como A

Lanzada (Pontevedra) parecen acaparar objetos

foráneos.

Los ciclos de comercio.

Los abundantes lotes de cerámicas de importa-

ción descubiertos en castros galaicos nos permi-

ten hablar de ciclos de comercio, los cuales

pueden ponerse en relación con tendencias pan-

mediterráneas. Es necesario realizar más excava-

ciones en yacimientos con buenas estratigrafías,

pero en el momento actual podemos distinguir al

menos dos fases claras de intercambio (González

Ruibal et al. 2007): la púnica propiamente dicha

(ca. 450 – 150 a.C.) y la tardopúnica (150 a.C. – 50

a.C.). Mientras que la primera muestra unas ca-

racterísticas muy idiosincrásicas—que revelan la

importancia de las decisiones locales en la confi-

guración del comercio—, durante la segunda

etapa, si bien no se pierde la peculiaridad galaica,

es obvio que el Noroeste se integra mucho más en

la koiné de consumo del mediterráneo occidental

(caracterizada entre otras cosas por la gran circu-

lación de ánforas Dressel 1, Mañá C2b y kalathoi).

En la presentación describiremos de forma deta-

llada los tipos de materiales que aparecen asocia-

dos a cada uno de los ciclos comerciales.

El carácter del intercambio.

La excavación en extensión de yacimientos como

el Castro Grande de Neixón (A Coruña) (Ayán

2005, 2008) nos están permitiendo acercarnos de

manera más precisa a la forma que tomaron las

relaciones entre púnicos y galaicos. Las excava-

ciones en Neixón han sacado a la luz un emporio

en el que se mezclan inextricablemente las fun-

ciones comerciales y rituales: se trata de un re-

cinto lleno de hoyos y rodeado por un profundo

foso en el cual tuvieron lugar los intercambios

entre indígenas y navegantes mediterráneos.

Dentro de las fosas y en la zanja perimetral han

aparecido numerosos materiales púnicos datables

en su mayoría en los siglos IV y III a.C. Las cerámi-

cas aparecen asociadas a objetos singulares cas-

treños, como fíbulas, artefactos decorados de

hueso e imitaciones de ungüentarios, así como di-

versos animales, extraños en el registro faunístico

galaico (perro, cochinillos y aves), pero que enca-

jan bien en el ámbito fenicio-púnico. Todo ello re-

vela el carácter estructurado (votivo) de los

depósitos y la naturaleza ritualizada de los inter-

cambios. Esta misma naturaleza resulta aparente

en Punta do Muiño (Vigo), donde se ha localizado

una estructura cuadrangular con betilos llena de

cerámicas púnicas (sobre todo ánforas Mañá-Pas-

cual A4) (Suárez Otero 2004; González Ruibal

2006). Un betilo ha aparecido también en el ve-

cino castro de Toralla, fuera de contexto pero en

niveles con cerámica púnica. Frente al carácter ri-

tualizado de la primera fase de comercio púnico, el

intercambio tardío adquiere una forma más em-

presarial. En relación con esta nueva fase se pue-

den señalar diversos puntos de desembarque que

han ido apareciendo en excavaciones de urgencia

urbanas en las ciudades de A Coruña (Mañá C2b

asociadas a cerámicas castreñas), Vigo (ídem) y

Pontevedra (cerámicas de la Edad del Hierro en la

zona del puerto romano). Consideramos que en

ambos períodos debió haber agentes comerciales

del mediodía peninsular viviendo en los castros o

cerca de ellos, sino durante todo el año, al menos

de forma estacional.

Nuevas vías de investigación.

Uno de los interrogantes que plantea el Noroeste

es la ausencia de trazas evidentes de comercio fe-

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Preactas

31

nicio, pese a la existencia de un importante asen-

tamiento fenicio o tartésico en la desembocadura

del Mondego: Santa Olaia (Torres 2005: 201-203).

Existen elementos indirectos que nos hablan del

impacto de la colonización fenicia peninsular, pero

los artefactos claramente vinculables a navegan-

tes foráneos durante la Primera Edad del Hierro

son muy escasos y, con frecuencia, dudosos: se

pueden señalar un par de fragmentos de plato de

engobe rojo y un posible fragmento de urna Cruz

del Negro procedentes de A Lanzada (Pontevedra)

y un pie de trípode fuera de contexto de Neixón.

Es posible que nuevas excavaciones en castros an-

tiguos del norte de Portugal y la zona del Bajo

Miño permitan arrojar luz sobre esta intrigante

cuestión. Otro punto que debe ser analizado de

forma más profunda es el impacto del mundo me-

diterráneo en la cultura galaica. Los datos de que

disponemos nos permiten hablar de aportaciones

importantes en la esfera religiosa y en las tecno-

logías vinculadas al poder (orfebrería y escultura).

Sin embargo, la automática atribución al mundo

romano de todo aquello que tenía un aire medi-

terráneo en la Edad del Hierro del Noroeste ha im-

pedido valorar, hasta ahora, la influencia púnica

en Callaecia.

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Preactas

33

Los últimos años han visto aumentar consi-

derablemente los trabajos que se refieren a

la identidad de los pueblos antiguos. Si-

guiendo la senda de los investigadores anglo-sa-

jones (inspirados a su vez en sus colegas

antropólogos), algunos arqueólogos españoles

han intentado aplicar modelos y reflexiones a la

población peninsular del Bronce Final-Hierro, que

es la que aquí nos interesa.

Después de los dos volúmenes sobre Paleoetno-

logía editados por M.Almagro y G. Ruiz Zapatero

(1992), podemos destacar entre otras las notables

contribuciones de E.Ferrer Albelda (1998; 2007),

quién subrayó con justa indignación que precisa-

mente los púnicos habían sido injustamente olvi-

dados en dichos volúmenes, y la de J.L. López

Castro (2004).

En esta ocasión queremos aportar algunas ideas

sobre esta cuestión de la identidad a partir de una

visión general del mundo funerario púnico, no

sólo en Iberia. Nuestra visión se ha enriquecido,

creemos, con el debate organizado por la British

School in Rome con el sugerente título de “Iden-

tifying the Punic Mediterranean”, celebrado en

Roma en noviembre pasado y en el que tuvimos

la ocasión de participar,

La búsqueda de lo que es una identidad púnica re-

sulta tan complicada como la de otras identida-

des desaparecidas. Tanto más si seguimos las

ideas más recientes sobre la teoría de la identidad,

que sostienen con razón que una cultura arqueo-

lógica no es una identidad étnica. Y más difícil aún

resulta avanzar cuando se rechaza sin más la len-

gua y la religión como elementos válidos para per-

cibir una identidad, o se les considera

simplemente como meros indicios. Y si la identi-

dad étnica es finalmente y sobre todo una auto-

adscripción individual a un determinado grupo

(Jiménez, 2008, 63), la tarea se vuelve realmente

compleja.

Intentaremos abordar la cuestión desde otro án-

gulo. Una manera de diferenciar los grupos hu-

manos es observar la repetición de los gestos, de

las costumbres, de las actitudes o de las tenden-

cias. Es esta una manera de trabajar habitual

entre los antropólogos, pero que a los arqueólo-

gos nos plantea un problema: los grupos que nos

interesa estudiar ya no existen, no podemos ob-

servarlos. Es así de sencillo. Debemos acercarnos

pues a los restos materiales y sobre todo a la in-

terpretación para poder reconstruir esa diversidad

de conductas individuales y aceptar o no la exis-

tencia de grupos (identidades) diferentes (1).

En esta perspectiva, mi intención es acercarme a

estas cuestiones a través de los restos funerarios,

tan abundantes en el mundo púnico. De hecho la

Arqueología púnica fue durante largo tiempo una

arqueología eminentemente funeraria: desde

Cádiz a Cartago, desde Ibiza hasta Cagliari, los

grandes centros eran sobre todo conocidos por

sus grandes necrópolis. Tenemos así una enorme

masa documental sobre la muerte, las tumbas y

las costumbres funerarias, que nos pueden ayu-

dar a encontrar esa identidad púnica de la que ha-

blamos.

Notas

Sobre la individualidad en Arqueología, véase

ahora la interesante contribución de Knapp y van

Dommelen (2008).

Algunas reflexiones sobre la identidad púnicaCarlos Gómez Bellard

(Universidad de Valencia)

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Preactas

35

La caracterización etnológica de la Andalu-

cía Occidental en el contexto prerromano

ha estado dominado por el paradigma de la

secuencia Tartesos-Turdetania. Respecto del pri-

mer elemento, se ha venido considerando que las

fuentes literarias documentaban claramente la

existencia de una cultura, cuando no de toda una

civilización, Tartesos, y de un pueblo indígena, los

tartesios, que asistían la llegada de los colonos fe-

nicios y de los comerciantes griegos, y cuyo pro-

ceso histórico se extendían desde finales del II

milenio a. C. hasta el s. VI. También se ha venido

considerando tradicionalmente que, a partir del s.

VI a. C., Tartesos desaparece, más o menos gra-

dualmente, y con él la denominación étnica de

tartesios, dando paso a un horizonte cultural

nuevo y diferenciado, el turdetano. La Turdetania

y los turdetanos constituirían, en la imagen más

extendida, el horizonte étnico y cultural protago-

nista del proceso histórico en la Andalucía occi-

dental entre el s. VI a. C. y la llegada de los Bárcidas

en 237 a. C. y posteriormente, tras el desarrollo de

la Segunda Guerra Púnica en la Península Ibérica,

bajo el dominio romano hasta su integración en

las estructuras del Imperio.

En los últimos años se ha dedicado una mayor y

mejor atención a las características del pensa-

miento historiográfico y geográfico antiguo, a los

marcos ideológicos desde los que escriben los au-

tores griegos y romanos, y a los condicionamien-

tos propios de sus géneros literarios. Por otra

parte, los estudios de etnicidad e identidad en el

Mundo Antiguo han contribuido a una revisión de

los criterios de identificación cultural y arqueoló-

gica de las “etnias” supuestamente descritas por

las fuentes literarias antiguas. Todo ello legitima y

justifica una revisión de los conceptos de Tartesos

y de Turdetania desde el prisma de la identidad.

Las novedades aportadas por los últimos análisis

de la tradición literaria son, llanamente, demole-

doras (Ferrer y García 2002; García 2002; 2003;

Cruz 2007; Moret e.p.). Un examen atento de los

testimonios antiguos revelan que las menciones

a Tartesos no desaparecen tras el s. VI a. C., y que

las menciones a la Turdetania y a los turdetanos

no aparecen en ese momento, sino mucho des-

pués, en época romana. Frente a lo tradicional-

mente admitido, Tartesos, como concepto

geo-etnográfico y como referente histórico, no

desaparece en el s. VI a. C., y no es substituido en-

tonces por el concepto de Turdetania, que no apa-

rece hasta mucho después. Es más, los últimos

estudios sobre la obra de Estrabón, la fuente más

importante para este tema, evidencian que en su

Geografía, la Turdetania es un concepto agluti-

nante, cargado de connotaciones ideológicas y,

posiblemente destinado a cohesionar de manera

inteligible el paisaje étnico-político del occidente

de la Bética (Cruz 2007). En otras palabras, parece

cobrar fuerza la hipótesis de que ni la Turdetania

ni los turdetanos existieron como un concepto ét-

nico realmente utilizado por las poblaciones de la

zona para autodefinirse, o al menos no con la re-

levancia y el papel que la obra de Estrabón pudiera

hacer pensar (Moret e.p.).

Lo contrario sucede en el caso del etnónimo tar-

tesio. En trabajos previos (Álvarez 2007; 2008)

hemos sostenido que el concepto de Tartesos

tiene, en las menciones más antiguas, las vincula-

das al horizonte histórico de los ss. VIII-VI a. C., un

contenido fundamentalmente geográfico y no es-

Tartesios: ¿un etnónimo de la Iberia púnica?Manuel Álvarez Martí-Aguilar

(Universidad de Málaga)

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36

VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

pecíficamente étnico, con lo que no se referiría ex-

clusivamente al elemento poblacional indígena

diferenciado del colonial, del fenicio. En cambio,

hemos creído poder apreciar que cuando las men-

ciones a los tartesios tienen un contenido más cla-

ramente étnico, como expresión de una

conciencia de identidad étnica, es a partir del s. V

a. C. y, sobre todo, en época Bárcida y romana.

En esta época, aunque pueda parecer sorpren-

dente, las referencias a “los tartesios” están vin-

culadas a poblaciones de tradición cultural

fenicio-púnica, sobresaliendo en este sentido la

Gades romana y su territorio. En este contexto se

explica la tradición sobre la identificación de Tar-

tesos y Gadir en la literatura romana (Alvar 1989;

Álvarez 2007). Nuestra aportación se basa en la

convicción del carácter histórico de la construc-

ción de las identidades étnicas. El concepto de Tar-

tesos es múltiple y cambiante, y a lo largo de su

prolongada pervivencia en la tradición literarias

antigua refleja realidades diversas. En nuestra in-

tervención trataremos de documentar y explicar

un fenómeno cada vez más evidente, el uso del et-

nónimo “tartesio” como forma de autodenomina-

ción de poblaciones del suroeste peninsular en

época bárcida y romana, y de manera muy con-

creta, de algunas de las que denominamos como

púnicas, entre ellas la propia Gadir. Nuestro estu-

dio se inserta en el nuevo marco de análisis de la

construcción étnica entre las comunidades “púni-

cas” del Extremo Occidente, caracterizado por la

complejidad y la diversidad, que tiene en los tra-

bajos de E. Ferrer su mejor exponente (Ferrer

1998; 2004). El étnico tartesio puede cobrar en-

tonces nuevos significados, como uno más de los

nombres utilizados por y para este conjunto de co-

munidades.

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Preactas

37

Las monedas llamadas “libiofenicias” consti-

tuyen un conjunto de hallazgos numismá-

ticos característico. Se trata de restos de

antiguas acuñaciones peninsulares que presentan

leyendas en una escritura, diferenciada del resto

de las usadas en su zona y época, de difícil lectura

e interpretación. Se trata de un sistema gráfico de

trazos simples y angulosos, claramente diversos

de los que conforman los grafemas de las escritu-

ras paleohispánicas, púnicas o latinas, aunque con

características que acercan en ocasiones esta es-

critura monetal, sin ser directamente interpreta-

ble gracias a él, al llamado alfabeto “neopúnico”

(esto es, a la manifestación epigráfica de formas

cursivas del alfabeto fenicio en su versión púnica

tardía).

Se trata, además, de acuñaciones en bronce (ases,

semis, cuadrantes, dependiendo de cada ceca) que

no suelen presentar una especial calidad de gra-

bado y acuñación y cuyo estado de preservación

es con frecuencia malo. Los tipos recuerdan a las

monedas de Gadir, aunque incorporan también

motivos diversos (siendo el más típico un toro).

Como también la escritura, los tipos se han consi-

derado vulgares, impermeables al influjo romano

(aunque presentan también imitaciones de dena-

rios republicanos). Se conservan, por añadidura,

pocos ejemplares (con algunas excepciones, en

cualquier caso siempre relativas). Los sucesivos es-

tudios numismáticos no parecen en cambio haber

dejado dudas sobre la zona general y el momento

concreto de su emisión: proceden del sur penin-

sular (sobre todo de zonas de la Bética próximas al

estrecho) y fueron acuñadas tras la conquista ro-

mana (entre mediados del s. II a. n. e. y mediados

o finales del siglo sucesivo). Esta localización de

algunas de las cecas en áreas cercanas a antiguas

zonas de segura presencia fenicia, que parece ex-

plicar la similitud tipológica que las series pre-

sentan con las monedas gaditanas y, en algún

caso, norteafricanas, ha servido también para ex-

plicar las similitudes ocasionalmente advertidas

entre el alfabeto monetal y los alfabetos púnicos

y neopúnicos propios de este momento tardío de

su uso.

Sin embargo, desde el punto de vista epigráfico, la

interpretación de las leyendas propias de estas

monedas está lejos de resultar clara, lo que no

deja de resultar sorprendente a tenor de la favo-

rable comprensión de su contexto histórico gene-

ral, de la segura identificación de muchas de las

cecas y del buen conocimiento actual de los siste-

mas gráficos en uso en la zona. De hecho, el nom-

bre por el que son conocidas estas acuñaciones y

su alfabeto –que ha sido llamado, además de “li-

biofenicio” (o “libio-fenice/fénice”), también “bás-

tulo-fenicio” o incluso simplemente “tartesio” o

“turdetano”– revela tanto los condicionantes his-

toriográficos que han subyacido a su estudio

como la dificultad de éste. Como es sabido, la de-

nominación “libiofenicia” descansa en la hipoté-

tica coincidencia de los lugares de origen de estas

monedas con los de asentamiento en su mo-

mento de los no bien conocidos “libiofenicios” ci-

tados en las fuentes clásicas. La identificación y

consiguiente denominación, aunque con más de

siglo y medio de uso, siendo hoy predominante y

no estando exenta de indicios para su aceptación,

no es tampoco unánime o indiscutida: la falta de

prueba documental directa y de base histórica

concluyente que ligue estas acuñaciones a los “li-

Las leyendas monetales “libio-fenicias”:Revisión epigráfica e implicaciones históricas

José Ángel Zamora(Consejo Superior de Investigaciones Científicas)

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38

VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

biofenicios” de las fuentes escritas hace que con

frecuencia se tome su nombre como una mera

convención. En cualquier caso, queda patente la

interesante y problemática componente histórica

a considerar de forma inevitable en cualquier

aproximación al mero problema documental.

El estudio que aquí presentamos es parte de una

investigación a largo plazo que pretende, desde

una perspectiva estrictamente epigráfica, repasar

y si es posible comprender la situación documen-

tal y la naturaleza del alfabeto monetal –su ori-

gen, su uso, sus restos– con el objetivo último de

iluminar en la medida de lo posible la compo-

nente histórica antes citada. Se trata por tanto de

un trabajo en curso del que pueden anticiparse al-

gunos resultados.

A día de hoy, es posible por ejemplo hacer un pe-

queño y, a nuestro juicio, revelador balance histo-

riográfico. Los primitivos estudios de Velázquez a

mediados del s. XVIII (en los que distinguió estas

monedas del resto designándolas como “bástulo-

fenicias”), las primeras catalogaciones modernas

de Delgado un siglo después y, sobre todo, los in-

mediatos estudios de Zobel de Zangroniz (quien

por primera vez usó el término “libio-fénices”, pro-

poniendo en trabajos fundacionales la relación del

alfabeto de estas monedas con el fenicio y el líbico,

aun señalando su diversidad) sirvieron ante todo

para definir el marco documental y fijar, de forma

aproximada, su procedencia y cronología, propo-

niendo en consecuencia algunas primeras inter-

pretaciones.

Con posterioridad, diferentes investigadores fue-

ron fijando, y en algunos casos agotando, las dife-

rentes líneas interpretativas consideradas

posibles. Al principio, se dieron pocos avances con-

cretos: todavía a finales del s. XIX, Heiss (que man-

tuvo la denominación “bástulo-fenicia”) incidió

simplemente en la relación norteafricana de las

acuñaciones, mientras Rodríguez de Berlanga (que

prefería calificar estas monedas como “tartesias”)

subrayó la que creyó segura relación con el mundo

fenicio-púnico (aunque por supuesto sin resulta-

dos epigráficos relevantes). Los trabajos de Schul-

ten (que prefería hablar también, aunque con

otras intenciones, de monedas “tartesias”) sirvie-

ron para mostrar, en sus intentos de interpreta-

ción epigráfica, las dificultades y debilidades de

una aproximación directa (y prejuiciada) a las le-

yendas conservadas. De forma no menos signifi-

cativa, los sucesivos estudios de Meinhof,

Schoeller o Zyhlarz a principios de los años 30 del

s. XX, o los de ten Wolde veinte años después, ex-

ploraron infructuosamente la vía líbico-bereber:

aunque algunos de ellos eran sólidos especialis-

tas en lenguas norteafricanas que llegaron a de-

fender la cercanía lingüística de la realidad

subyacente a las monedas libiofenicias con las

lenguas norteafricanas, no pudieron pasar, en el

análisis gráfico, de señalar algunas similitudes ca-

suales; de hecho, apenas si pudieron defender que

existiera una derivación peninsular de la escritura

líbica, optando algunos de ellos de forma revela-

dora por aceptar mejor para el alfabeto monetal

libiofenicio una relación o derivación de la escri-

tura púnica cursiva. Un buen reflejo del estado de

la cuestión a mediados del s XX lo proporciona un

trabajo muy crítico (y muy criticado) de Beltrán,

que, sin embargo, en su balance señalaba (si se

quiere con cierta exageración) lo que los anterio-

res estudios habían en el fondo establecido: que

la escritura monetal libiofenicia estaba lejos de

ser descifrada, constituyendo un sistema bien de-

finido y distinto, pero oscuro, dentro del panorama

peninsular antiguo; que sus signos eran sólo ais-

ladamente parecidos a los que presentaba el lí-

bico; y que no se correspondían con los del

alfabeto púnico ni eran interpretables directa-

mente por él, teniendo eso sí semejanza (una se-

mejanza que Beltrán consideraba “escasa”) con los

grafemas neopúnicos.

Con todo y con ello, ni las propias propuestas de

Beltrán ni las poco posteriores de Gil Farrés consi-

guieron grandes avances, que apenas se dieron

durante las tres décadas posteriores (en las que

cabe mencionar alguna interesante reflexión que,

mediante la comparación de la situación epigrá-

fica hispana con la de otros ámbitos, introducía

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Preactas

39

nuevos conceptos, como la consideración de “al-

fabeto epicórico” para el signario libiofenicio pro-

puesta por Siles a mediados de los años setenta).

A principios de los ochenta apareció sin embargo

un trabajo que, recogiendo cuanto parecía ha-

berse establecido en años anteriores, parecía por

fin utilizarlo con provecho: Solà-Solé interpretó las

leyendas monetales en clave fenicio-púnica, con-

siderando su escritura como un sistema de tipo

neopúnico (muy diverso del resto, muy evolucio-

nado) que permitía lecturas de topónimos adscri-

bibles a la lengua fenicia. Desde entonces, las

lecturas de Solà-Solé, como se advierte en los fun-

damentales trabajos posteriores de García-Bellido

(y, secundariamente, también en los de Alfaro –

contribuciones a las que puede sumarse ahora la

aún reciente de Pérez Orozco) han constituido

algo así como una base general sobre la que, sin

embargo, ha sido necesario o bien señalar obvias

debilidades y ambigüedades, o bien corregir lec-

turas e interpretaciones (que en el fondo introdu-

cían nuevas ambigüedades e inconsistencias en el

conjunto de la interpretación de Solà-Solé).

Como resultado, parece en efecto que la vía inter-

pretativa más probable y productiva sea la neo-

púnica (esto es, la relación de la escritura

libiofenicia tal y como se presenta en los diferen-

tes ejemplares de monedas conservados con las

escrituras púnicas cursivas más tardías); pero no

puede en realidad hablarse de una verdadera in-

terpretación de conjunto, coherente y consistente,

y por lo tanto de un desciframiento del signarlo li-

biofenicio en esta clave. Como anticipábamos,

este hecho resulta tanto más sorprendente

cuanto que la existencia de un sistema gráfico de

referencia y de acuñaciones “bilingües” (o al

menos de cecas toponímicamente identificables)

debería facilitar unas lecturas sobre las que, por

el contrario, rara vez existe consenso.

En este y en trabajos sucesivos intentaremos, me-

diante una aproximación como decíamos estric-

tamente epigráfica, mostrar los detalles y las

posibles razones de esta situación. Anticipando al-

gunas de las líneas generales del análisis epigrá-

fico, hay que destacar, por un lado, las

particularidades que presenta el alfabeto mone-

tal estudiado cuando es tratado, tal cual se pre-

senta, como un efectivo sistema en uso: se trata

de un conjunto de grafemas de gran variedad en

relación a la base documental conservada (con

gran variedad gráfica dentro de una misma acu-

ñación y con gran diversidad gráfica entre acuña-

ciones); de hecho, si no se procede a una tentativa

asignación de valores en el estudio de cada le-

yenda, las distinciones y agrupaciones (semejan-

zas) entre trazos y signos se hacen ya difíciles; si se

asignan en cambio valores al conjunto, las ambi-

güedades son frecuentes, mientras que si se asig-

nan valores por grupos, las inconsistencias son

constantes. A ello hay que añadir que tal variedad

no es explicable en simples términos de uso: no

se aprecian tendencias gráficas, ni normalizacio-

nes claras; coexisten disgregaciones, inversiones,

cambios de inclinación, añadidos y pérdidas, que

no tienen una causa clara en una simple evolución

por uso (difícil en cualquier caso de explicar en los

márgenes espaciales y temporales en los que la

documentación se enmarca). Cabe por tanto pre-

guntarse si los signos presentes en las monedas

conservadas forman realmente, tal cual se nos

presentan, un sistema gráfico orgánico y regular o

si nos encontramos, en realidad, ante el reflejo

mediatizado del verdadero sistema gráfico en uso.

Esta última posibilidad abre de hecho algunas

consideraciones que, en último término, entron-

can con la evolución de los usos gráficos (y lin-

güísticos) en determinadas comunidades de la

Bética durante las primeras fases de la domina-

ción romana, e implican por tanto ulteriores re-

flexiones históricas sobre la base cultural de la

zona y sus cambios durante el periodo.

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Preactas

41

El objetivo principal de esta ponencia es el

análisis de la circulación de productos, de

los mecanismos de intercambio y de las

pautas de consumo en el entorno de la paleode-

sembocadura del río Guadalquivir entre los siglos

V y II a.C. Para ello, primeramente, hemos selec-

cionado tres ciudades en las que se han docu-

mentado recientemente contextos datables en

este período: Caura (Coria del Río), Ilipa (Alcalá de

Río) y *Spal (Sevilla). En segundo lugar, hemos re-

visado excavaciones antiguas (Sevilla) y hemos es-

tablecido comparaciones con otras secuencias

estratigráficas y excavaciones del entorno (Itálica,

Cerro de la Cabeza, Cerro Macareno, Carmona).

Los productos objeto de este estudio son funda-

mentalmente cerámicos: envases anfóricos de di-

versas tipologías y procedencias, y las vajillas de

lujo y semilujo importadas, concretamente cerá-

mica ática y “tipo Kuass”. No obstante, la preten-

sión de establecer las pautas de producción,

importación y consumo nace en parte lastrada

por un problema hasta ahora insoluble que radica

en la imposibilidad de definir en algunos casos

qué productos se comercian y dónde se envasan,

ya que desconocemos los alfares y los contenidos

de determinados tipos anfóricos (Pellicer B-C y D).

Un problema añadido es la definición étnica de

estas ciudades y de estas producciones de las que

se desconoce su origen, a las que sintomática-

mente se les han denominado “iberopúnicas” o

“turdetanas”.

Centrándonos en el flujo de envases destinados al

transporte y a la vajilla de mesa, desde el punto

de visto diacrónico hay un punto de inflexión en el

siglo IV a.C. Hasta entonces las importaciones me-

diterráneas, aunque presentes, eran escasas, y la

circulación de productos alimenticios se hacía en

envases anfóricos (Pellicer B-C), a los que se le su-

pone una producción local, o en ánforas salazo-

neras del área del Estrecho en sentido amplio,

incluyendo también la costa malacitana. A partir

del siglo IV a.C. la proporción de productos prove-

nientes de los talleres gadiritas y de la campiña

circundante aumenta exponencialmente, con un

período de apogeo centrado en el siglo III a.C. En lí-

neas generales podemos afirmar que una parte

mayoritaria de las ánforas importadas registradas

fueron fabricadas en los talleres de Gadir, ciudad

que se constituye en el primer, y casi único, inter-

locutor comercial de *Spal. Tan sólo durante la se-

gunda Guerra Púnica y tras la conquista romana

llegan productos de procedencias más lejanas,

como los contenidos en los envases púnicos cen-

tromediterráneos T-5.2.3.1 y T-7.2.1.1, o las ánfo-

ras grecoitálicas de vino campano; pero aún éstas

arriban al emporio fluvial teniendo a Gadir como

escala intermedia.

Por los productos transportados en los tipos mejor

documentados, sabemos que las producciones pis-

cícolas fueron las más demandadas, en una se-

cuencia ininterrumpida desde fines del siglo VI o

principios de V a.C. hasta la Antigüedad Tardía. Así

parece demostrarlo la presencia, siquiera residual,

de los tipos T-11.2.1.3, T-11.2.1.4 y T-12.1.1.1, los tí-

picos envases salazoneros fabricados en las costas

del Estrecho desde fines del siglo VI hasta el III a.C.

La continuidad de estas exportaciones está defi-

nida por las ánforas T-8.2.1.1, T-9.1.1.1, T-7.4.3.1 y T-

7.4.3.3, que certifican el flujo constante de ánforas

salsarias púnicogaditanas desde el siglo IV al I a.C.

Comercio y consumo de productos púnicos en tresciudades turdetanas: Caura, Ilipa y Spal.

J. L. Escacena Carrasco, E. Ferrer Albelda y F. J. García Fernández

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42

VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

La función de *Spal como centro de consumo, pero

sobre todo redistribuidor de estos productos,

queda patente si analizamos los contextos de

otros centros poblacionales de su entorno. No

obstante, en el análisis de dicha función es preciso

hacer una distinción cronológica, definida sinto-

máticamente por la conquista romana. A partir de

los datos dispersión actuales, las ánforas T.8.2.1.1,

características de los siglos IV y III a.C., tienen una

distribución en el área turdetana que no supera

un radio de 50 km desde Spal, pues los lugares

más alejados donde se han registrado son Car-

mona y Vico. Sin embargo, los envases T.9.1.1.1,

propios del siglo II a.C., penetran por el valle del

Guadalquivir, documentándose en Corduba, e in-

cluso en un poblado ibérico tan lejano como el

Cerro de la Cruz (Almedinilla, Córdoba).

Después de las salazones y salsas saladas de pes-

cado, otro producto que afluye a las instalaciones

empóricas y se redistribuye a otros centros cerca-

nos, como Ilipa, es el aceite de oliva contenido en

las ánforas T-8.1.1.2, habituales en los contextos

del siglo III a.C. Sus alfares, de los que se desconoce

su exacta localización, se ubicaban en la campiña

de Cádiz, y el contenido debió de producirse en las

factorías que, como Cerro Naranja, explotaban el

territorio de ciudades Asta, Eboura o Asido.

Resulta evidente, pues, el carácter empórico de

*Spal, hipotético para tiempos anteriores al siglo IV

a.C. por la ausencia de datos contextuales y mate-

riales determinantes, aunque no deja de ser presu-

mible dada su situación geográfica y su evolución

posterior. El predominio de envases anfóricos sobre

otras producciones cerámicas en todos los contex-

tos revisados de los siglos IV al II a.C, ya es un dato

significativo que parece evidenciar la proliferación

de edificios y basureros relacionados, respectiva-

mente, con el almacenamiento y la amortización

de recipientes comercializados. Por otro lado, el ori-

gen de una parte importante de los contenedores

y de algunas vajillas, como la cerámica ática de bar-

niz negro o la cerámica “tipo Kuass”, hace patente la

vinculación de *Spal con Gadir, y su carácter de cen-

tro redistribuidor de productos propios y ajenos.

La composición de los repertorios cerámicos, y es-

pecialmente de los anfóricos, contextualizados en

Spal, Ilipa y Caura no constituye una excepción si

establecemos comparaciones con asentamientos

de su entorno inmediato. Las concomitancias con

los elencos de otras áreas integradas en el “Círculo

del Estrecho”, como los de las comarcas ribereñas

del lacus Ligustinus (Cerro Macareno, Pajar de Ar-

tillo, Lebrija, etc.), la campiña y la bahía gaditanas

(Doña Blanca, Las Cumbres, Cerro Naranja, Asta,

etc.), y también de la costa onubense (Onuba, Ili-

pla, La Tiñosa), el Algarve (Baesuris, Cerro da Rocha

Branca, Faro, Tavira, Monte Molião) y el norte del

Marruecos atlántico (Kuass), ponen de manifiesto

una comunidad de intereses por integración en

una estructura comercial, en la que Gadir debió

jugar el papel de puerto receptor de importacio-

nes mediterráneas y difusor de sus propios pro-

ductos, mientras que otros centros de rango

menor como Onuba, Castro Marim, o la propia

*Spal, ejercerían el papel de redistribuidores de

sus respectivas áreas de influencia, y como consu-

midores de los productos de procedencia gadirita

(aceite, vino, salazones, etc.). Estas analogías ob-

servadas en la procedencia y distribución de los

envases de transporte son extensibles, aunque en

menor medida, a la vajilla de lujo o semilujo, re-

presentada en la vajilla “tipo Kuass”, y a algunos

recipientes de cocina y mesa, como los morteros,

platos de pescado, cazuelas de borde ranurado y

jarras monoansadas fabricadas en los alfares de

Gadir.

La recuperación del tránsito comercial de *Spal

durante los siglos IV y III a.C. no debe interpre-

tarse, por tanto, con un fenómeno aislado, sino

como una manifestación más de la reactivación

económica y comercial del área atlántica que al-

gunos autores atribuyen a la creciente presencia

cartaginesa, a la subsiguiente implantación de co-

lonos norteafricanos y a la reestructuración de la

propiedad de la tierra. Empero, la mayoría de los

estudios que han analizado este fenómeno con-

templan este proceso como los síntomas de un

período de apogeo y de expansión económica y

comercial de Gadir.

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Preactas

43

Si hacemos un balance del conocimiento

que hemos adquirido a partir de las fuen-

tes literarias del desarrollo de los asenta-

mientos de la costa mediterránea andaluza entre

los siglos VI y III a.C. podemos llegar a la conclu-

sión de que éste es enormemente exiguo y poco

consistente, no en vano se trata de noticias apa-

rentemente muy contradictorias por lo que se re-

fiere a su filiación étnica y en consecuencia muy

poco es lo que se puede deducir respecto a su ar-

ticulación política, si no es a partir de indicios muy

indirectos 1.

Tampoco se ha podido avanzar decisivamente

sobre el origen de los topónimos de unos asenta-

mientos que las fuentes insisten en señalar a

veces como de origen fenicio-púnico. Si bien algu-

nos autores han buscado y siguen buscando pa-

ralelos y etimologías de esta filiación, otros

insisten en negarla y sugerir generalmente un ori-

gen indígena o como adstratos líbicos o de otras

partes del Mediterráneo. Así ha llegado a recha-

zarse la filiación fenicio-púnica de los nombres de

Abdera (Adra), Sexi (Almuñécar), Malaka (Málaga),

Cartima (Cártama) o Suel (Sanmartín 1994: 231-

238; Villar, 2000: 293, 296). Lo cual plantea no

pocos problemas de confrontación con lo que las

evidencias arqueológicas recogidas estos últimos

años, ya absolutamente abrumadoras, nos vienen

mostrando: que se trata prácticamente en todos

los casos de fundaciones ex novo sin asentamien-

tos indígenas previos y que su devenir cultural

hasta época romana siguió siendo fenicio-púnico,

sin revelar ningún indicio en su cultura material

de haber pasado bajo dominio de alguno de los

estados ibéricos que se conformaron en el interior.

Existen, pues, pocas razones que puedan justificar

la atribución de un nombre no fenicio para la ma-

yoría de estos enclaves. A este respecto, nos sigue

pareciendo que el nombre de Abdera puede tener

una relación convincente con Abaddir, del fenicio

‘bn’dr, que podría significar “gran piedra” o bien

“piedra fuerte” (López Castro, 2007: 163); El nom-

bre griego Molibdine, la localidad mastiena citada

por Hecateo, cuyo significado es “la del plomo”, pa-

rece tener que ver con un lugar donde se obtiene

plata (Gangutia, en THA II a: 151). Quizás una de-

nominación griega de Baria (Villaricos, Almería)

por su riqueza en plomo argentífero procedente

de Sierra Almagrera y alrededores. Un asenta-

miento que al igual que Abdera son fundaciones

fenicias antiguas y presentan continuidad con res-

pecto a la fase anterior y crecimiento de carácter

urbano a partir del s. VI a.C., y especialmente

desde el V a.C. (López Castro, 2007: 174-175).

Sexi (Almuñécar) es mencionada con numerosas

variantes en los textos mientras en las monedas

de leyenda neopúnica aparece como SKS y su

nombre recuerda al de Šuks(u), actual Tell Sūkūs

en la llanura costera siria, que E. Lipinski (1984:

119) considera nombres idénticos2.

Malaka, cuya denominación Sola Solé (1960: 496)

consideró entre otras posibilidades como de ori-

gen fenicio, se podría relacionar con Malah, “ma-

rino”, más un segundo elemento -‘k con el

significado de “Pieu d’amarrage” y por extensión

“puerto”3. Estos componentes onomásticos po-

drían ser refrendados por las noticias que señalan

a Malaka como importante fondeadero de la costa

oriental andaluza en época púnica y romana. His-

La organización y la explotación del territorio del litoral occidental deMálaga entre los siglos VI-V a.C.: De las evidencias

literarias a los nuevos datos arqueológicos.Fernando López Pardo y José Suárez Padilla

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

tóricamente no tendría sentido considerarlo un

nombre líbico por mucho que se quiera relacionar

con el nombre del río Molokhath (actual Muluya)

y la localidad homónima, so pena que los restos

de ocupación fenicia y romana de la desemboca-

dura del río norteafricano (Kbiri Alaoui et al., 2004:

602-603) no permitan considerar incluso a éste úl-

timo también de origen semita. Es probable, in-

cluso, que Cartima (Cártama), que parece

incorporar el elemento Qart (ciudad), fuera en ori-

gen tomado del topónimo fenicio oriental *qrtm

(localidad sidonia transcrita en textos neoasirios

de Assarhadón como uniQar-ti-im-me) por más que

la interpretación como “Ville-sur-Mer” (Lipinski

1984: 119) no pueda ser tomada en consideración

por no estar al borde del mar.

El Cerro del Castillo de Fuengirola (Málaga) ha

aportado suficientes evidencias para identificarlo

con Suel, de la cual Esteban de Bizancio recoge de

fuentes antiguas que era una ciudad mastiena. El

yacimiento, del que han sido estudiados especial-

mente sus materiales griegos que arrancan de la

primera mitad del s. VI a.C., formaba una antigua

península y presenta las cerámicas locales carac-

terísticas de los asentamientos fenicios de la zona.

Conocido por varias referencias antiguas que

ponen de manifiesto su importancia en época ro-

mana4, alcanzó el estatuto municipal (Municipium

Suletanum)5 y conservó reminiscencias de su

nombre en la denominación del castillo de época

islámica, Sohail (Hiraldo Aguilera et al. 1992: 313).

El topónimo ha sido considerado de origen semita

y se ha relacionado con el hebreo Š�‘�l (chacal) o

bien con Š�‘al (la palma de la mano) (Sola Solé,

1960: 498). Semejante es el topónimo bíblico

Šū‘ūl, territorio perteneciente a la tribu de Benja-

mín (Sam. 13:17) de ubicación desconocida y la

ciudad de Hazar- Šū‘ūl (Jos. 15:28; Neh. 11:27) al

sur de Judá. Su nombre también muestra cierta

semejanza con el del asentamiento púnico en

Túnez conocido en época romana como Usula

(Act. Inchilla, Túnez, entre el golfo de Hammamet

y el de Gabes)6.

La filiación fenicia parece más discutible para los

nombres de Salduba y Mainobora, pudiendo tra-

tarse incluso de asentamientos indígenas más o

menos próximos a la costa.

Salduba, se viene identificando con el yacimiento

de “El Torreón” (Estepona, Málaga), en la desem-

bocadura del río Guadalmansa, aunque no la po-

demos considerar segura. El sitio ofrece

materiales hallados en superficie en una conside-

rable extensión y en sondeos que no apuraron

toda la estratigrafía que se fechan cuando menos

en el s. VI a.C. Salduba fue situada por Plinio (Nat.

3, 8) entre los oppida de Barbesula (sobre el río

Guadiaro) y Suel (Castillo de Fuengirola). Mela (2,

24) fija su emplazamiento a continuación de Bar-

besula y el enclave de Lacipo hoy localizable en

Alechipe (cerca de Casares, hacia el interior), si-

tuando Salduba entre éste y Malaka, lo que en pri-

mer lugar apunta poca seguridad para

considerarla claramente una localidad costera y

añade la posibilidad de que se encuentre más

cerca de Málaga si pasamos por alto la noticia de

Plinio y tenemos en cuenta la información que

nos reporta Ptolomeo (4, 7) que la localiza clara-

mente entre Suel y Malaka7. También desafortu-

nadamente el nombre se nos ha conservado sólo

en fuentes de época romana, lo cual impide ase-

gurar que se trate de una ciudad de origen real-

mente arcaico.

El nombre puede ser tanto de origen indígena8

como fenicio-púnico. Es posible que *Sald- pueda

pertenecer a una tradición fenicia o púnica pre-

sente también en el norte de África, donde tene-

mos un topónimo con el mismo componente:

Saldae (Ptol. 4, 2, 9) (Bejaïa, Argelia), localidad que

cuenta con hallazgos púnicos de al menos el siglo

III a.C. (Salama, 1979: 111). Por otro lado *ŠcLDY’

aparece como nombre propio en varias inscrip-

ciones neopúnicas de Tripolitania (Fuentes Esta-

ñol 1980:241). Por su parte el sufijo –uba,

interpretado habitualmente como un típico ele-

mento de la toponimia tartésica o turdetana

cuenta con numerosos paralelos en Túnez y Arge-

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Preactas

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lia oriental y puede ser un añadido posterior coin-

cidiendo con la sufijación de una cantidad impor-

tante de topónimos ibéricos del sur peninsular,

pues sólo aparece en fuentes tardías. Salduba se-

guramente volvió más tarde a recuperar su nom-

bre original, Saldo, mencionado por el Anónimo de

Rávena (344.3).

De Mainobora poco sabemos aparte de que He-

cateo la considere una ciudad mastiena (Stb. Byz.

s.u. ūūūūūūūūū; THA II b: 964). Desgraciadamente,

con esta denominación es la única noticia que se

tiene, pero A. Tovar (1974: 78-79) ya reparó que se-

guramente se trate de la Maenoba o Maenuba ci-

tada por fuentes de época romana. Tanto Mela (2,

96) como Plinio (Nat. 3, 8) en su secuencia de lo-

calidades de la franja litoral, insertan Mainoba o

Mainuba entre Malaka (Málaga) y Sexi (Almuñe-

car), lo cual permitiría localizar el asentamiento

en la parte media o baja del río Vélez. H. Niemeyer

la identifica directamente con el asentamiento fe-

nicio de la desembocadura (1979-1980: 279-302)9.

En los últimos años el registro arqueológico va

despejando de forma bastante clara la diferencia

cultural entre los asentamientos de la franja cos-

tera malagueña, de filiación fenicio-púnica y los

asentamientos del interior que se agrupan en

torno a formaciones estatales indígenas de tipo

ibérico (Suárez Padilla et al. 2006: 296). Algo que

sucede igualmente en la costa granadina y alme-

riense10. Por ello parece difícil de compaginar que

Hecateo de Mileto, en torno al 500 a.C. se refiera

a los mastianos como ethnos11 en una secuencia

de pueblos indígenas y Herodoro de Heraclea a

fines del s. V a.C. señale a los mastinos como

phula12 (tribu), para pasar el primero a enumerar

ciudades “mastienas” en la costa mediterránea

andaluza que según todas las evidencias son de

origen fenicio-púnico, pues son algunas de las

antes mencionadas: Suel, Mainobora, Sixo y Mo-

libdine. Por ello nos parece convincente que se

haya puesto en cuestión la fiabilidad de las jerar-

quizaciones etnográficas expuestas por el geó-

grafo y el mitógrafo griegos (Moret 2006: 43;

Ferrer Albelda 2008: 56), aunque no se pueda sos-

layar ni la autenticidad de los etnónimos ni la ca-

lificación como mastienas de algunas de las

ciudades costeras antes mencionadas.

La mayoría de las localidades que hemos venido

mencionando, incluso las que fueron calificadas

de mastienas, deben ser tenidas en cuenta, pues,

en la discusión sobre la articulación política del

mundo fenicio occidental a partir del s. VI a.C. A

este respecto, la hipótesis con mayor solera pos-

tulaba una dependencia férrea de este ámbito del

Imperio Cartaginés13. Sin embargo, a la luz del re-

gistro arqueológico se han hecho nuevas pro-

puestas que matizan o descartan claramente la

anterior. Así, se ha considerado en primer lugar

que las ciudades fenicias occidentales contaban

con una notable autonomía pero sobre las que pe-

saba algún tipo de control indirecto de Cartago

(González Wagner, 1985: 437-460), que podría ha-

berse materializado en una cierta hegemonía car-

taginesa mediante alianzas desiguales (López

Castro, 1991: 73-86)14. Al hilo de estas últimas pro-

puestas y quizás siguiendo el ejemplo griego de la

Liga Ático-Délica se ha sugerido la existencia de

una “Liga Púnico-Gaditana” (Arteaga, 1994: 25-

58). También se ha postulado la existencia de un

imperio gaditano que abarcaría todo el ámbito oc-

cidental sobre la base de un particular análisis de

ciertos items arqueológicos comunes y la impor-

tancia que dan los textos antiguos a la ciudad15.

También, las referencias a Mastia, a los mastienos

en el ámbito del Estrecho de Gibraltar y la califi-

cación como mastienas de algunas de las ciuda-

des de filiación fenicia del litoral mediterráneo

andaluz han posibilitado la consideración de que

al menos desde la época de Hecateo se configura-

ron dos entidades políticas fenicias occidentales

diferenciadas y separadas por el Estrecho: una nu-

cleada por Gadir cuyo radio de acción sería el lito-

ral atlántico marroquí e hispano hasta el

Guadiana, y otra por la ciudad de Mastia, al este

de las Columnas de Heracles, que abarcaba a las

llamadas poleis mastienas16.

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

Sin duda, ha favorecido esta propuesta la idea de

que Mastia, tradicionalmente ubicada en donde

luego se fundará Carthago Nova, a partir de una

ambigua referencia de Avieno17, se considere re-

cientemente que se trata de una localidad pró-

xima al Estrecho de Gibraltar (García Moreno,

1993: 211; Ferrer, De la Bandera, 1997: 65-72).

Pero el caso es que siguiendo las fuentes de ori-

gen más antiguo no conocemos una referencia ex-

plícita a Mastia como ciudad, y por otro lado se

puede considerar cuando menos extraño que

desde mediados del s. IV a.C. no se conserve un

rastro literario de una supuesta urbe de primer

orden, inexplicable incluso en el caso de que hu-

biera sido destruida o abandonada.

En realidad, si seguimos a Esteban de Bizancio, He-

cateo de Mileto no llegó a citar Mastia como ciu-

dad. El geógrafo, ciertamente, habla sólo de poleis

mastienas y califica como tales Mainobora y Mo-

libdine. También sería mastiena Sialis (St.Byz. s.u.

ūūūūūū (THA II b: 974). Aunque Esteban de Bizan-

cio no especifica de quien recoge en este caso tal

adscripción para Suel, viene siendo admitido que

procede de Hecateo1, pues es del único autor del

que toma este apelativo en las otras ocasiones.

Por su parte el autor bizantino al referirse a Sixo,

dice que es una ciudad de los mastienos y extrae

de Hecateo la frase literal: “Más allá está la ciudad

de Sixo” (THA II b: 975).

Incluso, en la obra de Esteban de Bizancio no

existe una voz relativa a Mastia, de lo que se po-

dría colegir que no había encontrado en Hecateo

una referencia a ésta como ciudad. En realidad

sólo encuentra en el autor griego, aparte de las

ciudades mastienas, una referencia a los mastia-

nos (St.Byz. s.u. ūūūūūūūūū) y otra a los mastienos,

a continuación de los elbestios (St.Byz. s.u.

’ūūūūūūūūū), como pueblo cercano a las Columnas

de Heracles. Es sólo en el contexto de la voz refe-

rente a los mastianos, cuando el propio autor bi-

zantino señala que son llamados así por la ciudad

de Mastia, información que no parece haber ob-

tenido del geógrafo de Mileto. Probablemente

procede de su lectura (inexacta) de Polibio, pues

más adelante introduce la voz Tarseio (St.Byz. s.u.

ūūūūūūūū) como nombre de una ciudad junto a las

Columnas de Heracles que cree citada por Polibio

en su libro tercero (THA II b: 976)19. Precisamente

Mastia y Tarseio son los dos nombres recogidos

juntos en el Segundo Tratado romano-cartaginés

(ca. 348 a.C.) (3, 24), traducido por Polibio no sin

cierta dificultad. Pero Polibio, que menciona dos

veces Mastia Tarseion o Mastia y Tarseion20, pri-

mero en su comentario y después cuando traduce

el tratado, no comenta en ningún caso que se

trate de urbe alguna, mientras que del topónimo

que antecede a ambos especifica que es un pro-

montorio (Kalos Akroterion)21. Ello podría ser un

indicio de que lo que leyó Polibio como “Tarseion”

en el ya viejo documento del tratado fuera un tér-

mino ininteligible para él y que en realidad expli-

citara a que se refería toponímicamente Mastia, o

bien un segundo topónimo que definiera el límite

de comercio en el punto que separaba ambos lu-

gares o territorios22.

Por contra, Esteban de Bizancio ofrece una en-

trada sobre Massia (s.u. ūūūūūū), que habría que

identificar con Mastia2, que atribuye a Teopompo,

autor del s. IV a.C., el cual especifica que se trata

de una ūūūū (región, territorio) situada junto a los

tartesios (THA II b: 961). La consideración de Mas-

tia como corónimo en vez de como ciudad nos

permite suponer a los asentamientos calificados

como mastienos por Hecateo simplemente como

enclaves instalados en un territorio, independien-

temente de su filiación étnica y cultural, y que se

puedan considerar como mastienos tanto a los in-

dígenas de la región como a las ciudades fenicias

de la costa, en tanto que ocupantes ambos de un

territorio compartido, Mastia24.

Esta interpretación no afecta propiamente a la de-

limitación que parece señalar el Segundo Tratado,

pues puede seguir manteniéndose la tesis de un

límite en el ámbito del Estrecho, donde parece en-

contrarse el confín de la región mastiena. Tiene

trascendencia, sin embargo, en cuanto al análisis

de la articulación política de las ciudades costeras,

que no serían en realidad dependientes organiza-

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Preactas

47

tivamente de un estado ibérico, algo totalmente

descartado, o de una supuesta importante ciudad

fenicia conocida como Mastia, de la que lógica-

mente no sabemos nada. Las distintas poleis feni-

cias de la costa mediterránea con sus territorios y

asentamientos menores podrían ser seguramente

autónomas, conservando sus tradicionales víncu-

los con Gadir una vez casi extinguidos los que

mantenían con Tiro, adquiriendo otros nuevos con

Cartago, de cuyo alcance y organización descono-

cemos prácticamente todo25.

El panorama arqueológico que se deriva del estu-

dio del territorio existente entre la ciudad de Ma-

laka y el río Crisos (Guadiaro), en el que se

localizan asentamientos referidos anteriormente,

como Suel y Salduba, podría aportar alguna infor-

mación que podría añadir alguna clave que per-

mita ahondar en la organización económica y

política de estas comunidades instaladas en el pe-

rímetro litoral situado al Este del Estrecho de Gi-

braltar.

El punto de partida necesario exige aproximarse

al estado de la investigación sobre la ciudad de

Malaka y su territorio inmediato, a partir del se-

gundo tercio del siglo VI a.C. y previo a la integra-

ción de estas tierras en la esfera de Cartago.

Las excavaciones arqueológicas más recientes no

dejan de resaltar la importancia de la ciudad feni-

cia en este momento, concretamente entre la se-

gunda mitad del siglo VI a.C y el siglo V a.C., en

consonancia, como ya dijimos, con lo que se viene

documentando en otras urbes de la costa oriental

andaluza. Destaca la circunstancia de que se cons-

tata un nuevo plan urbanístico que amortiza las

construcciones precedentes al menos en algunos

sectores de la ciudad, aunque aparentemente se

mantienen los límites murados del periodo pre-

cedente en algunos tramos (al que parece se le

añaden elementos que tienden a hacerlo más

complejo (Suárez et al., 2007: 225). También por

estas fechas se documentan enterramientos que

evidencian la importancia que han adquirido las

oligarquías, consistentes en hipogeos de cuidada

factura con inhumaciones de individuos ataviados

de ricos adornos personales (Martín y Pérez,

2002).

En este sentido, la producción alfarera de núcleos

como el Cerro del Villar (Aubet et al., 1999: 130),

interpretado en estos momentos como un área in-

dustrial vinculada a la ciudad, evidencia la elabo-

ración de una serie de productos que van a

resultar de gran interés para caracterizar el ám-

bito económico de esta región (en el que la pro-

ducción de contenedores cerámicos para el

envasado de productos piscícolas sigue siendo do-

minante), así como un excelente referente crono-

lógico sobre todo para momentos anteriores al

siglo IV a.C.

Junto a ello, en el perímetro inmediato de la ciu-

dad de Malaka surgen asentamientos de origen

indígena desde el siglo VI a.C., que están manifes-

tando las nuevas relaciones de poder establecidas

con el mundo indígena. Es el caso del interesante

asentamiento del Cerro de la Tortuga (Gambero,

2009), que pudo jugar un papel en la Bahía pare-

cido al que juegan sitios como el asentamiento

ibérico de Mas de Pontos, en la vecindad de Em-

porion y Rhode. La consolidación territorial que se

deriva del afianzamiento de los oppida ibéricos en

el transpais de las colonias fenicias (Recio, 2002)

debe ser una de las claves a la hora de entender

los ámbitos políticos correspondientes a ambas

comunidades. Lo que también parece evidente, es

la importante dependencia económica existente

entre púnicos e ibéricos, como se puede inferir de

al menos la similitud tipológica observada en los

ajuares cerámicos de los siglos VI-V a.C. docu-

mentados en oppida como Aratispi (Perdiguero,

2005), localizado en una zona estratégica de co-

municación con zonas de alto interés agropecua-

rio de primer orden como la Vega de Antequera.

Además de las relaciones establecidas en sentido

Norte-Sur entre el mundo púnico y el transpaís

ibérico, la arqueología indica que a partir de mo-

mentos posteriores al primer tercio del siglo VI

a.C. se van a fundar nuevos asentamientos coste-

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

ros situados en la desembocadura de los ríos se-

cundarios más importantes del territorio, caso de

los ya comentados Torreón (Salduba?) (desembo-

cadura del Guadalmansa) y Cerro del Castillo-Suel

(río de Fuengirola). Aunque no alcanzan las 2 Has.

de extensión, se trata de núcleos que ejercerán de

cabecera del territorio, que ordenaran sus respec-

tivos ámbitos productivos hasta época romana.

En un primer momento (siglos VI-V a.C.), los ajua-

res documentados en algunos de estos poblados

son muy similares a los existentes en la propia

Malaka, lo que hace pensar que pueden corres-

ponder a asentamientos púnicos derivados de an-

tiguas localidades fenicias establecidas en el

mismo lugar o en sitios cercanos, como Río Real,

en una dinámica que podría recordar a la génesis

del poblado de Cerro del Mar en la desemboca-

dura del Vélez. En conjunto, todas estas reestruc-

turaciones podrían responder a una estrategia

política de ordenación del territorio costero desde

la metrópolis malacitana.

No obstante, resulta aún difícil interpretar el papel

jugado por las comunidades indígenas en la con-

figuración política y poblacional de estos nuevos

asentamientos de primera línea de costa. No po-

demos olvidar que este territorio tiene ocupación

local desde antiguo, constatada gracias a asenta-

mientos como Castillejos de Alcorrín (Manilva) o

Cerro de la Era (Benalmádena), y que las estrechas

relaciones establecidas entre ambas comunidades

son conocidas desde que se investigó Casa de

Montilla, en la desembocadura del Guadiaro

(Schubart, 1989).

Junto a estos asentamientos se documenta la pre-

sencia de otros de menor tamaño, caso de la Cala

de Mijas, el último horizonte documentado en el

Cerro de la Era, así como otros establecimientos

que debían ser núcleos reducidos o cortijadas, al-

gunas de la cuales también se han definido en la

Costa oriental malagueña en fechas recientes.

Esta potencial implantación de asentamientos pú-

nicos, posible refuerzo de la política púnica de Ma-

laka, puede ser consecuencia directa de las trans-

formaciones acontecidas en el seno de las comu-

nidades indígenas, que en el siglo VI a.C. podrían

tener sus asentamientos de cabecera en lugares

como Villa Vieja, en Casares (Suárez et al., 2006),

posible oppidum indígena que se correspondería

con la primera línea del interior autóctono. Al otro

lado del río Guadiaro, los asentamientos ibéricos

de Castellar y Jimena de la Frontera (futura Oba)

reforzarían la hipótesis de la existencia de esta po-

sible “frontera” entre los territorios púnicos e in-

dígenas del interior.

Entre los siglos IV-III se documenta la continuidad

de los asentamientos más importantes del terri-

torio, como el Torreón y previsiblemente Barbe-

sula, aunque desaparecen otros (Villa Vieja, Torre

de la Sal, Mijas, la Era) y se observan importantes

reestructuraciones en algunos poblados (Cerro

Colorado). Esta coyuntura supone un cambio evi-

dente en la ordenación política del territorio, qui-

zás consecuencia del establecimiento de nuevas

relaciones entre los oppida iberos y la ciudad de

Malaka. No obstante, como ya comentamos, pa-

rece también manifiesta una influencia progre-

siva de Cartago en estos territorios a partir de

estas fechas.

1 Así lo pone de manifiesto la sucesión de pro-

puestas y contrapropuestas realizadas por los es-

tudiosos.

2 Sin embargo F. Villar (2000: 293), por su parte,

considera que Sexi se corresponde con el numeral

indoeuropeo “seis”.

3 Lipinski, 1992: 121-133.Este último término, al

parecer, está bien atestiguado en la toponimia de

los semitas occidentales. Por ejemplo en Pseudo

Escílax 111 (94): “La isla de Akion, con una ciudad

y un puerto”. Entre Iol y Siga. Antepasado quizás

de Portus Magnus (Argelia occ.).

4 Mel. 2, 94, Plin. Nat. 3, 8; Ptol. 2, 4, 7; I. Ant. 405,

8; St.Byz. s.u. ūūūūūū; Ravenate 305, 7 y 344, 8.

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5 CIL II, 1944; Rodríguez Oliva, 1981: 49-66.

6 Usalitanorum (CIL I, 200, 1.79; Peyras, 325).

7 A partir de Mela no es posible decantarse entre

el tramo sugerido por Plinio (Barbesula-Suel) o el

de Ptolomeo (Suel-Malaka), pues Mela se equivoca

al situar Suel (Castillo de Fuengirola) entre Sexi

(Almuñecar) y Abdera (Adra).

8 Respecto al nombre indígena de Zaragoza, que

se llegó a considerar otra Salduba, se puede decir

que no tiene conexión con los topónimos acaba-

dos en –uba, pues en las monedas aparece como

Saltuie, en epigrafía turma sallutiana (CIL I, 709) y

en el texto de Plinio aparece en los códices con dis-

tintas variantes: Salduva, Solduba, Salduvia. Según

F. Villar (2000: 102 y 124) Mayhoff corrigió las lec-

turas de los manuscritos para igualar este nom-

bre con la Salduba meridional.

9 Sobre su improbable relación con Mainake, véase

por último, Domínguez Monedero: 2006: 66-67.

10 Abdera y Baria, las últimas localidades que se

venían relacionando más con Cartago, son funda-

ciones fenicias más antiguas y presentan conti-

nuidad con respecto a la fase anterior y

crecimiento de carácter urbano a partir del s. VI, y

especialmente desde el V a.C. (López Castro 2007:

174-175).

11 St. Byz. s.u. ūūūūūūūūū.

12 FgrHist 31 F 2 a.

13 Un reciente repaso a las distintas propuestas se

puede ver en Martín Ruiz 2007: 13-44.

14 También hay que tener en cuenta, como señala

E. Ferrer Albelda (1998: 40) que la organización del

territorio en unidades políticas no tuvo por que

ser estable en el transcurso de los siglos VI-III a.C.

y la presencia y hegemonía cartaginesa fue clara-

mente en aumento.

15 En contra Ferrer Albelda (1998: 42): “parece

equivocado considerar todo el territorio fenicio

occidental como una sola unidad política bajo la

hegemonía de Cartago o la de Gadir”.

16 La situación habría cambiado ya en el 348 a.C.

cuando las poleis mediterráneas ya no estarían

bajo la dominación o hegemonía de Mastia (Fe-

rrer Albelda 1998: 42 y 43, fig. 2).

17 Avieno menciona un oppidum Massienum (O.M.

450) al que se refiere a continuación como urbs

Massiena (O.M. 452), que parece localizar en Car-

tagena o su entorno. Sin embargo, unas líneas

antes señala que el río Criso (Guadiaro, próximo

al Estrecho de Gibraltar) divide a cuatro pueblos,

entre los que están los Massieni (O.M. 419-422).

18 “Sialis, ciudad de los mastienos. <ūūūūūūūū

ūūūūπū>” ūNenci 1954: fr. 52; Gangutia, THA II a:

151 n 303).

19 Esteban de Bizancio considera Mastia y Tarseion

dos nombres diferentes (Moret 2002: 265).

20 En el texto del tratado no se puede discernir gra-

maticalmente si Tarseiou es un complemento del

nombre Mastia, ambos en genitivo, o si es un ter-

cer nombre yuxtapuesto a Kalon Akroterion y a

Mastia (Moret 2002: 265). Tampoco la introduc-

ción de Polibio aclara el asunto, ambos están en

nominativo, uno en femenino y el segundo en

neutro. Moret (2002: 265) considera que la única

lectura posible es la que distingue dos topónimos,

Mastia y Tarseion. Como nombre compuesto no

encuentra en griego composiciones semejantes.

21 Según este acuerdo el comercio, la colonización

y la piratería, quedarían prohibidos a los romanos

más allá del Cabo Bello, Mastia y Tarseion (o Mas-

tia Tarseion), además de Libia y Cerdeña, permi-

tiéndose el comercio en Cartago y en la parte de

Sicilia controlada por los cartagineses.

22 Moret (2002: 269-270) llega a la conclusión a

través del análisis del texto de Polibio de que Mas-

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

tia pudo ser una localidad norteafricana situada

al oeste de Cartago y Tarseion se encontraría en

Cerdeña, pero sin haber podido localizar refrendo

toponímico en ninguna de las dos zonas. No obs-

tante, no son pocas las aportaciones que realiza

en su estudio. Por su parte, últimamente E. Ferrer

(2008: 59 n 7) se sigue reafirmando en que hay su-

ficientes evidencias para considerar a Mastia y a

Tarseion como territorios de Iberia con el estrecho

de Gibraltar como límite entre ambos. Una pro-

puesta que nos parece muy convincente.

23 Dada la frecuente alternancia de -ss- y -st- en

griego (Gangutia en THA II a: 150 y n. 300).

24 Para el gramático Esteban de Bizancio Malaka

es simplemente una ciudad de Iberia y toma como

único autor de referencia a Marciano (THA II b:

961). Pero nadie discute a partir del registro ar-

queológico que se ha venido descubriendo en los

últimos años que desde su origen es una ciudad

fenicia (Suárez et al. 1999-2000: 260; Cisneros et

al. 2000: 192-193); Su pocas evidencias epigráfi-

cas, que se registran al menos desde el s. VI a.C.,

también son fenicias (Mederos Martín, Ruiz Ca-

brero, 2006: 155).

25 Ello sería más acorde con propuestas como las

de J.L. López Castro (2004: 150), para quien en ori-

gen “los fenicios occidentales no constituirían un

“estado étnico” sino un conjunto de colonias de-

pendientes de una ciudad-estado que comparti-

rían rasgos étnicos y que posteriormente se

articularían como nuevas ciudades-estado legiti-

madas por sus orígenes.” Lo que no es obstáculo

para aceptar, como parecen mostrar insistente-

mente las fuentes literarias, el desarrollo de una

política progresivamente muy activa de Cartago

en el área del Estrecho (Ferrer Albelda, E. 2008).

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Preactas

51

La llamada crisis del siglo VI a.C. (Martín Ruiz,

2007), coincide entre otras muchas cuestio-

nes con el nacimiento y consolidación de las

poleis púnicas de Iberia (Ferrer Albelda y García

Fernández, 2007) y supone no sólo la transforma-

ción del paisaje urbano de las nuevas ciudades,

sino también de los mecanismos políticos y eco-

nómicos que igualmente se proyectan sobre los

territorios y poblaciones de su entorno (López Cas-

tro y Mora Serrano, 2002). La delimitación y ca-

racterísticas del espacio urbano de la Malaca

púnica y tardopúnica, así como de sus áreas de in-

fluencia son alguno de los aspectos que aborda-

remos en este estado de la cuestión de cuyos

puntos más destacados ofrecemos aquí un breve

anticipo. A pesar de los notables avances propi-

ciados por recientes investigaciones arqueológi-

cas son todavía hoy muchos los problemas que

plantea la arqueología púnica de Málaga y su en-

torno, por lo que consideramos necesaria una re-

flexión al respecto.

Uno de estos problemas, inherentes a la investi-

gación de las ciudades modernas superpuestas a

las antiguas, es la necesidad de valorar las carac-

terísticas y limitaciones de los vestigios arqueoló-

gicos documentados por lo que hemos creído

oportuno hacer un repaso a todas las interven-

ciones realizadas en el casco urbano antiguo de

Málaga que han deparado restos del período que

nos interesa teniendo en cuenta, por ejemplo, el

agotamiento o no de la secuencia arqueológica

derivado de diversos planteamientos metodológi-

cos que responden a las necesidades urbanísticas

de cada momento. En otro orden de cosas, plan-

teamos también la posibilidad de crear – dentro

de un proyecto de investigación de mayor calado

vinculado a la arqueología urbana de la ciudad –

una base de datos, abierta a los arqueólogos res-

ponsables de las intervenciones, en la que se re-

copile toda la información, ya sea publicada o

inédita, que facilite el acceso e interpretación de

una información en muchos casos dispersa.

A pesar de los avances realizados a partir de las úl-

timas investigaciones, son todavía muchos los

problemas que plantea el modelo urbano de la

ciudad en la época que nos ocupa. Es cierto que el

área nuclear de la ciudad se debe situar en la co-

lina de la Alcazaba y su entorno inmediato, pero

es evidente que se extiende por sus alrededores

como confirman los hipogeos de Gibralfaro, a es-

casos 200 m del teatro romano, que deben po-

nerse en relación con la cercana necrópolis de los

Campos Elíseos y Túnel de la Alcazaba. Si los hipo-

geos, de gran interés también para el estudio so-

ciopolítico de la ciudad púnica, parecen definir su

límite norte el recinto murario documentado en

el Museo Picasso – Císter (Arancibia y Escalante,

2006) podría suponer el límite norte y oeste de

Malaca que, topográficamente, se adapta bien al

promontorio amesetado que termina en el solar

hoy ocupado por la Catedral malagueña. Sin em-

bargo, hay algunos indicios que permiten matizar

esta visión clásica, nuclear, del urbanismo fenicio-

púnico de Malaca.

Esta nuevo enfoque depende, fundamentalmente,

de la documentación de nuevos enterramientos

púnicos que, probablemente, nos indican la exis-

tencia de varias necrópolis datables entre los si-

glos VI y IV a.C. Al norte y noreste contamos con

los hallazgos de El Egido y de Calle Beatas – este

último de época tardopúnica -, pero los que más

La bahía de Málaga en los períodos Púnico y Romanorrepublicano:Viejos problemas y nuevos datos

Bartolomé Mora Serrano y Ana Arancibia Román(Universidad de Málaga y Junta de Andalucía)

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

nos interesan son los localizados en la margen de-

recha del río Guadalmedina, cuya vinculación a la

ciudad en fechas tempranas ya insinuaban dife-

rentes vestigios arqueológicos de época tardorre-

publicana e imperial (Corrales, 2005). Se trata de la

tumba de incineración en fosa de Calle Tiro, en las

inmediaciones del poblado del Bronce Final de San

Pablo, y del hipogeo ubicado en la cercana Calle

Mármoles. Tales testimonios plantean, al menos

en esta zona de indudable valor estratégico para

la ciudad por el aprovechamiento como fondea-

dero de la desembocadura del río y la obtención

de agua dulce, la existencia de un poblamiento

disperso - ¿plurinuclear? – para la Málaga púnica.

En este mismo sentido proponemos como línea de

investigación el análisis de las características del

control y explotación de la Bahía malacitana cuyo

principal referente es, sin duda, el río Guadalhorce.

La explotación alfarera de la zona que ponen de

manifiesto los hornos púnicos del antiguo enclave

del Cerro del Villar, de su fértil vega, así como su

condición de principal vía de comunicación con el

interior malagueño y las campiñas cordobesa y se-

villana. Interesa en este punto el análisis de las re-

laciones de Malaca con el poblamiento indígena

de esta comarca, cuyo principal testimonio –límite

territorial para nuestro estudio – es la ciudad de

Cartima y el santuario extraurbano del Cerro de la

Tortuga, en las afueras de Málaga, cuyos intere-

santes materiales “ibero-púnicos” son la más clara

prueba de la influencia de la Malaca púnica en su

inmediato entorno.

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Preactas

53

Presentamos los resultados más relevantes

de la excavación sistemática efectuada en

el Cerro de Montecristi, la antigua Abdera

fenicia y romana, entre finales de 2006 y princi-

pios de 2007 como parte del proyecto general de

investigación Las ciudades fenicias en el litoral al-

meriense. El Cerro de Montecristo de Adra desarro-

llado desde la Universidad de Almería. Asimismo

presentamos el reciente descubrimiento de un

yacimiento fortificado excepcional, Altos de Reve-

que, que muy posiblemente formaría parte del te-

rritorio abderitano.

La excavación en el Cerro de Montecristo ha

puesto de manifiesto la existencia en el área del

corte 3 de de 7 fases constructivas fenicias y con-

firman la existencia de una importante secuencia

estratigráfica desde mediados del siglo VII a.C.

hasta el siglo IV a.C., que confirma la continuidad

del asentamiento colonial de época arcaica con la

ciudad posterior, sin hiatos ni rupturas. En este

sentido resulta un dato relevante la continuidad

observada en el trazado y la alineación de muros

y habitaciones de distintas fases, mostrando así

una continuidad urbana que estaría motivada por

la existencia de un mismo espacio urbano limi-

tado por los mismos hitos urbanísticos, tales como

espacios públicos, calles, plazas y edificios rele-

vantes y por la muralla de la ciudad.

La excavación del corte 15 permitió localizar un

paño de unos diez metros de las defensas que pro-

tegían Abdera por la ladera Sur. Se trata de una

muralla de doble paramento y cajones de arcilla

que presenta varias fases y que fue construida

hacia finales del VII o comienzos del siglo VI a.C.,

debiendo amortizarse en un momento avanzado

del siglo I a. C.

La identificación durante la excavación de áreas

destinadas a la producción metalúrgica en las vi-

viendas y sus inmediaciones, con restos de tobe-

ras, escorias de fundición y restos de mineral

permitirán profundizar en el conocimiento de las

actividades artesanales de la antigua Abdera fe-

nicia.

Precisamente en relación con la explotación de los

recursos mineros de la Sierra de Gádor debió eri-

girse el formidable asentamiento fortificado de

Altos de Reveque. Situado en las estribaciones me-

ridionales de la Sierra de Gádor, en el término mu-

nicipal de Dalías, tiene una extensión de más de 5

has. de recinto amurallado, aunque no estuvo ocu-

pado sino muy parcialmente con áreas de edifi-

cios dispersos.

La fortificación, cuya erección podemos situar en

la segunda mitad del siglo VI a.C., consistió en un

sistema oriental de muralla de doble paramento

con compartimentos interiores, también conocido

como muralla de casamatas. Dotada con torres y

bastiones angulares, la muralla protegía un asen-

tamiento destinado al control estratégico que do-

minaba el acceso a recursos naturales como los

mineros, agrícolas y madereros del actual Po-

niente almeriense. El asentamiento estuvo ocu-

pado, a juzgar por el material cerámico superficial

hasta comienzos o la primera mitad del siglo IV

a.C. y constituye por el momento un caso excep-

cional en los patrones de asentamiento fenicios

occidentales que vendría a plantearnos nuevas

preguntas sobre la territorialidad de la presencia

fenicia en el Extremo Occidente.

Abdera y su territorio: Descubrimientos recientesJ. L. López Castro, B. Alemán Ochotorena, L. Moya Cobos

(Universidad de Almería)

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

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Preactas

55

La labor arqueológica que en los últimos

años ha desarrollado el equipo de la Uni-

versidad de Almería en el asentamiento fe-

nicio de Baria (actual Villaricos, Almería) sigue

aportando información relevante que nos permite

estudiar el desarrollo socio-económico de los ha-

bitantes de esta antigua ciudad fenicia del sureste

de la Península Ibérica. Las distintas campañas

desarrolladas en Baria nos han permitido com-

prender la evolución de la ciudad desde su funda-

ción hacia finales del siglo VII a.C. hasta la

conquista romana en 209 a.C., pasando por la con-

solidación de la misma como una ciudad autó-

noma tal como acontece con los centros

coloniales más destacado de la Península Ibérica

en torno al siglo VI a.C. En esta ocasión, además

de proporcionar un avance de los resultados ob-

tenidos en la excavación de urgencia de 2003, nos

centraremos en diversos aspectos que no habían

sido tratados en profundidad hasta el momento,

como son el territorio de Baria y la conquista de la

ciudad por Escipión.

En un solar de la calle La Central de Villaricos, ex-

cavado en dos fases en 1997 y 2003, se docu-

mentaron un total de 73 unidades estratigráficas,

que a excepción de algunas escasas unidades

constructivas, son casi todas ellas sedimentos, pa-

vimentos, derrumbes, fosas y hoyos de poste que

se superponen hasta llegar a la roca base, for-

mando parte de 10 fases diferenciadas con una

secuencia estratigráfica de finales del siglo VII a.C.

al II a.C.

La revisión de las prospecciones realizadas en los

asentamientos del Bajo Almanzora y el estudio de

materiales inéditos de las mismas nos han permi-

tido redefinir la evolución territorial de Baria y si-

tuar sus límites en el tiempo y en el espacio. Así,

desde el siglo VIII a.C. constatamos contactos

entre fenicios y autóctonos en las desembocadu-

ras de los ríos Almanzora y Antas, lo que podría

hacernos suponer que la fundación de la colonia

fenicia sería anterior a lo que nos permite consta-

tar el registro arqueológico del propio asenta-

miento hasta el momento, que conllevarían un

cambio en el patrón territorial de la zona y en la

orientación económica hacia la minería por parte

de los asentamientos autóctonos. A finales del

siglo VII a.C., se establecerían una serie de asenta-

mientos en la zona caracterizados por su diversi-

ficación económica y por ampliar la zona con

respecto a la fase anterior. A partir del siglo VI a.C.

Baria experimentaría un crecimiento considerable

tanto del núcleo urbano como del territorio rural

dependiente a éste. Los siglos siguientes hasta la

conquista romana se caracterizarían por un afian-

zamiento del dominio territorial como demuestra

la fundación entre finales del siglo IV y principios

del III a.C. de un santuario extraurbano y por el au-

mento de los asentamientos de pequeño tamaño

con el consecuente incremento de la producción

agrícola. Tal situación territorial cambiaría de ma-

nera drástica con el abandono de un gran número

de los asentamientos rurales preexistentes fruto

de la conquista romana de la ciudad fenicia occi-

dental.

Tal episodio de la Historia Antigua de Iberia fue re-

flejado por Valerio Máximo, Plutarco de Queronea

y Aulo Gelio y ha sido constatado arqueológica-

mente en la U.E. 40 presente en las campañas de

La ciudad y el territorio de Baria. Nuevas aportacionesJ. L. López Castro, V. Martínez Hahnmüller, C. Pardo Barrionuevo

(Universidad de Almería)

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

1987, 1997, 2003 y 2006. Se trata de un conjunto

arqueológico cerrado, sellado por un nivel escoria

fruto de la actividad minera del siglo XIX, en el que

se han documentado una gran cantidad de mate-

riales cerámicos que encajan con los repertorios

cerámicos de los contextos de finales del siglo III

a.C., especialmente con aquellos asociados al con-

flicto romano-cartaginés. Además, la posible cons-

tatación de un foso que rodeaba la ciudad en sus

partes más vulnerables, la propia información de

las fuentes clásicas que ha sido constatada y ma-

tizada mediante la arqueología y la importancia

de los recursos mineros de la zona nos permiten

reforzar esta asociación.

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Preactas

57

Hace casi treinta y cinco años atrás, M. Ta-

rradell y M. Font afirmaban “de la ciudad

(de Ibiza) no sabemos otra cosa que lo

que es posible deducir a través de las tumbas

donde fueron enterrados sus habitantes. Hoy por

hoy la ciudad, desde el punto de vista del conoci-

miento histórico, es poca cosa más que el Puig des

Molins”.

Y la realidad es que, desde su inicio oficial en el

año 1903, hasta entrados los años 80 del pasado

siglo, la arqueología insular dejó completamente

de lado la investigación de ámbito urbano, cen-

trándose de modo casi exclusivo en la excavación

de yacimientos susceptibles de aportar elemen-

tos museizables, como, de modo muy particular,

los cementerios y algunos santuarios.

Dos fuentes clásicas ponen de manifiesto que la

ciudad púnica de Ibiza estaba fuertemente de-

fendida. La más antigua, transmitida por Diodoro

(V, 16), procede de Timeo de Taormina y alude di-

rectamente a la existencia de importantes mura-

llas.

La segunda (Livio, XXII, 20, 7), sin referirse directa-

mente a las fortificaciones, pone de relieve la im-

posibilidad de su conquista a raíz del asedio de

Cneo Escipión en el año 217 aC, durante la Se-

gunda Guerra Púnica, cosa que, si bien de modo

indirecto, apuntaría en sentido parecido.

Sin embargo, la identificación y descripción de di-

chas murallas ha resultado hasta la fecha un es-

fuerzo prácticamente vano. No se ha podido por

ahora documentar ninguno de sus tramos, ni en

consecuencia definir características, cronología y

perímetro. Al margen de esto se sitúan algunos

elementos puntuales, no exentos de problemas,

como un gran muro del siglo IV aC, identificado en

la parte superior de la acrópolis, donde en época

medieval se construyó la almudaina.

En contrapartida, los treinta últimos años de ac-

tuaciones arqueológicas en la ciudad, que de

modo muy mayoritario han tenido carácter de ur-

gencia, han proporcionado un cuadro de relativa

nitidez sobre algunos aspectos de la ciudad pú-

nica.

En primer lugar, se ha obtenido una idea aproxi-

mada de la evolución urbana y de la extensión de

la ciudad a lo largo de diversas fases:

Época arcaica inicios siglo VI hasta mediados del

siglo V aC, con pocos datos, pero que apuntan a

una instalación habitada en la parte baja de las

vertientes N y NW del puig de Vila, sobre la misma

línea de mar. Posible ocupación de carácter inde-

terminado (¿cultual y/o defensivo?) de la parte

alta del monte y una zona intermedia de necró-

polis arcaica de inhumaciones. Instalación de un

importante cementerio de incinerantes en la

parte baja de la vertiente meridional del promon-

torio central del Puig des Molins, que a partir de

finales del siglo VI empieza a introducir inhuma-

ciones de tipo púnico. Posibles santuarios periur-

banos en la illa Plana y el Puig d’en Valls.

Mediados del siglo V y siglo IV aC. etapa de gran

crecimiento de la ciudad, en concordancia con los

datos de la necrópolis del puig des Molins y del al-

tísimo poder comercial exterior de Ibiza. Presen-

cia de elementos arqueológicos en la partes alta y

La ciudad púnica de Ibiza: estado de la cuestión desdeuna perspectiva histórico-arqueológica actual

Joan Ramon torres

(Consejería de Cultura, Ibiza)

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

baja de la acrópolis, que hacen presumir una ur-

banización total de toda la ladera septentrional

del Puig de Vila. Inicio de la urbanización de terre-

nos casi llanos al NW del puig de Vila a finales de

esta etapa.

Siglos III y II aC, época de máxima expansión ur-

bana, con prolongación de la ciudad en dirección

N-NW. Se pueden calcular aproximadamente

unas treinta hectáreas de extensión, cifra eviden-

temente muy importante en su época y contexto

geográfico. En esta etapa se comprueba, además,

como los sectores industriales son desplazados

aún más a poniente con el avance de la ciudad.

Esta, igual que desde su inicio, continua articulada

en función del gran puerto natural (la bahía de

Ibiza), cuyo sector más profundo y resguardado

ocupaba la zona ya sedimentada del actual paseo

de Vara de Rey.

Por otro lado también se ha podido constatar que

la ciudad púnica de Ibiza desde el siglo V en ade-

lante muestra una amplia asimilación a los tipos

arquitectónicos púnicos del mediterráneo central

y, sobre todo de Cartago, con presencia de nume-

rosísimas cisternas de tipo biabsidial, mosaicos de

opus tesellatum irregular, así como otros elemen-

tos característicos.

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Preactas

59

La información obtenida a partir del estudio

de los restos humanos arqueológicos con-

tribuye a la reconstrucción del estilo de vida

de una población. Por un lado, la observación de

procesos tafonómicos que hayan afectado a los

restos cadavéricos va a aportar información

acerca del ritual o contexto funerario. Los datos

paleodemográficos que incluyen el número mí-

nimo de individuos y su distribución por edad y

sexo, también aportan una mayor comprensión

del ritual funerario y la organización de las necró-

polis, además de proporcionar tasas de mortali-

dad. Por otro lado, los datos métricos que incluyen

las medidas craneales y los cálculos de la estatura,

nos proporcionan información acerca de las ca-

racterísticas físicas de la población; mientras que

algunas variantes anatómicas nos pueden indicar

relaciones genéticas entre individuos y la práctica

de ciertas actividades como la explotación marina

o la adopción regular de una posición en cuclillas.

Finalmente, las lesiones patológicas de los huesos

y dientes nos pueden aportar información acerca

de la dieta, del nivel de violencia en la sociedad,

del estado de salud, la higiene y el tipo de cuida-

dos médicos entre otros. Estos datos, a su vez, de-

berían ser reflejo de las circunstancias

económicas, sociales, políticas y culturales de la

época.

El presente trabajo pretende reconstruir las con-

diciones de vida de la población púnica de la isla

de Ibiza a través del estudio antropológico. Ya se

conoce como la influencia de Cartago sobre Ibiza

resultó en transformaciones sociales, políticas,

económicas, ideológicas y religiosas que incluyen

un aparente crecimiento demográfico, la coloni-

zación del ámbito rural y la explotación agrícola,

cambios en el ritual funerario, una intensificación

del comercio, y una prosperidad económica en tér-

minos generales. El objetivo de este estudio, es

pues, tratar de responder cómo estas transforma-

ciones y, si se permite, cómo esta prosperidad eco-

nómica y cultural de Ibiza en época púnica,

afectaron al estado de salud de los habitantes.

¿Qué nos dice la perspectiva biológica?

Con el fin de abordar este objetivo, se calcula el

número mínimo de individuos y su edad y sexo

siempre que sea posible, y se obtiene información

sobre características físicas como la estatura. Tam-

bién se explora la presencia (o ausencia) de lesio-

nes patológicas y, en lo posible, se hacen

comparaciones con datos publicados de otras po-

blaciones contemporáneas. La ponencia empieza

con una revisión de la bibliografía antropológica

púnica de Ibiza. A ello le sigue una introducción

sobre el estudio de los restos humanos, el material

y los métodos empleados. A continuación, se pre-

sentan los resultados y una discusión de los datos

y finalmente se proponen avenidas para futuras

investigaciones.

Mediante datos publicados e inéditos de estudios

antropológicos de las necrópolis de Cas Jurat (Port-

many), Ca n’Eloi (Santa Eulària), Can Sorà (Sant

Josep) y de varios sectores de la necrópolis de Puig

des Molins entre otros, se suma un total de casi

200 individuos. Debido a que la salud del indivi-

duo está afectada por factores genéticos, el en-

torno familiar, el estatus socio-económico, la

cultura y el medio físico, los datos antropológicos

La época púnica en Ibiza desde una perspectiva biológica:La reconstrucción de las condiciones de vidaa través del estudio de los restos humanos

Nicolás Márquez Grant

(Oxford)

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

obtenidos de los restos óseos se interpretan en

conjunción con datos de otras disciplinas como la

paleoclimatología, la arqueobotánica, la zooar-

queología y se obtiene información sobre la den-

sidad de población, posibles patrones migratorios,

industrias presentes en la época, etc. Así pues, se

interpretan los resultados antropológicos adop-

tando una aproximación biocultural.

Aunque el material y los métodos empleados tie-

nen sus limitaciones, los resultados indican una

serie de datos interesantes. En resumen, la pobla-

ción púnica enterrada en las necrópolis está re-

presentada por individuos de ambos sexos y

varios grupos de edad. El perfil demográfico

muestra la supervivencia de un número de perso-

nas de una edad superior a los 50 años, aunque se

muestra un pico de mortalidad entre los 30 y 50

años. En las necrópolis rurales, es notable la au-

sencia o baja representación de individuos meno-

res a 5 años de edad.

Entre los atributos físicos, cabe decir que la esta-

tura es mediana en los individuos aunque más

alta que en otras épocas. Algunos rasgos físicos

del cráneo, aunque debatibles, posiblemente nos

indique una morfología y por tanto una ascen-

dencia sub-sahariana para algunos individuos.

En relación a la dieta, se cuenta con una variedad

de fuentes que incluyen la patología oral y los

análisis químicos que indican una dieta homogé-

nea entre la población rural, basada principal-

mente en recursos terrestres (principalmente

hidratos de carbono) y una consumición mínima

de recursos marinos.

Entre las lesiones patológicas, cabe mencionar al-

gunas lesiones como la hipoplasia del esmalte

(defectos del esmalte dentario) y la presencia de

periostitis (resultado de infecciones) que refleja-

rían unas condiciones de vida desfavorables, y qui-

zás relativamente pobres. La población rural

también muestra una mayor frecuencia de artro-

sis en las articulaciones del codo, la cadera y la ro-

dilla. Sin embargo, el bajo nivel de traumatismos

no refleja un alto nivel de conflicto o violencia en

la población. En general, no hubo diferencias sig-

nificativas entre sexos tanto en enfermedades in-

fecciosas, osteoarticulares o traumáticas.

El presente estudio presenta estos datos, tratando

el objetivo principal dentro del marco púnico de

Ibiza. Sin embargo, también se desea invitar la

opinión de investigadores de otras especialidades

del mundo púnico para poder completar la re-

construcción de las condiciones y estilo de vida de

los habitantes púnicos tanto de Ibiza como de

otros lugares geográficos. Asimismo, la opinión de

otros especialistas en los distintos campos servirá

para confirmar o descartar las interpretaciones

sobre la época púnica que derivan de estos datos

antropológicos.

Los resultados de dicho estudio contribuyen a un

mayor conocimiento de nuestros antepasados ibi-

cencos y de cómo vivieron y cómo murieron. Tam-

bién contribuyen al registro osteológico y

paleopatológico de Ibiza y del mundo púnico, sirve

como material comparativo para otros estudios

tanto baleáricos, peninsulares y de otras zonas del

Mediterráneo occidental y central. Por último, se

proponen líneas para futuras investigaciones.

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Preactas

61

Entre los años 2000-2003 se llevo a cabo un

proyecto de investigación que tenía como

primer objetivo, finalizar y completar la ex-

cavación del sector denominado A/B, iniciado en

1983, y que por diversas circunstancias, no pudo

llegar a ultimarse. Este proyecto que se prorrogó

posteriormente hasta 2006, permitió la excava-

ción de parte del área que se encuentra ubicada

entre el edificio del Museo Monográfico y la Clí-

nica Nuestra Señora de Rosario, lo que ha su-

puesto la recuperación de todos los

enterramientos de este sector y la ampliación del

área de visita del yacimiento.

El presente trabajo tiene como objetivo dar a co-

nocer un enterramiento peculiar de cremación

que aparecido durante los trabajos realizados en

el 2002.

DESCRIPCIÓN DEL ENTERRAMIENTO

En el transcurso de las excavaciones realizadas en

el Sector C, cuadro 2 de 2002, se puso al descu-

bierto una mancha parduzca, de forma irregular

que se extendía en una superficie de 60 x 86 cm.,

y con un espesor de 3 cm., con carbones, piedras

afectadas por el fuego y algún fragmento disperso

de hueso quemado. Este tipo de manchas de com-

bustión, que se han llamado “fuegos”, ya habían

sido detectadas en anteriores campañas. Su pre-

sencia, siempre en las inmediaciones de una inci-

neración, permite relacionarlos con el lugar en

que se depositan los restos aún calientes de la cre-

mación una vez retirada del ustrinum, por lo que

van a dejar sobre el suelo un claro vestigio de la

combustión a la que estuvo sometida el cadáver.

Una vez decidido el lugar de enterramiento –en

urna, recipiente perecedero o directamente sobre

la superficie del terreno, en un orificio destinado a

tal efecto o en una oquedad en la roca- se proce-

día a recoger cuidadosamente los huesos incine-

rados que serán o no lavados, antes de su

deposición en la sepultura, y a realizar los ritos fu-

nerarios que acompañan al enterramiento del ca-

dáver. A unos 10 cm de la mancha de combustión

en dirección oeste, en una oquedad natural de la

roca madre, apareció una pequeña concentración

de restos óseos humanos quemados entre los que

se encontraban pequeñas piedras con evidentes

trazas de haber estado en contacto con el fuego,

prácticamente adosados a una caja de piedra are-

nisca –marés-, de forma cuadrangular con sus ex-

tremos rotos de antiguo, que presentaba en la

parte superior un orificio central de forma redon-

deada y de tendencia cuadrangular. Dadas sus ca-

racterísticas, en principio se pensó que podría

corresponder al soporte de un cipo-betilo, similar

a otros ejemplares aparecidos en la necrópolis del

Puig des Molins. Todo este conjunto fue relacio-

nado entre sí. Por un lado el “fuego” de combus-

tión, por otro la incineración y por último la base

del cipo que señalaba el lugar de enterramiento

de la incineración.

El pequeño conjunto de huesos incinerados, a

priori, y hasta que se realizó su estudio antropoló-

gico, se pensó que podría tratarse de una crema-

ción infantil, dada la escasez de restos óseos.

Asociados a este enterramiento, que se etiquetó

como Incineración nº 21, se localizaron tres cuen-

tas alargadas atoneladas de oro con reborde en

Una incineración en urna de la necrópolies del Puig des MolinsJ. H. FernándezAna Mezquida

(Museo de Eivissa)

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

sus extremos, una cuenta esférica de oro blanco,

bastante deformada y con un fino reborde torne-

ado, un pequeño escarabeo de pasta de tonalidad

grisácea, muy desgastado por lo que no conserva

el dibujo y un objeto de bronce formado por una

varilla de sección circular, roto en varios fragmen-

tos, y que uno de sus extremos aparece rematado

por una cabeza de serpiente con decoración pun-

tillada y separada del resto de la pieza por peque-

ñas anillas incisas. El deficiente estado de

conservación en el que apareció esta pieza, no per-

mite determinar con seguridad, si puede tratarse

de una pulsera u otro objeto de uso personal.

La caja de marés que presenta unas medidas de

47 x 48,5 cms y una altura de 27,6 cms., se en-

contraba colmatada de tierra suelta que llegaba

al borde del orificio. Una vez retirada esta capa de

tierra suelta, aparecieron varias piedras que sella-

ban su interior. Ante esta situación y para facilitar

la excavación de la incineración adosada a ella, la

caja fue retirada y trasladada al taller de restau-

ración para proceder a su vaciado y excavación.

Las piedras se encontraban perfectamente enca-

jadas entre ellas y la tierra de su interior estaba

muy compactada y dura, por lo que su excavación

se tuvo que realizar muy lentamente. Por debajo

de estas piedras aparecieron los restos óseos hu-

manos y ya casi en el fondo de la caja, entre los

huesos cremados, la ofrenda funeraria formada

por un escarabeo de ágata con la representación

de Horus como halcón tocado con la corona roja,

un colgante de marfil con hilo de oro enrollado, un

colgante de alabastro, una cuenta bicónica de pie-

dra caliza blanquecina y otra pequeña de pasta de

color verde.

La aparición de los huesos incinerados en el inte-

rior de esta caja evidenciaba que ésta era en rea-

lidad una urna cineraria, si bien no podamos

descartar que, en origen, hubiera podido consti-

tuir el basamento de un cipo-betilo y que fuera

reutilizado posteriormente como urna. Por otro

lado, la presencia de dos incineraciones tan próxi-

mas una a la otra, aunque una estuviera adosada

a la cara exterior de la urna y la otra en su interior,

nos hizo conjeturar si cabía la posibilidad de que

se tratara de la cremación de un único individuo,

lo que únicamente podía ser confirmado me-

diante el examen antropológico de los restos.

Esta circunstancia motivó que fueran remitidos de

forma diferenciada y según su posición de ente-

rramiento al Dr. F. Gómez Bellard para su estudio.

El análisis de los restos determinó que ambas in-

cineraciones correspondían a un único individuo

femenino joven, cuyos huesos habían sido tritu-

rados intencionadamente, y que partes coinci-

dentes de los mismos habían sido depositados

tanto fuera como dentro de la urna.

Este hecho, que es la primera vez que es consta-

tado en la necrópolis, no deja de llamarnos la

atención ya que estamos en presencia de un

mujer incinerada cuyos huesos han sido intencio-

nadamente separados en el momento de su ente-

rramiento y en cada agrupación de ellos se ha

realizado una ofrenda funeraria.

Como explicación a este anómalo hecho, única-

mente podemos establecer como hipótesis que,

tras la cremación de la difunta, y ya en el mo-

mento de proceder a su enterramiento, quedara

patente que el volumen de los restos incinerados

era superior a la capacidad contenedora de la

urna. Esta circunstancia motivaría que, parte de

los huesos se depositaran fuera de ésta junto a

su cara Este, acompañados a su vez por una

ofrenda funeraria.

El estudio de los materiales hallados tanto fuera

como dentro de la urna permite datar el enterra-

miento a principios del siglo VI a. C.

Esta cremación constituye un enterramiento sin-

gular y único en el yacimiento, ya que utilización

de una urna de marés como contenedor y la

forma de efectuar la deposición de los restos

óseos es la primera vez que se constata en la ne-

crópolis.

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Preactas

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Excavación de los restos óseos

del interior de la urna.

Materiales aparecidos en el interior de la urna y fuera de ella.

Detalle de la excavación del objeto de bronce

aparecido junto a los restos óseos fuera de la urna.

Urna de mares en la excavación.

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Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

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Preactas

65

Situada al NE de la isla de Ibiza, en la parro-quia de Sant Vicent de Sa Cala y en el tér-mino municipal de Sant Joan de Labritja, en

medio de un paisaje boscoso y con cierta abun-dancia de agua, la conocida como Cueva de Es Cu-lleram se ubica en la parte superior de la vertientede una montaña de la finca de Can Quintals, aunos 150 m de altitud sobre el nivel del mar, y aunos 1600 m, aproximadamente, de distancia enlínea recta de Cala Maians o Cala San Vicent.

Desde allí se domina visualmente la parte baja delvalle de Sa Cala, así como un corto tramo marí-timo entre el cabo de Campanitx y el islote de Ta-gomago.

Descubierta para la investigación en 1907, fue ob-jeto en este mismo año de una primera e impor-tante, por el volumen de sus hallazgos,excavación, por un equipo en el que se encontra-ban algunos de los más conocidos pioneros de laarqueología ebusitana, algunos de los cuales rea-lizaron con posterioridad excavaciones a nivel in-dividual. Nuevas excavaciones, bajo el mecenazgode Epifanio de Fortuny, Barón de Esponellà, se re-alizaron entre 1965 y 1968 dirigidas por la enton-ces directora del Museo Mª Josefa AlmagroGorbea. Una última y definitiva campaña fue diri-gida en 1981 por Joan Ramón Torres con el fin deretirar las tierras de antiguas excavaciones y le-vantar una planimetría precisa de todo el con-junto. Además de cumplir con los objetivosperseguidos, esta campaña fue fundamental paraprecisar algunos datos esenciales para la valora-ción del yacimiento, como la cronología y la mor-fología original de la cueva. Se pudo confirmar laexistencia de una fase prehistórica situable deuna manera amplia en la Edad del Bronce, datán-dose el floruit de la ocupación púnica entre finesdel s. III y fines del II a.C. En cuento a la planta, a

pesar de los problemas para reconstruirla, pudodeterminarse su carácter tripartito.

Las primeras publicaciones científicas, aparte delos resultados de las campañas de excavación, co-menzaron a partir de los años 30 en relación conla plaquita de bronce inscrita que fue hallada ca-sualmente en 1923. Pero el primer estudio seriode conjunto de la cueva fue obra de Mª E. Aubet,publicado en 1969. Con posterioridad, las terraco-tas han sido catalogadas, junto con el resto de lashalladas en la isla, por Mª J. Almagro Gorbea(1980) y Pilar San Nicolás (1987).

Así, pese a las deficiencias de unas excavacionesrealizadas en su mayoría a comienzos del siglo XX,con los medios técnicos y la formación que laépoca permitía, las características del material vo-tivo hallado y la existencia del epígrafe que con-firma la consagración del santuario a la diosaTinnit Gad, son elementos suficientes para dar alconjunto una originalidad y una relevancia ex-cepcional en el contexto del mundo púnico1.

Nuestro proyecto, financiado por el MICIN con lareferencia HUM2007-63574, (“Tinnit en Ibiza. Lacueva de Es Culleram”)2, parte de la consciencia dela falta de una catalogación completa del mate-rial hallado en la cueva, y de la necesidad de unainterpretación de carácter histórico-religiosoacorde con los conocimientos actuales sobre eltema. El primer paso ha sido pues la catalogacióny documentación gráfica del material disperso,constituido fundamentalmente por terracotas fi-guradas, en diferentes museos y colecciones pri-vadas3. A sabiendas de que a pesar del esfuerzorealizado seguirá habiendo piezas sueltas en co-lecciones no detectadas, aparte de aquéllas de lasque tenemos noticia y que parecen haberse per-dido, creemos haber catalogado la gran mayoría

Tinnit en Ibiza: Nuevas investigacionesen la cueva-santuario de Es Culleram

Mª Cruz Marín CeballosMaría Belén Deamos

Ana Mª Jiménez Flores(Universidad de Sevilla)

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

del material votivo en terracota procedente de lacueva.

Este material no carece de problemas. Uno de losmás frecuentes es la duda acerca de la pertenen-cia a este yacimiento o a la necrópolis del Puig desMolins ya se les plantea a muchos museos cuandorealizan su propia catalogación, contando con losdatos, no siempre fehacientes, de las coleccionesprivadas adquiridas.

Así pues, a partir de nuestra catalogación, de laobservación directa de las piezas y del materialgráfico generado, en el que se incluyen dibujos delos mejores ejemplares de cada tipo, se han obte-nido, en primer lugar, unos cuadros que resumen,de un lado los datos técnicos registrados en cadaficha, y de otro los rasgos iconográficos. Esto se hahecho, hasta ahora, con el exvoto más caracterís-tico de la cueva: la figura acampanada, pero seestá haciendo también con las llamadas “figurasplanas”, y el resto de las figuras de terracota. Todoello nos está permitiendo el estudio particulari-zado de cada uno de los tipos que, al mismotiempo, se está comparando con otros ejemplaresmediterráneos, especialmente de Sicilia y MagnaGrecia y, sobre todo de Cartago, con el fin de de-terminar el posible origen, así como la cronologíade cada uno de ellos.

Las terracotas son pues, por ahora, el objetivo prin-cipal de nuestro estudio, sin olvidar el resto de losmateriales, tanto la cerámica (también la prehis-tórica) como el resto de los objetos, algunos deellos perdidos aunque fotografiados; todo formaparte de un conjunto único e indivisible que habráde ser valorado globalmente.

Se han dividido en diferentes grupos, en lo quehemos intentado seguir las pautas marcadas enel trabajo de Mª E. Aubet, ya ampliamente divul-gadas, con el fin de no crear confusión4. Entreestos grupos destacan de un modo especial las fi-guras acampanadas, de las que se han individua-lizado una treintena de tipos. Se ha podido seguirsu proceso de fabricación mediante la utilizaciónde un solo molde para la mitad anterior de las pie-zas, cerrándose la posterior con una serie de tirasde arcilla que luego se han unido manualmente,

siendo perceptibles en muchos casos las huellasdactilares del alfarero. Nos ha sido posible, ade-más, determinar el proceso de elaboración icono-gráfica, partiendo de modelos egipcios ycartagineses hasta dar con un prototipo que será,como hemos dicho antes, característico de lacueva, aunque lamentablemente aún no se ha ha-llado el taller o talleres donde se fabricaban.

Por último, y en cuanto a la divinidad a la que es-taba consagrado el santuario, nos planteamos unanueva posibilidad en relación con el nombre deTinnit Gad que aparece como objeto de la ofrendaen la cara b de la plaquita de bronce hallada en1923. Se trata de relacionar este epíteto, quecomo es sabido se equipara con el de Tyché-For-tuna como protectora de ciudades en el mundoclásico, con los pebeteros en forma de cabeza fe-menina recientemente identificados en la ciudadde Ibiza, que se tocan con una corona mural. Aun-que ninguna de estas piezas ha aparecido en lacueva, pensamos que es posible relacionar esteepíteto con tales figuras, de tal manera que la Tin-nit Gad de Es Culleram podría haber sido la diosaen su faceta de protección de la ciudad, que nopuede ser otra que la de Iboshim. Tal constataciónañade, obviamente, una nueva dimensión al san-tuario.

1 La cueva ha sido declarada Bien de Interés Cul-tural (BIC) por la Comunidad Autónoma de les IllesBalears, mediante el decreto 94/1994 de 27 dejulio de ese año, y desde 1997 es propiedad delConsell Insular de Ibiza y Formentera.

2 Hemos de dejar constancia aquí de la impor-tante participación en el proyecto del Dr. Jorge H.Fernández, director del Museo de Ibiza y de la in-vestigadora Ana Mezquida, del mismo museo.

3 El número de piezas catalogadas asciende ya aunas 1430.

4 Aprovechamos la ocasión para recordar que, con-forme avanzamos en nuestro estudio, más apre-ciamos el esfuerzo por ella realizado -teniendo encuenta que se trataba de un primer trabajo de in-vestigación académico-, y valoramos más su cla-rividencia a la hora de obtener unas conclusiones.

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Preactas

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Vista parcial del aspecto exterior actual de

la cueva, con el acceso principal a la dere-

cha. Foto de las autoras.

Figura acampanada del Museo del Cau Fe-

rrat de Sitges (31239).Corresponde al tipo

24. Foto de las autoras.

Figura entronizada del Museo Arqueológico

de Cataluña (8663). Foto de las autoras.

Pebetero con corona mural procedente de

la Avda. de España nº 3, Ibiza. Foto del

Museo Arqueológico de Ibiza y Formentera.

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Preactas

69

El conocimiento de las relaciones entre el

mundo púnico y la cultura ibera contes-

tana, el sureste peninsular en términos ge-

nerales, se ha ido construyendo a medida que se

sucedían los modelos historiográficos.

En las primeras décadas del s. XX, Figueras y La-

fuente discutían acerca de la ubicación de la fun-

dación bárquida de Akra Leuka. Sus tesis se

basaban únicamente en el análisis de las fuentes

escritas, de acuerdo con la historiografía española

de aquella época. Lafuente defendía el monte Be-

nacantil, junto a la ciudad de Alicante, como el

lugar de Akra Leuke, mientras que en las ruinas del

Tossal de Manises situaba una supuesta tercera

fundación masaliota citada por Artemidoro, Este-

ban de Bizancio y Estrabón. El nombre de la colo-

nia griega, Leukon-Teijos, no aparecía en ninguna

de las fuentes conocidas sino en la Historia de Car-

tago publicada por el alemán Otto Meltzer a fines

del s. XIX. Figueras, por su parte, identificaba las

ruinas del Tossal de Manises con Akra Leuke y es-

taba convencido de que los hallazgos de sus exca-

vaciones constituían la prueba. La publicación de

S. Nordström de 1961, Los cartagineses en la costa

alicantina, señalaba el fin de esta etapa. La autora

utilizaba los datos arqueológicos para corroborar

las tesis de Lafuente, a las que se sumaba sin re-

paros y sin hacer mención alguna a las opiniones

contrarias de Figueras. Aún más, establecía una re-

lación directa entre ciertos hallazgos en yaci-

mientos ibéricos de Alicante y el ámbito

económico, religioso y funerario cartaginés.

La llegada de E. Llobregat al Museo Arqueológico

Provincial de Alicante en los años 60 significó la

revisión de la Historia antigua alicantina. Rompía

con la investigación anterior, más acorde con la

tradición de la arqueología filológica, para identi-

ficar la cultura ibérica partiendo de un principio

incontestable: el indigenismo del mundo ibérico

y de sus manifestaciones, idea que finalmente

tomó cuerpo en su Contestania ibérica de 1972.

Así, de una visión exógena de la arqueología pre-

rromana alicantina se pasó a una perspectiva in-

digenista para explicar un mundo ibero que, dicho

sea de paso, se pudo empezar a caracterizar en su

cultura material gracias a esta perspectiva. Fue un

proceso de desmitificación de la Historia antigua

de Alicante, parafraseando el título del artículo de

1969 de Llobregat. También supuso una negativa

rotunda a aceptar cualquier injerencia cultural di-

recta o indirecta en el mundo ibérico. Las relacio-

nes comerciales con los púnicos se admitían, pues

los testimonios eran evidentes, pero desposeídas

de toda trascendencia en el proceso histórico. Llo-

bregat opinaba asimismo que el período bárquida,

por su carácter militar y breve duración, no podía

haber dejado huella alguna en el poblamiento ibé-

rico. De esta forma zanjaba el “abuso” que los in-

vestigadores anteriores habían hecho del episodio

bárquida de la fundación de Akra Leuke y daba so-

lución al “cartagenismo” atribuido a la población

prerromana de la costa alicantina.

La postura de Llobregat también fue deudora de

su momento. La autoctonía de la cultura ibérica

era un hecho innegable, y lo sigue siendo, pero hoy

nadie cuestiona que los aportes mediterráneos

fueran un factor influyente en el origen y evolu-

ción de la cultura ibérica. Queda fuera de toda

duda que el vehículo conductor se estableció en

el marco de las relaciones comerciales. A este

Nuevas perspectivas sobre las relaciones púnicascon la costa ibérica del sureste peninsular

Feliciana Sala Sellés(Universidad de Alicante)

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Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

punto, el estado actual de la investigación ofrece

dos perspectivas complementarias. De un lado, los

últimos estudios confirman el papel fundamental

del comercio en la economía del área costera de

la Contestania ibérica. De otro, las novedades pro-

ducidas en los últimos años gracias a los trabajos

en yacimientos costeros y la revisión de algunas

excavaciones antiguas dejan entrever unas rela-

ciones con el mundo púnico más sólidas que las

que permitiría el simple ir y venir de los viajes co-

merciales.

Algunas de estas novedades arqueológicas apun-

tan a la presencia de grupos de población no ibera

dedicada al comercio e instalada en puntos coste-

ros claves en el tránsito marítimo y en la explota-

ción de ciertos recursos derivados del mar. De ser

así, el siguiente objetivo que se plantea es distin-

guir estas comunidades de las ibéricas a través de

la cultura material y arquitectónica. Este punto

nos llevaría a cuestiones de hibridación y mesti-

zaje, de reconocimiento de grupos étnicos, que se

apuntarán en este trabajo.

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Preactas

71

Las investigaciones realizadas en los últimos

años en dos de los más importantes yaci-

mientos de la Contestania ibérica han

puesto de relieve una marcada influencia púnica

centrada en el siglo IV y primera mitad del s. III en

la Illeta dels Banyets y a finales del s. III a. C. en el

Tossal de Manises.

La Illeta dels Banyets

Está situada en una pequeña península en la pe-

riferia norte del municipio del Campello, Alicante.

Se han excavado unos 3200 m² en los que se ha

documentado una amplia ocupación discontinua

que abarca desde el eneolítico hasta época ro-

mana, con frecuentaciones que alcanzan hasta el

periodo islámico. En lo referente a la etapa ibérica

hemos comprobado la existencia de un primer

asentamiento fundado en la segunda mitad del s.

V a. C. que perdurará hasta mediados del s. IV a.

C., fecha en la que sufrirá una importante remo-

delación urbanística que cambiará totalmente su

fisonomía; en este momento se abren dos amplias

calles que recorren la isla longitudinalmente, re-

lacionadas entre sí mediante pequeñas calles

transversales que forman manzanas. Es en ese

momento cuando se erigieron los edificios em-

blemáticos por los que E. Llobregat propuso para

el yacimiento la interpretación como emporion:

los templos A y B y el almacén del templo A. En las

últimas intervenciones hemos podido documen-

tar que el resto de los edificios excavados corres-

ponden principalmente a centros de producción

destinados a la manufactura de materias primas

como el esparto, el pescado y la uva, y a departa-

mentos destinados a almacenaje. Tan sólo uno de

los edificios se ha podido interpretar como vi-

vienda. Por lo tanto, ahora sabemos que la Illeta

durante la última mitad del s. IV a. C y los prime-

ros años del III a. C. era un centro comercial de pri-

mer orden y un centro productor que exportaba

sus productos envasados en las ánforas que se fa-

bricaban en los hornos situados en la costa. En

cuanto a las importaciones, el mayor número de

vasos corresponden a la vajilla de mesa ática se-

guida por los vasos púnico-ebusitanos o púnicos

provenientes de otros puntos del mediterráneo;

de ellos el número más importante corresponde

a las ánforas, destacando las del tipo PE-14 o T-

8.1.1.1, aunque también se han localizado T-

11.2.1.6, T-11.2.1.5, T-12.1.1.1 y T-8.2.1.1. El resto

de los materiales corresponde a cerámicas púni-

cas y púnico ebusitanas pintadas y comunes que

en conjunto suponen ¾ partes de las importacio-

nes púnicas; entre ellos destacan como grupo de

relevancia los morteros que suponen el 20% del

total. Hemos de añadir la presencia de grafitos en

alfabeto púnico documentados en fondos de

vasos de cerámica ática.

En el yacimiento se encuentran otros elementos

que inducen a sospechar una fuerte influencia fo-

ránea; en arquitectura se emplean materiales des-

conocidos para el mundo ibérico contestano,

siendo el más relevante el uso del mortero de cal

que se emplea para el revestimiento de piletas, ca-

nales y para la pavimentación de suelos como en

los dos lagares documentados cuyos paralelos

más próximos se encuentran más bien en el ám-

bito gaditano (Csstillo de Doña Blanca) que en las

regiones ibéricas próximas (Edetania). Los tem-

Lectura púnica de dos yacimientos ibéricos:Illeta dels Banyets y el Tossal de Manises

Manuel Olcina Doménech, Adoración Martínez Carmona Antonio Guilabert Mas, Eva Tendero Porras

(Museo Arquelógico de Alicante, Universidad de Alicante)

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

plos asimismo presentan rasgos que se pueden re-

lacionar con influencias púnicas, siendo el más

evidente la presencia de un altar de tipo oriental

en el llamado templo B.

El Tossal de Manises

Este yacimiento, situado sobre una colina junto al

mar en la bahía de la Albufereta a 3 km. al noreste

del centro histórico de la ciudad de Alicante, pre-

senta materiales del siglo IV y del s. III a. C. pero

fuera de contexto. Esta circunstancia del registro

arqueológico hace que dudemos de la existencia

de una entidad poblacional en aquellos siglos. La

situación cambia radicalmente a en el último ter-

cio del s. III a. C. En este momento se funda un es-

tablecimiento de 2’5 ha. De extensión dotado de

una fortísima y compleja fortificación sin parale-

los en el mundo ibérico contestano dotada de mu-

ralla, antemural y torres en las que sirvieron sobre

todo para el emplazamiento de catapultas. En el

mismo momento se construyen cisternas “a bag-

narola” de clara raigambre púnica, no solo por su

forma sino también por los materiales de cons-

trucción empleados (revestimientos de mortero

de cal). El momento histórico de creación de este

establecimiento, situado en el punto más estraté-

gico de la bahía de la Albufereta (nudo de comu-

nicación marítima y terrestre), junto con las

tipologías arquitectónicas y los materiales de

construcción, hablan sin duda de una fundación o

al menos marcada influencia púnica del periodo

bárquida. La hipótesis que manejamos plantea un

punto fuerte para la defensa y protección del te-

rritorio cartaginés de la Iberia sudoriental y de su

capital Cartagena.

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Preactas

73

El estudio que se presenta parte de la actual

revisión que efectuamos sobre la docu-

mentación antigua y fondos materiales

procedentes de la necrópolis de l’Albufereta (Ali-

cante), y trata en concreto sobre un aspecto del ri-

tual funerario practicado en este lugar: la

deposición de monedas en algunas de sus sepul-

turas de cremación.

Excavado durante la primera mitad de los años 30

del siglo XX, l’Albufereta es uno de los yacimien-

tos ibéricos más conocidos y continua referencia

en la bibliografía especializada a lo largo de los

años hasta la actualidad. La investigación está re-

velando nuevos e interesantes datos sobre el com-

plejo universo de las creencias y prácticas

funerarias de las que, desgraciadamente, sólo co-

nocemos su plasmación material.

Pese a las carencias del registro, conocemos di-

versas referencias al hallazgo de monedas en la

necrópolis, si bien éstas son siempre escuetas y

confusas, hasta el punto de hacernos dudar de si

realmente pertenecieron al yacimiento. Éste es el

caso de los ejemplares romanos, evidentemente

procedentes de estratos más modernos, y no de

los enterramientos, cuya cronología grosso modo

se encuadra entre los siglos IV y III a. C.

Si desde un principio resultó realmente intere-

sante la cuestión de la presencia de monedas en la

necrópolis, no ha sido hasta hace unos meses

cuando algunas de éstas han podido ser identifi-

cadas, tras más de medio siglo ocultas entre los

fondos clásicos del monetario del MARQ. La iden-

tidad de estos ejemplares posiblemente quedó

borrada durante alguna de las diversas remodela-

ciones que afectaron tanto a la exposición como a

los almacenes del antiguo Museo Arqueológico

Provincial de Alicante.

Pese a que Francisco Figueras Pacheco es quien

mejor documenta las campañas arqueológicas en

l’Albufereta, inventaría y describe los materiales

recuperados, es José Lafuente, en cambio, el pri-

mero que excava en el lugar, y quien publica en

una temprana y breve memoria de 1932 una fo-

tografía en la que aparecen, algo borrosas, seis

“monedas cartaginesas y romanas de la necrópo-

lis”, de las cuales hemos identificado cuatro bron-

ces de la ceca de Ebusus, con una cronología

general de los años 214-150 a. C., y un semis au-

gusteo de Carthago Nova. El hallazgo no ha hecho

sino dar credibilidad a las referencias con que con-

tábamos de antemano.

Los ejemplares púnicos presentan el tema icono-

gráfico dominante en las acuñaciones ebusitanas.

En el anverso la imagen más o menos esquemá-

tica del dios Bes o cabiro, caracterizado como un

enano panzudo con faldellín y tocado de plumas,

brazos alzados sosteniendo una serpiente y una

maza, y piernas cortas y arqueadas. Divinidad pro-

tectora de la isla, a la que da nombre, se comple-

menta en el reverso por la figura de un toro

embistiendo a izquierda. Por desgracia no cono-

cemos el contexto exacto de los hallazgos. Figue-

ras informa, en cambio, que una moneda se halló

en la sepultura F-86, pero sin duda no se trata de

uno de los ejemplares presentados, que procede-

rían de una campaña anterior.

Tanto Lafuente como Figueras fueron firmes de-

fensores del “cartagenismo” de muchos de los res-

Sobre la presencia de monedas Púnicas en sepulturasde la necrópolis de L’albufereta (Alacant)

Enric Verdú Parra(Museo Arqueológico Provincial de Alicante - MARQ)

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74

VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

tos arqueológicos descubiertos a partir de aque-

llos momentos a lo largo del litoral alicantino. El

yacimiento de l’Albufereta fue muy pronto catalo-

gado como “cartaginés” o “ibero-púnico”. Curiosa-

mente hoy estas tesis vuelven a estar de

actualidad. En el caso de la necrópolis, la revisión

de los materiales ha venido a caracterizar un con-

junto más amplio del que se pensaba en principio,

en el que destacan no sólo estas monedas púnico-

ebusitanas sino varias cerámicas de mesa comu-

nes y decoradas (durante décadas consideradas

ibéricas), imitaciones ebusitanas y de otros talle-

res del mundo semita (Gadir, Carthago), terraco-

tas (entre las que destacan los denominados

pebeteros en forma de cabeza femenina), cuentas

de collar de pasta vítrea, fragmentos de cáscara

de huevo de avestruz y varios amuletos orienta-

les.

También los dos excavadores coinciden en que en

el caso de aparecer se halló una moneda por se-

pultura. La valoración de este dato comporta una

serie de implicaciones socio-culturales, políticas y

económicas en relación al contexto en que se uti-

lizó el cementerio. Esta conducta presenta ade-

más multitud de paralelos en el mundo griego, de

donde es originaria (más bien de ambientes colo-

niales), pero también en la cultura púnica, siem-

pre a partir de época helenística, momento en el

cual encontramos hallazgos monetarios en con-

textos funerarios en distintos puntos del Medite-

rráneo.

La implantación de la economía monetaria es un

fenómeno muy tardío dentro de la cultura ibérica,

y con anterioridad a este momento los hallazgos

numismáticos son siempre excepcionales. En este

caso no podemos hablar de una adopción de este

sistema económico, sino más bien de un nuevo

componente del universo simbólico-religioso ibé-

rico, vinculado lejanamente al mito griego del

óbolo de Caronte, aunque quizá sólo sería un in-

dicador de riqueza y estatus como tantos otros en

el mundo ibérico, o un amuleto o talismán pro-

tector a raíz de las imágenes presentes en las mo-

nedas.

Regresando a la necrópolis alicantina, evidencia la

llegada de monedas púnicas, entre otros materia-

les importados, a estas tierras en el contexto de la

Segunda Guerra Púnica. Además, junto a la esca-

sez de armas en las sepulturas, nos encontramos

pues con un rasgo de gran interés y que hace aún

más compleja la investigación sobre las creencias

de ultratumba de estas comunidades indígenas,

del mismo modo que podríamos pensar en un po-

sible mestizaje de dicha población. A estas alturas

resultan más que evidentes los contactos con se-

mitas, en especial con ebusitanos, auténticos in-

termediarios comerciales en el Mediterráneo

occidental. El papel de Ebusus en época helenís-

tica, centro distribuidor de vajilla de mesa y obje-

tos exóticos hacia las áreas de dominio cartaginés

y el mundo ibérico, explica además la presencia de

objetos púnicos en la mayoría de yacimientos ibé-

ricos de toda la fachada mediterránea peninsular

entre los siglos IV y I a. C.

El análisis de estos hallazgos numismáticos, así

como la revisión actual de la necrópolis, se com-

plementa con los recientes resultados ofrecidos

por las excavaciones en el vecino yacimiento del

Tossal de Manises, donde se constata una des-

trucción del entre fines del siglo III e inicios del II

a. C., y por lo tanto también en pleno conflicto ro-

mano-cartaginés. Toda esta información incide

decisivamente en un mayor peso de la cultura pú-

nica en estas tierras, tema que está siendo some-

tido en la actualidad a un intenso debate a partir

además de los datos que ofrecen otros yacimien-

tos próximos como la Escuera (San Fulgencio), la

Illeta dels Banyets (el Campello), l’Alcúdia (Elx), etc.

En definitiva, pretendemos dar a conocer nuevos

datos sobre este trabajo aún en marcha, y ofrecer

un razonamiento documentado sobre la costum-

bre funeraria de deposición de monedas de

bronce en las sepulturas de cremación de l’Albu-

fereta, que ya llamó la atención en el momento de

la excavación y que hoy, al rescatar estas piezas de

los almacenes del MARQ se convierten en una

nueva e inesperada fuente de conocimientos.

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Preactas

75

Este trabajo contempla la ocupación del li-

toral comprendido entre el Ebro y el Segura

como exponente de los contactos de los

grupos ibéricos con los navegantes mediterráneos

y más concretamente con los púnicos, entre los si-

glos IV y II a.C. El marco cronológico podría co-

rresponder al comprendido entre los tratados

romano-cartagineses del 348 y del 226 a.C.

Se parte de la tesis de la mayor antigüedad del

control de las vías fluviales que de las marítimas

por parte de los iberos. Sólo excepcionalmente se

detecta en esta costa algún asentamiento ibérico

fechable en el siglo V. Sin embargo, a lo largo del

siglo IV aparecen fenómenos de interés, a veces

combinados, como son:

- las concentraciones de ofrendas votivas en

puntos abiertos al tráfico marítimo,

- los espacios de producción y almacenaje

junto al mar y

- las fortalezas costeras.

Una cuestión importante en este enfoque es plan-

tear los términos de la negociación necesaria para

que estas ocupaciones tengan lugar entre las par-

tes implicadas. Los iberos había desarrollado es-

trategias de organización territorial; las potencias

mediterráneas comerciaban con ellos desde hacía

siglos: ¿qué factores se ponen en juego alrededor

del siglo IV para que aparezca un tipo de presen-

cias en la costa antes ausente? La hipótesis que

se contempla en este caso es la expansión de las

ciudades coloniales peninsulares y de Ibiza en esta

etapa.

Los lugares rituales contienen terracotas vincula-

das tipológica e iconográficamente al mundo pú-

nico de la cuenca mediterránea occidental,

aunque no reúnen piezas idénticas a las de cual-

quiera de estos contextos, en parte porque mu-

chas están hechas localmente. Los espacios de

producción y almacenaje muestran en algún caso

infraestructuras iguales a las de centros púnicos

coetáneos del Estrecho, muy distintas de las de los

oppida. Finalmente, los sitios fortificados bien es-

tudiados –muy escasos- pueden hacerse derivar

de modelos externos cuando se trata de murallas

complejas, aunque tampoco son exactos a los mo-

delos. Sin embargo las facies cerámicas no se di-

ferencia claramente de las ibéricas.

Se asiste así a un grado de contacto colonial par-

ticular, del que se deriva un nuevo panorama de

interacción cultural.

En el tránsito del siglo III al siglo II el litoral consi-

derado muestra nuevos ejemplos de vigilancia

mediante torres en conexión visual con asenta-

mientos estratégicos, así como lugares costeros

fortificados, preparados para defenderse del ata-

que con maquinaria de guerra y dotados de apro-

visionamiento de agua mediante cisternas.

La segunda guerra púnica está en el horizonte de

esta defensa de la costa. Las murallas se atribuyen

a púnicos o romanos, según su localización. Sin

embargo, en coherencia con el planteamiento ini-

cial de este trabajo, hay que considerar también

el factor ibérico, bien pactando con unos o con

otros, o bien afirmándose sobre sus territorios tras

haber experimentado el primer despliegue mili-

tar en que se vieron involucrados.

Ocupación comercial, ritual y estratégica del litoral valencianoCarmen Aranegui Gascó

(Catedrática de Arqueología. Universitat de València)

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Preactas

77

En el territorio de las comunidades ibéricas

septentrionales se ubica la única zona de

colonización griega de la Península Ibérica

contrastada arqueológicamente. Emporion y

Rhode constituyen, desde el siglo VI aC. en ade-

lante, la punta de lanza de la presencia griega,

focea, en extremo occidente. Esta evidencia ha te-

nido lógicamente un peso específico muy grande

en nuestra visión sobre los pueblos indígenas del

nordeste peninsular, considerados aquellos con un

más alto grado de influencia helénica en todos los

ámbitos (génesis, rasgos culturales, estructura

económica, etc.).

Así, por ejemplo, la importancia e intensidad del

fenómeno regional de almacenaje de excedentes

cerealísticos en silos o las características cons-

tructivas de ciertas manifestaciones arquitectó-

nicas monumentales (torres pentagonales de

Tivissa, fortificación de Ullastret) responden o se

explican tradicionalmente en función de la fuerte

influencia griega en la zona. En cualquier caso, el

indicador arqueológico más evidente y común-

mente aceptado como muestra de esta impronta

focea, no sólo en el nordeste sino en toda el área

mediterránea de la Península Ibérica, ha sido

siempre el de la amplísima difusión de cerámicas

griegas de vajilla fina (áticas, Taller de Roses, etc.).

En los últimos decenios esta percepción tiende a

matizarse fundamentalmente gracias a la consi-

deración de un elemento de cultura material poco

valorado anteriormente: el de las ánforas impor-

tadas. Y no se trata de una categoría con un valor

secundario si atendemos a la importancia econó-

mica que le otorga su papel de cargamento prin-

cipal en los barcos de distribución de mercancías

a nivel mediterráneo. Es por ello que en este tra-

bajo presentamos una actualización de la docu-

mentación de este grupo de las ánforas

importadas en la zona objeto de estudio, tanto

desde el punto de vista cualitativo (tipos y proce-

dencias) como, sobretodo, cuantitativo (propor-

ción relativa en los conjuntos cerámicos de la

zona).

En este último sentido destacamos como en los

asentamientos ibéricos de la costa catalana (aque-

lla más próxima a la zona de colonización griega

occidental) desde el siglo V aC. la presencia de án-

foras púnicas (ebusitanas, cartaginesas o del área

del Circulo del Estrecho) presenta una mayoría, en

muchos casos abrumadora (con proporciones su-

periores al 80 o al 90 %), respecto a los envases

de otras filiaciones (griega o etrusca). Aún más

significativo, y sorprendente si cabe, es el hecho

de que este fenómeno no es ajeno a la realidad ce-

ramológica de la misma Emporion focea, tal y

como intentaremos mostrar en base a una revi-

sión reciente (con criterios metodológicos, de

cuantificación, actualizados) de conjuntos conoci-

dos de la Neápolis emporitana.

Con todo ello no cabe duda de que la incidencia

púnica en la esfera comercial y, por extensión, eco-

nómica entre las poblaciones de esta zona fue

también muy relevante, incluso determinante. De

hecho, recientemente se han destacado una serie

de hallazgos o evidencias que incrementan esta

avaluación sobre el grado de influencia púnica en

este “territorio emporitano”. Alguna de estas ma-

nifestaciones serían:

Evidencias arqueológicas de la incidencia púnica enel mundo ibérico septentrional (siglos VI-III aC.):

estado de la cuestión e interpretaciónDavid Asensio i Vilaró

(Universitat Autònoma de Barcelona/Universitat de Barcelona/ Món Iber Rocs S.L.)

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

- La notable documentación de cerámicas co-

munes púnicas en contextos indígenas. Mu-

chas de estas piezas, como por ejemplo los

morteros, no parecen tener un valor comer-

cial o socio-económico intrínseco (a diferen-

cia de las ánforas –su contenido- o los

ejemplares de vajilla fina).

- La evidencia de la aparición en contextos in-

dígenas de un número significativo de ca-

zuelas cartaginesas a partir del siglo III aC. y

de sus imitaciones locales. Se trata de un fe-

nómeno de emulación de prácticas culina-

rias exógenas por parte de las élites locales

o de la presencia física de efectivos nortea-

fricanos en la zona (a ambas cosas a la vez)?.

- El fenómeno, contrastado en el área cose-

tana, de un proceso de imitación local de án-

foras púnicas ebusitanas (siglos IV-III aC),

con probable (por necesaria) participación

de artesanos ibicencos en la empresa.

- La localización de objetos cultuales de in-

cuestionable producción y procedencia pú-

nica, como es el caso de diversos ejemplares

de terracotas con cabeza de Deméter o Kore,

las dos figuritas ebusitanas del dios Bes de

Ullastret y, recientemente, la de un ejemplar

completo de máscara grotesca, de muy pro-

bable fabricación sarda, aparecida en el nú-

cleo ibérico del Mas d’en Gual (Tarragona).

Estas evidencias nos permiten concluir una in-

fluencia semítica intensa que traspasa los límites

de las relaciones comerciales y económicas y que

se advierte incluso en ámbitos de naturaleza más

cultural e ideológica. Todo ello en un marco inter-

pretativo que prioriza la consideración del con-

junto de elementos e influencias externas dentro

de las necesidades de las sociedades indígenas las

cuales los adoptan o utilizan en función de sus

particulares valores y modelos organizativos.

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Preactas

79

Depuis 2006, l’Institut National du Patri-

moine de la République Tunisienne et

l’Université de Barcelone ont développé

dans la ville numido-romaine d’Althiburos (El Mé-

déina, gouvernorat du Kef) et ses environs un pro-

jet de recherche dont le but essentiel est de

reconnaître et de documenter les processus de

mutation socio-culturelle qui ont amené à la for-

mation des états numides qui nous sont connus

par les sources anciennes, y comprise l’analyse des

rapports avec Carthage et les régions de culture

punique.

Cette recherche a comporté la prospection systé-

matique de la ville et de la vallée d’Althiburos,

ainsi que la réalisation de fouilles en profondeur

au centre de la ville, l’excavation de plusieurs

tombes dans une des nécropoles qui l’entourent

et l’exploration systématique d’un des nombreux

tumulus à chambre centrale qui existent dans la

région. Cette communication porte exclusivement

sur les rapports avec Carthage tel qu’on peut les

documenter à partir des données issues de la

fouille dans la zone centrale de la ville d’Althibu-

ros.

Les sondages qui ont été pratiqués au sud-est

(zone 1) et au nord-ouest (zone 2) du capitole d’Al-

thiburos (dégagé en fin XIXe-début XXe siècle) ont

atteint des niveaux préromains importants, qui

s’étendent sur toute la superficie fouillée, en gé-

néral immédiatement en dessous des niveaux de

l’Antiquité Tardive (ce qui implique nécessaire-

ment l’enlèvement à cette époque des niveaux

stratigraphiques datables du Haut Empire). Il faut

également noter que la fouille de la zone 2 a at-

teint des niveaux situés à peu près à 6 m en des-

sous du sol créé par les fouilles de nos prédéces-

seurs de la fin XIXe-début XXe siècle) et vraisem-

blablement à 7,5 m en dessous du niveau originel.

Les niveaux profonds de la zone 2, dont la chro-

nologie est à situer en plein VIIIe siècle av. J.-C., ou

même avant, ont livré quelques fragments de cé-

ramique tournée à engobe rouge, sans doute phé-

nicienne (peut-être carthaginoise), qui attestent

d’une relation précoce entre les centres sémi-

tiques de la côte tunisienne et ce site intérieur,

situé à 180 km de Carthage, 120 km de Thabraca

et 160 km de Sousse. Des poteries strictement

carthaginoises, un peu plus nombreuses, sont at-

testées dans les niveaux datables entre la fin du

VIIIe et le VIe siècles. Il s’agit surtout de coupes ca-

rénées à engobe rouge, mais les amphores sont

également présentes, bien qu’en quantité moin-

dre. Bien que ces céramiques ne représentent

qu’un pourcentage infime des poteries récupérées

dans la fouilles, elles attestent d’une relation inin-

terrompue, qui est peut-être à mettre en rapport

avec le développement rapide de la métallurgie

du fer (dès, au moins, le VIIIe siècle av. J.-C.) et la fa-

brication de céramiques modelées à engobe

rouge, toujours présentes entre le VIIIe siècle av.

J.-C. et le début du Haut Empire.

Depuis le IVe siècle av. J.-C. et durant le III siècle

av. J.-C., les rapports commerciaux deviennent

plus intenses. Le matériel carthaginois (am-

phores, céramique commune (peinte ou non), cé-

ramique inspirée des productions

helleno-italiques à vernis noir, céramique de cui-

sine) domine largement parmi ces importations,

mais l’amphore gréco-italique est attestée dès le

III s. av. J.-C.

Le matériel céramique d’importation á Althiburos(La Kef, Tunisie) á l’époque préromaine

N. Kallala, J. Ramón, J. Sanmartí, M.C. Belarte y B. Maraoui(Proyecto Althiburos)

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

C’est toutefois durant la fin du IIe-Ier siècles av. J.-

C. que le commerce avec les zones de culture pu-

nique de la côte tunisienne atteint son acmé. Les

céramiques de tradition punique carthaginoise

restent toujours largement majoritaires, avec une

forte présence des productions que l’on peut si-

tuer au Sahel et Tripolitaine, mais les céramiques

italiques –amphores Dr. 1, Campanienne A et au-

tres productions à vernis noir, ainsi que quelques

lampes– représentent à cette époque un pour-

centage important du matériel importé.

Le long de huit siècles Althiburos a maintenu un

rapport commercial non interrompu avec Car-

thage et les centres puniques de la côte de

l’actuelle Tunisie, et cela implique dès une date an-

cienne une forte empreinte carthaginoise dans

l’intérieur, dont les conséquences en ce qui

concerne la formation de la civilisation numide

restent à évaluer, mais ne peuvent nullement être

négligeables.

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Preactas

81

El opúsculo anónimo incluido en el Codex

Palatinus Heidelbergensis gr. 398 con el tí-

tulo de Periplo de Hanón es, sin duda, una

de las más valiosas fuentes literarias a disposición

de los especialistas en el mundo fénico-púnico,

habida cuenta de su pretendida condición de ex-

clusivo documento conservado al completo (aun-

que en su versión griega) de entre esa vasta

producción escrita, hoy perdida, que debió nutrir

los anaqueles de los grandes centros de la cultura

objeto del presente Coloquio. Ahora bien, valorado

como integrante de la literatura griega —la única

de sus facetas digna de atención para el filólogo—

constituye además uno de los casos más contro-

vertidos de dicho corpus, cuya interpretación ha

suscitado enconados debates desde su mismo

descubrimiento.

Una primera lec tura, incauta y poco exigente, de

dicho documento parece confirmar la veracidad

del título que reza en el manuscrito, a saber, que

se trata de la versión griega del informe que el su-

fete cartaginés Hanón depositó en el templo de

Crono (¿Baal Moloch?) tras su regreso y como re-

sultado de su misión fundacional y exploratoria

por el litoral atlántico africano. El propio conte-

nido del texto no desmiente, de entrada, dicha na-

turaleza: divisible claramente en dos mitades

(pars. 1-7 actividad colonizadora, pars. 8-18 ex-

ploratoria), el Periplo exhibe con todo lujo de de-

talles, especialmente en su segunda parte, los

pormenores de un viaje por tierras hasta ahora

desconocidas, y, al parecer, lo hace de una forma

tan real y sincera que incluso el lector actual cree

tener la certeza de asistir a un cuadro fiel de la ge-

ografía, la zoología y la etnografía propias del

África tropical.

Los problemas, sin embargo, empiezan a surgir

tras los resultados que arroja cualquier análisis fi-

lológico, por poco ambicioso que éste sea. Es

prueba irrebatible que su prosa, de apariencia

simple y aséptica, acusa —ante todo en esa se-

gunda parte, supuestamente más sincera— mul-

titud de paralelismos, muchos de ellos literales,

con los más destacados prosistas griegos, desde

Heródoto hasta autores del bajo helenismo. No es

éste el momento de exponer el listado completo

de tales equivalencias. Baste con señalar las más

notorias: par. 7 = HDT., IV 174, 183; CRATES, fr. 14a

Mette; par. 8 = PALAEPH., 31; par. 18 = MEGASTH.,

FGrHist 715 F 27b; AEL., NA XVI 21; XENOPH. LAMPS.

(apud PLIN., Nat. VI 200 y SOL., 56, 10-12). La crítica

tradicional, que considera el Periplo un relato ori-

ginal compuesto a inicios del s. V a.C., suele inter-

pretar estos paralelismos como prueba de la

tradición ejercida por nuestro anónimo autor. Tal

criterio, no obstante, implica la ilógica atribución

a su opúsculo de una capacidad de influencia que

en absoluto guarda proporción con su modesto

peso literario.

La solución definitiva a estos problemas está aún

por llegar. La meritoria labor filológica de las últi-

mas décadas —muchos de cuyos alegatos resul-

tan incontestables a los todavía numerosos

defensores de una interpretación de la obra de

corte tradicionalista— ha socavado los pilares de

una veracidad del Periplo secularmente defendida

casi sin oposición. Con todo, la historia de la crí-

tica moderna describe un infructuoso movi-

miento pendular entre dos posturas exclusivas,

irreconciliables y, a mi entender, erróneas ambas si

se plantean sólo en clave antagónica. Quizás un

análisis de la obra con garantías de resultados sa-

El Periplo de Hanón y la literatura tardohelenística*Francisco J. González Ponce

(Universidad de Sevilla)

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

tisfactorios pase por el reconocimiento de una

serie de principios básicos generalmente confun-

didos hasta ahora. Imprescindibles son, al menos,

los siguientes: 1) el grado de veracidad de nuestra

versión griega no guarda relación directa con la

aceptación o no de la existencia histórica de la ex-

pedición cartaginesa; 2) ésta ha debido existir, y

sus ecos salpican aún una serie de tradiciones que

remontan todas a un mismo dossier púnico, una

de las cuales —y sólo una— toma cuerpo en el

texto conservado en Heidelberg; 3) dicho texto

sería la adaptación griega, tardía, de unos docu-

mentos originales ya vertidos al griego, con posi-

ble afección literaria, en la propia Cartago; 4)

nuestra versión es un documento eminentemente

literario, en consonancia con los clisés tardohele-

nísticos; 5) a pesar de ello, su relato parece ser más

fiel al original que el ofrecido por otras tradicio-

nes (Juba, Mela y Plinio, a través de Varrón y Ne-

pote): entre sus líneas se percibe aún el trazado

de un viaje realmente longitudinal (N-S) hasta un

punto indeterminado del África ecuatorial, con ve-

rídica descripción de la zoología y etnología fabu-

losa de aquellos parajes, aunque la adopción de

los esquemas geográficos propios de la época

obligue al autor a presentárnoslo en forma de te-

órica cuasi-circunnavegación del continente.

Si se admiten tales principios podría proponerse

para nuestra versión literaria una fecha de com-

posición baja: una serie de indicios, que se basan

fundamentalmente en datos extraídos del co-

mentario del último parágrafo, nos permitirían fe-

charla en la segunda mitad del s. II a.C., es decir,

entre las producciones de Crates de Malo, utili-

zado por nuestro autor, y de Jenofonte de Lámp-

saco, al que yo considero lector sincero de una

copia de nuestro texto menos adulterada que la

que hoy se conserva, en lugar de falsificador o mal

adaptador de los documentos originales.

* El presente trabajo ha sido elaborado en el marco

del Proyecto de In vestigación “Literatura frag-

mentaria histórica y geográfica.

La época helenística” (HUM2007-62541), finan-

ciado por la Dirección General de Investigación del

Ministerio de Ciencia e Innovación.

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Preactas

83

Basado en un guión de Rudyard Kipling, en 1975

John Houston dirigió The Man Who Would Be King

(el hombre que pudo reinar), en la que dos solda-

dos de fortuna, debido a una serie de casuísticas,

entre ellas el parecido de uno de los personajes,

Daniel Dravot, con Alejandro Magno, consideran a

este un dios y reina sobre Kafiristán. De igual

forma, en la investigación histórica, a veces halla-

mos casuísticas iconográficas que nos ponen en

un primer momento en relación con los retratos

de los bárquidas, cuando en realidad puede que

nos hallemos ante un personaje ajeno a esta fa-

milia. Así, se puede deducir, del entalle de corna-

lina hallado en Baria (Villaricos, Almería), donde

grabado en negativo, aparece la imagen de un

hombre barbado con una corona de laurel en la

cabeza, símil a la iconografía de Amílcar Barca di-

vinizado, es decir, asimilado a Melqart, sobre al-

gunas monedas peninsulares. Sin embargo, el

trabajo del grabador depara una serie de elemen-

tos epigráficos, que hacen dudar de que el retra-

tado sea un Barca o al menos, uno de los Barca

conocidos.

Este tipo de trabajo no es desconocido en el

mundo fenicio, como se puede deducir de una sor-

tija de procedencia ibicenca, actualmente en la co-

lección del Museo Arqueológico Nacional (nº inv.

35948), donde se representa una cabeza mascu-

lina barbada, cuya composición del pelo del indi-

viduo se realiza mediante la imagen de dos aves,

representándose también al final de su cuello un

delfín, animales que evidentemente nos ponen en

contacto con los atributos de una deidad. Pero ,

como en el anterior caso se plantea una duda, ¿es

la representación de una divinidad?. La informa-

ción del poseedor del objeto, nos viene de la mano

de la inscripción que acompaña al conjunto: de

’dlb‘l.

La presencia de elementos cartagineses o pobla-

ciones del Norte de Africa en la Península Ibérica

anterior a la llegada de los bárquidas, puede ser

detectada no sólo a través de las fuentes clásicas

como suponen Esteban de Bizancio, Heródoro y Fi-

listo entre otros, sino que la epigrafía vuelve a dar-

nos algunas claves para poder apuntar al hecho

de esta presencia dentro del interior del territorio

hispano, en un evidente intento de control de las

rutas de comercio, y en búsqueda de nuevos terri-

torios de explotación. Sirva como ejemplo la lá-

mina egiptizante con inscripción procedente de

Moraleda de Zafayona (Granada), objeto elabo-

rado en los talleres de Cartago, que incide en este

aspecto de agentes cartagineses más allá de los

territorios controlados por los fenicios en la Pe-

nínsula Ibérica. ¿Comisionado por Cartago, o sim-

plemente como en la obra de Kipling un

aventurero?

La presencia de estos ciudadanos de pleno dere-

cho, cuya situación social debía de ser elevada, tal

vez represente en el entalle de Baria la figura de

un individuo que está relacionado con las explo-

taciones metalíferas o pesqueras, o tal vez un

cargo militar si atendemos a la corona de laurel

cuya profusión y representación en el mundo pú-

nico y númida se observa en las estelas de los di-

versos tofet junto a una profusión de armamento

que anteriormente no tenía lugar. Podemos tener

en este entalle nuestro hombre que pudo reinar,

debido a una simple analogía en la representación

con los bárquidas.

El hombre que pudo reinar. La epigrafíacartaginesa en la Península Ibérica

FLuis Alberto Ruiz CabreroDep. Historia Antigua (Universidad Complutense de Madrid)

Centro de Estudios Fenicios y Púnicos

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Preactas

85

Frente al imperante criterio común, hay que

adelantar que el río del tratado de Asdrú-

bal no puede ser el Ebro como casi siempre

se afirma. Las menciones conservadas en las obras

de Polibio, Livio y Apiano, desautorizan dicha pro-

puesta. Al reflexionar sobre la responsabilidad de

la segunda Guerra Púnica, Políbio especifica (3, 30,

3): Si consideramos la destrucción de Sagunto como

el motivo de la guerra tenemos que reconocer que

los cartagineses fueron los culpables de que ésta es-

tallara por dos razones. Por una parte incumplieron

el tratado de Lutacio que daba seguridad a los alia-

dos y prohibía inmiscuirse en la esfera ajena, por

otra parte violaron el tratado de Asdrúbal que pro-

hibía cruzar el río Iber al frente de un ejército.

De esta aseveración podemos deducir que antes

del cerco de Sagunto acontece el paso del Iber, ac-

ción interpretada como ruptura del tratado de As-

drúbal; lo cual indica que Sagunto se sitúa al norte

del río mencionado en el acuerdo. Existe otra

prueba que viene a certificar esta localización. Al

narrarnos el episodio de la declaración de guerra

protagonizada por una delegación romana des-

plazada a Cartago y comentarnos la reacción de los

cartagineses, Polibio matiza (3, 21, 1): Los cartagi-

neses omitieron el tratado de Asdrúbal como si éste

no hubiera sido concertado o, en su caso, como si no

tuviese vigencia, ya que ellos no lo habían ratificado.

De estas líneas se desprende que los cartagineses

reaccionaron ante la acusación de los romanos de

que Aníbal, antes de dirigirse a Sagunto había in-

cumplido el tratado de Asdrúbal con el argumento

de que éste no había sido ratificado posterior-

mente en Cartago, con lo que querían subrayar

que dicho acuerdo, durante el mandato de Aníbal,

ya no estaba en vigor. Esta afirmación nos permite

ver cómo la violación del tratado de Asdrúbal era

contemplada como un antecedente de la toma de

Sagunto. Con ello se certifican los siguientes he-

chos: cuando Aníbal parte de Cartagena para diri-

girse a Sagunto atraviesa previamente el Iber, de

lo que se deduce que el río del tratado de Asdrúbal

discurría al sur de la ciudad ibera.

También Livio aduce sobre la situación geográfica

del Hiberus la siguiente observación (21, 2, 7): Con

éste, Asdrúbal, dado que había demostrado una

sorprendente habilidad para atraerse a los pueblos

e incorporarlos a su dominio, había renovado el

pueblo romano el tratado de alianza, según el cual

el río Hiberus constituiría la línea de demarcación

entre ambos imperios y se respetaría la indepen-

dencia de los saguntinos, situados en la zona inter-

media entre los dominios de ambos pueblos.

Tampoco asegura Livio que Sagunto se situase

dentro de la zona de dominio cartaginés, hecho

indiscutible si verdaderamente hubiera sido el

Ebro el río aludido en el tratado. Más bien se re-

fiere Livio a una zona intermedia entre ambos im-

perios, observación que viene una vez más a

corroborar que la línea divisoria se situaba al sur

de Sagunto.

La tercera fuente, Apiano (6, 7), confirma la ver-

sión polibiana: En efecto (Aníbal) después de atra-

vesar el Iber, destruyó la ciudad de los saguntinos

con toda su juventud, y por este motivo los tratados

que se habían estipulado entre romanos y cartagi-

neses tras la guerra de Sicilia quedaron sin vigor.

Otra vez el tratado de Asdrúbal: hipótesis y evidenciasPedro Barceló

(Historisches Institut, Universität Potsdam)

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

Luego, refiriéndose a la ubicación de la ciudad de

Sagunto, Apiano dice: los saguntinos colonos de

Zacinto situados entre los Pirineos y el Iber, con lo

que Apiano pondera al igual que sus predeceso-

res (Polibio y Livio) una localización del Iber al sur

de Sagunto.

El Ebro quedaba demasiado alejado de las bases

militares de Asdrúbal emplazadas en Cartagena.

Además, no poseemos ningún indicio arqueoló-

gico de que en el momento de concluir el tratado

los cartagineses se orientaran tan hacia el norte.

Más sentido tiene un límite que se encuadre geo-

gráficamente al alcance de las posibilidades de As-

drúbal. Éste podría ser el Júcar, como ya propuso

en su día Carcopino, o lo que parece más proba-

ble, el Segura. Además hay que reconocer que en

el momento de cerrar el pacto, los cartagineses

habían alcanzado una saturación territorial, ya

que dominaban las zonas neurálgicas de Andalu-

cía y del sureste hispano. Recordemos que los

campamentos cartagineses cuya misión era con-

trolar los territorios conquistados se ubican al sur

de una línea que discurre a lo largo del Guadal-

quivir y del Segura. También existe un argumento

adicional que nunca se relaciona con el tema a

pesar de su abrumadora contundencia. La línea di-

visoria que gira alrededor de las cuencas fluviales

del Guadalquivir y del Segura y que acantonaba la

zona de dominio púnico, obtendrá una posterior

corroboración en el momento de establecerse la

división provincial hispana como consecuencia de

la conquista romana. El límite entre Hispania Ci-

terior y Ulterior discurría al borde del cauce norte

del Guadalquivir y del cauce sur del Segura inclu-

yendo Cartagena en la Citerior hecho que de-

muestra que cuando los romanos llegaron a la

Península y diseñaron alrededor del año 197 a. C.

su futura articulación territorial, la adaptaron a

los precedentes creados por sus antecesores car-

tagineses. El límite territorial que aquí nos atañe

no se improvisó de hoy a mañana, sino que res-

pondía a una realidad constatada, que se remitía

a la época de Asdrúbal.

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Preactas

87

En este trabajo se analizan los textos litera-

rios concernientes a la organización militar

de los iberos durante el período Bárquida.

Esos datos literarios se ponen en relación con los

conocimientos de la realidad arqueológica y con

las posibles formas de organización precedentes

para establecer hasta qué punto en el momento

de la confrontación entre Cartago y Roma, los pue-

blos indígenas había adoptado formas de organi-

zación militar ajenas a su propia tradición y de

qué forma se habían integrado en los modos de

hacer la guerra propios de las potencias medite-

rráneas. Todo ello, naturalmente, guarda relación

con las propias estructuras políticas, administra-

tivas y socioeconómicas de los iberos, en proceso

cambiante como consecuencia de la presencia im-

perialista en su territorio.

Un punto de partida necesario es la aproximación

crítica a la idea de la evolución de formas monár-

quicas hacia formas aristocráticas de gobierno,

derivada seguramente de la propia construcción

historiográfica helena para su propia historia; de

hecho, al margen de la formación social de Tarteso

sería muy difícil sostener la existencia de gobier-

nos unipersonales antes de la consolidación del

modelo del oppidum. En este mismo sentido es

preciso discutir la imagen proporcionada por

cierta historiografía moderna según la cual en los

ámbitos de mayor influjo griego se habrían des-

arrollado formas de organización aristocrática,

mientras que en las áreas de impacto púnico se

habrían promovido monarquías.

El debate sobre la forma de gobierno es del todo

pertinente para comprender la organización mili-

tar, pues ésta es resultado del propio ordena-

miento político en la misma medida en la que éste

es resultado de la organización militar. Todas las

instituciones son expresión de las relaciones so-

ciales de la producción. Obviamente, a partir de

esta idea, es imprescindible conocer las estructu-

ras de la propiedad y el acceso a la milicia, extre-

mos sobre los que las fuentes resultan muy

pobres. Es la Arqueología y en especial el análisis

de las necrópolis lo que nos puede ofrecer datos

fiables sobre los que formular las propuestas teó-

ricas que respondan a estas cuestiones.

En cualquier caso, la denominación de principes o

presbytatoi en las fuentes grecolatinas, no se re-

fiere exclusivamente a aquellos que ostentan el

poder unipersonal, sino que designa un ordo, y ello

al margen de que en ocasiones el término sirva

para designar al individuo que en otros casos po-

dría recibir la denominación de regulus, rex, dux,

basileus, dynatos o cualquiera otra de las expre-

siones del poder personal. Las comandancias mi-

litares están relacionadas con esta nomenclatura

que no es ajena a la realidad, por más que se ter-

giverse en función de su inteligibilidad para los

lectores de los autores grecolatinos.

La institución propia de este ordo sería el senatus

(senatores omnium ciuitatium, los llama Liu.

XXXIV, 17, cuando son convocados por Catón en el

año 195), términos que sólo adquieren relevancia

por oposición a sus contrarios. Y así, la asamblea

sería donde se reunirían aquellos que no son prin-

cipes; sin embargo, las fuentes no nos transmiten

la denominación como grupo de quienes se reú-

nen en asamblea, por lo que ignoramos su posi-

ción jurídica (presumiblemente libres, pues

Organización política y comandancia militar: Los cartagineses en Iberia

Jaime Alvar Ezquerra(Universidad Carlos III, Madrid)

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

conformarían la infantería y gozan del derecho

político asambleario). A través de este procedi-

miento tal vez pudieran encontrar sentido las di-

ferentes combinaciones de armamento detectado

en las necrópolis ibéricas, pues afectarían, por una

parte, a la oligarquía dominante, en la que cabría

una distinción de dignidad por edad y status, que

diferenciara a los principes propiamente dichos y

los iuvenes, potenciales principes que por edad aún

no han alcanzado la dignidad de participar en el

senatus. Frente a ellos se encuentra la masa ar-

mada, con rangos diferenciados, según se observa

en las tumbas, pero que no participa de los privi-

legios de la clase dirigente. El hecho de que sean

portadores de armas, y que se puedan enterrar

con ellas, los aleja de un presumible status servil,

aunque ciertamente mantienen relaciones de de-

pendencia de otra índole (por ejemplo, mediante

su vinculación a un grupo aristocrático clientelar).

Y estas expresiones de la dependencia están rela-

cionadas con otro mito historiográfico, el de la

deuotio ibérica, institución manipulada tanto por

los romanos, como por la historiografía moderna

para abundar en la defensa de sus intereses pro-

pagandísticos. Cuando la fides se les presenta fa-

vorable recibe un tratamiento apologético que

culmina con la exaltación de ese “valor” como el

más significativo de la personalidad colectiva de

los iberos. Y desde ese momento es susceptible de

ser utilizado como símbolo de validez universal

para determinadas formas de creación historio-

gráfica vinculadas al carácter de los pueblos (en

este caso concreto, el de los es

pañoles).

Sin embargo, cuando esa manifestación máxima

del sistema de valores ibérico se orienta en bene-

ficio de los púnicos, la literatura de conquista la

identifica como exemplum de la barbarie indí-

gena. Y en la medida en que barbarie se opone a

civilización, es decir, ibero filopúnico a ibero filo-

rromano, se está justificando la intervención mili-

tar para conducir al bárbaro al redil de la

civilización, identificable así con el dominio ro-

mano. Y puesto que la deuotio es una instrumen-

talización de las relaciones de dependencia, se

convierte en un eficacísimo mecanismo de domi-

nación que utilizan los romanos, tanto desde el

punto de vista físico, a través de los comandantes

militares que actúan en la península, como ideo-

lógico, a través de la lectura que la literatura de

conquista hace de la institución, sirviéndose de

ella como modelo para el buen funcionamiento de

las relaciones de Roma con las poblaciones some-

tidas.

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Preactas

89

Leemos en Estrabón, 3, 4, 6, que:

“Al otro lado del Júcar, en dirección a la des-

embocadura del Ebro, se encuentra en primer

lugar Saguntum, fundación de Zakynto, cuya

destrucción por Aníbal, en contra de los acuer-

dos firmados por los romanos, provocó la se-

gunda guerra púnica. No lejos de allí se

encuentran las ciudades de Querronesos, Ole-

astron y Cartalias; luego, en el mismo lugar

donde se cruza el Ebro, la colonia Dertosa.”

Esta Cartalias que Estrabón sitúa cerca de Sagunto

no vuelve a aparecer en los itinerarios y descrip-

ciones geográficas o administrativas. En ninguna

otra fuente documental existe referencia a ella,

aunque es cierto que en la obra de Livio se en-

cuentra un topónimo similar, referido en este caso

a la considerada capital del pueblo de los Olcades

(Livio, 21, 5, 4).

La principal fuente de Estrabón en el libro tercero

de su Geografía fue Posidonio de Apamea. Sus

conclusiones sirvieron a Estrabón para el conoci-

miento de los elementos básicos de geografía ma-

temática y geografía física que éste utiliza en sus

descripciones, incluso la medición de distancias

pareció más apropiada que la usada por Polibio y

Artemídoro. Otra importante fuente informativa

fue Polibio. Directamente o a través de Posidonio,

influyó en Estrabón, como expresan claramente

diversos pasajes de la Geografía relativos a Hispa-

nia.

La información de Polibio se vio favorecida, a su vez,

por las aportaciones de terceros. La incorporación

de numerosos elementos geográficos hispanos a lo

que podríamos denominar “interés general” de las

sociedades mediterráneas, se produjo como con-

secuencia de la segunda guerra púnica y el reflejo

literario de los hechos de armas aquí acaecidos. De

modo que parece plausible centrar en este periodo

las fuentes polibianas.

Para los hechos romanos fueron Q. Fabio Pictor y

L. Cincio Alimento. El primero es citado explícita-

mente al analizar las causas de la guerra y el se-

gundo pasó por el trance de haber sido prisionero

de Aníbal. Ambos fueron senadores romanos e

historiadores que utilizaron el griego en sus escri-

tos. La obra de Fabio Pictor fue poco apreciada por

Polibio, su crítica áspera aparece en un pasaje en

el que igualmente desacredita a Filino de Agri-

gento, a quienes utilizó para conocer los hechos y

el punto de vista de los bandos en liza durante la

primera de las guerras púnicas.

Las informaciones del bando cartaginés debió ob-

tenerlas Polibio de los trabajos de Sósilo de Lace-

demonia, quien acompañó a Aníbal en sus

batallas y las plasmó en siete libros con el título

de �������������������������.

También sobre este autor expresó Polibio, una

dura crítica. Otro testigo presencial desde el

bando de Aníbal fue el siciliano Sileno de Caleacte,

que dejó escrita en griego una historia sobre las

campañas del general cartaginés, y que sirvió de

fuente informativa tanto a Polibio como a Celio

Antípater, el cual, a su vez, fue muy consultado por

Tito Livio en su tercera década.

Qart-Aliya, el topónimo púnico de SaguntumJuan José Ferrer Maestro

(Universidad Jaume I de Castellón)

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

Ahora recordemos la cita de Livio sobre la capital

de los Olcades (21, 5, 4): Cartalam, urbem opulen-

tam.... Es la misma ciudad a la que Polibio deno-

mina Althia (3, 13, 6). Ambos narran los primeros

hechos de armas de Aníbal, a poco de ser elegido

comandante en jefe y antes de iniciar la campaña

contra los vacceos y preparar su ataque a Sagunto.

El episodio es similar en los dos historiadores, ¿por

qué difiere entonces el nombre de la ciudad prin-

cipal de los olcades? Para el periodo de la segunda

guerra púnica Livio se sirvió, tanto de las informa-

ciones que obtuvo de Polibio, como de las de Si-

leno, transmitidas éstas a través de Celio

Antípater. En este pasaje concreto la influencia po-

libiana es inequívoca, de modo que sólo cabe pen-

sar en una interpolación de Livio justificada en

otra fuente. Si Livio está consultando a Antípater

y Polibio conjuntamente, es fácil introducir en el

relato básico de la campañas de Aníbal, un topó-

nimo que no aparece jamás en Polibio pero que

debió utilizar Sileno (tal vez Sósilo) y a través de

Antípater pasar a Livio.

¿Y Estrabón? Es posible que Estrabón recibiese in-

formación indirecta de autores procartagineses,

sobre todo teniendo en cuenta la influencia de Po-

sidonio en su obra y la capacidad intelectual de

éste, al que no imaginamos conformándose ex-

clusivamente con Polibio para informarse del pa-

sado.

Los otros dos topónimos citados en su informa-

ción sobre Sagunto y alrededores no han sido lo-

calizados con seguridad, ¿qué hemos de pensar

entonces acerca del tercero? Si todo es confuso en

esa información, e incluso comprobamos una tri-

ple procedencia cultural griega, latina, púnica,

nada impide aceptar la casuística que hace de la

Cartalias estraboniana una duplicación toponí-

mica con respecto a Saguntum, en un momento

en el que ya se había perdido el significado de su

etimología púnica.

Estamos en presencia de un vocablo compuesto

de origen semítico: la raiz púnica Qart- (ciudad) y

el sufijo cAlyã’ (lugar elevado, cima de una mon-

taña) que se conserva en el árabe actual y su to-

ponimia, y especialmente en el hebreo Aliyá (ūūūū

: ascenso), aparentemente más relacionado con el

púnico por lógicas razones de proximidad etno-

geográfica. Qart-Aliya, la “ciudad elevada”, el equi-

valente púnico de ūūūūūūūūūūūū debió ser

utilizado en sentido genérico por los cartagineses.

No olvidemos que usaron el nombre de su patria

para renombrar un antiguo enclave indígena en

Hispania. Si Qart-Hadasht sirvió para Cartago y

Cartagena, ya que ambas fueron “ciudades nue-

vas”, Qart-Aliya debió aplicarse para designar los

fortificados enclaves en algunas colinas ibéricas.

Quien conozca la topografía de Sagunto no du-

dará de ese aspecto. Su acrópolis queda desgajada

de la Sierra Calderona, elevada sobre el valle del

curso bajo del río Palancia y el marjal costero, que

le separa unos 6 km. del Grau Vell donde estuvo

ubicado el antiguo puerto, activo desde inicios del

siglo IV a. C.

El término tuvo que aparecer en el ambiente

socio-cultural púnico para designar genérica-

mente al tipo de ciudad enclavada en recintos for-

tificados sobre colinas o bien para referirse a un

lugar concreto. Saguntum no aparece citada ex-

presamente en ninguno de los tratados estableci-

dos entre Roma y Cartago. Su nombre sólo surgió

en relación a la política de hechos consumados

que llevaron a la segunda guerra púnica y que a la

vez le introdujeron apresurada, pero también per-

manentemente, en la popularidad y en la divul-

gación histórica. Si Polibio utilizó a Sileno para

describir la ciudad y narrar el asedio de Aníbal,

tuvo que leer en el relato del historiador siciliano

el nombre con el que los cartagineses conocían a

Sagunto, este tuvo que ser Qart-Aliya, o

ūūūūūūūūūūūuna vez transcrito al griego. Pero, na-

turalmente, Polibió obvió el topónimo púnico y

usó el transmitido por sus fuentes pro-romanas,

de otro modo ninguno de sus lectores habría en-

tendido cuál era la ciudad de la que estaba ha-

blando y que tanta importancia posterior alcanzó

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Preactas

91

por su protagonismo en los prolegómenos de la

guerra contra Aníbal, pero conservó el genérico Al-

thia para la capital de los Olcades, situada tal vez

en el cerro de la Virgen de la Cuesta en Alconchel

de la Estrella, cuya orografía se adecua al topó-

nimo dado por los cartagineses. En cambio Livio,

que escribe en una época mucho más tardía, se li-

mitó a utilizar la terminología púnica procedente

de Sileno a través de Antípater, transcribiendo

para el latín el topónimo de los olcades: Cartalam,

mientras Estrabón, perdida definitivamente la eti-

mología, se limitará a usar Cartalias para definir

un lugar “cercano a Sagunto”, ni tan siquiera sos-

pechando que sus fuentes pudieran referirse in-

distintamente al mismo lugar elevado sobre el

que descansaba la fortificada y admirada ciudad

edetana.

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Preactas

93

El grueso de las dracmas ampuritanas que

se acuñaron a finales del siglo III con el

tipo de anverso de busto de Perséfone-Are-

thusa, y con el tipo de reverso de Pegaso, lo hicie-

ron contemporáneamente a la Segunda Guerra

Púnica. Se emitieron en el territorio de Ampurias

-no siempre necesariamente en la ciudad griega-

y en territorios ibéricos colindantes a Ampurias

en el caso de las imitaciones. Circularon por una

buena parte del territorio levantino hispano, en-

contrándose en muchas ocasiones con moneda

hispano-cartaginesa y romana en los mismos de-

pósitos monetarios. La adscripción a la causa ro-

mana de todas las dracmas ampuritanas, así

como de su secuela de imitaciones ibéricas con

leyenda Emporiton o con grafías ibéricas, ha sido

siempre automática (Villalonga et alii). Puesto que

la ciudad de Ampurias se considera una colonia

fiel de Marsella, y puesto que Marsella se consi-

dera una ciudad pro-romana a lo largo de toda la

contienda, la vinculación entre estas dracmas y

Roma no se ha dudado nunca.

Las acuñaciones emporitanas del Pegaso parecen

haber sido precedidas cronológicamente por otra

serie de dracmas en la que los grabadores dibu-

jan a Perséfone en el anverso, y a un caballo pa-

rado a derecha siendo coronado con una

guirnalda por una Niké en el reverso. Este tipo ha

sido reconocido por todos los numísmatas que se

han ocupado de estudiar estas emisiones como

claramente pro-cartaginés (Marta Campo, García

Bellido, P. P. Ripollès etc.). Las numerosas acuña-

ciones de Rosas sobre ejemplares sardos cartagi-

neses de la primera mitad del siglo III prueban,

por lo demás, una fuerte afinidad de esta región

con el mundo púnico en esta región. El tipo am-

puritano del caballo parado tuvo además una am-

plia difusión en su versión original o de imitación

en amplias zonas de la Galia y puede ponerse en

relación con bandas galas como la de 3000 hom-

bres reclutados por Cartago y empleados con pro-

fusión en Sicilia (Polyb 2.7.6-11; Zon 8.16). Una

parte de estos galos (800 según Polyb. 2.5.4) sir-

vieron en el Épiro de Phoinike vía Tarento después

de haber luchado para Roma (Polyb. 2.5.4).

Son también 2000 de estos galos los que se re-

volvieron más tarde en África junto con otros mer-

cenarios bajo el mando de Autaritos (Polyb 77.4).

Galos concentrados primero en Emporion y luego

enviados al Mediterráneo central (Siracusa y Ta-

rento) desde los tiempos de Pirro, y durante la Se-

gunda Guerra Púnica fueron probablemente los

que trajeron de vuelta a la Galia del centro y del

norte ciertos tipos mediterráneos (Nash, Sills). El

tipo cartaginés de la Niké con el caballo parado

parece mostrar en todo caso la ligazón de Ampu-

rias con el mundo cartaginés antes de su perdida

de Cerdeña y la Sicilia occidental en el año 241.

La conexión cartaginesa, tarentina y siracusana

con el centro reclutador de mercenarios de Em-

porion debe considerarse como muy importante

a lo largo del siglo III. Emporiton, y no sólo Marse-

lla, era un centro de concentración de mercena-

rios galos que eran expedidos al Mediterráneo

Central Es precisamente esta relación la que ex-

plica la adopción del tipo siracusano de Arte-

husa/Pegaso en las dracmas emporitanas poco

después de la Segunda Guerra Púnica, esta vez sin

un intermediario cartaginés oficial. El pegaso, ade-

más de en Corinto, es un tema favorito en Sicilia,

en las acuñaciones en oro y en plata de los tiranos

y las democracias siracusanas de los siglos IV y III.

Dracmas ampuritanas y dracmas de imitación: monedas alservicio de Cartago y sus aliados (217-209 a.C.)

Fernando López Sánchez(Universidad Jaime I de Castellón)

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

Ocasionalmente también se liga a tropas de filia-

ción cartaginesa, como es el caso de la Entella con

guarnición campana a mediados del siglo IV. En

todo caso, las dracmas ampuritanas con tipos si-

racusanos a partir de los años 230-220 pueden re-

lacionarse con un Emporiton aún más conectado

con el mundo del Mediterráneo Central que con

el Lacio y la Campania. Se suele adjudicar el con-

trol del Mediterráneo occidental a Roma desde

muy poco después del desembarco de Escipión en

Ampurias en el año 218.

Las derrotas de Hanno y de Asdrúbal e Himilco en

Hispania en torno a Kissa (Polyb. 3.76.7) y la des-

embocadura del Ebro así lo hacen asegurar a dis-

tintos historiadores. Sin embargo, no es hasta la

caída de Siracusa y Capua (Liv. 26.17.1-3) cuando

otro ejército romano desembarca de nuevo en el

año 210 en Ampurias (Liv. 26.19.10). Éste desem-

barco, y la fiera batalla plantada por los indígenas

de la región ampuritana contra M. Porcio Catón-

que desembarca en Rhode- en el año 195- hacen

dudar de la supuesta incondicional filiación pro-

romana de Ampurias (Liv. 34.8.5; 9.11; Ap.Iber. 40).

Ampurias no parece haber sido una ciudad segura

para Roma ni para sus ejércitos tras el año 218. Ta-

rraco será siempre la alternativa elegida como re-

sidencia de los generales romanos durante la

Segunda Guerra Púnica (Polyb. 21.61.5-11; Liv.

28.17.11) Y esto al mismo tiempo que los ilergetes,

ausetanos, lacetani y suessetanos aparecen en las

fuentes como inquebrantables aliados de Cartago

desde el año 217 (Polyb 10.18.7; 76.7; Liv. 25.34.6;

27.17.1-8; 28.24.4) y hasta la misma captura de

Cartago Nova en el año 210 (Livio), o más proba-

blemente en el año 209 (Polyb 26.20.1, 41.1).

Los tesoros con moneda ampuritana –no necesa-

riamente acuñada toda ella en la ciudad griega de

Ampurias- se concentran especialmente en el

Nordeste, y en el Levante con algunas penetra-

ciones en el centro y el sur de la Península (Villa-

longa). Estos tesoros, que suelen terminar con

algunas monedas romanas –nunca en gran canti-

dad- no demuestran una alianza del área ampuri-

tana a la causa romana desde el año 218, sino

simplemente que aquellos que conformaron te-

soros con dracmas ampuritanas, recibieron mo-

neda romana a partir de cierto momento. Ese

momento puede datarse en torno al año 210-209,

esto es, cuando se produjo un cambio formal de

alianzas por parte de los régulos Indíbil y Mando-

nio de Aníbal y la causa cartaginesa a Escipión y

la causa romana (Liv. 27.19.4). A partir de enton-

ces, los mismos hispanos del nordeste que había

luchado por Cartago cambiaron de bando, como

tantas otras ciudades, ethnoi y bandas de merce-

narios habían hecho antes que ellos en la Se-

gunda Guerra Púnica. Se realiza una comparación

a este respecto entre el caso monetario ampuri-

tano y el caso mamertino-hispano siciliano de

los años 214-212 a.C. Las emisiones Hispanorum,

muy similares a las Emporiton en su concepción y

fines, fueron acuñaciones de Mamertini-Hispani

de Messina -y no de “españoles” aliados de Roma.

Estos Mamertini-Hispani comenzaron sirviendo

como mercenarios-auxiliares de una Siracusa

pro-cartaginesa primero (series de Atenea, 214-

213) y de Marcelo después (series de Zeus, 212).

Aquellos que recibieron las dracmas ampuritanas

con el tipo del Pegaso lucharon primero por Car-

tago, siendo los equivalente auxiliares en el norte

de aquellas tropas cartaginesas que eran pagadas

en el sur con moneda hispano-púnica o africano-

púnica. El fenómeno monetario ampuritano del

Pegaso, con tantas series individualizas. se ase-

meja así al caso mamertino. La dracma ampuri-

tana comenzó siendo primero la moneda de los

hombres de Cartago en el norte de Hispania. Y lo

fue durante no poco tiempo (218/7-209).

Las numerosas variantes de tipos de Pegaso están

relacionadas con emisiones rápidas y continuas.

Las más tardías, deben relacionarse con la nueva

alianza del nordeste hispano con Roma tras el año

210. Se analizan también las imitaciones con le-

yenda copia de “Emporiton” o con grafías ibéricas

del tipo ILTIRTAR, ILTIRTASALIR, ILTIRTASALIRUSTIN,

OROSE, KARKI, KARKA, ETOKISA, KERTEKUNTE,

KESE, etc, etc.… y se discute su filiación cartaginesa

o romana.

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Preactas

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Las relaciones de Cartago con Iberia se han

interpretado habitualmente como el resul-

tado de una dominación, desde una óptica

invasionista. La tradición historiográfica, hasta los

años 80, había interpretado la actuación de Car-

tago en Iberia como un episodio más de su polí-

tica imperialista, encaminada a la sustitución del

dominio colonial fenicio por la ocupación cartagi-

nesa desde fines del siglo VI a.C., una de cuyas

principales manifestaciones sería la repoblación

de los territorios y ciudades fenicias (Gadir, Seks,

Malaka, Abdera, Baria) con poblaciones de libiofe-

nicios. Las bases sobre las que se sustentaba esta

interpretación eran fundamentalmente literarias,

cimentadas en el análisis acrítico y descontextua-

lizado de una colección exigua, dispar y polémica

de textos griegos y latinos (Justino, Diodoro,

Avieno, Pseudo Escimno, Macrobio, Vitrubio).

La documentación arqueológica era relativamente

abundante desde principios del siglo XX gracias a

las excavaciones de tres grandes áreas funerarias,

Cádiz, Villaricos e Ibiza, y sobre todo al notable in-

cremento de las excavaciones arqueológicas a

partir de los años 60, con el “redescubrimiento” de

los fenicios en las costas mediterráneas. No obs-

tante, el análisis del registro arqueológico apenas

influyó en un discurso historicista que entendía la

historia de España como una sucesión de invasio-

nes entre las que la fenicia y la cartaginesa ape-

nas habían tenido incidencia en la conformación

de la identidad hispana.

Sin embargo, a partir del estudio fundamental de

C.R. Whittaker Carthaginian imperialism in the

fifth and fourth centuries, en 1978, se puso de ma-

nifiesto la inexistencia de una política cartaginesa

agresiva y antihelénica, imperialista propiamente

dicha, en Iberia hasta época bárquida. Esta inter-

pretación, salvo algunas excepciones, fue la adop-

tada por los investigadores españoles que

asimilaron el concepto de hegemonía en sustitu-

ción del de imperialismo, y propusieron el comer-

cio administrado como expresión de la

supremacía cartaginesa en vez de la anexión y el

control territorial.

En las dos últimas décadas, este concepto de he-

gemonía ha dado paso a los de independencia

económica y cultural y de isonomía política entre

Cartago y las ciudades púnicas, las cuales, con

Gadir a la cabeza, serían autónomas, e incluso for-

marían una confederación o liga que convocaría a

las antiguas colonias fenicias bajo la autoridad sa-

grada del santuario de Melqart-Heracles en Gadir.

También se ha planteado recientemente que estas

ciudades de origen fenicio habrían generado una

identidad étnica “fenicia occidental”, opuesta a la

cartaginesa, basada en los orígenes tirios de Gadir

y del resto de las antiguas colonias, y en el culto a

los dioses tutelares de Tiro, Melqart y Astarté, que

establecía lazos entre todas estas comunidades, a

diferencia de Cartago, cuyas divinidades protec-

toras de la ciudad-estado eran Tinnit y Baal Ham-

mon.

Este modelo interpretativo en el que Gadir no sólo

se desprende de la tutoría de Cartago sino que se

erige en la gran metrópoli del Extremo Occidente,

en pie de igualdad con Cartago, y en potencia he-

gemónica entre las ciudades púnicas de Iberia y

del África atlántica, presenta numerosas contra-

dicciones incompatibles con la literalidad de los

La presencia cartaginesa en Ibéria anterior a los Barca:Datos para una revisión

Ruth Pliego Vázquez-Eduardo Ferrer Albelda(Universidad de Sevilla)

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VI COLOQUIO INTERNACIONAL DEL CENTRO DE ESTUDIOS FENICIOS Y PUNICOS

Los Púnicos de Ibéria: proyectos, revisiones, síntesis.

testimonios grecolatinos y con su exégesis, así

como con el registro arqueológico.

Recientemente se han publicado dos tesorillos de

moneda cartaginesa procedentes de El Gandul

(Alcalá de Guadaíra, Sevilla) y noticias de otros ha-

llazgos esporádicos en Fuentes de Andalucía (Se-

villa) y en otros puntos de Andalucía, con una

cronología de fines del siglo IV o principios del III

a.C., que han reavivado la cuestión de la presencia

de ejércitos cartagineses en Iberia con anteriori-

dad a la llegada de Amílcar Barca en 237 a.C.

Hasta entonces este tipo de material había sido

relacionado con el numerario circulante en tiem-

pos de la Segunda Guerra Púnica. Sin embargo los

estudios monográficos realizados sobre estos con-

juntos monetarios nos han llevado a plantear una

cronología anterior para dicho material. El grueso

de las monedas pertenece mayoritariamente a la

emisión sículo-púnica con Tanit/Caballo y palmera

(SNGDan, 109-119), a la que sigue en número la

serie sardo-púnica con Tanit/Prótomo de caballo

(SNGDan, 148-151). También han sido hallados

ejemplares pertenecientes a la amonedación car-

taginesa de bronce considerada más antigua

(Tanit/Caballo al galope, SNGDan, 98), y piezas de

hallazgo poco usual en la Península Ibérica de

principios del siglo III a.C. con Palmera/Caballo con

la cabeza vuelta (SNGDan, 126-127). Asimismo la

revisión de noticias antiguas que habían pasado

desapercibidas (Ebora) y el acceso a nuevos datos

en otros puntos de Andalucía como Puente Genil,

Mengíbar, Écija, Lora del Río, etc., todos ellos im-

portantes enclaves del valle del Guadalquivir, re-

quieren una explicación que supere el comentario

iluso de que todos estos hallazgos deben ser inte-

grados en el contexto de la Segunda Guerra Pú-

nica, como material residual y todavía circulante.

En este sentido los conjuntos monetales docu-

mentados en el Mediterráneo central (Cinisi,

Monte Adranone, IGCH nº 2205, Yale), de compo-

sición muy similar al de los tesorillos de El Gandul,

en su mayoría registrados en contextos arqueoló-

gicos bien definidos, han sido datados en los siglos

IV y principios III a. C. A esta misma conclusión lle-

gamos al analizar el numerario propio de la Se-

gunda Guerra Púnica, que muestra una

composición muy diferente a los descritos (teso-

rillo de Doña Blanca y el lote de monedas cartagi-

nesas aparecido en el dragado del puerto de

Melilla).

¿Cómo podemos explicar la presencia de estas

monedas de bronce cartaginesas en un momento

en el que supuestamente Cartago no ejercía un

control directo sobre el sur de la Península Ibérica?

Evidentemente, tal cantidad de monedas en un

momento en el que no está instaurada una eco-

nomía monetal en esta parte de Iberia no puede

entenderse si no es en relación con el ejército. El

volumen de los tesorillos y su procedencia, en dos

grandes oppida cercanos a Carmo, la plaza fuerte

más importante del valle del Guadalquivir, nos ha

hecho reflexionar sobre la posibilidad de que se

trate de guarniciones o campamentos destinados

al cerco e intimidación de la ciudad con tropas

procedentes de Cerdeña y Sicilia. Para argumen-

tar esta hipótesis, disponemos de datos literarios

que testimonian el interés cartaginés por Iberia, y

especialmente por las tierras y mares bañados por

el océano Atlántico, y que permiten avalar la hi-

pótesis de una hegemonía cartaginesa en el sur

de Iberia con anterioridad a la época bárquida. No

obstante, no son sólo los textos sino también el

contexto, tanto de las comunidades púnicas de

Iberia como los del panorama político del Medite-

rráneo, los que hacen verosímiles los argumentos

expuestos.

Analizados globalmente, los conocimientos que

los griegos tenían sobre el Extremo occidente

entre los siglos V y III a.C. no excedían de la im-

precisión y del evemerismo, y este conjunto de no-

ticias da una idea bastante aproximada de que,

por un lado, algunos de los conocimientos que los

griegos poseían de Iberia eran transmitidos a tra-

vés de Cartago, y, en segundo lugar, que existía en

Grecia la idea, real o no, de que Cartago se había

adueñado del área del estrecho de Gibraltar. Hay

un grupo de testimonios concretos sobre las rela-

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Preactas

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ciones entre Cartago e Iberia anterior a la con-

quista bárquida, en el que destacamos los de

Pseudo-Escilax, el segundo tratado romano-car-

taginés polibiano, Eratóstenes, Diodoro y las refe-

rencias de Tito Livio y Apiano a la antigua alianza

y amistad entre Gadir y Cartago. Sin embargo la

referencia literaria más concreta sobre una inter-

vención militar de Cartago en el sur de Iberia es la

transmitida en el epítome que Justino hace de la

obra de Pompeyo Trogo (XLIV 5, 1-4) sobre la

ayuda cartaginesa prestada a Gadir ante las pro-

vocaciones de pueblos vecinos y la posterior con-

quista de parte de la provincia. La labor

epitomadora de Justino sobre el texto original de

Pompeyo Trogo imposibilita que se pueda esta-

blecer una datación aproximada, aunque es se-

gura su anterioridad al desembarco de Amílcar en

237 a.C.

Con esta interpretación no pretendemos resucitar

el obsoleto esquema invasionista e imperialista,

sino reflexionar sobre estos hallazgos arqueológi-

cos en un marco histórico definido por las relacio-

nes entre estados. Éste y otros relatos siempre se

han contemplado desde la perspectiva de una su-

puesta aspiración cartaginesa de ocupación sobre

Iberia, pero nunca desde la óptica de las comuni-

dades púnicas peninsulares, probablemente más

interesadas en la protección cartaginesa que Car-

tago en su dominio. Gadir y otras ciudades púni-

cas demandarían protección, sobre todo contra los

endémicos ataques piráticos y las amenazas de

vecinos potencialmente peligrosos, incluso como

árbitro en las disputas entre las ciudades púnicas,

y Cartago, en contrapartida, veía asegurado el su-

ministro de metales, sobre todo plata, del que de-

pendía casi exclusivamente. No tenemos

constancia escrita de que las ciudades púnicas de

Iberia dispusieran de flota de guerra ni de ejérci-

tos destacables, pero sí de que cuando una de

ellas, Gadir, la más importante quizás, se vio ame-

nazada por “pueblos vecinos”, recibiera la ayuda

providencial de Cartago. Posteriormente, al final

de la segunda Guerra Púnica, cuando se preveía el

fin de dominio cartaginés en Iberia y, a la deses-

perada, Magón invocaba la antigua alianza y

amistad de ambas ciudades para que le abriesen

las puertas, Gadir le negó la ayuda a causa de los

saqueos sufridos por la población (Tito Livio XXVII,

37, 10; Apiano Iber. 38).

Creemos que es en esta tradición diplomática

entre Cartago y las ciudades púnicas de Iberia

donde podemos hallar la explicación a la presen-

cia de ejércitos cartagineses en Turdetania entre

fines del IV y principios del III a.C.

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ORGANIZAN

DPTO. DE PREHISTORIA Y ARQUEOLOGÍA

COLABORAN

CONSEJERÍA DE INNOVACIÓN, CIENCIA Y EMPRESA FACULTAD DE GEOGRAFÍA E HISTORIA

VICERRECTORADO DE INVESTIGACIÓN SACU

Organiza:

Departamento de Prehistoria y Arqueología

Centro de Estudios Fenicios y Púnicos (CEFYP)

Coordina:

Eduardo Ferrer Albelda

Colabora:

Vicerrectorado de Investigación-Universidad de Sevilla

Consejería de Innovación, Ciencia y Empresa-Junta de Andalucía

Ministerio de Ciencia e Innovación

Facultad de Geografía e Historia-Universidad de Sevilla

Servicio de Asistencia a la Comunidad Universitaria-Universidad de Sevilla

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