Venga a Nosotros Tu Infierno. Lectura de Dos Relatos de Fernando Vallejo. Roberto Onell H.

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    Venga a nosotros tu Infierno. Lectura de dos relatos de Fernando Vallejo

    Roberto Onell H.

    ChilenoUniversidad Catlica de Chile, [email protected]

    Resumen

    En la modernidad latinoamericana, los procesos de urbanizacin y de

    incremento demogrfico han dado origen a un vasto sector marginal, y han

    hecho que la vida urbana se despliegue en un contexto de gran hostilidad. Lanarrativa del colombiano Fernando Vallejo expone esta realidad en los

    relatos Mi hermano el alcalde y La virgen de los sicarios. A partir de la

    lectura de ambos, concluyo que el contexto es apropiado subjetivamente como

    escenario del Mal. El mundo vivido es el infierno.

    Palabras clave: "Modernidad latinoamericana", "Marginalidadurbana","Fernando Vallejo", "Mundo vivido", "Infierno".

    Abstract:In the Latin-American modernity, both processes urbanization and

    demographic growth have origin a vast marginal sector, making urban life

    spread out in a big hostility context. Colombian writer Fernando Vallejos

    narrative work shows this reality at both s tories Mi hermano el alcalde (Mi

    Brother the Mayor) and La virgen de los sicarios (Our Lady of the

    Assassins). From the lecture of two stories, I conclude that the context is

    subjectively undertaken as Evils scene. The world of life is Hell.

    Key words: "Latinamerican modernity", "Urban peripherycalsituation","Fernando Vallejo", "World of life", "Hell".

    Yo ya le perd la fe a la caridad, y mand al carajo a la esperanza.

    mailto:[email protected]:[email protected]:[email protected]
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    F. V.

    Modernidad y Amrica Latina

    Ya se sabe: desde los das de las revoluciones de independencia, AmricaLatina ha transitado al paradigma moderno ms en los discursos que en las

    prcticas; ms en sus elites polticas, econmicas, intelectuales, que en lapoblacin amplia. Los ejemplos de Francia y EE.UU. tuvieron un efecto dedemostracin muy oportuno para quienes no queran otra cosa que consumar

    la Independencia respecto del mundo hispano, una vez cortados los lazospolticos y administrativos con la ex Metrpoli. Trnsito con escalas. Desdeentonces, en Amrica Latina se inician los intentos federalistas y los ensayosrepublicanos, incluso imperiales, mientras se exacerba la disputa entre el

    poder de una persona y el poder de la ley, y mientras la balanza se inclinahacia aqulla. Se abre, as, una brecha histrica entre las expectativas de losgrupos dirigentes y los resultados de la sociedad en su conjunto; distancia quetiende, a veces, a ser grosera. De este modo hemos podido ser democrticos y,tambin, revolucionarios del socialismo, pero siempre sobre la base de una

    cultura patriarcal y del carisma del jefe; izquierdas y derechas, a menudo, nohan sido ms que extremidades retricas con las que manotea y gesticulanuestro sujeto de siempre: el caudillo. Amrica Latina ha sido escenario de uncombate inacabado: el podero de lo concreto frente a la impotencia de loabstracto. Porque el carisma puede seducir tambin al cuerpo legal.

    Los latinoamericanos hemos asentado pueblos que no tardaron en crecer hastaser ciudades; hemos alimentado ciudades hasta convertirlas, ms rpido quelas Luces, en metrpolis y aun en megalpolis. Cual ms, cual menos, todas sehan envuelto en el espejismo de la tierra prometida, y sus actores han

    sucumbido en el incumplimiento de una promesa de felicidad que no siemprese les ha formulado. Porque nuestros vnculos, ms presenciales quecontractuales, nos hacen desear la felicidad antes que el bienestar. Nuestrascifras poblacionales son impensables para las sociedades pioneras de laModernidad: no hay patrn de comparacin entre Ciudad de Mxico, Ro deJaneiro, Buenos Aires, por un lado, y Pars, Berln o Nueva York, por otro. Laaglomeracin y la desintegracin de este volumen, que es literalmente enorme,

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    han dado curso a un modo de vida que dista mucho de la vida en esasciudades, pese a compartir muchas semejanzas de la globalizacin aumentodel sector terciario de la economa, mayor disponibilidad de los servicios

    bsicos, aumento en las tasas de criminalidad, congestin vehicular y polucinatmosfrica en incremento, entre otras. Nuestras ciudades engrosaron susfilas no por una convocatoria extendida hacia las zonas rurales, sino porque,sencillamente, tuvieron que hacer espacio a los expulsados del campo. Lahacienda cerraba sus portales y la ciudad se limit a recibir a los excampesinos, no a acogerlos.

    En el marco de esta diferencia urbana de Amrica Latina, quiero situar lalectura de dos relatos del colombiano Fernando Vallejo (Antioquia, 1942). Eneste trabajo literario, el desarticulado cmulo poblacional es una caracterstica,en efecto, muy visible en la dimensin narrativa del espacio. La narrativa de

    Vallejo modela un mundo preferentemente citadino, en la voz de un narradorque tiende a hacer, en primera persona, el relato de un descalabro moral,retroalimentado por desastres polticos y econmicos, que prolifera sindetenerse ni atenuarse. El primer relato que considero aqu es Mi hermano elalcalde, publicado en 2004, que nos cuenta los pormenores electorales deTmesis, el pueblo a cuya alcalda lleg el hermano del narrador, y dondeviva el resto de su numerosa familia. El segundo relato es La virgen de los

    sicarios, de 1998, donde nos introducimos al mundo de estos adolescentes sinfamilia, que pactan con adultos, generalmente hombres, la entrega de defensaarmada y favores sexuales a cambio de sostn econmico. Mi exposicin delos relatos no se cie al orden cronolgico de sus publicaciones porquesimplemente mis lecturas fueron hechas en el orden ya indicado. Acontinuacin, ofrezco un breve intermedio clarificador de mis fuentes yopciones tericas, y posteriormente mi lectura y conclusin de estasreflexiones.

    Para mi lectura

    No hace falta entender argumentativamente Ulises, En busca del tiempo

    perdido oEl sonido y la furia, para comprender, con Octavio Paz, un aspectoesencial: en la ambigua novela moderna, la prosa es una forma que se aleja delespritu analtico de la ciencia y que se acerca al espritu visionario yanalgico de la poesa. Como en los ttulos aludidos, y en muchos otros, esaaproximacin es identificacin. Si en Occidente esta afirmacin es vlida enespecial desde el siglo XIX, en Hispanoamrica, segn Cedomil Goic, lo esdesde la dcada de 1930. se es el punto de inflexin de una curva: nuestra

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    narrativa abandona el realismo de cuo naturalista y abraza el superrealismode inspiracin vanguardista. El mundo interior de los personajes ser decisivoen la representacin de los mundos narrados; espacios y tiempos sernmbitos subjetivos, instancias de la conciencia individual, as como lasdiversas formas del mito sern el arquetipo textual de las nuevas creaciones en

    prosa. En breve: Pedro Pramo, El siglo de las luces, El astillero, Rayuela, Lacasa verde, Paradiso, Cien aos de soledad, El obsceno pjaro de la noche ,son novelas que piden ser ledas como poemas; ilegibles sin claves de lecturaantes asociadas slo a composiciones en verso, como el predominio de laactitud expresiva o "carmnica" o de la cancin, segn manuales escolares a

    punto de extinguirse y sus implicancias. Y podramos seguir: ah estnLasbatallas en el desierto, Un mundo para Julius, Los detectives salvajes

    La presencia de testigo y testimonio, que aparecen en mi lectura de Vallejo,

    son interpretados desde las definiciones de Paul Ricoeur. El testimonio es unrelato que se enmarca en un contexto procesal, por lo que adopta una finalidadpartidaria: se atestigua a favor de algo o alguien, y contra algo o alguien.Como manifestacin que pide ser interpretada, el testimonio es inicio de undiscurso ulterior que se situar entre la inmediatez de lo acontecido y lacomprensin de esa manifestacin. El esfuerzo hermenutico tiene ah su

    justificacin; no es un ejercicio de fuerza sobre el relato, sino la reiteracin, enotra forma discursiva, de una dialctica que acontece al interior del testimonio.El acercamiento interpretativo, en buenas cuentas, es un ejercicio necesario a

    partir de un acontecimiento que irrumpe con sentido cifrado y descifrable. Porextensin, el testigo es el sujeto del testimonio; es la figura de quien enunciaese relato partidario y quien, eventualmente, puede responsabilizarse por l. Eltestimonio es mediacin; el testigo, mediador. En mi lectura de los relatos deFernando Vallejo, y tal como detallar, la presencia de este testigo irrumpe enel proceso de urbanizacin de Amrica Latina, en un contexto particular. Loya sealado sobre el proceso urbanizador sigue, fundamentalmente, lasdescripciones trazadas por Alain Rouqui.

    Amargura y enormidad urbanas

    Sin pretensin de exhaustividad, har un recorrido por los dos relatos paracaracterizar dos dimensiones narrativas: narrador y mundo narrado. Larelevancia de ambos aspectos est dada, a mi juicio, porque se manifiestan noslo de modo inmediato sino tambin perentorio. Hay alguien que nos impone

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    su voz con perfecta conciencia de su individualidad y de su quehacernarrativo, y hay tambin un mundo especificado sobre el cual se trata. Esdecir, centrar mi lectura tanto en la voz que va estructurando el mundo dondeingresamos, como en el todo que se configura desde esa perspectiva. Narradory mundo narrado servirn para dar cuenta, respectivamente, de la apropiacinsubjetiva de un contexto particular; como si quisiera responder a la pregunta:cmo es el mundo vivido en la modulacin de estos relatos? Pero, antes derecorrerlos por separado, establezcamos que se observan aspectos en comn:el narrador se llama Fernando, su edad est entre cincuenta y sesenta aos, esescritor, y tiene plena conciencia de estar escribiendo la historia que leemos,que por lo dems no est dividida en captulos, partes, ni secciones, sino quees un solo flujo textual; el mundo al que se refiere el narrador es una ciudad o

    pueblo, siempre enmarcado en la vida urbana, ubicado en su natal Colombia yambientado en el ltimo cambio de siglo.

    El narrador deMi hermano el alcalde nos introduce brevemente en su historiafamiliar, y enfoca la mirada en Carlos, su hermano alcalde de Tmesis. Por la

    puerta del ajetreo poltico local, y de los detalles de la llegada de Carlos alsilln municipal, la voz narrativa nos refiere un panorama que es sincdoquede todo el pas, segn puede colegirse; una visin de conjunto que no puede,felizmente, ser contemplada por el padre. ste ha muerto, y por tanto no puedeya sufrir el desastroso espectculo donde entramos. Segn el narrador,Tmesis est viviendo un proceso de degradacin creciente: sin eufemismos,el comercio sexual, el robo, la violencia puertas afuera y puertas adentro, elengao poltico y comercial, aparecen no slo con estos nombres sino tambindetallados en sus pormenores habituales. Hemos de or acerca de lasrelaciones sexuales, con y sin dinero de por medio, entre polticos y nios,entre religiosos y nios; de la atvica confusin, casual e intencional, entre lo

    pblico y lo privado, especialmente en relacin a los recursos econmicos; delas trampas del comercio a nivel nacional y a nivel de barrios; de los delitos desangre, como formas usuales de resolver conflictos en cualquier nivel de laescala social; de la demagogia, intensificada en tiempos electorales; delsecreto a voces que es el cohecho; del cinismo y la hipocresa del clero, y un

    etctera intenso. ("La ley seca es la ley alcohlica. Prohban y vern cmo lesva!".) Sin rodeos ni extensiones.

    Atribuir pesimismo al narrador es una tendencia difcil de contradecir: la vozest constantemente nombrando lo malo, lo feo, lo grotesco, lo ridculo, comorealidades ubicuas de lo social, y est reaccionando ante ello con un nfasis enla irreversibilidad de los hechos. Porque, adems, lo refiere sin compasin por

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    nadie; el insulto, la burla, la imprecacin, no son regateados en momentoalguno. ("Yo soy de la opinin de que a los pobres hay que dejarlos a su aire,

    como dicen en Espaa. Si son felices, por qu cambiarlos? sas sonpelotudeces de Papa".) A la ancdota de un religioso enredado sexualmentecon nios, est asociado un comentario sardnico; las prcticas polticas parahacerse del podersiempre sucias y, cuando menos, dudosas son relatadascon irona. Hay en esto una perseverancia notable. Sin embargo, me pareceque el pesimismo no describe enteramente al narrador; es insuficiente. Einexacto. Pareciera que l observa y luego nos cuenta, que mira y cuenta, querecuerda y cuenta, que especula y cuenta. El narrador simplemente "habla" desu hermano; no quiere pontificar ni defender ni lamentar ni nada. Quizs, ensu calidad de voz annimaquiero decir: voz cuyo nombre no cumple ningunafuncin social en Tmesis; no representa a nadie ms que a s misma, elrelato es un gran chisme, una habladura ponzoosa Pero no. Se supone que

    el narrador no inventa sino que relata lo que ve. De hecho, en forma constantey explcita, pues sabe que est narrando algo, quiere que su relato estdesnudo de hiprboles, y lo retiene en la ausencia de exageraciones.

    A excepcin de su padre muerto, Fernando no muestra apego por nadie. Poreso no vacila en poner mal a medio mundo, o al mundo entero si es necesario,con tal de contarnos las cosas "como son". Se trata de una voz que evidenciauna profunda desconfianza en las instituciones burocrticas: el Estado, laEmpresa y la Iglesia; tres instituciones que tienden a superponerse entre s encuanto a sus modos de operar, ante los ojos del narrador. Todo luce mal y todohuele mal en esta Dinamarca; la maquinacin, la manipulacin, la extorsin, elcinismo, son los indicadores de una sordidez que siempre es posible verificar:es el hedor del abismo que se abre entre los principios declarados y laselocuentes prcticas. Sin embargo, el narrador desliza un pequeo lamento.Tanto rechazo es la sombra de una cara luminosa: un extremo apego a lacalidad moral de las conductas; Fernando es un testigo demasiado fiel a loshechos. Al mirar el pasado, al recordar los tiempos de su padre, se trasluce eltpico del paraso perdido: el ayer fue mejor. Pero en una medida modesta;nada ms para aumentar, por contraste, la degradacin del presente. No hay

    llanto. l est en Mxico, escribiendo esta crnica as llama al libro que unotiene en las manosa una distancia cmoda que le permite no slo ver mejorsino adems mofarse tranquilamente. El mundo narrado es un mundodegradado doblemente: por las conductas de sus habitantes y por la palabra delnarrador.

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    Pienso, entonces, en una realidad ineludible: el temple anmico del narrador.Tanto "gevn", "pichar", "pito", "cacorros", "maricones" y otros muchosvocablos, coloquiales y no, traducen un gusto amargo. Y se opta por no llorar,se opta por la risa y la burla; es decir, Fernando escoge mayoritariamente unlamento indirecto. Un llanto invertido que no nos hace compadecernos deinmediato; nos incomoda, nos asquea, y slo despus, por obra de un goteocido, nos punza, nos hiere y nos arde. La amargura crece, adems, porque nohay alero protector en esta sociedad: ni el municipio, ni la parroquia, ni elmismo Dios. Quizs alguna cantina, que podra hacer las veces de posada enesta triste y solitaria procesin. La carcajada burlona, esa tristeza despeinadacon la cabeza abajo, denuncia a alguien que est vivamente comprometido almenos con una crnica sobre su pueblo. La extrema sujecin a estos hechos esuna fidelidad total a la memoria de una comunidad. Y cuando digo"comunidad", digo grupo humano cuyas relaciones se basan en cdigos

    morales, no legales; en normas no escritas que dan sentido unitario a latotalidad social. Fernando se parapeta en una memoria de la cual se apropiacomo un sobreviviente. Es cierto que no pontifica a favor de causa alguna.Pero no hace falta: se ha convertido en testigo de un tiempo ido, y ah yace su

    justificacin para denostar el infernal presente. En su calidad de testigo, departidario, Fernando es partcipe y artfice del mundo que nos narra. Lasoledad de su mirada es una solidaridad diferida.

    El narrador deLa virgen de los sicarios, aparte de las caractersticas en comncon el deMi hermano el alcalde, ostenta algunos rasgos especficos,correspondientes a la circunstancia que nos presenta. En este caso, Fernandoes un paseante de Medelln, que se encamina por calles, habitaciones dedepartamentos, locales comerciales, buses, taxis y otros escenarios urbanos,

    para mostrar una realidad en todo su fesmo y en toda su crueldad. Actampoco regatea insultos ni denuestos sobre cualquier cosa, especialmente larealidad social colombiana. La polica, el gobierno, los empresarios, la iglesia

    que es la iglesia catlica, los pobres, los obreros, algunos escritores,conforman parte importante del blanco adonde apunta y escupe. ("El Estadoen Colombia es el primer delincuente".) Este hombre confiesa que hasta

    detesta el ruido de la televisin y la radio, dos aparatos verdaderamenteubicuos en Colombia, segn se queja. ("Cuando la humanidad se sienta en susculos ante un televisor a ver veintids adultos infantiles dndole patadas a un

    baln, no hay esperanzas. [D]an ganas de darle a la humanidad una patada enel culo y despearla por el rodadero de la eternidad, y que desocupen la tierray no vuelvan ms".) Eso s, hay al menos una adhesin expresa: se declaradefensor de los derechos de los animales, pues stos, a sus ojos, son menos

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    brutos, menos irracionales, menos "animales", en buenas cuentas, que losseres "humanos". Fernando reconoce, en fin, estar enteramente a disgusto eneste espacio y se mantiene, no obstante, mirando, mostrando, maldiciendo. Y,desde luego, desplegando descripciones que devienen en juicios donde l es

    juez y tambin es parte: aprecia y desprecia. Descripciones que enjuician yjuicios que describen.

    As es como conocemos a los sicarios: muchachitos, adolescentes, que matanpor encargo, y que conviven sexualmente con su sostenedor. Algunos han sidoabandonados por sus familias; otros, las han abandonado ellos mismos. Otrosno ms se quedaron solos en el mundo. Con poca tristeza, o ninguna, asumenla soledad como una condicin dada; sus caras no relatan calvarios ni ms

    pesares que los del da a da. Siempre listos, portan armas de fuego quereposan, activadas, bajo la almohada insomne; no dudan en disparar con la

    mira hacia enemigos armados e inermes, y no digamos slo agresores de facto,sino tambin eventuales o supuestos. Antes de mirar el blanco, seencomiendan a Mara, cuya imagen pende de sus cuellos. Y agreguemos queenemigo puede ser simplemente quien tose muy fuerte en la calle, un recinnacido que llora sin parar en el bus, un vecino que oye la radio o enciende latelevisin a un volumen muy alto para el gusto del ofendido, entre otros

    personajes amenazantes. Los sicarios estn siempre listos para matar y paramorir, porque el asesinato es un quehacer no exento de vrtigo, perogeneralmente inocuo. Un juego extremo que los acerca a la muerte sinenvejecerlos. No hay alardes simblicos, pero s un tcito simbolismo. Almatar ("por escandaloso pual o compasiva bala"), los sicarios ajustician,

    porque todos somos culpables y podemos ser inculpados; tenemos el pecadooriginal que ya nos record Caldern: haber nacido. La muerte es vnculo; elasesinato es induccin de ese vnculo. Pese a las balas, hay una inocencia queimpera en sus miradas; un velo casi transparente, un adorno inservible, unornamento que no consigue sino acentuar, por amargo contraste, la presenciade la muerte. Los sicarios no lloran. Apuntan y hacen fuego; toman la mano desu seor, acarician a su seor, se dejan acariciar por su seor, copulan con l.Hasta que una de las partes se aburra y se marche, con otro, con la muerte, sin

    explicaciones. Y un nuevo vaco ser llenado con el can de un nuevosicario.

    Junto a los sicarios, recorremos las "comunas": sectores marginales, barriadaspobres, barrios bravos enclavados en los cerros del norte de la ciudad, yempezamos a habituarnos con la marginalidad creciente y que pareceirreversible. Vamos entrando en una rutina de la muerte ejecutada por la

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    violencia callejera, donde la calle ser, ms bien, un espacio mortal antes quefnebre, porque la muerte oficia casi sin alardes simblicos. La Virgen sloayuda a acertar el tiro; es una suerte de medalla y podra ser una pulsera: unamuleto. Vamos contemplando cmo se viene la muerte: disparando, matandohasta nuestro mismo asombro, que debemos abandonar, carente de sentido.Por las calles, la sangre corre en cauce paralelo a las lgrimas de quieneslamentan la muerte de uno o ms seres queridos y no tan queridos; a las pocashoras, los mbitos recuperan la movilidad usual, el ritmo de ciudad, y loslamentos cesan. ("El muerto ms importante lo borra el siguiente partido deftbol".) Los chorros son restaados nada ms por la fuerza del hbito. Elcrimen se convierte en la ancdota del barrio, el cuento para matartambinel tiempo. Las sirenas de la polica, siempre atrasadas, suenan y dejan de sonarcomo un canto intil; una coda decorativa que anuncia silencio y slo olvido,como si la escena del crimen debiera despejarse con rapidez para una nueva

    funcin teatral. La institucin policial, ms ac de sus objetivos, ayuda areproducir esa fatalidad. Las fuerzas de orden cumplen con otro orden. Alpensar en ellas, la afirmacin de Pierre Bourdieu afila su irona: "las funcionessociales son ficciones sociales". El Medelln de los sicarios es el tablado paraun montaje rotativo de no ficcin.

    En este relato, la ancdota tambin es sencilla. Probablemente motivado por lahostilidad reinante, Fernando se empareja con Alexis, quien lo defiende ycomplace segn la especialidad de los sicarios: en la cama y, sobre todo, al darmuerte a cualquiera que lo fastidie. Ambos caminan por la ciudad; Fernandole compra los onerosos objetos con los que el muchacho fantasea prendas devestir y otros artefactos fabricados por marcas de prestigio social, y ambosvan dialogando sobre nada en particular. Alexis, es la ley, es asesinado amansalva por una rfaga detonada desde una motocicleta en movimiento. Enel narrador, poca tristeza, poca reflexin y un buen poco de hasto. Tras una

    breve afliccin, unos cuantos das, nuestro narrador se empareja con Wlfer,otro sicario, con quien har una vida similar: defensa y sexo a cambio de techoy sostn monetario. Wlfer, sin embargo, terminar por revelarse el asesino deAlexis. Se trataba de un viejo ajuste de cuentas; recurso diramos que obligado

    en ese espacio de relaciones. Quien a fuego mata a fuego muere y la ley secumple, o parece cumplirse, con la mudez y la sordera de la fatalidad.Mientras, la historia se desplaza con iguales pasos: el seor y su sicariorecorren los espacios de Medelln; Fernando le compra los objetos con los queWlfer suea, y ste lo defiende y complace. No hay ms trama. Nadieconspira; no hay reuniones secretas ni planes de subversin. Nada encolectividad. Nadie trama nada. La ancdota es simple.

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    Fernando es testigo, y aqu partcipe, de un mundo degradado. Valga elparticipio: se trata de un mundo que era mejor antao, en tiempos de susabuelos. La voz narrativa traza un retrato mvil que quiere despreciar alnarrador siglo XIX ("Acaso soy Dostoievsky o Dios padre para meterse en lamente de otros? No sabe uno lo que uno est pensando, va a saber lo que

    piensan los dems!".), que quiere despreciar especficamente a Balzac, y que,al contrario, lo actualiza. Realismo duro? Puede ser. Como en Pap Goriot,

    por ejemplo, tampoco hay aqu divisin en captulos, sino una sola y galopanteracha verbal. Digmoslo as: en Balzac se despliega un examen mirn; enVallejo, una mirada examinadora. All, al mostrar se intenta explicar; ac,degradar. All, en la tercera persona de la ciencia omnipotente; ac, en la

    primera de la crnica impotente. ("Surrealistas estpidos! Pasaron por estemundo castos y puros sin entender nada de nada, ni de la vida ni delsurrealismo. El pobre surrealismo se estrella en aicos contra la realidad de

    Colombia") Y en ambos relatos la conciencia de serlo. La lengua del narrador,virulenta, violenta ella tambin, nos hurta los nombres de los personajes, queson suplantados por apodos, alias, pseudo nombres. Ignoramos quines son losque vemos: las identidades personales naufragan en el lodazal. Salvo este

    pequeo grupo: Alexis, Fernando y Wlfer, erguido de entre el fango, no parasalvar y rescatar sino para hundir y extraviar. Tro, trada, trino. Fernandollama "ngeles" a sus sicarios: seres espirituales, todos bondad, inocencia. Y,no se ensucian con la sangre que derraman? Acaso se lavan? ngeles,mensajeros, de qu? Todo indica que Fernando tiene una lengua bfida: su

    palabra condena despiadadamente el mundo narrado y, al mismo tiempo, salvaa estos invertidos querubes. Testigo, partcipe y artfice, al calor de la llamaalta de los cuerpos nios.

    Antes de concluir, sintetizo la caracterizacin de narrador y mundo narrado.En ambos relatos, el narrador es un testigo: Fernando es el sujeto partidarioque enuncia un testimonio a favor de una memoria comn, de un ayermoralmente mejor que el hoy, y contra este presente, tambin comn,moralmente inferior. Fernando es personaje del mundo narrado: en el pasadocercano o en el presente inmediato, comparte la suerte de los habitantes; es

    partcipe, toma parte del mundo al cual narra. El mundo narrado, en ambosrelatos, es un mundo doblemente degradado: por obra de los comportamientosde sus habitantes y por obra de una palabra narrativa de indudable ascendencianietzscheana. Y es, precisamente, en la medida en que la participacin deFernando es moral, como ayuda a configurar este mundo narrado. Por esoFernando no slo es testigo y partcipe sino tambin artfice: no slo recibeeste mundo y se mueve en l; tambin lo da, lo crea l mismo. Al integrarse al

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    hbito de dar y recibir, Fernando habita el mundo que nos narra; habita con elexpediente de la degradacin. Y lo decisivo: el temple de nimo es ladimensin que evidencia un modo especfico de degradacin y, por lo tanto,de habitacin. El modo como Fernando degrada este mundo es la amargura,revestida de ira y tristeza; sin esta amargura, tendramos cuadros decostumbres, etnografas sobresalientes, pero no testimonios. El templeanmico tambin configura mundo.

    Conclusin

    El asentamiento del Infierno

    Cmo es el mundo vivido que conforman Fernando y este mundo? Cmo esla apropiacin subjetiva de ese especial contexto, segn el testimonio deMi

    hermano el alcalde yLa virgen de los sicarios? La corrupcin generalizada esvivida como la presencia ubicua del mal, que motiva un rechazo constante enFernando. ste puede burlarse y desentenderse discursivamente del caos, perono desapegarse: hay un pasado cuya luz an alcanza al hoy con luminosidad ycalor: an da sentido. Una esquiva nocin de vida buena que permitereconocer su opuesto actual. Por eso la burla y la distancia son indicadoresinvertidos: hay un lamento y ste ocurre dentro del mundo; porque lacorrupcin y la muerte nunca, en definitiva, son legitimadas por l. El mundovivido es el Mal, que justifica su mayscula porque el contexto apropiado porel sujeto no es slo crueldad de origen humano, sino que se percibe como algo

    dado por un poder superior, por una voluntad trascendente. El Mal, diceFernando, es la prueba de la existencia de Dios. Es l quien orquesta la vidaen las galeras, recorridas sin Virgilio alguno. La palabra del narrador seestrella contra el tamao: la ciudad es enorme. (Y aqu toco races vivas: tanmagnus y ex normis.) Fuera de norma, de todo sentido, la ciudad es un maltotalitario. La corrupcin, la violencia y la muerte, desenmascaran eldescontento y la desintegracin: la sociedad inconclusa se cae a pedazos y lacomunidad perdida an late como deseo. Caridad y esperanza, es decir,

    presente y futuro en la definicin de trascendencia cristiana, lazos con el

    prjimo y con Dios, son presencias non gratas y merecen la expulsin quereza mi epgrafe. As, sin ser validado, el Mal es aceptado. Porque el mundovivido es el Infierno.

    Bibliografa

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