Valle Inclán - Los Cruzados de la Causa

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. Ramn del Valle-Incln (1866-1936) LA GUERRA CARLISTA 1 Los Cruzados de la Causa (1908) Captulo I Caballeros en muas y a su buen paso de andadura, iban dos hombres por aquel camino viejo que, atravesando el monte, remataba en Viana del Prior. A tiempo de anoc hecer entraban en la villa espoleando. Las mujerucas que salan del rosario, vindol es cruzar el cementerio con tal prisa, los atisbaron curiosas sin poder reconoce rlos, por ir encapuchados los jinetes con las corozas de juncos que usa la gente vaquera en el tiempo de lluvias, por toda aquella tierra antigua. Pasaron los j inetes con hueco estrpito sobre las sepulturas del atrio, y las mujerucas quedrons e murmurando apretujadas bajo el porche, ya negro a pesar del farol que alumbrab a el nicho de un santo de piedra. Voces de viejas murmuraban bajo el misterio de los manteos: Son las caballeras del palacio! Esperaban, das hace, al seor mi Marqus. Viene para levantar una guerra por el rey Do n Carlos. Y el sacristn de las monjas espareci! Bajo el Crucero de la Barca, dicen que hay soterrados cientos de fusiles El sacristn no se fue solo, que con l se partieron cuatro mozos de la aldea de Beal o. A todos los andan persiguiendo. No quedar quien labre las tierras. Aquellos mozos que no van a la guerra por la su fe, luego se van por la fuerza a servir en los batallones del otro rey. Nunca tal se vio como agora! Dos reyes en las Espaas! Como en tiempo de moros! Brbara la Roja, que tiene el marido contrabandista, va diciendo por ah que el sacri stn dejse ver con una partida en la raya de Portugal.Santo fuerte, si lo cogen lo afusilan! Afusilado muri su padre! No hay plaga ms temerosa que la guerra que se hacen los reyes! Las Espaas son grandes, y podan hacer particin de buena conformidad! Son reyes de distinta ley. Uno, buen cristiano, que anda en la campaa y se sienta a comer el pan con sus soldados: El otro, como moro, con ms de cien mujeres, nunc a pone el pie fuera de su gran palacio de la Castilla. Amenguaba la lluvia, y las viejas dejaron el abrigo del porche, encorvadas bajo los manteos, chocleando los zuecos. Se dispersaron, y algunas pudieron ver que estaban iluminadas las grandes salas del Palacio de Bradomn. El Marqus acababa de d escabalgar ante la puerta que an conservaba, partidas en dos pedazos, las cadenas del derecho de asilo. El caballero legitimista vena enfermo, a convalecerse en a quel retiro de una herida alcanzada en la guerra. Captulo II Han encendido fuego en la gran sala del palacio, y all, al toque de las nimas, le sirven la colacin al viejo dandy. El mayordomo, que haba ido a esperarle con las m uas, viene a entretenerle con historias sin inters. Despus llegan dos clrigos, cannig os de la Colegiata. Los dos haban recibido recado del caballero, que traa para ell os rdenes del Cuartel Real. Ninguno le conoca, porque eran veinte aos los que lleva ba ausente el famoso Marqus. Todo entre ellos fue politica de cortesanas, hasta qu e, levantados los manteles, sali el mayordomo, y el caballero cerr con noble empaq ue las cuatro puertas de la sala. Los cannigos cambiaron una mirada, y el viejo d andy, avanzando hacia el centro de la estancia, exclam: Saludmonos, como cruzados de la Causa! Estas palabras bastaron para que los clrigos se emocionasen. Las haban odo otras mu chas veces, ellos mismos solan repetirlas, y slo entonces, pronunciadas por aquel anciano caballero que volva de la guerra con un brazo de menos, las sintieron res onar dentro del alma como palabras de oracin. Tenan un sentido religioso y combati ente, un rebato de somatn, en el silencio de aquella sala y en los labios de aque l procer que volva despus de veinte aos. Uno de los cannigos dijo con grave dignidad : Como sacerdotes, somos cruzados de la milicia cristiana, y el rey legtimo defiende la causa de Dios. El otro tonsurado asenta moviendo la cabeza y entornando los ojos: Slo era cannigo, y por timidez dejaba la palabra a su compaero que era Maestre-Escuela. Despus, co mo todos callasen, murmur con una llama de amor en los ojos y la voz enajenada: Cruzados cual aquellos que iban a redimir el Santo Sepulcro! El Maestre-Escuela, como era mucho ms soldado que contemplativo, interrog: Qu tal marcharon los asuntos de la guerra, Seor Marqus? El Marqus de Bradomn medit un momento, con los ojos distrados sobre las llamas que s e retorcan bajo la gran campana de la chimenea. Al responder mostraba una sonrisatriste: Los asuntos de la guerra estn inciertos, Seor Maestre-Escuela. Sobran soldados y fa lta dinero. El otro cannigo murmur: Tenemos corazones, porque esos los da Dios! El Maestre-Escuela haca pliegues al manteo, con el ceo adusto: Y no habr algn judo que nos preste? Sin oro no hay fusiles y sin fusiles no hay solda dos... Es fuerza buscarlo y encontrarlo. El caballero legitimista repuso casi sin esperanza: Por la Junta de Santiago, ustedes conocen el motivo de mi viaje. Es preciso que l os leales nos sacrifiquemos, y para dar ejemplo, yo comenzar vendiendo este palacio y las rentas de mis tres mayorazgos. Todo lo que tengo en esta tierra. Los dos cannigos se entusiasmaron, y aquel de los ojos msticos e ingenuos junt las manos con fervor: Resucitan las antiguas virtudes cristianas en estos tiempos de persecuciones cont ra la Iglesia de Dios! El Maestre-Escuela coment con espritu menos beato: Quien hered grandeza, grandeza muestra! ... Y es ascendencia de reyes la de nuestro querido Marqus! El viejo dandy repuso con una sonrisa de amable irona: De reyes y de papas... En lo antiguo, mi familia tuvo enlace con la del cardenal Rodrigo de Borgia. El Maestre-Escuela afirm con un dejo militar: El papa espaol Alejandro VI. Y murmur el otro cannigo: Ya no hay papas espaoles! En estos momentos un papa espaol podra decidir el triunfo d e la Causa... Torn a sonrer el caballero legitimista: Sobre todo si era pariente mo. El Maestre-Escuela, ponindose una mano sobre la boca, tosi discretamente. Despus re cogise los manteos hasta lucir los zapatos con hebillas de plata, y habl en tono d e sermn, accionando solamente con la mano derecha, una mano blanca y un poco grue sa, que pareca reclamar la pastoral amatista: Por el triunfo de la Religin, de la Patria y del Rey, haremos cuanto sea dable. Cr eo interpretar en este momento el sentir de todo el Cabildo de Nuestra Santa Igl esia Colegiata. Haremos por la fe, aquello que hemos visto hacer por el infierno al impo Mendizbal. Nuestra Iglesia, afortunadamente, an es rica en plata y en joya s, tesoros que fueron ocultos cuando los brbaros decretos del Gobierno de Isabel. Hay mucha ms riqueza de metales finos y de pedrera que riqueza artstica. Con ella, y con nuestros bienes personales, acudiremos a sostener la guerra. Pero no sere mos vandlicos, como lo fueron al despojarnos los sicarios de Mendizbal. Pronunciemo s el nombre sin adjetivos, porque en sus letras lleva todos los estigmas! Las joyas artsticas sern respetadas, y de esta suerte reservaremos toda entera, para aqu el nombre infausto, la triste gloria de haber sido un nuevo Atila. Y el cannigo de los ojos msticos asegur: As deba ser llamado, si no le reclamase el nombre de Anticristo. El Maestre-Escuela, despus de orle, cruz las manos con esa gravedad seoril y modesta de algunos eclesisticos, y al hablar de nuevo lo hizo sin tono de sermn: Por mis aficiones, y un poco tambin por mis estudios, me siento inclinado hacia la s cosas de arte... Creo continuar as la tradicin de la Iglesia... Los ms grandes art istas tuvieron a los papas por mecenas! Julio II fue protector de Rafael de Urbi no, como lo fue Alejandro VI del Pinturichio, y Paulo IV de Tiziano Vecellio. La s riquezas artsticas de nuestra Colegiata me son bien conocidas, y de todas tengoescrita una compendiosa historia: Son donaciones de obispos y de piadosos cabal leros, algunas, ofrendas de reyes... La iglesia es muy antigua, data su fundacin de una bula del papa Inocencio II. El primitivo claustro romnico se conserva pursi mo, y el resto no ha sufrido grandes restauraciones. Como tantas iglesias galleg as, data del arzobispado de Gelmrez. Pertenece al mismo momento que el Real Monas terio de Andrs. Esa joya, convertida en cuartel por los vndalos isabelinos! Despus, los dos cannigos y el caballero legitimista acordaron verse al da siguiente en la Sala Capitular. Urga que los soldados de la Causa tuviesen pronto fusiles. Captulo III La llegada del caballero legitimista, aquella misma noche corri en lenguas por Vi ana del Prior. A la casa grande del vinculero, como seguan diciendo por tradicin e n la villa, llev la nueva un criado que llamaban en burlas Don Galn. El amo, un vi ejo con ese hermoso y varonil tipo suevo tan frecuente en los hidalgos de la mon taa gallega, dio grandes voces, en son de regocijo y de sorpresa: Dices que acaba de llegar mi sobrino Bradomn? Gran seor, gran ingenio, gran corazn!... Mala cabeza!... La voz tena una hueca resonancia en aquella cocina de la casona. Don Juan Manuel Montenegro, sentado ante una mesa cubierta con manteles de lino casero, cenaba a l amor del hogar, acompaado por dos de sus hijos. Servales a los tres una moza, ba rragana del viejo. Tenia los ojos azules y candidos, con algo de flor, era casi una nia. Siempre que posaba las viandas sobre la mesa, las manos le temblaban y l os hijos del hidalgo la seguan de soslayo, con celo y con rencor. Eran dos manceb os muy altos, cetrinos, forzudos y encorvados. El uno cruzaba con desgaire bajo el brazo la bayeta de su manteo, y en el remate de su silla haba colgado el trico rnio que an usan los seminaristas en Viana del Prior. Se llamaba Don Farruquio. Al otro, por la belleza de su rostro, le decan en su casa y en toda aquella tierra, Cara de Plata. Los dos comentaron la llegada del Marqus de Bradomn: En el aula de filosofa cont ayer un lagarto viejo que Bradomn estaba en Santiago. Y Cara de Plata, mirando a la barragana de su padre, replic con un gesto sombro: Viene para encender la guerra. Yo har que me nombren capitn. Desaparecer para siempr e. El seminarista mir tambin a la barragana, y le gui un ojo con malicia. El hidalgo vio el guio, frunci el ceo y apur el vaso. La barragana se acerc temblando y volvi a lle nrselo. Cara de Plata, despus de un momento, murmur reflexivo y melanclico: Siento no haber sabido antes la llegada del Marqus! Bajo la bveda de la cocina reson la voz de Don Juan Manuel: En otro tiempo, mi sobrino hubiera entrado en la villa a son de campanas. Es priv ilegio obtenido por la defensa que hizo uno de sus antepasados, y tambin mo, cuand o arribaron a estas playas los piratas ingleses. Al Marqus de Bradomn, el orgulloso vinculero le llamaba sobrino, bien que slo los u niesen esos lejanos lazos de parentesco que casi se pierden en una tradicin famil iar. Los hijos permanecieron silenciosos, Cara de Plata con una grave expresin de ensueo en los ojos, y el seminarista sonriendo a la zagala de las vacas que, tod a roja en el reflejo del fuego, sorba las berzas del s caldo arrimado a un canto del hogar. Don Galn, que era un criado nacido en la casa, giboso y bufonesco a la manera antigua, sac la lengua fuera de la boca, imitando al papamoscas de la fiesta. Habr que beber un jarro para celebrar la sandio sima aparicin del seor mi Marqus! Juj Don Juan Manuel Montenegro se incorpor dando grandes voces, que hicieron ladrar a los perros atados en el huerto bajo la parra: Imbcil! Quin eres t para celebrar la llegada de tan noble caballero como mi sobrino? Don Galn sac otra vez la lengua: Algn can traer consigo... Todo se arregla en este mundo, menos la muerte... Juj! Beba mi amo por la salud del sobrino, que yo beber por la del can. Juj! Otra vez volvi a gritar el hidalgo: Pero quin eres t para beber conmigo? Don Galn hizo una cabriola: Juj! El mismo que bebi tantas otras veces. Eres un imbcil! Juj! Un da te arranco la piel a tiras. Juj! No ser hoy. Puede que si. Juj! Hoy es de noche. El vinculero rea con una gran risa violenta que le arrebolaba el rostro. De impro viso se alz de su asiento el hermoso segundn y arroj al criado el plato lleno de hu esos: Con los canes se reparten los mendrugos, pero no se bebe. Descolg su sombrero, que estaba en el clavo de una viga, y se dirigi a la puerta. Don Galn se apart arrastras como un perro. Aquel viejo patizambo que, como los bufones reales, jugaba de burlas con su amo, temblaba ante los segundones y procura ba esquivarlos. Cara de Plata grit a la zagala del ganado: Rapaza, coge el candil y alumbra. La zagala posaba el cuenco del caldo, para requerir el candil, cuando se adelant la otra nia, barragana del vinculero: Sigue comiendo. Yo alumbrar. Tom el candil y sali delante del segundn. En la puerta, mientras levantaba los tranqueros, le dijo con voz tmida: De veras te vas a la guerra, Carita de Plata? El hermoso segundn la mir sorprendido, ponindose muy plido: Ya lo he dicho.Otras cosas dices que no salen ciertas... Y la nia alz los ojos inocentes, sonriendo con dulzura. Tardaba en quitar los tran queros, y Cara de Plata la rechaz, alzndolos l y franqueando la puerta. La nia suspi r: No seas loco, Carita de Plata! El segundn cogi entre sus manos la cabeza cetrina de la muchacha, y la mir en los o jos, tan cerca, que sus pestaas casi se tocaban: Por qu me has matado? La nia solloz: No s cmo fue... Tu padre lleg una noche y ta lo entr... Cara de Plata le oprima la cabeza hasta hacerle dao: Infame viejo! Si no me fuese de esta tierra, acabara por matarlo. Ahora los dos tenemos que quererle!... Y la nia huy asustada, apagando al correr la luz del candil. Subiendo la escalera oa la voz del vinculero y su risa violenta y feudal: Don Galn, trae un jarro del vino blanco de la Arnela! Captulo IV El Marqus de Bradomn madrug para or misa en el convento de donde era abadesa una de sus primas, aquella plida y visionaria Isabel Montenegro y Bendaa. El viejo caball ero, al recordarla, senta una tristeza de crepsculo en su alma. Cuntas veces haba pas ado la muerte su hoz! De aquellas tres nias con quienes haba jugado en el jardn seor ial, slo una viva. Como en el fondo de un espejo desvanecido, vea los rostros infan tiles, las bocas risueas, los ojos luminosos. Evocaba los nombres: Mara Isabel! Mara Fernandina! Concha! Y aspiraba en ellos el aroma del jardn en otoo con sus flores m architas, y una emocin musical y sentimental. Mara Isabel! Mara Fernandina! Concha! Lo s claros nombres resonaban en su alma con un encanto juvenil y lejano. El amable Marqus de Bradomn tena lgrimas en los ojos al entrar en el locutorio del convento d onde le esperaba su prima la vieja abadesa, aquella plida y visionaria Mara Isabel . La monja se levant el velo: Dios te bendiga, Xavier! Era ella, ojerosa, con las manos tan blancas, que parecan hechas del pan de las hostias. Hizo sentar a Bradomn en un silln que haba al pie de la reja, y en seguida pregunt por los asuntos de la guerra y de la Corte de Don Carlos: Cmo estn los Seores? Dios los conserve siempre en salud! Y el prncipe est muy crec la infantina? El prncipe, deseando tenerse bien a caballo para salir a campaa con su padre. Y el caballero legitimista se emocion como siempre que hablaba de la familia de s u Rey. La monja era curiosa: Dime, hay muchos soldados?En las provincias donde hay guerra, todos son soldados, lo mismo los hombres que las mujeres, y hasta las piedras. Es Dios Nuestro Seor que lo hace! Dime, y t qu traes a esta tierra? Vender mi palacio y todas mis rentas... No lo hagas... Sobre todo el palacio... Esas piedras, aun cuando sean vejeces, de ben conservarse siempre. Lo vendo para comprar fusiles. De todos modos es triste. A qu manos ir! El Marqus de Bradomn tuvo una sonrisa dolorosa y cruel. A las manos de algn usurero enriquecido. No hablemos de ello. Vendo el palacio como vendera los huesos de mis abuelos. Slo debe preocuparnos el triunfo de la Causa. La faccin republicana, que ahora manda, es una vergenza para Espaa. La monja murmur con los ojos brillantes: Te admiro! El caballero legitimista repuso con sencillez: Son tantos los que hacen esto que yo hago! La monja acerc su rostro a la verja: En el convento tuvimos un sacristn que se fue a levantar una partida en la raya de Portugal. Yo le di todas las alhajas que haban sido de mi madre, y sent alegra al hacerlo. Se las tena ofrecidas a la Virgen Santsima, y tuve que conseguir una disp ensa. T tambin tratas de levantar gente en armas? Por Dios, si lo haces, no fusiles a nadie! En la otra guerra, los dos bandos fusilaron a tanta gente! Yo era nia y m e acuerdo de las pobres aldeanas vestidas de luto que llegaban llorando a nuestr a casa, iban a que mi madre les diese una limosna para mandar decir misas de suf ragio. El caballero legitimista sinti despertar su alma feudal: Se ha perdido aquella tradicin tan militar y tan espaola. La monja le mir fijamente, con las manos cruzadas sobre el escapulario del hbito: Nuestro Seor Jesucristo nos ordena ser clementes! En la guerra, la crueldad de hoy es la clemencia de maana. Espaa ha sido fuerte cuando impuso una moral militar ms alta que la compasin de las mujeres y de los nios. En aquel tiempo tuvimos capitanes y santos y verdugos, que es todo cuanto necesi ta una raza para dominar el mundo. La monja repuso con energa: Xavier, en aquel tiempo, como ahora, hemos tenido la ayuda de Dios. El Marqus de Bradomn insinu una leve sonrisa: Desgraciadamente, en la guerra el personaje ms importante es el Diablo!La monja puso en el suelo sus ojos ardientes y visionarios. Las manos, siempre c ruzadas sobre el hbito, eran tan blancas, que parecan tener una gracia teologal pa ra obrar milagros. Despus de un momento, dijo bajando el velo que hasta entonces haba tenido levantado: Xavier, es hora de rezo y tengo que dejarte. Yo te rogara que volvieses maana, si n o te cansa mucho... An tenemos que hablar. El viejo dandy se alz del silln dando un suspiro: Adis, Madre Abadesa, hasta maana! La monja, al retirarse, peg el rostro a la reja murmurando en voz confidencial: Xavier, estoy pisando sobre fusiles! Captulo V Despus del coro, algunos cannigos y beneficiados quedronse a esperar la visita del caballero legitimista: Hablaban de la guerra calentndose en pie delante del brase ro, en medio de la Sala Capitular. De tiempo en tiempo se oa el golpe de una puer ta y el vuelo inocente de un esquiln. Viejos sacristanes, y monagos vestidos de r ojo, iban y venan en la sombra. La Sala Capitular era grande, silenciosa y con ol or de incienso. Tena el techo artesonado y los muros revestidos de terciopelo car mes franjeado de oro. En los rincones brillaban algunas cornucopias, colgadas sob re cmodas antiguas con incrustaciones. Por las maanas, el sol doraba los cristales de una ventana enrejada, y tan alta, que debajo quedaba espacio para una alhace na con herrajes y talla del Renacimiento. El Marqus de Bradomn entr acompaado de su capelln. Cannigos y beneficiados le recibieron con esa cortesa franca y un poco jov ial que parece timbrar las graves voces eclesisticas: Seor Marqus de Bradomn! Ilustre amigo! Viejo compaero! Ya volvemos a tenerle entre nosotros! Se le abraza como a un nufrago! Cincuenta aos que somos amigos! Estas palabras las pronunci un viejecillo que slo era capelln. Llevaba anteojos, te na una calva luciente y dos rizos de plata sobre las orejas. Pareca prximo a llorar: Seor Marqus!... Xavierito!... Cincuenta aos!... Medio siglo!... Estudiamos juntos gr a latina en el convento, con aquel bendito Fray Ambrosio. A m me costeaba los est udios el padre del Seor Marqus. Dios le tenga en su Gloria! Cunto tiempo! Medio siglo! ... Y no me olvido de aquellos dos bandos, Roma y Cartago. Xavierito capitaneaba en el aula el bando de Roma, era Publio Emiliano Escipin, el Africano... Yo capi taneaba el otro bando, era Anbal, el hijo de Amlcar, pobrecito de m, siempre vencid o. Y sin envidia, y sin rencor... Comprenda que el lauro deba ser para esa frente. .. Seor Marqus de Bradomn, Xavierito de mi vida! Y el viejo abra los brazos delante del caballero legitimista, llorando como un nio :Ya no se acuerda! Ya no se acuerda! El Marqus repuso con una sonrisa: De todo me acuerdo, Minguios! Despus de haber vivido, como yo he vivido, se est siemp re con los ojos vueltos hacia el pasado. Al bendito Fray Ambrosio, como t dices, lo encontr en la guerra, y te aseguro que est ms joven que nosotros. El capelln se limpiaba los ojos con su gran pauelo de yerbas, y sonrea. El MaestreEscuela coment: Este abrazo de Anbal y de Escipin no se parece ciertamente al abrazo de Vergara. El capelln protest: Ni el seor Marqus de Bradomn es el Ayacucho, ni yo, por suerte, soy el traidor Marot o. Y el cannigo de los ojos msticos murmur fervoroso: Gracias le sean dadas a Dios! Hubo un murmullo discreto y grave, que fue dominado por la voz del Maestre-Escue la: Todos somos aqu amigos y compaeros para poder hablarnos dejando que el corazn salga a los labios. Nos rene un mismo sentimiento de amor a la Religin y a la Patria. Yo , confiando acaso ms que debiera en este sentimiento, ofrec al ilustre procer que ahora nos hace visita, auxilios para la Causa. Despus todos habis visto, con dolor , que ello no es posible. Esta Santa Iglesia Colegiata, gobernada en lo terrenal por una voluntad que est ms alta que la nuestra, no acudir en socorro de los leale s que dan su sangre por Dios y por el Rey. Una voz murmur al odo del caballero legitimista: Est fuerte en sus alusiones el Seor Den. Era el viejecillo de la calva luciente y los rizos de plata. Luego, oprimiendo con timidez el brazo del caballero y llevndose un dedo a los la bios, le indic por seas que atendiese a las palabras del Maestre-Escuela: Pero sobre todas las tiranas y sobre todas las miserias de los hombres, est el divi no esfuerzo de la Fe. Nuestra Fe es la espada que alzamos contra el enemigo, esp ada de fuego y de luz como la del Arcngel. Si esta Santa Iglesia Colegiata no pue de hacerlo, con nuestros bienes y con nuestras personas, acudiremos a sostener l a guerra. Los cruzados de la Causa tendrn fusiles para vencer, si tal es la voluntad de Dios! El viejecillo, comunicando a su cabeza un ligero temblor, volvi a oprimir el braz o del Marqus de Bradomn: Nuestro Den est propuesto para obispo, y quiere congraciarse con los herejes de Mad rid. Interpuso su veto, y aqu se quedarn las alhajas hasta que se las lleve otro M endizbal. Los cannigos haban acogido con murmullos ardientes y aprobatorios las ltimas palabr as del Maestre-Escuela. Sobre una mesa forrada de velludo carmes haba un tintero d e plata con plumas de aves, y desfilaron todos, escribiendo su nombre y su contribucin en un pliego de papel de barba que se llen de rbricas y de borrones. Captulo VI El Marqus de Bradomn recibi aquel da un pliego de la Junta de Santiago. Eran malas n oticias las que le daban. Haba cado prisionera una tropa carlista que haca leva de mozos y requisa de caballos en la raya portuguesa, cerca de San Pedro de Sil. Ta mbin recordaban los seores de la Junta la falta de dinero, y aquella urgencia con que lo reclamaban de la guerra. El Marqus de Bradomn llam a su mayordomo y le habl d e la venta del palacio con sus tierras y rentas forales. El mayordomo se demud: Vender el palacio y las rentas del mayorazgo?... El Marqus afirm con entereza: Venderlo todo y como quieran pagarlo. Mucha parte es vinculada, y solamente de la mitad libre alcanza a disponer el Seor Marqus. Pues se vende la mitad. El mayordomo medit un momento, puesta la vista en el suelo. Era un aldeano de exp resin astuta, con el pelo negro y la barba de cobre, hijo de otro mayordomo muert o aquel ao. Con el dominio que le daban las rentas del marquesado tena mozas en to das las aldeas, y los parceros y los llevadores de las tierras le aborrecan con a quel odio silencioso que haban aborrecido al padre: Un viejo avariento que, duran te cuarenta aos, pareci haber resucitado el poder feudal, tan temido era de los al deanos: Aun cuando todo se malvenda, no hay en la redondez de doce leguas quien tenga din ero para comprar este palacio y tantsimo foral... Habra que hacer parcelas, y hoy saltara un comprador y otro al cabo de los siglos. Solamente que el Seor Ginero... El Marqus de Bradomn, que comenzaba a sentir enojo de las argucias del mayordomo, pregunt con altivez: Es rico? El mayordomo abri los ojos inmensamente. Eran verdosos, con las pestaas siempre te mblorosas y muy rubias: Guarda en las arcas ms onzas de oro que barbas blancas tiene mi Seor Marqus. El viejo legitimista determin con un gesto imperioso:Hoy mismo le buscas y le hablas. Suerte tiene la raposa, llvanle la gallina al tobo! Y el mayordomo se retir andando muy despacio para apagar el ruido de los zuecos. Pedro de Vermo busc a su mujer en el establo. La encontr sentada en el umbral de l a puerta, con la rueca afirmada en la cintura y los ojos atentos sobre el recent al que hocicaba bajo las ubres de una vaca lucida. La mujer del mayordomo era me nuda, silenciosa, con los ojos bizcos y muy negros. Hablaba el gallego arcaico y cantarino de las montaesas. No tena hijos, y para conjurar a la bruja que le hici era tal maleficio, llevaba una higa de azabache colgada del dedo meique, en la ma no izquierda. El marido se detuvo mirando al recental:Condenado, toda la noche batiendo con la testa en la cancela del caizo, para se jun tar con la madre! La mujer respondi levantando hacia el marido sus ojos bizcos: Si lo dejasen el santo da tirando de las ubres, an no tendra harto. Es voraz! Tambin est guapo! Ya puedes desapartarlo, Basilisa. La mujer alzse del umbral, acorrando con ambas manos la gran rueda de la basquina , y requiri el palo de la rueca para acuciar al recental. El mayordomo llevse a la vaca tirando de la jereta. Marido y mujer entraron en el establo. Era oscuro, c on olor de yerba hmeda. Un caizo, alto y derrengado, pona separacin entre la carnada del recental y la carnada de la madre. El mayordomo se mova en la sombra disponi endo en el pesebre recado de yerba verde, para la vaca. Habl cauteloso: Mujer, sabes lo que acontece? La mujer exhal un gemido largo, de aldeana histrica: Nunca cosa buena ser!... El amo viene por el mor de vender... La voz de la mujer se hizo ms triste: Y si a mano viene por un pedazo de pan! As es la verdad. Da dolor del nimo que se lo lleven as! Agora era ocasin, si no hubiramos comprado los Agros del Fraile. Si pudisemos por la parte nuestra vender alguna tierra. En secreto haba de ser. Natural, mi hombre! O encontrar quien nos prestare al rdito. Basilisa se incorpor mirando a su marido, con una brizna de yerba entre las manos , y en la oscuridad del establo su voz cantarna tuvo algo de agorera: Si de m te aconsejas, nunca tal hagas! Son los usureros los acabadores de las casas! Las comen por el pie!Pedro de Vermo no respondi. Acababa de esparcir en el pesebre la racin de heno, y con un brinco encaramse en el borde: Silbando muy despacio, balanceaba a comps los pies calzados con zuecos. Basilisa volvi una cesta boca abajo y se sent encima. L os dos se miraban en silencio, sin distinguir ms que sus sombras. El marido dej de silbar: Sabes lo que tengo cavilado, Basilisa? A nosotros lo que mejor nos est, pudiendo el lo ser, es seguir con el cargo del palacio y de las rentas. El amo solamente vie ne por dinero y podra acontecerse que mejor lo topase sin vender cosa ninguna, te niendo tanto como tiene para responder. Qu dices t, Basilisa? T, que oste al amo, sabes mejor su sentir...Hablarle al Seor Ginero. Inda, no hace mucho, me pregunt si saba de alguien, con resp onsabilidades, a quien prestarle. De nuevo callaron marido y mujer. Pedro de Vermo fue por la vaca y la trajo al p esebre. El animal sacudi varias veces la cabeza y comenz a mordisquear la yerba da ndo leves mugidos de satisfaccin. Captulo VII El Seor Ginero, despus de la siesta, todas las tardes sala de su casa con la escope ta al hombro y un cestillo de mimbres en la mano. Andaba lentamente, arrastrando los pies, de reojo atisbaba al interior de las casas, donde vea los camastros so bre caballetes pintados de azul, y a las mujeres sentadas en el suelo haciendo r ed. A veces asomaba la cabeza por alguna puerta llena de humo, ese humo pobre de la pinocha, con olor de sardinas asadas: Lagarteira, est tu marido? Responda una voz dando gritos: Est en el mar! Y sala una vieja con los ojos encendidos y las greas sujetas por un pauelo anaranja do. El Seor Ginero tosa: Que no se olvide de cumplir como es debido. No quisiera llevaros al juzgado... La vieja hunda los dedos en las greas, desdichndose: Son tan malos los tiempos! El Seor Ginero contestaba hurao: Son malos para todos. Y continuaba su paseo hacia una gran huerta que haba comprado cuando la venta de los bienes conventuales. Estaba amurallada como una ciudadela, tena una vieja y f ragante pomareda de manzanas reinetas, y un palomar de piedra, con trazas de tor ren, de donde volaban cientos de palomas. Desde haca treinta aos, todas las tardes iba a su huerta el Seor Ginero. Cerca del anochecer se tornaba a la casa con el c estillo cubierto por hojas de higuera, y lleno unas veces de fresones, otras de nsperos, otras de manzanas, segn fuese en el buen tiempo de mayo, o en vsperas de S an Juan, o cuando amenguan los das en octubre. Tambin sola suceder que sobre la fru ta soltasen el plumn algunos gorriones muertos de un escopetazo. Aquellos pjaros eran la cena del viejo ricachn, que, al sentirlos crujir bajo los dientes, gustaba el placer de devorar a un enemigo. La huerta estaba fuera de la villa, y en el muro negruzco, frente al sol poniente, tena un gran portal encarnado que flanquea ban dos poyos donde solan descansar del paseo los cannigos y beneficiados de la Co legiata. El Seor Ginero, que era muy beato, se detena siempre a saludarlos, pero a quella tarde lleg hasta levantar las hojas de higuera que cubran el cestillo, y of recerles si queran merendar. Las voces graves y eclesisticas se lo agradecieron co n un murmullo. Haba all muchos manteos y sombreros de teja. Los cannigos acompaaban a su amigo el Marqus de Bradomn. El Seor Ginero extremaba su cortesa: El Excelentsimo Seor Marqus, tampoco quiere aceptar una ciruelita de las que llamamos aqu de manga de fraile? No las habr tomado mejores por esas luengas tierras. Era un viejo alto, seco, rasurado, con levitn color tabaco, y las orejas cubierta s por un gorro negro que asomaba bajo el sombrero de copa. Se despidi con grandeszalemas. Desde la maana saba la llegada del caballero legitimista, y quedara conv enido con el mayordomo Pedro de Vermo. Captulo VIII Cannigos y beneficiados, al volver del paseo, dieron compaa al caballero legitimist a hasta la portalada de su palacio. All se despidieron con promesa de tornar en l a noche para hacerle tertulia, y el caballero entrse solo por el vasto zagun, dond e florido farol de hierro daba su luz. Una sombra paseaba bajo las bvedas, ya osc uras, y se oa el rumor de pasos y espuelas. Un caballo estaba atado en la puerta. La sombra vino hacia el Marqus de Bradomn: Soy uno de los hijos de Don Juan Manuel Montenegro! El Marqus le tendi la mano: Creo que somos primos! El segundn, presintiendo una sonrisa de irona, le clav los ojos en la oscuridad, co n extraordinaria fijeza: Yo soy Cara de Plata! Hablaba con aquella arrogancia caballeresca heredada del padre. El viejo dandy puso su nica mano sobre el hombro del mancebo: Bello nombre te dieron! Y le llev hacia la gran arcada de la escalera, y subi con l apoyndose familiar y amable como un gran seor: Est muy viejo tu padre? Yo le recuerdo igual toda la vida. Es un roble! En esta tierra los robles tienen ahora un gusano que los seca, y mi padre no adolece de nada... Vivir cien aos! Llegaron a lo alto de la escalera y, marchando tras el mayordomo que alumbraba, interrog el Marqus:An dobla una herradura y se come un carnero? El hijo respondi orgulloso: Las dos cosas hizo el da de la fiesta. Parece aquel Carlomagno, emperador de la barba florida! Y el caballero legitimista gust una emocin literaria y legendaria, recordando con aquellas palabras al viejo hidalgo. Sentndose cerca de la luz, hizo sentar a Cara de Plata. Un poco sorprendido detuvo sobre l los ojos, que comenzaban a sentir l a falta de vista. La varonil hermosura del mancebo le pareca la herencia de una r aza noble y antigua: T te llamas Miguel?As me bautizaron en la iglesia. Pero te est mejor Cara de Plata... Y por qu me esperaste aqu, en lugar de hacerlo en el zagun? Tem que no me abriesen tus criados. Pocos das hace tuve que ponerle los huesos en u n haz a ese pillavn... Y con un gesto de seoril insolencia, sealaba al mayordomo, que en aquel momento ce rraba las ventanas para impedir que el viento apagase la luz. Pedro de Vermo mur mur apenas algunas palabras en voz baja, y el viejo dandy qued admirado de aquella sumisin. El mayordomo sala sin ruido, pegado a la sombra del muro. El Marqus le gr it: la guerra carlista Mi primo cenar conmigo. Est muy bien, Seor Marqus. El segundn advirti con mofa: No me envenenes con alguna mala yerba, como has hecho con mis perros. En la puerta de la sala apareci la mujer del mayordomo: No levante falsos testimonios, que le habr de castigar Dios! Basilisa apartse dejando la puerta a su marido, que se alej con andar de lobo, y se pas la punta del manteo alrededor de los ojos, con mucha lentitud: Despus dijo c on la voz llorosa: Piden permiso para ver a vuecencia. Es el Seor Ginero. Qu respuesta le doy? En la calle rasgueaban guitarras, y se oa el paso de una rondalla que desfilaba b ajo los balcones del palacio, cantando a voz en cuello: La trincadura Almanzora todo lo tiene de bueno: El comandante rumboso, la gente m ucho salero!... Captulo IX El Seor Ginero se detuvo en la puerta haciendo una profunda cortesa: Da su permiso a este importuno servidor, mi dueo y mandatario el ilustre Marqus de B radomn? Al tiempo que encorvaba su aventajado talle, abra los brazos con beatitud. En una mano tena el sombrero de copa y en la otra el cestillo de las ciruelas. El cabal lero legitimista le acogi con gesto protector y amable. Dio algunos pasos el usur ero, hizo otra cortesa, dej sobre la mesa el cesto de las frutas, y delicadamente alz las hojas de higuera con que vena cubierto: Permtame que le ofrezca este pobre don de una rica voluntad!Estruj las hojas de higuera entre las palmas, y muy pulcramente las ocult en el bo lsillo de su levitn. El Marqus comenz a celebrar la hermosura de la fruta, y el usu rero, entornando los prpados, mova la cabeza: Vienen del huerto frailuno. Aquella gente tena gusto por estas cosas.El Seor Ginero, de tiempo en tiempo, diriga una mirada rencorosa al hermoso segundn . Al fin no pudo contenerse: Me alegro mucho de verle, joven del bigote retorcido! Cara de Plata sonri con mofa: Yo ni me alegro ni lo siento, Seor Ginero. Ha olvidado que me adeuda cinco onzas y los rditos? Y usted no tiene noticia de mi cada del caballo? S... Y de que sufr el golpe en la cabeza? S... Y de las consecuencias de ese golpe? Pues sepa usted que he perdido completamente la memoria. El Seor Ginero aparent rerse, pero su voz aguda y trmula delataba su clera: Est muy bien! Est muy bien! Pero usted no sabe que hay un perro para los desmemoria dos... Un perro del juzgado... El Alguacil... Este Don Miguelito es gracioso!... Hijo mo, la deuda espera un ao y otro ao, pero los rditos hay que satisfacerlos punt ualmente. El Seor Ginero se detuvo y tosi sujetndose las gafas de gruesa armazn dorada. Despus, volvindose a donde estaba el caballero legitimista, salud profundamente: Podramos hablar un momento en secreto?... Ya esta maana convine con el mayordomo... E se honrado servidor nacido en la casa y que tanto se interesa por ella! El Marqus repuso con nobleza: Es intil el secreto, Seor Ginero. El Marqus de Bradomn no oculta que necesita vender sus tierras para acudir a sostener la guerra por su Rey. Al orle, el usurero arqueaba las cejas con el gesto del hombre cuerdo que se avie ne a los caprichos ajenos: No es costumbre... Pero cierto que donde hay legalidad no hay miedo a la luz... Bueno, pues yo comprar no puedo... Un puado de onzas que tengo ahorradas, a su dis posicin lo pongo... Cuando quiera convendremos el rdito... El Seor Marqus tiene biene s para responder siete veces de la miseria que yo puedo prestarle! Todo eso ser tratado por mi mayordomo. Y el viejo dandy extendi su nico brazo con ademn tan desdeoso, que el usurero, sin esperar ms, sali haciendo reverencias y enjugndose la frente con un pauelo a cuadros que sac de entre el forro del sombrero. Cara de Plata exclam sin poder contenerse: Cmo van a robarte! El Marqus alz los hombros: Peor sera que tratase conmigo ese zorro viejo.El hermoso segundn sonri con amargura: Ese hombre tambin ser el heredero de nuestra casa! Se acaban los mayorazgos! Desaparec en los viejos linajes! Captulo X Cara de Plata sentse a cenar con el caballero legitimista. De pronto rompi en una carcajada extraa que tena cierto timbre cruel, y mir al Marqus de Bradomn: Xavier, vengo a pedirte un consejo. Medito hacerme capitn de bandoleros. Aquel viejo dandy que amaba tanto la originalidad, la impertinencia y la audacia, hizo, sin embargo, un gesto doloroso. Pero luego sonri bajo la mirada del bello segundn. Los ojos de Cara de Plata, verdes como dos esmeraldas, tenan una violenc ia cristalina y alegre, parecan los ojos de un tigre joven. El Marqus de Bradomn re puso con fra elegancia: Es un consejo esttico, o de conciencia? El segundn, sintindose dominado, volvi a rer con su risa desesperada: Xavier, yo aqu voy a terminar mal... Algunas veces siento tentaciones de poner fuego a todo este montn de casas viejas... Si no me hago fraile, como los hijos del Seor Ginero, acabar hacindome capitn de ladrones. Ya no rea, y en su boca quedaba una gran tristeza. El Marqus le clav los ojos: Qu deseas de m? Que me ayudes para levantar una partida por Carlos VII. Hubo un gran silencio. Entraba la mujer del mayordomo, que se entretuvo llenndole s los vasos, y esperaron a que saliese. El caballero legitimista habl lentamente:Yo soy partidario de extender la guerra como un gran incendio, no de convertirla en hogueras pequeas. Cara de Plata le mir sin alcanzar el sentido oculto de tales palabras. El marqus c ontinu: Debemos concentrar todas nuestras fuerzas en Navarra, en Guipzcoa, en lava y en Viz caya. Mientras se pueda debe conservarse una relacin entre todas las partidas, y utilizarlas prudentemente en algaradas y descubiertas para levantar en armas Ara gn y Castilla la Vieja. Una partida que se alzase en esta tierra, si estaba sola,en pocos das caera prisionera... Es preciso reunir aqu dinero y levantar hombres, pero la guerra hacerla en otra parte. Cara de Plata interrumpi: Cada uno debe ser soldado en su tierra. El Marqus de Bradomn se irgui con un profundo convencimiento: Jams! El mejor soldado es siempre el que cuenta ms leguas detrs para volver a su casa . Espaa tiene una rugiente historia militar de cuando hizo la guerra en luengas tierras. En Mxico, en el Per, en Italia y en Flandes. Hoy mismo, los soldados que s e baten mejor en nuestra guerra son aquellos que vienen de ms lejos. No son los navarros? No. Ni los alaveses? Tampoco. Son los Tercios Castellanos. Hermoso nombre! Se lo ha dado el Rey. T puedes hacer que yo entre a servir en los Tercios Castellanos? Puedo llevarte conmigo. Pero tendrs que entrar como soldado en la Compaa de Cadetes. Cundo quieres ponerte en camino? Cuando t me lo mandes. El Marqus de Bradomn medit un momento: Acaso te encomiende una importante misin para el Cuartel Real. El hermoso segundn sonri con melancola: T me salvas, Xavier!... Aqu, lo que te dije, hubiera acabado mal... De pronto oyse en la noche un campaneo de rebato, y las pisadas de la gente que p asaba corriendo bajo los balcones del palacio. El mayordomo entr asustado: Son las monjas del convento! Y Basilisa, abriendo el postigo de una ventana y mirando a la calle, suspir: Fuego no es, pero algo acontece. Pase por la sala sus ojos bizcos y suspicaces, inquietos como los de las gallinas enjauladas, y volvi a mirar hacia la calle. Cara de Plata le dijo con burla: Andar alguna bruja por los tejados. Se oan voces de nios y de mujeres al pasar corriendo, chapoteando en el charcal que, en el centro de la plaza, la luna salpicaba de luz. Basilisa, toda consternad a, se apart de la ventana: Santsimo Seor! Dicen que los soldados estn en el convento! El Marqus y el segundn se pusieron en pie mirndose fijamente, con el mismo pensamie nto en los ojos. Cara de Plata murmur a media voz: Se deca que las monjas guardaban fusiles bajo el altar mayor. El Marqus hizo un gesto, recordando ciertas palabras de la Madre Abadesa. Captulo XITodas las puertas del convento estaban guardadas por centinelas, y era la consig na no permitir a nadie ni la salida ni la entrada. En lo alto de la torre, una m onja, loca de miedo, segua tocando las campanas, mientras haca ronda en torno del convento y del huerto una escuadra de marineros desembarcados de la trincadura A lmanzora, que aquella tarde, ya puesto el sol, virase entrar en baha con todo el v elamen desplegado. El comandante, un viejo liberal que alardeaba de impo, recorra el claustro y la iglesia, seguido de cuatro marineros con linternas que hacan cat eo bajo los altares, como en la bodega de un barco contrabandista. La comunidad, reunida en el coro, cantaba un miserere, y la voz del rgano era bajo las bvedas c omo la voz del viento en un naufragio, temerosa y misteriosa, voz de procelas. E l comandante quiso registrar las celdas, y sali a recibirle en el coro, sola y co n el velo cado, la Madre Abadesa: Seor comandante, quien rompa la clausura incurre en pena de excomunin. Segua oyndose el canto latino de las monjas, medido y guiado por la voz del rgano c omo por el rugido de un len que fuese pastor. El comandante erguase adusto tras la reja del locutorio: Seora monja, yo slo conozco las penas en que incurren los que hacen contrabando de armas. La Madre Abadesa se apret el velo contra la cara, y bes la cruz de su rosario: Estas rejas estn cerradas para el mundo y solamente sern abiertas por la fuerza ini cua de la hereja. Sus manos albas y mortuorias se arrebujaban entre los pliegues del velo. Era una sombra inmvil en medio del locutorio, y pareca haber llegado all desde el fondo de alguna capilla donde estuviese enterrada. El hbito blanco, en largos pliegues, t ena la rigidez de la mortaja, y la sombra velada de la monja daba una sensacin de terror, como si fuese a desmoronarse en ceniza, bajo el trueno del rgano, para ed ificacin de aquellos soldados impos. Los cuatro marineros permanecan en el arco de la puerta, y el foco de luz de las linternas bailaba sobre el techo y los muros. A veces, todo el grupo tena un vaivn de borrachera, y se adelantaba tartajeando p ara volver, en otro vaivn, a recogerse en el ancho quicio. Las cabezas se adivina ban rojas en la sombra. Una voz vinosa barbote: Mi comandante, quiere usa que la afusilemos a la gach?El comandante se volvi imponiendo silencio, y un marinero adelant dando traspis, em pujado por los otros que rean en la puerta con los hombros juntos. El comandante grit: Cuadrarse! Y acompa la orden batiendo con el sable en la reja del locutorio. La Madre Abadesa se alz el velo, y todo su orgullo de raza vibr en su voz: Seor comandante, no he nacido para ser atropellada por la soldadesca. Salga usted de aqu. Puede ambicionarse el martirio bajo las garras de los tigres y de los leo nes, pero no bajo las herraduras de los asnos. El comandante volvi a golpear con el sable en la reja del locutorio: Seora monja, modrese!... De la hoja de acero salan chispas al mellarse. Uno de los marineros dijo a los ot ros en voz baja y ceceando:Nos ha salido una Sor Patrocinio! Los otros rieron, tambalendose sin romper la fila. El comandante comenz a vociferar: Estoy autorizado por las leyes! Cumplo con mi deber! Har uso de la fuerza! La monja le volvi la espalda y sali sin recoger el vuelo de sus hbitos. La voz cece osa grit: Va a repelarse los bigotes en el fuego! Contest un clamor confuso de beodos: Que baile! Que baile! El comandante rompi contra la reja, la hoja de su sable: Cuadrarse! Silencio! Y adelant levantando la empuadura donde slo quedaba un palmo de acero: Cuadrarse! Los marineros, como si no lo hubiesen odo, redoblaron su clamor: Que baile! Que baile! Y ellos mismos comenzaron a bailar. El comandante pateaba de rabia: Arrestados! Un mes de arresto! Dos meses de arresto! Los marineros seguan bailando, cogidos de los hombros. El de la voz ceceosa, rasgueando sobre el fusil como si fuese una guitarra, comenz a cantar: Isabel y Marfori, Patrocinio y Claret, Para formar un banco, Vaya unos cuatro pie s!... Captulo XII En el locutorio apareci una hermana lega que vena rezando y santigundose. Sus zapat os claveteados resonaron sobre la tarima. Era alta, con el rostro aldeano y el a demn brioso. Llevaba en vez de hbito, basquina de estamea, y sobre la frente morena y bruida, una toca de lienzo pegada a la raz del cabello. Siempre rezando entre d ientes, busc una llave en el manojo que le colgaba de la cintura, y abri la puerta de la reja: Pasen y hagan su escudria. El comandante entr mirando a la lega con fiero talante, y los cuatro mozos de la escuadra le siguieron chocando las linternas con una risa estpida. La lega cogi de un brazo al que tena ms cerca, y le zarande: Guarday otro respeto, Faraones! Bajo el arco tirante de las cejas, los ojos de la lega despedan lumbre. Era hija de labradores montaeses, y por devocin haba entrado a servir en el convento, donde al cabo de siete aos alcanzara profesar sin dote. Haca tres que llegara de su tierr a, con los zapatos en la mano para no romperlos en el largo camino, y poder presentarse a la Madre Abadesa. Uno de los marineros quiso pasarle el brazo por la c intura: Vamos a naufragar! La lega busc entre sus llaves la ms recia, y la empu con bro: Al que me apalpe lo escrismo! Y march delante, rezando en voz baja y santigundose. Atravesaron una gran cuadra c on ventanas enrejadas, y subieron una escalera de piedra que llevaba a la galera del claustro alto, donde estaban las celdas. El convento pareca abandonado, y en el silencio de las bvedas, la voz irreverente de aquella escuadra de marineros bo rrachos, despertaba un eco sacrilego. De tiempo en tiempo llegaba, en una rfaga a mplia y sonora, el canto de las monjas guiado por el rgano, y se extingua de pront o como en una gran desolacin. Los pasos de la escuadra resonaban siempre, y la le ga, sacudiendo el manojo de sus llaves, iba abriendo puertas que quedaban batindo se. Los soldados entraban en las celdas, revolvan los lechos, esparcan la paja de los jergones, y salan riendo, mostrndose furtivamente algn acerico que se llevaban para las novias. Y otra vez la salmodia penitente estremeca el convento con su so llozar de almas, y la voz del rgano pareca el rugido de un len ante el sol apagado, en el da de la ira. Recorran luego corredores, salas silenciosas, suban y bajaban escaleras profundas. Cuando cruzaban ante alguna imagen, el comandante tena un al arde de impiedad y se calaba hasta las cejas la visera de su gorra. Los mozos de la escuadra se miraban entre medrosos y admirados, sin que ninguno osase imitar le. Salieron al huerto, registraron en el pozo y al pie de los limoneros donde e speraban descubrir el contrabando de fusiles. Volvieron al convento airados y de spechados. Tornaron a recorrer zaguanes y bodegas, andando bajo velos de telaraas . Alumbrndose con las linternas, asomaban a la boca de las tinajas, y suspendan en alto las tapas de los arcaces del trigo, dejndolas luego caer con gran estrpito. La hermana lega, en la sacrista se detuvo v los mir con expresin de horror: Tambin quieren registrar la iglesia? El comandante, por toda razn, descarg un golpe en la puerta. La hermana lega arroj la llave en medio de la sacrista y huy haciendo muchas veces la seal de la cruz: Es la fin del mundo! Anda suelto el Anticristo! Es la fin del mundo! El comandante hizo abrir la puerta y entraron en la iglesia. Moviendo las linter nas se dispersaron por las capillas, y varias veces fueron y vinieron del presbiterio al cancel, y pasaron y repasaron de una nave a otra nave. Alzaban los paos de los altares y abran los confesionarios. En el coro, las sombras de las monjas cantaban su latn. Captulo XIII La calle donde estaba el convento era angosta, y al rebato de campanas habase lle nado de mujerucas y de nios. El huerto daba sobre los esteros del ro, un huerto tr iste, con matas de malva olorosa y cipreses muy viejos, donde haba un ruiseor. En el portn que daba al camino, dos mendigos, hombre y mujer, hablaban con el centin ela, sentados en la orilla verde. Eran vagamundos que iban por los mercados vend iendo cribos. La mujer, negra y burlona, deca: Si hay contrabando escondido, no habis de dar con l. Y el hombre afirmaba con un gesto desdeoso, poniendo sobre el pecho una mano negr uzca:Este prjimo, deba de ser el comandante de la Almanzora! La mujer hundi las uas en la grea: Mejor lo haras! Solamente con este perro descubrira yo todos los parajes donde hubiese contrabando escondido. Separ la mano que an conservaba sobre el pecho, y tir del rabo a un perro canijo que dorma echado en la alforja. El cribero se ri: Y para ser hombre de bien no hay que decir mentiras. La mujer sigui rascndose la cabeza: Ni es menester tampoco. Las mentiras condenan el alma. El alma, yo entodava no la he visto... pero los galones de almirante, para perseguir el contrabando, le corresponden a mi perro... No te ras t, marinerito. El centinela contest: Para el perro los galones, y para ti el plus. La mujer llam al perro: Ven ac, Celeste! El perro fue a echrsele en el regazo, y las uas srdidas de la mendiga comenzaron a rascarle las pulgas. Volvindose al centinela, dijo con encomio: Tiene ms saber que si hubiera andado por el mundo con el Glorioso San Roque! El centinela rea de soslayo, paseando con el fusil al brazo, delante de la puerta. Era pequeo, alegre, con los ojos infantiles y las mejillas tostadas del sol y del aire. De pronto, el cribero se levant dando voces a un borrico que, cargado de aros, paca la yerba del camino: Toma Juanito! Quieto Juanito! No seas ladrn, Juanito! Le alcanz y le trajo a su lado. Despus, como el animal tena querencia por las matas que haba al otro lado del camino, lo sujet pisndole el ronzal con una piedra que s ac del muro. Hecho esto, se tumb con las manos cruzadas bajo la nuca: Marinerito, sabes t lo que pasa en las Espaas?... T no sabes cosa ninguna porque eresun rapaz, pero yo te lo dir... En las Espaas pasa que todos los que mandan son un os ladrones... Pero quieren ser solos, y esa no es justicia. La justicia sera abr ir los presidios y decirle a la gente: No podemos ser todos hombres de bien, pue s vamos a ser todos ladrones. Ya veras t, marinerito, como as terminbase la guerra y el contrabando, y todo andaba mejor que anda. La mujer suspir: sa sera una buena ley! Y el hombre asegur, dndose golpes en el pecho: sa es la verdadera ley de Dios.Mejor que ser t comandante de la Almanzora? El centinela le miraba con sus ojos alegres e infantiles, mientras paseaba con e l fusil al brazo. El cribero repiti con ms fuerza: sa es la ley de Dios... Y lo otro, el ser yo tu comandante, sera conveniente para e l Gobierno, porque yo s cmo son maeros los contrabandistas. Y conveniente para mi s eora, que tendra un lorito del Brasil. Palmucena, no te caer arrastrar cola y pasar el da dndote aire con un abano. Captulo XIV Por el camino llegaba un corro de mujeres con algunos nios de pecho. Rodeaban a u na vieja que vena dando voces con las manos en la cabeza: Ladrones!... Enemigos malos!... Sacar a los mozos de la vera de sus padres para lueg o hacerles ir contra la ley de Dios! El centinela se detuvo mirando al camino. La vieja, una sombra menuda y negra, c orra ante el grupo de las mujeres, con los dedos enredados en los cabellos y la m antilla de pao sobre los hombros, como en un entierro: Arrenegados! Ms peores que arrenegados! El centinela oa aquellas voces replegado en el hueco del portn y mirando con inquietud al camino. Los dos criberos agitaron los brazos asustando al asno: Deja paso, Juanito! Huy el animal haciendo un corcobo, y su carga de aros bambole. La vieja, toda encorvada y con las manos tendidas hacia el centinela, clamaba rabiosa y llorosa: Lstima de Inquisicin! Afuera de esa puerta, mal hijo! He de hacerte bueno con unas dis ciplinas, mal cristiano! Vergenza de tu madre! Y llegando, le abofete en las dos mejillas. Despus la vieja se volvi hacia los criberos gritando desesperada: Es mi hijo! Es mi hijo! Limpise dos lgrimas, y con los brazos en alto, fue a sentarse en la orilla del camino: Es esa la crianza que recibiste?Un sollozo le desgarr la voz. El centinela repuso con otro sollozo saliendo del hueco del portn y reanudando su paseo: Es la Ordenanza... Olvidaste la doctrina cristiana! Es la Ordenanza! La voz se le haca un nudo en la garganta, y la madre, sentada sobre la yerba, mirbale con una gran congoja, cruzando las manos bajo la barbeta temblona: Sacar a los mozos de la vera de sus padres para meterlos en la hereja!El cribero murmur con voz hueca: Hay que considerar que el rapaz est sin culpa. Es la Ordenanza. Pas una ronda levantando la centinela, y la vieja, toda encorvada, psose a caminar tras de su hijo, recriminndole con voz sombra: S buen cristiano, rapaz! Si no eres buen cristiano, no podrs ajuntarte con tus padre s, bajo las alas de los santos ngeles, cuando te llegue tu hora. Ay, mi hijo, que la muerte no avisa y si agora llegase para ti, arderas en el Infierno! Ay, que tu carne de flor habra de ser quemada! Ay, mi hijo, que cuando tu boca de manzana tu viese sede, plomo hirviente le habran de dar! Ay, mi hijo, que tus ojos de amanece r te los sacaran con garfios! Vulvelos a tu madre! Mira cmo va arrastrada por los cam inos para que Dios te perdone! La vieja se haba hincado de rodillas y andaba as sobre la tierra, los brazos abier tos y la cabeza bien tocada con la mantilla. El hijo se volvi con los ojos en asc uas, salindose de la fila: Alzase mi madre! Y arrojando el fusil, rompi a correr hacia las casas del pueblo, perdindose en la oscuridad campesina, mientras algunas mujerucas levantaban a la vieja, accidenta da. Captulo XV Alto! Date! Alto! Era un grito que se escalonaba con el chascar de los fusiles al ser montados. El marinero corra como cuando era nio y le asustaban con los muertos, corra sin saber a dnde, con la angustia de ser alcanzado, con un anhelo confuso de que la tierra le tragase y le tuviese escondido hasta que los otros que venan a su alcance, pa sasen y estuviesen lejos: Alto! Date! Alto! Las voces resonaban a lo largo de una callejuela oscura, y los pasos en las losa s. Tac! Tac! Tac! Le pareca que un brazo se alargaba y al torcer la calle se torca. A un cuando no lo viese, adivinaba que era un brazo como un cirio y que estaba prxi mo a tocarle la espalda. Cuanto vea con los ojos, al escapar por la calle, confun dase en su interior con los recuerdos de otro tiempo, recuerdos vagos, perdidos e n unos das todos lluviosos, todos tristes, con las campanas tocando por las nimas,unos das que eran semejantes al mar en la costa de Lisboa. No pareca que viese co n los ojos, sino que las cosas se le representasen en el pensamiento, lvidas como los ahogados en el fondo del mar. Y las voces volvan a resonar: Alto! Date! En las puertas de las casas, algunas cabezas asomaban a verle, y los rostros con fusos, apenas entrevistos al pasar corriendo, le daban la sensacin de una pesadil la. Algunas veces, crea recordar que en un tiempo lejano le haban perseguido como entonces, y que haba corrido por aquella calle tortuosa, y que haba pasado por del ante de aquellas puertas donde asomaban los mismos rostros que ahora. Era una me moria toda ingrvida, que cambiaba de forma y se desvaneca. Ms que las cosas en s mis mas, crea recordar aquella sensacin de angustia, que volva como vuelven en un sueo l as imgenes vistas en otro sueo: Alto! Date!Oy las voces cuando iba a volver la calle. Dese tener alas. Estaba despus la casa d e su madre, en un campillo: Hallara franca la puerta, y sin dar tiempo a los otro s, entrarase, y cerrara poniendo los tranqueros. Por ltimo, se hara invisible entre las cenizas. Era un imaginar pueril, como el de los nios cuando para no tener mie do, se esconden bajo las cobijas. Senta en el aire la sensacin de aquel brazo que se alargaba para cogerle, y unas veces a la derecha y otras veces a la izquierda , la sombra estaba siempre a su lado. Y volvan las voces: Alto! Date! Son un tiro y luego otro. El marinero llegaba a la esquina y la dobl. Los pasos de los perseguidores resonaban en la calle. Muchas cabezas asomaron en las ventana s, se enracimaban y tenan una expresin dolorida, como en los retablos de nimas. Los perseguidores doblaron tambin la esquina y se detuvieron. El otro estaba cado sob re la acera, boca abajo, en un charco de sangre. Las dos balas le haban entrado p or la nuca, y an mova una pierna el marinerito. Captulo XVI Algunas mujeres asomaban en las puertas, se escurran a la calle con sus hijos aga rrados a las basquinas, alargaban el cuello sin osar acercarse, plidas, miedosas. Con vago andar de sombras se fueron juntando todas en medio del arroyo, y habla ban en voz baja y miraban al muerto desde lejos. Un perro del vinculero, con la cola entre las patas, atraves la calle y se puso a lamer la sangre: En medio del silencio, se oa el chapoteo de la lengua sobre las piedras rojas. Una vieja le ll am ensendole un pedazo de borona: Toma, canelo! Toma! Otra vieja le tir un canto: Arrenegado seas, ladrn! Se alz de pronto un clamor popular, voces de mujeres, violentas, claras, roncas. Pasaban llevando en brazos a la madre del muerto, iba accidentada, con un pauelo sobre el rostro. El vinculero estaba tras los cristales de un balcn, en la gran c asona que prolongaba su alero hasta el centro de la calle. Don Galn sali a la port alada silbando al perro, y se oy la voz poderosa de Don Juan Manuel: Saca dos faroles para que alumbren toda la noche al pie de ese infeliz asesinado! Don Galn y un zagal vinieron con faroles de aceite y los entregaron a unas mujeru cas, parientas del muerto, que acababan de llegar sollozando, cubiertas con las mantillas. Las mujerucas suspiraron las gracias, y arrodillronse comenzando el planto: Era el rey de los mozos! Era la flor de los marinos! Se lo robaron a su madre, para las escuadras! Otro amparo no tena la madre! Ay, qu bien cantaba las coplas de la jota! Ay, qu bien cortaba castellano! Se lo robaron a su madre, y se lo tornan con los meollos partidos!Las otras mujerucas, reunidas las primeras en la calle, furonse acercando lentame nte. Los crios, agarrados a las basquinas, buscaban esconder la cara entre los p liegues. La campana del convento hizo seal. Se oy la voz del vinculero, sonora y d ominadora: Malditas brujas! En vez de rezar, debais correr la villa y levantarla contra esos a sesinos. Algunas voces repitieron en la calle: Tiene razn! Era menester un levante de hombres y mujeres. Tiene razn! Tiene,razn! Un levante para que a todos nos afusilen! Muy bien se dice dende lo alto del balcn! Este comento lo hicieron en la sombra dos montaeses que los das de mercado tejan ce stas, bajo el soportal de la casona. Una vieja replic: Todos los de vuestra tierra sois nacidos en la cama de las liebres. Los montaeses rezongaron a una voz: Prosa! Prosa! La vieja grit: Liebres! Ms peores que liebres! Uno de los montaeses tiraba del otro: Vamonos de aqu. Un levante! Por qu no lo hace el vinculero? Y bajaba la voz y volva la cabeza, dejndose llevar muy de prisa arrastrado por el compaero: Otra mujer, ponindose en pie y sacudiendo los brazos, les grit colrica: Irvos a mudar el paal, maricallos! Don Galn, el bufn del mayorazgo, les tir un puado de lodo: No es mi amo de vuestra laa, y habla desde lo alto como desde lo bajo. La figura patizamba y gibosa se destacaba en medio de la calle, entre la luz y la sombra de los faroles que alumbraban al muerto. Se oy el clamor de la madre, qu e vena entre dos vecinas, con la cabeza cubierta, desesperada y ronca: Permita Dios que se hunda en el mar ese navio de verdugos! Permita Dios que un rayo los abrase a todos! Permita Dios que nufragos salgan a esta playa y los coman los perros! La vieja lleg adonde estaba el hijo muerto, y se derrib a su lado, batiendo con la s rodillas en las piedras. Dando alaridos le enclavij los brazos y le bes en la bo ca inerte y sangrienta: Hijo! Prenda! Bieitio! En lo alto del balcn reson la voz de Don Juan Manuel Montenegro. Pobre madre!La vieja levant los ojos y los brazos: No tena otro hijo en el mundo, pero mejor lo quiero aqu muerto, como lo vedes todos agora, que como yo lo vide esta tarde, crucificando a Dios Nuestro Seor. Captulo XVII Don Juan Manuel se retir al fondo de la sala, que estaba en oscuridad, y comenz a pasearse con el balcn abierto. Se oa un acompasado plair de mujerucas, y de tiempo en tiempo el alarido de la madre: Asesinos! Asesinos! Don Juan Manuel Montenegro senta una clera justiciera y violenta, una exaltacin de caballero andante. Soaba con emular las glorias de su quinto abuelo, que una noch e haba puesto fuego a tres galeras de piratas ingleses, sin otra ayuda que la de sus hijos, todos nios, y el ltimo de nueve aos. Entr Don Galn con el resuello jadeant e, y el vinculero le recibi gritando desde el fondo oscuro de la sala: Es preciso que hundamos en el mar a ese navio del Rey! La Almazora? S. Como no sea con oraciones! La noche es oscura, y llegaremos al costado sin ser vistos. Santo, si hay una luna blanca que parece da! T no vendrs conmigo. Dnde andarn mis hijos? No andarn, que estarn echados. Pronto ser la media noche. Don Juan Manuel, con la cabeza cada sobre el pecho, fue y vino varias veces de un o a otro testero de la sala, paseando en silencio: Slo se vea su sombra cuando cru zaba ante el balcn donde daba la luna. De pronto se alz en la noche el grito de la madre: Asesinos! Asesinos! Los pasos del vinculero cesaron, y en la sala oscura, nicamente se oy por algn tiem po el acompasado plair de las mujerucas. Don Juan Manuel torn a pasearse: La sangre de ese muerto ha manchado los muros de mi casa... Habr de secarse en ello s? Salpic a mis ventanas, y de estar yo asomado me salpicara la frente... Habra de secarse o de lavarse? Ese crimen es una vergenza para toda la villa! Y si en lugar de sangre, esos asesinos me tirasen lodo a la casa y a la cara, cmo les hubiera yo contestado? Si mis hijos quisiesen ayudarme!... Pero ellos no son como yo, y ni aun sabrn ver la afrenta... Yo deba llamarles ahora, como hizo Diego Lanez... Para qu? Dios me ha desamparado y no hallara entre ellos a mi Rodrigo... Acaso, sin lo q ue ha mediado, pudo serlo Cara de Plata! Ahora ese mozo est revuelto contra su pad re. He sentido pesar sobre m su mirada de odio! Y todo por una mujer, cuando hay ta ntas!... Don Galn lavar maana la sangre del muro. Dnde estarn mis hijos? El criado bostez en un rincn: Durmiendo en la cama de las mozas. Durmiendo o folgando!Don Juan Manuel fue a sentarse en un silln: Algunos pasos ms, y ese hombre que est muerto sobre las losas de la calle se hubier a refugiado en mi casa. Si los asesinos queran entrar, yo le hubiera defendido. Dr selo, jams. Pobre madre, vendra con todas esas mujeres que ahora hacen el planto, y llenaran la calle con sus gritos para que no lo entregase a los sicarios. El criado se incorpor con un relincho grotesco: Juj! Despirtese mi amo. No duermo, imbcil. Cuid que estaba soando. Don Juan Manuel Montenegro reclin la cabeza en el silln: S, mejor es dormir. Enciende una luz y ven a descalzarme. Dejemos en paz a los viv os y a los muertos. Al criado se le senta andar a tientas, para encender la luz: No topo candela. Me acostar alumbrado por la luna. El criado, andando muy despacio, lleg a donde estaba su amo y arrodillse ante el s illn. Venga un pie. Juj! Tira imbcil. Juj! Que me arrancas la pierna! Don Galn, dando un relincho se dej caer de espaldas: Juj! Juj! El vinculero, con la cabeza echada sobre el respaldo del silln, hablaba a solas d evanando sus pensamientos, mientras el bufn le descalzaba arrodillado a sus pies: Que asesinato!... Deba levantar en armas a toda la villa... Son liebres!... Estoy so lo y no podr hacer nada... Pobre mozo, hubiera buscado asilo en mi casa, le hubie ra defendido... Es la verdadera hidalgua, y la verdadera caridad, y la verdadera doctrina del filsofo de Judea... Comprendo la guerra por una causa tan pequea y no la comprendo por un prncipe. Jess de Nazaret no hizo guerra, pero dio su sangre p or la redencin de los humildes, cuando todos la daban por los reyes y los emperadores. El clero reza en latn para que no se enteren los siervos que labran la tier ra. Ese pobre mozo mereca ser amparado... Todos hubieran venido contra m. Claro es t que me habra defendido a tiros. Entonces por qu predican el amor al prjimo? Si le a mo como a m mismo, le defiendo como a m mismo. Ese mozo, hijo de pescadores, era m i prjimo. El que est por encima de m, puede no serlo... Yo digo que no lo es... Per o se lo era... Tengo hartura, pues mi prjimo es el que padece hambre... Partimos e l pan, partimos la capa... El que tenga tanto como yo, ser mi enemigo, aun cuando no quiera... Y el que tenga ms, ser mi verdugo, aun cuando no quiera... Y don Juan Manuel, paternal y rudo, despert con el pie al bufn, que, arrodillado d elante del sitial, comenzaba a roncar.Captulo XVIII La casa del vinculero daba tambin a una plaza verde y silenciosa, donde algunos c lrigos paseaban al sol del Invierno. Tena una gran puerta blasonada y un arco que comunicaba con la iglesia del convento, siendo s paso reservado para la tribuna que aquellos hidalgos disfrutaban a la derecha del altar mayor, en la capilla de l Cardenal Montenegro. Micaela la Roja, una criada vieja, se levant cerca de medi a noche y encendi luz, pero un soplo de aire la dej a oscuras en el corredor. io P areca que una voz de mujer gritase tras la puerta de la tribuna pegando los labio s a la cerradura. De tiempo en tiempo, se oan golpes que despertaban el ladrido d e los perros. Era una voz muy afligida la que llamaba: Don Juan Manuel!... Don Juan Manuel!... La criada pens que era el nima del muerto, y tuvo miedo. En el oscuro corredor, se ntase un soplo de aire, y pareca que fuese suya aquella voz. Resonaban los golpes en la puerta de la tribuna, y los perros ladraban atados bajo la parra del corra l. Micaela la Roja comenz a rezar en voz alta, arrodillada en el claro de luna qu e entraba por el montante de una ventana. Volva aquella voz de misterio: Don Juan Manuel!... Don Juan Manuel!... Micaela la Roja hizo ante ella en el suelo, el crculo del Rey Salomn, y santigundos e muchas veces, grit con fuerza las palabras de un ensalmo: Yo te conjuro, si eres el diao mayor, a que te espantes de aqu y diez leguas alarred or! Yo te conjuro, a la una, por la cara de la luna! Yo te conjuro, a las dos, por el resplandor del sol! Yo te conjuro, a las tres, por las tablas de Mosn! Call estremecida, atenta a los rumores de la noche, y como un sacrilegio oy el rel incho del bufn que descalzaba a su amo, en la gran sala desmantelada. Despus volvi eron los golpes y aquella voz tan afligida. Ya no dud que fuese alma en pena. Era sabidora, como todas las viejas, y cavil que a ser burla del Demonio, terminado el ensalmo hubirase escuchado un gran trueno y toda la casa se llenara de humo de azufre. Comenz otro ensalmo para las nimas: Palabra de misal, lmpara de altar, tu corona de llamas quebrantarn! Yo te conjuro, ni ma bendita, para que dejes este mundo y te tornes al tuyo. Arrodillada en el claro de luna esper, con el terror del misterio, or el vuelo del alma que dejaba el mundo para volver al Purgatorio. Pero los golpes volvieron aresonar en la puerta de la tribuna, y volvieron los perros a ladrar. Entonces, huyendo por el corredor, lleg a la j estancia del vinculero y llam: Seor mi amo! Seor mi amo! Don Juan Manuel grit desde su silln: Qu quieres, bruja? Y orden al criado que abriese. La vieja entr despavorida: Toda la noche estnse oyendo golpes en la puerta de la tribuna! El vinculero se levant: No sueas?Ay, soar! Ser el viento? No es el viento! El bufn murmur bajando la voz: Sern ladrones! Micaela la Roja replic todava ms quedo: No son ladrones que, por veces, una voz muy temerosa clama por el nuestro amo! Don Juan Manuel Montenegro se irgui con arrogancia: Pues si llaman por m, ser justo que vaya a contestarle. Qu murmuras t, bruja? Y el vinculero sali de la estancia. La tarima del corredor temblaba bajo su andar marcial. Y en la calle, alrededor del muerto, segua el planto de las mujerucas c omo en una pauta, y la luna, desde un cielo fro y raso, pareca mirar a la tierra, bogando en su cerco de sueo, indiferente al amor y al odio. Captulo XIX Don Juan Manuel! Don Juan Manuel! Era una voz apagada que pareca deshacerse en el v iento y en la oscuridad. El vinculero interrog, autoritario, detenindose ante la p uerta cerrada: Quin es? Un recado de la Madre Abadesa. Abra por la Virgen Santsima! El vinculero descorri el cerrojo, y bajo la bveda tenebrosa del arco, apareci la he rmana lega, con un farol en la mano: La Madre Abadesa tiene que hablarle con gran urgencia. Si no puede ir a verla, el la vendr. La bveda ahuec la risa de don Juan Manuel: Ha malparido alguna monja con el susto de esta noche? La lega inclin los ojos, y tuvo intencin de santiguarse, nuevas impiedades, y ech delante. El caballero la sigui. enterramiento de las monjas, pasaron al locutorio. Tras de sombra de aquella Mara Isabel Montenegro y Bendaa. Otras pero se contuvo temiendo Por un claustro, que era la reja adivinbase la sombras alzndose de los sillones de moscovia que haba al lado de los visitantes fueron al encuentro del hidal go. La lega despabil con los dedos la vela de cera que arda sobre una mesa, en can delero de altar, y luego alz el farol para que pudieran verse las caras el vincul ero y aquellos que le salan a recibir. Don Juan Manuel abri los brazos, reconocien do al Marqus de Bradomn: Bien hallado sobrino! Despus, el viejo hidalgo se acerc a la reja, pasando con altivez entre unos clrigosy Cara de Plata: Qu desea, mi santa sobrina?Se oy primero un gran suspiro, y luego la voz afligida de la monja: Ay, qu favor tan sealado, to Don Juan Manuel! El Marqus de Bradomn, el segundn y los clrigos, se agruparon en torno del hidalgo. La Madre Abadesa tom asiento en un sitial, al pie de la reja, y orden a la lega que aproximase otro silln para su to Don Juan Manuel Montenegro. Despus se alz el velo y cruz las manos: No s cmo decirle, to Don Juan Manuel!... Hizo un gesto a otra monja, que estaba en la puerta del locutorio, para que vini ese con la luz, y sac del orario un papel plegado en menudos dobleces: Acabo de recibir esta carta, donde me anuncian que cay prisionera una partida en S an Pedro de Sil. El hidalgo mir al Marqus de Bradomn: Mala tierra es la nuestra para partidas! El Marqus asinti con la cabeza. Volvi a suspirar la monja, y sus dedos acariciaron distrados las cuentas del rosario. Esa partida la mandaba Roquito. No se acuerda usted de Roquito? El sacristn que tenais aqu en el convento? S, seor. Le han hecho prisionero y le han dado tormento. La persona que me escribe le visit en la crcel, y dice que le descoyuntaron las manos y los pies para hacerl e declarar lo que supiese de la guerra. Don Juan Manuel sonri con menosprecio: Habr declarado! La Madre Abadesa asinti con un leve movimiento: Esta persona que me escribe recibi su confesin, y dice que lloraba lamentando no ha ber sabido morir sin desplegar los labios. La Madre Abadesa se enjug las lgrimas. Los dems guardaron silencio. Se oa el chispor roteo de las velas de cera que lloraban sobre los candeleros, y el aletazo de la lluvia en una alta ventana donde el viento meca una cortina negra. Despus de un i nstante, continu hablando la Madre Abadesa: Roquito llam a la persona que me escribe para confesarse, rogndole al mismo tiempo nos avisase, con toda urgencia, del peligro que corramos. Para que cediese la fur ia de aquellos verdugos, haba declarado que en este convento tenamos escondidos fu siles. Hoy han hecho un registro... Maana acaso vuelvan... Roquito no dijo dnde estaban ocultos los fusiles, y hasta ahora eso nos ha salvado. Don Juan Manuel interrumpi con grave y sonora voz: Si no lo dijo, lo dir. Debisteis haberle arrancado la lengua antes de enviarlo a m andar soldados. Con esos villanos todas las precauciones son pocas. El hermoso segundn interrumpi a su padre:Esa partida deb haberla mandado yo! Su voz tena una amargura noble y sincera, que dej admirado al Marqus de Bradomn: Envidias t la suerte de un sacristn de monjas? No envidio nada... Pero el nimo para mandar, se necesita haberlo heredado, y mi padre tiene razn en cuanto dice... Desde lejos, tendile su nica mano el caballero legitimista: Si no te entierran, t mandars una partida. Dios te oiga, porque tiemblo de que otro me mande! La Madre Abadesa murmur con los ojos brillantes: Cmo los hijos heredan el genio de los padres! Y coment el Marqus de Bradomn: El genio del linaje!... Lo que nunca pudo comprender el liberalismo, destructor de toda la tradicin espaola. Los mayorazgos eran la historia del pasado y deban ser l a historia del porvenir. Esos hidalgos rancios y dadivosos, venan de una seleccin militar. Eran los nicos espaoles que podan amar la historia de su linaje, que tenan el culto de los abuelos y el orgullo de las cuatro slabas del apellido. Viva en el los el romanticismo de las batallas y de las empresas que simbolizaban en un lob o pasante o en un len rapante. El pueblo est degradado por la miseria, y la noblez a cortesana, por las adulaciones y los privilegios, pero los hidalgos, los secos hidalgos de gotera, eran la sangre ms pura, destilada en un filtro de mil aos y d e cien uerras. Y todo lo quebrant el caballo de Atila! Captulo XX Se oy rumor de pasos muy apresurados, y momentos despus una sombra se destacaba en la puerta: El Maestre-Escuela levant su voz grave y prosdica de orador sagrado: Es el amigo Minguios? El mismo, Seor Maestre-Escuela. Mi saludo a todos... En esta oscuridad, apenas nos vemos las caras. El Marqus se acerc a la mesa donde chisporroteaba la vela: Aqu nos tienes esperndote. Tosi varias veces el clrigo, y con gesto amistoso y reacio sac una carta del sombre ro. El Marqus interrog: Escribe Fray ngel? Ya no reconoce su propia letra! Vlganos Dios! Ya no reconoce su propia letra! Mientras el clrigo rea con una risa pueril, el caballero legitimista se acerc a la luz teniendo el pliego en la mano: Cierto! Es mi letra!...La carta que me dio para Fray ngel! Est ausente? El clrigo no cesaba en su risa de nio: Ausente! Ausente!... Bueno, pues le le la carta, le mostr la firma para que no dudase , y vuelta a guardrmela. No es prudente dejar armas en manos de nadie, aun cuando se trate de tan buenos amigos como Fray ngel. Vibr con generoso despecho el Marqus de Bradomn: Siento que le hayas ofendido! Minguios se afligi de pronto: Xavierito, hay que ser prudente. Con desdeosa lentitud, el caballero legitimista dej caer la carta sobre la mesa, y ante el gesto tmido del clrigo que alargaba una mano, sin decidirse a posrsela en el hombro, se detuvo: Yo reconozco tu buena intencin, y te estoy agradecido. En la boca desdentada del clrigo volvi a retozar la risa pueril, al mismo tiempo q ue con un movimiento de ratn recoga la carta y la quemaba en la vela: Lo hice todo con arreglo a mis luces. Si err, ha sido con la mejor voluntad... Pue s ahora vern... Llegu a la aldea de Bealo con el mayordomo Pedro de Vermo, y vimos a Fray ngel. Divino Seor, lo que tardaron en abrirnos aquella puerta! Creo que al pronto nos tuvieron por ladrones. Fray ngel sali con nosotros, y fue avisando en a lgunas casas donde tiene amigos, para que al amanecer estuviesen aqu con los carr os. La Madre Abadesa mostr zozobra: Es gente leal? Repuso el clrigo: Fray ngel as nos lo asegura... Despus bajamos a la aldea de Bradomn, y el mayordomo h abl con los que labran tierras del marquesado. Luego, al regreso, nos llegamos al Quintero de Ra, y habl yo con mis dos sobrinos para que tambin acudiesen con sus c arros. Ms no se pudo hacer. El caballero legitimista estrech la mano del clrigo, que volva a rer, los otros le a labaron con un murmullo, y la Madre Abadesa se puso en pie, tras de la reja, llamando con la mano a Don Juan Manuel: To, an no le dije el favor que esperaba de usted. Ya lo he adivinado, sobrina! Hubo un momento de silencio, en que los ojos de la monja, explorando a travs de l a celosa, todos grandes y avizorados, parecan solicitar ayuda del Marqus de Bradomn. Pero como el caballero legitimista permaneca retirado en el fondo del locutorio, secreteando con el cannigo y con el segundn, entre un suspiro y una sonrisa, la m onja aventur:Usted qu dice, to? El vinculero la mir iracundo: Yo digo que por quin me tomas! Salva usted a toda la Comunidad, to Don Juan Manuel! Y qu me importa la Comunidad! Me importas t, que eres mi sangre. Necesitas mi ayuda, la tienes... Necesitas mi defensa, la tienes... Y eso no necesitabas preguntrmel o, sobrina. La monja suplic con gracejo: No grite, to Don Juan Manuel... Puede hundirse la bveda! El vinculero ri sonoramente: Tengo esta voz porque jams ando con secretos!... Yo, todo lo hago a la luz del sol!. .. Vamos a desenterrar esos fusiles... Que salga un criado al alto de Bealo para encaminar los carros a mi casa, y que traigan picos para desenterrar esos fusil es. Minguios interrog con timidez: De dnde se traen los picos, Don Juan Manuel? De su casa, mi Seor? Del Infierno, Seor Don Minguios! Captulo XXI El Marqus de Bradomn habl a media voz con Cara de Plata: Tu padre sera un magnfico cabecilla! El hidalgo se volvi con arrogancia: Sobrino, yo cuando levante una partida no ser por un rey ni por un emperador... Si no fuese tan viejo, ya la hubiera levantado, pero sera para justiciar en esta ti erra, donde han hecho carnada raposos y garduas. Yo llamo as a toda esa punta de c uriales, alguaciles, indianos y compradores de bienes nacionales. Esa ralea de cr iados que llegan a amos! Yo levantara una partida, para hacer justicia en ellos, y quemarles las casas, y colgarlos a todos en mi robledo de Lantan. El Marqus de Bradomn repuso con una sonrisa amable y mundana: Esa justicia que deseamos los que nacimos nobles, y tambin los villanos que an no p asaron de villanos, la har por todo el reino Carlos VII. Tendra que levantar horcas, durante un ao entero, en todas las plazas y a lo largo de todos los caminos reales, y no es hombre para ello vuestro Don Carlos. Alabis su clemencia en la guerra, y en la guerra no se debe ser nunca clemente. Contis, como beatas compungidas, que anduvo huido por sus pueblos para no firmar una sen tencia de muerte, y eso no acredita su nimo de Rey. Dnde estn las horcas a lo largo de los caminos, y colgados de sus bandas los generales, y de los cordones de susbolsas los indianos, los avaros, los judos, toda esa ralea de tiranos asustadizo s a quienes dio cruces y grandezas Isabel II? Don Carlos an no gobierna en Espaa.En Navarra s, y en lava y en Vizcaya. La monja junt las manos, con un gesto que era a la vez gracioso y asustadizo: Ay, to, para hacer esa justicia, habra que despoblar media Espaa! La voz del vinculero tuvo una hueca resonancia en la vastedad del locutorio: Dios ha despoblado el mundo con el Diluvio. Intervino con gran mesura el Maestre-Escuela: Ms que actos de una justicia cruenta, ms que arroyos de sangre, los pueblos necesitan leyes sabias, leyes justas, leyes cristianas, sencillas como las mximas del Ev angelio. Los pueblos son siempre nios, y deben ser regidos por una mano suave, y las leyes deben ser consejos, y sentirse en todos los mandamientos del soberano la sonrisa del Cristo. Se oy llorar muy paso. Era la hermana lega, que acurrucada en un banco, con el ma nojo de sus llaves en el regazo, esperaba a que se fuesen los visitantes, para c errar las puertas del convento. La Madre Abadesa quiso saber lo que ocurra, incor porndose en su silln, tras de la reja. Pero el banco estaba en la sombra de la par ed, y apenas se vea el bulto de la lega: Qu le sucede, Hermana Francisca? La voz muy conmovida de la sierva se ahil en un sollozo: Qu tan bien lo pinta, Madre!... Qu tan bien lo pinta!... La Madre Abadesa tuvo una sonrisa indulgente y compasiva: Vlgala Dios, hermana! Y la sierva an susurr con la voz quebrada y enajenada: Qu palabrinas de nardo y de miel, mi Nio Jess! Acurrucada en el banco, limpibase los ojos con los puos y alentaba menudamente, sofocando una congoja: Su alma de aldeana gustaba una emocin infantil y feliz, algo que le recordaba el son de los rabeles en un villancico de pastores. La Madre A badesa volvi a reclinarse en su sitial, abra y cerraba con dedos distrados los broc hes del orario. Despus, levantando los ojos hasta la monja que alumbraba cerca de l silln, murmur queda y piadosa: Hermana, ha reparado qu inocente corazn? Tiene la simplicidad de aquella lega cuya h istoria refiere nuestra Madre Santa Clara. Capitulo XXII Con Minguios entra un hombre pequeo, flaco y tuerto, a quien llamaban el Girle. Ha ba sido soldado en la primera guerra carlista, y ahora, ya viejo, viva a la sombradel convento. Era recadero, hortelano, y cavaba la sepultura de las monjas. Vena armado con el pico, y suspir al dejarlo en un rincn: Toda la santa noche en la posada esperando al capitn de la goleta! Interrog la monja:Persiste en salir maana? El capitn no desembarc, Madre Reverendsima. El cannigo intervino: Pero no puede retardarse, siquiera el espacio de un da? El marinero que salt a tierra con una carta para la nia dijo que ni una hora. La goleta est despachada de rol, y al anochecer sale. Dijo el marinero que el capitn solamente se aviene con recalar en alguna playa y tomar a bordo los fusiles, y que si eso no cuadra, se ir con la mitad del flete que tiene en el cinto. Lament el cannigo: Funesto! Funesto!... Tendrn que salir los carros a la luz del da. Hubo un silencio lleno de ansiedad. Dur tanto como el temblor del rezo en los lab ios de la Madre Abadesa, que al terminar se santigu llevando la albura de sus ded os desde la frente al pecho, de hombro a hombro: Dios mo, gurdanos de una traicin! Y aquella otra monja silenciosa, que sostena la luz, se inclin con recato al odo de la Madre Abadesa: No es mucho riesgo sacar hoy mismo los fusiles? No valdra ms tenerlos algn tiempo esco ndidos en la casa grande? La Madre Abadesa le impuso silencio con una mirada, y el cannigo comenz a pasear e n el fondo del locutorio, lamentando en voz baja: El riesgo es grande, grande, grande!... Callaba, segua paseando en silencio, con la cabeza inclinada, con el manteo recogido sobre el pecho, y al cabo de algn tiempo tornaba a repetir obstinado: Grande, grande, grande!... Le interrumpi Don Juan Manuel: Los fusiles pueden estar un ao ocultos en mi casa. Entonces se levant el viejo dandy, que pareca dormido en el silln, tal era su inmovilidad: Los fusiles hacen mucha falta en la guerra, y la casa ser registrada como lo fue el convento. A fuerza de sacrificios, se pudo fletar un barco, que espera anclado desde hace un mes. Ya no puede esperar ms... El Maestre-Escuela interrumpi: No sospecha una traicin? Sospecho que tiene a bordo contrabando, y que teme tambin una visita de registro. Asinti la Madre Abadesa: Eso mismo me dijo la nia cuando me trajo la carta de Mster Briand. Si quisisemos esp erara, pero se expone a que le embarguen el barco.Y continu el caballero legitimista: Mala es la ocasin, pero quiz mejor no llegue nunca. Yo fi toda mi vida en los intent os audaces, y creo que los carros deben salir hoy mismo, a la luz del sol. La te meridad de la aventura alejar la sospecha. Se oy la voz admirativa y respetuosa de Girle: Bien sabe de guerra!... Yo me encargara de sacar los carros a una playa. Se adelant Cara de Plata: Abre tu ojo tuerto. An no me has visto a m? Yo saldr con los carros adelante y embarc ar los fusiles. Ya pasaron los tiempos en que las partidas se confiaban a los sac ristanes. T quedars aqu, y si quieres hacer algo, me cavas una sepultura por si cai go en el camino. Que no ser! La Madre Abadesa levant sus manos albas tras la reja del locutorio: Hijo mo, ser lo que disponga el Divino Seor! Encomindate a su Misericordia! Capitulo XXIII El Girle comenz a golpear con el pico, explorando donde sonaba a hueco. Los fusil es estaban ocultos bajo las losas del locutorio, en la bveda de una antigua capil la subterrnea, cerrada al culto haca ms de cien aos. Se dieron prisa a desenterrarlo s y conducirlos a la casa del vinculero. En aquella tarea, todos ayudaron con ar dor silencioso y fantico. Era una procesin a lo largo de los claustros entristecid os por el alba, y a travs de la iglesia oscura, donde haban ido poniendo luces de distancia en distancia, para determinar y alumbrar el camino. Brillaban desde le jos agujereando la sombra... Ya era un farol posado en tierra, ya era un cabo de cirio, resto de algn funeral, derramndose erguido sobre el balconaje del pulpito. Don Juan Manuel haba despertado a sus criados para que ayudasen en aquel acarreo , y cuando el alijo estuvo en recaudo, los reuni a todos en una sala y cerr las pu ertas, jurando arrancarles la lengua si no guardaban bien guardado el secreto. M icaela la Roja se arrodill: Ay seor mi amo, puesta en el fuego no lo dijera! Don Galn se rascaba la grea: Pueden otros decirlo y nos penarlo... Se hincaron sobre el grupo de los criados l os ojos del vinculero: Si se divulga, no tratar de averiguar quin lo dijo. Todos vosotros seris a pagarlo. Fuera de aqu! Los criados salieron lentamente, y en voz baja se decan los unos a los otros: Ya lo sabedes! El hidalgo volvise a la vieja, que se alzaba del suelo con trabajo: De ti no dudo, bruja del Infierno! Dios se lo pague, mi reisio! En la calle volva a resonar el planto de las mujerucas que, arrodilladas en torno del muerto, haban velado durante la noche con largos e spacios de silencioso descanso. Se despertaban como los pjaros al salir el sol, y daban al aire sus gritos, levantando al cielo los brazos y mesndose los cabellos al modo de antiguas plaideras. La voz de la madre, cansada y oscura, apenas se oa entre el vocero de las mujeres allegadas:Asesinos! Asesinos! Y los aldeanos, avisados durante la noche, comenzaban a llegar con sus carros, q ue traan el recuerdo de las veredas aldeanas en su viejo canto montono, evocador d e siegas y de vendimias. Trepidaban sobre el enlosado de la plaza, y los bueyes, graves, pontificales, lucan en las testas verdes ramos para alejar los tbanos. De lante caminaba algn patriarca vestido de estamea, que de tiempo en tiempo se volva acuciando con su larga y flexible vara: To!... Marelo!... To!... Bermello!... Los carros entraban en la era por el gran portn abierto de par en par, y los alde anos, raposos viejos, a quien les preguntaba, sabian responder sin apresurarse: Vamos para una derrama en el robledo de Lantan. Habr compango! El Marqus de Bradomn, el segundn y el cannigo, atalayaban tras las vidrieras de un s aln que daba a la desierta plaza. Capitulo XXIV Don Juan Manuel se animaba recordando y narrando parecidos lances de la otra gue rra, y la monja, que muy en sigilo haba venido a la casa del vinculero, quiso mos trar aquel ejemplo a Cara de Plata: Si tienes el corazn de tu padre, mucha gloria puedes alcanzar bajo las banderas del Rey! Y advirti el Maestre-Escuela: Lstima que no quiera ser de los nuestros Don Juan Manuel! Oy su nombre el viejo linajudo, y volvi la cabeza hacia el rincn donde hablaban: Qu ocurre? La monja le dirigi una sonrisa, aquella sonrisa mundana y lnguida del ao treinta, c on que se retrataban u las damas y reciban en el estrado a los caballeros: To, por qu duda usted de la eficacia cristiana de las leyes? No dudo, sobrina! El cannigo, que con los ojos bajos haca pliegues al manteo, le solt de pronto: En la eficacia cristiana de las leyes tenemos puesta nuestra esperanza cuantos co nocemos el corazn magnnimo de Carlos VII Don Juan Manuel rio sonoramente:Hablan de las leyes como de las cosechas!... Yo, cuando siembro, todos los aos las espero mejores... Las leyes, desde que se escriben, ya son malas. Cada pueblo de ba conservar sus usos y regirse por ellos. Yo cuento setenta aos, y jams acud a ningn alguacil para que me hiciese justicia. En otro tiempo, mis abuelos tenan una hor ca. El nieto no tiene horca, pero tiene manos, y cuando la razn est en su abono, s abe que no debe pedrsela a un juez. Pudiera acontecer que me la negase, y tener e ntonces que cortarle la diestra para que no firmase ms sentencias injustas. La pr imera vez que comprend esto, era yo joven, acababa de morir mi padre. El Marqus de Tor me haba puesto pleito por una capellana, pleito que gan sin derecho. Entonces me fui a donde estaba mi primo, y le dije: Toda la razn era tuya, crtale la mano a ese juez y te entrego la capellana.La Madre Abadesa murmur entre asustada y risuea: No lo hara! No lo hizo... Pero yo le devolv la capellana. Pobre Marqus de Tor, me lo figuro!... l siempre tan mirado!... Don Juan Manuel levant los brazos: Y aquel mentecato an sigui en pleitos toda su vida, acatando la justicia de los jueces! El Maestre-Escuela desaprobaba moviendo la cabeza. Los dems casi hacan lo mismo, y a todos, las palabras del hidalgo les parecan ingeniosas, pero poco razonables. Despus el cannigo declar sin apresurarse, sonriendo con estudiada deferencia: Seor mo, que haya un juez venal no implica maldad en la ley. Hasta ah conforme. En los labios del cannigo se acentuaba la sonrisa doctoral: Entonces, seor mo?... Don Juan Manuel hizo un gesto violento: Pero si con ley buena hay sentencia mala, puede haber con ley mala sentencia buen a, y as no est la virtud en la ley, sino en el hombre que la aplica. Por eso yo fo tan po