Urtasun, Domingo - Miguel Obando Bravo Cardenal Por La Paz

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MIGUEL ORANDO BRAVO CARDENAL POR LA PAZ DOMINGO GRTASUN

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MIGUEL ORANDO BRAVO CARDENAL POR LA PAZ

DOMINGO GRTASUN

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MIGUEL ORANDO BRAVO CARDENAL POR LA PAZ

DOMINGO ITíTASCV

•a EDITORIAL ^ H I S P A M E R

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N 922.9 U82 Urtasun Martínez, Domingo, 1945

"Miguel Obando Bravo Cardenal por la Paz" Padre Domingo Urtasun Martínez Managua: Hispamer, 1994. 315 p. : retrs.

1. OBANDO BRAVO, MIGUEL, 1926 VIDA Y OBRA.

2. OBANDO BRAVO, MIGUEL, 1926 VIDA RELIGIOSA.

© Domingo Urtasun Martínez, 1994. © Editorial HISPAMER, S.A. 1994. Costado Este UCA, Zona 13 Managua, Nicaragua

Diseño y Diagramación: Marvin Molina Marcia.

Edición al cuidado del Autor

a PRINTEDIN COLOMBIA IMPRESO EN COLOMBIA

DEDICATORIA Y AGRADECIMIENTO:

Al pueblo de Nicaragua por haberme acogido durante más de veinte años.

A todos los que han hecho posible este libro con su colaboración desinteresada.

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PROLOGO

¿Quién no ha oído hablar de Diógenes, el filósofo? De él se cuenta que vivía en una gran tinaja, sin más vestido que una capa raída y sin otro mueble que un palo y un petate.

En pleno día caminaba por las calles de Atenas, con una linterna en la mano, buscando a un hombre.

Reinando Dionisio en Siracusa, estaba Diógenes junto a la tinaja en que vivía lavando unas hierbas que iba a comer. - Si adularas a Dionisio -le dijo un hombre que lo observaba-no comerías hierbas. - Y si tú te contentaras con hierbas -le replicó el filósofo- no tendrías que adular a Dionisio...

Esta escena de la vida del filósofo griego se comenta sola en Nicaragua. Hoy, como ayer, hay muchos aduladores de Dionisio. Por eso resulta tan dificil encontrar un hombre de verdad.

Emulando a Diógenes hemos caminado con nuestra propia linterna buscando ese hombre... Y hemos encontrado en nues­tro camino a Miguel, el Cardenal Obando.

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El protagonista de este libro es un hombre de carne y hueso. Nicaragüense como el pinol. Con sus virtudes y defec­tos. Con grandes cualidades y, también, sus limitaciones. Un hombre, en todo el sentido de la palabra, al que buscan y persiguen incansablemente periodistas, admiradores, feligre­ses y políticos de todas las tendencias para conocer su opi­nión.

En los momentos cruciales de la vida de los pueblos, la visión profética de las multitudes les conduce a la escogencia del líder natural que oriente, dirija y acompañe sus pasos. Así fue escogido Moisés, para conducir al pueblo de Israel. Y, respetando la distancia de los siglos y las circunstancias, surge en Nicaragua Miguel Obando Bravo, guía indiscutible del pueblo catalítico nicaragüense.

Su Eminencia, el Cardenal Obando Bravo, Arzobispo Metropolitano de Managua, por su rica personalidad, su obra, su pensamiento y la enorme influencia que ha tenido en la vida nacional durante las últimas décadas, forma ya parte de la historia de Nicaragua.

Su palabra firme, sus actuaciones decididas, no dejan indiferentes. Es -como dice el Evangelio- "signo de contradic­ción". Lo fue durante la noche del somocismo. Lo fue, tam­bién, durante los años grises del sandinismo. Y sigue siéndolo en la actual Nicaragua -más de aspiración que de hechos-democrática.

A Obando Bravo le ha tocado vivir un período excepcio-nalmente difícil de la historia nicaragüense, con corrientes contradictorias y espejismos traicioneros.

Fustigó al régimen de Anastasio Somoza con un rigor que nadie le niega, incluyendo los más recalcitrantes marxistas-leninistas. Y lo hizo porque, según sus propias palabras, "al

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mal hay que desafiarlo, combatirlo y vencerlo". Somoza acabó llamándole, "Comandante Miguel".

El somocismo fue un verdadero cáncer en la sociedad nicaragüense. Era preciso estirparlo. Obando salió de esta lucha con un prestigio personal de hombre valiente y decidi­do.

Con esa misma valentía se enfrentó a los comandantes sandinistas, arropado por un pueblo creyente, siguiendo a su pastor, enarbolando a Cristo.

Muchos le apoyan incondicionalmente y le muestran su aprecio con respeto y gratitud. Ven en la persona del Carde­nal al padre, al guía, al buen pastor. Otros -los menos- lo miran con desprecio y desconfianza, porque Obando les resulta incómodo, ya que representa la conciencia crítica de los desmanes gubernamentales.

Obando Bravo se ha erigido en la reserva moral de un país plagado de corrupción. Su voz -ayer como hoy- no se ha callado, denunciando sin ambages las injusticias, el dolor de sus semejantes, la violencia contra los más débiles e indefen­sos, los atropellos a la dignidad de la persona humana... Por eso, unos pocos, han tratado de tergiversar su mensaje y ensombrecer su imagen. Pero, no han logrado empañar el afecto que el pueblo católico de Nicaragua profesa a su Pastor.

Las repetidas confrontaciones con el gobierno sandinista hicieron del Cardenal Obando la figura más destacada de la oposición. Su postura indeclinable lo convirtió en un héroe para muchos, y un villano para algunos.

Cuando el horizonte de las alternativas políticas parecía cerrarse dramáticamente durante el régimen sandinista, el Cardenal Obando contribuyó a fortalecer la esperanza demo-

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erótica del pueblo nicaragüense. Además, con la Palabra de Dios y el respaldo que la Fe otorga, alentó la desmovilización de la "Resistencia Nicaragüense", contribuyendo así al es­fuerzo por lograr la pacificación en Nicaragua.

La actitud sostenida de alentar la reconciliación de su pueblo le ha conducido a actuar como mediador en repetidas ocasiones. Hoy sigue trabajando incansablemente por la paz, en un país al borde del colapso económico y amenazado siempre por el fantasma de la guerra civil.

Queremos señalar, finalmente, que este libro no se ha escrito para agradar a todos los lectores, ni siquiera al protagonista de sus páginas. Deseamos presentar, en su propio contexto histórico, algunos rasgos de la vida y del pensamiento de un hombre singular, de un Cardenal contro­vertido: exaltado por sus seguidores; vituperado por sus detractores.

Recogemos, también, nuestra propia experiencia y visión de algunos acontecimientos que nos ha tocado vivir acompa­ñando la historia difícil y violenta de Nicaragua, especialmen­te en las últimas décadas.

Managua, 25 de Julio de 1994.

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PRIMERA PARTE

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Nicaragua

Nicaragua es un país centroamericano, de 130.000 kiló­metros cuadrados, y una población que se aproxima a los cuatro millones de habitantes.

Nicaragua es una tierra primorosa: hermosas lagunas de agua transparente, donde se miran erguidos y amenazantes los volcanes; campos fértiles en los que se cultiva el maíz, el arroz, la caña de azúcar y el algodón; colinas y cerros poblados de frondosos cafetales; pastos abundantes, y frutas tropicales de muy variadas especies. Con razón llamaron los conquistadores españoles a esta tierra "el paraíso de Mahoma", como se lee en las Crónicas de Indias.

Nicaragua es un pueblo creador, imaginativo y vivaz. Su rico folklore, expresión de la alegría y vitalidad de sus gentes, se manifiesta en la variedad y colorido de sus bailes típicos, juegos infantiles, cuentos y refranes que denotan el agudo ingenio del nicaragüense.

Por naturaleza, el nicaragüense es festivo y acogedor. Recibe con los brazos abiertos, y brinda el pan y el calor de su casa sin reticencias de ninguna clase. Para algunos, la semilla de la polarización que se sembró en Nicaragua durante el régimen sandinista está dando como fruto la desconfianza y el recelo mutuo entre los nicaragüenses.

Este pueblo es amante de las romerías y las procesiones que manifiestan, sin duda, un sentimiento profundamente religioso, dispuesto siempre a defender con celo santo sus sagradas tradiciones.

Dios bendijo a Nicaragua de manera especial cuando, en sus designios insondables, creó este planeta que habitamos los humanos.

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Mas, lo que Dios creara un día con amor desmedido, la ambición del hombre convertiría en una tierra inhóspita y ensangrentada.

Primero fueron los españoles quienes se llevaron las ri­quezas de este suelo próspero. Más tarde, los imperialismos camuflados se encargarían de chupar el sudor y la sangre de las gentes más humildes de esta tierra, manteniendo a veces a sus habitantes en un estado dramático, de irritante miseria.

Sin embargo, la culpa de este continuado vampirismo no fue exclusivamente de los españoles primero y de los impe­rialistas del Norte después. En la convulsa historia de Nicara­gua siempre han estado presentes los oportunistas y "vendepatrias" al mejor postor.

En esta hermosa y atormentada tierra tropical vieron la luz primera el Cacique Nicarao; el Padre del Modernismo, Rubén Darío; el General de hombres libres, Augusto C. Sandino; el Mártir de las libertades públicas, Pedro Joaquín Chamorro, la Santa granadina, Sor María Romero, y el Cardenal por la Paz, Miguel Obando Bravo.

La Libertad

El 2 de febrero -fiesta de Candelaria- del año 1926, en el municipio de La Libertad, departamento de Chontales en el corazón de Nicaragua, nació Miguel quien llegaría a ser Cardenal de la Iglesia Católica.

La Libertad, cuyo nombre es todo un programa de lucha en la vida de Miguel, era un pueblito próspero, con importan­tes minas de oro. Y rico también en tradiciones cristianas.

Sus padres, Antonio Obando Cisneros y María Nicolasa Bravo de Obando, jamás se imaginaban que aquel "regalo del

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cielo" que el Señor les daba como fruto de su amor, un día vestiría la púrpura cardenalicia.

Antonio era agrónomo de profesión. Fue capataz en la mina El Chamarro, cercana al pueblo. Hombre de fe y buena cultura religiosa. Había realizado en León estudios de prepa­ración al Sacerdocio, igual que su padre Coronado Obando. Pocos nicaragüenses guardaban la Biblia en su casa en aque­llos días. Sin embargo, en el hogar de Antonio y Nicolasa la lectura de las Sagradas Escrituras y la oración en familia eran una experiencia cotidiana: todos los días se rezaba el Rosario en la casa dirigido por Don Antonio. Tema gran afición por la música y dotes para ejecutarla; tocaba la guitarra, la mandolina y el clarinete.

Nicolasa fue una acendrada ama de casa. Descendía de una humilde familia dé San Juan de Limay.

Antonio y Nicolasa procrearon varios hijos: Cándido, que murió siendo todavía un niño; Miguel Purificación; Anselmo y Lino, ya difuntos; Jesús y Estela que viven en Sabanagrande y Loma Linda respectivamente.

Miguel heredó de su madre la piel trigueña y algunos rasgos indígenas. Nicolasa, mujer "digna y hacendosa", junto con la leche materna en los labios de Miguel, puso también en su corazón "la leche de la Palabra de Dios".

Los nobles sentimientos y profundas convicciones cristia­nas de sus progenitores serían un factor decisivo en la vocación de Miguel, a quien ya desde sus primeros pasos le gustaba jugar al béisbol, como a casi todos los niños "pinoleros".

"El pueblo de La Libertad donde yo nací, era un pueblo completamente distinto al de ahora", explica Su Eminencia recordando el poblado chontaleño donde pasó sus primeros años. "Recuerdo que cuando yo era niño, en La Libertad había muchos extranjeros trabajando en las minas: además de

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El Chamarro fueron famosas San Juan, Babilonia y otras. Era un pueblo eminentemente minero. Se extraía gran cantidad de oro".

"En ese tiempo -prosigue Su Eminencia- no había caminos de penetración. Todos los sábados se sacaba el oro a lomo de buey. Cada buey llevaba dos quintales de broza con oro, porque no se extraía en estado de pureza el precioso metal. A veces venían hasta veinte bueyes cargados de oro sin purificar. Varios soldados, muy bien armados, custodiaban a los bueyes cuando venían de las minas. Hoy, los vecinos de La Libertad trabajan la tierra y pastorean el ganado, pasada ya la fiebre del oro", refiere el Sr. Cardenal, mientras aumenta el brillo de sus ojos, como si estuviera viendo pasar de nuevo aquel desfile de bueyes por las calles empedradas de la otrora floreciente ciudad chontaleña.

Infancia

El Cardenal Obando Bravo es un hombre de conversación fácil y amena. Pareciera recrearse en el recuerdo de las viven­cias de su infancia.

Los primeros estudios los realizó en su propia casa, siendo notorio, ya desde niño, su afición por las matemáticas y su capacidad para entenderlas. Don Antonio -su padre- fue en estos años de la infancia su maestro y catequista a la vez.

"Era un tipazo mi padre", asegura Su Eminencia. "Yo ayudaba en lo que podía -prosigue- en las tareas del campo, llevando madera con los bueyes a la mina. Aunque vivíamos en el pueblo, teníamos una finquita retirada de la vecindad. Así aprendí a convivir con los campesinos".

A veces Miguel pasaba parte del día cuidando los bueyes en las verdes colinas chontalefias. Dicen que le gustaba subir

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solo a la colina más alta, como si buscara a alguien allá arriba..."Al regresar a casa hacía siempre la visita al Santísimo Sacramento", afirma Dña. Estela, hermana de Miguel.

El mismo Cristo que convirtió a Pedro de "pescador de peces" en "pescador de hombres" transformaría a Miguel de "pastor de bueyes" en "pastor de hombres y mujeres de su tiempo".

"La Libertad era un pueblo donde había mucha vida. Los libértenos celebraban con singular entusiasmo la Semana Santa y la fiesta de la Virgen de la Luz. Llegaba gente de toda Nicaragua; incluso, de Centroamérica. La Libertad parecía un pueblo de esos del oeste...", refiere Su Eminencia mientras se dibuja en su rostro una amplia sonrisa, algo muy característico en él, cuando conversa relajado.

Recuerda, también, que había entonces en el pueblo un párroco que era como un patriarca para sus feligreses. Los padres de familia le consultaban si sus hijos podían ir a ver determinadas películas: "En más de una ocasión me prohibie­ron ir al cine, porque mis padres siguieron su consejo".

Estos recuerdos le hacen sonreír a Su Eminencia. Aclara que se trataba de padres católicos, para los que la opinión del párroco pesaba mucho entonces.

"Desde temprana edad Miguel daba consejos, incluso a las personas mayores. Todo lo hacía con un gran espíritu de responsabilidad. Era evidente que se trataba de un muchacho excepcional. Por eso algunas personas de La Libertad se interesaron por ayudarle", afirma Don Juan Obando, primo-hermano de Miguel.

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Las Campanas lo llamaron...

Cuéntenos, Eminencia, ¿cómo nació su vocación? "Desde pequeño tuve la ilusión de ser sacerdote. Siempre

recuerdo agradecido el testimonio de algunos presbíteros que solían llegar al pueblo a predicar, muy dedicados a la propa­gación de la Palabra de Dios y a las cosas del Señor. Esos testimonios ejemplares me incentivaron en la decisión de prepararme para ser un día sacerdote, como ellos; para servir y amar a Dios a través del servicio y el amor a los hombres". "Pero fue en Granada propiamente donde comenzó a perfilarse mi vocación. Se había convenido con mis padres mi traslado a esta ciudad para continuar los estudios con los Padres Jesuítas".

Con la bendición de Antonio y Nicolasa, Miguel dejó el hogar. Se embarcó en el puertecito chontaleño de San Ubaldo y cruzando el Gran lago de Nicaragua arribó a la Gran Sultana, bella ciudad colonial, fundada en el año 1524, a orillas del Cocibolca.

"Sin embargo -prosigue Su Eminencia- Dios no quiso de mí un jesuíta; me quiso salesiano. Yo vivía en la casa de las Señoritas Orozco esperando la apertura del año escolar. Un 24 de mayo escuché que sonaban las campanas muy alegremente. Aún no conocía bien Granada, pero me fijé de dónde venía aquel sonido, y comprobé que las campanas que repicaban tan alegremente eran las campanas del colegio Salesiano. Me acerqué y vi que mucha gente entraba y salía del templo del Colegio. Yo entré también y participé en la Eucaristía. Obser­vé muy complacido que numerosos jóvenes cantaban con mucho entusiasmo cánticos a María Santísima, invocada con el título de María Auxiliadora. Recuerdo que había varios confesores y aproveché para confesarme y comulgar en aque-

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lia solemne Eucaristía. Al terminar la Misa, en lugar de salir por la puerta por donde había entrado, me equivoqué y salí por una de las puertas laterales que daban acceso al colegio. Como era un muchacho, algunos jóvenes me invitaron a jugar béis­bol, y participé con ellos en el juego". "Al sonar la campana en el patio de recreo todos hicieron formación, y a mí también me obligaron a ponerme en la fila para ir al comedor. No tuve otra alternativa que obedecer. Aquella vivencia tan inesperada del Salesiano me encantó. Se habló después con el Padre Director, se hizo un arreglo y pude quedarme en el Colegio".

El Salesiano

Miguel estudió el quinto grado en el colegio, como un alumno más. Pero ya el sexto grado lo cursó en el Aspirantado Salesiano, teniendo como tutor al Padre Ignacio Arias, de origen mexicano.

En una de sus cartas contaba a sus padres: "Estoy bien. Me siento muy contento. Juego mucho al béisbol, y ya soy pítcher de la selección del Colegio..."

Miguel siempre mantuvo viva en sus años de estudiante esta afición por el deporte-rey de los nicaragüenses. "Obando lanzaba bolas de humo que solo el cácher veía, ponchando fácilmente a sus adversarios... Miguel era un tipo sobresaliente en todo. Salía bien en matemáticas -su materia preferida-, en latín, en literatura. Como atleta también sobresalía. Era muy veloz corriendo, hacía los cien metros en muy buen tiempo. Tenía el ímpetu de un toro de Chontales", refiere uno de sus compañeros de estudios.

El fútbol y el baloncesto eran también otros de sus deportes favoritos.

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Le encantaba al joven Miguel aquel ambiente sano y deportivo del colegio salesiano, inspirado en el talante alegre y espontáneo de Don Bosco, donde el deporte y la música eran clara expresión de la alegría del vivir cotidiano.

Ante la imagen de María Auxiliadora, oraba frecuente­mente Miguel. Bajo su mirada maternal, aquel adolescente inquieto y vigoroso, sintió fortalecerse en él la llamada de Dios.

"Yo siempre he sido muy devoto de María Auxiliadora. Por eso bauticé con ese nombre la casa donde vivo en las lomas de Santo Domingo, al sur de Managua", dice Su Eminencia.

Sin embargo, a pesar del deporte, de la música, de su creciente afición a las matemáticas y de la alegría que se experimentaba en el Salesiano, Miguel sentía también nostal­gia de su pueblo, aflorando su casa y la vida campestre.

No le faltaron momentos duros y difíciles. Pero, de carác­ter fuerte y decidido como era, se había propuesto una meta, y lucharía por llegar hasta ella, costara lo que costara.

Tras las huellas de Don Bosco

Además de María Auxiliadora, contaba en aquella lucha interior con la ayuda de San Juan Bosco. El gran maestro de la juventud también tuvo que dejar su casa de campo y abandonar su carrera para dar a los niños pan, cultura y cariño sin límites, respondiendo con generosidad a la llamada del Señor.

A Miguel le fascinó desde su adolescencia la figura de aquel hombre de semblante dulce y apacible que supo amar y hacerse amar.

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Al joven Miguel le encantaba el ambiente sano y depor­tivo del colegio Salesiano, inspirado en el carácter alegre y expontáneo de Don Bosco, donde el deporte y la música eran clara expresión de la alegría del vivir cotidiano.

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"Juan Bosco procedía de una humilde familia campesina. Al quedar huérfano de padre, tuvo que trabajar desde niño cuidando un establo. Era bajo de estatura. Su rostro era redondo y lleno, y su frente espaciosa. De cutis trigueño; ojos pardi-claros y vivaces. El cabello rizado y espeso. Y robusto el aspecto físico, como buen campesino piamontés. Su voz era atenorada y arráyente, y su hablar sereno. De muy buenos modales y porte distinguido".

Estos rasgos que, según uno de sus biógrafos, caracteriza­ban la fisonomía y personalidad de Don Bosco, podrían aplicarse, con algunos matices, al Cardenal Obando.

El corazón de San Juan Bosco fue un dechado de bondad para todos los que tuvieron la suerte de conocerlo, especial­mente para los jóvenes más pobres y necesitados. Dios puso su luz al servicio de la misión de Don Bosco por los jóvenes: "No basta amar. Es preciso que los muchachos se den cuenta que el educador los ama". Jamás desapareció la sonrisa de sus labios: "La santidad consiste en estar siempre alegres", repetía una y otra vez.

Don Bosco, antes de morir en el año 1888, fundó la Congregación Salesiana y el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora. Los Salesianos se establecen en Nicaragua a partir de marzo del año 1912.

San Juan Bosco -hombre de extraordinario talento- dejó de lado magníficas posibilidades, para entregar su vida entera a los j óvenes y ser para ellos como un Padre. Este espíritu logró trasmitir el Santo Fundador a sus hijos Salesianos.

Miguel, inspirándose en la vida de Don Bosco, sentía que se iba afianzando su vocación religiosa. Esta firme convicción le condujo a alejarse de su tierra y salir de su Patria para continuar su formación en la Normal Superior de San Salva­dor.

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Poco a poco el joven Miguel iba madurando mediante el estudio y la oración. Pensaba en tantos niños y adolescentes que buscan educación y una mano amiga que los oriente, sin conseguirlo muchas veces.

Añoraba la gente buena y sencilla de su tierra pinolera. Quería llevarles a todos el Evangelio de Jesucristo, la Buena Nueva de la Liberación...

Durante su permanencia en la Capital salvadoreña falleció su padre en Teustepe, estando presente Miguel. Su madre murió más tarde en sus brazos, cuando Mons. Obando era Obispo Auxiliar de Matagalpa.

De nuevo al Salesiano de Granada

Miguel Obando pasó varios años en El Salvador. Ayagua-lo tiene muy gratos recuerdos para él. Allí hizo el Noviciado en 1949, en compañía de más de veinte novicios. "Se desta­caba por su jovialidad. Era un buen amigo, servicial, atento y bondadoso", nos dice el P. Carlos Martínez, compañero inse­parable en la juventud.

"Después de haber estudiado durante ocho años en El Sal­vador, fui trasladado por mis superiores al colegio Salesiano de Granada, que tantos gratos recuerdos de mi adolescencia guardaba para mí. Allí me desempeñé como profesor de matemáticas y física durante tres años", expresa Su Eminen­cia.

Carlos Mejía Godoy refiere una curiosa anécdota del "profesor" Obando:

"Tuve por maestro a un joven teólogo salesiano, a veces severo, a veces afable y jovial. Cierto día, a la hora del recreo, sentí el impulso de platicar con él.

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- Buenos días, señor Obando. - Buenos días, Mejía. - He observado que tiene Usted una buena caj a torácica. ¿Hace gimnasia con pesas? - Se equivoca, Mejía. Sólo hago calistenia todas las mañanas. Y practico el béisbol los fines de semana. - Ni quiera Dios encontrarme con Usted a la hora de un pleito. No, Mejía. Soy hombre de paz. Odio la violencia.

"Mi profesor se alejó hacia la Dirección. Pero el Sr. Vargas, enfermero del Colegio, que escuchaba la conversa­ción, me informó:

- Ahí donde lo ves, hace unos dos años en La Libertad un borracho le faltó al respeto. Obando quiso dialogar con él. Pero el picado lo volvió a insultar. Entonces el seminarista, de una trompada, lo dejó tendido...

A decir verdad, Su Eminencia no recuerda esta anécdota. Un Hermano saliesiano nos aclara haberla escuchado, pero referida a otro religioso.

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Alter Christus

Llegó el día grande para Miguel. El día tan anhelado de su ordenación sacerdotal, después de haber estudiado la Teo­logía en La Antigua y Guatemala-Capital.

El diez de agosto de 1958 el sol parecía tener un brillo especial, uniéndose al regocijo del P. Miguel que estrenaba su Sacerdocio. La Ordenación Sacerdotal lo convirtió en otro-Cristo: lo que él siempre había soñado ser en su vida, siguien­do las huellas de Don Bosco.

Embargado por una profunda emoción celebró su primera misa. Sus manos temblorosas sostenían y elevaban por prime­ra vez la Hostia y el Cáliz Consagrados, mientras su voz y su rostro manifestaban que se sentía inmensamente feliz y agra­decido al Señor por el maravilloso don del Sacerdocio.

"Fue, sin duda, el día más feliz de mi vida", asegura Su Eminencia.

Deseando conocer el pensamiento del Cardenal Obando Bravo sobre un punto de tanta trascendencia, le preguntamos: ¿Qué es para Usted el Sacerdocio? ¿En qué consiste propia­mente el Ministerio Sacerdotal, Eminencia?

Después de reflexionar un momento nos responde: "El Apóstol San Pablo expresa en la Carta a los Corintios

que se nos considere servidores de Cristo y encargados de anunciar los secretos de Dios. Y el Concilio Vaticano II nos enseña que los Presbíteros son promovidos para servir a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey, de cuyo ministerio participan. Por consiguiente, la misión sacerdotal es la misma que tuvo Cristo: ayudar a los hombres a alcanzar la Salvación".

Tratando de profundizar un poco más, insistimos nosotros: ¿Cómo debe ser hoy el Sacerdote? Y estas fueron sus pala­bras:

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"Considero que como administrador del Misterio de Dios el Sacerdote debe ser, en primer lugar, un hombre de fe. Y no sólo en el sentido de aceptar como verdaderas unas proposi­ciones doctrinales, sino en el aspecto bíblico más profundo: de confiar en Dios y edificar su Reino. No ha de sacar sus fuerzas de las seguridades aparentes, sino de la esperanza puesta en Cristo. Su primera obligación será la glorificación litúrgica de Dios a través de la oración y la celebración de los Sacramentos, especialmente la Eucaristía, recordando en ella que debemos a Dios nuestra propia vida y que la humanidad se realiza en plenitud en la Liturgia, pues no puede darse nada más humano que la celebración del culto litúrgico. El Sacer­dote no está inmunizado de las repercusiones causadas por la crisis de transformación que sacude hoy al mundo. Como todos sus hermanos en la fe, él también experimenta horas de oscuridad en su camino hacia Dios. Sufre por el modo parcial con que son interpretados e injustamente generalizados algu­nos hechos de la vida sacerdotal. La situación del Sacerdote, hoy y siempre, será una situación de paradoja e incomprensión ante los ojos de quienes no tienen fe, incluso, para muchos creyentes".

¿Qué debe hacer primordialmente el Sacerdote? ¿Cuál es su misión prioritaria actualmente?

"Jesucristo es la Palabra definitiva de Dios que da sentido pleno a nuestra vida. La misión del Sacerdote será por tanto, en primer lugar, la predicación del Evangelio, tratando de iluminar las circunstancias concretas de la vida cotidiana del hombre moderno. Juan Pablo II nos instruye al recordarnos que el Sacerdote no es un dirigente social, ni un líder político o funcionario de un poder temporal. Por eso no hay que hacerse la ilusión de servir al Evangelio si tratamos de diluir nuestro carisma a través de un interés exagerado hacia el amplio campo de los problemas temporales. La dimensión

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política del Sacerdote es innegable. Pero hay que buscarla en la misma dimensión religiosa. Por importante que sea tal dimensión política o social, para esto solo no necesitamos ni Iglesia ni sacerdotes. Las funciones seculares son el campo propio de acción de los laicos que deben impregnar y perfec­cionar las cosas temporales con el espíritu cristiano".

¿Qué pediría a los fieles, Eminencia, respecto a los sacer­dotes?

"Los fieles deben tener presente que los sacerdotes tene­mos nuestras limitaciones, nuestros defectos, nuestras pasio­nes, nuestras cualidades y méritos como todos los hombres. Somos en todo igual a los demás, también en el pecado. Cuando vean nuestras deficiencias deben sentirlo y orar por nosotros, pero no deben olvidar que somos hombres. Por propia voluntad el Sacerdote renuncia al calor de una familia, en una heroica oblación de todo su ser, deseando vivir un amor más universal, que le compromete a recorrer el camino de la vida en una dimensión de austera soledad. Por eso los fieles deben ayudar al sacerdote para que sea un hombre convencido y que convenza; que haga de su vida algo más que una teoría abstracta; que haga de su vida una verdadera vocación de servicio. No nos engañemos, los fieles humildes y sencillos, como por instinto evangélico, captan espontáneamente cuán­do se sirve a la Iglesia y a la causa del Evangelio. Su condición de "otro-Cristo" compromete al Sacerdote, de por vida, a ser luz que ilumine el misterio existencial encerrado en cada hombre".

Pareciera que el tema del Sacerdocio apasiona a Su Emi­nencia, a juzgar por la fluidez de sus palabras y el entusiasmo que muestra en la conversación.

De lo que no cabe la menor duda es de que el joven P. Miguel tomó muy en serio su ministerio sacerdotal. Los

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superiores salesianos le confiaron muy pronto importantes responsabilidades: fue Prefecto de disciplina del Seminario Salesiano de San Salvador; Rector del Instituto Rinaldi; Miembro del Consejo Provincial, y Delegado por Centroamé-rica al Capítulo General de su Congregación en Roma.

"Después de mi Ordenación Sacerdotal, la Obediencia me destinó a trabajar en el Seminario Salesiano de San Salvador, donde permanecí durante diez años. Siendo Rector del men­cionado Seminario, fui nombrado Obispo Auxiliar de Mons. Calderón y Padilla, Obispo de Matagalpa (Nicaragua), el año 1968".

Así resume Su Eminencia, con la mayor sencillez, estos años decisivos de su vida donde el Señor le preparaba para encomendarle las más altas misiones.

Obispo Auxiliar de Matagalpa

No había cumplido todavía diez años de ministerio sacer­dotal, cuando el 31 de Marzo de 1968 el padre Miguel fue nombrado Obispo Auxiliar de Matagalpa.

El anciano Prelado de la Perla del Septentrión, Mons. Octavio José Calderón y Padilla, se encontraba muy enfermo. Su vida ejemplar de verdadero Pastor le había llevado a combatir, frontalmente, al régimen opresor de los Somoza. La actitud indeclinable de este defensor incansable de los dere­chos y libertades ciudadanas, dejaría profunda huella en el corazón del joven Obispo Salesiano.

Abandonando, con pesar, las aulas de clase y el bullicio y algarabía de los patios del Colegio Salesiano de San Salvador, Mons. Miguel Obando, con las alforjas cargadas de ilusiones y esperanzas renovadas, se dirige a Matagalpa.

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Durante los dos años que permanece al lado de los cam­pesinos matagalpinos y jinoteganos, se convierte en algo así como una leyenda para ellos. Es ésta una región montañosa, productora de café en el norte-central de Nicaragua. La pobla­ción, en su gran mayoría, es campesina. Los ranchitos están diseminados por las montañas, con muy difícil acceso a veces.

En contraste con el anciano Obispo de Matagalpa, Mons. Calderón y Padilla, quien pocas veces se alejaba de la ciudad, el joven y vigoroso Obispo Auxiliar se desplazaba largas distancias a lomo de muías y caballos. Así recorría la Diócesis por caminos lodosos en invierno y polvorientos en verano, para animar en la fe y la esperanza cristiana a los humildes campesinos que vivían montaña adentro.

"Recorríamos las montañas caminando varias horas a caballo", dice Su Eminencia.

En prolongadas misiones, sin dar muestras de cansancio, el Obispo Obando se internaba en las montañas de Matagalpa y Jinotega, llevando a la gente del campo la Palabra de Dios y los Sacramentos.

"Al dirigirnos a cada caserío nos recibían los campesinos con mucho entusiasmo varios kilómetros antes de llegar. Algunos disparaban al aire sus pistolas en señal de júbilo, anunciando que estaban de fiesta. Todos se reunían en la ermita. Saludábamos a toda aquella buena gente. Nos quitá­bamos las botas lodosas. Y comenzábamos la catequesis, para concluir con la celebración de la Santa Misa. Era muy hermoso convivir con aquellas comunidades en medio de la montaña". "Durante la noche los campesinos se quedaban en la ermita, y nosotros aprovechábamos para confesar, algunas veces más allá de las dos o tres de la madrugada, hasta que los gallos comenzaban a cantar. Después, nos acostábamos a descansar un poco mientras la gente, muy contenta, pasaba la noche en

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Mons. Miguel Obando Bravo recorría las comunidades de la Diócesis de Matagalpa a lomo de muías y caballos para animar en la fe y la esperanza cristiana a los cam­pesinos que vivían montaña adentro.

vela. Nosotros escuchábamos, entre sueño y sueño, sus her­mosos cánticos. Esas giras eran verdaderas bendiciones de Dios, en las que el Espíritu Santo derramaba torrentes de Gracia", expresa Su Eminencia.

"Al día siguiente -continúa- después de pasar la noche en vigilia, y sin manifestar muestras de cansancio, participaban todos nuevamente en la instrucción religiosa, preparándose para recibir los Sacramentos: bautizábamos, confirmábamos, bendecíamos las parejas y administrábamos a los más ancia­nos el Sacramento de los Enfermos. Después, tomábamos de nuevo las muías para avanzar, durante varias horas, montaña adentro, hacia otras comunidades".

En sus largas correrías, ¿no tuvo, Eminencia, alguna situa­ción extremadamente difícil?

"Claro que sí. Uno está expuesto a muchos peligros en la montaña".

Cuéntenos alguna de esas situaciones de emergencia que Usted recuerde...

"Pues verá..., en una ocasión, atravesando una zona muy caudalosa del río Coco, la corriente arrastraba a la muía que montaba y con mucha dificultad pudimos alcanzar la otra orilla, cuando yo creía que nos tragaba el río y que nos íbamos a ahogar la bestia y yo. Fue una experiencia que no olvido fácilmente. Estoy convencido de que María Auxiliadora, a quien invoqué en aquel momento, me ayudó a salir del peli­gro".

Nos imaginamos que se cumplió en la fecunda actividad misionera de Mons. Obando Bravo -como en tantos hombres y mujeres, heraldos del Evangelio- lo que refiere el Apóstol Pablo: "Tuve que viajar no sé cuántas veces con peligros en los ríos, con peligros de bandidos, peligros de parte de mis compatriotas, peligros de parte de los paganos, peligros en

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poblado y en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos. Trabajos y fatigas, con noches sin dormir, con hambre y sed, con frío y sin abrigo"(// Cor. 11,26). Algo que viven a diario una legión de misioneros anónimos, edifi­cando, con su esfuerzo y sacrificio cotidiano, el Reino de Dios en toda la tierra.

Encrucijada Eclesial

Cuando en 1968 murió el Arzobispo de Managua, Vicente Alejandro González y Robleto, la Iglesia Católica nicaragüen­se se encontraba en una difícil encrucijada.

Según el historiador Jorge Eduardo Arellano, la Iglesia en Nicaragua venía siguiendo una trayectoria similar a la de otras iglesias del Continente Latinoamericano, siendo una de sus características esenciales el apoyo a los gobiernos de turno.

En Nicaragua el catolicismo pre-conciliar estaba profun­damente arraigado en la conciencia de la inmensa mayoría de la población. Respondía, de alguna manera, a la concepción tomista: bueno lo cristiano, malo lo no-cristiano.

Los eclesiásticos jugaban un papel paternal en la sociedad. Sus prédicas estaban, a veces, cargadas de acento espiritualis­ta, sin tener en cuenta la realidad que vivía el pueblo.

La Jerarquía de la Iglesia Católica, en todo el Continente, vivió generalmente ligada a la monarquía desde tiempos de la Conquista, y a las oligarquías terratenientes durante la Colo­nia. En Nicaragua actuó, también, dando una cierta legitimi­dad al poder constituido.

El clero diocesano, escaso en número, vivía a veces más preocupado por su propio bienestar que por los problemas de los feligreses.

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Los religiosos trabajaban desarticuladamente, teniendo una visión eclesial demasiado estrecha. En general ponían mayor empeño en los asuntos propios de la Orden o Congre­gación a la que pertenecían, que a las necesidades de la Iglesia en su conjunto.

Es oportuno señalar, por otra parte, que junto a la lucha de liberación, que se remonta hasta los mismos orígenes de la Conquista, siempre hubo clérigos que alentaron los justos anhelos de transformación social.

La celebración del Concilio Vaticano II genera un cúmulo de nuevas perspectivas en la Iglesia. Poco a poco se van asimilando las corrientes del pensamiento conciliar. La actitud de apertura de algunos clérigos les condujo, en ocasiones, a situaciones de conflicto con sus Obispos que trataban de frenar los ímpetus excesivamente progresistas, según el criterio de la Jerarquía.

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Arzobispo de Managua

El 26 de febrero de 1531, el Papa Clemente VII, ante la petición del Emperador Carlos V, aprobó la erección canónica de la Diócesis de León, que se extendía a todo el territorio nacional. Desde esa fecha la Iglesia se instala "oficialmente", por decirlo así, en Nicaragua.

En la larga tradición -más de cuatro veces centenaria- de cristianismo católico en Nicaragua, se ha ido formando la idiosincrasia y el alma nicaragüense.

A pesar de los errores del pasado y del presente, la tradición cristiana sigue sellando la vida de las nuevas gene­raciones, sirviendo el Evangelio de Jesucristo de lámpara que ilumina a los nicaragüenses en la búsqueda permanente de una sociedad más humana y fraternal, más solidaria y justa.

El dos de diciembre de 1913, el Papa San Pío X confirmó la división de la Diócesis de León, creando la Provincia Eclesiástica Nicaragüense.

La nueva Provincia Eclesiástica quedó conformada por la Arquidiócesis de Managua, sede del Obispo Metropolitano, con Obispo Auxiliar en Matagalpa; las Diócesis de León y Granada, y el Vicariato Apostólico de Bluefields.

Como primer Arzobispo de Managua fue nombrado Mons. José Antonio Lezcano y Ortega, consagrado el tres de mayo de 1914, y fallecido el seis de enero de 1952.

El nueve de abril de 1938, Mons. Alejandro González y Robleto, Obispo de Matagalpa, fue trasladado a Managua como Arzobispo Coadjutor con derecho a sucesión, siendo el segundo Arzobispo de Managua hasta su muerte acaecida el 17dejuniodel968.

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El nombramiento del nuevo Arzobispo de Managua fue objeto de muchos cabildeos, incluso antes de morir Mons. Alejandro González y Robleto.

Según el testimonio de Mons. Donaldo Chávez Núñez -uno de los candidatos entonces a ocupar la Sede Arzobispal-a partir de los sangrientos sucesos del 22 de enero de 1967, "el Arzobispado de Managua -a pesar de que aún vivía su octo­genario Arzobispo- se tornó en tierra de nadie. La incógnita de quién vendría a ocupar la principal sede eclesiástica de la "tierra de los lagos" quedó flotando en el ambiente por algún tiempo y fue objeto de muy variadas especulaciones. La verdad era que quien tuviera el mejor padrino en aquellos momentos, ese sería el tercer Arzobispo de Managua".

Con la muerte de Mons. Alejandro González y Robleto se inicia un período de sede vacante. El Vaticano nombró como Administrador Apostólico a Mons. Julián Barni, entonces Prelado de Juigalpa.

Mons. Barni, de la Orden de los Frailes Menores de San Francisco y de origen italiano, desempeñó por más de un año, pleno iure, el cargo de Administrador Apostólico de la Arqui­diócesis de Managua.

"En los primeros días del año 1970 -escribe Mons. Chávez Núnez- se especulaba mucho sobre el nombramiento del nuevo Arzobispo de Managua. Y aunque parezca insólito, el Supremo Gobierno de la República -presidido entonces por el General Anastasio Somoza Debayle- ignoraba totalmente el nombre de la persona que ocuparía ese cargo de tanta respon­sabilidad en la vida religiosa y aún civil de Nicaragua".

Este hecho se explica porque ya habían entrado en vigen­cia las normas del Concilio Vaticano II en torno al nombra­miento de los nuevos Obispos. Se encuentran recogidas en el Decreto Christus Dominus: "Puesto que el ministerio de los

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Obispos fue instituido por Cristo Señor y se ordena a un fin espiritual y sobrenatural, el Concilio Ecuménico declara que el derecho de nombrar y crear a los Obispos es propio, peculiar y de por sí exclusivo de la autoridad eclesiástica competente".

Tal vez con un cierto deje de frustración escribió el entonces Mons. ChávezNúnez: "Sucede -además- que el Dr. Alejandro Arguello Montiel, granadino de origen y ex alumno de los Salesianos de la calle de la Pólvora, se deslumhró mucho y creyó ver en Don Miguel Obando Bravo, ex alumno también salesiano y protegido en su niñez por el distinguido matrimo­nio Guerrero-Mora, al hombre providencial para la Sede Arzobispal de Managua. Siendo el Dr. Lorenzo Guerrero -Canciller de la República y Embajador en Roma- un fervo­roso ex alumno salesiano fluía naturalmente la causa del hijo de Chontales, aunque entre bastidores se hiciera todo incon­sultamente y a espaldas del Supremo Gobierno de la Nación".

Entre tanto, Mons. Obando fue llamado a la Nunciatura. "Me comunicó el Sr. Nuncio, Mons. Lorenzo Antonetti,

que la Santa Sede había pensado que yo sirviera a la Arqui-diócesis de Managua como Arzobispo", refiere Su Eminencia.

¿Se imaginó alguna vez que, con el tiempo, podría ser nombrado Arzobispo de Managua?

"No; nunca lo pensé, -responde con gesto evocador-. Cuando yo llegué a Matagalpa como Obispo Auxiliar, a penas un año después murió en Managua Mons. Alejandro González y Robleto. Entonces, Mons. Calderón y Padilla, Obispo de Matagalpa, por encontrarse enfermo, me mandó que lo repre­sentara en los funerales. Y yo lo representé. Pero nunca me imaginé que sería el Arzobispo sucesor. Pensaba, más bien, que cualquiera de los otros Señores Obispos, que eran de más edad y con mucha mayor experiencia que yo, podrían ser el nuevo Arzobispo de Managua".

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Efectivamente, en ese tiempo Mons. Obando Bravo con­taba sólo 43 años de edad, siendo entonces el Obispo más joven de Nicaragua.

Concluidos los funerales de Mons. González y Robleto regresó a Matagalpa para continuar su trabajo apostólico.

Un mes más tarde Mons. Obando fue llamado de nuevo a la Nunciatura para confirmarle su nombramiento como Arzo­bispo de Managua.

Después de aceptar el cargo volvió a las montañas de Jinotega, donde estaba realizando una intensa campaña de evangelización, especialmente con los campesinos.

Los medios de comunicación dieron a conocer el nombra­miento del nuevo Arzobispo, resaltando el trabajo de evange­lización llevado a cabo por Mons. Obando en las montañas del norte del país.

"Durante una expedición, en la que yo viajaba acompaña­do por más de treinta campesinos de Wiwilí, uno de ellos escuchó la noticia en la radio. Todos los que portaban armas sacaron sus revólveres y fueron descargándolos al aire en señal de alegría. Decían ellos que era su modo de celebrarlo. Al llegar a Jinotega había miles de personas esperando. Me hicieron una gran recepción. Recuerdo que fueron varios los oradores. Alguien, entre otras cosas, dijo: "Este es el Domingo de Ramos para Mons. Obando..., mañana tendrá su Viernes Santo". Nunca olvido esas palabras", asegura Su Eminencia.

Ciertamente, al aceptar la responsabilidad de la nueva misión a la que le llamaba el Señor, bien sabía Mons. Obando Bravo que le esperaba más trabajo, más problemas, más sacrificios e incomprensiones. Bien sabía el ilustre Pastor que era el representante de un Dios que había muerto crucificado... Si él, como Obispo, tema que ser "otro Cristo", debía ser también "otro Crucificado", hasta dar la vida, si preciso fuera, por sus ovejas.

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Un Pastor de Verdad

El cuatro de abril de 1970 los managuas tributaban al nuevo Arzobispo Metropolitano un apoteósico recibimiento. Miles de personas le acompañaron desde Tipitapa -poblado histórico a varios kilómetros de la Capital- hasta la catedral de Managua.

Mons. Miguel Obando Bravo tomó posesión de su alto cargo en medio del entusiasmo desbordante del pueblo fiel. El Sr. Nuncio leyó las Cartas Apostólicas por las que el Papa Pablo VI encomendaba al Obispo Miguel Obando Bravo el cuidado de la Arquidiócesis de Managua. Las campanas no cesaban de repicar vibrantes. En medio del júbilo de la gente el nuevo Arzobispo saludó a la concurrencia, y agradeció a Dios y a Su Santidad el nombramiento. De pronto, aprove­chando el silencio de una breve pausa, una ancianita exclamó llena de entusiasmo en medio de la multitud: - ¡Mira..., si es un indito como nosotros!

Tenía razón la mujer. Era un indito robusto de tez morena. Pero era también un experto jinete chontaleño que sabría montar el toro de su cargo con pericia extraordinaria.

Las notas de un solemne Te Deum quedaron colgadas en las gruesas columnas que sostienen la inmensa mole de hierro y cemento de la vieja catedral, puesta bajo el patrocinio del Apóstol Santiago. Tan solo dos años después quedaría redu­cida a un montón de escombros por el terremoto que asoló Managua en las vísperas de la Navidad de 1972.

¿Qué pensó, Eminencia, cuando vio destruida la catedral que tanto esfuerzo había costado edificar, precisamente cuan­do los managuas se preparaban para celebrar la fiesta de Navidad?

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"Más que en la catedral yo pensaba en la destrucción de tantas vidas; de tantos hogares que quedaban a la intemperie. Pensaba en tantos niños que no iban a tener juguetes aquella Navidad..."

Reflexiona un momento y añade: "Un verdadero Pastor tiene que saber tomar la cruz de Cristo y acompañar al pueblo en toda circunstancia. La vida está mezclada de alegrías y penas, de esperanzas y fracasos, de logros y frustraciones. Para que el cuadro sea perfecto debe tener luces y sombras".

La catedral de Managua, convertida en ruinas en la noche del 23 de diciembre de 1972, guarda todavía en una de sus torres resquebrajadas el reloj que daba la hora a los capitalinos. Sus agujas quedaron paralizadas en la primera embestida de las fuerzas telúricas. Hoy, quienes llegan a la plaza de la República pueden apreciar todavía la hora fatídica del tem­blor: eran los 12:20 de la madrugada. Fue una noche apoca­líptica que difícilmente se olvidará en Managua.

El terremoto destruyó más de 50.000 viviendas de las 100.000 que había en la Capital, enterrando bajo sus escom­bros a 12.000 personas y dejando heridas a unas 20.000.

Hoy, lo que era el centro de Managua aparece convertido en una vasta extensión, con esporádicos edificios sin acabar de construir que dan al ambiente un aspecto fantasmal, y casas a medio caer, sin puertas ni ventanas, desfondadas, rajadas y torcidas como grotescos monumentos al cataclismo, o conju­ros contra una nueva devastación. Se observan también áreas verdes, alentando la esperanza, y un gran parque, fruto de la solidaridad del mundo.

¿Qué hacía en aquel momento, Eminencia?, ¿donde se encontraba Usted al producirse el terremoto?

"Me disponía a descansar en mi casa de habitación de Las Sierritas, cuando percibí el gran ímpetu del primer temblor.

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Me pareció de una fuerza gigantesca. Pensé, al instante, que algo grave podía estar ocurriendo en el centro de Managua. De inmediato me dispuse a salir. Pronto pude darme cuenta de la magnitud de la tragedia. Vi correr a la gente de un lado para otro, como enloquecida. Oía por doquier los lamentos de dolor y los gritos de terror, de los niños especialmente. Escu­ché las oraciones que elevaban al cielo personas de toda edad y condición, arrodilladas en el duro y resquebrajado pavimen­to, implorando perdón y misericordia... En medio de aquel caos vino a mi mente la sentencia de un maestro de la vida espiritual: "Los días pasan en la vida de los hombres. Sola­mente queda lo que con la virtud y el recto proceder hemos conseguido".

La actitud del Arzobispo Obando Bravo fue la de un Pastor de verdad, llevando a su pueblo el consuelo de sus palabras llenas de esperanza, la absolución a los moribundos y el aliento a cuantos encontraba a su paso. - "¡Monseñor, el mundo se acaba!". "¡Esto es el juicio fi­nal!"..., gritaban muchos, y me rogaban, "¡Absuélvanos, Mon­señor! ", arrodillándose sobre los escombros, mientras la tierra seguía temblando.

Los barrios más populosos le vieron pasar por sus calles: El Riguero, La Luz, Campo Bruce, la zona de los mercados, el sector comercial y muchos más. Cuando Mons. Obando se encontraba en el barrio Campo Bruce se desplomó con los temblores la Tercera Sección de Policía.

"Yo fui testigo del derrumbe. Fueron los momentos más duros y críticos que viví, -recuerda Monseñor-. El pavimento se hundía bajo nuestros pies; los carros parecían de palma, y la gente corría despavorida, presa de un colectivo histerismo. Debo confesar que yo también me asusté por un momento, poniéndome en las manos del Señor, como si se tratara del fin del mundo".

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Mons. Miguel Obando Bravo, fiel a sus ovejas como buen pastor, recorrió los barrios destruidos de Managua ha-

. ciendo realidad el lema de su consagración episcopal: ' 'ME HICE TODO PARA TODOS ''

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Después de aquellos momentos de angustia, Monseñor se dirigió hacia el cine México, llegó cerca del Instituto Central Ramírez Goyena en el barrio Santo Domingo, cruzó por el cine Darío y luego volvió hasta la populosa calle 15 de Septiembre, después de recorrer San Antonio y San Sebastián.

"Sólo escuchaba lamentos en la peregrinación más larga y difícil de mi vida", confiesa Su Eminencia.

El Pastor, fiel a sus ovejas, hacía realidad el lema de su consagración episcopal: "ME HICE TODO PARA TODOS", mientras su blanca sotana se iba tiñendo de polvo, sudor y sangre en su afán de ayudar a rescatar a los enterrados entre los escombros.

Volvió de nuevo al centro de la ciudad. Un sacerdote le aconsejó salvar las pertenencias de la Curia Arzobispal. Oban-do pensó que era más importante en aquel momento salvar vidas y orar por los muertos. Y, por haber dejado la Curia para más tarde, muchas cosas que allí se encontraban cambiaron de dueño en aquella noche fatídica.

Mons. Obando continuó su misión pastoral sin doblegarse su ánimo ante las escenas más espeluznantes.

"Vive en mi recuerdo que nuestro pueblo es un pueblo de fe. Vi gente rezando el Rosario, porque siempre hemos profe­sado los nicaragüenses una profunda devoción a María Santí­sima. No escuché blasfemias ni maldiciones en todo el recorrido. Sólo oraciones de personas que buscaban consuelo y fortaleza en Dios", testimonia Su Eminencia, para añadir enseguida: "La gente me tomaba de la mano y me llevaba de un lado para otro pidiéndome, con lágrimas en los ojos, que les diera la absolución o rezara un responso por algún familiar sepultado bajo los escombros".

Así anduvo Monseñor la noche y el día de la tragedia, apoyándose en el báculo de la esperanza. Llevando consuelo a todos.

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Renovación Conciliar

Cuando el Papa Juan XXIII anunció al mundo la convo­cación de un Concilio Ecuménico, muchos se apresuraron a manifestar su escepticismo por tan audaz corazonada de un hombre que no había dado muestras de poseer un excepcional talento.

Quienes así pensaron, olvidaban que la Iglesia es condu­cida por la fuerza del Espíritu Santo que Jesucristo prometió a los Apóstoles y que éstos recibieron el día de Pentecostés, perpetuándose "hasta la consumación de los si­glos "(Mt. 28,20).

Jamás se imaginaron que el Concilio sería el aconteci­miento eclesial más importante del presente siglo.

La Iglesia Católica transformó su rostro. Y su nueva fisonomía quiso aparecer ante los hombres más acorde con los signos de los tiempos.

"Me hubiera gustado vivir en el aula conciliar aquella experiencia profunda de renovación eclesial", confiesa Su Eminencia.

Se hacía cada día más urgente renovar la Iglesia. Ponerla al día. Darle un nuevo talante más en consonancia con la idiosincrasia de la sociedad actual.

Ese cambio de mentalidad no resultaría nada fácil. Toda renovación provoca crisis y muchos obstáculos que vencer.

En Nicaragua una dinastía, desde hacía varias décadas, oprimía al pueblo.

No podía ignorar Mons. Obando que estaba llamado a ser el guía de una Iglesia que, si quería llevar a la práctica las enseñanzas del Concilio Vaticano II, tendría que entrar en conflicto con el dictador de turno de la dinastía somocista.

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Las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia comenzaron a crear una nueva mentalidad. Y, más importante aún, la praxis de los Documentos de Medellín -nacidos del espíritu del Concilio Vaticano II- conduciría a muchos clérigos y laicos a "contestar" el orden político establecido, al considerarlo es­candalosamente injusto.

Ante la realidad concreta que vivían los pueblos latinoa­mericanos en la década del setenta, esta nueva visión eclesial provoca, en todo el Continente, una explosión de entusiasmo que se traduce, de inmediato, en el compromiso firme y decidido de luchar contra toda forma de opresión.

El nombramiento de Mons. Obando Bravo como Arzobis­po de Managua daría, definitivamente, un cambio sustancial a la actitud de la Iglesia en Nicaragua, reflejándose de una manera notoria en las relaciones Iglesia-Estado.

Para nadie es un secreto que los "diálogos" Somoza-Oban-do fueron difíciles y tensos.

La postura vertical de Mons. Obando le llevaría, en más de una ocasión, a realizar la función de mediador entre el Gobierno despótico de Anastasio Somoza y el Frente Sandi-nista de Liberación Nacional, que emergía como una nueva fuerza política en Nicaragua.

"Comandante Miguel"

Como "un terremoto de más de cuarenta años" califica el poeta Ernesto Cardenal a la dictadura somocista.

Con Anastasio Somoza García se inició la dinastía. El hombre fuerte de Nicaragua es ahora, en la década del 70, Anastasio Somoza Debayle. El tercero de la saga. Le precedió en el mando su hermano Luis.

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Somoza Debayle que había disfrutado del apoyo moral del Arzobispo González y Robleto, buscó, de inmediato, cómo asegurarse que el nuevo Arzobispo Metropolitano no fuera radical ni antagónico.

Anastasio Somoza Debayle consideraba a Obando, duran­te su estancia en Matagalpa, como un Obispo provinciano, dedicado de lleno al trabajo pastoral; sin haber dado muestras de seguir con ímpetu las nuevas corrientes desatadas en el seno de la Iglesia Católica. Y, lo más importante para él, sin mostrar inquietudes políticas. Por lo que no puso objeciones cuando el Vaticano nombró a Mons. Miguel Obando Bravo como Arzobispo de Managua.

Evidentemente, Somoza estaba muy lejos de conocer la personalidad vigorosa de Obando cuando, en privado, se refería al nuevo Arzobispo como "mi pequeño indito". ¡Qué lejos andaba el dictador de imaginarse cuan equivocado esta­ba!

Algunos años más tarde, al comprobar la actitud crítica de Mons. Obando Bravo hacia su régimen tiránico, le calificaría de "pez rojo, nadando en agua bendita", en alusión a la supuesta simpatía por el comunismo -según Somoza- y a la sotana color rojo-púrpura que a veces vestía el Arzobispo Obando. Y se atrevió a llamarle públicamente, "Comandante Miguel".

Mons. Miguel Obando Bravo fue una de las personas más repudiadas por el General Somoza. A él se refiere el desapa­recido dictador en sus Memorias señalándolo como "uno de los hombres más retorcidos y cabezotas" con los que se había topado en toda su vida.

Nunca pudo perdonar Somoza a Obando que le pidiera públicamente su dimisión.

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Somoza le acusó también de haber trabajado en favor del Frente Sandinista en las dos ocasiones en que actuó como mediador durante su régimen: en el asalto a la casa de Chema Castillo y en la toma del Palacio Nacional.

Por otra parte, en un diario capitalino encontramos el siguiente testimonio, lleno de ironía, de uno de los Coman­dantes de la Revolución sandinista, refiriéndose a las relacio­nes Somoza-Obando:

"No cabe duda de que Obando coqueteó con Somoza y Somoza coqueteó con Obando, hasta el grado de que, cuando lo nombraron Arzobispo de Managua, le obsequió un carro Mercedes Benz. El hecho fue denunciado días después... En vista del escándalo público, se vio obligado a devolver el obsequio regio a Somoza. Si no se hubiera destapado el asunto, Obando se habría quedado con el regalo. Además, siempre tuvo buenas re/aciones con Somoza. Sóio en el último período, cuando olfateó los signos de la derrota, rompió con Somoza. Pero, al mismo tiempo, nunca aceptó al Frente Sandinista".

La Iglesia se aleja del Poder del Estado

La represión del régimen de Somoza se recrudecía a medida que iba avanzando la década del 70'.

Mons. Obando se pronunció abiertamente en contra de los abusos de la dictadura. Y estuvo ausente de aquellas ceremo­nias de Estado en las que su presencia hubiera servido para brindar legitimidad por parte de la Iglesia al régimen despótico de Somoza: "La Iglesia es el mismo Cristo, siempre encarnada en el mundo, incorporada en el mundo, pero independiente del mundo. Ella no es manipulable por los antojos de ningún

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dictador que quiera congraciarse para que sus obras abomina­bles sean aceptables", afirmaba Su Eminencia en una ocasión.

Algunos hechos notorios, como el entierro de Anastasio Somoza García -asesinado en 1956- con los honores de "Prín­cipe de la Iglesia", habían minado el prestigio moral de la Iglesia Católica en Nicaragua.

Con la llegada de Mons. Miguel Obando Bravo a la Sede Arzobispal de Managua, la Iglesia iba a alcanzar una credibi­lidad que no conocía anteriormente.

El joven Arzobispo de Managua comenzó a perfilarse como una gran esperanza para el pueblo nicaragüense.

La dictadura somocista siempre encontraba soluciones amañadas para vencer los obstáculos que se oponían al con­tinuismo. Somoza no dudaba en recurrir a los pactos -que siempre le eran favorables-, a la reforma de la Constitución, o a cualquier medio de presión con tal de alcanzar su objetivo: perpetuarse en el poder.

En 1971 planeaba instaurar una nueva fórmula de poder ejecutivo, controlado de hecho por el Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas que era él mismo: un Triunvirato o Junta Nacional de Gobierno. Dos de sus miembros debían pertene­cer al Partido Liberal -su propio partido- al que Somoza manejaba a su gusto y antojo.

Ante esta maniobra política, cuya finalidad no era otra que prolongar la dominación de la camarilla somocista con la garantía de la Guardia Nacional, Mons. Obando Bravo sentó un importante precedente negándose a asistir a la celebración oficial de dicho pacto para evitar la complicidad de la Iglesia y el respaldo moral a Somoza, que su presencia hubiera supuesto.

Este gesto valiente y profético de Mons. Obando le granjeó la simpatía de amplios y variados sectores de la sociedad

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nicaragüense, que miraban con profundo respeto al Arzobispo de Managua.

A partir de entonces se incrementaron las represalias contra la Iglesia por aquel desaire público a quien se creía amo y señor de todos los nicaragüenses.

Obando Bravo se caracteriza por ser un hombre de fácil palabra y pluma ágil. Esta cualidad le permitió desarrollar intensamente, desde los inicios de su Arzobispado, la doctrina social de la Iglesia en sus homilías y escritos, fustigando al somocismo con textos de las encíclicas papales.

Podemos asegurar que con Mons. Obando Bravo adquiere forma y se fortalece una enseñanza eclesial que se preocupa también de los aspectos económicos, políticos y culturales de la sociedad nicaragüense.

Defensor de la no-violencia-activa

El creciente prestigio moral de Mons. Miguel Obando, especialmente desde su nombramiento como Arzobispo de Managua, se va haciendo cada vez más notorio en el ámbito de la vida nacional. Los nicaragüenses cuentan ahora con un líder espiritual, cuya autoridad moral son muy pocos los que se atreven a discutir.

La Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN), a través de su Junta Directiva, presidida por el Rector Carlos Tünnermann Bernheim, le invita a pronunciar la lección inaugural del curso de 1972.

Mons. Obando Bravo en su exposición desarrolló magis-tralmente el tema de la violencia y sus implicaciones en la sociedad. Se declara abiertamente partidario de la tesis de la no-violencia-activa.

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Mons. Obando distingue varias clases de violencia. - La violencia institucionalizada, propia de las estructuras socio-económicas injustas, impuestas en algunas sociedades por regímenes autoritarios y antidemocráticos. - La violencia de los oprimidos, que se revelan contra quienes los someten injustamente a vivir en condiciones infrahuma­nas. - Y, finalmente, la violencia de la represión, que trata de acallar por la fuerza las justas reivindicaciones y reclamos de quienes se sienten marginados y atropellados en sus derechos ciudadanos.

Obando Bravo se pregunta si es posible en la sociedad la revolución estructural que corrija y haga desaparecer la vio­lencia institucionalizada, sin tener que recurrir necesariamente a la confrontación armada.

El Prelado responde diciendo que, "para algunos, basta la fuerza de la verdad, la presión moral y la solidaridad organi­zada. Para otros, en cambio, esto es insuficiente: "sólo con una acción revolucionaria -afirman-, que puede ser cruenta, es posible desbaratar la violencia del sistema".

Ante ambas posiciones, ampliamente definidas y detalla­das en la brillante exposición, Obando se inclina por la prime­ra, es decir, por las acciones no-violentas, como pueden ser: agitaciones y manifestaciones, huelgas y actos de desobedien­cia civil contra las leyes claramente injustas, con una constante apertura hacia el diálogo.

"La no-violencia-activa -afirma Monseñor- es lucha con­tra la injusticia, y quiere ser el instrumento calificado de la revolución social y la liberación de los pueblos".

Sin embargo, aclara finalmente, "esta posición es superior a la revolución armada sólo en el caso de que el régimen establecido tenga un mínimo de respeto por los derechos hu­manos, especialmente el derecho a la libertad de expresión".

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"La legitimación de la revolución armada sólo puede darse cuando el Estado abuse de su poder en forma provocativa y desproporcionada, oprimiendo los derechos esenciales de la justicia y la libertad; se hayan agotado todos los medios pacíficos al alcance, y se tenga la seguridad moral del triunfo revolucionario, empleándose la violencia estrictamente nece­saria para destruir las causas del mal", concluye Mons. Oban­do Bravo recordando el Magisterio de la Iglesia.

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La Mediación

Obando Bravo es un hombre que se viste con sencillez. Usa guayabera blanca o negra indistintamente, con cuello clerical; pantalón y zapatos negros. Un crucifijo cuelga de su cuello, y en su mano derecha lleva siempre un anillo, recor­dando su dignidad episcopal. Cuando visita a las comunidades le gusta lucir sus capisayos, especialmente si se trata de comunidades campesinas.

Recibe solícitamente a cuantos desean verle en las modes­tas oficinas de la Curia Arzobispal. No hay objetos sobre su escritorio. En la pared, tras él, pende un cuadro de regular tamaño: una reproducción del Cristo de Velázquez.

Antes de entrar a su oficina es inevitable pasar por una pequeña antesala, celosamente vigilada por su secretaria, Dña Chepita de Rivas, quien desempeña con desenvoltura y auto­ridad su cometido. Varias placas conmemorativas de recono­cimiento y gratitud, así como premios diversos, sobriamente encuadrados, penden en las paredes.

Llama la atención uno de los cuadros donde se observa la primera página de la edición del New York Times, correspon­diente al 30 de diciembre de 1974: presenta una fotografía del Arzobispo Obando, y un amplio reportaje de su papel como mediador entre Anastasio Somoza Debayle y un comando guerrillero del Frente Sandinista de Liberación Nacional que, durante una cena navideña en la residencia de José María Castillo, tomó como rehenes a algunos de los más importantes funcionarios de Estado y diplomáticos acreditados en el País.

Las negociaciones concluyeron con la excarcelación de catorce militantes del F.S.L.N. que el gobierno de Somoza mantenía en prisión -y otras concesiones- a cambio de la libertad de los rehenes.

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El Cardenal Obando Bravo se viste con sencillez. Usa guayabera blanca o negra indistintamente, con cuello clerical. Lleva siempre el pectoral y un anillo en su mano derecha, recordando su dignidad episcopal.

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El éxito de la mediación significó para Mons. Obando, tanto nacional como internacionalmente, una publicidad in­sospechada.

Eminencia, ¿hubo algún momento especialmente difícil en el transcurso de las negociaciones?

"Después de Dios y María Auxiliadora, puse yo también mi granito de arena..., porque hubo alguien que, en un mo­mento de máxima tensión, me dij o:" Se me acabó la paciencia. Yo voy a sacar a esos forajidos a cuchilladas. Voy a echarles cuarenta hombres vestidos con chalecos de acero. Y voy a terminar también con todos los sandinistas que están en las cárceles..."

En alguna ocasión el Comandante Tomás Borge se ha referido socarronamente a la actuación de Obando en el episodio del asalto a la casa de Chema Castillo. Le acusa de haberse negado a informar al responsable del comando sandi-nista, Eduardo Contreras, que Rene Núñez fue detenido ese mismo día, y que su nombre debía haber sido incluido en la lista de prisioneros políticos, para los que el Frente Sandinista pedía la inmediata libertad. La consecuencia fue que Rene Núñez, actualmente miembro de la Dirección Nacional del F.S.L.N., no logró la libertad hasta cuatro años más tarde, con ocasión de la toma del Palacio Nacional por el Comandante Edén Pastora...

"La verdad de las cosas -aclara Su Eminencia- es que durante una conversación que yo sostenía con Eduardo Con­treras se acercó donde estábamos uno de los guerrilleros para informar a su jefe que la Guardia Somocista acababa de hacer prisioneros a varios miembros del Frente Sandinista, y que la Dirección del Frente quería que fueran incluidos en la lista de los presos políticos que debía liberar Somoza. El Comandante Contreras comenzó a escribir a mano los nombres de los recién

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detenidos, en el mismo papel donde estaban escritas a máquina las demandas del comando guerrillero. Fue el Dr. Juan Ignacio Gutiérrez quien continuó anotando los nombres, porque así se lo pidió el propio Sr. Contreras. Posteriormente yo me enca­miné al despacho del General Somoza para entregarle las peticiones de los guerrilleros".

En vez de gratitud para Mons. Obando Bravo por su acertada labor de mediación, el sangriento suceso de la casa de Chema Castillo pareciera, más bien, que dejó resentimiento en algunos miembros del F.S.L.N.

El fogoso Ex-ministro del Interior, Tomás Borge, conclu­ye diciendo: "Obando fue un simple mediador. Y un mediador no tiene partido. Se supone que es una persona neutral. En aquel momento en que el acontecimiento tuvo trascendencia mundial, Obando aceptó mediar porque le daba mucho pres­tigio. Y él es un hombre que tiene vocación por los reflecto­res".

Su Eminencia comenta: "Pienso que algunos de los que están hoy contando el

cuento, no lo estarían haciendo si Dios, Nuestro Señor, no hubiera intervenido"...

Los Obispos, por el cambio sin violencia

Bajo el liderazgo de Mons. Obando Bravo los Obispos de Nicaragua emitieron varias Cartas Pastorales denunciando, proféticamente, los desmanes de las fuerzas represivas del somocismo, personificadas en la fatídica Guardia Nacional.

Fue en la Costa Atlántica donde comenzaron las denuncias de las atrocidades cometidas por algunos miembros de la Guardia Nacional. El Vicariato Apostólico de Bluefields, con su Pastor a la cabeza, Mons. Salvador Scheaffer, publicó un

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valiente documento que recogía en una larga lista los nombres de más de trecientos nicaragüenses desaparecidos. El pronun­ciamiento terminaba haciendo una angustiosa pregunta: "¿Dónde están nuestros hermanos campesinos?"...

La Conferencia Episcopal de Nicaragua, al iniciarse el año 1978, como lo había hecho anteriormente, volvía a condenar enérgicamente al régimen somocista, presentándolo como una auténtica tiranía.

Los Obispos enumeraban una serie de actos que estaban socavando el orden público y comenzaban a convertirse en rutina. "No podían callar" para no hacerse cómplices de los atropellos que sufría el pueblo:

- Desaparición de campesinos. - Encarcelamientos sin causa. - Multas onerosas. - Torturas de toda índole. - Muertes violentas de personas inocentes. - Desaparición de prisioneros. - Mutilación de cadáveres. - Allanamiento de casas, hospitales, colegios y templos. - Cierre arbitrario de emisoras radiales. - Persecución y difamación de Obispos, Sacerdotes y

laicos comprometidos en la Evangelización...

Las cartas de la Conferencia Episcopal en esta época oscura de la vida nacional eran "como prender una luz en medio de un túnel", según expresión del poeta y escritor Pablo Antonio Cuadra. En ellas los Obispos, apoyándose en la Sagrada Escritura, y urgidos por la misión de la Iglesia de promover la justicia, asentaron las bases teóricas de su Magis­terio eclesial ante la realidad difícil que vivía el pueblo de Nicaragua.

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¿No hubo dificultad para que todos los Obispos firmaran un mismo texto en una situación tan conflictiva y compleja?

"El empeño de los Sres. Obispos fue siempre unánime: lograr el cambio, sin violencia. Procurar el retorno a la tran­quilidad y a la paz ciudadana, sin necesidad de recurrir a la confrontación armada. Siempre estuvimos preocupados por realizar la praxis de la misión constitutiva de la predicación del Evangelio: lo espiritual, como camino de superación hu­mana, con apertura a la trascendencia. Y lo temporal, como deber inmediato del hombre para alcanzar su propia realiza­ción aquí y ahora"

No faltan, sin embargo, quienes lanzan contra los Obispos la dura acusación que hace el autor del Apocalipsis contra la iglesia de Laodicea: "Conozco tus obras y no eres ni frío ni caliente, pero como eres tibio y no eres ni frío ni caliente he de vomitarte de mi boca" (Apoc.3,15)

Para algunos, los documentos de la Conferencia Episcopal Nicaragüense de esta época adoptan, como línea de fondo, la condenación de lo que pudiéramos llamar, de manera esque­mática, la "extrema derecha" y la "extrema izquierda", para abrirse camino por una posición intermedia: la "tercera vía".

Esto quedaría expresado en la típica condena de la violen­cia, "venga de donde venga" que hacen los Obispos en sus Cartas Pastorales.

Tal vez contribuyó a crear alguna confusión en la opinión pública la divulgación del texto de un telegrama enviado desde Costa Rica -donde se encontraban algunos miembros de la Jerarquía católica nicaragüense- a las autoridades del Gobier­no con motivo de una repentina enfermedad del General Anastasio Somoza: "Ante quebranto salud personal Sr. Presi­dente elevamos oraciones Altísimo por pronta recuperación.

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Atenta y cordialmente". El telegrama estaba firmado por tres Obispos, entre ellos Mons. Miguel Obando Bravo.

Pocos días más tarde, el Partido Liberal Nacionalista -el partido de Somoza- agradecía a los Sres. Obispos "sus oracio­nes por una salud tan preciosa para la República". Y la Juventud Liberal Somocista invitaba a misas de Te Deum en todos los templos por la salud del General Somoza. Desde el 31 de julio hasta el 14 de septiembre de 1978 se celebraron más de 230 misas por la mejoría de la "ligera insuficiencia coronaria" del Sr. Presidente.

A pesar de estas incoherencias, la postura de la Jerarquía de la Iglesia Católica, encabezada por Mons. Obando, siguió evidentemente una línea constante y progresiva de preocupa­ción creciente por la realidad del país, exhortando a la defensa de los derechos humanos de todos los nicaragüenses, incluida la obligación de orar por los Gobernantes.

Una lectura somera de los distintos documentos que vieron la luz pública con la firma de los Señores Obispos muestra, palpablemente, cómo la Conferencia Episcopal asumió la agudización de los conflictos sociales con claridad. Sus for­mulaciones fueron cobrando mayor concreción respecto de los problemas y circunstancias, a medida que aumentaba la repre­sión.

Cuando el congresista Edward Koch, en 1977, en un debate del Congreso de los Estados Unidos, definió al Episcopado de Nicaragua como "una de las Jerarquías más conservadoras de América Latina", obviamente, estaba equivocado. Porque los Obispos nicaragüenses tenían ya varios años de orientarse hacia el compromiso con la liberación integral del hombre.

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Su prédica, tanto hablada como escrita, ya no era a base de un lenguaje abstracto y desencarnado, sino de compromiso "en favor de los hombres y las mujeres sin voz".

Tal vez el Sr. Koch sólo conocía el pasado de algunos episodios de la Iglesia nicaragüense vinculados a las estructu­ras del Poder. Ignoraba, en cambio, que con la llegada de Mons. Miguel Obando Bravo a la Sede Arzobispal de Mana­gua habían cambiado notablemente las relaciones Iglesia-Es­tado.

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Asalto al Palacio Nacional

"La justicia se vende en Nicaragua, y las clases marginadas no tienen con qué comprarla", se atrevió a escribir Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, Director del diario La Prensa. A los pocos días era brutalmente asesinado.

Nicaragua, a partir de enero de 1978, después del asesinato de Pedro Joaquín Chamorro, entra en un período de anarquía: levantamientos populares en los barrios marginados de las principales ciudades y pueblos de la geografía nacional; toma de colegios y templos; paros en la empresa privada y estatal; huelgas estudiantiles, y pronunciamientos enérgicos de diver­sos grupos e instituciones ante la situación imperante.

La simpatía hacia el Frente Sandinista de Liberación Nacional que había despertado el asalto a la casa de Chema Castillo, crece en diversos sectores sociales. Principalmente la juventud nicaragüense comienza a mirar al F.S.L.N. como la vía más esperanzada para derrocar al somocismo; ya que el camino de las armas era, para muchos, la única opción válida.

La represión se recrudece día a día. Pero no logra contener el ímpetu en ascenso de los movimientos populares emergen­tes.

Los militares somocistas se tornan peligrosos para la juventud nicaragüense, como si el mero hecho de ser joven y simpatizar con las nuevas corrientes sociales fuera un delito en Nicaragua.

Los paramilitares, verdaderos soldados vestidos de civil, siembran el terror en muchos hogares que allanan por las noches con lujo de volencia por la mera sospecha de que se oculta algún revolucionario.

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Y el pueblo sigue siendo aplastado sin misericordia por un ejército entrenado para matar; con el beneplácito de una caterva de aduladores del tirano que lo proclaman "corregidor de los terremotos, los eclipses, los años bisiestos y otros errores de Dios..."

En agosto de 1978, un comando guerrillero asombra al mundo. Y el Frente Sandinista de Liberación Nacional se apunta la mejor victoria lograda hasta entonces con la audaz ocupación del Palacio Nacional.

Los miembros del Congreso de la República que sesiona­ban en el momento del asalto fueron tomados como rehenes por Edén Pastora, el legendario "Comandante Cero", que dirigía las operaciones.

Más de dos mil personas quedaron prisioneras dentro del Palacio, llenas de temor ante la incertidumbre de lo que pudiera acontecer en las próximas horas.

Nueva Mediación

Por suerte para los rehenes, el inesperado acontecimiento que mantuvo en zozobra durante tres días al pueblo nicara­güense y a la comunidad internacional tendría como desenlace un arreglo a través del diálogo.

Mons. Miguel Obando Bravo fue llamado nuevamente para mediar entre las partes en conflicto. La prudencia y el buen hacer del Arzobispo de Managua, condujeron las con­versaciones a un acuerdo entre las partes, antes de que una élite de la Guardia Nacional, especializada en asalto, entrara en acción a sangre y fuego para someter a los insurrectos.

Como aconteció en la toma de la casa de Chema Castillo, en la Navidad de 1974, todos los guerrilleros salieron ilesos.

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Y un numeroso grupo de camaradas que se encontraban en las mazmorras somocistas fueron liberados y viajaron a Cuba con los asaltantes del Palacio.

Somoza rugió como un león enfurecido y acusó a Obando de ser el principal instigador de la rebelión.

Cuando formulamos la pregunta a Su Eminencia sobre esta grave acusación de Som0za, el Cardenal nos aclara: "Somoza echaba la culpa de tCfdo lo que no le agradaba al comunismo internacional y a la Iglesia que -según él- apoyaba moralmente a los guerrilleros marxistas-lenínistas. Esto mis­mo aconteció durante el régimen sandinista. Los Comandan­tes de la Revolución afirmaban que la CÍA y el imperialismo norteamericano -y nosotros, los Obispos, por no condenarlos-éramos los causantes de todos los males que padecía nuestro sufrido pueblo".

La Mano Blanca

La Iglesia Católica, proféticamente, acompañaba adolori­da al Cristo-pueblo masacrado sin piedad por la violencia desatada.

El Apóstol Pablo había expresado en términos bíblicos la agonía lenta que ahora vivía el pueblo nicaragüense, al escri­bir: "Llevamos en nuestros cuerpos, por todas partes, el morir de Cristo...Nos vienen pruábas de toda clase, pero no nos desanimamos; andamos con graves preocupaciones, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aplastados" (II Cor.4,8-10).

La Iglesia vive consciente de que es un momento de persecución y prueba. Pero se siente alentada por las palabras del Maestro: "Si el mundo los aborrece, sepan que me aborre-

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ció a Mí primero... No es el siervo mayor que su Señor... Si me persiguieron a Mí, también a Ustedes los persegui­rán"^ . 15,18-20).

Esta postura valiente de la Iglesia evoca la gesta heroica de Fray Antonio de Valdivieso, tercer Obispo de Nicaragua y el más significativo del siglo XVI. Valdivieso fue un vivo ejemplo sostenido de predicación en pro de los derechos y de la libertad de los indígenas, a la vez que fustigador de los desmanes de los conquistadores, hasta el sacrificio de su vida, a manos del Gobernador de turno.

La Conferencia Episcopal no duda en tomar partido por los pobres y oprimidos. Denunciando con claridad y sin ambages la violencia institucionalizada, promueve el desarro­llo de la justicia y anima en la fe y la esperanza cristiana a los fieles.

Al no dejarse instrumentalizar por la estructura gobernan­te, su actitud provoca una maquiavélica respuesta por parte de los sectores oficialistas más recalcitrantes.

Surgió, de improviso, una campaña virulenta de ataques y amenazas de muerte contra el Arzobispo Obando y clérigos que se identificaban con él.

Efectivamente, el Dr. Roberto Cranshaw, en su carácter de dirigente de la llamada Liga Nacional Anti-Comunista de Nicaragua, leyó en una conferencia de prensa el texto de un documento insólito: "Convencidos de que los verdaderos propósitos del cristianismo han sido desvirtuados por algunos de sus Pastores dentro de la Iglesia Católica, acusamos y culpamos a todos los curas de "sotana roja" que mandan, directa o indirectamente, a los jóvenes al enfrentamiento de una lucha armada, brindando de esta forma servicio a Fidel Castro y a sus guerrilleros; siendo responsables de su muerte los miembros del Clero Nacional y, en especial, el Arzobispo

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de Managua, Miguel Obando Bravo, quien oficialmente res­palda la revolución comunista con sus pastorales encendidas. Sujetos de esa calaña deben ser juzgados por un tribunal del pueblo, el cual deberá analizar el verdadero contenido de las palabras de Obando Bravo quien, inconsecuentemente, ha olvidado el cristiano principio de "amaos los unos a los otros".

"Acusamos públicamente -prosigue el documento- a Mons. Miguel Obando de atentar contra la Constitución Polí­tica del Estado, y de atentar, además, contra el orden estable­cido".

En el curso de su exposición, el Dr. Cranshaw expresó que, debido a las actividades subversivas y a los elementos que la apoyaban, "anunciaba la creación, en Nicaragua, de una orga­nización denominada "mano blanca", señalando, finalmente, que la llamada "mano blanca" ya tenía una lista de elementos progresistas que liquidaría: intelectuales y políticos opositores al régimen imperante, sin excluir el clero.

El citado documento concluía formulando una serie de preguntas insensatas al Sr. Arzobispo de Managua.

Luz verde a la insurrección armada

Las Cartas Pastorales de la Conferencia Episcopal de Nicaragua ejercieron un notable influjo en la formación de una nueva conciencia cristiana, de compromiso con la dura reali­dad que vivía el pueblo.

La Jerarquía Católica se hizo eco "del inmenso clamor de todo un pueblo que pide condiciones más humanas de vida..., anhelando un cambio de estructuras que beneficie los intereses populares, especialmente de los más pobres que son los pre­dilectos de Jesús".

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Los Obispos reclaman, sin ambigüedades, "un nuevo or­den socio-político que haga posible condiciones más humanas para la mayoría de nuestro pueblo, en la esfera de la alimen­tación, de la salud, de la educación, de la vivienda, del trabajo..."

En otras palabras, al anunciar la Buena Nueva, los Obispos se identificaban con las clases sociales "que viven en la miseria y sufren la explotación", animando al pueblo en la lucha por la reivindicación de sus derechos.

En medio de un verdadero caos nacional, en agosto de 1978, Mons. Obando Bravo, arropado por su Consejo Presbi-terial, pidió valientemente, de manera pública en un memora­ble documento, la renuncia de Somoza: "El Gobernante podría, como una opción dentro de esa política de mutuas concesiones, promover con su retiro la formación de un Gobierno nacional que, al obtener el respaldo de la mayoría, impediría a Nicaragua caer en el vacío de poder y anarquía que es siempre una amenaza en los procesos de cambio", expresaba el citado documento.

El dos de junio de 1979 la Conferencia Episcopal de Nicaragua divulgó un sorpresivo Mensaje que daba luz verde a la insurrección armada.

El Mensaje fue escrito en vísperas de la guerra que se desató intensamente en Nicaragua en los días sucesivos, cuan­do la situación del País había llegado a un grado de descom­posición total.

Los Obispos hicieron propias las palabras del Papa Pablo VI: "No podemos ser solidarios con sistemas y estructuras que encubren y favorecen graves y opresoras desigualdades entre las clases y los ciudadanos".

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Y legitimaron la insurrección expresando: "A todos nos duelen y afectan los extremos de las insurrecciones revolucio­narias, pero no puede negarse su legitimación moral y jurídica "en el caso de tiranía, evidente y prolongada, que atente gravemente a los derechos fundamentales de la persona y damnifique al bien común del país".

Esta posición progresista de los Obispos nicaragüenses fue interpretada en los círculos eclesiales como un hito en cuanto a la posibilidad de la lucha armada para derrocar a un gobierno establecido. Otros calificaron el documento como producto de la efervescencia revolucionaria que se vivía en Nicaragua en aquellos días, a la que no pudo sustraerse la Jerarquía de la Iglesia Católica.

El Mensaje de la Conferencia Episcopal estimuló, sin duda, la participación del pueblo creyente en la lucha insurrec­cional.

Muchos cristianos que habían experimentado la fe primor-dialmente como una tradición cultural, una piedad individual, un consuelo para el sufrimiento, o como un pilar que sostenía el orden establecido, comienzan a abrir los ojos y mirar a la Iglesia desde otra perspectiva. Desde el despojo y la pobreza, desde el sufrimiento y la opresión, perciben esta nueva actitud de la Iglesia y sus Pastores, liderados por Mons. Obando, como una "Buena Noticia" de salvación, también para esta vida.

El enfrentamiento de los sectores populares con la guardia somocista va creciendo progresivamente día a día. Y sienten el impulso de lanzarse a una lucha armada que permita al pueblo oprimido levantarse del estado de postración en que se encuentra.

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¡Que se vaya Somoza!

Las masas se organizan alentadas y orientadas por el Movimiento Pueblo-Unido (MPU) y otras agrupaciones po­pulares de vanguardia. Trabajadores, políticos, intelectuales, periodistas, maestros, estudiantes, amas de casa..., todos uni­dos en una gigantesca protesta nacional contra el tirano. El grito es unánime: "¡Que se vaya Somoza!".

Pero el tirano no estaba dispuesto a marcharse así no más. Su terco carácter lo había hecho impasible ante el dolor de todo un pueblo. Repite, una y otra vez, estar dispuesto a sembrar de cadáveres y escombros Nicaragua entera antes de marcharse.

Y cumpliría, cobardemente, tan cruel profecía. Somoza se sentía seguro con un ejército que le servía

incondicionalmente, equipado con un moderno instrumental para la guerra. Tal vez conocía la sentencia de Mussolini: "Todo se puede con el ejército, y todo se puede sin el ejército; pero nada se puede contra el ejército". Sin embargo, ignoraba lo que antes que Mussolini había escrito Víctor Hugo: "Nin­gún ejército puede vencer una idea cuando le llega su hora".

Y la hora de esa idea estaba sonando en el reloj de la historia de Nicaragua.

¡La insurrección popular estaba comenzando en todo el suelo patrio!.

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¡Revolución!

La tarde estaba oscura en Managua el domingo, diez de junio de 1979. Una ligera llovizna caía sobre la Ciudad.

Grupos de ciudadanos de toda edad y condición, siguiendo las consignas de comandos del Frente Sandinista de Libera­ción Nacional, se tomaron los más populosos barrios periféri­cos de la Capital, procediendo a levantar barricadas con toda clase de materiales a su alcance; principalmente con adoqui­nes.

Si algo simboliza con verdadera propiedad la insurrección popular nicaragüense, en toda su magnitud participativa, es el adoquín: ese bloque compacto de arena y cemento, tan común en Nicaragua, con el que Somoza mandó a adoquinar calles y avenidas, en uno de los tantos negocios que le favorecían a él especialmente.

El adoquín fue el arma popular por excelencia; el material con el que los moradores de los barrios orientales de Managua construyeron las barricadas; la trinchera improvisada en la que los combatientes mantuvieron la firme voluntad de erradicar la dictadura.

Solamente en la pista de Circunvalación -desde la carretera Norte hasta el puente El Edén- se removieron más de un millón de adoquines.

Jamás se imaginó Somoza que al adoquinar Managua estaba cavando su propia tumba.

La actividad en las calles era febril: mientras unos levan­taban barricadas, otros hacían zanjas para impedir la penetra­ción y el avance de las tanquetas del ejército somocista. Las paredes amanecieron llenas de consignas. Cada joven era un guerrillero. Cada nicaragüense, un combatiente. Cada casa, un cuartel miliciano.

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La escasez de armas era muy notoria. Se apreciaban combatientes con palos y machetes, con pistolas -algunas de juguete, escopetas y rifles de corto alcance conseguidos en el propio vecindario. En los lugares estratégicos se observaba alguna ametralladora.

Los milicianos se mantuvieron firmes en sus posiciones; dispuestos, en todo momento, a repeler los embates de las "bestias", como calificaba el pueblo a los soldados del tirano. Somoza, en una actitud genocida, no vaciló en lanzar a la aviación contra la indefensa población civil. Durante muchos días el ataque aéreo a la Capital y otras ciudades departamen­tales se convirtió en una horrible pesadilla para el pueblo que aguantó las bombas cobijándose en improvisados refugios antiaéreos.

Muchos abandonaron sus viviendas aterrorizados por el bombardeo. Otros se quedaron alentando a los "muchachos", como llamaba la gente a los guerrilleros.

Los refugios de la Cruz Roja y las iglesias fueron también objetivos de la aviación somocista. Cinco niños y tres ancia-nitas murieron dentro del templo "Santa Faz", ubicado en el barrio Blandón, a causa de un "rocket" lanzado sobre el sagrado recinto repleto de refugiados. El saldo de heridos fue de casi un centenar.

Las sombras de la noche caían sobre Managua como un negro manto de impunidad. Entonces la población se sentía más atemorizada. (Las sombras sirven como camuflaje a lo desconocido, haciendo que la gente se sienta más vulnerable al peligro).

En medio de la más completa oscuridad los cigarrillos encendidos de los guerrilleros en las trincheras parecían lu­ciérnagas que, al igual que los pensamientos y alucinaciones fantasmales que produce la guerra, permanecían estáticas, sin poder volar.

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El tiempo transcurría muy lentamente. La tensión e incer-tidumbre que se vivía en aquellos días no permitían conciliar el sueño siquiera unas pocas horas, a pesar del cansancio acumulado.

Los jóvenes de los barrios insurrectos recorrían las calles eufóricos, gritando consignas, desafiando a la muerte. Habían traspasado las fronteras del miedo. Se encontraban anímica­mente donde ya nada duele.

De Somoza puede asegurarse que, para ganar, no escatimó nada, utilizando con frecuencia procedimientos despreciables.

Y mientras los barrios orientales de Managua y de otras ciudades eran incendiados y destruidos a "roquetazos", el Sr. Ministro de Salud se empecinaba en convencer a los sufridos ciudadanos, por medio de la Radiodifusora Nacional, de que era indispensable enterrar la basura y eliminar los criaderos de moscas para no contraer enfermedades...

¡Los pueblos son invencibles!

La lucha se recrudecía en todos los frentes de guerra a lo largo y ancho de la geografía nacional.

El empuje popular, vanguardizado por el Frente Sandinis-ta de Liberación Nacional, unido a las presiones internaciona­les, amenazaba con reducir a cenizas el bunker de Somoza, con todo lo que esto significaba: la erradicación de una dictadura de cuatro décadas.

Y en medio del fragor de la contienda que estaba entrando en su etapa mas crítica y decisiva, la emisora del Estado divulgaba, asiduamente, una cancioncita banal y desangelada que decía: "Yo quiero que haya paz... que termine la violen­cia..."

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Pero la paz que defendió el somocismo fue una paz impuesta por la represión y el terror. Fue, en los últimos años, la paz de los sepulcros. Fue la antítesis de la verdadera paz que se asienta en la verdad, la libertad, la justicia y el "respeto al derecho ajeno".

Volvieron a tener vehemente actualidad las palabras de la Biblia: "Hubo sangre en todo el país de Egipto... Pero, el Faraón se puso más obstinado todavía..."

Llovían bombas sobre las ciudades de Nicaragua. Eran cada vez más potentes y destructoras. El monstruo genocida seguía dando dentelladas con sus múltiples bocas de frío metal. Y la sangre se derramaba por sus fauces de muerte.

Ante el horror y la barbarie producida por los bombardeos, aumentaba la deserción en el ejército somocista.

El pueblo estaba plenamente convencido de que se trataba de una guerra justa. Y se fortalecía cada día su resolución de ir hasta el final. Sabía que la lucha que estaba librando no era una guerra civil; porque el ejército no tenía pueblo que lo apoyara. Y en la lucha de un pueblo contra un ejército, nunca se conoce que haya desaparecido el pueblo.

Somoza hacía alarde de estar dispuesto a morir en la pelea..., mientras preparaba en secreto el equipaje para huir. Era ya como un cadáver: hedía y nadie lo soportaba.

Los soldados del tirano, otrora tan temidos, comenzaron a desbandarse buscando cómo esconderse o salir huyendo para no ser aniquilados por la furia popular incontrolada.

Una vez más se confirmaba: ¡Los pueblos son invencibles cuando luchan por alcanzar la libertad!.

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Aunque la Patria es pequeña...

El 19 de julio de 1979, día en que finalizó la insurrección popular, se recordará en la historia de Nicaragua como una gesta heroica del pueblo de Sandino.

Las columnas guerrilleras entraban victoriosas en Mana­gua. Los combatientes eran vitoreados por la ciudadanía que los alentó y acompañó en la lucha a muerte contra la dictadura somocista.

En la plaza de la República -llamada a partir de esa fecha, plaza de la Revolución- se congregó el veinte de julio la mayor manifestación de personas llevada a cabo, hasta entonces, en Nicaragua. Venían desde los cuatro puntos cardinales del país: era el pueblo que se congregaba espontáneamente, urgido por la euforia de la victoria, para celebrar el final de la guerra. Ni con el "guaro", ni con los nacatamales, ni con las presiones de todo tipo, jamás pudo conseguir el somocismo una concentra­ción popular tan multitudinaria.

Una Junta de Reconstrucción Nacional, integrada por cinco destacados ciudadanos: el comandante Daniel Ortega, el escritor Sergio Ramírez, el doctor Moisés Hassan, la Sra. Violeta Barrios de Chamorro y el ingeniero Alfonso Róbelo, quedó formalmente reconocida por aclamación popular.

En todos los sectores se palpaba el júbilo por la liberación que tantos sacrificios había costado. El precio de la victoria fue ciertamente grande: la sangre de miles de nicaragüenses.

A las plazas y mercados, colegios y hospitales, barrios y calles..., se les llamó con los nombres de los caídos en la lucha, para tenerlos presentes.

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Nicaragua estaba comenzando una nueva etapa en la marcha de su historia, mirando hacia el futuro entre la espe­ranza y la incertidumbre.

El camino no estaba trazado todavía. Era preciso construir­lo paso a paso, "golpe a golpe".

" ¡ Que se vaya Somoza!", fue el ansia del pueblo hacía tan solo unos días. Ahora, también era unánime el deseo popular: trabajar unidos reconstruyendo Nicaragua.

Rubén Darío inspiraba este anhelo de todos los nicara­güenses al dejar escrito: "¡Aunque la Patria es pequeña, uno grande la sueña!".

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Viaje polémico

Por un momento hemos perdido de vista al protagonista de estas páginas. ¿Qué hacía Mons. Obando Bravo mientras sucedían todos estos acontecimientos tan trascendentales en la historia de Nicaragua?.

Dejemos que él mismo nos lo cuente: "A mediados de Julio de 1979, cuando la guerra estaba

entrando en su fase más crítica, recibí una invitación de la Conferencia Episcopal de Venezuela y del Sr. Nuncio Apos­tólico para ir a aquel país. Era el 15 de Julio por la tarde cuando, después de una larga espera en el aeropuerto, partimos hacia Venezuela en compañía de algunos políticos nicaragüenses. Recuerdo que uno de ellos me comentó durante el viaje: "Para que el socialismo pueda triunfar en Nicaragua es necesario que haya producción, pues si no hay producción tendremos que repartir miseria".

Habiendo vivido los nicaragüenses con tantas penurias estos últimos años, podemos afirmar que tenía mucha razón el avezado político. Por desgracia, la miseria es una de las pocas cosas que ha crecido en Nicaragua en las últimas décadas.

"Arribamos a Caracas -prosigue Su Eminencia- en la mañana del 16 de Julio. No encontraba una respuesta al "por qué" de aquella invitación, tan repentina como sorprendente, por parte de los Obispos venezolanos. Me esperaban en el aeropuerto Mons. Roa Pérez, Presidente de la Conferencia Episcopal y Su Eminencia, el Cardenal Alí Lebrún, Arzobispo de Caracas".

Estas mismas dudas sobre el motivo real del viaje a Venezuela de Mons. Obando las comparten muchos nicara­güenses.

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Políticos de reconocida trayectoria sostienen que el Go­bierno de Venezuela estaba cabildeando en esos días, ante la inminente caída de Somoza, para evitar que el poder en Nicaragua pasara a manos de los sandinistas.

Por esa razón -afirman- fueron invitados algunos miem­bros del Frente Amplio Opositor (FAO)) a sostener una reu­nión en Caracas. Y el propio Presidente de Venezuela, Luis Herrera Campins -quien nunca simpatizó con el Frente San-dinista- propuso que Mons. Miguel Obando los acompañara en el viaje. En dicha reunión se discutiría la manera de lograr que Nicaragua fuera virtualmente intervenida por una Fuerza Interamericana de Paz, con el fin de impedir el acceso al poder del Frente Sandinista de Liberación Nacional.

Sin embargo, este objetivo fracasó al precipitarse el de­rrumbe de Somoza y el consecuente desmoronamiento de la Guardia Nacional.

¿Un somocismo sin Somoza?

Según el Comandante Daniel Ortega, "la Iglesia deseaba un recambio de nombres y familias en el poder; pero jamás un gobierno revolucionario de izquierda. Al no conseguirlo, con­firmando su propia historia, la Iglesia volvería a casarse más tarde con la burguesía, y con ella suscribiría un acuerdo tácito para luchar contra el Gobierno sandinista..."

"La Iglesia no se casó con nadie", afirma categóricamente el Cardenal Obando refiriéndose a este asunto. Aunque, evi­dentemente, su deseo era que el Frente Amplio Opositor asumiera el Gobierno de Nicaragua a la caída de Somoza.

Y continúa su relato diciendo: "Cuando nos disponíamos a cenar, junto con algunas

autoridades eclesiásticas, se me comunicó que el Sr. Presiden-

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te, Luis Herrera Campins, deseaba hablar urgentemente con­migo y con el resto de los miembros de la delegación. El Dr. Herrera Campins nos informó que el General Somoza iba a abandonar el Gobierno ese mismo día, 16 de Julio. Después de reiterar sus mejores deseos de paz para nuestro pueblo, nos ofreció un avión para dirigirnos a Costa Rica, donde se encontraba la futura Junta de Gobierno de Nicaragua y altos personeros del Frente Sandinista. La mencionada Junta de Gobierno, sin que yo hubiera sido informado previamente, había llegado a un acuerdo con Washington y con el Dr. Francisco Urcuyo Maliaños, quien sería Presidente de Nica­ragua por un breve espacio de tiempo tras la salida del país de Anastasio Somoza. El plan contemplaba mi traslado inmedia­to a Managua, donde el Dr. Urcuyo Maliaños -Presidente en funciones- a mi llegada, me entregaría el Gobierno, una vez derogada la Constitución. Yo, a mi vez, pasaría el Poder a la futura Junta de Gobierno".

¿Quiere esto decir, Eminencia, que Usted asumiría la Presidencia de Nicaragua, aunque solo fuera brevemente?

"Así lo contemplaba el plan, efectivamente... En aparien­cia, el planteamiento de la situación no podía ser más simple y lógico para quienes lo habían diseñado. Pero, no contaban con que algunos de los protagonistas de esta historia buscarían sus propios intereses por uno u otro motivo. Ni el Sr. Urcuyo quiso ceder el poder, tal y como al parecer ya se había comprometido con Washington, ni yo acepté entrar a Mana­gua vía aérea desde Costa Rica, acompañado de cien milicia­nos armados tal como se me exigía. Observando con ponderación todas las circunstancias, pensé que esa no era mi misión como Pastor..." "Decidí pernoctar en San José, para salir al día siguiente hacia Managua con la única intención de ayudar a conseguir la paz

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para mi pueblo. Durante esa noche pudimos escuchar en las emisoras locales el discurso de renuncia al Gobierno, pronun­ciado por el General Anastasio Somoza Debayle".

El Laberinto...

"En la madrugada del día 17 -prosigue Su Eminencia-comenzaron las sorpresas. Me informé por la radio, con gran asombro, que el Dr. Urcuyo Maliaños -en esos momentos Presidente en funciones de Nicaragua- en lugar de disolver la Constitución para entregar el mando a la Junta de Gobierno, había decidido continuar en el Poder mientras durara el perío­do constitucional que le correspondía a Somoza hasta 1981. En un primer momento, me quedé lleno de perplejidad, pen­sando que no era posible lo que acababa de oír. Decidí telefonear inmediatamente tanto al Sr. Presidente de Costa Rica, como al Embajador del Presidente Cárter para Centroa-mérica, Dr. William Bowler quien, a su vez, ejercía como encargado de las negociaciones directas con el Frente Sandi­nista, con la Junta de Gobierno y con los Cancilleres del Pacto Andino".

"El Sr. Embajador me respondió: - Monseñor, eso no puede ser cierto. Nosotros ya hemos pactado con el Dr. Urcuyo su renuncia y la derogación de la Constitución. Posiblemente, lo que Usted ha oído no sea más que alguna broma, o una noticia dada por algún medio de comunicación mal informado.

"Sin embargo, casi al medio día aceptaba resignado: - Monseñor, Usted tenía razón. Parece ser que el Dr. Urcuyo Maliaños, incumpliendo todos los acuerdos, ha decidido por propia iniciativa permanecer en el Poder...

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"Ante el rumbo que tomaban los acontecimientos -conclu­ye Su Eminencia- creció nuestro deseo de trasladarnos, cuanto antes, a Managua. El Dr. Rodrigo Carazo Odio, Presidente de Costa Rica, muy gentilmente, puso a nuestra disposición el avión presidencial".

El 17 de Julio de 1979, precisamente el día en que Somoza abandonó Nicaragua para no volver a pisar jamás la tierra pinolera, es un día decisivo que marcó el rumbo de los acontecimientos posteriores. Usted lo pasó en San José de Costa Rica. Díganos, Eminencia, ¿qué más ocurrió aquel 17 de julio?

"Todo el día fue un intento vano por trasladarme a Nica­ragua. La torre de control repetía incesantemente que el Pre­sidente Urcuyo no daba autorización para aterrizar en Managua. Se me comunicó, más bien, que debía quedarme fuera de mi país para siempre. La obstinada decisión del Dr. Urcuyo de permanecer en el Poder tornaba, por momentos, la situación sumamente confusa y peligrosa". "Por otra parte, el Dr. Carazo Odio presionaba para que la Junta de Gobierno saliera ese mismo día de Costa Rica; pues, de lo contrario, tendrían que olvidarse de asumir el Gobierno de Nicaragua. Además, su permanencia en territorio costarri­cense le comprometía internacionalmente". "Por fin, al atardecer del 18 de Julio, regresé a Managua. No había civiles en la pista de aterrizaje. Sólo se veían soldados de la Guardia Nacional en traje de combate, mostrando en sus rostros demacrados el cansancio producido por la guerra". "Al descender del avión yo ignoraba las verdaderas intencio­nes de los jefes de la Guardia Nacional. Me tranquilicé un poco cuando uno de los oficiales me dijo que había recibido órdenes de que fuera trasladado inmediatamente al bunker, para con­versar con el Estado Mayor. El helicóptero donde deberíamos

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viajar era enorme y sin puertas. La luz era muy escasa adentro, y el piso del aparato se encontraba lleno de tierra. La Guardia Nacional había estado huyendo durante todo el día en los aviones que llegaban intermitentemente al Aeropuerto trayen­do ayuda internacional. Los pilotos eran obligados a abando­nar las naves, para ser ocupados sus puestos por desertores de la Fuerza Aérea. Familiares y soldados luchaban por conseguir un lugar a bordo, y así poder alejarse de aquel caos que crecía por momentos". "Tal vez por esta razón, los soldados que se encontraban haciendo guardia en la pista, al ver despegar el helicóptero, lanzaron varias ráfagas de ametralladora contra nosotros. La nave se vino abajo desde una altura de casi dos metros. El piloto saltó en un intento de salvar su "vida. Yo pensé que podría fracturarme si también lo hacía. Y, como por instinto, me agazapé, encomendándome a Dios y a la Santísima Vir­gen". "Un Capitán, megáfono en mano, aclaró a gritos la situación: "Nadie dispare. Nadie se está escapando. Es Mons. Obando que ha sido llamado por el Estado Mayor"... Y partimos de inmediato. Al aterrizar en la base militar, más de trescientos guardias bien armados se lanzaron corriendo hacia el helicóp­tero. Nuevamente creí que este era mi último momento de vida. Por fortuna no fue así. Los soldados se alegraron al verme y yo me sentí enormemente aliviado".

La Guardia Nacional se desmorona

"Al llegar al bunker -prosigue el relato Su Eminencia- me presentaron al nuevo Jefe del Estado Mayor, General Federico Mejía, quien se sentó presidiendo la mesa. Observé que la situación allí era de total desconcierto e incertidumbre. Nadie

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de los presentes sabía, a ciencia cierta, qué era lo que estaba sucediendo. De pronto, el General Mejía, con un gesto que evidenciaba su gran nerviosismo, me ofreció la cabecera de la mesa: -Perdóneme Monseñor. A Usted le corresponde presidir; pues Usted es quien va a tomar el Poder.

"Yo le dije inmediatamente: No me compete a mí, como miembro de la Jerarquía Eclesiástica, la toma del Poder. Es a los laicos a quienes corresponde ordenar los asuntos tempora­les, como es el Poder de la Nación''.

A decir verdad, la tesis de que Mons. Obando Bravo iba a asumir por algunos momentos la Presidencia de la Repúbli­ca, para entregarla luego a la Junta de Gobierno, había queda­do ya irremisiblemente obsoleta ante la ofensiva victoriosa del Frente Sandinista de Liberación Nacional, dispuesto a no pactar ni con el diablo, y con la huida del país del Presidente Urcuyo, sin delegar el poder a nadie.

La actitud de los Comandantes Sandinistas de no negociar pacto alguno desvirtúa, incluso, la acción mediadora de Mons. Obando entre la Guardia Nacional y el Frente Sandinista.

A estas alturas de los acontecimientos, en el bunker ya no era posible tomar ninguna decisión que repercutiera significa­tivamente en el destino de Nicaragua. Máxime, cuando el Capitán, Fulgencio Largaespada, se autonombró Jefe de la Guardia Nacional y decretó su rendición.

En una entrevista que Tomás Borge -único superviviente de los fundadores del F.S.L.N.- concedió al Nuevo Diario dice textualmente: "Cuando se produce la insurrección final, Oban­do se va para Venezuela a auspiciar la salida de Somoza; pero a cambio de que nosotros no accediéramos al poder, para mantener intacta la Guardia somocista. Uno de los puntos por los cuales luchó Obando fue por mantener intacta la Guardia Nacional".

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"¿Sabe Usted manejar armas?"

Entre tanto, en la calle se vivían escenas muy crueles a veces. El instinto popular detectaba el desmoronamiento de las fuerzas armadas somocistas y se daba a la tarea de buscar a los "sapos" y "orejas" (delatores al servicio de la tiranía). En juicios sumarísimos algunos eran condenados y ajusticiados en cada vecindario por la furia incontenible del pueblo insu­rrecto.

"Los oficiales del Estado Mayor de la Guardia Nacional -continúa relatando Su Eminencia- se habían retirado a deli­berar. Al concluir, uno de ellos me preguntó: - Señor Arzobispo, ¿sabe Usted manejar armas?

"Yo le respondí con una broma: La única arma que yo he manejado en mi vida es un rifle 22 para cazar patos en el lago de Managua, cuando era joven. Quién sabe si ahora me acuerde tan siquiera de la forma que tienen".

"El oficial me contestó: - Vea, Monseñor. Vamos a tomar en estos momentos medidas muy enérgicas. Medidas de militares, y nos gustaría que Usted se ponga a salvo. Le aconsejamos, si no puede ir a su casa, se traslade cuanto antes al Intercontinental.

"Así lo hice. El lujoso hotel estaba completamente vacío. Ofrecía un aspecto lúgubre y fantasmal. Las habitaciones se encontraban completamente desarregladas, como si sus ocu­pantes hubieran huido en desbandada, dejándolo todo en el más completo desorden. Un periodista que me encontró en el pasillo me preguntó: - Monseñor, ¿no tiene miedo a que lo vayan a matar, aquí mismo, en el hotel? "A lo que yo le respondí: Amigo, nosotros siempre estamos en las manos del Señor, dispuestos a rendirle cuenta de nuestra vida en cualquier momento... Un oficial, traicionado por sus

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compañeros de armas, me informó que el Estado Mayor había huido. Me rogó que llegara al Hospital Militar para que los soldados heridos no fueran aniquilados por la furia popular, al entrar las turbas que ya nadie controlaba. Me trasladé al instante. Eran las siete de la mañana del 19 de Julio. A la entrada del Hospital Militar observé un cuadro dantesco: soldados de la Guardia Nacional iban arrojando sus pertrechos de guerra y ropas militares a una gran hoguera que habían prendido con un barril de keroseno. En aquel irregular desfile no había victoria, ni sonar de clarines, ni orgullo de bravos guerreros, como en la poesía de nuestro inmortal Rubén Darío. Sus rostros sólo hablaban de miedo y vergüenza, de derrota y exilio. De sus estandartes y vistosos uniformes ya no quedaba mas que una voluminosa columna de humo negro producida por la fogata donde se retorcían, calcinados, cascos, uniformes y correajes, produciendo un desagradable olor que hacía más tétrica la escena. Los soldados del dictador se habían quedado solos, sin saber por qué, ni por quién luchar. Y, por desgracia para ellos, ¡era lo único que habían aprendido en su vida!". "Yo pensaba con tristeza en la situación de aquellos pobres soldados. Les habían enseñado a odiarme, y habían jurado matarme. Ahora, en cambio, me miraban con ojos de súplica. Pero, a la vez, me sentía esperanzado al pensar en un futuro promisorio para Nicaragua".

"En los alrededores del Hospital resonaban los disparos de pistolas y fusiles y esporádicas explosiones de granadas. Los gritos de los guerrilleros se oían ya muy cerca. Arriesgando nuevamente mi vida salí a los portones del Hospital. Al reconocerme los muchachos armados, cesaron de disparar. Yo les gritaba que era necesario guardar la calma. Ellos, tal vez embriagados por el sabor de la victoria, me contestaron que estaban dispuestos a entrar y acabar con todos los guardias.

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Les expliqué que había un compromiso de respetar las Iglesias, la Cruz Roja y los Hospitales".

"Uno de ellos me contestó: - Esto es un hospital militar, y esos compromisos no tienen ninguna validez aquí...

"Pude convencerles, sin embargo, de que esperaran las órdenes de algún comandante guerrillero o alguna autoridad del Frente Sandinista. Logré comunicarme con el comandante Tomás Borge quien, finalmente, se hizo cargo de la situación".

Satisfacción por el deber cumplido

"Me retiré, entonces, en un vehículo que me ofrecieron. Todavía permanecen en mi recuerdo vivos los rostros de júbilo del pueblo armado que me saludaba eufórico al abandonar el Hospital Militar". "Rumbo a mi casa sentía una gran paz interior que me producía el convencimiento de haber cumplido, de la mejor manera que me fue posible, un servicio a mi pueblo".

Eminencia, ¿mereció la pena haber arriesgado la vida? "Yo tenía la esperanza de que se lograría un buen proceso

que beneficiaría a las grandes mayorías; que habría gran respeto por los derechos humanos; que el pueblo tendría más viviendas y mejores condiciones de vida. Yo soñaba acerca de todo eso... Pero la realidad, muchas veces, no coincide con los sueños".

Algunos han querido empañar la actuación de Mons. Obando por haber participado -según ellos- en el intento de excluir al Frente Sandinista del Gobierno Nacional a la caída del dictador, propiciando un "somocismo sin Somoza".

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Fue muy significativo que el 20 de julio de 1979, durante la toma de posesión del Gobierno de Reconstrucción Nacio­nal, apareciera Mons. Manuel Salazar, Obispo de León, salu­dando a la multitud en nombre de la Iglesia Católica, a la par de los integrantes de la Dirección Nacional del Frente Sandi-nista y de los miembros de la Junta de Gobierno.

Sin embargo, nadie puede dudar de que a Mons. Obando Bravo le tocó vivir horas excepcionalmente decisivas para la historia de Nicaragua durante la lucha antisomocista, teniendo en él un testigo y un protagonista de excepción, como lo demuestra su propio testimonio en Agonía en el Bunker.

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Nicaragua en el corazón del mundo

A partir del 19 de julio de 1979, decenas de pueblos, millones de hombres, comenzaron a mirar con simpatía y admiración a Nicaragua. Y en esa mirada expectante -casi suplicante- esperaban que los nicaragüenses tuvieran coraje para dar una repuesta positiva al reto desafiante que planteaba la historia, y fueran capaces de crear una sociedad nueva en la que se promoviera la justicia, sin destruir ni ahogar la libertad.

El solar de Monimbó, Caballito Chontaleño, Flor de mi colina... y otros sones clásicos del folklore nacional se escu­chaban y bailaban, al ponerse el sol, hasta en los lugares más recónditos de la geografía nacional.

En las calles de los pueblos y ciudades se respiraba un aire de sosiego, después de los azarosos días de la guerra. Y se observaba, por doquier, un ambiente de júbilo y de victoria. Era la alegría de un pueblo que había logrado realizar su sueño: ¡acabar con la dictadura somocista!.

La solidaridad internacional se volcó hacia Nicaragua, sin encontrar fronteras. De todas partes venía la ayuda tan nece­saria para un pueblo que en los últimos años había soportado, además de la guerra, un terremoto devastador.

Con la victoria popular se produjo un colapso en casi todas las estructuras sociales existentes en Nicaragua.

A partir del 19 de julio, Nicaragua comenzó a vivir un proceso histórico con posibilidades inéditas:

- Pan y trabajo para todos. - Erradicar el analfabetismo. - Tierras para los campesinos. - Un solar donde cada familia pudiera edificar su vivienda. - Salud para todo el pueblo. - Garantizar la paz y la soberanía nacional...

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Estos eran los principales objetivos de la Revolución, y a ellos habría que dedicar los escasos recursos que sobrevivie­ron a la barbarie del tirano y su comparsa. Allá donde se incendiaron ranchos y se destruyeron aldeas, la Revolución se proponía construir escuelas, hospitales, cooperativas...

La Conferencia Episcopal se pronuncia

En medio de este ambiente festivo, cayó como un jarro de agua helada el primer mensaje que la Conferencia Episcopal dirigió "al pueblo católico y a todos los nicaragüenses", pocos días después del 19 de Julio.

El documento comenzaba constatando una realidad inob­jetable: "Una nueva era se ha iniciado en nuestra historia. Estamos en el deber ineludible de hacerla en hermandad, y para reafirmarnos como pueblo, caracterizado por su espíritu de fe y de libertad". "La grandeza del hombre -continúan diciendo los Sres. Obis­pos- no proviene de ningún sistema o teoría exterior. Proviene del hecho y de la conciencia íntima de haber sido creado como imagen viva de Dios. Las estructuras sociales tienen por fin promover y garantizar esa grandeza interior. Como Pastores, hemos venido orientando, en base a los principios y normas del Evangelio, la necesidad de imprimir cambios substanciales en nuestras estructuras socio-políticas".

El lenguaje se tornaba incomprensible para muchos nica­ragüenses -en aquellas circunstancias- cuando afirmaban los Obispos: "No sería justo ni sensato que, después de tanta sangre derramada y tantos sacrificios impuestos a nuestro pueblo, se olvide de nuevo el sentido primario de la vida y de los valores humanos que implica la auténtica liberación.

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La liberación integral requiere la búsqueda constante de la verdad, en la comunicación con ese gran soberano: Dios. Requiere el respeto y aprecio al semejante, fuente de la igualdad y de los derechos humanos. Requiere el dominio sobre los recursos naturales y técnicos, para crear las organi­zaciones más adecuadas que garanticen la convivencia en justicia y libertad... Frente a este despertar de nuevas esperan­zas y alegrías, no podemos dejar de compartir, también, las angustias y temores en esta etapa de transición. Comprende­mos que hay confusiones serias, tanto en el aspecto ideológico, como en la organización de las nuevas estructuras del Estado... Pero el no poner en práctica el respeto inmediato a las garantías personales y a los derechos fundamentales del hombre, el no agilizar los procedimientos jurídicos, la libertad de expresión, de trabajo y de acción, pondría una peligrosa barrera a la confianza en los proyectos revolucionarios por todos desea­dos".

Y concluyen diciendo: "Sin Dios, la conciencia se con­vierte en una mera repetidora de consignas enajenantes. Al marginar a Dios, se destruye el principio de autodeterminación y autogestión de los pueblos. Todo queda sujeto a mecanismos de poder y de intervencionismos contrarios a la dignidad de las naciones".

El tiempo acabaría dando la razón a los Obispos.

Carta del 17 de Noviembre de 1979

En Noviembre de 1979, la Conferencia Episcopal de Nicaragua publicó una trascendental Carta Pastoral sobre el Compromiso Cristiano en la Nueva Nicaragua. La Carta fue acogida, con unanimidad, como una palabra eclesial "audaz y oportuna".

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Ciertamente, el documento episcopal no dejaba de señalar la preocupación por las deficiencias y errores cometidos en el incipiente proceso revolucionario, abordando aspectos nega­tivos y haciendo una crítica constructiva. Pero fue, principal­mente, un esfuerzo evangelizador, adelantándose a los desafíos históricos de la Revolución.

La Carta señalaba el deber de los cristianos de ser fermen­to, incluso, en un probable camino hacia un socialismo com­patible con la fe. La oportunidad de tomar en serio, en circunstancias estructurales nuevas, "la opción preferencial por los pobres". Apelaba a los cristianos para que aportaran, con la espiritualidad de la pobreza, una vida austera a las urgencias de la reconstrucción. Defendía los caminos hacia una nacionalidad rescatada y desarrollada, sin dependencias capitalistas o totalitarias. Hacía un llamado a que "cese la fuga de capitales" y "aumente la re-inversión". Y pedía flexibilidad en las condiciones de re-negociación de la deuda externa nicaragüense.

Los Obispos trataban de definir la clase de ideología que desearían aceptar del nuevo Gobierno, mientras advertían sobre los peligros de las restricciones en el campo de las libertades políticas.

Especialmente valioso fue el análisis del socialismo: "Se oye expresar a veces hasta con angustia -afirmaban

los Obispos- el temor de que el presente proceso nicaragüense se encamine hacia el Socialismo. Se nos pregunta a los Obis­pos qué opinamos sobre ello". "Si, como algunos piensan, el socialismo se desvirtúa usur­pando a los hombres y pueblos su carácter de protagonistas libres de su historia; si pretende someter al pueblo ciegamente a las manipulaciones y dictados de quienes arbitrariamente detentarían el poder, tal espurio o falso socialismo, no lo podríamos aceptar. Tampoco podríamos aceptar un socialis-

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mo que, extralimitándose, pretendiera arrebatar al hombre el derecho a las motivaciones religiosas de su vida o de expresar públicamente esas motivaciones, cualquiera que sea su fe religiosa". "Igualmente inaceptable sería negar a los padres el derecho a educar a sus hijos según sus convicciones o cualquier otro derecho de la persona humana". "Si, en cambio, socialismo significa, como debe significar, preeminencia de los intereses de la mayoría de los nicaragüen­ses y un modelo de economía planificada nacionalmente, solidaria y progresivamente participativa, nada tenemos que objetar". "Un proyecto social que garantice el destino común de los bienes y recursos del país y permita que, sobre esta base de satisfacción de las necesidades fundamentales de todos, vaya progresando la calidad humana de la vida, nos parece justo. Si socialismo implica una creciente disminución de las injus­ticias y de fas tradicionales desigualdades entre las ciudades y el campo, entre la remuneración del trabajo intelectual y del manual; si significa participación del trabajador en los produc­tos de su trabajo, superando la alineación económica, nada hay en el cristianismo que implique contradicción con este proce­so". "Si socialismo supone poder ejercido desde la perspectiva de las grandes mayorías y compartido crecientemente por el pueblo organizado, de modo que vaya hacia una verdadera transferencia del poder hacia las clases populares, de nuevo, no encontrará en la fe sino motivación y apoyo". "Si el socialismo lleva a procesos culturales que despierten la dignidad de nuestras masas y les comunique el coraje para asumir responsabilidades y exigir sus derechos, se trata de una humanización convergente con la dignidad humana que pro­clama nuestra fe"...

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Los Obispos compensaron, de alguna manera, la frustra­ción que produjo en muchos nicaragüenses su primer Mensaje después del triunfo de la Revolución. Dejaron para la historia un documento eclesial verdaderamente significativo, elabora­do por la Conferencia Episcopal de Nicaragua, bajo la presi­dencia de Mons. Miguel Obando Bravo.

Sin embargo, este acercamiento entre la Jerarquía Católica y los dirigentes de la Revolución duraría muy poco tiempo.

La progresiva radicalización del régimen sandinista y el apoyo que éste dio a la iglesia popular propiciaron el distan-ciamiento y la "guerra fría" precipitando la ruptura entre el Frente Sandinista y la Jerarquía de la Iglesia Católica.

Nicaragua se convirtió rápidamente en lugar de encuentro de los teólogos más radicales (católicos y no-católicos), y de clérigos marxistas provenientes de todo el mundo.

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La Alfabetización

La erradicación del analfabetismo fue un proyecto presen­te, desde sus inicios, en la lucha programática del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Si el lema del somocismo era: "No penses, no hables, no te organices...", la primera consigna revolucionaria después del triunfo fue: " ¡ TODOS A ALFABETIZARA.

"Nada está más cerca de nuestra misión evangelizadora que la elevación cultural de nuestro pueblo... Porque enseñar es continuar la obra de Cristo Maestro y un gesto de caridad hacia el prójimo". Con estas palabras la Conferencia Episco­pal, presidida por Mons. Obando Bravo, alentaba la Campaña Nacional de Alfabetización en su Mensaje del 8 de enero de 1980.

Sesenta mil jóvenes dejaron sus familias, amigos, diver­siones..., para compartir su vida con los campesinos.

La Cruzada Nacional de Alfabetización convirtió a Nica­ragua en una gigantesca escuela.

Casi medio millón de nicaragüenses fueron alfabetizados en cinco meses. El 50% de los nicaragüenses no sabían leer ni escribir, según las estadísticas. Al concluir la campaña, mu­chos podían leer los periódicos y hasta escribir versos algunos de ellos.

La juventud nicaragüense hizo realidad uno de los deseos de Carlos Fonseca Amador, fundador del F.S.L.N, cuando decía a sus compañeros que reclutaban campesinos en la montaña:"... y también, enséñenles a leer".

La experiencia vivida por los brigadistas con el pueblo humilde en las regiones más inhóspitas y remotas, compar­tiendo las labores campesinas fue, para muchos jóvenes y adolescentes, una vivencia enriquecedora.

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La Alfabetización hizo posible llevar a la práctica la política de la revolución: "que los estudiantes trabajen y los trabajadores estudien". Fue una oportunidad de poner en práctica el mandamiento bíblico del amor, sirviendo a los demás.

Los jóvenes alfabetizadores descubrieron el mundo ex­traordinariamente rico en valores humanos y cristianos de los hombres y mujeres del campo, hasta entonces desconocido para ellos. Esta original experiencia de enseflar y aprender a la vez sembró en sus corazones juveniles la semilla de la solidaridad.

Se cumplía así el deseo de los Obispos manifestado en su mensaje sobre la Alfabetización: "Invitamos a los alfabetiza­dores, mientras enseñen, a hacerse alumnos de los campesinos y obreros, aprendiendo de ellos el sentido de la vida impreg­nada por la presencia estimuladora de Dios, su espíritu de sacrificio, la fortaleza frente a las dificultades, el amor al trabajo, la hospitalidad y el espíritu comunitario".

La Cruzada Nacional de Alfabetización fue un proyecto ambicioso y audaz en la historia social y cultural nicaragüense. Así lo reconoció la UNESCO al otorgar a Nicaragua el premio anual de la Alfabetización 1980.

Fue un gran esfuerzo de unidad y fraternidad nacional. Y la movilización masiva más importante en la historia de los pueblos centroamericanos.

Es innegable, ciertamente, que la Cruzada Nacional de Alfabetización tuvo una marcada intencionalidad político-ideológica para consolidar el dominio hegemónico de la Re­volución Popular Sandinista.

El Cdte. Tomás Borge lo reconocía claramente cuando afirmaba en una ocasión: "Después que se ganó la guerra de

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liberación, libramos una segunda batalla tan importante como aquella en el terreno de la liberación ideológica. Me refiero a la Cruzada Nacional de Alfabetización".

Tuvo, además, un elevado costo en cuanto a pérdida de valores morales se refiere, manifestándose principalmente en el resquebrajamiento y desorden de la vida familiar, y en el libertinaje y rebeldía de muchos jóvenes alfabetizadores.

Sin embargo, es preciso reconocer que la campaña nacio­nal de alfabetización fue un acontecimiento nacional que unió a los nicaragüenses, aunando regiones y grupos sociales en una gigantesca tarea común: construir la nueva Nicaragua sobre los cimientos de una "cultura para todos".

Una nueva educación

Las revoluciones conllevan profundas transformaciones en todos los niveles de la vida nacional. La revolución nicara­güense generó, también, un cambio trascendental en el campo de la educación.

Con el triunfo revolucionario se abrió la posibilidad de crear un nuevo sistema educativo en Nicaragua. Esto impli­caba la necesidad de elaborar una política educativa con unos objetivos y un contenido que se adecuaran a la nueva realidad socio-cultural que comenzaban a vivir los nicaragüenses.

En las directrices trazadas por el programa de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional aparece, en el capítulo referente a la educación, el siguiente párrafo:

"Se realizará una reforma profunda de los objetivos de la educación nacional, para convertirla en factor clave del pro­ceso de transformación humanística de la sociedad nicara-

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güense y orientarlo en un sentido crítico y liberador. Esta reforma tendrá un carácter integral y comprenderá todas las etapas del proceso educacional".

Según los dirigentes sandinistas, en la nueva Nicaragua debía acabarse, cuanto antes, "con la educación elitista, con­templativa y socialmente ociosa", para dar paso a la estructu­ración "de un sistema educativo al servicio de los grandes postulados de la Revolución".

Desde la Ilustración, el poder político ha experimentado la tentación -y frecuentemente la caída en ella- de convertirse en poder docente, en único y exclusivo poder docente. ¿Fue este el caso, también, de la revolución nicaragüense?.

El Dr. Carlos Tünnermann Berhneim, primer Ministro de Educación en la Nicaragua sandinista, tratando de definir la filosofía de la nueva educación, afirmaba que "sobre cualquier contingencia, la educación habrá de ser crítica y liberadora".

Y en el documento oficial que dio a conocer la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional conteniendo los "fines, objetivos y principios de la nueva educación" y que contó con el respaldo de la Dirección Nacional del F.S.L.N., se propone como primer fin: "formar plena e integralmente la personali­dad del hombre nuevo..."

¿Podría hablarse, Eminencia, de una verdadera educación integral cuando existían sectores dirigenciales deliberadamen­te interesados en borrar cualquier vestigio de sentimiento religioso que nace, espontáneamente, en lo más profundo del corazón humano? ¿Qué comentario tiene al respecto?

"El ser humano para alcanzar el desarrollo pleno de su personalidad requiere, ciertamente, de una educación integral. Lograr esta meta depende, fundamentalmente, de la educación que reciba. Un determinado sistema educativo configura al

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hombre y a la sociedad del futuro. Por eso pertenece a toda la sociedad decidir el proyecto educativo, ya que le afecta de lleno en lo más profundo. Porque, reitero, el sistema educativo de un país configura el futuro de toda la sociedad". "La cuestión fundamental es si pretendemos con la educación cosificar al hombre o humanizarlo, formar ciudadanos "uni­dimensionales" -una especie de "robots" hechos en serie- o personas maduras, que piensen por sí mismas y tengan con­ciencia de su propia dignidad humana".

¿Cómo alcanzar este objetivo, Eminencia? "Ningún sistema educativo debe marginar, de manera

efectiva, los valores éticos y morales de la persona humana, imprimiendo a la educación un pragmatismo superficial, una permisividad hedonista, que anule el espíritu de sacrificio y mediatice la formación del carácter y la fuerza de voluntad de los individuos, acabando así por deshumanizar al hombre y a la misma sociedad". "La educación debe capacitar al alumno para efectuar una auténtica crítica social y discernir, sin prejuicios ni presiones de ninguna índole, con recto juicio, las realidades en que vive".

Conforme pasa el tiempo, se ha fortalecido en muchos la convicción de que la educación en Nicaragua durante el Gobierno Sandinista, a pesar de contar con un sacerdote j esuita al frente del Ministerio de Educación -el P. Fernando Carde­nal-, bajo el pretexto de que fuera una educación genuinamen-te científica, marginó sutilmente la idea de Dios, transformándose así en una educación con clara tendencia secularizante, materialista y ateizante.

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Los jóvenes en la Iglesia

Los Obispos, en la Carta Pastoral del 17 de Noviembre de 1979, afirmaban: "La esperanza de la Revolución descansa, ante todo, en los jóvenes nicaragüenses. Ellos han hecho un derroche de generosidad y valor que ha asombrado al mundo, y serán ahora los principales artífices de esta nueva civiliza­ción del amor que queremos construir".

Sin embargo, no dejaba de ser desconcertante, en alguna medida, constatar cómo la Iglesia que proclamó en Puebla de los Angeles su "opción preferencial por los jóvenes"(n. 1186), veía alejarse de los templos a la juventud nicaragüense.

¿A qué atribuye, Eminencia, el abandono de las prácticas religiosas de un amplio sector de la juventud durante el régimen sandinista? ¿No fallaría la Iglesia en el acompaña­miento en su fe a una juventud que estudiaba -porque así se lo imponían- las obras de Marx, Lenín y otros autores iconoclas­tas de todo vestigio religioso?

"Es cierto que los jóvenes, deseosos de realizarse en la Iglesia, pueden quedar defraudados cuando no se da una buena planificación pastoral que responda a la realidad histórica que viven. Por eso debemos esforzarnos siempre por responder a la situación de la juventud con los tres criterios de verdad propuestos por el Papa, Juan Pablo II: la verdad sobre Jesu­cristo, la verdad sobre la misión de la Iglesia y la verdad sobre el hombre. Muchos jóvenes, sin embargo, sucumbieron ante el poderoso aparato propagandístico de una cultura sin Dios".

¿Qué mensaje le daría, Eminencia, a la juventud nicara­güense?

"Hablando en términos generales el hombre de nuestro tiempo, comprometido en la conquista y utilización de la materia, experimenta una profunda soledad que, muchas ve­ces, se convierte en frustración, a la que no son ajenos,

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también, los jóvenes. El cristiano, en cambio, a través de Cristo, conoce otro misterio más insondable que la materia: el misterio de Dios que invita al hombre a una participación de vida en comunión con El. El hombre moderno aspira a esa plenitud de diálogo personal que le niega la materia. Al descubrir la soledad interior se siente frágil, y es presa fácil de la inseguridad, el temor, la angustia..." "Los jóvenes, de una manera especial, ansian encontrar entre sus semejantes quiénes irradien serenidad, alegría, esperanza, en una vida plenamente realizada. Por eso son tan necesarios testigos de la fuerza de Dios que opera en la sorprendente fragilidad humana. Dar este testimonio no puede ser jamás alienar al hombre, sino proponerle caminos de libertad inte­rior, ayudándole a realizar su destino como ser humano".

¿Usted cree, Eminencia, que los jóvenes, en general, puedan tener ideales y preocupaciones tan elevadas?

"Estoy convencido de que las generaciones nuevas están especialmente sedientas de sinceridad, de verdad, de autenti­cidad, y sienten desprecio por la demagogia, la mentira y el fariseísmo en todas sus formas. Por eso anhelan encontrar el testimonio de hombres íntegros, verdaderos discípulos del Evangelio, que se conservan jóvenes, con la alegría y juventud que irradia la gracia divina".

¿Quiere decir, entonces, que faltan maestros de la vida interior, auténticos testigos de Dios, capaces de mostrar a sus semejantes que el ser humano es algo más que unas cuantas libras de materia?

"Los jóvenes siguen esperando el paso de los santos. Ellos se preguntan, a veces con desasosiego, cuál es el sentido de su propia existencia. Por eso se hace cada día más apremiante ofrecerles, sin camuflajes, el auténtico ideal cristiano que da pleno sentido a la vida y ofrece la realización integral de las aspiraciones más profundas del ser humano, lejos de sistemas

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antropocéntricos y opresores que castran al hombre en su más rica proyección. Este testimonio personal en favor de la juven­tud debe ser el testimonio de todo bautizado, laico, religioso, sacerdote, obispo o cardenal".

En búsqueda permanente

El Ministro de Educación durante los últimos años del sandinismo, P. Fernando Cardenal, expresaba en la revista Trinchera Teológica:

"Podemos afirmar -aunque algunos se escandalicen- que el problema de la fe de los jóvenes no es ciertamente la Revolución, sino en muchos casos la misma Iglesia Institucio­nal... La juventud nicaragüense está intentando encontrar respuestas a sus inquietudes morales, preguntándose sobre la moral familiar, la moral sexual, el amor, el matrimonio..." "Lo interesante es que en estos grupos, después de estar horas enteras discutiendo sobre la prostitución, el aborto, la fidelidad matrimonial..., no hay nadie que diga: "esto es lo que dice la Iglesia sobre estos temas". Ni saben ni les interesa lo que dice la Iglesia sobre eso. Este hecho tiene una importancia capital para la futura sociedad que ellos están preparando. La Iglesia puede decir mil cosas sobre todos estos temas, pero eso no les interesa a los jóvenes. Ellos están buscando... La Iglesia dice que es maestra, pero ellos no quieren que esa maestra les de clases"...

Estas afirmaciones del P. Fernando Cardenal, aunque puedieran parecer escandalosas -como él mismo lo advierte-expresaban el sentir de un sector de lajuventud nicaragüense, evidenciando las dificultades y los retos que enfrentaban los

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jóvenes para abrirse camino en una sociedad que intentaba cambiar los valores, experimentar algo nuevo, con el riesgo de perderse en la búsqueda.

En los vaivenes que ha sufrido Nicaragua en las últimas décadas, como un barco a la deriva, ha sido siempre la juventud quien ha abonado una cuota mayor.

Muchos jóvenes y adolecentes pagaron con sus vidas inocentes los desmanes de la Guardia Nacional.

Fueron los jóvenes también quienes cargaron el mayor peso de la guerra que desangró a Nicaragua durante el régimen sandinista, con sus traumatizantes secuelas, si es que lograban "escapar" vivos de las montañas. La guerra fue como un fantasma invisible, pero real y devastador, que perseguía en Nicaragua a todos los jóvenes, fuera cualquiera su edad, condición o lugar donde se encontraran, creando una situación desesperante e insoportable, de sicosis colectiva por el temor a morir o tener que matar. Según los datos fueron cien mil los muertos durante las dos últimas décadas, jóvenes en su mayo­ría.

Los estudios que deben llenar de ilusión y esperanza la vida de los jóvenes fueron frecuentemente menospreciados, en los años ochenta, ante la experiencia de que "era mejor" ser un buen miliciano que un buen ciudadano en la Nicaragua revolucionaria.

¿Qué reto lanzaría hoy a los jóvenes, Eminencia? "Les pediría que sean audaces para impregnar la sociedad

de los valores del Evangelio. Estamos firmemente convenci­dos de que Dios es Buena Noticia para cada Pueblo en todos los momentos históricos, especialmente, a través de los valo­res específicos de lajuventud. El Papa Juan Pablo II, en agosto de 1993, en Denver (EE.UU.) señaló a los jóvenes la tarea de

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transformar, desde la "civilización del amor" y los principios evangélicos, no sólo las conciencias personales, sino también las estructuras que sustentan la "cultura de la muerte". "Quiero finalizar recordando las palabras, preñadas de espe­ranza y optimismo, que nos ofrece el Apóstol San Juan en su primera Carta: "Jóvenes, les escribo porque son fuertes y la Palabra de Dios permanece en ustedes, porque ya han vencido alMaligno"(/y«.2,/J).

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¿Violencia contra violencia?

Existen multitud de estudios sobre la pobreza en que viven los pueblos que llamamos del tercer mundo. En ellos se describe, con tintes dramáticos, la miseria que margina a grandes grupos humanos. Tal miseria, "como hecho colectivo, es una injusticia que clama al cielo", enseña el Documento de Puebla.

Esta carencia de justicia se observa en los diversos sectores de las comunidades nacionales: multitud de familias no en­cuentran posibilidades concretas de educación para sus hijos; la juventud se ve privada de completar sus estudios en la universidad; la mujer reclama infructuosamente su igualdad -de derecho y de hecho- con el hombre; los campesinos luchan por alcanzar mejores condiciones de vida; los obreros no pueden mantener con dignidad a sus familias; muchos niños deambulan en las calles, mercados y plazas, abandonados por sus padres...

Los grupos privilegiados, en cambio, tienen acceso fácil a los servicios de salud y educación; habitan lujosas mansiones, despilfarrando a veces en ropas y alimentos, y acaparan ex­clusivamente para sí mismos las actividades político-cultura­les de sus respectivos países.

Tal situación es común en casi todos los pueblos de América Latina. Es evidente en ellos la existencia de estruc­turas injustas y opresoras del hombre, que mantienen en estado de marginación a las grandes mayorías. Y esta marginalidad de la mayor parte de la población latinoamericana con respecto a las minorías privilegiadas es, por desgracia, cada día mayor. Las estadísticas así lo confirman.

Este hecho configura una situación de violencia institucio­nalizada que, lógicamente, provoca una contra-violencia por reacción.

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A lo largo y ancho de la faz de la tierra surgieron, en las últimas décadas, distintos movimientos insurgentes, motiva­dos por una común decisión: transformar las estructuras so­ciales injustas mediante la violencia o revolución armada. El alzamiento de los "zapatistas" en el estado mexicano de Chia-pas ha sido la última expresión insurreccional en el continente americano.

Sin embargo, la tentación de recurrir a la violencia puede conducir a otra no menos peligrosa: la de enamorarse del poder -conquistado por la fuerza- hasta el punto de caer en los mismos abusos que se pretendía erradicar.

Pablo Antonio Cuadra, uno de los más ilustres pensadores nicaragüenses, escribe: "La tradición democrática en Latinoa­mérica -salvo excepciones que van aumentando día a día- tiene una singularidad: es una tradición de frustraciones y anhelos. Casi todas nuestras revoluciones se han producido para liberar de una dictadura, pero desembocan en otra. Casi todos nues­tros tiranos han llegado al poder para acabar con un abuso de poder. Pero, rápidamente, el poder -como una droga- les exige mayor dosis de poder. Lo que heredamos, entonces, con costos y dolores indelebles, es una tradición, no de realidades logra­das, sino de aspiraciones. Una aspiración ceñida de fracasos, pero viva y tanto más honda cuanto menos conseguida".

Es verdad que la Iglesia misma legitima la insurrección revolucionaria como último recurso cuando, agotados todos los procedimientos cívicos, "persiste una tiranía evidente y prolongada que atenta gravemente contra los derechos funda­mentales de la persona y perjudica peligrosamente el bien común". Así lo reconocieron los Obispos de Nicaragua -es­tando ausente Mons. Obando- unos días antes de iniciarse la insurrección final al legitimar, implícitamente, la lucha arma­da en contra del régimen de Somoza. (El Cardenal Obando

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Bravo refrendó, años más tarde, este documento de la Confe­rencia Episcopal Nicaragüense).

Pero recuerda también la Iglesia que "la violencia o revo­lución armada generalmente engendra nuevas injusticias, in­troduce nuevos desequilibrios y provocanuevas ruinas", como advierte Medellín.

El binomio: Justicia-libertad

No se puede obviar el conjunto de circunstancias que concurren en los países latinoamericanos a la hora de optar por la violencia. Es preciso tener muy en cuenta la preferencia por la paz de estos pueblos -mayoritariamente cristianos-, los enormes sacrificios que conlleva la guerra civil y los males atroces que engendra, el riesgo de provocar la intervención extranj era por ilegítima que ésta sea y, finalmente, la dificultad de construir un régimen de verdadera justicia, partiendo de un proceso apoyado en la violencia.

Admitamos, sin embargo, que la gravedad de la injusticia y la resistencia pertinaz al cambio son tan evidentes que justifiquen el recurso a la insurrección armada.

Si en la lucha emerge triunfante la revolución, sus dirigen­tes se entregan de cuerpo y alma, con todo el ardor que alcanzaron durante el proceso insurreccional, a la difícil tarea de re-establecer la justicia social, mediante una equitativa distribución de los bienes, especialmente de consumo.

Para lograr este cometido, se impone a los ciudadanos los controles más severos que se puede imaginar, centralizando todo el poder de decisión en la Vanguardia que condujo la lucha armada hasta la victoria. El pueblo queda nuevamente a merced de los noveles dirigentes. El triunfo revolucionario convierte a los nuevos amos en "millonarios de poder y dueños

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de la libertad". Una libertad que pronto se transforma en libertinaje al amparo de la inmunidad que gozan gracias al poder absoluto que detentan, siendo obsesivamente recelosos de todo aquello que, aun remotamente, pueda poner en peligro el poder alcanzado en la lucha armada. Quienes ostentaban el poder político y económico desaparecen de la escena social para dar paso a los "nuevos ricos".

Lamentablemente, con el surgimiento de la nueva situa­ción política, económica y social surge una nueva clase, una nueva élite que vuelve a cometer los mismos errores que el régimen anterior, cumpliéndose fatalmente el axioma popular: "El poder corrompe".

A las masas, por el contrario, no les queda otra alternativa que someterse dócilmente -como rebaños- y ejecutar sin ob­jeciones las órdenes indiscutibles de la infalible Vanguardia, cuyos miembros, ebrios de poder, llegan a creerse "dioses del Olimpo".

Los logros alcanzados en el campo de la justicia social serán muy pronto evidentes, al menos mientras dura la mística revolucionaria. Pero tendrá también esa misma evidencia la pérdida progresiva de las libertades ciudadanas. En la medida en que se avanza por el camino de la justicia, se menoscaba la libertad bajo el pretexto de salvaguardar la Revolución.

Es sabido cómo Lenin destruyó la democracia por enre­darse en aquella célebre pregunta: "Libertad, ¿para qué...?"

Una forma de responderle podría ser aquella frase de Charlie Chaplin en el Gran Dictador. "La libertad existe sólo para los dictadores".

Esto nos evoca la aguda expresión que escribió George Orwell en su ingeniosa parábola Rebelión en la Granja: "Todos los hombres son iguales..., pero algunos son más iguales que otros".

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Las revoluciones saturan el ambiente de consignas lison­jeras. Proclaman por ejemplo: "Todos los ciudadanos son iguales y libres..." Y terminan por añadir a esa frase un "pequeño matiz" decisivo: "...pero algunos lo son más que otros".

"El lema de la Revolución Francesa y de la revolución de hoy: Libertad-Igualdad-Fraternidad, es intrínsecamente con­tradictorio e irrealizable, porque la libertad destruye la igual­dad social y, a la vez, la igualdad restringe la libertad", afirma el célebre escritor ruso Aleksander Solzhenitsyn.

En este sentido todas las revoluciones acaban siendo un error. Paulo Freiré lo advierte: "Al final, los que critican a los opresores frente a los oprimidos terminan haciendo lo mismo que ellos, convirtiéndose en opresores". Para destruir un pe­cado, se comete otro mayor. He ahí el reto: resolver adecua­damente el binomio Justicia-Libertad.

Ambos valores son radicalmente esenciales en la vida del hombre y anhelados por él con todas sus fuerzas. Por cualquie­ra de ellos estaría igualmente dispuesto a dar la vida. Cuando el hombre sufre en carne propia la injusticia y la opresión siente la urgencia de la revolución... Cuando ese mismo hombre juzga atropellada su libertad, le es difícil vencer la tentación de la contra-revolución...

La guerra surge de nuevo

Esa fue la razón fundamental por la que nacieron los Contras en Nicaragua. El sandinismo les llamaba Mercena­rios; el Presidente Ronald Reagan, Combatientes de la Liber­tad, y Mons. Obando Bravo se refería a ellos como la Resistencia Nicaragüense.

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La guerra volvió a enlutar nuevamente los hogares nica­ragüenses, empobreciendo al país hasta niveles insospecha­dos.

La Contra, financiada con recursos provenientes en su mayor parte de los Estados Unidos de Norteamérica, operaba principalmente en las montañas cercanas a la frontera de Honduras, y un grupo más reducido en el Sur de Nicaragua, en el territorio fronterizo con Costa Rica.

Los militantes de la Resistencia Nicaragüense pertenecían a humildes familias, en su gran mayoría de origen campesino. Muchos de ellos habían luchado para acabar con los atropellos del somocismo, integrándose en las montañas a las columnas guerrilleras del F.S.L.N. Pero luego se sintieron defraudados y traicionados, volviendo a tomar las armas ahora contra el Frente Sandinista.

Para nadie es un secreto que el sandinismo se quedó muy pronto sin rostro campesino, siendo ésta una de sus mayores debilidades.

Los miembros de la Resistencia luchaban convencidos de que su causa era justa: impedir que se estableciera en Nicara­gua un régimen ateo y totalitario que atentaba contra lo más preciado para ellos: la libertad y sus principios cristianos.

La guerra se prolongó durante varios años. Cada día iba creciendo el número -incluida la Jerarquía de la Iglesia Cató­lica- de quienes defendían el derecho que asistía a la Resisten­cia Nicaragüense de alzarse en armas contra el régimen totalitario implantado por el sandinismo.

Al triunfar la Unión Nacional Opositora (UNO) en las elecciones de 1990, el nuevo Gobierno de Nicaragua, encabe­zado por la Sra. Violeta Barrios de Chamorro, -con el respaldo moral del Cardenal Obando Bravo-, promovió la desmovili­zación de la Resistencia Nicaragüense.

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Este hecho fue un grave error, según el criterio de algunos analistas políticos. Fue como "soltarle las manos al Frente Sandinista para que siguiera mangoneando y mandando en Nicaragua, después de haber perdido las elecciones".

Lo cierto es que la historia de Nicaragua -la Nicaragua cristiana desde hace quinientos años- "con sus frecuentes contradicciones y conflictos, con su larga y pesada cadena de injusticias y desigualdades, con su trágico balance de miserias sociales, es como una oleada interminable de sangre, sudor y lágrimas, de dolor, tristeza y miedo, de abandono, desespera­ción y muerte, especialmente para quienes han tenido la desgracia de pertenecer a las clases históricamente margina­das"...

Encontrar el equilibrio en la balanza entre Justicia y Libertad es absolutamente imprescindible para alcanzar una paz estable y duradera.

Sin libertad, sin justicia, todas las revoluciones y reformas sociales, tarde o temprano, se frustran.

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Un grito al cielo

Las causas que provocan las guerras se borran rápidamen­te, pero no así sus efectos y funestas secuelas.

Al observar el cúmulo de calamidades que padecen tantos pueblos de América Latina y del mundo, algunos se pregun­tan: "¿Qué hace el Dios de las naciones que permite tanta injusticia y opresión, tanta miseria y tanto crimen? ¿Cuándo se desplegarán al viento las banderas redentoras? ¿Por qué tarda en intervenir la divinidad -si es que existe- para aliviar el sufrimiento de los humildes, de los pobres, de los inocen­tes...?"

Son los mismos interrogantes que presenta el Libro de Job escrito hace más de dos milenios y medio: un hombre justo, excepcionalmente bueno, es probado con el sufrimiento, sin haber cometido delito alguno.

Es el mismo planteamiento que encontramos en la épo­ca actual en obras literarias de contenido filosófico, como en La peste, por ejemplo, la novela de Albert Camus, premio Nobel de Literatura: ¿¡Dónde está Dios..., que permite el sufrimiento y la muerte de los inocentes!?

Alguien ha escrito que si fuera posible recoger todas las calamidades, dolores y sufrimientos que han padecido los hombres a través de la historia humana, se podría construir otro mundo: las lágrimas derramadas serían los ríos y mares; los cadáveres, sus montañas; los quejidos y lamentos serían sus vientos...

Evidentemente, el aspecto desgarrador que en algunos lugares ofrece hoy el mundo no es nuevo. Las desdichas han acompañado inseparablemente al hombre en su dolorosa mar­cha a través de los tiempos.

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Ante los infortunios y calamidades que degradan la con­dición del hombre, no faltan quienes se atreven a afirmar que la solución -monstruosa por cierto- estaría en un suicidio colectivo de toda la humanidad, para que surgiera otra nueva, distinta y mejor.

Los cristianos, desde la fe, se preguntan también: "¿Qué relación existe entre el Creador y el dolor de los oprimidos? ¿Cómo es posible absolver a Dios -el Dios omnipotente e infinitamente bueno- de la acusación de ser el principal res­ponsable del sufrimiento de los inocentes?

Desde Epicuro hasta nuestros días las respuestas de los escépticos apenas han cambiado: "Dios..., o no puede impedir el sufrimiento de los inocentes, por lo que dejaría de ser omnipotente; o no quiere y, por consiguiente, no es santo, justo y bueno; o no puede ni quiere y, entonces, es impotente y malévolo a un tiempo".

En la época moderna creen muchos que la dolorosa histo­ria de la humanidad podría cambiar si el hombre asumiera la responsabilidad de su propio destino, dentro del proceso de emancipación que vive la sociedad actualmente; es decir, si el lugar de un Dios-Redentor fuera ocupado por el hombre que se redime a sí mismo... Pero cada día son menos los que piensan de ese modo, decepcionados por la estrepitosa caída de la utopía marxista.

¿Es Dios el culpable?

En un aula de clases de la Universidad Centroamericana objetaba un alumno en los primeros años de la Revolución:

"Cinco siglos de cristianismo sólo han servido para au­mentar la injusticia y acumular la miseria de las grandes

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mayorías en nuestros pueblos latinoamericanos. Está claro que Dios no soluciona nuestros problemas. La existencia de Dios es una idea absurda. No nos sirve para nada. Los marxistas podemos dar solución a los problemas con la implantación del socialismo"...

Sin embargo, la experiencia de este siglo ha hecho eviden­te que las revoluciones inspiradas en la teoría marxista, no solamente han demostrado ser incapaces de mitigar el dolor y la miseria de los pueblos, sino que los han acrecentado dramá­ticamente.

¿Qué se podría decir, Eminencia, sobre el tema del sufri­miento de los inocentes, que enturbia la imagen de Dios, o la opaca totalmente, en el corazón de muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo?

"El hombre moderno -y sobre todo las generaciones nue­vas- se plantean con ansiedad el problema de la existencia humana: ¿qué sentido tiene la libertad, el trabajo, el sufrimien­to, lamuerte, la presencia de los demás...? Pues bien, solamen­te meditando el Evangelio, mirando a Cristo cara a cara, viéndole sufrir hasta morir en la Cruz para resucitar de entre los muertos, se ilumina el misterio de la existencia humana, del dolor y de la muerte, aun de los mismos inocentes. Quien trata de vivir el Evangelio encuentra la luz, no sólo para sí mismo, sino que será también luz para sus hermanos en medio de las tinieblas". "Los sistemas filosóficos que ponen al hombre en el centro del Universo, sin referencia alguna al Creador y al Misterio de la Salvación llevada a cabo por Jesucristo, alejan la posibilidad de encontrar la respuesta a estos interrogantes profundos que se plantea el ser humano. Los cristianos unimos nuestros sufrimientos a la Pasión de Cristo por la salvación del mundo".

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Una agencia internacional de prensa divulgó la siguiente anécdota: un periodista europeo preguntaba, en los días acia­gos de la guerra, a un humilde campesino, Delegado de la Palabra: - Si Dios existe, ¿cómo es posible que les sucedan a ustedes tantas tragedias?.

Y el catequista, que a penas sabía leer, respondió con la mayor convicción:

"En primer lugar, Dios existe. En segundo lugar, Dios no está para que no nos sucedan las desgracias; para eso estamos los hombres. En tercer lugar, Dios nos ha enseñado qué es lo que debemos hacer para que no tengamos que lamentar tantos males. Pero nosotros no le hacemos ningún caso".

Muchas veces la sabiduría de los hombres justos, aunque no sean instruidos, supera la de los grandes maestros y teólo­gos. ¿No es así, Eminencia?

"El Evangelio de San Mateo nos recuerda y enseña muy claramente esta verdad: Jesús en oración al Padre, le da gracias y le bendice porque ha ocultado sus misterios a los sabios según el mundo y a los soberbios de corazón; y los ha revelado, en cambio, a los pequeños y a los humildes. No debiéramos olvidar nunca la sentencia de San Agustín, el Águila de Hipona: "Nos hiciste, Señor, para Ti. Por eso nuestro corazón estará inquieto, hasta que descanse en Ti".

Hombres y estructuras

Para algunos científicos sociales la injusticia y la opresión tienen su origen en factores de tipo material y económico. La raíz más profunda de las injusticias la encuentran en la propie­dad privada sobre los medios de producción, la que ven ligada

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a la explotación del hombre por el hombre. ¿Cómo, pues, -se preguntan- destruir de raíz este cáncer causante de las injusti­cias que padecemos?

La respuesta es sencilla para ellos: sustituyendo las rela­ciones de producción que hacen posible la explotación por otras, cualitativamente nuevas, que no estén basadas en la propiedad privada.

Según este modo de entender, la respuesta se encuentra no en el hombre mismo, sino en el sistema o estructura social.

Este enfoque reduce el problema del egoísmo, del pecado, de la ambición..., simplemente a preocupaciones típicas de una mentalidad religiosa ya superada. De tal manera que desapa­recidas las estructuras sociales injustas desaparecerían, tam­bién, los vicios del comportamiento humano. En otras palabras: instaurado el socialismo en el mundo, toda la huma­nidad entraría en una era de fraternidad nacional e internacio­nal sin precedentes.

¿No cree, Eminencia, que nos encontramos aquí ante una falaz utopía?

"Pienso que las reformas políticas y económicas, por sí solas, no pueden transformar una sociedad. Los movimientos políticos mesiánicos son un espejismo. La verdadera regene­ración social debe estar sustentada en una base moral y religiosa. Todo hombre debe actuar de acuerdo a unos valores éticos irrenunciables. La Historia, que es maestra de la vida, nos ha dado en esto una buena lección. El marxismo ha fracasado como sistema económico. Comenzó a desmoronar­se con la Perestroika. Y se derrumbó con la catástrofe econó­mica y social que produjo en varios países de Europa Oriental y del Tercer Mundo. La caída estrepitosa de los regímenes inspirados en el marxismo no ha hecho sino confirmar lo que muchos pensaban desde hacía tiempo: la transformación de una sociedad comienza por la conversión del hombre mismo".

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Un catedrático internacionalista contó en la Universidad la siguiente anécdota: "En un país de régimen socialista un profesor preguntó a sus alumnos: - ¿Qué es el socialismo? - El horizonte luminoso de los pueblos, respondieron a coro. - Muy bien. Y ¿qué es el horizonte?, volvió a preguntar el profesor.

Después de un momento de vacilación alguien dijo tími­damente: - Una línea imaginaria que se aleja cada vez más a medida que el observador trata de alcanzarla...

¡Ven, Señor..., porque el socialismo no basta!

Los sociólogos agnósticos pretenden reducir al hombre y sus debilidades a una categoría marginal, dependiente de las fuerzas económicas y sociales. Sin embargo, para sorpresa de ellos mismos, al establecerse el socialismo en muchos países del mundo se siguieron dando conductas y se repitieron com­portamientos que se creían exclusivos de sistemas anacróni­cos, supuestamente superados por el marxismo.

No es posible ignorar que en el corazón del hombre -de todo hombre, sea cual fuere el sistema económico imperante-se encuentran, individual y colectivamente, ansias de poder, egoísmos, vicios y pecados de toda índole.

Ciertamente, la desaparición de la propiedad privada no se ha visto que produzca, por sí sola, una alteración fundamen­tal en la naturaleza humana, de forma tal que las ambiciones egoístas desaparezcan. Y al no desaparecer, sobrevive con ellas la raíz fundamental y última de la injusticia y la opresión.

Los medios para extirpar esta raíz, los frenos efectivos para dominar los vicios y pasiones en el hombre, evidentemente,

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no los vamos a encontrar en mecanismos ni sistemas de carácter económico. Tendrán que ser, en última instancia, medios de orden moral, inscritos no en códigos políticos o atractivos diseños sociales, sino en el corazón de los hombres.

Un agudo analista escribía con cierta dosis de ironía: "Durante más de setenta años los soviéticos apostaron por la ingeniería genética aplicada a la política. La revolución aca­baría pariendo a un hombre nuevo. La idea estaba implícita en Marx: si cambiaba el régimen de propiedad el ser humano resultante sería distinto: más puro, más solidario, más genero­so. Al final de los tiempos ni siquiera habría leyes o jueces, porque el comportamiento natural de la especie humana los habría hecho innecesarios. El angélico hombre nuevo reinaría sobre la faz de la tierra... ¡Todos conocemos el final!".

La única fuerza capaz de erradicar la injusticia y la opre­sión es aquella capaz de arrancar de raíz el egoísmo en el hombre.

La justicia y la libertad de un pueblo no se alcanzan si no se conquista primero el territorio de uno mismo. Lo principal es el hombre; luego, el sistema. ¿No es así, Eminencia?

"Yo siempre he defendido que las mejores estructuras sociales, aun las más sofisticadas, tarde o temprano, se vuelven injustas. Si no se transforma el corazón del hombre, en base a los valores del Evangelio, los cambios son inconsistentes y efímeros".

El Cardenal Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fé, ha afirmado recientemente: "Decepciona dolorosamente que prenda -incluso en sacerdotes y teólogos-la ilusión tan poco cristiana de crear un hombre y un mundo nuevos, no ya mediante una llamada a la conversión personal,

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sino actuando solamente sobre las estructuras sociales y eco­nómicas. Es el pecado personal el que se encuentra realmente en los cimientos de las estructuras sociales injustas. Es preciso trabajar sobre las raíces -no sobre el tronco o sobre las ramas-del árbol de la injusticia si se quiere de verdad conseguir una sociedad más humana y solidaria".

Sería un error considerar estas verdades fundamentales con desprecio, tachándolas de "alienantes" o "espiritualistas".

Aquí precisamente es donde los que tienen una visión cristiana de la vida se divorcian de quienes carecen de ella. Para los cristianos la única fuerza capaz de vencer el egoísmo sólo tiene un nombre: JESUCRISTO.

Sería absolutamente absurdo pretender cerrar las puertas, en esta búsqueda dramática de condiciones de vida más hu­manas, a quien nos mostró el camino de la liberación integral.

Por eso es preciso orar: "¡Ven, Señor..., porque el socia­lismo no basta!".

¿Palabras proféticas?

Los Obispos de Nicaragua, en el primer documento que emitieron posterior al triunfo de la Revolución, advertían textualmente:

"Dios no sólo es fuente de la vida. Es, también, la fuente del derecho y del orden social. Cuando se cierra esa fuente, los sistemas de poder tratan de tomar su lugar. Se erigen a sí mismos en absolutos. Se esclaviza nuevamente al hombre, en lugar de liberarlo. El servilismo sustituye a la dignidad y libertad personal. Sin Dios, la conciencia se convierte en una mera repetición de consignas enajenantes; vacías de todo sentido crítico y de toda trascendencia humana... Si Dios no

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alienta la construcción de la ciudad, vanos serán todos nuestros esfuerzos por su liberación (S. 127,1). Sin Jesucristo, el hom­bre no puede entender quién es, ni cuál es su verdadera dignidad, ni su vocación, ni su destino ñnal.(Jn.!4,5)".

En los días posteriores a la caída de la dictadura somocista, cuando casi todos los nicaragüenses vivían con desbordante alegría la victoria popular, percibida como una hermosa opor­tunidad histórica para cambiar la sociedad, y los cristianos sentían aquellos momentos como un paso del Espíritu de Dios por la historia de Nicaragua, muchos juzgaron inoportunas tales palabras. Hoy, en cambio, se preguntan a la luz de los acontecimientos vividos a partir de aquellas fechas: ¿Fueron palabras proféticas...?

¿Dónde está el hombre nuevo?

Al inicio del proceso revolucionario era común escuchar, en discursos y declaraciones, constantes referencias al "hom­bre nuevo", dado a luz por la Revolución.

Han pasado los años y la Revolución casi se ha esfumado. ¿Qué ha quedado de ese hombre nuevo tan publicitado por los dirigentes sandinistas? ¿En qué consistía esa novedad, Emi­nencia?

"Esta pregunta tendrían que responderla los ideólogos del sandinismo y los Comandantes de la Revolución. Nosotros, hombres de fe y convicciones cristianas, sostenemos que el hombre nuevo es aquel que ha alcanzado la libertad interior de los Hijos de Dios. Cito al Apóstol San Pablo: "Ustedes fueron llamados para gozar la libertad; no hablo de esa libertad que encubre los deseos de la carne; más bien, háganse esclavos unos de otros por amor. Pues la Ley entera está en una sola

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frase: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Pero, si se muerden y se devoran unos a otros, ¡cuidado!, que llegarán a perderse todos". "Por eso les digo: anden según el Espíritu y no llevarán a efecto los deseos de la carne... Es fácil saber lo que viene de la carne: libertad sexual, impurezas y desvergüenza; culto de los ídolos y magia; odios, celos y violencias; furores, ambiciones, divi­siones, sectarismo, desavenencias y envidias; borracheras, orgías y cosas semejantes. Los que hacen estas cosas no heredarán el Reino de Dios". "En cambio, los frutos del Espíritu son: caridad, alegría y paz; paciencia, comprensión de los demás, bondad y fidelidad; mansedumbre y dominio de sí mismo. Ahí no hay condena­ción, pues los que pertenecen a Cristo Jesús tienen crucificada la carne con sus vicios y sus pasiones"(Ga/. 5,13-24). En otras palabras, son "¡Hombres Nuevos!".

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Duidiiri y Reconciliación en la Iglesia

Entramos ahora en un tema difícil de abordar, pero de incalculable trascendencia para la buena marcha de la Iglesia. Es el tema de la unidad y la reconciliación intra-eclesial.

Para nadie es un secreto que en la Iglesia Católica se ha dado últimamente una corriente de involución, como réplica a la Teología de la Liberación y a una apertura conciliar mal entendida, llevada a veces hasta los excesos.

En las décadas pasadas fue tomando fuerza una corriente, inspirada en la Teología de la Liberación, que trataba de comprometer a los cristianos en la lucha -violenta incluso- por hacer posible mejores condiciones de vida para las grandes mayorías marginadas y empobrecidas.

Ciertamente el cristianismo no puede reducir el Evangelio sólo a una promesa de salvación futura. La felicidad que Dios desea para el hombre debe ser una experiencia que comienza en esta vida terrena.

En Medellín, los Obispos latinoamericanos llamaron a la Iglesia "a defender los derechos de los oprimidos, a fomentar las organizaciones de inserción popular, y a denunciar la acción injusta de las potencias mundiales que trabajan en contra de la autodeterminación de las naciones libres".

Sin embargo, no se puede olvidar que la vida para el creyente -si bien es cierto que comienza aquí en la tierra-alcanzará su plenitud en la vida futura, más allá de las reali­dades temporales, más allá de la muerte. "Si sólo mirando a esta vida tenemos la esperanza puesta en Cristo, somos los más miserables de todos los hombres", nos amonesta el Apóstol SanPablo(/Cw.75,iP).

El reto para los cristianos es hacer presente en esta vida los valores imperecederos del Reino de Dios.

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Bandera discutida

La historia de Nicaragua recordará con justicia que, duran­te la última etapa de la dictadura somocista, la postura de la Iglesia Católica se caracterizó por la denuncia profética de los desmanes llevadas a cabo por el somocismo, hasta llegar a calificarlo de "régimen portador de muerte".

En los años anteriores a la insurrección final, la Iglesia compartió con los marginados y los perseguidos "sus alegrías y sus llantos, sus frustraciones y sus esperanzas de liberación".

Muchos hubieran deseado que la misión de la Iglesia, después del triunfo de la insurrección, fuera acompañar el proceso nicaragüense y humanizar sus rudezas.

Sin embargo, desde el inicio mismo de la Revolución, surgen los primeros desacuerdos y malos-entendidos con los dirigentes sandinistas.

La Iglesia siempre ha encontrado grandes dificulades para relacionarse con los regímenes que se inspiran en el Marxis­mo, debido al carácter materialista que caracteriza a tales regímenes.

El proceso revolucionario nicaragüense no fue ninguna excepción. Los conflictos Iglesia-Gobierno dieron frutos muy amargos a veces, como la violentan ex-patriación de Mons. Pablo Antonio Vega, Prelado de Juigalpa y Vice-Presidente de la Conferencia Episcopal de Nicaragua.

No faltan quienes acusan a los Obispos de haber perma­necido siempre coherentes en su vinculación con la burguesía: "cuando ésta fue somocista, ellos eran somocistas; cuando se hizo anti-somocista, ellos se hicieron anti-somocistas; cuando la burguesía simpatizó con los sandinistas, también ellos simpatizaron; cuando apoyó a los sandinistas, ellos también los apoyaron; y cuando, finalmente, la burguesía rompió con los sandinistas, ellos también rompieron con los sandinistas".

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Simbiosis Cristianismo-Marxismo

En la década del 80' las coordenadas de la historia pasaban por Nicaragua. La función que en el campo político jugaba la Revolución Popular Sandinista en el gran tablero del mundo, le correspondía jugar a la Iglesia en el orden religioso. Una tarea eclesial ciertamente difícil, ya que estaba en juego la asimilación o rechazo de conceptos marxistas que, en la práctica, vivían muchos cristianos nicaragüenses sin encontrar insalvables contradicciones con su fe.

"El marxismo -afirmaba un laico que había optado por la revolución y el socialismo- aporta una metodología que ayuda a descubrir las contradicciones que se dan en la sociedad y, a partir de ese análisis, encontrar los proyectos que ayuden a superarlas. No puede haber contradicción entre cristianismo y marxismo. Más bien se complementan. La fe propone el fin, y la ciencia, los medios para alcanzarlo".

Este encuentro y comunión parcial de la ideología marxis-ta con la mística del cristianismo suscitó, a nivel mundial, grandes expectativas.

Y fue precisamente en el intento que propugnó la iglesia popular por lograr la simbiosis cristianismo-marxismo donde se originó la razón fundamental de la confrontación que condujo a la crisis de unidad en la Iglesia nicaragüense.

Es oportuno aclarar que cuando nos referimos al conflicto entre la iglesia popular y la Iglesia institucional no estamos hablando de que la primera representa a las masas humildes de fieles con sus propios líderes que han hecho opción prefe-rencial por los pobres, y que la segunda la conforman un grupo de Obispos ultra-conservadores a quienes siguen un puñado de fieles integristas, ciegos y sordos a los vientos de la historia.

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En realidad, la iglesia popular nunca fue popular en Nicaragua. Fue, más bien, elitista. Centrada en el análisis socio-político de la realidad, realizado generalmente por inte­lectuales, cuyas disquisiciones estaban fuera del alcance del cristiano común y corriente.

Con una interpretación bíblica en clave marxista se empeñaba en demostrar que el combate por el socialismo era el primer deber de los cristianos. Tales reflexiones sólo logra­ban tener eco en sectores intelectuales ya convencidos de antemano.

La mayor parte de los cristianos-católicos nicaragüenses, como acontece en general en América Latina, no profesan esa religión reflexiva, intelectualizada y crítica, sino una fe intui­tiva y ritual, de procesiones y promesas, heredada desde el tiempo de la Conquista. Es lo que se llama comúnmente religiosidad popular.

Y esa religiosidad popular es la que apoya a veces el Arzobispo de Managua, a la cabeza de la Jerarquía Católica nicaragüense, contra quienes presienten que la amenazan.

Una Iglesia puesta a prueba

En la Carta Pastoral sobre La Eucaristía, fuente de Unidad v Reconciliación (6-IV-1986), afirmaban los Obispos: "Un beligerante grupo de sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos de diversas nacionalidades, insistiendo en su pertenencia a la Iglesia Católica, en realidad, con sus hechos, trabaja activa­mente en socavar la unidad de la misma Iglesia, colaborando en la destrucción de los cimientos sobre los que se funda la unidad en la Fe y en el Cuerpo de Cristo".

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Este grupo era acusado por los Obispos de: - Manipular las verdades fundamentales de nuestra fe, arrogándose el derecho de interpretar, y aún de re-escribir la Palabra de Dios, para adecuarla a su propia ideología e ins-trumentalizarla para sus propios fines. - Intentar socavar la unidad en el Cuerpo Místico desafiando a las autoridades constituidas de la Iglesia, con actos o posturas de franca rebeldía. - Tratar de disminuir o quitar la confianza y lealtad del pueblo hacia sus Sacerdotes y Obispos, hacia la Iglesia como Ins­titución, y hacia la persona misma del Santo Padre, con acusaciones y calumnias de toda índole. - Y, finalmente, de intentar dividir a la Iglesia suscitando en su seno la lucha de clases de la ideología marxista.

Una vez hechas estas acusaciones, los Obispos invitaban a los disidentes "a reconsiderar sus errores y posturas, a revisar sus lealtades y enmendar sus caminos..."

Este lenguaje anatematizante bloqueaba la disposición al diálogo y alejaba la posibilidad de una verdadera reconcilia­ción en la Iglesia.

El P. Uriel Molina, director del Centro Ecuménico Anto­nio Valdivieso sostenía entonces: "En Nicaragua no hay dos iglesias -la popular y la Institucional- sino una contradicción de orden político dentro del seno de la misma Iglesia Apos­tólica en comunión con Roma... Las diversas posturas políti­cas inciden, por supuesto, en el planteamiento de distintos enfoques teológicos y pastorales, pero no hasta el punto de romper la comunión de fe"...

Los miembros de la iglesia popular se sentían marginados por lo que ellos calificaban de "postura intransigente de la Jerarquía".

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Muchos -creyentes y no creyentes- se preguntaban perple­jos, ¿cómo la Iglesia en Nicaragua puede ser "signo y testimo­nio de que la unidad entre los nicaragüenses es posible; ser, incluso, instrumento eficaz para lograrla" -como afirmaban los Obispos- si ella misma está dividida y no encuentra los caminos de la Reconciliación?

José Luis Martín Descalzo escribía poco antes de morir: "Hay eclesiásticos que se sienten en posesión de la verdad absoluta y hablan de ella como si fuera una finca de su propiedad, imponiéndola a los demás a como dé lugar. Están muy lejos de descubrir que el modo de decir la verdad es tan importante como la verdad misma. La verdad que avasalla es una terrible falsedad".

Agustín de Hipona nos enseña que "la verdad sin caridad es la peor de las mentiras". Y Juan XXIII -el Papa Bueno-asegura que "la Iglesia debe preferir la medicina de la mise­ricordia al rigor de las condenaciones".

Los Obispos concluían la Carta afirmando: "Estamos convencidos de que la reconciliación (nacional) sólo será posible pasando, necesariamente, por el diálogo".

Paradójicamente, más de quinientos cristianos pertenecientes a las Comunidades Eclesiales de Base de Ni­caragua enviaron una carta al Papa donde se lamentaban por la falta de diálogo y discernimiento en la propia Iglesia: "Deseamos -afirmaban- que se establezcan al interior de nues­tra Iglesia canales de reconciliación, que se viva con mayor sentido evangélico el respeto a la comunión eclesial y a los derechos humanos, que se dialogue y se discierna sin prepo­tencia ni autoritarismo, no sea que predicando a otros el diálogo, la reconciliación y el respeto a los derechos humanos, demos al mundo el escandaloso ejemplo de ignorarlos dentro de nuestra propia casa".

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Aquí surge inevitablemente la pregunta: ¿Dialogó la Igle­sia, suficientemente, buscando por todos los caminos posibles la unidad y reconciliación al interior de ella misma, para luego presentarse como ejemplo a la sociedad?... Para muchos era evidente que la Iglesia en Nicaragua necesitaba con urgencia recuperar el diálogo de la Ecclesiam Suam.

Alguien comentaba en una ocasión:" Si malo es una Iglesia dividida, no menos malo es que le falte un ala. Recordemos que el Espíritu Santo tiene la simbólica forma de una paloma que no podría volar con un ala solamente. Necesita las dos para no dar vueltas en torno a sí misma, sin poder avanzar".

Comparación atrevida

Los conflictos entre las comunidades, los grupos religio­sos y sus dirigentes eclesiásticos siempre se han dado en la Iglesia, desde los mismos orígenes del cristianismo, tal como lo atestigua el Nuevo Testamento. La historia de la Iglesia deja, a veces, mucho que desear en el campo de la unidad.

En Nicaragua son las Comunidades Eclesiales de Base, principalmente, las que se han confrontado con la Jerarquía Católica. Sin embargo, no ha sido el diálogo el protagonista en los conflictos intra-eclesiales, como cabría esperar. La humildad y la sencillez evangélicas generalmente han brillado por su ausencia en estos casos de confrontación al interior de la Iglesia. Por el contrario, ha prevalecido a veces la demostra­ción de poder, sobre el ejercicio de la autoridad según el espíritu del Evangelio.

Cuando las relaciones en el seno de la Iglesia eran como "diálogos de sordos", un destacado líder de la iglesia popular establecía una osada comparación entre:

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a) El Imperio Romano que dominaba la mayor parte del mundo civilizado, bajo el férreo control del César, y el gran Imperio del Norte representado por el Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.

b) La pequeña Palestina, donde Jesús predicaba una verdadera "teología de la liberación", y nuestra Nicaragüita, donde la Revolución trataba de llevar a la práctica los postulados de la Teología de la Liberación.

c) Finalmente, entre las autoridades religiosas que administraban el templo de Jerusalem, presididas por Anas, Sumo Sacerdote que condenó a muerte a Jesús, y la Curia de Managua, administrada por Mons. Obando, intentando des­truir la Revolución.

Ciertamente, una comparación muy atrevida...

Sacerdotes Ministros y otros conflictos

Es un hecho innegable que tan pronto como el Frente Sandinista comenzó a definir su carácter marxista, la Iglesia se encontró a sí misma dividida. De los trescientos sacerdotes, aproximadamente, que trabajaban en Nicaragua al comienzo de la década del 80', un amplio sector, -pronto fue minoría-, inspirado en los postulados de la Teología de la Liberación simpatizaba con el régimen sandinista; algunos de ellos dis­puestos a polemizar públicamente con los Obispos.

Tal es el caso de los sacerdotes Miguel D'Escoto, Fernan­do Cardenal, Ernesto Cardenal y Edgar Parrales, quienes desempeñaron los altos cargos de Ministro del Exterior, Edu­cación, Cultura y Embajador ante la Organización de Estados Americanos (OEA) respectivamente. A ellos se unieron tam­bién algunos pastores evangélicos.

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La labor de suplencia que podía justificarse al comienzo de la Revolución, se prolongó indefinidamente, en desacuerdo con la Jerarquía Católica.

Refiriéndose a este tema afirma Su Eminencia: "Hay que tener en cuenta que la Santa Sede fue muy clara

en este asunto. Pidió que se pusiera en práctica el nuevo Código de Derecho Canónico. Los Obispos y Superiores Religiosos advirtieron también a esos sacerdotes que corrían el riesgo de caer en una suspensión a divinis. Personalmente pienso que el sacerdote debe dedicarse a la tarea de la evange-lización, y que son los laicos los que deben ocupar los puestos políticos".

Mons. Obando, respaldado por la Curia Romana, siempre fue partidario de que los sacerdotes que habían aceptado importantes cargos en el Gobierno sandinista retornaran cuan­to antes a sus misiones pastorales. Ellos, en cambio, no estuvieron de acuerdo, creándose así una polémica pública de consecuencias negativas en perjuicio de la unidad de la Iglesia.

Otro aspecto del conflicto intra-eclesial lo constituyen los movimientos apostólicos. El Camino Neocatecumenal, especialmente, ha tenido serias dificultades con la Jerarquía.

"Yo pienso que la Iglesia está unida, -no duda en afirmar Obando Bravo-. Existe un sano pluralismo. A veces surgen dificultades para que haya una verdadera comunión. Pero yo creo que en la Iglesia hay unidad con un sano pluralismo".

Por otra parte, los movimientos apostólicos no siempre han podido disimular los celos mutuos y malos-entendidos. Esto, lógicamente, debilita el impulso misionero de la Iglesia y la hace más estéril al gastar las energías en pleitos internos con detrimento de su misión pastoral.

122 •t,í

"Yo soy por naturaleza un hombre optimista, -manifiesta Su Eminencia-. Trato siempre de ver la parte positiva de las cosas. Nuestro Consejo de Laicos está adquiriendo una nueva vitalidad. En el inmenso Cuerpo de Cristo que comprende toda la Iglesia, los dones y las necesidades son muy variables y muy diversas las tendencias del apostolado". "Sin embrago, debe existir una unidad en la inspiración y una convergencia en los objetivos, lo cual es no solamente una necesidad para la eficacia del apostolado, sino que es un criterio de su autenticidad: Cristo ha pedido que sus discípulos sean una misma cosa. Todos los movimientos deben, pues, dar testimonio de un deseo, sin equívocos, de encontrarse de nuevo, de cooperar juntos en torno a los objetivos funda­mentales, de orar juntos, de celebrar juntos la Eucaristía, de hacer suyas las normas y orientaciones de la Iglesia".

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Juan Pablo II visita Nicaragua

El cuatro de marzo de 1983, cuando en Managua eran las nueve de la mañana, el Papa Juan Pablo II besaba, por vez primera, la tierra pinolera salpicada de lagos y volcanes... y de sangre.

Un avión de la línea aérea ALITALIA se posó en el Aeropuerto Internacional Augusto C. Sandino. Minutos des­pués aparecía en la puerta de la nave el ilustre huésped.

Su visita a Nicaragua era netamente pastoral. Llegaba como peregrino de la paz a un país azotado por la guerra. Venía a orar por la unidad de una Iglesia dividida.

Elevando sus manos saludó a la gente y bendijo a todos los presentes. Descendió la escalerilla del avión y, rodilla en tierra, besó con humilde sencillez el suelo nicaragüense con olor a pólvora.

El primero en recibir el saludo del Santo Padre, Juan Pablo II, fue el Nuncio Apostólico, Mons. Andrea Cordero Lanza Di Montezemolo.

Los Obispos de la Conferencia Episcopal de Nicaragua, encabezados por Mons. Miguel Obando Bravo, Arzobispo de Managua, fueron saludados por el Papa con un abrazo frater­nal y el beso de paz en cada mejilla.

En la misma terminal aérea se encontraban los integrantes de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional, presidi­da por el Comandante Daniel Ortega; los miembros de la Dirección Nacional del Frente Sandinista, los Ministros de Estado y el Cuerpo Diplomático acreditado en Nicaragua.

Allí estaban, también, un grupo de madres de familia, vestidas rigurosamente de negro, así como varios lisiados de guerra en sillas de ruedas, y un número de niños, con pañuelos rojinegros al cuello, pertenecientes a la Asociación de Niños Sandinistas.

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Desde el mirador del Aeropuerto las turbas vociferaban: "¡Viva la revolución!", "¡Abajo el imperialismo!", "¡Direc­ción Nacional, ordene!"... Grupos de católicos gritaban eufó­ricos, como dando respuesta a las consignas sandinistas: "¡Viva El Papa!", "¡Viva la Iglesia Católica!", "¡María de Nicaragua, Nicaragua de María!"... Habían llegado hasta allí a pesar de las estrictas medidas de seguridad que restringieron la presencia de fieles católicos en las instalaciones del Aero­puerto.

Aquel galimatías de voces encontradas era un mal presa­gio de lo que sería la visita más difícil de Juan Pablo II a un país latinoamericano.

Después de escuchar las notas de los himnos nacionales del Vaticano y Nicaragua, el Papa Juan Pablo II envió un saludo al pueblo nicaragüense, "tan rico de fe y tradiciones cristianas".

Su Santidad dejó sentada la aclaración de que su visita a Nicaragua tenía un carácter "exclusivamente religioso". Venía con el único fin de "orar por la reconciliación y el buen entendimiento entre todos los nicaragüenses", "como un ser­vidor de la unidad en la fe para que todos los fieles católicos guardaran su fidelidad a Cristo y a su Iglesia". Venía "en nombre de Aquel que, por amor, dio su vida por la liberación y redención de todos los hombres".

Juan Pablo II venía "a dar su aporte para que cesaran los sufrimientos de tantos inocentes, víctimas de la guerra fratri­cida que se estaba librando en Nicaragua... Para poner su granito de arena en pro de un diálogo genuino y así acabar con los conflictos sangrientos, el odio y las mutuas acusaciones estériles de los grupos en contienda. Un diálogo con ofreci­mientos concretos y generosos de un encuentro de buenas voluntades y no mera justificación para continuar fomentando nuevas divisiones y violencias".

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"¡La Iglesia también quiere la paz!"

Con motivo de la venida del Papa se dio la manifestación más gigantesca en la historia de Nicaragua. Seiscientas mil personas asistieron a la Misa campal que presidió Juan Pablo II en la plaza 19 de Julio.

Jamás se imaginaba Juan Pablo II al llegar a Nicaragua que sería interrumpido incesantemente durante la solemne celebración Eucarística.

Efectivamente, un sector de la concurrencia, manipulado por la Juventud Sandinista y otros activistas fanatizados, perturbó el normal desarrollo de la Santa Misa con lemas y consignas repetidas hasta la saciedad: "¡poder popular!", "¡queremos la paz!", "¡un solo ejército!", "¡no pasarán!"... se escucharon durante toda la celebración con irritante machaco­nería.

El Santo Padre mantuvo la calma durante las interrupcio­nes y hacía callar a la multitud para continuar su homilía. Varias veces tuvo que repetir, con voz suplicante: "¡Silencio, por favor!".

A un lado de la tarima principal se encontraban los miem­bros de la Junta de Gobierno y la Dirección Nacional del Frente Sandinista.

Cuando los gritos de: "queremos la paz" arreciaban más, el Pontífice, saliéndose del texto de la homilía, exclamó:" ¡La Iglesia también quiere la paz!".

Nunca antes se recuerda que un Papa hubiera sido inte­rrumpido en algún lugar, de una manera tan irrespetuosa, mientras se dirigía a los oyentes.

El espectáculo fue bochornoso. El agravio público al Vicario de Cristo en la tierra sirvió para demostrar al mundo la actitud hostil del régimen sandinista hacia la Iglesia Católica y su más alta Jerarquía.

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En el Aeropuerto de Managua Mons. Miguel Obando Bravo saluda cordialmente al Papa Juan Pablo II dándole la bienvenida a Nicaragua.

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Comentando este lamentable espectáculo que ofreció Ni­caragua ante el mundo por causa de un sector de militantes sandinistas fanatizados y algunos cristianos-marxistas, para quienes sus máximas autoridades no provenían del Vaticano, sino de La Habana o Moscú, nos dice Su Eminencia:

"El pueblo nicaragüense sabe muy bien que el Papa Juan Pablo II es un hombre de Dios. Que no disimula la realidad por el deseo de agradar o ser original. Es un hombre recto, que actúa con criterios evangélicos".

Poco después de la venida del Papa a Nicaragua, en el Congreso de Teología que la asociación Juan XXIII celebra cada año en Madrid, se recibió, casi en olor de santidad, al Comandante Tomás Borge, vestido de impecable uniforme militar. Cada una de sus afirmaciones fueron coreadas con prolongados aplausos. Incluso cuando, falseando los hechos, calumnió a la Conferencia Episcopal de Nicaragua, especial­mente a Mons. Obando y al propio Juan Pablo II.

La visita papal sirvió para realzar la figura de Mons. Obando Bravo quien se mostró ante los ojos de Juan Pablo II como el guía indiscutible del pueblo católico nicaragüense.

El saludo que Mons. Obando dirigió al Papa, al iniciarse la celebración de la Misa campal, alentó a los cientos de miles de católicos congregados. El Arzobispo de Managua recordó una anécdota del Papa Juan XXIII al visitar la cárcel de Roma: Uno de los presos aseguraría más tarde que, desde que el Papa Bueno le miró a los ojos aquella tarde, se sintió un hombre libre...

La multitud supo captar en las palabras de su Pastor el llamado a mantener, en tiempos de prueba, la libertad interior délos hijos de Dios.

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Llamado a la unidad eclesial

Juan Pablo II hizo un vigoroso y enérgico llamado a la unidad de la Iglesia durante su homilía.

"La Iglesia es UNA" -dijo el Papa- al mismo tiempo que llamaba a los Sacerdotes a la obediencia con los Obispos. "Jesucristo vino para restablecer la unidad perdida, para que hubiera un solo rebaño y un solo pastor"(Jn.W,16). "El vino a morir para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos"(J«. 11,52). "Y oró al Padre por la unidad de la comunidad que confió a sus Apóstoles"(J«.77,i7). "Esa uni­dad se funda en un solo Señor, una sola fe, un solo Dios y Padre "(£/4 5).

"La unidad de la Iglesia -prosiguió el Papa- es puesta en cuestión cuando a los poderosos factores que la constituyen y mantienen como la fe, la Palabra revelada, los sacramentos, la obediencia a los Obispos y al Papa, se anteponen considera­ciones terrenas, compromisos ideológicos inaceptables, op­ciones temporales, incluso concepciones de la Iglesia que suplantan la verdadera. Cuando el cristiano, sea cual fuere su condición, prefiere cualquier otra doctrina o ideología a la enseñanza de los Apóstoles o de la Iglesia; cuando se hace de esas doctrinas el criterio de nuestra vocación; cuando se intenta reinterpretar según sus categorías la catequesis, la enseñanza religiosa, la predicación; cuando se instalan "ma­gisterios paralelos", entonces se debilita la unidad de la Iglesia, se le hace más difícil el ejercicio de su misión de ser "sacra­mento de unidad" para todos los hombres". "Ningún cristiano, y menos aún cualquier persona con título de especial consagración en la Iglesia, puede hacerse respon­sable de romper esa unidad, actuando al margen o contra la voluntad de los Obispos, a quien el Espíritu Santo ha puesto para guiar a la Iglesia de Dios"(He.20,20).

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"Una Iglesia dividida -finaliza diciendo el Papa- no podrá cumplir su misión de sacramento, es decir, ser señal e instru­mento de unidad en el país. De ahí lo absurdo y peligroso que es imaginarse como al lado -por no decir en contra- de la Iglesia constituida en torno al Obispo, otra iglesia concebida sólo como carismática y no institucional, nueva y no tradicio­nal, alternativa y como se preconiza últimamente, una iglesia popular".

Con signos visibles de agotamiento Juan Pablo II se despidió de todos los nicaragüenses con estas palabras:" ¡Dios bendiga a esta Iglesia! ¡Dios proteja a Nicaragua!".

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Relaciones de la Iglesia con el Gobierno sandinista

Con la visita del Papa Juan Pablo II a Nicaragua se puso de manifiesto la tensión creciente en las relaciones entre la Iglesia Católica y el Gobierno sandinista.

Uno de los miembros de la Dirección Nacional, a los pocos meses del triunfo de la Revolución, afirmaba desafiante: "Hemos acabado con Somoza. Ahora es preciso acabar con la Iglesia". De boca en boca corrió la voz, atribuyéndose esta sentencia al Cmdte. Jaime Wheelock Román.

Si durante el Somocismo fueron tensas las relaciones entre la Iglesia y el Gobierno, con el Sandinismo lo fueron mucho más. ¿Por qué, Eminencia?

"Hubo, no cabe duda, dificultades serias entre el Gobierno Sandinista y la Iglesia. Nosotros que hemos defendido el diálogo como el mejor camino para solucionar los conflictos, estuvimos siempre dispuestos a conversar con el Gobierno. Como prueba de esta actitud la Conferencia Episcopal de Nicaragua estableció una comisión para el diálogo. Las con­versaciones se iniciaron el 24 de diciembre de 1984. El diálogo se realizó en varias ocasiones; aunque no fue fácil llevarlo a cabo".

El somocismo había perfeccionado los métodos represi­vos hasta llegar a configurar una verdadera "persecución a la Iglesia", cuyas características más notorias eran: - Proceso de domesticación: buscaba, a cualquier precio, el sometimiento de la Iglesia en sus planes de dominación, ofreciéndole privilegios a los cuales le resultara difícil renun­ciar después. - Proceso de atemorización: pretendía inducir el miedo y la sensación de poder y de omnipresencia de las fuerzas repre­sivas para individualizar a las personas y romper la solidaridad

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entre el pueblo por medio del orejismo, que produce la sensa­ción de sentirse vigilado. Así se facilitaba la manipulación. -Proceso de ideologización: perseguía hacer una teología "a su propia medida" para apoyar sus aspiraciones e ins-trumentalizar después el sentimiento religioso del pueblo sencillo y poco instruido en la fe.

Para llevar a cabo este proceso de domesticación se utiliza­ron, a gran escala, los Medios de Comunicación Social.

Se empleó, además, la difamación sistemática de los agen­tes de pastoral, llegándose hasta la violencia física.

Esto que el somocismo llevó a la práctica de una manera sutil y encubierta para no llamar la atención, lo realizó el sandinismo, aparentemente, sin ningún rubor.

En la fachada de la catedral de Managua, destruida por el terremoto en 1972, desde los primeros días de la toma del poder, los sandinistas mostraron en rótulos panorámicos, junto a la de Sandino, las figuras de Marx y Lenin. El general Sandino estaba pintado de cuerpo entero, enmarcado dentro de un gran círculo blanco, que podía asociarse con el signo eucarístico: la Hostia de la celebración de la Santa Misa.

Era, sin duda, un mensaje "subliminal" del sandinismo a los católicos nicaragüenses: "La Iglesia está en ruinas. Jesucristo no existe. Sandino es el redentor de los nicara­güenses. Sandino está vivo"...

Y parafraseando el mensaje bíblico: "Cristo ayer, Cristo hoy, Cristo siempre", vociferaban las turbas enardecidas: "Sandino ayer, Sandino hoy, Sandino siempre".

Unas veces de manera sutil y otras solapada, lo cierto es que el sandino-marxismo-leninismo no perdía oportunidad de torpedear los cimientos del sentimiento religioso de los nicara­güenses, hasta tal punto que Mons. Julián Barni, en nombre de la Conferencia Episcopal, hablando al Consejo de Estado al iniciarse la legislatura en 1982, pedía "espacio para Dios".

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Un documento revelador

Un Documento firmado por el Sr. Julio López, Secretario Nacional de Propaganda y Educación Política del F.S.L.N., fechado el cuatro de diciembre de 1979, en sus partes más conducentes decía textualmente:

"Ahora, después del triunfo de la Revolución Popular Sandinista, estamos orientando a la celebración de la Navi­dad, específicantente para los niños, y con un contenido distinto, fundamentalmente político. En esencia, se trata de rescatar para la Revolución una tradición que, aunque reli­giosa, está muy arraigada en nuestro pueblo. Es, gracias a la Revolución Sandinista, que ahora nuestros niños pueden celebrar su Navidad en Libertad, y crecer en una Patria que les asegure su futuro y su felicidad. Este es el pensamiento central de la celebración". "No se trata -prosigue el documento- de afianzar una tradi­ción por lo demás religiosa, sino por el contrario, de inter­pretar la realidad subjetiva hoy de nuestro pueblo; para, en proceso, irla transformando. El enfrentar en estos momentos, de una manera directa, a cinco meses del triunfo, una tradi­ción de 1979 años, nos llevaría a conflictos políticos y perde­ríamos influencia entre nuestro pueblo. Al mismo tiempo, alimentaríamos la campaña que nuestros enemigos en el extranjero están lanzando en contra de nuestra Revolución... Por lo demás, a 62 años de la Revolución de la URSS, esta tradición religiosa aún no ha podido ser erradicada en su totalidad. De aquí que, constituirá una manifestación de revolucionarismo pequeño-burgués, pretender arrancar es­tos valores a nuestro pueblo, a tan poco tiempo de Revolu­ción". "Debemos así mismo -finalizaba diciendo el documento- al interpretar el sentido que ahora el F.S.L.N. quiere darle a la

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Navidad, tener presente que no son las campañas propagandísticas las que borrarán de la conciencia una tradición de raíces ideológicas profundas. Es a partir de las transformaciones de la vida material, lo que en definitiva irá creando las condiciones objetivas que permitan desarrollar efectivamente una labor de educación y deformación ideoló­gica en nuestro pueblo. Hoy esa labor pasa por rescatar la Navidad para la Revolución".

Este sorprendente y revelador documento habla por sí solo.

El F.S.L.N. se pronuncia sobre la Religión

Durante algunos meses, el citado documento sandinistaen torno al sentido de la Navidad, pasó inadvertido.

Pocos días después de trascender a la opinión pública, vio la luz un insólito Comunicado Oficial de la Dirección Nacio­nal del F.S.L.N. sobre la Religión, en donde los máximos dirigentes revolucionarios aclaraban sus posiciones en torno a la religión. Resumían su pensamiento en nueve puntos. Reafirmaban con énfasis el compromiso de respetar los sentimientos religiosos de todos los nicaragüenses, en su mayoría creyentes.

El Comunicado se refería en la introducción a "una perti­naz campaña de tergiversaciones y mentiras sobre distintos aspectos de la Revolución con el propósito de confundir al pueblo".

"En este sentido -expresaba la proclama sandinista- la reacción trata de vender la idea de que el F.S.L.N. está ahora instrumentalizando la religión para suprimirla después".

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Luego de exaltar el ejemplo de numerosos combatientes cristianos que cayeron en la lucha insurreccional, destacando especialmente "la obra revolucionaria y el sacrificio heroico del P. Gaspar García Laviana en quien se sintetizaron, al máximo grado, la vocación cristiana y la conciencia revolu­cionaria", el Comunicado se dirigía a los Obispos Católicos que "en diversas ocasiones denunciaron valientemente los crímenes y atropellos de la dictadura", mencionando expresa­mente a Mons. Obando Bravo.

"Para el F.S.L.N. -afirmaba el Comunicado en sus puntos más relevantes- la libertad de profesar una fe religiosa es un derecho inalienable de las personas, que el gobierno revolu­cionario garantiza a plenitud". "Algunos autores han afirmado que la religión es un meca­nismo de alienación de los hombres que sirve para justificar la explotación de una clase por otra... Sin embargo, los sandinistas afirmamos que nuestra experiencia nos muestra que cuando los cristianos, apoyándose en su fe, son capaces de responder a las necesidades del pueblo y de la historia, sus mismas creencias los impulsan a la militancia revoluciona­ria". "El F.S.L.N. tiene un profundo respeto por todas las celebra­ciones y tradiciones religiosas de nuestro pueblo y hace esfuerzos para rescatar el verdadero sentido de estas celebra­ciones, atacando el vicio y las manifestaciones de corrupción que les imprimió el pasado". "Algunos ideólogos de la reacción han acusado al F.S.L.N. -de tratar de dividir a la Iglesia. Nada más falso y más intencionado que esta acusación. Si existe división dentro de las religiones esto es un hecho completamente independiente de la voluntad y la acción del F.S.L.N... Nosotros no estimu­lamos ni provocamos actividades para dividir las Iglesias. Ese

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es un asunto exclusivamente de los cristianos y que a las organizaciones políticas no les incumbe. Si hay división, las iglesias deben buscar las causas dentro de sí mismas y no atribuir responsabilidad a supuestas influencias maléficas externas". "Los sandinistas somos buenos amigos de los cristianos revolucionarios, pero no lo somos de los contrarrevoluciona­rios, aunque se llamen a sí mismos cristianos". "Otro asunto que ha estado siendo debatido últimamente es el de la participación de sacerdotes y religiosos en el Gobier­no de Reconstrucción Nacional. Al respecto declaramos que es un derecho de todos los ciudadanos nicaragüenses parti­cipar en la conducción de los asuntos políticos del país, cualquiera que sea su estado civil, y que el Gobierno de Reconstrucción Nacional garantiza este derecho que está respaldado por la ley. Los compañeros sacerdotes que desem­peñan cargos en el Gobierno, atendiendo al llamado del F.S.L.N. y a su obligación ciudadana, han cumplido hasta ahora una labor extraordinaria".

"La Revolución y el Estado tienen origen, finalidades y esferas de acción distintas a las de la religión... El Estado Revolucio­nario, como todo Estado moderno, es un Estado laico".

Algunos observadores interpretaron la publicación del Pronunciamiento de la Dirección General del F.S.L.N. como un intento de paliar el efecto negativo que produjo en la opinión pública el desafortunado Documento sobre la Navi-

-dad.

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Dos incidentes de mal gusto

Dos acontecimientos de mal gusto tensaron inesperada­mente las difíciles relaciones entre la Iglesia y el Gobierno sandinista.

El director de Radio Católica y hombre de confianza de Mons. Obando Bravo, P. Bismarck Carballo, fue víctima de un montaje cuidadosamente preparado por la Seguridad del Estado. Una feligresa, ex-amante del notable cantautor Carlos Mejía Godoy, con fingida buena voluntad, invitó a su casa para almorzar al incauto P. Bismarck, después de haberse granjeado su amistad.

Mientras se llevaba a cabo el almuerzo, irrumpió inespera­damente en la mansión un hombre fortachón armado de revólver. Con amenazas y golpes obligó a desnudarse al sacerdote, haciéndole salir a la calle, donde lo esperaban fotógrafos y camarógrafos que por casualidad? transitaban en aquel momento por el lugar.

Los medios de prensa y televisión sandinistas presentaron al P. Carballo completamente desnudo, alegando que había sido sorprendido con su compañera por un marido celoso.

A este incidente se unió otro más grave, en el que se vio involucrado el P. Luis Amado Peña. En un video presentado por la televisión estatal, aparecía el Párroco de San Pío X reunido con un supuesto dirigente de los Contras, y portando una valija en cuyo interior se encontraban varias armas y explosivos.

Evidentemente se trataba de otro montaje de la Seguridad del Estado, con el fin de desprestigiar al P. Peña, de reconocida beligerancia antisandinista.

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Relación Obando-Borge

La gente comentaba acerca de los recelos mutuos entre Mons. Obando Bravo y el Cmdte. Tomás Borge. Las descalifi­caciones recíprocas fueron evidentes, porque eran públicas y, generalmente, ante grandes concurrencias.

El pulso entre ambos -si lo podemos llamar así- llegó a su punto álgido con la expulsión de diez sacerdotes de diversas nacionalidades que trabajaban en la Arquidiócesis de Mana­gua, algunos desde hacía muchos años.

En solidaridad con el P. Luis Amado Peña, a quien se le impuso por cárcel el Seminario Arquidiocesano, Mons. Oban­do Bravo encabezó, a comienzos de julio de 1984, una marcha del Clero de la Arquidiócesis rezando el Rosario para solida­rizarse con el sacerdote recluido.

Como represalia, -aduciendo que toda manifestación en la calle, sin los permisos correspondientes, estaba prohibida-, el fogoso Ministro del Interior, Tomás Borge, expulsó del país intempestivamente a diez sacerdotes de diversas nacionalida­des.

"El motivo de la cancelación de residencia -decía textual­mente el comunicado de la Dirección de Migración y Extran­jería- se debe a que tales personas han violado las leyes de nuestro país, realizando una intensa labor política contraria al Gobierno de Reconstrucción Nacional, y han sido partícipes de planes destinados a provocar un enfrentamiento entre la Iglesia Católica y la Revolución Popular Sandinista".

En realidad, la medida fue un acto de soberbia y abuso de autoridad del todopoderoso y prepotente Comandante Borge, con el fin de debilitar la fortaleza de la Iglesia Arquidiocesana y humillar a Mons. Obando.

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El pueblo católico, en general, se mostró perplejo y condo­lido por la reacción visceral del dirigente sandinista.

Este hecho tan repudiable mereció la condena del Papa, Juan Pablo II. Al dirigirse a la multitud en la audiencia general del 11 de junio de 1984, llamó a la plegaria -por la Iglesia perseguida en Nicaragua- con estas palabras:

"Quisiera invitarles a orar por la Iglesia en Nicaragua, la cual en los últimos días ha conocido un acontecimiento doloroso, sumamente grave, que se agrega a las pruebas ya sufridas: diez sacerdotes han sido obligados a dejar el país imprevistamente. Para la Arquidiócesis de Managua, cuyo clero no es suficientemente numeroso para atender las gran­des exigencias pastorales y caritativas, se trata de una pérdida grave. Expreso mi más viva deploracióny mi profunda parti­cipación en el sufrimiento de esta Iglesia, la cual continúa por su parte, proclamando el propio empeño en promover en el país el rechazo de la violencia, y a seguir el camino del diálogo y de la reconciliación. Pido al Señor que ilumine las mentes de los responsables para que quieran corregir esta decisión claramente nociva para la Iglesia y para las necesidades del pueblo católico de Nicaragua. Al mismo tiempo ruego a la Virgen Santísima que asista con su maternal protección a aquel querido pueblo y a los ministros de Dios que, en plena comunión con sus pastores, se dedican al servicio de las exigencias espirituales y morales del país".

En su lucha con la Iglesia, el sandinismo desconoció la dinámica propia del fenómeno religioso. No entendió la especificidad del mundo creyente. Por eso se equivocó al pensar que podía intervenir eficazmente en este nivel con medidas propias de la lucha política, como censuras, expul­siones, etc.

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En la lucha ideológica, máxime en el campo religioso, vencer es con-vencer. Los sandinistas erraron el método: en vez de usar la fuerza de la razón, prefirieron la razón de la fuerza.

Por otra parte, quienes simpatizaban con la Revolución se referían frecuentemente a la "otra persecución", la que -según ellos- ejercía la Jerarquía en contra de algunos religiosos, principalmente de otras nacionalidades, para que fueran remo­vidos por sus Superiores y trasladados a otros países.

Refiriéndose a este tema, comenta escuetamente Su Eminencia: "Fue, más bien, el régimen sandinista quien negó sistemáticamente la visa a los religiosos y sacerdotes que venían a Nicaragua con el deseo de prestar un servicio pura­mente pastoral".

¿Un atentado frustrado?...

Se comentó también que a raíz de un intento frustrado de atentar contra la vida de Mons. Obando Bravo, el Sr. Ministro del Interior le ofreció custodia.

Preguntamos a Su Eminencia, ¿cómo sucedió ese episodio que no trascendió a la opinión pública?

"A finales de 1983 regresaba de una visita pastoral en el campo. De pronto, tres hombres vestidos con uniforme militar y bien armados, detuvieron mi carro. Nos obligaron a llevar­los. Con amenazas conminaron a mi chófer a desviarse hacia un lugar solitario, donde le mandaron estacionarse. Estaba entrando la noche. Comenzaron a insultarme. Y, entre otras cosas, me dijeron que iban a matarme. Yo llevo siempre en el vehículo un radio portátil y tuve la suerte de poder comunicar a gritos lo que me estaba sucediendo. Parece ser que esto

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desconcertó a los presuntos militares; porque huyeron de inmediato. Tal vez sólo tenían orden de amedrentarme".

¿Es cierto, entonces, que el Gobierno sandinista le ofreció alguna vez protección personal?

"Sí. Y también lo hizo el Gobierno somocista. "Temo que los sandinistas lo maten para echarme la culpa a mí", me dijo en una ocasión el General Somoza. Y quiso ponerme escolta. Yo le agradecí su cortesía. Pareciera que esa misma preocu­pación la tuvieron los sandinistas: que la CÍA (Central de Inteligencia Americana) montara un atentado contra mi per­sona para culparlos a ellos... Yo siempre he dicho que tengo buenos protectores: el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo... y yo mismo".

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Cristianismo y Revolución

"Entre Cristianismo y Revolución no hay contradicción", fue una de las consignas dadas por el Frente Sandinista a sus estructuras partidarias desde los inicios del proceso revolucio­nario. Esta consigna obedecía, sin duda, a un intento por salvar las reales diferencias entre la ideología marxista-leninista del F.S.L.N. y el sentimiento religioso-cristiano de la mayoría de los nicaragüenses".

El régimen sandinista buscó siempre, a cualquier precio, el respaldo popular. Parte de la estrategia gubernamental fue atraer hacia sus filas a líderes religiosos para dar un tinte más "cristiano" a la Revolución.

En este afán por "identificar" Cristianismo y Revolución se destacó el Centro Antonio Valdivieso (CAV): una institu­ción de carácter ecuménico, dirigida por el P.Uriel Molina Oliú, de la Orden de San Francisco, y financiada principal­mente por el Consejo Mundial de Iglesias (CMI), de confesión protestante, con sede en Ginebra (Suiza).

El Centro Antonio Valdivieso sirvió de espacio a los teólogos más connotados de la Teología de la Liberación. Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, Pablo Richard y otros fueron frecuentemente sus huéspedes.

La ofuscación que produjo en muchos teólogos de la liberación el brillo engañoso y solo aparente de la revolución, queda expresada en las palabras de Giulio Girardi al presentar su libro, Sandinismo-Marxismo-Cristianismo en la Nueva Ni­caragua. Las transcribimos como botón de muestra:

"El mensaje de esperanza que Nicaragua intenta lanzar a un mundo que lo rechaza, lleva unos nombres controvertidos: Sandino, Marx, Jesús. Tres subversivos, cada uno en su ambiente y a su manera. Estos tres personajes que no se

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conocieron entre sí, cuyos discípulos a menudo se opusieron recíprocamente con violencia, de repente sintieron el deseo de conocerse y de juntarse. Se citaron, pues, en Nicaragua, quizás por ser el país donde se juntan los océanos. Se les había ocurrido que uniendo sus voces iban a poder lanzar más fuerte el grito de esperanza; que por fin, quizás, iban a ser escucha­dos". "Ellos mismos quedaron sorprendidos del éxito. Se descubrie­ron mutuamente con alegría. En el intercambio vital, se disolvieron las mentiras que los habían alejado entre sí. Ya sus discípulos no se distinguían mutuamente. Se sentían san-dinistas, marxistas, cristianos: todo a la vez. Y todos se llamaban hermanos. Y luchaban por una sociedad de herma­nos. Y ofrendaban sus vidas por sus hermanos. Y decían que éste era el signo de que eran cristianos, de que eran sandinis-tas, de que eran marxistas. Este era el carnet... Los ríos, pues, habían decidido juntar sus aguas para ser más fuertes: se convirtieron entonces en un único río, más grande e impetuo­so. Y fue la revolución popular. Se convirtieron en un río de leche y miel. Y fue la tierra prometida"...

El régimen sandinista promovió a la iglesia popular con­siderando que ella dotaría a la Revolución de un nimbo cristiano, sin limitar por ello su radicalismo. Pero fue un cálculo equivocado.

El aparato de propaganda del F.S.L.N. creó, a su propia conveniencia, un liderazgo alternativo al de Mons. Miguel Obando Bravo en la persona de Mons. José Arias Caldera quien había apoyado al Frente Sandinista desde su fundación, al comienzo de la década del 60'. Arias Caldera, llamado en los círculos oficialistas Monseñor de los Pobres, recibió la "Orden Carlos Fonseca" que el F.S.L.N. otorga a sus miem­bros más destacados.

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El experimento sólo funcionó a medias. Y el Sandinismo tuvo que "importar" Obispos.

Se decía que Mons. Sergio Méndez Arceo, Obispo de Cuernavaca (México), invitaba a sus fieles a peregrinar a Nicaragua y Cuba como quien peregrina a Lourdes, Fátima o cualquier otro santuario de la cristiandad católica.

Fue notorio, también, el caso referente a Mons. Pedro Casaldáliga, claretiano español, Obispo de Sao Félix en Mato Grosso (Brasil), propagandista y defensor acérrimo de la Revolución. Efectivamente, una nota de la Sala de Prensa de la Santa Sede confirmaba que se le habían hecho llegar algunas observaciones sobre "la fidelidad al Magisterio de la Iglesia", y sobre "la prudencia antes de visitar diócesis extranjeras, sin el previo consentimiento de la Jerarquía local".

De inmediato, todas las miradas se volvieron hacia Mons. Obando, al intuir que el documento hacía una evidente alusión a los viajes que Mons. Casaldáliga estaba realizando a Nica­ragua.

¡No! a una Iglesia del silencio...

El pueblo católico nicaragüense siguió viendo en la per­sona de Mons. Obando Bravo al líder indiscutible que, como buen pastor, conducía a su grey, con cayado firme, por el "valle de lágrimas" en que se estaba convirtiendo Nicaragua.

El sandinismo intentó, por medio de la propaganda difa­matoria, menoscabar el respeto y respaldo popular hacia Mons. Obando.

La iglesia popular, instrumentalizada a veces y convertida en brazo político por los sandinistas, no alcanzó el esperado arraigo en el pueblo nicaragüense debido a su entreguismo al régimen. En sus actividades fue siempre difícil delimitar la

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frontera entre lo que era una celebración religiosa y un acto político partidario del F.S.L.N.

"Muchos católicos y evangélicos caímos en la ingenuidad de servir de apoyo a los comunistas, impulsando un movi­miento cristiano identificado con el sandinismo, creyendo defender la causa de los pobres. El F.S.L.N. se aprovechó de nosotros para efectos de propaganda e imagen", se lamentaba un ex-dirigente del Centro Ecuménico Antonio Valdivieso.

Con la iglesia popular debilitada, el Frente Sandinista tuvo que enfrentar directamente a la Iglesia Católica tratando de arrebatarle su incuestionable arraigo en las bases sociales. Esta lucha por la hegemonía fue constante, agudizándose en los últimos años del régimen de los Comandantes.

Otra de las estrategias del sandinismo fue apoyar a los sectores evangélicos que simpatizaban con la Revolución, generalmente miembros del Comité Evangélico Pro Ayuda al Desarrollo (CEPAD), en busca de un debilitamiento indirecto de la base social católica.

El Gobierno otorgó a los evangélicos escaños sandinistas en el Consejo de Estado. Esta maniobra de conceder espacios políticos visibles a grupos religiosos originó conflictos y tuvo repercusiones negativas en el seno de las iglesias, como el desmembramiento de algunas denominaciones adscritas al CEPAD.

La actitud sumisa de algunos líderes evangélicos a las consignas sandinistas los llevó a la pelea frontal entre ellos y a la división que perdura hasta hoy. Tal es el caso de las Asambleas de Dios, con amplia base social en el campesinado nicaragüense. Fueron numerosas las denuncias de violaciones de los derechos humanos a sus miembros. Se llegó incluso hasta torturar y ametrallar públicamente a uno de sus pastores.

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De igual manera, el F.S.L.N. pretendió capitalizar políti­camente a su favor las fiestas religiosas populares. Tradiciones como la de Santo Domingo de Guzmán en Managua, San Jerónimo en Masaya, o la Gritería en toda Nicaragua -en la víspera de la fiesta de la Inmaculada Concepción de María-, son ejemplos evidentes de los deseos de apropiación y explo­tación de primarios sentimientos populares por parte del régi­men sandinista.

Los Comandantes -de declarada confesión marxista, aun­que sin aceptar explícitamente el ateísmo como parte integral de sus concepciones políticas y filosóficas- disfrazaban a veces sus discursos con una envoltura religiosa como plata­forma de ataque contra las posiciones de Mons. Obando Bravo.

Daniel Ortega y Tomás Borge son, sin duda, los que más frecuentemente recurrían al discurso seudo-religioso para en­frentar y neutralizar las denuncias por violación de los dere­chos humanos formuladas por Mons. Obando y otros Obispos y Sacerdotes que adversaban a la Revolución.

La Iglesia Católica fue hostigada por prestarse -según el régimen- al juego sucio del imperialismo yanqui, y por no denunciar los crímenes de la Contra-revolución.

Contrariamente a esta convicción del sandinismo, la Igle­sia sí denunció la violación de los derechos humanos, cual­quiera fuera su origen. Pero no permitió a los Comandantes que tomaran el báculo para hacer de "obispos de la iglesia popular".

Algunos piensan que los Obispos nicaragüenses se mos­traron, a veces, poco comprensivos con las dificultades en que se debatía la Revolución y minusvaloraron los esfuerzos que se hacían en favor de las clases marginadas.

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Lo que sí está fuera de toda duda es que la acción de la Iglesia fue -acaso más aún que la crisis económica y la presión exterior- un factor determinante que frenó las pretensiones totalitarias del régimen sandinista.

La firme actitud de Mons. Obando Bravo impidió que a la Iglesia nicaragüense le sucediera lo que a otras iglesias que se convirtieron en iglesias del silencio, amordazadas y sin voz.

Férrea censura a los Medios de Comunicación

No faltan quienes acusan a Mons. Obando Bravo de haber utilizado sus homilías para fustigar al Gobierno sandinista. Al preguntarle sobre este punto expresa Su Eminencia:

"A veces el pulpito era nuestra única alternativa de divul­gación". Y añade: "Radio Católica de Nicaragua fue varias veces clausurada y sometida a férrea censura. Hasta el rezo del Santo Rosario teníamos que enviar, previamente grabado, a la oficina estatal que controlaba los Medios de Comunicación Social. Se nos suprimió también la Santa Misa que habitual-mente se trasmitía en la televisión los domingos. De modo que Nicaragua era el único país de Centroamérica donde la televi­sión no trasmitía la Misa los domingos. A pesar de nuestro especial cuidado por excluir cualquier elemento que pudiera ser mal interpretado, no pudimos evitar la censura".

A través de los medios de comunicación Mons. Obando hacía llegar su presencia pastoral hasta los más remotos rin­cones de Nicaragua, cuando así se lo permitía el régimen. Al impedírselo mediante la censura, el sandinismo creyó castigar de ese modo al Prelado inclaudicable. La respuesta de su grey fue inmediata: ¡apoyemos al Pastor!

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Cuando la televisión dejó de divulgar las imágenes de la Misa dominical miles de ciudadanos, ricos y pobres, de toda condición social, niños, jóvenes y ancianos, hombres y muje­res se congregaban para escuchar el consejo pastoral directa­mente de los labios del Pastor. "Si una televisión se cieña, hay miles de corazones nicaragüenses que se abren para recibir a Cristo", expresó Mons. Obando en una de sus homilías.

Los nicaragüenses se vieron privados de leer durante años la homilía dominical que bajo el título La voz del Pastor publicaba Mons. Obando en el diario La Prensa, clausurado también en numerosas ocasiones, al igual que Radio Corpo­ración y alguna otra emisora independiente.

La censura impuesta por el sandinismo eclipsó al así llamado Código Negro impuesto a los Medios de Comunica­ción durante el somocismo por el tristemente célebre Coronel Luna.

"Algunas oficinas de la Curia Arzobispal -añade Su Emi­nencia- ocupadas de improviso por la Seguridad del Estado, fueron confiscadas mediante decreto gubernamental, a pesar de estar construidas en tenenos que ocupó la Nunciatura Apostólica antes del tenemoto de 1972. En dichas oficinas funcionaba una pequeña imprenta, donada por el Episcopado alemán, que se utilizó para la edición de nuestro boletín Iglesia, un instrumento de divulgación puramente intraecle-sial. Imprenta y boletín fueron igualmente incautados por la Seguridad del Estado, junto con la totalidad de los archivos, incluyendo varios libros de registro de bautismos y mi sello personal".

Curiosamente, mientras Radio Católica tuvo que enfren­tar serias dificultades para operar a causa de la censura, en

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cambio los responsables de la radio evangélica Ondas de Luz se ufanaban de que su emisora nunca había sido cenada o censurada, ni había tenido problemas con ningún Gobierno.

Un dirigente evangélico se permitía opinar en los días en que la censura extremaba su dureza: "Radio Católica cumpliría mejor su misión de emisora religiosa si eliminara la tremenda carga de actitudes políticas de algunos programas de noticias y comentarios que, en realidad, son programas políticos para atacar al Gobierno sandinista convirtiéndose, a veces, en vocero oficioso de la oposición. Esta actitud -concluye- divide y polariza al mismo pueblo católico, fomenta la violencia y agita las pasiones en vez de orientar y construir".

Lo cierto es que Radio Católica desempeñó muchas veces un papel de suplencia ante la dificultad que tenían otros medios de difundir de manera veraz los acontecimientos nacionales a causa del constante atropello a la libertad de expresión.

Es digno de notar que, aunque Radio Católica depende en última instancia de la Conferencia Episcopal, Obando Bravo ha sido de manera permanente el Delegado de la Conferencia para los Medios de Comunicación de la Iglesia en Nicaragua.

"El diálogo es la solución"

Los sandinistas contaron, en los días que precedieron a la insunección, con el aporte valioso de la Conferencia Episco­pal, cuando en el histórico Mensaje del dos de junio de 1979 legitimó el derecho del pueblo a la lucha armada.

Pareciera que esto se le había olvidado al entonces Presi­dente, Daniel Ortega, cuando denunció públicamente que "presiones y compromisos con la Central de Inteligencia Americana (CÍA) impidieron a la Conferencia Episcopal con-

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denar las agresiones, emboscadas y asesinatos atroces come­tidos por los Contras.

La respuesta del Cardenal Obando no se hizo esperar: "Yo no estoy de acuerdo con la muerte de nadie. Mucho

menos si se trata de civiles. Por supuesto que uno debe tener cuidado, especialmente en zonas de guerra, porque se corre el riesgo de convertirse en carne de cañón. Yo nunca estaré de acuerdo con ninguna clase de matanzas, sobre todo cuando mueren personas totalmente inocentes". "Pero es preciso ir a la raíz del problema: si usted tiene un cáncer, no hace ningún bien al cortar una parte superficial del mismo. Si no se elimina la fuente, el mal continúa. Yo siempre he sido de la opinión que el problema de la guerra en Nicara­gua, solamente tiene solución a través de un diálogo sincero entre las partes en contienda. Necesitamos comprensión y reconciliación para detener tantas muertes". "Reiteradamente hemos hecho ese llamado los Obispos, como consta en nuestras Cartas Pastorales, para que se sentaran en la mesa de negociación las autoridades del Gobierno y los responsables de la Resistencia nicaragüense. Los sandinistas siempre han respondido que el diálogo con la Contra sólo lo harían con los fusiles..."

Por fin, después de muchas muertes, hubo negociación. Los Obispos, una vez más, tenían la razón.

"La Iglesia entierra a sus perseguidores"

La estrategia sandinista en esta batalla era desprestigiar a los hombres y a las instituciones de la Iglesia desde los poderosos medios de comunicación controlados por el régi­men. Y no faltaron quienes -sin adjurar de la Iglesia- se prestaron al juego, como invitados de honor, echando sobre el

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Papa, la Curia Romana, Mons. Obando y los Obispos la acusación de "infieles al Evangelio de Jesús, amigos de los poderosos e irídiferentes a los sufrimientos de los pobres". Se afirmaban, muy alegremente, cosas tremendas que luego se encargaba de repetir y magnificar la propaganda oficialista, hasta dejar en el pueblo sencillo la idea de que "para creer en el Dios verdadero y en Jesucristo, había que alejarse de la Iglesia-institución. Para poder ser hombres libres, "hombres nuevos", era preciso rebelarse contra los Obispos.

Con el soporte de los poderosos medios de comunicación oficialistas se fue legitimando la inculturación de un progre­sismo agnóstico y hedonista que prescindía de Dios, tratando de arrinconar a la Iglesia en la sacristía...

"Es una lástima -señala Su Eminencia- que en Nicaragua hayan existido personas -cristianos incluso- con la pretensión de presentar a la Iglesia como un buho nocturno, triste y tenebroso, para hacerla indeseable. Pero la Iglesia es una fragua que permanece en constante y alegre actividad, crecien­do sin cesar. No habrá, pues, en Nicaragua una Iglesia acon­gojada, a pesar de los ataques de sus enemigos. No somos nosotros los que cantamos notas plañideras. Si hoy tenemos un Papa, un Cardenal, un Obispo, mañana la Iglesia tendrá otros. Y nunca le faltarán". "La Iglesia tiene que trabajar en cualquier circunstancia, sean circunstancias propicias o sean adversas. En nuestro trabajo como hombres de Iglesia encontramos siempre dificultades. Pero la Iglesia sabe que está asistida por el Espíritu Santo. Y aunque haya dificultades tiene que afrontarlas con coraje, y seguir adelante en la noble tarea de Evangelizar cumpliendo el mandato del Señor. No olvidemos que la Iglesia siempre ha asistido al entierro de todos sus perseguidores".

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Hay quienes piensan que hubo una transformación en Mons. Obando con la llegada al poder del Frente Sandinista. ¿Qué es lo que a Usted le hizo tener una opinión tan severa, desde el inicio, sobre la Revolución y sus dirigentes?

"Reitero lo que en otras ocasiones he afirmado: yo nunca he pertenecido a ningún partido político; trato con todos por igual. Conversamos, también, con el Gobierno sandinista aun cuando recibimos los ataques más duros. Siempre que se ha tratado de buscar la reconciliación del país hemos intentado poner en práctica aquello que dice Cristo: "Hay que perdonar setenta veces siete", aun en los ataques más feroces. Cuando se nos ha buscado para ver si podemos servir de mediadores lo hemos hecho, y estamos dispuestos a seguir trabajando en esa línea independiente". "Yo conozco bastante bien a mi pueblo. Llevo veinticinco años de ser Arzobispo de Managua. Tuve mis dificultades con Somoza y también durante el régimen sandinista. Como hom­bres de Iglesia nosotros debemos de ser libres para poder decir una palabra en el momento que juzguemos oportuno. Y siempre que se dice una palabra de denuncia, aunque sea oportuna, no dej a de traer roces y fricciones de parte de quienes se sienten interpelados. Pero la Iglesia no puede dejar de cumplir su misión profética aunque, a veces, le resulte difícil, como lo fue también para los profetas del Antiguo Testamen­to".

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Teología de la liberación

La Teología de la Liberación es un producto típicamente latinoamericano. A partir del Concilio Vaticano II y, sobre todo, de la reunión de Obispos de América Latina en Medellín, en el año 1968, algunos teólogos de este sub-continente tercer-mundista entendieron que la Teología no podía seguir depen­diendo de unos conceptos estáticos sobre Dios, Jesucristo, la Iglesia, etc, para aplicarlos, después de leves adaptaciones, a las coyunturas locales.

Todo lo contrario: pensaron que la Teología tenía que ser una respuesta a la pregunta angustiosa de la mayoría de los cristianos de América Latina. Ahora bien, se trata de una mayoría marginada y empobrecida. Por eso la Teología de la Liberación intenta partir de esa praxis y -ayudada por las ciencias sociales y políticas- subir a la consideración interior de los contenidos propiamente teológicos, tomando una op­ción preferencial por los pobres y marginados.

¿Cuál es, Eminencia, su criterio sobre la Teología de la Liberación?

"Bueno, cuando se trata de Teología de la Liberación hay varios puntos de vista. Hay una sana teología de la liberación que quiere liberar, favorecer a los oprimidos, a los que están esclavizados, para que alcancen una vida más humana, más justa, más fraterna. En esta línea estaría de acuerdo. Pero si se trata de una teología de la liberación que debe hacer una re-lectura de la Biblia en clave marxista y que debe casarse con el sistema, no puedo estar de acuerdo con esa clase de teología de la liberación. Yo creo que cuando se acepta esa re-lectura de la Sagrada Escritura se tiene que llegar a la conclusión de que "el fin justifica los medios". Se tiene que admitir también el odio de clases, hasta destruir, si es preciso, al adversario".

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"Pero, sí estoy de acuerdo con una teología de la liberación sana, que busca una opción preferencial -no exclusiva ni excluyente- por los pobres. Sí; estoy muy de acuerdo, porque creo que Cristo hizo una opción preferencial por el pobre". "Yo fui entusiasta al principio. Yo creí que la teología de la liberación ayudaría al pueblo, y que podría jugar un papel muy importante al reducir la enorme brecha entre ricos y pobres. Pero ahora, viéndolo en la práctica, yo creo que esto no es posible, porque fomenta el odio de clases".

Sin embargo, el Papa Juan Pablo II, en una carta que dirigió a la Conferencia Episcopal Brasileña, afirma que "la teología de la liberación es útil y necesaria"...

"Nosotros seguimos, naturalmente, las orientaciones de la Santa Sede que ha hablado muy claro en este sentido. Pienso que puede haber una teología de la liberación sana, como dije anteriormente, que trate de buscar una opción preferencial por los más pobres. El Documento de Puebla dice que la Iglesia debe trabajar buscando el bien de los pobres. Es una opción preferencial. Y cuando digo "preferencial" subrayo la palabra, porque quiere decir que no descarta la salvación de los ricos o de cualquier persona. Pero no cabe duda, insisto, de que hay otra teología de la liberación que interpreta la Biblia con claves marxistas. Y en ese sentido ha sido muy clara la Santa Sede al dar sus orientaciones".

En busca de la liberación

La liberación parece ser el programa, la enseña de todas las culturas actuales en todos los continentes. La liberación es el tema clave incluso para las sociedades más ricas como la Norteamericana y la de Europa Occidental que buscan libe-

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rarse de la ética religiosa y, junto con ella, de los límites mismos del hombre.

Se busca la liberación en África y en Asia, donde el desenganche de las tradiciones occidentales se presenta como un problema de liberación de la herencia colonial, para alcan­zar la propia identidad. Y también en el continente Latinoa­mericano, donde se concibe la liberación esencialmente en sentido social, económico y político.

Sin embargo, los resultados son muy poco alentadores en esta dramática búsqueda de la liberación que ha emprendido la humanidad. La experiencia fundamental del hombre en nuestra época se caracteriza, precisamente, por la alienación. Es la experiencia de una sociedad que se ha alejado de Dios, y de esta manera no ha encontrado la libertad, sino más bien la esclavitud. La gente experimenta cada día, en su propia carne, la tragedia de una sociedad que ha intentado una liberación equivocada: liberarse de Dios...

¿Qué luces aporta la Iglesia, Eminencia, para ayudar a los hombres a alcanzar la liberación integral?

"La Iglesia siente el deber de anunciar la liberación a millones de seres humanos, el deber de ayudar a que se consolide esta liberación en el mundo. Pero, siente también el deber correspondiente de proclamar la liberación en su sentido integral, como la anunció y realizó Cristo. Sólo El puede darla". "El mundo moderno, el de la máquina, el de los descubrimien­tos y avances científicos, el de la sociología y de la sicología profunda, todavía sigue necesitando una redención y un re­dentor. Y lo sigue esperando y llamando con urgencia, porque el hombre es consciente de que la cultura y la técnica le redimen de la barbarie, de la miseria, de la incultura, de la inseguridad y del dolor, pero no pueden redimirlo de sí mismo,

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de su egoísmo, de su ambición, de los siete vicios capitales que lleva dentro y que no se eliminan sino que, más bien, parecen agigantarse con los avances espectaculares de la ciencia".

¿Qué significa la Redención, la Cruz de Cristo para este mundo de hoy, renovado en lo material, pero más viejo cada vez en lo moral y lo espiritual?

"No nos sorprende que la doctrina de Cristo -de su muerte en la Cruz- apareciera a los ojos del mundo antiguo como escándalo y locura. Lo que nos sorprende más es que, aún hoy, incluso ante el fracaso de la técnica para resolver los proble­mas humanos, vuelva a aparecer como ayer un nuevo escán­dalo y una nueva insensatez. Hay hombres que lo esperan todo de la civilización, de la economía bien planificada, de la producción y el trabajo racionalizado, de la política de bloques y tratados internacionales, de la ayuda y cooperación... Es decir, lo esperan todo del hombre. No esperan un Redentor de arriba, divino, sino un redentor de abajo, humano, que prepare a los hombres un verdadero paraíso terrenal". "Pero, es imposible lograr la liberación de los pueblos, si los hombres no se liberan primero de su egoísmo. Hombres mentirosos y egoístas, cuyo único Dios es la egolatría, jamás liberarán a un pueblo". " Si la religión, la ciencia, la política... no nos liberan para amar, son mentira, y deben ser denunciadas y combatidas por el hombre que fue creado "para la libertad", según la expresión del Apóstol San Pablo". "No se puede predicar la libertad -y mucho menos pretender liberar a los demás- si no hay calidad moral que respalde ese grito, ese deseo, si se vive en estado de esclavitud y depen­dencia de vicios y mediocridades". "Lo que el mundo de hoy necesita con urgencia, son hombres libres de verdad que ayuden a liberar a otros. El cansancio de

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los pueblos sobreviene cuando los grupos humanos, urgidos de cambios, son asediados por falsos profetas y demagogos que ofrecen una libertad que ellos mismos no han sabido conquistar". "Ahora que se habla tanto de libertad y de liberación es muy oportuno tener en cuenta el consejo del Evangelio: "por sus frutos los conoceréis"...

¿Por qué, Eminencia, no es más eficaz el Evangelio de Jesucristo, como un mensaje de libertad y una fuerza irresis­tible de liberación?

"Yo diría que el Evangelio tiene que iluminar todos los acontecimientos de la vida: el trabajo, la política, las relaciones sociales... Todo debe ser iluminado por la Palabra de Dios. Jesucristo, tal como nos lo presentan los Evangelios, trata de salvar al hombre integralmente. No sólo trata de salvar su alma, sino al hombre en su totalidad. En esto, también es muy claro el Apóstol San Pablo. En la proclamación que hace del Evangelio no confunde qué es la auténtica liberación en Cristo. Predica una liberación de tipo integral. Trata de salvar al hombre en su totalidad". "La Iglesia sabe, por experiencia de fe y por reflexión teoló­gica, que no toda liberación es necesariamente una liberación en Cristo. Como Madre y Maestra, conoce que las mejores estructuras, tarde o temprano, si no están inspiradas en el Evangelio, se vuelven injustas y pecaminosas. Si no se trans­forma el corazón del hombre, si no van acompañadas de una verdadera conversión, se vuelven opresoras. Y el corazón del hombre sólo se transforma con la fe, apoyada en la Palabra de Dios y las buenas obras".

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Opción por los pobres

Para muchos cristianos hoy, en nuestro continente ameri­cano -y en general en los países llamados del tercer mundo-la. única actividad válida en el campo político y eclesial es la opción preferencial por los pobres.

Ciertamente, caben pocas preferencias más generosas y loables que ésta. Pero la cuestión es saber acertar con el método: ¿cómo lograr que se favorezca realmente -no sólo en teoría- a los pobres?, ¿cómo hacer para que de una manera eficaz se mejoren sus condiciones de vida?... Porque, se puede pretender ayudar sinceramente a los pobres, y colocarlos en una situación mucho peor que la que vivían anteriormente. La historia está llena de ejemplos de este tipo; de supuestos libertadores que han terminado siendo unos auténticos tiranos.

En realidad, todas las revoluciones conocidas hasta el momento han concluido en dictaduras o sistemas de terror: la inglesa, la francesa, la soviética, la china, la cubana, etc.

Las revoluciones dan frutos duraderos y provechosos generalmente en el momento en que dejan de ser revoluciones y emprenden un camino reformista. Esto es, al menos, lo que nos enseña la historia.

Hoy se habla tanto de la opción por los pobres que, a veces, nos suena ya como un disco rayado. ¿Qué es para Usted, Eminencia, la "opción preferencial por los pobres"?

"La Iglesia ama a los pobres por el hecho de ser tales, socio-económicamente hablando; es decir, por el hecho mis­mo de vivir en condiciones de pobreza material. Desde ese punto de vista, ella considera a los pobres más bien como sufrientes y oprimidos. Su amor hacia ellos nace de su anhelo de ayudarlos a liberarse del dolor y de la opresión que trae consigo la necesidad económica".

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"Pero, para la Iglesia existe también otra dimensión de la pobreza: la llamada pobreza evangélica, aquella de la cual habla Cristo en el Sermón de la Montaña. Aquí se trata de una pobreza espiritual, consistente en una actitud interior de sim­plicidad, de apertura a Dios y al prójimo, de generosidad y disponibilidad. Sin embargo, esta pobreza interior -en la me­dida en que es una actitud humana y libre- no va siempre unida a una situación socio-económica determinada: puede haber gente "no necesitada" que tenga corazón de pobre; así como también se encuentran pobres con corazón de ricos, con ansias descontroladas de posesión, de poder y dominio sobre los demás. Todo esto es preciso tener en cuenta cuando hablamos de la opción por los pobres".

La utopía de la sociedad igualitaria, evidentemente, es una aspiración legítima y honrosa. Pero siempre nos hallamos ante la dificultad de cómo alcanzarla.

En una de sus críticas mordaces a la Iglesia, el Comandan­te Tomás Borge afirmaba: "La Iglesia promete el paraíso a los pobres para después de la muerte, y contribuye a construir el infierno de los pobres durante esta vida; mientras justifica el paraíso de los ricos en esta vida y les vende, con inagotables indulgencias, el paraíso para después de la muerte".

Nueva bandera de lucha

La Congregación para la Doctrina de la Fe sentó en el banquillo de los acusados a la Teología de la Liberación por limitar la esperanza a la mera confianza en el futuro de las realidades puramente temporales, y reducir el amor cristiano a la lucha de clases, no quedando otra posibilidad que trabajar por el reino que se realiza en la realidad político-económica.

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El Misterio Pascual quedaría así reducido a un mero símbolo de liberación, sin ninguna proyección trascendente. Y la Eucaristía sería una fiesta de liberación en el sentido de esperanza político-mesiánica de la praxis revolucionaria...

El Papa Juan Pablo II advierte en este sentido: "Ninguna Teología de la Liberación es válida si no se inspira en el Evangelio, y lo hace, más bien, en otras ideologías como el marxismo. Son sofisticadas y pecaminosas las estructuras religiosas que no tienen a Cristo en el centro".

Entre tanto, algunos propulsores de la Teología de la Liberación, hoy en franca decadencia por el descalabro del modelo ideológico y político en el que se apoyaba, han vuelto su mirada hacia la ecología y la marginalidad. Pero, sobre todo, han hecho del indigenismo su nueva bandera de lucha contra la Iglesia Institucional.

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¡Éxodo!

Uno de los frutos más amargos que dio el árbol de la revolución sandinista fue, sin duda, el éxodo de los nicara­güenses.

La salida del país de toda clase de gentes -jóvenes princi­palmente- para no regresar mientras los sandinistas permane­cieran en el poder, es algo nunca visto en la historia de este pueblo.

Con el éxodo de los jóvenes -especialmente varones- para escapar del Servicio Militar impuesto con obligatoriedad por el régimen sandinista, y con los muertos que causó la guerra se perdió, aceleradamente, el factor dinámico del desarrollo de la sociedad nicaragüense.

Burlar las redadas de los reclutadores del Servicio Militar en los cines, en los autobuses, en los estadios, incluso en las fiestas domiciliares, se convirtió para los jóvenes en un juego macabro.

Nicaragua iba transformándose, paulatinamente, en un grupo social de viejos, sin la pujanza que abre el desarrollo y el progreso realizado por los jóvenes que salían de su casa y de su Patria en busca de libertad y futuro.

Numerosas familias abandonaron o malvendieron sus per­tenencias heredadas de sus mayores como fruto de muchos años de trabajo y sacrificios. Partían de su tierra sin saber exactamente a dónde ir. Sin anhelar bienes materiales. Sólo con la esperanza de poner a salvo sus vidas.

Como último recuerdo de su Patria se llevaban la amargura de leer frases ofensivas que los "compás" escribían en los puestos fronterizos para humillar a los que dejaban el terruño.

En 1984, cuando algunos dirigentes opositores demanda­ron ante el Consejo Nacional Electoral que se reconociera el

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derecho a votar a los nicaragüenses en el exterior, los líderes sandinistas se opusieron rotundamente. Uno de ellos, en un arranque de franqueza, explicaría después que la negativa se fundamentaba en la lógica de que "fuera del país había cerca de 500.000 nicaragüenses, cuyo voto no podríamos controlar. Y, con seguridad, votarían todos por la oposición".

Se ignora de dónde sacó el personero sandinista esa cifra. Pero, por aquellas fechas, ya era evidente que decenas de miles de nicaragüenses "habían votado con los pies" en contra del sandinismo al abandonar la Patria.

Nunca se supo, tampoco, el número exacto de compatrio­tas que se vieron obligados a salir de Nicaragua. Fuentes oficiales costarricenses estimaban que en su territorio había aproximadamente 250.000 emigrantes, llegados desde Nica­ragua después de 1979. Por su parte, las autoridades hondure­nas calculaban que cerca de 150.000 nicaragüenses buscaron refugio, paz, libertad y trabajo en Honduras. Otro número indeterminado se fue a Canadá, a Guatemala, México y otros países. Con todo, el mayor oleaje migratorio fue, sin duda, hacia los Estados Unidos de Norteamérica.

La inmensa mayoría de estos viajeros forzados lo hicieron ilegalmente, mojados, según la expresión con la que el habla popular designa a los emigrantes indocumentados. Solamente en un área de Miami, bautizada como Nueva Managua, se estima que viven casi 100.000 compatriotas, pertenecientes a todos los estratos sociales, en su mayoría obreros que, antes de 1979, jamás pensaron llegaría el día en que tendrían que abandonar su Patria. Inclusive, muchos de ellos, hasta la víspera de su partida, pasaban como leales servidores del sistema sandinista.

Resultaba un espectáculo muy doloroso ver cada día gigantescas filas de nicaragüenses en las oficinas de las alcal­días, Migración o el Aeropuerto A. C. Sandino buscando por

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todos los medios huir de su propia tierra, con la esperanza de hallar la libertad, la paz y el progreso que no encontraban en su Patria.

Nostalgia en el exilio

En repetidas ocasiones recuerdo haberle escuchado, Emi­nencia, aconsejar a los nicaragüenses que no se fueran de su casa, de su país, de la tierra que los vio nacer...

"Es verdaderamente triste la situación de muchos nicara­güenses que han tratado de instalarse en otros lugares. A excepción de la acogida de parte de la comunidad cubana a los nicaragüenses en Miami, digna de encomio, el drama de los "nicas" exiliados ha sido inmenso. Llegamos a ser un pueblo que andaba dando lástima en el mundo. Se nos desga­rraba el alma cuando al pasar por Miami nos dábamos cuenta de esa gran cantidad de nicaragüenses que abandonaban la Patria en busca de mejores horizontes. Es digno también de admirar cómo los compatriotas se interesaron y organizaron para ayudar a mucha gente que no tenía qué comer. Se veía en la televisión de los EE.UU. a los niños llorando. El propio Arzobispo, Mons. Edward McCarthy, prestó su diócesis y todo fue un esfuerzo maravilloso. Pero los emigrantes viven a veces sin trabajo, con muchas dificultades para obtener la residencia, por no llenar los requisitos que exige la ley". "Un periodista me decía en una ocasión: - ¿Qué va a pasar con este pueblo, porque mucha gente será deportada de los Estados Unidos...?

"Yo le respondí: Ojalá que en Nicaragua se arreglen los problemas, que logre su reconciliación la sociedad nicara­güense, para que nuestros compatriotas no vayan dando lásti­ma por distintos lugares. Nicaragua tiene lo necesario para que

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todos vivamos sin dificultades, sin problemas, trabajando bajo nuestro propio sol, comiendo aunque sólo sea nuestro rico gallopinto".

El éxodo que comenzó como una fuga de cerebros se convirtió, poco a poco, en una/wga de brazos. Ya no eran sólo somocistas que huían por miedo a las represalias; ni burgueses expropiados o amenazados en nombre de una implacable lucha de clases, o destacados profesionales deseando mejorar sus ingresos. Eran gentes de toda clase y condición, incluso jóvenes que habían cumplido el Servicio Militar y que se habían enfrentado a los Contras en las montañas.

En los años de régimen marxista, Nicaragua perdió casi el 20% de su población que partió hacia el exilio.

Nicaragua se convirtió, en las décadas del 70' y del 80', en un pueblo en éxodo permanente. Primero huyeron sus moradores -los managuas- del pavoroso terremoto que destru­yó la Capital. Luego huyeron del bombardeo genocida que descargaron los aviones somocistas sobre pueblos y ciudades.

Finalmente, huyeron los nicaragüenses del horror de la guerra civil y de un "futuro sin futuro". Huyeron por donde pudieron: ríos y selvas, lagos y mares, y quienes contaban con recursos suficientes, por el Aeropuerto.

Todavía hoy muchos nicaragüenses, desde el exilio, si­guen cantando La Golondrina, ahogando su voz en la nostal­gia:

"Ave querida, amada peregrina, mi corazón al tuyo estrecharé, oiré tus cantos, tierna golondrina, recordaré mi Patria... y lloraré!".

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TERCERA PARTE

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Miguel: ¡Cardenal Obando!

Eran las cuatro de la madrugada en Managua del sábado, veinticinco de mayo de 1985. Decenas de miles de nicaragüen­ses, orando en silencio unos, expresando ruidosamente su júbilo otros, celebraron el momento en que las manos del Papa, Juan Pablo II, colocaban el birrete cardenalicio sobre la cabeza de Su Eminencia, Cardenal Miguel Obando Bravo.

Fuegos pirotécnicos surcaron los cielos de la ciudad de Managua, al mismo tiempo que se escuchaba el repicar de las campanas en los templos católicos de la capital. Durante la noche permanecieron abiertos en una extraordinaria vigilia de Acción de Gracias a Dios por bendecir a Nicaragua en la persona de un hijo dilecto: el Arzobispo de Managua.

Hombres, mujeres, ancianos y niños oraban y cantaban jubilosos, mientras en la Basílica de San Pedro en el Vaticano se llevaba a cabo la solemne celebración del Consistorio.

Momentos después que fuera investido como Cardenal, Miguel Obando Bravo dirigió un emotivo mensaje-saludo al pueblo nicaragüense por medio de Radio Vaticano:

"Desde Roma quiero dar gracias a Dios -fueron sus pri­meras palabras- por los beneficios que me ha concedido durante toda la vida. Gracias también al Santo Padre, poí haberme creado Cardenal. Espero servir siempre a la Iglesia con fidelidad. Un saludo muy cordial a mi pueblo, a ese pueblo que tanto quiero. Desde Roma elevo una oración para que el Señor nos ayude a los nicaragüenses a conseguir la paz".

Por su parte, Mons. Bosco Vivas, Obispo Auxiliar de Managua, manifestaba con júbilo desde el Vaticano que el cardenalato del Arzobispo Obando Bravo "es una muestra del inmenso amor que el Señor y la Virgen María tienen para nuestro pueblo católico".

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Efectivamente, la noticia del nombramiento del Arzobis­po Obando como Cardenal de la Iglesia fue recibida en el seno de los hogares nicaragüenses como una bendición, como un mensaje confortativo cargado de esperanza. Los fíeles católi­cos, sin distingos sociales, unidos en la misma fe, no cesaban de comentar -sin ocultar su alegría- la noticia que recibían como un bálsamo en sus corazones, ya que la Iglesia en Nicaragua estaba pasando por pruebas muy difíciles. El nom­bramiento de Obando Bravo era, sin duda, una bendición de Dios para el pueblo católico de Nicaragua.

Hombre de Iglesia y hábil mediador

Miguel Obando es, con poco riesgo de equivocación, el nicaragüense que más simpatías despierta en el país. Siempre se mantiene en el tope de las encuestas de popularidad, vengan de donde vengan.

La obstinada pretensión del régimen sandinista de opacar el carisma y la influencia de Obando Bravo no tuvo más remedio que rendirse ante la evidencia de que nada es posible en Nicaragua con la oposición del Cardenal.

Su peso moral se ha ido acrecentando día a día. Parafra­seando a Mussolini se podría afirmar que en Nicaragua todo se puede con el Cardenal y todo se puede sin el Cardenal, pero nada es posible contra el Cardenal.

Para alcanzar este prestigio, Obando Bravo ha tenido que recorrer un camino largo y difícil, lleno de retos y obstáculos, que han ido templando su carácter.

Mons. Bosco Vivas Róbelo, su mejor conocedor y princi­pal colaborador durante muchos años por ser su Obispo Au­xiliar, define al Cardenal Obando como "un hombre de Iglesia, verdaderamente recto". Y se atreve a compararlo con los

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El Cardenal Obando Bravo es, sin duda, el nicaragüense que más simpatías despierta en el país. Siempre se man­tiene en el tope de las encuestas. Su peso moral se ha ido acrecentando día a día.

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"Santos Padres de la Iglesia y grandes Pastores que han conducido el rebaño de Cristo a lo largo de la historia del Cristianismo".

Sin embargo, donde las actuaciones de Obando Bravo han sido más relevantes -al menos donde le han dado más popu­laridad- es en el campo de las mediaciones. Es ahí donde Mons. Obando consiguió el suficiente prestigio para que Juan Pablo II pusiera sus ojos en él a la hora de escoger al Obispo más idóneo del istmo para nombrarlo Cardenal de la Iglesia Católica en Centroamérica.

Así lo reconocía el Papa momentos después de consagrar nuevo Cardenal a Mons. Obando Bravo: "El testimonio del Cardenal Obando ha sido siempre de valiente evangelizador y exigente reconciliador de su pueblo por medio del diálogo".

El Cardenal Obando, a lo largo de su fructífero ministerio espiritual, siempre ha sido un hábil mediador en medio de las tempestades y crisis que se suceden con frecuencia en la sociedad nicaragüense. Aun a riesgo de poner en peligro su propia vida y motivado por el amor a Cristo y a sus hermanos, en todo momento ha estado dispuesto para servir a su pueblo como el ángel pacificador.

¿Cómo recibió Usted la noticia de que había sido nombra­do Cardenal? ¿Lo tomó por sorpresa o tema ya algún indicio de que esto iba a suceder?

"No; propiamente no. A mí me han tomado por sorpresa muchas noticias. Me sorprendió cuando me hicieron Obispo Auxiliar de Matagalpa. Igualmente aconteció cuando me nombraron Arzobispo de Managua. Yo me encontraba enton­ces en las montañas de Jinotega con los campesinos. De igual modo sucedió cuando me nombraron Cardenal. Para mi fue una gran sorpresa".

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¿Alguna vez le ha confesado Juan Pablo II por qué le nombró Cardenal de la Iglesia?

"Yo pienso que el Papa Juan Pablo II es un hombre que conoce perfectamente bien la situación de Nicaragua. El estu­vo aquí, y sé que el Papa quiere muchísimo al pueblo nicara­güense. Hablo con conocimiento de causa. Porque el Papa, en las diversas oportunidades que he tenido de conversar con él, habla con gran cariño del pueblo nicaragüense y estoy con­vencido que al hacerme Cardenal quiso buscar el bien de la Iglesia de Nicaragua. Yo creo que fue una gran benevolencia de Su Santidad, Juan Pablo II, para con mi persona. Pero pienso que, sobre todo, lo hizo para buscar el bien de la Iglesia nicaragüense".

"La Revolución hizo a Obando Cardenal..."

Mientras el diario "La Prensa" de Managua, opositor al régimen sandinista, dedicaba la primera página a la investidura del Cardenal Obando Bravo, significativamente, el diario oficial del Frente Sandinista "Barricada" prácticamente des­conoció la noticia.

El Presidente de Nicaragua entonces, Cmdte. Daniel Or­tega, afirmaba: "Con el triunfo de la Revolución en 1979, y luego de un breve coqueteo inicial, las relaciones de la Iglesia con el Gobierno Sandinista cambiaron notoriamente. Si a Somoza lo combatió Obando con alguna beligerancia en las postrimerías de la dictadura, con el proceso revolucionario tuvo, a partir de 1980, una actitud de franca confrontación... Obando Bravo personificó a la Iglesia Católica nicaragüense desde su nombramiento como Arzobispo de Managua. Es a él a quien le correspondió, con mucha complacencia por su parte, encabezar las acciones confrontativas con la Revolución.

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Debido a la labor que desplegó en tal sentido -y sólo por eso-Obando se ganó el capelo cardenalicio. Sin el surgimiento de la Revolución; si en Nicaragua solamente se hubiera dado un "somocismo sin Somoza", Obando habría continuado siendo un simple y olvidado Obispo nicaragüense de cara al Vatica­no".

Y el Cmdte. Tomás Borge comentaba en cierta ocasión sin poder ocultar su desencanto: "La Revolución no se lo propuso, pero hizo de Obando un Cardenal. Obando jamás habría sido Cardenal. A nadie se le habría ocurrido nombrarle Cardenal de no haber sido por el triunfo de la Revolución. No fue el Papa quien lo nombró, sino el triunfo de la Revolución Popular Sandinista".

Cuando preguntamos a Su Eminencia su parecer sobre estos comentarios de los Comandantes sandinistas, se dibujó una leve sonrisa en su rostro. Es lo único que nos dio como respuesta.

En realidad, la designación de nuevos Cardenales está reservada plenamente al Papa. El elige a aquellos Prelados que le parece son más dignos porque se distinguen "por su doctri­na, costumbres, piedad y prudencia" (Canon 351).

Apoteósico recibimiento

Un impresionante y apoteósico recibimiento tributó el pueblo católico nicaragüense al Arzobispo de Managua, Mi­guel Obando Bravo, con motivo de su retorno al país tras su viaje a Roma donde fue investido Cardenal de la Iglesia Católica.

Desde las primeras horas de la tarde del día 14 de junio de 1985 miles de católicos comenzaron a invadir la carretera

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SIGNOS DEL ESCUDO CARDENALICIO Lema: "Me hice todo para todos " 30 Borlas: Cantidad exclusiva para Cardenales Sombrero: Dignidad Cardenalicia Cruz y Báculo: Dignidad Episcopal Estrella: Virgen María Corazón: Entrega a su pueblo Agua: Símbolo de la Arquidiócesis de Managua 7 Lagunas: 7 Dones del Espíritu.

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Norte que une la Capital con el Aeropuerto Internacional Agusto C. Sandino.

A medida que se aproximaba la hora de la llegada del vuelo que traía al primer Cardenal nacido en Centroamérica, se hacía más numerosa la afluencia de fíeles, de toda edad y condición, y crecía el entusiasmo popular por dar la bienvenida al nuevo Cardenal de la Iglesia.

Al descender del avión fue saludado por el Sr. Nuncio Apostólico Mons. Andrea Cordero Lanza di Montezemolo y varios Obispos de la Conferencia Episcopal.

El Dr. Rodrigo Reyes, Ministro de la Presidencia, repre­sentó al Gobierno. Fue notorio que no estuviera presente en el recibimiento algún funcionario del más alto nivel.

Una camioneta de tina, engalanada con flores, palmas y banderas de la Iglesia sirvió de Cardenalmóvil para el recorri­do por la Capital del nuevo Purpurado.

Al salir del Aeropuerto estaba oscureciendo. Curiosamen­te las luminarias de la carretera Norte no se prendieron esa noche. Pero todos adivinaban la razón...

El improvisado Cardenalmóvil se desplazaba lentamente, entre un mar de gente que le impedía avanzar, alumbrado por los focos de la televisión de los periodistas extranjeros, los destellos de los flashes de las cámaras fotográficas y los hachones que portaban algunos entre la multitud.

El estallido de cohetes y bombas y el sonar de las bocinas de los vehículos se mezclaban con los "vivas" al Cardenal, al Papa, a la Iglesia Católica, a la Virgen María y a Cristo Rey llenando el ambiente de una algarabía indescriptible.

Finalmente, a la media noche, Su Eminencia bendijo a los presentes antes de despedirlos. El Cardenalmóvil tomó rumbo hacia las Sierritas de Santo Domingo, donde está ubicada la Quinta "María Auxiliadora", residencia del Cardenal Oban-do.

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No todos estuvieron presentes...

En verdad, aunque fueron tantos los presentes, no todos estuvieron en la bienvenida.

Hubo un gran poeta -ya en declive- que faltó en la recep­ción. Prefirió preparar, a quemarropa, un sarcástico poema, inspirado en las tinieblas.

Eh aquí el parto trasnochado:

Bienvenido

Sólo que van a faltar algunos en la recepción.

No estarán las madres nicaragüenses por cuyos hijos muertos en combate no se dignó decir una abierta oración Su Santidad Juan Pablo II

(se hizo un silencio en la plaza por espacio de un segundo ensanchado, eterno. Aún sigue suspendido ese silencio, estoy oyéndolo. Pero no cedió el Pontífice. Se mantuvo firme).

No van a estar esos muchachos hijos de esas madres, ni otras madres de otros hijos muertos después; caídos durante tu reciente visita al Vaticano con el propósito de consolidar en Roma, Capital de la Cristiandad, tus relaciones con Washington, la Capital del Capital. No estarán presentes en tu Bienvenida.

Echarás de menos a los niños de la Alianza de Niños sandinistas. No estará Luis Alfonso Velázquez Flores con flores para ti. Ni el muerto ni los vivos ni los que van a morir (morituri) te saludarán. Te van hacer falta los mimados del Evangelio.

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Te recibirán solamente los Magnates. ¡The lost tycoons! Los últimos magnates. La Alta Curia. El Alto Clero. La Altísima Bajeza.

Y, claro, tu feligresía adormilada. Los que según Jesús integran el rebaño ciego: "Vine al mundo para que los que no veían vean, y los que creen ver se vuelvan ciegos" (Juan 9, 39).

Escribimos de nuevo lo que vimos y vivimos hartos veinte años, pero tan actual como el diario inédito de mañana:

"Antes de que hayas empañado la Mitra, alzándola entre tus temblorosos dedos pastorales en defensa de la opresión...",

recapacita, Pastor. Te recibirán los ciegos. Tu grey hija del sueño. La Armada del Miedo.

No mirarán tu pompa los despiertos. Ellos lejos pecho a tierra corazón batiendo avizoran al agresor en la frontera.

Perdona su ausencia en tu Bienvenida. Absuélvelos.

CM.Fi

En olor de multitudes

La mañana de septiembre era clara y trasparente. Después del torrencial aguacero caído sobre Managua durante la noche, parecía que el sol brillaba con más fuerza que otros días, haciendo resaltar el verdor de los campos. El invierno tropical había sido muy lluvioso. Los siembros iban creciendo con fuerza y se esperaba una buena cosecha de maíz, alimento básico en la dieta de los nicaragüenses.

El templo de Santo Domingo -sirviendo de catedral en Las Sierritas de Managua- se encontraba desbordado de fíeles. Desde horas muy tempranas de la mañana habían comenzado a llegar los feligreses. Venían de todas partes. Representaban a los diversos estratos sociales. Algunos pertenecían a familias pudientes de Managua y llegaban en carros de lujo, luciendo sus mejores galas. Otros arribaban como podían; se apreciaba que eran gentes muy humildes: procedían de los asentamien­tos y barrios periféricos de la capital.

Llegaban todos para celebrar la fiesta del Arcángel San Miguel, cuyo nombre lleva el Sr. Cardenal. Estaban allí para demostrar su simpatía y respaldo incondicional a su Guía y Pastor.

Vistiendo ornamentos litúrgicos blancos, con mitra tam­bién blanca que contrastaba con su tez morena, el Cardenal Obando hizo su entrada en el templo en medio de un ensorde­cedor y prolongado aplauso de la concurrencia.

El Cardenal Miguel es un hombre recio, de cuello robusto y espaldas musculosas, aunque de estatura más bien baja como lo es la de la mayoría de los nicaragüenses. Las vestiduras del purpurado no lograban disimular su cuerpo fortachón y sus facciones indígenas, herencia del mestizaje indo-hispano.

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Avanzaba lentamente, con la cabeza erguida, entre la gente que lo aclamaba.

Un conjunto musical con guitarras eléctricas llenaba el templo con las notas de una alegre melodía. Todos cantaban a coro:

"Aquí en Nicaragua la Iglesia está de fiesta y todos los católicos vibramos de emoción.

Queremos cantar alto, gritar con toda el alma, que todo el mundo oiga: ¡que viva el Cardenal!

Miguel Obando, Miguel Obando, tus hijos queremos ser. ¡Miguel Obando, Miguel Obando!, ¡libres como quiere Dios!".

Llevaba el báculo en su mano izquierda, mientras con la derecha impartía bendiciones, volviéndose hacia uno y otro lado, tocando con su mano la cabeza de los niños que, con mucha dificultad, acercaban hasta él algunas madres.

Al observar la escena no quedaba duda de que el Cardenal Obando posee una personalidad carismática, recordando, en algunos aspectos, al Papa Juan Pablo II. El coro seguía can­tando:

"Hoy los nicaragüenses sentimos con orgullo que el Cardenal Obando es nuestro buen Pastor.

La fiesta del Arcángel -tu Protector y Guía­nos colma de alegría y de felicidad".

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La multitud que llenaba el templo y los alrededores can­taba entusiasmada:

"¡Miguel Obando, Miguel Obando!, tus hijos queremos ser. ¡Miguel Obando, Miguel Obando!, ¡libres como quiere Dios!".

Esperando que los aplausos y "vivas" se disiparan, Su Eminencia tomó el micrófono, se ajustó sus lentes y saludó a la eufórica multitud. Su voz de barítono se escuchaba sonora en todo el recinto. Hablaba con claridad y sencillez -como acostumbra a hacerlo el Señor Cardenal- para que todos le entiendan.

Se palpaba el júbilo de la concurrencia en la participación de los cantos, en contraste con el silencio fervoroso que se observaba mientras se proclamaba la Palabra de Dios.

Había gran expectación entre los asistentes por escuchar la homilía del Cardenal Obando. Y no quedaron defraudados en aquella cálida mañana de septiembre, en la fiesta del Arcángel San Miguel.

"Aquel que trasmite el mensaje de Dios es al que llamamos Arcángel", decía Su Eminencia. "¿Quién otro más que Dios estará de nuestro lado cuando alguien pretenda destruir nuestra fe, nuestras convicciones religiosas? ¿Quién otro más que Dios, cuando alguien trate de arrancar nuestra devoción a la Santísima Virgen María? ¿Quién otro más que Dios defenderá al rebaño del acecho de tantos lobos vestidos con piel de oveja?... Lo que necesitamos es verdadera paz, para que la gente en Nicaragua pueda vivir sin sospechas ni temor".

El recinto sagrado se llenó nuevamente de "vivas" y aplausos al osado Pastor.

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Febril actividad

Todo esto no es sino una prueba evidente del carisma personal y de la autoridad moral del Cardenal Obando. "El Arzobispo de Managua puede reunir multitudes en cualquier lugar de Nicaragua", afirmaba el Sr. Embajador de un país vecino.

Así quedó demostrado poco después de recibir el carde­nalato cuando era aclamado, multitudinariamente, en cuantos lugares se hacía presente.

Efectivamente, a partir de su investidura, el Cardenal Obando Bravo realizó una intensa actividad pastoral en ciu­dades, pueblos y comarcas de todo el país, incluyendo una visita a Bluefíelds, en la Costa Atlántica, donde tradicional-mente las comunidades evangélicas han tenido una mayor presencia, especialmente la iglesia Morava.

De junio a diciembre realizó Su Eminencia un centenar de visitas pastorales, principalmente en Managua y Masaya.

Por primera vez en la historia un Cardenal de la Iglesia Católica recorría las carreteras y caminos de Nicaragua para acercarse a los campesinos y obreros, estudiantes, amas de casa, jóvenes, ancianos y niños, sin distingos de ninguna clase.

La concentración religiosa resultó, a veces, un tanto tu­multuosa. Consignas tales como, Cristianismo SI, Comunismo NO, lanzadas por algunos miembros exaltados del "comité pro-recibimiento" dieron, en alguna ocasión, el tono de mitin político a lo que debiera haber sido, exclusivamente, un espacio para la prédica evangelizadora, totalmente a-política.

En sus homilías el Cardenal Obando enfatizó sobre la necesidad de "una verdadera reconciliación con los alzados en armas". Obando Bravo se refería con frecuencia a la Revolu­ción, calificándola por alguno de sus postulados como "aguas podridas que la juventud debe abstenerse de beber", en mo-

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mentos, precisamente, en que miles de jóvenes eran convoca­dos a los cortes de café y a integrarse en el Servicio Militar, con carácter obligatorio, establecido por los dirigentes sandi-nistas.

La expectativa de los feligreses ante la presencia del Cardenal Obando en sus respectivos templos y comunidades provocaba actitudes de gran entusiasmo popular. Los actos litúrgicos eran detenidos, frecuentemente, por el clamor de la multitud enfervorizada vitoreando a su Pastor: ¡O-ban-do, O-ban-do, O-ban-do!.

Esta intensa actividad del guía principal de los católicos nicaragüenses sembró la inquietud en las altas esferas del régimen de Managua, hasta tal punto que las autoridades sandinistas se vieron impelidas a restringir sus celebraciones.

Tomás Borge comentaba en una ocasión: "Ha venido de Roma para llevar a cabo un proyecto político foráneo. Regresa con todos los poderes y garantías. Va de pueblo en pueblo, de iglesia en iglesia, buscando aplausos, apoyos y adeptos, no para el Evangelio, sino para un proyecto político que coincide plenamente con el de Ronald Reagan. Esto lo sabe cualquiera que tenga dos dedos de frente. Pero, quien mejor lo sabe es el propio Obando".

Parábola del río

En sus homilías, que él mismo prepara con un estilo sobrio y preciso, y pronuncia con un tono de firmeza y severidad, el Cardenal Obando acostumbra contar historias y anécdotas que tienen que ver, a veces, con sus propias experiencias. Recurre frecuentemente a alegorías y parábolas que recuerdan la sencillez evangélica haciendo referencia a la marcha de la

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sociedad nicaragüense, sin ocultar en ocasiones una sutil alusión política en tomo a los acontecimientos de la vida nacional. Los oyentes esperan con curiosidad creciente el desenlace del cuento, la formulación de la moraleja, el seña­lamiento de los errores de la sociedad nicaragüense o la denuncia valiente de los atropellos del régimen de tumo... Y rara vez quedan decepcionados.

"Debemos ser libres y generosos como el río que se da..." El Cardenal Obando gusta de usar con frecuencia esta

sugestiva comparación del río, contraponiéndola con el lago que sólo recibe... Dos actitudes básicas que definen al hombre: la generosidad y el egoísmo.

San Agustín recogió magistralmente esta idea en su libro, La Ciudad de Dios cuando escribe: "Son dos los amores que se disputan el corazón del hombre. Uno es el amor de egoísmo, el amor así mismo hasta el desprecio de los demás. El otro es el amor de donación, el amor a los demás hasta el desprecio de sí mismo".

Volviendo al pensamiento de Su Eminencia... "La vida del ser humano -nos dice- concuerda con el simbolismo casi sacramental del río: pequeño, débil y cristalino al nacer, se nutre de varias fuentes y también recibe agua del cielo. A medida que crece se enturbian sus aguas y su corriente impe­tuosa arrastra piedras y materiales de desecho, hasta que encuentra, nuevamente, lechos o espacios abiertos donde vuelve a lucir su trasparencia". "El río está lleno de sorpresas. Sin dejar de ser él mismo, nunca es igual a sí mismo. Varía en su contenido y varía en su continente con los parajes que atraviesa y con las estaciones que se van sucediendo". "El río es libre mientras se da y mientras permanece fiel a sí mismo, sin "alienarse" de los cauces que le son propios. A su

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paso va donando vida y su último acto es también una dona­ción. Lleva vida en sus entrañas y la da generosamente, sin esperar recompensa. En cambio, si se estancara, si se encerrara en sí mismo, sus aguas se corromperían y generarían putrefac­ción. Si no se contentara con ser el que es y quisiera imitar al lago o al mar, rompiendo violentamente su cauce y queriendo ampliar caprichosamente sus riveras, entonces, llevaría tam­bién muerte y destrucción"

Preguntamos a Su Eminencia sobre su costumbre de con­tar anécdotas y parábolas que ilustran su predicación y enri­quecen la catequesis, y nos responde:

"El método mejor para trasmitir los valores humanos y cristianos es, sin duda, el mismo que empleó Jesús en su predicación: comparaciones y alegorías, historias breves y sencillas con un lenguaje que resulte fácil de entender a todos: adultos y niños".

Ciertamente, Jesucristo usaba muchos ejemplos para en­tregar sus enseñanzas, como leemos en el Evangelio de Mar­cos: "Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas, según podían entenderle. Nada les enseñaba sin parábo-\as" (Mc.4,33).

"Buen amigo y mal enemigo"

El Cardenal Obando Bravo es un hombre de mirada fuerte y escrutadora, siempre dispuesto a responder a sus interlocu­tores. De fácil conversación; pero sobrio y prudente en sus palabras cuando las circunstancias lo ameritan. Recibe siem­pre con fina cortesía a quienes le visitan. Y es difícil oír su propia opinión acerca de sus inclinaciones personales. Su

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El Cardenal Obando Bravo es un hombre de mirada fuerte y escrutadora. De fácil conversación; pero sobrio y prudente en sus palabras cuando las circunstancias lo ameritan.

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calculada modestia puede originarse en una disciplinada edu­cación cristiana que recibió desde niño, y en el cultivo de una personalidad inmunizada por la prudencia y el cuidado meti­culoso de su propia imagen.

Entre sus aficiones destaca la lectura de los clásicos de la literatura romana: Virgilio y Cicerón principalmente. Acos­tumbra mencionarlos en sus conferencias. Le agrada estudiar a los Santos Padres de la Iglesia. San Agustín es su maestro predilecto, a quien cita en latín con frecuencia en sus prédicas.

En alguna ocasión el Cardenal Obando ha reconocido gustarle la guitarra, aunque nunca se le ha visto tocarla en público, y su inclinación por la música popular latinoameri­cana. Le encanta viajar, y aprovecha la menor oportunidad para pasar por Miami, ciudad en la que tiene buenos amigos. Personalmente, somos testigos de su capacidad -como buen estratega- para j ugar al aj edrez. Obando ha nacido para ganar...

El Cardenal Obando Bravo siempre se ha caracterizado por su exquisita puntualidad, virtud que no se encuentra fácilmente entre los nicaragüenses. Se le conoce como un hombre exigente consigo mismo, y un trabajador incansable. Es difícil descubrir el cansancio en su rostro. Quienes viven en su casa observan con frecuencia la luz encendida en su cuarto de estudio a altas horas de la noche. Es como un roble. A pesar de su enorme actividad y continuos desvelos, siempre ha gozado de excelente salud.

Se afirma que la Iglesia es el mejor recurso para sondear la realidad política, social y cultural de un país cuando la mayoría de sus ciudadanos pertenecen a la religión católica. Por eso quien viene a Nicaragua y desea conocer el momento coyuntural que vive este pueblo, no se va sin haber llamado a las puertas de la Curia Arzobispal, pidiendo una audiencia con el Señor Cardenal.

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Al Cardenal Obando, como a cualquier otro Pastor, le debe resultar difícil ese tremendo imposible: escuchar con libertad y sin intermediarios. Contemplar la vida desde dentro y entre iguales. Los Obispos, unidos entre sí en fraterna comunión, deben sentir también la soledad cada uno. Aunque, Su Emi­nencia confesaba en una ocasión: "Nunca he tenido tiempo para aburrirme".

"Como buen salesiano -afirma Mons. Bosco Vivas- en­frenta y vive los problemas de cerca, se apasiona por ellos, no es un simple observador. Es fiel como amigo; pero puede llegar a ser un mal enemigo".

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La Política

Se afirma que la actividad política es sumamente arries­gada, difícil y encarnizada. Poco apta para aficionados y espontáneos. "Es un mar proceloso en el que abundan muchos tiburones".

El escritor peruano, Mario Vargas Llosa, siempre recor­dará la lección aprendida durante su campaña como aspirante a la presidencia del país andino: "Aprendí que para participar en política no hace falta tener ingenio, buenas ideas e intención de colaborar; basta dominar la técnica, aprender a mentir...", confiesa el autor de La guerra del fin del mundo.

El Concilio Vaticano II declara, sin embargo, "digna de alabanza y estima la labor de quienes, al servicio del hombre, se consagran al bien de la cosa pública y aceptan las cargas de este oficio''(G.S. 75). Y el Documento de Puebla no duda en calificar la actividad política como "una de las más nobles funciones que se empeña en hacer eficaz la libertad y lajusticia en la sociedad''(238).

Eminencia, ¿qué opinión le merece a Usted la política? "Para ser claro, la palabra "política" puede ser tomada en

dos sentidos: uno amplio, en donde podríamos definir la política como la búsqueda del bien común. Y en ese sentido, sí, todos tenemos derecho a involucrarnos en la política. Otro sería el sentido estricto que implica la pertenencia a un partido político, con el fin de buscar y alcanzar el poder. En este sentido la militancia en política estaría más restringida y, por supuesto, estaríamos excluidos los eclesiásticos". "La Iglesia no debe estar ligada a sistema político alguno. Es a la vez signo y salvaguarda del carácter trascendente de la persona humana. En cambio, luchar por lajusticia, la paz, el desarrollo y la defensa de los derechos del hombre no es hacer

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política partidista, sino trabajar por aquello que es fundamen­tal para alcanzar el bien común".

El Cardenal Obando ha defendido siempre que los Sacer­dotes -con mayor razón un Obispo y máxime un Cardenal o el mismo Papa- no deben militar en política partidista.

Sin embargo, el régimen sandinista le acusó de que sus sermones y otros pronunciamientos constituían un poderoso apoyo para quienes se oponían a la Revolución. Los líderes del F.S.L.N. lo atacaron, repetidas veces, tildándolo de tomar partido en favor de la oposición interna y de propiciar ayuda moral a la Contra-revolución que combatía al sandinismo con la ayuda encubierta del Gobierno Norteamericano.

El Cmdte. Tomás Borge, no dudó en calificar a Obando, acremente, de "político de ideología reaccionaria", y "defensor de los intereses del imperialismo yanqui".

Muchos piensan que hay en Usted un gran político frus­trado; es decir, que no ha podido desarrollar en este campo todas sus capacidades debido a su alta investidura religiosa. ¿Qué opina al respecto, Eminencia?

"Pienso que la misión de un Obispo es fundamentalmente de carácter religioso, aunque como ciudadanos tenemos dere­cho a expresar nuestras ideas. Pero, quiero reiterar que la política partidista corresponde a los laicos. El Sacerdote, el Obispo, el Cardenal no deberían militar en política partidista, porque correrían el peligro de dividir a la feligresía. Aunque cada quien tiene el derecho de participar en política, a veces uno debe renunciar a ese derecho cuando, en conciencia, cree que es en bien de la comunidad. Sin embargo, pienso que todos tenemos el deber de militar en política, en sentido amplio, cuando se trata de buscar el bien común".

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Religión y Política son inseparables

La religión y la política son realidades, ciertamente, dis­tintas. Y no deben confundirse. Pero una cosa es ser distintas, y otra, que no tengan nada que ver entre sí. Tan erróneo sería afirmar que todos los que profesan la misma religión tienen que militar en el mismo partido, como decir que los cristianos, como tales, no tengan nada que aportar en el campo de la política.

A excepción de los casos de regímenes confesionales y fanatizados o inspirados en creencias fundamentalistas, la religión puede jugar un papel importante y positivo en la vida política de algunos pueblos en determinados momentos de su historia.

La Iglesia Católica ha desempeñado, a veces, un marcado protagonismo político como fuerza de sustitución, en particu­lar en los países donde "los espacios de libertad" han sido muy reducidos. Al igual que el tribuno de la plebe en la Roma republicana, la Iglesia debe representar a los débiles, y ejercer, cuando las circunstancias lo exijan, su derecho de veto -un veto moral- en defensa de "los hombres sin voz".

La religión, en cierto modo, ha sido en Nicaragua insepa­rable de la política en las últimas décadas. Acaso el debate más decisivo en este país durante el régimen sandinista fue la confrontación Iglesia-Gobierno.

La influencia de la religión en la vida política nicaragüense se ha manifestado no sólo en el abstracto mundo de los conceptos, sino también en el campo concreto y práctico de las opciones políticas. Este fenómeno tiene gran repercusión de cara a las elecciones, cuando se trata de apoyar con el voto a aquellos partidos cuyos programas de'gobierno sean coinci­dentes o afines con los valores cristianos.

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Los creyentes, convencidos de que las enseñanzas de la Iglesia y las ideas que inspiran el humanismo cristiano son la mejor manera de alcanzar la felicidad -también para este mundo-, deben sentir la obligación de luchar para que estas ideas inspiren los principios y las leyes que sustentan la sociedad. Ningún cristiano laico debiera sentir su fe desencar­nada de su compromiso político-social.

Sin embargo, es relativamente frecuente encontrar creyen­tes para quienes lo social y político les parece como algo ajeno a su fe y a su identidad cristiana; como una indebida intromi­sión en sus conciencias.

¿Qué les aconsejaría, Eminencia, a estas personas? ¿Cuál debe ser la tarea del laico cristiano ante los retos políticos y sociales?

"La caridad -entendida como servicio a los demás- es, sin duda, la principal virtud cristiana y, ciertamente, no se agota sirviendo a los individuos de uno en uno, sino que tiene una dimensión social; incluso, política".

Aunque algunos pudieran pensar lo contrario, el Cardenal Obando nunca se ha pronunciado abiertamente a favor de ningún partido político. Mucho menos que haya hecho mili-tancia partidaria.

Sin embargo, fue un secreto a voces, su simpatía por la abortada candidatura a la presidencia de Nicaragua del Dr. Arturo Cruz, un católico consecuente que había sido designa­do como candidato a Presidente por la principal coalición opositora al régimen sandinista, en las amañadas elecciones de 1984. Finalmente, el Dr. Cruz rehusó participar alegando que los procedimientos electorales no eran justos.

Obando Bravo no renunció a usar su autoridad moral para condenar al Gobierno sandinista que se obstinaba por imponer

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en Nicaragua una "ideología extraña" a las tradiciones cultu­rales del pueblo nicaragüense.

Esta actitud le granjeó la admiración unánime de las fuerzas opositoras al sandinismo. "El es nuestra figura más respetada, no solamente porque usa sotana, sino también por su personalidad rectilínea. El desempeña un papel histórico y trascendental en Nicaragua. Y está muy bien preparado para ello. Siendo el marxismo-leninismo como una especie de religión, sólo puede ser combatido eficazmente con otra reli­gión". Así se expresaba el Ing. Enrique Bolaños, uno de los más connotados líderes de la oposición cívica al sandinismo.

Cristianizar la política

En situaciones históricas difíciles, de crisis agudas, en que los pueblos demandan una salida salvadora para sus grandes problemas nacionales, más de un ministro de Dios ha asumido con éxito la responsabilidad de conducir los destinos de su pueblo.

Uno de los casos más notorios es, sin duda, el del Arzo­bispo Makarios, quien condujo al pueblo de Chipre hacia su independencia. Una misión que parecía imposible de cumplir, tratándose de una isla muy pequeña frente a una potencia mundial. Sin embargo, Chipre es, desde hace varios lustros, una nación libre y soberana.

Esta circunstancia puede acontecer en cualquier otro país, sin excluir Nicaragua. ¿Aceptaría Usted, Eminencia, una res­ponsabilidad similar a la del Arzobispo Makarios si llegara a presentarse en el futuro alguna situación que lo amerite?

"Yo nunca he considerado, bajo ninguna circunstancia, hacer el papel de líder político, ni mucho menos presentarme como candidato en unas elecciones. Nosotros amamos a la

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Patria. Cristo también la amó. Debemos servirla siempre. Pero cada uno desde su puesto". "Yo soy un Pastor de la Iglesia y siempre he pensado, como ya lo dije anteriormente, que nuestra misión es predicar el Evangelio. Tenemos la grave y excelsa misión de iluminar los acontecimientos cotidianos con la Palabra de Dios y el Magis­terio de la Iglesia. Pero son los laicos los que tienen la gran responsabilidad de conducir los destinos de este pueblo. Son los políticos los llamados a trabajar para que Nicaragua salga adelante. Ojalá que los partidos no busquen sus propios inte­reses, que no actúen con miras egoístas, sino que trabajen con sinceridad por el bien de este pueblo que ha sufrido tanto".

"La Jerarquía, como tal, sólo puede ofrecer una mediación de paz, como a mí me ha correspondido ejercitarla repetidas veces. Pero son los laicos los que tienen que tomar las deci­siones políticas. A ellos les compete la ordenación de las cosas temporales, como bien nos lo recuerda el Magisterio de la Iglesia".

Se acerca la fecha en que Nicaragua volverá a elegir sus autoridades. De cara a las elecciones, ¿qué aconsejaría a los nicaragüenses?

"En primer lugar hay que instruir al pueblo para que la votación se haga de un modo correcto. Votar es un acto secreto, personal, que debe ser asumido con responsabilidad. Todo cristiano, antes de emitir su voto debiera pensar que está representando a Cristo y debe hacer lo que El haría en su lugar. Además, dos cosas son imprescindibles: que haya plena liber­tad, sin que nadie se sienta amenazado, y que se permita el derecho a la libre información de todos los dudadnos. Votar responsablemente requiere ambas cosas: suficiente informa­ción y plena libertad".

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Dada la permanente situación conflictiva en que vive la sociedad nicaragüense, ¿qué les diría, Eminencia, a los políti­cos, especialmente si son cristianos?

"Pienso que Nicaragua no va a solucionar sus problemas crónicos, que son fundamentalmente políticos, mientras no haya una auténtica reconciliación, sin trampas ni engaños. Yo,

. repito, no milito en ningún partido político. Pero creo firme­mente en la necesidad de iluminar las realidades temporales desde el Evangelio. Siempre exhorto a poner a un lado los intereses egoístas; a ofrecer los talentos políticos -a quien Dios se los haya dado- poniéndolos al servicio de Nicaragua, de sus semejantes, de sus compatriotas".

Carta al Washington Post

Transcribimos a continuación, íntegramente, la carta que el Cardenal Miguel Obando Bravo dirigió al Washington Post, y que este prestigioso periódico norteamericano publicó en su edición del 15 de mayo de 1986.

Por la trascendencia de los temas tratados y la habilidad con que son abordados, creemos justificada la inclusión de este documento modelo en las páginas de este libro.

Sr.Stephen S. Rosenfeld Deputy Editorial Page Editor THE WASHINGTON POST Washington, D.C.

Estimado Sr. Rosenfeld: He recibido su mensaje solicitándome un artículo sobre

"La Situación en Nicaragua y Posibles Alternativas de Solu­ción". Su mensaje fue recibido el día domingo 13 de abril, en

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el momento mismo en que terminaba de celebrar la Santa Misa, y mi primera decisión fue el no aceptar su solicitud. No debo confundir mi misión pastoral con otras que, aunque muy nobles, como la de político o periodista, difieren de aquella que nuestro Señor me ha encomendado. Pero tampoco estoy obligado al silencio. Como hombre, como ciudadano, como cristiano, y aún como Obispo, tengo ciertos deberes que debo cumplir y son éstos los que me llevan a contestar su solicitud.

En la Misa que acababa de oficiar, había tenido que anunciar, con gran pena en el alma, que unas oficinas de la Curia ocupadas por la Seguridad del Estado desde octubre de 1985, habían sido ahora confiscadas mediante decreto gubernamental a pesar de estar construidas en terrenos que ocupó la Nunciatura Apostólica.

En dichas oficinas funcionaba una pequeña imprenta, donación del Episcopado Alemán, que se utilizó para la edición de nuestro Boletín "Iglesia", un instrumento de divul­gación puramente intra-eclesial. Imprenta y Boletín fueron igualmente incautados por la Seguridad del Estado, junto con la totalidad de los archivos, incluyendo registros de bautismos y mi sello personal.

En esa misma Misa, había dado lectura a la Carta Pasto­ral, que con motivo de Semana Santa, habíamos escrito los Obispos de Nicaragua. El pulpito era ahora nuestra única alternativa de divulgación, ya que la Carta había sido total­mente censurada y retirada de las páginas del Diario LA PRENSA, único diario privado en el país, el cual intentó en vano publicarla. Suponemos que la causa de censura fue el que por segunda vez llamábamos a todos los nicaragüenses a la reconciliación y el diálogo como camino hacia la paz.

Había anunciado igualmente que ese domingo no encon­trarían en la Iglesia la Hoja Dominical, con las oraciones y textos propios del día porque fue confiscada, y que tampoco

Vt

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podrían leer en el Diario LA PRENSA mi homilía dominical, que bajo el título "La Voz de Nuestro Pastor", se venía publicando en dicho Diario desde hacía largos años, ya que también había sido censurada, a pesar de nuestro especial cuidado de excluir de ella cualquier elemento que aunque remotamente pudiera dar excusa a una censura.

"Radio Católica", la única radioemisora católica, había sido clausurada por el Estado unos meses antes. Fue en estos momentos en que la Iglesia se encuentra amordazada y maniatada que llegó su solicitud.

La lectura del día, tomada de los Hechos de los Apóstoles había tenido como tema un incidente que había ya sacudido mi conciencia. Relata que el Sanedrín mandó llamar a Pedro y a Juan pretendiendo obligarlos a callar. "Mas Pedro y Juan les contestaron: "Juzgad si es justo delante de Dios obedece­ros a vosotros más que a Dios. No podemos callar lo que hemos visto y oído ". (Hechos 4,18-20).

Sentí entonces que debía proclamar la verdad y denunciar como profeta, aun a riesgo de ser una "voz que clama en el desierto". Explicaría al que tenga oído par oír la delicada situación de nuestra Iglesia, y el serio peligro que corremos por el solo hecho de alzar nuestra voz.

Pienso ahora en el incidente que narra Mateo en su capítulo 22: "Los fariseos se pusieron de acuerdo para hacer decir a Jesús algo que les diera motivo para acusarlo". El medio utilizado consistió en apelar hipócritamente a su auto­ridad espiritual y le dijeron: "Maestro, sabemos que tú dices la verdad y que enseñas a vivir como Dios exige. Danos tu opinión: ¿Está bien que paguemos impuestos al Emperador Romano o no?. Jesús, dándose cuenta de la mala intención que llevaban, les dijo: "Hipócritas, ¿por qué me tienden trampas?".

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La historia se repite y esta es la situación del Episcopado Nicaragüense que denunciábamos en nuestra reciente Carta Pastoral. Se apela a nuestra autoridad moral y a nuestra condición de guías espirituales de un pueblo y se nos pide un pronunciamiento sobre un asunto político en extremo delica­do, pero verdaderamente no se desea una orientación de orden moral, sino la manipulación de un pronunciamiento.

Si Jesús contesta que se debe pagar tributo al César, se convierte en un colaborador del imperialismo invasor roma­no. Si contesta que no, se convierte en un delincuente y un agitador que atenta contra las leyes del país. Si no contesta nada, pierde su autoridad ante los ojos del pueblo.

A nosotros se nos exige un pronunciamiento en contra de la ayuda del gobierno norteamericano a los insurgentes. Los medios de comunicación estatales, las organizaciones de masas al servicio del sistema y sus aliados de la llamada Iglesia Popular y el Canciller de la República, Padre Miguel D'Escoto, se unen para clamar por un pronunciamiento nuestro. Pero como dijimos, no es una orientación de orden moral la que buscan, puesto que en diferentes ocasiones nuestro Episcopado se ha pronunciado ya en contra de toda injerencia extranjera, sea esta norteamericana o soviética. (Carta Pastoral del 22 de abril de 1984). Se pretende la manipulación de un pronunciamiento.

Si se impidió a toda costa la divulgación de todas nuestra orientaciones anteriores, a este pronunciamiento se le daría un gran despliegue internacional. No interesa que lo escuche el pueblo fiel, interesa que lo escuche el Congreso norteame­ricano. Pero nosotros no somos Pastores del Congreso nor­teamericano.

Si apoyamos la ayuda militar a los insurgentes, se nos podría perseguir como traidores a la Patria. Si nos pronun­ciamos en contra, se conseguiría hacernos tomar partido, lo

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que automáticamente nos descalificaría como Pastores de todo el pueblo. Si callábamos, nuestro silencio se juzgaría culpable, silenciosa complicidad.

Alguien podría argumentar que el Episcopado norteame­ricano se ha pronunciado más de una vez en asuntos que repercuten en el campo de lo político. Pero existe una gran diferencia: sus pronunciamientos, dictados libremente, van dirigidos a su propia grey y pretenden una orientación de orden moral. Pueden hacerlo con toda libertad, explicar ampliamente sus razones con pleno acceso a los medios de comunicación y sus palabras no son censuradas, mutiladas o deformadas. Pero, sobre todo, sus pronunciamientos no los convierten en delincuentes traidores a la Patria.

En Nicaragua todo disidente de la causa sandinista puede ser puesto al margen de la ley mediante una ingeniosa distor­sión de la verdad.

El gobierno, con todos los medios a su alcance, se ha cuidado de convencer al mundo entero de que lo que está en juego es esencialmente un ataque directo de los Estados Unidos a nuestro país. Que hay una guerra, abierta o encu­bierta, entre ambos países y en consecuencia toda forma de ayuda material o moral al enemigo es punible por la ley.

Con igual interés e intensidad rechazan el análisis de un conflicto: Este-Oeste que ha convertido a nuestro país en una ficha descartable, en un peón de ajedrez, en el juego de las superpotencias, y la realidad de una guerra civil; de que existe una enorme masa de nicaragüenses que se oponen con todas sus fuerzas al giro que ha tomado una revolución que traicio­nó las expectativas de los nicaragüenses y aún sus propias promesas.

Aceptar la realidad de un conflicto Este-Oeste significaría que tan instrumentos son los sandinistas de los intereses soviéticos, como pueden serlo de los Estados Unidos las

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fuerzas insurgentes. Si esto se acepta, tan condenable es la ayuda de los unos como la de los otros, o igualmente necesario el retiro de los asesores soviéticos y cubanos, como el retiro de toda ayuda militar estadounidense.

Si se acepta la realidad de una lucha intestina entre nicaragüenses, se tendría que concluir que los disidentes rebeldes ocupan hoy un lugar que un día ocuparon los mismos sandinistas y que tienen, por consiguiente, el mismo derecho que ellos tuvieron de solicitar de otras naciones la ayuda que en su oportunidad ellos mismos solicitaron y obtuvieron para combatir una espantosa dictadura.

Aceptar esto significaría dar a los insurgentes el título de "rebeldes", que ellos mismos ostentaron con orgullo en aque­llos días.

En contra de esto, sólo podría argumentarse que, a dife­rencia de la dictadura somocista que en forma casi unánime combatieron todos los nicaragüenses, el presente es un Go­bierno democrático, legítimamente constituido, que poniendo los intereses del pueblo nicaragüense por encima de toda lucha ideológica o causa internacional, busca el bienestar y la paz del pueblo, y cuenta con el respaldo de su inmensa mayoría.

Desgraciadamente, tampoco esto es verdad. Aceptarlo como verdad indiscutible es negar el éxodo masivo de los indios miskitos que en una de tantas ocasiones huyeron por miles acompañados por su Obispo Monseñor Salvador Schlaeffer, es negar también el éxodo de decenas de miles de nicaragüenses de toda edad, sexo, profesión, condición eco­nómica o militanciapolítica. Es negar que muchos de los que presiden o militan en la contrarrevolución fueron en un tiempo militantes o altos personeros del Frente Sandinista o Ministros de su Gobierno. Es negar toda justificación a la más terrible violación de la libertad de prensa y de expresión que

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ha conocido nuestro país. Es negar la progresiva y sofocante restricción de las libertades públicas, bajo el amparo de una interminable ley de emergencia nacional y la violación cons­tante de los derechos humanos. Es negar la expulsión de sacerdotes, el éxodo masivo de jóvenes en edad de servicio militar... Nada de esto sucede donde un gobierno cuenta con la simpatía y apoyo general del pueblo.

Y esto es lo que denuncia el Episcopado nicaragüense: "Es urgente y decisivo que los nicaragüenses, libres de

ingerencias o ideologías extrañas, encuentren una salida a la conflictiva situación que vive nuestra Patria.

Hoy reafirmarnos con renovado énfasis lo que ya en 1984 decíamos en nuestras Carta Pastoral del 22 de abril, Pascua de Resurrección:

"Potencias extranjeras se aprovechan de nuestra situación para fomentar la explotación económica y la explotación ideológica. Nos miran como objeto de apoyo a su poderío, sin respeto a nuestras personas, a nuestra historia, a nuestra cultura y a nuestro derecho de decidir nuestro propio destino.

En consecuencia, la mayoría del pueblo nicaragüense vive temeroso del presente e inseguro de su porvenir, experimenta profunda frustración, clama por la paz y la libertad; pero sus voces no se oyen, apagadas por la propaganda belicista de una y otra parte.

Juzgamos que toda forma de ayuda, cualquiera que sea su fuente, que conduzca a la destrucción, al dolor y a la muerte de nuestras familias, o al odio y la división entre los nicara­güenses es condenable. Optar por el aniquilamiento del ene­migo como único camino posible hacia la paz, es optar inevitablemente por la guerra".

La Iglesia propone como única solución verdadera la reconciliación mediante el diálogo, como camino hacia la paz, y aclara, usando las palabras de Su Santidad Juan Pablo

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/ / en su visita a El Salvador, en marzo de 1983, que este diálogo, "...No es una tregua táctica para fortalecer posicio­nes en orden a la prosecución de una lucha, sino el esfuerzo sincero de responder con la búsqueda de oportunas solucio­nes a la angustia, el dolor, el cansancio, la fatiga de tantos y tantos que anhelan la paz. Tantos y tantos que quieren vivir, renacer de las cenizas, buscar el calor de la sonrisa de los niños, lejos del terror y en un clima de convivencia democrá­tica".

Este fue el texto que mereció la censura del Gobierno Sandinista.

Se nos pide pronunciarnos en contra de la ayuda nortea­mericana a las fuerzas insurgentes. Mal haría un padre, si ante dos hijos que se están peleando a muerte tratara de desarmar a uno solo, sin antes promover la reconciliación y el diálogo para desarmar a los dos. Más aún si se le pide que desarme a quien tiene un puñal, para dejarlo indefenso ante quien tiene una espada.

Esta es la situación de Nicaragua, la situación de la Iglesia y la situación de nuestro Episcopado, que trata de conducir a la Iglesia por aguas turbulentas, pero más guiado por el Espíritu que por las ciencias naturales de los hombres y la política que parecen no tener soluciones para problemas tan profundos. Estamos en una difícil situación; pero confiamos y descansamos en el Señor Jesús, Príncipe de la Paz y Señor de la Historia.

Agradezco a Usted su gentil ofrecimiento para que sea posible la publicación de esta carta que va dirigida a los cristianos y a todos los hombres de buena voluntad.

Miguel Cardenal Obando Bravo Arzobispo de Managua.

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¿Qué es la Paz?

Relata el libro del Génesis que, en los albores de la humanidad, Adán y Eva tuvieron dos hijos: Caín y Abel. Refiere también la Biblia que los sacrificios y ofrendas de Caín no eran gratos a Yahvé. En cambio, Abel, hombre bueno y justo, agradó a Dios, al igual que sus sacrificios. Caín tuvo envidia de su hermano. Y asesinó a Abel.

Desde los comienzos de la humanidad el egoísmo, la envidia, la ambición..., se instalaron en el corazón del ser humano y convirtieron al hombre en "lobo del hombre".

El uso -y abuso- de la fuerza bruta en la sociedad, para acallar el uso de la razón, rompe la armonía en la vida de los pueblos y destruye la convivencia pacífica de sus ciudadanos.

El hombre al sentir la camisa de fuerza impuesta por el poder del adversario o del Estado, en una lógica reacción, se rebela para defender sus derechos. Así se desgarra la paz y se da paso a la guerra.

¿Qué es para Usted la paz, Eminencia? "Es un hecho claro que todo hombre apetece la paz.

Difícilmente encontraremos a un hombre que nos diga que prefiere la guerra a la paz. Todos anhelamos la paz. Por eso la buscamos. Paz como clima de sosiego, de tranquilidad fami­liar y social, de libertad, de respeto a la libertad humana de todos y de cada uno de los ciudadanos". "Pero, si es innegable que todos deseamos la paz, no es menos cierto que no todos los hombres se hacen la misma idea de lo que la paz significa, y de los métodos y estrategias que más convienen para alcanzarla". "Hay quienes piensan que en un determinado país existe la paz porque en él no se recurre a las armas, no hay derramamiento de sangre, ni conflictos laborales o estudiantiles. A eso llaman

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paz. Juzgan otros que hay paz cuando un Estado policíaco, sutilmente represivo, impide que los propios ciudadanos ma­nifiesten sus propias opiniones. Hay muchas situaciones de injusticia que no explotan en conflictos abiertos porque la violencia de los que ostentan el Poder es tan grande que privan a los que no tienen poder hasta de la energía de reclamar sus propios derechos". "Piensan otros que hay paz cuando se controla la libertad de expresión. Se olvidan que sin libertad de prensa, no hay libertad de conciencia. Sin libertad de pensamiento, está en peligro, incluso, el derecho a la vida". "La paz yo entiendo que es la totalidad de bienes y felicidad que un hombre puede desear: salud, trabajo, graneros llenos, prosperidad, buen gobierno, justicia, libertad, amor. Paz es la alegría de sentirse realizados como hombres y como nación. Es la plenitud de la vida, de la bendición y salvación de Dios. Es vivir con toda la dignidad de hombres, respetados y ama­dos, sin temor, sin guerras, sin amenazas. La paz es concordia y fraternidad. Es confianza y misericordia". "Si nos pusiéramos a filosofar sobre nociones y estrategias sobre la paz, no acabaríamos nunca. En resumen, pienso que la paz es el estado del hombre que vive en armonía consigo mismo, libre y no manipulado, en armonía con la naturaleza, con los demás hombres y con el Creador".

Falsos conceptos de Paz

Todos los hombres tienen derecho a esta paz. Y todos, igualmente, tienen la obligación de colaborar para que nadie quede excluido de ella. Sin embargo, de lo que Usted acaba de expresar, Eminencia, se deduce claramente que hay falsos conceptos de paz que pueden engañar a los ingenuos...

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"Así acontece, por desgracia. Es falsa, por ejemplo, la paz de los domesticados. Todos sabemos lo que significa domes­ticar a un animal: mediante una serie de mecanismos que conoce perfectamente el domesticador, el animal acepta una forma de vivir y de actuar llegando a la incapacidad de rebelarse. Un pueblo también puede ser domesticado por un cierto tipo de educación y por los medios de comunicación social, como la radio, la televisión, la propaganda hábilmente manejada por el Estado. Y lo peor del caso es que el mismo individuo, quien es la víctima, no se da cuenta de su propia domesticación. Reacciona como un animalito al que se hace saltar o brincar al gusto del domesticador".

Al inicio de su ministerio Jesús proclamaba: "Bienaven­turados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios"fM. 5,9). El envía a sus discípulos a llevar la paz de casa en casa, de pueblo en pueblo. Y les invita a preferir la paz a toda venganza, queriendo así arrancar del corazón del hombre la raíz de toda agresividad. Les pide que amen a sus enemigos y oren por sus perseguidores. Y les exige permane­cer siempre humildes, y perdonar sin límites.

En la Sagrada Escritura aparece con frecuencia el tema de la paz. ¿Cómo resumiría, Eminencia, el concepto de paz que nos ofrece la Biblia?

"El hombre bíblico sabe por experiencia que cuesta con­seguir la paz. La paz en la Biblia - shalom que decían los hebreos- significa "bendición de Yahvé". Denota "tranquili­dad y armonía interior", en el pensar de Jesucristo. El anuncio de la paz, en sentido bíblico, es el anuncio de la salvación integral del hombre. El realismo bíblico no separa jamás la paz interior o espiritual de la paz exterior o socio-política. Esta es un signo de aquella. La primera anuncia y condiciona la

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segunda. Es rica, integral, experiencial. La paz en el hombre bíblico influye en el bienestar de la vida cotidiana". "La paz en las Sagradas Escrituras no es, pues, un puro resultado de técnicas y políticas humanas. Es una realidad que baja de Dios como orden victorioso sobre el caos, y la impone en el corazón del hombre, desde los míticos tiempos de la Creación. El Evangelio pone en boca de Jesús que la paz verdadera -la paz que procede del Espíritu- no es como la paz que ofrece el mundo". "Por eso no nos sorprende encontrar, a veces, dirigentes ciegos en sus propios apetitos de mando y de ilusorias alianzas políticas que no buscan el bien de sus pueblos, sino sus propios intereses. Jeremías los acusa cuando dice: "Juran superficial­mente diciendo paz...paz... y sin embargo no hay paz"(Jr.6,14).

Los Hijos de Edipo

Una de las obras de teatro más trágicas de la Antigua Grecia es, sin duda, Los Hijos de Edipo. En ella se narra la historia macabra de los hijos del desdichado Edipo, rey de Tebas.

Resumida en unas cuantas palabras es como sigue: — Edipo, rey de Tebas, mata un día a su padre sin saberlo. Este crimen atrae la maldición de los dioses. Para eludir esta maldición, los hijos de Edipo, Etéocles y Polinices, que van a gobernar Tebas, hacen un pacto: cada uno de ellos gobernará por un año la ciudad, mientras el otro se ausentará de Tebas.

Etéocles toma primero el gobierno. Pero, al finalizar el año, se niega a cumplir lo pactado. Se ha enamorado del Poder y no sólo se opone a cumplir lo pactado, sino que prohibe a su hermano volver a Tebas.

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Polinices reclama inútilmente sus derechos. Irritado por la injusticia de su hermano, recurre a reyes amigos de los pueblos vecinos y pone sitio a la ciudad con sus ejércitos.

Yocasta, la madre de ambos, quiere impedir esa matanza fratricida. Llena de angustia recurre a su autoridad materna para que sus hijos tengan un diálogo. Los dos hermanos lo aceptan. En el diálogo familiar ella pide a Polinices que deponga las armas. Polinices responde a su madre que está dispuesto a despedir a los ejércitos si se reconoce su derecho a gobernar como lo habían acordado. De lo contrario, atacará la ciudad y escalará sus torres si no se le hace justicia.

Yocasta se aflige. No acepta la guerra como solución. No existe victoria si cuesta sangre de hermanos. Por eso insiste en la reconciliación de sus hijos.

Ahora interviene Etéocles que ostenta el poder: "Madre, te lo digo categóricamente: si es necesario ir al infierno, hasta el infierno iría para adueñarme del poder. Este bien no lo comparto con nadie. Lo quiero sólo para mí".

Polinices protesta alegando su justo derecho. Pero Etéo­cles, más altanero cada vez, llama a la tiranía "la más grande de las diosas".

Sólo queda una salida: la guerra y la violencia. Es decir, el sufrimiento y la muerte.

El diálogo prosigue entre los dos hermanos; pero, no para entenderse y buscar un acuerdo, sino más bien para injuriarse delante de una madre cada vez más acongojada.

Los dos hermanos se separan para volverse a encontrar, llenos de odio, en el campo de batalla. Se entabla una lucha feroz cuerpo a cuerpo. Etéocles mata con su lanza a Polinices. Y Polinices, agonizante, da muerte con su espada a Etéocles.

Y sobre los dos cadáveres, Yocasta, la madre, se quita la vida...

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En esta obra clásica de la literatura griega queda plasmado el horror de la guerra entre hermanos, cuando se hace del poder un ídolo.

Eminencia, ¿tiene alguna semejanza esta tragedia del tea­tro griego con la realidad nicaragüense?

"Desde que nací oigo que en Nicaragua suenan los fusiles y los cañones, no para disparar salvas, sino bombas que destruyen y matan. Paradójicamente, nuestro Himno Nacional canta: "¡Salve a ti, Nicaragua!

En tu suelo ya no ruge la voz del cañón, ni se tiñe con sangre de hermanos tu glorioso pendón bicolor"...

"Todos los nicaragüenses debiéramos hacer los mayores es­fuerzos para que fueran realidad estas palabras en nuestra sufrida Patria".

La Paz, don de Dios

Hace más de mil quinientos años que Agustín de Hipona escribía:" ¡Eh aquí la paz!. Este magnífico don de Dios que El quiso confiar a los hombres. La paz es entre los bienes pasajeros de la tierra el más dulce de los que se puede hablar, el más deseable que puede codiciarse, y lo mejor que se puede encontrar".

Y un proverbio oriental dice con mucha sabiduría: "Cuan­do los hombres viven en paz, hasta las montañas se convierten en oro".

En Nicaragua, en cambio, hasta del "oro" se han hecho instrumentos para la guerra que sólo ha dejado, como funesta herencia, montañas de odio.

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Eminencia, en esta situación de post-guerra que viven los nicaragüenses, ¿qué aporte específico ofrece la Iglesia en el campo de la paz?

"La Iglesia tiene que trabajar por la paz porque, a quienes lo hagan, Dios los llama "hijos suyos". Sabemos que la paz no se alcanza con sólo hacer llamamientos a la buena voluntad de los hombres. No se trata solamente de buenas o malas voluntades, sino también de buenas o malas estructuras socia­les. Tenemos que trabajar por la paz y, a la vez, pedírsela al Señor. Porque la paz verdadera sólo la puede dar Jesucristo. Su paz no es igual a la que ofrecen los hombres. La paz que da Cristo evita el odio, las rivalidades, las intrigas. Nos da humildad y reconciliación con Dios y con nuestros hermanos".

La Conferencia Episcopal Latinoamericana, reunida en Medellín, nos enseña que "la paz es, ante todo, obra de la justicia", de tal manera que "allí donde existen injustas desi­gualdades, entre hombres y naciones, se atenta contra la paz". Pero advierte también -y hay que recordarlo siempre- que "la paz con Dios es el fundamento último de la paz interior de cada hombre y de la paz social".

La Reconciliación, camino hacia la Paz

A su juicio, Eminencia, ¿cuál es el mayor obstáculo para lograr una paz estable en Nicaragua?

"Nosotros no vamos a solucionar los problemas y alcanzar la paz mientras haya sectarismos. Mientras existan los secta­rismos habrá dificultades y se nos va a hacer difícil construir la paz. Yo pienso que la paz verdadera no consiste en el equilibrio de las fuerzas, ni en gobernar a un pueblo en forma autoritaria y despótica sin escuchar sus reclamos. La paz debe

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ser fruto de la justicia. Mientras haya gente perseguida por defender sus principios y derechos no puede haber paz. Estoy plenamente convencido de que la paz será una palabra vacía mientras no se funde en un orden basado en la verdad, esta­blecido de acuerdo con las normas de la justicia, sustentado por la caridad y realizado en un marco de libertad".

El esfuerzo constante en favor de la paz es una de las semillas que con mayor solicitud y empeño ha sembrado el Cardenal Obando Bravo. Ha sido siempre como una obsesión suya convencer a los nicaragüenses que la misión del hombre no es ser adversario del hombre, sino mediador... "Mediar es reconciliar, -nos dice-. Y la reconciliación, en una sociedad que ha vivido la dura experiencia de la guerra, es la base fundamental para una paz estable y duradera".

Muchos nicaragüenses coinciden con Su Eminencia al pensar que la reconciliación, a todos los niveles, incluido el ámbito eclesial, es el único camino hacia la paz.

La Iglesia tiene mucho que aportar en este campo, presen­tando con sencillez -con palabras y obras- la verdad del Evangelio. "La verdad es la fuerza poderosa de la paz", nos enseña Juan Pablo II.

Su Eminencia sentencia finalmente: "No debemos perder nunca la esperanza de una Nicaragua en paz. Una paz que todos tenemos la obligación de construir, desde el cambio de nuestro corazón hasta la reconciliación nacional. Debemos resistir a quienes quieren ahogar nuestra vocación de paz. ¡La reconciliación es el nuevo nombre de la paz en Nicaragua!".

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Nueva mediación

El Cardenal Miguel Obando Bravo es, sin duda, la princi­pal figura pública del país. El nicaragüense más conocido y respetado, tanto dentro como fuera de las fronteras de Nicara­gua.

Por su capacidad y experiencia fue escogido, una vez más, para mediar entre el Gobierno Sandinista y la Resistencia Nicaragüense.

Las conversaciones -sostenidas en marzo y abril de 1988-concluyeron con la firma de un documento que se conoce como Los Acuerdos de Sapoá.

Para llevar a cabo este trabajo de mediación, el Cardenal Obando supo conseguir una posición de equidistancia que le hizo merecedor del respeto de ambos bandos.

Fue el propio Gobierno quien lo propuso para presidir la Comisión Nacional de Reconciliación. Y se le encomendó también la Verificación y Control de los Acuerdos de Paz, conjuntamente con el Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA), Sr. Joao Baena Soares.

Estas múltiples atribuciones acarrearon al Cardenal Oban­do serias responsabilidades para con Nicaragua y sus conciu­dadanos. En el desempeño de tales misiones el Cardenal fue ponderado y firme. Pero, sobre todo, se convirtió en un promotor incansable de la paz.

Inexplicablemente, la consecuencia inmediata de la puesta en práctica de sus responsabilidades se tradujo en una crecien­te animadversión hacia su persona de parte de los más influ­yentes personeros del F.S.L.N.

El Gobierno lo separó primero de la mediación que venía realizando con esfuerzo y dedicación. Después le exigió que "congelara" las actividades concernientes a la Comisión Na­cional de Reconciliación. Y, finalmente, desató una violenta

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campaña en los medios de comunicación manejados por el partido "rojinegro" para inhabilitarlo como miembro de la Comisión de Verificación y Control de los Acuerdos de Paz.

Según Mons. Bosco Vivas -Vicario entonces de la Arqui-diócesis de Managua-, "en los últimos meses de 1988 la Iglesia sufrió los ataques más duros y las mayores injurias durante los años del Gobierno sandinista".

"Sin embargo -continúa diciendo Mons. Vivas- la figura del Cardenal Miguel Obando no sufrió mella por los encarni­zados ataques en su contra. Lo que molestó a los sandinistas fue que el Sr. Cardenal formara un equipo preparado y capaz de realizar eficazmente la Verificación de los Acuerdos de Sapoá... Ellos siempre han temido que alguien se entere de las verdades que comprometen, y pueda divulgarlas".

Mons. Bosco Vivas, a quien el Cardenal Obando se refirió en una ocasión como "mi brazo derecho en el trabajo apostó­lico de la Arquidiócesis de Managua", defiende a Su Eminen­cia describiéndolo como "un hombre de hacer concreto, que no se evade en elucubraciones, sino que puntualiza una y otra vez lo que ya se ha acordado y aguarda ser cumplido. Esto, al parecer, no les gustaba a los sandinistas".

"La Iglesia es servidora, pero no es tonta"

Preguntamos a Su Eminencia cómo sobrelleva las campa­ñas difamatorias que se orquestan contra él, y nos responde:

"Nosotros siempre tratamos de servir a nuestro pueblo, a pesar de las dificultades e incomprensiones que con frecuencia hemos encontrado. En nuestros esfuerzos de mediación nunca recibimos dinero ni del Gobierno ni de la Resistencia. Noso­tros costeamos nuestros gastos con grandes sacrificios. Y

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hemos enfrentado todas las adversidades con espíritu cristia­no. Yo pongo todas las cosas en las manos de Dios, porque humanamente hablando, a veces, pareciera que no tienen solución".

Las tensiones entre el Estado y la Iglesia se agudizaron con motivo de los diferendos sobre el funcionamiento de la Comisión Nacional de Reconciliación. Y desembocaron en una nueva confrontación apañada por el Gobierno con el pretexto de las actividades que el Cardenal Obando estaba desarrollando en torno a la Verificación de los Acuerdos de Sapoá.

Efectivamente, con ocasión de la compra, por parte de la Iglesia, de algunos vehículos financiados por la Agencia Internacional para el Desarrollo (AID) y destinados a la Veri­ficación de los Acuerdos de Sapoá se desencadenó una cam­paña furibunda contra el Cardenal Obando Bravo...

"Sí; ciertamente -confiesa Su Eminencia- las relaciones Iglesia-Estado se tornaron completamente frías, por el lengua­je utilizado y la manera como se actuó. La Iglesia siguió insistiendo que era necesaria la reconciliación. Cuando la Iglesia aceptó verificar los acuerdos de Sapoá lo hizo de una forma ponderada y seria. No iba sólo a poner una firma de manera irresponsable. La Iglesia es servidora, pero no es tonta".

El Presidente Daniel Ortega le acusó a Usted de "actuar como fariseo" por no condenar la política del Gobierno nor­teamericano en contra de Nicaragua: "Si Cristo hubiera encon­trado a Obando en el templo, lo habría echado a latigazos", dijo públicamente Ortega...

"Yo siempre invito a orar por todas las personas 'que insultan a la Iglesia y a sus Obispos. Sobre todo por las personas que nos persiguen, nos hostigan, nos ofenden. El

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cristiano siempre debe orar por esa clase de gentes. La Iglesia trata de dar explicaciones, porque tomar venganza no puede. Nosotros somos hombres de Iglesia que no sólo perdonamos siete veces, sino setenta veces siete".

La crisis se agudiza

El intercambio verbal entre altos dignatarios de la Iglesia Católica nicaragüense y funcionarios principales del Gobier­no, enrarecieron aún más la atmósfera política interna del país, de suyo ya muy deteriorada.

Formalmente hablando, las gestiones del Cardenal Oban­do para obtener financiamiento y adquirir vehículos y equipos destinados a la Verificación de los Acuerdos de Paz, no afectaban absolutamente en nada al Gobierno de la República.

Pero, no se trataba sólo de meras formalidades. El asunto tema profundas raíces políticas. Formaba parte de las tensio­nes crónicas entre el Estado y la Iglesia, planteadas práctica­mente desde que los sandinistas accedieron al poder.

Es cierto que conforme a la letra de los acuerdos de Sapoá, solamente el Secretario General de la OEA podía tomar decisiones y movilizar recursos para "asistencia técnica y de servicios" relacionados con la Verificación. Así lo establecía el párrafo dos del punto nueve de dichos acuerdos.

Por otra parte, no había qué verificar en tanto el diálogo Gobierno-Resistencia estuviera suspendido.

Sin embargo, de las declaraciones del Sr. Cardenal, y aun de las versiones oficiales del Gobierno, se desprende que la adquisición de medios de transporte y equipos fue consultada oportunamente por el Cardenal Obando al General Humberto Ortega -hermano del Presidente- dando éste su aprobación, aunque sólo fuera de palabra.

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Las relaciones del Arzobispo de Managua y el Gobierno sandinista siempre fueron muy tirantes. Las tensiones entre el Estado y la Iglesia durante los años de la Revolu­ción comenzaron prácticamente desde que los sandinistas accedieron al Poder.

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El Gobierno sandinista, posteriormente, afirmaría por me­dio del Vice-Canciller, Víctor Hugo Tinoco, que "al Gobierno sólo le constan los documentos escritos".

Es evidente entonces la maniobra del sandinismo en contra del Cardenal Obando para desprestigiarlo y vincularlo con la acción antisandinista del Gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica.

Hay quienes piensan que el Cardenal Obando también cometió algún error en este conflictivo asunto. Y esta circuns­tancia fue hábilmente manejada por los líderes sandinistas para agudizar las tensiones Iglesia-Estado hasta convertirlas en abierta confrontación.

A todo esto se unió la denuncia de la revista norteameri­cana Newsweek, acerca de la supuesta participación del Car­denal Miguel Obando en negocios de dólares con la CÍA.

Además, el entonces Alcalde de Managua, Carlos Carrión -elegido a dedo por los dirigentes del partido "rojinegro"- le organizó, con fondos de la alcaldía, demostraciones de repudio por parte de grupos sandinistas en los propios terrenos de la Curia Arzobispal; mientras el aparato propagandístico del F.S.L.N. le acusaba hasta de "ladrón".

Y el Ministro de Asuntos Exteriores, P. Miguel D'Escoto, tuvo la osadía de afirmar públicamente que "el Cardenal Obando tenía las manos manchadas de sangre del pueblo nicaragüense, porque compartía la responsabilidad de los actos de terror de los contrarrevolucionarios".

La campaña de difamación y presiones contra el Cardenal Obando llegó a tal extremo que La Prensa -el único periódico independiente entonces- editorializó en los siguientes térmi­nos: "Creemos que si hay alguien en Nicaragua que merece respeto, es el Jefe de la Iglesia Católica de nuestro País. Daniel Ortega y sus satélites y voceros deben tener más cuidado en

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su trato con quien representa una creencia y un sentimiento muy hondo de la inmensa mayoría de nuestro pueblo. Ofender al Cardenal Obando, es ofender a Nicaragua. ¡Basta ya de esa sucia conspiración! ¡Basta ya de esa sucia política, tan tosca como peligrosa!".

Siempre dispuesto a mediar

A pesar de las difíciles relaciones entre el Gobierno y la Jerarquía de la Iglesia Católica, una y otra vez era requerido el Cardenal Obando para servir de mediador y garante en los diálogos del Frente Sandinista con los dirigentes de la Resis­tencia Nicaragüense.

Uno de los personeros de estos diálogos afirmaba: "En las conversaciones de Toncontín (Honduras), el secreto de haber­se podido llegar a un compromiso fue la presencia de Su Eminencia, el Cardenal Obando Bravo. Su fuerza moral fue un poderoso aglutinante en el diálogo espinoso que allí se desarrolló".

La importancia de la presencia de Obando Bravo en las conversaciones de Toncontín quedó patente al comprobarse que por lo menos en tres párrafos del documento final se le menciona como "garantía de confianza y credibilidad" para ambas partes.

En Toncontín la Resistencia Nicaragüense expuso, por primera vez, los argumentos de su decisión política de desmo­vilizarse en los escenarios en que había venido actuando.

En medio de la crisis, al iniciarse el año 1989 las diferen­cias entre los mensajes del Jefe de Estado y el Pastor de la Iglesia Católica fueron marcadamente contrastantes. No sola-

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mente por su contenido, sino también por la forma de expre­sarlos y por el escenario donde se pronunciaron.

El Cmdte. Daniel Ortega Saavedra, Presidente de la Re­pública, habló ante una concentración militar de soldados y máquinas blindadas, en la Base de Tanques Ornar Torrijos, ubicada en los alrededores de Managua. Daniel Ortega se refirió a las desgracias nacionales que todos los nicaragüenses conocían de sobra por estar sufriéndolas en carne propia: daños humanos y económicos a causa de la guerra, hiper-in-flación, racionamiento de los alimentos... Mientras el Carde­nal Obando Bravo pronunció su homilía ante una muchedumbre de ciudadanos civiles y pacíficos, celebrando la Jornada Mundial por la Paz. Obando Bravo llamó a defender la vida, en contra de quienes optan por el "culto a la muerte".

En sus relaciones con el Gobierno sandinista, para mu­chos, el "delito" del Cardenal Obando consistió en no haberse doblegado a las exigencias, propósitos e intereses del F.S.L.N.

La mayor parte de los nicaragüenses están, sin duda, muy agradecidos al Cardenal por su constancia y entrega a la ardua tarea de encontrar la paz y la reconciliación. La persistente diatriba proveniente del aparato propagandístico "rojinegro", (radio, televisión y periódicos), nunca pudo doblegarlo.

El escritor Mario Vargas Llosa refiere haber escuchado a la esposa del Vice-Presidente entonces, Dr. Sergio Ramírez, la siguiente afirmación: "Estoy estudiando a Marx y dispuesta a creerle todo, salvo cuando se mete con la religión". De igual modo muchos nicaragüenses no toleraban el hostigamiento a la Iglesia y su Jerarquía.

No obstante, los medios oficialistas se mofaban con fre­cuencia de la religión, haciendo a veces apología del ateísmo, desafiando la sentencia del ingenioso Hidalgo de la Mancha: "Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho"...

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"La Hija del Cardenal"

El sandinismo, en su afán por denigrar al Cardenal Obando y socavar su recia personalidad, no dudó en usar todos los métodos que tuvo a su alcance. En este cometido se destacaron La Semana Cómica, Radio Sandino, La Voz de Nicaragua -emisora oficial del Gobierno, que se transformó en Radio YA al perder las elecciones el FSLN-, y El Nuevo Diario, un periódico que nació auspiciado por algunos miembros de la Dirección Nacional, como un hermano gemelo del diario Barricada, órgano oficial de prensa del Frente Sandinista.

"Nos hemos propuesto desmitificar al Cardenal", confe­saba en una ocasión el Dr. Danilo Aguirre, Subdirector de "El Nuevo Diario" y responsable de su línea editorial.

Efectivamente, los medios de comunicación sandinistas estaban empeñados en desmitificar la religión y a su máximo exponente, el Cardenal Obando. Sin embargo, era la Revolu­ción lo que de verdad urgía desmitificar en Nicaragua.

El Nuevo Diario ofreció a sus lectores, por entregas, obras dignas del más rancio anticlericalismo del siglo pasado, tales como La hija del Cardenal. Una novela gelatinosa escrita por Félix Guzzoni.

Al finalizar la obra, el periódico presentó la "opinión de los lectores"... Por ejemplo, Margarita dijo: "Pienso que la novela tiene mucho de melodrama. Pero también es una denuncia para develar algunas cosas que muchos, como ciegos creyentes, ignoramos sobre la historia y personajes de la Iglesia". Y a Rosa le hacían afirmar que "la novela fue puesta en la lista de libros prohibidos por la Iglesia por decir verda­des..., pues la religión deja mucho que desear. El Cardenal de aquí cobija a los que matan. Le llevan las madres las fotos de

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sus hijos muertos y él ni ve, ni oye. Para nada los hábitos, para nada los votos, para nada la promesa de ser pastor de todos".

Por si quedara alguna duda del montaje, sentencia final­mente El Nuevo Diario: "Cuando anunciamos la publicación de la novela, algunos quisieron encontrar una alusión a un personaje de la Jerarquía nacional. Pero eso resultó absurdo, y la tal alusión sólo existió en la mente de quienes así pensa­ban". Todo al estilo de la más sofisticada manipulación de la que tantas veces hicieron gala los medios sandinistas.

Nada nuevo bajo el sol

Tales métodos no son nuevos, ciertamente, ni inventados por el sandinismo. Desde la revolución bolchevique se pusie­ron en práctica en todos los países cuyos regímenes revolu­cionarios se han inspirado en el marxismo-leninismo.

Fue muy notorio y alcanzó un gran relieve internacional el caso del Cardenal Mindszenty, Primado de Hungría, cuando este país fue tomado por el ejército ruso.

Mindszenty fue sometido a toda clase de vejaciones por enfrentarse heroicamente a las tropas soviéticas de ocupación y a los gobernantes títeres impuestos por el Kremlin. Su figura se agigantó al arriesgar su vida en la lucha por las libertades de la Iglesia y la tradición espiritual de su pueblo.

El Cardenal Mindszenty jamás abandonó a su grey. Fue elevado a la condición de "símbolo" por amigos y adversarios. Y representó la viva imagen inclaudicable de la lucha interna­cional de los pueblos cristianos contra las fuerzas ateístas de los diferentes "ismos".

Aunque los tiempos cambian, sin embargo, las fuerzas tenebrosas permanecen y nunca están caducas. Se esconden bajo nuevos y diferentes disfraces.

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El salmista lo había anunciado: "Afilan sus lenguas como espadas y lanzan como flechas palabras venenosas, para herir a traición al inocente. Se animan unos a otros para hacer maldades, se cuentan cómo tendieron trampas ocultas dicien­do ¿quién nos va a ver?. Urden planes perversos, y cada uno secretamente guarda alguna trampa en su corazón. Pero Dios les lanza sus flechas. De repente se ven heridos: sus calumnias los perdieron, y todos al verlos menean la cabeza" (S. 64,4-8).

"Si los sandinistas hubieran sido un poco más abiertos desde el comienzo, ellos pudieron haber usado la figura de Mons. Obando favorablemente, en vez de transformarlo en un símbolo de la resistencia al régimen. Obando Bravo ha gozado siempre de gran popularidad. Y el Gobierno pudo haberla canalizado para mantener la unidad del pueblo nicaragüense. Pero, los sandinistas fueron incapaces de hacerlo, cegados por su soberbia, y debido a que no se lo permitía su ideología marxista-leninista de manual". Quien así se expresa es Mons. Pablo Antonio Vega, Obispo dimisionario de la Diócesis de Juigalpa en Nicaragua, quien fue expatriado por el sandinis-mo. ("La Patria ni se da ni se quita. Se la lleva dentro", sentenció el Prelado cuando salía al exilio).

Tal vez, en la mente de los Comandantes Sandinistas pesaba todavía mucho el "diálogo de Caracas", en el que Mons. Obando Bravo tomó parte, tratando de impedir -según ellos- que el Frente Sandinista tomara el poder en Nicaragua.

Lo cierto es que, en su confrontación con los sandinistas y la así llamada "iglesiapopular", Obando Bravo siempre salió airoso. En esta lucha contó con el respaldo incondicional de Juan Pablo II desde el inicio de su pontificado. Más tarde, como reconocimiento a su fidelidad, el Papa Wojtyla cultivó

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su amistad personal con Mons. Obando, y le nombró Cardenal de la Iglesia.

Y mientras por un lado los gobernantes sandinistas pen­saban que la Iglesia Católica acabaría entendiéndose con ellos, "como lo ha hecho tradicionalmente -según Sergio Ramírez-con cualquier forma de poder a lo largo de la historia", por otro lado, el Cardenal Obando estaba convencido de que a los sandinistas no les quedaba mucho tiempo en el poder.

La problemática de Nicaragua

Hay quienes piensan que la Iglesia Católica solamente sabe desenvolverse con seguridad en las sociedades capitalis­tas, mientras le resulta difícil acomodarse en el mundo socia­lista, donde han sido frecuentes los enfrentamientos con quienes detentan el poder del Estado.

Sólo el diálogo honesto pudo haber evitado muchos con­flictos. Un diálogo en el que siempre ha de cumplirse "la unión de la verdad con la caridad, y de la inteligencia con el amor", como señala el Papa Pablo VI.

No deja de ser paradójico que el Gobierno sandinista, que mantuvo permanentemente en sus estructuras hombres y mu­jeres con sólida formación religiosa y eclesial -incluidos varios sacerdotes- tuviera tantas dificultades para dialogar con la Iglesia.

En ocasiones, la impaciencia condujo a los dirigentes revolucionarios a caer en la tentación del "nica-galicanismo", arrogándose la autoridad de definir qué es verdadero y falso cristianismo, sentenciando quién es cristiano de verdad y quién no lo es. Los Comandantes sandinistas se justificaban diciendo que las autoridades eclesiásticas hacían lo mismo, pero a la inversa; es decir, pretendían dirigir la política.

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Desafortunadamente, la problemática nicaragüense no consistía sólo en los diferendos ideológicos del Frente Sandi-nista con la Jerarquía de la Iglesia Católica. Un alarmante índice de marginalidad y pobreza; el galopante crecimiento de la deuda externa; el indetenible avance de la indisciplina laboral, con la consecuente reducción de la producción nacio­nal, además de la irreparable pérdida de vidas humanas..., constituían la problemática verdadera de Nicaragua.

Los dirigentes sandinistas, incapaces de sostener una re­lación armoniosa con la Jerarquía católica, continuaron difa­mándola.

La oposición civil y política supo capitalizar este acoso del régimen a la Iglesia, especialmente al Cardenal Obando, para propiciar sus propios intereses tomándolo como bandera en su lucha contra el sandinismo.

El Gobierno sandinista se empeñó en someter, incondicio-nalmente, "con palo y plomo" o con negociaciones impositi­vas, a sus adversarios de todas las tendencias y de las distintas trincheras. Se obstinó en la estrategia de preservar su poder haciendo mínimas concesiones a sus adversarios. El eje de su política resultó ser la confrontación con todos: imperialismo, resistencia armada, oposición cívica, comunidad internacio­nal, Iglesia Católica... No tuvo la voluntad de contribuir eficazmente a la creación de un clima conciliatorio, al que se comprometió en los Acuerdos de Esquipulas II y ratificó en San Salvador.

De este modo, las esperanzas del pueblo nicaragüense, cansado de tantas intolerancias, crisis y violencia, se desvane­cían una y otra vez y se transformaban en creciente desilución y amargura.

Alguien se lamentaba con enorme frustración: "Cincuenta mil vidas y más de doce mil millones de dólares costó la lucha

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fratricida en Nicaragua desde que se implantó la Revolución. Cincuenta mil vidas...¡por nada a cambio!, sacrificadas en nombre de una victoria estéril y una gigantesca tragedia sin provecho alguno. Sólo para sembrar la Patria de tumbas y de odio".

Nos vienen a la memoria los versos dramáticos del poeta Pablo Antonio Cuadra escritos en su obra, Por los caminos van los campesinos: "De dos en dos, de diez en diez, de cien en cien, de mil en mil, descalzos van los campesinos con la chamarra y el fusil. De dos en dos los hijos han partido, de cien en cien las madres han llorado, de mil en mil los hombres han caído y polvo han quedado, su sueño en la chamarra, su vida en el fusil"...

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La Iglesia al servicio de los Derechos Humanos

La defensa y salvaguarda de los derechos humanos es, sin duda, una de las obligaciones más apremiantes para cualquier persona o institución que se precie de ser servidora de los nombres en los tiempos actuales.

Eminencia, ¿en qué forma propicia la Iglesia el respeto a los derechos humanos? ¿cuál es su pensamiento sobre este tema tan sensible para la sociedad en nuestros días?

"Redescubrir y hacerle descubrir al hombre la dignidad inviolable de cada persona humana constituye una tarea esen­cial para los cristianos. Es más, en cierto sentido, es la tarea central y unificante del servicio que la Iglesia -clérigos y laicos- está llamada a prestar a la familia humana. La dignidad personal es el bien más precioso que el hombre posee. Un bien que supera en valor a todas las cosas materiales. Las palabras de Cristo en el Evangelio: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si al final se pierde a sí mismo?", contienen una luminosa y estimulante afirmación antropológica: el hom­bre vale no por lo que "tiene" -aunque poseyera el mundo entero- sino por lo que "es". No cuentan tanto los bienes materiales, cuanto el bien de la persona. A causa de esta dignidad personal, el ser humano es siempre un valor en sí mismo y por sí mismo y, como tal, exige ser considerado. Por el contrario, jamás debe ser tratado como un objeto utilizable o un simple instrumento. La dignidad personal constituye el fundamento de la igualdad de todos los hombres. Predicar y defender estos principios es tarea fundamental de la Iglesia".

Si tal es la dignidad de la persona humana, ¿por qué no se respeta su condición, sino que más bien se la atropella de tantas formas y maneras posibles?

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"Sencillamente, porque no se tienen en cuenta estos prin­cipios que hemos señalado acerca de la dignidad del hombre. Al ser humano se le trata como si fuera algo descartable que se usa y se deshecha cuando ya no sirve a nuestros intereses egoístas". "En la primera Encíclica de Juan Pablo II encontramos un texto que consideramos fundamental para descubrir la orien­tación que ha marcado su pensamiento: "El hombre -dice el Papa- es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión. El hombre es el camino primero y fundamental de la Iglesia. Un camino trazado por Cristo mismo; vía que, inmutablemente, conduce a través del miste­rio de la Encarnación y de la Redención" (R. H. 14). Este texto nos ofrece la clave interpretativa de sus escritos y alocuciones. En otras palabras, la dignidad del hombre será el hilo conduc­tor de su incansable ministerio. Basándose en lo que es Cristo y en la luminosidad que adquiere el hombre cuando es visto desde la óptica del misterio de la Encarnación, Juan Pablo II afirma, ante los diversos sistemas políticos el primado de la persona; porque, "la dignidad de la persona humana está por encima de todo lo demás". Esta verdad sobre el hombre "se encuentra en una antropología que la Iglesia no cesa de profundizar y de comunicar".

¿Cuáles serían los contenidos de esa antropología, Emi­nencia?

"La afirmación primordial de esta antropología es la del hombre como imagen de Dios. Por tanto, irreductible a una simple parcela de la naturaleza, a un elemento anónimo de la ciudad humana. La verdad sobre el hombre se funda en la Sagrada Escritura: fue creado "aimageny semejanza de Dios"; y en el misterio de la Encarnación y Redención de Jesucristo".

¿Cuáles son los derechos que podríamos señalar como los más esenciales de todo ser humano?

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t .-

El Cardenal Obando Bravo pronunciando una homilía. A veces aprovecha sus prédicas para denunciar los atrope­llos a los derechos humanos y señalar posibles desviaciones del Gobierno de turno.

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"Pienso que están expresados con suficiente claridad en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En su pri­mer viaje a Brasil el Papa Juan Pablo II enumera los siguientes: derecho a la vida, a la seguridad, al trabajo, a la vivienda, a la salud, a la educación, a la expresión religiosa privada y pública. También afirma el derecho a la vida del "nascituro" (el niño por nacer); el derecho de los padres para tener los hijos que deseen, y el derecho a recibir lo necesario para educarlos dignamente. Estos derechos deben garantizar la obtención de aquellos bienes de primera necesidad, sin los cuales el hombre no puede realizarse como persona: alimento, vestuario, habi­tación, asistencia médico-social, instrucción básica, forma­ción profesional, transporte, información, posibilidad de distracción, vida religiosa... La Iglesia asume la defensa de los derechos humanos y se hace solidaria con quienes los propug­nan. Nosotros siempre hemos estado empeñados -por exigen­cia evangélica y de acuerdo con nuestra misión pastoral- en promover la justicia y en defender la dignidad y los derechos de la persona humana. No nos hemos quedado callados cuan­do las circunstancias nos han exigido denunciar atropellos y situaciones violatorias de los derechos humanos, aun a riesgo de nuestra propia vida".

Defensor de la Vida

Cuando en el fragor de la guerra los jóvenes nicaragüenses eran traídos "de dos en dos, de diez en diez..." de las montañas a las ciudades, convertidos en cadáveres, el Cardenal Obando pronunció una importante homilía en la Misa campal celebra­da con motivo de la "Jornada Mundial por la Paz". Ante casi cien mil fieles católicos congregados en la plaza de la Repú­blica, frente a la destruida catedral de Managua, Obando

n 227

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Bravo hizo una enérgica defensa de la vida, en contra de quienes optan por el "culto a la muerte".

Preguntamos a Su Eminencia, cuál es el significado de los términos "biofilia" y "necrofilia", a los que se ha referido con frecuencia en sus homilías, y nos responde:

"Literalmente "necrofilia" significa "amor a la muerte", como "biofilia" significa "amor a la vida". No hay quizás distinción más fundamental entre los hombres, psicológica y moralmente, que la que existe entre los que aman la muerte y los que aman la vida, entre los hombres de vitalidad des­cendente y ascendente. No quiere esto decir de ningún modo que una persona es sólo necrófila o biófíla. Hay hombres enfermos que no viven sino para la muerte, y otros, en cambio, en la cumbre de la maduración humana, que no viven sino para la vida". "La persona con orientación necrófila se siente atraída y fascinada por todo lo que no-vi ve, por todo lo muerto: cadá­veres, heces, basura... El necrófílo vive en el pasado, nunca en el futuro. Es frío y esquivo. Es característica del necrófílo su actitud hacia la fuerza. Así como la sexualidad tiende a crear vida, la fuerza bruta se orienta a destruirla. El necrófílo tiene el deseo de convertir lo orgánico en inorgánico, de ver en la vida algo mecánico, como si todas las personas fueran cosas. Para él, no cuenta"ser" sino "tener".. "A la persona necrófila le atrae la oscuridad y la noche. Quiere regresar a la oscuridad del seno materno y al pasado de una existencia pre-humana, animal o, incluso inorgánica. Tiene afán desordenado de seguridad. Y, como la vida nunca es previsible ni controlable, prefiere dominarla convirtiéndola en muerte. La muerte -piensa el necrófílo- es la única manera segura de afrontar la vida".

¿Y la biofilia, Eminencia?

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"Lo opuesto a la orientación necrófila es la orientación biófíla. Su esencia es el amor a la vida. La tendencia a conservar la vida y a luchar contra la muerte es la forma más elemental de la orientación biófíla, y es común a toda la materia viva. Pero, además, la materia viva tiene la tendencia a integrar y unir. Tiende a fundirse con entidades diferentes y opuestas, y a crecer de un modo orgánico. Unificación y crecimiento integrado son características de todos los procesos vitales, no sólo a nivel biológico, sino también lógico, psico­lógico y vital". "La persona que ama plenamente la vida prefiere construir a conservar. Ama la aventura de vivir, más que el confort de la instalación. Quiere moldear e influir por el amor, por la razón, por el ejemplo, más que por la fuerza o por miedo de un sistema burocrático que trata a las personas como si fueran números. La ética biófíla tiene sus propios principios del bien y del mal. Bueno para ella es todo lo que sirve a la vida, y malo, todo lo que sirve a la muerte. El amor a la vida está en la base de todos los humanismos que han existido y existirán sobre la tierra". "Nunca tendremos derecho a quitarle al otro la existencia, la posibilidad radical de ser protagonista de la historia. El hu­manismo moderno nos ha ayudado a descubrir el valor del otro como único, irrepetible e insustituible. De ahí el infinito respeto con que debe ser tratado. Si a esto se añade el valor trascendental -más allá de la muerte- que el cristiano ve en la vida humana, llegaremos irremediablemente a la conclusión de que no podemos, por ningún motivo, quitarle al otro la vida y su capacidad de ser alguien y protagonista de la existencia. Por lo tanto, hemos de condenar sin paliativos todo lo que sea matar premeditadamente a otros, en las circunstancias que sea, desde el aborto hasta la eutanasia, pasando por la guerra, la pena de muerte, el terrorismo y, naturalmente, el asesinato vulgar y corriente por motivos comunes".

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¿No estaremos hablando, Eminencia, de una utopía? "Eso se pensó también cuando algunos idealistas empeza­

ron a promover la eliminación de la esclavitud, o reconocieron que la mujer era libre para casarse con quien quisiera, pose­yendo los mismos derechos fundamentales que el hombre. Hoy nadie pone en duda estas conquistas socio-morales. Son irreversibles. Lo mismo ocurrirá, creemos, con el "no-mata­rás" a rajatabla, cuando pasen unos aflos y todos lleguemos a convencernos de algo tan elemental y evidente como es el respeto a la vida del otro. La existencia del otro es sagrada y por ningún motivo se la podemos quitar. Mientras no llegue­mos a esa opción fundamental, continuaremos alimentando a la bestia que hay en nosotros y no tendremos garantías indivi­duales ni colectivas de supervivencia".

Todo esto está muy bien como teoría. Pero, ¿cómo hacer que los ciudadanos y la sociedad tomen conciencia de que la vida del hombre -de cualquier hombre- es sagrada, y un pecado gravísimo atentar contra ella y profanarla?

, "Es triste que personas moralmente calificadas rechacen más o menos la violencia que mata, pero sin dejar de mirarla de reojo, considerándola explicable y hasta buena en sí misma en determinadas circunstancias. A la persona humana, o la tratamos como alguien digno de infinito respeto, o dejamos de tratarla como persona, con todas las consecuencias trágicas que esto acarrearía a la humanidad. No hay término medio, ni compromiso posible. En tiempos anteriores, cuando el hombre era tratado menos como persona y más como cosa, que podía incluso comprarse y venderse, es natural que pudiera ser eliminado en determinadas circunstancias. Hoy, cuando he­mos descubierto en el otro una persona, tenemos que decidir­nos a vivir ese descubrimiento hasta las últimas consecuencias. La persona es sujeto y no objeto; es alguien y

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no algo; no puede ser ignorada, ni sustituida, ni eliminada nunca, pase lo que pase. Hoy la moral nos lanza este reto desafiante. Y, como valientes, hemos de recoger el guante y mentalizar en este sentido a las nuevas generaciones. Debe­mos trabajar por construir un mundo nuevo, lleno de paz, amor, justicia y libertad, con las manos y las rodillas. Recor­demos que sin Dios nada podemos, y que toda obra sublime es obra suya, como lo reconoció María Santísima al exclamar: "El Señor hizo en mí maravillas..."

Consecuente con estos principios el Cardenal Obando Bravo promovió una marcha cívica en defensa de la vida. El 23 de junio de 1994, coincidiendo con la celebración del Día del Padre, ochenta mil católicos marcharon desde la nueva Catedral hasta la Asamblea Nacional para pedir a los Señores Diputados "que no reformen el Artículo No. 74 de la Consti­tución que dice textualmente: "El Estado otorga protección al proceso de reproducción humana". Y que se defina explícita­mente en la Constitución el derecho a la vida de toda persona, desde la concepción en el seno materno, incluida la no-nacida, la enferma, la minusválida y la anciana".

En la Misa que precedió a la marcha afirmó el Cardenal Obando: "Este pueblo va a caminar en la manifestación como lo hicieron los Reyes Magos: al encuentro con el Dios de la Vida. Porque nuestro pueblo católico ama la vida, promueve la vida, defiende la vida, en contra de los que, como Herodes, optan por la "cultura de la muerte".

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Las Sectas

El fenómeno de las sectas está adquiriendo proporciones dramáticas en América Latina y ha llegado a ser verdadera­mente preocupante, sobre todo por el agresivo proselitismo de algunos grupos.

La Iglesia Católica en Nicaragua se ha sentido acosada, especialmente en los últimos años, debido a la proliferación de organizaciones religiosas fundamentalistas que insisten en la proximidad del fin del mundo y que, al mismo tiempo que hablan del Evangelio, incitan a los católicos a abandonar su Iglesia como una consecuencia necesaria de la conversión a Jesucristo.

Existen en Nicaragua gran número de denominaciones nuevas que mantienen, frente a la Iglesia Católica, una actitud de confrontación, contraria al espíritu del Movimiento Ecu­ménico que promueve las actividades e iniciativas encamina­das a favorecer la unidad de los cristianos.

Algunos llegan a pensar que este fenómeno que se está dando actualmente en nuestra Patria es un proceso irreversible de "protestantización" del catolicismo. ¿Qué piensa al respec­to, Eminencia?

"A lo largo de la historia de la Iglesia, el cristianismo siempre ha conocido grupos religiosos marginales y extremis­tas, fascinados por una u otra tendencia excéntrica que se aleja del Magisterio de la Iglesia. Pero la Iglesia es una sola, edificada sobre Pedro, a la que el mismo Señor llama "mi Iglesia" en el Evangelio de San Mateo. Jesucristo quiere que por medio de los Apóstoles y de sus sucesores los Obispos, en comunión con el Papa sucesor de Pedro, por la fiel predica­ción del Evangelio y por la administración de los sacramentos, su pueblo crezca unido en la comunión de una sola fe, un solo bautismo y un solo Dios y Padre".

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Se oye decir a veces que todas las religiones son igualmen­te válidas, que lo que importa es vivir con sinceridad la fe, la esperanza y la caridad...

"Insisto, Cristo fundó una sola Iglesia para que en ella los hombres alcancen la salvación. A nosotros, los Pastores, nos corresponde afianzar la identidad de la Iglesia cultivando aspectos que le son característicos como la devoción al Mis­terio de la Eucaristía y a la Virgen María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia; la comunión y obediencia al Romano Pontífice y a los Obispos, y la devoción a la Palabra de Dios leída en la Iglesia".

Con el paso del tiempo la problemática de las sectas asume proporciones cada vez más alarmantes. ¿Qué estrategia está usando la Iglesia para responder a este reto?

"Este hecho de la proliferación de las sectas lo hemos venido estudiando mucho. Yo he participado personalmente en varias reuniones con los presidentes de las Conferencias Episcopales de Latinoamérica. No hay duda que las sectas tienen un gran auge gracias a su poder económico. Y saben aprovechar muy bien las deficiencias de nosotros, los católi­cos. El Papa, Juan Pablo II, nos lo recordaba en Santo Domin­go (República Dominicana) al advertirnos que el avance de las sectas pone de relieve un vacío pastoral que tiene frecuen­temente su causa en la falta de formación y en la "masifica-ción" de nuestros fieles. Se han dado ciertas iniciativas de parte de algunos episcopados. Pero yo creo que donde debemos insistir es en dar, como pastores, un trato más acogedor a la gente que se encuentra cada vez más sola, aislada e insegura, para que nuestros fieles no se sientan "anónimos" en nuestras comunidades; una mejor enseñanza de las Sagradas Escritu­ras, y una mayor participación a nuestros laicos para que ejerzan su propia misión y servicio en la Iglesia. No cabe duda que las relaciones personales están en la base del éxito de las

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sectas. Además, es fundamental el testimonio de los agentes de pastoral, especialmente de los Sacerdotes y Religiosos, y de nosotros, los Obispos".

El proselitismo de las sectas representa, sin duda, una grave amenaza para la fe y la unidad de los fieles católicos. Un proselitismo que, además de ser la fuerza del avance de las sectas, sirve no solo a intereses meramente religiosos, sino que conlleva otros fines ocultos como lo demuestran el Informe Rockefeller y los Documentos de Santa Fe...

"Sí, evidentemente hay un trasfondo político a veces. Yo recuerdo que en cierta ocasión me decía Somoza: - Arzobispo, ¿no tiene miedo Usted que Nicaragua vaya a dejar de ser católica? - ¿Por qué?, le pregunté. - Es que hay muchas sectas que podríamos traer aquí, y éstas se encargarían de debilitar a la Iglesia Católica, me respondió. "Esta amenaza de Somoza fue un desafío para nosotros. No cabe duda que la política siempre trata de sacar partido del sentimiento religioso de nuestros pueblos".

El verdadero Ecumenismo

Detrás del aparente celo apostólico de las sectas se pueden apreciar motivaciones que están muy lejos de responder a los anhelos de unidad que promueve el Movimiento Ecuménico y que impulsó el Concilio Vaticano II como un don de Dios a la Iglesia, en el que han colaborado y participado activamente las iglesias protestantes históricas...

"Al hablar de Ecumenismo -interviene Su Eminencia-conviene distinguir entre iglesias protestantes, aquellas que conocemos como históricas o tradicionales, y lo que llamamos

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propiamente las sectas, que son grupos nacidos generalmente en los Estados Unidos, a partir de las múltiples escisiones que han ido sufriendo las mismas iglesias históricas por carecer de una autoridad que consagre los principios tradicionales". "Sin embargo, buscar la unidad no debe significar traicionar la verdad. Debemos testimoniar la integridad de la Revelación. El Ecumenismo se construye sobre la verdad y el amor".

En la mente del Papa Juan Pablo II el Ecumenismo es un tema permanente. ¿Se puede hablar con propiedad de Movi­miento Ecuménico en Nicaragua?

"La Conferencia Episcopal tiene nombrado un Obispo para animar y alentar la unidad y la cooperación con las iglesias cristianas tradicionales. Con las sectas es prácticamen­te imposible la colaboración por la agresividad que muestran en contra de la Iglesia Católica". "Nuestra primera tarea ecuménica pienso que consiste en orar por la unidad, la reconciliación y la paz, para que todos nos reconozcamos como hermanos, respetándonos mutuamente". "Este espíritu nos animaba cuando recientemente recibimos en la Catedral al Dalai Lama, dirigente espiritual de los tibetanos. Juntos oramos a Dios pidiéndole que mueva los corazones para que los enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano y los hombres y los pueblos busquen la unidad".

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CUARTA PARTE

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Un magno acontecimiento cívico

Nicaragua ha sido,muchas veces, noticia de primera plana en los medios de comunicación social en las últimas décadas.

Las desgracias provocadas por las fuerzas incontenibles de la Naturaleza han dado la vuelta al mundo: terremotos, huracanes, erupciones volcánicas, maremotos..., además de continuas guerras civiles, han sembrado frecuentemente el suelo nicaragüense de desolación, sangre, dolor y muerte.

Pero, no siempre los sucesos han sido de signo negativo. La experiencia electoral vivida en Nicaragua el 25 de Febrero de 1990 quedará como un hito en la historia patria.

Los nicaragüenses ofrecieron al mundo una hermosa lec­ción de cordura política que llenó de asombro hasta a los más optimistas. Miles de observadores internacionales y periodis­tas acreditados en el país, fueron testigos presenciales de tan magno acontecimiento cívico.

Los días que precedieron a las elecciones se vivieron en Nicaragua con gran expectación, por lo novedoso que resul­taba este hecho para muchos nicaragüenses que nunca se habían acercado a las urnas para votar. El propio Cardenal Obando manifestaba que, a los 63 años, era la primera vez en su vida que iba a ejercer su derecho al voto.

Tanto los candidatos del Frente Sandinista -el partido en el poder durante la última década- como los de la oposición -la Unión Nacional Opositora (UNO), conformada por catorce partidos políticos en alianza para la contienda electoral- bus­caron el apoyo del Cardenal Obando Bravo.

En el día de las elecciones fueron significativos los titula­res de los periódicos que apoyaban la candidatura del Cmdte. Daniel Ortega Saavedra y la Sra. Violeta Barrios de Chamorro: mientras el diario opositor, La Prensa, titulaba: "Cardenal

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bendice a Violeta", -jugando con la "V" como emblema de victoria-, Barricada, órgano oficial del Frente Sandinista titu­laba: "Daniel y Miguel a votar por la Paz". Acompañaban los titulares fotografías de gran formato del Sr. Cardenal con los respectivos candidatos.

Radio Católica, por su parte, difundió profusamente un breve pero sustancioso mensaje donde el Cardenal Obando señalaba los criterios básicos para formar la conciencia de los votantes, afirmando no sólo el derecho al voto, sino el deber de votar. "Esta responsabilidad debe ejercerla el cristiano preguntándose: ¿Qué haría Cristo si estuviera en mi lugar?".

Estas orientaciones expresadas en la voz del Cardenal Obando, ajuicio de muchos observadores, influyeron para que se alcanzara un alto índice de votantes.

También los evangélicos dieron sus pautas a los electores. Así lo hizo -por ejemplo- el pastor Miguel Ángel Casco quien escribía en un diario matutino pro-sandinista el propio día de las votaciones: "El mal y la destrucción (en Nicaragua) ha sido causada por la política de muerte de los Estados Unidos hacia nuestros pueblos. No cabe duda que este proyecto es de muerte. Por tanto un cristiano verdadero no debe votar por quienes en Nicaragua encarnan ese proyecto. En consecuen­cia, votar por la U.N.O. es pecado".

Si esto fuera cierto, en Nicaragua el día de las elecciones se cometieron ¡más de setecientos mil pecados!.

El esfuerzo aunado de los políticos y de todo el pueblo nicaragüense en la búsqueda de la democracia fue el mayor logro del proceso electoral que ganó, por amplio margen, la Unión Nacional Opositora (UNO) y llevó a la Presidencia de la República a la Sra. Violeta Barrios de Chamorro. Casi tres mil observadores internacionales y cerca de dos mil periodis-

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tas, venidos de todo el mundo, fueron testigos de unas elec­ciones limpias, libres y honestas como no se recuerda antes en la historia de Nicaragua. Sencillamente fueron ejemplares.

¿En nombre de-qué-pueblo?

Durante los días que siguieron a las elecciones más genui-nas realizadas en Nicaragua hasta esa fecha me preguntaba con curiosidad, qué estarían pensando muchos sacerdotes y cristianos revolucionarios, algunos de ellos buenos amigos y de cuya honradez personal nunca he dudado. Habían apostado ciegamente por el sandinismo, como el P. Juan Hernández Pico quien confesaba ante el Clero de Managua haber escrito un artículo para medios de prensa estadounidenses describien­do las razones por las que había ganado fácilmente las elec­ciones el Frente Sandinista, mientras el pueblo estaba repudiándolo con sus votos en las urnas. Qué pensarían en aquellos momentos quienes habían llegado a ver en la Revo­lución una especie de ensayo de lo que debe ser el "Reino de Dios", como en más de una ocasión lo proclamara el Sacerdote y poeta Ernesto Cardenal.

Algunos argumentaban tímidamente: "Es que el pueblo ha traicionado a la Revolución"...

Pero, ¿no repetían siempre que en nombre del pueblo hablaban?. ¿No era el servicio al pueblo lo que querían? Y entre confundidos y atónitos no acertaban a explicarse cómo era posible que habiendo reunido el Frente Sandinista más de medio millón de personas en la plaza Carlos Fonseca, cerrando la campaña electoral en Managua, luego no se reflejara en las urnas la esperada mayoría de votos por Daniel Ortega para Presidente.

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La explicación la daba un agudo observador. La contamos para usted, estimado lector:

"Abundan las personas -afirmaba- que no quieren a nadie en concreto y, sin embargo, tienen el corazón inflamado de amor abstracto por el pueblo. Sujetos aviesos con sus subor­dinados, y déspotas con su familia, confiesan que quieren apasionadamente al pueblo. Y aunque no hayan encontrado ningún prójimo con los méritos suficientes para elegirles como amigos, depositan su cariño en la colectividad, y proclaman una y otra vez que el pueblo se lo merece todo". "Hay políticos -prosigue- que pronuncian la palabra "PUE­BLO" con mayúsculas. Y lo peor de esta lisonja no es que sea interesada, sino que nos hace olvidar el verdadero concepto de pueblo, como gente común y sencilla. Al pueblo lo consti­tuyen quienes participan, no quienes hacen bulto; quienes cuentan de verdad, aunque no estén contados. No se debe confundir lo popular, que es muchas veces noble y agradable, con lo populachero, que resulta detestable. No es lo mismo el pueblo que el populacho. Creer que el pueblo es un eterno menor de edad es un error muy grave. En cualquier momento puede hacer oír su voz para decir a los demagogos que emplean su santo nombre en vano, que estar juntos no equivale a ser tontos".

"El pueblo -finaliza diciendo- creen algunos que es el conjunto de seres que componen una colectividad de aptos para la manipulación; una especie de dragón acéfalo, al que conviene tener domesticado empleando alternativas dosis de latigazos y de recompensas. El demagogo quiere mucho al pueblo porque lo necesita para seguir siéndolo, pero a él nunca le ha gustado el pueblo de uno en uno".

Sin comentarios...

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£1 Cardenal Obando no estaba equivocado

Tarde estaban descubriendo los apologistas del régimen sandinista que, cegados por un cierto contagio de ideologías marxistas, no supieron ver a tiempo que el pueblo no siempre está donde señalan algunos ideólogos y encuestas amañadas, cuyos resultados ya se conocen antes de realizar los sondeos de opinión. (Cuando se hacen encuestas en Nicaragua, inde­pendientemente del numero de los entrevistados, sólo se co­noce a veces una opinión: la del encuestador).

Tal vez entonces reconocieron -aunque no lo confesaran públicamente- que el Cardenal Obando, al que tanto habían denigrado, no estaba tan equivocado cuando arriesgó su vida alzando su voz profética en defensa de los derechos ciudada­nos que atropello tantas veces el régimen sandinista.

Acaso comprendieron el verdadero sentido de las palabras que el Papa Juan Pablo II pronunció en su difícil visita a Nicaragua y Centroamérica en marzo de 1983. Eran, sin duda, más esclarecedoras que las elucubraciones de los teólogos politizados.

Primeros retos a la Democracia

Desmontar un tinglado dictatorial siempre fue una tarea ardua y costosa. Pero, en Nicaragua ese tinglado estaba espe­cialmente enrevesado con la identificación que hizo el sandi-nismo entre: Partido-Estado-Ejército. Máxime, al quedar intactos y protegidos por el llamado "Protocolo de la Transi­ción" el Ejército, la Policía y la Seguridad del Estado.

En realidad, las elecciones nicaragüenses de febrero de 1990 fueron programadas e impuestas desde fuera, por los

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Presidentes centroamericanos que suscribieron en agosto de 1987 los acuerdos de Esquipulas II, con el propósito funda­mental de resolver políticamente el conflicto bélico que estaba destruyendo a Nicaragua y desestabilizando a Centroamérica.

Efectivamente, la paz ha venido transitando en Nicaragua, desde hace años, por caminos muy estrechos y tortuosos. La guerra civil sigue siendo una hipótesis posible. Acecha cons­tantemente a los nicaragüenses.

Involucrar a todos los ciudadanos -incluidos los canoniza-dores del sandinismo más rígido y la derecha más recalcitran­te- en la tarea de construir la paz por los caminos democráticos que el pueblo de Nicaragua emprendió en la memorable fecha del 25 de Febrero de 1990 es, sin duda, el reto más urgente que tiene planteado el pueblo nicaragüense.

La Revolución sandinista, como todos los sucesos histó­ricos de alguna manera influyentes en la conciencia de la sociedad, sigue teniendo sus abogados y hasta acérrimos defensores. Pero, también, multitud de detractores, como que­dó demostrado en las elecciones, ya que muchos votos dados a la Unión Nacional Opositora (UNO) fueron "votos de casti­go" contra el Frente Sandinista.

Hay quienes llegan a pensar que en Nicaragua más que una Revolución se dio un mosaico de ideologías y tendencias con un denominador común: el marxismo-leninismo que sólo caos y miseria ha dejado como herencia.

Los hechos y resultados están ahí, a la vista, para que la historia emita su veredicto.

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La Revolución y los cíclopes

La manía de absolutizar las cosas y la proclividad al maniqueísmo hacen caer a los hombres, a veces, en posturas contradictorias. Es oportuno recordar la sentencia del escritor clásico: "En este mundo traidor nada es verdad ni mentira. Todo es del color del cristal con que se mira".

Uno de los recuerdos inolvidables que guardamos de los primeros años de estudio lo grabó en nuestra mente la traduc­ción del latín al español de las leyendas sobre los cíclopes.

La mitología describe a los cíclopes como una raza de gigantes, con un solo ojo fulgurante en medio de la frente.

Según los relatos mitológicos se creía que eran hijos del cielo y de la tierra. Como dueños del relámpago y del trueno, fabricaban rayos paraJúpiter en la fragua de Vulcano, bajo el monte Etna. Polifemoj que fue quien gozó de mayor fama entre ellos, se enamoró de la Ninfa Galatea, pero nunca logró que ésta le correspondiera...

Recordando a Polifemo y los gigantes de su raza, pareciera que la Revolución convirtió a Nicaragua en un país de cíclo­pes, con la particularidad de que a unos se les desplazó el ojo hacia la izquierda, y a otros, hacia la derecha.

A quienes su único ojo de cíclope se les desvió excesiva­mente hacia el lado izquierdo de su frente, todo lo relacionado con la revolución sandinista lo miran "color de rosa", con grandes logros y conquistas...; pero la revolución nicaragüen­se no fue precisamente el paraíso terrenal. Quienes miran con el ojo corrido hacia el lado derecho están convencidos que el diablo en persona vivió en Nicaragua durante el régimen sandinista...; mas, la revolución no fue tampoco el "pecado original".

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Como un amor "quinceañero"

Mirando con un solo ojo -y de lado- es muy difícil ver la realidad sin distorsionarla. La revolución sandinista fue, sen­cillamente, un proyecto humano que nació con esperanzas inéditas para la mayoría de los nicaragüenses; esperanzas que fueron frustrándose en la medida en que se percibía las enor­mes dificultades que enfrenta el ser humano para hacer reali­dad los sueños más hermosos. La revolución fue como un amor "quinceañero": muchos sueños y pocas realidades; mu­cho amor y muy buenas razones, pero muy pocas obras y acciones...

Como en la parábola del Evangelio, crecieron a la vez el trigo y la cizaña, objetivos justos y procedimientos injustos, semillas de libertad y frutos amargos de opresión, tortura y miedo.

Definitivamente, transformar una sociedad es más difícil que tender emboscadas, atacar cuarteles o asaltar bancos...

Durante los once años que duró el Gobierno sandinista fueron dos, principalmente, las explicaciones aducidas por sus dirigentes tratando de justificar la conducción equivocada de la Revolución: la culpa de todos los fracasos radicaba -según ellos- en la funesta herencia del somocismo. Y el deterioro galopante de la economía y, por ende, del nivel de vida de los nicaragüenses a excepción de la nomenclatura, era producto de la agresión imperialista.

Los dirigentes sandinistas cometieron el error de ampliar cada día más los ámbitos de poder para perpetuar su gestión "en favor del pueblo", como afirmaban demagógicamente, sin advertir que una concentración absoluta de poderes es, prác­ticamente, una dictadura, aunque se la quiera revestir con el ropaje de la democracia.

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Los Comandantes actuaron de acuerdo con una vieja tradición que, por desgracia, es latinoamericana antes que marxista: "la real legitimidad la dan las armas que conquistan el poder. Y este poder, una vez conquistado, no hay por qué compartirlo".

Por eso cuando el pueblo, al fin, tuvo la oportunidad de decidir, los rechazó en las urnas. Los motivos eran demasiado obvios:

* La deuda externa heredada del somocismo apenas alcan­zaba los 1.500 millones de dólares, cifra que los sandinistas elevaron a 12.000 millones, sin tomar en cuenta los millones que recibieron en concepto de donaciones.

* El sandinismo se ufanaba de haber aumentado los puestos de trabajo, pero a costa de la mayor hiperinflacción que se tenga memoria en toda la historia, alcanzando en 1988 el astronómico récord de 33.550 % anual.

* Del somocismo heredaron los nicaragüenses un país con un ingreso de 1.500 dólares per-cápita y los sandinistas lo entregaron con apenas 350 dólares.

* La tarjeta de racionamiento no se había conocido en Nicaragua. El país que en otro tiempo fue considerado como el "granero de Centroamérica", ahora no podía autoabastecer-se de granos básicos, como el arroz y los frijoles que consti­tuyen la dieta de la mayor parte de los nicaragüenses.

* El sandinismo transformó el sistema educativo para ense­ñar a los niños a jugar a la guerra y aprender a sumar contando fusiles y granadas. En el libro de lectura Los Carlitos (en honor a Carlos Fonseca, fundador del Frente Sandinista) la letra "F" era fusil; la "G", guardafronteras; la "T", tanque, por citar algunos ejemplos.

* Pero, sobre todo, fue el Servicio Militar Obligatorio lo que tuvo una mayor incidencia negativa en los votantes, haciendo perder las elecciones al Frente Sandinista. La Dirección Na-

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cional y el Estado Mayor del Ejército Sandinista se obstinaron en mantener vigente, contra viento y marea, el Servicio Militar que sólo ellos le llamaban "Patriótico" con irónico eufemismo.

Los jóvenes nicaragüenses en la década del 80' no tenían otra alternativa que elegir entre el camino del exilio, o el fusil y la montaña, de donde muy frecuentemente regresaban con­vertidos en cadáveres.

"Apostaría cualquier cosa a que Sandino hoy no se siente muy orgulloso de quienes dicen ser sus hijos", comentaba con evidente frustración unjoven desmovilizado del Ejército. "Los que afirmaban luchar por la Revolución, en rigor, pretendían únicamente imponer sus egoísmos, bellamente disfrazados con palabras demagógicas. Se perdió muy pronto la mística revolucionaria. Y sólo defendían la revolución los que se servían de ella", concluye.

La Revolución sandinista fracasó en su ingenuo intento de acabar con la pobreza, como naufragó en todo el mundo el llamado "socialismo científico". A pesar de que por táctica se habló de una revolución original: "pluralismo político, econo­mía mixta y no-alineamiento", la verdad es que desde un principio en Nicaragua se inició un proceso de "cubanización" de la Revolución nicaragüense.

Las circunstancias históricas y la presión internacional, unidas a la Contra-revolución, obligaron a los sandinistas a tomar rumbos diferentes al camino seguido por Fidel Castro en Cuba. Pero solamente como táctica. El objetivo era el mismo: establecer un Estado marxista-leninista.

La idea de distribuir la riqueza en forma justa y acabar con la pobreza mediante los métodos socialistas atrajo a muchos como un espejismo... "Los que vimos en la Revolución san­dinista la esperanza de que nuestro país lograra avances socia-

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les en favor de los más pobres, somos los mejores testigos de la frustración popular ante la triste realidad de ver a Nicaragua arruinada, y a los pobres más pobres todavía", confesaba un ex-dirigente del Centro Antonio Valdivieso (CAV).

La justicia social es un ideal que anhela toda sociedad. Y después de la nefasta experiencia del somocismo muchos nicaragüenses creyeron en la posibilidad de concretarla me­diante la vía socialista.

Pero el socialismo se derrumbó estrepitosamente en el mundo. Y en Nicaragua el sandinismo perdía las elecciones. Y, lo que es peor, perdió su máscara con la-piñata.

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La-piñata sandinista

Entre el 25 de febrero de 1990 -fecha en que se llevaron a cabo las elecciones- y el 25 de abril del mismo año -día de la toma de posesión de la Sra. Violeta Barrios de Chamorro- se produjeron en Nicaragua una serie de eventos que cambiaron la historia nacional contemporánea.

En las elecciones del 90' el pueblo nicaragüense rechazó tajantemente el totalitarismo sandinista y escogió el camino de la democracia. El hecho tuvo gran repercusión internacio­nal, porque en Nicaragua ocurrió, por primera vez en el mundo, que una dictadura marxista fuera derrotada con los votos en las urnas y se viera obligada a reconocer su fracaso.

El sandinismo, sin embargo, al entregar la banda presiden­cial, dejó a los nicaragüenses el infausto legado de la-piñata.

En Nicaragua se ha incorporado la palabra "piñata" al lenguaje político para describir la rapiña sandinista de los bienes del Estado.

"La-piñata" es la expresión que usan los nicaragüenses para designar el expolio que realizaron los miembros de la nomenclatura político-militar del sandinismo, al perder las elecciones.

Fueron centenares los dirigentes del partido perdedor que se apropiaron ilícitamente de casas lujosas, mansiones de veraneo en las playas del Pacífico (las mismas que habitaron los somocistas...), fincas, fábricas, vehículos, etc, por medio de una venta hipotecaria a precios irrisorios.

Para enmascarar su acción y dar una falsa apariencia al reparto del botín, "legalizaron" también la propiedad de misé­rrimos lotes en los que decenas de miles de personas viven hacinadas actualmente.

V

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La Revolución se transforma en "robolución"

"En tiempos de Somoza, ladrón era el funcionario público que se enriquecía ilícitamente con los bienes del Estado. Con los sandinistas, robar se convirtió en una conquista de la "robolución", afirmaba con ironía y humor-negro un destaca­do dirigente del Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP).

La piñata sandinista traspasó rápidamente las fronteras de Nicaragua y se convirtió en escándalo internacional, incluso para los mismos simpatizantes de la Revolución. Tal es el caso del periódico izquierdista La Jornada que se edita en la capital mexicana. En el suplemento semanal del 12 de mayo de 1991 publicó una extensa crónica que causó conmoción en la opi­nión pública de México.

Se afirma que cuando Dña. Violeta de Chamorro llegó por primera vez a su despacho presidencial no encontró ni la bandera nacional. "¡Virgen de Guadalupe! ¡Se han robado todo!", exclamó.

El aspecto desolador que presentaba el despacho de la Presidenta Chamorro se repitió, de manera invariable y gene­ralizada, en las oficinas y empresas estatales que los sandinis­tas llamaban Área Propiedad del Pueblo.

Los guerrilleros sandinistas que fueron admirados y miti­ficados por haber derrocado a Somoza, se repartieron los bienes del Estado sin ningún escrúpulo, como un gigantesco botín. Los ideales revolucionarios que fueron surgiendo en la lucha clandestina, para muchos de ellos fueron como una calentura que se suda y se olvida fácilmente.

De la noche a la mañana, algunos miembros prominentes del partido sandinista se hicieron millonarios con el método de quedarse con los bienes del Estado, al que controlaron en

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forma totalitaria durante más de diez años, empobreciéndolo más todavía.

Los bienes robados que acaparó el Sandinismo lo desca­lificaron, cayéndosele la mampara de la honradez y, con ella, lo más valioso para un movimiento revolucionario: la autori­dad moral.

Uno de los más altos funcionarios del Gobierno sandinista afirmaba cuando se sentía seguro en el poder: "Yo nada tengo. La casa en que vivo es propiedad del Estado. Y la abandonaré cuando deje este puesto". Pero no cumplió su palabra. Otros altos dirigentes lograron casas para sus padres, hermanos, amantes, etc.

El Presidente Ortega, ante las cámaras de televisión la madrugada del 26 de febrero, al comentar los resultados electorales afirmó: "Entramos pobres y moriremos pobres". Ante el monitor de televisión alguien comentó: "Puede que tenga razón el Comandante. Pero no ha dicho, cómo van a vivir...".

"Para el sandinismo, más grave que perder las elecciones fue lo que sucedió después: perder la dignidad", se lamentaba un ciudadano que había dado su voto al F.S.L.N. en los comicios de febrero.

"¿Para qué tantos muertos?"

La herencia del somocismo fue, ciertamente, nefasta para muchos nicaragüenses. Pero, en numerosos aspectos, sobre todo en el campo económico, cualquier gobierno nuevo hu­biera preferido comenzar con la herencia del somocismo que con la herencia del sandinismo. Máxime, cuando se descubrió la-piñata.

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Quienes durante su mandato se mostraron públicamente como implacables enemigos de la propiedad privada, al dejar el poder se apropiaron de todo lo imaginable: emisoras de radio, tiendas, industrias, hoteles, restaurantes, agencias de viajes, sociedades de importación y exportación, centros de diversión, grandes fincas de producción agrícola y ganadera... Un irritante Decreto-ley fue emitido para salvaguardar lo robado.

Para mayor escarnio de los ciudadanos honrados el sandi­nismo creó, posteriormente, una irrisoria Comisión de Etica del F.S.L.N. Fue una artimaña más del sandinismo para ma­quillar su rostro deteriorado. Pero resultó vano, lógicamente, el intento de disimular el robo descomunal, como quien pretendiera ilusamente "tapar el sol con un dedo".

"LLegaron al poder con las botas raídas y sudada camisa verde-olivo. Y se fueron con carros de lujo, mansiones, joyas y riquezas de todo tipo", afirmaba Moisés Hassan, quien formó parte de la Junta Revolucionaria de Reconstrucción Nacional y ocupó el cargo de Vice-ministro del Interior cuan­do Tomás Borge era el titular de ese Ministerio.

Uno de los muchos jóvenes que se ven por las calles de Managua en silla de ruedas al haber quedado inválidos com­batiendo en las montañas, se lamentaba con profundo desen­gaño: "Luché cuatro años en defensa de la Revolución. ¿Para qué sirvió tanta guerra y tantos muertos, tanta escasez, tantos sufrimientos?... Perdí una pierna para nada. Estoy avergonza­do de todo esto..."

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Un tal "Jesús de los pobres"

Con el fin, tal vez, de distraer la atención de los nicara­güenses y detener la campaña de desprestigio que supuso "la piñata" para el Frente Sandinista -o simplemente para pescar en aguas revueltas- apareció de pronto en escena un singular personaje: un tal "Jesús de los pobres"

Aunque a la Oficina de Propaganda y Agitación Política del F.S.L.N. siempre se le vio el plumero cuando realizaba burdos montajes en contra de personas o instituciones, quiso ser esta vez más ambiciosa.

Los medios radiales, escritos y televisivos, adictos al sandinismo se empecinaron en presentar como un nuevo "mesías", bajo el sugestivo nombre de "Jesús de los pobres", a un ciudadano desconocido llamado Marco Antonio Bonilla, quien padecía "de una severa alteración del juicio".

Este nuevo montaje de los "ideólogos" sandinistas sólo sirvió para resaltar las condiciones de miseria, hambre, desem­pleo, violencia, falta de atención médica y de seguridad de un pueblo que busca ser consolado y aliviado -de la forma más rápida y fácil posible- de la pesada carga que sobrelleva cada día desde hace muchos años.

Marco Antonio Bonilla, afectado por una grave patología que la psiquiatría describe como "delirio reformador idealis­ta", fue convertido por la maquinaria de propaganda frentista en una falaz esperanza, y utilizado de forma irresponsable para alimentar falsas expectativas, haciendo creer a los humildes e ignorantes, a los enfermos, a los desposeídos, a los desvalidos, que en sus "manos y palabras milagrosas" estaba la solución de todos sus problemas...

Tan disparatada ocurrencia propició una peligrosa forma de alienación colectiva en un sector de la sociedad nicara­güense.

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"No volverá el pasado..."

La-piñata fue como el responso para el sandinismo. "No volverá el pasado", escribía el poeta José Coronel

Urtecho en los años del régimen sandinista. No volverá... porque nunca se ha ido, -añadimos nosotros-; porque siempre ha estado presente.

Ningún sandinista acepta el criterio de que la derrota electoral, política y moral del F.S.L.N., pudiera ser una con­secuencia del derrumbamiento general del marxismo-leninis­mo.

Según la peculiar dialéctica del sandinismo, el comunismo ruso y euro-oriental fracasó porque era malo: dogmático, burocrático y monolítico. La revolución sandinista, en cam­bio, sucumbió porque fue generosa con sus enemigos y porque respetó demasiados derechos políticos y libertades individua­les. Los defensores de lo indefendible afirman, también, que fue el sandinismo el que aportó y enriqueció el acervo teórico y la praxis revolucionaria mundial. El poeta Ernesto Cardenal afirma, incluso, que la Perestroika y el Glasnost rusos fueron inspirados en la experiencia del sandinismo".

Hay que reconocer que, por lo menos, en lo que se refiere a la apropiación y repartición de los bienes estatales y ajenos, los soviéticos aprendieron de los sandinistas. En las repúblicas que formaron parte de la desaparecida Unión Soviética, tam­bién se realizó una espectacular repartición de los bienes del Estado. De manera que "la-piñata" sandinista no es un fenó­meno original, exclusivamente nicaragüense, sino que parece ser una práctica internacional de las revoluciones fracasadas.

Eminencia, ¿cómo evalúa Usted, aunque sea en términos muy generales, los once años de régimen sandinista?

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"Esta evaluación es mejor que la hagan los políticos que son los hombres expertos en esa clase de análisis. A ellos les corresponde colorear las cosas temporales. Yo creo que los políticos conocen mucho mejor que yo este campo..." "No hay duda que fueron once años muy duros para el pueblo nicaragüense. No vamos a entrar, pues, a las políticas compli­cadas. Pero, veamos la verdad: fueron generalmente los pobres quienes más sufrieron en esos afios; son ellos los que carecie­ron de medicinas, y muchos de ellos no podían comer los tres tiempos. Ellos fueron quienes padecieron más que nadie. Claro que, dirá alguno, "hubo una situación de guerra que influyó decisivamente en la economía nacional"... Pero no sólo la guerra influyó en la situación económica desastrosa que sufrimos". "Si hablamos del plano social, la familia se desorganizó, y fueron los jóvenes los que llevaron la peor parte. Ellos tuvieron que ir al Servicio Militar. Algunos para evitarlo se marcharon lejos del país, abandonando a sus padres; otras veces por las mismas circunstancias papá y mamá tuvieron que separarse, desintegrándose así las familias. Esta situación afectó mucho a la sociedad nicaragüense, porque la familia es la célula fundamental y columna vertebral de toda sociedad bien cons­tituida". "La guerra civil llenó de odio los corazones. Tenemos que reconocer que hay sectores de la sociedad que siguen todavía llenos de odio, y el odio envenena el corazón del hombre. Todo esto tiene un efecto muy negativo en la sociedad nicaragüen­se".

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Gobernar "desde abajo"

A la Presidenta de la República, Sra. Violeta Barrios de Chamorro, se le acusa de abandonar el Programa de Gobierno de la Unión Nacional Opositora (UNO), y de no cumplir las promesas de la campaña electoral.

En realidad, aunque el sandinismo se derrumbó en las elecciones -y va a ser prácticamente imposible que se resta­blezca de la caída- es notorio que los sandinistas están co-go-bernando en Nicaragua, ejerciendo control en las Fuerzas Armadas y en los Tribunales de Justicia, en la Asamblea Nacional y en el Poder Electoral, y aun en los despachos de la Presidencia de la República.

Es digno de admirar la capacidad de reacción que ha demostrado el marxismo ante su propio cadáver. La izquierda marxista (léase también Frente Sandinista), después de su fracaso mundial, ha montado una gigantesca operación "Pon­do Pilato". Se lavan las manos de todo cuanto hicieron mientras mandaban con un poder omnímodo, aparentando ahora una total amnesia. Y hablan y critican como si su vida presente no tuviera nada que ver con su vida pasada.

Cuando el Frente Sandinista aceptó haber perdido las elecciones el Cmdte. Daniel Ortega Saavedra se apresuró a afirmar que gobernarían "desde abajo".

Para lograr este objetivo los dirigentes sandinistas exigie­ron mantener intactos el Ejército, la Policía y la Seguridad del Estado. Entregaron la Presidencia de Nicaragua. Pero se re­servaron las armas. La trágica experiencia de Salvador Allen­de en Chile siempre ha pesado mucho en la mente de los Comandantes sandinistas. Ellos saben muy bien que quien tiene las armas tiene el poder.

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El Protocolo de Transición

En Nicaragua es como un secreto a voces que la victoria electoral de la Unión Nacional Opositora fue escamoteada mediante el llamado Protocolo de Transición, cuyo contenido no se conoce todavía en su totalidad. (Algunos le llaman "documento de la traición" por haber sido elaborado a espaldas del pueblo).

El mencionado Protocolo fue firmado el 27 de marzo de 1990 por los Sres. Antonio Lacayo Oyanguren, Luis Sánchez Sancho y Carlos Hurtado Cabrera en representación de la Presidenta electa, Sra. Violeta Barrios de Chamorro, y los Cmdtes. Humberto Ortega Saavedra, Jaime Wheelock Román y Joaquín Cuadra Lacayo por parte del Gobierno sandinista. También firmó el Cardenal Obando Bravo como garante del acuerdo.

Según el testimonio de uno de los firmantes -el Sr. Luis Sánchez Sancho- los contenidos del citado documento habían sido convenidos con líderes extranjeros.

Efectivamente, los jefes de la observación electoral: el ex-presidente norteamericano James Cárter, el Secretario Ge­neral de la Organización de Estados Americanos (OEA) Joao Baena Soares y el Sr. Elliot Richardson, en representación de la Comunidad Económica Europea (CEE), presionaron a la Presidenta electa, Violeta Barrios de Chamorro, para que diera a los sandinistas una serie de garantías políticas y materiales. La convencieron de que sólo así se podría evitar una tragedia y asegurar la transferencia pacífica del Gobierno.

Se afirma, además, que en aquella memorable noche del 25 de febrero la Sra. Violeta de Chamorro pidió al General Humberto Ortega que por el bien de la Patria pusiera la renuncia al cargo que ocupaba como Jefe del Ejército. Esta

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petición no fue del agrado del Sr. Ortega y pronosticó un baño de sangre si él renunciaba.

La Presidenta electa, asesorada por el ex-presidente de Venezuela Carlos Andrés Pérez, retiró la demanda para no iniciar su período presidencial con más derramamiento de sangre. Desistió de su pedido chantajeada por la amenaza de nuevas muertes entre los nicaragüenses. (Recordando el ada­gio popular: "es mejor ponerse rojo al comienzo que pálido al final", acaso en más de una ocasión Doña Violeta ha palide­cido al contemplar, impotente, las asonadas que ha llevado a cabo el sandinismo a vista y paciencia de un ejército contem­porizador y acuartelado).

Desafortunadamente, la Unión Nacional Opositora (UNO) que llevó a la Presidencia a la Sra. Violeta Barrios de Chamorro no supo mantenerse unida y en coordinación con la Sra. Presidenta y su Gabinete de Gobierno. Esto fue muy bien aprovechado por los sandinistas que lograron establecer lo que se ha dado en llamar el "co-gobierno".

El resultado de este kupia-kumi entre el Gobierno de Doña Violeta de Chamorro y el Sandinismo es ya una experiencia que puede ser evaluada empíricamente. Las reformas demo­cráticas han sido saboteadas sistemáticamente. Esto ha reper­cutido en un descrédito para el Gobierno y en una amenaza para la democracia misma.

Eminencia, ¿cómo hacer posible la paz y la democracia en Nicaragua? ¿Qué actitudes debieran prevalecer para que fue­ran una verdadera realidad?

"En la Carta Pastoral del primero de mayo (1994), los Obispos invitábamos a la conversión que es un regreso al Amor del Padre. Esto nos haría recobrar la dignidad de seres creados a imagen del mismo Dios. Así podríamos los nicara­güenses reconocernos, respetarnos y tratarnos como herma-

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nos. Nosotros nos hemos referido con frecuencia al tema de la reconciliación entre los nicaragüenses. Pero una auténtica reconciliación implica arrepentimiento. Y cuando uno ha robado, debe devolver lo robado, debe resarcir. Yo siempre he sostenido que la reconciliación lleva necesariamente como premisa el ejercicio de la justicia. No puede haber verdadera paz y reconciliación en Nicaragua si no va precedida de la justicia".

Manzana de la discordia

El candente problema de la propiedad ha venido generan­do en Nicaragua una serie de graves incidentes, incluso muer­tes violentas como la del Sr. Arges Sequeira Mangas, presidente de la Asociación de Confiscados de Nicaragua.

El Dr. Carlos Tünnermann Bernheim, ex-ministro de Edu­cación, afirmaba recientemente: "Pocas veces en la historia de Nicaragua los asuntos concernientes a la propiedad alcanzaron un nivel de enmarañamiento, confusión e inseguridad, como el que hoy día afecta el derecho de propiedad entre nosotros. Honestamente debemos reconocer que el principal responsa­ble de esta situación es el F.S.L.N., ya que en la década pasada se dieron toda una serie de confiscaciones injustas y expropia­ciones sin compensación legal, amén de la aplicación de la infamante Ley de Ausentes, que violaba flagrantemente varios derechos humanos fundamentales".

¿Qué opina Usted, Eminencia, sobre este tema tan espino­so que continúa siendo -desde la piñata sandinista- como una especie de manzana de la discordia entre los nicaragüenses, causando a veces enfrentamientos violentos?

"Es lamentable que se den hechos de violencia, porque la violencia engendra siempre más violencia. Pensamos que lo

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primero de todo hay que hacer justicia. Y esto significa justicia con los pobres, y justicia con quienes fueron injustamente confiscados. Esa es una de las obligaciones del Gobierno, del Estado, regirse bajo la inspiración del bien común".

¿Podría explicitarnos un poco más, Eminencia? "Bueno, considero que a los pobres hay que darles parti­

cipación en los bienes que Dios ha puesto a disposición de todos. Y para ello -es mi opinión- que, en este tema de las discutidas leyes "85" y "86", a todos aquellos pobres que hayan salido beneficiados con propiedades no muy valiosas hay que dejárselas a ellos y legalizárselas. Sería bueno que el Gobierno haga un esfuerzo cuando se trata de gente muy humilde para dejarles su terrenito. Pero debiera llevarse a cabo una revisión para hacer justicia cuando se trata de propiedades de mucho valor. Esto podría significar llegar a un acuerdo con la persona en posesión, e indemnizar -si es posible devolver el bien- a su dueño original. Si el Gobierno no está en capacidad financiera de hacer indemnizaciones, es su obliga­ción buscar los recursos".

Entonces, ¿es al Gobierno a quien corresponde la solu­ción?...

"Vuelvo a insistir que para que este problema se solucione de una vez por todas, es necesario que haya un poder judicial imparcial que juzgue sin distinción de credo y que al mismo tiempo sea honesto. Esta imparcialidad judicial debe ir acom­pañada por una fuerza pública que trate de velar por los derechos de los nicaragüenses. Si no se dan estas dos circuns­tancias, corremos el peligro de que los ciudadanos traten de hacer justicia por su propia cuenta y prevalezca la ley del "ojo por ojo y diente por diente".

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Nueva crisis..., nueva mediación

En la vida del Cardenal Obando Bravo los éxitos obtenidos en el campo de las mediaciones se cuentan por el número de veces en las que ha intervenido.

Cuando todavía estaban frescos los sucesos de la toma sangrienta de la ciudad de Estelí, en agosto de 1993, por el tristemente célebre re-compa "Pedrito el Hondureno" y sus secuaces, Nicaragua fue puesta nuevamente "manos arriba" por grupos armados que casi simultáneamente realizaron dos secuestros.

El Frente Norte 3-80 que opera en la región de Quilalí, cerca de la frontera con Honduras, integrado por re-contras y jefeado por José Manuel Talavera, conocido como "El Cha­cal", secuestró en "El Zúngano" a 38 ciudadanos, entre los que se encontraban los diputados sandinistas Carlos Gallo y Doris Tijerino. Habían llegado a Quilalí en "misión de paz", buscan­do cómo promover alternativas para el desarme y reinserción a la vida civil de los alzados en armas pertenecientes al Frente Norte 3-80.

Grande debió ser la sorpresa cuando a los pocos minutos de haber comenzado la reunión fueron declarados como rehe­nes en la propia mesa de las negociaciones.

El Chacal y su gente exigían primordialmente la destitu­ción del General Humberto Ortega, Jefe del Ejército, y del Ing. Antonio Lacayo Oyanguren, Ministro de la Presidencia y yerno de la Sra. Violeta de Chamorro.

Al día siguiente, y como réplica a los sucesos de Quilalí, el ex-mayor del Ejército Popular Sandinista (EPS) Donald Mendoza, apodado "Cara de Pina", jefeando el autodenomi­nado "Comando por la Dignidad y la Soberanía", se tomó las instalaciones del Consejo Político de la Unión Nacional Opo­sitora , reteniendo como rehenes a destacados políticos. Entre

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los dirigentes de la UNO se encontraban el Dr. Virgilio Godoy, Vice-presidente de Nicaragua, y el Ing. Alfredo César, Ex­presidente de la Asamblea Nacional.

La liberación inmediata de los rehenes de Quilalí era la única petición de los secuestradores de Managua.

Una vez más Nicaragua quedó en evidencia ante el mundo. Para resolver sus diferencias ideológicas se volvió a elegir los cauces más estériles y trágicos. Mientras los re-contras (re­armados de la Resistencia Nicaragüense) encañonaban a los negociadores de la paz en Quilalí para convertirlos en rehenes, el grupo de re-compas (rearmados del Ejército Sandinista) exponía en Managua desnudos ante las ventanas a los cauti­vos.

Nuevamente fue necesaria la mediación del Cardenal Obando Bravo para terminar con el conflicto que, durante una semana, tuvo en vilo a los nicaragüenses y a quienes siguen desde el exterior la andadura difícil de la Nicaragua violenta.

Tras arduas horas de negociación, con una oración a la Virgen María pronunciada por el Cardenal Obando, una vez firmados los Acuerdos de Caulatú, finalizó el doble secuestro que durante varios días mantuvo a Nicaragua "manos arriba".

Relaciones con el Gobierno actual

Cuando llegó al poder la Sra. Violeta Barrios de Chamorro era evidente que la Iglesia entabló muy buenas relaciones con el nuevo Gobierno electo por el pueblo. Algunos calificaron estas relaciones como una verdadera luna de miel.

Sin embargo, se ha venido dando paulatinamente un enfriamiento que, incluso, llega a veces a la confrontación.

¿No está Usted de acuerdo, Eminencia, con el Gobierno de la Sra. Violeta de Chamorro?

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"Yo no soy enemigo del Gobierno, como algunos han afirmado. Lo que hago, algunas veces, son críticas construc­tivas, pero no con la finalidad de ofender, sino con el interés de dar aliento al pueblo con el que yo hablo constantemente y lo noto a veces muy preocupado por la situación. He venido diciendo que el país es como una barca, semejante a la del Evangelio que iba siendo sacudida por los vientos y las tempestades. Los Apóstoles despiertan a Cristo y le piden protección antes de que la barca se hunda... Pienso que las autoridades deben avanzar cada día en la construcción de un Estado de Derecho; porque sin éste, llega la anarquía que a nadie favorece, pues los ciudadanos podrían buscar lajusticia por sus propias manos. Este pueblo tiene derecho a pedir la protección antes de que se hunda la barca".

A Usted, Eminencia, lo visitan en la Curia Arzobispal gentes de distintos sectores, y se escucha decir a personeros del Gobierno, o partidarios de cualquier otra tendencia políti­ca: "el Cardenal está con nosotros"... ¿Con quién está Usted, Eminencia?

"Yo soy un pastor. Yo acojo atodos los sectores. A la Curia llega Doña Violeta, el Dr. Godoy, los Hnos. Ortega, el Dr. Alemán; yo hablo con embajadores y políticos, empresarios y trabajadores, con toda clase de gente que me busca, sin distingos de ninguna clase. La Iglesia tiene que ser inde­pendiente. No necesariamente tiene que apoyar al poder, sobre todo si el poder se vuelve pecaminoso".

Así se expresa, sin ninguna inhibición, el hombre de varias mediaciones, todas ellas exitosas: la toma de la casa de Chema Castillo, el asalto al Palacio, los Diálogos nacionales, Sapoá y Toncontín, el desarme de la Resistencia, y más recientemente los secuestros de Quilalí y Managua..., todos capítulos apasio­nantes de la vida de un hombre que ya tiene ganado un lugar en la conflictiva historia de Nicaragua.

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A los 500 años de la primera Evangelización

La Evangelización de los pueblos de América no puede desligarse del proceso de la Conquista. Está estrechamente incorporada a su dinámica, en la que se observan -según el escritor, Pablo Antonio Cuadra- tres etapas definidas:

a) La primera fue de carácter bélico y se llamó, desde el punto de vista de los conquistadores, "pacificación". Com­prende las luchas armadas que, inevitablemente, protagoni­zaron los representantes de las dos culturas en pugna: la ibérica colonialista, y la indígena, que se resistía a la coloni­zación.

b) La segunda etapa fue de carácter económico. Consistió en la apropiación y subsiguiente explotación de los medios de producción de los naturales realizadas por los españoles y portugueses.

c) Y la tercera, de carácter cultural. No fue otra que la evangelización masiva de los pueblos indígenas

La idea medieval de la cristiandad que Europa proyectó sobre América pretendió alcanzar la "unanimidad de fe cris­tiana": el creyente no sólo era el miembro de una religión, sino ante todo, el ciudadano de un país o de un imperio inspirado en el cristianismo. De ahí que la tarea fundamental consistiera en bautizar.

Fue una especie de inmenso y rápido reclutamiento que dio por resultado la aparente "unidad" cristiana. Todos creían lo mismo, aun cuando muy pocos vivían lo que creían. La evangelización estaba limitada a una prédica muy esquemáti­ca de las verdades de la fe, para luego administrar masivamen­te el bautismo.

Desde que el presbítero Diego de Agüero llegó a Nicara­gua, acompañando en la expedición a Gil González Dávila,

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comenzó la cristianización de los indígenas que habituban estas tierras. Los bautismos masivos del P. Agüero dieron origen a la cristiandad colonial en Nicaragua. Ante la presen­cia del conquistador se vieron obligados con frecuencia los indígenas a aceptar la nueva cultura. Y eran bautizados con escasa o nula formación respecto a la nueva religión.

Aquella rápida e insuficiente evangelización inicial sigue influyendo, de alguna manera, en las dificultades que hoy encuentra la Iglesia Católica para que los fieles tomen con­ciencia clara de su fe. Es muy significativo que el bautismo sea actualmente el único sacramento de la mayoría de los nicaragüenses.

12 De Octubre... día ¿de qué?

Todavía hoy muchos se escandalizan de la manera en que se llevó a cabo la evangelización de los pueblos indígenas del Nuevo Mundo. - "¿Cómo, si vuestro Dios es bueno y justo, en su nombre venís a someternos?", era el reproche del indio ante los conquista­dores, armados de espadas y enarbolando la Cruz, que exigían a veces escoger entre Dios o la muerte. El indígena, frecuen­temente, no tenía alternativa.

Fue el Caudillo español Francisco Franco quien impuso el 12 de Octubre como Día de la Hispanidad. Pero, muchos latinoamericanos se resisten a celebrar esa efemérides adu­ciendo que, si bien es cierto que España legó a América su idioma y religión, "nuestros ancestros hablaban hermosas lenguas, musicales y poéticas; y en cuanto a la religión tenían sus propias creencias transmitidas de padres a hijos. La cultura de nuestros pueblos indígenas -afirman- no merecía ser des­truida. Por consiguiente, sería más acertado -concluyen- cele-

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brar esta efemérides como Día de América, Día del Indio. Otros consideran el 12 de Octubre Día del Mestizaje, recor­dando la fusión de los aborígenes americanos con los grupos europeos -iberos principalmente- africanos y asiáticos confi­gurando un continente multiétnico y pluricultural.

"La Iglesia -comenta Su Eminencia- reconoce la presencia creadora, providente y salvadora de Dios que acompañaba ya la vida de estos pueblos, como lo señala explícitamente el Documento de Santo Domingo. Descubre las "semillas del Verbo" presentes en el hondo sentido religioso de las culturas precolombinas. Esta religiosidad natural predisponía a nues­tros antepasados indígenas a una más pronta recepción del Evangelio, aunque hemos de reconocer que hubo evangeliza-dores que no siempre estuvieron en condiciones de descubrir esos valores. Pero esa religiosidad necesitaba el fecundo rocío del Espíritu".

Aunque, en verdad, no es fácil justificar hoy una fe impuesta a veces por la fuerza, a los que despliegan la bandera del indigenismo es oportuno recordarles que sirve de muy poco lamentarse de lo que pudo ser y no fue, porque "no es tiempo de llorar la historia, sino de hacer la historia nueva"... ¿No lo cree así, Eminencia?

"Lo que hemos conmemorado los cristianos con motivo del V Centenario no es la imposición de una cultura sobre otra, a la que se destruye en nombre de la civilización. La Iglesia Católica Iberoamericana lo que ha celebrado es la llegada de la Cruz de Cristo Redentor a América. No hemos conmemo­rado el hecho histórico del "descubrimiento" sino, más bien, el hecho salvífico de nuestra integración al Reino de Cristo. Desde la fe hemos celebrado este acontecimiento en el sentido más profundo y teológico del término: como se celebra a Jesucristo, Señor de la historia y de los destinos de la huma­nidad".

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En torno al V Centenario algunas voces afirmaron que "a la par de los colonizadores españoles vinieron los misioneros a sellar con la Cruz la labor esclavizadora que había comen­zado la espada"...

"No estoy de acuerdo con esa teoría, -expresa Su Eminen­cia-. Cada quien es libre de interpretar la historia como lo crea más conveniente. Nosotros, como cristianos, agradecemos a Dios que nos haya iluminado con la luz del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo".

El Papa Juan Pablo II dio una gran importancia a la conmemoración de los 500 Años de la Evangelización del continente Americano. Tuvo el coraje y la humildad de pedir perdón públicamente por los atropellos que sufrieron los nativos cuando se les impuso, con violencia algunas veces, una nueva cultura y una nueva religión.

Hacia una Nueva Evangelización

Ante el horizonte poco esperanzador que ofrecen la mayor parte de los países latinoamericanos, (deuda externa galopan­te, miseria generalizada, desempleo, corrupción, guerrillas, dictaduras de derecha y de izquierda, narcotráfico, etc), ¿qué ofrece la Iglesia, Eminencia, para contrarrestar esta avalancha de dificultades?

"El panorama no es ciertamente muy halagador. Pero no debe provocar en la Iglesia una actitud pasiva y pesimista, de indecisión y de cobardía. Como hombres de fe, tenemos esperanza en la promesa divina de que la historia se abre al Reino de Dios. Tenemos la confianza firme en el hombre quien, a pesar de sus pecados, posee la bondad fundamental por ser imagen de Dios".

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La pastoral de cristiandad heredada desde la Conquista, creó métodos de llegar a las multitudes, formas y encuadra-mientos masivos que resultaban eficaces entonces: procesio­nes, peregrinaciones, grandes actos multitudinarios, fiestas patronales, etc. Todo ello viene a constituir el substrato de la religiosidad popular de nuestros pueblos de América Latina.

Así lo constata el Documento de Medellín cuando señala: "La expresión de la religiosidad popular es fruto de una evangelización realizada desde el tiempo de la Conquista, con características especiales. Es una religiosidad de votos y pro­mesas, de peregrinaciones y de un sin-número de devociones, basada en la recepción de los sacramentos, especialmente del bautismo y de la primera comunión, recepción que tiene, más bien, repercusiones sociales que un verdadero influjo en el ejercicio de la vida cristiana".

¿No cree, Eminencia, que se impone una revisión de la pastoral de la Iglesia, una actualización de los métodos y prácticas religiosas más acordes con la cultura y promoción humana del hombre actual?

"Precisamente como respuesta al llamado que hizo el Papa Juan Pablo II a los Obispos Latinoamericanos, exhortándonos a realizar una Nueva Evangelización, hemos llevado a cabo el Segundo Concilio Provincial de Nicaragua que no dudamos va a dar un renovado impulso evangelizador a nuestra Iglesia".

¿En qué consiste para Usted la Nueva Evangelización? "Recogiendo el pensamiento de Juan Pablo II nos atreve­

mos a señalar como principales características de la Nueva Evangelización: Que despliegue con más vigor el potencial de santidad. Que sea capaz de generar un gran impulso misionero. Que haga realidad una vasta creatividad catequética; para eso contamos ahora con la valiosísima aportación del Nuevo Catecismo de la Iglesia. Debe propiciar, además, una fecunda manifestación de colegialidad y comunión eclesial, a la vez

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que ha de generar un gran futuro de esperanza que ayude a construir "la civilización del amor".

El Papa pone el énfasis de esta novedad en el ardor, los métodos y la expresión, ¿podría ampliarnos, Eminencia, estos conceptos?

"E/ ardor puede significar la reacción del cristiano frente a la situación actual llena de retos y desafíos provenientes de una cultura adveniente y de los desequilibrios socio-culturales de un mundo en crisis". "El método abarca procedimientos pedagógicos, estrategias, adaptación, medios que son indispensables para que el men­saje sea escuchado, comprendido y aceptado". "La expresión resume todo el gran problema de traducción o trasvasamiento del mensaje original a nuestro contexto cultu­ral, para que la integridad y la autenticidad del Evangelio sean presentadas adecuadamente en un orden simbólico nuevo".

Precisamente este fue el tema central de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Santo Domingo (República Dominicana) del 12 al 28 de Octubre de 1992, bajo el lema: NUEVA EVANGELIZACION-PROMO-CIONHUMANA-CULTURA CRISTIANA. ¿Cómo resumiría, Eminencia, en unas pocas palabras su contenido?

"Fue un encuentro en el que se insistió mucho en el tema de las culturas. Personalmente pienso que sólo en la evange­lización de las distintas culturas podrá realizarse la Nueva Evangelización, caracterizada por una encarnación del Evan­gelio en los diferentes ámbitos de la vida humana que definen la cultura: la sociedad, la familia, el trabajo, la educación, las comunicaciones sociales, la política, la economía, el arte... La evangelización debe hacerse en profundidad, debe llegar hasta "las raíces de la cultura", pues como nos recuerda el Papa Pablo VI, "la ruptura entre el Evangelio y la cultura es, sin duda, el drama de nuestra época".

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¿Obando Bravo conservador?

Aunque muchos califican al Cardenal Obando Bravo como un hombre "conservador", no es fácil situarlo en el amplio espectro de Prelados de la Iglesia Católica. El ha confesado ser gran admirador del Papa Pablo VI "por la profundidad y claridad de sus escritos", y de Juan Pablo II "por su humanidad, don de gentes y capacidad de trasmitir a las multitudes el mensaje del Evangelio".

Durante la lucha anti-somocista por alcanzar el poder, los sandinistas contribuyeron, consciente o inconscientemente, a promocionar la popularidad de Mons. Obando, reconociéndo­lo como un opositor a la dictadura del General Anastasio Somoza Debayle.

"Antes de la revolución de 1979 que llevó a los sandinistas al poder -afirma un destacado líder religioso- se hubiera dicho que Mons. Obando Bravo era parte de ese grupo creciente de intrépidos luchadores por la justicia y la libertad que iban a poner a la Iglesia en la línea frontal. Pero, es a partir de la Revolución precisamente cuando se desata un conflicto real entre él y los sandinistas. Por eso es tan difícil ubicarlo".

Mario Vargas Llosa, el creador de Diálogos desde la Catedral, en el extenso reportaje que hizo sobre Nicaragua por encargo del New York Times, afirma en el capítulo que dedica a Mons. Obando Bravo: "A diferencia de sus adversarios, no hay en el Arzobispo de Managua ningún alarde de intelectual. Seguramente, es justo tildarlo de "conservador", pero a la manera en que este calificativo conviene a Juan Pablo II (con quien, como es obvio, se lleva muy bien); es decir, un hombre que concilia el apego a la tradición y a la autoridad eclesiástica con un sentido de la justicia y una capacidad notable para comunicar a los humildes un mensaje espiritual".

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Poco después de ser nombrado Mons. Obando Bravo como Arzobispo de Managua, disertó en la Universidad Na­cional sobre el tema de la violencia, tan de moda en la década del 70' en América Latina. A raíz de aquella lección académi­ca, algunos lo calificaron, entonces, de ser un hombre de izquierda.

Sin embargo, la postura crítica que Mons. Obando man­tuvo, desde el inicio, sobre la Revolución sandinista lo "enca­silló" para muchos en el ala conservadora.

Pensamos que nadie mejor que él puede darnos la respues­ta. Por eso preguntamos a Su Eminencia, ¿Cómo se considera Usted a sí mismo: un hombre de izquierda, progresista o, más bien un hombre conservador?

"Personalmente, no me gusta juzgarme a mí mismo. Me parece que pierdo el tiempo. Como Usted dice, ciertamente, yo dicté una lección inaugural sobre la no-violencia-activa en la Universidad Autónoma de Nicaragua. Sí, recuerdo que hablé en esa ocasión y expliqué en qué consistía la no-violen­cia-activa al estilo de Gandhi y Luther King. Cité a esos personajes, y Somoza pensó que yo era un comunista. No sé qué han pensado otros dirigentes, o qué piensan actualmente los que ahora rigen los destinos del país. Como hombre de Iglesia, cuando ha habido violación de los derechos humanos siempre hemos dicho una palabra; porque creemos que el hombre debe ser respetado por el hecho de haber sido creado a imagen de Dios y redimido por la sangre de Cristo. En ese sentido hemos levantado nuestra voz sin necesidad de tener que militar en política partidista de derecha o de izquierda. Yo en esto he sido siempre bien claro".

Eminencia, Usted fue catalogado por los medios de comu­nicación izquierdistas como un "acérrimo opositor al régimen sandinista", y como un "Obispo de tendencia conservadora"...

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"Bueno, como ya dije antes, durante el régimen de Somoza a mí me llamaron "comunista". Y el propio Somoza, a través de la radio y la prensa escrita, me llamaba "Comandante Miguel". Sin embargo, serví varias veces como mediador entre comandos del Frente Sandinista y el régimen somocista. Recuerdo que llevé a algunos miembros de la Dirección Nacional a Cuba y, a otros, a Panamá. Ciertamente, los sandinistas me catalogaron como un "conservador" o de "de­recha". Pero, la verdad es que nosotros no somos personas ni de izquierda, ni de derecha. Tratamos de mantener nuestra propia identidad y ejercemos la función profética que consiste en denunciar las injusticias y anunciar la Buena Nueva de Jesucristo".

¿Por qué esa disparidad de criterios a la hora de juzgar sus actuaciones?

"Cuando uno denuncia las situaciones de injusticia, enton­ces fácilmente lo pueden catalogar: si el gobierno es de derecha, lo cataloga de "comunista", y si el gobierno es de izquierda, lo cataloga de "derechista" o reaccionario. Quiero reafirmar que nunca he sido, ni seré, comunista ni marxista. Tampoco me considero un hombre de extrema derecha. Com­pagino, más bien, con la doctrina social de la Iglesia. En mi lema reza: "Me hice todo para todos". Pero mi opción prefe-rencial -aunque no excluyente- es por los pobres".

Muchos critican a la Iglesia-Institución porque su preocu­pación fundamental pareciera ser la ortodoxia; es decir, "creer de modo recto" según el sentido verdadero de la Sagrada Escritura, leída dentro de la Tradición y del Magisterio ecle-sial; mientras quedaría en un plano secundario la ortopraxis, es decir, "comportarse bien", "amar al prójimo", o "ser solida­rios con los demás", por usar una expresión más en boga...

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"Nunca he sido ni seré marxista. Compagino más bien con la Doctrina Social de la Iglesia. En mi lema reza: Me hice todo para todos. Pero mi opción preferencial -aunque no excluyente- es por los pobres".

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"No olvidemos que los dogmas que nos presenta la Iglesia Católica no son murallas que nos impiden ver, como piensan algunos; sino, muy al contrario, ventanas abiertas al infinito para descubrir mejor los misterios de Dios", aclara Su Emi­nencia.

Democracia en la Iglesia

La Iglesia es una sociedad sui generis, muy especial. Se proyecta en ella el misterio de Jesucristo: verdadero Dios y verdadero Hombre. La Iglesia es, por tanto, divina y humana a la vez. La presencia real -aunque misteriosa- de Cristo en ella ("Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los tiempos"M.2#,20) y la asistencia permanente del Espíritu Santo conforman el elemento divino.

Pero, además, la Iglesia está integrada por hombres. Está gobernada por hombres. Por tal razón ha de realizar su misión en medio de estructuras humanas, encarnándose en la cultura e idiosincrasia de los pueblos.

Pretender aplicar unívocamente los conceptos sociales a la institución eclesial sería un error teológico, pues tan solo de una manera análoga podemos echar mano de las realidades temporales para referirnos a la Iglesia.

Lo que estableció Jesucristo es de derecho divino y, por tanto, irreformable. En cambio, lo que han configurado los hombres: estructuras, actividades pastorales, disciplina, etc, es de derecho eclesiástico; en consecuencia, sujeto a cambio. Más aún, por su propia naturaleza humana, ha de estar en continua evolución, como lo está el hombre, como lo está la sociedad.

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El principio fundamental de la democracia política es que "el poder reside en el pueblo". Es el pueblo quien elige a sus gobernantes y les da la "legitimidad". En cambio, en la Iglesia es Cristo quien tiene el poder, y es a El a quien corresponde elegir y legitimar a sus Ministros, aunque el egoísmo y las pasiones humanas se interpongan a veces. Los elegidos por Cristo no son representantes del pueblo, sino enviados por El para anunciar su Evangelio.

Sin olvidar estos principios fundamentales es legítimo hablar de la puesta en práctica efectiva de nuevas estructuras eclesiales como expresión de formas democráticas, formas auténticamente humanas según el plan del Creador, de un clima de diálogo en el ejercicio de la autoridad, de un verda­dero respeto de los derechos de cada persona.

Antes se hablaba mucho de la Iglesia como una monarquía absoluta. Hoy son cada vez más numerosos los que piden una mayor democracia en las estructuras eclesiales. ¿Qué piensa al respecto, Eminencia? ¿No cree que la democratización -en el sentido expresado- es todavía una asignatura pendiente en la Iglesia?

"La Iglesia que Cristo instituyó no es un partido político, no es una asociación, no es un club: su estructura no es democrática, sino sacramental y, por lo tanto, jerárquica. Porque la Jerarquía, fundada sobre la sucesión apostólica, es condición indispensable para alcanzar la fuerza y la realidad del sacramento. La autoridad, aquí, no se basa en los votos de la mayoría; se basa en la autoridad del mismo Cristo, que ha querido compartirla con hombres que fueran sus repre­sentantes, hasta su retorno definitivo. Sólo ateniéndose a esta visión de fe será posible comprender la necesidad y la fecun­didad de la obediencia a la legítima autoridad en la Iglesia".

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Algunos teóricos de la modernización política sostienen que la debilidad de la democracia y la inestabilidad política en los pueblos de América Latina se debe a la práctica predomi­nantemente católica de sus ciudadanos. Alegan que el centra­lismo de la Iglesia Católica, la transmisión vertical y descendente de la legitimidad, educa para la aceptación de regímenes políticos autoritarios.

En cambio, las iglesias Evangélicas, en sus diversas deno­minaciones, ofrecen una cultura política más democrática, en donde los fieles eligen a sus ministros; la autoridad está más dispersa, y no se sienten apremiados por un aparato tan poderoso y centralizado como el que ostenta el Vaticano.

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La última Catedral del Siglo XX

Nadie ignora en Nicaragua la ardua labor de evangeliza-ción, mediadora y asistencial que ha venido impulsando, tesoneramente, el Cardenal Obando Bravo.

Pero, el Cardenal Obando no sólo se desempeña con eficacia en el trabajo pastoral o cuando actúa de mediador. Desarrolla, a la vez, una intensa labor promoviendo ingentes obras materiales como la construcción de la nueva Catedral Metropolitana puesta bajo el patrocinio de la Inmaculada Concepción de María, o creando instituciones de progreso como la Universidad Católica Redemptoris Mater (ÚNICA).

El Cardenal Obando Bravo pasará a la historia como el principal impulsor de la última Catedral del siglo XX en América.

¿Qué siente, Eminencia, al contemplar convertidos en realidad sueños tan importantes como la nueva Catedral de Managua y la Universidad Católica?

"Doy gracias a Dios porque hemos realizado estos dos proyectos. Digo "hemos realizado" porque ningún proyecto grande es obra de una sola persona. Hemos contado, en primer lugar, con la ayuda de Dios; sin ella, nada bueno podemos hacer. Hemos contado, también, con la colaboración de innu­merables personas con un gran espíritu de servicio y concien­cia social. Sin el apoyo moral y el aporte económico de tantas buenas gentes que nos han ayudado, no hubiéramos podido ni siquiera comenzar. Sin la capacidad promotora y organizativa de muchos dirigentes y empresarios que han aportado con generosidad su talento y su tiempo, tampoco hubiéramos podido funcionar. Reconocemos, además, el aporte valioso de destacados intelectuales, y la dedicación de nuestro Clero y Comunidades Religiosas de la Arquidiócesis, así como tam-

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bién la ayuda de nuestros hermanos católicos de otros países de América y Europa. Todos ellos son protagonistas de estos proyectos hechos realidad con muchos esfuerzos y sacrifi­cios".

Pero, los grandes proyectos solamente los realizan grandes hombres...

"Insisto, lo más importante ha sido, sin duda, la asistencia del Todopoderoso; su Santo Espíritu es quien lo anima y lo sustenta todo. Hemos contado, igualmente, con la intercesión amorosa de nuestra Madre, María Santísima, y las oraciones fervientes del pueblo católico nicaragüense, un pueblo gene­roso y fiel, un pueblo que, aún en las pruebas más difíciles, sabe conservar la fe y la esperanza".

En expresión de Pablo Antonio Cuadra, "Monseñor perdió su catedral, pero no su cátedra de amor". ¿Qué importancia tiene, Eminencia, para la Arquidiócesis de Managua la nueva Catedral?

"Nuestra Arquidiócesis quedó sin Catedral a raíz del terre­moto que destruyó Managua hace más de veinte años. La Catedral es el principal centro de oración y celebración litúrgica en una Diócesis. Muchas de las actividades religiosas que hasta hace poco tiempo llevábamos a cabo en diferentes lugares insuficientes, se deben realizar en la Catedral: la Misa Crismal, las ordenaciones sacerdotales y las celebraciones solemnes especiales, para mencionar algunos ejemplos. La Catedral no es un templo más en una Diócesis; es como el templo madre que acoge a todas las comunidades diocesanas. Es una necesidad en la vida espiritual del Pueblo de Dios".

Durante su construcción se comentó mucho el original diseño de la nueva Catedral. A veces, las críticas fueron muy duras. Se dijo que nada tenía que ver con la tradición cultural de Nicaragua, siendo más bien su estructura de inspiración

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La Catedral Metropolitana de Managua se va convirtien­do poco a poco en un rasgo sobresaliente y característico de la fisionomía de la ciudad Capital.

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oriental, amén de otra serie de disquisiciones estéticas sobre el acabado, los colores y su semejanza hasta con una prosaica cajilla de huevos. ¿Qué piensa al respecto, Eminencia?

"En cuanto a su diseño, especialmente su apariencia exte­rior, creo que en breve tiempo la Catedral Metropolitana se está convirtiendo en un rasgo sobresaliente y característico de la fisonomía de Managua; se va transformando, poco a poco, en parte integral de nuestro ser nicaragüense, asimilándola a nuestra identidad como pueblo cristiano y mañano. Toda crítica quedará atrás y todos estaremos orgullosos de nuestra Catedral".

Se habló, también, del elevado costo de la nueva Catedral. Algunos argumentaban que con el dinero gastado en tan inmensa obra se podía haber construido viviendas para mu­chas familias necesitadas que no tienen dónde cobijarse; o mejorar sus casitas, hechas de cartón, tan frágiles que cual­quier temporal las destruye...

"En Nicaragua -interviene Su Eminencia- se han gastado enormes cantidades de dinero en materiales bélicos y plazas obsoletas, que han endeudado -y enlutado- dramáticamente a este país. Los que se han rasgado las vestiduras por la cons­trucción de la nueva Catedral jamás les oímos decir nada por aquellos gastos que no sólo fueron innecesarios, sino que sirvieron para traer dolor y muerte a muchos hogares de nuestra Patria. No olvidemos, además, que esa crítica es muy vieja. Los Evangelios nos refieren cómo Judas Iscariote cen­suró, en casa de Lázaro, la acción de María quien ungió los pies de Jesús con perfume de nardo puro: "¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientas monedas de plata para ayudar a los pobres?". Y el propio Evangelio aclara: "No decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, se llevaba lo que echaban en ella". (Jn. 12,4-6)

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La Universidad Católica

Vamos a referirnos ahora a la Universidad Católica que ha abierto las puertas a la juventud nicaragüense bajo el lema: Sedes Sapientiae (Cátedra de la Sabiduría). ¿Qué espera el Sr. Cardenal de la Universidad Católica? ¿Cómo calza esta casa de estudios superiores en los planes pastorales de la Arquidió-cesis?

"La Universidad Católica es ya una realidad y una opción para los jóvenes de Nicaragua. Nuestra misión es formar verdaderos líderes, constructores de una nueva sociedad. Esto implica, por parte de la Iglesia, dar a conocer el mensaje del Evangelio respetando la libertad académica, inspirando su función creativa, iluminando la investigación científica y haciendo presente la educación política y social". "Un país como el nuestro, no solamente pobre sino también empobrecido por el egoísmo del hombre, debe considerar que su mayor riqueza son los recursos humanos. Por ello, la Universidad Católica desea contribuir en la formación del profesional del siglo XXI que resuelva, con verdadera sabidu­ría, los problemas heredados, desarrolle la cultura, la tecnolo­gía y los valores necesarios para la comunión con la naturaleza, con el hombre y con Dios".

¿Por qué ahora, Eminencia, la creación de una Universi­dad Católica? ¿Hay alguna circunstancia especial que haya motivado esta decisión?

"La Universidad Católica viene a llenar hoy un gran vacío que se produjo cuando los centros educativos superiores católicos que existían en Nicaragua cambiaron sus altos y sagrados ideales por falsificaciones efímeras. Nuestro deseo es brindarle a la juventud la oportunidad que se merece de tener acceso a recibir una educación y formación altamente técnica y cualificada, acorde con los principios y valores

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morales y espirituales de la fe católica, en sintonía con nuestra cultura y modo de ser nicaragüense". "Estamos seguros que nuestros jóvenes sabrán asumir el reto de transformar esta sociedad, herida por la guerra, el odio, la injusticia, la deshonestidad, la mentira, la corrupción y tantas otras situaciones de pecado, en una sociedad distinta y mejor que la que nosotros les heredamos".

¿Cuál ha sido la razón fundamental que ha motivado el surgimiento de una Universidad Católica en Nicaragua?

"La Universidad Católica procurará, sin duda, sobresalir por la calidad científica, el compromiso con la verdad, la preparación de profesionales competentes para el mundo del trabajo, y por la búsqueda de soluciones a los más acuciantes problemas de Nicaragua. Pero sobre todo, la Universidad Católica debe jugar un papel esencial en la preparación moral, social y espiritual de las futuras generaciones. Debe conver­tirse en un elemento clave para recuperar los valores católicos que tantos nicaragüenses han ido perdiendo en los últimos lustros, a causa de la pertinaz prédica de ideologías extrañas a nuestro modo de ser. Debe ayudar a restaurar las actitudes de nuestra sociedad, hasta lograr que regrese a un estilo de vida congruente con la fe de nuestro pueblo, mayoritariamente católico. Esa es su razón de ser", finaliza diciendo Su Eminen­cia

Similares a estos conceptos del Cardenal Obando son los del Rector Magnífico de la Universidad Católica, Don Pablo Antonio Cuadra Cardenal: "Nuestra Universidad -afirma-debe ser no sólo Centro Educativo, sino lugar de encuentro, diálogo y aliento de un movimiento nuevo, realmente joven, que dé a nuestras letras y a nuestras artes, no sólo la obligación servil de un mensaje, o el compromiso devastador de hacer propaganda o de hacer dinero, sino el estudio humilde de la

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excelencia: volver a los grandes maestros y volver simultánea­mente a abrir de par en par las puertas de la libertad creadora. Los poetas, los escritores, los artistas deben ser los pioneros de la Nueva Evangelización de la Cultura en Nicaragua".

También los alumnos comparten este criterio: "El movi­miento de libertad es nuestro. La juventud ha sido llamada a madurar desarrollando los horizontes del sentido de la vida desde dentro de su evolución, sin encerrarla en una programa­ción reductiva de sencilla instrucción científico-técnica, sino abriéndola a una escala de valores y con una visión global del hombre, de su historia y del mundo". Así se expresan en la presentación de la revista universitaria Sedes Sapientiae.

Su Eminencia concluye este tema con unas palabras de gratitud para el Rector Magnífico de la Universidad Católica: "Quiero agradecer el aporte valioso de don Pablo Antonio Cuadra. El solo hecho de tener un Rector del prestigio de este gran intelectual católico, es suficiente para poner a nuestra universidad en un lugar destacado en el ámbito de la comuni­dad educativa mundial".

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¡Nicaragua de María!

Grande, profunda y admirable ha sido la devoción a la Virgen María que ha profesado la Iglesia a lo largo de los veinte siglos de cristianismo.

La profecía que Ella misma proclamó en el cántico del Magníficat: "Me llamarán dichosa todas las generacio-nes"(Le. 1,48), continúa cumpliéndose en la historia de la Iglesia. Los hijos de María siguen hoy rindiendo pleitesía a la flor más bella del Edén, la única que fue preservada intacta en el "vendaval de la culpa". Así lo hicieron también nuestros antepasados, y lo harán mañana las futuras generaciones, hasta el día final.

En Nicaragua, gracias al celo apostólico de los frailes franciscanos, se propagó rápidamente esta devoción a María Santísima, la Inmaculada Concepción, la "Purísima" como la llaman los nicaragüenses.

Los Obispos afirmaban en la Carta Pastoral (8 de septiem­bre de 1987) con motivo del Año Mariano: "La devoción a la Purísima ha llegado a estar tan dentro del ser del nicaragüense que podríamos decir que le da a Nicaragua una característica muy particular y le confiere fisonomía propia entre los pueblos del mundo".

Pudiera parecer exagerada esta afirmación; pero no lo es de ningún modo. El nicaragüense, desde que aprende a hablar, participa en la Gritería, la más arraigada y desbordante expre­sión de religiosidad popular que se celebra en Nicaragua. El grito: "¿Quién causa tanta alegría?", es respondido a coro: "¡La Concepción de María!"

La celebración de la Gritería es hermosa y multitudinaria. Es única en el mundo. Cada familia convierte su casa en un santuario mariano, engalanando los altares con lo mejor de la

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flora de diciembre: olorosa reseda, pastora rojo-sangre, multicolores jalacates, madroños perfumados y el sardinillo que tiñe de alegre amarillo los montes.

Los cánticos a la Purísima son una convocatoria a la fraternidad y solidaridad ciudadanas. Acabado el canto, se distribuye entre los presentes caña de azúcar y limones dulces, pitos y gorras, gofios y toda clase de golosinas..., en medio de la alegría desbordante de la devota concurrencia y el chispo­rrotear de los cohetes multicolores en el cielo estrellado de las noches de diciembre.

"¿Qué nicaragüense católico -se preguntan los Obispos en el Documento ya citado- no recuerda a la Purísima como un motivo de sus mejores y más limpios recuerdos y como uno de los momentos más emotivos de su vida espiritual? ¿No son acaso los cánticos a la Inmaculada Concepción, además de un tesoro religioso, literario y cultural de nuestro pueblo, algo así como nuestros himnos nacionales religiosos, que al escuchar­los, sobre todo lejos de la Patria y de los seres queridos, nos llenan de emoción y orgullo de ser nicaragüenses?"...

En este clima de fervor mariano que vive desde antaño el pueblo nicaragüense creció Miguel desde su infancia. Doña Nicolasa -su madre- era una fiel devota de la Virgen María, impregnando el hogar de la presencia invisible, pero real, de María Santísima. A Ella atribuye el Cardenal Obando el surgimiento de su vocación religiosa y su perseverancia. Bajo la protección de María Auxiliadora creció y se fortaleció la vocación salesiana de aquel adolescente chontaleño despierto y soñador.

Así había acontecido también en la vida de Don Bosco: la constante invocación a María Auxiliadora fue generosamente compensada por las numerosas gracias extraordinarias que alcanzó el Santo por la poderosa intercesión de la Santísima Virgen María. •

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Don Juan Obando, primo-hermano de Miguel y compa­ñero inseparable durante su infancia, nos relata la siguiente anécdota: "Cuando llevaron a Miguel al Salesiano de Granada, el P. Rector pidió el certificado de estudios. Miguel no lo tenía. Su maestro había sido D. Antonio, su propio padre. Durante la conversación Miguel se ausentó. Lo encontraron arrodillado ante la imagen de María Auxiliadora. Aquel gesto de devoción mariana fue suficiente para que Miguel fuera admitido en el colegio y pudiera continuar sus estudios".

Este sello mariano quedaría impreso indeleblemente en el corazón del joven Miguel para no borrarse jamás. Es significa­tivo que el Cardenal Obando Bravo concluye siempre la celebración de la Santa Misa con la milenaria invocación a la Santísima Virgen: "Bajo tu amparo" y el rezo del Ave María.

"Un regalo de Dios a Nicaragua"

Preguntamos a Su Eminencia, ¿por qué existe en Nicara­gua una piedad mariana tan ferviente y arraigada?

"El secreto del profundo arraigo popular de la devoción a la Virgen, y sobre todo de las celebraciones marianas de Diciembre, es un don, un regalo de Dios para Nicaragua. Lo hemos de buscar también en nuestro carácter genuinamente solidario, muy acorde con la idiosincrasia del nicaragüense, por naturaleza festivo y acogedor". "Pero no olvidemos que en todos nuestros pueblos latinoamericanos se anunció el Evangelio presentando a la Virgen María como su realización más alta. Desde el inicio de la Evangelización en América -su aparición en el Tepeyac y la advocación de Guadalupe lo confirman- María constituyó el gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la

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cercanía del Padre y de Cristo, con quienes Ella nos invita a entrar en comunión". "Pablo VI afirmó que la devoción a María es "un elemento cualificador e intrínseco de la genuina piedad de la Iglesia y del culto cristiano". Esto es una experiencia vital e histórica de América Latina. Esa experiencia, lo señala Juan Pablo II, pertenece a la íntima "identidad propia de estos Pueblos". El pueblo fiel sabe que encuentra a María en la Iglesia Católica. La piedad mariana ha sido, a menudo, el vínculo resistente que ha mantenido fieles a la Iglesia sectores que carecían de atención pastoral adecuada. El pueblo creyente reconoce en la Iglesia a la familia que tiene por Madre a la Madre de Dios. En la Iglesia confirma su instinto evangélico, según el cual María es el modelo perfecto del cristiano, la imagen ideal de la Iglesia y la estrella de la Evangelización". El propio Pablo VI hace suya una concisa fórmula de la tradición: "No se puede hablar de la Iglesia si no está presente María". Se trata de una presencia femenina que crea el ambiente familiar, la voluntad de acogida, el amor y el respeto por la vida".

Los hermanos separados cuestionan frecuentemente -con actitudes violentas a veces- esta piedad mariana que profesa el pueblo católico...

"El centro de la Historia de la Salvación es Jesucristo. El Concilio Vaticano II nos enseña que "jamás podrá compararse criatura alguna con el Verbo Encarnado y Redentor". Siempre ha sido enseñado por la Iglesia que Nuestro Señor Jesucristo es el único camino para llegar al Padre. El es modelo supremo al que el discípulo debe conformar su propia conducta hasta llegar a tener sus mismos sentimientos, vivir su vida y poseer su espíritu". "Sin embargo, la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo y amaestrada por su experiencia de siglos, reconoce que la

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piedad a la Madre de Cristo tiene una gran eficacia pastoral y constituye una fuerza renovadora de la vida cristiana. Esto es así porque toda devoción verdadera a María lleva necesaria­mente a Cristo. Es como la estrella que guía nuestros pasos para descubrir y caminar hacia El". "Todos sabemos que la esencia íntima de la Iglesia, la principal fuente de su eficacia santificadora ha de buscarse en la unión con Cristo. Pero esta unión no podemos pensarla separada de aquella que es la Madre del Señor Jesús, el Verbo Encarnado, y que el mismo Cristo quiso tan íntimamente unida a sí para nuestra salvación. Es nuevamente Pablo VI quien afirma que "el conocimiento de la verdadera doctrina católica sobre María será siempre la llave de la exacta comprensión del misterio de Cristo y de la Iglesia".

£1 fenómeno de las apariciones

Nuestra época está colmada de numerosas apariciones de la Virgen María. (Más de doscientas mil, según algunas publicaciones). En todas estas apariciones se encuentran sig­nos de una profunda religiosidad popular, pero no siempre de una religiosidad auténticamente cristiana.

La falta de formación religiosa, unida a actitudes ingenuas y candorosas, puede inducir a los creyentes a situaciones que concluyen a veces en lo ridículo, incluso en lo trágico, por el detrimento que sufre la fe cuando no está bien instruida en la verdad.

Famoso se hizo en la década del 70' el gigantesco fraude de Garabandal (España): después de una montaña de propa­ganda, publicaciones, peregrinaciones de todo el mundo, li­mosnas y donaciones, se declaró que todo había sido una gran farsa. Y en la memoria de muchos nicaragüenses perdura el

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vergonzoso engaño de El Arenal; o más recientemente la invención fraudulenta de la imagen mariana que sudaba.

¿Qué decir de las apariciones de la Virgen María, Eminen­cia?

"Ciertamente es innegable la posibilidad de las apariciones de María. Más aún, estas manifestaciones sobrenaturales son muy beneficiosas para los creyentes. Dios que creó los cielos y la tierra, regidos por leyes tan perfectas; El que ordenó esta gigantesca y maravillosa sincronía que es el Universo, permite estos portentos". "Sin embargo, la única aparición verdaderamente esencial para los cristianos y para todo hombre que busca la salvación y la vida eterna es la del Hijo de Dios en su Encarnación: el Verbo Divino quiso habitar entre nosotros, y se hizo hombre en el seno de María". "Nos parece oportuno recordar aquí las palabras del Concilio Vaticano II: "Recuerden los fieles que la verdadera devoción a María no consiste ni en un sentimentalismo estéril y transito­rio, ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe auténtica". Por eso la Iglesia se manifiesta muy prudente, antes de dar su veredicto, cuando se trata de juzgar la veracidad de las apariciones".

Cuapa

El fenómeno de las apariciones de Cuapa ha tomado realce en la experiencia religiosa de un sector del pueblo católico nicaragüense. El poblado de Cuapa se encuentra ubicado en el departamento de Chontales, en la región central de Nicara­gua.

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Una noche de 1980, Bernardo, el sacristán de la parroquia, al entrar en el pequeño templo observó que salía de la imagen de la Virgen María un resplandor que iluminaba todo el interior del recinto. Cuando Bernardo encendió las luces se apagó el resplandor.

Algunos días después Bernardo, mientras pescaba a la orilla del río, sintió un raro fenómeno a su alrededor, obser­vando que la naturaleza cambiaba. El sol se fue eclipsando. Bernardo comenzó a escuchar cánticos celestiales. Una nube cubrió de pronto el árbol que tenía en frente. Al disiparse la nube apareció ante sus ojos una bellísima doncella. Tenía las manos juntas y los pies descalzos. Un manto bordado de luces y una corona de estrellas la cubrían. Sus cabellos eran cas­taños, ojos color de miel y su piel era trigueña.

Aquella visión llenó el corazón de Bernardo de una indes­criptible alegría. La doncella abrió las manos. El atónito y feliz sacristán le preguntó balbuceando: - ¿Cómo se llama Usted?".

La dulce doncella contestó: - Me llamo María. - ¿De dónde viene?, prosiguió Bernardo. - Vengo del Cielo. ¡Soy la Madre del Señor!

Así comenzó el fenómeno de las apariciones de Cuapa

Según las estadísticas, la mayoría de las apariciones re­sultan ser falsas. ¿Cómo juzga Usted, Eminencia, las aparicio­nes de Cuapa? ¿Cómo conoce la Iglesia la autenticidad de las apariciones?

"La Iglesia se pronuncia por medio de la Jerarquía. Corres­ponde al Obispo de la diócesis donde se dan las apariciones pronunciarse en cada caso concreto. La Iglesia -repito- es sumamente cautelosa y, con la mayor seriedad posible, realiza un examen médico-psicológico de los "videntes". Examina su

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credibilidad, y el contenido doctrinal de su mensaje, compa­rándolo con los principios del Evangelio. Pero, sobre todo, observa los frutos espirituales que proceden o se derivan del supuesto fenómeno sobrenatural".

En el caso concreto de Cuapa, según el criterio del Ordina­rio del lugar \ parece ser que todos estos requisitos se han cumplido positivamente, lo que nos lleva a pensar en la autenticidad de las apariciones...

"El pueblo nicaragüense es un pueblo mariano hasta la médula. Se siente agradecido a la Santísima Virgen por estos favores que nos hace. Sin embargo, las apariciones de la Virgen María tienen que llevamos a una mejor observancia del Evangelio, reavivando en nosotros el amor a Dios y al prójimo. Tienen que conducimos a perdonar de corazón para ser constructores de una paz firme y duradera; a preocupamos por las necesidades de los demás para construir la civilización del amor. Ese es el fruto que dan siempre las apariciones cuando son verdaderas".

(*) El Prelado local entonces, Mons. Pablo Antonio Vega, el 13 de noviembre de 1983 publicó un documento en torno a la mariofanía de Cuapa, autorizando el culto público a la Virgen María en el lugar de las apariciones.

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¿Quo vadis Nicaragua?

¿Hacia dónde vamos?..., se preguntan muchos nicara­güenses observando la difícil encrucijada del país. ¿A dónde va Nicaragua?, se interrogan, también, los observadores que siguen de cerca la política internacional.

Aparentemente, lo único claro hoy en Nicaragua es... que el futuro se vislumbra oscuro y difícil. Un eminente sociólogo describe así la situación actual: "Si en algo estamos ahora de acuerdo los nicaragüenses es en que tenemos problemas muy serios. Nos estamos jugando el futuro de nuestros hijos y hasta la vida misma".

Nicaragua, tierra de lagos y volcanes, cantada pri­morosamente por los poetas. Nicaragua verde y boscosa; exuberante en flora y fauna. Nicaragua -"granero de Centroamérica" le llamaban en tiempo pasado- está quebrada y se desvanece lentamente. En muchas zonas del país van desapareciendo los bosques, el agua y la vida misma. Cuando se eliminan los bosques, las lluvias lavan el suelo descubierto llevándoselo al mar. Y en ese viaje largo y lodoso se va el futuro, porque se pierde todo lo que hace posible la vida. El despale sin control es algo que reprocharán severamente las futuras generaciones.

El panorama nicaragüense es, ciertamente, cada día más desalentador.

Mientras los grupos armados guardan con recelo "el hacha de la guerra" y los líderes políticos pugnan en torno a candi­daturas presidenciales de cara a las elecciones de 1996, el pueblo nicaragüense se debate en una dramática lucha diaria por sobrevivir.

Nicaragua es hoy como una nave a la deriva que, en medio de procelosas aguas, parece próxima a encallar. No se divisa

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un puerto cercano donde arribar, ni siquiera un faro lejano que pueda guiar este barco hacia la paz, el progreso y bienestar nacional que tanto anhelan los nicaragüenses.

¿Hacia dónde va Nicaragua?... No resulta fácil, en verdad, encontrar respuestas optimistas a la aguda problemática nica­ragüense.

A unos años tan solo del final del segundo milenio y del inicio de un nuevo siglo, Nicaragua se debate en todos los niveles buscando angustiosamente una nueva sociedad.

La profunda crisis que vive el país en la actualidad no ha surgido de circunstancias pasajeras. Se origina, más bien, en una acumulación de errores, irresponsabilidades, ambiciones e incapacidades de muchos años que han socavado las riquezas materiales y los valores fundamentales en los que se asienta una sociedad responsable.

Todo esto hace que Nicaragua esté encaminándose por una peligrosa pendiente de involución social. Según las esta­dísticas, después de Cuba y Haití, ha pasado a ser el país más pobre de América Latina.

Por otra parte, es muy incierto el destino de un pueblo que mantiene una ficticia estabilidad social apoyada en las Fuerzas Armadas. Resulta oportuno recordar aquí el consejo que Talleyrand dio a Napoleón: "Con las bayonetas se puede hacer todo menos una cosa: sentarse sobre ellas". Y Nicaragua está sentada sobre un polvorín, un verdadero volcán de dinamita que cualquier chispa puede hacer estallar en una nueva guerra civil. Nicaragua pareciera convertirse en el "Macondo de América".

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Un futuro sin futuro

Nicaragua es pobre no sólo a causa de los desastres naturales, sino que ha sido empobrecida por los abusos y desmanes cometidos por los propios nicaragüenses, sobre todo por quienes son constituidos en autoridad.

Así lo reconocía la Conferencia Episcopal Nicaragüense en su Mensaje a la Nación el 10 de noviembre de 1993: "La inestabilidad social y política del Gobierno, causada por acti­tudes egoístas y prepotentes, tanto de algunos de sus miembros como de algunos de sus adversarios, ha conducido al pueblo a un estado de suma desesperación, decepción y resignación casi enfermiza".

En un exabrupto nacido de la frustración se lamentaba recientemente un comerciante al borde de la quiebra: "Pare­ciera que algún virus maligno nos va debilitando cada día a los nicaragüenses. Y si no lo combatimos con urgencia, aca­bará convirtiéndonos en una sociedad de minusválidos cívi­cos".

Cada vez son menos los países y organismos internacio­nales que siguen ayudando a Nicaragua, porque la ayuda externa sólo ha servido, a veces, para alimentar la corrupción.

De los miles de "comités de solidaridad con Nicaragua" que se crearon en todo el mundo, casi todos han desaparecido. Los llamados comités políticos ya no existen. Solamente quedan algunos de inspiración cristiana.

Nicaragua sobrepasa actualmente los diez mil millones de dólares de deuda externa. Y su déficit anual en la balanza de pagos oscila en torno a los quinientos millones de dólares.

Pero, el peor déficit de Nicaragua poco tiene que ver con las finanzas. Es un déficit de valores, un déficit de esperanza. Es un déficit de futuro.

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£1 verdadero problema de Nicaragua

''Quizás los hijos de Rubén Darío -escribe Pablo Antonio Cuadra- recuperen la sensatez de cara al nuevo milenio, y el lugar del planeta que brille ante el mundo, colonizado por el espíritu cristiano, sea el agitado triángulo del país nicaragüen­se". Quizás tenga razón Pablo Antonio. Quizás...

Entre tanto, hasta el buen humor pareciera que se va perdiendo poco a poco en Nicaragua. Alguien comentaba recientemente: "No sé qué nos está pasando. La sal y la pimienta se nos subió a la cabeza con los sandinistas. Y ahora, con Doña Violeta, nos está llegando al corazón".

Ciertamente, entre los signos negativos de los últimos lustros se encuentra el mal-humor creciente de muchos nica­ragüenses. Los primeros pasos de la Revolución se vivieron, en general, como un estallido de alegría y optimismo. Sin embargo, muchos nicaragüenses hablan actualmente del pro­ceso revolucionario como enfermos del estómago, afirmando que la Revolución fue como "una comida indigesta".

Pero, lo más grave es que hoy en Nicaragua, para mucha gente, no es posible la indigestión, porque... no comen.

"Yo siempre digo -dice Su Eminencia- que prefiero ser optimista. Y aunque no se puede negar las dificultades que estamos atravesando los nicaragüenses, tenemos recursos na­turales y humanos suficientes para reemprender un nuevo camino".

Es digno de encomio el optimismo de Su Eminencia. Y quisiéramos que las cosas cambiaran, que la sociedad nicara­güense emprendiera un nuevo rumbo. Aunque en Nicaragua todo es posible. Ya no sorprende nada. Pareciera que la sociedad se va acostumbrando a las contradicciones que se dan en el país, como por ejemplo: la de los retirados activos del Ejército que usan ropas militares, armas del Ejército, sin tener

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obligaciones militares; una Presidenta que gobierna con el partido derrotado y no con la coalición de partidos que la llevaron al poder; una democracia política prisionera de un poder militar, etc. Popularmente se afirma que "Nicaragua es el país donde el corcho se hunde y el plomo flota", "donde las palomas disparan a las escopetas", "donde los delincuentes acusan a los inocentes"...

La Conferencia Episcopal, en el Mensaje ya citado, expre­sa: "Vivimos en una sociedad anárquica, constantemente sometida a la presión y a la sedición que se adoptan no solo como medio para obtener ganancias, sino como único método para exigir concesiones económicas y políticas; entonces se destruye cualquier Estado de Derecho".

Son muchos los que piensan que la raíz de los males en Nicaragua está fundamentalmente en que no existe un Estado de Derecho y, en consecuencia, no se gobierna conforme a las leyes, sino de acuerdo al capricho y las conveniencias políticas y personales de quienes controlan el poder. Coinciden en esto con el criterio del Cardenal Obando, quien afirma estar con­vencido de que "mientras en Nicaragua no se dé un verdadero Estado de Derecho no saldremos de la difícil situación en la que nos encontramos".

Mas, ¿como establecer un Estado de Derecho que sea acogido y respetado por todos los nicaragüenses?...

Por eso cada día es mayor el número de los que piensan que el verdadero problema de la sociedad nicaragüense no es político, ni económico, sino cultural.

Efectivamente, Nicaragua ha sido gobernada por regíme­nes de derecha, de izquierda y de centro; pero ninguno de ellos ha logrado alcanzar un apoyo popular mayoritario. Tampoco podemos hablar de un país con escasos recursos naturales. Nicaragua es un país rico en posibilidades. Pero no se aprove­chan adecuadamente. El problema es, sin duda, cultural.

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Idiosincrasia nicaragüense

La historia de Nicaragua en el presente siglo, especialmen­te en su segunda mitad, prueba sobradamente que ha tenido malos gobernantes. Pero, demuestra también que los nicara­güenses son "malos gobernados".

Se ha hecho difícil entender la lección -cien veces verifi­cada en la práctica- que hay que aprender de la experiencia ajena para no romperse la cabeza contra el muro de la historia: la prosperidad de las naciones es el producto de la disciplina laboral, del trabajo duro y sistemático; de las tasas de ahorro e inversiones constantes; del respeto y cumplimiento de las leyes; de la seriedad de los contratos, y de un clima de sosiego y tranquilidad psicológica, en el que se pueda planificar no sólo para el momento presente, sino a mediano y largo plazo, sin otro temor que el santo temor de Dios.

Un ciudadano humilde, nacido en los inicios del presente siglo, se lamentaba diciendo: "Luchamos contra los Somozas por corruptos y dictadores, para instaurar en Nicaragua un Estado de Derecho y honradez. Quienes los sustituyeron llegaron llenos de sueños e ideales juveniles; pero acabaron montando una tiranía que hundió al país en la mayor miseria de su historia, superando en corrupción al somocismo, espe­cialmente con la-piñata. Y el actual gobierno, que comenzó su mandato con los buenos augurios de establecer en Nicara­gua la "revolución de la honradez", no está exento de los mismos vicios anteriores. Pero no sólo son malos los sistemas. Somos los propios ciudadanos los que andamos mal. Y segui­remos así mientras no nos arrepintamos y reconozcamos nuestras culpas ante Dios".

Sin embargo, el arraigo de nuevos valores culturales necesita mucho tiempo. Cambiar la idiosincrasia de un pueblo es tarea de generaciones.

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Los Obispos se pronuncian de nuevo

En Nicaragua, tras la derrota electoral sandinista, se co­menzó a hablar mucho de reconciliación. Y se aceptaba la palabra "reconciliación" si con ella se quería expresar "poner fin para siempre a la guerra y a la pesadilla totalitaria".

A partir de las elecciones del 90' parecía que se iba a lograr un clima nuevo en la sociedad nicaragüense: perdonar al vencido e incorporarlo a la vida civil y pacífica.

Sin embargo, poco tiempo después comenzó a darse una extraña confusión: reconciliación era devolver el poder al que lo había perdido, contradiciendo el mandato popular emanado de las urnas, donde se votó "¡por el cambio!".

La mayoría de los nicaragüenses piensan que el cambio que se ha producido desde abril de 1990 es insuficiente. No satisface sus aspiraciones. Reconocen que en el Gobierno de Doña Violeta de Chamorro se han alcanzado algunos logros importantes como la libertad de expresión, el fin de la guerra, la estabilidad de la moneda... Pero se lamentan de la falta de un verdadero Estado de Derecho, del desempleo, de la inse­guridad ciudadana, de la corrupción administrativa...

La Conferencia Episcopal de Nicaragua así lo reconocía en la Carta Pastoral del primero de mayo de 1994. Los Obispos, reunidos bajo la presidencia del Cardenal Obando Bravo, denuncian de nuevo con claridad y valentía los males que aquejan a la sociedad nicaragüense:

* El rencor, el odio y la crueldad hacia el prójimo. * La aparición del terrorismo, que provoca una intolerable

situación de zozobra a causa de los secuestros, asaltos, viola­ciones y todo tipo de crímenes.

* La falsa reconciliación, que "perdona" a los que, lejos de arrepentirse, se endurecen en sus posturas terroristas.

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* La ambición y la sed de poder para imponer a otros la propia voluntad.

* El desempleo -una verdadera calamidad social- señal cierta de que algo no funciona en el plan económico.

* La posibilidad de que antiguas formas de totalitarismo y de autoritarismo recobren vigor en Nicaragua.

* El comercio de la droga. Y la práctica del aborto. * Además, "se ha oscurecido en muchos nicaragüenses la

conciencia moral. Y esto es una desgracia, ya que presagia, de no ponérsele remedio pronto a este mal, el caos moral y social de Nicaragua", afirman los Obispos.

Estos señalamientos, hechos con verdadero espíritu profético, recuerdan las denuncias que la Conferencia Episco­pal hizo al régimen somocista en los últimos años de la dictadura.

¿Cree Usted, Eminencia, que se ha deteriorado la calidad moral en la sociedad nicaragüense durante los últimos años?.

"La norma para medir la calidad moral de una sociedad nos la da Jesuscristo en el Evangelio cuando nos dice: "Por sus frutos los conoceréis... Un árbol bueno no puede dar frutos malos, ni un árbol malo dar frutos buenos". "Yo estoy plenamente convencido de que entre tantas formas de escasez que padece hoy Nicaragua, la más pernisiosa es la escasez de valores morales, de mujeres y hombres verdadera­mente nuevos, cuya fuerza moral sea capaz de transformar nuestra sociedad".

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¡Cardenal por la Paz!

En Nicaragua la guerra y la violencia son, desde hace muchos años, parte de la vida cotidiana. Y se ha hecho costumbre que los crímenes queden impunes. De este modo la conciencia social se va anestesiando peligrosamente.

El Cardenal Obando Bravo no cesa de exhortar a los nicaragüenses a moderar el lenguaje violento para crear un clima propicio de acercamiento entre los diversos sectores sociales.

"Sólo de un corazón conquistado por el valor superior de la paz brota el deseo de respetar a los demás. Si todos los nicaragüenses se unieran en una campaña de justicia y frater­nidad, algo maravilloso sucedería en el país, porque se acaba­ría la violencia y surgiría la paz. Vale más encender una luz que maldecir la oscuridad", afirma Su Eminencia.

Siete veces en otras tantas mediaciones Obando Bravo convenció a la muerte que se retirara. Cuando el "Cardenal de las mediaciones" habla de paz y hermandad, los enemigos se entienden y abrazan deponiendo sus armas.

Convencido de la urgencia de la paz en Nicaragua, especialmente en la región norteña del país, el Cardenal Obando Bravo, conjuntamente con el Rector de la Universi­dad Católica y director del Diario La Prensa, Pablo Antonio Cuadra, elaboró un Plan pro-Paz en el Norte. El tres de febrero de 1994 fue presentado a Ja Presidenta de la República, Sra. Violeta Barrios de Chamorro.

El Plan se dirige "al Gobierno, y de manera especial a una de sus instituciones claves en el problema: el Ejército Sandi-nista".

Como método de pacificación se pide aceptar diversos compromisos, tanto al Gobierno de Nicaragua, como al Ejér­cito y al "Frente Norte 380".

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El Plan ha tenido una amplia acogida en los más diversos sectores de la sociedad nicaragüense porque lo impulsan y respaldan dos personalidades que gozan del mayor aprecio y estima de la ciudadanía por su integridad moral.

Algunos días más tarde, con ocasión de la reciente visita Ad límina que realizaban los Obispos de Nicaragua, el Papa Juan Pablo II subrayó "la esperanza y el aprecio con que la Santa Sede ve todas las iniciativas encaminadas a superar las divisiones, y a fomentar el diálogo y un mayor entendimiento que puedan satisfacer las legítimas aspiraciones de la justicia y libertad de todos los nicaragüenses".

Sin embargo, como ya se ha hecho costumbre en Nicara­gua, los gobernantes son proclives a la sordera. Las quejas y denuncias de los abusos de poder y violación de los derechos humanos, así como las propuestas de soluciones pacíficas para acabar con la violencia antes de que ella acabe destruyéndolo todo, sólo encuentran como respuesta en las autoridades un deprimente silencio. "Y una democracia sorda es un síntoma muy grave porque indica que la democracia comienza a decaer en dictadura".

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Luces y sombras

Vamos a dar las últimas pinceladas a este bosquejo de Su Eminencia, Cardenal Obando Bravo, que hemos enmarcado en el contexto del acontecer de la sociedad nicaragüense en las últimas décadas.

Como señalábamos en el prólogo, el Cardenal Miguel no es un ángel venido del cielo. Es un hombre. Y como todos los humanos, tiene también sus limitaciones. El mismo suele afirmar: "Para que el cuadro sea perfecto debe tener luces y sombras"...

En torno al poder existe, generalmente, una especie de campana neumática que aisla del exterior.

A quienes ocupan altos cargos les resulta difícil percibir con claridad lo que acontece en la llanura, donde se encuentran la mayor parte de los mortales.

Los personajes se confunden a veces en medio del público. Pero nunca son uno más entre los ciudadanos comunes y corrientes. Ven el mundo, con frecuencia, de distinta manera a como lo es en la realidad. Una realidad que miran a través del cristal de sus propios pre-juicios o desde la información que reciben de sus más cercanos colaboradores que pueden convertirse a veces en aduladores.

El servilismo en torno a los círculos de poder es un pecado capital inherente a toda sociedad, sin excepción de tiempo o lugar. Es el caldo de cultivo de donde surgen los falsos líderes que se transforman, en ocasiones, en tiranos.

El fenómeno de la adulación pareciera formar parte de la manera de ser de algunos ciudadanos, habiendo sido la causa de muchos desmanes en la sociedad nicaragüense.

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El servilismo floreció durante la dictadura somocista y también con el sandinismo, instalándose con disimulo en el actual gobierno de Doña Violeta de Chamorro.

Hubo quienes gritaban, con los tiros muy cerca del bunker. "No te vas, te quedas". Muchos gritaron también y repitieron como borregos: "Dirección Nacional, ¡ordene!". Incluso des­pués de una década de continuos desaciertos por parte del FSLN, seguían gritando en la campaña electoral del 90': "¡Todo será mejor con el Frente... con Daniel de Presidente!".

Actualmente no es difícil detectar camaleones en plena metamorfosis según los propios intereses personales y parti­distas, o el calibre de los "cañonazos".

Cuando \a autoridad se transforma en poder conduce a la egolatría. El ególatra se convierte en una estatua viviente. Nunca se sacia de la elevación del pedestal, apoyado en la base de sustentación que la conforman sobre todo los serviles.

El ámbito eclesial no está inmune de este virus que debilita las estructuras de la sociedad.

Se comenta que el Cardenal Obando Bravo prefiere rodearse de personas incondicionales, que de aquellas que demuestran poseer un criterio independiente.

Fundamentados en la enseñanza del Apóstol San Pablo: "Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos sois uno solo en Cristo Jesús" (Gal. 3,28), -y otros pasajes bíblicos- la Iglesia no debiera tener fronteras. Pero el "nacionalismo" es una realidad presente, también, en las estructuras eclesiales.

Se recuerda haber escuchado decir a Mons. Obando, cuando todavía no había sido nombrado Cardenal: "El día en que todo nuestro Clero sea nacional, la Iglesia será como una balsa de aceite".

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Transcurrían entonces los días en que la Jerarquía de la Iglesia Católica era hostigada por el Frente Sandinista y fuertemente cuestionada por los dirigentes de la iglesia popu­lar, algunos de ellos "internacionalistas". Eran días de tensión creciente, de mutuas descalificaciones que hacían muy difícil el diálogo, a tal punto que un líder de las Comunidades Eclesiales de Base se desahogaba diciendo: "¿Por qué Mons. Obando no practica en la Iglesia el pluralismo y el diálogo que pide tan fervientemente para la sociedad? El no acepta dialogar con nosotros. Sólo nos pide sometimiento a la autoridad. Pero, no basta ser Obispo para tener siempre la razón".

El sentimiento nacionalista se evidencia actualmente en un sector del clero, especialmente en quienes sufrieron acoso por adversar al régimen sandinista.

En honor a la verdad, damos testimonio de que el Cardenal Obando Bravo actualmente aprecia "el esfuerzo de quienes dejando su tierra y familia han venido de lejos a trabajar con nosotros".

No faltan quienes piensan que el Cardenal Obando se caracteriza por rendir culto a la personalidad, cuidando celo­samente su imagen.

Sea lo que fuere de esto, de lo que no se puede dudar es de que Obando Bravo forma ya parte de la historia de Nicara­gua, que no se explicaría sin referirse, obligatoriamente, a la actuación protagonista de este hombre mestizo, de la más pura estirpe nicaragüense, audaz, obstinado, valiente, apasionado y, para algunos, autoritario y algo vanidoso.

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¿Será Papa el Cardenal Obando?

Vamos a referir a continuación algo verdaderamente in­sólito.

Circuló en Nicaragua hace algunos años -cuando la Iglesia Católica y el Cardenal Obando eran acosados por el sandinis-mo- un panfleto que recordaba una profecía de San Malaquías en la que se anuncia la llegada a Roma, en el ocaso del siglo XX, de un Papa procedente de una tierra exótica de lagos y volcanes; la llegada de un forastero de origen humilde que, durante alguna parte de su vida, no tuvo más vehículo para predicar el Evangelio que los lomos de una muía.

San Malaquías fue un monje irlandés que nació en el año 1,094 y murió en 1,148. Confeccionó una lista con los 112 papas futuros que habrían de sucederse desde 1,143 hasta el fin de los tiempos, identificándolos con un lema, y dando algunos datos acerca de cada uno de ellos. Hasta el momento esa lista se ha cumplido con pasmosa fidelidad.

Debido a que el Libro de San Malaquías no ha podido ser completado, porque una parte se encuentra dispersa en archi­vos ingleses; otra, en los Estados Unidos de Norteamérica, y algunas de sus páginas no han sido halladas todavía, no se conocen todos los detalles de las características que el santo adjudicó a cada uno de los papas, junto con los lemas.

En el Vaticano está el llamado Libro de los Lemas de San Malaquías y varios textos incompletos con las descripciones que hizo el Santo irlandés.

Un grupo de científicos de varios países que estudian las predicciones de Nostradamus contenidas en el poema Las Centurias, las visiones apocalípticas de la Biblia, los mensajes de la Virgen de Fátima y el Libro de San Malaquías, está

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convencido de que el Cardenal Miguel Obando Bravo será el próximo Papa de la Iglesia Católica después de Su Santidad, Juan Pablo II.

Entre los últimos papas, por ejemplo, el lema que corres­ponde a Juan XXIII es Pastor et Nauta, pastor y marino. Esto concuerda perfectamente con el Papa Roncalli, quien fuera pastor y cardenal de Venecia, la ciudad sobre el agua. En su escudo figuraba una oveja y un navio.

Pablo VI fue, de acuerdo a San Malaquías, Flos Florum, flor de flores. El escudo de armas de Pablo VI era, justamente, un juego de tres flores de lis.

A Juan Pablo I le correspondió como lema Medietate Lunae, de la media luna. Su pontificado no llegó a los cincuen­ta días, quedando su labor a la mitad. Además, su nombre de pila era Albino Luciani, es decir, luz blanca, como la de la luna.

Al Papa Juan Pablo II -siempre según la profecía de Malaquías- le corresponde el lema Labore Solis, de los traba­jos del Sol. Recordemos que Karol Wojtyla nació en Cracovia, la ciudad donde Copérnico trabajó para demostrar que el sol era el centro de nuestro sistema planetario. Y a Polonia se le conoce como "país del Sol".

Después de Juan Pablo II sólo quedarían dos papas de acuerdo a la citada profecía, cuyos lemas son: Servus Pacem et Iustitiam, siervo de la paz y de la justicia, y Petrus Romanus, la piedra romana.

En el caso de quien supuestamente será el penúltimo Papa, los científicos señalan que San Malaquías lo definió con dos lemas, algo que no hizo con ningún otro de los restantes papas. Además de llamarlo "siervo de la paz y de lajusticia", le agregó el lema Gloria Olivae, que significa "gloria o triunfo de la

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paz", que también podría traducirse como "la gloria del paci­ficador".

Algunas breves descripciones que se refieren al penúltimo papa sugieren a los científicos que se trata del Cardenal Miguel Obando Bravo. Por ejemplo, San Malaquías afirma que este papa nacerá en un continente nuevo, desconocido, en una tierra "de agua dulce y de volcanes". Nicaragua, precisamente, está enclavada en el denominado Nuevo Mundo y es conocida como la "tierra de los lagos (de agua dulce) y de los volcanes".

El Santo añade que el penúltimo papa "conducirá a su rebaño montado en una muía, antes de ocupar el trono de Roma".

Y, ciertamente, el Cardenal Obando ejerció su ministerio, durante algunos años, desplazándose por las montañas de Matagalpa y Jinotega a lomo de muía.

En otros detalles que da San Malaquías, en los cuales hacen falta algunas palabras, habla de la lucha que sostendrá el penúltimo papa contra los impíos. Dice así: "...el mediador, el justo, será calumniado, vejado, escarnecido, y su pueblo desintegrado y perseguido por el ejército invasor e impío...". El Cardenal Obando Bravo, efectivamente, ha sido mediador repetidas veces; calumniado, vejado y escarnecido por el régimen sandinista. Además, el pueblo nicaragüense se desin­tegró cuando fue acosado por un ejército dirigido por extran­jeros e incrédulos.

Lo que más hace pensar a los científicos que analizan las profecías del Santo irlandés, en torno a la posibilidad de que Obando Bravo sea el sucesor de Juan Pablo II, son las palabras de Malaquías:" de la tierra nueva, de la nueva raza, saldrá el mediador justo a defender a sus ovejas en medio de la guerra impía. El olivo florecerá la voz del mediador apaciguará

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el de los poetas y quebrará las espadas de los impíos " (Los punteados reemplazan las palabras faltantes en el texto original).

Para los científicos no hay duda de que San Malaquías pronosticó, con muchos siglos de antelación, el ascenso al papado del Cardenal Miguel Obando Bravo. Se basan en que el Cardenal nicaragüense pertenece a la raza nueva, la raza mestiza. Y ha defendido a su pueblo de los ataques del comunismo, "en medio de una guerra".

Una palabra clave para los científicos es "poetas", ya que el pueblo de Nicaragua es el único en el mundo que se conoce como "pueblo de poetas". Además, la prédica del Cardenal Obando y sus gestiones como mediador han servido de alivio y consuelo para el sufrido pueblo nicaragüense.

Al preguntar a Su Eminencia qué opinión le merece todo este fantástico relato, si él es ese hombre que describe San Malaquías, comentó escuetamente: "Pienso que el Espíritu Santo juega un papel muy importante cuando se trata de elegir a un Papa. Y no creo que El se equivoque. Dejemos a la Providencia lo que corresponde a la Providencia".

El Cardenal Obando Bravo tal vez nunca sea papa. Pero sí ha entrado en la historia de la Iglesia al convertirse en el primer Cardenal de origen centroamericano en los dos mile­nios de cristianismo.

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Siempre servidor de su pueblo

Finalmente, preguntamos a Su Eminencia, ¿cuáles son sus planes para el futuro?

"Como Arzobispo de Managua, si Dios Nuestro Señor no dispone otra cosa, mis planes son entregarme a tiempo com­pleto -como lo he venido haciendo- a la tarea de la Evangeli-zación tratando de servir cada día mejor a mi pueblo. Estoy convencido de que debemos trabajar por una liberación inte­gral. Pero no lograremos esta liberación integral mientras nosotros no demos a nuestro pueblo a Cristo; porque las mejores estructuras, aún las más sofisticadas, se vuelven pecaminosas, se hacen injustas, si no se cambia primero el corazón del hombre con la fuerza del Evangelio. Y el corazón del hombre sólo se puede transformar si se le da a Cristo".

¿Cree Usted que el pueblo nicaragüense alcanzará pronto ese objetivo?

"Los Obispos lo decíamos: "Hay muchas personas que están aportando vida y esperanza a Nicaragua, enfrentándose con valor a las corrientes de pecado. Sabemos que en muchos hogares del país hay quienes vencen el mal con el bien, quienes saben perdonar y quienes oran con perseverancia, logrando así que la misericordia de Dios preserve a la Patria de mayores males". "El pueblo nicaragüense es un pueblo creyente, un pueblo católico, un pueblo fiel, que en medio de las mayores dificul­tades trata de acercarse a Cristo, poniéndose bajo el amparo de María Santísima. Yo me siento muy orgulloso del pueblo de Nicaragua, al que siempre estoy dispuesto a servir. Y me siento orgulloso, también, de ser nicaragüense".

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Conscientes de que "aún queda mucho por saber"sobre la vida y el pensamiento del Cardenal Miguel Obando Bravo, nos anima la esperanza de estar -tal vez- contribuyendo con estas páginas a esclarecer algunas verdades para la historia.

Anhelamos el día en que este bello país de poetas, lagos y volcanes, se vea inundado de luz, de civilización, de progreso, de justicia y de libertad para que brille en su cielo azul, sin apagarsejamás, la estrella de lapaz. Porque... "Nicaragua está hecha de vigor y de gloria. ¡Nicaragua está hecha para la libertad!", como cantó el inmortal Rubén Darío.

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ÍNDICE

Prólogo 1

PRIMERA PARTE

Nicaragua 7 La Libertad 8 Infancia 10 Las Campanas lo llamaron 12 £1 Salesiano 13 Tras las huellas de Don Bosco 14 De nuevo al Salesiano de Granada 17 Alter Christus 19 Obispo Auxiliar de Matagalpa 22 Encrucijada Eclesial 26 Arzobispo de Managua 28 Un Pastor de Verdad 32 Renovación Conciliar 37 "Comandante Miguel" 38 La Iglesia se aleja del Poder del Estado . . . . 41 Defensor de la no-violencia-activa 43 La Mediación 46 Los Obispos, por el cambio sin violencia . . . . 49 Asalto al Palacio Nacional 54 Nueva Mediación 55

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La Mano Blanca 56 Luz verde a la insurrección armada 58 ¡Que se vaya Somoza! 61 ¡Revolución! 62 ¡Los pueblos son invencibles! 64 Aunque la Patria es pequeña 66 Viaje polémico 68 ¿Un somocismo sin Somoza? . . 69 El Laberinto 71 La Guardia Nacional se desmorona 73 "¿Sabe Usted manejar armas?" 75 Satisfacción por el deber cumplido . . . . . . 77

SEGUNDA PARTE

Nicaragua en el corazón del mundo 81 La Conferencia Episcopal se pronuncia . . . . 82 Carta del 17 de Noviembre de 1979 83 La Alfabetización 87 Una nueva educación 89 Los jóvenes en la Iglesia 92 En búsqueda permanente 94 ¿Violencia contra violencia? 97 El binomio: Justicia-Libertad 99 La guerra surge de nuevo . 101 Un grito al cielo 104 ¿Es Dios el culpable? 105 Hombres y estructuras 107 ¡Ven, Señor..., porque el socialismo no basta! . . 109 ¿Palabras proféticas? 111 ¿Dónde está el hombre nuevo? 112 Unidad y Reconciliación en la Iglesia 114 Bandera discutida 115

Simbiosis Cristianismo-Marxismo Il<> Una Iglesia puesta a prueba 117 Comparación atrevida 120 Sacerdotes Ministros y otros conflictos 121 Juan Pablo II visita Nicaragua 124 "¡La Iglesia también quiere la paz!" 126 Llamado a la unidad eclesial 12') Relaciones de la Iglesia con el Gobierno sandinista 131 Un documento revelador 133 El F.S.L.N. se pronuncia sobre la Religión . . . 134 Dos incidentes de mal gusto 137 Relación Obando-Borge 138 ¿Un atentado frustrado? 140 Cristianismo y Revolución 142 ¡No! a una Iglesia del silencio 144 Férrea censura a los Medios de Comunicación . 147 "El diálogo es la solución" 149 "La Iglesia entierra a sus perseguidores" . . . 150 Teología de la liberación 153 En busca de la liberación 154 Opción por los pobres 158 Nueva bandera de lucha 159 ¡Éxodo! 161 Nostalgia en el exilio 163

TERCERA PARTE

Miguel: ¡Cardenal Obando! 167 Hombre de Iglesia y hábil mediador 168 "La Revolución hizo a Obando Cardenal..." . . 171 Apoteósico recibimiento 172 No todos estuvieron presentes 175 En olor de multitudes 177

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Febril actividad 180 Parábola del río 181 "Buen amigo y mal enemigo" 184 La Política 188 Religión y Política son inseparables 190 Cristianizar la política 192 Carta al Washington Post 194 ¿Qué es la Paz? 202 Falsos conceptos de Paz 203 Los Hijos de Edipo 205 La Paz, don de Dios 207 La Reconciliación, camino hacia la Paz . . . . 208 Nueva mediación 210 "La Iglesia es servidora, pero no es tonta" . . . 211 La crisis se agudiza 213 Siempre dispuesto a mediar 216 "La Hija del Cardenal" 218 Nada nuevo bajo el sol 219 La problemática de Nicaragua 221 La Iglesia al servicio de los Derechos Humanos . 224 Defensor de la Vida 227 Las Sectas 232 El verdadero Ecumenismo 234

CUARTA PARTE

Un magno acontecimiento cívico 239 ¿En nombre de-qué-pueblo? 241 El Cardenal Obando no estaba equivocado . . . 243 Primeros retos a la Democracia 243 La Revolución y los cíclopes 245 Como un amor "quinceañero" 246 La-piñata sandinista 250

La Revolución se transforma en "robolución" . 251 "¿Para qué tantos muertos?" 252 Un tal "Jesús de los pobres" 254 "No volverá el pasado..." 255 Gobernar "desde abajo" 257 El Protocolo de Transición 258 Manzana de la discordia 260 Nueva crisis..., nueva mediación 262 Relaciones con el Gobierno actual 263 A los 500 años de la primera Evangelización . . 266 12 De Octubre... día ¿de qué? 267 Hacia una Nueva Evangelización 269 ¿Obando Bravo conservador? 272 Democracia en la Iglesia 276 La última Catedral del Siglo XX 279 La Universidad Católica 283 ¡Nicaragua de María! 286 "Un regalo de Dios a Nicaragua" 288 El fenómeno de las apariciones 290 Cuapa 291 ¿Quo vadis Nicaragua? 294 Un futuro sin futuro 296 El verdadero problema de Nicaragua 297 Idiosincrasia nicaragüense 299 Los Obispos se pronuncian de nuevo 300 ¡Cardenal por la Paz! 302 Luces y sombras 304 ¿Será Papa el Cardenal Obando? 307 Siempre servidor de su pueblo 312